Entre castellano y portugués: la identidad lingüística del gallego

August 5, 2017 | Autor: Mauro Fernandez | Categoría: Galician Studies, Sociolinguistics, Hispanic Studies, Galician language, Galician sociolinguistics
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Descripción

Índice Prólogo .................................................................................................................. 7 Christine Bierbach Cuatro idiomas para un Estado - ¿cuántos para una Región Autónoma? Observaciones acerca del debate sobre plurilingüismo y política lingüística en España...........................................................................................17 Miquel Strubell i Trueta La investigación sociolingüística en los Países Catalanes.................................39 Yvonne Griley Martínez Perspectivas de la política lingüística en Cataluña............................................61 Josune Ariztondo Akarregi La política lingüística en la Comunidad Autónoma Vasca.................................69 Mauro Fernández Rodríguez Entre castellano y portugués: La identidad lingüística del gallego ...................81 Juan Andrés Villena Ponsoda Identidad y variación lingüística: Prestigio nacional y lealtad vernacular en el español hablado en Andalucía.................................................................107 Francisco Báez de Aguilar González Los andaluces en busca de su identidad............................................................151 Sobre los Autores...............................................................................................187

Entre castellano y portugués: La identidad lingüística del gallego1 MAURO FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ Universidad de A Coruña

Hace ahora treinta y cinco años, en un trabajo en el que se resaltaba la peculiaridad del gallego en relación con el portugués y con el resto de las lenguas románicas, aseguraba Joseph-Maria Piel que un extranjero podía atravesar las cuatro provincias del antiguo reino de Galicia sin oír una palabra de la vieja lengua del país; y, a modo de explicación, añadía: C’est que le bilinguisme est aujourd’hui total et que les couches intellectuelles et bourgeoises ne parlent plus ou que très peu l’idiome vernaculaire, comme c’est encore le cas en Catalogne. Il n’existe malheureusement aucune statistique permettant d’évaluer le degré de sa vitalité. J’estime toutefois qu’au moins trois quarts de la population autochtone le parlent encore en famille; mais l’homme du peuple niera facilement ce fait, tellement il est convaincu de l’infériorité de son parler. (Piel, 1965[1962]; 1261)

Algunos rasgos del diagnóstico hecho por el eminente estudioso del gallego y del portugués resultan hoy discutibles, aunque también harto disculpables, ya que, como él mismo dice, no había por entonces estadísticas al respecto. Dudo mucho, por ejemplo, de que realmente se pudiese atravesar Galicia sin oír una sola palabra en gallego. Mi experiencia personal, al menos, indica otra cosa, pues teniendo yo el castellano como lengua inicial, que era además la única lengua de nuestro hogar, y siendo también el castellano la lengua habitual de la mayoría de mis amigos de infancia en Caldas de Reis, una pequeña villa atravesada por la carretera que une Santiago de Compostela con Pontevedra, mi adquisición del gallego se produjo espontáneamente durante mi infancia, hasta tal punto que no tengo el menor recuerdo de cuándo, ni cómo, ni con quién lo aprendí. Y esta forma de adquisición resultaría inexplicable si el gallego se 1

Un imprevisto y enojoso achaque de salud me impidió acudir en persona a estas Jornadas de la Asociación Suiza de Estudios Hispánicos, defraudando así, muy a mi pesar, las expectativas del Dr. Francisco Báez de Aguilar González y del resto de los organizadores, quienes me habían cursado una amabilísima invitación con dos años de antelación. Considerando que el gallego no podía faltar en un foro sobre las “Identidades lingüísticas en la España autonómica”, el profesor Georg Bossong se encargó de leer por mí una primera versión de este texto. A todos ellos deseo manifestarles mi profundo agradecimiento.

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hablase solamente en el seno de la familia, como afirma Piel. Esta experiencia mía no es en modo alguno insólita, sino que es común a prácticamente la totalidad de aquellas personas de mi generación que tienen como lengua inicial el castellano. El gallego, ciertamente, estaba también en la calle, en el trabajo, en la diversión, por lo que me parece imposible que alguien pudiese atravesar Galicia sin oírlo, y no sólo esporádicamente, sino de forma continuada, tal vez en alternancia con el castellano. Imagino que Piel se refiere a un viaje hipotético y no a un viaje real, pero de no ser así, muy sesgado en cuanto a las paradas y a la selección de interlocutores tuvo que ser ese viaje. Tampoco me parece acertado el diagnóstico en lo que se refiere a esa supuesta negación del uso del gallego por parte de ‘l’homme du peuple’, o a su sentimiento de inferioridad. Algunos años más tarde, en la incipiente sociolingüística valenciana y catalana se adoptó la denominación de ‘autoodio’ para referirse a ese imaginario complejo de inferioridad que llevaría a abandonar la lengua. Tanto la explicación como la etiqueta me parecen especialmente desafortunadas. Una cosa es reconocer las indudables ventajas económicas que reportaba el conocimiento del castellano y, consiguientemente, apropiarse de él y transmitirlo, y otra muy distinta, sentirse avergonzado de hablar gallego hasta el punto de tratar de erradicar de la conducta habitual tan ‘odioso’ rasgo, es decir, autoodiarse. La ausencia del gallego de ámbitos como el educativo, el religioso o el administrativo no provocó en sus usuarios habituales, salvo en casos contados, sentimientos de vergüenza, y mucho menos de autoodio. ¿Cómo explicar, si no, que todavía hoy, el 95% de los que tienen como lengua inicial el gallego lo tengan también como lengua de uso habitual, exclusiva o preferente? Ello quiere decir que sólo el 5% de los gallego-hablantes de infancia se han pasado al castellano como lengua habitual. En la dirección contraria, en cambio, el 16,5% de los que tienen como lengua inicial el castellano usan actualmente el gallego de forma preferente (el 14,3%) o exclusiva (el 2,2%). En contraste con la carencia de datos que lamentaba Piel, en la actualidad sí disponemos de abundantes datos estadísticos. El gallego es ahora una de las lenguas mejor conocidas en todos aquellos aspectos para cuyo estudio resulta adecuada la metodología de encuesta. Además de otros estudios de ámbito más limitado, el Mapa Sociolingüístico de Galicia, elaborado por el Seminario de Sociolingüística de la Real Academia Gallega por encargo de la Xunta de Galicia, se apoya en los datos procedentes de un cuestionario sociolingüístico con unas ciento cincuenta preguntas, aplicado a casi 39.000 personas mayores de quince

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años, distribuidas en treinta y cuatro muestras diferentes2. Las respuestas a este cuestionario forman una base con casi siete millones de datos, a los que hay que añadir unos cuantos millones más, generados a partir de los recogidos directamente. Además de las miles de páginas que constituyen los informes entregados a la Xunta de Galicia, se han publicado tres volúmenes con los datos más importantes sobre la lengua materna y la competencia lingüística (Fernández Rodríguez & Rodríguez Neira 1994), sobre los usos lingüísticos (Fernández Rodríguez & Rodríguez Neira 1995) y sobre las actitudes lingüísticas (Fernández Rodríguez & Rodríguez Neira 1997). Puesto que disponemos de estas estadísticas bastante completas, antes de entrar en el tema que se me ha encomendado —la identidad lingüística del gallego—, me parece oportuno presentarles una pequeña selección de datos procedentes de esta investigación, limitándome a los que considero más relevantes y suficientes para una caracterización básica de la situación actual del gallego y del castellano en Galicia. Los datos globales para el conjunto de Galicia son claramente favorables al gallego: éste es la lengua inicial del 60% de la población (tanto en este dato como en los sucesivos redondeo los porcentajes, eliminando los decimales por aproximación al entero más cercano). El castellano, en cambio, es la lengua inicial de solamente el 27%. El 13% restante aprendió a hablar simultáneamente en ambas lenguas. En cuanto a la competencia lingüística en gallego, los datos sobre las destrezas orales son sumamente alentadores: el 97% lo comprende ‘bastante’ o ‘mucho’, y el 86% puede hablarlo sin problemas; obsérvese que este último porcentaje es bastante más elevado que el de los que tienen el gallego como lengua materna, e incluso trece puntos más elevado que la suma de los gallego-hablantes iniciales más los que tienen como maternas las dos lenguas; por consiguiente, un porcentaje nada despreciable (el 58%) de los que tienen como lengua materna el castellano puede hablar sin problemas en gallego. Los datos sobre la competencia en las destrezas escritas, en cambio, no son tan favorables: el 47% declara que puede leerlo ‘bastante’ o ‘mucho’, y sólo el 28% afirma que puede escribir-

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Cada una de estas 34 muestras agrupa a los municipios de la misma provincia que comparten ciertas características demográficas y socioeconómicas. La fiabilidad muestral es del 95% con un margen de error del 3%, lo que supone un tamaño muestral de algo más de mil personas para cada muestra, estratificadas por cuotas de edad y sexo. Para el tratamiento conjunto de Galicia como una sola unidad, juntando las treinta y cuatro muestras tras la necesaria ponderación, la muestra conjunta resultante supera con mucho los requisitos de fiabilidad y margen de error habituales en las investigaciones sociológicas mediante encuestas.

