“Entre el ideal mundo letrado francés y la gran aldea argentina. Paul Groussac y su obra”

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Descripción

11. Entre el ideal mundo letrado francés y la gran aldea argentina. Paul Groussac y su obra Paula Bruno*

Introducción Paul Groussac (Toulouse, 1848-Buenos Aires, 1929) llegó a la Argentina en 1866 y se instaló aquí definitivamente perfilándose como una destacada personalidad de la constelación letrada de su época. Se desempeñó como creador de relatos sobre el pasado, crítico literario, polemista, empelado del Estado, editor y director de destacados órganos de prensa y de revistas culturales. Su pluma visitó una amplia gama de géneros, que va desde el periodismo hasta la ensayística, pasando por el teatro y la novela. Su obra muestra facetas múltiples y su itinerario intelectual se puede seguir e insertar en el marco de diversos procesos que cristalizaron en la modernización del país. Siendo el protagonista de una biografía sinuosa y atractiva, Groussac llegó a la Argentina, como uno de tantos inmigrantes, a los 18 años, y se convirtió en un referente intelectual para sus pares y para las generaciones intelectuales posteriores, hecho que lo convierte en un personaje particular.1 El aventurero francés devenido letrado en estas tierras mereció los epítetos borgeanos de “Renan quejoso de su gloria a trasmano” y “misionero de Voltaire entre el mulataje”. Estas calificaciones no son casuales, descansan en la observación lúcida de su vida pública y en la lectura atenta de su obra. Así, el seguimiento del itinerario groussaquiano muestra que el personaje se constituyó en una figura inte368

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lectual atravesada por las tensiones que le generaba autopercibirse como un literato francés, portador de ciertas tradiciones y atributos, en el contexto de un universo letrado que describía como cargado de elementos embrionarios y de vicios congénitos y que, justamente por ello, percibía como una gran aldea cultural. Un recorrido por los escritos de Groussac permite tener contacto con sus ideas acerca de las que consideraba características deficientes de los ambientes intelectuales argentinos y con el planteo y la ejecución de algunas acciones específicas para transformar ciertas dinámicas culturales (entre las que se destacan las ligadas a la investigación, la escritura y la difusión de producciones escritas vinculadas con temas históricos y literarios) y dotarlas de ritmos más sofisticados y organizados. Sosteniendo algunas ideas acerca del estado del mundo cultural del país que lo acogió, Groussac avanzó sobre la construcción de un posicionamiento intelectual que le permitía mostrarse, gracias a la elaboración de su propio mito de origen y al apuntalamiento del mismo con acciones concretas, como un modernizador cultural y un referente intelectual. En lo que concierne a la construcción de su imagen de literato europeo instalado en tierras americanas, el personaje supo estilizar episodios vitales e intelectuales a los efectos de resaltar rasgos diferenciales de su figura; entre ellos se destacan: la exaltación de la combinación de azar y talento que le permitieron pasar de ser un aventurero a ser un letrado, la glorificación de su nacionalidad de origen, el supuesto peso determinante de una educación europea,2 la reivindicación de su formación adulta autodidacta que le permitía conocer las novedades internacionales3 y la ponderación de ciertos saberes (siempre vinculados a prácticas intelectuales relacionadas con la producción y la difusión de escritos literarios o históricos) y habilidades que lo colocaban en lugar de árbitro para juzgar a los otros. Esta suma de trazos conducían a un perfil nítido del personaje, que logró convertirse en una figura altamente visible gracias a las habilidades puestas en práctica a la hora de convertir su puesto de director de la Biblioteca Nacional en una plataforma de operaciones desde la que lanzó, como veremos, proyectos hacia 370

dentro de la institución (bregando por la modernización del repositorio y de su funcionamiento) y hacia fuera de (promulgando la publicación y la difusión de algunos conocimientos desde ciertas revistas culturales y participando activamente en debates y polémicas). El presente ensayo pretende dar cuenta de la articulación de algunas percepciones, discursos y acciones que Groussac operativizó para constituirse en un referente intelectual en la constelación cultural argentina del pasaje del siglo XIX al XX.

Un “galo antiguo” en una tierra nueva A la hora de trazar una semblanza de Groussac, Alberto Casal Castel relata que en 1920 se dirigió a la Biblioteca Nacional en busca de uno de los más destacados libros de autoría del francés, Mendoza y Garay. Las dos fundaciones de Buenos Aires, 1536-1580. Casal Castel solicitó una ficha y escribió el nombre de la obra, a la hora de poner las referencias detalló: “Pablo Groussac: autor argentino”. Entregó la ficha a quien estaba detrás del mostrador. Cuando le trajeron el ejemplar del libro y la correspondiente papeleta de solicitud notó: “ciertas correcciones sobre el tachado de la nerviosa caligrafía: Paul Groussac, autor francés”. Acto seguido quien lo había atendido lo miró y le dijo: “Monsieur Groussac soy yo”.4 Aunque este relato podría formar sólo parte del mundo de lo anecdótico, abre caminos de exploración interesantes en lo referido a la forma en la cual Groussac se posicionaba ante los otros en lo concerniente a su situación de francés en la Argentina. La extranjería del personaje aparece constantemente como un tópico que da lugar a una amplia gama de significaciones, tanto en el marco de sus propios discursos como en las percepciones de sus contemporáneos y de los intelectuales de las generaciones que lo sucedieron. Una revisión global de las fuentes sugiere que la recepciones en torno de su origen nacional no fue monolítica ni unívoca.

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A la hora de recorrer testimonios de sus interlocutores, pueden marcarse diferentes actitudes en lo que se refiere a la percepción del papel del francés en tanto letrado de origen extranjero. En varias circunstancias, el hecho de que Groussac fuera un europeo occidental fue sinónimo de indiscutido prestigio. De hecho, en sus primeros años de vida en la Argentina su origen funcionó como carta de presentación y fue una justificación primordial para que hombres de la cultura y la política (entre ellos: José Manuel Estrada, Pedro Goyena, Nicolás Avellaneda, Manuel Láinez, Eduardo Wilde) le abrieran al joven literato las puertas de sus publicaciones, sus despachos y sus tertulias. Constata esta idea una serie de hechos que se sucedieron luego de su consagración en 1871. Ese año, Groussac publicó su primer texto en español en la Revista Argentina comandada por José Manuel Estrada y fue inmediatamente citado por Nicolás Avellaneda, entonces ministro de Domingo F. Sarmiento, quien se convirtió en su protector. Luego de la entrevista con Avellaneda, el flamante literato concretó una estadía en tierras tucumanas, donde fue enviado por Avellaneda y permaneció doce años (1871-1883), ocupando cargos educativos y desempeñándose como periodista. Estos episodios se encadenaron de manera tal que, a poco más de una década de su arribo al país, Groussac fue reconocido como una voz con cierta autoridad lo que significó que las contribuciones de su pluma tuvieran cabida en publicaciones periódicas de distinto tipo, como la Revista Argentina, La Unión y La Razón (periódicos tucumanos). Simultáneamente, el francés devino historiador de la provincia del norte, siendo el autor del Ensayo histórico de la Memoria histórica y descriptiva de la Provincia de Tucumán de 1882, y ese mismo año participó del Congreso Pedagógico y pasó a ser una figura visible también en Buenos Aires. Puede sostenerse que la experiencia provinciana fue de fundamental importancia en la trayectoria ascendente de Groussac y actuó como escenario de fogueo, dado que actividades que fue desarrollando en los años posteriores tuvieron un primer ensayo en la provincia. Su permanencia en Tucumán, a su vez, se desenvolvió mientras dos destacados tucumanos –Nicolás Avellaneda y Julio A. Roca– estuvieron a cargo de la presidencia de la nación, 372

