En la búsqueda de los primeros habitantes de El Salvador

June 14, 2017 | Autor: S. Perrot-Minnot | Categoría: Mesoamerican Archaeology
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Descripción

En la búsqueda de los primeros habitantes de El Salvador Sébastien Perrot-M innot Investigador asociado al Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA)

Resumen Contrariamente a los registros arqueológicos de Guatemala y Honduras, el de El Salvador no incluye, hasta la fecha, asentamientos paleoindios o arcaicos claramente identificados. No obstante, estudios paleoambientales relacionados con la Sierra de Apaneca (Ahuachapán) y artefactos de piedra característicos, cuyo contexto arqueológico lamentablemente se desconoce, demuestran que el territorio salvadoreño ha sido ocupado durante los periodos precerámicos. Otros vestigios, descubiertos en La Rama (Usulután), Chalchuapa (Santa Ana), Carolina (San Miguel), Pueblo Viejo (Morazán) y Corinto (Morazán) podrían ser atribuidos a aquella lejana época, aunque, por el momento, su definición cultural y cronológica permanece muy problemática. Estos datos, y las ocupaciones paleoindias y arcaicas evidenciadas en las regiones vecinas de Guatemala y Honduras, justifican el desarrollo de investigaciones enfocadas en la época precerámica en El Salvador. Abstract Unlike the archaeological records of Guatemala and Honduras, that of El Salvador does not include, to date, clearly identified Paleoindian or Archaic settlements. Nevertheless, paleoenvironmental studies concerning the Sierra de Apaneca (Ahuachapán) and diagnostic stone artifacts, whose archaeological context is unfortunately not known, prove that the Salvadoran territory was occupied during the preceramic periods. Other remains, found in La Rama (Usulután), Chalchuapa (Santa Ana), Carolina (San Miguel), Pueblo Viejo (Morazán) and Corinto (Morazán) could be assigned to this remote time, although for the moment, their cultural and chronological definition remains very problematic. These data, and the Paleoindian * Fecha de recepción: 22 de octubre. Fecha de aceptación: 29 de octubre. Identidades N.° 9, julio-diciembre 2015

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and Archaic occupations revealed in the neighboring areas of Guatemala and Honduras, justify the development of investigations focused on the preceramic era in El Salvador. Introducción

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n El Salvador, ocupaciones del Preclásico Temprano (1800-900 a. C.) han sido reconocidas en la zona de Chalchuapa (Santa Ana),1 Playa El Huizcoyol (Usulután),2 Río Gualacho (Usulután),3 La Rama (Usulután) 4 y El Carmen (Ahuachapán).5 Las dataciones absolutas más antiguas obtenidas para dicho periodo fueron reveladas por el sitio de El Carmen, en la costa occidental del país: se remontan al siglo XVIII a. C. El Preclásico Temprano se caracteriza por la aparición de la cerámica, que se presenta bajo las formas de recipientes, figurillas y silbatos. En El Salvador, su legado arqueológico incluye también una industria de la piedra, modestos montículos, hornos,

pozos de almacenamiento, pisos de barro y basureros. Esta cultura material puede ser atribuida a grupos dotados de una organización familiar, tribal o clánica, que explotaban recursos marinos y terrestres, y practicaban, a una escala modesta, la agricultura. Las sociedades que se formaron entonces dieron lugar a una cierta especialización del trabajo, y podrían haberse dedicado a actividades comerciales. Su cerámica delata la existencia de vastas redes de influencias, entre las costas y las tierras altas, y entre México y Costa Rica. Más evidencias sobre el dinamismo de los intercambios que se desarrollaron entonces en el sureste de Mesoamérica son brindadas por la industria lítica y el uso de las conchas.6

Robert J. Sharer, The Prehistory of Chalchuapa, El Salvador, 3 volúmenes (Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1978). 2 Carlos Perla, «Informe preliminar de la excavación del montículo de concheros en la zona del Río Huizcoyol, Sonsonate». Manuscrito conservado en el Departamento de Arqueología de la Secretaría de Cultura de El Salvador. San Salvador, 1968. 3 Wolfgang Haberland, «Ceramic sequences in Salvador», American Antiquity 26, n.° 1 (1960): 21-29. 4 Haberland, «Ceramica sequences in El Salvador». 5 Bárbara Arroyo, Arthur A. Demarest y Paul Amaroli, «Descubrimientos recientes en El Carmen, El Salvador: Un sitio Preclásico Temprano», en III Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 1989, ed. Juan Pedro Laporte, Héctor Escobedo y Sandra Villagran (Guatemala: Museo Nacional de Arqueología y Etnología, 1993), 239-246. Bárbara Arroyo, Héctor Neff y James Feathers, «La secuencia cerámica de la Costa del Pacífico de Guatemala: Una reevaluación», en XI Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 1997, ed. Juan Pedro Laporte y Héctor Escobedo (Guatemala: Museo Nacional de Arqueología y Etnología, 1998), 425-437. Bárbara Arroyo, «El Preclásico Temprano en El Salvador: Investigaciones en El Carmen» (Ponencia presentada en el 1.° Congreso Centroamericano de Arqueología, San Salvador, octubre de 2005). 6 Sobre el Preclásico Temprano en El Salvador en general, ver: Payson D. Sheets, «The Prehistory of El Salvador: An Interpretive Summary», en The Archaeology of Lower Central America, ed. Frederick W. Lange y Doris Z. Stone (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1984), 85-112. Arroyo et al., «La secuencia cerámica de la Costa del Pacífico de Guatemala: Una reevaluación» y Arroyo, «El Preclásico Temprano en El Salvador». 1

