En el vendaval de la revolución. La trayectoria vital del ingeniero venezolano José de Pozo y Sucre (1740-1819)

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EN EL VENDAVAL DE LA REVOLUCIÓN. LA TRAYECTORIA VITAL DEL INGENIERO VENEZOLANO

JOSÉ DE POZO Y SUCRE (1740-1819)

manuel hernández

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©Ministerio de la Cultura ©Manuel Hernández Edición Xxxxx Diseño y diagramación Dileny Jiménez Edición al cuidado de:

Hecho el Depósito de Ley lf ISBN

impreso en la república bolivariana de venezuela

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EN EL VENDAVAL DE LA REVOLUCIÓN. LA TRAYECTORIA VITAL DEL INGENIERO VENEZOLANO

JOSÉ DE POZO Y SUCRE (1740-1819)

manuel hernández

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ÍNDICE

introducción

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los orígenes familiares.

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los hermanos pozo y sucre

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su formación en los colegios imperial de madrid y de artillería de segovia y en la academia de matemáticas de barcelona

37

ingeniero en cádiz, sevilla y barcelona. con olavide en las repoblaciones de sierra morena

45

en la expedición de cevallos a la colonia del sacramento

47

su marcha a cuba y su participación en la guerra de independencia de las trece colonias.

51

el incidente de savannah y su correspondencia con natahanael greene

55

su labor en trinidad

59

sus reflexiones sobre el estado de las fortificaciones de puerto cabello

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el túmulo funerario de carlos iii en la catedral de caracas

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la frustracion de su candidatura a teniente del rey en caracas y su apoyo al proyecto independentista de miranda

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de director de la academia de matemáticas de cádiz a la guerra contra la república francesa 81 ingeniero en el cádiz del tránsito de los siglos xviii al xix

83

su estancia en granada y los presidios del norte de áfrica

91

su participación en la junta suprema gaditana y sus controversias con morla sobre la defensa de cádiz durante su asedio

97

la comandancia general del campo de gibraltar

107

sus pleitos con la regencia y las cortes sobre la comandancia de ingenieros y la defensa de cádiz. la verdad desnuda, la exposición y la censura de su injusticia atroz 109 sus años finales en cádiz

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bibliografía 133

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ABREVIATURAS DE ARCHIVOS

A.G.M.S. Archivo General Militar de Segovia A.G.S. Archivo General de Simancas A.A.H. Archivo de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela A.R.A.H.E. Archivo de la Real Academia de la Historia de España A.G.N. Archivo General de la Nación de Venezuela R.P.C. Registro principal de Caracas A.H.P.C. Archivo Histórico Provincial de Cádiz A.A.C Archivo Archidiocesano de Caracas A.H.N. Archivo Histórico Nacional de Madrid. A.G.I. Archivo General de Indias. B.U.L.L. Biblioteca de la Universidad de La Laguna. B.N. Biblioteca Nacional de Madrid. B.N.V. Biblioteca Nacional de Venezuela. B.U.C. Biblioteca de la Universidad de Cádiz B.P. Biblioteca del Palacio Real de Madrid B.I.E.G. Biblioteca del Instituto de Estudios Gaditanos. B.P.C. Biblioteca Provincial de Cádiz B.M.C. Biblioteca Municipal de Cádiz. L.C. Biblioteca del Congreso de Washington. F.G.T. Facultad de Teología de Granada S.H.M. Servicio Histórico Militar de Madrid

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INTRODUCCIÓN

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l caraqueño José del Pozo y Sucre, pese a sus notables aportaciones en la historia de la ciencia y en la historia política es un desconocido en su país natal. Su hermano Carlos por sus relaciones con el sabio alemán Alejandro de Humboldt, por capacidad invectiva en Calabozo y por sus aportaciones experimentales en la vacuna de la viruela ha sido destacado por los estudiosos en la materia. Sin embargo, José todavía sigue figurando en numerosos manuales que hablan de su relación con Francisco de Miranda y de su participación en la convención de Paris con el apelativo expulso ecuatoriano. Sin embargo, José de Pozo y Sucre, pariente de Antonio José, el mariscal de Ayacucho, amigo desde la más tierna infancia de Francisco de Miranda, se formó en los más importantes centros de la ciencia ilustrada española, el colegio imperial de Madrid, la academia de artillería de Segovia y la de matemáticas de Barcelona. Con un gran bagaje educativo y experimental, su trayectoria vital se desarrolló de lleno en las grandes transformaciones socio-políticas de la época de cambios revolucionarios por la que le tocó transitar en su existencia. Trató de plasmar en la práctica con el ilustrado peruano Pablo de Olavide, al que más tarde trató de incorporar al proyecto emancipador mirandino, un proyecto colonizador de la entidad del emprendido en la Sierra Morena andaluza y participó de lleno en la expedición de Cevallos contra la Colonia del Sacramento y la isla de Santa Catarina, el proyecto político-militar de la Monarquía española para el Río de la Plata del que derivaron en parte los límites actuales de las antiguas colonias españolas con Brasil y que se tradujo en la creación en un nuevo Virreinato con capital en Buenos | 11 |

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Aires. Actuó como ingeniero en el cuerpo expedicionario militar español en la Guerra de Independencia de las Trece Colonias, conoció directamente y se carteó con algunos revolucionarios norteamericanos como el cerebro militar de esa revolución Natahanael Greene. Fueron años de trabajo en la organización de las empresas bélicas, pero también de planificación urbanística de la isla de Cuba en una etapa de cambios radicales en ella con la apuesta decidida de sus elites por la economía de plantación y la trata esclavista. Su plano del antiguo pueblo tabaquero de San Julián de los Güines, amenazado por su conversión en centro azucarero, que traslucía las ansias emancipadoras de sus vegueros, mostró sobre la traza urbana el mundo ideal defendido por los pequeños cultivadores y que se derrumbará por la arremetida de la sacarocracia habanera. Una etapa en la que volverá a conectar con Francisco de Miranda, al que defenderá frente a las injustas acusaciones de los Gálvez, que le llevaron a romper definitivamente con la monarquía y a luchar denodadamente por la emancipación de América. Trabajó activamente en Puerto España, cuando la isla de Trinidad pertenecía todavía a la provincia de Venezuela. Sus planos de fortificaciones, de su Catedral y de otras obras públicas son expresivos de su talento y formación dentro de los cánones neoclásicos. Son años en los que el joven ingeniero sufrió duros reveces similares a los que condujeron a Miranda a su ruptura con España. Tras residir por un tiempo arreglando problemas familiares en Caracas, unos meses en los que realizó unas significativas reflexiones sobre las fortificaciones de Puerto Cabello y diseñó el mayor túmulo funerario que se erigió en su patria, vio frustrada su candidatura a la tenencia del rey de Caracas en competencia con un vasco con muchísimo menos currículo y formación. Fue consciente de la postergación que sufrían los criollos en los cargos públicos, en un despotismo ilustrado que solo beneficiaba a una red de burócratas peninsulares ligados por los lazos del nepotismo y el clientelismo. Esa frustración sería el móvil que le llevó a trasladarse a Londres con Miranda y a incorporarse a su proyecto revolucionario. | 12 |

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Pero el sabio caraqueño, a pesar de tales postergaciones, era uno de los más reconocidos ingenieros españoles, lo que explica que fuera designado como director y fundador de la Academia de Matemáticas de Cádiz en el principal puerto del Imperio y en el centro fundamental de operaciones de la Armada. Poco después participó de lleno en la Guerra contra la Revolución Francesa, tras lo que retorna a Cádiz. Son años de intenso trabajo en proyectos, planos y realizaciones que configurarían la defensa de un enclave estratégico fundamental en la Monarquía y que alcanzará gran protagonismo en todos los órdenes tras la invasión napoleónica. Unas propuestas en las que demostrará su capacidad de invectiva y sus profundos conocimientos matemáticos y logísticos. Allí volverá a conocer en carne viva los obstáculos que se le ponían para frenar su ascenso en la ingeniería española, que le arrastraron al “exilio” en Granada y los presidios del norte de África. En ambas regiones sus obras e informes demostraban una rigurosa formación y una enorme capacidad proyectista, que chocaba radicalmente con el inmovilismo de la burocracia española, que postergaba al cuerpo de ingenieros y colocaba en su cúspide a militares sin adiestramiento y experiencia en la materia. Reintegrado de nuevo a Cádiz, vivió de lleno los drásticos cambios originados en España tras la invasión napoleónica. Fue miembro de la Junta Suprema gaditana y sufrió en sus propias carnes los antiguos funcionarios privilegiados por Godoy que fingían ser adalides populares como Tomás de Morla y que, amparados en la manipulación de las capas populares en sus sentimientos patrióticos, condujeron al asesinato del capitán general de Cádiz Marqués del Socorro y a la colocación en el mando de la plaza del anterior por decisiones que el mismo conspirador había contribuido a sancionar. Dio con ello comienzo a una nueva etapa de postergación y marginación por su visión radicalmente opuesta a los planes de defensa del puerto que defendía Tomás de Morla, una perspectiva acertada del reforzamiento del caño del Trocadero y de negativa a construir una nueva, de dilatado proceso de ejecución y de elevado coste en la | 13 |

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cortadura de San Fernando. Unos planes que el duro asedio padecido por la ciudad y las bombas incendiarias lanzadas contra él tras la toma del caño del Trocadero y los castillos adyacentes por el ejército galo certificaron el acierto sus planteamientos. “Desterrado” a la comandancia general del Campo de Gibraltar tras su negativa a secundar los planes de Morla, tras su regreso a la plaza se le sometió a un calvario de procesos judiciales y consejos de guerra y se le impidió el acceso a la comandancia de ingenieros que le correspondía por ordenanza y por el aval de su dilatada carrera en el cuerpo y sus notables servicios y expediente. Pero todo fue inútil, pese a lo que el anciano ingeniero venezolano se defendió con gallardía y constancia. Su defensa en eso autos y la publicación de diferentes libros y folletos, de los que llegó a ser censurado por las autoridades gubernativas uno de ellos demuestra sus acendradas convicciones. Su causa se convirtió en un argumento de los sectores más liberales de las Cortes, que denunciaban el inmovilismo y el carácter conservador de la Regencia que contrastaba con el carácter avanzado de las ideas plasmadas en la constitución recién aprobada. La opinión pública hizo denodado eco de la injusticia cometida contra él y se le llevó a proponer como integrante del Consejo de Regencia. Fueron años en los que Pozo y Sucre se significó por sus concepciones liberales, apoyando todas las batallas reformistas emprendidas por los sectores más avanzados de la ciudad. Reconocido finalmente como teniente general, sus últimos instantes vitales los dedicó a tratar de darle una vida digna a la mujer con la que convivió en los últimos años de su vida y a los dos hijos que tuvo con ella en una época en la que la legislación y los prejuicios sociales impedían que contrajese nupcias con una criada, pese a lo que fue su deseo, para lo que solicitó infructuosamente gracia regia, y que impedía que los vástagos nacidos fuera del matrimonio gozasen de los mismos derechos que los nacidos dentro de él. No obstante, además de reconocerlos y dar la patria potestad de ellos a su madre, postuló que personas de su confianza en Cádiz y sus parientes cubanos en la corte, como Anastasio Arango, se comprometieran a ayudarlos en esos propósitos. | 14 |

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La investigación para la realización de esta obra ha sido desarrollada en un amplio elenco de archivos y bibliotecas venezolanos y españoles, con los que hemos tratado de reconstruir la trayectoria vital de este ingeniero venezolano desde sus orígenes familiares hacia su fallecimiento en Cádiz en 1819. Desde esas páginas reconozco y doy las gracias por las facilidades y ayudas proporcionadas en todos ellos por sus archiveros y bibliotecarios, gracias a las que ha sido factible la culminación de este trabajo. Asimismo agradezco a la viceministra de Cultura de la República Bolivariana de Venezuela y especialista en la obra de Francisco de Miranda, Carmen Bohórquez, y al Centro Nacional de Historia de ese país por la disposición que desde el primer momento tuvieron para esta obra saliera a la luz pública.

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LOS ORÍGENES FAMILIARES.

L

os padres de José Pozo y Sucre fueron el siciliano José Pozo y Honesto y la natural de Cartagena de Indias María Isabel de Sucre y Trelles. Su progenitor, según su testamento1, afirmó ser natural de Aragria, en el reino de Sicilia, aunque su hijo José en el suyo gaditano de 27 de noviembre de 1813 precisó � que lo era de Trapana (Trapani), en esa isla. Sus ascendientes eran el malagueño Pedro Pozo Pacheco, proconservador del reino de Sicilia y de la isla de Fabriñana (Favignana), y Serafina Honesto Rocaforti. José del Pozo y Honesto en su juventud ejerció por espacio de siete años en la compañía española del tercio fijo del reino de Sicilia. Con posterioridad sirvió durante más de seis bajo las órdenes del conservador del Real Patrimonio de ese reino José Antonio de Zárate, tras lo que se le designó conservador de las libranzas de la guarnición en Mesina y Palermo. En atención a tales servicios y a los contraídos por su padre Pedro del Pozo Pacheco por espacio de cuarenta años fue premiado con el empleo de tesorero de las Reales Rentas de Puerto Rico en 1715 cuando Sicilia pasó a manos del Duque de Saboya. Por su parte, su hermano Baltasar fue designado guardia de corps del Rey. En sus años de ejercicio como contador en la isla de Puerto Rico se vio denunciado en la residencia que tomó Francisco Danio Granados, gobernador de la isla a su antecesor Alberto de Bertodano. Fue encarcelado desde el 12 de noviembre de 1720 hasta octubre 1

A.A.H. Civiles 2-528-4 Autos de discernimiento de la tutela de Doña Isabel de Sucre, viuda de José Pozo y Honesto. Testamento de José de Pozo y Honesto de 29 de abril de 1748 ante Gregorio del portillo, escribano público de Caracas.

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de 1721, en que fue puesto en libertad por orden del pesquisidor y oidor de la Audiencia de Santo Domingo Tomás Fernández Pérez y absuelto por el Consejo de Indias. En una isla en la que el contrabando era el motor de la economía se vio implicado en resoluciones conflictivas y en constantes represalias contra él, en especial con las presas del célebre corsario Miguel Enríquez. Este último se precipitó de antemano en sus juicios sobre su carácter. Creyó que había arribado a Puerto Rico un individuo al que podía someter fácilmente a sus intereses. En una carta al antiguo gobernador Francisco Danio, fechada el 13 de enero de 1716, dijo de él que “tenía a su hermano en la Corte, sirviendo en la guarda de corps. Se llama don Baltasar de Pozo Honesto. Él solicitará a vuestra señoría porque tiene sus pretensiones para Indias, según me ha comunicado su hermano, la dirigirá vuestra señoría según el conocimiento que tiene, lo que puede hacer y entregarle cincuenta pesos de cuenta de su hermano, que es un bizarro mozo y nos ayuda mucho y con empeños, que estos nos hará falta”. El origen de las desavenencias debió radicar de la negativa de Enríquez en proporcionar al hermano 4000 pesos para la adquisición del gobierno de Puerto Rico. Pozo y Honesto a los dos años de su arribada a San Juan poseía cuatro esclavos, su casa estaba bien amueblada y su hacienda se calculaba en más de 50.000 pesos. Al ser su sueldo anual de 700, su fortuna la tuvo que adquirir por procedimientos nada claros. El siciliano poseía cuatro tiendas que se surtían de los productos decomisados de contrabando. Al cogerlas para sí chocó con los propósitos similares de Enríquez. La guerra entre ambos estaba servida. Pozo lo denunció por deudor de cantidades de dinero a la Corona en las entradas y salidas de sus naos del puerto y de haber provocado la prevaricación del juez pesquisidor. Sus argumentos finalmente prevalecieron2. Por sus denuncias de cobranzas de diferentes cantidades procedentes de bienes rematados en almonedas, uno de los interesados le intentó quitarle la vida. Por la percepción de 54 pesos a un fraile 2

LÓPEZ CANTOS, A. Miguel Enríquez. San Juan de Puerto Rico, 1998, pp.254-259 y 276.

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dominico, se le escribió un papel de injurias. Sobre esa conflictiva época llegó a dar a la luz en Madrid en 1723 una Demonstración legal en defensa de don Joseph del Pozo y Honesto, tesorero, y oficial real de la real hacienda de la ciudad e isla de San Juan de Puerto Rico, en Indias, representando el derecho del patrimonio real, y en defensa de los cargos que se han fulminado”. Finalmente, triunfó en su batalla judicial. Como prueba de ello fue la concesión el 9 de octubre de 1730 de la Contaduría de Caracas, que desempeñó hasta su jubilación en 17483. La madre de José del Pozo y Sucre, María Isabel de Sucre y Trelles, era natural de Cartagena de Indias. Procedía de una familia de militares de alta graduación originarios de Flandes, que enlazaron con significativos miembros de la elite criolla americana. Su bisabuelo Carlos Adrián de Sucre e Inés, nacido en Cambray el 6 de agosto de 1641, fue señor y barón de Preux, capitán de infantería de guardias valonas, maestre de campo, coronel de caballería y gobernador de las montañas de Cataluña. En América fue capitán general de Cartagena de Indias y se vistió con la orden de Calatrava por real orden de 6 de septiembre de 1698, desempeñando el hábito el 16 de febrero de 1699. Se le concedió el título de Marqués de Preux por Carlos II por real carta del 3 de agosto de 1680. Falleció en Madrid el 19 de noviembre de 1712. Se desposó en tres ocasiones, la primera en Brujas el 7 de abril de 1661, con María Buenaventura Isabel Garrido Sánchez y Pardo de Figueroa, conocida como Isabel Pardo, señora de Gavere y de Seyseele, hija de Francisco Garrido y Pardo, teniente general de los Países Bajos y Emerenciana Pardo. Su segunda esposa fue Feliciana de Avilés y Salamanca y su tercer cónyuge Rosa de Santa Cruz, que testaría en Madrid el 17 de marzo de 1713. De su primera matrimonio tuvo como hijos a Ana, Bárbara, Antonio, Alberto y Carlos Francisco de Sucre y Pardo, éste último abuelo de nuestro biografiado. De las hembras, Ana fue abadesa del 3

A.G.I. Indiferente general. 142 nº 46 Relación de méritos de José de Pozo y Honesto de 1724 y Relación de méritos de José de Pozo y Honesto de 15 de julio de 1730. Indiferente General 144 nº100.

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monasterio de Santa Begga en Namur, mientras que Bárbara se desposó con Gaspar Egas Venegas de la Cueva, coronel de regimiento de caballería y maestre de campo, quien era alférez mayor y regidor perpetuo de la ciudad de Palencia. Alberto, natural de Bruselas, fue capitán de caballería en Cartagena de Indias, donde enlazó con la cartagenera Mariana Cortés de Blanquezel4. Carlos Francisco de Sucre y Pardo, nacido en Flandes en 1668, desempeñó una notable carrera en el mundo militar hispanoamericano. Antes de embarcarse para las Indias, había sido comandante en Barcelona y sargento mayor en Cádiz, cargo éste último por nombramiento de 22 de octubre de 1706. En 1709 fue designado teniente del rey en Cartagena de Indias. Hecho prisionero por los ingleses cuando se dirigía a ejercer ese cargo, regresó a España en 1711. En 1713 se le restituyó ese empleo. En esa ciudad colombiana contrajo nupcias con Margarita Trelles, que fallecería en Santiago de Cuba el 14 de enero de 1725. De esa unión provinieron la madre de nuestro biografiado, María Isabel de Sucre y Trelles, que nacería en ese puerto, y Feliciana Antonia de Sucre y Trelles, natural de Cádiz, que contraería nupcias con Juan José Núñez de Castillo y Pérez de los Reyes, segundo Marqués de San Felipe y Santiago, señor de la villa de esa advocación de Bejucal, en las proximidades de La Habana, con lo que enlazaría el linaje con la sacarocracia cubana, parentesco que desarrollará con creces José de Pozo y Sucre en Cádiz en especial con sus parientes los Arango y Núñez del Castillo. Los otros integrantes de la familia Sucre Trelles serían Vicente, capitán de infantería Vicente y Antonio, bautizado en la Catedral de Santiago de Cuba el 28 de octubre de 1723, que sería coronel de infantería de milicias en Cumaná en 1792, comandante y cabo subalterno de esa ciudad venezolana. En ella casaría el 3 de abril de 1741 con Josefa Margarita García de Urbaneja, con la que tuvo diez vástagos. Sus hijas, siguiendo la misma estrategia familiar, enlazaron 4

SANTA CRUZ Y MALLEN, F.X. Historia de familias cubanas. La Habana, 1940. Tomo II, pp.272-274.

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con significados miembros de la administración española en la región: Teresa con el coronel Mateo Wall y Puello, capitán general de Cumaná, María Magdalena y Antonia, las dos con Casimiro de Isava, coronel de ingenieros de los Reales Ejércitos. Uno de sus descendientes, Casimiro Isava Sucre, desarrollaría la misma carrera que su primo José y compartiría destinos en ella, como tendremos ocasión de ver más adelante. Finalmente, María del Rosario lo hizo en Cumaná en 1795 con Manuel Navarrete Sáenz, Intendente de Ejército y Real Hacienda de Santiago de Cuba. Entre los varones Vicente, nacido en Cumaná en 1761, fue regidor y alcalde ordinario de su ciudad natal y miembro de su Junta Suprema en 1811-1812, siendo uno de los firmantes de su capitulación ante los emisarios de Domingo Monteverde, por lo que fue encarcelado en las bóvedas de La Guaira y liberado por Bolívar en 1813. Contrajo dos nupcias, la primera con María Manuela de Alcalá y Sánchez y la segunda con Narcisa Marques de Alcalá. Fruto de su primer matrimonio sería Antonio José de Sucre y Alcalá, el célebre Mariscal de Ayacucho, primer presidente de la República de Bolivia, llevando su apellido la que sería su capital5. Pozo y Honesto testó en Caracas el 12 de octubre de1748. Solicitó ser enterrado en el convento de San Francisco con el hábito de su orden. Había aportado al matrimonio las casas de su morada, ocho piezas de esclavos, 800 pesos en plata labrada, una sortija de 1000 y algún ajuar. Por su parte Isabel Sucre había traído a él 200 pesos. Declaró que daría la libertad por su lealtad si proporcionaba 150 pesos a su negro José, que ejercía como cocinero, que era la mitad de su valor. El matrimonio Pozo Sucre había contraído nupcias por poderes en Cumaná, siendo dotada la esposa por parte de su marido con 800 pesos. Al momento de testar sus bienes eran las casas de su morada, cuatro casas tiendas contiguas, ocho esclavos, algún ajuar de casa y una silla de manos. Designó como sus albaceas a su mujer, al tesorero de la Real Hacienda de la provincia de Venezuela 5

SANTA CRUZ Y MALLEN, F.X. Op cit. Tomo II, pp.274-276.

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Manuel de Salas y al presbítero Pablo Ángel García. La tutoría de sus hijos la hizo recaer en su cónyuge y proclamó a sus seis hijos como herederos a partes iguales. Tras su fallecimiento, el 18 de junio de 1749, le fue concedida a ella la referida patria potestad sobre sus vástagos6. Isabel Sucre testó en Caracas el 16 de marzo de 1797 cuando se encontraba enferma de extrema gravedad. Solicitó ser enterrada a los pies de Nuestra Señora de la Soledad en la iglesia del convento de San Francisco. Al fallecer su marido pasó a poseer nueve esclavos en unión de sus hijos, la casa de su habitación y cuatro tiendas contiguas. Al contraer nupcias con el palmero José de Fierro Santa Cruz le entregó varios efectos y alhajas. Sus hijos y su segundo marido eran dueños de una hacienda de caco en el Valle del Tuy y dos casas tiendas fabricadas durante su matrimonio7 . Isabel Sucre y José Fierro Santacruz no tuvieron descendencia de su matrimonio. Al contraer nupcias, José aportó 12996 pesos y 14 maravedíes. Con posterioridad condujo a él otros 4182 y medio real que le donó Bernardo Rodríguez del Toro, vecino de Veracruz, el 6 de diciembre de 1764, derivados del valor de la hacienda San Roque que le compró en el valle del Tuy, de la casa grande de habitación de la misma con su homenaje y de otras casas de ella. De los bienes poseídos por su mujer sólo entraron al casarse algunas prendas y alhajas de oro y plata, las que fueron vendidas para la reedificación de una mansión que quedó por herencia de su primer marido y otras que ella trajo de La Habana y que también empleó en jornales de peones y materiales. Los restantes propiedades de su primer cónyuge fueron administrados en exclusiva por su viuda, disponiendo ella de sus usufructos en su totalidad. Destinó una deuda valorada en cerca de 6000 pesos contraída por Juan Álvarez de Ávila al 6

A.A.H. Civiles 2-528-4 .Autos de discernimiento de la tutela de Doña Isabel de Sucre, viuda de José Pozo y Honesto. Testamento de José de Pozo y Honesto de 29 de abril de 1748 ante Gregorio del portillo, escribano público de Caracas.

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A.A.H. Civiles 16-6437-2. Testamento de Isabel de Sucre. Caracas 16 de marzo de 1797.

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pago de las misas de todos los domingos del año en el altar de San Miguel del convento de San Jacinto y a una cantada de tres pesos el día de su festividad. Para que se posibilitase su debido cumplimiento ordenó a sus herederos afianzarlas en una propiedad valorada en 1200 pesos. Las casas donde residía en la cuadra inmediata a la Merced se las había donado su hermano Santiago, a excepción de la fábrica nueva y reparos. Libertó a su fallecimiento a sus esclavos Miguel Jerónimo Navarro y su mujer María Magdalena por sus buenos servicios y asistencia. Donó a éste y a Bernardo Antonio Barrera dos casas tiendas que poseía más abajo del fondo de las casas de las Arrechederas, para que las disfruten durante los días de su vida. Verificada ésta, se alquilarían por un año entero y se destinaría su producto a misa por su lama y la de los anteriores, destinando sus rentas perpetuamente para la celebración de una fiesta a San Miguel en su día con procesión, misa cantada y sermón. Dejó por herederos por mitad a su sobrino Manuel Fierro, futuro gobernador de armas de la provincia, arraigado en Caracas como él y a sus sobrinas Luisa, María y Catalina, éstas últimas en partes iguales8. José era un miembro de la elite palmera afincado en Caracas, donde ejerció como regidor y alcalde de su cabildo. Caballero del orden de Calatrava, era natural de su capital, Santa Cruz de La Palma, e hijo del sargento mayor Francisco Ignacio del Fierro Monteverde y de Luisa Torres de Santa Cruz. El 27 de noviembre de 1777 el gobernador Unzaga, aplicando la real cédula de 3 de agosto de ese año que le requería la elección de cuatro regidores españoles europeos con carácter vitalicio para el cabildo de Caracas, lo propuso por pertenecer a la referida orden militar. Pesó en esa decisión, como él mismo afirmó “su nacimiento y buenas circunstancias”, a pesar de “ser de las Islas Canarias”. Ese añadido era bien significativo y demuestra hasta que punto los canarios habían sido marginados del poder institucional después de la derrota de la rebelión de Juan Francisco de León. Todo ellos fueron en diferentes ocasiones regidores, síndicos 8

AG.N. Fondo R.P.C. Escribanías. Texera, 28 de diciembre de 1789.