hecho que convertía al lugar en una pieza clave para el desarrollo de asuntos de envergadura, como la articulación de las campañas presidenciales, entre otras. A su vez, el hecho de haber permanecido en una provincia con dinámicas culturales, sociales y económicas diferentes a las porteñas, permitió que Groussac contara con una mirada del país menos centrada en la ciudad-puerto y más atenta a los ritmos diversos de la sociedad plural que se estaba configurando en la Argentina finisecular.5 Convertido en una figura pública de cierto renombre, a comienzos de la década de 1880, la extranjería de Groussac asumió un carácter ambiguo. Mientras que en sus propias manos funcionaba como un elemento de legitimación, se convirtió en un flanco fácil para ser atacado por quienes intentaban obstaculizar su ascenso estrepitoso. Así, por ejemplo, en 1882, el historiador Adolfo Carranza le sugería que no se ocupara de los acontecimientos históricos argentinos, dado que no contaba con la información necesaria ni la preparación para hacerlo. En la misma dirección, cuando fue nombrado director de la Biblioteca Nacional, como veremos, quienes no avalaban el nombramiento encontraron en la extranjería uno de los argumentos centrales de sus alegatos. La ambigüedad atribuible a su origen nacional tomó formas concretas en dos célebres debates mantenidos por Groussac entre 1896 y 1898, uno de ellos lo opuso al abogado Norberto Piñero y el otro a Bartolomé Mitre. El halo de superioridad del cual Groussac se investía por ser francés, afloró fuertemente en el contexto de la polémica que lo enfrentó a Piñero (1896-1898), suscitado por la publicación de una edición de documentos de Mariano Moreno. En ese contexto, el intelectual francés abrió fuego señalando que manejaba las formas adecuadas de realizar una edición documental por ser un literato europeo. Se legitimaba así, desde su rol de portador de saberes superiores y diferenciales, a la hora de señalar por qué estaría más preparado que su contrincante para evaluar y concretar una tarea intelectual precisa (la edición de documentos históricos).6 En cambio, en otro debate mantenido con Mitre (1897), la extranjería de Groussac se negativizó rotundamente. Así, Mitre le 373

señalaba que, pese a contar con un estilo atractivo, el francés: “repele á veces, cuando se deja arrastrar por sus instintos étnicos, al juzgar y medir fuera de su medio, hechos, cosas y personalidades, con un criterio extraño á su naturaleza y una vara arbitraria, que pretende erigir en principio y regla según su idiosincrasia”.7 Pese a que la discusión versó en torno a detalles relacionados con el itinerario de las tropas inglesas al ingresar a Buenos Aires durante las invasiones, el autor de las Comprobaciones históricas golpeaba a su adversario haciendo hincapié en una cuestión que, en el marco del debate, no era central: señalaba que el “sentimiento nativo” de Groussac lo conducía a exaltar la figura de Liniers en forma desmedida y a juzgar hechos de una historia nacional que no le pertenecía. Mitre reforzaba sus argumentos en una carta personal en los siguientes términos: Lo que yo he insinuado, haciendo la merecida justicia a su talento de escritor de raza y narrador animado y sugestivo, es lo contrario: a saber que a título de no ser argentino, y dejándose arrastrar por los instintos de su nacionalidad fuera de su medio, juzgará y medirá sin equidad y con menosprecio, las cosas y los hombres argentinos.8

Las advertencias de Mitre fueron rebatidas por Groussac, quien consideraba que el antaño presidente cometía un “exceso antropológico” al referirse a sus supuestos “instintos étnicos”, y reforzaba la idea de que él podía encargarse de asuntos vinculados con la Argentina haciendo referencia a los célebres ejemplos de Hippolyte Taine y Thomas Carlyle, quienes realizaron sus principales obras tratando temas ajenos a sus naciones (Historia de la literatura inglesa e Historia de la Revolución Francesa, respectivamente). La recepción de la extranjería de Groussac también fue motivo de juicios dispares en la etapa que comenzó en torno a 1910 y tuvo repercusiones póstumas. Antes de su fallecimiento, en junio de 1929, los balances comenzaron a aparecer, y el origen extranjero del intelectual se convertía en un tabú o en un pretexto para evaluar su vida y su obra. Las voces se debatían en torno a los siguientes interrogantes: ¿Debía ser Groussac considerado un

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autor argentino? ¿Su obra había contribuido a la formación de una cultura nacional?9 Muestra de esta tendencia a pensar si Groussac debía ser incluido o excluido del panteón de los prohombres nacionales puede apreciarse en la siguiente encuesta, aparecida, en noviembre de 1924 en las páginas de Martín Fierro: 1. ¿Qué concepto le merece a Vd. la personalidad de M. Paul Groussac? 2. ¿Qué valor asigna Vd. a su obra literaria y sus estudios históricos? 3. ¿En qué medida la acción de M. Groussac, como creador o crítico ha influenciado en el desarrollo de la cultura literaria nacional?, o bien, ¿ha sido negativa su acción?10

Más allá de las respuestas dadas,11 lo cierto es que quedaba en evidencia que la figura de Groussac era, por lo menos, polémica y que se debían tomar ciertas precauciones antes de sumarlo armónicamente en un linaje intelectual argentino a reivindicar y continuar. Ya trasladando el foco de observación de la recepción de los otros a las autopercepciones de Groussac, puede afirmarse que el personaje consideró en forma constante que su origen lo colocaba en una posición privilegiada para “enseñar” a los demás cuáles eran los caminos a seguir para concretar las tareas intelectuales de manera precisa. En este sentido, su actitud no fue en absoluto basculante, más bien puede detectarse una intención de fondo mantenida en sus obras y en sus intervenciones públicas en el largo plazo: el ser francés fue para Groussac un rasgo diferencial ponderado insistentemente. Se percibía como portador único de peculiares conocimientos que podía difundir y, como veremos, la justificación de su espacio privilegiado surgía de su supuesta inserción bifronte y de su tensionada pertenencia simultánea al mundo americano y al europeo. En este sentido, un Groussac ya consolidado en tanto figura pública, se presentaba a sí mismo como un literato europeo que, vistiendo los románticos ropajes de un joven aventurero, había recalado en las tierras del Nuevo Mundo. Así, por ejemplo, en 1904 apuntaba: 375

He sufrido, pues, la ley del medio; y acaso más intensamente que otros, habiendo nacido y educándome en Francia, para sufrir, en pleno desarrollo, tan brusco trasplante y cambio de atmósfera. A la operación siempre delicada de ingerir en un cerebro adulto un nuevo instrumento verbal, se agregaba en mi caso la permanencia en un ambiente exótico, que no es el del tronco ni propiamente del injerto [...] no debo ser juzgado con toda estrictez, ni sobre mi prosa francesa de emigrado, ni por mis ensayos en este castellano de América, aprendido á la edad de hombre y entre dificultades materiales que no evoco sin amargura.12

Varios son los elementos que permiten pensar en la construcción de la figura intelectual del personaje que aparecen entrelazados con esta metáfora botánica. En primer lugar, se destaca el argumento de que su educación había sido europea. Esta idea es repetida en sus textos, pese a que sólo había concretado el ciclo del Liceo y no había ingresado a ninguna institución de educación superior francesa (ver nota 2). Estos baches formativos, de todas maneras, serían cubiertos, como se verá, por la apelación a una formación autodidacta adulta que funcionaba como justificación de la erudición que se adjudicaba. En segundo término, aparece en la cita la noción del trasplante, que si bien aquí podría asumir una función meramente ilustrativa ligada al desarraigo, se la apropia el autor como fuertemente connotada en términos de “trasplante cultural”. El tópico sarmientino de la necesidad de sembrar la civilización en las tierras vírgenes argentinas asume una contundente presencia en la obra groussaquiana. Así, por ejemplo, en su historia de la Biblioteca señala que durante el rosismo las tierras incultas de la incivilización no permitían la germinación de ideas transformadoras y que sólo fuera de las fronteras del territorio argentino podían surgir los brotes civilizatorios. De este modo, los exiliados eran los únicos capaces de aportar ideas y valores de regeneración, que habían germinado y crecido lejos de las pampas incultas para luego ser trasplantados.13 Puede sostenerse que, en concordancia con varias de las acciones puestas en marcha por Groussac, él mismo consideraba que debía ser visto como el portador de atributos civilizatorios germinados en el exterior. De ahí se desprende una constante 376

