¿En verdad estáis muertos?: la (in)certidumbre del deseo en Poesida de Abigael Bohórquez
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¢(QYHUGDGHVWiLVPXHUWRV"ODLQ FHUWLGXPEUH GHOGHVHRHQ3RHVLGDGH$ELJDHO%RKyUTXH] Publicado el mayo 26, 2014 por FRONTALGACETA
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Masks beneath masks until suddently the bare bloodless skull Salman Rushdie Dentro de la vasta obra de Abigael Bohórquez predomina en muchos de sus libros la construcción de una memoria personal y poética que dialoga y desafía, a la vez, con la historia oficial. Desde una poesía en muchas ocasiones autobiográfica, Bohórquez revela los problemas que presenta una historia porosa, a la cual se le escapan las voces y la visión de quienes no pueden enunciarla, de quienes no tienen las credenciales para formar parte de una historia completa. La poesía de Abigael muestra entonces lo que se encuentra en esos huecos y que no forma parte de lo que se ha escrito y dicho sobre movimientos sociales y eventos históricos específicos, como por ejemplo en Desierto mayor (1980) en el que rescata la historia de los filibusteros que entraron a Caborca para anexar el estado de Sonora a la unión americana en el siglo XIX, o Acta de confirmación (1969) en el que los temas se vuelcan sobre los movimientos sociales de finales de los sesenta en América Latina. El libro Poesida, ganador del Premio Internacional CONASIDA de la Organización Panamericana de la Salud, organizado por la UNAM en 1992, no es la excepción, ya que el tema unificador es la epidemia del Sida de los ochenta, que es quizás una de las tragedias más dolorosas del fin del siglo XX. En este libro, que fue enviado al olvido por las instituciones convocantes a pesar de ganar el premio, y que fue solamente editado hasta 1996, el gesto poético se centra en trabajar de nuevo con la anécdota. Pero como sucede también en sus poemarios anteriores, la anécdota no es en vano, ni se queda en el terreno de lo personal, sino que se convierte en un testimonio empático de los acontecimientos, en esa otra voz que no se ha tomado en cuenta. Lo que propongo en este estudio es que el proceso de transformación de la anécdota al testimonio se basa en una negociación entre la muerte del otro y la nostalgia: una nostalgia que, dentro de su propia configuración, propone una evocación del deseo. Defensor férreo del amor homosexual, Bohórquez imprime en Poesida esa otra cara de las víctimas del SIDA mediante la construcción de una memoria poética que va de lo propio a lo ajeno. Pero va aún más allá, y es lo que me interesa, ya que los escasos estudios que se han hecho sobre la obra de Abigael se centran en el tema homosexual y creo que le hace poca justicia a su amplia gama de temas y de recursos estilísticos que son solamente suyos. El gesto que trasgrede a la temática homosexual es que la construcción de la memoria poética se enmarca en un gesto general que es el proceso del duelo, que implica una evocación nostálgica del deseo. Pero entonces, me pregunto, ¿cómo construir un imaginario que resignifique y reivindique la figura del Otro en el marco de la Historia? ¿Cómo, desde la poesía, se muestra una nostalgia por sujetos duales, que han sido marginados pero a la vez tienen un significado íntimo y profundo para quien los evoca? La intención que muestra Bohórquez por develar la historia de las víctimas del Sida, es a la vez la de reconstruir, desde el duelo, su historia personal. Lo vemos claramente en la introducción de la obra, en donde Bohórquez asevera: «Traigo este documento cruel pero solidario para pedir comprensión infinita para los ciudadanos del mundo que han muerto víctimas de este cáncer finisecular y bondad para estos poemas del paraíso perdido que algún día que mi imaginación no alcanza a predecir reencontraremos: Poesida, poesía testimonial de quien pudo escribirla con todas las palabras de que es capaz un hombre, en Hermosillo, Sonora, a los veinte días del mes de marzo de mil novecientos noventa y uno» (18). La operación poética de traer el pasado al
