En busca del Greco de Miguel Gómez Díaz (1908-1966)

May 23, 2017 | Autor: A. De Mingo Lorente | Categoría: Toledo, Talavera De La Reina
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Descripción

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LA TRIBUNA DOMINGO 30 DE NOVIEMBRE DE 2014

PATRIMONIO ARTÍSTICO | VIDAS DE PINTORES

Gómez Díaz (1908-1966) fue especialmente reconocido por sus temas taurinos.

A. DE MINGO | TOLEDO [email protected]

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La pintura Estudio del Greco fue fotografiada por Rodríguez./ POR CORTESÍA DE ANTONIO PAREJA

EN BUSCA

DEL GRECO DE MIGUEL GÓMEZ DÍAZ El Archivo Municipal muestra una reproducción del cuadro Estudio del Greco, realizado por este poco conocido pintor talaverano. Sus familiares, que pretenden publicar una biografía y catálogo de su obra, lo están buscando

os visitantes y vecinos de la ciudad acostumbrados a recorrer la calle Trinidad -en donde el Archivo Municipal dispone de una pequeña ventana desde la que comparte periódicamente una diminuta parte de sus fondos- habrán apreciado una pequeña representación que en un año como este, en el que se conmemora la muerte del Greco, no podría estar más presente. Se trata de una imagen alegórica del pintor en el interior de su estudio, inmortalizado en el mismo momento de pintar El entierro del conde de Orgaz. El cuadro, reproducido por el Archivo Municipal a través de una fotografía de Rodríguez, fue realizado hacia 1950 por un artista talaverano tan poco recordado como Miguel Gómez Díaz (1908-1966). El autor de Estudio del Greco, una pintura que a sus familiares les gustaría localizar, más allá de la reproducción conservada en el Archivo (y de cuyos derechos es titular Antonio Pareja), fue un versátil dibujante que pasó de los alfares talaveranos a frecuentar la vida cultural madrileña de mediados del siglo XX (convirtiéndose, por ejemplo, en padrino de boda del escritor Francisco Umbral). Pasó de la elaboración de estarcidos a realizar caricaturas en periódicos como Dígame, Cucú y El Ruedo. «Cuanto más se indaga en lo poco que se sabe de su obra mayor es el convencimiento de que fue un artista en la más amplia dimensión de la palabra», aseguran desde la familia. «Nunca le interesó la fama ni el dinero (cuando en casa le reprochaban regalar más cuadros que los que vendía, él respondía: ‘Mujer, si mañana pintaré otro’), algo que, unido a verse obligado a no firmar muchas de sus pinturas, que los marchantes solían hacer pasar por obras de autores clásicos del siglo XIX, convierte su estudio en una tarea difícil». En estas dos páginas, con la esperanza de que algún lector pueda aportar alguna información sobre la que está considerada su obra más representativa, a la espera de que la familia publique su biografía, vamos a recorrer brevemente la trayectoria de este pintor talaverano. Miguel Gómez Díaz nació el 29 de septiembre de 1908 en el seno de una familia humilde procedente de un pueblo de la comarca de Talavera de la Reina. Era el mayor de cinco hermanos y su infancia transcurrió en la calle Salmerón. En 1919, con apenas once años,

ingresó como aprendiz en la fábrica de cerámica El Carmen, en donde aprendió los rudimentos del dibujo y la pintura; poco tiempo después llegaría a convertirse en dibujante colorista. En el taller muy pronto le apodaron ‘El Bolche’ (de bolchevique), «no tanto por sus ideas ni porque éstas se reflejasen en su obra, sino porque tenía un carácter un tanto ácrata e independiente». A mediados de la década de los años veinte, Gómez Díaz pasó a la fábrica de Ruiz de Luna, en donde permaneció mucho tiempo, vinculándose estrechamente al maestro Francisco Arroyo. Es posible que los contactos entre ambos se iniciaran al asistir el joven pintor a las clases nocturnas de la escuela El Bloque (fundada por el alfar Nuestra Señora del Prado), en donde Arroyo era profesor artístico. Lo cierto es que Gómez Díaz abandonó Ruiz de Luna en 1939 para unirse con Arroyo al alfar de Pedro de la Cal, instalado en Puente del Arzobispo. Es posible que ambos colaborasen en la ambientación de La loza lozana, la zarzuela del maestro Guerrero que fue estrenada en Madrid en septiembre de 1943 y que se ambientaba en el alfar puenteño. Fue en este contexto donde eclosionó la actividad artística de este pintor. No solamente profundizó en la técnica de la pintura al óleo, sino que realizó infinidad de diseños para cerámica, desde su serie de estarcidos de estampas taurinas hasta criaturas alegóricas, temas costumbristas, escenas populares... También en este periodo de su vida comenzó sus colaboraciones en revistas como dibujante de viñetas humorísticas. Muchas de estas pinturas fueron vendidas los domingos en el Rastro madrileño, pero otras fueron presentadas a diversos premios. «Hoy día se conserva en el despacho del alcalde de Talavera de la Reina una corrida goyesca en la Plaza del Pan pintada por Miguel», continúan sus familiares. «También había otra pintura, una escena costumbrista en la Calle del Palenque, que hasta hace poco tiempo estuvo en el zaguán de Alcaldía». Hacia 1947 o 1948, en el momento más álgido de su vida y carrera profesional, Miguel Gómez Díaz decidió trasladarse a Madrid. Allí sería descubierto por el crítico de arte, periodista y escritor Mariano Sánchez de Palacios, cuya amistad le abrió no pocas puertas, incluidas las de su primera exposición, en la sala del Hotel Palace. Fue su valedor más entusiasta,