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y alcaldes de Caracas. Los paisanos del padrastro de Pozo y Sucre, aliados con la oligarquía criolla y opuestos a los oficiales reales y a la Guipuzcoana, hicieron un frente común en las elecciones a las dos alcaldías ordinarias de Caracas cuya prueba de fuego más efectiva fue la llamada alternancia en esas varas entre criollos y europeos, vigente por la Real Cédula de 1774, que trataba de potenciar la participación en el cabildo de los comerciantes peninsulares. La prueba de fuego fue la designación pactada entre criollos y canarios en las elecciones de 1775 de Juan Benítez de Lugo y Marcos Rivas como alcaldes ordinarios y de su hermano Francisco como Procurador General. Al año siguiente el Gobernador Agüero, aliado de los criollos y opositor del Intendente Ávalos, refrenda la elección de tres criollos para esos cargos, en atención de que el año anterior habían sido ocupados por forasteros. Los comerciantes vascos, con el regidor Manuel Clemente y Francia, factor de la Guipuzcoana a la cabeza, se dan cuenta de la jugada. Ponen en cuestión que los canarios fueran verdaderamente europeos, cuestión ésta que precisan al proclamarse ellos europeos castizos. No deja lugar a dudas: “el nombramiento de dos europeos en el año pasado no fue hecho en obsequio sino en mayor agravio de ellos (...), no lo fue sino en la apariencia y que en la unidad de nación que se supone entre los isleños de Canarias y españoles legítimos o castizos hubo modo y arbitrio de hallar la distinción real entre unos y otros”. Las disputas prosiguieron en 1777 con la elección del mercader canario Francisco López de la Vega como procurador general en la alternancia y su consciente renuncia por imposibilidad económica, dando lugar a su sustitución por un criollo. La Corona trató de solucionar el problema en beneficio de los europeos con la creación en 1777 de cuatro regidurías vitalicias para ellos sin distinción de nobleza. Unzaga, como nuevo capitán general con conexiones con la elite mercantil vasca cedió una de ellas a José Fierro, como subrayamos antes, a pesar de “tales inconvenientes”9. Para los españoles europeos los canarios eran criollos y por eso no estimaron que debían 9

A.H.N. Consejos. Leg. 20514.

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desempeñar los cargos en los cabildos asignados a los peninsulares. En un criollo como Pozo y Sucre esa conciencia de postergación tanto en él como en sus paisanos y parientes se fortalecería con el paso del tiempo y su propia experiencia vital. En su testamento, efectuado el 28 de diciembre de 1789, el padrastro de Pozo y Sucre solicitó ser enterrado en el convento dominico de San Jacinto “en sepultura propia que tengo señalada con su loza al pie del altar de San Miguel con los hábitos de San Francisco y de Santo Domingo y con el escapulario de su orden “para ganar sus gracias”. Su cuerpo debía ser transportado a su tumba en ataúd ordinario. Sin embargo, su corazón debía ser sacado a las 24 horas de su muerte y colocado en una urnita para ser colocado al lado derecho del altar de Nuestra Señora del Rosario. Al finalizar las vigilias se le debían decir quince misas rezadas en cada uno de esos altares. Su cuerpo debía ser conducido desde su casa a la iglesia por doce pobres precedidos de un religioso dominico, que debían ir rezando el rosario. Concedía una limosna de 8 reales al religioso y de 4 a cada pobre. Había sido miembro de las cofradías de Jesús de San Jacinto, de Nuestra Señora de Altagracia, del Socorro, de Santa Rosalía y tercero profeso de San Francisco y de Santo Domingo. Solicitó asimismo su asiento en las del Santísimo y Nuestra Señora de Guía en la iglesia de San Mauricio. Dejó 25 pesos de limosna para ayuda de las andas del Santo Niño Jesús de Petare, obligación que delegado en su entenada Serafina del Pozo. Poseía un oratorio, cuyos ornamentos de tela y alba donaba a la iglesia de Petare. Había ajustado con Francisco Cardoso la fabricación de un retablo para esa iglesia donde debía colocar el San José que tenía concluido en su mayor parte, que por no haberlo acabado, no le había entregado los 30 pesos que le restaban de su valor. Destinó 200 pesos entre mujeres pobres vergonzantes, que repartiría Serafina en función de sus necesidades y 500 misas de 6 reales a repartir por mitad entre sacerdotes de los tres conventos caraqueños y clérigos pobres, teniendo presentes a Miguel Aguado, José Vicente Romero, Blas Matamoros y los demás que constan de una nómina que dejó a sus | 25 |

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albaceas. Había hecho dos sagraritos de plata sobredorada para las parroquias de Nuestra Señora de las Nieves, la patrona de su isla natal, y Nuestra Señora de los Remedios, de Los Llanos de Aridane. Dio 10 pesos a Antonio su negro mandador de su hacienda del Tuy, a la negra Martina y a cada padre de familia de ella y 4 reales a cada uno de sus hijos y 2 a los demás esclavos. Como muestra de su religiosidad y de su afán de notoriedad en la sociedad que le vio nacer, en 1779 remitió a la parroquia del Salvador una custodia de plata sobredorada, adornada con diamantes que mandó hacer en Caracas, la cual posee una leyenda debajo del pie: “Diola D. José Fierro Santa Cruz caballero de la orden de Calatrava”. En el estuche de piel que la cubre puede leerse la misma inscripción con su fecha, 1779. A ella le acompañaría tras su muerte una venera de la orden que fue colocada bajo el ángel que se halla cerca del viril. Es una obra de Landaeta, como reseña Carlos F. Duarte. Asimismo donó otras dos custodias menores de 0´61 cm. con piedras de dobletes muy semejantes entre sí, una para el convento de Santa Catalina, conservada en la parroquia del Salvador, y otra para la de las Nieves10.

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DUARTE, C.F. El arte de la platería en Venezuela. Período hispánico. Caracas, 1998, pp.300-301.

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LOS HERMANOS POZO Y SUCRE

E

l matrimonio Pozo Sucre tuvo seis hijos que llegaron a la edad adulta, cuatro hembras y dos varones. Las primeras fueron Manuela, Serafina, Bárbara e Isabel y los segundos José, nuestro biografiado, y Carlos. María Manuela, nacida el 30 de diciembre de 1741 en Caracas y bautizada el 8 de enero de 1742, contrajo nupcias con el tocuyano Diego Tomás Hurtado de Mendoza en la ciudad natal de éste el 16 de enero de 1763. Diego había nacido en El Tocuyo el 28 de febrero de 1740 y era descendiente del sargento mayor Diego Pérez Grijota Hurtado de Mendoza y Feliciana de Escalona, vecinos de esa ciudad e hija ésta última del sargento mayor Luis de Escalona Córdova Tuvieron una descendencia numerosa. Dentro de ella se encontraban los siguientes hijos varones: Juan José, casado el 18 de julio de 1805 en Petare con su prima María de Jesús Gedler del Pozo, Pedro José, desposado el 12 de diciembre de 1792 con María Teresa de Bolívar y Arias, Diego Tomás, que lo hizo el 4 de abril de 1807 con María de La Luz Jerez de Arestiquieta, José Domingo, con su prima María de los Dolores Escalona Falcón el 4 de octubre de 1807, Francisco de Asís, el 13 de marzo de 1809 con Gracia María Antiqui Arraez, José Antonio, Domingo y Ramón Antonio. Éste último había nacido en El Tocuyo el 1 de marzo de 1776. Tras realizar sus estudios de derecho en la Universidad de Caracas, fue aprobado como abogado del distrito el 24 de septiembre de 179511. Sus tres hijas, Rosa Antonia, María Antonia y María de la Trinidad contrajeron nupcias, respectivamente, el 4 de octubre de 1807 con José María Sánchez, el 15 de octubre de 1816, con Bernabé Sánchez Bosos y el 12 de noviembre de 1817 con José Antonio Brito Hernández. 11

GARCÍA CHUECOS, H. Abogados de la colonia. Caracas, 1958, pp. 366-380.

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Serafina había contraído matrimonio con un preeminente miembro de la elite caraqueña, Domingo Gedler Rengifo. Entre sus hijas, ya referimos el matrimonio de María de Jesús con su primo Juan José Hurtado. Por su parte, Inés María se desposó con el comerciante caraqueño Manuel de Echezuría y Echevarría el 12 de julio de 1805. A José María, nacido en Petare el 13 de mayo de 1774, se le concedió licencia para vestir hábitos clericales el 5 de julio de 179412. No nos consta descendencia en los restantes vástagos Antonio José, Encarnación, y Pedro Manuel. Bárbara contrajo nupcias el 2 de julio de 1778 con Juan Félix Ruiz de Lira, capitán del batallón de infantería, que fue uno de los que se opuso activamente a la designación del padre del Precursor, Sebastián de Miranda, como capitán de milicias. El padre de Lira fue José Joaquín Ruiz de Lira, un comerciante originario de Almagro en La Mancha, que contrajo nupcias en Caracas con Josefa Cedillo, hija de Francisco José Cedillo y de Melchora de Rojas. Juan Félix había nacido en Caracas hacia 1746. y se casó el día 2 de julio de 1778 con María Bárbara Del Pozo y Sucre; era hijo de José Joaquín y Josefa Cedillo. Isabel permaneció soltera. El 20 de abril de 1795 dio poder para testar a su sobrino Juan José y sus hermanas Bárbara y Serafina. Pide ser enterrada con el hábito de San Francisco en la Catedral en el altar del Cristo crucificado y deja por heredero a Juan José Hurtado. Diez años después, el 7 de octubre de 1805 volvió a reiterar el poder, pero lo otorgó en ese caso al sobrino de su padrastro, Manuel Fierro, y por su ausencia a Manuel Manrique y Simón Ugarte. Reiteró su enterramiento, pero dejó esta vez por heredero a su hermano Carlos13.

12

FUGUETT GRATEROL, E. “Información genealógica de los aspirantes a vestir hábitos clericales en Venezuela en el siglo XVIII”. Boletín del Instituto venezolano de genealogía nº3, Caracas, 1964, p.61.

13

A.G.N. Fondos del R.P.C. Escribanías. 875 B. Antonio Juan Texera. 20 de abril de 1795 y 795B Antonio Juan Texera. 7 de octubre de 1805.

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La vida de Carlos, nacido en Caracas el 14 de octubre de 1745, se encuentra tejida por sus circunstancias personales, su casamiento en Santa Cruz de Tenerife, el abandono de su mujer e hijos y su “escape” permanente para huir de su aprehensión y remisión a Tenerife en localidades bien alejadas de su Caracas natal. En 1789 la Audiencia de Caracas trató de coordinar sus acciones con el Prelado sobre los cónyuges de Canarias que se hallaban en la provincia y habían dejado a sus mujeres abandonadas. Entre las reclamaciones se encontraba la de la esposa de Carlos, la natural de Gran Canaria y vecina de Santa Cruz de Tenerife Adriana Lami Lasso de la Vega, casada en ese puerto con él el 7 de octubre de 1761 y con dos hijos abandonados desde hacía más de 20 años14. Pero eran tantas las afectadas que en 1791 el Capitán General de Caracas envió una representación al Consejo en la que manifiesta las constantes reclamaciones de casadas, sobre cuyo abuso añadió “que no había barco de Canarias que no llegase con treinta casados o solteros”15. Su mujer falleció en Santa Cruz de Tenerife a los 64 años de edad, el 5 de junio de 1806, sin ver realizado su deseo de que Carlos regresase a su hogar o contribuyese con dinero a su alimentación y la de sus hijos. De ellos, María Antonia contrajo nupcias en Santa Cruz de Tenerife el 1 de julio de 1797 con José Luis Miranda y Miranda, significado miembro de la burguesía mercantil de esa ciudad, con el que no tuvo descendencia16. Desde fines de 1780 fue designado por el intendente Ávalos como visitador de la Real Renta en los departamentos de Barquisimeto, San Felipe, Carora y Trujillo, hasta que más fue destinado a Calabozo a ejercer como subdelegado de hacienda de San Sebastián de los Reyes, Calabozo, San Jaime y demás colindantes. Durante la rebelión de los comuneros de Nueva Granada y Mérida, trató de suavizar sus efectos en Trujillo, ya que, según expresó en un memorial 14

A.A.C. Matrimonios. Leg.87.

15

A.G.I, I.G. Leg.3109 B.

16

FERNÁNDEZ DE BETHENCOURT, F. Nobiliario de Canarias. La Laguna, 1959. Tomo III, pp.300-302.

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de 25 de mayo de 1792, “despreciando la muerte que le amenazaba a cada paso entre unas gentes de quien no se podía tener confianza, y en donde se creía haber prendido el incendio, proponiendo todo, aun su propia vida a vuestro Real servicio, no cesó de contribuir con su persona y dando avisos, cuántos eran necesarios y convenientes al sosiego y quietud de aquellos partidos, asegurando los papeles de aquella real administración y conduciéndolos a la ciudad del Tocuyo, precaviendo por diferentes medios los estragos que intentaren los mismos patricios ejecutar la persona del administrador de la Real Renta, que pusieron en prisión y en su casa y embarazando se apoderasen de los caudales de S.M. como lo pretendían”17. Tales datos proporcionados por el caraqueño han sido corroborados por la documentación existente sobre la rebelión de los comuneros de Mérida. El administrador de la Real Hacienda de Trujillo y Pozo defendió posiciones similares. Entendían que el pueblo quería acabar con las contribuciones. Subrayó que la sublevación era la de “la plebe indigna del pueblo”, pero que estaba apoyada por su clase dirigente. Llegó a dudar de Sancho Antonio Briceño, al que señaló como persona de dudoso vasallaje, cuyo poder era muy grande en una ciudad en la que influía hasta en la designación de autoridades. Manifestó que sus cómplices eran Felipe coronado, Juan Francisco Bocaranda, Miguel de Betancourt y el sacristán Francisco Javier de Azuaje. El ambiente de tensión popular y las noticias sobre la avanzada insurgente procedente de Mérida le llevaron a huir hacia el Estado Lara. Al arribar a Carache lo declaró el cura sujeto indeseable y le dio un plazo de horas para abandonar el pueblo, por lo que se refugió en El Tocuyo. Desde allí expresó el 23 de agosto de 1781 a Ávalos que el objetivo de la propaganda rebelde era la revocación de la intendencia18. Seguidamente lo designó ese intendente el 26 de mayo de 1783 como visitador de la renta de tabaco en Calabozo con la finalidad 17

A.G.I. Caracas, 810. Instancia de Carlos del Pozo y Sucre de 25 de mayo de 1792.

18 A.A.V.V. Los comuneros de Mérida (Estudios). Caracas, 1981. Tomo I, pp.166, 173, 430 y 484.

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de “extinguir el detestable vicio del contrabando de tabaco en la dilatada jurisdicción de San Sebastián de los Reyes, Calabozo y sus confinantes”. Tal nombramiento recayó en su persona por los méritos contraídos en su anterior empleo. El 9 de enero de 1786 Saavedra aumentó sus atribuciones y le designó subdelegado de la real hacienda de Calabozo, San Jaime y San Jacinto de Apure. En 1792 solicitó al monarca, alegando tales méritos, la obtención de un empleo fuera de la provincia de Venezuela, ya que en ella hasta el día de la fecha no había sido posible uno donde colocarse “proporcionado a sus méritos y circunstancias”. El intendente Esteban Fernández de León reconoció que percibía por ese empleo, “que conviene suprimir, por no ser necesario” 400 pesos anuales, por lo que abogaba por concederle otro siempre se que se presentase vacante. El rey se sirvió el 12 de septiembre de 1792 destinarlo dentro del distrito de la Intendencia de Venezuela a otro empleo “en ocasión de vacante, proporcionado a su aptitud y mérito”19. Sin embargo, Carlos del Pozo prosiguió en el ejercicio de ese cargo por lo menos hasta entrado el año 1810. Su proyección en Venezuela se debe a la visita que recibió en 1800 en Calabozo del científico alemán Alejandro de Humboldt, que reconoció en él uno de los inventores e experimentalistas ilustrados criollos más afamados. Construía pararrayos que colocaba en sitios estratégicos de esa localidad llanera a fin de evitar los estragos de las tempestades atmosféricas. Igualmente sugirió el abrir una zanja o canal para desviar las aguas en época de lluvias. No era Ingeniero, sin embargo, por lecturas de autores científicos, dio rienda suelta a su inventiva. El sabio alemán se asombró de encontrar baterías, electrómetros, etc, hechos por él, quien no conocía otros instrumentos que los suyos y no tenía a nadie a quien consultar. Así lo reflejó: “Encontramos en Calabozo, en el corazón de Los Llanos, una máquina eléctrica de grandes discos, electróforos, baterías, electrómetros, un material casi tan completo como el que poseen nuestros 19

A.G.I. Caracas, 810. Instancia de Carlos del Pozo y Sucre de 25 de mayo de 1792.

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físicos en Europa. No habían sido comprados en los Estados Unidos todos estos objetos; eran la obra de un hombre que nunca había visto instrumento alguno, que a nadie podía consultar, que no conocía los fenómenos de la electricidad más que por la lectura del Tratado de Sigaud de Lafond y de las Memorias de Franklin. El Sr. Carlos del Pozo, que así se llamaba aquel estimable e ingenioso sujeto, había comenzado a hacer máquinas eléctricas de cilindro empleando grandes frascos de vidrio a los cuales había cortado el cuello. Desde algunos años tan sólo pudo procurarse, por vía de Filadelfia, platillos para construir una máquina de discos y obtener efectos más considerables de la electricidad. Fácil es suponer cuántas dificultades tuvo que vencer el Sr. Del Pozo desde que cayeron en sus manos las primeras obras sobre la electricidad, cuando resolvió animosamente procurarse, por su propia industria, todo lo que veía descrito en los libros. No había gozado hasta entonces sino del asombro y admiración que sus experiencias producían en personas carentes por completo de instrucción, que jamás se habían apartado de la soledad de Los Llanos. Nuestra mansión en Calabozo le hizo experimentar una satisfacción del todo nueva. Por supuesto que había de dar alguna importancia a los votos de dos viajeros que podían comparar sus aparatos con los que se construyen en Europa. Yo llevaba electrómetros de paja, de bolilla de saúco, y de hojas de oro laminado, y asimismo una botellita de Leyden que podía cargarse por frotamiento, según el método de Ingenhouss, la cual me servía para experiencias fisiológicas. No pudo el Sr. Del Pozo contener su alegría al ver por primera vez instrumentos no hechos por él y que parecían copia de los suyos. Le mostramos también el efecto de metales heterogéneos sobre los nervios de las ranas. Los nombres de Galvani y Volta no habían resonado en aquellas vastas soledades”. El germano detalló también la calidad de sus observaciones termométricas20.

20

HUMBOLDT, A. Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Mundo. Trad. de Lisandro Alvarado. Caracas, 1956, Tomo III, p.191-192 y 223.

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En 1803 el consulado de Caracas lo propuso como Director de Obras Públicas, pero su solicitud fue rechazada por el capitán general Manuel de Guevara Vasconcelos, pues este cargo debía ser desempeñado por un Ingeniero según las Ordenanzas de la Ciudad. Sin embargo, fue capaz de llevar a cabo el deslinde de las tierras de Calabozo en 1804 y el ayuntamiento caraqueño le propuso por sus “notorios conocimientos” como el encargado de la colocación del techo del Coliseo de Caracas en 1805. Como muestra evidente de su destreza y conocimientos en la materia, en octubre de 1804 obtuvo cow-pox autóctono para la vacunación de la viruela, como comunicó el facultativo caraqueño José Domingo Díaz el 22 de diciembre de ese año. En la sesión de Junta Central de la vacuna de la viruela de Venezuela de 9 de noviembre de 1805 el capitán general lo propuso, lo que fue aceptado, para efectuar experimentos con ella con leprosos. Se le encargó la conducción de tales experimentos allí o con su transporte al hospital de leprosos de Caracas. Sobre tales procedimientos subrayó del Pozo que no se debía vacunar con la misma lanceta usada indistintamente para otras operaciones por las desagradables consecuencias que había experimentado en Calabozo. Se aprobó que sólo se empleasen con esa finalidad y no para ninguna intervención de cirugía menor. El 15 de noviembre de 1804 comunicó que “uno de sus amigos le presentó en este tiempo una vaca cuyos granos estaban exactamente característicos; que tomó el fluido de estos y se le ingirió en los brazos de dos niños que, aunque ocultamente, tenía de antemano preparados; que al cuarto día de la operación comenzó en el lugar de cada incisión a elevarse un botoncito hundido o deprimido en su centro, que creció sucesivamente apareciendo dolor en las axilas y la aureola en su circunferencia; que en el día décimo y undécimo se manifestó algún delirio, náuseas y uno y otro síntoma de poca consideración, que tenían en estos días las pústulas de la misma figura la mayor identidad, con las que producía el flujo traído por la real expedición; que al decimo tercio y décimo cuarto desaparecieron todos los síntomas y quedaron enteramente sanos los vacunados; | 33 |

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que con su fluido tomado en el día prescrito por la experiencia, vacunó seguidamente ocho personas que tuvieron pústulas iguales a las de la real expedición en la figura y benignidad sin el temible aparato de síntomas que presentaron los primeros que en este tiempo llegó a aquel pueblo el vacunador destinado por V.S. y por este accidente cesó en sus útiles indagaciones”. Su informe mereció la aprobación de la Junta superior de medicina de Madrid, que elogió la actividad y celo de la Central de la vacuna venezolana. En la Gaceta de Madrid de 14 de octubre de 1806 se dio cuenta de ese hallazgo21. Sus pararrayos pudieron ser admirados aún en 1832 por el diplomático inglés Sir Robert Ker Porter. En 1870, según noticia publicada en el diario caraqueño El Federalista, de 4 de febrero de ese año, el licenciado Francisco Cobos Fuerte donó a la Biblioteca Nacional de Venezuela 5 cartas autógrafas de Carlos del Pozo dirigidas al doctor Alejandro Echezuría y fechadas en Calabozo en 1805 y 1806. Las mismas trataban sobre materias de física experimental. Las referencias que poseemos sobre sus años finales en Venezuela son escasas, poco precisas y fragmentarias. En ellos se reflejó sin mucha consistencia que en 1810 renunció a la tenencia de Camaguán (Edo. Guárico) como demostración de su lealtad a la Corona. El 3 de noviembre de 1812, a causa de su mal estado de salud, se dirigió al Superintendente de Caracas, pidiendo restitución de sueldos. Se cree que murió en Camaguán hacia 1813. Al acontecer la muerte de José de Fierro Santa Cruz en 1789 se procedió a la partición de bienes entre el heredero de este, Manuel Fierro, y los hijos de Isabel. Diego Hurtado de Mendoza, que vivía por aquel entonces en El Tocuyo, dio poder a su hijo Juan José para representarlo, mientras que Juan Félix Lira, por estar destinado en Puerto Cabello, lo delegó en su esposa Bárbara del Pozo. Carlos desde Calabozo lo había dejado a Lira y José, al marchar de Caracas 21 ARCHILA, R. “La Junta central de la vacuna”. En A.A.V.V. Bello y Caracas. Caracas, 1979, pp.215, 223 y 236-238.

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el 17 de agosto de 1786, lo delegó en Juan José Hurtado. Isabel y Serafina, que eran entonces solteras, se representaron a sí mismas. El capital conjunto era de 96.531 pesos 7 reales, incluidos los 12.000 que José de Fierro trajo al matrimonio. De ellos 39.680 eran del valor de la hacienda del Tuy comprada a Bernardo Rodríguez del Toro el 7 de septiembre de 1765, 150 pesos de 3 esclavos, 8826 de las casas de la Merced comprada a Juan de Ávila, 1044 y 3 reales de dos tiendas en la calle de la Catedral, 2650 de tres en la esquina del chorro de San Jacinto, 1345 y 6 reales de la casa de Petare, 1250 de las casas de Puerto Cabello y 4 esclavos22.

22 A.A.H. Civiles 10-3854-3 Particiones de los bienes por muerte de José de Fierro Santa Cruz e Isabel Sucre.

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SU FORMACIÓN EN LOS COLEGIOS IMPERIAL DE MADRID Y DE ARTILLERÍA DE SEGOVIA Y EN LA ACADEMIA DE MATEMÁTICAS DE BARCELONA

J

osé de Pozo y Sucre solicitó el ingreso en el real cuerpo de artilleros en Madrid el 15 de abril de 1760. Como él mismo hizo constar en su representación, para aquellas fechas ya había recibido en la capital de España “dos años de estudios en el Colegio imperial, habiéndolos aprovechado en la aritmética, geometría, trigonometría y los elementos de álgebra y secciones cónicas”23. El joven caraqueño ya demostraba desde bien temprano en esos estudios su predilección por las matemáticas y su aplicación al campo de la ingeniería. El Colegio Imperial era un centro jesuita en el que había un gran interés por los estudios matemáticos. En 1752 Fernando VI, por sugerencias del padre Rábago, había creado una nueva cátedra de matemáticas que continuaba la tradición de la existente en el siglo XVII. Para su instalación se había adquirido una casa inmediata, en la que se edificio un observatorio. Al nuevo catedrático se le añadieron un barómetro y un portero y se le trajeron de Inglaterra instrumentos. El Consejo de Indias subvencionó desde sus comienzos tales enseñanzas, aunque casi nunca abonó con regularidad las cantidades concedidas. Manuel Lanz de Casafonda fue crítico con sus estudios, pues subrayó en 1761 que nadie había aprendido en ella “más que los principios de la aritmética y geometría, porque no salieron de aquí ni han salido en catorce años los padres catedráticos, ni han recibido ningunas conclusiones públicas, ni aun sacado ni siquiera un curso de matemáticas”. No obstante, Menéndez Pelayo precisó que “hicieron laudables esfuerzos para difundir el gusto

23

A.G.S. Guerra Expedientes personales. Letra P. Reprod. en GRISANTI, A. Miranda, precursor del Congreso de Panamá y del panamericanismo. Caracas, 1954, p.159.

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por estas enseñanzas”, con la incorporación de profesores alemanes o flamencos como los padres Krees y Tacquet. Los padres Esteban Terreros y Pando y Miguel Benavente fueron los profesores de Pozo y Sucre en esa disciplina. El primero fue un ilustre escritor originario de Val de Trucios (Vizcaya), donde nació en julio de 1707. Enseñó filosofía en el colegio de Murcia, hasta que fue trasladado a Madrid para explicar retórica y matemáticas en el Real Seminario de Nobles, lo que efectuó hasta 1755. En dicho año regentó la cátedra de matemáticas en el Colegio Imperial hasta que se produjo el extrañamiento en 1767. Tradujo El Espectáculo de la Naturaleza del Abate Pluche, elaboró un diccionario de ciencias y artes en la lengua española y una paleografía española24. Por su parte, Benavente en 1761 presidió unas conclusiones de esa ciencia y tradujo en 1763 del latín unos Elementos de Arquitectura civil con las más singulares observaciones de los más modernos impresos en latín, del vienés Christiano Rieger, que también había ejercido como profesor de matemáticas en ese centro25. En 1762, Pozo, ya en calidad de artillero, participó en la campaña de Portugal y sitio de Almeida. Tras su conclusión pasó a Segovia en 1763, “ya de oficial del mismo cuerpo, a proseguir sus estudios”. En su hoja de servicios militar consta ese rango desde ese año26. Sin embargo, en su expediente como ingeniero se refleja que el 12 de junio de 1761 ingresó como cadete de ingeniero voluntario, ascendiendo el 10 de marzo de 1763 a alférez de ingenieros, permaneciendo en ese empleo hasta el 15 de agosto de 176527. La explicación radicaría en el hecho de que simultanearía el ejercicio de las armas con 24

GALLÁSTEGUI, C, LARRAZABAL BASÁLEZ, S. (Coords.) Esteban Terreros y Pando. Vizcaíno, polígrafo y jesuita. III Centenario, 1707-2007. Deusto, 2008.

25

DÍAZ, J.S. Historia del Colegio Imperial de Madrid. Madrid, 1992, 2ª ed., pp. 211, 518 y 546

26

A.G.M.S. Expediente personal de José del Pozo y Sucre.

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A.G.S. Guerra. Leg. 3793 C2, fo1. 29.

