En torno a la noción de \"Lo Otro\", en Gilles Deleuze

Share Embed


Descripción

En torno a la noción de “Lo Otro” en Gilles Deleuze

Álvaro Hernández Ramos Doctorado en Filosofía Universidad de Chile

1

Diferencia y repetición

Gilles Deleuze Capitulo V. Síntesis asimétrica de lo sensible

Pensar desde la alteridad el reparto de lo sensible

2

Introducción

Desde el capítulo V, Síntesis simétrica de lo sensible, de “Diferencia y repetición” de Gilles Deleuze ( amorrortu editores, Buenos Aires 2002) este informe presentara tres aspectos temáticos: A) La relación entre el concepto de asimetría y síntesis: Límite, percepción e intensidad. B) La relación entre el Je (moi) y Yo fisurado/ Lo Otro. C) Cartografía del Eterno Retorno nietzscheano.

Estos tres aspectos son parte de una diversidad de puntos que son elaborados por el autor. Como decisión de escritura me concentré en aquellos puntos donde sospeché podría tener lugar el concepto de alteridad. Tema que no constituye el eje central de sus tesis, pero sí de manera suplementaria, se instalan al margen de los desplazamientos y disparidades que enfrenta el Yo, en su impulso de representarse un mundo. La percepción jugo un papel de eje, desde ahí se intentó enfrentar el tema de la alteridad, aun cuando ésta aparece casi al final del capítulo V. Por la diversidad de temas que aparecen en este texto (Diferencia y repetición), como también por la complejidad que significaba abordarlos de manera tan sintetizada y abrupta, se decidió abordar lo pertinente a las ilusiones posicionales del Yo, cómo elabora sus percepciones, y cuál es la fuerza de arrastre del Eterno Retorno, que llega a modificar los planos de intensidad de la experiencia y a los objetos dentro y fuera de ella. Para eso comencé por incorporar las ideas del filósofo mañanero, Heráclito, cuyo acercamiento en torno a los conceptos de cambio, devenir, finitud y movimiento, podían arrojar una idea presentida o anticipada de cómo el devenir impacta el ámbito de la experiencia y las formas de representarla. Por otro lado, la entrada nietzscheana, en la idea de Eterno Retorno, invita a hacer relacionas bajo la idea de fuerzas en pugna, que afectan las formas totalitarias de la subjetividad. Aquí se ven en crisis los conceptos de Identidad, Mismidad, Negatividad, y Dialéctica. El contraste de la idea de disparidad y asimetría, hizo que el informa tomara una dirección limitada pero sostenida en la figura de la alteración y modificación de un Yo estático y posicionado desde sí mismo. En el fondo, se intentó tematizar esta ilusión trascendental en un Yo escindido y en permanente caída hacia un abismo, forma del desierto, de un afuera sin origen y que posibilita por otro lado las diversas aperturas para configurar nuevos modos de percepción de la realidad.

3

I.Límite, percepción e intensidad

La primera cuestión que sobresale en el capítulo V, de Diferencia y repetición, de Guilles Deleuze, es su título, extraño y movedizo por decirlo así, puesto que nos lleva a pensar la noción de síntesis, en un plano de significación distinta, no familiar. Síntesis asimétrica de lo sensible, expresa en este denso desarrollo analítico, que no se deja sustraer a la clásica comprensión ontológica del termino: Síntesis, en un sentido hegeliano, en tanto operación de la conciencia que concilia o unifica las oposiciones en términos únicos, específicos y dominantes, y cuyo movimiento de apropiación es propugnado por la misma (conciencia) como el ejercicio mediador del pensar. De hecho, en la estructura misma del enunciado o proposición, “S es P”, se hace visible la síntesis en que consiste el pensar mismo. No sólo se sintetizan y encadenan sujetos a predicados, para formar enunciados, sino también enunciados para formar razonamientos. Kant y el mismo Hegel se vieron frente al problema de lo diverso de la experiencia, intentando establecer operaciones de apropiación, y de unificación de lo real. La supuesta Unidad de la experiencia implicaba que ésta tuviera un sentido como conjunto. Kant por ejemplo, expresaba la síntesis a priori, a la que llamó, “unidad sintética de la apercepción” o “unidad trascendental de la autoconciencia”: el Yo. Hegel por otra parte determinó la noción de síntesis, como el tercer momento del movimiento dialéctico, que unifica, superando los opuestos: tesis y antítesis. Para la academia filosófica claramente esto no es nada nuevo. Pero al entrar en los modos analíticos deleuzianos, aparecen otras cosas, otros focos oscuros que el entendimiento, acostumbrado al reparto tradicional de lo sensible, no logra dilucidar. La síntesis ya no operaría en la oposición, no necesita de los contrarios, puesto que ella misma es un modo de percepción de una intensidad 1. Tenemos un cambio en la idea de síntesis, o por lo menos operaría en otro campo de acción. Luego el concepto de asimetría, de disparidad, aquello que se configura desde la diferencia, por supuesto diferencia de intensidad, es decir, lo que capta nuestra percepción serían diversos grados intensivos en un campo extensivo, por lo que ésta (la percepción) haría posible la captación de todo fenómeno de la experiencia. Por el contrario, lo que buscaba la ontología tradicional era el “buen sentido” que diera proporción a las definiciones con respecto a los fenómenos, intentando generar desde el ______________________________ 1 La noción de intensidad en Deleuze, es la que determina los modos de percepción a través de la extensio, en ese

