Entre Julio Verne y Jorge Ibargüengoitia. Dos estudios interdisciplinarios entre la historia y la literatura.

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Descripción

Reflexiones sobre historia e interdisciplina Planteamientos teóricos, metodológicos y estudios de caso Graciela Bernal Ruiz Coordinadora

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Queda prohibida la reproducción o transmisión total o parcial de esta obra y sus características bajo cualquiera de sus formas, electrónica o mecánica, sin el concentimiento previo y por escrito del editor.

Primera edición, 2012 © Los autores, de los textos DR© De la presente edición: Universidad de Guanajuato Lascuráin de Retana núm.5 Zona, Centro. C.P. 36000 Guanajuato, Gto. Producción: División de Ciencias Sociales y Humanidades, Campus Guanajuato Programa Editorial e Imprenta Formación y corrección: Marevna Gámez Guerrero Cuidado de la edición: Graciela Bernal Ruiz, Marevna Gámez Guerrero Diseño de portada: ISBN: 978-607-441-215-4 Impreso y hecho en México Printed and made in México

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Índice

Presentación. Graciela Bernal Ruiz



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Primera parte: Los planteamientos Géneros de frontera entre la historia y la literatura. Un espacio obligado para el trabajo interdisciplinario Ana María Alba Villalobos

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Un espacio abierto: a interdisciplina en algunas corrientes historiográficas del siglo XX Graciela Velázquez Delagado 47 La historia cultural o el imperio de la hermenéutica Arturo Soberón Mora 77 Arqueología, historia e interdisciplina Francisco Javier Martínez Bravo





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Segunda parte: Estudios de caso El cuento maravilloso de los orígenes capuchinos. Un análisis interdisciplinar sobre la invención de la tradición Anel Hernández Sotelo

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Identidad y construcción de un imaginario colectivo: La literatura del Partido Comunista a principios del siglo XX en México Ma. De Lourdes Cueva Tazzer

Entre Julio Verne y Jorge Ibargüengoitia. Dos estudios interdisciplinarios entre la historia y la literatura

Miguel Ángel Guzmán López, Ignacio Camarena Navarro

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Entre Julio Verne y Jorge Ibargüengoitia. Dos estudios interdisciplinarios entre la historia y la literatura Miguel Ángel Guzmán López1 Ignacio Camarena Navarro2

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entro de la diversa gama de fuentes de información que el historiador tiene para estudiar el pasado, las obras literarias constituyen posiblemente aquellas en las que mayor debate se presenta respecto a su fiabilidad para dar cuenta de la realidad histórica, dado su carácter ficcional. Una obra literaria, como una novela, por poner un ejemplo, es regularmente aceptada por sus lectores como un producto de la capacidad imaginativa de su autor y de su destreza para captar y plasmar en el papel los diferentes estados de ánimo que le permiten hacer la recreación de un determinado momento de la vida de los personajes que pueblan la trama literaria. Poco parece importar el hecho de que, en muchas ocasiones, el escritor desarrolle un proceso de investigación previo a la escritura de su novela para darle a la misma un sustento verosímil sobre el cual pueda establecerse lo que Umberto Eco denomina el pacto ficcional; el asunto es que suele prevalecer la idea de que las crea1 Licenciado en historia, maestro y doctor en filosofía, actualmente es profesor en el departamento de Historia de la Universidad de Guanajuato y miembro del Cuerpo Académico de Estudios Históricos.

Licenciado en letras españolas, recientemente egresó de la Maestría en Historia (Estudios Históricos Interdisciplinarios). En su tesis para obtener el grado desarrolló el estudio de cuyo acercamiento se hace en la segunda parte de este artículo.

