“Entre la fascinación y el cuidado. Noticias sobre la recepción de Safo en el México decimonónico”

July 10, 2017 | Autor: L. Romero Chumacero | Categoría: Estudios Queer, Escritura De Mujeres, Literatura Mexicana Siglo XIX, Safo
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       que cabe entre nosotras Acercamientos a la crítica y a la creación de la literatura sá ca Elena Madrigal y Leticia Romero coordinadoras Con un comunicado y textos de Cristina Peri-Rossi

editorial - distribuidora

Entre la fascinación y el cuidado. Noticias sobre la recepción de Safo en el México decimonónico Leticia Romero Chumacero Universidad Autónoma de la Ciudad de México-Cuautepec

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n 1869 uno de los intelectuales más influyentes de las letras mexicanas decimonónicas, don Ignacio Manuel Altamirano, celebró la existencia de colaboradoras en la revista El Renacimiento. Al elogiar a dos de ellas, las comparó con un par de líricas de la antigua Grecia: Corina (ca. siglo v a.n.e.) y Safo (siglo vi a.n.e.). Una práctica común en la crítica literaria de la época consistía en buscar precursoras para las escritoras del país, pues campeaba la convicción de que la creatividad de ellas poseía características peculiares, ajenas a las de los varones y signadas por rasgos solo distinguibles en la labor creativa de otras mujeres; tal fue el sentido de la construcción de una genealogía en clave de género, como la propuesta por Altamirano. Él y otros juzgaron conveniente acudir a casos paradigmáticos y reconocidos en el ámbito internacional, como el de la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, el de la novohispana sor Juana Inés de la Cruz o el de la española Teresa de Jesús. Al lado de ellas, la poeta de Mitilene

era una referencia obligada. Esto es significativo porque como dejan ver dos semblanzas publicadas en la segunda mitad de esa centuria, en el orbe hispanohablante su reputación como poeta era notable; empero, también era público su hábito de tributar versos amorosos dedicados a sujetos líricos femeninos. Precisamente como resultado de lo antedicho, un respetado erudito, don Francisco Pimentel, conde de Heras, sintió la punzante necesidad de refutar toda información relativa a la vida sexual de la escritora extranjera antes de recomendarla entre sus compatriotas. Sin duda, esto ocurrió debido a que los “amores femeniles” sugeridos por sus versos convirtieron el nombre de la más famosa poeta de la antigüedad clásica en sinónimo de una peligrosa desobediencia al canon socio-simbólico vigente. Cuando Pimentel y otros impugnaron con firmeza cualquier interpretación no heterosexual de los poemas sáficos, pretendieron restablecer un status quo donde la sexualidad femenina era concebida exclusivamente como vehículo de reproducción de la especie. En consecuencia, solo despojada de su poder iconoclasta la obra de la versificadora se tornó pertinente cimiento para la tradición lírica de las poetas de México. Así fue posible que su nombre apareciera con frecuencia en las galerías de damas célebres, se escribieran óperas y piezas teatrales sobre su vida, y muchas versificadoras tradujeran sus composiciones; todo ello, con la ostensible aquiescencia de los críticos. A una exploración general de esto se destinan las siguientes líneas. I. A través de un ensayo debido a la pluma de Alejandro Dumas y divulgado en 1858 dentro del tomo Galería histórica de las mugeres más célebres de todas épocas y países, cualquier lector de habla hispana podía advertir la existencia de composiciones habitadas por el amor “vacío, insensato, delirantemente ideal de que acusan hace dos mil quinientos

