“Entre dos imperios: el escenario siciliano en la Segunda Guerra Púnica”, en Roma y el mundo mediterráneo. Actas de las I Jornadas de Jóvenes Investigadores en Ciencias de la Antigüedad (Alcalá de Henares, 5-7 marzo 2014), Alcalá de Henares, 2015, pp. 119-141.

June 24, 2017 | Autor: A. Barrón Ruiz de... | Categoría: Roman Republic, Carthage (History), Ancient Sicily, Punic Wars, Second Punic War
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Descripción

COLECCIÓN OBRAS COLECTIVAS UAH HUMANIDADES

38. Cartas – Lettres – Lettere. Discursos, prácticas y representaciones epistolares (siglos XIV-XX) Antonio Castillo Gómez y Verónica Sierra Blas (dirs.) 39. (Re)considerando ética e ideología en situaciones de conflicto/(Re)visiting ethics and ideology in situations of conflict Carmen Valero Garcés (Coordina y Edita) 40. España y la Segunda Guerra Mundial. Antonio Manuel Moral Roncal, y Francisco Javier González Martín 41. Discursos Legitimadores de la conquista y la colonización de América. Francisco Castilla Urbano (Ed.)

42. Acciones en investigación aplicada a la Cooperación para el Desarrollo: pasado, presente y futuro. Consuelo Giménez Pardo y Luis F. Rebollo Ferreiro (dirs.)

www.uah.es

Este grupo de estudiantes, junto con Francisco Sánchez Salas y Rosario Ortega Gutiérrez, se embarcaron en la aventura de organizar el I Congreso de Jóvenes Investigadores de Ciencias de la Antigüedad de la UAH, logrando con esta iniciativa un éxito total que ha llegado a ser imitado con posterioridad por otros grupos de jóvenes investigadores de otras universidades.

UAH

37. Linguistic Insights: Studies on Languages. Isabel de la Cruz Cabanillas y Cristina Tejedor Martínez (eds.)

Roma y el Mundo Mediterráneo La edición de este volumen está encabezada por Noelia Vicent Ramírez y Jaime de Miguel López, dos alumnos de doctorado en Historia Antigua en la Universidad de Alcalá. También han colaborado en la edición del mismo Aitor Fernández Delgado y Cristina Jiménez Cano, también doctorandos de la UAH en Historia Antigua.

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36. Construyendo identidades. Del protonacionalismo a la nación. José Ignacio Ruiz Rodríguez e Igor Sosa Mayor (dirs.)

oma y el Mundo Mediterráneo es el título que reciben las actas del I Congreso de Jóvenes Investigadores en Ciencias de la Antigüedad de la UAH, celebrado en el Colegio de San Idelfonso y el Museo Arqueológico Regional los días 5, 6 y 7 de marzo de 2014 en Alcalá de Henares. En estas actas se reúnen una selección de los mejores artículos científicos resultantes de las comunicaciones presentadas en este congreso, dejando así, la huella escrita de las interesantes sesiones que en el mismo se vivieron y aportando una visión novedosa y multidisciplinar al conocimiento histórico del mundo romano y su contexto mediterráneo, abordando de forma concreta numerosos y diversos aspectos de la Historia antigua romana.

Noelia Vicent Ramírez y Jaime de Miguel López (Eds.)

35. Cuartas Jornadas de Jóvenes Investigadores de la Universidad de Alcalá. Cristina Tejedor et al. (eds.)

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34. La comunicación en el ámbito médico-sanitario. Communcating in the healthcare setting. Carmen Valero Garcés y Carmen Cedillo Corrochano (eds.)

Noelia Vicent Ramírez & Jaime de Miguel López (Editores)

UAH

33. Identidades confesionales y construcciones nacionales en Europa (ss. XV-XIX) José Ignacio Ruiz Rodríguez e Igor Sosa Mayor (dirs.)

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32. Escrituras silenciadas. El paisaje como historiografía José F. Forniés Casals, Paulina Numhauser (eds.)

Noelia Vicent Ramírez Jaime de Miguel López Editores

Índice

Jaime de Miguel López Presentación.............................................................................................................11

Las visiones de Roma David Sevillano Mitos y realidad en las descripciones del Imperio Romano en las fuentes chinas.......................................................................................................................15 José Manuel Ortega Jiménez La presencia de Roma en el Palacio del Buen Retiro...............................................43

Roma republicana y alto imperial en su contexto mediterráneo Javier Salido Domínguez Estrategia y logística militar: El aprovisionamiento de alimentos al ejército romano................................................................................59 José Ortiz Córdoba El problema de la piratería en el mundo romano: una aproximación a su estudio......................................................................................................................83 Alberto Mazquiarán Plaza Legio VI Victrix. Balance de su asentamiento en Hispania a través de las fuentes arqueológicas y epigráficas........................................................................107 Alberto Barrón Ruiz de la Cuesta Entre dos imperios: el escenario siciliano en la Segunda Guerra Púnica...............119

Índice

Víctor Sánchez López El uso del terror en la política exterior: mecanismos de disuasión en la dinámica imperialista Julio-Claudia.......................................................................143 Marco Almansa Fernández Religiones en combate: una aproximación al culto religioso romano en contextos de lucha..............................................................................................161 Rosario Ortega Gutiérrez La medicina griega en Roma. Del esclavo medico al médico ciudadano..............181 Natalia Teja Reglero Mujer y magia en el mundo romano.......................................................................193 Aroa Molina Cabanas El protagonismo de las mujeres sirias en la dinastía Severa: control político y sincretismo religioso...............................................................................................211

El mundo romano y su realidad mediterránea tardoantigua Raúl Serrano Madroñal Los vándalos y el ocaso del «lago romano»...........................................................231 Silvia Berrica El desarrollo de la Iglesia copta durante los siglos IV-VI.....................................251 Alberto González García La población de Roma de la Antigüedad Tardía al Alto Medievo (ss. III-X).......269 Aitor Fernández Delgado Verbae ex Columnarum Herculem: el Chronicon de Juan de Bíclaro a propósito de la penetración ávaro-eslava en los Balcanes......................................281 Daniel Hernández San José Urbem fecisti quod prius orbis erat: el crisol romano en los albores de la Edad Media.............................................................................................................305

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Índice

Roma a través de la arqueología Noelia Vicent Rámirez Deportatio ad Insulam. Córcega y Cerdeña contextos de exilio............................327 Gabriel Aroca Castillejos y Adolfo Moreno Márquez Introducción a la minería y la metalurgia romana en el término municipal de Belmez...................................................................................................................357 Verónica del Río Canedo Roma más allá del Mediterráneo. Primeros contactos atlánticos. El caso del Noroeste peninsular: un estado de la cuestión.......................................................369 Irene Salinero Sánchez El Castillón, Las Delicias y Villanueva de Mesía: un intento de adscripción cultural...................................................................................................................389 Isabel Busquets Porcell y José Miguel Rosselló Esteve Ciudades, iglesias y castillos. La traslación del poder en las Baleares del siglo III al IX................................................................................401 Ignacio Hernández Ataz La iconografía del caballo y el jinete en la numismática prerromana....................413 Helena Gozalbes García Dacia y Parthia capta: propaganda monetaria imperial bajo el imperio de Trajano................................................................................................................431

Pósters Helena Gozalbes García & José Ortiz Córdoba El motivo restitvtorem las monedas de la dinastía Severa. Leyendas e imágenes................................................................................................................453

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ENTRE DOS IMPERIOS: EL ESCENARIO SICILIANO EN LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA Alberto Barrón Ruiz de la Cuesta Universidad de Cantabria RESUMEN A lo largo de la Segunda Guerra Púnica, Sicilia constituyó un escenario bélico que, a pesar de su papel en apariencia secundario, presenta suficientes elementos de interés -campañas militares, acciones diplomáticas, disputa por el dominio naval, situación estratégica de la isla- como para merecer un análisis complejo e individualizado. Su estudio nos permitirá observar la conjunción de factores militares y diplomáticos en el contexto del imperialismo romano en el Mediterráneo occidental. ABSTRACT During the Second Punic War, Sicily was a secondary front but it has important elements of study concerning this conflict -military campaigns, diplomatic actions, fight for the naval hegemony, and the strategic position of the island- that deserve a complex and individualized analysis. Its study will allow us to understand the conjunction of military and diplomatic factors in the context of the Roman imperialism along the Western Mediterranean Sea. Palabras clave: Roma, Cartago, guerra, Sicilia, Segunda Guerra Púnica. Key words: Rome, Carthage, war, Sicily, Second Punic War. 1. Fuentes conservadas Diversos autores de la Antigüedad trataron el tema de la Segunda Guerra Púnica. Sin embargo, pocos de ellos dedicaron especial atención al desarrollo del conflicto en Sicilia, prefiriendo centrarse en los sucesos acaecidos en Italia, Hispania y África, ya fuera por la brevedad de su relato, ya por la mayor importancia asignada a estos territorios en el desarrollo de la guerra. Polibio cuenta con varios pasajes sobre la rebelión y el asedio de Siracusa en los fragmentos de los libros 7, 8 y 9 de su obra1. De Diodoro de Sicilia,     1 Pol., Hist. 7.2 - 8; 7.14b; 8.1 - 7; 8.38; 9.10; 9.22 - 27. N. Vicent Ramírez & J. de Miguel López (eds.), Roma y el Mundo Mediterráneo, Universidad de Alcalá, Obras Colectivas Humanidades 43, Alcalá de Henares, 2015 [ISBN: 978-84-16133-66-6].

