Entre la desolación y el combate. Dos corrientes de la historiografía europea de entreguerras

July 25, 2017 | Autor: Claudio Damian Sacco | Categoría: Annales school, Historiografía, Entreguerras
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Descripción

Entre la desolación y el combate. Dos corrientes de la historiografía europea de entreguerras 1. Introducción Naturaleza y cultura adquieren historicidad en la palestra vertiginosa donde lo que quiere nacer, estrecha su danza de hachas y piedras sobre aquello que no quiere morir. Reflejó este drama universal la historiografía europea del período de entreguerras (1918 – 1939), alcanzando a desplegar luces renovadoras sobre un escenario social y político amenazado por el fascio littorio y la esvástica, por los fieros moros del generalísimo y por las patéticas ordalías del estalinismo.1 Esas luces fueron encendidas en Francia a fines de los años veinte por dos “herederos” del establishement académico de la Universidad de Estrasburgo.2 Nos estamos refiriendo a Marc Bloch y a Lucien Febvre, cofundadores en 1929 de la revista “Annales d’ Histoire Économique et Sociale”. Tomando en consideración lo planteado por Iggers respecto de las vinculaciones de la ciencia histórica con el doble marco sociocultural y político que condiciona su desarrollo3, no podemos comprender la emergencia de una corriente historiográfica como Annales sin tener en cuenta el contexto cultural y político de la Europa que presenció su nacimiento. En dicho contexto fueron dirimiéndose asuntos de formidable trascendencia para el devenir mismo de la modernidad occidental. Entre ellos caben ser destacados la reflexión crítica sobre el papel y función del artista y del arte mismo4; la elaboración de teorías y/o praxis literarias que pretendieron actuar sobre la realidad mediante la reelaboración crítica de sus principales elementos5; la progresiva imposición de los timbres y melodías “populares” como principios ordenadores de la composición musical en aquella época que Benjamín denominara “de la reproductibilidad técnica”6; el nacimiento de una arquitectura racional y funcional dirigida a las necesidades del hombre común7; y la consolidación de un circuito masivo de consumo simbólico a través del cine y la radio, o lo que es lo mismo, de dos terminales de la incipiente industria cultural.8 Sin embargo, a esta constelación de procesos culturales que convergían en la fragua de la mixturación de estilos, temáticas y lenguajes, se opuso sociopolíticamente aquello que Erich Kästner bautizara de forma retrospectiva como la “edad de la lata”.9 Decía el polígrafo alemán, “la humanidad ha renunciado a sí misma. Llegar a ser conserva dentro de la lata de conserva; ese es el sueño de todo el mundo. Ha comenzado la edad de la lata” (Kästner: 68; 1961).10 Y a pesar de las

impugnaciones que frentes populares y revoluciones opusieron al arranque de esta edad, ella acabó triunfando con sus Mussolinis, Hitlers, Francos, Salazares y Stalines, destacados “envasadores” de dicha edad. Sin embargo, de cara a la emergencia de los Estados totalitarios; enfrentando la consolidación del trust company y del imperialismo; afrontando el nacimiento de una cultura de masas que ponía en entredicho los principales referentes institucionales de los paradigmas liberal y socialista; fueron articulando respuestas diversas y no pocas veces opuestas, las diferentes corrientes historiográficas de la Europa de entreguerras. En este trabajo, examinaremos los posicionamientos relativos que tomaron frente a este doble contexto cultural y sociopolítico, dos corrientes historiográficas emblemáticas como ser: a) el idealismo croceano de matriz hegeliana y b) la renovación heurística y hermenéutica encarada por la escuela de Annales. Vale destacar que el grado de compromiso político esgrimido por cada corriente de cara a la crisis de la democracia liberal clásica, mostró diferencias de grado conforme al contexto nacional en que debieron operar los historiadores.11 La realidad nacional de una Italia fascista presionó de manera incesante sobre la escritura presente del pasado nacional y europeo que sobrellevó