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años a la Safo de Mytilene”.1 Tres décadas después, en 1886, el reputado orador español Emilio Castelar objetó con vigor lo que consideró calumnias contra una creadora que, apuntó, “al tañer su cítara, solía loar a sus compañeras como a las flores del campo […], como a todo cuanto ama el arte, sin que tal amor signifique fiebre del pensamiento y delirio del sentido, cual ha supuesto una criminal y redomada malicia”.2 Llamativo es el tono impetuoso de las expresiones con que Dumas y Castelar pretendían contestar a quienes aseguraban que la voz lírica de las composiciones de la escritora tenía por interlocutora poética a una mujer. Quienes difundían esa versión eran, según el galo y el español, calumniadores, criminales incluso. Se antoja desmesurada la relevancia concedida por ambos a ese aspecto de la vida privada de una griega muerta centurias atrás, salvo que en el fondo de la preocupación que habitó sus adjetivos estaba un hecho difícil de ocultar, paradójicamente magnificado por obra y gracia de tan ampulosas refutaciones: a esas alturas del siglo xix era notoria la fama de Safo como mujer que amó a mujeres. No del todo ajenos a esa discusión, en artículos periodísticos los mexicanos destacaban solo algunos aspectos de la biografía de la poeta; una biografía basada, no debe olvidarse, en fuentes indirectas y en inferencias derivadas de la lectura de un puñado de poemas. Un asunto caro a los gacetilleros nacionales era el carácter apasionado de la autora de marras. Invocando tal característica resultaba cómodo introducirla en un código semántico ad hoc, pues entre los rasgos de carácter atribuidos a las mujeres brillaba la emoción exaltada y urgida de límites.

1 Alejandro Dumas, “Safo”, Galería histórica de las mugeres más célebres de todas épocas y países, 1858, p. 319. A partir de aquí actualizo la ortografía de las citas textuales; desde luego, transcribo los títulos de libros y artículos de la época en forma íntegra. 2 Emilio Castelar, “Safo”, Galería histórica de mujeres célebres, 1886, p. 391. Cursivas mías.

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Otro asunto de sumo interés era el supuesto suicidio de la escritora. La versión se remontaba al poema elegiaco Heroidas, del latino Ovidio (43 a.n.e. - 17 d.n.e.), donde se planteó aquello como sombrío colofón de un amor no correspondido.3 Una vez más, el ímpetu emotivo se exhibía como rasgo propiamente femenino y, de paso, se asociaba a una historia donde la protagonista amaba a un hombre al grado de dar su vida por él. Pues bien, aquello fue usado a manera de sustento para una tragedia representada hacia el final de 1872 en el Teatro Nacional, de la ciudad de México. Su título era Safo y su autor el poeta nacional Joaquín Villalobos, quien basó su trabajo escénico en la ópera Saffo del prolífico italiano Giovanni Pacini, disfrutada por el público de la capital meses antes. La anécdota de la pieza dramática y de la pieza musical abordaba el desengaño amoroso de la suicida; no huelga decir que su labor como artista de la palabra era apenas mencionada dentro de las respectivas tramas.4 En su Reseña histórica del teatro en México, don Enrique de Olavarría registró que a partir del 15 de agosto de 1872 la Saffo de Pacini se escenificó tres veces en forma triunfal; anotó, asimismo, que fue el 5 de diciembre de ese año cuando se estrenó la tragedia de Villalobos.5 Del éxito de la obra se colige la vigencia de la leyenda de la poetisa enamorada y mal correspondida. Esto se deduce también a partir de la analogía con que un gacetillero ilustró tres décadas más tarde la crónica titulada

Una versión de esa índole fue planteada por Ricardo Sepúlveda en una biografía burlesca titulada “Una señora célebre. Safo”, publicada primero en El Monitor Republicano (16 de julio de 1871, p. 2), y después en La Voz de México (26 de noviembre de 1871, p. 1-2). 4 Enrique Chávarri, Juvenal, comentó la puesta en escena en su “Charla de los domingos” de El Monitor Republicano, 8 de diciembre de 1872, p. 1; hizo lo propio un anónimo: “Representación de Safo”, La Iberia, 7 de diciembre de 1872, p. 3. 5 Enrique de Olavarría, Reseña histórica del teatro en México 1538-1911, 1961, pp. 849 y 855. 3