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lo; paradójicamente (aunque no inexplicablemente), los que pueden escribirlo sin problemas abundan más entre quienes tienen como lengua materna el castellano que entre quienes aprendieron a hablar primero en gallego. Los datos sobre la lengua usada habitualmente en las interacciones cotidianas espontáneas son también favorables para el gallego: el 69% lo tienen como lengua habitual exclusiva o preferente. Sólo el 11% afirma que usa exclusivamente el castellano, frente al 39% que usa exclusivamente el gallego; puede decirse, por consiguiente, que el gallego está presente en algún grado en el repertorio lingüístico del 89% de la población, mientras que el castellano está presente en el repertorio del 61%. Si todo se limitase a esta visión de conjunto, no cabe duda de que habría que considerar al gallego como sólidamente implantado y al abrigo de cualquier peligro inmediato; estos porcentajes podrían despertar la envidia de muchos de los que se afanan en la defensa de otras lenguas minorizadas: para sí los quisieran los galeses, los vascos, los frisones, y no digamos ya los irlandeses, por limitarme a unos pocos ejemplos. Sin embargo, los datos publicados en los dos primeros tomos del Mapa sociolingüístico de Galicia suscitaron una considerable alarma, especialmente en algunos sectores del nacionalismo gallego, hasta el punto de que el semanario A Nosa Terra les dedicó más de una portada, llegando a afirmar en una ocasión, en grandes titulares de primera plana, que la generación actual puede ser la última de la historia que hable gallego. Lo que provoca la alarma no son, naturalmente, estos datos globales —muy favorables al gallego, como acabamos de ver—, sino su distribución enormemente sesgada cuando se controlan otras variables —especialmente la edad y el lugar de residencia— y las predicciones que resultan más plausibles a partir de ese sesgo. Veamos en primer lugar lo que sucede con la distribución por edades, limitándonos a los dos grupos más distantes entre sí: el de los más jóvenes de la muestra, que son aquellos que tienen entre dieciséis y veinticinco años de edad, y el de los de mayor edad que son los que tienen más de sesenta y cinco años. Hace un momento veíamos que el gallego es la lengua inicial del 60% de la población, considerada ésta en su conjunto; pero cuando observamos la distribución por edad, vemos que el porcentaje desciende hasta el 37% entre los más jóvenes, mientras que sube hasta el 85% entre los más viejos. Tal distribución sugiere que estamos ante un proceso de pérdida en la transmisión intergeneracional del gallego como primera lengua. Pero no es ésta la única interpretación posible. Mario Bunge (1998; 108), al evocar la figura del gran fisiólogo argentino Marcelino Cereijido (gallego e italiano de origen), nos recuerda el relato que éste hizo de cómo desarrolló su “primera hipótesis científica”: habiendo observado

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de niño que, en su círculo, los abuelos hablaban italiano, sus hijos lo comprendían pero no lo hablaban, y los nietos no lo comprendían, “llegué a pensar que a medida que uno envejece se vuelve italiano”; de modo que, al conocer en la escuela a un chico recién llegado de Italia y que hablaba italiano, la sorpresa fue enorme: “Tan chico y ya italiano?” Tal hipótesis —que Cereijido considera, modestamente, “tan errónea como todas las que generaría más tarde en la vida profesional”— no carece de partidarios en Galicia, y no ya entre tiernos infantes que intentan explicarse el mundo que les rodea, sino en el seno de nuestros más avanzados institutos de investigación humanística. En un trabajo mío de hace ya bastantes años, en el que intentaba explicar cómo podemos inferir lo que sucede en tiempo real a partir del tiempo aparente, ironizaba con la posibilidad de que un extraterrestre, desconocedor de ciertas peculiaridades de los procesos de cambio de lengua, interpretase los datos sobre el gallego procedentes de un único momento en el tiempo de la misma forma que el ‘pibe’ Marcelino: vamos hablando más gallego a medida que nos hacemos más viejos. Mi ironía no le sentó bien a alguno de los investigadores del Instituto da Lingua Galega, a juzgar por la anotación al margen que pude ver en un ejemplar de ese trabajo, depositado en esa Institución y al que habitualmente sólo tienen acceso los investigadores del centro. Entre bastantes signos de admiración, que delataban bien a las claras el enojo del lector ante mi ironía, alguien había escrito: “¡¡¡Pois iso é precisamente o que está a pasar!!!”. Mi espontáneo crítico no se refería a que alguien estuviese interpretando así los datos, sino a que lo que sucede es que, efectivamente, vamos hablando más gallego a medida que nos aproximamos a la tumba. Sin duda se trata de una anécdota que no empaña el excelente quehacer científico del Instituto da Lingua Galega. De hecho, su actual director parece más bien proclive a apoyar la interpretación alarmista de A Nosa Terra, a juzgar por el título de su contribución a una polémica en la que se discutía qué procesos se ponen de manifiesto en los datos del Mapa Sociolingüístico de Galicia; el título elegido por el profesor Antón Santamarina fue “O galego no precipicio”. Y ésa es la interpretación dominante en los medios intelectuales del país más comprometidos con la lengua: el gallego corre grave peligro porque está dejando de transmitirse a los hijos. Pero en una consideración más detallada de toda la información disponible encontramos indicios que permiten cuestionar la existencia de tal falta de transmisión intergeneracional, por lo que la alarma suscitada por estos datos podría no tener tanto fundamento como aparenta a primera vista. Por una parte, nos encontramos con que, en el grupo de los más jóvenes, hay un 17% que declara tener las dos lenguas como iniciales; si sumamos este porcentaje al de los que

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aprendieron a hablar sólo en gallego, obtenemos un 54% y estamos, por consiguiente, bastante cerca del porcentaje para el conjunto de Galicia. Por otra parte, parece evidente que hay otros mecanismos de transmisión intergeneracional de una lengua distintos de su transmisión como lengua inicial: de hecho, el 70% de los más jóvenes declara haber aprendido el gallego en la familia, aunque no sea como su primera lengua, lo que indica que el gallego todavía se adquiere mayoritariamente en el ambiente familiar y social en que transcurre la primera infancia, a pesar de que un número cada vez mayor de padres opten por el castellano como lengua de socialización de sus hijos. Y continuará adquiriéndose de esa forma mientras siga siendo la lengua de uso habitual en la mayor parte de la población. Pero ¿hasta qué punto está asegurada esta primacía del gallego como lengua habitual en situaciones informales? Veíamos antes que el uso único o preferente del gallego en las interacciones espontáneas cotidianas alcanzaba el 69% de la población considerada en su conjunto. Pero atendiendo a la distribución por edad, resulta que ese porcentaje sube hasta el 85% en los más viejos, mientras que baja hasta el 46% en los más jóvenes. La distancia entre estos dos extremos es grande (aunque algo menor que la que acabamos de ver en los datos sobre lengua inicial), por lo que no es sorprendente que las reacciones provocadas por la publicación del segundo volumen del Mapa Sociolingüístico hayan sido del mismo tipo que las provocadas por el primero. A medida que vayan falleciendo los de más edad y envejeciendo los que ahora son jóvenes, si éstos no incrementan a lo largo de su vida su uso habitual del gallego —si lo hacen quizás tenga que dar la razón a mi espontáneo y anónimo crítico del ILGA—, y si las pautas de descenso de uso intergeneracional continúan, nos encontraríamos con que dentro de unos cuarenta años, la generación de los más viejos, la que más uso haría del gallego, tendría un porcentaje de algo más del 40% de gallego-hablantes habituales y las generaciones subsiguientes tendrían porcentajes más bajos. En esa situación de predominio ambiental del castellano como lengua de uso habitual ya no serían tantos los niños que aprendiesen el gallego en el ambiente en el que se socializan, con lo que la adquisición espontánea de esta lengua tendría cuotas cada vez más bajas, posiblemente no compensables mediante su aprendizaje por vía escolar. Con todo, compartiendo la preocupación y comprendiendo las reacciones que se han producido, creo que también en este caso conviene matizar los datos. La mayor parte de esta pérdida en el uso del gallego como lengua habitual no se traduce en un uso exclusivo del castellano: la opción dominante entre los más jóvenes es la del uso de ambas lenguas, si bien con predominio del castellano. Los monolingües en esta última lengua, escasos en el grupo de los más viejos (el 6%), tampoco abundan en el de los más jóvenes: sólo el 18%. Por consiguiente,

