Entre el bronce y la vida: los héroes de la Independencia en la estatuaria pública conmemorativa de la ciudad de Mérida (1842-1915)

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Entre el bronce y la vida: los héroes de la Independencia en la estatuaria pública conmemorativa de la ciudad de Mérida (1842-1915) Entre o bronze e a vida: os heróis da Independência na estatuária pública comemorativa da cidade de Mérida (1842-1915) Between bronze and life: heroes of the independence on the public commemorative statuary from Merida’s city (1842-1915)

Samuel Hurtado Camargo 1*

Recibido: 06/04/2015 Aceptado: 11/05/2015 Disponible en Línea: 30/06/2015

Resumen Las estatuas constituyen unos textos abiertos e inconclusos a los cuales se les pueden hacer múltiples lecturas. Una de ellas es desde la Historia, pues, lejos de ser simples objetos decorativos, las estatuas son testigos de experiencias, usos e intenciones que nos acercan de una forma real o cargada de vida a las dinámicas y procesos históricos de una determinada sociedad. Partiendo de estas premisas, realizamos un estudio acerca de la historia de los diferentes monumentos escultóricos relacionados con los héroes de la Independencia suramericana, levantados en la ciudad de Mérida (Venezuela) durante el período 1842-1915, basándonos en el análisis de las diferentes fuentes bibliohemerográficas y documentales producidas antes, durante y después de la inauguración de las distintas obras conmemorativas. Palabras clave: estatuaria pública conmemorativa, culto a los héroes, estatuaria merideña, independencia suramericana, imaginarios urbanos

Revista Kaypunku / Volumen 2 / Número 1 / junio 2015, pp. 31-73 Documento disponible en línea desde: www.kaypunku.com Esta es una publicación de acceso abierto, distribuido bajo los términos de la Licencia Creative Commons ReconocimientoNoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional. (http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/), que permite el uso no comercial, compartir, descargar y reproducir en cualquier medio, siempre que se reconozca su autoría. Para uso comercial póngase en contacto con [email protected] *

Universidad Nacional Experimental de los Llanos Occidentales Ezequiel Zamora, Venezuela. [email protected]

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Resumo As estátuas constituem textos abertos e inconclusos com os quais se podem fazer múltiplas leituras. Uma dessas leituras, no âmbito da História, é que longe de serem simples objetos decorativos, as estátuas são testemunhas de experiências, usos e intenções que nos aproximam de uma forma real ou carregada de vida das dinâmicas e processos históricos de uma determinada sociedade. Partindo destas premissas, realizamos um estudo sobre a história dos diferentes monumentos escultóricos relacionados com os heróis da Independência sul-americana, levantados na cidade de Mérida (Venezuela) durante o período de 1842-1915, nos baseando na análise das diferentes fontes biblio-hemerográficas e documentais produzidas antes, durante e depois da inauguração das distintas obras comemorativas. Palavras-chave: estatuária pública comemorativa, culto aos heróis, estatuária meridenha, independência sulamericana

Abstract Statues are open and unconcluded texts, which can be read from multiple lectures. One of them comes from the History, because, beyond of being just simple decorative objects, they are witnesses of different experiences, uses and intentions that can approach us in a real way and loaded with life to the dynamics and historical process of a particular society. Since this premises, we carry out a study about the history of some sculptural monuments related with the South American Independence. They were erected in Merida’s city (Venezuela) during 1842-1915. We will base our analysis on several journals and documents produced before, during and after the inauguration of this commemorative’s pieces. Keywords: public commemorative statuary, heroe’s cult, merida’s statuary, south american independence, urban images

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El día en que una estatua está terminada, su vida, en cierto sentido, empieza. Se ha salvado la primera etapa que, mediante los cuidados del escultor, la ha llevado desde el bloque hasta la forma humana; una segunda etapa, en el transcurso de los siglos, a través de alternativas de adoración, de admiración, de amor, de desprecio o de indiferencia, por grados sucesivos de erosión y desgaste, la irá devolviendo poco a poco al estado de mineral informe al que la había sustraído su escultor. —Marguerite Yourcenar, El tiempo, gran escultor

1. Introducción: las estatuas como objeto de estudio En Venezuela, los estudios sobre la estatuaria pública conmemorativa han estado asociados en su totalidad con la Historia del Arte1 y de la percepción de jerarquías cualitativas dentro de ella (Gaskell, 1996). Es decir, el corpus historiográfico ha estudiado las estatuas desde su importancia como obra de arte (Hurtado, 2007a, p. 35-40) y muy escasamente desde su valor como documento histórico, a través del cual se pueden comprender diversos aspectos relacionados con los procesos socioculturales, históricos y políticos de una determinada sociedad, ya que estas están inmersas, «ideológica y físicamente, en un complejo sistema de significados que va más allá de los límites de cualquier disciplina académica establecida. Ubicada en calles y plazas de la ciudad, su historia forma parte de la historia del urbanismo, pero también de la historia de las ideas estéticas y de la vida política» (Majluf, 1994, p. 8).2 Dicho en otras palabras, por su variabilidad de significados y funciones dentro de la sociedad, las estatuas se convierten en un objeto factible de estudiar e interpretar desde la Historia como Ciencia Social. Al respecto, es necesario tomar en consideración las siguientes premisas: Las estatuas constituyen la materialización de ideas de una determinada sociedad, que tienen, a decir de Alöis Riegl (1987), el firme propósito de no permitir que ese momento se convierta nunca en pasado, de que se mantenga siempre vivo y presente en la conciencia de la posteridad, ya que «aspira de modo rotundo a la inmortalidad, al eterno presente, al permanente estado de génesis» (pp. 43, 67). Por lo tanto, tienen como característica principal el tener la capacidad, voluntaria o no, de perpetuar «las sociedades históricas» y remitirlas a testimonios, de hacer perdurar maravillosamente el recuerdo (Le Goff, 1991; Gutiérrez Viñuales, 2004, p. 16; Ballart, 2002, pp. 34 y ss.; Chicangana, 2009, p. 133; Gómez, 1994, p. 40; Auerbach, 1994a). Son lugares de la memoria, en los que a través del o los personajes homenajeados se pretende transmitir una serie de valores o ideales ejemplificantes «dignos» a seguir por las generaciones venideras (Burke, 2001, pp. 83, 87). De esta manera, ciertos grupos sociales, «imponen» o establecen por medio de los monumentos, los valores y/o elementos por medio de los cuales se edificará la memoria cívica de los ciudadanos, en cuyo proceso —a decir de Zárate Toscano (2005)—, la ciudad es convertida en un depósito de las representaciones culturales que reproducen la identidad nacional. 1

Para efectos de esta investigación manejamos la definición de arte formulada por José Fernández Arenas (1996), que considera que el arte «es un sistema o proceso técnico que intenta producir un objeto perceptible sensorialmente y que busca comunicar algo». (p. 21) 2 Véase también Tejerina et ál. (2010, pp. 3 y ss.).

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Figura 1. Proceso de producción/creación de un monumento estatuario (Etapa I). Elaboración del autor.

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Todo monumento estatuario pasa por dos etapas o procesos en los que están latentes las intenciones, implícitas o explícitas de sus creadores o promotores y los usos o funciones que cumplirá. La primera etapa constituye propiamente el proceso de su producción creación (significante). Para su comprensión o estudio, es necesario analizar el contexto temporo espacial en el cual se erige, los promotores o impulsadores de la propuesta, así como los motivos que justifican su concreción, sus usos y funciones, los cuales a su vez, determinan, el diseño de la obra escultórica, su emplazamiento y selección del artista o autor (Majluf, 1994; Riegl, 1987; Gutiérrez Viñuales, 2004; Zárate Toscano, 2003; Camardelli, 2011, p. 36). Dicho proceso puede sintetizarse a través del esquema de la Figura 1. Una vez concretado el monumento escultórico, viene la segunda etapa en la vida de una estatua (Yourcenar, 1989, p. 22; Majluf, 1994, p. 35) que comprende el proceso de apropiación (significación/ interpretación) por parte de sus receptores o público al que está destinado. Al respecto, es necesario tener presente que los monumentos al constituir una representación del pasado, de lo vivido y experimentado, sus escenas ─por lo general─ son anteriores a quienes desde el presente lo contemplan (Lowenthal, 1998, pp. 449 y ss.), pero el estar allí, en una plaza, en un espacio público, los va convirtiendo en parte integrante de las ciudades y del recuerdo de quienes los leen o miran, por lo tanto, cada individuo o colectivo los interpreta a su manera y hace uso de ellos dependiendo de esa misma interpretación (percepción), sus sensibilidades, gustos e intereses (Auerbach, 1994b, pp. 8-13). Estos aspectos influyen contundentemente en la existencia (permanencia) de una estatua en un espacio específico o que sea trasladada a otro, o en algunos casos, conlleva a su destrucción (Pineda, 1986, pp. 14 y ss.). Al respecto Yourcenar (1989) precisó: «nuestros padres restauraban estatuas; nosotros les quitamos su nariz falsa y sus prótesis; nuestros descendientes, a su vez, harán probablemente otra cosa […] de todas las mudanzas originadas en el tiempo, ninguna hay que afecte tanto a las estatuas [o a los monumentos] como el cambio de gusto de sus admiradores» (p. 24). En este sentido, cada persona genera su propia percepción sobre los monumentos estatuarios, las cuales influyen notablemente en los usos que esta hace de ellas, «cambios de gustos» en los que muchas veces influyen las apreciaciones que sobre un determinado acontecimiento o personaje se producen en el transcurso del tiempo (Hurtado, 2007b). La apropiación, por lo tanto, apunta hacia el estudio de una historia social de usos e interpretaciones, relacionados con sus determinaciones fundamentales e inscritos en las prácticas específicas que los producen (Chartier, 1996, p. 53), interpretaciones (recepciones) que dependen de los efectos de sentido construido por las obras mismas, de los usos y significaciones impuestas por las formas de difusión y circulación que rigen una comunidad, un grupo o individuos (Chartier, 2005, p. 29). Significaciones que pueden variar, o no, de acuerdo a los distintos públicos o tiempos históricos (Pomian, 2007, pp. 125-147). Según Chartier (2005), la fuerza de los modelos culturales dominantes no anula el espacio propio de recepción de una obra determinada. Para el autor, siempre ha existido una «distancia entre la norma y lo vivido, entre el dogma y la creencia, entre los mandatos y las conductas» y es en este desfase en el que se «imponen las reformulaciones y las desviaciones, las apropiaciones y las resistencias» (p. 31). ISSN: 2410-1923