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“Nueva Safo”, donde dio cuenta de un intento suicida protagonizado por cierta joven veracruzana, a quien equiparó con la poeta de Mitilene pues, en opinión de él, ambas buscaron terminar con su vida debido a la pérdida de un amor.6 Para las escritoras, la existencia de damas antiguas capaces de expresarse en diversos ámbitos, pero sobre todo capaces de hacerlo por escrito y con éxito, fue un aliciente que operó como guía. Muestra de ello es la cantidad de imitaciones que motivaron las composiciones de Safo, de quien la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, la española Carolina Coronado y la mexicana Laura Méndez de Cuenca, hicieron versiones libres. Ese estímulo precursor suministró a las autoras la sensación de contribuir a fundar algo, así como de ser partícipes de una tradición.7 Ésta, además, encabezada por figuras señeras debidamente patrocinadas por el canon. Las traducciones elaboradas por ellas acusan rasgos de pudor similares a los que caracterizan a sus colegas varones. Una razón de esto parece residir en un hecho capital: pocas personas estaban en condiciones de leer directamente en griego antiguo y, por ende, debían conformarse con revisar las versiones francesas o inglesas a su alcance para elaborar a partir de ellas sus interpretaciones creativas. A guisa de muestra se transcriben a continuación dos poemas; uno, firmado por Gertrudis Gómez de Avellaneda y publicado en su volumen de poesías líricas en 1877, y otro debido a la pluma de la mexicana Laura Méndez de Cuenca, divulgado en las elegantes y conservadoras páginas de El Mundo Ilustrado, en 1903. La orientación de ambos faculta para practicar una lectura carente de género explícito en lo tocante a la voz lírica que enuncia, tanto como en lo relativo a la de quien se erige en destinatario o destinataria de sus palabras:

Véase “Nueva Safo”, La Patria, 18 de agosto de 1901, p. 3. Cfr. S. Gilbert y S. Gubar, La loca del desván, 1998, p. 65, y M. Soler Arteaga, “Safo en las poetas románticas españolas”, Escritoras y escrituras, 2009, en línea. 6 7

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Soneto, imitando una oda de safo ¡Feliz quien junto a ti por ti suspira! ¡Quien oye el eco de tu voz sonora! ¡Quien el halago de tu risa adora y el blando aroma de tu aliento aspira! Ventura tanta –que envidioso admira el querubín que en el empíreo mora– el alma turba, al corazón devora, y el torpe acento, al expresarla, espira. Ante mis ojos desaparece el mundo, y por mis venas circular ligero el fuego siento del amor profundo. Trémula, en vano resistirte quiero… De ardiente llanto mi mejilla inundo, ¡delirio, gozo, te bendigo y muero! Gertrudis Gómez de Avellaneda.8

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Oh Venus, reina del amor, oh diosa, reina de las sonrisas, deja el cielo, desciende presurosa al llegar a mi alcoba para el vuelo; en el festín alegre y soberano escancia el vino; y que la copa de oro pase de mano en mano rebosando del néctar que yo adoro;

Gertrudis Gómez de Avellaneda, “Soneto, imitando una oda de Safo”, Poesías líricas de la señora doña…, 1877, p. 71. 8

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ve que sólo mi techo presta abrigo al que de Venus es constante amigo. Laura Méndez de Cuenca.9

Los citados son dos poemas de particular importancia en la discusión sobre la orientación sexual de Safo. La especialista Marta González González ha hecho notar con base en el examen de distintas traducciones de esos trabajos líricos, cuán evidentes son los prejuicios morales de diferentes épocas ante pasajes problemáticos derivados del “género del objeto de los desvelos de Safo”.10 Al respecto, podría decirse que ni Gómez de Avellaneda ni Méndez de Cuenca arriesgaron una interpretación heterodoxa, pero es justo admitir que tampoco suscribieron la tajante definición heterosexual procurada por quienes se erigieron en defensores de la cantora.

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II. Sobre la vigencia en México de la fama extra-literaria de la gran poeta de la Hélade, algo se dijo en 1882 dentro de una nota del diario La Patria, cuyo encabezado es del todo elocuente: “Amor lésbico”. En esa ocasión, el autor del texto abordó el caso de una jovencita que se había “entregado a los horrores que se imputaban a la inmortal Safo, disfrazándose con el traje del sexo feo, y riñendo con los novios de sus amadas”.11 El diario de Ireneo Paz precisó con intención la fe “protestante” del colegio donde estudiaba esa muchacha a quien, además, amenazó con denunciar ante

9 Laura Méndez de Cuenca, “Venus (de Safo)”, El Mundo Ilustrado, 19 de abril de 1903, s.n.p. 10 Marta González González, “Versiones decimonónicas en castellano de la Oda a Afrodita (Frg. 1 Voigt) y de la Oda a una mujer amada (Frg. 31 Voigt) de Safo”, Cuadernos de Filología Clásica. Estudios griegos e indoeuropeos, 2003, pp. 279-282, 285. 11 Véase la gacetilla titulada “Amor lésbico”, La Patria, 18 de junio de 1882, p. 2.