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de los cuarenta puntos perdidos en el uso habitual del gallego entre las dos generaciones extremas, sólo doce se han traducido en un uso exclusivo del castellano. Otra variable de suma importancia en la distribución del gallego es el lugar de residencia. La adquisición del gallego como lengua materna, que en el conjunto de Galicia supone —como ya vimos— el 60%, desciende en la Galicia urbana al 32%. Y si combinamos lugar de residencia y edad desciende todavía mucho más, hasta solamente el 10%, entre los más jóvenes que residen en las ciudades. En cambio, el aprendizaje del gallego por vía escolar, que en el conjunto de la población gallega es irrelevante (el 6%), se eleva entre los jóvenes urbanos hasta el 47%. En cuanto al uso de las lenguas, el 69% de usuarios habituales del gallego que veíamos para el conjunto de la población baja al 38% en la Galicia urbana, y no supera el 14% entre los urbícolas más jóvenes. Pero, tal como sucedía en el conjunto de Galicia, también aquí la mayor parte de la pérdida en el uso habitual del gallego no repercute en el uso exclusivo del castellano, sino simplemente en su adopción como lengua que se usa con mayor frecuencia que el gallego. De hecho, y como contrapeso a la impresión negativa que a primera vista producen estos datos, hay que destacar que, comparando la lengua habitual de los entrevistados más jóvenes con la de sus padres, el porcentaje de monolingüismo en castellano desciende de forma no desdeñable en los espacios urbanos. Ello quiere decir que individuos que, por su origen lingüístico y geográfico, parecerían predestinados a hablar exclusivamente castellano están incorporando en alguna medida el gallego. Este último dato, en el que habitualmente no se repara, debería inducirnos a ser más cautos a la hora de presentar la situación del gallego. En vez de caracterizarla, tal como veníamos haciendo, como un proceso de ‘sustitución lingüística’ en una sola dirección, tal vez resulte más adecuado caracterizarla como un proceso de incorporación del castellano que no ha supuesto un abandono definitivo del gallego, ni siquiera en los espacios urbanos, en los que la juventud hace un uso habitual del gallego limitado, pero mayor que el de sus padres, poniendo así de manifiesto su rechazo de una Galicia monolingüe en castellano. Y ello podría ser decisivo a la vista del fuerte incremento de los procesos de urbanización que se están dando en el país. En nuestras ciudades el gallego es ahora algo más audible y mucho más visible que en la época a la que se refería Piel. Más audible, porque muchos inmigrantes de zonas rurales lo mantienen y porque algunos castellano-hablantes iniciales lo incorporan a algunas de sus prácticas lingüísticas cotidianas. Más visible, por el gran desarrollo de sus usos públicos, formales e institucionales. Ahora está presente en la enseñanza, en los medios de comunicación, en la publicidad, etc. Se publican unos mil quinientos títulos anuales en gallego, cada vez con mayor pre-

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sencia de los géneros científico y ensayístico; es la única lengua con ‘legitimidad’ en las campañas electorales3, etc. Este proceso de expansión de los usos públicos y formales ha ido acompañado de la consolidación y de la aceptación crecientes de unas normas ortográficas y morfológicas estandarizadas. Estas normas no carecen de opositores, autodenominados ‘reintegracionistas’ y más conocidos como ‘lusistas’ (aunque ellos rechazan esta última denominación, en la que perciben una connotación despectiva)4, lo que nos lleva directamente al tema que se me ha solicitado, el de la identidad lingüística del gallego. El punto básico de partida de los reintegracionistas es que la norma culta del gallego debe ser la del portugués, puesto que el gallego no sería sino una variedad más del diasistema lingüístico portugués. Además, para ellos, la adopción del portugués como norma escrita del gallego (o, como mínimo, de una norma fuertemente lusizante) es una condición imprescindible para la supervivencia de esta lengua. Lógicamente, a partir de tal supuesto, tienden a considerar cualquier otra norma, y muy especialmente la norma más difundida —denominada por ellos ‘españolista’, y que es la que ha recibido el respaldo de la Academia y de la Xunta de Galicia— como un intento de disimular ocultas intenciones de liquidación de la lengua gallega en favor de la española. Cuando menos, en las escasas ocasiones en que los reintegracionistas prescinden del juicio de intenciones, consideran que los defensores de la normativa oficial colaboran de forma no consciente y suicida con tal proceso de liquidación del gallego. Desde el otro lado, y negando de raíz uno de los supuestos básicos del reintegracionismo (el de que el gallego sólo podrá sobrevivir si se reintegra en el ámbito del portugués), se percibe la posición reintegracionista como un serio

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Aunque los analistas políticos no hayan incidido sobre ello, buena parte del descalabro electoral de la coalición formada por el Partido Socialista y Esquerda Unida en las últimas elecciones autonómicas gallegas (1997) podría deberse al torpe uso del gallego por parte de su candidato a Presidente, torpeza inexplicable en alguien que procede de un pequeño pueblo como Ponteareas, y de quien se esperaría un mayor dominio de la lengua. El problema, tal como gente de mi entorno y yo mismo lo percibíamos durante la campaña electoral, no era que el candidato introdujese castellanismos en su gallego, pues eso podría tomarse incluso como indicio de ser hablante nativo, sino en la índole concreta de sus castellanismos, que no eran los habituales entre gallegohablantes, sino los de quien intenta hablar la lengua sin conocerla, haciendo conjeturas sobre su forma desde otra lingüísticamente muy cercana.

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Según Carballo Calero (1978; 105), “[a] calificación de lusistas, que, con sentido peiorativo ou neutro, dan algúns aos que profesan as ideas espostas, non nos parece feliz, pois do que se trata é de restaurar o carácter puramente occidental do noso romance, liberándoo, na medida en que queipa, de contaminacións centralistas; mais non de identificalo co portugués, que é o que parece suxerir aquela denominación”. De acuerdo con este criterio, muchos de los que hoy rechazan la etiqueta de ‘lusistas’ lo serían efectivamente, pues lo que propugnan no es sino la adopción del portugués (‘reintegracionismo de máximos’) como forma escrita del gallego.

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obstáculo para la consolidación del nuevo prestigio logrado por la lengua, y como una dificultad adicional para la regalleguización lingüística de los sectores sociales desgalleguizados. Los gallegos arrastramos esta discusión, a veces de forma bastante crispada, desde fines de los setenta. No es que antes no se hubiesen planteado opciones lusizantes, pues éstas aparecen ya a fines del siglo XIX. Creo que fue A. Balbín de Unquera (1881) el primero en definirse claramente en pro de la adopción de la ortografía portuguesa, más allá de declaraciones generales y vagas acerca de las estrechas relaciones entre ambas lenguas y culturas. Balbín de Unquera afirma explícitamente que “si en la literatura gallega se obrase un renacimiento completo que diese a las palabras una fisonomía característica, debiera adoptar la ortografía portuguesa”. Ello tendría, entre otras ventajas, la de contar con diccionarios y obras etimológicas notables, con una Academia de la Lengua y con la posibilidad de impulsar nuevos géneros literarios. Es notable la radicalidad de esta propuesta, en un momento en que la ortografía portuguesa era “caótica e incoherente en extremo”, en palabras de Carolina Michaëlis de Vasconcelos (1911/1912), o con palabras todavía más duras de la misma autora en un artículo publicado en 1911: Em Portugal não há, nem houve nunca, ortografia oficial, uniforme. Só ortografias variadas, mais ou menos sensatamente regradas pelo costume e exemplo de bons autores, ou mais ou menos inçadas de erros, contradições, dislates, caprichos e idiosincrasias pessoaes. Esse estado anormal foi tomando proporções de verdadeira calamidade nos últimos decénios do século passado. (1976; 101)

Esos últimos decenios del siglo pasado son precisamente los años en que Balbín de Unquera formula su propuesta. Pero es en el siglo XX cuando esta tendencia lusizante adquiere alguna importancia. Antes del inicio de nuestra guerra civil (1936–1939) fue defendida por las Irmandades da Fala.5 En su Boletín A Nosa Terra se publicaron con frecuencia breves artículos (más bien arengas) dedicadas a promover el acercamiento del gallego al portugués, o incluso la adopción de la ortografía portuguesa, pero sin llegar nunca al terreno de los hechos. Incluso quien más lejos llegó en esta dirección, el filósofo Joan Vicente Viqueira, vacilaba en la escritura de su nombre propio, que aparecía a veces como João, pero también como Joan, Johan, Xoán o Juan. Siendo este autor uno de los más firmes 5

Las Irmandades da Fala fueron organizaciones fundadas en varias ciudades de Galicia a partir de 1916 como respuesta a una campaña iniciada por el diario La Voz de Galicia para la creación de una Liga de Amigos del Idioma.