un idealista liberal como Croce. Por otra parte, utilizando un concepto caro a E. P. Thompson, podemos decir que el “entramado hereditario”12 de la primera generación de Annales la ligó fuertemente a las discusiones epistemológicas y metodológicas de una tradición nacional donde se distinguían epígonos durkheimianos como Simmiand, los cuales bregaban por la constitución de un método de análisis comprensivo de la sociedad y su historia. En contraposición, un fiel exponente del positivismo como Seignobos, establecía en su obra “Méthode Historique et sciencie sociale” un método único de investigación de carácter inductivo para todas las ciencias sociales, dado que –como en el caso de la Historia-, no podían conocerse los hechos “sino tan sólo las huellas de los mismos: los documentos” (Devoto: 55-56; 1992). De esta manera, existieron diferentes prácticas historiográficas que darían por resultado diferentes definiciones del objeto histórico, de los métodos para abordar su estudio, de las fuentes para estudiarlo, etc. Estas divergencias de las prácticas quedaban ligadas a realidades nacionales disímiles que fueron constituyendo desolaciones y combates de igual condición. Sin embargo, no debemos perder de vista que al menos un elemento común vinculó al idealismo croceano con la escuela de Annales, a saber, el clima cultural de crisis y renovación que vivió Europa entera entre ambas guerras mundiales. A continuación y sirviéndonos en lo fundamental de los aportes bibliográficos de Burguière, Momigliano e Iggers, trataremos de esclarecer algunos pasajes claves de la confrontación agonal entre un tipo de historiografía que quiere constituirse como campo problematizador del pasado so-

ciocultural y aquella otra que, a pesar de autodefinirse como liberal y laica, ni quiso ni pudo renunciar a ser filosofía eterna del fatum christianum.13 2. Benedetto Croce, o el reproche del idealismo-liberal en la Italia fascista Durante el apogeo del régimen fascista, la figura de Benedetto Croce adoptó en cierta medida los contornos literarios de un Stepán Trofímovich Verjovenski, personaje inmortal de la novela “Los demonios” de Dostoievski. Podía declamar Croce en Italia, como lo hiciera Verjovenski en la provinciana aldea de Skvoréshniki, aquellos versos que decían: “como un reproche plasmado (…) ante el país te has alzado, Idealista-liberal” (Dostoievski: 20; 1985). Sin embargo, entre la Rusia del zar Alejandro II y la Italia de Benito Mussolini, se presentaban muy importantes diferencias que incidían de modos incomparables sobre los “idealistas-liberales”. El fascismo italiano, de por sí antiliberal y antiparlamentario, devenía un tipo de régimen estatal que se legitimaba a sí mismo como superador de las grandes antinomias que “carcomían” a la sociedad moderna (vg. capital versus trabajo; individuo versus masa; pueblo versus líderes, etc.).14 En este sentido, el fascismo supo abrir una puerta de ingreso a intelectuales del círculo croceano como Gentile y Volpe, quienes vieron en aquel una superación de las antinomias por medio del poder ordenador del Estado corporativista. Vale recordar que el mismísimo Benedetto Croce había saludado complacido en marzo de 1919 el nacimiento de los “fascios de acción”, caracterizando a su fundador como “restaurador de la libertad nacional y portador de savia y energía a la vacilante democracia”.15 Sólo cuando los nubarrones fascistas habían encapotado totalmente el cielo italiano, Croce comenzó a clamar por el sol invisible de la libertad y la democracia. Corría el año 1925, Amendola y Gobetti muertos a golpes, Salvémini huyendo para salvar su vida y Gramsci condenado a una lenta muerte en prisión (Momigliano: 294). Cuando la oposición al régimen se batía en retirada, cuando la desolación se adueñaba del escenario cultural, Croce reaccionó de una forma contraria a como lo hicieron muchos intelectuales de su contexto nacional. Incrementó sus investigaciones históricas, publicando en 1931 una obra clave como “Storia d’ Europa”, inspirada en la “Histoire de la civilisation en Europe” del liberal francés Guizot (Momigliano: 298). Como lo conceptuara Chabot, la “Storia” se convirtió en una especie de combate croceano por la historia, siendo que su autor libraba a través del mismo una batalla ideológica contra el Estado totalitario (Colli: 50; 1993). En dicha obra Croce reivindicó a la diversidad contra la homogeneidad, situando el motor de la historia en la confrontación que el espíritu absoluto de la Libertad sostenía contra el activismo político. Esta especie de hidra moderna, sirviéndose de falsos ideales, desplegaba las funestas cabezas del imperialismo, el nacionalismo, el comunismo y del maquinismo desespiritualizante (Croce: 1995). Seis años antes de la publicación de esta obra, Croce había caracterizado al fascismo como “un movimiento de defensa del orden social, patrocinado, en primer lugar, por industriales y agri-

cultores y, en cuanto tal, no sólo indiferente a la literatura y a la cultura, sino intrínsecamente hostil, al ver que de la cultura y del pensamiento han venido todos los peligros (…) del orden social”.16 Coherente con esta visión, Croce juzgaba como poco afortunada la empresa de muchos intelectuales que pretendían nutrir las filas del movimiento fascista, aspirando a transformarlo desde dentro. La esencia activista del movimiento, transmitía a los cuadros fascistas una desconfianza abierta hacia todos los intelectuales, incluyendo a aquellos que se sumaban a las filas del movimiento. Ante esta situación, no resulta descabellado que el régimen haya impuesto sus censuras y desplegado persecuciones sobre muchos intelectuales. Pero, no menos cierto que ello, también existieron diferencias muy considerables en cuanto a las medidas tomadas respecto de cada intelectual en particular. Podemos advertir en casos como el italiano del período de entreguerras, la relación directa que vincula historiografía con política. Gramsci no era sólo un rival intelectual, sino fundamentalmente un enemigo político para los sueños corporativos del duce. En contraposición, Croce se mostraba básicamente como un rival intelectual, mas no político. Su periódico La Critica continuó funcionando durante el fascismo, ya que Mussolini juzgada pertinente “mantener con vida una publicación anticomunista y anticlerical” (Momigliano: 295). Tampoco incomodaban al régimen los marcos conceptuales del idealismo croceano, condensados en una visión de la historia de carácter evolutivo que confería un papel central a la acción del individuo y sobre todo de las elites políticas (Colli: 50-51). Croce, al igual que muchos de sus herederos, planteó una historia ético-política que giraba en torno a una definición amplia del Estado.17 Es por estos motivos, que Croce presentó durante el período dictatorial de Mussolini los contornos literarios y patéticos de un Stepán Trofímovich Verjovenski. Era el reproche plasmado de una corriente filosófico-histórica que se resistía a morir en un medio político y cultural que, en el fondo, tampoco deseaba liquidarla. Tengamos presente que doctrinarios vernáculos como Monaldo Leopardi, Antonio Minutolo di Canosa, Marco Antonio Parenti, Paolo Ruffini y Guiseppe Baraldi, fueron todos durante el siglo XIX fervientes idealistas que nutrieron con su labor intelectual las raíces del pensamiento reaccionario italiano.18 Cuando finalmente se derrumbó el Estado fascista, la historiografía idealista-liberal de Benedetto Croce resistió varios lustros más, unas veces adecuada a las exigencias de historiadores “oficiales” como Federico Chabod y otras veces trasfigurada en la producción de jóvenes historiadores marxistas, como los que fundaron en 1949 la revista Società (Colli: 51). No obstante lo dicho, de la historiografía croceana han trascendido elementos conceptuales muy significativos incorporados por otras corrientes y sintetizables en: a) toda la historia es historia contemporánea, siendo que pensar el pasado sirve al esclarecimiento del presente y b) en todo relato histórico existen relaciones entre la política y la ética, merced a las cuales la praxis concreta del historiador/a la compromete subjetivamente no sólo con su relato de la historia, sino con la sociedad y el tiempo en que dicho relato es producido (Momigliano: 299).