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ciones literarias tienen poca relación con la pretensión de veracidad característica del conocimiento científico y del conocimiento de la realidad social, tal y como hacen las ciencias sociales y la historia. Sin embargo, al margen de que efectivamente hay claras distinciones –así como similitudes- entre el trabajo del historiador y el del literato, la relación que puede establecerse entre el trabajo de ambos puede ser mucho más fructífera de lo que aparenta. Más allá de las discusiones respecto al grado de invención de una obra histórica o literaria, o el parentesco que pueda darse entre ambas debido a que se expresan mediante la palabra y, por ende, constituyan discursos no exentos de elementos tropológicos, el hecho es que no existe un distanciamiento tal que impida el desarrollo del trabajo interdisciplinario que involucre ambos campos y que éste pueda darse en más de un sentido. En el presente texto se hace un acercamiento a algunas de las maneras en las que la colaboración interdisciplinaria entre la investigación histórica y la creación literaria puede producir resultados interesantes y alentadores tanto para historiadores como para literatos. Para tal efecto, se muestra, en primera instancia, un breve ejemplo en el que este contacto se ha dado, empleando particularmente la obra de Julio Verne y anteponiéndola a un contexto histórico, en particular usando al estereotipo como principal herramienta de análisis; y en un segundo momento, se da cuenta de un proyecto de investigación en el que la pregunta por la conformación de la verosimilitud en la novela de Jorge Ibargüengoitia, Las muertas, debe a la realidad histórica. La exposición de estos casos tiene el propósito de mostrar cómo la relación interdisciplinaria entre la historia y la literatura no es unidireccional y que además requiere el replanteamiento de lo que es considerado fuente de información en los dos ámbitos.

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Julio Verne y los estereotipos En la lectura de De la Tierra a la Luna, es posible encontrar interesantes referencias que la conectan con nuestra historia presente a través de un artilugio simbólico: el estereotipo. Los protagonistas de De la Tierra a la Luna son dos norteamericanos, J. T. Maston e Impey Barbicane, pertenecientes al GunClub, una sociedad cuyo objeto, descrito sarcásticamente por Verne, es “la destrucción de la humanidad, basándose, eso sí, en el perfeccionamiento de las armas de guerra consideradas como instrumentos de civilización”.3 Ambos personajes, como los demás miembros de este club, fueron muy felices mientras ocurría la Guerra de Secesión, pero a su término se sintieron desdichados, pues terminaban las posibilidades de seguir desarrollando y poniendo en práctica nuevos artefactos bélicos. Ante la imposibilidad de dispararle a la gente como Dios manda, Barbicane propuso a sus correligionarios dispararle a la Luna, proyecto que inmediatamente entusiasmó a todos, pues como dice Verne “cuando a un americano se le mete una idea a la cabeza, nunca falta otro americano que le ayude a llevarla a cabo”.4 Inmediatamente, Maston y Barbicane comenzaron a discutir las posibilidades técnicas de su nueva aventura, confiados en su ingenio y capacidad de recursos (“los yanquis nacen mecánicos e ingenieros como los europeos nacen músicos y metafísicos”5). Dentro de los preparativos, el diseño del proyectil que habría de impactar a nuestro satélite reservó un especial placer, al grado de expresar Maston “la bala es la máxima manifestación del poder humano. Si Dios ha hecho las estrellas y los planetas, el hombre ha 3

Julio Verne. De la Tierra a la Luna, Madrid, Edimat Libros, 2001, p. 7.

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Ibid., p. 6.

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Ibid., p. 5-6.

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fabricado la bala. ¡A Dios corresponde la velocidad de los astros, de la electricidad y de la luz! ¡Al hombre corresponde la velocidad de la bala, cien veces superior a la del tren!”6. En fin, la idea de impactar a la Luna consiste en la fabricación de un freudianamente enorme cañón que disparará un igualmente titánico proyectil, una gran bala que con su impacto dé cuenta de la presencia de los norteamericanos más allá de nuestro planeta. Al discutir sobre el lugar adecuado para instalar el artefacto, descubren que es necesario hacerlo desde algún lugar del paralelo 28, y como inicialmente suponen que dicho lugar se encuentra en el norte de México, y no en territorio norteamericano, los integrantes del Gun-Club exclaman “se nos presenta un casus belli legítimo y debemos declarar la guerra a México”.7 Pero desisten al descubrir que Florida, y una buena parte de Texas, se encuentran en la latitud adecuada. Pero lo más burlesco de esta obra de Verne, al tiempo que lo más sutil, es que un excéntrico francés, Miguel Ardan, irrumpe en la escena con una idea innovadora: él viajará dentro del proyectil, y entonces la aventura cobra nuevas dimensiones. Los norteamericanos habían demostrado una gran habilidad y empeño para vencer las dificultades técnicas y demostrarle al mundo que podían dispararle a la Luna, pero sus beligerantes instintos jamás les permitieron concebir la posibilidad de transformar su proyecto en el primer viaje interplanetario; eso sólo lo podía pensar un francés, es decir, alguien cuya perspectiva civilizatoria sobrepasara la racionalidad tecnológica, sofisticada pero brutal, para proporcionarle al evento una trascendencia humanista. Es prácticamente imposible no rememorar la reciente invasión que los Estados Unidos realizaron contra Irak recientemente, así que resulta muy significativa la manera en como Verne se vale del 6

Ibid., p. 17-18.