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cuya Biblioteca Histórica presta especial atención a su tierra natal, se han conservado tan solo escasos párrafos de los libros relativos a los hechos que nos ocupan2. Tito Livio contiene el relato más completo del conflicto en Sicilia3, ya que se conserva íntegramente su narración de la Segunda Guerra Púnica, si bien muestra en todo momento una clara parcialidad hacia el bando romano. Pese a ello, su relato permite hacerse una idea clara del transcurso de la guerra en la isla. Plutarco, en su Vida de Marcelo, da una visión parcial de la guerra en Sicilia4 -centrada en el biografiado- sin llegar a abarcar todo su desarrollo. En cuanto a Apiano, entre los pocos fragmentos conservados sobre Sicilia hay tres pasajes relativos a la Segunda Guerra Púnica5. Otros autores trataron fugazmente el conflicto que nos ocupa, sin aportar datos nuevos6. En general, puede decirse que en las fuentes clásicas predominan las menciones a Marcelo y a Arquímedes y sus máquinas, temas ambos constitutivos del asedio a Siracusa. Las referencias al resto de la guerra en Sicilia son más bien escasas. El relato de Tito Livio, pese a su tendenciosidad, es el que mejor contribuye a corregir este vacío, y permite hacerse una idea del enfrentamiento en Sicilia de un modo más global. A partir de los testimonios indicados y los análisis actualizados de la historiografía moderna, pretendemos examinar los acontecimientos, rasgos distintivos e implicaciones de la Segunda Guerra Púnica en Sicilia. 2. El escenario bélico En el año 218 a.C., momento del inicio de las hostilidades, la mayor parte de Sicilia constituía un dominio romano, anexionado por las cláusulas que pusieron fin a la Primera Guerra Púnica. Sólo Siracusa, aliada de Roma, mantenía la independencia con sus territorios del sureste de la isla7.     2 Diod. Sic., BH 26.15; 26.18 - 20.     3 Liv., Ab Urbe Cond. 21-26.     4 Plut., Marc. 13 - 23.     5 App., Sic. 3 - 5.     6 Cornelio Nepote (Nep. Han.), Silio Itálico (Sil. Pun., libro 14), Lucio Anneo Floro (Flor. Epit. 1.22.33), Polieno (Polyaenus, Strat. 8.11), Justino (Just. Epit. 29.2.2 - 4), Eutropio (Eutr., Brev. 3.14.3-5), Orosio (Oros., Hist. Adv. Pan. 4.17.1), Veleyo Patérculo (Vell. Pat. Historiarum Libri Duo) o Zósimo (Zos. Historia Nova). También Dión Casio trató la Segunda Guerra Púnica en Sicilia en su fragmentaria Historia Romana (Dio. Cass., HR libros 15 y 16). Los hechos correspondientes al libro 15 se conservan en el Epitomé Historion de Zonaras (Zonar., Ep. 9.4.6-9; 9.5.3 - 6.1) y en las Quilíadas de Tzetzes (Tz. Chil., 2.109 - 149). Los del libro 16 sólo son narrados por Zonaras (Ep. 9.7.8 - 9).     7 Mangas Manjarrés, J., 1999, p. 96: «Sobre los territorios controlados de Sicilia, Roma aplicó diversas modalidades de relación. Unas ciudades (Segesta y Palermo) establecían con Roma un tratado de alianza por el que recuperaban su libertad aunque sometidas a la autoridad romana. Las ciudades del estrecho quedaban como aliadas. Las antiguas ciudades cartaginesas recibían el estatuto de sometidas y obligadas a

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Desde el primer momento, Sicilia estuvo llamada a tener un papel relevante en las operaciones. El plan inicial del Senado romano la eligió como base de un proyectado desembarco en África, que efectuaría el cónsul Tiberio Sempronio Longo, en tanto que su colega Publio Cornelio Escipión marchaba a Hispania. Pero, de forma totalmente inesperada, la devastadora ofensiva de Aníbal en Italia obligó a Roma a mantenerse a la defensiva. Aunque se mantuvo la expedición a Hispania, el ataque a África fue anulado, y Sicilia pasó a un modesto segundo plano ante los trascendentes acontecimientos italianos. Durante los tres primeros años de guerra, las acciones bélicas se limitaron a alguna que otra intrascendente tentativa púnica en sus costas, con las consiguientes respuestas de la flota romana. Finalmente, sucesos externos acabaron por trastocar el tranquilo panorama siciliano. Tras varias derrotas sucesivas de las armas romanas ante Aníbal, el desastroso resultado de la batalla de Cannas, en 216 a.C., hizo tambalearse a la poderosa ciudad del Tíber. Muchos de sus aliados italianos, persuadidos por los recientes acontecimientos, vacilaron o se pasaron al bando púnico. Análogamente, el Consejo de Cartago vislumbró una coyuntura favorable para atacar a la debilitada Roma en algunas de sus posesiones periféricas, abriendo nuevos frentes -Cerdeña, Sicilia-. Inevitablemente, los siracusanos se vieron afectados por la corriente dominante, y comenzaron a plantearse una alianza con los cartagineses. Ambas potencias tenían sobrados motivos para ambicionar el dominio de la isla. Los púnicos no podían evitar ver en Sicilia las antiguas posesiones perdidas en la guerra anterior. Durante varios siglos, los enclaves controlados en el oeste de Sicilia habían contribuido a su incontestable predominio marítimo en el Mediterráneo occidental, aportando bases navales que permitían un mayor marco de acción a su flota8. La conquista de dichos territorios -y de Cerdeña- haría más fácil conseguir su inclusión en un futuro tratado de paz. Parece que las élites púnicas mostraban un serio interés por recuperar estos viejos dominios, de indudable provecho económico y comercial para Cartago. En cambio, los púnicos no tenían intereses territoriales en Italia, como quedó de manifiesto a la hora de repartir los esfuerzos de guerra. Para los romanos, conservar Sicilia era una cuestión prioritaria. Desde su reciente anexión, y merced a su abundante producción cerealística, se había convertido en el principal granero de Roma y de las legiones9. Asimismo, la isla constituía, en las nuevas pagar un impuesto regular del 10 %. Siracusa seguía bajo la autoridad de Hierón, quien aún conservaba el espejismo de gobernar sobre un pequeño Estado plenamente soberano».     8 Roldán Hervás, J. M., 1994, p. 67: «Para Cartago las posiciones en el Tirreno era vitales, aún más teniendo en cuenta los planes de Aníbal en Italia. No hay que olvidar, por otra parte, que, aun sin necesidad de pensar en una guerra de revancha, las posiciones del Tirreno, perdidas tras la primera guerra púnica, habían constituido los puntales del expansionismo cartaginés en el Mediterráneo occidental».     9 Muñoz Muñoz, F. A., 1986, p. 81: «Sicilia era considerada, desde los griegos, como uno de los graneros

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concepciones del Senado, una “defensa natural” de Italia10 junto con Córcega, Cerdeña y los pequeños archipiélagos circundantes11 -como las Égates o las Lípari, que no en vano eran aludidas en el tratado de paz de Catulo de 24112-. Por otra parte, Sicilia, punto central del Mediterráneo y encrucijada de diversas rutas marítimas, había abierto nuevas perspectivas comerciales a las familias senatoriales -aunque posteriormente la Lex Claudia del 218 a.C. restringió el comercio a los senadores y sus familias13-, pero sobre todo a grupos emergentes de equites, en relación con el crecimiento de la artesanía y el del Mediterráneo. Su dominio podría solventar, o aliviar, parte de los problemas de abastecimiento que Roma comenzaba a tener para alimentar a sus habitantes y a su ejército. En el contexto mediterráneo, la isla es un enclave de primer orden en cuanto a control de rutas comerciales y así lo entendieron los fenicios y griegos que fundaron en ella colonias». Del mismo modo, Barceló califica a Sicilia en relación a Roma como «vital por la cantidad de cereales que suministra a Italia» (Barceló Batiste, P., 2000, p. 60).     10 Roldán Hervás, J. M., 1994, p. 39: «La consecuencia inmediata de la primera guerra púnica había sido la expulsión de los cartagineses de Sicilia, y es lógico que la isla atrajera la atención en los primeros años de la postguerra. La seguridad en el Tirreno, escenario de la guerra con Cartago, constituirá en el decenio entre el 240 y 230 un objetivo prioritario del gobierno romano. Si las conversaciones de paz con Cartago se habían centrado en el ámbito suroccidental del Tirreno y, en concreto, en Sicilia y las islas adyacentes, escenario principal de la guerra, el balance final del resultado de la confrontación hizo surgir un nuevo campo de interés, que la euforia de la victoria había mantenido en la penumbra. Era éste las islas de Cerdeña y Córcega. La recapacitación sobre la situación política del Tirreno y el curso de los acontecimientos en Cartago en los inmediatos años de la postguerra impulsaron a Roma a recoser los jirones que se habían escapado antes. En el primer caso, se trataba de la lógica pero olvidada importancia que para la defensa efectiva de Italia tenían las islas de Córcega y Cerdeña, desde las que Cartago había emprendido acciones piráticas de guerra, y que, en un nuevo conflicto, podrían servir otra vez de bases púnicas».     11 Errington, R. M., 1971, p. 30: «The First Punic War both demonstrated to Rome the strategic value of Sicily and the associated small islands and placed them in Roman control».     12 Inicialmente quedaron fuera del tratado, pero fueron añadidas tras enviar el texto a Roma para su aprobación (Pol., Hist. 1.62.7 - 63.3).     13 Alföldy, G., 1987, p. 33: «La extensión de la dominación romana a Italia y, sobre todo, la expansión romana en la cuenca occidental del Mediterráneo a partir de la primera guerra púnica habían abierto a los senadores la atrayente posibilidad de extraer ganancias hasta ahora desconocidas del comercio, la actividad empresarial y la economía monetaria, y sin duda hubo también grupos senatoriales influyentes que estaban dispuestos a seguir ese camino, el cual habría podido conducir a una completa alteración de la estructura económica y social romana. En el año 218, sin embargo, una lex Claudia, a la que entre los senadores al parecer sólo prestó su apoyo la voz discrepante de Cayo Flaminio (Liv., Ab Urbe Cond. 21, 63,3 s.), frenó este proceso: a los senadores y a sus descendientes les fue vedado poseer barcos mercantes con capacidad para más de 300 ánforas, pues ésta parecía suficiente para el transporte de sus productos agrarios; la supuesta justificación de la ley sería la de que el negocio se tenía por algo indigno de los senadores romanos (quaestus omnis patribus indecorus visus). Ahora bien, resulta a todas luces inconcebible que una asamblea popular romana hubiese podido imponer una resolución tan absolutamente en contra de los intereses de la nobleza dominante. Antes bien, debieron de ser los propios círculos decisorios de la nobleza los que vieron que la garantía de continuidad de la forma de dominación aristocrática estaba en que la capa rectora continuase siendo como siempre una nobleza de la tierra».