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la profesión de ingeniero militar. El de subteniente lo adquirió el 17 de diciembre de 1765. Para ingresar en el colegio de artillería de Segovia era necesario ser hijosdalgo notorio. Se exigía para su acceso pruebas de nobleza. Desgraciadamente no se conservan por haberse perdido en el incendio del Alcázar en 1862. Tales requisitos formaban parte de la política borbónica tendente a revalorizar la carrera de las armas. Su objetivo era renovar los cuadros de la oficialidad con jóvenes de la nobleza española a la que se le proporcionaba una educación de elite tanto civil como militar. Quedaban excluidos de su acceso a esta institución los primogénitos con mayorazgos, lo que obviamente no era el caso de José, que no poseía ningún vínculo, ya que, por atender a sus rentas, terminaban dejando la carrera militar. Tal origen permitiría disponer de oficiales instruidos en las nuevas ciencias y técnicas que en última instancia forjarían la modernización del ejército. La formación en el colegio marcaría de esa forma la diferencia entre los artilleros y los demás militares. Su paso por ese centro suponía que los nuevos oficiales de esa arma poseían una instrucción científica y militares de elite, inusual en la España del siglo XVIII. Los padres debían contribuir con una pensión de doce pesos mensuales. La edad de permanencia en el colegio tenía unos topes entre los 12 y 18 años. Se requería además de saber leer y escribir, un talento capaz para el aprovechamiento de tales enseñanzas. Los pilares de la formación colegial eran la instrucción matemática y la educación. Tras quince meses de estudio, quince cadetes eran promovidos a subtenientes, al tiempo que continuaban su formación e instrucción en su condición de oficiales académicos. Como rasgo característico de la enseñanza ilustrada español se pretendía alcanzar tanto una formación física e intelectual como una educación moral. En el primero de los aspectos se incidía en la impartición de clases de esgrima y de baile. La elegancia debía penetrar en las costumbres y la educación se debía extender al mismo tiempo que la | 39 |

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instrucción. Para garantizar su refinamiento debía facilitarse la enseñanza de la esgrima, ya que parecía inconcebible que los militares no fueran diestros “en esa especie de gimnasia”28. Tales actividades, unidas a las marchas y ejercicios prácticos en el campo, contribuían a su buen desarrollo corporal. La educación religiosa era materia obligatoria dentro de los principios renovadores del catolicismo ilustrado. Diariamente leían un capítulo de la Imitación de Cristo de Thomas Kempis, obra de cabecera de tal pensamiento. Tras el desayuno pasaban todos los días a la capilla a oír misa. Todas las noches tenían que rezar el rosario y los sábados recibían una plática semanal. En cuanto a su formación intelectual, cultural y científica, los estudios duraban cinco años. En el primero se enseñaba aritmética como materia fundamental junto con la geometría y la ortografía. En el segundo el baile y los elementos de Euclides. En el tercero idiomas y álgebra. En el cuarto idiomas, esgrima, estática y cálculo diferencial e integral. Finalmente, en el quinto fortificación, mecánica y táctica, que así se llamaba a la artillería propiamente dicha. El dibujo fue una materia muy importante. El profesor tenía la obligación de adiestrar a sus alumnos en el uso de los instrumentos. Debía lograr que se perfeccionasen en “el modo de delinear y de aplicar las sombras y colores, teniendo presente que sólo se han de señalar ornamentos y figuras para diseñar a los más sobresalientes, pues en general solo se deben dar a todos los ejemplares pertenecientes a la artillería y a la fortificación”29. En definitiva, era una enseñanza con una finalidad claramente aplicada a las materias de la ciencia artillera. Los idiomas recaían en el maestro de lenguas, que debía instruirles, por orden de preferencia, en francés, inglés e italiano. El

28

HERRERO FERNÁNDEZ QUESADA, M.D. La enseñanza militar ilustrada. El Real Colegio de Artillería de Segovia. Segovia, 1990.

29

Ordenanza de 1768, reprod. en HERRERO FERNÁNDEZ QUESADA, M.D. Op. cit. p.153.

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objetivo era posibilitar la comprensión y la traducción “con propiedad de obras facultativas en esos idiomas”30. Del primer al último curso la base fundamental eran las matemáticas, sobre las que se profundizaba a medida que se avanzaba en su formación. En quinto se realizaban ejercicios facultativos y operaciones prácticas de artillería. Igualmente se integraban dentro de su educación los diferentes tipos de ejercicio militar. En cuanto a sus manuales de texto, en la física el profesor de esa asignatura, Baltasar Ferrer, enseñaba el movimiento de los cuerpos, la maquinaria o mecánica, la hidráulica o del movimiento, los principios generales de la óptica y la perspectiva. En las matemáticas, los pasos a seguir eran los siguientes: aritmética, en primer lugar y álgebra, con posterioridad. En los primeros tiempos daba clases de esta materia el jesuita valenciano Antonio Eximeno, cuyo magisterio derivaba de la instrucción en esa disciplina característica de los sacerdotes de esa orden. En Cádiz y Barcelona se utilizó la obra del padre Tosca, cuyos conocimientos se complementaban con los de Eximeno, cuyo curso de matemáticas no se llegó a imprimir por su precipitada marcha a Italia en 1767, a raíz de la expulsión decretada por Carlos III. A su marcha su manual fue sustituido por el impartido por Cipriano Vimercati, al que reemplazaría con el paso de los años la reputada obra de Pedro Gianini, nuevo primer profesor del centro traído desde Italia por el Conde de Gazola a propuesta de Tanuci, cuyo primer tomo se comenzó a imprimir en 1779, por lo que la convirtió en la primera obra impresa para la utilización y manejo exclusivo de los cadetes del colegio de artillería. Cipriano Vimercati era teniente de artillería y llegó a ser profesor primario en el Alcázar. El 23 de diciembre de 1776 fue designado director de la Academia de Ferrol. Su curso de matemáticas estaba compuesto de ocho volúmenes manuscritos que nunca se dieron a la luz. El primero y el segundo eran 30

Ordenanza de 1768, reprod. en HERRERO FERNÁNDEZ QUESADA, M.D. Op. cit. p.153.

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de aritmética, el tercero y cuarto de geometría, el quinto de álgebra, el sexto de su aplicación a la geometría, el séptimo de cálculo infinitesimal y el octavo de la mecánica31. En cuanto a la táctica o artillería, en la elaboración del primer tratado participaría Vicente Ríos, su primer profesor, pero, tras su temprana muerte le sucedió Tomás Morla, cuyo Tratado de artillería para uso de los caballeros cadetes del real colegio militar de Segovia, fue impreso en tres tomos en 1784. La había comenzado a elaborar en 1771. A la muerte de Ríos, Gazola pensó en publicar su pequeño curso de táctica, pero era insuficiente para los cadetes, por lo que la primitiva obra tuvo que ampliarse en este texto, que se convertiría en una obra de gran reputación que se mantendría como texto en él durante más de medio siglo. Con él se tiene una idea aproximada de la amplitud y densidad de la ciencia artillera, que se extendía a la faceta industrial. Tal asignatura condensaba los conocimientos sobre las piezas de artillería y su uso. Incorporaba también su metalurgia y fundición y la fabricación del material y de las municiones. Incluso versaba sobre las fortificaciones y la construcción de puentes militares. Su elevado grado de capacitación fue posible gracias a la asunción del fundamento científico de la ciencia artillera32. Pozo y Sucre es probable que estudiara los primeros años entre 1763 y 1765, porque en ese año alcanzó el grado de subteniente, que se obtenía después de superar el primer ciclo. La desaparición de la mayor parte de la documentación del colegio es un obstáculo para conocer el desarrollo de sus estudios. Desde allí marchó a Orán, donde, como obra en su expediente, “se halló en varias funciones contra los moros”. En esa plaza solicitó el pase al cuerpo de ingenieros, que obtuvo en ese último año, “perdiendo la antigüedad de oficial”, por lo que se le destinó al Campo de San Roque. En el libro de actas, que sí se conserva, lo hemos encontrado por primera vez 31

HERRERO FERNÁNDEZ QUESADA, M.D. Op. cit. pp.158-167.

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HERRERO FERNÁNDEZ QUESADA, M.D. Op. cit. pp.168-174.

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el 10 de febrero de 1773, ya con el rango de cadete de segunda clase, lo que delata que con anterioridad ya había superado el primer nivel. Recibió una calificación en geometría de 4, que era de bueno33. En noviembre de ese año obtuvo un 6, bueno, en geometría especulativa y práctica. En abril de 1774 alcanzó un 5, nota mediana, en trigonometría, práctica sobre el terreno y la parte de cálculo que se ha escrito. En octubre de ese año aprobó con un 6, mediano, el álgebra infinitesimal, la aplicación de esta a la geometría y secciones cóncavas34. Desde el 15 de junio de 1770 ya había promocionado al empleo de capitán. Además de la enseñanza proporcionada por los profesores anteriormente mencionados, Pozo y Sucre recibió también la del director espiritual del colegio, el lagunero Diego Nicolás Eduardo, cuyo hermano Antonio también había estudiado en el colegio. Eduardo fue su capellán entre 1764 y 1777. El futuro canónigo de la Catedral de Canarias no solo era uno de los pilares de la ideología ilustrada, sino que también había adquirido notables conocimientos de arquitectura e ingeniería que mostró en sus obras en Canarias, tales como la de la continuación de la Catedral de Las Palmas, que estaba paralizada desde el siglo XVI. Pozo y Sucre, gracias a las enseñanzas recibidas en el colegio de artillería de Segovia, pudo alcanzar una sólida formación que le catapultó tanto en su vertiente formativa como en su obra como ingeniero. Como reflejó su hoja de servicios, sus conocimientos teóricos fueron de tal nivel que “su aplicación y genio le ha llevado a tomar conocimiento de las ciencias abstractas y a extenderse a cuantos ramos abrazan las matemáticas, que contemplaba precisas, a cumplir las obligaciones de ingeniero”35.

33

Los niveles eran sobresaliente, bueno, mediano y atrasado.

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B.A.A.S. Libro primero de actas del colegio de artillería de Segovia.

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A.G.M.S. Expediente personal de José del Pozo y Sucre.

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No obstante, en su solicitud para optar para el empleo de Teniente del Rey en Caracas hizo constar que su mentor había sido Claudio Martel. En ella mencionó que había dedicado “por espacio de ocho años al estudio más arduo de la ciencia matemática, como es la aplicación del álgebra, cálculo diferencial e integral, a los tratados físicos y matemáticos y a las obligaciones de un buen ingeniero, habiendo logrado por su aplicación y esmero de su difunto maestro Don Claudio Martel, bien conocido en el ejército por su ciencia, abrirse las puertas para la inteligencia de los autores modernos y adquirir por este medio y continuado estudio los conocimientos para ser útil a su Rey”36. El gaditano Claudio Martel había sido director interino de la Academia de Matemáticas de Barcelona entre 1756 y 1760. Nacido en ese puerto andaluz en 1720, fue promovido a ingeniero extraordinario en 1746. Su vida estuvo dedicada en exclusiva a su magisterio en ese centro docente. En 1765, como ingeniero en segundo, fue nombrado primer ayudante de la academia, en la que permaneció como profesor hasta su muerte en 177837. Pozo y Sucre debió perfeccionar de forma notable sus conocimientos de matemáticas con Martel en tal grado que explicaría que lo estimase como su maestro. Ese aprendizaje debió haberlo efectuado en el tiempo que permaneció destinado en Barcelona antes de ser destinado a la expedición de Cevallos al Río de la Plata. En 1765 había solicitado su pase al cuerpo de ingenieros, perdiendo su antigüedad de oficial. Tras destinarle muy poco tiempo al Campo de San Roque, pasó luego a los destinos de Cádiz, Sevilla, Sierra Morena y el de Barcelona, “donde permaneció hasta el año de 76, que, siendo ya teniente, vino a Cádiz para embarcarse para pasar a Buenos Aires”38.

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A.G.M.S. Guerra Moderna, 7180, 3. Solicitud de José de Pozo y Sucre fechada en Madrid de 19 de marzo de 1789.

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CARRILLO DE ALBORNOZ Y GALBERTO, J. “Los directores de la Real y Militar Academia de Matemáticas de Barcelona”. En A.A.V.V, La Academia de Matemáticas de Barcelona. El legado de los ingenieros militares. Barcelona, 2004, p. 134.

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A.G.M.S. Expediente personal de José Pozo y Sucre.

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INGENIERO EN CÁDIZ, SEVILLA Y BARCELONA. CON OLAVIDE EN LAS REPOBLACIONES DE SIERRA MORENA

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ras participar en la campaña de Portugal, en el sitio de Almeida, y tras recibir enseñanza en el colegio de artillería de Segovia, Pozo y Sucre marchó hacia Orán, “en donde se halló en varias funciones contra los moros”. En ese instante decidió pasar al cuerpo de ingenieros, concesión que alcanzó en 1765. Perdió por ello su antigüedad como oficial y fue destinado al Campo de San Roque. Duró allí muy poco tiempo. A partir de entonces en una década, hasta 1776, que regresó al Nuevo Mundo, en la expedición de Cevallos, deambuló por diferentes empleos en Cádiz, Sevilla, Sierra Morena y Barcelona. De todos ellos apenas sabemos algo sobre sus actividades, con la excepción de las repoblaciones de Sierra Morena, a donde acudió en 1769, siendo llamado por el célebre intendente ilustrado Pablo de Olavide cuando se hallaba en las obras del Guadalquivir a las órdenes de Francisco Gozar. Aunque éste último lo reclamó nuevamente, el rey ordenó que permaneciese allí�. Allí conocería a otro de los ingenieros de las fundaciones, el originario de Noviercas (Soria) Casimiro Isava Oliver, que le sustituirá más tarde en las obras de la isla de Trinidad y que contraerá nupcias con su pariente María Magdalena Sucre. Participaría de lleno por tanto en ese proyecto ilustrado y convivirá con el afrancesado peruano. Precisamente será su amistad el móvil por el que tratará de incorporarlo junto con Miranda en 1797 a su proyecto independentista. Se dedicó en esos años al levantamiento de planos. Dejó de ejercer ese cargo junto con Isava y el francés Desanaux en 177039. 39

OLIVERAS SAMITIER, J. Nuevas poblaciones en la España de la Ilustración. Barcelona, 1998, pp. 108113. SÁNCHEZ BATALLAS MARTÍNEZ, C. “Ingenieros, arquitectos y maestros de obras en las nuevas poblaciones de Sierra Morena y Andalucía”. En A.A.V.V. Las nuevas poblaciones de España y América. Baena, 1994, p.308.

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EN LA EXPEDICIÓN DE CEVALLOS A LA COLONIA DEL SACRAMENTO

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a colonia del Sacramento, en el sur de Brasil, había sido un permanente foco de conflictos bélicos entre España y Portugal. Durante los años de 1769 y 1770 los portugueses habían extendido sus correrías por las sierras de los Tapes y en las jurisdicciones de Montevideo y San Carlos y en las estancias de las Misiones en las márgenes del río Uruguay. Habían aumentado sus tropas con serias amenazas sobre las precarias posesiones españolas en aquella región. La nueva colonia portuguesa de Paulistas se había erigido en los dominios del Rey de España sobre el río Gatini a 30 leguas de la villa de San Isidro Labrador de Curuguati. Las autoridades portuguesas al mismo tiempo habían dado apoyo a los ladrones de ganado en todo el terreno de la banda septentrional desde el Río Grande de San Pedro hasta la villa del Río Pardo, fundando más de sesenta estancias en el término de dos años. El temor a una posible guerra con Inglaterra dilató una expedición punitiva contra Portugal. Pero el 22 de enero de 1774 el Conde de Ricla dirigió a Cevallos una citación que determinaría más tarde el envío de una flota en 1776 al Río de la Plata. El 1 de agosto de 1776 se designó a éste último como Virrey del Río de la Plata. Nació de esa forma al calor de esa empresa el último virreinato constituido por los españoles en el Nuevo Mundo, a tono con la importancia que desde la Corte se le daba a esa región expansiva que debía fortalecerse en cuanto a sus límites con esa campaña militar. La instrucción que dio pie a tal expedición especificaba que debían participar en ella 800 hombres de infantería, 600 dragones, 400 artilleros, un destacamento de obreros de maestranza y una brigada | 47 |

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de diez ingenieros. Esta última, en la que participó en su dirección el caraqueño con el cargo de ayudante primero, demuestra el afán de control cartográfico y militar de la región limítrofe objeto de controversia. Su finalidad era recuperar los puestos que habían tomado los portugueses en el Rio Grande de San Pedro, como también la conquista de cualquier otro, como la isla de Santa Catalina o la Colonia de Sacramento. El 13 de noviembre de 1776 salió de Cádiz una flota de 116 embarcaciones. Tras hacer una corta escala en Canarias, se dirigieron a la ocupación de la Isla de Santa Catalina. Tras el asalto de los fuertes de Santa Cruz y de la isla Ratones, marcharon hasta la capital para exigir su rendición el 26 de marzo de 1777. Fue conquistada sin la pérdida de un solo hombre por la poca resistencia local. A continuación las tropas se dirigieron hacia la Colonia, que cayó también con relativa facilidad junto con la isla de San Gabriel. Al parecer el Marqués de Pombal consideraba prácticamente imposible su defensa, por lo que era necesario abandonarla. Casi simultáneamente a esa ocupación, Carlos III expidió el 11 de junio de 1777 una real cédula por la que se ordenó a Cevallos el cese de las hostilidades. Se dio paso a unas negociaciones entre los dos países que culminaron con la firma del Tratado de San Ildefonso de 1 de octubre de 1777, que delimitó de forma definitiva en la región las fronteras entre ambos países40. La expedición permaneció hasta junio de 1778 en Buenos Aires, hasta que se determinaron los efectivos necesarios para la defensa de la capital del Virreinato, poniendo rumbo en esa fecha los buques hacia la Península. Pos espacio de dos años permaneció José de Pozo y Sucre en el Río de la Plata participando de lleno en un primer momento en las acciones bélicas. Participó en la toma de la isla de Sana Catalina y en el sitio de la Colonia del Sacramento. Una relación de méritos certificó que su actuación fue “capaz, activo y de conocida habilidad en su facultad”. Miguel Moreno resaltó que se esmeró durante toda la campaña en el cumplimiento de cuantos encargos se pusieron a su 40

BARBA, E.M. Don Pedro de Cevallos. Madrid, 1988, CEVERINA, J. La expedición de Don Pedro de Cevallos en 1776-1777. Buenos Aires, 1977.

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cuidado, por lo que solicitó el 18 de octubre de 1778 la concesión del grado de teniente coronel con la antigüedad de su promoción. Sin embargo, Gálvez el 25 de octubre falló su denegación por corresponder la recomendación de los oficiales al jefe de la expedición, pero Cevallos no tuvo a bien proponer su ascenso41. En su expediente personal hizo constar que el anterior admitió “su esmero y buenos servicios, sin que de esta confesión le resultase otra satisfacción al tiempo de las gracias que una consolatoria espiritual, porque se hallaba propuesto por su cuerpo para capitán hacía catorce meses”. En efecto había ascendido al rango de capitán de ingenieros desde el 19 de mayo de 177842. Durante esa expedición el 25 de noviembre de 1777 escribió desde Santa Teresa que se hallaba quebrado de salud y sin ropa con que mudarse por haber dejado su equipaje en Montevideo y consumido “el corto que saqué de esta plaza cuando fue el sitio de la Colonia, por lo que rogó pasar a la capital de la Banda oriental para reparar su saludo y necesidades”. Ya asentado en esa ciudad solicitó por su quebrada salud su regreso a España en algún buque que saliese con ese destino. Contó al respecto con el informe favorable del médico y presbítero Pedro Padilla, capellán del segundo batallón de infantería de Guadalajara, que certificó en Montevideo el 13 de marzo de 1778 que lo asistió y visitó en el sitio de Santa Teresa, donde se hallaba afectado por afecciones pulmonares, y que seguía experimentando en su nuevo destino una bronquitis. Quería por aquel entonces que se le facilitase algún buque para su regreso a España. El 24 de octubre el rey le concedió un permiso de cuatro meses para que pudiese recobrar su salud, resolución esta que coincidía con el regreso de la totalidad de la expedición a España43.

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A.G.S. Guerra Leg. 6835 nº7.

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A.G.M.S. Expediente personal de José del Pozo y Sucre.

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A.G.S. Guerra Leg. 6838 nºs 1 y 2.

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Entre las actividades emprendidas durante esos años en el Río de la Plata destacan sus trabajos cartográficos en Montevideo. En esa ciudad realizó los planos del castillo del cerro de Montevideo, de la vista y perfiles del hornillo para enrojecer las balas de cañón con algunas correcciones al ya ejecutado en Cádiz y de la porción de cortina del portón de San Juan44.

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S.H.M. 6309, 2846 y 6365. CAPEL, H y otros. Los ingenieros militares en España. Siglo XVIII. Repertorio biográfico e inventario de su labor científica y espacial. Barcelona, 1983, p.383.

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SU MARCHA A CUBA Y SU PARTICIPACIÓN EN LA GUERRA DE INDEPENDENCIA DE LAS TRECE COLONIAS.

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ras su regreso a España, fue destinado a La Habana el año de 1779, pocos meses antes de la decisión de Carlos III de romper relaciones con Inglaterra y de participar activamente en la Guerra de Independencia de las Trece Colonias. La orden, fechada en el Pardo el 12 de marzo de ese año, hacía constar que pasase a ese puerto antillano para relevar al ingeniero de su igual graduación Antonio de Leiva. Marcharía con él Isidro José Veles en calidad de escribiente y Mariano Doza como criado. La licencia de embarque en Cádiz en el buque San Rafael le fue concedida el 10 de junio45.

Al estallar la guerra, se constituyó el ejército de América bajo el mando de Bernardo de Gálvez, por lo que pasó con él al Guarico (Cabo francés) con el empleo de primer ayudante de cuartel. En tales expediciones “no se halló en los sitios de Movila y Penzacola por no permitirle su empleo abandonar el cuerpo y hallarse empleado en el importante proyecto que se meditaba para el ataque de la Jamaica y demás operaciones, pero cuando hubo lugar se le tuvo presente y se le nombró por cuartel maestre para la expedición que no tuvo efecto de la isla de Providencia por el buen concepto que de él se tenía”46. Pozo y Sucre colaboró activamente en el levantamiento de planos e informaciones militares para la realización de las expediciones de la guerra y vivió de lleno tanto en Cuba como en Saint Domingue 45

A.G.I. Contratación. Leg 5824 nº37.

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A.G.S. Guerra. Leg 7810 nº3.

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todos los proyectos trazados y los conflictos reinantes entre los militares de la expedición y en especial entre Victorio de Navia y Juan Manuel de Cagigal con el sobrino del Consejo de Indias, Bernardo de Gálvez, aupado por su tío a la jefatura del ejército de América y premiado con el título de Conde de Gálvez por la acción de Penzacola. Conocía a los dos primeros desde su etapa portuguesa y había convivido con ellos por espacio de dos años en la expedición del Río de la Plata. Precisamente participó como testigo a favor de Francisco de Miranda cuando este fue acusado falsamente por Gálvez de dar información privilegiada al general inglés Campbell sobre las fortalezas de La Habana. Francisco de Miranda abrió por su cuenta una especie de sumaria para esclarecer la visita del británico a las fortalezas de La Habana cuando en 1783 el concuño de Bernardo de Gálvez, el malagueño Luis de Unzaga, sustituyó a Cagigal en la capitanía general. Consciente de lo que se jugaba en esos momentos, en los que todavía no había decidido desertar por verse abocado a la cárcel sin posibilidad ninguna de defensa, se dirigió el 11 de febrero a un grupo de personas de la elite habanera para que manifestasen por escrito la verdad de lo ocurrido. Incluso solicitó al Gobernador el testimonio del mismo Montesinos. Todos ellos atestiguaron fehacientemente que el día de la ocurrencia se hallaba en la hacienda Ojo de Agua, a más de cuatro leguas de la ciudad en la compañía de sus dueños, el Conde de Casa Montalvo y su familia. Entre los testigos se encontraba su paisano y amigo de la infancia, el ingeniero caraqueño José del Pozo y Sucre. En su carta, fechada el 22 de febrero de 1783, certificó que “a todo este público ha oído decir que don José Montesinos fue el que acompañó al General Campbell al castillo del Príncipe y que V.M. se hallaba ausente de esta ciudad aquel día” 47. Pozo Sucre sin duda conoció al Precursor en Caracas, y con toda seguridad coincidieron en la campaña de Portugal y otras 47

Archivo del General Miranda. Caracas, 1930. Tomo V, p. 103. Sobre el tema, véase HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Francisco de Miranda y su ruptura con España. Caracas, 2006.

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expediciones peninsulares y africanas en las que ambos participaron. Esa amistad les llevaría años después a participar en la creación de una sociedad independentista en París coincidiendo con la frustración en 1790 de su candidatura a la Tenencia del Rey de Caracas, donde pudo comprobar que, pese a sus méritos, poco tenían que hacer los americanos para aspirar a cargos de preeminencia en su tierra natal e incluso en la Península, como vería amargamente en los años venideros. Su propuesta de sustituir a Pedro de Nava en el segundo empleo de la Capitanía venezolana fue desechada a favor del vasco Joaquín de Zuvillaga, sargento mayor del regimiento de infantería de Soria48. En 1784 realizó por encargo del ingeniero director Luis de Huet tres planos para la nueva villa de San Julián de los Guïnes, por entonces una próspera localidad tabaquera de la provincia de La Habana que había luchado por la emancipación municipal y judicial de la capital de la Isla. Dos de ellos están fechados el 26 de septiembre y plasman el proyecto de esa nueva localidad con el terreno marcado para sus propios y dehesa. El tercero, finalizado tres días más tardes, es un croquis del plano de su iglesia con un perfil cortado por la línea AB y vista de su puerta principal, las colaterales y las laterales49. Los dos proyectos muestran el dinamismo de ese centro veguero, que partió de una modesta iglesia erigida en 1735. En 1775 los vegueros, que constituían la mayoría de la población de la localidad, solicitaron a la Corona la fundación de una villa en su centro. A cambio de tal merced, por la que se comprometía a su edificación según una nueva planta, ofrecían al Rey 20.000 libras de tabaco que entregarían en cuatro años. La propuesta recibió el respaldo del capitán general Marqués de la Torre. El partido estaba compuesto por un total de 2.340 personas con 266 vegas, treinta haciendas de ganado y tres ingenios azucareros. Era 48

A.G.S. Leg. 7810 nº3.

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Se encuentra en A.G.I. Ultramar 172, dentro de los autos de erección de la villa de San Julián de los Güines.

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un típica localidad tabaquera constituida mayoritariamente por arrendatarios y pequeños propietarios blancos, que representaban el 73, 7 % de la población, con un 23´4 % de esclavos y un 2´9 de mulatos libres. Una Real cédula de 30 de septiembre de 1779 sentó las bases de su proceso de erección. En 1784 lo trazado por Pozo y Sucre bajo la dirección de Huet avalaba con generosidad las reivindicaciones territoriales. Señaló cinco caballerías para la villa, diez para dehesa, cuarenta para propios y cinco para ejido. La erección fue obstaculizada por “los designios particulares de una familia numerosa y poderosa, interesada en que no tenga efecto”. Miguel y Simón de Ayala, que eran los propietarios de cinco haciendas, se oponían abiertamente. Sin embargo, el Consejo dio la razón a los vecinos por estimar que “el interés particular debe ceder al bien común”, si bien autorizó su truque por otras. Mas la sacarocracia habanera puso sus ojos sobre las tierras públicas y dilató cuanto pudo la erección. El gobernador de las Casas en 1791 encomendó su culminación a Nicolás Calvo, miembro de esa clase social. Pero se retardó hasta 1814 a pesar de que otra real orden de 1798 ordenaba la constitución de un cabildo secular y el reparto de solares. San Julián de Los Güines fue un ejemplo certero del giro hacia la esclavitud y el azúcar de la provincia habanera y mostró a las claras el fracaso de la alternativa de los pequeños cultivadores tabaqueros que sucumbieron, pese a los proyectos ilustrados que trazaría Pozo y Sucre, y que ya había practicado en la repoblación de Sierra Morena, en la pérdida de sus tierras y su trasvase hacia la economía de plantación, que convirtió a la localidad en 1838 en la terminal del primer ferrocarril construido en la Isla50.