intención de poner el énfasis en su condición de extranjero, de francés emigrado, pero francés sobre todas las cosas. De este modo, el hecho de su origen franco se convirtió en el largo plazo en uno de los puntales que le sirvieron para delinear su fisonomía en tanto intelectual que portaba consigo una serie de valores y saberes diferenciales. En sus intervenciones públicas, reforzaba constantemente la idea de que su extranjería era una característica distintiva que le permitía circular casi como un pionero a la hora de explorar y transformar la pampa cultural argentina. El francés se veía a sí mismo como representante de la tradición francesa y de la civilización europea. Al respeto, solía sostener argumentos del tipo: “nosotros, nobles ó plebeyos, tenemos mil años de radicación á la gleba nacional. Mi nombre me dice que soy un galo antiguo”.14 Otro de los elementos de interés que despuntan en la cita seleccionada se vincula con el uso del idioma de la tierra receptora, el “nuevo instrumento verbal”. En este punto, es menester destacar que, en más de una ocasión, Groussac manifestó su incomodidad ante la realidad de tener que expresarse en una lengua diferente, considerada menos sutil y eficaz que su lengua natal; sin embargo, más allá de la queja, resulta sorprendente la decidida apropiación de la lengua del país de adopción por él concretada. Pese a que algunas actividades que realizó, como la dirección de Le Courrier Français, le permitían continuar escribiendo en su idioma, y contra lo que podría suponerse, la abrumadora mayoría de sus materiales de trabajo reunidos en el fondo documental del Archivo General de la Nación están escritos en español. Lo mismo sucede con su obra publicada.15 Por tanto, entre los atributos que sumaba a su curriculum vitae, también ocupó un lugar el de la capacidad de mostrar profesoralmente a sus pares, por medio de la práctica escrituraria, cómo se podía concretar un uso de la lengua refinado. Retomando, puede afirmarse que los artilugios retóricos que se concentran en el pasaje citado, que encuentran su núcleo de origen en la ponderación de su condición de europeo, permitían que Groussac se inscribiera en los marcos de comunidades referenciales tales como: “nosotros, franceses” o “nosotros, escritores 377

franceses” y en la caracterización de su “prosa francesa de emigrado” como la portadora de un estilo particular. Su propia experiencia le había demostrado que era más sencillo convertirse en un letrado francés en Argentina que devenir reconocido como tal en su país de origen. De hecho, en un viaje realizado en 1883 al viejo continente, Groussac había intentado ser aceptado en los cenáculos letrados de su tierra natal y no había tenido demasiada fortuna.16 Sus tareas como intelectual tendrían mayores efectos y mejor recepción en la Argentina. Huelga aclarar que, en la Argentina, la tradición francesa en todas sus expresiones era un elemento constitutivo del imaginario cultural, ya desde los años de la independencia. Pero pese a este indiscutible dato, a juzgar por los efectos generados por las intervenciones públicas de Groussac, puede afirmarse que aún tenía una eficacia notable el hecho de que un personaje público contara con el plus diferencial de ser europeo. No es una novedad que las elites de la Argentina finisecular depositaban sus miradas en Europa a la hora de buscar modelos y referentes. A su vez, contar con extranjeros que ocuparan puestos claves en el mundo cultural y científico garantizaba cierto prestigio y daba a estos personajes un espacio de alta visibilidad en tanto portadores de la civilización y potenciales agentes modernizadores. Ejemplos puntuales de esta realidad se encuentran en las décadas anteriores; basta como muestra la centralidad asumida por personajes como Germán Burmeister o Amadeo Jacques, entre tantos otros.17 El perfil que Groussac fue delineando a lo largo de su trayectoria, por lo tanto, fue el del extranjero civilizador que podía operar sobre tierras que eran consideradas nuevas, incultas y exóticas. Buenos Aires, Tucumán, la Argentina toda, e incluso América Latina eran así consideradas.18 El mundo de la cultura de la América hispana es representado en sus escritos como un terreno virgen con grandes potencialidades. Esta percepción de la realidad hispanoamericana se constata cuando se refiere a los límites de la imitación europea y a las necesidades originales de la cultura de América Latina en los siguientes términos:

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...el arte nuevo americano, cuya poesía tiene que ser, como la de Whitman, la expresión viva y potente de un mundo virgen, y arrancar de las entrañas populares, para no tornarse la remedada cavatina de un histrión. El arte americano será original, o no será.19

Ciertamente, en esta cita aparece una especie de romántica confianza en relación con las posibilidades futuras y particulares de la cultura latinoamericana. Pero esta optimista mirada sobre el futuro estaba contrabalanceada por las consideraciones de Groussac acerca de las situaciones de los países latinoamericanos que le eran contemporáneas. Éstos eran descriptos como naciones inmaduras que carecían de todo tipo de organización cultural, hecho criticado y visto como una de las principales causas del atraso cultural: ...me ha tocado vivir en países nuevos y durante su período de rápido crecimiento: cuando la organización sociológica, todavía incompleta y provisional, poco soporta el especialismo, teniendo todos los obreros de la mano como del espíritu que ensayarse en varios oficios.20

Se hace presente en esta referencia un elemento considerado por Groussac nodal a la hora de juzgar los ambientes intelectuales hispanoamericanos: la inexistencia de especialismo, que funcionaba en sus percepciones como una parámetro para dar cuenta de las falencias de las formaciones culturales que observaba.21 Es en este punto, en el que, más allá de algunas observaciones puntuales sobre las potencialidades positivas de las nuevas tierras, Groussac señalaba la necesidad de encauzar hacia un modelo europeo de especialidades intelectuales a las nuevas naciones: ¿Por qué no penetra en los países de habla española esta noción, al parecer tan sencilla y elemental: que la historia, la filosofía y aun esta pobre literatura representan aplicaciones intelectuales tan exigentes por lo menos, aunque no tan lucrativas, como las del abogado o del médico, no siendo lícito entrarse por sus dominios como en campo sin dueño o predio común?22

En la misma dirección, reiterando sus opiniones sobre este tema considerado central señalaba:

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...el principio de la división del trabajo, sobre todo el intelectual, considerado como síntoma del progreso, está desconocido todavía en América del sur y aun en España. Se nos habla aquí y allá de ingenieros que son también médicos y dramaturgos.23

Partiendo de estas evaluaciones sobre la ausencia de división del trabajo intelectual, Groussac señaló que era necesario concretar en forma ordenada las tareas ligadas con el mundo letrado ya que, desde su perspectiva, las prácticas intelectuales desenvueltas en la Argentina contaban con un alto grado de improvisación y desorganización que bloqueaba la posibilidad de que la cultura despegara de su condición de atraso notable, en relación con la europea. El siguiente pasaje de una de sus obras condensa sus observaciones al respeto: Así se explica, á pesar del esfuerzo constante, la robustez del trabajo europeo; su actividad casi juvenil prolongada más allá de su madurez, y su actitud creadora á la edad en que nosotros, sudamericanos nativos o connaturalizados, –aún los que habitamos en climas templadas y sanísimos–, nos sentimos ya fatigados y decadentes, cuando no inválidos. Y no es porque la productividad americana sea comparable, en cantidad o calidad con la de estos “sibaritas”; sino porque nuestra acción desordenada es una improvisación diaria, extenuativa en razón de su misma variedad é intermitencia.[...] Mientras éstos viven largamente para producir obras maestras, nosotros quedamos rendidos de frangollar chapucería, gracias á nuestro método, que es el desorden, y á nuestra regla, que es la improvisación.24

El desorden como método y la improvisación como regla atentaban, entonces, contra el surgimiento de un mundo cultural de rasgos definidos y contra la posibilidad de que se alzaran perfiles intelectuales nítidos para dotar al país de una tradición de “grandes personalidades” y “obras maestras” sobre la cual las nuevas generaciones pudieran descansar. En este mismo sentido, sus consideraciones sobre la cultura del país que lo albergó y sus protagonistas fueron recurrentes. El mundo letrado aparece descripto en sus textos como improductivo, desprovisto de pautas de funcionamiento estables y minado de “literatos de ocasión”:

cubiertas de libros. Primum vivere, deinde philosophari. Esta intermitencia explica y excusa la ley generalmente un poco feble de nuestra acuñación.25

Quienes Groussac consideraba, sin demasiados reparos, literatos ocasionales, eran juzgados como improvisados u oportunistas y rotulados varias veces como “gauchos de la inteligencia”.26 A su vez, la inexistencia de tradiciones intelectuales sólidas sobre las que pudieran reposar las nuevas generaciones, generaba, desde su perspectiva, un vacío notable de referentes y linajes para consolidar una cultura de rasgos legítimos. Asumiendo estas ideas, Groussac se construyó un espacio para sí mismo muy cercano al del pionero o el conquistador. Sin dudas, su norte a la hora de pensar en un modelo cultural válido estuvo ubicado en Francia. Pero ciertamente, lo francés, y más generalmente lo europeo, no se postula en su obra en términos específicos y concretos, aparece más bien como un modelo idealizado y esencial descripto por medio de una serie de aproximaciones y pinceladas descriptivas de personajes y obras.