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Ibid., p. 32.

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estereotipo de la cultura yanqui para dar forma a su trama. Particularmente es notable cómo cada una de sus aseveraciones correspondía con lo que el mundo veía en aquellos días de guerra a través de los medios de comunicación: un pueblo tecnológicamente poderoso, altanero, fácilmente irritable y con una terrible miopía ante toda razón humanitaria. No todos los norteamericanos son así, que valga decirlo; tampoco los estereotipos son necesariamente manifestaciones de la realidad a los que hay que creer a pie juntillas; pero hay que reconocer la sorprendente manera en como a veces los estereotipos, pese a su reduccionismo mítico, pueden ser un reflejo fiel de las circunstancias sociales y culturales que le dan vida. Por eso es importante estudiar los estereotipos que Verne utiliza en sus obras. Los bélicos norteamericanos, los locos franceses, los naturalistas alemanes y los puntuales ingleses que dan vida a cada una de sus aventuras, nos hablan de Verne como un agudo observador social. Es obvio que Verne no es el inventor de los estereotipos que utiliza, sino que los adquiere de la experiencia cotidiana, o mejor dicho, del dominio público; pero a través de sus novelas estas prefiguraciones se refuerzan y se reproducen, y regresan así, enriquecidos, a la esfera de la vox populi. Los estereotipos que encontramos en las obras literarias constituyen una fuente poco explotada aún por el historiador desde que éste está más preocupado por perseguir los hechos y solamente los hechos, convirtiendo el análisis de las fuentes en un mero proceso de constatación de que lo que se narre en ella sea verídico, olvidando a la fuente misma como un producto cultural. Por eso las obras literarias suelen ser mal vistas por los clionautas, pues constituyen documentos que de primera instancia, a toda voz, se declaran independientes a la verdad: su propósito no es consignar la verdad.

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Pero ¿esto las elimina como probables fuentes para la historia? Definitivamente no si son vistas no necesariamente como contenedoras de hechos verídicos, sino como productos culturales de una sociedad determinada. En este sentido, una obra literaria puede ser cuestionada a través de preguntas que nos acerquen a la manera de pensar de su autor, al bagaje cultural que le posibilita a escribir una cosa y cómo la escribe, a las posturas políticas que demuestre en momentos determinados de su relato y de las justificaciones que utiliza al escribirlo, a los valores que rescata, que rechaza o que utiliza como parte fundamental en la estructuración de la trama o a los estereotipos que nutren su escritura. La idea rectora es simple: un escritor, como todo ser humano, es un hijo de su tiempo, pero tiene la ventaja de que, a diferencia de la gran masa a veces no tan subalterna, racionaliza su experiencia a través de la elaboración de un texto. Si analizamos una obra literaria como un producto cultural, encontraremos una excelente manera de ingresar a la historia de las mentalidades. Las obras literarias aún guardan mucho material susceptible de ser estudiado bajo un enfoque historiográfico serio. Conviene considerarlas como fuentes para la historia si se les aplica la perspectiva aquí propuesta.

De Las muertas a las Poquianchis Uno de los aspectos centrales por determinar cuando se habla de una novela como Las muertas, escrita por Jorge Ibargüengoitia, es el fondo histórico que la soporta. Si bien la literatura, y en este caso concreto la novela, ha construido obras donde personajes y situaciones no tienen vínculos apreciables o evidentes con acontecimientos registrados por la historiografía, lo cierto es que también los escritores han usado en innumerables ocasiones, y con mayor o menor fortuna, anécdotas extraídas de la realidad, haciéndolas 190