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comercio en la sociedad romana del siglo III a.C14. Sicilia destacaba por su ubicación entre África e Italia, lo que la convertía en una valiosa parada entre Cartago y Roma. El Senado justificó la Primera Guerra Púnica por el supuesto temor a un ataque cartaginés desde Sicilia15 -soslayando sus deseos de controlar los valiosos recursos naturales y comerciales de la isla16-. En la guerra que nos ocupa, jugó el papel de potencial vía de refuerzos para Aníbal -apenas usada-, o de posible vía de ataque a África, que empleó el joven Escipión posteriormente, tras una primera tentativa de Tiberio Sempronio Longo a comienzos del conflicto. Tampoco deben olvidarse los importantes fondeaderos insulares, codiciados por las flotas de ambos bandos, pues permitían aumentar la capacidad de acción de éstas en el Mediterráneo central, acortando las rutas marítimas entre territorios. En el plano bélico, destaca su terreno accidentado, inadecuado para combates en campo abierto. Esto hizo que, en su lugar, predominasen los asedios y estratagemas. Los asaltos directos fueron escasos17, pues las ciudades normalmente eran tomadas por golpes de mano, acogida amistosa de la población, o rendición por hambre. La rareza de las batallas campales queda reflejada en el hecho de que éstas apenas se produjeron no sólo en la Segunda Guerra Púnica, donde había fuerzas de importancia simultáneamente en otros frentes, sino también en la Primera Guerra Púnica, que se     14 Idem, p. 28: «Empero, para el desarrollo económico romano tuvo ciertamente una gran relevancia el que la artesanía, el comercio y también la economía monetaria conquistasen un rango considerable en la economía y condujesen al fortalecimiento de los grupos sociales activos en estos sectores. Esta diversificación de la vida económica se vio particularmente acelerada por el hecho de que Roma se convirtió asimismo en un poder naval a raíz de sus enormes esfuerzos en tal sentido durante la primera guerra púnica, circunstancia que, añadida a la conquista de Sicilia en el 241 a. C. y a las de Cerdeña y Córcega en el 237 a. C, y más aún, con la organización de estas islas en el 227 a.C. como las primeras provincias romanas en el Mediterráneo occidental, activó de forma inevitable se expansión económica». Asimismo, «el número de los comerciantes y artesanos, así como la importancia social de tales grupos de la sociedad romana, se acrecentaron a lo largo del siglo III, si bien en lo tocante a su prestigio social, como sucederá siempre en la historia romana, éstos quedaron muy por debajo de la aristocracia senatorial. Las guerras contra Cartago aceleraron considerablemente la consolidación de un amplio estrato de artesanos y hombres de comercio» (Ibid., p. 33).     15 Bravo Castañeda, G., 1989, p. 113: «Si Roma intervenía en Sicilia no era por prestar ayuda a una ciudad aliada, que Messana no lo era, sino fundamentalmente por razones estratégicas, adelantándose a un posible ataque a la península por parte de las fuerzas cartaginesas destacadas en la isla».     16 Muñoz Muñoz, F. A., 1986, p. 40: «Los mamertitos de Messana piden ayuda a Roma para defenderse de Hierón de Siracusa. A partir del 264 a.C. se suceden los enfrentamientos. Tanto el ‘Pueblo’ como el Senado reconocen las ventajas de ir a la guerra. Los beneficios aparecen pronto: los botines, los tributos, dominio de nuevos territorios, esclavos, etc., y en definitiva todos los recursos que desde mucho antes Cartago obtenía de la isla, entre los que incluimos el nada desdeñable, enclave marítimo».     17 Goldsworthy, A., 2008, p. 310: «Los asaltos directos sobre cualquier fortificación eran tan escasos debido precisamente a que raras veces tenían éxito y el sitiador se arriesgaba a sufrir numerosas bajas».

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desarrolló casi exclusivamente en Sicilia. Esto se debe en parte a que era necesaria la anuencia de ambos bandos para poder librar batalla, ya que en caso contrario era fácil guarecerse en una posición ventajosa. En consecuencia, la importancia de la guerra quedó circunscrita a las principales ciudades costeras, como Siracusa, Lilibeo o Agrigento -Palermo y Messana no jugaron un papel relevante en este caso, pero sí en la anterior guerra-, cuya posesión reforzaba o debilitaba a los bandos enfrentados, y en última instancia determinó el curso de los acontecimientos. 3. Fuerzas contendientes El teatro de operaciones siciliano fue testigo de las principales intervenciones de la flota púnica -por lo demás casi inactiva- en la guerra. Puede deducirse un incremento de sus efectivos, o un aumento de naves implicadas, en las sucesivas expediciones de Bomílcar18. Asimismo, el Consejo promovió el envío a Sicilia de un ejército mayor incluso que el de Aníbal en Italia. En total, debieron ser empleados en Sicilia más de 40.000 hombres. Esto probaba el erróneo orden de prioridades vigente19, pues también se enviaron desde Cartago grandes contingentes a Cerdeña y sobre todo a Hispania, pero nunca a Italia, donde Aníbal podía decidir la guerra. La táctica del Consejo, secundada con ímpetu por Aníbal una vez asumida la ausencia de refuerzos, consistió en abrir el mayor número de frentes posibles con el fin de asfixiar a Roma -política que a la postre fracasaría ante la extraordinaria capacidad de resistencia de los romanos20-. Las operaciones en Sicilia dependían directamente del Consejo, que además de reclutar las tropas nombraba a los generales y asignaba sus destinos. Esto contrasta con la situación de Hispania e Italia, donde el Consejo podía enviar tropas, pero los generales -Asdrúbal Barca y Aníbal Barca principalmente- parecen haber tenido una autonomía mucho mayor. Aníbal, principal mando militar cartaginés, tan sólo jugó en Sicilia un papel de apoyo. Además de la ayuda al aliado siracusano, pesó en las decisiones del Consejo el interés de los oligarcas púnicos por recuperar y mantener Lilibeo y Agrigento -antiguas bases del poder cartaginés en la isla, junto con Panormos-, como muestra el repetido     18 Lazenby, J. F., 1978, p. 115: «Carthage, for the first time in the war, had begun to make a real effort at sea».     19 Christ, K., 2006, p. 118: «Para Cartago, y en especial para el Consejo cartaginés, los sucesos de Sicilia eran existencialmente mucho más próximos que los de Italia, de ahí que se apoyara a Siracusa sin reservas y que se acometiera una nueva invasión de la isla».     20 A este respecto, Lazenby destaca la virtud romana de la tenacidad, y la multiplicidad de frentes existentes, en el episodio de Siracusa: «the Romans once more showed their tenacious grasp of long-term strategy by persisting in the siege, probably for nearly two years, despite their commitments in Italy, Spain, and now also in Greece» (Lazenby, J. F., 1978, p. 106).