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En este orden, son ilustrativas las afirmaciones de Zarate Toscano (2003), quien al referirse a los procesos de apropiación de los monumentos escultóricos ha señalado que aunque dichas obras están dirigidas a un público determinado, en cuyas simbologías se expresan unas intenciones, es posible, que estos «no llegaran a comprender el sentido que su creador o patrocinador les había querido inyectar», por lo que es muy probable que les hicieran variadas lecturas (p. 432 y ss.). Con similares afirmaciones, María Elina Tejerina et ál (2010), reconocen que los monumentos, al ser «representaciones de una época, son factibles de múltiples lecturas» o interpretaciones (p. 1), que va a determinar, en gran medida, nuevos usos, muchas veces distintos a los que motivaron su génesis, generándose por consiguiente, en la relación monumento-ciudadano, formas distintas a la que aspiraban sus creadores (Gutiérrez Viñuales, 2004, p. 48). Bajo estas premisas, planteamos el esquema respectivo (Figura 2) en el que queda de manifiesto la interrelación permanente entre los mecanismos de difusión, el(los) receptor(es) y las interpretaciones que sobre determinado monumento se va realizando a lo largo de su historia, proceso cíclico que se mantiene en constante construcción. Por otro lado, como señala Natalia Majluf (1994), si bien, en los monumentos se percibe de manera más obvia que en otros tipos de obras las cualidades tangibles de la ideología y la materialidad del discurso, para su estudio «no basta, entonces, con rodear las estatuas de un contexto; es necesario insertarlas dentro de ese juego de representaciones múltiples que es el espacio urbano» ya que una vez que ocupan un lugar, los monumentos «no solo se inscriben dentro de ese espacio sino que contribuyen a crearlo» (p. 8). Tomando en consideración estas acotaciones, los estudios sobre los monumentos estatuarios a partir de la Historia o de cualquier otra disciplina del saber humano, estarán orientados no solo a la descripción del contexto en el cual fueron erigidos, sino también al análisis, interpretación y comprensión de las razones que justificaron su ubicación en un espacio público, y por el otro, el uso o funciones que han tenido en su devenir histórico. De esta forma se pueden descifrar algunas claves para comprender el papel de las estatuas en el proceso de consolidación de ciertos valores o ideas, como el que ocurre con los monumentos estatuarios levantados en la ciudad de Mérida (Venezuela) durante el período 1842-1915, obras que se enmarcan dentro del proceso de difusión y reafirmación de las identidades nacionales que desde mediados del siglo XIX comenzaron a fraguarse en las nacientes repúblicas latinoamericanas, en las que las ceremonias, actos y festejos, destinados a rendir homenaje y rememorar las hazañas de los padres fundadores de la nación, servían para poner en escena especies de sistemas simbólicos identitarios (Calzadilla, 2002, p. 5), en los que las estatuas se convirtieron en la consagración más fehaciente de la memoria, perpetuando el sentido de pertenencia y apropiación de la patria venezolana, expresada en el culto a los héroes, en especial al Libertador Simón Bolívar (Carrera Damas, 2003; Pino Iturrieta, 1998, 2010). De este modo, en el siguiente estudio se realiza una reconstrucción histórica de los monumentos estatuarios erigidos en la ciudad emeritense entre 1842-1915, precisando sus usos o funciones durante el período antes señalado, destacando asimismo el valor de las estatuas como documento histórico y su importancia como fuente indispensable para comprender los procesos sociohistóricos y culturales de la sociedad merideña.

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Figura 2. Proceso de apropiación/significación de un monumento estatuario (Etapa II). Elaboración del autor.

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2. Mérida, una ciudad enclavada en los Andes venezolanos La imagen que se desprende de los diversos estudios acerca de Mérida para el periodo que va de 1842 hasta 1915 es la de una ciudad colonial, pequeña, aldeana, culta y universitaria. Calificativos que sin duda, nos sirven para comprender la ciudad y su gente en el proceso, en cuyos espacios son erigidos un conjunto de monumentos destinados a rendir homenaje a los llamados «héroes de la patria» o próceres de la Independencia suramericana. Hacia mediados del siglo XIX, Mérida era una ciudad relativamente pequeña como lo había sido en siglos anteriores,3 la cual, como se evidencia en un plano topográfico elaborado por Gregorio Fidel Méndez en 1856, «estaba formada por apenas unas ocho calles longitudinales partiendo de la barranca del Albarregas hacia la del Chama (entre las actuales avenidas 1 y 8) y unas veintitrés calles transversales, partiendo de Glorias Patrias hacia Milla (entre las actuales calles 35 y 13)» (Amaya, 1989, p. 17). Estructura que se mantendrá hasta las tres primeras décadas del siglo XX, cuando la urbe comienza a superar los límites del Llano Grande, producto de su crecimiento demográfico, pues, antes de ello, su población no llegaba a los seis mil habitantes.4 Mérida era además una de las ciudades más aisladas geográficamente del país. Emplazada entre las montañas de los Andes venezolanos, sus caminos solo podían ser transitados a pie o a lomo de mula o de caballo, conducidos por los llamados «arrieros», cuya labor fue muy estimada en esta región. Situación que cambió a mediados del siglo XX, cuando es inaugurada en 1925 la Gran Carretera de Los Andes, mejor conocida como la carretera Transandina, vía de comunicación que contribuyó a la integración del estado Mérida y de la región andina con la región central del país (Cartay & Dávila, 1996, p. 292; Osorio, 1996, pp. 81-104). Al respecto son ilustrativas las palabras pronunciadas por Florencio Ramírez, secretario general del estado y Mérida para 1927, quien en ocasión de la inauguración del nuevo pavimento de la Plaza Bolívar, al referirse a esta importante arteria vial señaló: Todos estáis perfectamente cerciorados de que la Gran Carretera Transandina dio una solución radical al problema secular del aislamiento a que Mérida se hallaba sometida por la razón, que parecía insuperable, de estar enclavada entre los riscos de la montaña. Efectivamente la deficiencia de sus vías la mantenían alejada de los otros centros. Hasta ayer la vimos solitaria, recogida en el silencio de sus selvas, como extasiada ante la soberbia de sus cumbres, aferrada a la gloria de sus tradiciones honorables (Ramírez, 1927, p. 10). Paradójicamente, la difícil comunicación geográfica que vivió la ciudad serrana no fue, ningún, impedimento para que estuviera «aislada del mundo». A ella llegaban los principales libros y publicaciones 3

La ciudad de Santiago de León de los Caballeros de Mérida fue fundada el 9 de octubre de 1558 por Juan Rodríguez Suárez en el sitio de La Guazabara o El Realejo. Confróntese Samudio (2008). 4 Para 1891 la población de la ciudad era de 4.791 habitantes, en 1920 alcanzaba apenas los 5.623 habitantes, llegando, seis años después a solo 12.006 pobladores.

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periódicas de Venezuela y de Europa. A eso contribuyó notablemente la Universidad de Los Andes, institución que fue según el ensayista Mariano Picón Salas (1981, p. 173) «la mayor empresa histórica» de Mérida, cuyo destino ha estado indisolublemente asociado con esta casa de estudio. Aunque los orígenes de los monumentos que estudiaremos a continuación responden a situaciones muy particulares, su presencia en los principales espacios públicos de la ciudad de Mérida, difícilmente podría separarse del proyecto de ciudad planteado entre 1842-1915. A pesar de que el mismo no resulta tan claro, pues no existen suficientes evidencias que nos permitan hablar de un plan homogéneo llevado conscientemente por los entes gubernamentales y su población, sí podemos discernir a través de un conjunto de signos el deseo de conformar una ciudad marcada por el sendero del progreso. Idea que estaba estrechamente relacionada con las obras públicas, las cuales se pueden agrupar en dos tipos: 1) las de embellecimiento o de ornato, representadas por las plazas, paseos y monumentos; y 2) las de modernización caracterizadas por el encementado de las aceras, macadamizado de calles, construcción de acueductos y edificios públicos, iluminación eléctrica, y todo lo relacionado con «tecnologías extrañas y novedosas» (Hurtado, 2012, pp. 102 y ss.).

3. El monumento La Columna Bolívar, 1842 3.1. Las honras fúnebres al Libertador En el año de 1842 la ciudad de Caracas se prepara para recibir desde Santa Marta (Colombia) los restos del Libertador Simón Bolívar. En un decreto fechado el 30 de abril, extensivo a todas las ciudades del país, el Congreso Nacional por disposición del presidente de la República, general José Antonio Páez, era fijado el 17 de diciembre de 1842, como el día de la celebración de las honras fúnebres a las cenizas del Libertador, las cuales serían repatriadas a la ciudad capital, acompañados de los honores que permitieran demostrar la «estimación y gratitud» del pueblo venezolano (Ministerio de Interior y Justicia [MIJ], 1874, p. 108). Disposición esta que ha de ser entendida no como un simple «acto de justicia» y «deuda de la patria» para con El Libertador, tal como lo señalara en años posteriores el general José Antonio Páez (1867) en su Autobiografía, sino que fue una acción cuyo fin principal era servir de elemento coadyuvante y afianzador del poder de la llamada oligarquía conservadora venezolana. Bien lo ha dicho el historiador venezolano Germán Carrera Damas en El Culto a Bolívar, al precisar que cuando la oligarquía conservadora venezolana había procedido a repatriar los restos del Libertador, lo que estaba repatriando en verdad era el programa político y de gobierno real del cual hasta entonces había carecido, y cuya urgente necesidad se acentuaba con los años (Carrera Damas, 2003, p. 53). De manera que la figura de Bolívar es utilizada como un instrumento ideologizador, símbolo de la unidad nacional y factor de gobierno (Pino Iturrieta, 2004, pp. 407-410; Pino Iturrieta, 2010, pp. 17-30; Rojas, 2004). Doce días después, mediante otro decreto, fueron reglamentados los actos previstos para la celebración de las exequias al Padre de la Patria. En su artículo número ocho se dispuso que los gobernadores de cada provincia, a excepción del gobierno de Caracas, formularan el programa que regiría la función fúnebre en

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sus respectivas capitales (MIJ, 1874, p. 108 y ss.). En concordancia con este decreto, el gobernador de la provincia de Mérida, Gabriel Picón González, ordenó la conformación de una Junta que se encargaría de la formulación del programa que iba a regir los actos relativos a la celebración en Mérida del traslado de los restos del Libertador a la ciudad de Caracas (Espinoza, 2003, p. 144). Entre ellos se tenía previsto levantar en la ciudad de Mérida un monumento sencillo que permitiera «eternizar el recuerdo de la gratitud de los Meridanos (sic.) hacia su Libertador y la memoria ilustre de aquel Héroe» (Picón Parra, 1975, p. 80), el cual Consistirá en una columna sobre cuya base se leerá «Simón Bolívar, Libertador de Colombia, Perú y Bolivia, nació en Caracas el 24 de Julio de 1873 y murió en Santa Marta, de edad de cuarenta y siete años a 17 del mes de Diciembre de 1830. Sobre la caña se escribirán los nombres de las batallas en que Bolívar venció, sobre el chapitel (sic.) se colocará la estatua de la Fama con sus atributos, y la fecha de la creación de la columna. (Picón Parra, 1975, p. 80) La obra proyectada se corresponde con la corriente neoclásica y de antecedentes napoleónicos de levantar monumentos siguiendo el ejemplo de la columna Trajana de Roma, en donde a la columna se le resta su función de soporte, concibiéndosela como «un objeto de contemplación y signo monumental del triunfo militar, dominado por la efigie del vencedor» (Zawisza, 1988, p. 113).5 En gran parte, el modelo formulado en el decreto oficial se asemeja a la propuesta realizada por el coronel Francisco Avendaño, quien el 11 de mayo de 1825 presentó ante el intendente del departamento de Venezuela, general Juan de Escalona, un proyecto de columna para ser erigido en el Campo de Carabobo, que consistía en una «esbelta columna de orden jónico, de fuste liso» con inscripciones en letras romanas alusivas a Simón Bolívar vencedor (Zawisza, 1988) (Figura 3). El monumento diseñado por Juan Pablo Ibarra6 y construido por el alarife Domingo Manrique, consistió en una columna de mampostería de once metros de altura, compuesta de piedra y argamasa, rematada en su punta y de fuste liso (Figura 4), grabándosele en su parte central y con letras en color rojo la inscripción: A Bolívar (Picón Lares, 2008a, p. 220; Nava, 1954, p. 409). Se levantó en el sitio conocido con el nombre de Plazuela de Mucujún, ubicado en la parte noreste de la ciudad, por donde llegaban y salían las distintas personas y mercancías que procedían del Páramo, Barinas, Trujillo y Maracaibo. Es decir, se erige en un espacio abierto, sin marcas de la historia (Ortemberg, 2006), pero se localiza de manera estratégica en un lugar de frecuente movilización, garantizándose su fin principal: ser contemplada constantemente, contribuyéndose a su configuración como uno de símbolos de los hitos históricos de la gesta de la emancipación y en un referente espacial en el ámbito urbano (Páez Rivadeneira, 1992).