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Obviamente, las poblaciones del Preclásico Temprano, ya bien organizadas y adaptadas a su medio ambiente, no eran las primeras en haberse establecido en el actual territorio de El Salvador. En las regiones vecinas de Guatemala y Honduras, se han descubierto artefactos aislados y vestigios de campamentos de los períodos Paleoindio (el tiempo de los primeros colonizadores del continente americano) y Arcaico (75001800 a. C.). En El Salvador, hasta la fecha, no se ha podido identificar claramente asentamientos de la época precerámica; y entre los numerosos restos de megafauna que han sido estudiados en el país,7 ninguno parece conservar huellas de una acción humana.8 No obstante, informaciones paleoambientales y arqueológicos, obtenidas en diversas partes del territorio salvadoreño, se prestan a interesantes reflexiones sobre la presencia y las actividades de grupos paleoindios y arcaicos. En este estudio, después de una presentación sintética del contexto macroregional, se examinan y discuten los datos que han sido, o podrían ser explotados, para el estu-

dio de la época precerámica en El Salvador; asimismo, se trazan perspectivas para profundizar las investigaciones en este campo, todavía muy poco explorado. El Salvador precerámico en su contexto macroregional Periodo Paleoindio La cuestión de la fecha de la llegada del hombre a América es, sin duda, una de las más ásperamente discutidas de la arqueología precolombina. Dataciones yendo hasta unos 50,000 años calendarios antes del presente (calBP) han sido propuestas tanto en América del Norte como en América del Sur. Sin embargo, si se consideran solamente los contextos arqueológicos cuya datación ha sido rigurosamente demostrada, y ampliamente aceptada por la comunidad científica, las ocupaciones más antiguas del continente tienen entre 15,000 y 16,000 años de edad; han sido evidenciadas en los Estados Unidos, en sitios como Meadowcroft, en Pensilvania, y Debra L. Friedkin, en Texas.9 En Sudamérica, la pre-

Ruben A. Stirton y William K. Gealey, «Reconnaissance geology and vertebrate paleontology of El Salvador, Central America», Bulletin of the Geological Society of America 60 (1949): 1731-1754; S. David Webb y Stephen C. Perrigo, «Late Cenozoic vertebrates from Honduras and El Salvador», Journal of Vertebrate Paleontology, 4, n.° 2 (1984): 237-254; Juan Carlos Cisneros, «New PleistoceneVertebrate Fauna from El Salvador», Revista Brasileira de Paleontología, 8, n.° 3 (2005): 239-255; César Laurito Mora y Daniel Huziel Aguilar Calles, «El registro de Mammuthus (proboscidea, Elephantidae) en la República de El Salvador, América Central», Revista Geológica de América Central, 34 (2007): 73-81. 8 Mario Romero Quezada, comunicación personal, 2014. 9 Ted Goebel, Michael R. Waters y Dennis H. O’Rourke, «The Late Pleistocene Dispersal of Modern Humans in the Americas», Science, 319 (2008): 1497-1502; Michael R. Waters, Steven L. Forman, Thomas A. Jennings, Lee C. Nordt, Steven G. Driese, Joshua M. Feinberg, Joshua L. Keene, Jessi Halligan, Anna Lindquist, James Pierson, Charles T. Hallmark, Michael B. Collins y James E. Wiedershold, «The Buttermilk Creek Complex and the origins of Clovis at the Debra L. Friedkin Site, Texas», Science 331 (2011): 1599-1603. 7

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sencia humana es atestiguada hacia 14,600 calBP en Monte Verde, Chile.10 Ya que en el estado actual de nuestros conocimientos, el poblamiento del Nuevo Mundo se hizo de norte a sur, desde Beringia, es razonable suponer que los primeros hombres llegaron a Centroamérica antes de 14,600 calBP. Pero hoy en día, en dicha región, las dataciones absolutas más antiguas, relacionadas con actividades humanas, se sitúan alrededor de 13,000 calBP. Por cierto, investigaciones paleoambientales llevadas a cabo en la zona del lago La Yeguada, en Panamá, han permitido detectar un notable impacto del hombre sobre la vegetación a partir de aquella época.11 Ahora bien, los datos disponibles para el estudio del periodo Paleoindio en Centroamérica permanecen escasos. Entre Chiapas (México) y Panamá, según el inventario establecido por el autor, solo 44 lugares han revelado vestigios de aquellos remotos tiempos; de estos lugares, solo 11 han sido excavados, y 6 han brindado dataciones absolutas.12 El material paleoindio del istmo fue descubierto en Chiapas, Yucatán (México),

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Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Costa Rica y Panamá, tanto del lado del Océano Pacifico como del lado del Mar Caribe, y en la cadena volcánica como en las tierras bajas interiores y en planicies costeras (Figura 1). Muestra una industria lítica que usó rocas sedimentarias y volcánicas y produjo núcleos, lascas, lascas retocadas, puntas de proyectil, bifaciales, unifaciales, raspadores, raederas, buriles y láminas. Por otra parte, ha permitido reconocer campamentos (en terrenos abiertos o, más raramente, cuevas) y canteras.13 En los sitios de Los Grifos y Santa Marta, en Chiapas, los vestigios antrópicos pudieron ser asociados a restos de caballo, venado, armadillo, conejo, pecarí, tortuga, iguana, serpiente, caracol de agua dulce y plantas comestibles.14 Otra manifestación de la interacción del hombre paleoindio con la fauna fue observada en un fémur de una especia extinta de perezoso, en el Río La Pasión, en Guatemala; en efecto, el hueso en cuestión presentaba cortes aparentemente artificiales.15 En cuanto al sitio de Hoyo Negro, ubi-

cado en un sistema de cuevas de la península de Yucatán, tiene la particularidad de haber revelado un esqueleto humano casi completo, que ha sido fechado con una antigüedad de entre 13,000 y 12,000 años.16 Los artefactos más emblemáticos del legado paleoindio son, sin duda, las puntas de proyectil. Las mismas tenían, en realidad, varias funciones prácticas y simbólicas. Unas 50 puntas, terminadas o casi terminadas, han sido reportadas en Centroamérica. Este corpus refleja la cohabitación de dos grandes tradiciones de la América paleoindia: la cultura Clovis, que fue reconocida entre el sur de Canadá y el noroeste de Venezuela, y habría florecido entre 13,300 y 12,800 calBP; y el tipo de las puntas Cola de Pescado, representado principalmente en Sudamérica, y en parte contemporáneo con la cultura Clovis.17 Además, dos fragmentos de puntas, recordando las del tipo El Jobo, fueron halladas en Panamá. Las puntas El Jobo fueron descubiertas, en su

mayoría, en Venezuela; se ha sugerido que podrían ser anteriores a las de Clovis, pero su cronología permanece problemática.18 La distribución de ciertos estilos de puntas condujo a investigadores a formular la hipótesis de un área de interacción cultural paleoindia a lo largo de las costas del Golfo de México y del mar Caribe, entre la Florida y el norte de la América del Sur.19 Sea como sea, la navegación costera parece haber sido ampliamente practicada durante el periodo Paleoindio.20 Periodo Arcaico El registro arqueológico centroamericano correspondiendo al periodo Arcaico acusa cambios progresivos pero significativos. El número de sitios conocidos aumenta considerablemente: artefactos o contextos arcaicos han sido identificados en todos los países y las zonas naturales de Centroamérica. En Panamá, se ha constatado también

