Entre sanos, enfermos y muertos. Reflexiones acerca del individuo en la obra de Michel Foucault

July 5, 2017 | Autor: Teresa Torra Borràs | Categoría: Michel Foucault
Share Embed


Descripción

“ENTRE SANOS, ENFERMOS Y MUERTOS: REFLEXIONES ACERCA DEL INDIVIDUO EN LA OBRA DE MICHEL FOUCAULT.” Teresa Torra Borràs Abstract. Michel Foucault propone su concepto de biopoder casi al final de su vida y de su obra, concretamente en el primer volumen de la Historia de la sexualidad. Este concepto -que engloba el control político de los cuerpos a través del poder disciplinario y la biopolítica reguladora de las poblaciones a partir del nacimiento de la población como problema- representa un punto clave para el desarrollo de las reflexiones acerca de la vida, la salud y la enfermedad. Desde esta perspectiva del biopoder, se analiza el surgimiento del individuo moderno desde el punto de vista de la mirada y el control médico. Se trata de averiguar qué tipo de individuo ha sido producido como resultado de la intervención de un poder disciplinario y un saber científico-médico. En definitiva, definir unas condiciones de posibilidad que se están desplazando, que nos enfrentan con el tipo individuo que, de algún modo, ya estamos dejando de ser.

Abstract. “Between healthy, ill and death people: reflections about the individual in the work of Michel Foucault” Michel Foucault proposed his concept of biopower almost at the end of his life and work, more precisely in the first volume of the history of sexuality. This concept – that includes the political control over the bodies through the disciplinary power, and the biopolitics that regulates the population since the moment that population appeared as a problem- is a key point for developing reflections about life, health and illness. From his biopower perspective, we analyse the arising of the modern individual from the point of view of the medical regard and the medical control. The aim is to find out witch kind of individual has been produced as a result of the intervention of a disciplinary power and a scientific-medical knowledge. In fact, to define conditions of possibility that are being displaced, and that make us confront with the kind of individual that, in some way, we are not being any more.

I. INTRODUCCIÓN. La historia del nacimiento del individuo moderno no sigue un camino fácil de recorrer en la obra de Michel Foucault. Él mismo lo ha seguido desde distintas perspectivas: desde las ciencias sociales al dispositivo de la sexualidad, desde la confesión a las consultas de los psiquiatras, desde la psicología moderna al derecho penal. Pero, en cualquiera de estos casos, Foucault defiende la tesis que el individuo es el producto de un determinado dispositivo saber-poder, dentro de un particular régimen de verdad que se da en una época histórica concreta. Y como un efecto que aparece en un momento histórico, según las condiciones de posibilidad que definen nuestro presente, se puede estudiar la historia del surgimiento de este individuo y el recorrido que ha seguido su constitución como tal. En este texto tengo como objetivo seguir uno de los caminos trazados por Foucault, que es el del poder sobre la vida, y que va del Nacimiento de la Clínica a la Voluntad de Saber. Se trata de mostrar como la mirada médica, la normalización científica y la regulación de las poblaciones convierten al individuo en objeto de saber y en blanco de la intervención del poder. Así, sus reflexiones sobre la vida y la enfermedad tratan de descifrar en qué lugar quedan los individuos con su cuerpo, su muerte y su salud.

Pero este recorrido exige que nos detengamos en la obra Vigilar y Castigar. Aquí, Foucault sigue el camino del derecho penal, desde los suplicios propios de la época soberanista a la instauración de la prisión, para demostrar el paso de un régimen de poder a otro, el cambio en la economía del poder. Así veremos como el individuo también se constituye como tal, con el descubrimiento de las disciplinas, en los discursos de los reformadores, en la teoría del pacto social, en la afirmación del sujeto de derechos, en la implantación de la prisión como sistema de socialización y reeducación de los criminales; en definitiva: un proceso de supuesta ‘humanización’ del derecho de castigar que, en realidad, tiene como objetivo la imposición de una tecnología del poder más fina, calculada y sutil, y de una mejor intervención sobre los individuos.

En sus obras Foucault muestra como la historia de la Modernidad tiene otra cara: la del poder disciplinario, la del secuestro del cuerpo, la del individuo sometido y normalizado, la de una política de control de los cuerpos. Como, detrás de los discursos ilustrados y de los tratados del alma, hay la instauración, no de una nueva ‘humanidad’, sino de una nueva economía del poder, en la que lo intolerable no es que no nos dejen ser lo que somos, sino precisamente lo que nos hace ser lo que somos.

II. ANATOMÍA POLÍTICA DE LOS CUERPOS: II. 1. El suplicio y el hombre. El punto de inicio de la obra Vigilar y Castigar se encuentra en el Antiguo Régimen, en el modelo de poder soberano, que le sirve a Foucault para mostrar un cierto viraje que rompe este primer modelo, se desarrolla durante la modernidad y nos lleva a la sociedad disciplinaria, es decir, a nuestro presente, con un cierto tipo determinado de poder, con unas prácticas concretas, con una determinada producción de verdad y de individuos. Este proceso se hace siguiendo el derecho de castigar propio de cada modelo: cómo el poder se relaciona con el criminal, con el individuo castigado, y como en esta relación se manifiesta un poder concreto que produce un individuo determinado. Uno de los privilegios principales del poder soberano es el derecho de vida y de muerte, en el sentido de que si un súbdito se alza contra el soberano, éste, en nombre de su defensa y de su propia supervivencia, puede atacarlo como si se tratara de un enemigo. Así, el soberano puede ejercer sobre la vida del criminal un poder directo: matarlo. Este poder absoluto se ejerce como derecho de captación: de las cosas del súbdito, de su tiempo, de su cuerpo y, finalmente, de su vida: “culminaba en el privilegio de apoderarse de ésta para suprimirla.”1 Esta supresión de la vida pasa por el suplicio, dónde se da una afirmación del poder y de su superioridad. Se trata de una política del terror donde se intenta reconstruir la soberanía ultrajada. Pero…. “Su objeto es menos restablecer un equilibrio que poner en juego, hasta su punto extremo, la disimetría entre el súbdito que ha osado violar la ley, y el soberano omnipotente que ejerce su fuerza (...) La ejecución de la pena no se realiza para dar espectáculo de la mesura, sino el del desequilibrio y del exceso”2 1 2