50 MARRERO, L. Cuba. Economía y sociedad. Madrid, 1978. Tomo 9, pp. 217-221.

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EL INCIDENTE DE SAVANNAH Y SU CORRESPONDENCIA CON NATAHANAEL GREENE

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n 1784 solicitó licencia por un año para pasar a Caracas para arreglar la herencia de su padre, que había fallecido, y “conocer a su madre, que aún vivía”. El 15 de abril de 1785 dejó la isla de Cuba gracias a una licencia concedida para visitar a su madre, poniendo rumbo a su tierra natal. Ese día se hizo a la vela desde el puerto de La Habana en el bergantín Jesús, María y José, capitaneado por Martín de Echegaray. Sin embargo, a causa de la mucha agua que sufrió la embarcación se vio obligada a arribar a Savannah, en Carolina del Sur, por hallarse el buque con las dos bombas en continuo trabajo. En ese importante centro portuario del sur de los Estados Unidos reconoció que fueron bien recibidos. El 8 de agosto, a su llegada a Caracas, afirmó que él con particularidad fue “obsequiado del gobernador y de muchos de los habitantes”. Sin embargo, después de dos meses de demora, que fueron precisas para su reparación, la víspera de hacernos a la vela, fueron descubiertos por sus amos dos negros que intentaban su fuga y que para tal finalidad se habían ocultado en su embarcación. Uno de los esclavos le acusó de ser su patrocinador, por lo que fue citado por la justicia. En su declaración arguyó que “dicho negro había estado por dos ocasiones a empeñarse conmigo para que le diesen pasaje, diciendo era libre y en ambas le había respondido que siempre que presentase su licencia conseguiría su solicitud y que después no había vuelto a verle. Sostuvo que fue conducido a la cárcel engañado “por un infame judío, D´Acosta, que hablaba español, con una orden del tribunal que me juzgaba”. Acudió al gobernador Mister Elbert y a todos sus amigos, que, “horrorizados de lo | 55 |

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que pasaba, satisficieron mis deseos prontamente, franqueándose en cuanto le permitían, según dicen, las leyes del país”. Por su mediación consiguieron la apertura de un juicio de ámbito superior, por el que se le declaraba inocente, condenando a la parte contraria a satisfacer los gastos y costas. Pero los dueños apelaron a la instancia inferior, que lo devolvió a la prisión. Una muchedumbre de gente armada lo sacó de la cama, pese a encontrarse enfermo. Por “una extraña piedad” se hospedó esa noche en la casa del carcelero. En carta dirigida el 22 de junio desde Savanah al gobernador de la Florida atribuyó la causa al vil interés de devorar a cuantos había en el buque “principalmente a mi, que, engañados por el peso que notaban de mis baúles de libros, cuando se desembarcaron, me creían poderoso”. A ruegos de la máxima autoridad estatal, Mister Prust pudo vencer a uno de los dueños de los esclavos, “que se hallaba inflexible y casi destituido de toda sensibilidad y de todo sentimiento de humanidad”. Alcanzaron finalmente todos los marineros la libertad y él, “por única satisfacción y sin rubor suyo” una copia de la sentencia pronunciada a su favor. Al gobernador de Savannah José de Pozo y Sucre le escribió una misiva en la que hacía constar el proceder de los administradores de justicia, para que se sintiesen “avergonzados del proceder que han tenido conmigo, se atraigan por el contrario la benevolencia de todas las naciones civilizadas y a sus puertos considerables sumas que sacien legítimamente sus deseos. Finalizó su escrito con una referencia de agradecimiento a los hombres de bien existentes en esa ciudad Tal hecho le acarreó considerables disgustos, por lo que, para poner a salvo su estimación, requirió a su regreso a Caracas al capitán general Manuel González la justificación plena del suceso por parte de la tripulación del navío. El gobernador por su carta de 17 de octubre, dirigidita a José de Gálvez dejó a salvo su reputación.

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Tales vicisitudes le permitieron relacionarse con dirigentes de la Revolución americana, como lo demuestra su correspondencia con el general cuáquero norteamericano Nathanael Greene, amigo personal de George Washington, que lo eligió para reemplazarlo en la dirección del ejército estadounidense en caso de necesidad y al que se le consideró el estratega de la guerra. Se carteó con él en junio de 1786 desde San Agustín en Florida. A él le escribió una carta en la que comparaba el trato recibido por ese general en la capital de la Florida frente al injustamente recibido por él en Savannah. Le precisó que, “si en lo sucesivo, los individuos del país experimentasen alguna frialdad entre nosotros, verán están sujetos a la recíproca, pues yo no puedo pasar en silencio por mi mismo honor, un hecho de tal naturaleza, ni menos dejar de publicarlo por las expresiones más vivas, por cuantos medios me sean dables, para libertarme de toda calumnia”. No obstante, subrayó que él sabía “hacer distinción de los que piensan con honor, y, por consiguiente, creerá siempre le hago la justicia que se merece y que en todas ocasiones tendré particular gusto de complacerle”51. En su respuesta Greene le pidió disculpas por la forma en que fue tratado por los oficiales de Savannah. En contraste le aseveró que él había sido tratado con respeto y cortesía en su estancia en San Agustín poco tiempo antes. Esperaba que no juzgase a Georgia por los actos de unos pocos52.

51 A.G.I... Caracas, 88. El gobernador de Caracas Manuel González a José de Gálvez sobre la carta de José de Pozo y Sucre sobre los incidentes de Savannah. Caracas, 17 de octubre de 1786. 52 THAYER, T. Nathanael Greene, Strategist of the American Revolution. New Haven, 1960, p.444.

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SU LABOR EN TRINIDAD

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l poco tiempo de comenzar a disfrutar el permiso de estancia en Caracas se le nombró como ingeniero de obras en la Isla de Trinidad, con el objetivo de proyectar las necesarias para su fortificación, por haber solicitado el Presidente del Consejo de Indias José de Gálvez al comandante general de ingenieros Juan Caballero “un sujeto de conocimientos facultativos y de su satisfacción y éste haberla tenido en él”. Tal decisión se tradujo para el caraqueño “en infinitos perjuicios a sus intereses, que estaba litigando, sin otra remuneración que habérsele dado el grado de Teniente Coronel un año antes de serlo efectivo en su cuerpo”53. La fecha de su designación a la isla de Trinidad fue una real cédula de 31 de julio de 1785 que le ordenaba incorporarse a la gobernación dirigida por José María Chacón para dirigir las obras civiles y de fortificación que se considerasen necesarias54. En efecto, su nombramiento como teniente coronel tenía fecha de 2 de mayo de 1786, mientras que ese rango en el cuerpo de ingenieros fue posterior, pues lo obtuvo con la consideración añadida de sargento mayor de brigada el 14 de mayo de 1788 55.

Arribado a la Isla, se puso de inmediato a trabajar en toda una serie de obras que eran imprescindibles para el tardío impulso de infraestructuras que quería dar a la colonia durante los años de la administración de Francisco de Saavedra. El gobernador Chacón, en cumplimiento de la real orden de 31 de julio de 1786, encargó 53

A.G.M.S. Expediente personal de José del Pozo y Sucre.

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55 Ibídem.

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a Pozo y Sucre los proyectos de cuartel, hospital, cárcel y casa del ayuntamiento. Sus planos fueron enviados a Madrid en enero de 1787 sin los presupuestos “por haberme hecho presente este oficial le es imposible el calcularlo en un país en que jamás ha habido obras de esta naturaleza”56. Él mismo señala como intervino en la construcción de su cuartel, emplazado a la salida del pueblo, en una espaciosa llanura cerca de la iglesia de la Trinidad, entre dos puentes, con abundancia de agua y un buen declive a la espalda que conducía a un barranco profundo. Su primer proyecto había sido de Manuel González Dávila, pero al ser designado éste gobernador de Margarita “lo siguió y mejoró” nuestro biografiado, siendo su aparejador “un negro llamado Juan Muñoz, hombre de mucha inteligencia y práctica en la arquitectura y de muy claro juicio”57. Saavedra dejó muy claro en su autobiografía que, aunque el hijo de González “corría con los detalles de la obra, quien la dirigía principalmente era el capitán de ingenieros Don José del Pozo, sujeto de talento que se hallaba allí a la sazón. Me convine, pues, con él y con el coronel del regimiento fijo Don Pedro de Navas, que nos juntásemos un día para formar la distribución del cuartel y darle las piezas necesarias y las comodidades que admite esa clase de obras. Ejecutose así, y en el mismo plano que se había formado, se hizo la distribución. Quedó en el comedio un gran patio y unos espaciosos corredores altos y bajos, del mismo ancho que las cuadras, donde en tiempo de lluvias podían pasarse las revistas de ropas y armas, y aún formarse las tropas o tener ejercicios doctrinales. En los cuadros cabía ampliamente todo un regimiento, y cubiertos los corredores con telones, suficiente reparo para aquel clima, daba espacio para otro igual cuerpo, aún en un apuro, dividiendo con tablas las piezas, que tenían siete varas de altura, y se les dejaban siete canes al intento, podían colocarse otros dos cuerpos igualmente numerosos. En el frente del este se proyectó alojamiento cómodo para seis oficiales, y allí mismo se dejaba, en el piso bajo, una pieza muy espaciosa capaz 56

ZAPATERO, J.M. La guerra del Caribe en el siglo XVIII. San Juan de Puerto Rico, 1964, p.142.

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SAAVEDRA, F. Los decenios (Autobiografía de un sevillano de la Ilustración). Transcripción, introd. y notas de Francisco Morales Padrón. Sevilla, 1995, p.266.

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de contener cuatro o cinco mil fusiles y otras armas”. Contaba también con fuentes y estanques para abastecimiento de agua, un cobertizo para cañones y se delineó en el plano un foso con su puente levadizo para el apuro de una invasión o levantamiento. Era una obra que, recoge Saavedra, “se seguía con la mayor eficacia y yo iba todas las mañanas a visitarla”58. Realizó también en 1787 los planos de la Catedral de estilo neoclásico, a tono con su formación ilustrada, pero el proyecto se abandonó a causa de los gastos que implicaba59. Pero Pozo y Sucre no se encontraba a gusto en Trinidad, protestaba de su escaso sueldo en una isla donde la vida era muy cara, se hallaba enfermo y además chocaba constantemente en su opinión con la Junta de Fortificaciones y con oficiales de ella, como el alarife de obras públicas Antonio Robles, que se quejó ante Saavedra que sus atribuciones habían sido usurpadas por el caraqueño60. Fue constante la labor del caraqueño en Trinidad, pese a que fue obstaculizada por las autoridades por considerar costosos sus proyectos. Buena prueba de ello fueron sus planos de la casa del ayuntamiento, del hospital, de la cárcel, de la batería y del muelle de Puerto España, que, como los anteriores, se encuentran depositados en el Servicio de Historia Militar61. Las disparidades con el gobernador José María Chacón se pudieron apreciar desde los primeros momentos. Éste en carta de 15 de septiembre de 1786 consideraba excesivo el número de herramientas que transportó el caraqueño para utilizarlas en las fortificaciones por ser “un surtido superabundante”. No obstante fueron trasladadas desde Cádiz en la fragata San Fernando que salió desde Cádiz el 8 de agosto de 178762. 58

SAAVEDRA, F. Op. cit., p.269.

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NOEL, J.E. Trinidad, provincia de Venezuela. Historia de la administración española en Trinidad. Caracas, 1972, p. 136.

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NOEL, J.E. Op cit. p.135.

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Signs. 6.053, E-10-19 y E-II-22.

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Desde Caracas, a donde había ido con una licencia de dos meses para reestablecerse de su enfermedad, solicitó el 18 de octubre de 1787 su relevo en Trinidad y su empleo en otras reales obras de la provincia hasta que se le concediese su retorno a Europa. por haber residido ya nueve años en el Nuevo Mundo. En esa decisión pesaba también una disputa con los oficiales de la Junta de fortificaciones que comunicaría verbalmente al capitán general Juan Guillelmi. Éste en un escrito de 31 de octubre de 1787 dirigido a Antonio Valdés le señaló que el ingeniero había permanecido en las obras desde principios de enero hasta agosto, mes en que se le concedió dos meses de permiso para pasar a Margarita o a Cumaná a reestablecerse de su enfermedad “por lo mal sano de Trinidad, en donde son casi endémicas las tercianas y de muy difícil y dilatada cura”. Le refirió no sólo tales achaques “sino también otras poderosas causas que le habían persuadido a salir de Trinidad”63. La máxima autoridad militar venezolana estimó que su contradictoria opinión sobre fortificaciones con los oficiales reales que componían la junta son “todos motivos que me hacen creer no conviene que ahora vuelva a la Trinidad, a más que, estando enfermo, como consta de la certificación del médico. Ésta, realizada por el cirujano José María Herrera, con fecha de 10 de septiembre, aseveraba que sufría “unas fiebres periódicas e irregulares” que le conducían “a un estado deplorable que aconsejaba salga de este destino sumamente caliente y húmedo, que le conduciría a un desastre y busque otro seco”. Por tales circunstancias, puntualizó que le admitía el memorial para solicitar su relevo y continuar su labor en Europa por haber residido ya 9 en América, fuera de los dos invertidos en la expedición. Al haberse incorporado a la Isla el ingeniero ordinario Casimiro Isaba, viejo conocido de la época de la repoblación de Sierras Morena y casado con una prima suya y contar con otro externo, el ya citado Andrés González Dávila, su presencia allí no era ya indispensable. Finalmente una Real orden de 5 de febrero de 1788, 63

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fechada en el Pardo, le permitió su regreso a España en atención al quebranto que padece en su salud, por lo que se destinó a Casimiro Isaba como su sucesor en la Isla64. Pozo y Sucre en un oficio reservado de 18 de octubre de ese año había señalado su intención de colaborar en el “mayor fomento de aquella colonia”, cuyo deseo se contrarrestaba con “el ningún fruto de todas mis bien intencionadas diligencias en alivio de aquellos pobres habitantes”. Ansiaba”ponerse a cubierto de toda responsabilidad” y dudaba incluso de la seguridad de su persona, a consecuencia de unas constantes calenturas, contra las que los facultativos no encontraban arbitrios”. Junto con los riesgos de su salud, no escondía sus dictamen “contrario a la idea que tienen del proyecto de obras que se proponen para la defensa y fomento de aquel establecimiento”, a lo que se añadía su poca graduación que obstaculizaba la posibilidad de exponerlo “con aquella claridad, veracidad y amor al Rey que es mes tan natural y de casta, sin arriesgarse a ser atropellado y perder mi buena reputación”65. Junto con la salud, pesaba en la decisión de Pozo y Sucre la poca graduación y el bajo salario con que contaba, de lo que derivaba serios problemas económicos y, por un lado, y el poco caso que su opinión contaba dentro de los proyectos. En una carta dirigida a José Gálvez, fechada en Caracas el 21 de julio de 1786, al tiempo que agradecía su designación su elección entre todos sus compañeros “en un negocio de tanta importancia como lo es en realidad la isla de Trinidad por las infinitas razones que a V.E. no se le ocultan”. Sin embargo no se le había concedido el empleo de cabo subalterno para evitar el bochorno de verse obligado a “ponerse a las órdenes de alguno más moderno que yo, en quien no concurriesen las circunstancias en que hallo adornado”. Esa solicitud era sin sueldo, sólo “ad honorem”, pero, al darse cuenta de los elevados costos de la 64

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subsistencia de aquella nueva colonia, incluido el del alquiler de la casa o barraca para alojarse, su situación se empeoraba, agravándose aún su sueldo con la pérdida de la gratificación que recibía en La Habana por realizar las obras en los extramuros de esa ciudad, pese a que en Trinidad las fortificaciones se hallaban a 3 y 4 leguas de la ciudad y que para los reconocimientos de toda la isla debía realizar frecuentes y costosos viajes. Entendía que era imposible mantenerse con sólo el salario de ingeniero ordinario, por lo que pidió una competente gratificación. El jefe de los ingenieros Juan Caballero consideró justa su pretensión el 25 de octubre de 1786 y lo aumentó en 500 pesos anuales66.

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SUS REFLEXIONES SOBRE EL ESTADO DE LAS FORTIFICACIONES DE PUERTO CABELLO

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ras su regreso de Cuba en 1784, hallándose en su ciudad natal, se le encargó una primera comisión para informar sobre el estado de las fortificaciones de Puerto Cabello. El Intendente de Venezuela Francisco de Saavedra narró en su autobiografía los pormenores de la esa empresa. Éste funcionario, conjuntamente con el capitán general Manuel González Torres de Navarra, se encaminaron en ese año a inspeccionar las fortalezas y milicias de esa importante plaza fuerte. Se trasladaron a ella por mar en el bergantín del resguardo. Entre los integrantes de esa expedición precisó que figuraba nuestro biografiado, “que se hallaba con licencia en Caracas, de donde era natural” y que considera sujeto de “talento y buen humor”. Al arribar a ella “examinamos con prolijidad el puerto y las fortificaciones que le defienden”67.

A fines de 1787, tras su retorno de Trinidad, hallándose enfermo, “regresó a Caracas donde hizo varios servicios durante su mansión, útiles al Rey y al pueblo, y de allí vino a España el año de 1789”. Entre tales actividades destacó su nueva visita a Puerto Cabello a fines de ese año, en cumplimiento de una carta reservada. Fruto de ella fue un valioso informe sus “Varias reflexiones y anotaciones por mayor pertenecientes al estado actual de la plaza de Puerto Cabello”.

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SAAVEDRA, F. Op. cit., p.251.

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Fechadas en Caracas el 20 de febrero de 1788 68, expuso en ellas su punto de vista sobre el estado actual del pueblo y de las fortificaciones. Para él tales plazas de guerra no se defienden por sí solas, sino por los defensores, por lo que, “si éstos carecen de toda comodidad, robustez y de los alimentos de primera necesidad, por ventajosas que sean sus situaciones, y aunque el mejor ingeniero haya agotado todas las reglas del Arte en fortificarlo bien, siempre se verán reputarse por débiles”. En su entender el proyecto de trasladar la población establecida en tierra firme a la llamada plaza de Puerto Cabello tenía el defecto de no poseer agua y era imposible levantar en ella aljibes subterráneos por su poca elevación. Ese hecho obligada a sus habitantes “a comprar muy cara el agua que beben o a ir por ella al río de San Esteban, que dista de la plaza más de un cuarto de legua”. La acequia que conducía el agua de ese río, construida durante el gobierno de Solano y Bote, era fácilmente destruida por el enemigo en caso de ataque, por lo que era más factible introducirla por el camino del Portachuelo, que estaba defendido por un reducto, siempre que su conducción fuera subterránea. Veía el origen de las constantes epidemias que azolaban la localidad, conforme a las creencias científicas entonces vigentes, en “la corrupción de las frutillas, hojas que se desprenden y también de las inmundicias y materias crasas que se depositan. Estimaba que tales males se podrían subsanar con la apertura de canales y con el corte periódico de los manglares. Avalaba el traslado de sus pobladores a Valle Seco, por ser paraje sano, no formarse en él lagunas y quedar sus moradores con los dos retrincheramientos, disfrutando al mismo tiempo de una buena campiña y de todas las comodidades que ofrece la mayor ensenada del puerto”. Era para él una opción mucho más favorable que la barajada de construir sus viviendas en las islas de mangles de la bahía. Realizó consideraciones sobre su población que estaba compuesto “por dos clases de vecinos, que ambos no salen de la esfera de la pobreza: la una es tan numerosa que sus 68

S.H.M. Sign. 6999. 5-3-12-12. Fue reproducido parcialmente por ZAPATERO, J.M. las fortificaciones de Puerto Cabello. Madrid, 1988, pp.203-205.

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habitaciones se reducen a unas barracas, y cuando más a unas desdichadas casas de tapia, y la otra, de algo más acomodados bienes de fortuna, que invirtieron todo su caudal en fabricar las que habitan de buen material para su propia comodidad y la de su familia”. Sobre las fortificaciones, señaló que el castillo de San Felipe era pequeño con murallas exteriores bajas y fáciles de asaltar, con un único aljibe de corta capacidad y con bóvedas pequeñas y malsanas, con un hospital construido “en teja vana” y con una puerta de acceso que impide pasar por ella artillería montada. La construcción entre 1779 y 1785 de una plataforma alta para morteros sobre las bóvedas de la capilla la estima también desacertada “porque en la ocasión no quedaría sirviente a vida”. La batería de Punta Brava se encontraba para él bien situada, defendiendo la fortaleza frente a cualquier golpe de mano desde los arrecifes. Tenía a su favor el violento choque de las olas que obstaculiza la aproximación de las lanchas, pero, “por ser tan rasa, la hubiera atronerado y no en parte como lo está”. Sobre la estacada de Pueblo Nuevo, precisa la cortedad de su defensa. Sobre los cerros, sugiere la instalación en ellos de un cuerpo de guardia, almacén de víveres, repuestos de pólvora y aljibes. Finalmente en la batería de Santa Lucía, ve factible atronar su parte baja y resguardarla de “las enfiladas y superioridad del monte por medio de espaldones”69. En esa estancia caraqueña se involucró de lleno en los movimientos criollistas que se estaban formando en esa década en Caracas, como se puede apreciar en su relación con los integrantes de la Junta o Congreso de 1787. Precisamente, uno de ellos, el teniente corregidor de Tumero y Maracay, el originario de Santiago de Cuba Santiago Mancebo solicitó su declaración dentro de su ofensiva contra la burocracia peninsular que gobernaba la capitanía general y la recién constituida audiencia. El cubano decidió contraatacar contra las acusaciones del capitán general Juan Guillelmi con 69

S.H.M. Sign. 6999. 5-3-12-12.

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representaciones al Consejo, como el interrogatorio que promovió en el que el relator de la Audiencia Alonso Ballina, el escribano interino de cámara Juan Domingo Fernández, el teniente coronel de ingenieros José del Pozo, dos procuradores de aquel ministerio y todo el vecindario. En él requería que “declaren si es cierto que el sábado de ramos, que se contaron 4 de abril por la noche se juntaron los oidores en la casa del decano y allí se profirió, estampó, rubricó una providencia en que se le separaba del empleo de teniente de justicia de Maracay, que era el único en que estaba mandado reponer, se le imposibilitaba de obtener judicatura en aquel distrito y se le condenaba en costos y costas, con lo cual, recogió el relator los autos y los pasó a la escribanía de cámara, lo vieron varios y se hizo pública y notoria en los días de Semana Santa de Pascua, pero, pasadas estas, el lunes 20 que se abrió. La Audiencia pidió los autos, rasgó el decano la hoja en que estaba dicha determinación y se puso otra en que no se hacía mención de tales penas”70. Es significativa su cita entre los testigos, ya que formaba parte de esos criollos críticos con ese estatus quo que privilegiaba el ejercicio de los empleos públicos en manos de funcionarios peninsulares unidos por lazos clientelares a la cúspide del poder.

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A.H.N. Consejos. Leg. 20524. Un estudio detallado del proceso en HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. “La denuncia gubernativa contra la junta de Caracas de 1787”. X Jornadas de Historia y Religión. (en prensa).

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EL TÚMULO FUNERARIO DE CARLOS III EN LA CATEDRAL DE CARACAS

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ientras que se encontraba residiendo en su ciudad natal y se prestaba para retornar al Viejo Mundo, se le encargó el diseño del túmulo funerario de Carlos III en la Catedral de Caracas, el que sería, como afirman Carlos F. Duarte y Graziano Gasparini, el “más lujoso que se levantó” en su templo. El cabildo catedralicio había iniciado los trámites para erigirlo el 30 de marzo de 1789. Se escogió “a la persona más inteligente”, que resultó ser nuestro biografiado, que asimismo dirigió los trabajos de su construcción. Los funerales se celebrarían los días 21 y 22 de abril, por lo que la obra debía de ejecutarse en pocos días. Sin embargo, al ser prácticamente imposible su culminación para las fechas señaladas, se pospuso hasta los 11 de 12 de mayo, por lo que su ejecución duró cerca de un mes y medio. Desgraciadamente no se han conservado sus diseños ni tampoco descripciones pormenorizadas de su estructura. La carpintería corrió a cargo de los renombrados carpinteros Domingo Antonio Gutiérrez, Francisco José Cardozo y Antonio José Limardo. Su costo alcanzó la elevada suma de 4.903 pesos y un real. La pintura y el dorado fueron realizados por Antonio José Landaeta, mientras que los paños, colgaduras y drapeados, encargados al sastre Juan Domingo Monasterio representaron 2.691 pesos y siete reales. El cerero Domingo Carrillo proporcionó los cirios y velas empleados en su iluminación y adorno, por los que percibió 578. Los funerales se celebraron con “el aparato y la magnificencia posible”. En el túmulo una multitud de jeroglíficos simbolizaban las virtudes de beneficencia que adornaban al difunto monarca. Los | 69 |

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artistas más hábiles de que se disponía en la ciudad se emplearon en su capilla de música. Su maestro, Juan Gabriel Liendo, dirigió varias obras fúnebres especialmente compuestas para la ocasión71. Pozo y Sucre ansiaba retornar a Europa, pero lo obstaculizaba el impago de sus salarios atrasados. En carta fechada en Caracas el 27 de diciembre de 1788 atribuía “a la mala fe y conducta del ministro de la Real Hacienda de Trinidad Manuel Sórzano. Se la ordenó al anterior que sin ningún pretexto se los entregase. Pero en realidad poco quería retardar unos meses su salida de su ciudad natal para dar por finalizados lo concerniente a su herencia. Por eso solicitó el 18 de mayo de 1789 su transporte a Cádiz en la Portoveleña y no el Brillante, que estaba próximo a salir, alegando no ser de su satisfacción y encontrarse todavía enfermo. El capitán general Guillelmi estimó ese hecho como una muestra del “carácter y espíritu de insubordinación que reina en Pozo”. Debemos de tener en cuenta que en realidad el caraqueño deseaba permanecer en Caracas, pero con un rango adecuado a su formación. De ahí que al año siguiente, como vimos antes, hizo su solicitud para aspirar al cargo de Teniente del Rey de Caracas. La máxima autoridad militar venezolana le ordenó el 22 de mayo de 1787 que saliera sin demora del puerto de La Guaira. Aseveró que mentía en cuanto a su salud por verlo “diariamente por todas partes y no veo en el semblante señal que lo indique”. Sobre la embarcación sostuvo que era una de las mejores que hacen la navegación en esa carrera. Sobre su labor en Caracas planteó que sólo se había ocupado en el reconocimiento de las fortalezas de Puerto Cabello a principios de 1788 y “el corto papel de reflexiones sobre su mejor defensa” y en el levantamiento de un plano para la obra civil del puente de Candelaria72 . Acatando finalmente la orden, arribó en 1789 a Cádiz, donde comenzó una nueva etapa de su trayectoria vital con el nombramiento de directo de la recién creada Academia militar de Matemáticas de Cádiz. 71

DUARTE, C.F. GAZPARINI, G. Historia de la Catedral de Caracas. Caracas, 1989, pp. 118-120.