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envío de tropas a estos lugares concretos. Como hemos dicho, Roma controlaba la mayor parte de la isla, que era administrada como provincia. La excepción era Siracusa, cuya independencia era admitida en virtud de la leal alianza y el apoyo prestado por su tirano Hierón II durante la Primera Guerra Púnica. Sin embargo, una actitud completamente autónoma de la ciudad griega sería vista por el Senado como una infracción por parte de un Estado al que ya consideraba bajo su órbita. Evidentemente, su alianza con los cartagineses significó la guerra abierta contra Roma, decidida a someter la ciudad y asegurar el control de los vitales recursos siracusanos. En lo que respecta a las fuerzas romanas en Sicilia, hubo desde los primeros compases de la guerra dos legiones estacionadas como guarnición. Más adelante, Roma las sustituyó por las dos legiones de supervivientes de Cannas -conocidas como legiones Cannenses-, a modo de castigo. Además, se evitaba con ello que tuvieran que enfrentarse de nuevo con sus vencedores, para lo que no estaban en absoluto moralizados. Luego serían engrosados con los soldados derrotados en las dos batallas de Herdónea (212 y 210 a.C.), victorias aplastantes de Aníbal. La llegada del cónsul Marco Claudio Marcelo supuso un incremento del contingente insular romano, que pasó a ser de cuatro o cinco legiones -con sus correspondientes unidades de aliados-, además de la flota. Esta notable inversión de fuerzas, unida al envío de cónsules para dirigir las operaciones junto al pretor ordinario de la provincia, demuestra la importancia dada por el Senado a este territorio. Cabe destacar que sus cosechas fueron seriamente afectadas por las acciones bélicas de estos años, comprometiendo el suministro de grano a Roma. La política de fidelidad inquebrantable a los romanos mantenida por Hierón II difería de las preferencias de su hijo Gelón, que parecía inclinarse hacia los cartagineses. Inesperadamente, Gelón falleció antes que Hierón, pero su hijo Hierónimo también mostró un perfil filopúnico al acceder al trono. Por otra parte, el joven tirano mostró una ambición desproporcionada en comparación con su fuerza real, ya que, tras acordar el reparto de Sicilia con los cartagineses, aspiró a imponer a Cartago el dominio siracusano sobre toda la isla. La aceptación de esta cláusula por Cartago puede verse como una concesión pasajera para involucrar a Hierónimo en la guerra contra Roma. De todos modos, estas negociaciones tardaron en cristalizar, hasta el punto de que, en el momento de ser asesinado, Hierónimo aún no había roto formalmente con los romanos21. Los desórdenes políticos que siguieron abrieron de nuevo la incógnita sobre la futura inclinación de Siracusa. Había facciones prorromanas y propúnicas en la ciudad, con predominio poco claro. La situación se veía complicada por la división en partidarios de     21 Goldsworthy, A., 2008, p. 315: «Siracusa tardó más de un año en romper con Roma, lo que concedió a los romanos algún tiempo para que se recuperaran de sus pérdidas en 216, asegurándose así de que contaban con legiones disponibles para poder ir a la isla».

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la tiranía y republicanos, que no coincidía con el apoyo a Roma o Cartago. La cuestión fue resuelta por Hipócrates y Epicides, que tomaron el poder y dirigieron una política de lucha contra Roma aliados a los cartagineses. Se constata una fuerte oposición de numerosos siracusanos al predominio romano, avivada por las intromisiones de éstos, y posteriormente por sus matanzas y saqueos de zonas vecinas. Más adelante, al aumentar el desgaste y las penalidades de la guerra con el cerco a la ciudad, aumentaron los partidarios de la rendición. El peso de la lucha fue recayendo en mercenarios y desertores romanos, que tenían pocas esperanzas de recibir clemencia. Tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Púnica se percibe cierta tendencia de las localidades sicilianas a apoyar al nuevo invasor, por resentimiento hacia la opresión del antiguo ocupante -los cartagineses en la Primera, los romanos en la Segunda-. Tito Livio habla de numerosas poblaciones del interior -cerca de setenta- que se sometieron a los romanos tras la derrota púnica en Sicilia, lo que demuestra que se había unido a los púnicos un considerable número de ciudades. No obstante, fueron más las ciudades que permanecieron bajo control romano. En el norte y el oeste de la isla, donde no actuaron ejércitos púnicos ni siracusanos, no hubo conatos de rebelión. La conocida dureza romana con los sublevados, unida a las bajas expectativas de ayuda exterior, debió de influir en la lealtad de estas comunidades. De hecho, lo mismo ocurría en buena parte de Italia por las mismas fechas, con la notable diferencia de que allí la lealtad o temor a Roma era mayor, pues en muchos casos ni siquiera la presencia del victorioso ejército de Aníbal lograba convencer a las ciudades de desertar. 4. Aníbal y Sicilia Como señala Pedro Barceló22, independientemente de la religiosidad personal de Aníbal -que parece haber mantenido una clara distancia entre lo terrenal y lo divino, propia del mundo púnico-, el comandante cartaginés se sirvió de diversos aspectos religiosos para desarrollar una importante campaña propagandística y diplomática dirigida al mundo griego. Reforzó la vinculación de dioses púnicos y helenos, simbolizando la unión de ambos pueblos en un claro mensaje contra el expansionismo romano. Destaca la relevancia del dios Melqart, identificado con el Heracles griego, en la teología política de Aníbal. Éste acude al santuario de Melqart en Gadir antes de iniciar su campaña a Italia, para poner su empresa bajo la protección del dios, sugiriendo indirectamente la idea de unidad greco-púnica frente a Roma. También se observan ciertos     22 Barceló Batiste, P., 2001-2002, pp. 69-75. En lo referente a paralelismos e identidades greco-púnicas en relación a Aníbal, sigo a lo largo de los tres siguientes párrafos las líneas expuestas por Barceló en el susodicho artículo.

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paralelismos de Aníbal con Alejandro, referente y origen del mundo griego helenístico. Aparte de la juventud de ambos y su desafío a un poderoso Estado, cabe recordar la existencia de una estatua de Alejandro en el templo de Melqart en Gadir, donde Aníbal escenifica su maniobra propagandística. Así, a la liberación de los griegos orientales del poder persa a manos de Alejandro correspondería la liberación de los griegos occidentales del dominio romano por Aníbal. Por último, pueden trazarse semejanzas entre Aníbal y Heracles, que según la leyenda viajó a Italia a través de los Alpes en una de sus numerosas aventuras. A pesar de estos paralelismos, Barceló insiste en la no identificación directa de Aníbal con ningún dios, fenómeno éste más propio del mundo helenístico. En cualquier caso, la habilidad diplomática de Aníbal queda demostrada por los efectos positivos de su estrategia religiosa en las comunidades y reinos griegos. En primer lugar, dio sus frutos con Macedonia, cuyo monarca Filipo V firmó un pacto con Aníbal (215 a.C.), ratificado por el Consejo de Cartago. En dicho tratado Heracles (Melqart) figura entre los dioses principales invocados, junto a Zeus (Baal-Eschmun) y Hera (Tanit o Astarté). Poco después, Siracusa tomaría partido por Cartago, así como Tarento. Este último es el caso menos claro, pues la ciudad fue tomada por una traición, aunque se puede argüir que la existencia de una guarnición romana impedía a la ciudad mostrar sus preferencias. En cambio, no hay constancia de que se lograra acercamiento alguno con Massalia. La colonia focense estaba situada en un área más excéntrica a la principal zona de conflicto, por lo que posiblemente tampoco se intentara. No obstante, Aníbal se cuidó de agredir a esta ciudad cuando llegó a sus proximidades en su marcha a Italia, para impedir crearse una imagen desfavorable entre los griegos. Seguramente también primaran razones estratégicas, como la rapidez precisada para poder cruzar los Alpes en época propicia. Si bien en estas adhesiones al bando cartaginés pesó la tendencia victoriosa de las armas púnicas, los logros diplomáticos de Aníbal resultan más meritorios a la luz de la secular rivalidad entre griegos y fenicio-púnicos, que hacía impensables pactos de este tipo tan sólo unas décadas atrás. Basta recordar la anterior alianza entre Roma y Cartago frente a Pirro de Epiro. En el nuevo contexto, se extendió una corriente procartaginesa entre los griegos -no localizada en un solo sector social, como decía Tito Livio en alusión a las clases bajas23, ni tampoco limitada a los nobles-, que el estratega púnico supo explotar. Esto ilustra la amplitud de miras de Aníbal, que supo calibrar la situación política de su tiempo y ver las posibilidades que ésta abría. La superioridad romana hacía necesaria la alianza o connivencia de diversos pueblos -púnicos, helenos, galos, itálicos- para controlar y reducir su poder. Además de en el plano teórico, Aníbal intervino activamente, en la medida de sus     23 Planteamiento simplista de Tito Livio, con una clara intención peyorativa -asociando a la irreflexiva plebs con los púnicos-, refutado en Gómez-Pantoja Fernández-Salguero, J., 1988, pp. 79-92.

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posibilidades, en los sucesos de Sicilia24. Su primera acción destacada fue el envío de dos emisarios siracusanos para entablar negociaciones con Hierónimo, enviados que finalmente tomaron el control en Siracusa. Más adelante, Aníbal encomendó a su oficial subalterno Muttines, expedido con un pequeño cuerpo de jinetes, la dirección de la caballería númida del ejército cartaginés en Sicilia. Estas acciones estuvieron en todo momento coordinadas con el Consejo de Cartago, al que consultó en diversas ocasiones pidiendo -y obteniendo- su aprobación25. Los esfuerzos de Aníbal en Sicilia llaman la atención al observar su apurada situación en Italia, con un número de tropas del todo insuficiente para emprender una ofensiva decisiva. El estratega púnico debió resignarse ante la ausencia de refuerzos procedentes de Hispania -por tierra- o directamente desde África por mar, así como de ayuda macedonia a través del Adriático. Ante el estancamiento de la guerra en Italia, avivó la lucha en Sicilia por medio del competente Muttines, posiblemente con la esperanza de recibir refuerzos desde la isla una vez que los púnicos se hicieran con el control de ésta26. El papel secundario de Aníbal en las operaciones de Sicilia no debe interpretarse como una disminución de sus competencias por parte del Consejo púnico -que ejerció la     24 Nicolet llega a afirmar que «parece que Aníbal fue el único responsable de la entrada en el conflicto de dos nuevos teatros de operaciones, Grecia continental y Sicilia (destinados ambos a apoyar sus esfuerzos de guerra en Italia)» (Vid. Nicolet, C., 1984, p. 489).     25 Nicolet, C., 1984, p. 490: «Cuando Aníbal intervino e intrigó en Siracusa lo hizo con la autorización de Cartago (Sicilia formaba parte de su «provincia») y sólo en beneficio de su patria, que envió tropas al mando de otros generales».     26 Lazenby, J. F., 1978, p. 106: «But stalemate in Italy could have been broken by victory in Sicily, as Hannibal must have calculated: with Sicily in Carthaginian hands, the precarious communications he had been maintaining with Carthage could be established on a firm footing, and it would at last be possible for him to receive a steady stream of reinforcements». El mismo autor llega aún más lejos en su valoración del escenario siciliano al subordinar a éste la marcha de la guerra en Italia: «even the threat to Capua was not so important to Hannibal’s chances of success in Italy as the threat to Syracuse» (Ibid., p. 115). Menos optimista resulta la valoración de Christ, que ve en Aníbal una actitud pragmática y resignada: «Aníbal sabía que, a partir del momento en que Sicilia se convirtiera en un escenario bélico, ya no cabía esperar nuevas ayudas de Cartago para sus luchas en el sur de Italia. Al mismo tiempo, tal vez contaba con que fueran trasladadas tropas romanas a Sicilia y así disminuyera la presión romana sobre él. En todo caso, vio con objetividad las posibilidades que se presentaban en Sicilia. Su actitud frente al Consejo cartaginés siguió siendo correcta y cooperó constructivamente con él. Los hombres de confianza y oficiales que él delegó salieron airosos y defendieron los intereses cartagineses de manera contundente» (Christ, K., 2006, p. 118). Por su parte, Goldsworthy abre un razonable resquicio a la duda en cuanto a la actitud del Consejo púnico hacia Aníbal, por otro lado bastante ambigua a lo largo de toda la guerra: «Si los cartagineses hubieran conseguido establecerse de manera firme al menos en una parte de Sicilia, entonces habrían estado en condiciones de entregarle a Aníbal suficientes hombres y víveres para marcar diferencias en Italia, suponiendo que Cartago tuviera la voluntad política de hacerlo» (Goldsworthy, A., 2008, p. 314).