Dillehay, Thomas D., ed., Monte Verde: A Late Pleistocene settlement in Chile, volumen 2, The archaeological context and interpretation (Washington: Smithsonian Institution Press, 1997). 11 Georges A. Pearson, «Pan-Continental Paleoindian expansions and interactions as viewed from the earliest lithic industries of Lower Central America» (Tesis doctoral, University of Kansas, 2002), 60. 12 Pearson, «Pan-Continental Paleoindian expansions and interactions»; Sébastien Perrot-Minnot, La cultura Clovis en América Central. Estudio entregado al Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA) (2013) y Sébastien Perrot-Minnot, «Las tradiciones Clovis y Cola de Pescado en Centroamérica», Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala LXXXVII, 2012 (2014): 181-212. 13 Pearson, «Pan-Continental Paleoindian expansions and interactions» ; Perrot-Minnot, La cultura Clovis en América Central y Perrot-Minnot, «Las tradiciones Clovis y Cola de Pescado». 14 Guillermo Acosta Ochoa, «El poblamiento de las regiones tropicales de México hace 12 500 años», Anales de Antropología 45 (2011): 227-235. 15 Edwin M. Shook, «The Present Status of Research on the Pre-Classic Horizons in Guatemala», en Selected Papers of the XXIX International Congress of Americanists, ed. Sol Tax (Chicago: University of Chicago Press, 1951), 93-100.

James C. Chatters, Douglas J. Kennett, Yemane Asmerom, Brian M. Kemp, Victor Polyak, Alberto Nava Blank, Patricia A. Beddows, Eduard Reinhardt, Joaquin Arroyo-Cabrales, Deborah A. Bolnick, Ripan S. Malhi, Brendan J. Culleton, Pilar Luna Erreguerena, Dominique Rissolo, Shanti Morell-Hart, Thomas W. Stafford Jr., «Late Pleistocene human skeleton and mtDNA link Paleoamericans and modern Native Americans», Science 344 (2014): 750-754. 17 Perrot-Minnot, «Las tradiciones Clovis y Cola de Pescado». 18 Pearson, «Pan-Continental Paleoindian expansions and interactions» ; Perrot-Minnot, La cultura Clovis en América Central. 19 Pearson, «Pan-Continental Paleoindian expansions and interactions»; Michael K. Faught, «Paleoindian Archaeology in Florida and Panamá: Two Circum-Gulf Regions Exhibiting Waisted Lanceolate Projectile Points», en Paleoindian Archaeology: A Hemispheric Perspective, ed. Juliet E. Morrow y Cristóbal Gnecco (Gainesville: University Presses of Florida, 2006), 164-183. 20 James E. Dixon, «Human colonization of the Americas: timing, technology and process», Quaternary Science Reviews 20 (2001): 277-299; Nelson J. R. Fagundes, Ricardo Kanitz, Roberta Eckert, Ana C. S. Valls, Mauricio R. Bogo, Francisco M. Salzano, David Glenn Smith, Wilson A. Silva, Jr., Marco A. Zago, Andrea K. Ribeiro-Dos-Santos, Sidney E.B. Santos, Maria Luiza Petzl-Erler y Sandro L. Bonatto, «Mitochondrial population genomics supports a single pre-Clovis origin with a coastal route for the peopling of the Americas», American Journal of Human Genetics 82 (2008): 583-592; Goebel et al., «The Late Pleistocene Dispersal».

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un aumento del tamaño promedio de los sitios21 (figura 1). La industria lítica perpetúa varios tipos de artefactos (incluso, la punta de proyectil) y comportamientos tecnológicos heredados de los predecesores paleoindios. No obstante, se vuelve más variada, más oportunista y, entonces, menos diagnóstica. Notamos que las hachas y herramientas de molienda son mucho más representadas en los depósitos arqueológicos; en Chiapas y Belice, recipientes y yunques de piedra han sido reportados.22 Fuera del campo de la piedra, una industria de la concha se manifiesta discretamente.23 Los campamentos arcaicos se encuentran en terrenos abiertos o en cuevas, y se asocian a veces con canteras. Sus arreglos incluyen, en ciertos casos, sepulturas, fogones y pozos de almacenamiento. Los asentamientos costeros se desarrollan notablemente y ven la aparición de montículos

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de conchas o concheros (documentados en Chiapas y Panamá).24 El análisis de los restos animales y vegetales localizados en depósitos culturales del Arcaico, y las perturbaciones notadas en el paleoambiente, indican una intensificación de la explotación de los recursos terrestres y marinos. El cambio climático que se produce a principios del Holoceno conlleva un desarrollo de la vegetación y una proliferación de la caza menor; por otro lado, la estabilización del nivel del mar, alrededor de 5500 a. C., favorece una extensión de los manglares, que constituyen una formidable fuente de alimentos para los humanos.25 Los progresos en la subsistencia humana incluyen la domesticación de las plantas, desde los principios del Arcaico. La domesticación del maíz (Zea mays) podría haberse logrado desde 9100 calBP en la zona del valle central del Río Balsas, en México.26

Anthony J. Ranere y Richard G. Cooke, «Stone Tools and Cultural Boundaries in Prehistoric Panamá: An Initial Assessment», en Paths to Central American Prehistory, ed. Frederick W. Lange (Niwot: University Press of Colorado, 1996), 49-77. 22 Robert N. Zeitlin, «A Summary report on three seasons of field investigations into the Archaic Period Prehistory of Belize», American Anthropologist New Series, 86, n.° 2 (1984): 358-369; Barbara Voorhies, Coastal collectors in the Holocene: The Chantuto people of Southwest Mexico (Gainesville: University Press of Florida, 2004). 23 Voorhies, Coastal collectors in the Holocene; RichardCooke y Luis Alberto Sánchez Herrera, «Panamá Prehispánico», en Historia General de Panamá, volumen I, tomo II, ed. Alfredo Castillero Calvo (Panamá: Comité Nacional del Centenario, 2004), 3-46. 24 Voorhies, Coastal collectors in the Holocene; Cooke y Sánchez Herrera, «Panamá Prehispánico». 25 Hector Neff, Bárbara Arroyo, John G. Jones y Deborah M. Pearsall, «¿Dónde están los asentamientos arcaicos en la Costa Sur de Guatemala?», en XVI Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 2002, ed. Juan Pedro Laporte, Bárbara Arroyo, Héctor Escobedo y Héctor Mejía (Guatemala: Museo Nacional de Arqueología y Etnología, 2003), 820-830. 26 Yoshihiro Matsuoka, Yves Vigouroux, Major M. Goodman, Jesús Sanchez G., Edward Buckler y John Doebley, «A single domestication for maize shown by multilocus microsatellite genotyping», Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America 99, n.° 9 (2002): 6080–6084. 21