La Biblioteca Nacional, La Biblioteca y los Anales de la Biblioteca Paul Groussac fue nombrado, a comienzos de 1885, Director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, que había pasado a ser jurisdicción de la nación en 1884 junto al Archivo General y el Museo Público. La designación generó resistencias y sorpresas. Se asumía que el sucesor de José Antonio Wilde podía ser Estanislao Zeballos o Alberto Navarro Viola, pero ante el cambio de planes de Eduardo Wilde, el Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, algunas voces mostraron su descontento. De hecho, tuvo lugar una campaña en contra del nombramiento desde las páginas de El Nacional y El Diario. Encabezando la lista de los disconformes se encontraban Calixto Oyuela y Manuel Láinez. En enero de 1885, Láinez criticaba la elección de Groussac señalando:

Es muy sabido que en nuestra América las letras no constituyen una profesión [...] Todos somos aquí literatos de ocasión, aún los que vivimos entre paredes

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...realmente si el nombramiento del Sr. Groussac nos ha salvado providencialmente de la calamidad encarnada en el Dr. Zeballos, bien venido sea [...]. En lo que se refiere al señor Groussac, la objeción fundamental que podemos hacerle es, que mientras se pueda nombrar un ciudadano argentino para elegir un establecimiento eminentemente nacional, como la Biblioteca, es más que un deber del Gobierno, una obligación, preferirlo, aún en igualdad de condiciones, á un extranjero .27

Apuntando cuestiones de tono similar se lee en una nota contemporánea a la anterior en El Nacional: Falta ahora tan solo que el Gobierno Nacional dicte su decreto diciendo que se nombra bibliotecario de la República a “Monsieur Paul Groussac”, para que este pueda hacer saber al mundo entero que en este país de bárbaros sólo él es competente para entender de libros, y que los argentinos sirven á lo más para empleaditos subalternos de su repartición. Esto, si es que el señor “Paul” no manda a buscar a Toulouse a los “Pierre” y los “Jean” que crea necesarios para secundarlo .28

Pese a las resistencias y a las oposiciones, el director se instaló en su despacho en Perú y Moreno. Durante los cuarenta y cuatro años que dirigió la biblioteca (1885-1929), tomó medidas que tendieron a ordenar y modernizar la institución:29 lanzó el sistema de catalogación formal de los volúmenes, de los materiales de hemeroteca y de los documentos inéditos; se encargó personalmente de confeccionar un fichero habilitado para la consulta del público; gestionó la recopilación de fuentes en archivos europeos y envió un copista al Archivo General de Indias de Sevilla, con el fin de relevar algunos documentos que consideraba importantes para la historia del país.30 También bajo su gestión, en diciembre de 1901, la biblioteca se mudó a la calle México –edificio construido originalmente para la Lotería Nacional– y en las dependencias de esta sede se instaló una pequeña imprenta tipográfica. A instancias suyas, por su parte, se dictó la Ley de Depósito Legal de ejemplares. Cada una de las acciones estuvo adecuadamente difundida y Groussac intentó que su cargo fuera reconocido y destacado como lo era en Europa. No es nuestra intención evaluar positiva o negativamente el papel cumplido por el personaje que nos ocupa desde una perspectiva bibliotecológica ni tratar de narrar “lo que realmente 382

sucedió” mientras encabezaba el repositorio.31 Lo que nos interesa es plantear las estrategias operativizadas por Groussac para convertirse en una figura de alta visibilidad y la forma en la cual su puesto de director de la Biblioteca Nacional colaboró para que ello fuera posible. Varias fueron las voces que se encargaron de remarcar el significado distintivo del hecho de que Groussac ocupara ese cargo. Así, por ejemplo, Alberto Gerchunoff comentaba: ...el destino le fue favorable. Mientras las personas mejor dotadas de su tiempo leían apresuradamente en sus bufetes de abogados, en sus oficinas inseguras, y aprendían confusamente y producían sin coherencia y sin tranquilidad, al azar de su existencia agitada y dispersa, Groussac tuvo la fortuna de encontrar el medio de ser lo que siempre fue. Este imperturbable “habitante de la ciudad silenciosa de libros” ha encontrado en Buenos Aires un suburbio de París.32

Esta cita evidencia una situación fundamental para entender la construcción de la figura intelectual del personaje. Ciertamente, la mayoría de sus contemporáneos se ocupaban de las tareas intelectuales en los momentos de ocio o en los intersticios temporales menores de sus abarrotadas y polifacéticas vidas. No en vano han recibido el calificativo de “prosistas fragmentarios”. En cambio, Groussac contó con el privilegio de estar encuadrado en una institución que posibilitó su dedicación casi exclusiva a las labores intelectuales. El ámbito era, por sus características intrínsecas, por demás favorable para emprender investigaciones y producir escritos de índole diversa. El simple hecho de tener acceso a información concentrada en un solo edificio a su mando, autorizó reiteradas veces a la jactancia de Groussac a la hora de comentar que tan solo el potencial acceso a los materiales más interesantes y novedosos de todas las ramas del saber le permitían ocupar una posición de privilegio. Muestra de esta actitud es el siguiente pasaje: Humilde alumno de tan grandes maestros [Taine y Renan], me doy testimonio, en mi esfera limitada, de no haber dejado pasar hasta ahora una innovación artística desde Wagner hasta Ruskin y Moréas, una tentativa científica, desde el evolucionismo hasta la novísima telepatía, sin informarme con ellas de simpatía, procurando entenderlas sin pretensión hostil.33

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En la misma dirección, ya en el plano específico de las prácticas vinculadas con la historiografía, Groussac mostró su conocimiento de las novedades europeas haciendo gala, muy tempranamente, de su manejo de manuales metodológicos, como el de Ernst Bernheim (Lehrbuch der historischen Methode und der Gechichtsphilosophie, Leipzig, 1889) y el de Charles Victor Langlois y Charles Seignobos (Introduction aux études historiques, 1898).34 Así, además de postularse como representante digno de la cultura francesa en la Argentina, fiel discípulo de Hippolyte Taine, Ernest Renan y Charles Agustin Sainte-Beuve, pero también continuador de los representantes más destacados del romanticismo francés: Victor Hugo, Alfred de Musset, Augustin Thierry, Prosper de Barante y Jules Michelet (apuntados reiteradamente como guías intelectuales),35 Groussac se construyó una fama como portador de un caudal de saberes y habilidades intelectuales, aportados en parte por su fragmentaria formación inicial europea, pero sobre todo por el contacto asiduo, regular y aventajado con las novedades del viejo mundo que propiciaba el ejercicio de su cargo. El rótulo de director de la Biblioteca Nacional actuó en la práctica como sinónimo de prestigio extendido. En sus relatos de viaje, Georges Clemenceau subrayaba como un gran mérito que bajo la gestión de su compatriota se había logrado que un edificio destinado en primera instancia a los juegos de azar se convirtiera en un recinto de nodal importancia cultural a la altura de sus homólogos europeos. Esta situación es interpretada por el publicista como una proeza civilizatoria realizada por un francés en América del Sur.36 A su vez, Groussac mismo utilizaba el rótulo que le confería su cargo como muestra de autoridad. Por ejemplo, en el polémico Une énigme littéraire aparece, debajo del nombre del autor, el rótulo “Directeur de la Bibliothèque Nationale de Buenos Aires”. La misma operación se repite en varias de sus obras. De este modo, el papel de erudito literato europeo y civilizador de las tierras vírgenes latinoamericanas que Groussac ostentaba asumía una particular visibilidad al ser ejecutado desde la Biblioteca Nacional. 384