M. Foucault, Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber, Siglo XXI, Madrid, 1998., pg. 164 M. Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI, Madrid, 2000, pg. 54

En este modelo del poder soberano, con sus técnicas, con sus producciones de verdad, con sus legitimaciones y discursos, no sólo se exalta al soberano, sino que también se da un tipo de concepción sobre el cuerpo del sujeto. No se percibe como algo útil o productivo, sino que se menosprecia. Este menosprecio se refiere a una actitud general respecto a la vida y a la muerte que, en definitiva, son propiedad del soberano. El hombre, en la sociedad soberanista es tres veces menospreciado: se menosprecia su cuerpo, se menosprecia su vida y su muerte y, finalmente, su propia existencia. El hombre es lo que es, en el esquema soberanista, sólo en función de la visibilidad que recibe del poder: “(...) el poder es lo que se ve, lo que se muestra, lo que se manifiesta y, de manera paradójica, encuentra el principio de su fuerza en el movimiento por el cual él la despliega. Aquéllos sobre quienes se ejerce el poder pueden permanecer en la sombra: sólo reciben la luz que les es concedida de esta parte del poder o de su reflejo que reciben por un instante”3 II. 2. El descubrimiento del sujeto de derecho. Entre el modelo del suplicio y el modelo de la prisión como institución disciplinaria se redistribuirá toda la economía del castigo. Hay muchos motivos políticos y sociales (rebelión del pueblo contra los verdugos, escándalos en la justicia, redacción de los códigos modernos, etcétera), pero el motivo más importante es una supuesta ‘humanización’ del derecho de castigar. Se dan dos procesos de transformación. En primer lugar, entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, desaparece el espectáculo punitivo. La ejecución del castigo es como una vergüenza para la justicia, y, por eso, abandona el ámbito de la percepción cotidiana y se convierte en secreto. En segundo lugar, la desaparición del suplicio comporta un distanciamiento con el cuerpo del condenado. El objetivo es no tocar el cuerpo4. Aún hay penas físicas (trabajos forzados, reclusión, deportación), pero se da otra relación castigo-cuerpo. El cuerpo pasa a ser intermediario, queda en un sistema de 3

Ibíd., pg. 189 En 1791, en el articulo 3 del código francés se afirma: “a todo condenado a muerte se le cortará la cabeza”. Esto significa: una sola muerte para todos, una sola muerte para cada condenado, la muerte menos infame. En la guillotina, la muerte queda reducida a un acontecimiento visible, pero instantáneo. El contacto entre quien ejecuta la ley y el cuerpo del condenado se reduce al momento de un relámpago. Ibíd., pg. 20 4

coacción y de privación, pero el sufrimiento del cuerpo ya no es el elemento central de la pena. “El castigo ha pasado de un arte de las sanciones insoportables a una economía de los derechos suspendidos”5 Menos crueldad, menos sufrimiento, más benignidad, más respeto, más ‘humanidad’ en los castigos. Pero Foucault se pregunta: “¿Disminución de intensidad? Quizás. Cambio de objetivo, indudablemente”6 El cuerpo ya no es el objetivo de la penalidad. A partir de ahora será el alma7. El castigo actúa sobre el corazón, el pensamiento, la voluntad. Bajo el nombre de crimen se juzgan pasiones, instintos, perversiones, pulsiones y deseos. La justicia ya no recae sobre los delitos sino sobre el alma de los individuos.

Durante el siglo XVIII se ha abierto una crisis en la economía de los castigos. La ley se ha propuesto que el castigo tiene que tener ‘humanidad’ como ‘medida’. Hay una suavización de las leyes en correlación con otros procesos: métodos de vigilancia más rigurosos, técnicas más afinadas de localización y de captación de información, desarrollo de un gran aparato policial que impide la criminalidad organizada y la empuja a formas más discretas, una política distinta hacia la multiplicidad de cuerpo. “Lo que se perfila es sin duda menos un respeto nuevo a la humanidad de los condenados (...) que una tendencia a una justicia más sutil y más fina, a una división penal en zonas más estrechas del cuerpo social”8 Hay una coincidencia estratégica muy importante entre estos procesos y el discurso de los reformadores, que critican que la justicia penal es irregular, que hay confusión entre quién aplica las leyes y quién las hace, que hay privilegios. Más que criticar la debilidad o la crueldad, la arbitrariedad o la arrogancia o los derechos injustos, lo que critican es una mala economía del poder. “El verdadero objetivo de la reforma (...) no es tanto fundar un nuevo derecho de castigar a partir de principios más equitativos, sino establecer una nueva ‘economia’ del 5