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Solía representar temas taurinos y costumbristas, tanto sobre cerámica como al óleo. Durante la década de los años cincuenta estuvo instalado en Toledo.

llegando a publicar entre 1947 y 1956 nada menos que ocho artículos a toda página con ilustraciones de algunos de sus cuadros y otras tantas ilustraciones de humor taurino. Sus pinturas fueron destacadas también por periodistas como Federico Galindo, Tristán Yuste, Pablo Cantú. A la muestra en el Palace siguieron otras en Madrid (como la del Palacio de la Prensa), Barcelona y Bilbao, entre otras ciudades de España. Sus visitas a Toledo se hicieron cada vez más frecuentes. Finalmente, decidió instalarse con su familia en la ciudad, aprovechando el creciente número de turistas durante los años cincuenta para ofrecer los temas artísticos en los cuales era especialista. En Toledo frecuentó al anticuario Balaguer, a los ceramistas de la familia Sanguino y a su coetáneo Guerrero Malagón. En aquellos momentos, la pintura que encabeza este reportaje, Estudio del Greco, fue expuesta en la parroquia de Santo Tomé, a escasos metros de la gran obra que la había inspirado. El guía e intérprete Rufino Miranda empleó una re-

producción de esta obra, fotografiada por Rodríguez, en un pequeño folleto turístico que se publicó en aquellos momentos. En la ciudad pervive obra suya en espacios como el Hotel Carlos V, en donde es posible contemplar un mural costumbrista con una imagen del Toledo antiguo. Según Emilio Ernesto Niveiro, en el diario El Alcázar (28 de enero de 1949), «lo raro es que Miguel, nacido y formado a la orilla del Tajo en la llanura talaverana y residente en Puente del Arzobispo, pinte de ese modo (se refiere a los delicados cuadros de estilo goyesco y costumbrista). Él se hizo hombre en nuestras cerámicas de Talavera y Puente y lo natural es que asimilase el gusto opulento y bastote de las monterías renacentistas o de las hojarascas y pájaros imposibles con que se sue-

len adornar los barros de esa tierra. Pero no ha sido así y de ello es menester felicitarse». Poseía, por otro lado, una gran habilidad técnica para recrear los patinados y el aspecto envejecido de las pinturas, faceta aprovechada por no pocos anticuarios del Rastro madrileño, que compraban sus obras a cambio de que no las firmase. De s g ra c i a d a mente, a mediados de 1959, cuando se encontraba sobre un andamio restaurando el escudo que remata la Posada de la Hermandad -ya había trabajado como restaurador de varios lienzos de la colección de los duques de Bailén y para los propietarios del Castillo de Guadamur-, sufrió un desvanecimiento a consecuencia de un problema cerebral y perdió la movilidad de la parte izquierda de su cuerpo. Al no poder conti-

nuar desarrollando su trabajo como pintor de óleos y restaurador, se refugió en la cerámica de sus orígenes. Miguel Gómez Díaz permaneció durante los próximos años como encargado del Alfar del Río, recientemente constituido en Puente del Arzobispo. Aunque con dificultades debido a su enfermedad, continuó realizando óleos de temática taurina, en la línea del artista valenciano Juan Reus, a quien conoció precisamente durante una visita al Alfar del Río. En 1964 abandonó el alfar de manera intempestiva, dejando allí la mayoría de sus dibujos y estarcidos, acudiendo a refugiarse en la ciudad de Trujillo, en donde vivía su hijo. Un año más tarde se instalaría en la que sería su última residencia, una casa de alquiler en el callejón del Teatro, en Talavera de la Reina. Allí falleció el 19 de abril de 1966, a los 57 años de edad. Sus restos reposan en el cementerio municipal de esa misma ciudad junto con los de su esposa, Marcelina de las Heras, que murió el 9 de marzo de 2007.

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