sentido, la experiencia misma se compone de grados de intensidad, diferencias y magnitudes. La síntesis operaría en esa diversidad, no teniendo razón de ser más que desde ésta última.

4

entendimiento, simetrías, espacios de mensurabilidad o medida que rigieran y ordenaran el reparto conceptual de lo sensible. Estos dos conceptos: Síntesis y asimetría comienzan a problematizar los modos de conocer los grados de intensidad de la experiencia. Y finalmente el concepto de lo sensible, que forma parte del campo mismo de la percepción, ahora expandido sin reservas, al estatuto de lo que hay de realidad percibida. La trama del título proyecta una triple complejidad, a saber: intentar como lectores dar nitidez a una estructura de enunciado que se sustrae provisoriamente a todo esfuerzo de localización. Sin duda no es la intensión deleuziana, no hay ningún viso por establecer un recambio en los modos de percepción metafísicos. Más bien está la apuesta por una metamorfosis, la transformación de un pensar que se desplaza de las convenciones ontológicas tradicionales, pero no en un ánimo de “corrección” de los dogmas de la representación, sino de ampliar los niveles de comprensión de lo real. Ampliar implica abrir espacios inestables, afectivos, diferenciales, cuyo efecto es visualizar el modo en que se despliegan nuevos efectos, bajo diferencias intensivas, que a la larga del recorrido de la percepción, desfonden toda identidad, causalidad, y la estructura convencional de la lógica. Sin embargo, nunca se abandona un modo de procedimiento lógico, no es al parecer la intensión deleuziana. Lo que ocurre es una apertura sombría que nos lleva a apreciar la tensión del “absoluto”, a mirar cómo está tejida la trama de la representación y su teatro. La sensibilidad escapa a lo inteligible, y éste último opera desde ella prometiendo su atrofia, la lisia por decirlo así, encerrándola bajo un método de apropiación que centra su interés en el poder del centro (logocentrismo). La intensidad de lo sensible es envuelta y embrionizada, se recoge encorvada por la geometría simétrica de la representación. Por lo mismo ella, la intensidad es implicante “por” e implicada “en”. Un doble pliegue anuncia el estado de la intensidad, que aun así no se deja mensurar, puesto que sus grados son diversos, son capaces de sufrir modificaciones permanentes, grados de diferenciación que se repiten, al punto en que la propia percepción se ve obligada a modificarse y a formar parte de esta extraña alteridad 2

2 En Heráclito es visible que su filosofía consta de oposiciones. La naturaleza está repleta de dualidades que la tornan contradictoria pero a la vez sostenida por una razón o logos interno. Sin embargo está la noción de cambio, lo que transmuta permanentemente, y que hace que nada sea igual a lo anterior. Ningún acontecimiento es igual a otro, puesto que la realidad cambiante de lo otro, o alteridad, constituye la ley de lo que en el tiempo se torna relativo. En Deleuze pareciera ser menos claro, pero no por ello excluyente. A lo largo de este capítulo se preparan los elementos analíticos que desarrollaran estas perspectivas cuyo efecto es visible: ante la alteridad no hay arraigo posible de unidad ni sustancia. Incluso hasta en el principio de simetría hay algo que se desfonda, ese “algo” está dado extrañamente en el mítico relato de la creación, emancipada por una voluntad suprema, cito al autor: “Por consiguiente, es muy cierto que Dios hace el mundo calculando, pero esos cálculos nunca son exactos, y esa inexactitud en el resultado, esa irreductible desigualdad es la que forma la condición del mundo. El mundo “se hace” mientras Dios calcula, no habría mundo si el

5

cálculo fuera exacto.” Pág. 333 Cap. V. Síntesis asimétrica de lo sensible “.Diferencia y repetición”, amorrortu editores.2002, Buenos aires.