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la policía. Los “horrores” protagonizados por la chica, en consecuencia, parecían atribuibles a su heterodoxia religiosa y a una desviación moral asociada a ésta. La censura ostensible en esas líneas estaba presente en un trabajo crítico de don Francisco Pimentel, quien se encargó de blandir la pluma para “defender la honra de la interesante Safo”. En efecto, Pimentel ansiaba proteger el decoro de su colega porque otro crítico mexicano, don Alfredo Bablot, la había relacionado con “amores femeniles”, echando mano de un rumor tan indignante como basado en despropósitos, según el Conde. Los argumentos con los cuales respondió circularon a través de las efímeras páginas de un diario y llegaron hasta las más robustas de sus Obras completas y pueden resumirse de la siguiente manera: a) toda la cultura de la Hélade era de una excesiva sensibilidad, de ahí que lo fuera la escritora, incluso con sus congéneres; b) la acusación era producto de una malintencionada y errónea traducción la atribución de un destinatario femenino para los poemas de Safo; c) existió una homónima de la poeta Safo, de oficio cortesana, a quien sí podía imputarse toda clase de “vicios”; d) desde el punto de vista científico no existía el hermafroditismo, así que la escritora debía estar definida en un solo sentido sexual, ligado a su anatomía; e) Safo fue casada y tuvo hijos.12 Naturalmente, resulta útil para el estudio de las sexualidades en México, así como de la representación del cuerpo en general y del cuerpo de las mujeres en particular, la porfía con que el erudito Pimentel negó la sola posibilidad del amor entre mujeres, con base en el caso comentado. Veamos: el argumento de la sensibilidad, tal como se indicó anteriormen-

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Cfr. Francisco Pimentel, “Safo”, Obras completas, 1903, pp. 478-484.

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te, formaba parte del repertorio de características atribuidas a cualquier fémina; en este caso, servía para encausar la emotividad lírica hacia un terreno amplio y capaz de distanciarla de cualquier vínculo comprometido: Safo amaba su entorno con la misma pasión con la que apreciaba a los hombres, a las mujeres, a los animales o las flores; ergo, amaba todo en términos generales y nada en forma específica. La segunda premisa de Pimentel consistía en que las traducciones de los versos habían sido manipuladas. Desde su punto de vista, el interlocutor de la voz poética no podía ser sino masculino, toda vez que la autora de las composiciones era una mujer enamorada. En este punto, sin embargo, el crítico no ofreció prueba alguna, solo develó su profunda indignación. Tampoco brindó evidencias concluyentes cuando refirió la existencia de una cortesana llamada Safo. En torno a esto, resulta significativa la rotunda convicción con la cual juzgó comprensible –disculpable acaso– que una mujer dedicada a ofrecer servicios sexuales a cambio de un pago, estuviera dispuesta a desarrollar actividades dignas de la palabra “vicio”. La hipótesis de la cortesana, dicho sea de paso, pudo haber sido inventada por los defensores de Safo, según cierto biógrafo español.13 Y es notable la manera como Pimentel desechó la posibilidad de amor entre mujeres. Para ello apeló a un punto de vista de cuño vagamente científico, según el cual el término “hermafroditismo” designaba algo inexistente, pues la definición sexual estaba vinculada en forma exclusiva con los órganos sexuales y éstos, a su vez, con la función reproductiva; así, un ejercicio “natural”, legítimo, del amor asociado a la sexualidad tendría como fin único la fecundación. Si los hermafroditas no existían (esto es, si Safo no podía ser parcialmente un hombre que fecundara mujeres), entonces Safo, nacida mujer, estaba impelida “naturalmente”

Cfr. Antonio Fernández Merino, Estudios de literatura griega. Safo ante la crítica moderna, 1884, p. 23. 13

