EMPRESAS Y EMPRESARIOS. REFLEXIONES SOBRE LA ECONOMÍA DEL SIGLO XVIII

September 18, 2017 | Autor: S. Aldana Rivera | Categoría: Historia Regional, Historia del Perú, Historia del Norte del Perú
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EMPRESAS Y EMPRESARIOS Reflexiones sobre la economía del siglo XVIII1 Susana ALDANA Rivera En: Diálogos en Historia.- Lima (2), 2001.- pp. .Coloquio Estado y mercado en la historia del Perú. Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, 02-05 de junio 1998

Tres son las motivaciones que me impulsan a presentar esta comunicación cuyo título es quizás demasiado amplio y general pero que refleja mi objetivo particular: dejar planteadas numerosas preguntas y dejar abiertas posibles respuestas sobre la economía del siglo XVIII percibida como un conjunto. Es decir, perfilar una agenda de temas -de allí la numeración que se hace de ellos-, esperando que las ideas propuestas sean motivo de amplia discusión. En esta línea, mi primera motivación fue la necesidad de enseñar, de manera general, la economía del siglo XVIII. Percibí la gran cantidad de trabajos (por lo común de calidad excelente) que se dedican a trabajar una determinada actividad económica y las relaciones que el gobierno virreinal y el estado español tiene para con esa actividad específica, pero no encontré referencias sobre el amplio mundo económico en el que cualquier actividad se realiza. ¿Acaso la economía que soporta a una sociedad y sobre todo las políticas del gobierno para dirigirla, no tienen que enfrentar el desarrollo cotidiano y conjunto de los diferentes sectores económicos?; ¿las medidas que toman los gobiernos sólo consideran la minería, la manufactura o la hacienda cada una de manera particular e independiente?. O por el contrario, intentan el desarrollo medianamente armónico del conjunto de estas y otras actividades. Si bien es verdad que el estudioso debe centrar todos sus esfuerzos en enfrentar, entender y reunir información, a veces abrumadora, sobre una determinada empresa, eso no justifica que poco o nada se interese -ni siquiera como comparación- con lo que sucede con otras actividades que se vienen desarrollando (y estudiando) en paralelo. Creo que por eso, es importante tratar de hacer una suerte de cortes transversales de la economía. Porque, además, los hombres de negocio, probablemente como hasta hoy, si bien centraron todos sus esfuerzos en el desarrollo de una determinada actividad económica, se deben haber movido en varios campos buscando la maximización de sus empresas. De allí, el interés por la capacidad -aunque, por el tono de nuestra historiografía, siempre parece más fácil percibir la incapacidad- de los empresarios: no son agentes estáticos de la economía sino por el contrario son muy dinámicos y como creo que se ve en alguna de las reflexiones aprovechan plenamente el menor espacio para la realización económica. Estos hechos se vinculan a mi segunda motivación. ¿Por qué empresas y 1

Deseo agradecer los comentarios de Viviana Conti al presente texto en el marco del Coloquio “Estado y mercado en la Historia del Perú” (Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, 02-05 de junio de 1998). Sus comentarios me ayudaron a centrar el hilo de mi interés. 1