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defensores, en esos años, de la adopción de la ortografía portuguesa, cabe destacar que no escribió una sola línea en esa ortografía; más aún, sus declaraciones al respecto son a veces vacilantes, contentándose con que se utilice la ortografía que en la época se denominaba ‘etimológica’, cuya única diferencia con la llamada ‘popular’ (a la que Viqueira se oponía tenazmente) consistía en la forma de representar el sonido prepalatal fricativo sordo: o bien siempre con x (ortografía ‘popular’) o bien con g, j, x (ortografía ‘etimológica’). Veamos algunas muestras de estas vacilaciones. En una conferencia sobre nuestros problemas educativos impartida en 1918 Viqueira considera que “[a] Galicia, pois, si é fiel a sí mesma, estalle reservado, pol-a súa língua e pol-a súa historia, tan portuguesas como españolas, face-la unión Ibérica. Unión que, indico ao pasar, exige tamén na España mesma un régime gêral federal” (1974[1918]; 166). La cursiva la he añadido yo para resaltar precisamente las vacilaciones a las que me estoy refiriendo. Y aunque antes y después del fragmento citado argumenta el autor acerca de la semejanza del gallego con el portugués, lo que en realidad defiende es que cada uno escriba el gallego como buenamente pueda y sepa, e inicie el camino hacia una mejora cuyo límite máximo está en la ortografía “académica ou etimológica, admitida sabiamente pola Academia Galega, empregada por Pondal e, en gêral, pol-os eruditos” (1974[1918]; 168), es decir, en una ortografía que apenas se diferencia de la que Viqueira llama “vulgar, usada por Rosalía Castro, Carvajal e hoje usualmente” (ibid.), pues “[a] diferencia entre as dúas é pequena, e consiste en que na vulgar non se usan o g e o j no sonido suave e si somente x, e na académica o g e o j teñen seu lugar como sonidos suaves” (ibid.). En un artículo de enero de 1919 (muy breve, como son en general todos los suyos) el horizonte ya es un poco más amplio: la ortografía “erudita, etimológica” no es una meta, sino un “gran paso”, tras el cual precisamos continuar a nosa obra e camiñar para a total unificación das ortografías galega e portuguesa. Asín, introduciremos a nh pol-a ñ, a lh pol-a ll, e outras modificacións que o leitor pode adiviñar fácilmente. Faráse isto primeiramente nas publicacións eruditas, científicas, despois nas populares. (1974[1919a]; 175)

Pero en otro artículo publicado dos semanas más tarde hay ya menos contundencia: en él nos incita a hacer nuestros los clásicos portugueses, ante la carencia de clásicos en gallego, y defiende, como anteriormente, que “[a] ortografía etimológica debe se-la nosa. Nos é preciso estudala. ¿Cómo? Aprendendo a escribir en portugués. Nós, galegos futuristas, temos de expresarnos indiferentemente en hespañol, galego, portugués e inglés” (1974[1919b]; 179). No parece haber ninguna duda en este texto de la peculiaridad del gallego, entre el castellano y el

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portugués, más cerca del último, pero distinto de él. Meses más tarde, en una nueva defensa de la ortografía etimológica, afirma Viqueira que “[o] galego, non sendo unha lingua irmá do portugués, senón unha forma do portugués (como o andaluz do castelao), ten-se que escribir pois como en portugués” (1974[1919c]; 180), pero para ello le parece suficiente adoptar la g y la j en lugar de la x: “[e]scribindo c’a nosa ortografía etimológica (admitida pol-a nosa Academia) escribimos cuase como en portugués” (ibid.). Podría aducir muchas citas más, pero creo que las anteriores son suficientes para poner bien de manifiesto que la imagen de ‘acercamiento al portugués’ de Viquiera (y que es la que predomina entre este grupo) consiste básicamente en la sustitución de la x por la g y la j. Desde 1888, año en que surge la primera polémica sobre este asunto, se ha invertido en él una buena cantidad de energía. Existieron, naturalmente, discrepancias en otras cuestiones acerca de la escritura del gallego: los acentos, los apóstrofos, los guiones, los diacríticos, pero ninguna de ellas revistió la carga simbólica que observamos en el tema de la prepalatal fricativa sorda, suficiente por sí misma para hacer creer a algunos que estaban escribiendo “cuase como en portugués”. Más allá de esta ilusión, cabe insistir en que ninguno de estos defensores de la ortografía portuguesa llega a usarla sistemáticamente, limitándose todos ellos a acercamientos mucho más tímidos de los que aparecerán en los años setenta. Y conviene recordar también que, pese a la reiteración con la que aparecen textos lusófilos en A Nosa Terra (y también en Nós), la mayoría de quienes escriben en gallego lo hacen rechazando las grafías etimológicas en lo que se refiere a la prepalatal fricativa sorda y rechazando también, implícita o explícitamente, la adopción del portugués como punto de referencia. No faltan ni siquiera en A Nosa Terra posturas en esta línea, especialmente después de la publicación en 1922 de la Gramática do idioma galego de Manuel Lugrís Freire. En medio de estas tensiones, se fue perfilando una tendencia en el gallego escrito que Carballo Calero resumía del siguiente modo en 1972, antes de decantarse hacia las tesis reintegracionistas: Hoxe maniféstase craramente a constitución dunha koiné literaria que se nos presenta como un compromiso antre as dúas formas máis estendidas do idioma: o galego “lucense” e o galego “iriense”. A aportación do primeiro é mais ben fonética; a do segundo, máis ben morfolóxica. Proscríbense o seseo e a gheada; acéptase a solución -an do sufixo nominal -ANU e o grupo -ns no plural. As razóns que históricamente xustifican estas solucións son dunha parte a tradición, se cadra moderna, segundo a cal o seseo, e sobre todo a gheada, eran fenómenos fonéticos fortemente vulgares e ruráis, especialmente o segundo, que ademáis se consideraba desnaturalización ocasionada polo adstrato ou superestrato castelán; de outra parte, o feito de que, xa nos nosos tempos, a mor-

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foloxía do galego “iriense” adquiriu superior prestixio literario porque é a utilizada, en termos xeráis, por unha suma tan importante de escritores como a representada por Rosalía de Castro, Marcial Valladares, Antonio López Ferreiro, Eduardo Pondal, Ramón Cabanillas, Alfonso Rodríguez Castelao, Luis Amado Carballo, Manuel Antonio Pérez Sánchez e moitos outros. As “normas” da Academia Galega aceptaron esta morfoloxía. De xeito que semella consolidada como canónica, dentro das previsións razonabeis. (1972; 134)

Las normas a las que se refería Carballo Calero eran las que la Real Academia Galega (RAG) había fijado dos años antes, en 1970, y la cita anterior está escrita ateniéndose a ellas en lo esencial. A principios de los setenta, pues, había consenso acerca de una escritura autónoma para el gallego. Las normas de la Academia eran sólo parcialmente rechazadas por el Instituto da Lingua Galega (ILGA), creado en 1971, en el que se defendía la conveniencia de que las normas de escritura reflejasen mejor ciertos procesos fonéticos consolidados en la lengua hablada, como las asimilaciones y contracciones más habituales. Con todo, las discrepancias del ILGA eran muy pocas, de modo que nadie en aquellos años podía prever la tormenta lingüística en la que todos nos vimos envueltos en la década siguiente. En medio de ese clima de consenso, el filólogo portugués Manuel Rodrigues Lapa publicó en 1973 un artículo con el que se reabría una polémica que parecía superada, proponiendo no ya un acercamiento simbólico al portugués, sino prácticamente la adopción del portugués como lengua culta de los gallegos. El artículo provocó una serie de reacciones, en general contrarias a su propuesta, entre las que destaca la de Ramón Piñeiro (1973). También hubo algunas reacciones favorables, como la de Montero Santalla (1976) y, fuera de Galicia, la de Joan Coromines (1976), seguidas de un nuevo artículo de Rodrigues Lapa, publicado en 1977. Rodrigues Lapa consideraba que el gallego, en el estado en que se hallaba en aquel momento, no podía desempeñar bien todas las funciones que una lengua debe llenar en la vida moderna, por lo que, si no queríamos que desapareciese absorbido totalmente por el castellano, deberíamos acercarlo al portugués, que en definitiva es la misma lengua: O galego, tal como está, só pode exprimir capazmente os fenómenos da vida simples, o encantamento, o engado da poesia pura. Se o quisermos introduzir na cidade, teremos de lhe vestir trajo cidadão, alimpá-lo de muita escória que o torna ainda grosseiro para o gosto exigente do homem urbano. Nunca se esqueça que as palavras evocam os ambientes da sociedade; e o vocabulario galego, como está fixado na fala e na literatura é ainda puro transplante duma sociedade agrária, envelhecida, ultrapassada, e o que é mais, prestes e extinguirse. (1973; 282)