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a interesarse por las mujeres. Más aún, el remate de la demostración del crítico abonó en tal discurso cuando, una vez más sin pruebas, reveló un destino de madre y esposa para su protegida. La denodada salvaguarda de la moral promovida por Pimentel tiene un antecedente en lengua española. Se trata de un volumen editado por lo menos tres veces en Madrid y dedicado a la exposición de lo que hoy llamaríamos recepción literaria: Estudios de literatura griega. Safo ante la crítica moderna. En esas páginas el escritor español Antonio Fernández Merino demostró la magnitud de la notoriedad de la escritora, refirió la existencia de publicaciones de sus versos en varios idiomas y siglos, así como de muchos estudios especializados. Con todo y la erudición de su trabajo compilatorio, él también dedicó mucha tinta a rebatir las pertinaces noticias sobre la identidad sexual de tan “la ilustre cuanto calumniada poetisa”.14 Para lograrlo, acudió a paralelismos como el siguiente: “a Sócrates se le llama pederasta, y por sus lucubraciones filosóficas se le condena a beber la Sicuta; a Safo se le llama tríbade, y exagerando su ardimiento erótico, suponen que se arrojó desde el promontorio de Leucades”.15 Si para Pimentel Safo era ante todo una fina y sensible creadora, para Fernández Merino ella era principalmente una muy respetable educadora de jóvenes. En opinión del español, esa circunstancia había propiciado que un grupo muy concreto e identificable de malintencionados concibiera y divulgara sucesos inverosímiles, cuya finalidad solo podía explicarse como un triste intento por conquistar un auditorio amplio, si bien ignorante:

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los detractores de Safo, como mujer, pudieron encontrar sólo en los autores de la comedia apoyo para afirmar vicios que ninguna autoridad hace creer que fueran ciertos, y que, por tanto, deben su creación a los cómicos atenienses, sin otra razón ni otro motivo que

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Id. Ibid., p. 61.

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dar gusto a la sociedad del tiempo en que vivían […] atienden sólo a lo que puede ser objeto de mofa y burla, presentan a la protagonista como cortesana impúdica, como hetaria descarada, como corruptora de la juventud, dando lugar a que se piense que tal vez lo hicieran así alguna vez, personificando en la poetisa a otro tipo, al que trataran de flagelar duramente con la sátira.16

En el tomo preparado por el peninsular sobresale un dato de interés para historiar el tenso proceso de aceptación y rechazo de una palabra crucial. Ocurre que a lo largo del texto califica como “lesbiana” exclusivamente a quien es nacida en la isla de Lesbos, se trata, por tanto, de un término empleado como mero gentilicio.17 Empero, al citar un trabajo ajeno, el investigador dejó registro del sentido que ya tenía la palabra en algunos ambientes cultos: A ser cierta una tradición, muy extendida, Safo fue no sólo hetaira, sino lesbiana, en toda la extensión de la palabra: «No son los hombres, decía Luciano, los que hacen el amor a las lesbianas». Efectivamente, la palabra lesbiana y el verbo amar a la lesbiana, quedaron en la lengua griega como testimonios irrecusables de la espantosa disolución que reinaba en las costumbres de Lesbos.18

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En suma, es sugerente el hecho de que Pimentel, Dumas, Castelar y el propio Fernández Merino evitaran a toda costa usar la palabra en cuestión; al no expresarla dejaron ver cuánto deseaban que desapareciera aquello que designaba. De ahí la importancia de testimonios como la nota de pie de página registrada por el último de esos autores, o la gacetilla del diario mexicano La Patria, fechada en 1882, citada con anterioridad: ambos demuestran que el silencio en derredor fue pertinaz, pero no suficiente.

Ibid., p. 28. Esto ocurre, por ejemplo, en la página 34. 18 Ibid., p. 51, nota 1. Las cursivas e indicaciones parentéticas son del original. 16 17

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III. Ya se dijo que Ignacio Manuel Altamirano consideró paradigmática a la poeta de Lesbos cuando la nombró en la revista El Renacimiento en 1869, a propósito de Isabel Prieto y Esther Tapia, las dos joyas de las letras nacionales. Cabría añadir que en la “Carta a una poetisa”, fechada en 1871, volvió a mencionarla. En esa ocasión, la griega antigua se ofreció como ejemplo de sensibilidad femenina; de ahí que el Maestro invitara a las creadoras a cantar como mujer o como hombre, atendiendo alternativamente modelos específicos. De buscar lo primero, había que “poseer el ardiente corazón de Safo, o la imaginación exaltada de Santa Teresa”;19 en pos de lo segundo, adoptar “el acento apasionado de Tíbulo o de Propercio”.20 Muy influyente también, el poeta, narrador y periodista Manuel Gutiérrez Nájera echó mano del mismo nombre cuando aludió a la escritora por antonomasia, para oponerla a las impostoras y advenedizas. En esa ocasión, el Duque Job blandió la pluma para impugnar a un colega cubano que acusaba a doña Isabel Prieto de plagio, confundiéndola con otra persona:

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Quien sí cometió en México mismo, firmando con singular avilantez los “Treinta años” de don Gaspar Núñez de Arce, fue una seudopoetisa de cuyo nombre no queremos acordarnos. Entonces hubo quien, mejor enterado que el vulgum pecus del movimiento literario, echase en cara a la Safo de contrabando su descarado e insolente plagio. De aquí procede, acaso, la equivocación que dio margen a los elogios del señor Armas [redactor que había censurado a Isabel Prieto] y a la filípica de La Voz de Cuba [diario donde se publicó la injusta acusación].21

Ignacio Manuel Altamirano, “Carta a una poetisa”, p. 148. Ibid., pp. 148-149. 21 El Duque Job [M. Gutiérrez Nájera], “La señora Prieto de Landázuri y La Voz de Cuba”, p. 2. 19 20

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La reconstrucción de aquellos hechos puede resumirse así: en 1872, en Cuba, El Diario de Cienfuegos circuló un poema firmado por Una mexicana, de quien solo se sabía que radicaba en la isla, consagrada a la docencia. En México, El Siglo xix relató con orgullo esa novedad, dio a conocer el celebrado poema y reveló la identidad de la hasta entonces ignorada poetisa: Dolores Cuesta de Miranda.22 En los sueltos afloró su sólida instrucción, su poco común gusto literario y, como era costumbre a la sazón, no faltó el requiebro: la inspirada dama poseía finos modales y una cortesía encantadora. Todo esto ocurrió justo a tiempo para que el arribo de Cuesta al terruño fuera celebrado por algún diario nacional y para que el siempre entusiasta y fino Anselmo de la Portilla propusiera –y lograra– la admisión de la recién llegada como socia titular del Liceo Hidalgo.23 “Safo de contrabando”, Dolores Cuesta dio jugosos elementos a Gutiérrez Nájera para acentuar la distinción entre quienes abierta e irrefrenablemente apetecían el lustre social –inmerecido, en este caso, desde luego– y quienes solo en forma eventual se aproximaban a las letras, exponiendo su trabajo escrito con mesura e incluso con timidez, disculpándose por pisar terrenos ajenos. Claro que una golondrina no hace verano, pero la anécdota fue suficiente para poner en tela de juicio la idea de que todas las poetisas se conformaban con ser diletantes y para mostrar hasta dónde estaban dispuestas a llegar algunas de ellas en busca de fama. En esa ocasión, la poeta fue emblema de algo que hoy podría estimarse como seriedad profesional.

22 Una mexicana [Dolores Cuesta de Miranda], “Treinta años”, El Siglo xix, 2 de noviembre de 1872, p. 2. El poema en cuestión en efecto fue reproducido en el Diario de Cienfuegos; véase Juvenal “Boletín del Monitor”, El Monitor Republicano, 6 de noviembre de 1872, p. [1]. 23 Juvenal, “Boletín del Monitor”, El Monitor Republicano, 6 de noviembre de 1872, p. [1].

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De esta forma, si el Maestro había colocado a Safo en su breve lista de escritoras dignas de atención, el Duque Job hizo lo propio en sus artículos cuando mencionó a Teresa de Jesús y a la de Mitilene como dechados de apasionamiento lírico; a la española María del Pilar Sinués de Marco, como deplorable ejemplo de lo preferido por muchas lectoras de revistas; y a Rosa Espino (seudónimo del general Vicente Riva Palacio), como autora de apólogos de recomendable lectura.24 Una griega nacida antes de nuestra era, una española de los Siglos de Oro y otra a quien se tachaba de frívola, así como un militar escondido tras un seudónimo: tales eran algunas de las ambiguas sugerencias para las versificadoras del país. Datos como los expuestos hasta aquí, dejan ver cuán significativa fue la poeta de Lesbos en el México decimonónico. Ciertamente, ella y otras figuras relevantes debieron pasar por un filtro extra-literario antes de ser propuestas como dechados: a sor Juana se le reprochó su condición de monja y a Gómez de Avellaneda sus relaciones extramaritales, en tanto a Safo se le inventó una vida con base en testimonios escasos y tardíos. Ejemplo de calidad literaria, ejemplo de feminidad, peligroso ejemplo de desobediencia al canon socio-simbólico, la poeta de Lesbos fue referencia obligada cuando de las ventajas y desventajas del binomio literatura-mujeres se habló en este país, durante el siglo antepasado.