empresarios?. Porque al retomar la historia económica, percibo con sorpresa que en los trabajos de hoy no se habla ya ni de "burgueses" ni mucho menos de "burguesía"; los términos han quedado en la memoria, adscritos a los '70 y los '80 y a una beligerante ideología de reivindicación social. Ahora los empresarios son el enfoque acuciante para la comprensión de la historia económica: sin mayores controversias téoricas y de connotaciones políticamente más ascépticas lo verdaderamente preocupante es que se ha dejado de dar importancia al impacto de la economía en la sociedad. ¿Donde quedó la burguesía, pujante, incipiente, incapaz o inexistente, de acuerdo al cristal político que se utilizara?. ¿Son ellos los empresarios del hoy o insólitamente- no tienen nada que ver? Obviamente, a la luz de los nuevos tiempos, el sistema triunfante ha dejado atrás el interés por explicarlo; hoy importa, la inversión y la alocación de capital y demás recursos -incluyendo tecnología- que permiten que el empresario obtenga una ganancia enmarcado por la presencia mínima del estado. La empresa es un nido de relaciones legales en el que la propiedad se junta al riesgo y a la responsabilidad frente a las deudas, se combina con un inteligente control administrativo y supone la disposición (inversión) de la ganancia; su crecimiento puede ser horizontal en una sola rama de la economía; vertical, integrando actividades complementarias o bajo la forma de un conglomerado, desarrollando varias actividades de ramas heterogéneas (Reinhardt 1996: 65) Estos supuestos me encaminan hacia una tercera preocupación que va más vinculada con mi forma de entender la historia. Mi presente me motiva con muchísima fuerza y en el caso del Perú, los nuevos pilares de la economía son los empresarios, pero sobre todo los pequeños: se propicia su desarrollo con las Pymes y hasta se les crea un banco particular, Mibanco. Se pretende enfrentar una situación por completo nueva, cuando a través de algunas de las reflexiones percibimos que no es así, aunque si es nuevo, quizás, la forma de encararlos. ¿Por qué el siglo XVIII?. Porque es apasionante; en él se da, entre otras cosas, la consolidación y generalización de un sistema político, el absolutismo; directo en Europa y mediatizado -y por lo tanto particular- en América. Sin embargo, es un sistema que no pudo mantener las bases económicas que permitieron su consolidación, el mercantilismo, sino que tuvo que dejar espacios crecientes al liberalismo que, en lo político, implicaba la monarquía limitada y la corta intervención del estado en los asuntos económicos. Esta situación conllevaba una adecuación del marco político, que en nuestras tierras, sin una verdadera tradición monárquica, tuvo su mejor expresión -de acuerdo a los contemporáneos del proceso- en la República. Pero esos cambios que se dieron de manera progresiva -aunque terminaron por estallar violentamente a fines del virreinato- implicaron también cambios en las diversas actividades empresariales; ¿sólo la ideología política encontró terreno fértil en estas sociedades? ¿no hubo siquiera una percepción intuitiva de que la cuestión económica cambiaba y un interés por acomodarse a esos cambios?. El contradictorio siglo colonial imponía marcos de interés metropolitano a pujantes sociedades dependientes pero acostumbradas a una relativa autonomía de largo tiempo (fines del siglo XVI y el XVII). Finalmente, los nuevos vientos económicos terminarían por 2

sancionar una forma de vida, la burguesa, en el siglo XIX. Este trabajo no recupera una investigación documental propia sino que por el contrario se aprovecha de los sólidos trabajos de otros historiadores. Como una investigación y sustentación exhaustiva de las reflexiones que se plantean, rebasarían ampliamente las expectativas de este artículo, le he puesto límites definidos: estoy centrándome en el virreinato del Perú como una suerte de estudio de caso en el que inclusive, muchos procesos históricos son solamente indicados, en el tácito entendimiento de que son espacios comunes y conocidos. De igual manera, tomo la misma actitud cuando se trata de alguna vinculación con la trama histórica internacional/ europea, dejando de lado quizás, necesarias explicaciones que no harían más que distraer la atención de la reflexión hacia un marco histórico excesivamente amplio. Utilizo un buen número de textos, con distintos niveles de información y diferente calibre y contenido historiográfico, para explicarme el ámbito virreinal, con alguna excepción de necesaria comparación, pero de hecho, son muchos los trabajos que se quedan fuera. A pesar de ello, pienso que es difícil que las tendencias puedan ser sustancialmente modificadas, lo más probable es que permitieran matizarlas y afinarlas. En todo caso, como ya he dicho, mi interés es provocar la reflexión.

Algunas reflexiones 1. ¿Percibió el gobierno virreinal que mientras se derrumbaba la minería, el pilar de su economía, emergían otras actividades económicas, de menor volumen de negociación, pero que cubrían un amplio espectro económico y hasta social?. ¿Actúo en consecuencia?. Cuando se ve en conjunto las diversas actividades económicas del virreinato peruano, notamos que para la vuelta del siglo XVII al XVIII tienen un momento de auge, excepción hecha de la minería. En efecto, desde fines de la década de 1680 hasta mediados los años de 1730 tenemos una coyuntura de franco aumento productivo del conjunto de las diversas actividades. En el caso de las agropecuarias, o las vinculadas a este sector, la coyuntura se ve cortada por una crisis climática, de diversa magnitud, que no impedirá que levanten cabeza después de cierto tiempo insertas dentro de un regimen político-económico diferente como fue el de fines del siglo XVIII. Por su parte, las empresas manufactureras mantienen su producción al alza hasta los años de 1760, en promedio, a partir de los cuales variará radicalmente su situación, como veremos en la siguiente reflexión. En los obrajes del centro del Perú, por ejemplo, Salas (1995; 1998) afirma que la producción huamanguina tiene un repunte productivo entre los años de 1680 a 1760. Por su parte, Glave (1986), no obstante analizar la crisis del siglo XVII, no deja de señalar que hacia fines de ese siglo se generalizaron los obrajes-haciendas cusqueñas2, mientras que Escandell-Tur (1997) nos puntualiza más certeramente el 2