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Figura 1. Localización de sitios paleoindios y arcaicos de América Central. Mapa base: http://d-maps.com/carte.php?num_car=1389&lang=fr Su cultivo es atestiguado hacia 6500 a. C. en la costa Pacífica del sur de México y 5800 a. C. en Panamá,27 pero su difusión a través de la América Central se operó lentamente: según los datos arqueológicos, los ocupantes de la cueva de El Gigante, en Honduras (figura 2), no consumieron maíz antes del Preclásico Tardío (500 a. C. - 200

d. C.).28 Asimismo, la sedentarización, que debió ser estimulada por la agricultura y la explotación de los recursos marinos, parece haberse impuesto gradualmente y tardíamente; sus orígenes se situarían alrededor de 3000 a. C. En este contexto, la cerámica solo apareció hacia 2500 a. C., en Panamá —o sea, aproximadamente en

Douglas J. Kennett, Dolores R. Piperno, John G. Jones, Hector Neff, Barbara Voorhies, Megan K. Walsh y Brendan J. Culleton, «Pre-pottery farmers on the Pacific coast of southern Mexico», Journal of Archaeological Science 37 (2010): 3401-3411. 28 Timothy E. Scheffler, «The El Gigante rock shelter, Honduras» (Tesis doctoral, Pennsylvania State University, 2008); Timothy E. Scheffler, Kenneth G. Hirth y George Hasemann, «The El Gigante rockshelter: Preliminary observations on an Early to Late Holocene occupation in Southern Honduras», Latin America Antiquity 23, n.° 4 (2012): 597-610. 27

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el mismo momento que en el Occidente de México.29 Las relaciones que se establecieron entre las comunidades arcaicas de Centroamérica son difíciles de caracterizar. Según Gerardo Gutiérrez y Mary Pye, «aunque se han documentado intercambios de bienes suntuarios entre distintas regiones de Mesoamérica, desde al menos el Preclásico Temprano a Preclásico Medio […], es muy probable que las primeras rutas de intercambio se hayan establecido y consolidado durante el período Arcaico […]».30 Las ocupaciones precerámicas en las regiones vecinas de El Salvador Como lo indiqué en la introducción, las regiones vecinas de El Salvador han revelado sitios paleoindios y arcaicos. En las tierras altas de Guatemala, se han descubierto campamentos atribuibles a por-

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tadores de la cultura Clovis en Chivacabé (departamento de Huehuetenango), Los Tapiales (Totonicapán), La Piedra del Coyote (Totonicapán), Chajbal (Quiché) y Chujuyub (Quiché); puntas Clovis aisladas, o sin contexto arqueológico conocido, en Nahualá (Sololá), San Rafael (Guatemala; figura 3), Piedra Parada (Guatemala) y tal vez, en Quiché; y una lasca retocada de obsidiana, fechada en 9,525 +/- 258 a. C., en Labor San Jorge, en Guatemala.31 Es posible que el sitio de Los Tapiales haya sido reocupado durante el periodo Arcaico, como lo sugieren dataciones por radiocarbono.32 En Quiché, Kenneth Brown registró no menos de 117 sitios paleoindios y/o arcaicos, incluyendo los de Chajbal y Chujuyub; este importante corpus se compone de canteras, «campamentos de recursos limitados» y «campamentos base».33 Más al este, en el área del yacimiento de obsidiana de El Chayal, Michael Coe y Kent

Sobre el período Arcaico en Centroamérica, ver, además de las referencias ya citadas: Dolores R. Piperno y Deborah M. Pearsall, Origins of Agriculture in the Lowland Neotropics (San Diego: Academic Press, 1998). Timothy E. Scheffler, «El Gigante rock shelter: Archaic Mesoamerica and transitions to settled life» (Foundation for the Advancement of Mesoamerican Studies, Inc. (FAMSI), 2002); Jon C. Lohse, Jaime Awe, Carmeron Griffith, Robert Rosenwig y Fred Valdez, Jr., «Preceramic Occupations in Belize: Updating the Paleoindian and Archaic Record», Latin American Antiquity 17, n.° 2 (2006): 209-226; Douglas J. Kennett, «Archaic Period foragers and farmers in Mesoamerica», en The Oxford Handbook of Mesoamerican Archaeology, ed. Deborah L. Nichols y Christopher A. Pool (Oxford y New York: Oxford University Press, 2012), 141-150. 30 Gutiérrez, Gerardo y Mary E. Pye, «Conexiones Iconográficas entre Guatemala y Guerrero: Entendiendo el funcionamiento de la ruta de comunicación a lo largo de la planicie costera del Océano Pacífico», en XX Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 2006, ed. Juan Pedro Laporte, Bárbara Arroyo y Héctor Mejía (Guatemala: Museo Nacional de Arqueología y Etnología): 921-943. 31 Carlos Batres, «El Paleoindio en América: una propuesta teórico-metodológica para Guatemala» (Tesis de Licenciatura, Universidad de San Carlos de Guatemala, 2003); Perrot-Minnot, La cultura Clovis en América Central; Sébastien Perrot-Minnot, «La punta Clovis de Piedra Parada y la ocupación Paleoindia del valle de Guatemala», Mexicon XXXV, n.° 3 (2013): 69-72. 32 Neff et al., «¿Dónde están los asentamientos arcaicos en la Costa Sur de Guatemala?». 33 Kenneth Brown, «A Brief Report on Paleoindian-Archaic Occupation of the Quiche Basin, Guatemala», American Antiquity 45, n.° 2 (1980): 313-324. 29

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Figura 2. La cueva de El Gigante, Honduras. Foto: cortesía de Timothy Scheffler. Flannery propusieron la identificación de talleres precerámicos;34 pero su hipótesis ha sido refutada.35 Por otro lado, a unos kilómetros al sur de la cuenca de Antigua Guatemala, en la laguna de Quilisimate, maíz domesticado fue encontrado en un contexto datado de 4000 cal BP.36

En la costa del Pacífico de Guatemala, más precisamente en el área de Sipacate, datos paleoambientales sugieren un impacto del hombre sobre el paisaje desde 5000 a. C., y evidencian una intensificación notable de la presencia humana, después de 3500 a. C. Indican, además, que el maíz y otras