marzo de mil novecientos noventa y uno» (18). La operación poética de traer el pasado al presente, desde la historia personal, funciona como un marco de referencia para toda la obra, la metáfora de revivir a los muertos es en sí la tematización que engloba los poemas como un anecdotario: Estáis muertos. Pero, ¿En verdad estáis muertos, promiscuos homosexuales? MUERTOS SIEMPRE DE VIDA: Dice Vallejo, EL CÉSAR. (23) Además de presentar el poemario, el texto Poesida, que le da nombre al libro, inserta a Bohórquez en una tradición poética latinoamericana. La referencia a César Vallejo es la del compromiso con la lucha social, pero también con la recuperación de un pasado original, de una historia que no ha sido contada y que, en el caso del poeta peruano, comienza a enunciarse desde la aparición de su obra. Así como Vallejo comienza la ola de poesía indigenista en el Perú, Abigael pone sobre la mesa, sin duda adelantándose a su tiempo, la poesía testimonial de tema homosexual, sin miedo a decirla, y a partir de ello, la rebasa. Los materiales con los que trabaja Bohórquez en esta obra no pertenecen a la retórica de la memoria histórica, la cual se constituye, desde mi punto de vista, de un proceso de recolección consciente de experiencias sobre el pasado. En cambio, Poesida construye una memoria poética, que según Uta Gosmann «posits that the self is more than the compound of a person’s remembered biography. Poetic memory does not depend on the accuracy, linearity, causality, or coherence of historic memory, and it reaches beyond the accountable facts of a life toward the notion of a self that is dynamic, expansive, and full of potential» (1). Su memoria poética, la que no implica una imparcialidad ni una linealidad consciente, es la que genera la posibilidad de que la anécdota se transforme en testimonio. Pero creo que además el testimonio de Bohórquez implica también una búsqueda de la verdad, una verdad plural que se sume a otras voces, y que puedan revelar un panorama mucho más completo de los acontecimientos a los que se refiere. Poesida no es un anecdotario como tal, no implica una serie de historias que cuentan un suceso: lo que hacen los poemas de esta obra es un ir y venir de argumentos, un testimonio a través del duelo, y en el duelo una negociación con la muerte del otro a través de la nostalgia, que implica la evocación del deseo. Hay una confianza inherente a la voz, como lo asevera Beatriz Sarlo al hablar del testimonio como verdad: «discute la primera persona como forma privilegiada frente a discursos de los que la primera persona está ausente o desplazada. La confianza en la inmediatez de la voz y del cuerpo favorece al testimonio» (23). En el poema Duelo, Bohórquez revela el proceso de su artificio:
Vengo a estarme de luto por aquéllos
Vengo a estarme de luto por aquéllos que han muerto a desabasto, por los que rútilos o famélicos, procurando saciar su corazón o su hambre, cayeron en la trampa; eran flores de arena, papirolas, artificios de bubble gum, almas de azogue, veletas de discotheque, aleteos, dispendio, pero eran también un alma, una palabra, un esqueleto de pan y sal, con rincones amables como el tuyo o el mío, compañero (…) (61). ¿Podría ser lo que se muestra en este texto el proceso del reconocimiento, de mostrar esa dualidad de estar en dos mundos a la vez, de tener dos vidas? El diálogo que se entabla en el texto de Bohórquez creo yo es también el que hace Butler en Marcos de Guerra, el de la reconocibilidad de las vidas como vidas, la dualidad de la vida que «está viva, pero no es una vida» (22). Además, este proceso implica una responsabilidad, como continúa Abigael: Vengo a estarme de luto porque puedo. Porque si no lo digo yo poeta de mi hora y de mi tiempo, se me vendría abajo el alma, de vergüenza, por haberme callado (62). El proceso de transformar la anécdota en testimonio está enmarcado en este proceso de duelo, mayor, el proceso de decir lo visto y oído para expiarlo. ¿Es el duelo perenne o terminable? ¿Lo es la nostalgia? En el proceso del duelo hay también una negociación con la muerte del otro, con lo que queda del otro y es evocable en el presente. Pero, ¿cómo sentir deseo en el presente si lo que ha desaparecido es precisamente ese objeto de deseo? ¿Cuál es entonces el famoso object petit a lacaniano en este contexto, el objeto‑causa del deseo? Porque la evocación está ahí, como la vemos en el poema
contexto, el objeto‑causa del deseo? Porque la evocación está ahí, como la vemos en el poema Slogan: Pero hubo días hasta la desvergüenza donde fuimos tan lúbricos tan móviles tan fértiles tan plácidos tan sórdidos, presuntos dueños del amor intemporal; porque hubo días en los que fuimos aquella mano que buscaba, y aquella otra mano que daba sobresaltos, y aquella breve mirada solándula y promiscua, porque todo estaba tiempo de la pasión, y convivimos la cintura del canto, y no conocíamos piedras en el camino; pero hubo días en los que fuimos los únicos culpables de esta vieja batalla recientemente concluida, en la que no diré que te he perdido para siempre, sino que yo te amaba y he muerto (40). La evocación de este deseo en el pasado implica una frustración, que también está presente en los demás poemas del libro. Hay un sentimiento de desaparición en el que el testimonio vuelve hacia lo propio, hacia la intimidad, o en las palabras de Abigael: «y otra vez el amor recomenzado / en el hedor profundo de la muerte» (56).