La explicación de este fenómeno, para Glave, está en el éxito o fracaso de los curacas en 3

mayor crecimiento de los obrajes del Cusco, entre 1720 y 1770; marco cronológico para la producción textil cusqueña que se mueve en términos comparativamente cercanos a los de huamanga. Para Tyrer (1988:190) 1690 fue la década cumbre de la prosperidad de la audiencia quiteña y hacia 1700 se contaba con el mayor número de obrajes en Quito (Miño Grijalva 1983; Tyrer 1988) a pesar de que casi de inmediato y a lo largo del siglo XVIII se produjo un estancamiento productivo de la manufactura norandina. ¿Por qué esa diferencia tan grande entre una región y otra?. Al revés de lo que sucede en el Perú en el que el auge manufacturero coincide con el derrumbe minero, los problemas de la región quiteña comienzan justo con la caída potosina hacia la vuelta del siglo XVII3. El mismo Miño Grijalva (1993) destaca los caminos inversos de los obrajes de Quito y Cusco. Principios del siglo XVIII es todavía muy temprano como para poder hablar del ingreso masivo de producción textil extranjera y de contrabando; mercadería que recién para fines de este mismo siglo terminará afectando la producción textil latinoamericana en el marco de un panorama europeo bastante bien conocido. Obviamente no hay que perder de vista que hablamos de niveles de producción muy distintos. Tyrer señala una producción de entre 1'500,000 4 y 2 millones de pesos en los momentos de auge para la manufactura quiteña mientras que, aunque Escandell-Tur (1997) y Salas (1998) rehuyen los cálculos de producción en pesos y prefieren moverse en volúmenes de varas, me atrevo a calcular unas cifras referenciales; un rango de 900,000 ps. para el caso del Cusco5 y un promedio de 180,000 a 200,000 ps. para el caso de Huamanga6. convertirse en empresarios mestizos y en la consolidación del poder hacendado y de órdenes religiosas. Situación esta última que había determinado que los productos de la tierra fueran "producidos y vendidos por las nuevas empresas agrícolas españolas"; incluso hasta el sector textil, que había estado en manos indígenas, había sido adscrito al sistema de haciendas. (Glave 1986: 23). 3 Los obrajes de comunidad simplemente desaparecen y terminan por dominar los obrajes privados; para 1732 hay una severa contracción de las labores artesanales en la medida que se va perdiendo el mercado peruano. Inclusive, los años de caída más fuerte serán entre 1762 y 1788 en que la caída mercantil es a un 1,9%; 51.2% en el período (Marchán 1983: 249). 4 Este autor nos señala que alrededor de 1700 había cerca de 175 obrajes que empleaba un mínimo de 10,000 indios adultos y producía entree 600,000 y el millón de pesos. Como son fuentes documentales inevitablemente incompletas y diez mil indios es una estimación baja, calcula que la producción podría haber rondado el 1'500,000 a los 2'000,000 de pesos anuales. Se pregunta sobre cuánto en realidad habría sido producido en el siglo XVII, toda vez que no puede calcularse la industria doméstica. Sus reflexiones son bastante interesantes sobre esa industria textil imposible de ser cuantificada (Tyrer 1988:239) 5 Escandell- Tur nos ofrece un rico capítulo 5 sobre la producción y comercialización de los textiles cusqueños. Entre los numerosos gráficos, nos interesa el 10, la producción promedio anual de varas de tela por obraje y chorrillo, y particularmente el 11, el aproximado de la producción textil anual de ropa de la tierra entre 1650 y 1824. Allí claramente se ve que, en los años punta, entre 1750 y 1774, esta producción alcanzó los 2'225,000 varas (p.300). Considerando que, como ella afirma, en Potosí se colocaba más de la mitad de la producción texil cusqueña y que nos ofrece un precio promedio de 0,49ps. para la etapa de 1725-49, calculamos muy a groso modo y como parámetro de comparación, alrededor de los 900,000 ps. 6 El repunte productivo en los obrajes de Vilcashuamán alcanzó en su momento de auge, las 60,000 varas a un precio promedio de 1ps./vara. Si consideramos ese promedio para otros obrajes (por más que sea el más grande), Canarias, Chincheros y Cacamarca, tenemos alrededor de 200,000 ps. No nos queda claro si Pomacocha o La Colpa tuvieron la suficiente capacidad instalada como para cubrir una producción tan alta. (Ver Salas 1998: I, III; en particular su capítulo III sobre la estructura física de los 4