Michael D. Coe y Kent V. Flannery, «The pre-Columbian obsidian industry of El Chayal, Guatemala», American Antiquity 30, n.° 1 (1964): 43-49. 35 Payson D. Sheets, «A reassessment of the pre-Columbian obsidian industry of El Chayal, Guatemala», American Antiquity 40, n.° 1 (1975): 98-103. 36 Dorothy E. Freidel, John G. Jones y Eugenia J. Robinson, «Paleoenvironment of Urias Prelcassic site in the Antigua Valley, Guatemala» (paper presented at the 66th Annual Meeting of the Society for American Archaeology, New Orleans, Louisiana, abril de 2001). 34

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en el Monte Uyuca, en el departamento de Francisco Morazán,41 pertenecía igualmente a un complejo precerámico; sus argumentos, sin embargo, son discutibles. En el sitio de Copán, un depósito excavado debajo de la Acrópolis podría ser arcaico; contenía fragmentos líticos, carbón y un hueso de un animal.42 Investigaciones paleoambientales han mostrado que desde 2700-2600 a. C., el valle de Copán ha sido el escenario de incendios y prácticas agrícolas.43 Tomando en cuenta la movilidad residencial y logística de las poblaciones paleoindias44 y arcaicas, resulta probable que los grupos que dejaron los vestigios o las huellas antes mencionados hayan permanecido también en el actual territorio salvadoreño. Huellas de una presencia humana Figura 3. Punta Clovis de San Rafael, Guatemala. Foto: Sébastien Perrot-Minnot. plantas eran cultivadas en el litoral antes de esta fecha.37 En Honduras, ocupaciones del periodo Paleoindio Tardío y del Arcaico, asociadas a restos de plantas y animales, han sido documentadas en la cueva de El Gigante, ubicada en el departamento de La Paz, a unos 25

km de la frontera con El Salvador.38 En el vecino departamento de Intibuca, Ripley Bullen y William Plowden reportaron 10 posibles sitios precerámicos;39 en uno de ellos, recolectaron una punta que parece ser del tipo Cola de Pescado.40 Los mismos autores consideraban que una punta hallada

Un estudio estratigráfico realizado en el cráter volcánico de la Laguna Verde, ubicado en la Sierra de Apaneca, en el Occidente de El Salvador (figura 4), puso en evidencia

una práctica de la agricultura alrededor de 5000 calBP, y la existencia de polen de maíz hacia 4440 calBP.45 Esta última fecha se basa en una interpolación linear de las dataciones por radiocarbono calibradas de macrofósiles de plantas sacados justo arriba (4030 calBP) y debajo (5830 calBP) del estrato donde se detectó el polen de maíz más antiguo. No se conocen sitios arqueológicos en la Laguna Verde, sin embargo, Robert Dull señala la presencia, a 4 km al suroeste, del sitio preclásico tardío de Santa Leticia.46 Vamos a ver, más adelante, que objetos hallados en el Occidente de El Salvador han sido atribuidos a horizontes anteriores al Preclásico. Huellas de otro tipo, dejadas en el paisaje, podrían reflejar la presencia del hombre en El Salvador en la época precerámica. En 1955, Wolfgang Haberland, quien se interesaba por la «distribución de las antiguas culturas» de El Salvador, y el geólogo Willi-Herbert Grebe examinaron formas de pies humanos plasmadas en una capa de arenisca, en La Rama, a 2 o 3 km al norte de los manglares

Neff et al., «¿Dónde están los asentamientos arcaicos en la Costa Sur de Guatemala?»; Hector Neff, Deborah M. Pearsall, D., John G. Jones, Barbara Arroyo, Shawn K. Collins y Dorothy E. Freidel, «Early Maya adaptive patterns: Mid-late Holocene paleoenvironmental evidence from Pacific Guatemala», Latin American Antiquity 17 (2006): 287–315. 38 Scheffler, «El Gigante rock shelter»; Scheffler, «The El Gigante rock shelter, Honduras»; Scheffler et al., The El Gigante rockshelter». 39 Ripley P. Bullen y William W. Plowden, «Preceramic Archaic Sites in the Highlands of Honduras», American Antiquity 28, n.° 3 (1963): 382-385. 40 Perrot-Minnot, La cultura Clovis en América Central, 26.

Bullen y Plowden, «Preceramic Archaic Sites in the Highlands of Honduras», fig. 2. John M. Longyear, «A sub-pottery deposit at Copan, Honduras», American Antiquity 13 (1948): 248-249. 43 David Rue, David Webster y Alfred Traverse, «Late Holocene fire and agriculture in the Copan Valley, Honduras», Ancien Mesoamerica 13 (2002): 267-273; David Webster, David Rue y Alfred Traverse, «Early Zea cultivation in Honduras: implications for the Iltis hypothesis», Economic Botany 59, n.° 2 (2005): 101-111. 44 Robert L. Kelly y Lawrence C. Todd, «Coming into the country: early Paleoindian hunting and mobility», American Antiquity 53 (1988): 231-44; Daniel S. Amick, «Regional patterns of Folsom mobility and land use in the American Southwest», World Archaeology 27, n.° 3 (1996): 411-426. 45 Robert A. Dull, «An 8000-year record of vegetation, climate, and human disturbance from the Sierra de Apaneca, El Salvador», Quaternary Research 61, n.° 2 (2004): 159-167. Robert A. Dull, «The maize revolution: a view from El Salvador», en Histories of maize: multidisciplinary approaches to the prehistory, biogeography, domestication, and evolution of maize, ed. John E. Staller, Robert H. Tykot y Bruce F. Benz (San Diego: Elsevier Press, 2006): 357-365. 46 Dull, «The maize evolution».

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Figura 4. Localización de lugares ocupados, o posiblemente ocupados, en la época precerámica, en El Salvador. Mapa base: Philippe Costa. costeros del departamento de Usulután.47 Estas curiosas impresiones habían sido descubiertas durante trabajos de construcción, a una profundidad de 1.50 m. Durante el estudio de Haberland y Grebe, fragmentos de roca mostrando huellas humanas habían sido transportados al casco de la hacienda La Carrera, mientras que otras 9 huellas permanecían in situ (figura 5); según los dos investigadores, pertenecen al menos a 5 individuos (adultos y niños) caminando hacia el noroeste. La misma capa que exhibía estas manifestaciones conservaba restos de plantas y la impresión de un hueso no identificado.