el hedor profundo de la muerte» (56). ¿No es esta la frustración de la que habla Lacan al decir que «es frustración no de un deseo del sujeto, sino de un objeto donde su deseo está enajenado y que, cuanto más se elabora, más se ahonda para el sujeto la enajenación de su gozo» (196)? La desaparición del objeto del deseo es la causa de la frustración. Y aquí me arriesgo: ¿No es la muerte el objeto‑causa del deseo, ese mismo marco en donde es imposible eludir la evocación? La muerte funciona como el agalma, esa caja que contiene al objeto‑causa del deseo. Lo vemos en el poema Andén: Que un puñado de tierra lleve hormigas para que sobre mí pueblen su casa; que un puñado de tierra lleve trigo y se cubra de pan mi calavera; y un puñado de tierra con tu nombre para enterrarlo con el mío. (43). La voz poética de Abigael se puebla de intimidad, de una intimidad fúnebre que me recuerda al polvo enamorado de Quevedo, en su más profunda faceta de amor. ¿Desde dónde enuncia Bohórquez? Pareciera que la función del testimonio empático es ponerse en el mismo plano que su objeto, de enunciar desde la tumba, o recordando ese dicho popular que aplica muy bien en este caso: «en la muerte todos somos iguales». Tal vez lo que hay en los textos de Poesida, es un reciclaje del sentimiento del deseo por el deseo mismo, un traer al presente el pasado como la forma ulterior de la nostalgia ante la desaparición de un objeto que es ya imposible de conseguir: un objeto del deseo que sólo puede revivirse a través del deseo mismo. Sin embargo, toda evocación del deseo más puro en Poesida está envuelta por un hálito de muerte, un territorio lóbrego desde el que enuncia. Es en este gesto en el que propongo se da la negociación entre el pasado y el presente, en donde el duelo se vuelve nostalgia. Si traigo a colación la propuesta de Svetlana Boym, la nostalgia implica un duelo por la casa perdida, un sentimiento de pérdida de la casa natal u original, así como un deseo de retorno. En el poema Mural, vemos los espacios desde donde Abigael enuncia:
tal vez se mueren todos
tal vez se mueren todos desencantados de otros días también con muchos/ bajo las regaderas de los baños, o el cachondor de los cines a tientas, forniqueciendo en las cuevas umbrías, o en los bares hediondos donde buscando encontrarían al nuevo al mismo al del otro, o aquellos otros más, los pobres, sentenciados con su primer amor que ha sido el último; (55). ¿Es esta la casa de donde han sido exiliados los sujetos, la casa que era la libertad y la muerte a la vez? El sentimiento de nostalgia que puebla los poemas de Poesida se enuncia desde el abandono de los espacios. El proceso de duelo implica una negociación con la desaparición del sujeto, pero también de sus espacios, los que dieron oportunidad de un refugio antes del refugio eterno de la muerte. Creo que el proceso de duelo por el que pasa Bohórquez, y que le da fuerza e impulso a su testimonio, es el hecho de que su voz es personalísima: las referencias a un destinatario sin nombre son la posibilidad de un deseo que sólo podría describir como metonímico, que cambia siempre de nombre; pero también hay una referencia que me interesa sobremanera, que es la referencia a su madre, Sofía, que aparece por lo menos una vez en muchos de sus poemarios. Lo vemos en el poema más largo, Cantares: Es ahora cuando me acuerdo más, y también otra vez de ti, doña Sofía que por setenta años lástima cargaste pesadumbre de tu hijo como tú, irguiendo la mirada sufrida de tu dolor contra el pueblo rascuache; (…) (50). Y posteriormente, la voz poética se alivia al saber que Sofía no verá la tragedia: «que peor hubiera sido quedar sin mí,/ tú, viva y/ en el televisor:/ el sida el sida el sida el sida/ y otra vez estar