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De ello se derivarían, además, las nada desdeñables ventajas de una enorme ampliación de su ámbito literario y de la entrada de las literaturas portuguesa y brasileña en Galicia. A estos argumentos se respondía que el gallego estaba en esos momentos (en 1973) debidamente preparado para desarrollar cualquier función, como lo probaba el hecho de que hubiese ya en esos años literatura en todos los géneros, que existiesen libros sobre temas filosóficos y científicos escritos en gallego, y que se hubiesen hecho traducciones de autores de las más diversas épocas y estilos. Si alguna deficiencia mostraba todavía, sería fácilmente subsanada. Si el gallego había aguantado la época más dura de opresión de las lenguas minoritarias, saldría fácilmente adelante con los cambios que ya se avecinaban en la política del Estado. Los peligros de la desaparición no eran tan grandes cono Rodrigues Lapa quería hacer ver, pues el gallego pasaba por una época de cultivo como nunca antes había tenido, y su progresiva recuperación en el mundo urbano le auguraba un buen porvenir. Cierto que era muy fuerte la presión del castellano, pero no se podía combatir acudiendo al portugués, sino desarrollando lo que el gallego tiene de genuino, diferente del castellano y diferente también del portugués. En palabras de Ramón Piñeiro (1973): No tocante a Galicia, ocorre que o galego non está con vontade de morrer. Morre, si, ou polo menos esmorece transformándose en lingua escrita, en lingua urbana, en lingua moderna con dinamismo de futuro. Este galego está librando a súa batalla por sensibilizar a conciencia colectiva para acadar que a Galicia do futuro sexa auténticamente galega. Si triunfa —e eu confío no triunfo—, o galego será a expresión espiritual da persoalidade colectiva do pobo galego; si fracasa, a persoalidade colectiva do pobo galego disolverase na historia e os galegos serán asimilados polo mimetismo cultural. Esta batalla da identidade espiritual da nosa personalidade colectiva só o galego —a nosa lingua— a pode dar; só o galego —a lingua dos galegos— a pode ganar. Para esa empresa histórica, tan decisiva, tan radical, non nos sirve o portugués literario actual, que nós nunca temos falado nin escrito. A alternativa que nos impón a Historia non é galego/portugués, senón galego/castelán. Nesa alternativa, o portugués literario actual non pode sustituir ao galego. (1973: 400)

Aunque ambas partes formularon sus opiniones con firmeza, lo hicieron también con suma elegancia y respeto. El tema del acercamiento al portugués se había puesto nuevamente sobre el tapete, pero nada presagiaba que las discusiones fuesen a trascender el ámbito y el estilo académicos. Obsérvese también que la confrontación, tal como se manifestaba en esos años, se daba entre quienes manejaban argumentos de tipo aparentemente lingüístico (el gallego no sirve, está atrasado, es una simple variedad rezagada del portugués) y quienes manejaban argumentos de identidad colectiva (el gallego que necesitamos no puede ser por-

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tugués, y no puede serlo precisamente porque no se puede defender esa identidad mediante una lengua que ya no es la nuestra). En 1977 el Instituto da Lingua Galega publicó las Bases prá unificación das normas lingüísticas do galego, en las que persistían las discrepancias con las normas de la RAG, escasas, como ya he dicho, y que básicamente consistían en la defensa de algunas soluciones más foneticistas (aceptación de ciertas contracciones y asimilaciones generalizadas en la lengua hablada, como se muestra en la forma ‘prá’ del título), aunque con un amplio margen de flexibilidad. Ante la inminente introducción de la enseñanza del gallego en el sistema educativo, la Consellería de Educación y Cultura de la Xunta de Galicia publicó en 1980 unas normas que habían sido elaboradas por una Comisión de Lingüística nombrada a tal efecto el año anterior. Estas normas volvían en lo esencial a las de la Academia de 1970, con la incorporación de algunos rasgos lusizantes, y dejaban además deliberadamente abierto el camino para futuros avances en el acercamiento al portugués. Pero estas normas tuvieron una vida muy corta, pues, aunque los reintegracionistas parecían estar satisfechos, no lo estaba tanto el Instituto da Lingua Galega, quien las consideraba confusas, poco consistentes, y ajenas a la realidad viva del gallego; de modo que elaboró, conjuntamente con la Real Academia Galega, las Normas ortográficas e morfolóxicas do idioma galego, publicadas el 3 de julio de 1982 y convertidas en normas oficiales por la Xunta de Galicia un año más tarde, en junio de 1983. En la confección de estas normas se tuvieron en cuenta, de forma jerárquica, los cuatro principios básicos siguientes: en primer lugar, la mayor fidelidad posible a la lengua hablada, principio éste que debe compatibilizarse con la necesidad de depurar los elementos espúreos incrustados en el gallego por la presión del castellano; en segundo lugar, el supradialectalismo, para que el mayor número posible de gallegos se identifiquen con las soluciones propuestas; en tercer lugar, la fidelidad a las tradiciones antiguas de la lengua, siempre que sean compatibles con la lengua moderna; y por último, la armonización con el resto de las lenguas románicas en general y con la portuguesa en particular, evitando la adopción de soluciones insolidarias y unilaterales en lo que se refiere a los cultismos y a la terminología científica y técnica. Posiblemente fue la relegación de la armonización con el portugués al último puesto en esta jerarquía lo que desató la ‘guerra’, denominación ésta ciertamente hiperbólica y muy del agrado de algunos reintegracionistas. Denominación también muy conveniente, pues la magnificación del conflicto justifica toda clase de excesos verbales que, si bien es cierto que se han producido en ambos bandos, han sido mucho más frecuentes en las filas reintegracionistas, en marcado contraste con la mesura y respeto que se aprecian en los escritos de Rodrigues Lapa

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y en los iniciales —sobre este tema— de Carballo Calero. Tal vez la agresividad y el carácter insultante de no pocos de los escritos que promocionan el reintegracionismo se deban a que en este conflicto les toca representar el papel de parte perdedora, al menos de momento. Hay una enorme desigualdad de las fuerzas contendientes, tanto en efectivos como en cuadros técnico-lingüísticos e intelectuales, y en poder institucional —desigualdad que se manifiesta abrumadoramente a favor de quienes defienden la elaboración del gallego como una lengua diferente del portugués, aunque estrechamente relacionada con él. Los reintegracionistas son pocos, pero despliegan una considerable actividad y cierto grado de organización. La Associaçom Galega da Língua, fundada en 1980, es la organización reintegracionista de más arraigo en la actualidad. Desde 1985 publica la revista trimestral Agália, y organiza bastantes congresos, procurando siempre la presencia en ellos de lingüistas o sociolingüistas extranjeros que difundan sus tesis fuera de España.6 Un carácter más minoritario (y más radical) tienen las Irmandades da Fala da Galiza e Portugal —que recogen la denominación de las fundadas en 1916, a las que me he referido anteriormente— y la Associação de Amizade “GalizaPortugal”. Aseguran a veces los reintegracionistas que hay otras muchas agrupaciones ‘lusofónicas’, a las que denominan “grupos reintegracionistas de base”, cuya importancia tienden a magnificar: en realidad se trata de organizaciones de gente muy joven, casi adolescentes, que suelen desintegrarse cuando sus fundadores abandonan la vida escolar, dejando como única huella de su actividad algunos boletines (casi siempre difíciles o imposibles de conseguir). 6