5 6

Véase también Guinand (1988) y Chalbaud Zerpa (2001). Según Vicente Dávila (1924, pp. 253 y ss), Juan Pablo Ibarra, del gremio de los pardos, había nacido en Caracas cerca de 1799, obtuvo el grado de comandante durante la guerra de Independencia venezolana y neogranadina.

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Figura 4

Figura 4. José Antonio Ibarra (1842). La Columna Bolívar. [Fotografía]. (Chalbaud Zerpa, 2001, p. 83). Figura 3. Avendaño, F. (11 de mayo de 1825). Plano de la columna para el Campo de Carabobo. [Dibujo]. Archivo General de la Nación, Bogotá, Colombia.

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Figura 3

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La inauguración de la columna se efectuó según lo previsto, el 17 de diciembre de 1842, siguiendo los actos estipulados en el programa oficial, que contemplaba, entre otros aspectos, la realización, a las cinco y media de la mañana, de plegarias en todos los templos de la ciudad, un Te Deum en la Catedral y, el desfile cívico respectivo hasta las cercanías del monumento (Picón Lares, 1942, pp. 10 y ss.). En la ocasión, Gabriel Picón González, gobernador de la provincia andina, pronunció el discurso de orden, quien al referirse a la trascendencia de dicho acontecimiento, señaló que el 17 de diciembre era un «día verdaderamente grande y digno» (citado por Picón Parra, 1975, p. 86) de conservarse en los anales de la historia, porque no solo era la fecha en que había dejado de existir el Padre de la Patria, sino también porque «Venezuela toda» le tributaba Los honores debidos a la fama del Libertador de Sud-América; al héroe que con su espada, sus virtudes y constancia derrocó al mostruo (sic.) de la tiranía, conquistó nuestra independencia y colocó al mundo de Colón en el rango de las naciones cultas que ─elevándose de grado en grado sobre los fundamentos que él les dio─ prometen a las generaciones futuras una época de paz y bienandanza (citado por Picón Parra, 1975, p. 86).

Más adelante expresaba Picón González en su discurso: ¡Cenizas sagradas de Bolívar! ¡Manes venerados del Padre de la Patria! Acoged propicios la gratitud y los honores que os tributamos; y desde la morada de la Fama, que habitáis, mirad halagüeños nuestros sinceros esfuerzos para seguir el sendero que nos marcasteis (citado por Picón Parra, 1975, p. 87).

Sin duda, el párrafo anterior, sintetiza de una manera breve la visión que se construye en Venezuela acerca de Simón Bolívar como «Dios protector y regentor» de la naciente República, cuyas virtudes debían ser recordadas por las futuras generaciones. Y, qué mejor forma para «eternizar» su recuerdo, en el caso de Mérida, que La Columna, como se le conocerá posteriormente, la cual se convierte, al transcurrir el tiempo, en el símbolo bolivariano de los merideños. 3.2. El Bolívar de La Columna Aunque el monumento a Bolívar fue inaugurado el 17 de diciembre de 1842, los trabajos no lograron concretarse completamente para la fecha, de manera que solo fue erigida la columna, puesto que el busto se colocará varios años después. Al respecto, Eduardo Picón Lares en su discurso pronunciado en 1942 con motivo del centenario del monumento La Columna, señalaba: Tenía que ser una Columna, y no una estatua, lo que se erigiese al Libertador en aquel instante de la evolución venezolana. La estatua vendría después, que es el hombre modelado en metal o en mármol. Antes, estaba el símbolo, si consideramos que Bolívar es la gran Columna de nuestro Continente. (Picón Lares, 1942, p. 11)

Por su parte, Tulio Febres Cordero (1991), al hacer referencia de la primera «reparación» del monumento de la que se tenga noticia, efectuada en el año de 1856, durante el gobierno del coronel Pascual Luces, señaló que fue probablemente «cuando el señor Pedro Celestino Guerra, movido solo por interés

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patriótico, pues no era escultor, hizo de arcilla quemada el primer busto de Bolívar que debía coronar la Columna» (p. 376). Efectivamente, el 29 de abril de 1856, el jefe político del cantón, Domingo Trejo, suscribió con el maestro albañil, Domingo Manrique, un contrato, en el que se estipulaba la «conclusión» de la columna del Libertador y la refacción del área bajo las condiciones siguientes: 1a Que la portada sea de mampostería bien firme y sólida. 2a Que además de los revoltones pondrá cuatro obeliscos según los dos que figuran en el plano. 3a Que en la nivelación que se dé á la superficie del área haya un descenso de media pulgada por vara hacia el centro y que inserto a la columna, al lado de la baranda, hará un tanque cubierto con una piedra [ilegible] con cinco agujeros y el acueducto o cañería correspondiente hacia la barranca. 4ta. Que el portón sea doble y fuerte de cinco peñascos y de laurel bueno. 5ta. Que las paredes tengan una cepa de media vara de profundidad, sean bien niveladas y pisadas (Contrata, 1856, pp. 27, 46).

El contrato no contempló la colocación de un busto en el capitel. Aunque existen algunos planteamientos en los que se afirma que fue en 1842 cuando Pedro Celestino Guerra elaboró una estatua pedestre del Libertador (Espinoza, 2003, pp. 148-150), la documentación hasta ahora revisada corrobora las afirmaciones de Febres Cordero acerca de la fecha posible del diseño de la escultura de Bolívar. Esta se componía en dos partes, cabeza y torso, unidos entre sí (a manera de encaje) por medio de una espiga (Chalbaud Zerpa, 1995). Según estudio de Ernesto Yevara Boichenko (2007), el cuerpo con la cabeza puesta debió medir entre 1,56 y 1,86 metros dependiendo del canon utilizado, siendo elaborada con la técnica del colombin o enrollado, presente en la alfarería colonial, la cual consistía en sobreponer rodetes enrollados unos sobre otros (Figura 5). En el interior de la cabeza, cuya obra reposa en la Biblioteca Bolivariana de la ciudad de Mérida, se puede observar la «sucesión de rodetes delgados que fueron reforzados con cuatro bandas del material puestos en forma de cruz» (Yevara, 2007, p. 369). El busto de arcilla policromada, ha sido considerado por algunos historiadores como una imagen «arcaica», «burda y fea», (Chalbaud Zerpa, 1995, p. 13; Nava, 1954, p. 409; Pineda, 1998, p. 104). Su valoración a decir de José Nucete Sardi (1957), debe juzgarse más como una «obra de fervor bolivariano» (pp. 66-68) que por su calidad estética, cuya importancia radica en el hecho de reflejar «quizás una visión directa de Bolívar, captada a su paso por los Andes» (Pineda, 1998, p. 104) durante el año de 1813. Un aspecto que resulta evidente acerca del busto de Bolívar realizado en arcilla por Pedro Celestino Guerra, es que este en ningún momento coronó La Columna (Febres Cordero, 1991, p. 376; Espinoza, 2003, pp. 148-153). Lo cierto es que fue en el año de 1883, año del Centenario del Natalicio del Libertador, cuando, por disposición del Cabildo emeritense, se coloca en el capitel de La Columna el primer busto del Padre de la Patria, realizado por los señores Gabriel Parra Picón, Vicente Rubio y Gabriel Picón Grillet. Era un busto elaborado también en arcilla quemada y revestido con pintura blanca, simulando el mármol, que por sus características no resistió la inclemencia del tiempo.

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Figura 5. Guerra, Pedro Celestino (1856). Busto de Simón Bolívar [Arcilla policromada]. 33 x 20 cm. Colección Biblioteca Bolivariana de Mérida, Venezuela. Fotografía del autor.

Figura 6. Basado en modelo de Adamo Tadolini (1900-1901). Libertador Simón Bolívar ubicado sobre el capitel del monumento La Columna. [Busto en bronce]. Fotografía del autor.

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Ya para finales del siglo XIX, el busto de Bolívar se encontraba completamente deteriorado (Febres Cordero, 1991, 377) y no era más que un «pedazo de cabeza, sin nariz, sin ojos, con el pecho agujerado», pareciéndose «un fenómeno, un perfecto viejo defectuoso» (Picón Lares, 2008a, p. 222), el cual estaba a punto de darse un «sacudón» (Y otra cosita, 1896, p. 4). Posteriormente, como parte de los trabajos de restauración efectuados al monumento entre 1900 y 1901, se sustituyó el busto de arcilla por uno de bronce, elaborado en Italia siguiendo el modelo de Bolívar diseñado por Adamo Tadolini (Chalbaud Zerpa, 2001) y que había sido traído a la ciudad de Mérida en el año de 1897 durante la gestión del gobernador Atilano Vizcarrondo (Figura 6). 3.3. La lucha por el eterno presente Desde 1856 hasta entrado el siglo XX, el monumento pasa por constantes intervenciones y transformaciones, motivadas, en gran medida, por su estado de abandono y deterioro. Aunque en 1856 fue culminada la columna, las obras de enladrillado del recinto y colocación del portón que debían levantarse en su entrada no fueron realizadas para ese entonces. Así permanecerá durante largo tiempo, hasta que entre 1882 y 1883, en vísperas del Centenario del Natalicio del Libertador, se emprendieron algunos trabajos organizados por la Sociedad Bolívar, que incluyó el restablecimiento de la muralla ubicada al lado de la barranca del Mucujún, la cual se encontraba completamente destruida producto del trazo de la carretera que se había pretendido construir en años anteriores, y, bajo la dirección del maestro albañil Carlos Guerra, se levantó la portada principal. Labor en la que no solo fue indispensable el aporte económico del gobierno regional, sino que también hubo la necesidad de crear una estampilla especial llamada «Estrella de Centenario» y la denominada «Lotería Patriótica», cuyos recaudos fueron empleados para costear los gastos ocasionados (Febres Cordero, 1991, p. 376 y ss.). Posteriormente, el 15 de diciembre de 1889, se inauguraron los trabajos de reparación y embellecimiento de La Columna, que habían sido ordenados por disposición del entonces presidente del estado Los Andes, doctor Carlos Rangel Garbiras. Para ello, se contrataron a los señores Atilio R. Sardi y al coronel Braulio Rangel, quienes grabaron en lápidas de mármol las siguientes inscripciones: Al frente: A Bolívar Libertador y Padre de la Patria Aere perennius Al noroeste: Nació en Caracas el 24 de julio de 1783 Al sudeste: Murió en Santa Marta el 17 de diciembre de 1830 Al costado posterior: El Gobierno de la Provincia de Mérida erigió este Monumento en 1840 (sic.) y el del Estado de Los Andes lo repara en 1889

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A pesar de estos trabajos, la situación del monumento conmemorativo a finales del siglo decimonónico no era nada halagadora. En efecto, en abril de 1894, en una nota de prensa dedicada a La Columna Bolívar se manifestaba su lamentable estado de deterioro, causado, en algunos casos, por los mismos merideños: La puerta del estrado se encuentra desprendida por completo; la baranda y el pequeño jardín de pie de la columna están destruidos; ¡Y qué corrupción!, las lápidas de mármol que la gratitud de un pueblo consagrara al Gran Bolívar, han sido profanadas por impuras manos, que han trazado en ellas los más sucios letreros. Esta acción tan baja es hija de alguno que no alimenta en su pecho, sentimiento ninguno de nobleza y patriotismo. (Columna Bolívar, 1894, p. 4)