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pasar por el tamiz de lo literario, convirtiendo así los hechos históricos en fenómenos estéticos. La citada novela de Ibargüengoitia intenta recrear un caso judicial que fue muy conocido en nuestro país en los años sesentas del siglo pasado. Refiere el episodio de las Poquianchis, como se denominó así a las hermanas González Valenzuela, propietarias de negocios de prostitución en los que presumiblemente la policía descubrió cadáveres enterrados en fincas donde se decía que estuvieron recluidas algunas mujeres que trabajaban para ellas. Cientos de fotografías y notas aparecieron desde enero de 1964 en medios como Alarma! para dar a conocer a la opinión pública el asunto; en éste como en otros medios se habló entonces del maltrato que sufrieron durante años las víctimas sobrevivientes, de abortos provocados, del asesinato, inhumación y en algunos casos desaparición de incontables seres humanos, todo bajo las órdenes de las hermanas Delfina, María de Jesús y María Luisa (o Eva) y con la complicidad de choferes, mujeres que servían como capataces, militares en servicio, traficantes de blancas, enterradores y vigilantes. Esto suponía, según la prensa, la existencia de una amplia red de corrupción que tenía nexos principalmente en el centro del país, pero que abarcaba otros estados.

Alarma! y otras fuentes Desde el momento en que se supo de los primeros restos humanos, la culpabilidad de estas mujeres y sus cómplices quedó establecida sin lugar a dudas, según la opinión de Alarma!, el cual montó una auténtica campaña de linchamiento, en su intento por moralizar, juzgar y castigar las costumbres, asumiéndose como paladín de las buenas conciencias. Las Poquianchis se presentaban como verdaderos engendros del mal, y sus cómplices fueron tratados de la misma manera, lo cual no sucedió con las prostitutas, que toma191

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ron el papel de víctimas, adquiriendo un aura muy cercana a la beatitud y provocando la piedad religiosa. El mundo descrito por Alarma! sólo se componía de buenos y malos, y lo que realmente contó siempre para este medio fue el testimonio de las víctimas. El semanario vendió la jugosa historia de las Poquianchis como una estrategia para generar un crecimiento exponencial de sus ventas, fabricando culpables a la menor provocación, sin que mediara una investigación seria y responsable, y defendiendo el honor de las prostitutas a toda costa. Una revisión exhaustiva de las fuentes periodísticas arroja que la mayoría de los medios informativos (aun ahora) adopta el tono y retoma los datos proporcionados por Alarma! Sin embargo, ha habido intentos más serios para deslindarse de lo dicho por el semanario, para repensar el asunto, tomando diversas perspectivas para hacer hablar a los acusados a fin de rescatar elementos no suficientemente estudiados o aspectos ignorados por la prensa. Un libro que resulta paradigmático en este sentido es el de Elisa Robledo,8 que nos ofrece una versión más imparcial de los personajes asociados con el caso. Construida con base en declaraciones de primera mano, esta obra aporta testimonios de algunos personajes que estuvieron involucrados en los acontecimientos, no sólo de la parte de las víctimas, sino de los propios acusados y otras personas que siguieron el desarrollo de la investigación y pudieron juzgar o sacar conclusiones de ella. Elisa Robledo muestra, incluso, los números que se habían estado barajando en la mayoría de las fuentes, y discute sobre la poca claridad de estos números. Luego fueron apareciendo otro tipo de testimonios, entre ellos la película de Felipe Casalz Las Poquianchis y obras de teatro como Manuela o la última de las Poquianchis, de Juan Manuel García Belmonte; sin embargo, en la película prevalece este modelo de Elisa Robledo, Yo, la Poquianchis: por Dios que así fue, México, Compañía General de Ediciones, 1980.

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crueldad sin límites marcado por las hermanas González Valenzuela, así como la conmiseración hacia las víctimas, mientras la dramaturgia de la obra de García Belmonte se concentra sobre todo en la problemática existencial de una de las hermanas, en un intento por humanizar al personaje pero dejando de lado el conjunto. Es así que esta versión amarillista y tendenciosa de Alarma! se impuso de tal modo sobre la opinión pública, que incluso en el presente se sigue sosteniendo entre la mayoría esta imagen de maldad y corrupción sin límites, no obstante el intento de Elisa Robledo por presentar al menos otra cara de los acontecimientos, y a pesar de que Jorge Ibargüengoitia escribió algunos años después su novela Las muertas, que representa justamente la incursión de la literatura en un caso no muy claramente historiado, o en todo caso, no muchas veces tratado con objetividad y del que falta aún mucha tinta por usar. Jorge Ibargüengoitia decidió hacer una novela; con la plena conciencia de sus posibilidades, se adentró en el terreno de la ficción para modelar, dar forma, ordenar los acontecimientos relacionados con las Poquianchis sin emitir juicios, hacer que hablen los personajes, reconstruir los hechos, haciendo una cuidadosa selección de los mismos. Las Poquianchis son ahora las Baladro, y prácticamente toda la geografía tiene otros nombres, pero el lector no se engaña: sabe perfectamente que la literatura vuelve a la historia, que los acontecimientos de la novela aluden a los sucesos históricos. El escritor, en este asunto específico, tiene la obligación de estar enterado, debe investigar y adoptar una forma que sirva a un propósito estético, pero que no pierda de vista lo histórico.