Por último, señalemos que la matriz filosófica de la historiografía croceana se condensó en el fatalismo y el providencialismo, como así también en el panlogismo hegeliano19 y el inneísmo platónico20. Estos elementos pueden presentarse a nuestros ojos como los restos arqueológicos de una concepción pesimista de la historia, conforme a la cual, el mundo mismo se presenta fuera del control humano. Y sin embargo, como el Homero del que nos habla Vidal-Naquet, dicha matriz filosófica lejos de haber muerto definitivamente adquiere aún en la actualidad la forma de un cadáver al que debemos matar regularmente.21 3. Annales, una ciencia histórica a la medida de tiempos imprevisibles22 Annales nacía diez años después de la firma del Tratado de Versalles (junio de 1919). Mientras se consolidaba el totalitarismo en Italia, los franceses pagaban el fin de los “años locos” con una creciente desvalorización del franco que repercutía en un aumento de la inflación, como así también en la progresiva debilidad política de los gobiernos de la Tercera República (Parker: 185215; 1996). A pesar de ello, la sociedad francesa mantenía sus convicciones democráticas, lo cual quedó expresado el 14 de julio de 1935 en el velódromo Buffalo, cuando la multitud que celebraba otro aniversario de la toma de la Bastilla prestó juramento al programa del Frente Popular (Elleinstein: 97; 1982). Esta coalición antifascista formada por radicales, socialistas, comunistas e independientes, logró vencer en las elecciones de mayo de 1936, llevando a la más alta magistratura a su candidato León Blum. Sin embargo, las esperanzas de una Francia democrática que ampliase los derechos sociales de las masas trabajadoras fue brutalmente segado, cuando cuatro años más tarde en el mismo vagón donde Alemania supo firmar su rendición de 1918, el mariscal Petain firmaba la rendición de Francia a las tropas del Eje (Amilibia: 110; 1972). En la Francia de Vichy, intelectuales como Marc Bloch pasarían a la resistencia anti-nazi, pagando con su vida el precio de la liberación nacional.23 Esta brevísima ilustración del contexto epocal francés, nos sirve para ubicar el nacimiento de Annales en su medio sociocultural y político. Esta escuela de extraordinaria trascendencia para el desarrollo posterior de la ciencia histórica, no debió enfrentar como en el caso del idealismo croceano, un ambiente hostil donde los capitostes del Estado –como bien nos recuerda Fellini en sus películas “Roma” y “Amarcord”- cubrían con sus cuadros políticos desde las cátedras de las universidades hasta los últimos rincones del sistema educativo. La desolación que hallaron los hombres de Annales no fue de índole política, sino más específicamente historiográfica. De allí que los principales combates librados por sus demiurgos –vg. Bloch y Febvre-, hayan tenido por liza un campo intelectual más receptivo a las polémicas e incluso a la renovación. De hecho, como bien puntualiza Burguière, “(la revista) tenía por objetivo fabricar-

se enemigos, para construir sobre ese capital de hostilidad un espíritu de grupo, aquello que los directores llamaban ‘el espíritu de Annales’” (Burguière: 84; 1993). Señalemos a continuación, siguiendo el análisis de Iggers, los elementos más destacados que constituyeron algo así como la base organizativa del programa historiográfico de Annales. Por empezar, Bloch y Febvre se presentaron desde el inicio como dos intelectuales remisos a adoptar doctrinas que condicionasen sus enfoques y métodos de investigación (Iggers: 49). En este sentido, el “espíritu de Annales” se presentó a sí mismo como anti-doctrinario. A su vez, la praxis debía prevalecer sobre la teoría, sin que ello excluyera la existencia de importantes presupuestos teóricos. Por otro lado, su componente más significativo consistió en el enfoque antropológico de la cultura como principio ordenador de la realidad histórica, capaz de diluir aquellas “magnitudes fijas que hasta entonces habían desempeñado un papel tan importante” (Iggers: 49).24 Hermenéuticamente, tanto Bloch como Febvre optaron por la “historia problema” en contraposición a la tradicional “historia hitorizante” de Seignobos. En lo metodológico, ambos se decidieron por el uso del método comparativo, siendo que Bloch lo utilizó para develar “el abismo que separa dos mentalidades” –vg. la del siglo XVI y la del siglo XX- en torno a “las tendencias de la conciencia colectiva” en su relación con la autoridad estatal (Bloch: 1993). En cuanto a las fuentes, debemos decir que destacan en esta