Relacionando geológicamente dicha capa con la del nivel más bajo del sitio arqueológico de Río Gualacho, ubicado a 2 km, Haberland y Grebe estimaron que las huellas de La Rama fueron formadas entre 200 y 800 d. C.48 No obstante, en otro artículo, Haberland les confiere una fecha mucho más antigua: «Recent investigations, especially in soil stratigraphy, and a new dating of Gualacho suggest now a date of approximately 1500 B. C., if not earlier, for the La Rama remains».49 En la misma publicación, en efecto, explica que el complejo cerámico Gualacho data del Preclásico Temprano, y que los vestigios de La

Wolfgang Haberland y Willi-Herbert Grebe, «Prehistoric footprints from El Salvador», American Antiquity 22, n.° 3 (1957): 282-285. 48 Haberland y Grebe, «Prehistoric footprints». 49 Wolfgang Haberland, «Ceramic sequences in Salvador». 47

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Figura 5. Huellas de La Rama encontradas in situ por Haberland y Grebe (1957). Identidades N.° 9, julio-diciembre 2015

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Rama son de un contexto anterior al de dicho complejo. Existe la posibilidad, entonces, que se remonten a los tiempos precerámicos. Materiales arqueológicos Payson Sheets reportó la presencia de artefactos paleoindios y posiblemente arcaicos en colecciones privadas del Occidente de El Salvador.50 Estas piezas incluyen dos puntas acanaladas de tipo Clovis, de obsidiana, que Sheets examinó en 1969, en colecciones privadas de Chalchuapa y Santa Ana. Las mismas son del estilo Clovis «clásico», es decir, que su base tiene bordes aproximadamente paralelos o ligeramente curvos. Cabe notar que puntas Clovis han sido descubiertas en las tierras altas de Guatemala, más precisamente en Chivacabé, Los Tapiales, Chajbal, Chujuyub, tal vez otro sitio de Quiché, Nahualá, San Rafael y Piedra Parada; las de Los Tapiales, Chajbal y Nahualá son del estilo «clásico», mientras que las otras muestran la forma «de cintura»: su base tiene ángulos (u «orejas») divergentes.51 En cuanto a los artefactos arcaicos señalados por Sheets, se trata de

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cuchillos y puntas de proyectil, de obsidiana y chert.52 Según Gregorio Bello Suazo, otras tres puntas arcaicas habrían sido localizadas «en el lecho del río San Esteban, cerca de las ruinas de Quelepa, en el departamento de San Miguel».53 No se dispone de descripciones detalladas ni ilustraciones de los artefactos mencionados por Sheets y Bello Suazo. En Chalchuapa, debajo de la Estructura E3-1 de El Trapiche, el nivel antropizado más profundo contenía fragmentos de obsidiana dispersos, que podrían ser vinculados con un horizonte precerámico. En efecto, estos vestigios preceden el complejo cerámico más antiguo definido en la zona, el de la fase Tok (1200-900 a. C.). Por otra parte, una muestra sacada del estrato correspondiente ha sido fechada por radiocarbono en 4249 ± 71 a. C.; sin embargo, la extracción de esta muestra no fue debidamente controlada.54 Lascas y navajas de obsidiana, halladas en otros sectores de la zona de Chalchuapa, han sido atribuidas, igualmente, a una ocupación anterior a la fase Tok.55 Las informaciones que se publicaron acerca de ellas son muy limitadas.

Sheets, «The Prehistory of El Salvador»; Payson D. Sheets, «The Southeast Frontiers of Mesoamerica», en The Cambridge History of the Native Peoples of the Americas, volumen II, Mesoamerica, ed. Richard E.W. Adams y Murdo J. Macleod (Cambridge: Cambridge University Press, 2000): 407–448; Sheets, comunicaciones personales, 2011-2014. 51 Perrot-Minnot, La cultura Clovis en América Central. 52 Payson D. Sheets, comunicación personal, 2014. 53 Gregorio Bello Suazo, Rescate arqueológico en Antiguo Cuscatlán: informe preliminar, Mesoamérica 21 (1991): 115-121. 54 Sharer, The Prehistory of Chalchuapa, volumen I, Introduction, surface surveys, excavations, monuments, and special deposits, 72. 55 Sharer, The Prehistory of Chalchuapa, volumen vol. III, Pottery and conclusions, 208. 50

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Figura 6. Fragmento de piedra de moler de Carolina. Foto: cortesía de Frederick Lange. Otro caso problemático es presentado por el sitio de Carolina, ubicado en las riberas del Río Torola, en el departamento de San Miguel. Allí, en 2003, Frederick Lange abrió 9 pozos de sondeo, cubriendo una superficie total de 12 m², y llegando hasta una profundidad máxima de 1 metro. Estos trabajos de campo eran justificados por la necesidad de realizar un diagnóstico arqueológico, antes de la construcción de un complejo hidroeléctrico (como parte del proyecto El Chaparral).56

Con la posible excepción de un tiesto, los sondeos no revelaron cerámica prehispánica. Dieron lugar al hallazgo de lascas de obsidiana, cuarzo, calcedonia y basalto, fragmentos de núcleos (no bipolares) de cuarzo y calcedonia, metates (cóncavos y sin soportes), manos y machacadores (figura 6). Según Lange, este material no pertenecería a la «tradición mesoamericana»; mostraría, más bien, analogías con el complejo arcaico Chantuto, en Chiapas (México). Dicho autor, entonces, estima que el sitio

Frederick W. Lange, «Informe final sobre el impacto en recursos arqueológicos, históricos y culturales del Proyecto El Chaparral, presentado a Electric Power Development Company (J-Power), Agencia de Cooperación Internacional Japonesa (JICA), Comisión Ejecutiva del Río Lempa (CEL) y ECO Ingenieros S.A. de C.V.». San Salvador, 2003; Frederick W. Lange, comunicación personal, 2014. 56

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Carolina fue ocupado durante el periodo Arcaico. Propone también una datación arcaica para metates vistos en la superficie, en el cercano sitio de Agua Caliente, por las semejanzas que estos objetos presentan con metates de Carolina. Fabricio Valdivieso dirigió nuevas investigaciones arqueológicas en Carolina, en 2008, pero no pudo corroborar una ocupación arcaica en el lugar; los vestigios prehispánicos que encontró allí son del ClásicoTardío (600-900 d. C.).57 Considero que no se puede descartar la hipótesis de Lange. El gran número de restos de piedras de moler, asociado con una casi ausencia de cerámica prehispánica, y una tecnología lítica oportunista, son aspectos intrigantes del informe de Lange. Sin embargo, por el momento, la alta antigüedad propuesta por este autor está lejos de ser demostrada. En efecto, el material excavado no posee elementos diagnósticos (como puntas de proyectil, por ejemplo) y no ha sido fechado por métodos de datación absoluta. Por otra parte, como lo explicaba Sheets, «the lack of obsidian prismatic blades and the presence of aceramic workshop materials must not be taken as evidence precluding a date to the Formative, Classic, or Postclassic».58 La ausencia de cerámica puede derivar, por ejemplo, de la función