Ibíd., pg. 18 Ibíd., pg. 24 7 “Se pone fin a cierta tragedia; da principio una comedia con siluetas de sombra, voces sin rostro, entidades impalpables. El aparato de la justicia punitiva debe morder ahora en esta realidad sin cuerpo”. Ibíd., pg. 24 8 Ibíd., pg. 82 6

poder de castigar, asegurar una mejor distribución de este poder, hacer que no esté ni demasiado concentrado en algunos puntos privilegiados, ni demasiado dividido entre unas instancias que se oponen: que esté repartido en circuitos homogéneos susceptibles de ejercerse en todas partes, de manera continua, y hasta al grano más fino del cuerpo social.”9 En definitiva, el objetivo no es convertir el poder de castigar en algo más ‘humano’, sino convertirlo en más regular, más eficaz, más constante, más universal y más necesario. Disminuir su coste económico y político. Aumentar su eficacia y extender sus circuitos. Homogenizar su ejercicio. No castigar menos, sino castigar mejor. No se trata de una nueva sensibilidad, sino, sobretodo, de una nueva política, de una nueva economía y de una nueva tecnología del poder de castigar. Esta técnica del poder de castigar se formula en la teoría general del pacto social. Así, el criminal es quien rompe el pacto convirtiéndose en enemigo de la sociedad 10. El delito pone el criminal en contra de toda la sociedad y esta puede alzarse contra él con todas sus fuerzas. La lucha, pues, sigue siendo desigual. El infractor es un enemigo común y la conservación del Estado es incompatible con su existencia. Por consiguiente se le tiene que castigar. Pero se tiene que moderar este castigo para evitar el posible rechazo por parte de la población. “El daño que hace un crimen en el cuerpo social es el desorden que introduce en él: el escándalo que suscita, el ejemplo que da, la incitación a repetirlo si no ha sido castigado, la posibilidad de generalización que lleva en si.”11 Lo que se tiene que calcular no es el delito, sino su posible repetición. Así, castigar, en esta nueva economía del poder, será un arte de los efectos, que se apoya en una tecnología de la representación, y no ya en una intervención directa sobre el cuerpo supliciado.

Pero, en oposición radical con los principios de codificación que proponen los reformadores del código penal, se encuentra la necesidad de la individualización de las penas, conforme al carácter concreto de cada delincuente, de su vida, de su pasado. Este problema, el de cómo aplicar leyes generales a individuos concretos, pesa sobre todo el derecho penal moderno. 9

Ibíd., pg. 85 “El derecho de castigar ha sido trasladado de la venganza del soberano a la defensa de la sociedad”. Ibíd., pg. 95 11 Ibíd., pg. 97 10

Es la confrontación de dos líneas de objetivación que tendrán cronologías y desarrollos muy distintos. Por un lado, la línea de objetivación de las penas, ya explicada, y que tiene una evolución muy rápida ya que está vinculada a la reorganización del poder de castigar y al discurso de los reformadores. La otra línea es la de objetivación del delincuente. Ésta, durante el siglo XVIII, es aún una perspectiva que no culminará hasta el modelo disciplinario. Con el cambio de modelo del poder de castigar se ha descubierto al ‘hombre’ en el criminal, al ‘hombre’ como sujeto de derechos, como medida a respetar, como límite del poder. Marca el límite puesto a la venganza del soberano. El hombre de los reformadores se opone al abuso del soberano, es un hombre-medida del poder. En el siglo XIX, este ‘hombre’ descubierto por los reformadores pasará a ser el blanco de la intervención penal, el objeto de un saber científico. “Pero en esta época de las Luces no es de ningún modo como tema de un saber positivo por lo que se le niega el hombre a la barbarie de los suplicios, sino como un límite del derecho: frontera legítima del poder de castigar”12 El cambio en la concepción de hombre tiene que ver, según Foucault, con la actitud hacia el cuerpo, la vida y la muerte. Respecto al cuerpo, la justicia decide no tener contacto con el cuerpo del condenado. Ahora, el cuerpo ya no es una cosa del soberano. Ahora el cuerpo se concibe como un bien social, común. Ya no hay un menosprecio, sino que se percibe el cuerpo como aquello que se puede poner al servicio de la sociedad ultrajada. Respecto a la concepción de la vida y de la muerte, el poder abandona progresivamente el derecho de hacer morir o de dejar vivir, por el derecho de hacer vivir y de rechazar la muerte. Desde que el poder empieza a asumir como función administrar la vida, no es el nacimiento de sentimientos humanitarios lo que hace que se dejen de aplicar los suplicios, sino la razón de ser del poder y la lógica de su ejercicio. Este poder sobre la vida se desarrollará durante el siglo XVIII y culminará con los procedimientos de poder característicos de las disciplinas: la anatomía política del cuerpo humano, que tendrá su modelo principal en la institución penitenciaria, es decir: en la prisión.

12

Ibíd., pg. 78

II. 3. Las disciplinas y el Panóptico. Las críticas a la prisión no son algo actual, sino que han formado parte de su historia incluso antes de su nacimiento como forma general, durante el siglo XIX. Foucault explica que el encierro penal ya fue muy criticado por los reformadores de la Ilustración: porque lo consideraban inútil y costoso; porque no tenían efectos visibles; porque no respondía a la individualidad de cada delito; porque en la prisión los condenados se perpetuaban en sus vicios, en la ociosidad; porque eran difíciles de controlar; porque eran arbitrarias y abusivas. Y es que la prisión es totalmente incompatible con todo este arte de castigar, propuesto por los reformadores, que se apoya en una tecnología de la representación, de la visibilidad, de la publicidad, de la instrucción. La prisión, para ellos, es oscuridad y encierro, y esto crea sospechas y recelos en una sociedad que, según ellos, tiene que entender a los criminales como aquellos que la perjudican y los castigos como una manera de que el criminal rehaga este daño. Pero a pesar de todas estas críticas, a pesar de haber codificado todos los castigos, a pesar de haber intentado convertir al poder de castigar en algo más útil, universal, eficaz y ‘humano’, el año 1810 la prisión se ha impuesto como la forma general del poder de castigar. Se empiezan a construir, en toda Europa, estos edificios cerrados, jerarquizados, infranqueables, cerca o en medio de las ciudades. Simbolizan una nueva manera de castigar, una nueva manera de domar los cuerpos de las personas; simbolizan una “penalidad uniforme y gris”13 en la que la promesa de la diversidad de las penas desaparece y en la que todos los crímenes son castigados de la misma manera. La prisión, desde su nacimiento, se impone como evidente, natural y sin alternativa. Se impone como la forma más civilizada y ‘humana’ de todas las penas. Como la prisión ya no sólo pretende castigar los culpables, sino reeducarlos y socializarlos, se substituye al verdugo por un conjunto de especialistas 14: educadores, médicos, psicólogos, psiquiatras, que no sólo intervendrán sobre el cuerpo de los