Fue desde ese posicionamiento que el intelectual que nos ocupa logró constituirse como un referente destacado frente a sus pares. Describiendo las ventajas que le conferían sus funciones en tercera persona señala: Groussac dijo algunas veces que el cargo de bibliotecario fue su morfina, para significar el abandono de toda actividad exterior [...] Quizás fuese más cierto compararlo con el queso de Holanda adonde se refugió, de acuerdo con la fábula, el ratón retirado del mundo, queso bastante magro, desde luego, pero repleto de algunos accesorios.37

Indudablemente, los “accesorios” a los que se refiere fueron fundamentales para la construcción de su fama y para su constitución en tanto voz intelectual autorizada. Groussac no sólo tenía el acceso al nuevo material proveniente del exterior con más facilidad que sus contemporáneos y podía enviar copistas a los archivos europeos para obtener las fuentes necesarias para fundar y enriquecer sus indagaciones, tenía la posibilidad, además, de hacer uso de su tiempo para dedicarse casi exclusivamente a ejercer tareas intelectuales y gestionaba publicaciones desde las cuales publicar sus trabajos y ejercer algunas acciones ejemplificadoras, como La Biblioteca (junio de 1896-abril de 1898) y los Anales de la Biblioteca (1900-1915). Indudablemente, las publicaciones que Groussac dirigió fueron proyectos de sesgo personalista y se convirtieron en espacios de publicación muy destacados. En La Biblioteca se pueden encontrar escritos de destacados hombres de la cultura de la Argentina finisecular. La selección de las colaboraciones para esta revista, y las políticas de edición en general, estaban bajo la responsabilidad absoluta de su director, quien establecía, a su vez, las pautas de admisión o rechazo de los textos que conformarían cada entrega y publicaba numerosos escritos, destacándose entre ellos los de carácter histórico. La experiencia de dirigir esta revista cultural destacada le otorgó al francés amplios reconocimientos. Fue considerada por sus contemporáneos una empresa de carácter europeizante e indiscutidamente civilizador. Rubén Darío se refería a La Biblioteca como la “revista más seria y aristocrática que hoy tenga la 385

lengua castellana. La Biblioteca, es decir, nuestra Revue de Deux Mondes”.38 Miguel Cané, por su parte, señalaba en una carta privada dirigida a Groussac: “el atractivo externo de la revista me ha producido una grata sensación de frescura, de limpiesa civilizada, que se siente al entrar á la sala de la ópera, por ejemplo, después de haber codeado en las calles una manifestación parroquial.39 En el mismo sentido, el propio Groussac señalaba sus intenciones de llevar adelante el proyecto de una revista que estuviera a tono con las publicaciones culturales del viejo mundo. Así, el modelo de las revistas europeas funcionaba activamente en la concepción del director de La Biblioteca: No hay que recordar la parte que cabe á las revistas europeas en el moderno movimiento intelectual. Desgracia ha sido el que ninguna publicación análoga pudiera implantarse sólidamente en esta tierra movediza y fofa. Todas han sucumbido, á pesar de las condiciones económicas de su elaboración.40

Asumiendo como paradigma de empresa editorial a la Revue des Deux Mondes y rescatando como antecesoras válidas nacionales a la Revista de Buenos Aires y la Revista Argentina, Groussac dio forma a su proyecto editorial. Un recorrido por las páginas y los índices de La Biblioteca permite aproximarse a algunas ideas acerca de sus intenciones. Los artículos tratan cuestiones científicas y culturales (en el sentido amplio y decimonónico de ambos términos) y poseen un corte erudito, lo cual diferencia a esta publicación de otras en las que el tono estaba más ligado a la contribución periodística, sintética y de opinión.41 Desde La Biblioteca, Groussac impuso políticas editoriales que podían tener cierto impacto cultural. Él mismo elegía las producciones que conformarían cada número. Además, llevaba adelante el “Boletín Bibliográfico”, ejerciendo el monopolio en las páginas dedicadas a este fin. Allí se encargaba de escribir reseñas y críticas sobre las novedades editoriales de cada trimestre. Este hecho le otorgaba la posibilidad de seleccionar las obras que merecían un comentario y de establecer cuáles de las novedades que ingresaban a la Biblioteca Nacional contaban con la importancia necesaria para ser comentadas y difundidas.

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Groussac se ocupaba, además, de la escritura de la sección “Redactores de La Biblioteca”, en la que presentaba reseñas biobibliográficas de los colaboradores, conocidas como “medallones”. También en esta sección ejerció el monopolio, dejando sólo cuatro de estos textos a cargo de la pluma de Enrique Rodríguez Larreta, joven en el que depositaba su confianza y sus expectativas. En las breves semblanzas, que llegaron a convertirse en uno de los atractivos principales de la revista, el francés presentaba a los autores que participaban en cada número y no siempre sus juicios eran de carácter halagüeño. No es casual el hecho de que Groussac se reservara tantas atribuciones. Se posicionaba de este modo en una autoproclamada voz autorizada para delinear diferentes políticas editoriales con impacto cultural disímil. La Biblioteca se había convertido en base de operaciones desde la cual el director del repositorio consolidaba su ingerencia, hecho que queda constatado cuando se ve que la revista fue, además de lo enunciado, el lugar desde el cual Groussac entabló debates con personajes destacados. El personalismo que atravesaba la revista queda evidenciado cuando se analizan los episodios que llevaron al final de la misma. El Ministro de Justicia, Culto e Instrucción de la Nación instó a que la empresa culminara porque Groussac se había excedido en el debate mantenido con un funcionario estatal de central importancia, Norberto Piñero, que cumplía en ese momento funciones como diplomático argentino en el contexto de las discusiones limítrofes con Chile. El director de la revista entendió este pedido como un acto de “censura ministerial” y decidió interrumpir la publicación: ...por mi parte tenía la elección entre explotar industrialmente el filón del presupuesto, imprimiendo á doscientos ejemplares, y en mal papel, vagos cuadernos de documentos inéditos, hasta formar cada año un tomo de 300 á 400 páginas, que habría sometido al visto bueno oficial y nadie hubiese leído; ó acometer de mi cuenta y riesgo una empresa civilizadora intentando fundar una gran revista mensual, no inferior á las europeas, amplia en sus manifestaciones, libérrima en sus tendencias, que estimulase a los talentos conocidos y suscitase á los ignorados, hasta reflejar honrosamente el intelecto argentino en sus varias aplicaciones.42

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Años después, entre 1900 y 1915, Groussac estuvo al mando de la dirección de los Anales de la Biblioteca. También las tareas emprendidas desde sus páginas tuvieron un tono civilizador y de la misma manera que en la experiencia anterior, la revista se postulaba como una empresa pionera en el contexto de terrenos inhóspitos de la cultura argentina. Se proponía publicar en los Anales documentos inéditos acerca del Río de la Plata. En esta ocasión, las experiencias europeas también funcionaban como referencia a la hora de trazar un perfil ejemplar para la empresa, y se señalaban como modelos a seguir los Materiales para la Historia de Francia, el texto agregado por Alfred Jacobs a una edición de escritos de Gregorio de Tours, y la introducción y los comentarios de François Mignet a las actas de la Sucesión de España. En lo que respecta a sus políticas editoriales, debe señalarse una profundización de las dinámicas ya presentes en las páginas de La Biblioteca, ya que todas las introducciones y los comentarios de los documentos publicados estuvieron, exclusivamente, a cargo de Groussac. Gran parte de estos textos forman parte de las posteriores obras de carácter histórico por él publicadas, hecho que muestra que nuevamente su pluma se convertía en elemento omnipresente. Otra de las características compartidas por los Anales y La Biblioteca es el hecho de que Groussac transformó la publicación en tribuna desde la cual intervenir en polémicas. Desde las páginas de los Anales, participó en 1900 en el debate acerca del idioma de los argentinos, entabló una polémica con el director de la Biblioteca Nacional de Perú, Ricardo Palma (que versó sobre la publicación de la Descripción del Perú por Tadeo Haenke), y criticó el método histórico que estaban practicando los historiadores de la Nueva Escuela Histórica. Un análisis detenido de ambas empresas editoriales permite sostener que las acciones emprendidas por Groussac desde sus páginas lo habilitaban para impulsar o censurar trayectorias y establecer límites entre lo aceptable y lo prescindible; para establecer qué personajes del pasado cultural eran portadores de algún atributo recuperable, o bien, representantes de lo que definitivamente debía omitirse; para intervenir en debates sobre las más variadas temáticas; para publicar sus propias investigacio388