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dirección en su lugar27-, sino como una consecuencia natural del aislamiento de Aníbal en Italia, que le impidió ejercer un control efectivo sobre el resto de frentes de guerra, pese a las facultades inherentes a su cargo -al inicio de la guerra demostró tener atribuciones para coordinar la defensa de los diferentes territorios cartagineses, al enviar contingentes hispanos a África y unidades africanas a Hispania28-. 5. Desarrollo bélico Las acciones militares en Sicilia comenzaron nada más estallar las hostilidades, en 218 a.C. Este año fue testigo de dos expediciones cartaginesas en torno a la isla. Por un lado, veinte naves púnicas partieron con destino a las islas Lípari, al norte de Sicilia, pero fueron dispersadas por una tempestad que frustró el ataque. También se produjo una fallida tentativa de otra flota cartaginesa -de 35 barcos- sobre Lilibeo. Marco Emilio, pretor romano en Sicilia, fue avisado a tiempo por Hierón II -informado a su vez por presos púnicos de la flota anterior-. Roma pareció tomar la iniciativa con la llegada del cónsul Tiberio Sempronio Longo, encargado de preparar la invasión de África. Como paso previo, procedió con éxito a la conquista de la isla de Melite. Pero él y su ejército fueron reclamados por el Senado ante la llegada de Aníbal a Italia. En 217 los sucesos se limitaron a una expedición de saqueo en las costas africanas por parte de la flota romana al mando del cónsul Cneo Servilio Gémino, que tras sufrir un revés emprendió la vuelta a Sicilia, encomendando los barcos al pretor Tito Otacilio Craso. Al año siguiente, dos pequeñas escuadras cartaginesas maniobraron a lo largo de las costas sicilianas, sin obtener resultados reseñables. Al mismo tiempo, la marina romana realizó diversos movimientos con el fin de presionar a Siracusa ante la falsa noticia de la muerte de Hierón, pues temían las futuras decisiones de su hijo Gelón, que se mostraba favorable a Cartago. De hecho, el propretor Tito Otacilio escribió al Senado pidiendo más recursos ante el peligro que se avecinaba. Los siracusanos no vieron con buenos ojos esta abierta intromisión de Roma en sus asuntos internos. En el año 215 comenzaron los cambios políticos en Siracusa. Hierón II falleció tras un reinado de medio siglo (265-215). Poco antes había muerto su hijo Gelón, por lo que el poder pasó a su nieto Hierónimo, de quince años. El joven se mostró desde el prin    27 Barceló Batiste, P., 2000, p. 61: «Libre de la terrible presión que habría supuesto tener a las legiones romanas ante sus murallas, Cartago se dedica a coordinar las operaciones de los ejércitos púnicos que se baten en los diferentes frentes. Acapara en sus almacenes víveres y armas. Recluta y entrena a contingentes de mercenarios. Manda regularmente naves que transportan avituallamiento y soldados a Hispania e Italia». A pesar de la mención expresa, el envío de tropas a Italia distó mucho de ser regular, o reseñable siquiera.     28 Pol., Hist. 3.33.5 – 18; Liv., Ab Urbe Cond. 21.21.10 - 22.4.

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cipio cercano a los púnicos, bien por simpatías personales, bien por temor a la facción prorromana de Siracusa ante las noticias de una conjura urdida contra él. Aníbal aprovechó la oportunidad que se presentaba y mandó a Sicilia una delegación compuesta por un noble púnico llamado Aníbal y dos hermanos siracusanos, Hipócrates y Epicides -de padre exiliado a Cartago y madre cartaginesa-. Negociaron con Hierónimo una alianza entre Siracusa y Cartago, que quedó en el aire cuando el tirano fue muerto en Leontinos a manos de una conjura oligárquica. Las turbulencias que siguieron, con el asesinato de toda la familia real, dieron lugar al establecimiento de la república en Siracusa. Entretanto, Hipócrates y Epicides aumentaron su influencia en la ciudad y fueron elegidos para sendos cargos militares. Sin embargo, no lograron imponer sus criterios propúnicos entre los magistrados. Con la ciudad sin decantarse de un lado u otro, aumentaban las posibilidades de retornar a la alianza con Roma, que volvía a ser la corriente mayoritaria. El año 214 llegó a Sicilia el cónsul Marco Claudio Marcelo con dos nuevas legiones que añadir a las legiones Cannenses traídas el año anterior por el pretor Apio Claudio Pulcro. Tamaña concentración de fuerzas facilitó la labor de Hipócrates y Epicides, que extendieron la desconfianza hacia los romanos. A pesar de ello, predominaba la facción favorable a Roma, que envió a Hipócrates con 4.000 mercenarios a Leontinos, para conjurar el peligro que suponía tenerlo dentro de Siracusa. Hipócrates, al que pronto se unió Epicides, logró poner a la población local de su parte y atacó las tierras romanas vecinas. Marcelo no tardó en responder a la provocación. Llamado por los siracusanos prorromanos, tomó Leontinos al primer intento, aunque los hermanos consiguieron huir a la cercana población de Herbessos. Las noticias del brutal saqueo romano en Leontinos llegaron a Siracusa, con la consiguiente reacción popular antirromana. No sólo eso, sino que Hipócrates y Epicides convencieron a una tropa de 8.000 siracusanos, acudida en apoyo de los romanos, de unirse a su causa -supuestamente, encabezaban la marcha quinientos arqueros cretenses, liberados por Aníbal tras Trasimeno en su habitual gesto de amistad hacia los aliados de los romanos, lo que influyó en el cambio de bando de los soldados-. Al mando de este ejército, marcharon a Siracusa, donde fueron recibidos con júbilo por la población. Tras eliminar a los magistrados prorromanos, se eligió como estrategas a Hipócrates y Epicides, consagrando el triunfo de la facción púnica. Marcelo inició el asedio romano de Siracusa en 21329. Inicialmente, confió en to    29 Tito Livio hace comenzar el asedio en 214, pero parece estar equivocado, según Lazenby, J. F., 1978, p. 105: «In Livy’s account, the beginning of the Roman siege of Syracuse follows immediately after the election of Hippocrates and Epicydes to office (24.33.1ff), but it is almost certain that in reality Marcellus did not attack the city until the spring of 213. This is apparent from Livy’s own statement (24.39.12) that at the end of the first phase of the siege, Ap. Claudius Pulcher left Syracuse to stand for election to the consulship, for he was certainly elected consul for 212/11, and would thus have left Syracuse towards the end of 213, and not towards the end of 214, as Livy implies».