13

Ibíd., pg. 120 Foucault afirma: “(…) prácticamente no existe un solo criminal de cierta importancia, y pronto no habrá una sola persona, que al pasar por los tribunales penales, no pase también por las manos de un especialista en medicina, en psiquiatría o en psicología. Esto sucede porque vivimos en una sociedad donde el crimen no es simple ni esencialmente la trasgresión de la ley, sino más bien la desviación con respecto a la norma.”, M. Foucault, Las mallas del poder, en: Estética, ética y hermenéutica, Paidós, Barcelona, 2001, pg. 252 14

individuos, sino que producirán un saber de estos, que permitirá una mejor intervención del poder. La imposición de la prisión como forma general de castigar supone, según Foucault, un cambio en toda la economía del poder: es la imposición de la sociedad disciplinaria. En esta, dejan de tener sentido los suplicios del Antiguo Régimen y la economía de los castigos de los reformadores del siglo XVIII. Se pasa del poder codificado de castigar de los reformadores a un poder disciplinado de vigilar. Es ya otra manera de castigar, otra manera de relacionarse con el individuo y otra manera de dominar su cuerpo. Es otra forma de poder: la política de control de los cuerpos, el poder disciplinario. Las disciplinas son las “técnicas que garantizan la ordenación de las multiplicidades humanas”15. Consiguen que el ejercicio del poder sea menos costoso, más eficaz y más discreto, permitiendo que este ejercicio llegue hasta el fondo del cuerpo social. Se trata de técnicas de control que tiene como objetivo producir cuerpos sometidos, dóciles y útiles, a través de una sujeción constate y un control minucioso. Un control que es ínfimo y del detalle y que define esta nueva ‘microfísica’ del poder. El desarrollo de las disciplinas se da durante la Ilustración 16, mientras los reformadores propugnaban la ‘humanidoad’ de los castigos y se descubría el sujeto de derechos. Y su desarrollo, sutil y silenciosos no ha cesado de invadir ámbitos cada vez más amplios, tendiendo a cubrir el cuerpo social entero. Las disciplinas funcionan sobre dos técnicas fundamentales: producir cuerpos dóciles y encauzar las conductas. En primer lugar, para producir cuerpos dóciles, se aplican cuatro técnicas: 1.- Distribuir los individuos en el espacio. “A cada individuo su lugar; y en cada emplazamiento un individuo”17. El poder reparte y distribuye los individuos por un espacio ordenado, donde cada individuo se define por el lugar que ocupa en relación con los otros. 2.- Controlar la actividad. A través del empleo del tiempo, estableciendo ritmos y regulando ciclos, aseguran un control de las actividades y el principio de no ociosidad y intensifican el empleo de todos los instantes. 3.- Organizar 15 16 17

M. Foucault, Vigilar y Castigar, op.cit., pg. 218 “Las luces que han descubierto las libertades, inventaron también las disciplinas.” Ibíd., pg. 225 Ibíd., pg. 146

la génesis. Descomponiendo el tiempo en trámites concretos, combinados según una complejidad creciente, con un final fijado que tiene como función ver si el individuo ha llegado al nivel exigido. Así, se organizan los individuos según su nivel, permitiendo una constante caracterización, clasificación y coacción del individuo en relación con los otros y consigo mismo. 4.- Componer las fuerzas. Las disciplinas tienen que conseguir producir una fuerza superior a la suma de las fuerzas que la componen. Por lo tanto, se utilizará la fuerza de los individuos dependiendo del sitio que ocupen en la serie y su actividad será absolutamente ritmada y calculada para conseguirlo. En segundo lugar, para encauzar las conductas, el poder disciplinario utiliza una economía calculada y permanente a través de tres instrumentos. 1.- La vigilancia jerarquizada. Se busca un modelo arquitectónico que permita un control interior, completamente articulado y detallado de las conductas. 2.- La sanción normalizadota. En las instituciones disciplinarias se impone una ‘infra-penalidad’ del tiempo, de la actividad, de la manera de ser, de las palabras, de la sexualidad; clasificando un espacio que las leyes dejaban vacío, convirtiendo en penalizables las manifestaciones más pequeñas de la conducta, las que no se ajustan a la norma, que se desvían de ella; y castigarlas con el objetivo de corregirlas. 3.- El examen. En el examen hay un cambio en la mirada del poder: ya no es el poder lo que tiene que ser visto, sino que la visibilidad tiene que estar del lado del que está sometido al poder. El examen hace entrar al individuo en el campo documental18, ya que lo sitúa en una red de documentos que lo convierten en un objeto descriptible, analizable y comparable, es decir: cada individuo es un caso, objeto para el saber y presa para el poder. “El examen como fijación a la vez ritual y ‘científica’ de las diferencias individuales, como adscripción de cada cual al rótulo de su propia singularidad, indica la aparición de una modalidad nueva de poder en la que cada cual recibe como estatuto su propia individualidad, y en la que es estatutariamente vinculado a los rasgos, las medidas, los desvíos, las ‘notas’ que lo caracterizan y hacen de él, de todos modos, un ‘caso’”19 18