¿Aparece el problema de la alteridad en esta obra? De alguna manera sí. Sostengo que de manera subrepticia, tangencial o más radicalmente dicho, en forma tácita. Sin embargo esto no implica que la alteridad, en tanto problema, sea el centro articulador de toda esta trama textual. La tesis sostiene que si Deleuze comprende todo fenómeno expuesto a la diferencia de intensidad, propia y perceptual, es decir de la que se tiene de él, entonces la fuerza de arrastre del devenir echa todas las cartas de lo mutable, de lo propio diferenciado sea por el paso de tiempo, por los cambios de percepción, por la intensidad de los afectos, o sencillamente por el curso de la vida en sí. Si toda diferencia no es más que un grado especifico de intensidad, ésta se ve suprimida por la extensión, en algún sentido extinguida- radicalmente-, fuera de sus goznes. Y por otra parte es posible observar las variables de estos movimientos intensivos, es posible, como observador, intentar hacer el ejercicio de trazar un diagrama abierto, sin principio ni fin, “una línea recta heterogénea”, como sostiene el mismo Deleuze. En este trazo perceptual que describe el autor, no corren las reglamentaciones convencionales de la ontología. Todo es abierto, es un desierto, todo es afuera, y la interioridad se transforma en el mito oscuro que toda la metafísica levantó como esquema fundamental, y desde el cual se articularon los principios de identidad, unidad, mismidad, orden, ley e inteligibilidad.

Baste revisar los fundamentos platónicos para percatarnos del gran alcance de su filosofía pre-sistemática. Hasta hoy esos principios siguen gravitando en nuestro sentido común. Pero esta no es la discusión que sostiene radicalmente Deleuze. La alteridad fue el lugar desde el cual se constituyó todo reparto posible. Y no a la inversa. Sólo porque hay devenir, cambio, fluctuación está la necesidad de regular, ordenar y medir la experiencia posible. De ahí que lo inconmensurable de nausea. La percepción no puede mirar dos realidades diferidas entre sí como si fuesen una, y así poder concluir que ese “uno” o “único” es la diferencia misma. Nietzsche es un lugar desde donde podemos visualizar este devenir fenoménico, aun cuando su modo, bajo el concepto del “eterno retorno”, implique pensar que lo que “retorna” sea lo “mismo”, y esto último, como la forma más visible de la diferencia, de la disparidad, y por lo tanto de la diversidad de fenómenos y sus variables. Quizás sea aventurado aseverar que el tema de la alteridad sea la fábrica misma, desde la cual se configura el reparto de lo sensible. ¿Y desde que otro referente es posible pensar lo que hay de componente sensible? Si nunca fue lo puramente inteligible aquello que 6

determinaba realmente la naturaleza intima de las cosas, como si se tratase de confirmar una filosofía sin cuerpo, es por lo que el presente informe sostiene lo único dado a los sentidos: la experiencia sensible. Y desde esta experiencia se piensan las formas categoriales, las síntesis. Es desde lo sensible, cuyo componente es la alteridad, donde se despliegan la disparidad y las diferencias intensivas. Bajo esta norma sin norma, la percepción apostó por la apropiación de la representación, en un teatro de crueldad, poder y sustitución permanente de los estatutos categoriales 3.

Lo que la percepción ha hecho y sigue haciendo, es tratar de unificar la realidad bajo márgenes de enunciación y reglas variadas de control. Con esto no refiero sólo al poder factico, sino al poder racional- sistémico. El poder del enunciado y de la enunciación. Lo que hace la sentencia categórica es reprimir la alteridad fenoménica, oponiendo un movimiento negativo bajo la orden de la oposición y el binarismo. ------------------------------------------------------------------------------------

3 Nótese en Foucault la descripción realizada en su texto, “Vigilar y castigar”, acerca de los modos de castigo y tortura. En parte alude al modo de operar de una subjetividad instalada en la noción del Yo. Éste último como un lugar imaginario y fisurado, que intenta posicionarse de un centro desde el cual puede suprimir o evitar el devenir permanente de las cosas. La alteridad y sus peligros, amenaza con destituir toda construcción posible, no sólo la obra cultural del Yo, sino también su estructura interna.

Sin duda Deleuze piensa en varias direcciones. Spinoza y Nietzsche son algunos de sus referentes claros en este desarme creativo de la ontología tradicional. Pero esta suerte de deconstrucción no es al modo derridiano. Acá se ponen en juego otras operaciones quizás más complejas de definir. Por ejemplo el carácter noumenico de la diferencia. Esto sí deja en claro que la escritura deleuziana no se instala torpemente en la frontalidad, como si se tratara de una resistencia en bloque. Hay más bien un gesto de construir ángulos complejos, ciertas directrices cuyo objeto es la percepción misma, la noción extraviada de sujeto, o el mismo Yo fisurado frente al Je moi. La seña en Deleuze es apuntar hacia todos los centros, incluso a los que él define como “centros de envolvimiento”. Aquí sin embargo tampoco hay un cuerpo definido. No se da en este capítulo el sentido de un cuerpo orgánico, a partir del cual podemos reconocer sus partes y las relaciones internas de las que participan. Esos “centros de envolvimiento” detienen la circulación intensiva. Detienen el movimiento de alteridad que la propia energía busca desplegar. Si no es el “tema” central de este texto, sí, insisto, se da de forma implícita, a la manera de una fábrica de materiales. La metafísica trabaja en esa fábrica, no hay otro recurso persuasivo que valga.