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marla al asalto, como ya había hecho con Leontinos. Se efectuó un ataque combinado por mar y tierra, dirigido por Marcelo y Apio Claudio respectivamente, que supuso un estrepitoso fracaso. Las causas de la derrota romana no sólo están en las prodigiosas máquinas ideadas por Arquímedes30, principal aspecto resaltado por las fuentes31. Fueron igualmente importantes la firmeza mostrada por los defensores, alentados por la conocida crueldad romana con los vencidos, y las ya de por sí sólidas defensas de la ciudad, obra de sucesivos tiranos, que también habían sido pioneros en la construcción de artilugios de guerra precursores de los inventos de Arquímedes32. Otro dato a destacar del asalto fue el empleo por parte de los romanos de cuatro sambucae, formadas por dos barcos unidos entre sí y que llevaban una gran escalera de asalto, aunque distaron mucho de ser decisivas. Marcelo se vio obligado a renunciar al ataque directo y mantener el sitio para rendir Siracusa por hambre. Mientras Apio Claudio se ocupaba de las tropas dispuestas en torno a la ciudad, Marcelo tomó las poblaciones vecinas de Heloros, Herbessos y Megara Hiblea. La resistencia de esta última fue castigada con su completa destrucción, después de entregarla al saqueo. El objetivo del romano era aislar a Siracusa, pero se vio entorpecido por la esperada intervención cartaginesa en Sicilia. Finalmente, llegó de Cartago un ejército al mando de Himilcón, compuesto por 25.000 soldados a pie, 3.000 jinetes y 12 elefantes, que desembarcó en las cercanías de Heraclea Minoa, en la costa sur de la isla. La dureza mostrada reiteradamente por Marcelo había sembrado el odio de las comunidades siciliotas, que en buena parte apoyaron a los púnicos. Himilcón entró sin problemas en Heraclea Minoa y en la importante ciudad de Agrigento, que convirtió en su base de operaciones. La rápida actuación de Himilcón imposibilitó una reacción romana, a pesar de que Marcelo se había apresurado en marchar hacia Agrigento. Hipócrates trató de unirse a los cartagineses con un ejército siracusano mientras Epicides se encargaba de la defensa de la ciudad, pero Marcelo le interceptó en el camino y obtuvo     30 Barceló relaciona la militancia antirromana de Arquímedes con la conjunción greco-púnica preconizada por Aníbal: «¿Puede considerarse mera casualidad que Aníbal, el inspirado estratega, se encuentre alineado al lado del genial científico Arquímedes en la lucha contra Roma? Posiblemente esta conjunción de energía y espíritu, de política y erudición, de poder y sabiduría refleje de manera paradigmática la unidad de acción de todos aquellos que se sienten profundamente escépticos ante los proyectos hegemónicos de Roma» (Barceló Batiste, P., 2000, p. 61).     31 Había máquinas que lanzaban con gran precisión rocas de distintos tamaños a modo de proyectiles, mientras que otras elevaban los barcos y los dejaban caer haciéndolos pedazos. El posterior añadido de los espejos que reflejaban los rayos del sol para quemar naves es transmitido por Diodoro y Dión Casio (Diod. Sic., BH 26.18; Zonar., Ep. 9.4.7 - 8; Tz. Chil. 2.109 - 123).     32 Goldsworthy, A., 2008, p. 308: «Las murallas de Siracusa habían sido reforzadas durante años por varios tiranos, y la ciudad tenía una bien ganada fama por haber construido algunas de las máquinas de asedio más avanzadas del mundo». De hecho, no resulta exagerado afirmar que Siracusa era una de las ciudades mejor fortificadas de su tiempo.

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una clara victoria, por lo que Himilcón sólo recibió unos exiguos refuerzos de caballería junto con el derrotado estratega. La situación de los romanos se volvió comprometida cuando Himilcón avanzó hasta las cercanías de Siracusa, presionando a Marcelo, que peligraba quedar atrapado entre la ciudad sitiada y los púnicos. Al mismo tiempo, una escuadra púnica de 55 quinquerremes al mando de Bomílcar llegó a Siracusa cargada de suministros para aliviar el cerco, labor que realizó en los siguientes meses con una flota progresivamente mayor -reforzamiento de la armada por el Consejo de Cartago-. Apio Claudio reforzó a Marcelo con una legión traída del oeste de Sicilia. Himilcón, que no supo impedir esta unión, se replegó ante la poderosa fuerza romana y extendió la rebelión en el interior. Morgantina, depósito de víveres romano, se pasó a los cartagineses, así como muchas otras ciudades. En la localidad de Enna, famosa por su culto a Perséfone, el comandante de la guarnición romana masacró a la población para prevenir una revuelta. Esta matanza, que Marcelo estuvo lejos de reprobar, hizo que otras muchas ciudades sicilianas se unieran a la rebelión contra Roma. La llegada del invierno puso fin al año de campaña, con el repliegue de Himilcón en Agrigento, Hipócrates en Morgantina, y Marcelo en torno a Siracusa. Apio Claudio regresó a Roma de cara a las elecciones. En 212, Marcelo optó por estrechar el cerco a Siracusa en lugar de marchar al encuentro de Himilcón. Trató de entrar en la ciudad por medio de una traición interna, pero el plan fue descubierto a tiempo. Un segundo intento se vio coronado con el éxito al permitirle tomar las murallas y el gran barrio de las Epípolas, a través de una torre33 desguarnecida y aprovechando una festividad siracusana en honor de la diosa Ártemis. Pero Epicides mantuvo la resistencia en Ortigia y Acradina, barrios separados del resto de la ciudad por sus propios muros. Además, los siracusanos conservaban la fortaleza de Euríalo, cuyo emplazamiento habría hecho insostenible la posición de Marcelo en la ciudad ante la llegada del ejército púnico. Por suerte para los romanos, su comandante Filodemo de Argos la rindió poco antes de que acudieran las tropas de Himilcón e Hipócrates34. Con todo, la situación de Marcelo era grave, situado entre los defensores siracusanos y el ejército de socorro, y empantanado en una ciudad a medio tomar. Vino a ayudarle una epidemia que se desató en el campamento cartaginés, diezmando sus tropas y acabando con la vida de sus dos generales, por lo que el resto debió retirarse. Quedaba a los siracusanos el apoyo de la armada púnica, dirigida por Bomílcar. Al mando de una reforzada flota de más de 150 barcos de guerra y 700 barcos de transporte cargados de vituallas, trató de abastecer Siracusa, pero finalmente rehuyó el choque     33 Conocida como torre Galeagra.     34 Caven, B., 1980, p. 172: «Yet if Himilco had been a more enterprising -or even an ordinarily efficientgeneral, or if Philodemus had held out a little longer in Euryalus, the picture might well have been a very different one».

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con la armada romana, por una vez inferior en número -entre 100 y 130 barcos-, en las proximidades del cabo Pachynus. Al no serle los vientos favorables, siguió ruta hasta Tarento -en manos de Aníbal- y los convoyes regresaron a Cartago. Aún no han podido explicarse de forma convincente las razones de la decisión de Bomílcar. Puede que, aparte del factor de los vientos, la escuadra romana estuviera mejor pertrechada para el combate, con más soldados y libre de cargamentos y convoyes. En este caso, el paralelismo con la situación de la batalla de las islas Égates en 241 podría explicar la actitud del almirante cartaginés. Fueran cuales fuesen son razones, Siracusa quedó abandonada a su suerte tras los fracasos púnicos por tierra y por mar a la hora de socorrerla. Epicides, que había tratado de convencer personalmente a Bomílcar de enfrentarse a los romanos, dio la ciudad por perdida y partió a Agrigento. Los siracusanos eligieron nuevos magistrados y los enviaron como delegados a Marcelo para discutir su rendición. Pero los mercenarios y desertores, temerosos de una venganza romana, atacaron a la población civil y tomaron el control de la ciudad, decididos a mantener la defensa. Poco después, Marcelo logró por medio de una estratagema -con la connivencia de uno de los seis hombres al mando de las defensas, el mercenario ibero Moericus- tomar Ortigia y parte de Acradina, y la ciudad cayó hacia finales de 212. Los siracusanos suplicaron por sus vidas ante Marcelo, que, enojado por la enconada resistencia recibida, permitió el pillaje de los soldados romanos. En este trance se produjo la muerte de Arquímedes, así como la de otros muchos siracusanos. Varios exiliados siracusanos del bando romano, que habían huido cuando Hipócrates y Epicides tomaron el poder, trataron de contener a Marcelo, e influyeron en que no se realizara un castigo ejemplar con la población y que la ciudad no fuera destruida. Con todo, no pudo evitarse que Siracusa fuera duramente expoliada. Innumerables obras de arte griego fueron a parar a la urbe latina, hasta el punto de que se llegaría a decir que fue Marcelo quien introdujo el gusto por lo griego en Roma. Según las fuentes, el comandante romano lamentó amargamente la muerte de Arquímedes, que había ordenado evitar, no sabemos si por admiración hacia su sabio rival, o para que Roma pudiera servirse de sus inventos. La conquista de Siracusa35 era un paso importante, pero la guerra en Sicilia no había terminado. El ejército cartaginés se mantenía en los alrededores de Agrigento, bajo las órdenes de tres generales. Hannón era el comandante en jefe, sustituto de Himilcón nombrado por el Consejo de Cartago. Le acompañaba Epicides, en una función subordinada similar a la que había ejercido su hermano. En tercer lugar, estaba Muttines, general libiofenicio de caballería, enviado por Aníbal a Sicilia en 211 a.C. Pronto destacó por sus éxitos en diversas escaramuzas al mando de los jinetes númidas, y en acciones de saqueo del territorio romano. Con ello se ganó la lealtad personal de los númidas, y se     35 Anexionada a la provincia romana de Sicilia.