Según Foucault, en el poder soberano ser documentado, mirado, detallado, era un privilegio sólo de algunos, mientras que la mayoría se mantenía por debajo del umbral de la descripción. Pero los procedimientos disciplinarios invierten esta relación y hacen de la descripción un medio de control y un método de dominación y sometimiento. La individualización es descendiente. Y a medida que el poder se vuelve más anónimo, aquellos sobre los cuales se ejerce más intensamente (el loco, el enfermo, el niño, el condenado...) tienden a ser objeto de relatos biográficos, de más individualización. 19 Ibíd., pg. 196-197

El poder disciplinario se hace cargo del condenado para controlarlo y transformarlo; para distribuirlo en el espacio y clasificarlo; para educarlo y hacerlo dócil. Aquello que se castiga es el individuo sometido, su cuerpo, su tiempo, sus hábitos. La disciplina, pues, “... fabrica cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos ‘dóciles’”20

Durante el siglo XIX, se impone un solo modelo para la construcción de los edificios penitenciarios y la mayoría de instituciones disciplinarias: el Panóptico de Bentham, inventado para solucionar los problemas de vigilancia que se buscaban tanto para construir hospitales, industrias y colegios, como para construir cárceles. El modelo del Panóptico viene a resolver la necesidad de aplicar un poder disciplinario sobre una multiplicidad de individuos a la vez que permitiera extraer de ellos un saber riguroso que justificara esta intervención del poder. El modelo propuesto por Bentham establece la forma arquitectónica que deben adoptar las instituciones disciplinarias. Esta forma propone construir en la periferia un edificio circular y en el centro una torre llena de ventanas que se abren hacia el interior del edificio. El edificio periférico tiene que estar dividido en celdas con dos ventanas: una abierta hacia el exterior, para dejar pasar la luz, y otra abierta hacia el interior, o sea, hacia la torre. El vigilante de la torre ve cada celda por efecto de contraluz, mientras que él no puede ser visto desde la celda. Con estas construcciones arquitectónicas se consiguen varios efectos. En primer lugar, cada preso está solo, completamente individualizado y continuamente vigilado. Se evitan así los problemas de la multitud consiguiendo una colección de individualidades separadas, analizables y controladas. El individuo está aislado de los otros y, para él, esto es “una soledad secuestrada y observada”21. En segundo lugar, este modelo es polivalente en sus aplicaciones: en cada cela se puede poner un loco, un enfermo, un niño, un preso. Es un modelo generalizable de funcionamiento: puede aplicarse a cualquier multiplicidad de individuos a los que se tenga que imponer una conducta concreta, un orden determinado. Y en cualquier caso es económico, eficaz, continuo y automático. En tercer lugar, el modelo se sostiene independientemente de quien ejerza el poder. Este dispositivo “... tiene su principio

20 21

Ibid., pg. 142 Ibíd., pg. 204

menos en una persona que en cierta distribución concertada de los cuerpos, de las superficies, de las luces, de las miradas. (...) Hay una maquinaria que garantiza la asimetría, el desequilibrio, la diferencia. Poco importa, por consiguiente, quién ejerce el poder”22 En cuarto lugar, funciona como laboratorio, como lugar privilegiado para hacer posible la experimentación sobre los individuos. La torre es el lugar del ejercicio del poder, pero es también el lugar del registro del saber. Pero, finalmente, el mayor efecto del panóptico es “inducir en el detenido un estado conciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder. Hacer que la vigilancia sea permanente en sus efectos, incluso si es discontinua en su acción”23 En la máquina arquitectónica del panóptico el poder es visible y, a la vez, inverificable. Y esta es la máxima economía del panóptico: no es necesario el vigilante para que funcione, ya que el detenido interioriza esta vigilancia y acaba ejerciéndola sobre sí mismo. Desde su invención, el panóptico está destinado a resolver las demandas de las disciplinas y a desbloquearlas, proporcionando un modelo arquitectónico capaz de resolver los problemas de la vigilancia. Y, a pesar que el panóptico halla en la prisión su lugar privilegiado de realización, se extiende por todos los aparatos disciplinarios, haciendo que funcionen de una manera más eficaz y económica. Con el panóptico, el modelo de funcionamiento disciplinario se homogeniza consiguiendo que la escuela sea igual que el hospital y la fábrica, y que éstas se parezcan demasiado a la prisión. El modelo del panóptico está destinado a difundirse, no sólo como principio de construcción de todas las instituciones disciplinarias, sino en todo el cuerpo social ya que, en definitiva, de lo que se trata es de: “... trazar el límite que habrá de definir la diferencia respecto de todas las diferencias, la frontera exterior de lo anormal. La penalidad perfecta que atraviesa todos los puntos, y controla todos los instantes de las instituciones disciplinarias, compara, diferencia, jerarquiza, homogeniza, excluye. En una palabra, normaliza”24