Se sabe que la contracción del mercado potosino fue de la mano con la de la demanda de textiles y eso signó la decadencia de los obrajes norandinos. ¿Aprovecharon los obrajeros peruanos, huamanguinos y particularmente los cusqueños, sus ventajas comparativas para colocar su producción en los pequeños espacios que había dejado la gran comercialización textil?. Finalmente a su favor estaba la mayor cercanía y la facilidad de traslado merced a la existencia de circuitos comerciales construidos a lo largo de la temprana etapa virreinal. Los costos de envío desde Quito deben haber sido, sin ninguna duda, bastante mayores que los de Huamanga o Cusco, no sólo por la distancia sino porque tenían que ser enviados por mar, transporte en el que se tenía que desembolsar de golpe el valor completo del flete. Por tierra, se podía realizar una pequeña y continua negociación que minoraba el impacto de los fletes; rara vez, los productos eran enviados aisladamente sino que formaban parte de una canasta de productos que se iban negociando conforme se caminaba hacia el mercado principal. Es posible que los manufactureros peruanos se inscribieran en este sistema general aunque Salas (1998) señala que los obrajeros huamanguinos pagaban de contado y en metálico el flete antes de ser realizada la conducción de productos. Aunque no sea el único elemento que entre a tallar para el auge obrajero peruano, si resulta interesante que el derrumbe minero resultase beneficioso para unos y desastroso para otros; que los empresarios manufactureros en el Perú aprovecharon la coyuntura, combinándola con la sangre nueva -proveniente de España- y activa en la dirección de las empresas y la yanaconización de la mano de obra (Salas 1998). Recordemos además que a partir de 1720, después de tocar fondo, hay una recuperación y crecimiento de la población nativa, generalmente campesinos, que se debe haber convertido en un sector de mercado en expansión interesante para textiles de menor calidad7. Entonces, y a pesar de que Escandell-Tur (1997: 317) rechaza la correlación entre los ciclos mineros y la producción textil cusqueña -si bien señala que la recuperación de Potosí en el siglo XVIII fue bien aprovechada por los productores de tejidos cusqueños-, no deja de ser interesante pensar que quizás, aunque no había ya una gran producción argentífera de Potosí, si se mantenía un pequeño y regular cuanto constante mercado en ese y otros centros mineros del alto Perú, como Oruro, que significaron dinero circulando por los circuitos regionales. Más que posiblemente, vigorizándolos. Pero, ¿puede haber sido ese derrumbe también beneficioso para otros sectores económicos?. La idea no deja de ser sugerente por cuanto encontramos que en la misma época y en otras actividades, también se da un notorio auge económico. ¿Casualidad?. No olvidemos dejar sentado, sin embargo, que cabe totalmente la posibilidad de que no haya mayor vinculación entre uno y otro proceso más allá de la elucubración personal. En todo caso, hacia fines del siglo XVII se va a dar un primer boom de la agricultura obrajes). 7 Es muy interesante la información y los gráficos sobre población, desde una perspectiva histórica, en el primer capítulo de Varillas Montenegro y Mostajo de Muente (1990: I). 5