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LA FRUSTRACION DE SU CANDIDATURA A TENIENTE DEL REY EN CARACAS Y SU APOYO AL PROYECTO INDEPENDENTISTA DE MIRANDA

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l 19 de marzo de 1790 Pozo y Sucre solicitó en instancia firmada en Madrid el empleo de coronel y su designación como teniente del Rey en Caracas en la vacante acontecida con la ascensión del tinerfeño Pedro de Nava, que la ocupaba hasta entonces, a la comandancia general de las Provincias internas de Nueva España. En su escrito declaró que le avalaban sus 29 años de servicios contraídos desde su condición de cadete del real cuerpo de artillería, sus servicios en Portugal, Segovia, Barcelona, Campo de Gibraltar, Cádiz, Sevilla, Sierra Morena y Orán, y en la isla de Trinidad en calidad de ingeniero, su cargo de primer ayudante de cuartel en la toma de la isla de Santa Catarina y sitio de la colonia del Sacramento y su papel en la guerra de la Independencia de los Estados Unidos en el Santo Domingo francés. Expuso sus conocimientos en la aplicación del álgebra su maestro Claudio Marcel, al dibujo militar y al conocimiento de idiomas extranjeros y su desempeño por aquel entonces del empleo de maestro principal de la Academia de Matemáticas de Cádiz. Alegó asimismo “los gastos y trabajos que ha sufrido por los incidentes que le han ocurrido, y uno de ellos le hizo arribar hasta la Carolina del Sur del Norteamérica”. Subrayó su dedicación a las matemáticas por espacio de ocho años, “al estudio más arduo de las ciencias matemática”. Sin embargo, lo abstracto de semejante estudio no le había impedido realizar aplicaciones prácticas y comisiones desempeñadas con satisfacción de sus jefes y aplauso general. Asimismo hizo constatar que se mucha residencia en América “le ha connaturalizado con aquellos climas”. | 71 |

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Sin embargo, el 19 de julio de ese año ese empleo le fue concedido al vasco Julián de Zuvillaga, hasta entonces sargento mayor del regimiento de infantería de Soria73. José de Pozo y Sucre pudo vivir en sus carnes la política del despotismo ilustrado, que obstaculizaba a los criollos el acceso a los empleos en Indias, que eran sistemáticamente ocupados por peninsulares pertenecientes a las redes de poder clientelar establecidas en la Corte y premiados por su eficacia y rentabilidad en la política mercantilista y recaudatoria colonia. Esa frustración y la que había vivido en sus propias carnes su amigo Francisco de Miranda, de la que fue testigo directo, le llevarían a involucrarse en esos años en los planteamientos de corte independentista que estaba desarrollando en aquellas fechas en Londres el Precursor de la Independencia americana. Un dato sí es perfectamente constatable. En ese año 1790 se encontraba en la capital británica y se relacionó con su paisano. Como tal figura en el Archivo del General Miranda con el rango de coronel Pozo y Sucre en una reunión con otro caraqueño de apellido Quintana y otros dos caballeros. En una tarjeta aparecen como sus compatriotas y amigos74. Grisanti sostiene que su visita coincide con la conferencia tenida en Hollwood el 14 de febrero de 1790 con el primer ministro británico William Pitt para proponerle negociaciones para la independencia de las colonias españolas en América, una coincidencia con la reanudación de tales negociaciones en enero de 1798 que se repetirá en 1797 con la firma nuevamente de Pozo y Sucre de la Convención de París el 22 de diciembre de ese año junto al chileno Manuel de Salas75. Un dato de su expediente personal, glosado por Sabatini, es también contundente. En

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A.G.S. Guerra, 7180 nº3.

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Archivo del General Miranda. Caracas, 1930. Tomo VI, p.27.

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GRISANTI, A. Op. cit. p.92. Un estudio exhaustivo de la trayectoria de Miranda en BOHÓRQUEZ, C. Francisco de Miranda, precursor de las independencias de América latina. Caracas, 2006.

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el año de 1789 se le concedió una licencia de seis meses, lo que coincide plenamente con su estancia en Inglaterra76. La marginación sufrida en la década de los noventa, que veremos más adelante al abordar su trayectoria profesional, en la que fue marginado del ascenso a pesar de su mayor antigüedad y méritos, siendo preferido por otros que incluso habían abandonado el cuerpo, una fuente de controversias constante a lo largo de toda su vida, es posible que pesara también en su actitud de apoyo a los planteamientos independentistas sostenidos por Francisco de Miranda. Era consciente de las limitaciones y obstáculos que pesaban como una loza para los criollos en la época del despotismo ilustrado y que impedían su progresión y ascenso dentro de la cúspide del poder. En lo que respecta a Manuel José de Salas sí era un personaje real. Nacido en Santiago de Chile en 1754 y fallecido en su ciudad natal en 1841fue un destacado educador y dirigente independentista. Considerado uno de los fundadores de la república, su padre fue asesor del virrey del Perú Manuel de Amat y Junier, por lo que vivió un largo período de su juventud en Lima, donde alcanzó el grado de licenciado en derecho civil en la Universidad de San Marcos de Lima en 1774. De regreso a Santiago, fue designado alcalde de la capital chilena en 1776. En 1797 fundó la Real Academia de San Luis, a la que dotó de cátedras de matemáticas y de artes. Con la independencia fue diputado del Congreso Nacional. Partidario de la libertad legal de los individuos, fue un ferviente partidario de la abolición gradual de la esclavitud. Tras el desastre de Rancagua en octubre de 1814 se exilió en el archipiélago de Juan Fernández. A su regreso tres años después continuó su labor pedagógica desde la Biblioteca Nacional. Fue integrante del congreso de plenipotenciarios que dirigió el país tras la abdicación de O´Higgins y más tarde diputado nacional. 76

A.G.M.S. Expediente de José Pozo y Sucre. Proposición de Francisco Sabatini de José de Pozo y Sucre como ingeniero en jefe. 4 de febrero de 1797.

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En 1777 Salas emprendió viaje a España por dos motivos, el primero que se le dejara tranquilo a su padre en Chile sin la obligación de trasladarse a Cádiz. El segundo el de obtener un empleo que le suministrarse recursos suficientes para su sustentación. En julio de ese año ya se hallaba en la capital de España. Relató algunas de sus experiencias en tierras españolas en un corto e incompleto diario de viaje. Llegó incluso el 30 de mayo de 1778, día de San Fernando a besar las manos de Su Majestad y ver comer al Rey el 25 de diciembre de ese año. Permaneció en la Península Ibérica por espacio de siete años, hasta que fue llamado por su madre, que había perdido a su marido y dos de sus hijos y casi todos sus recursos. Poco tiempo después de su llegada a su país natal, contrajo nupcias en Santiago con María Manuela Fernández Palazuelos, hija del maestre de campo Pedro Fernández Palazuelos y de Josefa Aldunate Acevedo77. Nunca más volvió a cruzar el charco, por lo que en ningún caso pudo firmar el acuerdo. Lo que es si es probable es que conociera a Francisco de Miranda en esa larga estancia española y esa conexión es la que podría explicar su posible compromiso y el hecho de que apareciera su nombre en esas transacciones. Sin embargo, no se ha conservado ninguna correspondencia entre el precursor y el independentista chileno. Lo que si es curioso es que en 1823 elaboró un proyecto de ley sobre invitación a la unión de los pueblos americanos. En él propuso formar un congreso de sus respectivos plenipotenciarios para establecer sus relaciones con las potencias de Europa y las que deben formarse entre sí y sostener una liga ofensiva y defensiva contra toda potencia que atente a su independencia y a los derechos constitucionales y representativos, que están establecidas en dichos estados78. Es probable que Miranda nunca conociera personalmente a Salas. Eso parece desprende de un escrito dirigido a Bernardo O´Higgins, con el que convivió en Inglaterra, le refirió en 1799 que “en mi 77

AMUNÁTEGUI, M.A. Don Manuel de Salas. Santiago de Chile, 1895. SALAS, M. Escritos y documentos relativos a él y su familia. Santiago de Chile, 1914. 3 tomos.

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SALAS, M. Op cit. Tomo II, p. 291.

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larga conexión con Sur-América sois el único chileno que he tratado y por consiguiente no conozco más de aquel país que lo que dice su historia, poco ha publicada y que no presenta bajo luces tan favorables”79. Hemos podido obtener referencias de uno de los agentes citados por Miranda en su archivo, el limeño Cesáreo de la Torre. En 1767 embarcó con su mujer Teresa Urrutia para Tenerife con la intención de establecerse en esa isla, que era la patria de su padre, Lorenzo de Torre Barrio y Lima, corregidor de San Juan de Lucanas y dueño de una mina de plata. Dio a la luz un manual sobre el arte o cartilla del nuevo beneficio de la plata en todo género de metales80. Allí residió en la casa de su mayorazgo de la calle de la Carrera en La Laguna. Fue regidor de esa ciudad, diputado de abastos y miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País. En su mansión se tributaron convites a los Capitanes Generales y se representaron autos sacramentales. Finalmente retornó al Perú y falleció en El Callao en 1825. Coincidimos con Ángel Grisanti al sostener que la convención de París no fue un acto poético del Precursor. Diferentes documentos, declaraciones de Miranda y papeles de terceros, entre los que se encuentran la copia del convenio original con el nombre de los protagonistas, Pozo y Sucre y Salas, que poseía el presidente Adams y que Ricardo Becerra incorporó a su biografía de Miranda81. Una carta de 12 de febrero de 1798 del Precursor a John Turnbull le informa sobre “los dos americanos españoles que se encuentran actualmente en Londres”. Le precisó que había “visto también recientemente 79

Reprod. en La corona del héroe. Recopilación de datos y documentos para perpetuar la memoria del general Don Bernardo O´Higgins, mandada publicar por el exministro de la Guerra Don Francisco Echaurren. Santiago de Chile, 1872, p. 241.

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MOLINA MARTÍNEZ, M “Lorenzo Felipe de la Torre”. II Coloquios de Historia canario-americana. Las Palmas, 1979. Tomo II, pp. 95-105.

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El convenio fue reproducido en The Works of John Adams, second president of the United Status with a life of the author, notes and ilustrations by his granzón Charles Francis Adams. Boston, 1856. Vol. I, pp.679-684. Las interpretaciones de Adams sobre esa reunión en el Vol. X. Cartas a James Lloyd de 6 de marzo de 1815, pp. 134-136, de 26 de marzo de 1815, pp. 139-143, de 27 de marzo de 1815, pp. 143-146 y 29 de marzo de 1815, pp.146-149.

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en París a algunos, y todos están de acuerdo sobre las bases principales de Libertad e Independencia absoluta, como la que ha tenido los Estados Unidos de América, pagando siempre bien a Inglaterra por los servicios que esté en capacidad de ofrecernos a este efecto y no pretendiendo exigir de nosotros ningún monopolio de comercio”. También consideraba muy necesaria la cooperación con los americanos del Norte, “por ser estos nuestros vecinos, nuestros hermanos en libertad, y, en fin, nuestros propios compatriotas”82. Precisamente el 24 de marzo de 1798 escribiría Miranda al Presidente estadounidense John Adams “en nombre de las colonias hispanoamericanas” las proposiciones que había entregado a los ministros británicos, que son las que se recogen como apéndice en sus obras completas editadas por su sobrino y donde aparecen Salas y Pozo y Sucre83. Turnbull estaba al día de todas sus negociaciones, por lo que le financiaba sus planes revolucionarios y le solicitaba pasaportes. Era imposible que le relatase una burda patraña. Otra prueba al respecto es la misiva del colector de Dover de 20 de enero de ese año dirigida a Mr. Newport. En ella le encarece que, si arribase alguien con el nombre de Pablo de Olavide, le prestase las mismas atenciones que a él mismo. Es más, en sus negociaciones con Pitt en Hollwood el 16 de enero de 1798, en el punto de las credenciales dadas por los comisarios, diputados y representantes de las colonias hispanoamericanas, le refirió al primer ministro británico que todo estaba contenido en un pliego que traía, que es el archiconocido y que se leyó. Al llegar al punto de la alianza con los Estados Unidos de América, prorrumpió con alegría, al manifestar que se alegraba de obrar juntos en la América en esa empresa. Incluso le requirió sobre las proposiciones ofertadas a las autoridades norteamericanas sobre este

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MIRANDA, F. Colombeia. Caracas, 2004. Tomo XVIII, p.71.

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MIRANDA, F. Op. Cit. Tomo XVIII, pp.149-152.

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particular, a lo que el Precursor la respondió que no, ya que si se hubieran hecho, “no me encargarían que las hiciese”84. Pitt leyó detenidamente las credenciales y se fijo en los diferentes tipos de letras de los signatarios y no descubrió en ellas supercherías, por lo que debió pensar que eran fidedignas. En carta del 20 de marzo de 1798 dirigida por Miranda a ese mandatario insistió en una contestación definitiva. En su misiva subraya que parecía “inevitable que en el intercambio de un sistema a otro se infiltren los principios anárquicos y subversivos del sistema francés, si no se toman medidas rápidas para impedirlo”. Precisamente, es “por ese motivo que sus comitentes y compatriotas han enviado al infraescrito ante los ministros de S.M.B., así como hacia los de los Estados Unidos de América a fin de prevenir con anticipación, con medidas sensatas y vigorosas, una catástrofe tan funesta al Nuevo Mundo, como fatal para el antiguo”85. Vuelve, en definitiva a revestirse de ese carácter de compromisario de tales comisionados. En coherencia con los artículos 17 y 18 de la instrucción Miranda enviste al cubano Pedro Caro como comisario adjunto y lo destina a cumplir su misión en la América del Sur y da poderes a los comerciantes Turnbull y Forbes en un documento notarial de acuerdo con el referido acuerdo para representarle en caso de ausencia, lo que demuestra que los mismos no se hubieran implicado en tal acuerdo si no creyesen en la fiabilidad de tal resolución. El propio Caro, cuando deserta y se pasa a la causa españolista, dice algo bien revelador en su memorial fechado en Hamburgo el 31 de mayo de 1800. Afirmó que el Precursor “se presentó exhibiendo unos poderes, diciendo conferidos por dos agentes de la América arribados a París; tan bien fraguados y ribeteados que y los tuve como verídicos, aunque no auténticos, porque ni nadie puede dar lo que en sí no tiene, ni los delegados pueden subdelegar semejantes misiones. 84

MIRANDA, F. Op. Cit. Tomo XVIII, pp.79-86.

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MIRANDA, F. Op. Cit. Tomo XVIII, p.92.

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El tiempo y las circunstancias me han dado a conocer el charlatanismo de tales poderes, y si los ministros británicos los han comulgado, no es en todo su buena fe”86. Una carta a Caro del peruano Joaquín Dareche, vecino de la calle de Huertas en Madrid, redactada el 9 de mayo de 1798, especifica “la dispersión de los asociados que habían” en la capital de España87. Evidentemente Miranda contó con el apoyo y el compromiso de tales compromisarios. Otra cosa bien distinta es que representasen a las diferentes provincias del continente americano. Hablaban y daban su aval por sí mismos a lo sumo sirvieron para dar una cierta entidad a la estrategia de Miranda de convertirse en representante de las colonias españolas de América. Como asevera Grisanti en el Archivo del General Miranda se conserva el borrador del convenio de París, aunque tanto en su encabezamiento como al pie, están borrados respectivamente los nombres de los signatarios, porque, de hacerse públicas, peligraría su vida, dado el carácter de funcionario español de Pozo y Sucre y de residente en una colonia española de Salas. Si esas credenciales eran pura invención del precursor, ¿Para qué este minucioso detalle de poner las tres firmas y luego borrarlas? ¿Para qué la extensión de tan largo documento y la conservación de una copia si bastaba con las credenciales apócrifas que portaba consigo?88. Era deseo de Francisco de Miranda involucrar a Pablo de Olavide en el proyecto insurreccional. El Precursor no lo conocía, pero sí José Pozo y Sucre, que colaboró con él en la Repoblación de Sierra Morena. Pero fracasó en sus anhelos. El propio Adams, que lo conoció, explicó el por qué de tal fracaso en un pensador frustrado como el peruano, exiliado en París y condenado por la Inquisición, ya octogenario, que no se iba a introducir en aventuras independentista. El presidente norteamericano dice que lo conoció en un banquete en la capital francesa. Afirmó en sus cartas ya citadas ante 86

Reprod. en GRISANTI, A. Op. cit. p. 145.

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GRISANTI, A. Op. cit. p.70.

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GRISANTI, A. Op. cit. pp. 71-72.

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el periodista Lloyd que “note Vd. con cuanto ahínco Miranda y sus asociados agasajan a Olavide para que se una a ellos, y fíjese el desdén y el desprecio con que éste los trata. Yo sabía que era un hombre de muy buen sentido para meterse con ellos; no pudieron conseguir de él que los viese, ni contestase sus cartas”89. Fue precisamente Adams el inventor del mito de revestir a Pozo y Sucre y Salas como jesuitas expulsos. En la citada misiva a Lloyd, que incorporaron a sus biografías mirandinas Becerra y Roberston y que refrendaron como válidas, afirma: “¿Y qué podía pensar de D. José de Pozo y Sucre y de D. Manuel José de Salas? De ellos no sabía más sino que eran jesuitas. ¿Qué son los jesuitas? Que lo diga Pascal en sus Caras provinciales. España había abolido la orden y tal vez buscaban cómo vengar males imaginarios; ardían en sed de venganza contra el Rey de España por haber suprimido su orden y estaban corrompidos por la mercenaria política inglesa”90. Otro de los mitos forjados en torno a Pozo y Sucre y Salas es la de considerarlos integrante de una imaginaria Gran Reunión Americana afín a la masonería, que nació del convenio de París de 1797 y que tenía su sede en la casa del Precursor. Es esta una mitología forjada sin base documental tanto por los partidarios como los detractores de la masonería, que insisten en su vinculación en la causa independentista. Pese a sostener más tarde lo contrario, Grisanti reconoce que nada concreto se halla en el Archivo del General Miranda sobre su fundación y funcionamiento91. Del mismo modo que no existe ningún material archivístico que asevere las relaciones, conexiones o militancia de Miranda en la masonería, no se puede hablar tampoco de la creación de una logia o sociedad conspirativa independentista que se valga del bagaje organizativo de las de carácter masónico. La Gran Reunión Americana es, otra 89

The Works of John Adams,Tomo X, pp.142-143

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The Works of John Adams, Tomo X, p.142.

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GRISANTI, A. Op. cit. p.48.

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vez más, una invención sin base documental alguna, que se sigue repitiendo con la misma raíz de argumentación que el carácter de jesuitas expulsos de Pozo y Sucre y Salas. De haber existido algo, por mínimo que sea, se hubiera registrado en el exhaustivo archivo personal del Precursor. Lo mismo cabe decir de su vinculación con unas hipotéticas logias Lautaro. Ferrer Benimeli ha estudiado en varios trabajos la intervención de la masonería y las sociedades conspirativas insurgentes en la independencia de la América española. Se puede constatar que todas las citas y referencias no se fundamentan en fuentes sino en interpretaciones e invenciones de los propios historiadores, cuyas filias o fobias tienden a involucrar tales tramas insurreccionales como agentes activos que originaron la rebelión de las colonias americanas. Obviamente, nada de eso tiene verosimilitud, y si se estudia la trayectoria de sus protagonistas y las fuentes, todo queda cimentado sobre el recurrente marco de las sociedades secretas como árbitros e inspiradores de unas supuestas conjuras, una tesis que parece ser de gran utilidad tanto para los detractores como para los partidarios de tales protagonismos de círculos de carácter clandestino y reservado92.

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FERRER BENIMELI, J.A. “La masonería y la independencia de la América española. Reflexiones metodológicas”. Revista de Indias nº35. Madrid, 1978. FERRER BENIMELI, J.A. “Aproximación a la llamadas logias Lautaro”. En Los Canarios en el Estuario del Río de la Plata. Tenerife, 1990, pp.175-194.

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DE DIRECTOR DE LA ACADEMIA DE MATEMÁTICAS DE CÁDIZ A LA GUERRA CONTRA LA REPÚBLICA FRANCESA

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l retornar a España en 1789 José de Pozo y Sucre fue investido director de la recién constituida academia de matemáticas de Cádiz, erigida, como la de Zamora, para dar salida a la reforma del proceso de adiestramiento y formación de los militares españoles, en un centro fundamental de su marina como era la plaza fuerte de Cádiz. Era una viva demostración de su preparación en la materia. Consta en su expediente que se le otorgó por los conocimientos profundos que tiene en las ciencias abstractas, conseguidos por su aplicación y en detrimento de su salud”. Pero en aquellos momentos deseaba retornar a su tierra natal, por lo que al año siguiente, como vimos, se frustró su solicitud de ser nombrado teniente del rey en Caracas, en abierta contradicción con su capacidad demostrada y trayectoria, prefiriéndose una vez más a un vasco y desestimándose esencialmente por ser criollo, sin justificarse en lo más mínimo el factor por el que fue Zuvillaga elegido. Coincidiendo con su nombramiento como director de la Academia de matemáticas, habías sido propuesto para la realización de las investigaciones sobre la batalla de Munda, acaecida entre los ejércitos de César y Pompeyo, sobre la que había grandes disputas sobre su real ubicación en tierras andaluzas. Una sociedad de anticuarios de Londres se hallaba interesada en aclarar las dudas existentes sobre su emplazamiento y demás circunstancias concernientes a ella. Se estimó por parte de Sabatini que el caraqueño era el más a propósito para ello. Sin embargo, finalmente, desistió de ese encargo por ser incompatible con su nombramiento como director de esa

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institución. Una real cédula de 22 de noviembre de 1789 designó finalmente a Domingo Belestá93. Sin embargo, esa experiencia al frente de la Academia de Matemáticas de Cádiz duró bien poco, porque en julio de 1793, a raíz de la guerra contra la República Francesa, se cerraron las academias y se le destinó para el ejército del Rosellón. En ese conflicto bélico participó en las incursiones de Peirestortes, Trullas, Campo de la Trompeta o del Boló y en otros varios encuentros a las órdenes del teniente general Juan Courten94. Seguidamente pasó a la plaza de Tolón bajo el mando del general de las tropas españolas, el mariscal de campo Rafael Valdés, que lo designó cuartel maestre interino. Se le encomendaron sus fortificaciones hasta la evacuación de la plaza. Sus servicios, esmero y actividad de empeño fueron glosados por el capitán general Federico Gravina que ejercía como comandante en jefe de las tropas aliadas hispano-inglesas95, hasta el punto que pasó con él a Cartagena, donde lo recomendó al Rey para el grado de coronel, que alcanzó con poca anticipación al de su propiedad96.

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Real Academia de la Historia. Minuta sobre las investigaciones sobre la batalla de Munda. Sign. CAMA/9/7962/02/02.

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Sobre el conflicto, AYMÉS, J. R. La guerra de España contra la Revolución Francesa (1793-1795). Alicante, 1991.

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Sobre el sitio de Tolón, véase NÚÑEZ IGLESIAS, I. , BLANCO NÚÑEZ, J.M. La diversión de Tolón. Madrid, 1999. 2 tomos.

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A.G.M.S. Expediente personal de José Pozo y Sucre.

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INGENIERO EN EL CÁDIZ DEL TRÁNSITO DE LOS SIGLOS XVIII AL XIX

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esde el 13 de enero de 1794 ascendió al rango de coronel del ejército. Sin embargo, su empleo como tal en el cuerpo de ingenieros no se materializó hasta el 9 de febrero de 1797. Al hallarse vacante el empleo de ingeniero en jefe por ascenso de Fermín Rueda, Francisco Sabatini lo propuso como tal en primer lugar el 4 de febrero de ese año. Desde Cartagena fue trasladado a Cádiz donde estará destinado por un largo período de tiempo. El 6 de julio de 1795, por indisposición de su antiguo jefe en La Habana, el livornés Luis Huet, quedó como encargado de las obras de fortificación de esa ciudad. Sólo en 1796 tuvo que desplazarse coyunturalmente a Badajoz para incorporarse al ejército que se preparaba por aquellas fechas contra los portugueses bajo el mando del teniente coronel Juan Manuel Álvarez. Sin embargo, tras difuminarse los riesgos de conflicto bélico, retornó a la plaza fuerte andaluza a proseguir en su encargo como director de la Academia. Una real orden de 30 de junio de 1794 le encargó la realización de los planos, perfiles y presupuesto de un cuartel de infantería en el solar que en su origen había sido designado para la construcción de la casa de misericordia de Écija. El 28 de junio de 1796 finalizó el dibujo de la planta elevación y cortes del estado en que se hallaba tal residencia y el proyecto para la construcción del cuartel. En él se aprecian los cimientos de las doce casas que se pretendían construir para los maestro de arte y oficios, los cuales daban al frente que limitaba con la calle mayor, donde se encontraba la entrada principal. | 83 |

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Flanqueadas por almacenes, en el ángulo superior izquierdo se divisaba el lavadero, que era empleado como almacén de maderas97 En este período de su vida sus servicios en la plaza de Cádiz tanto a consecuencias de la guerra, como en bombeos y epidemias fueron notorios. Al ser bloqueada la ciudad por la escuadra británica, se encargó de su defensa. Construyó nuevas baterías, puentes de comunicación y reparó sus obras. Entre sus realizaciones se encontraban los primeros hornillos de bala roja, realizados de acuerdo con su planeamiento y que fueron reproducidos tanto en España como fuera de ella según su modelo. Aunque el trabajo lo comenzó Luis Huet conjuntamente con él y con el coronel de artillería Rodríguez Valcárcel, con un proyecto firmado el 25 de agosto de 1794, Pozo corrió con la ejecución de las obras de las baterías, dada la enfermedad de su superior. Entre ese año y 1797 se realizaron las del Espaldón en la playa de Santa María, la de San José, la del Ventorrillo de Cristo, la de la Torre de Hércules o Torre gorda y la del Cerro de los Mártires. Un plano de Pozo de 10 de mayo de 1798 permite apreciar que la de San José distaba del ángulo sur de la iglesia 861 metros98. Emprendió también la obra del canal de comunicación de las aguas desde la caleta hasta la parte sur para el pronto socorro marítimo de la plaza por esa área. En el cerco de la armada británica fueron tales sus servicios que mereció del capitán general Tomás de Morla, su antiguo profesor en el colegio de artillería de Segovia, “sin embargo de no ser su adicto”, su recomendación a la Corte99. El 11 de agosto de 1797 volvió a dirigir las obras de fortificación a raíz de la ausencia de Luis Huet. Ese mismo año había realizado el plano del castillo de San Sebastián y la ensenada de la bahía, fechado el 28 de julio. En ella presentó el régimen de mareas de ese sector. 97

MARTÍN PRADAS, A. “Nota Para el estudio de la Real Casa de Misericordia de Écija: un proyecto fallido”. Átrio nº7. 1995, pp. 67-75.

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PÉREZ DE SEVILLA AYALA, V. La artillería española en el sitio de Cádiz. Cádiz, 1978, p.155.

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A.G.M.S. Expediente personal de José Pozo y Sucre. Más adelante veremos sus conflictos con este.

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Comprendía “la averiguación hasta el día de la fecha de la altura del agua a media marea de las que llaman muertas o menores, sobre la longitud del nuevo canal de comunicación de los mares de la caleta, empezando a 20 varas del puente del arrecife K, y continuando de 20 en 20 varas hasta encontrar el canal de la cala o ensenadas”. Precisó que en las más altas mareas o aguajes vivos sube el agua de doce a trece pies. El canal poseía de ocho a nueve pies en toda su longitud100. Era una muestra más de la aplicación de sus conocimientos científicos. El 15 de mayo de 1798 levantó el plano, perfiles y elevación de una torre batería proyectada en la ensenada de La Almadraba. Se efectuó con cargo al caudal que destinó para su realización la real orden de 13 julio de 1797, con un coste estimado en 172.216 reales de vellón101. En ese mismo año supervisó los planos de la parte del istmo de la ciudad de Julián Alba y Helguero y lavado por Matías Hurtado y los de las haciendas y edificios extendidos desde las obras exteriores de la Puerta de Tierra por el Istmo del Arrecife, de la misma autoría102. A la Junta de fortificaciones entregó otro papel que contenía un proyecto para la reedificación de la muralla del sur de esa plaza y su baluarte de Candelaria, junto con otros muchos fundamentados en la experiencia, “que explica más bien que ningún supuesto las leyes y lenguaje de la Naturaleza”. Sin embargo, reconoció que tales propuestas no fueron jamás puestas en consideración hasta el mandato como ministro de la guerra de Juan Manuel Álvarez, que los elevó al Rey y le concedió el grado de brigadier en 1797 “por hallarse atrasado en su carrera y por lo satisfecho que se hallaba Su Majestad de sus buenos servicios” 103. Su nombramiento como tal tiene fecha de 21 de octubre de ese año. 100 CALDERÓN QUIJANO, J.A. y otros. Cartografía militar y marítima de Cádiz. Sevilla, 1978, Tomo I, p. 464-465. 101 CALDERON QUIJANO y otros. Op cit. Tomo I, pp. 625-626. 102 CALDERON QUIJANO y otros. Op cit. Tomo I, pp. 448 y 464-466. 103 A.G.M.S. Expediente personal de José Pozo y Sucre.