primera generación de Anales las de tipo cualitativo, aunque no todas ellas necesariamente vinculadas al poder estatal (vg. documentos diplomáticos, partes de campañas militares, etc.), fuentes de las que solía servirse casi de modo exclusivo la tradición historiográfica precedente. Bloch recurrió al folklore popular para recrear de forma vívida “todo ese conjunto de supersticiones y leyendas que constituye lo ‘maravilloso’ monárquico” (Bloch: 26; 1993). Asimismo, las relaciones interdisciplinarias con la geografía, la lingüística, la antropología y sociología, etc., fueron otra marca distintiva que identificó a los Annales desde su primera generación en adelante. De este modo, encontramos a Febvre preguntándose en su obra sobre Rabelais, si los contemporáneos eruditos del polígrafo francés que hablaban el latín, pensarían también a la latina (Febvre: 253; 1993). Por último, vale consignar la ruptura del tiempo lineal25 y la supresión de la “nación” como unidad de análisis en torno a la cual estructurar el relato histórico, aunque la primera ruptura esté de hecho más ligada a la segunda generación de los Annales liderada a partir de 1956 por Fernand Braudel. Sería incompleto este recorrido somero a través de los principales elementos organizativos del programa de Annales, si no marcamos claramente qué cosa no se propuso la escuela liderada por Bloch y Febvre. Una teoría de la historia o de la historiografía jamás estuvo entre los planes de sus cofundadores. La revista debía ser ante todo “un foro a las diversas corrientes y a los nuevos enfo-

ques” (Iggers: 51). Y tampoco existió un denominador político común capaz de reducir a todos aquellos historiadores que formaron parte de su despegue, siendo esta una diferencia importante respecto del caso italiano, donde los liberales visualizaron al Croce de entreguerras como referente ideológico del antifascismo. Otro mecanismo disruptivo que instituyó Annales como publicación, fue un “estilo directo y polémico (que) rompía la capa de prudencia universitaria que impedía el debate de ideas y convertía en prácticamente imposible e inconveniente una verdadera discusión de la producción científica” (Burguière: 84). Después de todo lo dicho, vale preguntarse acerca de si esta escuela historiográfica socalzó de forma exclusiva en la tradición francesa, o si por el contrario, sus máximos exponentes adoptaron elementos de otras tradiciones. Pues bien, debemos decidirnos por lo segundo antes que por lo primero. Como bien señala Iggers, “Lucien Febvre y, sobre todo, Marc Bloch, quien en los años 1908/09 estudió en Leipzig y en Berlín, han seguido atentamente la historiografía social y económica alemana” (Iggers: 50). Sin embargo, su deuda con la geografía humana de Vidal la Blache y con la sociología de Emile Durkheim, también devinieron jalones incontestables de la tradición historiográfica inaugurada por Annales. La revista de Henri Berr –Revue de Synthése- también apareció como espacio de diálogo antes que como inspiración teórica (Burguière: 86). ¿Cuáles fueron las temáticas encaradas por Annales durante los imprevisibles años de la década de 1930? Pues no fueron las temáticas desarrolladas en sus respectivas obras por el medievalista Bloch y el modernista Febvre. Durante los años treinta, la revista centró su atención en “los problemas de la moderna sociedad industrial, en las grandes ciudades del mundo desarrollado, así como también del mundo todavía colonial. También se analizaron las nuevas formas políticas –fascismo, bolchevismo y New Deal-” (Iggers: 57). Como dijimos en la introducción de este apartado, la invasión alemana de 1940 y la IIda Guerra Mundial, operaron como agentes destructivos en ese medio político y cultural francés que supo avistar una luz de esperanza en el triunfo del frente Popular de mayo de 1936. Pero el país de Vichy no logró matar aquello que venía forjándose en el medio intelectual y académico de la Tercera República. Abordar la historia como problema, desde una perspectiva diferente a la de las elites sociopolíticas y culturales; visualizarla desde las tradiciones y estructuras mentales de los hombres y mujeres anónimos del pueblo; aspirar a una “historia global” que subsumiese desde la cultura al Estado, a la economía y a la sociedad misma; fueron progresos incontestables que Annales trajo consigo y que ninguna fuerza de ocupación pudo aniquilar. Y a diferencia del Homero de Vidal-Naquet, el cuerpo fusilado de Marc Bloch pasó a ser un cadáver simbólico de esas luces que no pueden apagarse.