Es necesario precisar que esta nota de prensa se publica a solo escasos dos días de haber ocurrido el segundo terremoto que afectó notablemente las construcciones llevadas a cabo en la ciudad de Mérida después del sismo de 1812.7 Aunque el terremoto del 28 de abril de 1894 no destruyó La Columna Bolívar, sí ocasionó el derrumbe del cimiento de mampostería que sostenía el plano semicircular sobre el que estaba construido dicho monumento, desapareciendo la mayor parte de este material, según señala la prensa, a causa de la «indiferencia y descuido» que el gobierno de entonces mostró hacia las ruinas de la «muralla» reconstruida en 1883 al conmemorarse el Centenario del Natalicio del Libertador (Temblor, 1894, p. 2; Mérida, 1894, p. 2; Monumento, 1900, p. 1) La situación seguía siendo la misma en el año de 1896. Algunas noticias publicadas para la época en el periódico El Cangrejo lo confirman. En una de ellas, de fecha 24 de junio, al hacer referencia al monumento que se iba a inaugurar en honor a Francisco de Miranda, se denunciaba los daños que ciertos pobladores habían ocasionado al monumento. Así, en una de sus líneas decía: La plazoleta de San Agustín, se convertirá pues en un lindísimo lugar; pero desde ahora auguro que será la base una pizarra más para [que] los cachifos sin educación, escriban allí groserías como las que se ven en la columna erigida a Bolívar (Miranda, 1896, p. 2).8 Al mes siguiente, otra noticia describía la situación de abandono de La Columna Bolívar, de la cual se informaba: «No existen ni las matas de ciprés que al pie se plantaron! que abandono!! La puerta de hierro pronto marchará y el frontis caerá indudablemente» (Miranda, 1896, p. 2). Un mes más tarde, en el periódico El Pescador, en su edición del 18 de julio de 1896, se precisaba que daba «vergüenza» ver cómo se abandonaban los monumentos destinados a honrar a algunos próceres de la Independencia. «El de Bolívar [se apuntaba en el impreso] como que es el más antiguo, es también el más abandonado y más triste; es el lugar a propósito para llorar allí al profeta Jeremías» (Da vergüenza, 1896, p. 4). 7

Al respecto son esclarecedoras las afirmaciones de Christian Páez Rivadeneira (1992), quien en su estudio titulado La Plaza Mayor de Mérida: Historia de un tema urbano, apunta que: «La vida de la ciudad, durante el siglo XIX, ha estado ligada y condicionada por la historia de los terremotos. Mérida no se había recuperado del todo del terremoto de 1812 cuando años después, en 1894, sucede otro sismo que volvió a echar abajo lo reconstruido lenta y trabajosamente». ( p. 63) 8 Véase también: Debía haber (1896, p. 4).

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Figura 7. Intervención por Marco León Mariño (circa 1930). La Columna Bolívar [Fotografía].

Este panorama no cambia, sino hasta mediados de 1900, cuando por decreto del presidente provisional del estado Mérida, general Esteban Chalbaud Cardona, es ordenada, el 16 de octubre, la reparación y ampliación de La Columna. La situación de abandono del monumento era tal, que al hacerse pública la noticia, en el periódico El Observador se puntualizaba: […] veremos muy pronto transformada, de asqueroso y horrible muladar que es, la plazoleta donde está erigido el monumento consagrado a la memoria del Libertador de Sur-América, en soberbio y magnífico paseo. ¡Daba lástima y vergüenza, verdaderamente, contemplar el monumento del Libertador, en el más completo deterioro!! (Un aplauso, 1900, p. 1). Las reparaciones del monumento fueron realizadas por el ciudadano Eulogio Iriarte. Comprendió, en términos generales, la refacción, estriado del fuste y pintura de la columna ática, y la colocación de un busto de bronce (Presidencia del Estado Mérida [PEM], 1900, p. 3; Los enlozados, 1901, p. 4), el cual aún se conserva. Su reinauguración fue efectuada el primero de enero de 1901 como parte de los actos realizados en Mérida para celebrar el advenimiento del siglo XX. Al respecto, El Cronista, nos proporciona una breve pero importante descripción de lo sucedido, en la cual nos reseña la realización de un desfile cívico a las doce del mediodía, que partió desde la Plaza Bolívar, conduciendo los retratos de León XII, del Libertador y del general Cipriano Castro, por la calle Bolívar hacia La Columna. La bendición del monumento por el obispo

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de entonces, la declaratoria de su reinauguración por parte del Presidente del Estado (Ligera reseña, 1901, p. 1) y el pronunciamiento del discurso de orden, a cargo del doctor Pedro María Parra (general Esteban Chalbaud Cardona, 1901, p. 2). A pesar de todo esto, el descuido y la indiferencia por parte de los ciudadanos y de las autoridades gubernamentales siguieron siendo una constante durante el transcurso del siglo XX (Hurtado, 2007a), realizándosele nuevas restauraciones en los años siguientes, siendo la más significativa, la efectuada por el escultor colombiano Marcos León Mariño, quien en 1942, en ocasión de la conmemoración del centenario de La Columna, le agregó nuevos elementos que se mantienen hasta la actualidad (Figura 7). 3.4. La Columna Bolívar: ¿Primer Monumento al Libertador en el Mundo? Un aspecto poco estudiado del monumento La Columna Bolívar, es su configuración en la historiografía regional como el primer monumento erigido en el mundo al Libertador. Tal idea ha sido puesta de manifiesto a través de los múltiples discursos oficiales realizados después de la inauguración en 1842, convirtiendo a este monumento, junto al hecho de que Mérida fue también la «primera» en llamar Libertador a Simón Bolívar (en su entrada a la ciudad en mayo de 1813), y la que bautizó con el nombre de Bolívar, a su máxima altura,9 en los símbolos más representativos del bolivarianismo merideño de los que se ha hecho gala en la ciudad. Desde el mismo momento en que se hace recurrente en la prensa local las denuncias acerca del estado de abandono de dicho monumento, aparece como elemento argumentativo el hecho de que La Columna fue el «primer monumento erigido en el mundo al Libertador». La primera referencia que hemos encontrado sobre este caso fue publicada en el periódico El Cangrejo, el 24 de junio de 1896, en el cual se apuntaba que La Columna Bolívar tenía «la gloria de ser la primera que se levantara al Libertador». Ideas similares asomaron a fines del siglo XIX y a lo largo del XX. Por ejemplo, en el rotativo El Observador del 25 de octubre de 1900, al hacerse referencia a La Columna, se decía: «ese monumento es una reliquia sagrada, y una gloria de Mérida, por ser el primero levantado en América en homenaje al Padre de Colombia». Años más tarde, Pedro María Patrizi, publica en El Bolivariano, el 30 de agosto de 1931, un poema titulado «Bolívar en La Columna», en cuyas estrofas se puede leer: Es de ese monumento, en cuya altura se destaca su olímpica figura, el mérito glorioso y sin segundo que nos enorgullece, de haber sido el primero, entre todos erigido al gran Libertador de medio Mundo (Patrizi, 1931, p. 10).

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Nos referimos al pico Bolívar, ubicado en el Parque Nacional Sierra Nevada, a una altitud de 4.905 metros sobre el nivel del mar, representa el punto más alto del territorio venezolano.

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Estas ideas no solo están presentes en las notas de la prensa, sino también, en los acuerdos y decretos ordenados por el ejecutivo regional, relativos a la conmemoración de la muerte del Libertador, o de alguna otra fecha relacionada con el Padre de la Patria.10 El punto central no es, sin embargo, si La Columna Bolívar es el primer monumento levantado en el mundo al Libertador o no. La importancia del mismo radica en que este es uno de los primeros monumentos públicos que se levantan en Venezuela en honor a Bolívar y que aún se conservan, el cual como documento histórico nos sirve para comprender el proceso de glorificación y ensalzamiento que desde el siglo XIX se le ha hecho a la figura del Libertador. Pero también, a través de su historia se construye, se relata, se percibe la cotidianidad, el día a día de una ciudad decimonónica que poco a poco fue transformando sus espacios y creando nuevos lugares de la memoria.

4. Monumentos al general José Antonio Páez, 1890 y 1915 4.1. El centenario del Centauro de los Llanos El segundo monumento de carácter público erigido en la ciudad de Mérida fue levantado en el año de 1890. Si bien, Mérida había sido la «primera» ciudad de Venezuela en tributarle un monumento al Libertador, será también, la primera en erigirle un monumento al general José Antonio Páez. Acción esta un tanto paradójica, pues, había sido Páez quien lideró el movimiento de separación de Venezuela de la Gran Colombia, proyecto ideado por Simón Bolívar (Pino Iturrieta, 2012, pp. 223-254). Antes de abordar los pormenores del monumento a Páez en Mérida, hay que tener presente dos aspectos fundamentales. En primer lugar, la figura del «Ciudadano Esclarecido» o «León de Payara» como también se le conociera a Páez tiene, junto a otros personajes de la Independencia, la particular y difícil condición de haber sido prócer destacado en el proceso de la emancipación nacional, y al mismo tiempo, ser un personaje controversial que ejerció el poder político nacional o la oposición (cívica o armada) durante gran parte del siglo XIX venezolano (Franceshi, 1999, pp. 217-219). Situación que lo afectó, indudablemente, al momento de reconocerle sus méritos o al rendirle un homenaje nacional. En segundo lugar, producto de los factores antes señalados, Páez constituyó uno de los personajes de la Independencia venezolana tardíamente homenajeados, a diferencia de lo ocurrido durante el gobierno de Antonio Guzmán Blanco (1870-1877; 1879-1884; 1886-1888) con Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, y Francisco de Miranda, entre otros, a quienes se le tributaron destacados monumentos en la capital y principales ciudades de la República. Los primeros actos apoteósicos destinados a rendir homenaje al «Centauro de los llanos» fueron realizados en abril de 1888, año en que por decreto del presidente provisional de Venezuela, Hermógenes López, fueron repatriados desde New York, sus restos. Para lo cual se organizó un extenso programa oficial, que tenía como fin principal resarcir una deuda de la patria contraída en tiempos anteriores (Salvador, 2001, pp. 318-323). 10

Para profundizar sobre estas ideas consúltese la Gaceta Oficial del Estado Mérida, período: 1900-2005, las cuales reposan en el Archivo General del Estado Mérida (Venezuela).