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granjeó la envidia de Hannón y Epicides. Llevados por su orgullo, presentaron batalla a Marcelo en ausencia de Muttines, y sufrieron una grave derrota -parece que los númidas se negaron a intervenir al no estar presente su líder-. Su derrotado ejército se refugió en Agrigento, en tanto que Marcelo volvía a Roma para optar al consulado. Allí obtuvo, además del nombramiento como cónsul, el reconocimiento de la ovatio -el triunfo le fue negado por rivalidades políticas, con el pretexto de que la guerra en Sicilia continuaba-. Le sucedió en el mando el pretor Marco Cornelio Cetego. Durante los meses siguientes, varios factores incitaron al desánimo en el bando romano. La moral era baja entre los soldados, sobre todo en las legiones Cannenses, que continuaban su castigo en Sicilia, sin recompensas y sin poder siquiera celebrar el éxito de su general -que abogó por ellas ante el Senado, en vano, esgrimiendo su reciente hoja de servicios-, mientras dos de las otras legiones eran licenciadas y reemplazadas. Llegó a existir un serio riesgo de insubordinación. Además, a la ausencia de Marcelo y de Apio Claudio, vino a unirse el fallecimiento por enfermedad de otro mando experimentado, el propretor Tito Otacilio, a cargo de la flota siciliana desde el 217 y autor de varias incursiones en el norte de África. Con este panorama, Cetego tuvo que dedicarse a calmar los ánimos en su propio bando, mientras los púnicos recibían nuevos refuerzos compuestos de 8.000 soldados a pie y 3.000 jinetes númidas. Muttines cosechó nuevos éxitos al mando de los númidas -incursiones rápidas, saqueos, escaramuzas-, sembrando el desconcierto en el bando romano, y numerosas ciudades se pasaron a los cartagineses. El Senado parece haber reducido su implicación en Sicilia tras la toma de Siracusa, como si ya diera la guerra por ganada, cosa que sus enemigos rentabilizaron. Fue necesario el envío del cónsul Marco Valerio Levino para decidir la guerra. Se trataba de un general curtido tras varios años dirigiendo las operaciones en el Adriático contra los macedonios. Inicialmente la provincia de Sicilia fue asignada por sorteo a su colega Marcelo, pero el Senado prefirió intercambiar sus destinos para no enervar a los sicilianos, con muy mal recuerdo de éste. Levino decidió marchar contra Agrigento para arrebatar a los púnicos su principal base. Para su fortuna, las diferencias surgidas entre los mandos púnicos facilitaron su tarea. El noble púnico Hannón despreciaba al libiofenicio Muttines. Celoso de sus victorias, le relevó del mando de la caballería, sustituyéndole por su propio hijo. En respuesta, Muttines entabló negociaciones con Levino y sus númidas abrieron las puertas de la ciudad a los romanos. Este golpe supuso el fin de la presencia púnica y de la guerra en Sicilia. Hannón y Epicides tuvieron tiempo de huir por mar, pero sus tropas cayeron presas. Los notables de Agrigento fueron azotados y decapitados, y la población vendida como esclava. Numerosas ciudades sicilianas se rindieron a los romanos: cuarenta se entregaron voluntariamente, veinte fueron tomadas por traición, y seis por asalto -lo que demuestra lo extendida que estaba la guerra, incluso en sus compases finales-. Una vez con la isla pacificada, Levino impulsó la

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recuperación de su agricultura, esencial para los intereses de Roma. 6. Conclusiones El objetivo de este estudio ha sido mostrar la relevancia del a veces olvidado escenario siciliano en el conjunto de la Segunda Guerra Púnica. Su control tenía una gran importancia para ambos bandos, por tratarse de un territorio central entre Cartago y Roma, situado además en el centro del ámbito en que tuvieron lugar las hostilidades. El desenlace del conflicto en Sicilia marcó un punto de inflexión en la guerra -inicio de las victorias romanas, con el primer triunfo total de Roma en un frente36-. Destaca la implicación mostrada por todos los contendientes. Roma defendió la isla con firmeza pese a estar involucrada en innumerables frentes -sur de Italia, Galia Cisalpina, Hispania, Cerdeña, Iliria- y llevar la peor parte en muchos de ellos. Cartago puso en juego considerables recursos en Sicilia, e insistió en la empresa con refuerzos pese a reveses como la epidemia de peste o la caída de Siracusa -contrasta con su actitud en Cerdeña, empresa abandonada casi al primer contratiempo-. Siracusa encarnó las ansias de libertad griegas, en este caso frente al poder romano. Tras tomar partido por Cartago, los siracusanos mantuvieron la determinación propia de quien defiende su propia patria. Aunque es cierto que, al ser las acciones en torno a Siracusa las más documentadas, éstas deben por fuerza ocupar un mayor espacio, no debe caerse en el error de limitar los sucesos de Sicilia al asedio de dicha ciudad. Este erróneo enfoque es una reminiscencia de las fuentes clásicas, muchas de las cuales, impresionadas por los ingenios de Arquímedes, apenas mencionaron los sucesos ocurridos en el resto de la isla. Por lo general, los historiadores modernos -sobre todo los que tratan la guerra en conjunto, como Christ, Lazenby, Goldsworthy, Mira, Caven o Huss- sitúan el asedio en el contexto de un enfrentamiento que afectó a gran parte de la isla, dándole la importancia que se merece, pero sin limitar la guerra en Sicilia a Siracusa. Lancel y Barceló, que escriben     36 Christ, K., 2006, p. 119: «El efecto psicológico de la victoria romana en Sicilia es innegable. Por primera vez en esta guerra se había defendido un vasto campo de batalla y se habían obtenido inmensas ganancias materiales. A largo plazo, el dominio de toda la isla también cobraría una notable importancia estratégica. El fortalecimiento del potencial romano para los restantes escenarios bélicos y para el aprovisionamiento de Italia era evidente; las pérdidas cartaginesas, graves y casi irreparables. De esa forma, la lucha entró en una nueva fase». Barceló habla del efecto moral de la toma de Siracusa, no de la victoria en toda Sicilia: «Mucha más importancia que las riquezas incautadas tiene esta victoria para el estado de ánimo y la moral del ejército romano. Después de tantas derrotas sufridas, parece perfilarse un cambio en el curso de la contienda. La conquista de Siracusa es el primer y más espectacular éxito de las armas romanas, conseguido al cabo de seis penosísimos años de guerra. El ferviente deseo de vencer a Aníbal cobra nuevas esperanzas» (Barceló Batiste, P., 2000, p. 62). Por su parte, Lazenby no duda en ver un punto de inflexión: «In many ways, then, the fall of Syracuse was the turning point of the war» (Lazenby, J. F., 1978, p. 115).

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específicamente sobre Aníbal, no conceden especial importancia a Sicilia, y parecen caer en el lugar común de ceñir la cuestión a Siracusa. Si bien Siracusa condicionó buena parte de las operaciones, esto no quiere decir que fuera el soporte único de este frente. Por una parte, las posibilidades de resistencia de los siracusanos habrían sido prácticamente nulas sin la ayuda exterior púnica, y de hecho Siracusa flaqueó cuando vio que los cartagineses no lograban derrotar a Marcelo. Por otra, debe recordarse que las luchas continuaron en la isla después de la caída de la ciudad, manteniendo una gran intensidad mientras los púnicos conservaron Agrigento, lo que debería llevarnos a valorar debidamente la importancia de esta ciudad. Frente a la creencia generalizada en una aplastante superioridad romana en el mar, considero que los hechos de Sicilia apuntan a un poder de la armada púnica cercano al de la romana, al menos en cuestión de cifras37. La mayor presencia romana en el mar se debió a que la parte principal de la armada púnica dependía directamente del Consejo de Cartago, caracterizado por su escasa agresividad en comparación con el Senado romano. Algunas excepciones a esta norma se dieron en el escenario siciliano, y así vemos cómo en 212 Bomílcar dirige una poderosa escuadra superior a la romana. Si a esta flota -de unos 150 barcos- le sumamos la modesta armada que Asdrúbal Barca debía de mantener en Hispania, una posible unidad de reserva en Cartago, y algunas pequeñas flotillas situadas en el estrecho de Gibraltar y otros puntos estratégicos, el total de barcos púnicos debió de asemejarse bastante al de la marina romana -estimada en unas 200 o 250 naves de guerra38-. Esta semejanza de efectivos navales es plausible pese a la aparente contradicción de la escasa actividad de la flota púnica, pues ya en la Primera Guerra Púnica se había producido una situación similar cuando entre 249 y 241, tras un cúmulo de desastres romanos por derrotas y temporales, apenas hubo flota romana y sin embargo Cartago no tomó la iniciativa como por lógica le correspondía. Pese a ello, en diversos episodios de la Segunda Guerra Púnica quedó demostrada la capacidad de acción de la armada cartaginesa, que la flota romana no pudo contrarrestar con su ligera superioridad39. Destaca el envío de refuerzos -si bien escasos- por mar a     37 Christ parece apuntar en este sentido al señalar, refiriéndose a Sicilia: «Asimismo, demostró claramente su eficacia la armada romana, que al final consiguió la soberanía marítima, aunque por momentos distaba mucho de ser superior en fuerzas» (Christ, K., 2006, p. 118). De su afirmación se deduce una igualada disputa por el dominio de los mares, importante punto de reflexión.     38 Rebolo Gómez, R., 2005, p. 67. Las gráficas de las figuras 21 y 22, que muestran diversos cálculos de los efectivos de la flota romana y la púnica, contienen cifras demasiado bajas en el caso de las estimaciones mínimas. Otras sí que parecen concordar con los datos recogidos sobre la Segunda Guerra Púnica en Sicilia, como las de la armada cartaginesa para el periodo aproximado de 215-210. A la vista de la potente escuadra de Bomílcar en 212, parecen más acertadas las estimaciones que sitúan el total de la flota púnica en torno a los doscientos barcos de guerra.     39 Rebolo Gómez, R., 2005, p. 44: «Dentro de la estrategia de Roma de poseer el mar, los gráficos parecen