24 Véase Manuel Gutiérrez Nájera, “El arte y el materialismo”, publicado originalmente en El Correo Germánico los días 5, 8, 17, 24 y 26 de agosto y 5 de septiembre de 1876; “El movimiento literario en México”, inicialmente en El Nacional el 4 de mayo de 1881; “La Academia mexicana”, publicado en La Libertad los días 14 y 15 de agosto de 1884. Los tres, consultados en La construcción del Modernismo (antología), pp. 18, 34 y 73.

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Bibliografía Altamirano, Ignacio Manuel, “Carta a una poetisa”. La literatura nacional, Revistas, ensayos, biografías y prólogos, tomo ii, edición y prólogo de José Luis Martínez, México, Porrúa, 2002. Castelar, Emilio, “Safo”, Galería histórica de mujeres célebres, tomo iv, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Álvarez Hermanos, 1886. La construcción del Modernismo. Antología, introducción y rescate de Belem Clark de Lara y Ana Laura Zavala Díaz, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2002. Dumas, Alejandro, “Safo”, Galería histórica de las mugeres más célebres de todas épocas y países, escrita por los señores D’Araquy, Dufayl, Alejandro Dumas, de Genrupt, Arsenio Huissaye, Miss Clarke, París, Librería de Rosa y Bouret, 1858. Fernández Merino, Antonio, Estudios de literatura griega. Safo ante la crítica moderna, Madrid, J. Gaspar Editor, 1884. Gilbert, Sandra y Susan Gubar, La loca del desván. La escritora y la imaginación literaria del siglo xix, Madrid, Cátedra, Universitat de Valencia, Instituto de la Mujer, 1998. Gómez de Avellaneda, Gertrudis, “Soneto, imitando una oda de Safo”, Poesías líricas de la señora doña… Madrid, Librería de Leocadio López, 1877. Olavarría, Enrique de, Reseña histórica del teatro en México 1538-1911, tomo ii, Prólogo de Salvador Novo, edición ilustrada y puesta al día de 1911 a 1961, México, Porrúa, 1961. Pimentel, Francisco, “Safo”, Obras completas, tomo iii, México, Tipografía Económica, 1903.

Fuentes hemerográficas “Amor lésbico”, La Patria, México, 18 de junio de 1882, p. 2. El Duque Job [Manuel Gutiérrez Nájera], “La señora Prieto de Landázuri y La Voz de Cuba”, p. 2.

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González González, Marta, “Versiones decimonónicas en castellano de la Oda a Afrodita (Frg. 1 Voigt) y de la Oda a una mujer amada (Frg. 31 Voigt) de Safo”, Cuadernos de Filología Clásica. Estudios griegos e indoeuropeos, núm. 273, vol. 13, 2003, pp. 273-312. Juvenal [Enrique Chávarri], “Charla de los domingos” de El Monitor Republicano, 5ª época, año xxii, núm. 293. México, 8 de diciembre de 1872, p. 1. Méndez de Cuenca, Laura, “Venus (de Safo)”, El Mundo Ilustrado, núm. 16, tomo i, año x, México, 19 de abril de 1903, s.n.p. “Nueva Safo”, La Patria, México, 18 de agosto de 1901, p. 3. “Representación de Safo”, La Iberia, año vi, núm. 1740, México, 7 de diciembre de 1872, p. 3. Sepúlveda, Ricardo, “Una señora célebre. Safo”, El Monitor Republicano, 5ª época, año xxi, México, 16 de julio de 1871, p. 2. --------, “Una señora célebre. Safo”, La Voz de México, tomo ii, núm. 279, México, 26 de noviembre de 1871, pp. 1-2. Soler Arteaga, María de Jesús, “Safo en las poetas románticas españolas”, Escritoras y escrituras [revista del Grupo de Investigación de la Junta de Andalucía y de la Universidad de Sevilla], núm. 8, octubre 2009, de: «http:// www.escritorasyescrituras.com/revista.php/8/67» [acceso: 27 de noviembre de 2010]. Una mexicana [Dolores Cuesta de Miranda], “Treinta años”, El Siglo xix, 2 de noviembre de 1872, p. 2.

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