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Otro acto festivo en honor a Páez celebrado con la mayor pompa posible, fue la conmemoración en 1890 del centenario de su natalicio. Para tal efecto, el presidente del estado Los Andes, doctor Carlos Rangel Garbiras, ordenó, mediante un decreto fechado el 24 de junio de 1889, declarar el 13 de junio de 1890 como el «gran día de fiesta cívica y júbilo general en todas las poblaciones de Táchira, Mérida y Trujillo», fecha «en que se cumple cabalmente la primera centuria del virtuoso nacimiento de José Antonio Páez, General en Jefe de los Ejércitos de la República, grande e Ilustre Prócer de la Independencia Americana, vencedor en Carabobo, Esclarecido ciudadano de Venezuela» (Presidencia del Estado Los Andes [PELA], 1889, p. 1). El decreto establecía, igualmente, la consagración en la ciudad capital, para entonces Mérida, de ocho días de «regocijos públicos» y la erección de un monumento, compuesto de una columna ática y un busto, en la Plaza Bolívar, con el fin de recordar a las generaciones venideras «los heroicos y gloriosos» hechos del general Páez, y «mantener latente, en todo tiempo, el respeto y gratitud que merece por sus grandes servicios a la Patria en la causa de la Libertad y de la Democracia» (PELA, 1889, p. 1). Un aspecto significativo de este decreto, es precisamente el hecho de que se ordenara levantar el monumento en la Plaza Bolívar. Independientemente de los motivos que condujeron al Presidente del estado Los Andes, lo señalado en la disposición del ejecutivo regional refleja una admiración hacia el «Centauro de los llanos», en cierto modo, «superior» a la de Bolívar, si tomamos en cuenta que el monumento se iba a levantar en la principal plaza de la ciudad. Para llevar a cabalidad los actos a realizarse en Mérida con motivo de la conmemoración del centenario del natalicio del general José Antonio Páez fue instalada, el 20 de septiembre de 1889, una Junta presidida por Fabio Febres Cordero e integrada por el doctor José de Jesús Dávila (vicepresidente), doctor Jesús Rojas Fernández (tesorero), Constantino Váleri (vocal) y, Víctor M. Carnevali (secretario). Junta que a la vez se encargó del boletín El Centenario de Páez, publicación quincenal en cuyas páginas eran dados a conocer algunos aspectos de la vida de José Antonio Páez, los decretos y programas acordados para la celebración del mencionado centenario. El monumento a Páez se erigió en 1890, pero no en la Plaza Bolívar, sino, en la plaza conocida con el nombre de «Campo de Las Glorias Patrias», en el sitio de Llano Grande, ubicado al suroeste de la ciudad, espacio público que según el Cabildo emeritense estaba destinado «exclusivamente» a la erección de monumentos a los próceres merideños y para la conmemoración de hechos y hazañas de la Independencia suramericana (Concejo Municipal Distrito Libertador [CMDL], 1890, p. 11). La decisión de levantar el monumento a Páez en este sitio correspondió al general José Manuel Baptista, presidente constitucional del estado Los Andes, quien considerando lo dispuesto en el decreto del 24 de junio de 1889, enfatizó que la plaza principal de Mérida había sido consagrada de antemano al Libertador Simón Bolívar, y que en ella la gratitud pública haría erigir un monumento que conmemoraría exclusivamente las glorias del Padre de la Patria (PELA, 1890, p. 12).

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Figura 8. Mariño, M. L. (1930). La Columna de Páez. [Fotografía]. Figura 9. Anónimo (1930). La Columna de Páez. [Fotografía]. (Centenarios de Bolívar y Sucre, s/a, p. 134). Figura 8

Figura 9

Los actos de ensalzamiento y glorificación del «Ciudadano Esclarecido» fueron efectuados en Mérida durante ocho días, desde el 12 hasta 19 de junio, siguiendo lo establecido en el programa oficial, dado a conocer a la población a partir del 23 de mayo de 1890, cuando es publicado en El Centenario de Páez. El acto festivo estuvo estructurado en cuatro partes. La primera de ellas, realizada los días 12 y 13 de junio, comprendía, en términos globales, «la Apoteosis al Héroe en memoria de sus singulares hazañas como Guerrero de la Independencia Suramericana y de sus preclaros hechos como fundador del poder civil en Venezuela y Magistrado de la República» (Programa oficial, 1890, pp. 14 y ss.). La segunda parte, efectuada el 14 de junio, estuvo consagrada a rendir un homenaje al Libertador y a los próceres de la Independencia, mediante la realización, en horas de la mañana, de un acto acordado por la Universidad de Los Andes y de una procesión cívica desde la Casa de Gobierno por la calle Bolívar hasta el monumento La Columna. La tercera parte, correspondió a la realización, el día 15 de junio, de un acto solemne en la Universidad de Los Andes en homenaje a la República de los Estados Unidos de Norteamérica. Y, la última, calificada como una demostración de confraternidad a los Estados que conformaban la unión venezolana, comprendió la realización de veladas literarias y fiestas populares durante los días 16, 17, 18, y 19 de junio (Programa oficial, 1890, pp. 14 y ss.). ISSN: 2410-1923

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Aunque no es el interés de este estudio analizar las obras de carácter efímero y las «fiestas populares» realizadas para la conmemoración del Centenario de Páez, es necesario mencionar los adornos y los actos «populares» acordados con el fin de «expresar el regocijo patriótico» ante dicha fecha, tales como la erección de arcos de triunfo en las esquinas de la calle Independencia, de la calle Bolívar y de la calle Lora, en el trayecto por donde se efectuó el paseo cívico; la colocación de banderas y guirnaldas en los edificios públicos y casas particulares y la iluminación durante la noche del sitio de Llano Grande y La Columna Bolívar. Por otro lado, las fiestas populares que comprendieron fuegos artificiales los días 12, 16 y 19 de junio: «Juegos» de Toros, desde el 16 hasta el 19 de junio y «novilladas» dedicadas al pueblo, los días 16 y 19 de junio (Programa oficial, 1890, p. 15). El acto central del Centenario de Páez correspondió a la inauguración de la columna ática erigida en su memoria en el sitio de Llano Grande (Figuras 8 y 9), cuyo diseño fue elaborado por el ingeniero Carlos Alberto Lares (Acta de colocación, 1890, p. 12). Para ello fue realizado un desfile cívico, encabezado por el presidente del estado, general José Manuel Baptista, que partió desde la Plaza Bolívar, siguiendo por la calle Independencia hasta el Llano Grande, donde fue declarado inaugurado el monumento y entregado al Concejo Municipal del distrito Libertador. A pesar de que se tenía previsto la colocación de un busto en la cima de la columna, esto no fue posible ya que la escultura, procedente de los Estados Unidos de Norteamérica no llegó a Venezuela para la fecha del centenario, sino, en el mes de febrero de 1891 (El busto de Páez, 1895), la cual había sido donada al pueblo merideño por el entonces presidente de la República, doctor Reimundo Andueza Palacios. Sobre los cuatro lados del pedestal de la columna ática, como se refiere en el periódico El Lápiz, en su publicación del 29 de julio de 1890, se grabaron las siguientes inscripciones: A Páez Grande e Ilustre Prócer de la Independencia Americana. El Pueblo y el Gobierno del Estado Los Andes Siempre Bizarro y Vencedor El Adalid de la Libertad Barinas, Onoto, Guayabal, San Fernando, El Jobo, Cañafistola, La Cruz, Naguanagua La Vigía, Puerto Cabello Siempre Bizarro y Vencedor El Adalid de la Libertad Matas Guerrereñas, Portachuelo de Es tanques, Palmarito, Mata de la Miel, Paso del Frío, El Yagual, Acha guas, San Antonio, Banco Largo, Rabanal, Mucuritas, Apurito. Al Esclarecido Ciudadano de Venezuela Decretada en 1889-Erigida en 1890 (Febres Cordero, 1890, p. 1).

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La columna, de fuste liso, levantada sobre un sencillo y modesto pedestal, pronto se convirtió en una de las marcas de la ciudad. Al ubicarse en el otro extremo de la urbe (suroeste), era conjuntamente con La Columna Bolívar (noreste), el sitio de «obligado» tránsito de los visitantes y moradores, servía además de «guía» de los viajeros que llegaban de los pueblos del occidente de los estados vecinos y de Colombia. A tan solo dos años de haberse inaugurado, era publicado en el Anuario de la Universidad de Los Andes, una «Estadística general de la ciudad» (1892), en la que al referirse al monumento de Páez y su emplazamiento, se precisaba elocuentemente: A la salida de la ciudad, por esta parte [Parroquia El Llano] se extiende el Llano Grande, uno de los sitios más bellos de Mérida, hermosa llanura de una milla de largo y media de ancho, más o menos […] En ella […] se erigió en 1890 el primer monumento consagrado en Venezuela a la gloria de Páez, el cual consiste en una elegante columna con enverjado, perfectamente visible para el viajero que atraviesa la sabana. (p. 107) 4.2. El trajinar de una estatua Después de transcurrir varios años de la inauguración de la Columna de Páez, como también se le llamó, el elemento notorio lo constituía su «lamentable» estado de abandono. Los artículos de prensa atestiguan que luego de la realización de actos pomposos para la celebración de algún centenario y la erección de un monumento sobre el particular, estos eran olvidados. La realidad era esa: Por lo que hace a la columna levantada en el Llano grande para colocar la estatua de Páez, nadie se ha vuelto a acordar de esta desde que pasó su inauguración. ¡Qué falta de patriotismo! (Da vergüenza, 1896, p. 4). No cabe la menor duda, de que la situación era así, tanto que hubo que esperar diecisiete años para que no se escatimaran esfuerzos en el traslado del busto de Páez desde el puerto de Maracaibo y su posterior colocación en la columna que había sido levantada en 1890. Aunque José Ignacio Lares, presidente del estado Mérida para 1907, señalara en su mensaje a la Asamblea Legislativa en su reunión ordinaria correspondiente a ese año, que hasta el momento a ninguna administración, inclusive la de él, le había sido posible traer desde Maracaibo el mencionado busto de Páez, debido, en gran medida, al costo que ocasionaba su transporte, motivado por su «enorme» peso (Lares, 1907, pp. 9 y ss.). La situación era que todavía existían ciertas opiniones en contra del héroe de las «Queseras del Medio», lo que trajo consigo que en ningún momento se deseara realizar el traslado del busto. Sin embargo, esto no quiere decir que el peso del busto (170 x 55 cm) no dificultara su traslado, pues, unido a lo agreste de los caminos, su traída a Mérida, implicaba entonces, un gran esfuerzo, que comprendía, a grandes rasgos, su traslado en vapor desde el puerto de Maracaibo hasta Trujillo. Y de allí, en lomo de mula o a pie, con ayuda de cargadores, se recorrería el páramo de Mucuchíes hasta llegar a Tabay y posteriormente a la ciudad de Mérida (Nucete, 1911). Para lograr el traslado del busto de Páez, obra artística del reconocido dibujante y escultor estadounidense John Roger (Chalbaud Zerpa, 2003, p. 91), fue necesario la conformación de una Junta, conocida posteriormente como Junta Páez, presidida por el doctor Miguel Castillo, quien en coordinación

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con el doctor Mario Váleri (Lares, 1907, pp. 10), abrieron una suscripción pública con el fin de recolectar los fondos suficientes para traer y erigir el busto, la cual alcanzó la suma de 2.143,36 bolívares, de los que un 63 por ciento (1.357,26 Bs.) se destinó a los gastos del traslado (Busto del Gral. José Antonio Páez, 1907, p. 4). La receptividad y acogida que tuvo esta idea permitió que en menos de un año de haber sido conformada la Junta Páez, ya estuviera en la ciudad de Mérida el busto del «Héroe de las Queseras del Medio». Resulta notorio el seguimiento, mediante la publicación de hojas sueltas, que se hace sobre el traslado del busto. Acerca de lo acontecido, en una de ellas, puede leerse la reproducción de un telegrama fechado el 31 de diciembre de 1907, donde se notificaba a la Junta Páez, que el busto del héroe ya había llegado a Valera, población de los Andes trujillanos, cerca de la jurisdicción del territorio merideño (copia del telegrama, 1907). Posteriormente, el 14 de febrero de 1908, otra hoja suelta informaba que ese día el busto de Páez había sido exhibido «en medio de vítores y demostraciones de gratitud» en la Plaza Bolívar de Mucuchíes (Copia del telegrama, 1908). El busto llegó definitivamente a Mérida, el 19 de febrero de 1908 (Monumento al general Páez, 1908, p. 1; El busto del esclarecido, 1908, p. 4). Al respecto, reproducimos la invitación que la Junta Páez hizo mediante hojas sueltas a la población merideña, el 18 de febrero: Invitación. Mañana, día 19 de febrero, llegará a esta ciudad capital el Busto en bronce del bizarro lidiador de la Emancipación americana, Fundador de la República y su primer Presidente, General José Antonio Páez. La Junta «Páez», invita a los habitantes de Mérida para el acto de la recepción en el sitio de la Columna Bolívar, a las 4 de la tarde, y su traslación al Palacio de Gobierno, en donde permanecerá hasta que reciba definitiva colocación. El director de la Banda «Restauradora» ha ofrecido, espontánea y gratuitamente, amenizar el recibimiento con escogidas piezas de su repertorio. Mérida: febrero 18 de 1908 (Invitación de la Junta Páez, 1908).