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En los años 1798 y 1799 ejecutó diferentes planos de terrenos concedidos a censo a vecinos de Cádiz por su Real Junta de fortificaciones. Se hallaban situados en el sitio del Puntal, Puerta de Tierra y la embocadura del río Arillo, este último para la instalación de un molino. El 7 de noviembre de ese último año presentó el plano del almacén poseído por el convento de San Juan de Dios de esa ciudad104. En 1800 dio el visto bueno a los planos, vistas y perfiles del baluarte de la Candelaria, diseñados por Juan Zapatero105 y a los de la muralla del sur con las brechas abiertas el invierno pasado y proyectos de reparación de Mateo Hurtado106 . En su expediente se hizo constar que “las demás obras que en dicha plaza tiene hechas, a más de las que tenían por objeto su defensa, en utilidad del público, economía de sus fondos y mejor servicio de Su Majestad, bien a la vista están por el acierto que ha tenido en cuanto ha puesto a la mano y ha estado a su cargo.” Subrayó que, “si no fuera por él los aljibes de los cuarteles de San Roque estuvieran perdidos, porque ninguno de sus antecesores atinó a su composición, después de haberse gastado muchos miles”. Sin su actuación “la iglesia de Puerta de Tierra, extramuros de la plaza, las obras de fortificación y casas inmediatas a ella, se hallarían inutilizadas y enterradas por las arenas voladeras y los fondos de fortificaciones gravados con más de seis mil pesos anuales para quitarlas y facilitar el tránsito por el arrecife o camino real. Su acción no se ciñó sólo a las obras de fortificación de la plaza, sino también a toda su costa y puntos amurallados, “que puso y conservó en el mejor estado de defensa”107. En 1800 fue designado Tomás de Morla capitán general de Cádiz. El antiguo profesor del colegio de artillería se había propuesto como objetivo la construcción de una avanzada que cortase el camino que conducía a la isla de León y se uniese a la Puerta de Tierra y al 104 CANO RÉVORA, M.G. Cádiz y el Real Cuerpo de Ingenieros militares (1697-1847) Utilidad y firmeza. Cádiz, 1994, p. 144. 105 CALDERON QUIJANO y otros. Op cit. Tomo I, pp. 369-370. 106 CALDERON QUIJANO y otros. Op cit. Tomo I, pp. 447-478. 107 A.G.M.S. Expediente personal de José Pozo y Sucre.

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fuerte de Puntales para poder formar una nueva población. Pozo y Sucre se opuso con contundencia a ese proyecto. Pensaba que la seguridad de Cádiz por tierra se fundamentaba en las salinas de la isla de León, por lo que esa plaza tendría que sufrir mucho con la ocupación de esa fortaleza, porque la misma serviría de abrigo a las baterías que allí se estableciesen para asediar ese puerto. Sin embargo, prevaleció la opinión de la máxima autoridad militar, por lo que el caraqueño se vio obligado a trazar el plano de la nueva edificación y dirigir sus primeros trabajos. No obstante, en 1801 la Corte lo desestimó por considerar que las baterías de estos castillejos no estaban suficientemente sostenidas y era difícil su socorro. Además se había calculado de coste de 19 a 20 millones de pesos. Pero Morla no dejaría de persistir en esa idea108. El 21 de febrero de 1801 Tomás Morla fue destinado al mando del ejército de Galicia, por lo que se hizo cargo de la capitanía general de forma interina José de Iturrigaray y Aróstegui. El 14 de febrero elaboró una “noticia por mayor de las faltas que se notan en la plaza de Cádiz, fuertes y puestos de su dependencia, hoy día de la fecha, como de las obras que urgen ejecutar para la conservación de todo”. Ese mismo año realizó un plano de comparación para cubrir el frente sur de la muralla109. El 5 de agosto le presentó al nuevo jefe de la plaza un papel con el título de “Golpe de ojo sobre el ataque y defensa de la plaza de Cádiz, bahía y arsenal”. En él le indicaba cuáles serían las operaciones más oportunas del enemigo para atacarla y cuáles deberían ser las nuestras para su contrarresto y defensa”110. En ese informe se subraya que se esperaba un ataque por parte de un enemigo poderoso como los ingleses, como el acontecido en 1762 en la costa poniente de la bahía en el paraje de los Cañuelos. Expuso que esa flota podría efectuar conjuntamente dos maniobras en dicha costa con la finalidad de apoderarse del castillo de Santa 108 PÉREZ DE SEVILLA AYALA, V. Op. Cit. pp.252-253. HERRERO FERNÁNDEZ-QUESADA, M.D. Ciencia y milicia en el siglo XVIII. Tomás de Morla, artillero ilustrado. Segovia, 1992, pp. 414-416. 109 CANO RÉVORA, M.G. Op. Cit. p.344. 110

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Catalina del Puerto de Santa María y del Cerro de los Mártires y sus inmediaciones. Refirió que en dos escritos suyos presentados a la junta de fortificaciones el 20 de enero y el 12 de febrero de 1799 aseveraba que se hallaban corregidos los defectos y fallas en ellos apuntados y que la plaza, castillos y puntos fortificados se encontraban con sus guarniciones correspondientes bien artilladas y dotadas de las municiones apropiadas. También suponía que se contaba con fuerzas de infantería, de caballería y de artillería volante de reserva para maniobra y defensa sobre los puntos donde podía efectuarse el desembarco. Calificó como sabia la propuesta de Morla en su plan de defensa en relación con el armamento y movilización de las fuerzas marítimas y de escuadras sutiles para Rota, Puerto de Santa María y Sancti Petri. Se mostró partidario de armas y poner en servicio las baterías de la costa comprendida entre el Puerto de Santa María y Rota, que habían sido desartilladas por orden regia. Postulaba asimismo que en la parte más angosta del Istmo de Cádiz, en las inmediaciones del castillo de Puntales debía construirse una batería provisional de cañones y morteros que pudiera suplir la falta que hacían las dos proyectadas de firme y ya cimentadas en el paraje de los Castillejos. Avaló un plan que estimaba juicioso y bien detallado elaborado por el jefe de escuadra o ingeniero director de la Real Armada Tomás Muñoz para la defensa del arsenal de la Carraca por tierra y por el caño de Sancti Petri. Conceptuó como deficiente la artillería de la cabeza del puente de Suazo por el lado opuesto a la Isla de León por estar dotada de armamento de poco alcance y calibre. Finalmente dejó a la prudencia del capitán general la distribución proporcional de los puestos insinuados en su plan de defensa111. En 1803, a raíz del arreglo efectuado en el cuerpo de ingenieros, por el que se mandaba que sus ocho directores fuesen brigadieres y los tres más antiguos mariscales de campo, pensaba que podía detentar uno de esos empleos por el hecho de haber sido designado desde 111

PÉREZ DE SEVILLA AYALA, V. Op. Cit. pp.253-256.

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hacía cinco años brigadier y ser estimado por el más meritorio entre todos ellos. Sin embargo, se vio postergado. Urrutia se decidió por Francisco de Orta sólo por ser el más antiguo. En menos de un mes éste último alcanzó los reales despachos de brigadier y mariscal de campo. Esperaba que ese desaire se paliase con las gracias derivadas del casamiento del Príncipe de Asturias, en la que ansiaba se tuviera en cuenta su mérito y antigüedad de graduación. Pero se vio excluido nuevamente de ser agraciado de ascender al grado de brigadier del cuerpo de ingenieros. Se valoró como tales, no siéndolos, a Fernando de Gaver y a Antonio Samper, ya que el primero se separó del cuerpo con el rango de director, y el segundo coronel, que fueron premiados con el empleo de mariscales de campo. El uno ejercía de gobernador de Ciudad Rodrigo y el otro de Tarragona. Se había ignorado su distinción de brigadier militar desde 1797. Pese a sus reclamaciones por escrito, no mereció contestación alguna, lo que le llevó a trasladarse a la Corte a practicar en persona tales diligencias. A fines del año 1802 había obtenido para ello la licencia, pero se encontró con la desgracia del fallecimiento del ingeniero jefe José de Urrutia. Al transferirse ese cuerpo al gobierno directo de Manuel Godoy como presidente del Consejo de Estado, el extremeño designó como jefe del Estado Mayor de él a Antonio Samper, quien no desconocía sus servicios. Samper le había asegurado haber dado los justos pasos para paliar su situación, pero le refirió que éstos habían sido infructuosos. Al proponer el director subinspector de Cádiz Antonio Hurtado la recomposición de las arruinadas murallas de la plaza, Pozo le dio su parecer sobre el particular, ya que se confesaba “científico y práctico y a más se hallaba perfectamente impuesto de la causa de su ruina y deterioro”. La nueva Junta recién constituida en Madrid con el título de Superior del Real Cuerpo le pasó el expediente. El 28 de mayo de 1803 contestó haciéndole ver la inutilidad de todo lo propuesto por el ingeniero director y planteó para la recomposición de las murallas un modelo para la trabazón y enlace de las piedras o sillares. Hizo ver al mismo tiempo lo mal empleadas que estaban | 89 |

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las sumas que se estaban gastando en su construcción y reparación. Por orden de Godoy sus propuestas pasaron a ser examinadas por la Junta112.

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SU ESTANCIA EN GRANADA Y LOS PRESIDIOS DEL NORTE DE ÁFRICA

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in embargo, viendo el caraqueño que “nada resultaba, ni se le preguntaba por qué” y que su licencia expiraba, pidió destino y se le concedió la dirección de la costa y Reino de Granada, a la cual se le transfirió inmediatamente. A poco más de un año de hallarse en ese destino, se le ordenó que pasase a los tres presidios de África para la realización de una revista general de ellos en todos sus ramos, tanto políticos como militares. Se le mandó que efectuase un plan de equipos para su seguridad, tanto en tiempos de paz como de guerra. En él debían constar las reformas para atajar los abusos y el ahorro de costes económicos que sería factible por ser sumamente gravosos para la Corona. Tal proyecto lo ejecutó en menos de tres meses con sólo el auxilio del capitán de su cuerpo Nicolás Garrido. Ese esfuerzo le supuso una pérdida de salud, un considerable costo económico y un grave riesgo de su vida por ser objeto de disparos de bala por parte de los sarracenos de Melilla. Entre las obras ejecutadas en esa última plaza se encontraba el plano y vista interior de los almacenes de pólvora Concepción y Florentina113.

Restituido a su destino, remitió el 1 de julio de 1804 al jefe del Estado mayor Antonio Samper tres tomos de estados, planos y vistas de los locales objeto de su comisión. El primero contenía todos los documentos justificativos que acreditaban su proceder, con expresión de confinados, guarnición, existencias demandadas en todos los ramos, tanto en épocas de paz como en las de conflicto bélico. El segundo era un tratado general y particular de cada uno de los 113

CAPEL, H. y otros. Op. Cit. p.383.

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presidios, incluidas sus dependencias en la Veeduría de Málaga. En él hacía ver que el empleo de veedor no fue vendido por la Real Hacienda, ni vinculado por gracia particular a la casa de los Monsalves para hacer la retracción que el Rey mandaba. El tercer consistía en el reglamento que proponía para la corrección de abusos y organización total. Sus preceptos fueron estimados tan útiles y apropiados que algunos de ellos habían sido ya puestos en práctica. En toda esa obra precisó Pozo que denotaba su buen orden, claridad, “un proceder a favor de la humanidad en aquellos destinos” y un ahorro efectivo para la Real Hacienda de 598.127 reales de vellón anuales, después de haber extraído de los mismos 25.772 y 26 maravedíes para aumento de los salarios de varios individuos que por su cortedad no podían subsistir con otras economías que iban indicadas. El reglamento por él elaborado no tendría costo alguno y se pondría en vigor si hubiera merecido la real aprobación. El tiempo que permaneció en cada uno de los presidios se dedicó a “cortar las enemistades, rencillas y etiquetas que abundan en ellos, muy en perjuicio del real servicio”. Planificó la ejecución de varias pequeñas obras que aumentaban su defensa. Corrigió otras en el Peñón y Alhucemas y en Melilla enmendó los pararrayos de los almacenes de pólvora, que habían sido mal construidos. También desterró la costumbre de enterrar a los muertos en la pequeña iglesia existente por las graves consecuencias sanitarias que se derivaban. Dispuso asimismo la construcción de un hornillo chico de bala roja, cuyo costo ascendió a 500 reales, para que con él se pudiera “hostilizar y quemar a los moros sus mieses distantes de la plaza y que tuviese a más esta defensa marítima”114. Durante esa estancia en los presidios del Norte de África, diseñaría en Melilla en 1804 el proyecto de una obra. Se trataba del plano y vista de la boca interior del marco de los dos almacenes de pólvora de la plaza de Melilla, conocidos por los nombres de Concepción y

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Florentina115. Desde la remisión de esos tomos ocurrió en su cuerpo las vacantes de los directores y generales Antonio Sopeña y Francisco de Orta por haberse jubilado el primero y dar al segundo como destino la gobernación de Ceuta. Fueron reemplazados por el director supranumerario Don Francisco Wanviteli, que se hallaba de mayordomo de semana del Rey y por el de la misma clase Fausto Caballero, sólo por el hecho de ser más antiguo que el caraqueño, a pesar de que le favorecía a éste el artículo 6º , tomo I, página 16 de la nueva ordenanza y cuanto representó a Godoy y a su jefe. Además de ese desagravio, ni él ni su subalterno fueron premiados con ninguna gracia por la comisión emprendida en los presidios africanos, a pesar de los elogios del jefe del Estado mayor Antonio Samper. No había podido cerciorarse si su trabajo, que descansaba en uno de los estantes de la junta superior del cuerpo, había sido visto o conocido por el Monarca. Llegó a temer que quedase “sepultado en el olvido que lo estaban sus anteriores contraídos hasta entonces en 50 años que había tenido el honor de servir a Su Majestad en los cuerpos de artillería e ingenieros”. Por lo tanto, al hallarse comprometido su honor con aquellos que sabían se había nombrado para tal comisión e “ignorar hasta ahora si había sabido desempeñarla”, recurrió por noviembre de 1805 a los jefes de los ministerios de Estado, Guerra y Hacienda para que cada uno particularmente le hiciesen examinar y por este medio conseguir poner a cubierto su buena reputación, que había sido erosionada por el atraso de su carrera militar en el último tercio de su vida116. En una carta fechada en Granada el 29 de agosto de 1804, dirigida a Francisco Saavedra, el antiguo Intendente de Caracas, viejo conocido suyo, reflejó su profundo desengaño por la marginación y el olvido que sufría su obra: “mi comisión, lejos de ser para abandonar los malditos presidios, tenía por objeto su conservación, arreglo y equipo para los tiempos de paz y guerra. La desempeñé 115

Se conserva en el S.H.M.Sign 4702. K.m-7-18. BRAVO NIETO, A. Ingenieros militares en Melilla Teoría y práctica durante la Edad Moderna. Siglos XVI al XVIII. Melilla, 1991, p.144.

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completamente, y a mi costa y pellejo, y hasta ahora ni las gracias me han dado”117. Hasta febrero de 1808 residió Pozo y Sucre en Granada. En la carta antes citada de 29 de agosto le relató su enfermedad desde hacía 16 días. Habla sobre su curación con ironía, “con cuatro sangrías, sanguijuelas, purgas, jeringas y otras diabluras médicas a cuestas, sin que estos bárbaros y yo le hayamos dado nombre al niño, dice aun lo que pasa y que si existe algo mejor me lo debo a mí y no a estos brutos”. La describió “con los mismos síntomas que la que tuve en Caracas”. Por ello instó a la sangría frente al dictamen de los facultativos, “que no querían porque me veían la lengua ruin, sin hacerse cargo que mi naturaleza no podía sacudirse por demasiado repleta, con decirle aun que uno de los médicos que despaché con la honda de los diablos, encargaba buscasen romero bendito para que sus cenizas sirviesen a curarme las cicatrices de las sanguijuelas, se hará con cargo de su ciencia y demás”118. En esa misiva relató a Saavedra las migraciones a Granada desde Málaga por las epidemias, las muertes acaecidas en ella y las consecuencias de los terremotos en la ciudad de la Alhambra: “después de más de treinta mil almas que han emigrado y de los muchos que han muerto, raro día bajan éstos de 160 a 180, de modo que Málaga va a quedar desierta; y si no tratan de evitar las inundaciones del río, desagües de las aguas estancadas, de mejor policía y de purificar la ciudad y atmósfera, deben esperar sea peor el año que viene. En ésta tenemos muchos malagueños, y de ellos han muerto varios, de modo que estamos amenazados de la este, hambre y de los estragos de los terremotos. Van llegando las noticias de las desgracias ocurridas por el que sentimos el 23 a las 4 menos veinte de la tarde 117

Facultad de Teología de Granada (F.T.G.). Fondo Saavedra. Caja 34. Carta de José del Pozo a Francisco de Saavedra. Granada, 29 de agosto de 1804.

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F.T.G. Fondo Saavedra. Caja 34. Carta de José del Pozo a Francisco de Saavedra. Granada, 29 de agosto de 1804.

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y el del 25 a las 8 y media de la mañana en Las Alpujarras, y principalmente en un lugar llamado Ojijar, que casi se arruinó, han sido las menores verías. Aquí se han cuarteado algunas casas y me dicen que templos también, y entre ellos el de las Angustias; y sólo pereció una mujer embarazada que venía de fuera en su borriquita y le cogió una ala de tejado que se desprendió. Los calores son excesivos, de modo que no los he sentido mayores en la zona tórrida, y así hay muchas enfermedades y muertes”119. Era un vivo testimonio de su concepción ilustrada y racionalista de las enfermedades y de los temblores, conforme a los parámetros reinantes en aquella época, en la que la bacteriología no se había desarrollado.

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F.T.G. Fondo Saavedra. Caja 34. Carta de José del Pozo a Francisco de Saavedra. Granada, 29 de agosto de 1804.

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SU PARTICIPACIÓN EN LA JUNTA SUPREMA GADITANA Y SUS CONTROVERSIAS CON MORLA SOBRE LA DEFENSA DE CÁDIZ DURANTE SU ASEDIO

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or su larga vida y por su antigüedad como director subinspector fue premiado el 9 de septiembre de 1807 con el empleo de mariscal de campo de los reales ejércitos. Se le dio la dirección subinspección de la provincia de Andalucía, por lo que pasó a Cádiz a servirla en febrero de 1808. En su expediente subrayó que encontró esa plaza en el más deplorable estado, con el total abandono de sus murallas, llenas de brechas de consideración y con sus fondos metálicos agotados. Dispuso de inmediato remediarlo, pero únicamente pudo cerrar las fisuras de la Alameda, que amenazaba ruina, y las de las casas próximas. Puso en práctica el método que tenía propuesto en 1800. Patentizó al público que era el único que convenía emplear en las obras marítimas de la plaza. Con la invasión napoleónica de la Península Ibérica y los sucesos del 2 de mayo de 1808 en Madrid, Pozo y Sucre se involucra directamente en la vida política con su participación el 28 de mayo en la junta en la casa del capitán general, Marqués de Solano, constituida por los mandos militares de Cádiz, entre los que se encontraba Tomás de Morla. En esa reunión todos de forma unánime decidieron que era aventurado declarar abiertamente la guerra a Francia. Como sostiene Adolfo de Castro, generales acreditados y con experiencia no podían proceder en aquellas graves circunstancias con la resolución de una junta popular. Sólo había noticias del

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alzamiento de Sevilla, una ciudad incapaz de una resistencia larga. Eran conscientes de que en Andalucía no se contaba con un ejército de entidad por estar incomunicada con las restantes provincias. Su deseo unánime no era el abandono de la causa nacional, sino el de prepararse para la guerra, si bien no declararla. Era quizás una actitud dubitativa, pero esa fue una postura general entre los militares de aquellas fechas sorprendidos por la rapidez y la rotundidad de los acontecimientos. Pensaban que era más apropiado esperar a que la opinión pública en diferentes regiones fuera general, para constituirse como una revolución deseada por la España entera y no procediese de efímeras revueltas de una o dos ciudades. Acordaron la publicación de un bando en el que se expusiesen los sentimientos que animaban a los integrantes de esta Junta y los inconvenientes existentes para seguir de forma inmediata las ideas de la Junta de Sevilla con respecto a alistar y enviar todas las fuerzas disponibles contra los franceses. Se congratulaban de los sentimientos unánimes de la población, que clamaba ofrecer su sangre a favor de sus soberanos, pero creían oportuno hacer saber a Sevilla y a los demás pueblos alzados las causas que se oponían a la realización de tales designios120. Argumentaban que “unos enemigos ansiosos de lucro amenazaban nuestras costas y no dejarían de aprovecharse de nuestra ausencia para apoderarse de la escuadra y del arsenal, hacer de esta ciudad un segundo Gibraltar y saquear nuestros puertos. Su mala fe estaba harto acreditada”. Subrayaron que movilizar a toda la población de inmediato cuando se esperaba después de años de sequías una cosecha abundante en los campos era privarse de muchos brazos para su recolección. Criticaron el proceder de la familia real, a la que creían causante de la orfandad en la que la nación se hallaba. Exclamaron que “nuestros soberanos, que tenían un legítimo derecho y autoridad para convocarnos y conducirnos a sus enemigos, lejos de hacerlo, han declarado Padre e Hijo repetidas veces que los que se toman por tales son sus amigos 120 CASTRO, A. Historia de Cádiz y su provincia desde los remotos tiempos hasta 1814. Cádiz, 1858, p. 576.

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íntimos, y en consecuencia se han ido espontáneamente y sin violencia con ellos. ¿Quién reclama, pues, nuestros sacrificios?”121. Eran conscientes de que “no había en la Península tropas con que obrar. Si de nuestro muy corto ejército, respecto a nuestros medios, se substraen los que están fuera del reino, los que guarnecen a Mallorca, Menoría, Ceuta, los presidios y otros puertos ultramarinos con quienes no podemos contar y distintas plazas de las provincias, solo quedan pocos regimientos tan escasos que los de infantería apenas tienen la fuerza de un batallón y los de caballería de un escuadrón”. No querían llevar a su pueblo a una carnicería, ya que “para combatir es menester alistarse y reglamentarse, disciplinarse y tener una táctica. Sin ella seríamos como los mexicanos o trascaltecas delante de Cortes al tiempo de la Conquista. Es necesaria una numerosa artillería que exige mucho ganado de tiro y carga, además de provisiones de toda especie, pues no hemos de ir a saquear nuestras provincias. De otra parte, sin dinero no se hace la guerra, y es indispensable juntar sumas competentes. En fin, no es asunto de una campaña corta, a menos que desde luego fuésemos derrotados completamente”. En tan críticas circunstancias eran de opinión que no podían desatender la defensa de Cádiz y no convenía dejar las espaldas sin guarnecer. Los vecinos de la ciudad debían alistarse en las milicias urbanas para su instrucción, consejo que decidieron trasladar a través de oficiales a todas las localidades de la región, incluida Sevilla, “para organizar los que allí hayan tomado o tomen las armas”122. Era un edicto realista y meditado que nada tenía que ver con una claudicación y una rendición a los franceses, pero que rápidamente fue instrumentalizado por sus contradictores. Adolfo de Castro subrayó que hubo un empeño grande en destruir sus ejemplares por 121 CASTRO, A. Op. Cit. p.578. 122 Reprod. en RIAÑO DE LA IGLESIA, P. La imprenta en la Islas Gaditana durante la Guerra de la Independencia. Libros, folletos y hojas volantes (1808-1814). Ensayo bio-bibliográfico documentados. Ed. A cargo de José Manuel Fernández Tirado y Alberto Gil Novales. Madrid, 2004. Tomo I, pp.164-167.

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algunos de los que lo firmaron, lo que explica que muchos historiadores hablasen de él sin haberlo leído ni tan siquiera. Se publicó a deshora en la misma noche de ese día con gran pompa y a la luz de multitud de hachas. Con él se alborotaron los ánimos de los emisarios de Sevilla, que levantaron al pueblo gaditano. Las voces de traición empezaron a proferirse contra Solano. Una multitud acudió a la plaza del Pozo de las Nieves, donde era su residencia. Un joven. Manuel Larrús, subido en hombros por algunas personas en una corta arenga se dirigió al general, que estaba en su balcón. En ella pedía en nombre de la ciudad la declaración de guerra a los franceses. La persuasión de la que hizo gala el Marqués del Socorro fue infructuosa porque la muchedumbre sospechaba de su patriotismo. Ofreció en respuesta a la ansiedad popular la convocatoria de una junta de generales para que sus deseos fueran atendidos. Pero el alboroto no cesó en toda aquella noche. Se allanó la casa del cónsul francés Le Roy, al que se acusaba de soberbia y de arrogancia al proclamar las victorias de Napoleón. Temeroso, se refugió en el convento agustino, desde donde huyó para refugiarse en la escuadra francesa. Su almirante, Roselly, hizo fondear sus navíos, cogiendo entre dos fuegos a los españoles. Solano, por su parte, procedió al alistamiento de los voluntarios. El mariscal de campo Félix Jones salió hacia Sevilla para tomar el mando de esa ciudad y organizar sus milicias. Ordenó también al coronel del regimiento de infantería Francisco María Soler que tomase el Trocadero para evitar sorpresas por partes de la flota gala. Finalmente convocó a una reunión en su casa, a la que acudió el ayuntamiento y el consulado para hacer presente la situación en que se hallaba la provincia. Propuso al tribunal mercantil que aportase las sumas necesarias, pero éste manifestó que no contaba con ellas. El síndico municipal expresó que todos estaban obligados a contribuir.

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Los generales, entre los que se encontraba Pozo y Sucre, en otra junta el 29 de mayo convinieron en que debía declararse abiertamente la guerra por el levantamiento sevillano y por las exigencias populares. En consecuencia, se reimprimió ese mismo día como bando la constitución de la Junta Suprema de Sevilla y sus disposiciones para que fueran obedecidas de inmediato123. Esta reunión fue interrumpida por los gritos de una muchedumbre ansiosa que invocaba la guerra y que la escuadra francesa fuera batida con bala roja. El capitán general desde los balcones procuraba calmar a la muchedumbre que llenaba la plaza y le exhortaba a la prudencia. Indicaba que la armada británica que bloqueaba el puerto era la enemiga de España. Las calumnias contra él corrían de boca en boca. Se decía que estaba pronto a entregar la plaza. Un ayudante llamado José Luquey avisó al pueblo en la plaza de San Antonio que la junta de generales había manifestado que era imposible atacar a los franceses por estar sus navíos interpuestos con los españoles, lo que causaría a estos serios estragos. La furia popular recayó sobre Solano y no sobre los demás generales. Acometió el parque de artillería sin hallar resistencia. Con las municiones y los cañones en manos de la turba, se dirigió hacia la casa de Solano. Tras asesinarlo, la multitud proclamó como máxima autoridad paradójicamente a uno de los firmantes del edicto, Tomás de Morla, el antiguo profesor del colegio de artillería y enemigo jurado del caraqueño124. Morla con su actuación descubrió de inmediato sus sentimientos adversos al Marqués del Socorro. Los emisarios sevillanos lo confirmaron en el mando por estimar que esa era la voluntad del pueblo. Invocó la justicia divina como justificación del asesinato de Solano, lo que, como recogió Castro, era la prueba evidente de su ambición: “Sola la providencia que instantáneamente contiene el azote que nos castiga, cuando ha ejercido su justicia, pudo librar a 123 RIAÑO DE LA IGLESIA, P. Op. Cit. Tomo I, pp.118-120. 124 CASTRO, A. Op. Cit. pp.578-583.