7

¿Qué está en juego? Las formas de la percepción, las líneas que ésta dibuja como interpretación de un mundo, sin embargo, el teatro de la representación se resiste. La subjetividad se resiste a abandonar las representaciones, los reemplazos, las sustituciones. De alguna forma este teatro abrió su carpa experimentando el pathos por la irritabilidad que le generaba la disparidad de lo diverso, y creyó obsesivamente en una sustancia invariable que no experimentara el cambio de la experiencia. La experiencia en ese sentido sería pura naturaleza de cambio, de modificaciones, fluctuaciones indefinidas, y todo ese despojo configuraría la intensidad diferencial, las magnitudes intensivas, los rastros, las huellas, visualizando que esa intensidad es lo que de manera manifiesta se percibe, tanto en su movimiento de singularidad, como en los grados de intensidad en que se desenvuelve. Por otro lado el spatium intensivo configura su profundidad y organiza las distancias. Pero no sin la participación de ese yo fisurado que a golpe de narciso, intenta reconstruir esos pedazos, las partes que el propio arrastre de la alteridad le da y le quita. De ese modo percibe que es envuelto por la profundidad (lo envolvente) y así sufraga en ese spatium intensivo el vértice donde mide y registra su distancia.

II. Je ( moi) / yo fisurado

La fragmentación es el estado de un Yo, que experimenta la ilusión de una interioridad fragmentada. Pero esta teatralidad, cuyo único personaje es este yo, se configura en el otro, en la condición de ser “otro”, en ese momento diferencial y diferenciante que lo arrastra a un permanente afuera, desértico y sin arraigo posible. El Yo acostumbrado a la compañía de sus representaciones intenta afianzarse en el “uno-mismo”. El yo (moi), para Deleuze es como un Dios, forma y garante de la identidad. Cito: “…. Es todo lo que no aparece sino bajo la ley de “una vez por todas”, en la que está incluida la repetición cuando se somete a la condición de identidad de una misma cualidad, de un mismo cuerpo extenso, de un mismo yo (moi) (así la resurrección)….”pág. 364. Cap. V síntesis asimétrica de lo sensible, “Diferencia y repetición”. G Deleuze.

Contrariamente, el Yo universal, en su ilusoria mismidad, vive la experiencia de la repetición sostenida, movimiento también ilusorio, cuyo único referente está en lo diverso mismo en tanto intensidad dada. El mismo Deleuze insiste en la idea de lo otro como aquello donde se configura la plena diversidad y diferencia. La aceptación de esa fisura completa la idea del “entre diferencial”, como un grado singular de la intensidad. La 8

percepción del Yo (moi), sólo encuentra en su desborde la supuesta re-afirmación de sí mismo, esa es la paradoja fundamental que inmola la escena del reparto metafísico. Para esta idea la figura del Diagrama, opera efectivamente. Una figura geométrica que no posee ni principio ni fin, es más bien una superficie abierta, hace que la percepción de este yo (moi) se extravié en el mapa lógico de sus representaciones. No es capaz de visualizar, por ejemplo, la metáfora deleuziana de una línea recta heterogénea. El ejemplo es directo, pero sirve para trazar la imposibilidad del Yo (moi), que se obstina en la tensión sistemática y secuencial de sus imágenes en torno a lo real. Juan Luis Martínez, en su “Nueva Novela”ediciones archivo, ilustra un caso similar con la metáfora de la intersección de dos calles. Una calle se llama Gauss y la otra Lobachevski. Claramente alude a ambos matemáticos que contribuyeron a las ciencias exactas, particularmente en materia de número y calculo. A esta imagen se le suma un perro, que en cuyo paseo se extravía, precisamente cuando llega a la intersección de dichas calles. Ahí desaparece…. La lógica se resiste a la discontinuidad. Afianza sus trazos a la comprensión de un mundo mensurable, manejable desde sus normas a la apropiación y aplicación de una ley. Claramente Martínez invita a realizar la experiencia del desborde de aquella mirada que no ostenta de normativa unidireccional. Es una suerte de ejercicio para la percepción, acostumbrada por fuerza de ley, a tener que secuenciar sus representaciones e hipótesis de la realidad. Lo que comienza con un juego poético termina siendo perspectiva frente a la clausura sistémica del estatuto del pensamiento occidental. La fisura se convierte en un estado. Ella misma es condición de diversidad y apertura. Lejos de conceptualizarse como “inestabilidad”, ésta hace posible la ilusión de estabilidad y arraigo, de fundamento si se quiere. Las magnitudes intensivas se despliegan en este espacio de coyuntura no-dialéctica. Aquí se dan las “diferencias”, las intensidades diferenciales. En ese entre se difumina la mismidad, y el yo, desamparado comienza a percibir la diversidad incontrolable del devenir. El devenir, como efecto que se repite ya no como lo mismo, sino como pura diferencia, entra en la trama de lo que retorna, y, aquello que retorna no es sino la misma diferencia como grado de intensidad perceptual. Por lo que el yo (moi) se fractura finalmente en el propio esfuerzo de re-apropiación y mediación, sin nada que lo contenga en un sentido negativo o dialéctico. Lo otro 4, momento diferencial de lo mismo, se configura en la empresa destinada al reparto, el lugar de los materiales, de la materia misma desde la cual se elaboran la multiplicidad de conceptos y normativas a priori. Lo que el yo fisurado percibe es su pura diferenciación, un grado relativo de intensidad, como también aquello sobre lo cual deposita su observación es lo intenso percibido. Es una suerte de gamas e intensidades, de formas, aspectos, líneas, etc. Es lo percibido por este yo “fisurado”. Él mismo es parte perceptual de esa diversidad de intensidades 9