Resulta sorprendente ver cómo aprehenden la situación gallega (y la española) algunos de estos invitados, cuyas únicas fuentes parecen ser lo que sus anfitriones les cuentan. Peeters (1995), por ejemplo, asegura con total seriedad —entre otras afirmaciones no menos sorprendentes— que la política lingüística “très sophistiquée” de la Comunitat Valenciana ha tenido un papel importante en la recuperación del catalán; mantiene que Galicia ha estado controlada por la “derecha latifundista” [sic], que Fraga gobierna en Galicia desde 1981, o que la clase política gallega no se sitúa en la línea ‘autonomista’, sino en la contraria (lo que a cualquier lector gallego le sugeriría inmediatamente que se sitúa en el independentismo). Asegura también que los ‘aislacionistas’ nos concentramos alrededor del ILGA, “c’est-à dire au côté du pouvoir régional” (!) o, con una visión de la historia como conspiración, mantiene que el ILGA “a attendu patiemment la retraite du professeur Carvalho en 1980 pour commencer l’offensive frontale contre les réintégrationistes” (pág. 73). También mantiene que en el Departamento de Filoloxía Galega de la Universidad de Santiago se elimina sistemáticamente toda referencia histórica, literaria y lingüística a Portugal. Malinterpretando el antiguo sistema de homologaciones entre cátedras en la Universidad española, y confundiendo el ILGA con el Departamento de Filoloxía Galega, asegura que “[p]lusieurs membres de l’ILG sont nommés à ce Département universitaire sans concours public, étant transférés directement du Département de Philologie Castillane” (ibidem), mientras que olvida mencionar la condición de profesores de lengua y literatura españolas de algunos de los reintegracionistas más activos, como sus anfitriones entre otros. Y para completar tal sarta de disparates, sostiene que los reintegracionistas son “plutôt des scientifiques, des écrivains et des enseignants” y que los aislacionistas son “plutôt les politiciens et les fonctionnaires régionaux” (pág. 74).

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Que los reintegracionistas sean pocos y que bastantes de sus escritos rezumen crispación no implica que no puedan tener razón, o que no tengan al menos parte de ella, o que no la tengan desde cierta perspectiva. La razón que toca a cada parte puede examinarse desde diversos puntos de vista: desde el de los hechos, desde el de los filólogos7 (al fin y al cabo “ser es ser visto”, decía el filósofo Berkeley), y desde el de la conciencia de los hablantes.8 Siendo imposible ocuparme aquí de las tres perspectivas, me ocuparé esquemáticamente de la primera, de los hechos, aunque ello me llevará inevitablemente a la segunda, ya que los hechos, en terrenos como éste, raramente nos vienen dados de forma clara e indiscutible; las elaboraciones que hacen los lingüistas y filólogos tienen una extraordinaria importancia para decidir lo que es un hecho y lo que no lo es, o para decidir cuáles son los hechos relevantes y cuáles no, o para decidir si una diferencia en un punto es más o menos importante que una semejanza en otro. En cualquier caso, quisiera dejar bien sentado que en estos tiempos de relativismo postmoderno, yo pertenezco al grupo de los que todavía creen —tal vez erróneamente— que hay al menos algunos hechos objetivos, y que no todos los ensamblajes de fragmentos de realidad son igualmente válidos (pues pensar esto último nos lleva paradójicamente a la conclusión de que ninguno de ellos lo es, y a la obsesión por ‘deconstruir’). Desde la perspectiva de los hechos, el Profesor Gerold Hilty impartió una excelente conferencia plenaria en el XIX Congreso Internacional de Lingüística y Filología Románicas, celebrado en Santiago de Compostela en 1989, con el título “La place du galicien parmi les langues romanes” (Hilty 1994). Fue una intervención difícil, ya que algunos romanistas habituales de estos encuentros se habían negado a asistir al de Santiago como consecuencia de que se hubieran declarado el gallego y el francés (y no el castellano ni el portugués) como lenguas oficiales del Congreso. Algunos no estaban dispuestos a participar en esta certificación de la existencia de una nueva lengua románica. Y fue también una intervención notable por el respeto y por el talante con el que se desarrolló, definido por el propio autor como sine ira et studio. Veamos, pues, aunque de forma muy resumida, cuáles son los hechos relevantes. La posición más frecuente desde esta perspectiva es la de considerar que, si bien el gallego y el portugués fueron en el pasado la misma lengua, posteriormente se produjo una separación cada vez mayor, debido: 7

Fernández Rei (1988, 1993) examina exhaustivamente la progresiva toma de conciencia, en el ámbito de la romanística, acerca de la existencia del gallego como lengua distinta del portugués.

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Sobre el desajuste entre las prácticas lingüísticas cotidianas de la población (y la conciencia que subyace a y se refuerza por ellas) y los discursos sobre la lengua de las élites, tanto las reintegracionistas como las diferencialistas, véase Fernández Rodríguez (1997-en prensa y 1998).

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– a la segregación política de la parte Sur del condado de Galicia, que con Afonso Henriques se hace reino independiente, – a la expansión de ese reino hacia el Sur, al mismo tiempo que apuntala su separación del Norte y del resto del reino de León, – a la mezcla en el nuevo reino de las hablas norteñas con las mozárabes a medida que avanza la Reconquista, – y al predominio de Êvora y Lisboa en la consolidación del portugués como lengua estándar. A medida que avanzan las investigaciones, más retrocede la datación de las diferencias entre las hablas del Norte y las del Sur del Miño (véanse, por ejemplo, Lorenzo (1975) o las investigaciones recientes de la Profesora Clarinda Maia de Azevedo, incluidas en las referencias bibliográficas al final de este trabajo), aunque sin cuestionar la unidad originaria9, punto en el cual se agotan las coincidencias. En efecto, la diferencia fundamental entre reintegracionistas y partidarios de un gallego independiente reside en la valoración de las diferencias posteriores a la supuesta unidad originaria. Los primeros adoptan una perspectiva dialectológica, poniendo de relieve todo lo que une al gallego con los dialectos del Norte de Portugal, y enfatizando la noción de continuum lingüístico desde Galicia hasta el Algarve y, saltando el Atlántico, hasta África y Brasil. Así, las diferencias se minimizan. Los reintegracionistas se inspiran en trabajos como la propuesta de división dialectológica de Cintra (1971), que en la Gramática de Mira Mateus et al. (1989) se resume, en lo que al gallego se refiere, en apenas dos líneas: “os dialectos galegos não possuem a fricativa sonora palatal [c] nem as sibilantes [b] e [z], e manifestam menor redução das vogais átonas” (pág. 30). Desde el bando opuesto, Álvarez Blanco (1991) necesita no menos de trece páginas para describir las diferencias entre los sistemas fonológicos del gallego y del portugués estándar. Y lo mismo en los otros planos de la lengua. Unos insisten en la identidad básica del léxico, y en que las diferencias son producto de la ‘contaminación por el castellano’; responden los otros que no menos contaminado por el castellano está el portugués, y que el gallego conserva muchas formas patrimoniales que tanto el portugués como el castellano han perdido o no han llegado a tener. Y así sucesivamente.

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La homogeneidad gráfica de la producción lírica medieval en gallego-portugués (posiblemente producto del hecho de ser copias tardías, hechas en territorio portugués, las que han llegado hasta nosotros) se suele proyectar hacia la lengua hablada, que tiende así a ser vista igualmente como homogénea. Por otra parte, el concepto de lengua que se maneja cuando se escribe acerca del gallego-portugués medieval es con frecuencia un buen ejemplo de los anacronismos que deberían ser evitados por los historiadores con un mínimo respeto por su disciplina. Véanse algunos ejemplos en Fernández Rodríguez (1998).