La verosimilitud Uno de los conceptos centrales para caracterizar la relación entre la historiografía y la literatura es la verosimilitud, un término que 193

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parte de Aristóteles quien, como sabemos, escribe el primer tratado de poética del cual tenemos memoria. En él observamos cómo se define la verosimilitud, y la manera como este concepto resulta clave para establecer la distinción entre dos oficios que parten de la antigüedad: Resulta claro no ser oficio del poeta el contar las cosas como sucedieron sino cual desearíamos hubieran sucedido, y tratar lo posible según verosimilitud o según necesidad. Que en efecto no está la diferencia entre poeta e historiador el que uno escriba con métrica y el otro sin ella […] el uno dice las cosas tal como pasaron y el otro cual ojalá hubieran pasado.9

Después de Aristóteles, la verosimilitud fue redefinida por Horacio en su Epístola a los Pisones, siguiendo la directriz marcada por el maestro griego. La consideración de la posibilidad o virtualidad que conllevan las acciones discursivas asociadas con la literatura marca la diferencia con respecto a la disciplina histórica, cuya intencionalidad, a decir de los teóricos clásicos, está dirigida a consignar los hechos tal como realmente sucedieron. Por otra parte, las poéticas medievales, renacentistas y barrocas reafirmaron esta idea, pero el estructuralismo incorporó otros elementos útiles en la discusión. En la actualidad, Helena Beristáin define el concepto de verosimilitud, haciendo una suma teórica que resulta fundamental para entender los elementos considerados ahora en esta noción: [La verosimilitud es la] ilusión de coherencia real o de verdad lógica producida por una obra que puede ser, inclusive, fantástica. Dicha ilusión proviene de la conformidad de su estructura con Aristóteles, Poética, Juan David García Bacca (trad.), México, UNAM, 2000. Notemos que la noción de poesía a la que hace alusión Aristóteles, en los aún estrechos límites en los que se habían desarrollando los géneros literarios antiguos, sería equivalente a lo que conocemos hoy como literatura.

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las convenciones características de un género en una época, sin necesidad de guardar correspondencia con situaciones y datos de la realidad extralingüística. El realismo literario no descansa sobre la veracidad de lo que se enuncia, sino sobre su verosimilitud. La obra de ficción obedece a convenciones distintas de las de la realidad […] La obra literaria establece una realidad autónoma, distinta de la realidad objetiva. Esa realidad se basta a sí misma, pero también mantiene, en diversos grados, una relación con el mundo, porque consigna datos provenientes de una cultura dada y de sus circunstancias empíricas, aunque los reorganiza atendiendo a otras consideraciones como son las reglas y convenciones a que obedece el género literario al que se adscribe la obra en un momento dado, dentro de una época, una sociedad, una corriente literaria, etc. Así, la verosimilitud resulta de la relación entre la obra y lo que el lector cree (acepta creer) que es verdadero10.

De las palabras anteriores se desprenden numerosas implicaciones que convierten el tema de la verosimilitud en un centro con varias aristas. Para la literatura, este concepto representa una condición necesaria a fin de dar validez o congruencia lógica a la escritura de una obra y tiene que ver con las convenciones de género y de época, y además con la forma como se estructura un producto literario. Además, como vemos, Beristáin llama la atención también sobre el papel del lector para que la verosimilitud vea cumplido su cometido. El lector es quien puede dar cuenta, basándose en su competencia lingüística, literaria, artística y cultural, de cómo opera una obra específica en un contexto particular. En el caso particular de Las muertas, Ibargüengoitia tenía que decidir cómo se debía presentar un producto literario que tuviera nexos evidentes con la historia reciente, y que además fuera verosímil, creíble o posible, a la vista de lo que hasta ese momento se Helena Beristáin, Diccionario de retórica y poética, 8a. edición México, Porrúa, 2004, p. 499. 10