nes, jactándose del sostén erudito sobre el que se montaban sus interpretaciones y para difundir sus piezas literarias; para mostrar cuáles eran las tradiciones y las novedades europeas modélicas y cuáles las repudiables. En este punto es menester destacar que la puesta en práctica de estas políticas monopólicas no convirtió al personaje en una figura poco abierta a las renovaciones intelectuales de su época. Más bien puede observarse lo contrario. Así, por ejemplo, el director de la Biblioteca Nacional mantuvo una actitud receptiva hacia las novedades europeas, aunque siempre manteniendo el tono ejemplificador y moralizante e intentando trazar los caminos a seguir. Prueba de ello es un comentario sobre la difusión de los folletines de escritores europeos, en el que se encargaba de censurar el negativo papel que podía ejercer la propagación de las ideas de Émile Zola.43 En la intención de reforzar su imagen de francés portador de la tradición, Groussac criticó duramente la prosa del renombrado autor señalando que podía pervertir el sustrato civilizador que irradiaba su país de origen y corromper las costumbres, tanto de la sociedad francesa como de la argentina. Otra muestra de cierta apertura, aunque siempre matizada por juicios posteriores, hacia las novedades se encuentra en el hecho de que en las páginas de La Biblioteca se publicaron destacadas piezas del modernismo literario firmadas por el mayor exponente del movimiento, Rubén Darío, y por Leopoldo Lugones. A su vez, en los comentarios bibliográficos, Groussac se encargó de comentar Los raros y Prosas profanas del nicaragüense.44 Sin embargo, pese a ello, no depositaba demasiadas expectativas en la riqueza de la corriente estética encabezada por el poeta nicaragüense. Es más, consideraba que los exponentes del modernismo practicaban la más exacerbada imitación y demostraban una actitud servil ante el parnasianismo, el decadentismo y el simbolismo. Por otra parte, mostraba un explícito fastidio ante la arrogancia modernista de proclamarse como una generación americana independiente, dado que sostenía que seguían estando tan ligados a los ritmos signados por los literatos europeos como sus antecesores. De este modo, puede señalarse que Groussac, en tanto director de la Biblioteca Nacional con la posibilidad de ejercitar su 389

pluma en las páginas de empresas editoriales, subvencionadas por el Estado pero convertidas en sus propios bastiones, tuvo la posibilidad de trazar ciertos lineamientos culturales que tendían a conformar un panteón de personajes culturales nacionales, latinoamericanos y europeos que debían ser considerados como referentes intelectuales válidos y, por tanto, aceptados y adoptados, o bien, conocidos, pero rechazados.

Consideraciones finales En un homenaje realizado en 1926 en la Sorbona, Alfonso Reyes se refirió a Groussac como parte de un linaje que encontraba sus antecesores en Santiago de Liniers y Amadeo Jacques. Se refería a estos personajes como “hombres de frontera” que se ubican “por encima de la limitación geográfica [...] contemplan la historia desde dos continentes; su visión se afirma mucho más allá del compás de una sola ciudad, de una sola civilización”.45 El interrogante se impone: ¿Groussac puede ser considerado, como el mismo pretendía, un intelectual francés instalado en Argentina? A juzgar por su trayectoria vital, difícilmente puede sostenerse una respuesta afirmativa. Lo único que Groussac portaba de Francia, en un sentido concreto, era su origen. Su formación era fragmentaria y, habiendo llegado a Buenos Aires a la edad de dieciocho años, no acarreaba consigo antecedentes en el mundo letrado francés. Este hecho lo diferencia de otras figuras intelectuales que habían llegado al país cuando ya contaban con un itinerario trazado y una reputación en sus países de origen, ya sea en tanto docentes, científicos u hombres de letras, y que, justamente por ello, eran convocados por las elites políticas para ocupar determinados puestos en instituciones nacionales. Debe sostenerse, más bien, que la construcción del lugar de Groussac como intelectual descansó sobre una serie de circunstancias que combinan la habilidad del personaje para presentarse ante los otros y las condiciones embrionarias del espacio cultural de su época. Diversos sucesos fueron eslabonándose en estas tierras para que su posicionamiento como referente inte390

lectual y voz autorizada de la constelación letrada argentina del pasaje del siglo XIX al XX fuera efectivo y no pasara desapercibido. Producto de la articulación de una serie de acciones que signaron su trayectoria, entre las que se destacan la insistente ponderación del prestigio que su nacionalidad supuestamente le confería y su autoproclamada erudición, se fue constituyendo una imagen de síntesis: la del letrado europeo en tierras latinoamericanas. Sin lugar a dudas, el cargo de director de la Biblioteca Nacional favoreció el apuntalamiento de esta imagen que Groussac construyó y difundió en forma decidida. Más que como un “hombre de frontera”, él mismo parece haber tenido un alto nivel de lucidez como para remarcar que se encontraba definitivamente (aunque de manera virtual) posicionado del lado europeo de la línea demarcatoria. Constata esta idea su participación en un evento realizado en 1898 en el Teatro de la Victoria, en el que voces destacadas se pronunciaron sobre la realidad internacional suscitada por la Guerra Hispano-Americana. Allí, Groussac habló decididamente como francés, portador de una esencia latina a reivindicar frente al avance del yankismo, a tono con los discursos cercanos al movimiento que Oscar Terán ha caracterizado como “el primer antiimperialismo latinoamericano”.46 Y fue, justamente, la intervención de él como europeo la que personajes como Rubén Darío resaltaron.47 El hecho de haber comandado la Biblioteca Nacional, como hemos señalado, contribuyó para que Groussac reforzara su figura intelectual y se impusiera por sobre sus contemporáneos haciendo gala de su dedicación prácticamente exclusiva a las letras, en sus más dispares expresiones, y de los recursos a los que podía tener acceso. En este sentido, la dirección de las revistas La Biblioteca y los Anales de la Biblioteca consolidó y reforzó su ubicación en tanto difusor de ciertas políticas editoriales con impacto cultural. Estas revistas, aunque contaban con subvención estatal por estar nominalmente ligadas a una institución pública, no pueden ser consideradas como órganos oficiales supeditados a los objetivos y a los tiempos del repositorio dirigido por Groussac. Ambas publicaciones fueron destacados medios de difusión de algunos saberes 391

y novedades en un espacio cultural acotado y actuaron, de manera constante, como vehiculizadoras de la legitimidad y la validez de los juicios y las producciones del francés. Pero de alguna manera, y quizás hasta de forma sesgada, fueron también propagadoras de un mensaje de corte modernizador. En el caso de La Biblioteca debe destacarse que, aunque siempre bajo la mirada atenta e inquisidora de su director, fue órgano de difusión de algunas novedades europeas, latinoamericanas y nacionales. En este sentido, Groussac funcionó como una especie de articulador cultural que propició la circulación de conocimientos y novedades. Por su parte, los Anales de la Biblioteca pueden considerarse, más allá de la omnipresencia de la pluma groussaquiana, como parte de una intención vinculada con la difusión del patrimonio histórico y como vehículo de divulgación de parte de los documentos inéditos sobre la historia rioplatense. De todas maneras, pese a que una lectura retrospectiva de ambas publicaciones permite evaluar rasgos positivos, no debe dejar de señalarse que se encontraban identificadas plenamente con los objetivos intelectuales de su director y que fueron partes constitutivas de un proyecto personalista que le permitió pensar en la posibilidad de dar forma a un espacio intelectual argentino que, como hemos mostrado, percibía como un terreno en estado virginal.48 En suma, puede destacarse que Groussac logró poner en marcha algunos proyectos tendientes a la modernización cultural acompasados por sus anhelos. De hecho, en el contexto finisecular, la Biblioteca Nacional podía ser pensada como una institución cultural representativa desde la cual irradiar algunas pautas para la concreción de tareas intelectuales y, a la vez, como una plataforma desde la cual difundir determinados conocimientos o informaciones novedosas. Pero, paralelamente, debe apuntarse como un límite de los proyectos propiciados el hecho de que el francés tuviera más claridad en presentar diagnósticos que en marcar prescripciones para alcanzar su modelo ideal, que siempre descansaban sobre la valoración de una “esencia francesa”, indefinida y abstracta, de la que se autoproclamaba agente y propagador. Quizás el rasgo más original de la trayectoria de Groussac, el que desde una perspectiva contemporánea permite pensarlo como 392