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Para los reintegracionistas, las diferencias actuales no son lo suficientemente grandes como para prescindir del estándar portugués y estandarizar una nueva lengua. Creen que entre el portugués y el castellano no hay sitio para un nuevo estándar, a no ser que ese nuevo estándar se aproxime peligrosamente al castellano, con lo que terminaría por ser absorbido por éste. Algunos van más lejos todavía, y aseguran que ése es precisamente el objetivo que se persigue: la eliminación del gallego sin grandes traumas para sus usuarios. Peeters, uno de los difusores de las tesis reintegracionistas en el extranjero, llega a afirmar que las normas aislacionistas “rabaissent le galicien au niveau d’une variante du castillan avec quelques curiosités locales. La phonétique, la morphologie, le vocabulaire et l’orthographe sont entièrement castillanisés pour éloigner le plus possible la langue locale du portugais standard” (1995; 74), cometiendo así un “crime culturel [...] un vrai linguicide” (ibid.).10 Incidentalmente, creo que conviene destacar ahora que entre los argumentos manejados por Rodrigues Lapa (1973) no figuraba en ningún momento el reproche, tan frecuente en la actualidad, de que las normas de la RAG que él conocía (las de 1970) estuviesen influidas por el español. Más aún: el filólogo de Anadia recomienda que se adopten cuanto antes para el gallego aquellas formas en las que el castellano y el portugués coinciden, abandonando así formas “que no galego conservam ainda uma configuração inaceitável e antiliterária” (1973; 285). Para Rodrigues Lapa el problema reside más bien en que el gallego podría alejarse del portugués (pero no acercarse al castellano) si los escritores se empeñan en continuar “como até aqui, em fazer provisão da enorme e desordenada riqueza que lhe oferecem os falares locais para o restauro da sua forma culta” (1973; 286), lo que además sería, según su opinión, “inoperante e até mesmo ridiculo” (ibidem).11 Si el gallego debe aproximarse al portugués hasta converger con él no es para evitar la convergencia hacia el español, sino la divergencia del portugués, considerada por él —y por la totalidad de los lusistas— como una es10 Resulta evidente que Peeters ha depositado un exceso de confianza en sus informadores. Un simple vistazo al título de las normas le hubiese permitido ver que éstas son “ortográficas e morfolóxicas”, y no fonéticas ni léxicas. En cuanto a la acusación de castellanización, creo que resultará suficiente comparar el gallego normativo “morfolóxicas” con el portugués “morfológicas” (que sí es gráficamente idéntico al castellano). 11 Rodrigues Lapa ejemplifica esta supuesta ridiculez con la traducción al gallego de los Carmina de Horacio, hecha por Aquilino Iglesias Alvariño: “Aquele viridi membra sub arbutu / stratus, que o Venusino dedicava aos delicados gozadores da vida na paz singela dos campos, é-nos traduzido, aliás sem precisão, neste verbo, que arrepiaria o poeta latino, se viesse a este mundo e compreendesse o galego: ben a unha sombra verde estumballado. A forma estumballado, dotada certamente de força expressiva, quadrará ao labrego que se deixa cair para baixo do ervedeiro, com a barriga ao léu e a camisa encharcada em suor; mais não traduz, claro está, os modos decentes e a compostura do caçador de ócios” (1973; 282).

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pecie de aberración histórico-lingüística que hay que enmendar cuanto antes. Tal corrección de rumbo no debería plantear ninguna dificultad, vista desde la perspectiva reintegracionista: si lenguas estándar como el italiano, el alemán, el árabe o el propio castellano dan cobertura a variedades bastante divergentes no tendría por qué haber ningún problema —salvo los de tipo político— para que el estándar portugués diese cobertura a las hablas gallegas. Aunque yo no simpatizo con las posiciones reintegracionistas, coincido con ellos en cuanto que creo que esa solución es, efectivamente, una de las posibles; pero me diferencio de ellos en que no creo que sea la única posible, ni la única lógica, ni la natural, ni la que corresponda a ningún adjetivo de tipo esencialista; y este tipo de discursos está plagado de adjetivos esencialistas. Basten un par de muestras: Rodrigues Lapa termina su argumentación afirmando que “[n]ada mais resta senão admitir que sendo o português literário actual a forma que teria o galego se o não tivessem desviado do caminho próprio, este aceite uma língua que lhe é brindada em salva de prata” (1973; 286; cursiva añadida); y según Carballo Calero, “[s]e o galego se desintegra do seu sistema natural, non ten ante sí máis perspectivas de futuro que a integración no sistema castelán, ou sexa a súa desaparición como tal galego” (1979; 149; cursiva añadida). Pero los fundamentos de tal pertenencia natural al sistema del portugués son realmente bastante endebles: la decisión filológica de aislar un sistema (¿subsistema? ¿subsubsistema?) portugués a partir de rasgos como la ausencia de diptongación de Ĕ, Ŏ tónicas latinas y la conservación de F- no parece un sustento muy firme sobre el que constituir ‘pertenencias naturales’, si se desvincula de la historia concreta de ese conjunto de hablas y del desarrollo de una variedad estándar superpuesta. Y la historia en este caso no ha impulsado la unión, sino la diferencia. En las polémicas acerca de la unidad y variedad en el castellano triunfó la línea de la unidad, no sin largas polémicas, y con el aporte decisivo de Menéndez Pidal, aporte no sólo científico, sino también ideológico: Menéndez Pidal, por ejemplo, caricaturizaba a Luciano Abeille (autor de El idioma nacional de los argentinos) como un pobre inmigrante sin conocimientos lingüísticos, y no pudiendo decir lo mismo de Rufino José Cuervo, atribuía la defensa que éste hacía de la variedad y sus consideraciones acerca de la inevitable división del español a achaques de senectud.12 En el caso del portugués, en cambio, la cuestión de la unidad frente a la diversidad no está zanjada, pese a los reiterados intentos de lograr un acuerdo ortográfico definitivo. En Brasil siempre ha habido voces a

12 Sobre la confrontación entre las diversas formas de imaginar la lengua española a fines del siglo XIX y comienzos del XX, véase José del Valle (ms. 1998, 1999-en prensa).

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favor de la división13; aunque apagadas durante los últimos años por la retórica unitarista, están resurgiendo con fuerza debido al prestigio que el desarrollo económico ha aportado a las variedades del interior, del nordeste, e incluso últimamente a las de la Amazonia. De las antiguas cinco normas cultas de Brasil (todas ellas de la franja costera, excepto la de São Paulo) se está pasando a un número indeterminado de normas cultas sumamente divergentes, con lo que la confrontación entre las fuerzas centralizadoras y las disgregadoras podría agudizarse. Los reintegracionistas tienen razón cuando consideran que el gallego es, en cierto modo, una ‘construcción’ interesada: efectivamente, responde a los intereses de las elites intelectuales del último tercio del siglo XIX, que siguen la tendencia que afecta a toda Europa. Pero no la tienen cuando olvidan que también son construcciones interesadas (aunque anteriores) el portugués y el español, ya que en lo que se refiere a lenguas estándar no hay ‘lenguas naturales’. Y ahí están los esfuerzos de los gramáticos portugueses del Renacimiento para demostrarlo: en sus trabajos se puede observar cómo se construye y se refuerza la diferencia con el castellano, pero también con el gallego, en cuya ‘construcción’ como lengua diferente los gramáticos y filólogos portugueses desempeñaron un papel nada desdeñable (las diferencias entre gallego y portugués son ya destacadas por Nunes de Leão en su Origem e Orthographia da Língua Portuguesa, 13 Una línea de argumentación habitual entre los reintegracionistas es la de que, puesto que ninguna lengua se escribe exactamente como se habla, no tendría por qué haber problemas para escribir de forma muy distinta a la lengua hablada; y como ejemplo de ello suelen aducir la unidad del español escrito, o la del portugués europeo y ultramarino. Desde Brasil, sin embargo, tal unidad no está tan clara. Existen todavía reticencias a la hora de adoptar la denominación de ‘portugués’ para la lengua. “Língua Nacional” es una denominación frecuente, sin que falten universidades en las que el departamento de portugués se denomina de “língua vernácula”. Más allá de la denominación de la lengua, el argumento es reversible: aun cuando es cierto que ninguna lengua se escribe como se habla, también es cierto que cuando las diferencias fonéticas son muy grandes la escritura común es una fuente constante de problemas. Pero ¿cuándo estamos ante una diferencia muy grande? Según Silveira Bueno, tal es la situación del portugués de Brasil en relación con el de Portugal: “os timbres vocálicos já diferem por tal maneira entre os dois países que será impossível determinar grafias perfeitamente aceitáveis. Entre as consonantes há também discrepâncias [...]”, y con una notable inversión del argumento habitual, continúa: “Como a grafia não impede a língua seja a mesma, a solução mais acertada há de ser que cada povo tenha o seu sistema gráfico, assim como já tem cada um o seu sistema fonético, o seu sistema sintático, aquele já perfeitamente diversificado, êste em contínua diversificação” (1967; 279). En la misma línea de argumentación, para Ivo Castro, la adopción de una grafía diferente para el gallego no atenta gravemente contra la unidad de la lengua: “Na prática, aos olhos de um leitor português, os resultados da aplicação de uma ortografia não são tão claramente distintos que justifiquem o vigor do debate gerado à sua volta” (1991; 2.4.2) Entre otros muchos trabajos, véase por ejemplo Teyssier (1980; 48-49) para una somera descripción de cómo se percibían desde Portugal las hablas de Galicia a partir del siglo XVI. El propio Leite de Vasconcelos afirma que el gallego no es un dialecto más del portugués: es un ‘co-dialecto’, cuya vida interna y externa debe estudiarse separadamente de la del portugués (1959; 152).