relativas. Por otra parte, el Yo moi, se convierte en el vapor, en el último humo del rito de la representación, y así, en un trazo de búsqueda, la mediación en tanto relación dialéctica, se exime a sí misma ante la ausencia de re-conocimiento. Por esta ausencia es que Deleuze croquea su análisis de la tendencia ontológica, a creer dar el reparto desde la pura mismidad e identidad del yo (moi). Lejos de elaborar una crítica simple y confrontacional, explica que el reparto no es sino desde la disparidad de lo sensible, en el movimiento del devenir y de lo otro, como momento diferencial, o el salto al vacío, hacia el lugar que no presenta analogía ni correspondencia. En este doble extasiado, que el propio Yo (moi) se inventa, aparece el espejo ilusorio de una interioridad que comparte dependencias con la exterioridad. Desde su autorreferente “identidad” determina sus criterior de verosimilitud y contraste. Estable el binarismo cayendo en la crudeza de lo falso, lo verdadero, lo real o lo imaginario, promoviendo la economía de lo real.

-----------------------------------------4 Hegel da a la alteridad el nombre de “lo otro”, otorgándole un lugar destacado y hasta “necesario” (las comillas son

mías), en la constitución del sentido (y de la realidad) de las cosas. Todo lo que es, pero la comprensión de lo que algo es depende de comprender lo que no-es, porque nada “es” simplemente; todo se relaciona-dialécticamente-con todo. Entre las cosas que para ser plenamente necesitan del “otro” está en particular el “Yo”. Esta figura negativa, desplazada por la perspectiva deleuziana, constata la crítica del pensador francés frente a la co-dependencia dialéctica de esa necesidad de mediación. Aquí, lo otro, constituye la locura, una metáfora de salida al constructo sistémico negativo. Por lo que en las páginas 363 a la 370, y en adelante, conjuntamente con la idea de un yo fisurado, y por otra parte sobre el eterno retorno nietzscheano, su crítica sostendrá lo insostenible, la determinación de la alteridad como momento diferencial intensivo. La muerte, incluso como lo otro de la vida, se manifiesta como acontecimiento incontrolable, inconmensurable, puesto que no es posible por ningún lado, su planificación y determinación precisas.

“El Yo (Je) y el Yo (moi), por el contrario se caracterizan inmediatamente por funciones de desarrollo o explicación: no sólo experimentan las cualidades en general como ya desarrolladas en la extensión de su sistema, sino que tienden a explicar, a desarrollar el mundo expresado por otro, sea para participar en él, sea para desmentirlo ( yo despliego el rostro horrorizado de otro, lo despliego en en un mundo horroroso cuya realidad me asalta o cuya irrealidad denuncio)”.Pag.387, cap. V. Síntesis asimétrica de lo sensible, “Diferencia y repetición” ,G.Deleuze, amorrortu editores, Buenos Aires 2002. El otro se transforma en expresión de un mundo posible. Cito nuevamente: “El otro, en un sistema psíquico Yo (Je)- Yo (Moi), funciona por lo tanto como centro de enrollamiento, de envoltura, de implicación.”Pag. 387, Cap. Síntesis asimétrica de lo sensible, “Diferencia y