22 23 24

Ibíd., pg. 205 Ibíd., pg. 204 Ibíd., pg. 188

II. 5. El hombre como individuo normalizado. Si las disciplinas, dentro de sus propios espacios, normalizan, lo que hacen es imponer una norma. La norma pasa a ser la medida común, el principio de comparación, y como las disciplinas se han homogenizado, la norma ya no sólo afecta concretamente a cada una, sino a todas. La norma, como principio general, permite que las disciplinas se desinstitucionalizen, puedan escapar de los círculos cerrados (escuela, prisión, hospital) y circular por todo el campo social. Funciona como principio homogenizador que permite una generalización del esquema disciplinario, una circulación polivalente y múltiple dentro del cuerpo social. La norma permite que las disciplinas puedan hacer funcionar las relaciones de poder dentro del mismo tejido de la sociedad gracias a una “tecnología fina y calculada del sometimiento”25 La disciplina regula y fija los movimientos, ataca las aglomeraciones y las confusiones, domina las multiplicidades, neutraliza las resistencias. La disciplina funciona mediante una mirada normalizadota que diferencia y sanciona la multiplicidad de individuos. En definitiva, la disciplina crea sociedad: “Convierte en homogéneo el espacio social, si no lo unifica”26 La norma disciplinaria es el principio de referencia de una sociedad consigo misma. Impone el criterio: es normal lo que sigue la norma y anormal lo que se desvía. Las disciplinas tienen que corregir aquellos que se escapan de la norma, educarlos, socializarlos, normalizarlos. La disciplina fabrica individuos normales. Pero el espacio normativo no tiene exterior. Incluso aquellos que intentan escapar de la norma, que intentan trasgredirla, no están fuera de la norma. El poder disciplinario integra todo aquello que quiere alejarse. El anormal no es lo otro, no es lo exterior a la normalidad. Lo normal se define a si mismo caracterizando lo anormal. Dentro del espacio normativo ya están contempladas todas las formas de anormalidad posibles. Aquél que en el modelo de soberanía era el monstruo humano, ya que transgredía la ley natural, en el modelo disciplinario es el anormal, el individuo a corregir, el individuo a normalizar.

25 26

Ibíd., pg. 223 F. Ewald, Un poder sin afuera, en: DDAA, Michel Foucault, filósofo, Gedisa, Barcelona, 1990, pg. 165

Este individuo ya no tiene referencia a una naturaleza exterior, ni a una sustancia, ni a una metafísica. La individualización que produce el poder disciplinario es fruto de una norma, de una relación comparativa, siempre revisada, sin exterior. El sujeto moderno es aquel que nace con el fin del poder soberano, es aquello que se descubre cuando los reformadores hablan del sujeto de derechos y del pacto social. Pero: “…más que preguntarle a los sujetos ideales lo que han podido ceder de ellos mismos o de sus poderes para dejarse sujetar, es preciso buscar de qué forma las relaciones de sujeción pueden fabricar sujetos”27. El sujeto moderno es aquel que nace de los efectos del poder disciplinario, es ya sujeto de la norma, es ya individuo normalizado, sujeto sujetado. “El individuo es sin duda el átomo ficticio de una representación ‘ideológica’ de la sociedad; pero es también una realidad fabricada por esa tecnología específica de poder que se llama la ‘disciplina’”28

III. BIOPODER. Foucault, en Vigilar y Castigar, utiliza la metáfora de las enfermedades de la lepra y de la peste para explicar como se forma la sociedad disciplinaria. El modelo de la lepra responde a rituales de exclusión (como el ‘Gran Encierro’ del siglo XVII), que establecen una división entre los individuos, entre los sanos y los leprosos. Esta división está destinada a evitar contactos contagiosos y se encuentra en la base de todos los esquemas de exclusión. Ésta es, según Foucault, una práctica de rechazo que responde a la ilusión de conseguir una comunidad pura. El modelo de la peste, en cambio, responde a esquemas disciplinarios: a separaciones y distribuciones que se aplican sobre una multiplicidad de individuos. El modelo de la peste está destinado a atacar todos los desórdenes y todas las confusiones. Está relacionado con la obsesión de los contagios, de las rebeliones, de los crímenes, de las deserciones “(...) de los individuos que aparecen y desaparecen, que viven y mueren en el desorden”29, dirá Foucault. La peste tiene como correlato médico y político el poder disciplinario. La práctica de la distribución de la

27

M. Foucault, Hay que defender la sociedad, Almagesto, Buenos Aires, 1982., pg. 19 Ibíd., pg. 198 29 M. Foucault, Vigilar y Castigar, op. cit., pg. 20 28

multiplicidad y del encauzamiento de las conductas en el modelo de la peste responde al objetivo político de la sociedad disciplinada. “Este espacio cerrado, recortado, vigilado, en todos sus puntos, en el que los individuos están insertos en un lugar fijo, en el que los menores movimientos se hallan controlados, en el que todos los acontecimientos están registrados, en el que un trabajo ininterrumpido de escritura une el centro y la periferia, en el que el poder se ejerce por entero (...), en el que cada individuo está constantemente localizado, examinado y distribuido entre los vivos, los enfermos y los muertos –todo esto constituye un modelo compacto del dispositivo disciplinario”30

En el momento en que el poder abandona el modelo de la soberanía por el modelo disciplinario se produce un cambio: el derecho de hacer morir o de dejar vivir (el poder sobre la muerte), se convierte en el derecho de hacer vivir y de rechazar la muerte (la gestión de la vida). El poder tiene que asegurar, a partir del nacimiento de las sociedades disciplinarias, la vida del individuo y de la población en buen estado de salud. Se trata de un poder que no sólo vigila la vida, sino que produce efectos sobre ella. Es la mirada que encarcela, que normaliza, que administra la vida. En un solo gesto secuestra la vida de la persona (su cuerpo, sus hábitos, sus deseos, sus placeres y sus instintos) y la vida de la especie (control regulador de poblaciones, de natalidad, de mortalidad, de fecundidad, de nivel de vida). La aparición del biopoder se da en el momento en que los fenómenos propios de la vida humana, el simple hecho de vivir, entran en el orden del saber y del poder. El biopoder funciona a partir de dos formas principales. En primer lugar, la anatomía política del cuerpo humano, que entiende el cuerpo como objeto a manipular. El campo de intervención es la educación del cuerpo, su utilidad y docilidad, su obediencia. Tiene que ver con el poder disciplinario, con las instituciones y el panóptico, que controlan el cuerpo social hasta su elemento más tenue: el individuo. La biopolítica de la población aparece durante la segunda mitad del siglo XVIII. Se trata de un conjunto de tecnologías que ya no tienen como objetivo al individuo en tanto que individuo, sino a la población. La biopolítica entiende el cuerpo como especie. La biopolítica está relacionada con el control de las poblaciones. 30