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publicado en 1606).14 No tienen razón los reintegracionistas cuando olvidan que, no mucho antes, portugués y castellano se veían también como la misma lengua; el condestable de Castilla aconsejaba a Carlos I que tomase como esposa a Isabel de Portugal “porque es de nuestra propia lengua” (cfr. Monteagudo Romero, 1988). El portugués es, pues, una lengua que pudo no haber sido. Por consiguiente, no es una lengua natural, no nos hallamos ante un conjunto de variedades que inevitablemente estuviesen abocadas a desarrollar un estándar diferente del castellano. Si lo hicieron, fue por razones políticas. Lo mismo es válido, naturalmente, para el castellano. Y por consiguiente, tienen razón en parte los reintegracionistas cuando afirman que la independización del gallego tiene raíces políticas. Naturalmente que sí. Pero ¿dónde está el problema o la peculiaridad, una vez que se demuestra que lo mismo ha sucedido y sucederá con cualquier estándar? Tan flagrante contradicción que, obviamente, no es percibida por quienes la manifiestan con toda crudeza (se ve el gallego como artificial e interesadamente construido, mientras que se ve el portugués como primordial, como natural, como la lengua que necesariamente nos corresponde), se debe a otra visión esencialista: la independencia de Portugal y su expansión hacia el Sur son considerados como procesos necesarios y naturales, a los cuales estaban abocados los pueblos que los desarrollaron; y se considera que Galicia debió, por naturaleza, haber formado parte de esa empresa, de modo que su permanencia en el reino de León, y la participación en los avatares de éste tras su unión con Castilla, su expansión hacia el Sur, las nuevas uniones de Coronas, la constitución de un Estado centralizador, etc., todo eso se considera como ilegítimo, como subyugación, como obstáculo impuesto frente a la historia que ‘naturalmente’ nos correspondía. Esta visión procede en lo esencial de los historiadores románticos, de un momento en que la intelectualidad gallega está intentando elaborar los mitos fundadores de su propia existencia como nación, entre ellos el del Antiguo Reino de Galicia. Los reintegracionistas, sacan buen partido de estas construcciones míticas por lo general. Por ejemplo, cuando escriben la palabra Galicia, añaden con frecuencia, con un cierto retintín (entre paréntesis y con cursiva) el adjetivo (espanhola), poniendo así de manifiesto hasta qué punto Galicia y el gallego, debido a imposiciones ajenas, se han apartado de su ‘destino natural’, que no podría haber sido otro que el de ser independiente o el de formar unidad 14 Entre otros muchos trabajos, véase por ejemplo Teyssier (1964; 48-49) para una somera descripción de cómo se percibían desde Portugal las hablas de Galicia a partir del siglo XVI. El propio Leite de Vasconcelos afirma que el gallego no es un dialecto más del portugués: es un ‘codialecto’, cuya vida interna y externa debe estudiarse separadamente de la del portugués (1959; 152).

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con Portugal. Este tema aparecía de modo algo contradictorio en Rodrigues Lapa, lo que podría deberse a la cautela con la que había que exponer en aquellos años cualquier idea que pudiese contrariar al poder. Por una parte, parece que bajo su propuesta no subyace ningún aliento irredentista: “Não importa que as fronteiras, que ninguém discute, nos separem através de enormes cursos de água” (1973; 278, refiriéndose conjuntamente a Portugal, Brasil y Galicia; cursiva añadida). Pero hay un irredentismo subyacente al considerar que lo que importa son “as mesmas origens culturais e a mesma língua, não falando já nas afinidades gritantes de temperamento” (ibidem), lo que exige una voz “clara, persuasiva e quanto possível unitária, pois a esse mundo que nos espera repugnará certamente o alarde excessivo das matizações” (ibidem). Estas palabras, al comienzo de su artículo, hay que verlas a la luz de otras situadas casi al final, y que ya hemos citado anteriormente: el portugués literario actual sería la forma que tendría el gallego “se o não tivessem desviado do caminho próprio” (pág. 286), que a su vez hay que enlazar con otras de Guerra da Cal, que Rodrigues Lapa hace suyas: “[o] verdadeiro meridián espritoal da Galiza pasa por Lisboa e polo Rio”. La ‘corrección’ de la lengua se usa pues, como un mecanismo —entre otros— para ‘corregir’ la historia (cfr. Vázquez Villanueva 1997). A la vista de cómo se ha ido planteando el tema de las identidades colectivas en estos últimos años, parece claro que la predicción de Rodrigues Lapa resultó equivocada, pues el mundo actual sí que hace alarde (no sé si excesivo) de toda clase de matizaciones. Las identidades distintivas proliferan y los discursos que las sustentan se trasvasan de unas a otras.15 Más acordes con la sensibilidad actual parecen las posiciones que propugnaban una vía autónoma para el gallego, claramente diferenciado del español; pero también, en la medida de lo posible, del portugués. Finalizaré resaltando que en estos momentos todo (incluido el tono crecientemente ofensivo de los discursos reintegracionistas) parece apuntar hacia una consolidación de la vía autonomista, especialmente debido al poco eco que ha tenido en el nacionalismo gallego la acusación de estar sirviendo por intermedio de la lengua los intereses del nacionalismo español. Aunque en algunos aspectos gráficos haya convergencia con las soluciones del español, no hay tanta como para que no se puedan aplicar al caso las palabras que Fernão de Oliveira escribió hace casi cuatrocientos años para una situación muy similar, cuando las diferencias entre portugués y español eran mucho menos perceptibles que en nues15 Incluso los reintegracionistas han descubierto la utilidad que les reporta construir su identidad como la de una minoría perseguida, socialmente excluida, lo que les permite piratear el noble discurso de los derechos humanos. Véase al respecto Fernández 1998-en prensa.

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tros tiempos: [...] e nós com os Castelhanos que somos mais vizinhos, concorremos muitas vezes em umas mesmas vozes e contudo não tanto que não fique alguma particularidade a cada um por si uma só voz e com as mesmas letras e a nós e aos castelhanos guerra e papel. E no pronunciar quem não sentirá a diferença que temos porque eles escondem-se e nós abrimos mais a boca? (1536; cap. 7)

Naturalmente, las palabras del genial gramático lusitano son también aplicables a las coincidencias gráficas entre el gallego y el portugués, tanto a las numerosas que ya existen actualmente como a las que se puedan producir en el futuro, en el caso de que los reintegracionistas tengan éxito en su labor. Y si las diferencias de pronunciación (aparte de las léxicas) son tantas que incluso la preposición “de” suena diferente en ambas lenguas, ¿a qué viene tanto empeño en lograr la convergencia gráfica total entre ellas, cuando el grado de convergencia existente garantiza más allá de cualquier duda su estrecho parentesco? Referencias bibliográficas Álvarez Blanco, Rosario: „O sistema fonolóxico do galego. Comparación có do portugués“. En: Kremer, Dieter (ed.): Actes du XVIIIe Congrès International de Linguistique et de Philologie Romanes (Trier 1986). Tome III: Grammaire diachronique et histoire de la langue. Dialectologie et géographie linguistique. Textes non-littéraires. Tübingen: Max Niemeyer 1991: 517-530. Balbín de Unquera, Antonio: „El portugués y el gallego“. En: La Ilustración Gallega y Asturiana 27 (1881): 315-316. Bunge, Mario: „La nuca del Doctor Houssay, o cómo los países pobres donan cerebros a los ricos”. En: Elogio de la curiosidad. Buenos Aires: Editorial Sudamericana 1998: 106114. Carballo Calero, Ricardo: „A liña do galego literario“. En: Grial 36 (1972): 129-135. Carballo Calero, Ricardo: „Novas bases para unha normalización lingüística“. En: Grial 59 (1978): 103-110. Castro, Ivo: Curso de história da língua portuguesa. Lisboa: Universidade Aberta 1991. Cintra, Luís Filipe Lindley: „Nova proposta de classificação dos dialectos galego-portugueses“. En: Boletim de Filologia 22 (1971): 81-116. [Reimpreso en Estudos de dialectologia portuguesa. 119-163. Lisboa: Sá da Costa 1983: 119-163.]. Coromines, Joan: „Sobre a unificación ortográfica galego-portuguesa“. En: Grial 53 (1976): 277-282. Coseriu, Eugenio: „El gallego y sus problemas. Reflexiones frías sobre un tema candente“. En: Lingüística Española Actual 9:1 (1987): 127-138. Fernández Rei, Francisco: „Posición do galego entre as linguas románicas“. En: Verba. Anuario Galego de Filoloxía 15 (1988): 79-107. Fernández Rei, Francisco: „La place de la langue galicienne dans les classifications traditionnelles de la Romania et dans les classifications standardalogiques récentes“. En : Plurilinguismes 6 (1993): 89-120.

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