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del lugar investigado, o del modo de organización y subsistencia del grupo concernido. Durante un breve reconocimiento efectuado en 1954, en el departamento de Morazán, Haberland y Grebe visitaron cinco sitios acerámicos: Jocoaitique (lascas de obsidiana), Pueblo Viejo (lascas y fragmento de una punta lanceolada bifacial de obsidiana), Quebrada Las Marías (lascas, ocho puntas y un raspador de obsidiana), El Rosario (lascas y tres puntas de obsidiana, una lasca de cuarzo) y Gualococti (dos lascas de cuarzo, una lasca y una punta de obsidiana). Haberland comparó este material con los complejos acerámicos de Intibuca (Honduras) y El Chayal (Guatemala), con resultados poco convincentes.59 Según él, los cinco referidos lugares de Morazán no serían anteriores al Preclásico; no comportarían cerámica, como consecuencia de la debilidad de la actividad agrícola en esta área, durante la época prehispánica. No obstante, me parece que sería pertinente verificar la edad de los sitios. La punta observada en Pueblo Viejo (figura 7), especialmente, recuerda objetos paleoindios de Centroamérica; lamentablemente, el dibujo de la punta y las informaciones publicadas acerca de ella, no permiten ir muy lejos en el estudio comparativo.

Fabricio Valdivieso, «Estudio complementario de investigación arqueológica del área a ser afectada por el futuro embalse del proyecto hidroeléctrico “El Chaparral”. Estudio de impacto ambiental». San Salvador: Comisión ejecutiva hidroeléctrica del Rio Lempa (CEL), 2009; Fabricio Valdivieso, comunicación personal, 2014. 58 Sheets, «A reassessment of the pre-Columbian obsidian industry of El Chayal». 59 Wolfgang Haberland, «Morazan : A non-ceramiccomplex in Northeastern El Salvador», Folk 8-9 (1967): 119-126. 57

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Figura 7. Punta de Pueblo Viejo, Morazán. Largo: 9,2 cm. Dibujo: Haberland 1967. En otro sitio de Morazán, el de Corinto, Haberland propuso la identificación de un posible complejo precerámico.60 Desde finales del siglo XIX, el abrigo rocoso de Corinto es bien conocido por su arte rupestre prehispánico, que combina pinturas y grabados. Como lo veremos más adelante,

la cronología y afiliación cultural de estas manifestaciones siguen suscitando discusiones. Haberland visitó el lugar en 1954, 1958 y 1977. Allí, hizo algunos levantamientos de las pinturas, antes de realizar excavaciones. El arqueólogo alemán abrió 9 pozos de sondeos, justo al este de la entrada de la cueva, en 1977.61 Entre 155 y 180 cm de profundidad, notó un cambio en la estratigrafía, que apareció entonces como una mezcla de barro y arena fina. La capa correspondiente, de un espesor de unos 60 cm, dio al investigador la impresión de «una sedimentación por acción de agua viva». No reveló cerámica, sino supuestas lascas y herramientas de obsidiana y «pedernal» (en realidad, una roca de la cual solo sabemos que no es obsidiana). Este material lítico, que carecía de objetos bifaciales y navajas prismáticas, dio lugar a la definición del «complejo Zuncuyo». Haberland atribuye al mismo 22 raspadores, 5 «hachuelas» (que serían también raspadores), 11 buriles y 7 perforadores. Pero algunos de estos artefactos han sido hallados en los contextos superiores hasta en la superficie. Según Haberland, existe «la posibilidad de que el complejo Zuncuyo se relacione con una época bastante remota, quizás anterior aun al período preproyectil». La interpretación del material que integraría el «complejo Zuncuyo» es altamente problemática, por diversas razones:

Wolfgang Haberland, «Informe preliminar de investigaciones arqueológicas en la gruta de Corinto y sus alrededores», Mesoamérica 21 (1991): 95-104. 61 Haberland, «Informe preliminar de investigaciones arqueológicas en la gruta de Corinto». 60

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- Haberland no presentó un estudio geológico del terreno que excavó. - La estratigrafía de la capa inferior parece haber sido afectada por aguas de escorrentía, de las cuales Peter Robinson también observó la marca en el paisaje.62 - Los «artefactos» de dicho complejo estaban dispersos en varias capas, y a veces, asociados con vestigios del Clásico Tardío. - Su caracterización es dudosa, ya que no se mencionan las técnicas de lascado y talla, los retoques ni las huellas de desgaste visibles en los objetos. En estas condiciones, conviene preguntarse, primero, si los elementos del hipotético complejo Zuncuyo son realmente artefactos. Y hay que admitir que la respuesta no es tan obvia. Como es sabido, en la arqueológica paleoindia o arcaica, la cuestión de la artificialidad de los objetos puede provocar

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largos y acalorados debates…63 En el caso de Corinto, el «buril» que se ve en una foto publicada por Haberland64 no muestra, con claridad, el bulbo de percusión característico de este tipo de herramienta.65 Sin disponer de datos tecnológicos muy precisos, resulta imposible confirmar la identificación de los buriles. En bases muy frágiles, me atreveré a escribir que los artefactos ilustrados por Haberland podrían incluir dos raederas.66 La forma de estas piezas, especialmente la parte cóncava de su borde, recuerda herramientas paleoindias de la cueva de Santa Marta, en Chiapas,67 de la cuenca de Quiché, en Guatemala,68 de Turrialba, en Costa Rica69 y de Nieto, en Panamá.70 En el corpus del complejo Zuncuyo, se podría reconocer, además, un raspador rectangular (figura 8) y otro circular,71 que serían comparables con artefactos de Quiché.72

Figura 8. Supuesto raspador de Corinto, Morazán. Largo: 7.7 cm. Foto: Haberland 1991. El caso del arte rupestre