repetición”, G. Deleuze, amorrortu editores, Buenos Aires, 2002. Y mas abajo en la misma página determina que : “ El es ( Otro) el representante de los factores individuantes. Y si es cierto que hasta para un ser microscópico tiene valor otro organismo, cuánto más cierto es en lo que respecta al Otro, en los sistemas psíquicos. El Otro provoca en ellos los ascensos locales de 10

entropía, mientras que la explicación del otro por el Yo (moi) representa una degradación conforme a la ley.” El Otro (autrui) no es sino un Yo fisurado, pág. 388. Podemos en ese sentido convertirnos en

sujeto que desea y luego en objeto deseado. El propio transito intensivo constituye aquella alteridad, cuya característica es la variación, el desborde y la graduación intensiva. Pero para el Je (moi), el vínculo con la estandarización de la representación, le impide participar de este movimiento heterogéneo, provocándole a la larga su reclusión ilusoria en una identidad aparentemente inamovible. La expansión viva de ese Yo fisurado, representa para el Yo universal, el estado de la locura, algo así como un movimiento pendular donde es imposible establecer certezas dentro de un “buen sentido”. De ahí que Deleuze exprese que la estructura del otro y la función correspondiente del lenguaje representan efectivamente la manifestación del noúmeno, el ascenso de los valores expresivos o la tendencia de interiorización de la diferencia.

III. El eterno retorno

La complejidad que representa la idea nietzscheana del eterno retorno, arroja una sombra espesa. Nos preguntamos entre otras cosas Qué es lo que retorna. Cómo retorna. Y cómo pensarlo fuera de los límites de la metafísica. Las aproximaciones de Deleuze frente a este punto, direccionan sus tesis hacia la idea de una diferencia que retornaría arrastrada por la intensidad sobre planos extensivos. Lo que retorna es la pura diferencia, la diferencia como intensidad de fuerzas en pugna, de poderes concentrados en la physis, cuya razón, como expresara, Nietzsche se haya en un lugar de profundidad inimaginable. No es Lo Mismo aquello que retorna, no sería la Identidad de lo Uno. Son fuerzas que chocan, y en esa fricción configuran volúmenes, magnitudes, planos por donde la percepción se implicaría como aquello que envuelve y al mismo tiempo es envuelto. La profundidad no sería sino el propio espacio de envoltura, y la percepción se dejaría mensurar por su poder de contención y caída. Lo que retorna por tanto es una voluntad de pura diferenciación y disparidad. Algo así como la fuerza incontrolable de lo diverso que en su movimiento y cambio, arrastra con ella a la ya mencionada percepción y a sus determinaciones. Sólo que sus determinaciones no son fijas, mas bien se encuentran sometidas al devenir fluctuante 11

de la naturaleza. La idéntica voluntad de poder nietzscheana se constituye en el deseo, en la dispersión del deseo que fija sus objetos y se fija, en un Yo, ante lo que pretende desear. Las expectativas dinámicas y diversas determinan que por fuerza de arrastre, la voluntad se someta a la alteridad , es decir, a aquello que está fuera de sí, fuera de ese Yo Universal, lisiado por la resistencia a la diferenciación. Sostengo que desde esta resistencia se ha elaborado no sólo el reparto de lo sensible, sino también los modos de operación política, de una articulación ya implícita en todo reparto tanto estético como filosófico. La ley en ese sentido, seria para Deleuze lo que de manera forzada regula la necesidad de una generalidad controlada. La intención de mensurabilidad y control se establecen ambos como la articulación subjetiva de la representación. Pero en este pathos deleuziano la intensión no logra mantenerse intacta al verse vencida y sobrepasada por el spatium intensivo. La línea heterogénea que el mismo Deleuze plantea, es el trazo de lo diverso que la propia percepción desconoce pero que al mismo tiempo recorre, sin advertir su implicación dentro y fuera de la misma. 5 ------------------------------------------------5 Las dimensiones implicadas en la extensión o extensio, y no como profundidad en sí misma, impiden las posibilidades

de hacer experiencia de la heterogeneidad y la intensidad diferencial. Los centros envolventes del sentido impiden que la energía perceptual se desplace a través de todo el corpus vacío del afuera. Algo así como las agujas de la acupuntura, técnica china milenaria, que plantea la idea de un cuerpo constituido por putos nerviosos. Las agujas se ponen en esos puntos físicos con el objetivo de desbloquear la energía estancada. Del mismo modo la percepción queda estancada en esos centros de envolvimiento, presa de sí misma y por tanto clausurada a la captación de la fuerza de lo que circula y retorna constantemente, bajo la intensidad de la diferenciación y diversidad fenoménica.