4. Notas El fascio littorio era y es, el emblema partidario de los fascistas italianos, el cual simboliza –según ellos-, la unidad, la fuerza y la justicia. El ascenso de este emblema se produjo en Italia a partir de 1922, año en que Mussolini cumplió su marcha sobre Roma en gran parte merced al inestimable apoyo oficial del mismísimo rey italiano. Por otra parte, la esvástica como símbolo del N.S.D.A.P. (National-Sozialistische Deutsche Arbeiter Partei), se enseñoreó de Alemania a partir del fulgurante triunfo electoral de 31 de julio de 1932. Los “moros del generalísimo” no son otros que los mehalas (legionarios marroquíes al servicio del ejército colonial español) quienes invadieron la España republicana en julio de 1936, dirigidos por el Grl. Francisco Franco. El derrumbamiento final de la República se producirá el 1 abril de 1939, fecha en que Franco anunció por radio: “han ocupado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. Por último, Rusia empezó a configurar, a partir de julio de 1934, los principales organismos del terror estalinista (vg. creación del ministerio del Interior o NKVD; constitución de una conferencia especial denominada OSSO que pasó a hacerse cargo de la seguridad de la URSS; creación de una dirección de los campos de trabajo bajo las siglas GULAG, etc.). Dos años después se iniciaron las purgas, históricamente conocidas como los tres “Juicios o Procesos de Moscú” que finalizarían en 1938. El resultado de estas purgas fue la liquidación de la vieja guardia bolchevique. Para el caso italiano cfr. García Orza: 1972; para el caso alemán, Hitler: 1993; para el español, Amilibia: 1971 y para el ruso, Fetscher: 1975 y Elleinstein: 1982. 2 Cfr. la caracterización que André Burguière lleva a cabo sobre Bloch y Febvre, tendente a revertir la imagen de “dos marginales” con que han sido pintados por autores posteriores. Burguière: 82 – 83; 1993. 3 Vale citar textualmente al autor de marras cuando afirma: “una ciencia que se halla tan estrechamente unida a los valores y a las intenciones humanas como la ciencia histórica, debe verse dentro del marco sociocultural y político en que se desarrolla” (Iggers: 24; 1995). 4 Cfr. Bozal: 46; 1986. 5 Uno de los casos más emblemáticos viene dado por quien fuera acaso el máximo exponente del expresionismo alemán: Franz Kafka. Este genial escritor checo, mostró una habilidad impar para volver “cotidianos, ambientes intolerablemente opresivos” (Mainer: 77; 1986). De forma similar, el francés François Mauriac supo modelar “en sus inquietantes paisajes de las Landas cerrados universos de crisis e incomprensión familiar” (Mainer: 79). 6 Walter Benjamín había escrito en 1936 un ensayo titulado “La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica” que resultó interpelado dos años después por el texto de Theodor W. Adorno, “El carácter de fetiche en la música y la regresión en la escucha”. La repercusión de esta polémica dio lugar a un significativo debate acerca de la cultura en la sociedad de masas, que no dejó sin problematizar las diferentes posturas que los intelectuales podían adoptar de cara a dicho fenómeno. Cfr. Aracil: 101; 1986. 7 Obviamente el nombre más destacado de la escuela racionalista fue el de Charles Edouard Jeanneret, más conocido por el apelativo de Le Corbusier, de quien no debemos olvidar su paso triunfal por las artes plásticas, sustanciado en la cofundación del purismo junto al pintor Amédée Ozenfant en 1917. Cfr. Tentori: 1; 1995. 8 Si bien los medios masivos de comunicación nacieron en el pasaje del siglo XIX al XX, su desarrollo y expansión resultaron dramáticos durante el período inmediatamente posterior al crack financiero de 1929. Cfr. Gubern: 83; 1986. 9 Cfr. de dicho autor su comedia en nueva actos titulada “La escuela de los dictadores” (Kästner: 1961). 