Aunque el busto de Páez llegó a la ciudad en 1908, su colocación en la columna erigida en Llano Grande, fue hecha tres años después, el 7 de julio de 1911, en ocasión de la conmemoración del Centenario de la Independencia de Venezuela (Nucete, 1911). El acto inaugural contó con la realización en horas de la mañana de un paseo cívico desde la Plaza Bolívar hasta la Columna de Páez; la disertación por parte del presidente de la Junta Páez de una breve reseña histórica de dicha columna; la declaratoria de su inauguración y entrega al Concejo Municipal del distrito Libertador. La pronunciación del discurso de orden por parte de Atilio R. Sardi y las ofrendas florales y alocuciones de los representantes de las instituciones públicas y personas particulares. Las palabras de Atilio R. Sardi, al igual que las otras disertaciones realizadas en la ocasión, estuvieron destinadas a glorificar al general José Antonio Páez. Sardi al referirse al busto del héroe señaló:

Bien estás, oh Páez Invicto!, en el bronce hierático y glorioso, coronando este modesto pedestal, en la exigua pradera, remedo feliz de la llanura inmensurable que fue teatro de tus homéricas hazañas!

Bien estás, gigante legendario, dando el frente a la inhiesta Cordillera [Sierra Nevada], nunca jamás tan encumbrada y formidable como tu gloria! (Nucete, 1911, p. 112).

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La escultura de Páez permanecerá allí por veintiocho años, cuando por decreto oficial es trasladada al nuevo parque, llamado ahora Glorias Patrias, en las adyacencias del mismo. Según el decreto, fechado el cuatro de agosto de 1939, entre algunas de las razones que motivaron el traslado del busto de José Antonio Páez al parque, estaban su «estado ruinoso» y su ubicación en un sitio que no correspondía a la «admiración debida al héroe y al aprecio histórico de la Columna» (PEM, 1939, p. 4378) erigida en 1890. Entre las características del nuevo monumento, se disponía que la obra «llevará en el pedestal el relieve en bronce de la Batalla de Las Queseras del Medio e inscritas las leyendas de la dedicatoria, fecha de la reconstrucción y nombre de los principales combates librados por el héroe» (PEM, 1939, p. 4378). Estas intervenciones fueron realizadas satisfactoriamente por el escultor Marcos León Mariño, pero esa, es otra historia. 4.3. El Centauro en la universidad El 28 de octubre de 1889, el rector de la Universidad de Los Andes, Caracciolo Parra y Olmedo, en vísperas de la celebración del centenario del natalicio de Páez, había dispuesto la erección de una estatua para honrar su memoria. Sin embargo, el monumento, previsto para ser develado en mayo de 1890 quedó incompleto, pues «apenas pudo erigirse el pedestal y colocarse tres de los cuatro mármoles decretados, con las inscripciones originales» (Universidad de Los Andes [ULA], 1914, p. 465). La suerte no estaba a favor del «ciudadano esclarecido», hubo que esperar también varios años para que definitivamente se llevara a feliz término la disposición antes señalada, cuando, en el marco de los homenajes al doctor José Francisco Uzcátegui, entre los que se tenía previsto levantarle un monumento, se consideró propicia la oportunidad para «concluir y perfeccionar la obra incompleta del expresado monumento a Páez» (ULA, 1914, p. 466). La erección de ambos monumentos representaba un acto de «gratitud» de la Universidad de Los Andes para dos personajes que, con diferentes roles, habían tenido un papel significativo en el proceso de la Independencia venezolana y en la conformación de este centro de educación superior, a la que se le considera como la primera universidad republicana del país. De ahí que en uno de los considerandos que justificaban el porqué del monumento al Canónigo Uzcátegui, se señalaba que este, como miembro de la Junta Patriótica de Mérida había contribuido en 1810 al establecimiento de la citada universidad (ULA, 1913, p. 408). Asimismo, acerca de la necesidad del monumento al héroe de Las Queseras y Carabobo, se afirmaba que dicho «homenaje universitario» implicaba un acto especial de gratitud

[…] al Jefe de la República en el primer período constitucional de Venezuela a partir de 1830, en cuyo tiempo el Gobierno Nacional reinicia la reorganización de la Universidad de Mérida [Luego llamada de Los Andes], con la reforma de sus antiguos estatutos, la independencia del Seminario y contribuye a su sostenimiento de manera eficaz en la alta esfera de las atribuciones constitucionales. (ULA, 1914, pp. 465 y ss.)

Para llevar a cabo todos los trabajos concernientes con la erección del monumento al Canónigo Uzcátegui fue nombrada, en 1913, la Junta Homenaje al Canónigo Uzcátegui constituida por el doctor Gonzalo Bernal, presidente; doctor Tulio Febres Cordero, vicepresidente; doctor Francisco Antonio Celis,

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Figura 10. Monumentos al Canónigo Uzcátegui (Izquierda) y al general José Antonio Páez (Derecha). [Fotografía]. (Benet, 1930, p. 181)

secretario; bachiller Emilio Maldonado y don Aristides Parilli B., vocales. Esta Junta también se encargó de la erección del monumento al general José Antonio Páez, en concordancia con el decreto dictado para su «conclusión y embellecimiento», dado en la Universidad de Los Andes el 14 de febrero de 1914. La decisión de levantar un monumento al canónigo Uzcátegui tuvo una gran acogida entre los merideños y en la sociedad venezolana de entonces, quienes en diversas correspondencias enviadas a la Junta señalaban que esta medida era, entre otras cosas, un «justo», «patriótico» y «merecido homenaje» a un «varón esclarecido», «prócer de la instrucción pública y de la patria» (Homenaje al Canónigo Uzcátegui, 1914, pp. 450-453). Diferente suerte corrió la decisión de erigir el monumento a Páez, pues, si comparamos el número de contribuyentes que se sumaron a la suscripción pública para la erección de ambos monumentos, podemos observar que los mayores donativos correspondieron para el monumento al canónigo Uzcátegui, al cual colaboraron los habitantes de Mérida, Mucuchíes, Jají, Chiguará, Torondoy, Ureña, Chejendé, Barquisimeto, Caracas, La Guaira, Río Chico, Timotes, Humacaro Bajo, Trujillo, Valera, Tovar, Táriba, San Cristóbal, Maracaibo y Bogotá, cuya recolecta alcanzó la suma de 3.066,50 bolívares, cubriendo por completo los gastos de dicho monumento. Por el contrario, la suscripción pública para el monumento a Páez fue acogida solamente por la población merideña, específicamente por el profesorado universitario y algunos estudiantes, quienes aportaron el 88,45% de los gastos ocasionados en la conclusión de este monumento. Ambos monumentos, compuestos de un busto sobre un pedestal de mármol fueron traídos de Italia a mediados de setiembre de 1914 e inaugurados en los primeros días del año de 1915 (Figura 10). Allí permanecerán solo veintisiete años, cuando a raíz del proceso de remodelación que sufre el edificio principal de la Universidad de Los Andes, son trasladados a otro sitio (Febres Cordero, 2003).

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5. Monumento al mariscal Antonio José de Sucre, 1895 5.1. En las cercanías de Bolívar Como hemos visto, hasta el año de 1895 se habían levantado en la ciudad de las cinco águilas blancas solo dos monumentos. Uno dedicado al Libertador Simón Bolívar y el otro al general José Antonio Páez, dos figuras de trascendental importancia en el proceso de la independencia venezolana. Estos monumentos, levantados en años muy distantes, tenían la particularidad de haber sido erigidos en los dos extremos (norte y sur, respectivamente) de la ciudad, en espacios previamente creados para tal fin, los que luego se convirtieron en los principales referentes espaciales en el ámbito urbano, pues, ambos indicaban el «comienzo» y «fin» de la urbe, y desde allí, en muchas ocasiones, se iniciaban o culminaban los actos conmemorativos o festivos (Calderón-Trejo, 2012, pp. 129, 406-432). Por el contrario, para los nuevos monumentos que se erigirán a partir de 1895, se destinarán los espacios que jugaron un papel importante en el proceso de crecimiento armónico de la ciudad conocidos como plazas menores o plazas de parroquias religiosas, cuya importancia, según estudio realizado por Christian Páez Rivadeneira (1992), radicaba en que estos espacios de origen colonial, habían contribuido a la «definición» de los centros menores que dieron cohesión a la organización social de la población urbana y, sirvieron de redes que interconectaban las distintas zonas de la ciudad, «ofreciendo a cada barrio o parroquia, la posibilidad de recrear pequeños “centros”, periféricos al corazón de la ciudad, y a su Plaza Mayor» (Páez Rivadeneira, 1992, p. 111). Tendencia que, por cierto, fue una práctica común en todo el territorio nacional. Sirvan como ejemplo el monumento a José Gregorio Monagas (1881) en la Plazoleta de La Candelaria en Caracas o el monumento a José María Baralt (1880) en la Plazoleta de la iglesia de San Francisco, en Maracaibo. Uno de los primeros monumentos erigidos en Mérida en una plaza menor lo constituye el busto del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, levantado en la Plaza de Milla, centro de la Parroquia homónima creada en 1805. Este monumento respondía al proceso de glorificación que desde varios años atrás se le venían haciendo en el país a diversos héroes de la independencia venezolana. El 3 de febrero de 1895, centenario del natalicio del general Antonio José de Sucre, fue la ocasión precisa para rendirle con la mayor pompa y solemnidad posible los homenajes al héroe de Ayacucho. Un año antes, el presidente de la República, Joaquín Crespo, había ordenado mediante un decreto del 15 de agosto, la conmemoración en todo el país de tan magna fecha. Como era de esperar, el presidente del estado Los Andes, Atilano Vizcarrondo, emitió, el 24 de octubre de 1894, un decreto en el cual establecía la conmemoración en todo el Estado del Centenario del Natalicio de Sucre; a la vez, ordenaba la erección de un busto de bronce a la memoria del héroe, el cambio de nombre de la Plaza Milla por Plaza Sucre y la conformación de una junta destinada a organizar todo lo concerniente con dicha fiesta pública (Lares, 1895, pp. 13-15). Al respecto, el 13 de noviembre, se instaló la Junta General Directiva del Centenario, quedando conformada por: Caracciolo Parra, presidente; Domingo Hernández Bello, primer vicepresidente; Foción

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Febres Cordero, segundo vicepresidente; Antonio Arguimiro Rojas, doctor Pedro de Jesús Godoy, general Pedro Trejo Tapia, general Lisímaco Gabaldón, general José Trinidad Arria, doctor Lope María Tejera, general Carlos F. Ruiz, doctor Manuel González Moreno, Federico Salas, Antonio J. Salinas, Natividad Fernández, Concepción Guerrero, Carlos Lares, Genenarino Uzcátegui, Vocales; bachiller Tulio Febres Cordero, secretario de actas; doctor Rafael María Torres, secretario de correspondencia; doctores Rafael María Flores y Rafael Uzcátegui, subsecretarios; y Camilo A. Carnevali, tesorero (Lares, 1895, pp. 26-33). El Centenario de Sucre se festejó en Mérida con un extenso y variado programa oficial que contemplaba la realización de diversos actos durante ocho días, desde el dos hasta el nueve de febrero de 1895. Entre ellos, fueron de vital importancia el conjunto de inauguraciones efectuadas los días 3, 4, 5 y 6 de febrero, como lo fue ─en su orden respectivo─ la develación del busto de Sucre en la Plaza de Milla, el busto de Simón Bolívar en el Palacio de Gobierno, el mismo que fue colocado años después en La Columna Bolívar; la inauguración del edificio del mercado público y el monumento a Cristóbal Colón en la plazoleta El Carmen. José Ignacio Lares en El Centenario de Sucre en Los Andes, obra enjundiosa editada en 1895, nos ofrece una importante descripción acerca de cómo se preparó la ciudad para la efeméride festiva, de la cual atestigua que en cada esquina de las calles Independencia y Bolívar (actuales avenidas 3 y 4) se habían levantado «hermosos» y «elegantes» arcos triunfales con inscripciones alusivas a Bolívar y Sucre, a héroes merideños y a algunos hechos importantes de la guerra de la Independencia. Las plazas Bolívar y Sucre, apuntaba el autor, ostentaban cuatro grandes arcos triunfales adornados con banderas de las cinco repúblicas libertadas por Simón Bolívar. Los edificios públicos portaban la enseña nacional y las casas particulares, además de la bandera tricolor, estaban

[…] bellamente decoradas con festones de flores y laurel, dispuestos según el gusto de sus dueños, o con guirnaldas y retratos de Sucre y de otros héroes de la Independencia, colocados entre palmas y flores en los pórticos, ventanas y valcones (sic.). También estaban algunas fachadas adornadas con gasas y cortinas, o exornadas con telas tricolores en toda su extensión en su parte superior, o con diversos adornos variados todos en formas, clases y colores (Lares, 1895, pp. 221 y ss.).