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había dicho; habían transcurrido 13 años de los sucesos y existía poca claridad sobre algunos aspectos relacionados con el asunto de las Poquianchis. Escasos trabajos serios de investigación se habían generado y, en este sentido, el propio autor guanajuatense tomó la decisión de intervenir, aportando todo su talento en aplicar lo mejor que podía hacer: la escritura de una novela, puesto que no podía hacer un estudio historiográfico, tanto por su falta de oficio como por la complejidad de la tarea. De hecho, en Estas ruinas que ves anunciaba ya la obra que habría de escribir, activando así un resorte útil que habría de servir para la consecución de la verosimilitud en Las muertas. Efectivamente, las Baladro nacen en Estas ruinas que ves, aunque en Las muertas desarrollan todo su potencial. Veamos los pormenores de la decisión tomada por Ibargüengoitia: Decidí escribir un libro sobre las Baladro, las madrotas asesinas que habían sido juzgadas en Pedrones y condenadas a treinta y cinco años de cárcel, y con la ayuda de Justine, que había seguido el caso con atención y tenía los recortes, empecé a recopilar el material necesario: las fotos de las putas, la historia de los burdeles, las declaraciones del defensor de oficio”.11

Como vemos, Ibargüengoitia, plenamente consciente de sus posibilidades, aplicó sus esfuerzos preliminares a la búsqueda de información sobre el caso, respetando el papel de las fuentes documentales, aunque confesó también que no hizo entrevistas orales por parecerle fuera de sus alcances. Como no conoció personalmente a ninguno de los involucrados, orientó sus esfuerzos solamente a la revisión del expediente judicial, resguardado actualmente en el Archivo del Poder Judicial del Estado de Guanajuato, y en la recopilación y lectura de testimonios periodísticos. La génesis de su obra y sus motivaciones, entre ellas su preocupación por el lenguaje y 11

Jorge Ibargüengoitia, Estas ruinas que ves, México, Seix Barral, 1975, p. 183.

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su aspiración por dotar de credibilidad a la novela, se muestran en una entrevista que le fue aplicada en 1979: Creo que nunca deformé el espíritu de los acontecimientos, ni tampoco traté de hacer un chiste, pero, claro, hay elementos grotescos. Quise presentar una serie de hechos que coinciden con la realidad, pero explicándolos a partir del comportamiento de una serie de personajes imaginarios. A las Poquianchis nunca las conocí. Procuré sobre todo, valerme de un lenguaje sencillo para no caer en la sordidez, trabajé muchísimo para encontrar el lenguaje más justo, más adecuado.12

En la misma entrevista Ibargüengoitia señala el conflicto con el que se encuentra para dar forma previa a una versión más de los hechos. Su decisión final no pudo haber sido más reveladora, y da cuenta de los alcances de la novela para enfrentarse con una realidad que desde los documentos no podía ser percibida con precisión: Tuve la suerte de que me permitieran ver el expediente del juicio. Y el expediente, aparte de ser la confusión total, como son todas esas cosas, tenía una serie de elementos que hacían muy claro qué era lo que había pasado, que no tenía nada que ver con las informaciones de los periódicos, o muy poco. De manera que las únicas investigaciones, si así se pueden llamar, fueron ver el expediente y ver los periódicos, eso fue todo. Por eso en parte es una novela, porque decidí que a partir de los datos, es decir, de que los acontecimientos ya logré tenerlos más o menos claros decidí inventar el resto. No todos los acontecimientos que están

La entrevista es reproducida en el libro de Castañeda El humorismo desmitificador de Jorge Ibargüengoitia. Guanajuato, Universidad de Guanajuato, 1988, p. 84. 12

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en la novela están tomados de la realidad. En algunos casos están forzados.13

Las afirmaciones anteriores son testimonio también del lugar que ocupa para él la invención dentro de una escritura basada en la realidad comprobable. Sin embargo, Ibargüengoitia procede previamente como un historiador: investiga, ordena, analiza y elige sólo aquellos hechos que considera pertinentes para construir un retrato verosímil de los acontecimientos. De 1964 a 1980, fecha de publicación del texto de Elisa Robledo, la opinión pública pudo conocer, al menos, tres clases de textos que hacían referencia a las Poquianchis, y pudo formarse un juicio más completo (y en muchos sentidos incluso más complejo) sobre los hechos históricos. Por un lado lo señalado por la prensa, magnificado hasta el extremo en el caso de Alarma!, por el otro el libro-testimonio de E. Robledo, que intenta derrotar algunos de los mitos creados por los medios amarillistas, y finalmente, la única novela escrita sobre el tema, la contribución de la literatura al tratamiento de tan espinoso asunto.