Ibíd., pg. 201

El problema de la población surge a partir del aumento demográfico que sucede en Occidente durante el siglo XVIII no sólo como problema teórico, sino también como objeto de vigilancia, de intervenciones y de operaciones. “Los rasgos biológicos de una población se convierten así en elementos pertinentes para una gestión económica, y es necesario organizar en torno a ellos un dispositivo que asegure su sometimiento, y sobre todo el incremento constante de su utilidad.”31 A partir del descubrimiento de la población, toda una serie de técnicas de observación y también organismos administrativos, económicos, políticos, médicos y científicos, pasaran a ser los encargados de su regulación. En el biopoder, la anatomía política del cuerpo humano y la biopolítica de la población empiezan a funcionar unidas con el objetivo de la sujeción de los cuerpos y el control de las poblaciones, para regular y disciplinar la vida y el cuerpo. La vida pasa a ser objeto del biopoder, entra en el dominio de un poder completamente distinto que ya no obedece a leyes jurídicas, sino al principio de la norma y que tiene como instrumentos la medicina, los controles sociales, la psiquiatría y la psicología. La vida y la población aparecen como problema en un mundo disciplinado, en un mundo de la regulación. Con la aparición de la población como problema, como objeto de control y vigilancia, la medicina va a tener un gran desarrollo según cuatro procesos. La aparición de la autoridad médica, como autoridad social, que puede tomar decisiones sobre una ciudad, una institución o un reglamento. Esta autoridad médica está dotada de funciones normalizadoras que van más allá de la enfermedad y del enfermo, que tienen que ver con la aparición de un campo de intervención distinto al de las enfermedades. La medicina interviene en todo aquello que garantiza la salud del individuo, ya sea el saneamiento del agua o la ubicación de los cementerios. Aparece, también un medio de medicalización colectiva: el hospital como institución nace el siglo XVIII, gracias al desarrollo de las disciplinas y la invención del panóptico. Finalmente hay una introducción de mecanismos de administración médica tales como la comparación, la estadística y la burocracia. A partir del siglo XVIII, cuando la sociedad occidental asume la tarea explícita de garantizar a sus miembros la vida, el campo de intervención de la autoridad médica es un

31

M. Foucault, La política de la salud en el siglo XVIII, en: Estrategias de poder, Paidós, Barcelona, 1999, pg. 333

campo que se vuelve cada vez mayor, abarcando la existencia individual y colectiva. El discurso médico-científico se erige, en el régimen del biopoder, como la instancia soberana de los imperativos de la higiene entendida como la limpieza moral del cuerpo social. La medicina promete acabar con las taras, los degenerados y las poblaciones bastardas. Y esto lo hace en nombre de los individuos, de las generaciones futuras, de la supervivencia de la especie. Lo hace en nombre de una urgencia biológica e histórica. “... la existencia, la conducta, el comportamiento, el cuerpo humano, se vieron englobados, a partir del siglo XVIII, en una red de medicalización cada vez más densa y más extensa; red que cuanto más funciona menos cosas deja fuera de control.”32 Este desarrollo de la medicina se da bajo dos modelos distintos, pero que funcionaron a la vez. Por un lado, la imposición de la medicina de Estado. Ésta tenía como objetivo organizar un saber médico estatal, normalizar al médico33 y a la profesión médica, integrar a los médicos en una organización general. Por otro lado, nació la medicina urbana. Se empezaron a estudiar los sitios dentro del espacio urbano que podían ser foco de enfermedades o epidemias (como los cementerios); se impusieron controles de circulación del aire, del agua. A través de la medicina urbana, la medicina se puso en contacto con otras ciencias como la química. Se empezaron a preocupar por las descomposiciones, las condiciones de vida, las nociones de salubridad e higiene pública. También empezaron las intervenciones sobre los pobres y los marginados: vacunaciones generalizadas, controles sobre la salud y el cuerpo de los más necesitados con el objetivo de hacerlos más aptos para el trabajo. “El capitalismo que se desarrolló a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, socializó un primer objeto, que fue el cuerpo, en función de la fuerza productiva, de la fuerza de trabajo. El control de la sociedad sobre los individuos no se operó simplemente a través de la conciencia o de la ideología, sino que se ejerció en el cuerpo, y con el cuerpo. Para la sociedad capitalista lo más importante era lo biopolítico, lo somático, lo corporal. El cuerpo es una realidad biopolítica; la medicina es una estrategia biopolítica”34

32

Foucault, Nacimiento de la medicina social, en: Estrategias de poder, op. cit, pg. 364 Foucault afirma que tanto la medicina como el médico fueron el primer objeto de la normalización del biopoder. La normalización se aplicó antes al médico que al enfermo, así el médico fue el primer individuo normalizado. Ibíd., pg. 369 34 Ibíd., pg. 366 33