Dentro de estos «aires» festivos se da la inauguración del busto de bronce en honor a Sucre (Figura 11), obra escultórica atribuida al artista venezolano Rafael de la Cova, considerado como uno de los iniciadores de la escultura monumental en Venezuela. Precedieron al acto inaugural, en horas de la mañana, salvas de fusilería, dianas, paseos de música por las calles principales de la ciudad, un Te Deum en la Catedral y, un gran paseo cívico-militar (2 pm.), debidamente organizado según el programa oficial, que partió de la Plaza Bolívar, siguiendo por la calle del mismo nombre hasta la Plaza Sucre (Lares, 1895, pp. 273-281). La develación del busto, envuelto para entonces con los colores nacionales, estuvo a cargo del presidente del estado Los Andes, quien a nombre del pueblo andino dio por inaugurado el monumento. José Ignacio Lares, encargado por disposición del ejecutivo regional de relatar los actos, nos señala que la obra era un

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monumento de seis metros de altura, compuesto por cuatro anchas gradas de «cimento romano» sobre el que se alzaba un pedestal de orden toscano de «enlucido basamento», el cual tenía en cada uno de sus lados una lápida de mármol, con inscripciones esculpidas y doradas en las que se leía la siguiente inscripción:

En la faz del frente:



En la posterior:



En el lateral derecho:



En el lateral izquierdo:

el pueblo andino al General Antonio José de Sucre, en el día de su centenario-1895 nació el 3 de febrero de 1795 dejó de existir en berruecos el 4 de junio de

1830

Yaguachi-Riobamba Pichincha-Pasto-Ayacucho erigido este monumento bajo la

Administración del doctor Atilano Vizcarrondo

Una cornisa de severas líneas, decía el autor, remataba el pedestal sobre el que se levantaba el busto del héroe (Lares, 1895, pp. 283 y ss.). Acerca de la importancia de esta obra, Tulio Febres Cordero, encargado de pronunciar el discurso de orden, señaló en medio de palabras exaltadoras al «titán» de Ayacucho, que a diferencia de otros monumentos erigidos a Sucre en otras ciudades, el de Mérida tenía el mérito de haber sido erigido en las cercanías de La Columna Bolívar. Sus palabras fueron como sigue:

Suntuosos mármoles se han dedicado a Sucre en ciudades más ricas y populosas, y todavía habrá de consagrarle el arte todas sus gracias y maravillas; pero ningún monumento a Sucre tendrá como éste el mérito singular de representar el admirable consorcio de los dos Genios de la gratitud americana, porque ha sido erigido a pocos pasos de aquella Columna [Columna Bolívar], construida hace más de medio siglo, y que es el primer monumento dedicado a Bolívar en toda la extensión de Sur-América. Mérida, la histórica Mérida, cuyo nombre está escrito en letras de oro los anales patrios, guardará agradecida en el augusto retiro de sus montañas este bello monumento consagrado a Sucre, cuya gloria es fragante como el lirio de nuestros valles, cándida y pura como el cristal de nuestras nieves, y brillante, en fin, como las llamas de este sol de los trópicos que fulgura sobre nuestras cabezas (Lares, 1895, pp. 299 y ss.).

Aunque los trabajos de rehabilitación de la ahora Plaza Sucre y de su monumento habían quedado «muy buenos», según era reseñado en una nota de prensa, el busto del Mariscal no estaba «cónsono» con la plaza, por ser esta «muy grande y el busto una miniatura» (Plaza Sucre, 1895, p. 4). Razón por la cual el 5 de julio de 1897 se colocó un nuevo busto, esta vez de mármol, donado a la ciudad por el doctor Atilano Vizcarrondo, quien lo había solicitado a Europa en años anteriores. Desde entonces, conjuntamente con La Columna Bolívar y la Columna Páez, se convertirán en los lugares de encuentros para las fiestas patrias que a finales del siglo XIX y principios del XX serán muy frecuentes en la ciudad andina.

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Figura 11. Atribuida a Rafael de la Cova (1895). Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre. [Fotografía]. (Benet, 1930, p. 214).

5.2. Entre el abandono y desidia La celebración del Centenario de Sucre tuvo una gran receptividad por la población merideña, quienes colaboraron gratuitamente en la ornamentación de sus casas con elementos alusivos a la fiesta cívica, y en la colocación de los arcos del triunfo por donde pasó la procesión cívico militar. Al igual que se realizó una importante obra de embellecimiento de la Plaza Milla, que hasta 1895 era una de la plazas de la ciudad que «peor» aspecto presentaba, según era reseñado en el periódico El Comercial, el 25 de noviembre de 1894. Sin embargo, un año más tarde, la plaza se encontraba en completo abandono. Así era reseñado en el periódico El Pescador en su publicación del 2 de agosto de 1896, en donde se decía que a la Plaza Sucre no se la había vuelto a poner «una mano desde el día de su inauguración» (Inercia, 1896, p. 3). A pesar de la denuncia, continuará así por varios años más, aunque en 1901 y 1903 se le realizaron algunos trabajos de embellecimiento, el abandono se hizo nuevamente presente. Las razones son diversas, pero quizá, el punto básico sea que los causantes de la destrucción de la Plaza Sucre fueron los mismos habitantes de la ciudad, quienes en varias ocasiones, como lo demuestran algunas denuncias presentadas en la prensa merideña, procedieron al robo de los ladrillos que formaban parte de las caminerías construidas en 1895. Un artículo publicado en La Prensa, el 26 de julio de 1907, ilustra lo antes dicho, cuando en una de sus «crónicas» nos dice: «La plaza de Milla se va destruyendo a todo andar. Los vecinos son los que aprovechan, pues han enladrillado sus moradas sin gastar un céntimo» (Dinero perdido, 1907, p. 4).

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La presencia de «bestias» y vacas en la Plaza Sucre también afectó notablemente los trabajos de embellecimientos que a dicho lugar se le habían realizado. Eduardo Picón Lares (2008b) en sus Revelaciones de Antaño relataba que la plaza se había convertido en un potrero público, en la que los burros y vacas habían hallado cómodo para echarse en el enladrillado que circundaba el monumento, «de donde la inmundicia que dejaban se hacía sentir a distancia con una intensidad penetrante y repulsiva» (p. 264). Tanto fue así, que a principios del siglo XX el busto del Mariscal Sucre apareció, según relata el mismo Picón Lares (2008b),

[…] con un sombrero de cogollo hundido hasta las orejas, bien calada una ruana de encerado sucio, a la espalda una capotera de fique, sostenida de los hombros de un ancho pretal, y al pecho una banda de papel de estraza (sic.) que así decía: Si el Gobierno y los ciudadanos no le ponen coto a las bestias y vacas que moran en esta plaza, yo me voy de aquí y no vuelvo más nunca...¡Reclamo consideraciones que merezco! (p. 264)

Un aspecto a destacar de este acontecimiento es la utilización del monumento a Sucre como símbolo de protesta por una situación que afectaba notablemente a quienes habitaban en el perímetro de la plaza. De manera que el busto de Sucre no solo servía para honrar la memoria del héroe de Ayacucho, sino que también podía contribuir a una mejor forma de vida de los habitantes de Milla, al impedir ─indirectamente─ que los propietarios de las vacas y burros los dejaran pastar libremente en los espacios de la plaza, puesto que, como señaló Eduardo Picón Lares en su crónica, la reacción de los merideños ante tal hecho fue de «horror» y «vergüenza», quienes en conjunto con el gobierno unieron esfuerzos para evitar que volviera a suceder un hecho similar. A pesar de que en 1911 y en años posteriores se hicieron algunos trabajos para garantizar la preservación del monumento y los alrededores de la Plaza Sucre (Plaza Sucre, 1911, p. 4), la situación de abandono seguía siendo una constante. Víctima del «progreso» y la «modernización», en el marco de la conmemoración de los 125 años de la Batalla de Ayacucho, el monumento será sustituido por una estatua pedestre que estaba, según apreciaciones de los merideños, más «acorde» con la plaza y con la figura de Antonio José de Sucre.

6. Monumento al General Francisco de Miranda, 1896 6.1. La apoteosis al Generalísimo La figura de Francisco de Miranda es reivindicada durante el Guzmanato, específicamente en los actos celebratorios del Centenario del Natalicio del Libertador, cuando el 23 de julio de 1883 es develada su estatua en la Plazoleta del Panteón Nacional (Caracas), convirtiéndose, desde entonces, en el primer monumento erigido en el país en honor a su memoria. Posteriormente, como parte de los actos de la conmemoración de la Independencia de Venezuela, el 5 de julio de 1896, y por disposición del presidente de la República, Joaquín Crespo, se inauguraba en ese mismo sitio el cenotafio del «Generalísimo» (Guédez Yepez, 2005, p. 5b), con lo que se venía a consolidar su glorificación, puesto que este acontecimiento debía celebrarse en todo el territorio nacional durante los días 4 y 5 de julio y llevaría por nombre «Apoteosis del Precursor de la Independencia de la América del Sur», en la cual se efectuarían una series de actos destinados a exaltar la figura del «Precursor de la Independencia» (Salvador, 2001, pp. 365-370).