Y posteriormente, la voz poética se alivia al saber que Sofía no verá la tragedia: «que peor hubiera sido quedar sin mí,/ tú, viva y/ en el televisor:/ el sida el sida el sida el sida/ y otra vez estar muerto» (51). La aparición de la figura de la madre es, en mi lectura, una muestra de que la tragedia no es exclusiva a sus víctimas, sino que trasgrede su campo de inmanencia, ese que ha sido impuesto por la historia oficial. Pero entonces, aún me pregunto, ¿cómo cerrar el proceso de duelo? ¿Cómo terminar ese proceso interminable de analizarse a sí mismo? Este es un primer acercamiento a muchas preguntas de las cuales aún no tengo respuesta, o por lo menos, no todas las respuestas. Si me aventuro, pudiera decir que creo que el duelo cierra su ciclo en el penúltimo poema del libro, el que cierra a su vez la serie de poemas titulada Retratos: Cuando el alba aletee otra vez y vuelva al mundo la claridad, y quizá yo no exista, y los jóvenes asuman nuevamente la fuerza comosea del amor en el sexo cualquiera, y el AIDS sea un slogan de los ochentas, habré de ver qué digo de donde esté: Lázaro resucita cada día entre los minerales del estiércol, y la paloma de la masacre volverá a hacer pichones bajo el cielo. (77). Al final, sólo me queda decir que este poemario no quedó en el olvido por el mismo gesto que hace Abigael, ya que un pequeño y selecto grupo de sus amigos, ante la prontitud de la muerte del poeta por un problema cardiaco derivado de su alcoholismo, organizaron una suma modesta de dinero, y con sus incipientes instituciones culturales en la provincia más provincia, publicaron la primera edición de este libro. ¿No es esto también lo que hace Abigael, rescatar del olvido lo que ama? Referencias Bohórquez, Abigael. Poesida. Hermosillo: Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noroeste, 2009. Boym, Svetlana. The future of nostalgia. New York: Basic Books, 2001.
Boym, Svetlana. The future of nostalgia. New York: Basic Books, 2001. Butler, Judith. Marcos de guerra: Las vidas lloradas. Buenos Aires: Paidós, 2010. Gosmann, Uta. Poetic Memory. Lanham, Maryland: Fairleigh Dickinson University Press, 2012. Lacan, Jacques. Escritos. Madrid: Biblioteca Nueva, 2013. _____________ Bruno Ríos Martínez de Castro es escritor, editor y crítico literario. Es Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por el Tecnológico de Monterrey y candidato a Dr. en Literatura Hispánica por la Universidad de Houston. Es autor de los poemarios La blanca espera del tren (Editorial Foc, Barcelona, 2012) y Sequía (Editorial Foc, Barcelona, 2013). Su obra crítica y literaria ha sido publicada en diversas revistas y antologías en México, Estados Unidos, Perú, Argentina y España. Se especializa en literatura mexicana contemporánea del norte, con énfasis en la poesía y narrativa que giran alrededor de temas relacionados con violencia, memoria y género. Actualmente es asistente de investigación en el Recovering the U.S. Hispanic Literary Heritage Project y editor de Frontal, Gaceta Digital de Crítica Literaria.
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