10 Igual de pesimista se nos presenta la reflexión de Giovanni Papini en su relato “El mendigo de almas”; “el hombre hizo ademán de marcharse. Me quedé por un momento como trastornado por el terror. Aquella vida monótona, corriente, regular, prevista, medida y vacía, me llenó de una tristeza tan aguda (…), que estuve casi a punto de echarme a llorar y de huir”. Cfr. Papini: 49; 1985. 11 Benito Mussolini expresaba doctrinariamente la crisis del liberalismo clásico en estos términos: “la concepción fascista está en contra del liberalismo clásico (…), que ha terminado su misión histórica una vez que el Estado se transformó en la conciencia y voluntad del pueblo. El liberalismo negaba al Estado en los intereses del individuo particular; el fascismo reafirma el Estado como realidad verdadera del individuo. Y si la libertad debe ser atributo del hombre real (…), la sola y única libertad que puede ser cosa seria (es) la libertad del Estado y del individuo dentro del Estado”. Cfr. Mussolini: 54; 1993. Por su parte, Adolf Hitler efectuaba su condena doctrinaria de la mismísima noción liberal del Estado burgués, cifrando en “la raza y no (en el) Estado lo que constituye la condición previa de la existencia de una sociedad humana superior”. Cfr. Hitler: 200; 1993. 1

Cfr. el capítulo 2, “El entramado hereditario: un comentario”, de la obra de E. P. Thompson: “Agenda para una historia radical” (Thompson: 45 – 86; 2000). 13 Conforme a lo establecido por Leibniz en el prefacio de su Theodicea, el fatum chrstianum alude a la resignación humana que confía ciegamente en los designios de la Providencia. Cfr. Dynnik: 374; 1960. En relación análoga, podemos decir que existe cierto imperativo croceano que también confía ciegamente en los designios de la Libertad, cual si se tratase de la mismísima Providencia cristiana. Oigamos lo que dice Momigliano respecto de la filosofía croceana de la historia: “su concepción de la historia como historia de la libertad era esencialmente fatalista porque confiaba en la Providencia” (Momigliano: 296; 1993). Por otro lado, no fue otro que Benedetto Croce quien siendo ministro de Educación en 1920 había implantado “la instrucción religiosa –esto es, el catecismo católico- en las escuelas elementales del Estado” (Momigliano: 294). 14 Cfr. el excelente artículo de Franceso Leoni, “Croce y el fascismo: una valoración crítica”, en publicación electrónica http://www.cepec.es/rap/Publicaciones/Revistas/2/REP_178_179.pdf 15 Cfr. el artículo precitado de Franceso Leoni en http://www.cepec.es/rap/Publicaciones/Revistas/2/REP_178_179.pdf. Por otra parte, Croce había sido “un firme defensor del periódico nacionalista Politica, en el que también coaboró” (Momigliano: 294; 1993). 16 Cfr. el artículo precitado de Franceso Leoni en http://www.cepec.es/rap/Publicaciones/Revistas/2/REP_178_179.pdf. 17 El “Estado” de la tradición croceana no se reducía al gobierno y demás instituciones de regulación pública, sino que incluía también “aquello que se encuentra fuera del Estado, sea que coopere con el mismo o se esfuerce por modificarlo, revisarlo, sustituirlo” (Colli: 50). 18 Cfr. el artículo de Franceso Leoni, “El pensamiento reaccionario en la historia de Italia”, en publicación electrónica http://www.cepec.es/rap/Publicaciones/Revistas/2/REP_175_061.pdf. 19 Doctrina de Hegel según lo cual todo lo real es racional en tanto deriva del desenvolvimiento dialéctico de la Idea. 20 Doctrina que admite la existencia de ideas o principios innatos. Conforme al realismo idealista de Platón las ideas son ingénitas. 21 Cfr. Vidal-Naquet: 142; 1992. 22 Este título se inspira en el Prólogo escrito por Lucien Febvre para su libro “Combates por la historia”. “En la sangre y en el dolor se engendra una humanidad nueva. Y por tanto, como siempre, una historia, una ciencia histórica a la medida de tiempos imprevisibles va a nacer” (Febvre: 10-11; 1993). 23 En el año 1944, después de sufrir las torturas nazis, March Bloch fue fusilado en las afueras de Trévoux. 24 Dichas magnitudes, caras a la tradición historicista de matriz rankeana, pasaban por el Estado, la economía, la religión, la literatura y las artes. Cfr. Iggers: 49. 25 Braudel en su obra acerca del Mediterráneo en tiempos de Felipe II, se ocupó de distinguir tres tiempos, como ser: el de larga duración (long durée) cifrado en el espacio geográfico; el tiempo lento de las estructuras sociales y económicas (conjonctures) y el rápido de los acontecimientos políticos (événéments). Cfr. Iggers: 54). 12