La fuerza de arrastre del eterno retorno, pone a la diferencia como intensidad y la intensidad como diferencia en un juego de pura multiplicidad, restándole estatuto tanto a la universalidad como a la particularidad. De hecho ambas se constituyen en una dualidad ontológica insalvables. Sólo que en esta profundidad de campo, el pathos deleuziano apunta a una permanente transmutación de los puntos de intensidad, que modifican los planos de realidad en sus magnitudes extensivas. En esta dinámica se abre la bella confusión, se desordenan -para el sentido- los ángulos y las lógicas de encuadre y mensurabilidad. El Yo universal se extravía por la expresión de esa alteridad que constituye la expresión misma de lo que siempre ha estado afuera, de lo que siempre ha sido llano, por lo que de eso se deslinda la imposibilidad de pensar en un origen de arraigo. Aquí, en este ámbito de la diferencia como intensidad se dan capas, distintos estratos y suelos, planos a partir del cual, la percepción determina las distancias y sus implicaciones. Por lo que nos hace suponer que el Yo (MOI), en el eterno retorno, sufre el extravío ante la imposibilidad de reconocer precisamente aquello que retorna. Lo Mismo no es lo idéntico a sí, sino la pura diferenciación provocada desde el Otro, de eso o esto 12

que yace ahí, en tanto fenómeno o forma material, expuesto a ser percibido. Las fuerzas en pugna son al parecer las que configuran los grados de intensidad diferencial. Hacen de la diferencia la expresión de la intensidad que sobreviene, retorna y se aleja constantemente. Quizá por esto se deba a que la epistemología no logra dar con el método que llegue a una “verdad” necesaria para todos los casos. Una ley que rija la generalidad desde un lugar de referencia expansiva, lógica y exacta.

El eterno retorno posee un movimiento circular, su gozne abre y cierra sus puertas dejando pasar su fuerza de arrastre. La intermitencia de su modo peculiar enajena al yo (moi) en un efecto de transparencia ilusoria, un doble extasiado, engañoso para su constitución representacional. Este Yo (moi) se piensa siempre ya desde el afuera, desde la llanura sin origen ni final. En algún sentido comporta su negatividad a partir de una interioridad resuelta en el acto de la apropiación de lo real. Pero la fuerza de arrastre de lo intempestivo, condición de lo Otro, se ve permanentemente desfigurado en el espejo de la fisura, en su Otro, como el lugar desde donde se piensa en una posición ante el objeto, doble de sí mismo, gemelo de la voluntad de poder. Al exponerse como sujeto se hace objeto de sí mismo, proyectándose la finitud como suceso singular e irrevocable. Por lo mismo el individuo sostendrá Deleuze nunca puede planificar la forma y el momento preciso para morir. Es decir la muerte le viene a su encuentro desde un afuera irregular cuya fuerza es du devenir inmanejable. El pensamiento de la negatividad propuso la relación y la mediación, como modos de apropiación de lo real ; la intensidad diferencial en cambio agota todo presupuesto fundado en la dialéctica, para así erguirse desde el abismo, o en la profundidad envolvente del Yo a solas, parte de la mutación, el cambio, el deseo, y por consiguiente la muerte. “Cuando decimos que el eterno retorno no es el retorno de lo Mismo, de lo semejante o de lo igual, queremos decir que no presupone ninguna identidad. Por el contrario, se da a mundo sin identidad, sin semejanza y sin igualdad. Se da en un mundo cuyo mismo fondo es la diferencia, donde todo reposa sobre disparidades, diferencias de diferencias que repercuten al infinito 8 el mundo de la intensidad).” Pág. 361. Cap. V. Síntesis asimétrica de lo sensible. “Diferencia y repetición”. G. Deleuze. El eterno retorno no se da ni en la identidad, ni en la semejanza, ni en lo igual. A pesar de que es constituido como lo semejante o lo idéntico, deja de ser eso idéntico en el lugar donde se da. La disolución deleuziana se agrieta en la forma de un hilo, que une la identidad a la fuerza de arrastre del eterno retorno, para desde ahí ser disuelta. La disolución de la identidad tiene su razón de ser al interior del eterno retorno, en lo idéntico que ilusoriamente retorna ya como diferencia.