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En este contexto, el doctor Atilano Vizcarrondo, presidente del Gran Estado Los Andes, dictó un decreto el 17 de marzo de 1896, en el que ordenaba la celebración en los días 4 y 5 de julio en todo el territorio del Estado Los Andes de la Apoteosis de Miranda. Igualmente, designó una Junta encargada de elaborar el programa oficial con el cual se le rendiría en la ciudad de Mérida el debido homenaje al héroe (PELA, 1896, p. 3). Al efecto la Junta quedó presidida por José Ignacio Lares; como vicepresidente fue designado Francisco A. Celis; como tesorero Foción Febres Cordero; vocal-secretario, Lope M. Tejera; y como vocales, José María Dávila, Domingo Hernández Bello, Atilio R. Sardi, Caracciolo Parra, Antonio Ignacio Picón, Prisco Lares y, Antonio José Salinas. Del mismo modo, esta Junta se encargó de la publicación de un periódico quincenal llamado La Apoteosis de Miranda, órgano divulgativo que informaba a la sociedad merideña acerca de los acuerdos y actos programados que en el país y en el estado Los Andes se tenían previsto para la mencionada celebración. Paralelo a esta Junta y con el deseo de darle mayor solemnidad a la Apoteosis de Miranda en Mérida, se conformó por iniciativa propia una «Junta particular», conocida con el nombre de Junta Miranda, integrada por los doctores Juan Pedro Chuecos Miranda, presidente; Leonidas Urdaneta, vicepresidente; Foción Febres Cordero, secretario; F. Diego Nucete, tesorero y los vocales Antonio Febres Cordero, Alejandro Baptista y Concepción Guerrero (Junta Miranda, 1896, p. 2). Dicha organización se propuso como objetivo levantar un monumento a la gloria del Generalísimo Francisco de Miranda, debido a que, el decreto regional no disponía de ningún acuerdo sobre el particular (Hurtado, 2007a, p. 99). Efectivamente, como parte de los actos festivos realizados en Mérida en ocasión de la Apoteosis de Miranda, celebrada durante cuatro días, en los que la sociedad merideña participó activamente, fue inaugurado, el nueve de julio, el monumento a Miranda, compuesto por un pequeño busto de arcilla quemada sobre un pedestal de mármol, elaborado por Pablo Gazzott (Junta Miranda, 1896, p. 2). Este fue levantado en la plazoleta de San Agustín ubicada al frente de la antigua Iglesia de San Francisco, conocida posteriormente como la Iglesia del Perpetuo Socorro o La Tercera, localizada en la calle Independencia (hoy avenida 3) esquina con la calle Fernández Peña (hoy calle 18). Para entonces, a dicha plaza se le realizaron algunos trabajos de remodelación, entre los que no podía faltar la colocación de un enverjado de hierro para protegerlo de los animales que pastaban libremente por las calles y plazas de la ciudad. Aunque la develación del monumento a Miranda se efectuó según algunas notas de la prensa local, a las diez de la mañana (Monumento a Francisco, 1896, p. 2), el acto conmemorativo se realizó durante todo el día. Ello comprendió un paseo, a las seis de la mañana, con música por las calles de la ciudad, salvas de fusilería y fuegos artificiales. En horas de la tarde, «espléndida» cabalgata, «extraordinario refresco» y «gran» corrida de toros, finalizando a las siete de la noche con un paseo musical acompañado de globos y cohetes (Apoteosis de Miranda, 1896, p. 4). Como justo recuerdo y expresión de gratitud y demostración de que el pueblo de Mérida siempre había estado listo para festejar «las glorias de la patria», se grabaron en lápidas de mármol las siguientes inscripciones:

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Al frente: la junta miranda al ilustre iniciador de la independencia sub-americana julio 9 de 1896

En el lado posterior e izquierdo:

a miranda erige este monumento la ciudadanía de merida en/1896

Acerca de las características del busto de Miranda y su significación para los merideños, en el periódico El Cangrejo apareció, a pocos días de su inauguración, una nota en la que se decía que era una «hermosa» obra:

[…] Es pequeño, pero indica muy claro que aún existe interés y patriotismo en la juventud de Los Andes; que reúne el amor por los Héroes que nos legaron Patria y Libertad. Fue concluida en breve tiempo, y ello nos alegra más porque a pesar de lo cercano de la Apoteosis, se terminó felizmente, y prueba también que el sentimiento por lo bello crece y que dado el caso, en cada pecho andino se levantará una fortaleza en los grandes conflictos de la Nación (Junta Miranda, 1896, p. 2).

6.2 Miranda también se renueva Transcurridos dos años de la inauguración, el ejecutivo regional dictó órdenes para cambiar el monumento existente por uno de mármol. A este respecto, Manuel Vicente Nucete (1911) en su Libro del Centenario señala que el 17 de enero de 1898, el gobierno de Los Andes bajo la presidencia del general Juan José Sánchez, designó para este proyecto la cantidad de 1.600 bolívares y nombró una Junta para tal fin, compuesta por los señores Constantino Váleri, doctor Pedro Luis Godoy y Tulio Carnevali (Nucete, 1911, p. 283). Al parecer, así fue, pues, como puede observarse en el cuadro que demuestra el movimiento que tuvo la Caja de la Tesorería General del Estado Los Andes en el mes de enero de 1898, publicado en la Gaceta Oficial del Estado Los Andes, en marzo de ese año, puede constatarse en la parte de «Fomento» el pago de los 1.600 bolívares a Víctor Müller, tesorero general de la Junta de Fomento, por la adquisición de «un busto en mármol del General Miranda para sustituir el que existe en la plazoleta frente a la Iglesia de San Francisco». Aunque no existen datos precisos acerca de las razones por la cuales se procedió a cambiar el busto de Miranda, se puede inferir que obedeció a la características del monumento, ya que estaba elaborado en arcilla quemada, material de poca durabilidad. Sin embargo, en El Posta Andino, en su edición del 26 de abril de 1899, indicaba que el busto de Miranda levantado en 1896 había sido «derrumbado por algún malvado y vagabundo de tantos que existen en esta tierra» (Busto de Miranda, 1899, p. 3), razón por la cual fue necesaria la realización de nuevas diligencias para la colocación de otra escultura que consagrara la memoria de Miranda.

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Figura 12. Casa Trapassi y Lorenzetti (1930). Monumento al general Francisco de Miranda. [Busto de mármol]. Mérida, Venezuela. (Benet, 1930, p. 219).

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Figura 13. Monumento al general Francisco de Miranda (Detalles). Fotografías del autor.

El nuevo monumento había sido elaborado en Siena por la Casa Trapassi y Lorenzetti, estaba constituido por un busto de mármol el cual descansaba sobre una delgada columna, engarzada al capitel por una corona de laurel. Su inauguración, tal como se puede constatar en la invitación hecha en hojas sueltas por el gobierno del estado Los Andes, se efectuó el 27 de abril de 1899, posiblemente, por ser fecha cercana al día del natalicio del Generalísimo Francisco de Miranda, (PELA, 1899). En lo concerniente a los actos llevados a cabo para su inauguración, la prensa local no nos ofrece mayor información (Figura 12 y 13).

7. Consideraciones finales: independientes, pero no tanto Pocos monumentos se levantaron en la ciudad de Mérida (Venezuela) entre 1842 y 1915, sin embargo, podemos observar el predominio de una temática relacionada con los llamados «héroes de la patria». Si bien la existencia de estos respondía en gran parte a la tónica del momento, los elementos argumentativos que permitían justificar la presencia de una estatua en un lugar público, estuvo marcada, en gran parte, por lo que podríamos llamar, una argumentación patriótica, en la que la presencia de una estatua se justificaba en la necesidad o deseo patriótico que manifestaba la población o una parte de esta, de hacer un acto de justicia o gratitud hacia uno o varios personajes relacionados con la gesta de la Independencia. Pero, ello se realizó no solo con la finalidad de perpetuar sus recuerdos para las futuras generaciones, su presencia respondía a la búsqueda de ciertos elementos que permitían expresar y medir el «patriotismo» vigente en los ciudadanos y gobernantes de entonces. Precisamente en una época en donde se resaltaban los valores nacionalistas caracterizados por el culto a los «padres fundadores de la República», en cuyo altar mayor se encuentra el Libertador Simón Bolívar. De allí que durante el período estudiado, los monumentos erigidos en la ciudad de Mérida correspondan a Simón Bolívar, José Antonio Páez, Antonio José de Sucre y Francisco de Miranda.

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Figura 14. Ubicación de los monumentos levantados en la ciudad de Mérida entre 1842 y 1915 y señalización de las principales áreas de los desfiles cívicos durante el período estudiado. Elaboración del autor.

Si bien la inauguración de los monumentos estaba acompañada de pomposos actos y de un amplio ritual celebrativo que comprendía varios días de fiestas y «regocijos públicos», después el abandono y deterioro era su característica principal, así lo demuestran las denuncias recurrentes en los medios impresos de circulación regional. Tal estado, era visto como una actitud antipatriótica, de incivilidad y retroceso. Sin embargo, su «recuperación» o rehabilitación era ampliamente utilizada con fines políticos o propagandísticos por parte del(los) gobernante(s) de turno, por lo que cualquier estado «ruinoso» de un monumento servía más bien para afianzar o demostrar el espíritu progresista o modernizador del (los) gobernante(s), quienes en diversas oportunidades emprendían labores de restauración o mejoras de los espacios donde se erguían las obras escultóricas. Por otro lado, la estatuaria merideña del período estudiado no fue tan independiente del modelo europeo, aun cuando hubo esfuerzo por realizar las obras escultóricas con los recursos y materiales disponibles en la región, los bustos de aquellos personajes que encarnaban los nuevos valores de la patria, fueron no solo esculpidos o cincelados por artistas foráneos, sino que procedían de Italia o de los Estados

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Unidos de Norteamérica, como ocurrió con los monumentos de Francisco de Miranda y José Antonio Páez respectivamente. Igualmente, se siguió el modelo neoclásico de monumento compuesto por una columna ática coronada en el capitel por un busto del personaje homenajeado. De allí que los primeros monumentos consagratorios en Mérida, sean la llamada Columna Bolívar y la Columna Páez, con la diferencia que ambos permanecieron durante mucho tiempo desprovistos de estatuas, constituyéndose la columna en el monumento propiamente dicho. En cuanto al emplazamiento de los monumentos, se crearon nuevos espacios para tal fin. Así ocurrió con la Columna Bolívar y la Columna Páez. Paradójicamente a lo que se podía pensar, aunque hubo ciertas intenciones, a ambos personajes no se le destinó los espacios urbanos tradicionalmente usados desde la Colonia, como lo era la Plaza Mayor. Por el contrario, se dispuso la concreción de nuevos espacios públicos (Figura 14), incorporados ahora a la trama urbana, a los cuales fueron dotándoseles de sentido y significado, convirtiéndose desde entonces en los nuevos «templos del Estado civil», constituyéndose a la vez en los referentes urbanos más importantes de la ciudad andina. Asimismo, se aprovecharon los espacios ya previamente creados, como las plazas menores, tal como ocurrió con los monumentos al Mariscal de Ayacucho y a Francisco de Miranda. Al mismo tiempo, los monumentos se constituyeron en el punto de encuentro de los actos conmemorativos y de los desfiles cívicos realizados a partir de 1842, con los cuales se fue configurando un nuevo perímetro o área de las procesiones cívicas (Figura 14). De esta forma, las estatuas se van convirtiendo en testigos fehacientes de la historia de la ciudad, en una fuente de incalculable valor para la comprensión de nuestro presente, pues como reza la canción de Mercedes Sosa (1976), «su memoria procuran decir sin palabras / y nos piden la poca limosna de mirarlas / cuando quieren contarnos un sueño de la patria».

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REVISTA DE ESTUDIOS INTERDISCIPLINARIOS DE ARTE Y CULTURA / VOL. 2 / NÚM. 1 / 2015 / PP. 31-73

ISSN: 2410-1923

Entre el bronce y la vida: los héroes de la Independencia en la estatuaria pública conmemorativa de la ciudad de Mérida (1842-1915)

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Samuel Hurtado Camargo Licenciado en Historia Cum Laude por la Universidad de Los Andes (2007) y Licenciado en Educación Mención Desarrollo Cultural por la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez (2009). Ganador del Concurso Nacional de Historia de Barrio Adentro, capítulo Barinas. Ganador del concurso juvenil Conoce y Evalúa tu Patrimonio Inmaterial convocado por la Unesco y la Unión Latina, capítulo Venezuela (2010). Premio Municipal de Literatura «Rafael Ángel Insausti» (2014), categoría ensayo con el trabajo La Conspiración de 1813 en Barinas: historia y testimonios. Investigador A-2 del Programa de Estímulo a la Investigación e Innovación del Ministerio del Poder Popular para la Educación Universitaria, Ciencia y Tecnología. Miembro Fundador del Centro de Investigaciones Sociohistóricas Dr. Virgilio Tosta (CISHVIT).

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