IV. A MODO DE CONCLUSIÓN. Así, al final de este viaje, que va desde el inicio del poder disciplinario hasta el biopoder, el individuo se encuentra doblemente sometido: como individuo, y como población. Aparece como el producto de este doble ejercicio del poder, en íntima colaboración con un saber médico-científico que lo justifica y lo mantiene. Tendremos que remontarnos al nacimiento de la clínica, a la reestructuración de todo el saber médico moderno, para mostrar el instante en que el individuo, por vez primera en la historia de Occidente, se convirtió en objeto del saber, en objeto del discurso médico. En el umbral de nuestra modernidad, en el viraje que va desde la Revolución Francesa hasta principios del siglo XIX, aparece la posibilidad de un saber racional sobre el individuo. Este saber es posible gracias a una nueva concepción de la muerte aportada, nos dice Foucault, por la anatomía patológica de Bichat35. La muerte deja de ser el momento absoluto y privilegiado en el cual se cumple la verdad de la enfermedad. A partir de este momento la muerte es un fenómeno disperso en el tiempo, que llena la vida de múltiples muertes. La enfermedad ya no será un hecho importado del exterior, sino la misma vida mortificándose, la desviación interior de la vida, la vida patológica. “Será sin duda decisivo para nuestra cultura que el primer discurso científico, tenido por ella sobre el individuo, haya debido pasar por este momento de la muerte. Es que el hombre occidental no ha podido constituirse a sus propios ojos como objeto de ciencia, no se ha tomado en el interior de su lenguaje y no se ha dado en él y por él, una existencia discursiva sino en la apertura de su propia supresión: (…) de la integración de la muerte, en el pensamiento médico, ha nacido una medicina que se da como ciencia del individuo”36 Es desde la muerte desde donde se definirá la especificidad de lo vivo, de lo sano. La división Normal/Patológico se convertirá en el principio ordenador del espacio social. El poder gestor y administrador de la vida se iniciará en esta preocupación de la vida saludable, en contraposición a la enfermedad y a la muerte. Y todas las estrategias, las tecnologías, las intervenciones que se harán sobre el individuo y la población, tendrán como objetivo el secuestro y el control de la vida. El individuo, dentro de este esquema, sólo puede aparecer como el resultado de una batalla perdida. 35 36

X. Bichat, Traité des Membranes (1807) y Anatomie Pathologique (1825) M. Foucault, Nacimiento de la Clínica, Siglo XXI, Madrid, 1999, pg. 276

En la obra Foucault37 nos dice Deleuze en relación con el final de Las palabras y las cosas: “Que el hombre sea una figura de arena entre dos mareas debe entenderse literalmente: una composición que sólo aparece entre otras dos, la de un pasado clásico que la ignoraba y la de un futuro que ya no la conocerá”38 El individuo es esto: el efecto de un poder concreto, el disciplinario, en relación con la construcción de un saber, que se da en un momento histórico determinado, bajo unas condiciones de posibilidad particulares. El problema, según Foucault, es saber qué condiciones han permitido la emergencia de este individuo, qué efectos ha tenido este surgimiento, qué precio se ha tenido que pagar para convertir al individuo en blanco de un poder disciplinario y en objeto de un conocimiento sobre él. El problema no es saber qué límites tiene este poder, o qué principios, sino qué técnicas ha utilizado para actuar sobre el comportamiento de los individuos; de cómo, de los locos, los enfermos y los criminales se ha constituido el sujeto loco, el sujeto enfermo y el sujeto delincuente. Y cómo el individuo normal se ha definido a sí mismo en contraposición a los demás: soy normal porque no estoy loco, ni soy un criminal ni un enfermo. Pero esto no significa que el sujeto normal escape de las intervenciones disciplinarias del poder y de las objetivaciones del saber. El sujeto normal también está disciplinado. Cierto que menos intervenido, pero no totalmente libre de las intervenciones. El individuo normal siempre es individuo sometido. El individuo ha nacido de unas condiciones de posibilidad que definen nuestro presente. Nos dice Foucault que es falsa la afirmación de que el hombre ha sido siempre el problema principal de la filosofía. El hombre sólo ha aparecido como problema a partir del siglo XVIII, cuando ha nacido como tal, cuando se ha entendido que su cuerpo era útil y productivo, inteligible y analizable, cuando se ha entendido que se podía educar, socializar y enculturar. Lo intolerable, nos dirá Foucault, no es lo que no nos deja ser, sino lo que somos. El hombre, el individuo normal, es una pieza fundamental para la formación de nuestra normalidad, y existe gracias a las condiciones de posibilidad que configuran nuestro presente. Pero éstas se están desplazando, están cambiando. El individuo cerrado, el individuo disciplinado y sometido, el individuo normalizado está desapareciendo por una nueva subida de marea.

37 38

G. Deleuze, Foucault, Paidós, Barcelona, 1998 Ibíd., pg. 118

V. BIBLIOGRAFÍA CITADA. · G. Deleuze, Foucault, Paidós, Barcelona, 1998. · F. Ewald, Un poder sin afuera, en: DDAA, Michel Foucault, filósofo, Gedisa, Barcelona, 1990. · M. Foucault, Hay que defender la sociedad, Almagesto, Buenos Aires, 1982. · M. Foucault, Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber, Siglo XXI, Madrid, 1998. · M. Foucault, Las mallas del poder, en: Estética, ética y hermenéutica, Paidós, Barcelona, 2001. · M. Foucault, La política de la salud en el siglo XVIII, y Nacimiento de la medicina social en: Estrategias de poder, Paidós, Barcelona, 1999. · M. Foucault, Nacimiento de la Clínica, Siglo XXI, Madrid, 1999. · M. Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI, Madrid, 2000.

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.