13

La fuerza de arrastre, se lleva consigo los elementos dispuestos en el espacio intensivo (spatium),pero además los hace cambiar permanentemente de posición y aspecto. Nótese que las contantes modificaciones en las cosas hacen que varíen en intensidad, y la repetición de este fenómeno de cambio, transmuta en grados de diferenciación. En ese sentido, este informe intenta captar en el movimiento de lo otro, los aspectos configurativos de Yo en su ausencia real de posición estable, puesto que al no darse la estabilidad, las representaciones se ven alteradas, modificadas y en algunos casos distorsionadas. De ahí que pensar en la heterogeneidad de una línea recta – ya lo expusimos anteriormente- sea un problema representacional para la subjetividad negativa, apropiadora del sentido o del buen sentido. En lo Otro, el yo se ve puesto en diversos espacios de comprensión de la realidad, no pudiendo establecer una relación holística con sus objetos representados. La experiencia lo demuestra al estar sujeta a modificaciones fenoménicas, trasformaciones que a la larga se traducen en cadenas de diferencias y estados de disparidad. Aquí lo “absoluto” es aquello que no puede abarcar lo diverso, sólo capta en su infracción los aspectos selectivos o fragmentarios de las cosas en la realidad. La Otredad posee esa fuerza que desterritorializa todo intento de instalación del Yo. Éste no puede más que dejarse llevar al extremo de si mismo para lograr constituirse ilusoriamente como tal: Un Yo fisurado. Los cambios de posición fenoménica, que en un movimiento circular, se van encadenando y desencadenando frente los supuestos esquemáticos de la percepción, configuran el mapa analítico de lo que es en un aspecto el eterno retorno, visto por Deleuze. Ya nos es Nietzsche el autor que sitúa la dinámica de lo que retorna circularmente, sino que ahora es el propio autor francés, quien determina los permanentes desplazamientos de la experiencia y dentro de ella misma la percepción. Finalmente, y para cerrar los puntos descritos en este breve informe, el Yo fisurado es el efecto de lo Otro que hace cambiar de posición al Je (moi). Pero esta forma de la alteridad al parecer nos más que una de las tantas expresiones del despliegue del eterno retorno de lo idéntico, en sus momentos diferenciales. Lo que esta percepción debiera experimentar es el desarraigo, la capacidad de vivenciar la multiplicidad en donde se implica en tanto percepción de un Yo que se piensa posicionalmente frente a lo demás. Al pensar en esta resistencia de los mecanismos comprensores de la subjetividad, hacían eco los primeros acercamientos de Heráclito, que en el comienzo del informe, se pretendieron instalar como los primeros atisbos de la alteridad, pero en el supuesto del devenir, de aquello que hace que todo cambie, transmute y desparezca. La experiencia de la muerte, eso que viene de afuera, y que nunca se podrá planificar, configura el aspecto movible de la experiencia. Es como si la experiencia misma, fuera de la determinación de un Yo, fuese el océano y el Yo una isla. Océano que envuelve, por decirlo así, a esta isla, implicada e implicante, puesto que en ese movimiento posicional es donde se revelan los juegos ilusorios de la apropiación conceptual. Ahí experimentan su condición extinta y malograda. Uno podría pensar que las resistencias del Yo destrabajan la apertura perceptual. Sin embargo, lo que esta ontología permite, es paradojalmente su desmontaje. La estructura de sus afirmaciones y negaciones admite que negociemos un número variado de operaciones transformadoras y no por eso menos analíticas. Al hacer la experiencia lectora de la escritura deleuziana, en particular en “Diferencia y 14

Repetición”, nos encontramos en un desafío, ese desafío es complejo porque lo que aquí hay es una metamorfosis analítica, que parte de los supuestos trascendentales de la percepción. Hay la percepción de los planos, vistos por una subjetividad tradicional, pero ahora desmontadas y comprendidas no sólo en su perplejidad sino también en su crítica. El intento de esta subjetividad que piensa desde la alteridad el reparto de lo sensible nos traza la figura misma de la resistencia. Sabe que trabaja desde la multiplicidad y las relaciones intensivas, pero aun así se es capaz de sustraerse a la necesidad de una posición o de una instalación en modalidad fija. La asimetría de esta síntesis es la otra parte de la síntesis convencional y ontológica. La otra cara frente a la experiencia de la muerte y del pánico, de la ausencia originaria, de toda conformidad a fin, es un dibujo, la línea que la propia percepción hace en forma de diagrama, tan abierta, que no alcanza a percatarse de la diversidad de su trazo, del mismo modo como en el mundo biológico, las funciones vitales se despliegan sin control subjetivo, sino puramente orgánico, algo así como a la deriva sin estarlo completamente, pero bajo una liberación fisiológica donde el logos y sus relaciones nunca fueron invitados a participar.

15

Bibliografía

Deleuze, Gilles, “Diferencia y repetición”, Cap. V. Síntesis asimétrica de lo sensible. Amorrortu editores, Buenos Aires, 2002. Deleuze, Gilles, “Nietzsche y la filosofía”, anagrama, Barcelona 2002. Heráclito, “Fragmentos de Heráclito”, Diels-Kranz, Ediciones Udelar :1951 Alemania, Uruguay ,2004. Nietzsche, Friedrich, “Así habló Zaratustra”, Alianza Editorial, España, 2003.

16

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.