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Aníbal, la expedición de Magón a Italia por mar en 205, el traslado de Aníbal y sus tropas a África en 203, o la incontestada victoria sobre la flota romana ante Útica en 203. El control romano del mar se debería a la inacción púnica más que a una indiscutible superioridad romana. Tampoco debe olvidarse que en ese momento Roma contaba con las principales islas mediterráneas, cuyas bases navales permitían a su flota desenvolverse con mayor facilidad40. En este punto, una victoria púnica en Sicilia habría reducido el desequilibrio existente. Más allá de la posible idoneidad de haber enviado a Aníbal, ocupado en un frente más importante, las tropas invertidas en Sicilia41 -tesis razonable, pero indemostrable al fin y al cabo-, es un hecho que Sicilia jugó un papel fundamental en el equilibrio de fuerzas entre Roma y Cartago durante los años centrales (215-210) de la Segunda Guerra Púnica. En caso de haberse producido una victoria total cartaginesa -o incluso parcial, manteniendo el este y el sur de la isla, con Siracusa y Agrigento-, se habría establecido una conexión marítima directa con Aníbal, permitiendo reforzarle y abastecerle más fácilmente, con nuevos contingentes o con parte de los efectivos destinados en Sicilia. Además, Roma habría perdido su futura base para la invasión de África, por lo que es razonable pensar que los sucesos posteriores habrían sido totalmente distintos. Por todo ello, Sicilia fue un frente secundario, pero a la vez decisivo en la guerra. Aníbal mismo lo percibió claramente, y a pesar de ser olvidado por el Consejo a la hora de repartir refuerzos, se esforzó en ayudar activamente al éxito en Sicilia con el envío de hombres capaces, ya que apenas le era posible desprenderse de unidades de su reducido y aislado ejército. La agudeza de Aníbal queda patente en el hecho de que estos enviados resultaron ser eficaces promotores de la causa púnica en la isla -sorprende su acertada elección demostrar que en todo momento intentó mantener una supremacía numérica sobre Cartago, haciendo que su flota superase el máximo de navíos que el poder económico cartaginés y su población (más que por el coste de barcos, por su mantenimiento y equipamiento con personal propio o mercenario) podía mantener en pie de guerra (dato que sin duda los estrategas romanos dispondrían). La supremacía de 20 a 40 barcos de la armada romana dio sus frutos». Parece excesivo conceder un carácter decisivo a esa pequeña -pero permanente- diferencia numérica, máxime cuando las flotas de ambos contendientes se repartían en teatros de operaciones muy alejados entre sí, y Roma debió destacar parte de su flota en el Adriático, frente a Macedonia, anulando con ello su ventaja. En esas circunstancias, la disponibilidad de bases navales y la pericia de los almirantes tuvieron que ocupar un importante lugar en el desarrollo de la guerra.     40 Goldsworthy, A., 2008, p. 314: «Una de las razones por las cuales la marina púnica tuvo una actuación tan pobre durante la Segunda Guerra Púnica fue su carencia de bases en las islas mediterráneas».     41 Lazenby, J. F., 1978, p. 106: «It has been argued that Carthage wasted her efforts in Sicily, and would have been better advised to send the considerable forces she raised for the Sicilian campaign, direct to Hannibal in Italy. There is something in this, but these forces would still have had to be conveyed to Italy, and this would undoubtedly have been made easier if Sicily could have been brought under Carthaginian control».

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de Hipócrates y Epicides para inclinar a Siracusa a favor de Cartago42, al igual que la de Muttines para avivar la guerra en Sicilia-. Los generales romanos que actuaron en Sicilia -Marco Claudio Marcelo, Apio Claudio Pulcro, Tito Otacilio Craso, Marco Valerio Levino- destacaron por su diligencia y decisión, mientras que los estrategas púnicos dejaron mucho que desear. Sobresale en el bando romano la figura de Marcelo. Supo calibrar la importancia de Siracusa, cuyo asedio mantuvo incansablemente, y fue capaz de modificar sus tácticas a la vista de los acontecimientos -como al cambiar el asalto directo a Siracusa por un bloqueo prolongado-. Demostró además una gran habilidad en todo tipo de estratagemas y astucias, como ilustran sus diversos intentos por lograr la traición de parte de los sitiados de Siracusa, o la toma de las murallas de las Epípolas, y luego de Ortigia, gracias a sendos golpes de mano. Se trataba de un aspecto novedoso y procedente en buena parte del helenismo y de Aníbal, en oposición a la tradicional forma romana de hacer la guerra. En el mismo sentido, Levino logró tomar Agrigento por la traición de Muttines. Se observa una mayor agresividad de los jefes militares romanos, que casi siempre llevaron la iniciativa, frente a la marcada pasividad y prudencia de los comandantes cartagineses43 -actitud ya observada en la Primera Guerra Púnica, donde a la postre había provocado una derrota completa, pese a la superioridad inicial de los púnicos en Sicilia-. También podemos hablar de una superioridad general de los romanos en batalla, pues vencieron los principales combates en campo abierto. No obstante, las características topográficas de Sicilia permitían rehuir el choque, por lo que los comandantes púnicos más hábiles supieron contrarrestar esta desventaja por medio de ataques sorpresa puntuales o con la instalación en lugares que conferían ventaja estratégica. La crueldad     42 Lazenby, J. F., 1978, p. 105: «But it is difficult to withhold admiration from the way in which they had so skilfully manipulated events to the advantage of Carthage: Hannibal had certainly picked his men well».     43 Goldsworthy, A., 2008, p. 315: «El mando cartaginés carecía de agresividad si se le compara con Marcelo, Levino y otros generales romanos de Sicilia, quienes de manera decidida y a la manera clásica romana adoptaban la ofensiva. Su conducta era, a menudo, letárgica, si se hace excepción de Muttines, a quien sus éxitos le hicieron impopular». Esta cautela de los jefes púnicos guarda relación con las diferencias existentes entre el ejército cartaginés y el romano. Los romanos contaban con efectivos mucho más numerosos gracias a su sistema de milicia ciudadana y aliados. Los cartagineses se mostraban cuidadosos de cara a conservar sus soldados mercenarios, más escasos y valiosos. En efecto, conseguir mercenarios veteranos y fiables era una labor difícil y sobre todo lenta. En cambio, aunque en un primer momento los nuevos soldados de las legiones podían ser menos diestros que sus rivales, el patriotismo de los milicianos romanos, e incluso de los latinos, estaba asegurado. Según Nicolet, C., 1984, p. 492: «El contraste entre los dos ejércitos, el púnico y el romano, es subrayado por Polibio (Hist. VI, 52, 4) y se condensa en esta idea: los cartagineses utilizaban mercenarios, mientras que el de los romanos era un ejército nacional, reclutado exclusivamente entre sus ciudadanos y entre los aliados italianos sometidos a la formula togatorum, cuyo núcleo «latino» era tan patriota como el romano. Polibio supo verlo claramente: en una guerra de desgaste, la ventaja debía corresponder a los italianos».

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mostrada en algunos momentos por los romanos les ganó la enemistad de numerosas comunidades sicilianas, por lo demás deseosas de una mayor autonomía44. Marcelo, cuya dureza y astucias eran igualmente temidas, se distinguió en este aspecto, hasta el punto de que fue acusado ante el Senado poco después por una delegación siracusana45. Dentro del bando púnico, Hannón y Bomílcar demostraron un nivel militar bastante mediocre -irreflexivo y envidioso el uno, vacilante en exceso el otro-. En el caso de este último, aunque el resultado de una batalla naval habría sido incierto, debe recordarse que la situación de Siracusa era crítica, y que con su marcha Bomílcar precipitó la caída de la ciudad. En cambio, Himilcón, pese a su actitud poco expeditiva, mostró mayor capacidad, con movimientos inteligentes ante un rival poderoso, golpeando donde las legiones no alcanzaban y buscando posiciones de ventaja. No obstante, su muerte por enfermedad en un momento decisivo, con Marcelo en apuros, impide valorar adecuadamente sus capacidades. Muttines, hábil y resoluto en sus acciones, resultó el más brillante de los mandos púnicos en Sicilia. Su carisma le permitió adquirir un liderazgo personal sobre los jinetes númidas. Sin embargo, no llegó a tener el mando completo de un ejército, lo que redujo su influencia en el desarrollo de la guerra, con el lastre añadido de los errores de su superior Hannón. El hecho de que acabara por traicionar a su propio bando empaña sus innegables dotes militares. En cuanto a los siracusanos Hipócrates y Epicides, aparte de su innegable talento político y diplomático -convencieron repetidamente a ejércitos y multitudes para apoyar a los púnicos, haciéndose en último término con el poder en una ciudad que les era extraña-, no demostraron especial habilidad como estrategas. Cabe destacar que, pese a la extensión de la guerra por buena parte de Sicilia, a la acción de las tropas de Cartago y Siracusa, y a las rebeliones de ciudades sicilianas, Roma siempre mantuvo bajo su poder toda la franja norte de la isla, así como su extremo occidental. De las cinco principales ciudades de Sicilia -en razón de su potencial o de su valor estratégico-, tres permanecieron invariablemente en manos romanas -Messana, Panormos y Lilibeo-. La conquista de las dos restantes -Siracusa y Agrigento- puso fin     44 Caven, B., 1980, p. 190: «The reaction of the Sicilian cities in favour of Carthage during the war was no doubt primarily due to the realization, born of nearly thirty years’ experience of Roman suzerainty, that under Rome political liberty, as the Greeks understood the term, was a thing of the past. This feeling, so easily aroused in Greeks and encouraged by Carthaginian promises of complete autonomy, was stimulated to the point of revolt by the barbarity (according to the advanced standards of Hellenistic civilization) of Rome’s treatment of captured cities and revolved and even wavering allies». En el mismo sentido, Christ, K., 2006, p. 118: «En Sicilia, los cartagineses sacaron considerable provecho de la estrategia y la política intimidatorias de los romanos; muchas ciudades del interior les consideran el mal menor. Varios grupos siciliotas se pasaron a las filas cartaginesas, y otros usaron las operaciones militares para sus propias incursiones y saqueos. Por momentos, era de temer que regiones enteras quedaran sumidas en el caos».     45 Liv., Ab Urbe Cond., XXVI 26, 5 – 32; Plut., Marc. 23.

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