una figura intelectual a mitad de camino entre los intelectuales profesionales49 (pensados en términos del modelo de la Europa occidental) y aquellos que realizaban tareas ligadas al mundo de las letras en forma aleatoria, es la posibilidad de que tuvo de dedicarse exclusiva y constantemente a las tareas intelectuales. Frente a la característica intermitencia que signaba las labores intelectuales de sus contemporáneos, Groussac logró forjar una posición que lo salvaguardaba, en más de un sentido, del desorden y la improvisación. Simultánea y paradójicamente, mientras bregaba por un especialismo que descansara en la división del trabajo intelectual, él mismo no se atenía a ningún tipo de compartimentación de las labores intelectuales y reforzaba más bien el perfil del polígrafo que podía dejar circular su pluma con tranquilidad por varias áreas del saber. Asumiéndose, entonces, como el portador de una tradición y el ejecutor de una misión, como una suerte de modernizador cultural con responsabilidades ampliadas, Groussac actuó como un intelectual con atributos particulares y distintivos (algunos autoconferidos y otros reales) y se convirtió en un destacado referente dentro del ambiente intelectual argentino en el pasaje del siglo XIX al XX. A su vez, incluso actuando desde marcos provistos y subvencionados por el Estado, logró manejarse dentro de los márgenes de una autonomía notable. De alguna manera, la trayectoria de Groussac permitió delinear una figura cercana a la del intelectual neto, un personaje exclusivamente dedicado a las tareas intelectuales y alejado de los cimbronazos del mundo político. Así, el hecho de contar con una serie de habilidades, saberes potenciales y capacidades personales le permitió constituirse como un referente y un difusor de determinados conocimientos y discursos, más allá del grado de éxito y de recepción de los mismos. El francés se dedicó, gracias a su privilegiado posicionamiento, principalmente a escribir, a dar directivas y difundir las novedades que consideraba válidas. Desde ese lugar, fue la imagen que se construyó de sí mismo la destinada a perdurar, casi como una leyenda: el letrado francés instalado en Argentina, el “Renan quejoso de su gloria a trasmano”.

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Notas

* Quiero hacer público mi agradecimiento a Ricardo Salvatore por haberme convocado a participar de este volumen. Me he visto beneficiada por los comentarios que Fernando Devoto, Darío Roldán, Oscar Terán y el director de este libro realizaron acerca de versiones preliminares de este trabajo o de argumentos que funcionan aquí como insumos. 1 Para detalles sobre la biografía de Groussac puede verse Laferrère, “Noticia prelminar” (1928), Bruno, Paul Groussac... (2005), cap. 1 y Páez de la Torre, La cólera de la inteligencia... (2005). 2 Dado que Groussac se lanzó a recorrer el mundo a los dieciocho años, su formación europea se limitó al cumplimiento del ciclo de Liceo en Toulouse y la concurrencia de algunos meses a los cursos preparatorios de la Escuela de Bellas Artes de Toulouse, con el objetivo de formarse artísticamente para rendir el examen de dibujo para ingresar en las escuelas Naval y Politécnica. A los diecisiete años rindió los exámenes del curso de admisión para incorporarse a la Escuela Naval de Brest, pero no ingresó a la misma. Véase Bruno, Paul Groussac... (2005), cap. 1. 3 En reiterados pasajes de su obra, Groussac apunta anécdotas acerca de su formación autodidacta. Él mismo narra que en sus primeros años en Buenos Aires, mientras se desempeñaba como docente en el Colegio Modelo del Sud y en el Colegio Nacional, era un asiduo concurrente de la biblioteca de la segunda institución mencionada; en el mismo tono, Groussac cuenta que en su estancia tucumana y en sus viajes por el interior del país, concretados en la década de 1870, estaba siempre pendiente de las novedades europeas y que se nutría de las lecturas que encontraba en las bibliotecas que Sarmiento había diseminado por las provincias. Ver Bruno, Travesías intelectuales... (2005). Si bien su formación autodidacta se vio, seguramente, enriquecida una vez que obtuvo el cargo de director de la Biblioteca Nacional y logró tener a su alcance todos los libros del reservorio, puede sostenerse que ya para 1890 contaba con una biblioteca personal lo suficientemente nutrida y variada. El listado de los libros de su biblioteca en esa época puede verse en Groussac, Biblioteca de Pablo Groussac... (1893). 4 Casal Castel, “Paul Groussac” (1942), p. 238. 5 Algunas de las miradas de Groussac sobre Tucumán y las dinámicas provincianas pueden rastrearse en su novela Fruto vedado. Véase Groussac, Fruto... (1884). 6 Norberto Piñero, por su parte, en su respuesta a las críticas de Groussac, recurrió también al argumento de la extranjería de su contrincante, no sólo para minimizar su autoridad en cuestiones relacionadas con la historia argentina, sino también para ironizar acerca del lugar de enunciación que su origen y su cargo de director de la Biblioteca Nacional le otorgaban, supuestamente, a nuestro personaje. Para el análisis de este debate, pueden consultarse: Bruno, “La obra de Paul

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Groussac...” (2003), Eujanian, “Paul Groussac y la crítca historiográfica...” (1995) y Stortini, “Teoría, método y práctica...” (1997). 7 Reproducido en Groussac, Santiago de Liniers... (1907), p. 413. 8 Mitre a Groussac, 1897. 9 A juzgar por la atención que el personaje ha recibido en los últimos años, quizás debe pensarse que estos interrogantes, o algunas de sus variantes posibles, tienen aún validez. Para un listado de los libros publicados sobre Groussac recientemente remito a la bibliografía. 10 Segunda encuesta de Martín Fierro, Martín Fierro. Periódico quincenal de arte y crítica libre, 1924, segunda época, año I, Nº 12 y 13, p. 97. 11 Las respuestas publicadas, que aparecieron en mayo de 1925, fueron de Eslavo y Argento (seudónimo compartido por los escritores Mateo Aristóbulo Echegaray e Israel Zeitlin (César Tiempo)), Bernardo González Arrili, Francisco López Merino y Eduardo González Lanuza. En líneas generales, presentaban un panorama ambiguo: algunas remarcaban el ocaso de la figura del francés y sus perjudiciales influencias, mientras que otras destacaban el valor ejemplar de su obra. Pese a este amplio abanico de percepciones, todas las respuestas se referían a un personaje que se había convertido en objeto a ser evaluado. La labor de Groussac formaba parte del pasado y había llegado la hora de las valoraciones y los reconocimientos. (Las respuestas se publicaron en Martín Fierro, Segunda época, año 2, Nº 16). 12 Groussac, El viaje intelectual... (1904), p. 10. 13 Véase Groussac, “La Biblioteca...” (1896) y, para un análisis más detenido de estos argumentos, Bruno, Travesías... (2005). 14 Groussac, Del Plata... (1897), p. 182. 15 He abordado detalladamente este tema en el capítulo 3, en Bruno, Paul Groussac... (2005). 16 Los sucesos de este viaje están narrados en Groussac, El viaje intelectual... (1920), pp. 55-125. Luego de su arribo a Francia, Groussac se dirigió a su ciudad natal, en la que estuvo pocos días sintiéndose muy incómodo con la situación que allí encontró: su padre había formado una nueva familia y su barrio le generó extrañamiento. Decepcionado, se lanzó a la conquista de París, donde sufrió una gran variedad de desilusiones al encontrar una ciudad que estaba perdiendo su brillo de antaño ante los avances de la masificación, considerada sinónimo de decadencia. Posteriormente, intentó entablar relaciones con destacados personajes del universo letrado y no logró ningún tipo de reconocimiento. Para una evaluación de estos hechos, pueden consultarse Bruno, “Cartografía de un regreso...” (2002) y el ya referido capítulo 1, en Bruno, Paul... (2005). 17 Acerca de Germán Burmeister véase Mantegari, Germán Burmeister... (2003); sobre Amadeo Jacques puede consultarse Vermeren, Amadeo Jacques... (1998). 18 Ver Bruno, Travesías... (2005) para un análisis de las lecturas del personaje acerca de América Latina. 19 Groussac, “Boletín Bibliográfico: Los Raros...” (1896), p. 480. 20 Groussac, El viaje... (1904), p. 8.