comercial. En el caso de los ingenios de la costa norte peruana, Ramírez (1995) señala que el momento de gran auge de los lambayecanos es entre 1680 y 1719, cuando un fenómeno climático -que hoy conocemos como El Niño- destruyó el aparato productivo de las haciendas y la economía de la región se diversifica. Por su parte, en Cushner (1980) encontramos que, aunque se comienza a dar una producción interesante de caña hacia 1670 en la costa central, es entre 1720 y 1750 cuando se da la máxima producción de las haciendas cañeras de Huaura y Vilcahuaura, casi como tomando la posta de las haciendas cañeras del norte grande. No debe ser casual que los precios pico del azúcar en Lima sean alrededor de los años de 1680 y que se mantuvieron medianamente estables hasta mediados del siglo XVIII (Ramírez 1995:104). Hubo una creciente demanda de azúcar en una sociedad americana que terminaba de estabilizarse lo cual le imprimió un sello particular al proceso de producción cañera de la costa peruana. Recordemos como el terremoto de 1687 fue considerado por los de la época como letal para la producción triguera que predominaba en la costa central. Hoy sabemos que ocultaba, en el fondo, una voluntad por aclimatar y cultivar en los valles centrales de la costa, un producto de creciente demanda como la caña a la vez que sancionaba el enseñoramiento del trigo en las costas chilenas; en ambos casos, se aprovechaba además los climas más adecuados para uno y otro cultivo. Esta situación significó el desplazamiento progresivo de la producción azucarera del norte a lo largo del siglo XVIII y la conversión de la región chilena en una subcolonia económica peruana8. En nuestro caso, Trujillo y Lambayeque se vieron obligados a la rededicación económica; abrieron el abanico de actividades y hasta se echó mano de la producción de jabón. En efecto, los términos de negociación del jabón fueron siempre pequeños pero constante; entre cuatro y diez mil pesos anuales por productor en la época de apogeo. Cuatro fueron las regiones donde se produjo desde la temprana etapa virreinal, Piura y Lambayeque en el norte; Ica y Pisco en el sur. Pero sobre todo en Piura fue donde tuvo un mayor arraigo; de un lado, las casas-tinas formaron parte del paisaje natural de la ciudad y del otro, la economía regional, costeña en particular, se articuló alrededor de este producto. A pesar de que en sus ricos valles se cultivaba una amplia gama de productos alimenticios, se desarrolló sobre todo una vasta ganadería: vacunos que aprovechaban los pastizales de la sierra y caprinos que se generalizaron en las pampas costeras (Aldana [1988]). Estas casas-tinas y las tenerías que formaban parte del complejo, también tuvieron un visible auge entre 1680 y la década de 1720. Luego de estos años hubo un fuerte descenso productivo por cuestiones climáticas (a semejanza de lo mencionado anteriormente para Lambayeque) pero que finalmente logró ser remotando hacia 1740. De allí en adelante y como veremos en la siguiente reflexión, el jabón vinculado con la venta de otros productos no-convencionales- no declinó en importancia aunque la producción regional piurana tuvo que sufrir la consecuencia de 8

Una discusión más amplia al respecto, donde se recoge las diferentes opiniones sobre el impacto del terremoto y se establece la rededicación de tierras al cultivo de la más productiva caña de azúcar en Aldana Rivera (1996). Sobre el problema del trigo y la supeditación económica chilena en Demetrio Ramos (1967) 6