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los principales pueblos, asilos de estos monstruos, de sus asechanzas. Cuando Cádiz, esta bella, culta, rica y noble ciudad estuvo próxima a ser devorada, el desorden se contuvo, la tempestad cesó y se limpió la atmósfera, las tropas reconocieron sus jefes y se apartaron con desdén de los malvados”125. Una vez revestido del poder Morla, el 31 de mayo se erigió una junta en Cádiz que reconocía la superioridad de la de Sevilla, de la que formó parte Pozo y Sucre. De forma inmediata ese día emitió un bando, que fue inmediatamente impreso. En él se ordena que tras “la generosa resolución de los habitantes de esta ciudad y provincia, que están dispuestos a no perdonar sacrificio alguno por el servicio” del Rey y de la sagrada religión, se constituía una junta sufragánea de la sevillana. El nuevo gobernador de la plaza, “ansioso de que sentimientos tan dignos del carácter español no se inutilicen con excesos del valor mismo y de la energía de los ánimos, para conservar el orden, principio único de toda verdadera fuerza, manifiesta al público que, erigida, como consta ya por el bando reimpreso en esta ciudad en veinte y nueve del corriente, una suprema junta gubernativa en la ciudad de Sevilla”. En el edicto se ordenaba que Pozo conjuntamente con el teniente del Rey, Marqués de las Cuevas del Becerro, coronel del regimiento de Écija y el marqués de Casa Villavicencio constituyesen una junta que arreglase la formación, fuerza y oficialidad de los cuerpos de nueva creación126 El nuevo capitán general mandó suspender “por sus fines particulares” las obras en curso y encomendó “otras inútiles y dispendiosas, pretextando eran para la mejor defensa de la plaza y ponerla fuera del alcance de las bombas enemigas. Como ingeniero director, Pozo se opuso a tal decisión. Le hizo ver “lo desatinado e inutilidad de las obras”. Tal sugerencia bastó para que se le cesase del mando, “abrogándoselo a sí mismo, de cuyo proceder y otros despóticos dio 125 CASTRO, A. Op. Cit. p.596. 126 RIAÑO DE LA IGLESIA, P. Op. Cit. Tomo I, pp.120-121.

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parte a las Juntas de Sevilla, Central de Cádiz y ofició inútilmente con ellas y con sus jefes”127. Pudo proceder de inmediato a ejecutar su viejo proyecto de una fortaleza avanzada que cortase el camino que iba a la isla de León. El venezolano creía que solo por tierra en los saladares de la isla de León radicaba su defensa. Entendía que, perdida esta, Cádiz tenía que sufrir mucho con asedio. Tomada esa fortaleza proyectada, serviría de abrigo a las baterías de morteros que se establecerían, lo que traería consigo la destrucción de la plaza128. Un testimonio coetáneo dio la razón a los planteamientos defendidos por el director de ingenieros. Los franceses levantaron unos puntos artillados que desde la Cabezuela y el Trocadero, “puntos aislados en la costa del oriente, y de los que se posesionó el enemigo sin previsión por parte de los aliados de que se les pudiese ofender, arrojaban bombas y granadas a una distancia increíble, habiendo caído algunas de estas últimas en la plazuela de San Antonio, situada casi al extremo y poniente de la plaza”. Hizo ver que “no era de esta opinión el brigadier de ingenieros don José de Pozo y Sucre, que hizo presente al gobierno podía ser bombardeado Cádiz en los puntos referidos”129. Nicolás de la Cruz y Bahamonde, Conde de Maule reflejó en su viaje tales obras. Precisó que “antes de llegar al paralelo de Puntales se halla la gran fortaleza de la cortadura, denominada de San Fernando. Dista 4600 varas de Cádiz. En 1808, gobernando esta plaza, electo en una conmoción popular Don Tomás de Morla, se puso en planta este proyecto. El director general de ingenieros de provincia D. José del Pozo, del comandante del mismo cuerpo y el ingeniero D. Francisco Ximénez de la Isla construyeron el baluarte que se observa de menos elevación y cae a la playa de Santa María. La Junta Central confirió la dirección de las obras al brigadier D. Felipe Paz. Después la dirigió por algunos meses D. José Cortés, luego el 127 A.G.M.S. Expediente personal de José Pozo y Sucre. 128 CASTRO, A. Op. Cit. p.639. 129 SALMÓN, P. Resumen histórico de la revolución de España. Año de 1808. Madrid, 1820. Tomo V, pp.85-86.

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teniente coronel D. Eusebio Ruiz y al presente (1812) el brigadier D. José Prieto y el teniente general D. Juan Palomino. Aun le falta bastante para concluirla. En el momento que los franceses invadieron esta parte de Andalucía trabajaron en ella más de tres mil hombres diariamente, porque acudía mucha tropa y porción de gente de los cuerpos y barrios de Cádiz. En el día trabajan unas cuatrocientas o quinientas personas, en las cuales se incluyen los prisioneros”. A pesar de denotar sus elevados costes y el riesgo que supondría su ocupación por el enemigo se mostró favorable a su construcción: “Dígase lo que quiera, ella parece inexpugnable para contener al enemigo en caso de atacas por esta lengua de tierra y camino de la Isla de León, siempre que a su defensa, como es regular, ayudase porción de lanchas cañoneras apostadas en la mar de fuera, para lo cual se podría colocar una división de ellas en la inmediata caleta de San Sebastián, estas lograrían incomodar muchísimo al enemigo en el flanco derecho”130. El 7 de octubre de 1808 en un escrito a la Junta Central de Sevilla ya había hecho constar los proyectos de Morla desde 1801 de dar más extensión a la ciudad de Cádiz con la extensión de su población sobre los arenales de la puerta de tierra más allá del paralelo del castillo de Puntales. Para amurallar el nuevo recinto ordenó al entonces ingeniero director Antonio Hurtado la redacción de un proyecto de frente de fortificación casi igual al entonces existente, que debía ser financiado con la venta de tales arenales. El caraqueño subrayó que, aunque Hurtado era consciente de su carácter desatinado, “no se atrevió a oponérsele a su autor por el favor que disfrutaba en aquel entonces, como por su genio violento”. Sin embargo, fue desaprobado en la Corte y quedó paralizado. Con el establecimiento de la Junta de Sevilla de nuevo propuso a ésta la realización de una cortadura de firme sobre el arrecife con 30 o 40 cañones distante 4505 varas de las fortificaciones de la plaza. Esta entidad le dio amplias facultades “para cuantas obras contemplase precisas”. Al oponerse 130 DE LA CRUZ Y BAHAMONDE, N. Viaje de España, Francia e Italia. Cádiz, 1812, pp. 571-573.

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a tal decisión se le despojó de su empleo y se le prodigó todo tipo de insultos en sus respuestas a sus argumentos. Reconoció que actuó en su favor la mediación de Francisco Saavedra, que era vocal de esa Junta, que era para él persona de la máxima consideración y respeto”. Pero en vano solicitó su rehabilitación en su empleo131. El 22 de diciembre de 1808, en su calidad de vocal de la Junta Suprema gaditana y de ingeniero subinspector de la plaza y su provincia, dirigió una carta a esa entidad en la que volvió a informar sobre el estado de sus fortificaciones interiores y exteriores, que se encontraban desartilladas, sin puentes levadizos y sus caminos cubiertos. Propuso el artillar las fortificaciones del puente de Suazo sobre el río Sancti Petri para que la isla de Cádiz no pudiera ser invadida por parte alguna, ya que constituía “la mejor y más defensable cortadura por ser natural y preferible a cualquier otra artificial que pueda hacerse”. Los enemigos no podían aproximarse al puente sino por el arrecife o camino estrecho de once a doce varas por tener contiguos por un lado y otro unas salinas intransitables que lo impiden y que incluso podían ser inundadas cuando se quisiese. La construcción de un reducto en la venta del arrecife, situada a una legua colaboraría al mayor alcance de su defensa. Estimaba asimismo que debía cuidarse también el arsenal de la Carraca. Los castillos de Puntales y Matagorda eran también vitales, ya que con sus fuegos protegían el Cañón del Trocadero”132. Al ser llamado Morla a Madrid fue sustituido en el mando por el mariscal de campo José Virués y después por el Marqués del Villel, este último con mayores facultades por ser vocal y comisionado por la Junta Central. Se encontraba “deseoso de ameritarse y poner la plaza en estado de defensa con ninguna inteligencia en la facultad, se dejó gobernar por unos que pasaban por facultativos sólo por llevar las casacas de los cuerpos de ingenieros, artillería y marina. 131 Reprod. en POZO Y SUCRE, J. La verdad desnuda. Cádiz, 1811, pp.54-58. 132 Reprod. en POZO Y SUCRE, J. La verdad desnuda. Cádiz, 1811, pp.45-49.

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Por su sugerencia se dispuso a continuar el proyecto de Morla con la cortadura del puente de Suazo, la demolición del castillo de Matagorda y las muchas que fuera de orden se notan”, sin que bastase su oposición y las representaciones que contra tales planteamientos vertió el venezolano. Se gastaron en la cortadura de Morla sumas que pasaban de los 2.800.000 pesos. Pozo presentó plano y perfil de varias obras necesarias, entre ellas la de la puerta o puente levadizo de que carecía133. En su expediente personal precisó que, “si estas y otras obras no las halló más adelantadas, lo ocasionó la escasez de caudales y providencias del Gobierno para ello y no el descuido del ingeniero director, el que, aburrido por la ninguna consideración que se le tenía a su edad, carácter, ciencia y experiencia y para poner a cubierto su buena opinión de tal facultativo y responsabilidades, pidió su separación de esta plaza”134.

133 A.G.M.S. Expediente personal de José Pozo y Sucre. 134 A.G.M.S. Expediente personal de José Pozo y Sucre.

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LA COMANDANCIA GENERAL DEL CAMPO DE GIBRALTAR

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n ese ambiente de gran tensión y de conflictos con las nuevas autoridades gubernativas se le ordenó pasar al Campo de San Roque, pero su salud y malos tiempos le impidieron emprender su marcha. En ese período acaeció la muerte de Juan Ordóñez, comandante general del Campo de Gibraltar, por lo que Pozo fue designado interinamente para reemplazarlo. Acató la orden, no sin dejar de hacer constar que, “habiendo empleado su vida en el estudio de las ciencias abstractas, para llenar las obligaciones de ingeniero, carecía de los conocimientos necesarios para hacerse cargo de una comandancia general en las que se versan tantos asuntos inconexos a su profesión”, por lo que solicitó que se colocase a otro en su lugar”. Pese a ello cumplió con su obligación. Sin embargo, al haber hallado en Algeciras al capitán general del ejército Francisco Javier Castaños titulándose aún capitán general del Campo de Gibraltar por haberlo sido anteriormente en propiedad, “creyolo entonces tal y que si interinidad había cesado a la vista del propietario”. No obstante, se le reafirmó en ese empleo por entender que Castaños no lo podía tener por entonces135.

En su expediente personal calificó su gestión interina al frente de la capitanía general como de buena administración de la justicia y corrección de abusos. Describió a esa zona por su notorio contrabando como viciado y tolerado en todos los ramos. Se dedicó al arreglo en lo posible del servicio militar, al aumento de las rentas públicas y a la persecución de los contrabandistas. Expuso que tal proceder 135 A.G.M.S. Expediente personal de José Pozo y Sucre.

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le acarreó malos ratos, pesadumbres y disgustos en los once meses que permaneció en aquel destino, pero que eran pocos comparados con los experimentados desde su regreso a Cádiz en febrero de 1810136.

136 A.G.M.S. Expediente personal de José Pozo y Sucre.

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SUS PLEITOS CON LA REGENCIA Y LAS CORTES SOBRE LA COMANDANCIA DE INGENIEROS Y LA DEFENSA DE CÁDIZ. LA VERDAD DESNUDA, LA EXPOSICIÓN Y LA CENSURA DE SU INJUSTICIA ATROZ

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e nuevo retornado a Cádiz, el 19 de abril de 1810 volvió a insistir a las autoridades sobre la ninguna necesidad de emprender la obra de la batería de San Fernando, llamada vulgarmente de la Cortadura por su alto coste y por su tardanza en concluirse en dos o más años. Denunció “la mala inteligencia que por lo no facultativos y adictos a Don Tomás de Morla, por sus fines particulares” contra él para oponerse a una obra que estimaba inútil y que había reportado hasta ese día más de un millón de pesos. Planteó que no debía construirse una obra fuera del alcance del cañón, a 700 varas de una plaza, máxime cuando su planta era defectuosa y que necesitaba de comunicación precisa para los transeúntes y para dar salida a las tropas, por lo que eran sus defectos “tantos y tan garrafales que el inteligente que la examine, conocerá que su autor ni el que la ejecutó entendían en la materia y con cuanta razón me oponía a su ejecución”137.

Pozo insistiría constantemente en tal determinación y pagaría muy caro, como veremos, tal defensa apasionada de tales planteamientos. El 28 de mayo de 1808 informó a la Real Junta de Fortificación sobre su oposición a tal obra. Precisó que “la consideraba inútil, muy dispendiosa, incómoda a los transitantes y extemporánea”. En una nota a tales alegaciones expuso que el despotismo y 137 Reprod. en POZO Y SUCRE, J. La verdad desnuda. Cádiz, 1811, pp.49-50.

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la arbitrariedad de Morla le llevó a suspender sin ninguna justificación, cuando se hallaban a medio hacer, la construcción de dos fortines a cada lado del arrecife, que fue aprobada por la Junta de Sevilla el 13 de junio de 1808, por lo que “en el día están visibles, aunque casi demolidos para aprovechar la cantería, y son conocidos en el pueblo por los castillejos”138. Se conservan dos planes manuscritos de Pozo y Sucre de 1810 para dar solución a la defensa gaditana, los dos enviados a su amigo Francisco de Saavedra, que fueron también reproducidos en su obra La verdad desnuda. El primero de ellos, denominado Proyecto de ataque a los enemigos que sitian la plaza de Cádiz, está fechado el 12 de mayo de 1810139. Lo inicia con la llamada de Morla a los facultativos para que opinasen sobre su “desatinada obra de firme” de la batería de San Fernando, “nombrada con impropiedad cortadura” y sobre la demolición del castillo de Mata gorda, de la que era partidario, que era la única defensa del caño del Trocadero. Pozo se opuso “de largo a largo”, reseñando que Cádiz debió su salud el año de 1801 a este pequeño castillo. Aunque su oposición no le sentó bien “pude salvarle por entonces de la ruina que le amenazaba”. La experiencia, planteaba, justificaba sus acepciones, por ser dueños los franceses en aquella fecha de la costa norte y orilla del río Sancti Petri, salvo “hasta ahora” del arsenal de La Carraca. Dado su ejército respetable se establecerían en toda ella baterías del mayor calibre sobre varios puntos en el Trocadero, para impedirnos la comunicación que se poseía antes. Era preciso tratar de atacar a los enemigos “a viva fuerza” y desalojarles de los puntos que poseían desde el río San Pedro hasta Chiclana. Con noticias sobre sus ataques y sobre tropas disponibles se podrían distribuir las disponibles en los puntos desde donde debía partir la ofensiva. Estos eran en su opinión desde el caño de Trocadero o sus inmediaciones y 138 Reprod. en POZO Y SUCRE, J. La verdad desnuda. pp.60-63. 139 F.T.G. Fondo Saavedra. Caja 61 nº11.

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parte opuesta al castillo de Sancti Petri. Se amagarían otros para dividir sus fuerzas. Con el mayor sigilo se utilizarían las lanchas y botes existentes en la bahía para desplazar las tropas y cañones junto con uno o dos navíos con el objetivo de apagar los incendios y apoderarse del lugar desde donde pensaban ejecutar el desembarco, que suponía debía ser sobre los terrenos del Caño140. En una reflexión sobre este plan, esgrimida en su Verdad desnuda especificó que después haberlo entregado se ejecutaron “las desgraciadas expediciones a la costa firme”, por lo que, frente a las ideas propuestas en él, sus resultados fueron tan funestos que se tenía que dar gracias a Dios “de haber podido salvar algunos restos, compadeciéndonos al mismo tiempo de la inútil pérdida de nuestras tropas, como de los riesgos a que quedaban expuestos nuestros compatriotas que se prestaron en nuestro suelo a favorecernos”141. El segundo, denominado Ventajas de la localidad de la plaza de Cádiz para su defensa terrestre142, lo dirigió el 12 de julio de 1810 a Eusebio Bardaxi y Azara. En él explicitó que desde el 29 de junio de 1808 planteó sus sugerencias a Morla, “cuyas contestaciones conservo y le hacen poco honor”. Remitió sus quejas tanto a la Junta Suprema de Sevilla como al gobierno formado en la plaza, del que era vocal y a la Junta Central y de reales obras de fortificación, pero todo ello fue en vano. Sucesivos requerimientos a las nuevas entidades gubernativas fueron también inútiles. Sostuvo que “nunca se ha contado conmigo, ni consultándome cosa alguna perteneciente a su defensa y equipos, como por real orden expresa se acostumbraba especialmente”. El silencio que notaba le indicaba “no el desprecio de mis papeles, sino el no gustar de ellos tal vez por claridad y valentía que presta la inteligencia y la razón a los hombres que han nacido con honor y quieren conservarlo”. 140 F.T.G. Fondo Saavedra. Caja 61 nº11. Se encuentra también reprod. en POZO Y SUCRE, J. La verdad desnuda. pp.62-69. 141 POZO Y SUCRE, J. La verdad desnuda. p. 69. 142 F.T.G. Fondo Saavedra. Caja 61 nº22

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En este escrito se proponían los medios para evitar que los enemigos puedan entrar en la ciudad de Cádiz por medio de balsas, puentes flotantes o sobre caballetes o lanzas, que se dirigían con preferencia al de la barra de Sancti Petri, por ser para ellos el más ventajoso. Algunos incluirían también entre esos puntos el caño del Trocadero, pero la precisión de valerse de auxilios marítimos muy poderosos, de los que carecían, frenaría tales intentos por ese lugar. Sugiere que las tropas disponibles debían dividirse y distribuirse entre los citados puntos que puedan d atacados de forma proporcional. Estima que si se decidiesen pasar por el castillo de Sancti Petri, que supone el más probable, piensa que no lo harían hasta que lo hayan destruido totalmente. Para retardar esa operación se debía acudir con lanchas cañoneras y obuseras y a situarles baterías volantes donde más se pudiera hostilizarlos. El cuerpo de ejército situado en el Campo de Soto e inmediación al cerro de los Mártires marcharía con su artillería volante y caballería, si la hubiera, a ocupar los retrinchamientos y espaldones que de antemano se hubieran hecho para resguardo de la tropa, que se pondría al desembarco o paso del río. Si no fuera posible impedirlo, se retirarían a su posición para impedirles la ocupación del cerro y el paso por su pie o falda al arrecife que se dirige a Cádiz o a la isla de León por levante y poniente. Sin esta operación no podrían dirigirse a esta plaza y ponerle sitio por los obstáculos que pueden oponérseles desde Torre gorda con baterías volantes, al fortificar los ventorrillos y la angostura del istmo. También serían su freno la batería de San Fernando y las defensas que podrían colocarse entre ella y la plaza, además de las obras de fortificación existentes en Cádiz143. Contaba con la fortificación de los almacenes de pólvora, tras extraer de ella toda la disponible, que sería depositada en porciones separadas en los de la plaza, sótanos y bóvedas que se hallasen proporcionados a su seguridad, o, en caso de no haber otro recurso, colocados en embarcaciones fuera de riesgo. La anchura del río, las 143 F.T.G. Fondo Saavedra. Caja 61 nº22.

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marismas bajas y pantanosas, las baterías de su orilla y el mismo cerro se obligarían a quedar más expuestos a sufrir los fuegos españoles. Si eligiesen el paso del río por el puente de Suaso no encontrarían menos dificultades, ya que preparadas las obras de defensa de la venta de la venta de afuera, que en su opinión debió fortificarse para impedir al enemigo el paso a Chiclana. Era el único y preciso tránsito de los enemigos por no poderse separar de él a causa de lindar por una y otra parte con extensos terrenos pantanosos que se inundan en las altas mareas y conservan sus aguas cerrando las compuertas. De esa forma, manifestó, era el paso más difícil, por lo que era muy difícil que el enemigo se lo propusiese, por lo que jamás se intentaba. Pozo estaba convencido de no haber propuesto nunca la cortadura del ojo, ni menos la destrucción de las fortificaciones interiores en la parte del pueblo, que veía ejecutadas sin atinar el por qué. Entendía que podía darles algún cuidado el camino construido por el Marqués de la Solana desde Chiclana a La Barca del Portazgo. Sin embargo, el difícil paso del brazo de mar llamado el Zurraque, lo pantanos que lo circundan y los riesgos de las enfiladas de las obras y la del puerto, junto con la oposición que se podía efectuar desde el mismo arrecife con lanchas cañoneras y obuseras sería un factor de tranquilidad a tener en cuenta144. Entendía que el paso del río por La Carraca a la nueva población de San Carlos y de allí a la isla de León es de los más ventajosos para su defensa por hallarse rodeado de cortaduras, salinas fangosas y pantanos intransitables. Además su recinto está coronado de baterías con cañones de gran alcance, con la ventaja de tener fuera de él fortificada la altura de la sierra que domina esos contornos y cruzan sus fuegos con los de la obra del puente de Suazo. Otra ventaja era la inundación de todo el terreno en las mareas altas, conservando las aguas con sus compuertas. Junto con la tropa destinada a su defensa, deberían situarse obreros con sus útiles y bombas hidráulicas para apagar los fuegos. Tenía asimismo la ventaja de poderse retirar 144 F.T.G. Fondo Saavedra. Caja 61 nº22.

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por la población de San Carlos hacia la Isla con la oposición de obstáculos y con la posesión de los puntos más ventajosos. Debían de tenerse en cuenta cuales eran los falsos y cuales los verdaderos ataques, por lo que era fundamental prestar vigilancia. Expone que todas esas razones fueron las que sirvieron de base para su exposición a la Junta Central de 7 de octubre de 1808 sobre la ninguna necesidad de la costosa obra de la cortadura de Morla, por poseer una natural a tres leguas de esta plaza, que era el puente de Suazo bien fortificado y el río Sancti Pietri que circunda la ciudad sin ser vadeable por parte alguna, que ponían a cubierto la plaza145. Por esas mismas fechas, el 26 de mayo de 1810 había firmado la redacción de un proyecto de un puente levadizo para la Puerta de Tierra de Cádiz, ya que hasta entonces no lo poseía, por no permitir otra confección la obra ejecutada146. Pero, pese a la abierta hostilidad que sufría, el 1 agosto de 1810 volvió a presentar a la Regencia un papel en el que “manifestaba las fatales consecuencias que amenazaban de continuarse en el sistema de inacción en que estamos y cuánto convenía inquietar y aun atacar al enemigo en las varias posiciones que rodean la plaza y la Isla, especialmente el caño del Trocadero”. El escrito en cuestión se denominó Triste perspectiva de la suerte de Cádiz. En él planteaba que, pese a las ventajas naturales de la plaza, el descuido de la defensa del caño del Trocadero y del castillo de Matagorda, al haber sido descuidada su defensa, habían caído en manos del enemigo. Sostuvo que, si ocupan el paso del río Santci Petri, con la construcción de lanchas cañoneras y bombarderas, podrían hacer uso de ellas para incendiar los buques instalados en su bahía y bombardear la ciudad. Los resultados podrían ser imprevisibles, pues, se levantaría la voz del pueblo pidiendo la capitulación “porque el miedo les oculta que las condiciones de la capitulación no les serán guardadas por la mala fe del tirano a quien se sometió”. Los franceses, conscientes de ello esparcirán “pape145 F.T.G. Fondo Saavedra. Caja 61 nº22. 146 CALDERON QUIJANO y otros. Op cit. Tomo I, pp. 250-251.

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les y proposiciones lisonjeras que alucinen al pueblo”, por lo que si no son auxiliados por un cuerpo de ejército procedente de tierra, al tiempo que las tropas asentadas en Cádiz desembarquen sobre el cañón del Trocadero y suban por puente de Suazo, “tal vez podamos libertarnos de la triste y desgraciada suerte que nos amenaza, y si no imploremos de Dios el socorro”147. Sin embargo, todo quedó en nada, como reseño Saavedra, se trató el asunto “tantas veces agitado” y se resolvió la celebración de una junta de los generales de mar ingleses y españoles148. Presentó todos esos escritos al Congreso el 27 de octubre de 1810, pero su respuesta fue, sin embargo, “el desprecio, a pretexto de que no eran más que pensamientos militares, sin que se propusiese nada nuevo”149. En junio de 1812 había efectuado un croquis del edificio de la Aduana de Cádiz para localizar en este un lugar donde celebrar un Consejo de Estado150. Ese mismo año la Regencia en la sesión de Cortes del 27 de agosto propuso por medio del secretario de Gracia y Justicia que se procediese a formar cortaduras y otras defensas en el caño del Trocadero para hacer inexpugnable la plaza para ponerla a cubierto de peligros y daños tan graves como los sufridos mientras que permanecieron al frente de ellas los enemigos. Pérez de Sevilla reconoció que tales providencias demuestran el tardío efecto para hacer cumplir las propuestas constantemente demandadas por Pozo y Sucre, “razones que, sin ser contradichas por medio de argumentos invencibles, le atrajeron una prisión y un largo proceso a que se agregaron agravios inferidos a la Regencia”151. Estaba dando en el quid de la explicación de todos esos procedimientos judiciales y postergaciones sufridos por el caraqueño. Los primeros trabajos 147 POZO SUCRE, J. Op. cit.pp.78-82. 148 SAAVEDRA, F. “Diario de operaciones de la Regencia desde 29 de enero de 1810 hasta el 25 de octubre de ese año”. En QUADRADO Y DE ROO, F.P. Elogio histórico del excelentísimo señor Don Antonio Escaño. Madrid, 1852, p. 378. 149

POZO SUCRE, J. Op. Cit.p.82.

150 CANO RÉVORA, M.G. Op. Cit. p.346. 151 PÉREZ DE SEVILLA AYALA, V. Op. Cit.p.433.

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se efectuaron desde la villa de Puerto Real hasta el Trocadero tan pronto los franceses los abandonaron. El 2 de noviembre se publicó en El Redactor General un artículo en el que se evidenciaba que “la experiencia de un sitio tan dilatado ha convencido a los que antes lo dudaban de que la verdadera defensa de Cádiz consiste en sostener el paso del caño de Sancti Petri, que es el verdadero foso de esta plaza, y en fortificar el Trocadero para evitar un desembarco”152. En noviembre de 1810 elaboró otros dos nuevos escritos que hacían referencia a la entrada de lanchas cañoneras francesas en el Puerto de Santa María y a la urgentísima necesidad de atacar a los enemigos153. Pero todo lo tenía en su contra, su calvario personal cobraría mayor intensidad si cabe. En ese mismo año se vio envuelto en un proceso judicial que fue iniciado el 26 de octubre sobre un incidente que tuvo con el comandante de ingenieros de la plaza Juan Ordovás y el sargento mayor de ingenieros y teniente coronel Juan Palomino. En su interrogatorio este último expuso que Ordovás, habiendo mandado hacer algunas reformas en el número de empleados de las obras y corregir algunos abusos intimó con él sobre cuál debía ser el más adecuado, tras lo que ordenó al sobrestante mayor Juan Baeza las instrucciones correspondientes. Esta decisión originó disgustos entre el comandante y el ingeniero director. Palomino, después de unos incidentes con los escribientes cesados, por lo que se presentó ante Pozo y Sucre, el cual, “sin dar lugar a que le saludase, con una voz bastante descompuesta” y en presencia de éstos, le dictaminó la suspensión de esa decisión, bajo amenaza de arresto. Preguntado por la causa de tal ultraje, le contestó que no la acataba. En la tarde de ese día Pozo se le presentó con palabras poco decorosas y le insultó delante de tales empleados y le hizo comparecer en la habitación del comandante general de ingenieros Antonio Samper, ante el que se quejó de que nadie lo obedecía, pero omitiendo decir en que se basaba tal desaire. Insinuó a Palomino la readmisión y el 152 PÉREZ DE SEVILLA AYALA, V. Op. Cit. p. 434. 153

POZO SUCRE, J. Op. Cit.pp.84-92.