Peter Robinson, The Rock art of the Corinto cave – Gruta del Espíritu Santo – in the Morazan district of El Salvador (Bradshaw Foundation, 2002). 63 David J. Meltzer, First peoples in a new world: Colonizing Ice Age America (Berkeley y Los Angeles: University of California Press, 2009). 64 Haberland, «Informe preliminar», fig. 7. 65 Jeremiah F. Epstein, «The Burin-Faceted Projectile Point», American Antiquity 29, n.° 2 (1963): 187-201. 66 Haberland, «Informe preliminary», figs. 4 y 6. 67 Guillermo Acosta Ochoa, «Excavaciones en el abrigo Los Grifos, Chiapas: temporada 2008-2009. Informe técnico preliminar» (México: Instituto de Investigaciones Arqueológicas Universidad Nacional Autónoma de México, 2009), 98. 68 Brown, «A brief report», fig. 6. 69 Michael J. Snarskis, «Turrialba: A Paleo-Indian Quarry and Workshop in Eastern Costa Rica», American Antiquity 44, no. 1 (1979): 125-138, fig. 8. 70 Pearson, «Pan-Continental Paleoindian expansions and interactions». 71 Haberland, «Informe preliminary», fig. 5. 72 Brown, «A brief report», figs. 6, 8. 62

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Obras del arte rupestre de El Salvador han sido atribuidas, en diversos tipos de publicaciones, los medios de comunicación y la cultura popular, a artistas de los periodos precerámicos. Ya en 1942, el historiador Rodolfo Barón Castro comparaba los petroglifos de la Pintada de San José Villanueva con las pinturas prehistóricas de Europa…73

Los prejuicios sobre una muy alta antigüedad del arte rupestre salvadoreño se manifestaron, especialmente, con respecto a la cueva de Corinto, creando una curiosa mistificación colectiva, que incluso afectó la comunidad arqueológica.74 Naturalmente, estas consideraciones han sido alentadas por el supuesto complejo Zuncuyo, aunque cabe aclarar que Haberland nunca relacionó explícitamente este «horizonte» con las representaciones parietales. De hecho, el

Rodolfo Barón Castro, La población de El Salvador (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, 1942). 74 Sébastien Perrot-Minnot, «Considérations chronologiques sur les peintures rupestres de la grotte de Corinto (Département de Morazan, El Salvador)», International Newsletter on Rock Art (INORA) 49 (2007): 13-18. 73

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material excavado en Corinto y la iconografía rupestre sugieren más bien que las paredes de la cueva fueron pintadas y grabadas durante el Clásico Tardío.75 En América, el arte rupestre ha sido practicado desde el periodo Paleoindio, bajo la forma de pinturas y petroglifos; pero no experimentó tradiciones similares a la de las «cuevas decoradas» del Paleolítico europeo y asiático.76 En Centroamérica, por el momento, no se conocen manifestaciones gráfico rupestres paleoindias o arcaicas. Las que se aprecian en las cuevas de Santa Marta y de El Gigante no se pueden asociar, en el estado actual de nuestros conocimientos, con las ocupaciones precerámicas de estos lugares.77 Conclusión Si tan solo consideramos la práctica de la navegación por los primeros americanos, y los vestigios paleoindios y arcaicos hallados en Guatemala y en Honduras, parece obvio que el territorio salvadoreño ha sido ocupado y colonizado desde los tiempos precerámicos. De hecho, datos paleoambientales confirman la existencia de actividades agrícolas, en la Sierra de Apaneca, durante el periodo Arcaico Tardío. Y en el

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departamento de Usulután, huellas humanas conservadas en la roca podrían también ser anteriores al Preclásico. Para investigar las ocupaciones de esta lejana época, disponemos igualmente de materiales arqueológicos. Los mismos incluyen artefactos diagnósticos, especialmente puntas, de los periodos Paleoindio y Arcaico; desafortunadamente, se desconoce el contexto arqueológico de estos objetos. Vestigios más difíciles de caracterizar y fechar, pero que podrían ser precerámicos, han sido descubiertos en el marco de trabajos arqueológicos, en Chalchuapa (Santa Ana), Carolina (San Miguel), Pueblo Viejo (Morazán) y Corinto (Morazán). Cabe añadir que contrariamente a una idea ampliamente difundida, no se ha podido relacionar el arte rupestre con contextos precerámicos, hasta la fecha, en El Salvador. Entonces, aunque no carece de interés, el material de este corpus es escaso y a menudo problemático. Como lo han señalado varios autores,78 la visibilidad de los vestigios precerámicos es particularmente limitada por la importancia de los depósitos volcánicos que cubrieron el país. No obstante, Payson Sheets tiene razón en notar que los mismos depósitos podrían representar una oportu-

Perrot-Minnot, «Considérations chronologiques». Sébastien Perrot-Minnot, «Les débuts de l’art en Amérique», Archeographe (2013), http://archeographe. net/debuts_art_amerique. 77 Matthias Strecker, «Arte rupestre de Tabasco y Chiapas», en Arte rupestre de México Oriental y América Central, ed. Martin Künne y Matthias Strecker (segunda edicion, SIARB: http://www.siarbbolivia.org/esp/ biblioteca/americacentral.pdf, 2008), 43-65. Scheffler, «The El Gigante rock shelter», 150. 78 Por ejemplo, Sheets, «The Prehistory of El Salvador», y Brian Ross McKee, «Volcanism, household archaeology, and formation processes in the Zapotitan Valley, El Salvador» (Tesis doctoral, University of Arizona, 2007), 35-37.

nidad, para futuros estudios arqueológicos: «A Paleo-Indianor Archaic site buried by a sudden tephra fall would offer important archaeological data, since sudden tephra falls can preserve perishable artifacts as well as undisturbed activity areas».79 Entre las iniciativas que permitirían avanzar en el estudio de las sociedades paleoindias y arcaicas que poblaron El Salvador mencionaré la realización de pacientes investigaciones en las colecciones de antigüedades públicas y privadas, con el fin de identificar artefactos característicos; reconocimientos enfocados en los periodos Paleoindio y Arcaico, y llevados en prioridad a lo largo de los ríos y alrededor de los yacimientos de rocas duras y megafauna (el occidente de El Salvador parece ser una región prometedora para tal operación); un reconocimiento de

los abrigos rocosos situados cerca de la frontera con Honduras, al sur de la zona donde se encuentra la Cueva El Gigante; un nuevo reconocimiento y excavaciones en los sitios acerámicos reportados por Haberland en el departamento de Morazán; y nuevas excavaciones en Corinto, para tratar de esclarecer el caso del supuesto complejo Zuncuyo. Agradecimientos Quisiera agradecer, especialmente, a Bárbara Arroyo, Joaquín Arroyo-Cabrales, Gregorio Bello Suazo, Hugo Iván Chávez, Frederick W. Lange, Federico Paredes, Anthony J. Ranere, Mario Romero Quezada, Kathryn Sampeck, Timothy E. Scheffler, Payson D. Sheets, Eric Taladoire y Fabricio Valdivieso.

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