5. Bibliografía 1. R. García Orza, Mussolini y el fascismo, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1972. 2. A. Hitler, Mi lucha, Buenos Aires, Ediciones Cultura Política, 1993. 3. M. de Amilibia, La guerra civil española, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1971. 4. I. Fetscher, Comunismo, de Marx a Mao, Barcelona, Plaza & Janes, S. A. Editores, 1975. 5. J. Elleinstein, Historia del comunismo, 1917 – 1945, Barcelona, Planeta Editores, 1982. 6. A. Burguiére, “La historia de una historia: el nacimiento de Annales” en: N. Pagano y P. Buchbinder, La historiografía francesa contemporánea, Buenos Aires, Biblos, 1993. 7. G. Iggers, “La ciencia histórica desde el historicismo clásico hasta la historia como ciencia social analítica”, en La ciencia histórica del siglo XX, Barcelona, Labor, 1995. 8. V. Bozal, “El arte de entreguerras” en: AA.VV. La cultura de entreguerras, Madrid, revista Historia 16, 1986. 9. J. C. Mainer, “Literatura para una crisis” en AA.VV. La cultura de entreguerras, Madrid, revista Historia 16, 1986. 10. A. Aracil, “Los nuevos caminos de la música” en AA.VV. La cultura de entreguerras, Madrid, revista Historia 16, 1986. 11. R. Gubert, “Las industrias del ocio” en AA.VV. La cultura de entreguerras, Madrid, revista Historia 16, 1986. 12. E. Kästner, La escuela de los dictadores, comedia en nueve actos, Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1961. 13. G. Papini, Lo trágico cotidiano; el piloto ciego; palabras y sangre, Buenos Aires, Hyspamérica, 1985. 14. B. Mussolini, La doctrina del fascismo, Buenos Aires, Ediciones Cultura Política, 1993. 15. E. P. Thompson, Agenda para una historia radical, Barcelona, Crítica, 2000 16. F. Devoto, “Repensando una antigua polémica entre historiadores y sociólogos. El debate Simiand-Seignobos y algunos dilemas de la historiografía contemporánea”, en: F. Devoto, Entre Taine y Braudel, Buenos Aires, Biblos, 1992. 17. M. A. Dynnik, Historia de la filosofía, México, Grijalbo, S. A., 1960. 18. A. Momigliano, “Reconsideración de B. Croce (1866 – 1952)” en: Ensayos de historiografía antigua y moderna, México, FCE, 1993. 19. F. Dostoievski, Los demonios, Buenos Aires, Hyspamérica, 1985.

20. F. Leoni, Croce y el fascismo: una valoración crítica, en publicación electrónica http://www.cepec.es/rap/Publicaciones/Revistas/2/REP_178_179.pdf 21. D. Colli, “Idealismo y marxismo en la historiografía italiana de los años 50 y 60” en: La historiografía italiana contemporánea, Buenos Aires, Biblos, 1993. 22. B. Croce, La historia de Europa del siglo XIX, Buenos Aires, Anel, 1995 (selección). 23. F. Leoni, El pensamiento reaccionario en la historia de Italia, en publicación electró. http://www.cepec.es/rap/Publicaciones/Revistas/2/REP_175_061.pdf. 24. P. Vidal-Naquet, Democracia griega, una nueva visión. Ensayos de historiografía antigua y moderna. Barcelona, Akal, 1992. 25. L. Febvre, Combates por la historia, Barcelona, Planeta-Agostini, 1993. 26. R. A. C. Parker, El siglo XX, Europa 1918 – 1945, México, Siglo XXI editores, 1996. 27. M. de Amilibia, La segunda guerra mundial, de Danzig a los Balcanes (1939 – 1941), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1972. 28. M. Bloch, Los reyes taumaturgos, México, FCE, 1993 (selección) 29. L. Febvre, El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais. Akal, Madrid, 1993 (selección).

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