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21 Mientras que las intervenciones públicas de Groussac continuaban haciendo referencia a la falta de profesionalización de las tareas intelectuales, el ámbito cultural argentino, delineado hacia la década de 1910, mostraba claros signos de transformación. De hecho, el mismo especialismo intelectual por el que Groussac había bregado terminó por asfixiar a personajes que respondían a sus mismas características. Como él, otros actores que podían rotularse como “hombres de cultura” o letrados, en el sentido amplio de estas fórmulas, perdían preeminencia en el contexto de la nueva realidad: no eran especialistas en ninguno de los terrenos por los que deambulaban. Sobre el clima intelectual hacia el Centenario, ver Altamirano y Sarlo, “La Argentina del Centenario...” (1997). 22 Groussac, “Escritos de Mariano Moreno” (1896), p. 124. 23 Groussac, Crítica literaria (1985 [1924]), p. 283. 24 Groussac, El viaje... (1904), pp. 138 y 139. 25 Groussac, El viaje... (1904), p. 12. 26 El personaje consideraba “literatos de ocasión” a la gran mayoría de los habitantes del mundo letrado argentino. El sólo hecho de que desempeñaran numerosas tareas a la vez, la superposición de las empresas políticas y las intelectuales y la falta de formación sistemática, eran los rasgos de quienes eran considerados improvisados. Quizás las figuras de Domingo F. Sarmiento y Bartolomé Mitre sean las más referenciadas en este sentido. 27 Sam Weller –seudónimo de Manuel Láinez–, “Bibliotecarios” (1885). 28 Anónimo, “Nombramiento de Bibliotecarios”, El Nacional, 19 de enero de 1885. 29 Ver Trenti Roccamora, “Aportes para una historia de la Biblioteca Nacional...” (1997) y AA.VV., Historias de las Bibliotecas Nacionales... (1995). 30 Ver Molina, Misiones argentinas... (1955). 31 En los últimos tiempos, la actuación de Groussac frente a la Biblioteca Nacional, leída en términos específicos de función institucional, ha generado una notable atención. Mientras que algunos autores mantienen un tono celebratorio sobre su desempeño, otros han intentado dejar en evidencia los límites de sus acciones. Véanse Cuffia, ¿Conoces a Paul Grousac? (2001) y Tesler, Paul Grousac... (2006). 32 Gerchunoff, “Reflexiones...” (1929), p. 63. 33 Groussac, “Boletín Bibliográfico: Los raros” (1896), p. 476. 34 Para el análisis sobre la labor histórica de Groussac, consúltense: Eujanian “Paul Groussac...” (1995) y “Paul Groussac...” (2003), Stortini, “Teoría...” (1997) y Bruno, Paul Groussac… (2005), cap. 4. 35 Sobre las influencias intelectuales de Groussac, he tratado de demostrar en trabajos anteriores que los representantes del romanticismo ejercieron un peso determinante en sus obras de carácter histórico y literario. Por su parte, el peso de Hippolyte Taine puede rastrearse en sus consideraciones sobre la Historia como ciencia y arte. De Saint-Beuve, puede verse en su ejercicio de la crítica literaria, que Groussac adoptó dos prácticas: dar a la crítica una dimensión creadora y definir a los autores por medio de retratos psicológicos, morales y literarios. 36 Véase Clemenceau, Notes de voyages... (1911), p. 72.

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Groussac en Benarós, Paul Groussac en el Archivo... (1998), pp. 36 y 37. Darío, “Los colores...” (1896). 39 Cané a Groussac, 1896. 40 Groussac, “La Biblioteca...” (1896), p. 185. 41 Un índice de materias de la revista puede encontrarse en Maeder, Índice general... (1962). 42 Groussac, “La desaparición...” (1898), p. 247. 43 Ver Groussac, “La educación por el folletín” (1897). 44 Véase Groussac, Boletín Bibliográfico: Los Raros (1896) y Groussac, Boletín Bibliográfico: Prosas Profanas... (1897). 45 Reyes, “Homenaje a Groussac” (1956), p. 457. 46 Ver Terán, “El primer antiimperialismo...” (1986). 47 El nicaragüense señalaba sobre el mencionado evento: “en nombre de Francia [habló], Paul Groussac. [...] Sí, Francia debía de estar de parte de España. La vibrante alondra gala no podía sino maldecir el hacha que ataca una de las más ilustres cepas de la vena latina”, Darío, “El triunfo de Calibán” (1898). 48 Por razones de espacio, no entramos aquí en la evaluación de Groussac acerca de las instituciones educativas argentinas de distintos niveles. Pero, de manera simplificadora, se puede apuntar que no depositaba ninguna confianza en los espacios de formación vigentes. Siendo, quizás, su mirada sobre la Facultad de Derecho y sus falencias el ejemplo más apuntado por el autor. Ver, por ejemplo, Groussac, “Boletín Bibliográfico: Tesis de la Facultad...” (1897). 49 Véase Charle, Los intelectuales... (2000). 37 38

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Referencias

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Sobre los autores Paula Bruno es Profesora en Historia (UBA) y Magister en Investigación Histórica (UdeSA). Ha realizado estancias de investigación de posgrado en la Universitá Ca’Foscari de Venecia, Italia y en el Instituto de Investigaciones José Luis María Mora, México DF. Es autora de los libros: Paul Groussac. Un estratega intelectual (FCE/UdeSA, 2005) y Travesías intelectuales de Paul Groussac (Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 2005). Ha publicado sobre temas de su especialidad en revistas nacionales y extranjeras (entre ellas, Hispamérica, Secuencia, Cuadernos Americanos, Iberoamericana, Araucaria, Saber y Tiempo) y ha escrito libros de texto para la enseñanza primaria y secundaria. Su investigación doctoral, financiada por el CONICET versa sobre intelectuales en el pasaje del siglo XIX al XX argentino. Actualmente se desempeña como Profesora del Departamento de Humanidades de la Universidad San Andrés. Grant Farred se doctoró en la Universidad de Princeton en 1997, y ha dictado clases en la Universidad de Michigan (Ann Arbor) y el Williams College, Mass. Es autor de What’s My Name? Black Vernacular Intellectuals (University of Minnesota Press 2003) y Mildfielder’s Moment: Coloured Literature and Culture in Contemporary South Africa (Westview Press, 1999). Sus próximos libros son Long Distance Love: A passion for Football (Temple University Press, 2007) y The Phantom Calls: Race and Globalization in the NBA (Prickly Paradigm Press, 2007). Es el editor general del journal The South Atlantic Quarterly (SAQ) con sede en la Universidad de Duke. Karina Galperin es Licenciada en Letras (UBA) y en Ciencia Política (UBA). En el 2002 obtuvo su doctorado en Lenguas y Literaturas Romances de la Universidad de Harvard. Actualmente se desempeña como profesora en el Departamento de Historia de la Universidad Torcuato Di Tella. Fue profesora visitante en la Universidad de Stanford (2003) e investigadora visitante en la Uni-

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