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pago de los jornales descontados. Sin embargó éste le comunicó que no había recibido orden al respecto ni por Pozo ni por el comandante. Entendía que éste último era su jefe inmediato y al que correspondía el mecanismo de las obras. Le replicó el caraqueño que el director era él y estaba por encima del comandante, por lo que dio parte a este último. Queriendo transigir a tales disputas se presentó en la casa de Samper, que le propuso que se cortase ese asunto “por ser ruidoso y nada decoroso al cuerpo”. Le indicó que estaba pronto a ejecutarlo. Tuvo por conveniente, sin embargo, que no se dejase “comprometido mi honor, que es la parte más principal del asunto”. Para ello proponía el comandante general que Pozo se llevase consigo y por su escribiente objeto de expulsión Antonio Canepa. Pese a ello el 13 de septiembre recibió una orden del ingeniero comandante, por la que Palomino quedaba arrestado154. El 28 de octubre de ese año Pozo y Sucre expresó que había separado a Palomino del servicio por “su genio díscolo y caviloso”, que causaba el disgusto general de los empleados de las Reales obras. Un informe del sargento mayor Pedro Salazar, fechado el 4 de diciembre, reconocía que era cierto que no se podía emitir por el comandante esa orden sin el conocimiento del subinspector general, pero que se probaba “la insubordinación total” de Canepa y su tono muy altivo, por lo que se le debía notificar su despido y a Pozo se le diese a conocer su error en sus calumnias a “un oficial de honor y buen servidor del Rey”. El fallo del Consejo de Regencia de 24 de diciembre hizo suyo los términos de ese dictamen155. El 3 de diciembre de 1810 solicitó que se nombrase ingeniero general en la plaza al haber sido elegido diputado a Cortes Antonio Samper, que desempeñaba ese empleo. Las Cortes decretaron el 6 de diciembre que, en consecuencia de tal ausencia, quedaría nombrado, como le correspondía por ordenanza, José Pozo y Sucre 154 A.G.M.S. Causas. P-197. 155 A.G.M.S. Causas. P-197.

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como ingeniero jefe interino por ser el director inspector más antiguo. Sin embargo, una nueva real orden de 11 de ese mes encargó al teniente general Conde de Noroña el mando de la comandancia general interina del cuerpo de ingenieros en clara contradicción con las ordenanzas. Frente a esa humillación reaccionó el caraqueño enérgicamente en su escrito del 22 de diciembre. En él subrayó que Samper había sido nombrado contra la ordenanza ingeniero general interino en la época de Godoy. Al ser nombrado diputado a Cortes por Valencia retuvo ese empleo, por lo que se vio obligado a reclamar a las Cortes, que dictaminó a su favor y le designó como su sucesor. Pero, al poco tiempo, el mismo Samper le comunicó su sustitución por el Conde de Noroña. Estimó que “en este negocio no se ha caminado con la imparcialidad que su naturaleza exige. Yo, como segundo jefe del cuerpo lo soy mientras dure la ausencia del Marqués de la Romana, y conservar en mi agravio a Samper en su interinidad, nombrando otro interino peregrino en el cuerpo, concibo es una injusticia notoria”. Si él no era a propósito para jefe principal, menos lo sería para segundo, por lo que “si esta incapacidad procede de ineptitud o crímenes hágaseme entender y castígueseme, pero, si no adolezco de ninguno de estas notas, consérveme en los privilegios, fueros y derechos que me estás concedidos”156. Sin embargo, el 10 de febrero de 1811 el ministro de guerra, de orden del Consejo de Regencia, tras reflejar haberse enterado de los tres escritos dirigidos a las Cortes por Pozo y Sucre solicitando el restablecimiento de su honor y de su cargo como ingeniero jefe, hizo caso omiso de tales requerimientos y decidió seguir manteniendo la anterior situación. El 28 de febrero de 1811 envió una representación al Congreso en la que se quejaba del comportamiento de la Regencia. En ella denunció “los medios capciosos y amañados con que Samper obtuvo” su cargo de forma interina y lo escandaloso que representada por su sustitución “por otro interino de interino”. Les señaló que “si la 156 POZO SUCRE, J. Op. Cit. pp.103-107.

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ordenanza no faculta que se nombre más interino que el ingeniero director sub-inspector más antiguo y el reglamento que acaba de sancionarse para la Regencia le prohíbe estrechamente el que pueda deponer los empleados, ni trasladarlos a otros destinos contra su voluntad”157. Pero todo fue el balde, Las Cortes decidieron conformarse con el dictamen de su comisión de guerra de que pasasen sus representaciones a la Regencia. Frente a tal determinación un nuevo escrito suyo de 14 de abril expresó que se había traspasado la ley, “infiriendo un violento despojo y un escandaloso agravio a un vasallo servidor de la nación”. Expuso que, por no hacer caso a sus requerimientos, ha sido Cádiz bombardeada desde la cabezuela del caño del Trocadero, el castillo de Puntales, la batería de San Pedro y otras fortificaciones contiguas y se encuentra casi cortada por mar con la isla de León, arsenal de la Carraca y los demás puntos fortificados sobre el río de Sancti Petri y privados los barcos su puerto de su abrigo durante los temporales. Criticó “la mezquindad e insustancialidad del diario de las Cortes” que no expresa ni el recurso de que se trata ni su infracción para que el público pudiera formarse juicio “de la justicia o injusticia”. Finalmente aseveró que, aun estimando sus proyectos y cálculos como ridículos, no debía ponerse “en tormento en las opiniones populares su mérito, virtud, acrisolada lealtad y ejemplar conducta en más de 51 años que lleva de servicio a la nación, tales que pocos tendrán la gloria de contarlos”158. Descorazonado, para mostrar a la opinión pública las vejaciones de que había sido objeto, dio a la luz en la imprenta de la junta superior de gobierno La verdad desnuda, un impreso de 116 páginas en el que recogió todos sus dictámenes y representaciones sobre el asedio de Cádiz y sobre el tratamiento de su persona por parte de las autoridades. En julio de 1811 se emplearon 14 resmas y media de papel en su impresión, con un costo de 3.520 reales de vellón. Se efectuaron

157 POZO SUCRE, J. Op. Cit. pp.6-21. 158 POZO SUCRE, J. Op. Cit. pp.112-116.

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30 carteles expresando su salida, que devengaron otros 30159. En su largo título hizo constar “la triste situación en que nos hallamos por el criminal desprecio con que han sido vistos y tratados sus oportunos y adecuados planes de defensa y ataques propuestos hasta convertir a su autor en mofa y escarnio, lo que le obliga a implorar el juicioso discernimiento de la nación entera de ambos mundos”160. Esta última aseveración demuestra su criollismo. Aunque en estos escritos no hay referencia alguna a su postergación de los empleos públicos por su origen americano, no cabe duda que en no pocas ocasiones el caraqueño pensaría de esa forma, aunque en tales circunstancias evidentemente no le interesaba plantear tal argumentación. En su prefacio reflejó que contaba ya con 71 años y que “de ellos no he reportado más que las tristes observaciones de los desgraciados sucesos que te han conducido, patria mía, al lamentable estado en que te veo, siempre tiranizada, siempre oprimida, y lo que es peor, perdida la esperanza, porque en nada se proporciona el remedio, al paso que por un mal menor se sustituye otro mayor. Yo he penado, yo he sufrido, yo he exclamado, yo he buscado, yo he pedido y propuesto frecuentemente los medios de salvarte según mis conocimientos militares con tanto entusiasmo, ardor y energía que nada ha quedado que desearme más que la fuerza de que he carecido para atacar con ella a nuestros enemigos internos y externos, los más protervos, inicuos y perjuros, que, librando su fortuna sobre la ruina de la nación, han eludido mis oportunos reclamos con la más refinada astucia y sagacidad criminal, hasta convertirme en mofa y escarnio para desacreditarme y cohonestar sus perversas y abominables conspiraciones”.161 Pero ese anciano de 71 años, como le gustaba referirse, no se rindió ante tan perennes adversidades. El 22 de julio de 1811 volvió a solicitó la paralización de la resolución del Consejo de Regencia. En 159 RIAÑO DE LA IGLESIA, P. Op. cit. Vol. II, p.937. 160 POZO SUCRE, J. Op. Cit. p.1. 161 POZO SUCRE, J. Op. Cit. p.4.

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mayo de 1812 falleció Antonio Samper ejerciendo como diputado a Cortes. El 8 de junio dirigió una exposición a la Regencia en la que volvió a reiterar que debía recaer en él por ordenanza el mando interino del cuerpo de ingenieros, del que había sido despojado por un acto de despotismo y arbitrariedad. Diez días después dirigió otra al Congreso, en la que argumentaba que por los fallecimientos de Samper y del Marqués de la Romana había vacado ese cargo en interinidad y propiedad, por lo que se le debía restituírselo a él o de lo contrario se le debían formar las imputaciones que le hiciesen indigno de la confianza del estado. Pero todo fue en balde, lo que le llevó a dar a luz en la imprenta de la Junta de la provincia una exposición en la que manifestaba los agravios que le hacía el gobierno como ingeniero director subinspector de la provincia de Andalucía y como oficial decano de su cuerpo, en la recogió también las representaciones referidas. En ella asevera que no se conocía otro freno contra la injusticia y el despotismo gubernamental que la facultad concedidaza al ciudadano para poder manifestarse sobre tal conducta ante la imprenta. En ella volvió a hacer constar los tres millones invertidos absurdamente en la cortadura de San Fernando frente a sus reclamaciones. Culpaba a la impericia del ejecutivo y de sus consultores, que, sin embargo, persistía también en la nueva regencia. Entendía que el agravio que sufría en la actualidad atacaba las prerrogativas del cuerpo de ingenieros. Tras la muerte de Samper, la regencia pudo haberle concedido el empleo en propiedad a cualquier general, pero no la interinidad a otro que no fuera él, por lo que invocó a los diputados como padres de la patria al sostener que su poder sería “ilusorio y quimérico mientras que no hagáis efectivo la ejecución de las leyes”. Fueron contundentes sus acusaciones sobre su debilidad y la hegemonía del gobierno sobre el Congreso al puntualizarles que “si hay otro legislador que vosotros el pueblo deja de ser soberano y os ponéis en contradicción con el dogma principal que habéis declarado en vuestra Constitución, y de cuya verdad, sin necesidad de declaración alguna, solo pueden

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dudar los déspotas y sus agentes”, en clara referencia a la ley de leyes recién aprobada162. Pero era bien nítido de que no contaba con la adhesión de la Regencia ni de un notable sector del Congreso. La sentencia de 3 de agosto de 1812 del Consejo de Regencia reafirmó la decisión anterior y le precisó que “ni las dignidades, ni los distintos servicios en la más larga serie de años contraídos pueden ni deben nunca dar ocasión para olvido de la circunspección con que deben ser tratados los subordinados, especialmente de clase tan distinguida”163. No obstante, el sempiterno batallador no claudicó ni se conformó con esa decisión de la Regencia y volvió a acudir a las Cortes en su amparo. Quiso imprimir el texto que iba a dirigir al Congreso que tituló Injusticia atroz de la Regencia del reino, pero le fue incautado por el ejecutivo antes de que pudiese darse a la luz. La sentencia del consejo de guerra precisaba que ese texto estaba escrito por puño y letra del caraqueño, pero su impresión “no llegó a verificarse a pesar de las reiteradas instancias de dicho señor para que el impresor lo evacuase con prontitud y cuidado, ofreciendo remunerarlo, porque antes, de orden de la Regencia se procedió a recogerlo y, teniendo presente que el papel no está calificado por la Junta de Censura, lo que no ha debido hacerse por no haberse impreso y publicado, en cuyo solo caso tiene lugar aquella, todas sus expresiones terminan a manifestar sus sentimientos contra la Regencia, lejos de aquel respeto y sumisión, conforme a las leyes, debe tratarse a los superiores, sin que por esto se agravie a la verdadera libertad, antes bien este respeto es su más firme fundamento”. Subrayaba que Pozo estaba obligado por la constitución a observar las leyes y respetar las autoridades constituidas, por lo que asevera que “quién no podrá negar que el referido papel es alarmante, pues excita al pueblo a tomar por suya su causa, dando a entender que la Regencia procede con 162 POZO Y SUCRE, J. Exposición de los agravios que hace el gobierno. Cádiz, 1812, p.8. 163 A.G.M.S. Causas. P-197.

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tiranía y lo demás que de él aparece, sin que pueda salvarle el que la exposición que debía insertarse se dirigía a las Cortes, porque ni aun así es lícito injuriar, y porque no tiene duda que al mismo tiempo se iba a publicar, para que los 500 ejemplares que pidió y los carteles”. Se estimó que estos delitos eran aun más graves en un militar condecorado, pero, teniendo en cuenta que era una general lleno de años y servicios, se acordó condenarle a salir de Cádiz y cualquier otro pueblo donde radicase la Corte dos leguas en su contorno, no pudiendo volver a ella sin licencia de la Regencia. La firmaron Cayetano Valdés, gobernador de Cádiz y su asesor Juan de Santa Cruz y Molina y dio fe Manuel González Moro. El mismo Pozo y Sucre reprodujo la sentencia en El Redactor General de 2 de enero de 1813, acompañada de una carta en la que exponía su apelación al tribunal supremo de guerra y marina. En ella manifestaba que su propósito era en esa publicación era manifestar “los agravios, injusticias e infracciones de la Constitución nacional por la Regencia del reino contra mi honor, buena opinión y famas, y entre ellas las de haberme despojado, contra ley y ordenanza, de mi empleo de director subinspector de ingenieros de esta provincia”. Afirma que reproduce la determinación del capitán general y de su asesor para que el público juzgue “si es arreglada a justicia”. La Regencia había calificado su representación de “insolente e insubordinada” y le acusaba de infracción a la ley por el mancillamiento efectuado por “apostrofar al gobierno”. No obstante, por sus notables servicios y avanzada edad, el fiscal había propuesto que con generosidad y benignidad, se debía proponer su retiro en el cuerpo de ingenieros y su agregación en la plaza de general que se tuviera por conveniente. Se le haría conocer que los escritos por él publicados han causado daño a la Patria, lo que hubiera derivado en ser tratado con todo el rigor de la ley, pero por las pruebas de fidelidad y patriotismo por él dadas sería injusto atribuirle una intención de deslealtad.

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El 21 de julio de 1812, en sesión secreta de las Cortes, la Regencia, por medio de su secretario de Gracia y Justicia Antonio Cano Manuel, dio cuenta de la suspensión de su destino y arresto. Especificó que se le había abierto causa “por habérsele cogido en la imprenta antes de imprimirse un memorial que había dirigido a las Cortes sobre agravios que cree habérsele hecho, y un edicto o cartel anunciándole que, a pesar de haber creído necesaria esta medida, todavía estaba dispuesta la Regencia a enviar al dicho secretario que informe a Su Majestad sobre el hecho y todas sus circunstancias”. El diputado americano Mejía se manifestó partidario de la aprobación del procedimiento del gobierno. Sin embargo, precisó que a partir de ahora no debía procederse al arresto “de nadie en iguales circunstancias” sin antes dar cuenta de ello al Congreso. Otro diputado, Creus, puntualizó que salvo en el caso que lo impidiese la urgencia del caso. Por su parte, Argüelles que para dar prueba de la madurez de la actuación del legislativo en la aprobación de tal providencia, convenía que se oyese la explicación de Cano Manuel. Se aprobó su propuesta y se remitió su comparencia al día siguiente. En la sesión secreta del 22 de julio Cano Manuel hizo, según recogió el diputado valenciano Joaquín Lorenzo Villanueva en su reseña del acto, “una larga exposición de este hecho, de sus raíces y de las circunstancias funestas que debió tener el gobierno de haber dado lugar a que se imprimiese el memorial de Sucre a S.M., en que pedía que se declarase haber perdido la confianza de la nación los individuos de la Regencia, con otras expresiones ajenas del decoro de un militar y un ciudadano. Pintó el partido que intenta sacar el tirano por medio de la seducción; el empeño suyo en conquistar esta ciudad, ya que no pueda la plaza”. Estimó peligrosas las repercusiones de escritos como el del venezolano. Concluyó explicitando que la Regencia había procedido de acuerdo con la Constitución.

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Tras su intervención, el diputado Golfín sostuvo que sólo por ser Pozo y Sucre militar se había procedido conforme a la ordenanza con su arresto y la formación de una causa “por unos papeles ajenos del decoro y sumisión tan recomendada a los individuos del ejército”. La opinión más radical fue la de Aznares, que llegó a decir que “a su juicio, si la Regencia hubiera pasado por las armas a Sucre, hubiera procedido justamente”. Mejía y Argüelles aplaudieron el procedimiento de la Regencia. El primero insistió en la autorización para casos similares en los que su perentoriedad no diese lugar al aviso de las Cortes. Sin embargo, el segundo se opuso a tal determinación. Finalmente, Calatrava planteó que el Congreso se diese por enterado del oficio de la Regente, proposición que quedó refrendada164. Los liberales vieron en la causa emprendida contra Pozo y Sucre una muestra del giro conservador y antiliberal de la Regencia. Un artículo del Diario Mercantil de Cádiz de 14 de octubre de 1812 diría al respecto que “así nosotros haremos constituciones y mudaremos leyes, pero ¿se mudarán los ejecutores de estas? Los que han hecho con el general Pozo y su criado lo que todo saben, ¿observarán la constitución? ¿Los que, leyendo a S.M. un papel dejan en claro un artículo, ¿tendrán respeto a la constitución? Pues, mientras esto no se haga de nuevo, inútiles son las nuevas leyes, porque solo servirán para hacer más orgullos a los infractores y ejecutoras de ellas. No será la constitución más rígida y determinante que las antiguas leyes, ¿y si estas no se observan, hay motivo de esperar que lo sean los demás?”. El venezolano se significó dentro de la facción liberal gaditana. El 22 de enero de 1812 felicitó a las Cortes por haber sancionado la constitución. El 30 de noviembre de 1812 fue uno de los firmantes de un manifiesto a favor de la aplicación de la constitución y su observancia y contrario a la política de la Regencia. En ese escrito 164 LORENZO VILLANUEVA, J. “Mi viaje a las Cortes”. En Memorias de tiempos de Fernando VII. Ed. y estudio preliminar de Miguel Artola. Madrid, 1957, pp.322-323.

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se manifestaron los que lo avalaron críticos con “un enjambre de escritores y de intrigantes” que se ocupan “en desacreditar a V.M., mientras que otro enjambre de agentes del gobierno embaraza, estorba, dificulta, enreda, representa y consulta a V.M. en vez de auxiliarlo y lo mete en cuestiones prolijas, desagradables y amargas, que le hacen perder tiempo”. Sostenían que “el gobierno tolera, cuando menos, a los unos, y está absolutamente entregado a los otros”165. El 4 de febrero de 1813 fue uno de los ciudadanos que agradeció al Congreso por la abolición de la Inquisición, que, “bajo el especioso nombre de Santo y una antigüedad de trescientos años de atrocidades y abusos, estaba designado a ser el último sello de todos los enemigos del Código de la independencia y libertad de la Nación, para desde allí asentarle impunemente sus tiros”166. Tal fue su prestigio entre los liberales que un artículo del Diario mercantil de Cádiz, órgano significado de esta facción, del 13 de febrero de 1813 llegó a proponerle como uno de los sujetos idóneos para regente junto con Álvaro Flórez de Estrada, Isidoro Antillón, Lorenzo Calvo de Rozas entre otros. El Redactor General de 23 de mayo de 1813 reprodujo fragmentos del informe de su abogado defensor, el licenciado Manuel de Santurio García Sala. En él, después de enumerar sus servicios y los acontecimientos sucedidos hasta la publicación de La verdad desnuda, trató de demostrar “las ilegalidades de que adolecía el proceso y la injusticia y arbitrariedad con que fue tratado por el anterior gobierno aquel anciano militar, deduciendo de todo que se estaba en el caso, no solo de absolver a Pozo de toda culpa y pena, sino también de adoptar contra los autores de este proceso escandaloso demostraciones terribles, capaces de tranquilizar a los buenos españoles, dando a Pozo por los desafueros que injustamente ha padecido una pública satisfacción”. 165 Diario de sesiones de las cortes generales y extraordinarias de Cádiz. 166 Diario de sesiones de las cortes generales y extraordinarias de Cádiz de 13 de febrero de 1813.

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El tribunal especial de Guerra, tras examinar la causa, falló lo siguiente el 19 de mayo de 1813: “Se revoca la sentencia dada en esta causa por el gobernador de Cádiz con acuerdo de su asesor en 10 de diciembre del año próximo pasado y se declara por bastante pena la prisión que ha sufrido el mariscal de campo Don José de Pozo y Sucre, a quien se le condena en todas las costas y se le apercibe sea más reflexivo y respetuoso de sus quejas”. No era el fallo que él hubiera querido, pero ponía fin de forma satisfactoria a esa larga concatenación de procesos. En un escrito suyo, dado a la luz en El Redactor General de 30 de mayo, puntualizó que “esta es la sentencia, sin embargo de que los señores fiscales no fueron de dictamen de que se me impusiese este apercibimiento, ni de que pagase las costas. 167. Con la nueva Regencia, se dio la sentencia definitiva el 29 de noviembre de 1813. En ella se recogía que, “oídos los descargos y la defensa de su procurador, y todo bien examinado, le ha condenado y condena el Consejo a que la sirva de castigo la suspensión que ha padecido, siendo repuesto en sus empleos y amonestado que en lo sucesivo guarde el debido respeto al Gobierno”. Una exposición vertida en su proceso, fechada el 29 de noviembre de 1813, el día de la sentencia definitiva, hizo constar que con ello mostraba a la ciudadanía “un testimonio irrefrenable de su respeto a las leyes y a los decretos soberanos”. Sin embargo, no podía “dejar de observar que si se llegase a tal extremo el trastorno de las ideas y abatimiento vergonzoso de los españoles que en el momento de en que acaban de proclamarse hombres libres se hubiera de refutar como un crimen la reclamación enérgica de sus derechos a un general español a los 73 años de edad, después de 53 de servicio, en el último término de la carrera más distinguida de la sociedad, si a tal punto llegase nuestro abatimiento, la sangre ilustre de los militares españoles, que tan generosamente se ha derramado en cinco años, no tenía más precio ante los ojos de la patria y la razón que 167 A.G.M.S. Causas. P-197.

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los asesinatos infames con que los esclavos han manchado en todo tiempo sus inmundas manos para satisfacer las pasiones de los califas”168. En un artículo suyo impreso en El Redactor General de 29 de diciembre de 1813 Pozo y Sucre se quejó de las tropelías que la había causado la fenecida Regencia, que le había despojado de su empleo y encerrado “sin comunicación en un castillo por haberle expuesto con algún acaloramiento mis servicios de 53 años, que con escandaloso desprecio desatendía”. Tras un año y medio de sufrimientos este último consejo de generales que mandó congregar el actual gobierno, compuesto “de hombres de probidad” y “desnudos de toda mira”. Sin embargo, sostuvo que su decisión, lejos de compensar los daños y perjuicios sufridos, “debía no hacerme olvidar que las leyes me conceden pedir la responsabilidad de aquellos que los han motivado, me presenta ocasión para perdonarles, como de corazón los perdono, creyendo que con el justo gobierno que nos rige sabrá remunerar mis tareas y proporcionarme la debida satisfacción”. Sin embargo, le causaba extrañeza que no se hubiese dado a la luz la sentencia, que aun no se le había comunicado de oficio, ni se ha pasado al tribunal especial de Guerra y Marina ni a la Regencia a pesar de ser absolutoria. Tampoco se explicaba porque no se le reponía en su empleo. No encuentra justificación tal conducta con respecto a “un buen servidor de la patria, cuyos sacrificios personales y pecuniarios son notorios, excediendo estos en metálico a más de 100.000 reales”. Se preguntaba porque se le quería “hacer beber hasta las heces de tan amargo cáliz a este antiguo oficial”. Finalmente declamó que “moriría gustoso si mis compatriotas, que me vieron ultrajado, vilipendiado y hasta mutilado, pero nunca abatido, cerciorados ya de mi inocencia y patriotismo y de las puras intenciones con que he procedido siempre, deponen cualquier errado concepto a que haya podido inducirles la conducta de mis émulos y hacen justicia a la sinceridad de mis deseos”. 168 A.G.M.S. Causas. P-197.

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El 2 de septiembre de 1815 expuso que la nefasta experiencia vivida por él en de aquellos borrascosos años le llevó a incorporar a su expediente su exposición La integraba en él con la finalidad de que la posteridad conociese sus servicios al Estado durante 62 años, por los que no ha conseguido de las autoridades satisfacción alguna. Precisó que “si en estos tiempos del desorden y cucaña no ha conseguido ascenso alguno de las Juntas, Regencia y Cortes que nos han gobernado, no es la causa su ineptitud o decrepitud por razón de su edad que varios malévolos han querido atribuirle, sino su acendrado patriotismo, su claridad y verdad desnudas que ha proferido, deseoso de la salvación de esta plaza. Este honroso proceder y lenguaje propio al hombre de bien y de honor, no es el de moda, ni el que conviene en la presente época para hacer carrera. Pozo lo conoce, pero, constante en sus sanos principios, no mudará de sistema, pues halla en él la tranquilidad de su conciencia, satisfecho de haber manifestado su lealtad al Rey y a la Patria en todos tiempos”169.

169 A.G.M.S. Expediente personal de José Pozo y Sucre.

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SUS AÑOS FINALES EN CÁDIZ

F

inalmente, ya en su vejez por real orden de 2 de abril de 1815 fue ascendido al rango de teniente general170. Dos años antes, con 73 años de edad, el 27 de noviembre de 1813 testó en Cádiz por primera vez, si bien expresando que su salud todavía era robusta. Ordenó a sus albaceas que se dieran 200 pesos fuertes a los pobres de solemnidad. En él expresó tener un hijo natural llamado José María nacido y bautizado en Algeciras como hijo de padres no conocidos, como fruto de su relación con su criada María García, originaria de Granada. Declaro tener en poder de Domingo Jordán y Nieto 6600 pesos y 2616 en Marcos La Harp. Señaló poseer algunos bienes en Caracas, que administraba su sobrino Juan José Hurtado del Pozo, de los que “hace ya años que no me remite cosa alguna”. Le proporcionó la libertad a un esclavo suyo adquirido en Cabo Francés por su buen proceder. Su hijo quedaba como su heredero y otorgaba su tutoría a su madre y a sus albaceas Antonio Canepa y Luis Marchán171. El 15 de junio de 1816 efectuó un codicilo en el que expuso que por haberle dado Dios una vida tan larga sus bienes habían disminuido drásticamente. Su amigo y compañero el maestro de campo Domingo Beleita y el canónigo de la Catedral de Cádiz Antonio Manuel Trianes los deja como sus albaceas, a los que ruega colaborasen en la crianza de su hijo172. Con 79 años de edad efectuaría finalmente dos testamentos y un codicilo en 1819. En ellos dejó como albaceas y tutores, además de 170 A.G.M.S. Expediente personal de José del Pozo y Sucre. 171 A.H.P.C. Protocolos nº60. 27 de noviembre de 1813. 172 A.H.P.C. Protocolos nº61. 15 de junio de 1816.

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María García, al citado canónigo y a su sobrino el teniente coronel Andrés Arango, del real cuerpo de ingenieros y oficial de la secretaria del ministerio de la Guerra, para que aplique a sus hijos al real servicio o les proporcionase la carrera que les fuese más útil. Reconoció tener otra hija de su relación con María García, María Isabel Josefa, nacida en Cádiz el 2 de enero de 1818 y bautizada en la parroquia castrense. En su codicilo de 2 de noviembre de 1819 reitera dejar a sus hijos como herederos y, “por los estímulos de mi conciencia” manifiesta que se ha impulsado a solicitar la real gracia y licencia para unirse en matrimonio con María García, “así en pago de su radical amor y especial cuidado que ha mirado por mi conservación, como por la buena moralidad de que se halla adornada y ejemplo que da a los citados sus hijos y míos”. Esperaba que la real piedad se lo conceda “por las justas causas expresadas” que conducían a la tranquilidad de su espíritu, por lo que se merecía “la consideración de mi futura esposa”, a la que deja para sus alimentos el legado del quinto de sus bienes173. José del Pozo y Sucre falleció en Cádiz el 2 de diciembre de 1819. Sin embargo, las autoridades no se mostraron partidarias de concederle a María García la gracia de verla convertida en su esposa, y, en definitiva, con ello concederle una pensión de viudedad. Todo fue baldío, pues en una fecha tan tardía como el 7 de mayo de 1839 el Consejo de Guerra exigía la legitimación previa de sus hijos para proceder a ello174.

173 A.H.P.C. Protocolos nº64. 2 de noviembre de 1819. 174

A.G.M.S. Expediente personal de José del Pozo y Sucre.

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este libro se terminó de imprmir en la fundación imprenta de la cultura guarenas, mayo 2012 1.000 ejemplares

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