La contribución de Las muertas La investigación histórica se convirtió pues en un referente necesario para la creación literaria, pero no sólo como mero soporte de datos, sino porque también sirve para ayudar a delinear un tono y un estilo. Esto es particularmente cierto cuando se habla de Las muertas, donde los personajes establecen de modo preferencial el diálogo directo, un relato en el que el narrador no matiza, no interviene para delinear el carácter de un personaje o para manipular la atención sobre los hechos descritos en la novela, sino que lo deja 13

Idem.

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vivir, le permite ser porque le da oportunidad de declarar como lo haría frente a una autoridad judicial. El lector parece escuchar lo que los personajes declaran, da la impresión de que está frente al expediente, con la salvedad de que en la novela hay un orden específico, un hilo argumental sosteniendo una arquitectura narrativa perfectamente planeada. La estructura de la novela facilita pues el proceso verosimilizador: como decíamos, el escritor utiliza en el texto una multiplicidad de voces. El relato presenta una serie diversa de testimonios de naturaleza oral, la mayoría de ellos alejado de toda consideración doctrinaria; la economía del lenguaje y la relativamente corta extensión del relato contrastan radicalmente con las miles de páginas del expediente y de los medios periodísticos, pero contribuyen a derrocar el mito, intentan frenar o contraponer las versiones maniqueas sostenidas por Alarma! y sus corifeos. Efectivamente, en una novela como ésta importa reconstruir una anécdota histórica de modo verosímil, ajustándose a los acontecimientos y personajes que verdaderamente existieron, aun cuando se les modifique el nombre, y para esto el escritor debe inventar una trama que permita mostrar el caos de las declaraciones judiciales, la confusión causada por los medios periodísticos, las voces disímiles que contradicen la visión de la prensa, o que en todo caso nos hacen preguntarnos si habrán sucedido los acontecimientos históricos tal como se muestran en la novela. Arduo es el esfuerzo para responder a esta pregunta. La literatura, y en este caso particular la novela de Ibargüengoitia, no está ahí para contar la verdad, pero sí para cuestionar los mitos creados por la prensa sensacionalista, para dar cabida asimismo a la diversidad, para repensar la historiografía desde la ficción Historia y literatura se funden pues en un sistema de significaciones que van más allá de sus límites. No son siempre complementarias, sino que pertenecen a fenómenos culturales más 199

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complejos. Para conocer los acontecimientos relacionados con las Poquianchis, no sólo hay que acudir a la crónica de la época, a la actualización que de ello se hace o a lo que se comenta en la calle, sino también al expediente, a los libros y reportajes sobre el caso, a los testimonios cinematográficos, a los textos dramáticos y a la única novela que ha escrito hasta ahora, Las muertas de Jorge Ibargüengoitia.

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Bibliografía Aristóteles, Poética, Juan David García Bacca (trad.), México, UNAM, 2000. Beristáin, Helena, Diccionario de retórica y poética, 8a. edición, México, Porrúa, 2004. Castañeda El humorismo desmitificador de Jorge Ibargüengoitia, Guanajuato, Universidad de Guanajuato, 1988. Ibargüengoitia, Jorge, Estas ruinas que ves, México, Seix Barral, 1975. ____, Las muertas, México, J. Mortiz, 1977. Elisa Robledo, Yo, la Poquianchis: por Dios que así fue, México, Compañía General de Ediciones, 1980. Verne, Julio, De la Tierra a la Luna, Madrid, Edimat Libros, 2001.

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Reflexiones sobre historia e interdisciplina Planteamientos teóricos, metodológicos y estudios de caso se terminó de imprimir en octubre de 2012, con un tiraje de 500 ejemplares, en Imprenta Padilla Hermanos, Océano Índico 501, colonia Linda Vista, León, Guanajuato.

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