la diversificación lambayecana de los años de 1730, de la incursión trujillana en la actividad hacia 1780, de la creciente dedicación local y costeña hacia el cultivo del algodón y finalmente competir hasta con una pequeña producción directamente elaborada en la capital hacia 1801 (Aldana [1988]). Desafortunadamente poco sabemos de otras pequeñas industrias para este mismo momento, molinos9 o haciendas vidrieras semejantes a Macacona10, como para ver si se sigue la tendencia. Aunque esta última vinculada a la industria vitivinícola es posible que siguiera su tendencia, la cual, al menos, pareciera que es de alza. En los valles de Ica para 1680 se había consolidado el reemplazo del vino por aguardiente de uva y hacia 1704, se estaba enviando más de diez mil botijas a Guayaquil y casi treinta mil a Panamá. La producción de este último producto tuvo un auge hacia 1740. Un momento en el que ya es sensible el crecimiento significativo de la producción vitivínicola arequipeña: entre 1700 y 1775 se obtiene mayores cosechas y por tanto, más vino, en los valles de Vítor, Majes y Moquegua y, a semejanza de lo que ocurrre con los valles más al norte, el aguardiente comienza a tomar un posición importante en la producción arequipeña (Brown 1986: 43-44). Veremos más adelante, sin embargo, como los últimos años esa producción ya tiene competencia. ¿Cómo y por qué se dio esta conjunción de actividades económicas en auge en la vuelta del siglo XVII al XVIII?. Como se ha dicho y si lo pensamos por extensión de lo que sucede en el sector manufacturero, podríamos hablar de un efecto indirecto del derrumbe minero potosino combinado con agresivos empresarios que aprovecharon las múltiples oportunidades que se abrían con el siglo. A pesar de que las remesas de la Real Hacienda de Lima a España prácticamente desaparecen hacia 1680 y recién se recupera el ingreso en las Cajas Reales de Lima, con tendencia a la baja, en la primera mitad del siglo XVIII, en Potosí sigue habiendo una pequeña producción de plata registrada (cfr. Glave 1986: Graf.6, 5 y 1) además de seguir siendo una plaza de mercado, minorada en importancia por supuesto, pero plaza al fin y al cabo. ¿No tendríamos aquí una suerte de capital inyectado y la oportunidad para la realización comercial en la vida regional lo suficientemente importante como para vigorizar sus circuitos?. Por supuesto, también podría ser que, al menos con lo que a la agricultura comercial se refiere, los empresarios que tenían vinculaciones directas con los circuitos intervirreinales de comercio, se beneficiaran del rápido crecimiento de la producción minera mexicana que se estaba dando en esta misma etapa11. 9

La mayoría de los cortos estudios sobre molinos se remite a las panaderías y la producción/ venta de harina de trigo. Casi ninguno lo hace en referencia a la industria molinera. Sólo conocemos el somero trabajo de Laura Escobari de Querejazu (1987) sobre la industria molinera boliviana cuyo interés se enfoca más hacia la época contemporánea. 10 El único trabajo al respecto es el de Gabriela Ramos (1984) sobre la Hacienda Santa Teresa de Jesús, conocida como Macacona, cuyo marco temporal es de 1767 a 1778. 11 Señala Tandeter (1992: 285) que el lapso de crecimiento más rápido de la producción de plata novohispana fue entre 1695 y 1720 (+3.2% anual), seguido por una período prolongado de baja (-0.1%), para finalmente se diera una violenta alza entre 1740 y 1749 (+4.1%). Interesante porque coincide también con el crecimiento de la comercialización de productos no-convencionales pero que por supuesto, no prueba ninguna vinculación. 7

No olvidemos que es un momento en que todavía no se cuenta con una presión fiscal amplia y generalizada por parte del estado español. En el fondo, ¿qué manejo real hay de las economías regionales en una época en la que apenas se ha logrado la centralización administrativa?. Recordemos además, que hacia 1680 se intentan establecer los primeros controles absolutistas (con el Duque de la Palata y las reformas que intentó llevar a cabo) que no logran cuajar en el territorio. Es recién con el cambio de dinastía cuando se impone realmente un poder absolutista que en la primera mitad del siglo XVIII, buscó poner pie firme y establecer su control en el territorio peninsular antes de expandirlo hacia el conjunto del imperio. De hecho, toda esta situación de auge tiene mucho que ver con la autonomía relativa del subcontinente americano e implica, la formación de un mercado interno virreinal, al menos en lo que a productos se refiere, que pareciera funcionar no como un conjunto articulado sino como un complejo sistémico. Es decir, un espacio en el que las diferentes empresas, manufacturas o haciendas, habrían permitido la cohesión de una región dada y en el que éstas se vinculan entre si. Quizás de allí, que Aldana (1992) pueda afirmar la configuración de una gran región surquiteña- norlimeña en la vuelta del siglo XVII a semejanza del surandino -aunque bastante más tardía-, en un proceso que no debe haber sido único. Es posible también la configuración de una particular capitalidad de Lima como núcleo eminentemente comercial (centro acopiador y redistribuidor de productos) que se consolida en el siglo XVIII y que vino a respaldar el poder político en ella establecida. 2. A semejanza de ese primer momento de auge de actividades económicas en la vuelta del siglo XVII al XVIII, encontramos nuevamente un momento de alza para fines del siglo XVIII. Pero no de todas las actividades; la agricultura comercial y la minería repuntan mientras que la manufactura se hunde irremadiablemente. A partir de 1740 se puede encontrar que, al menos en el caso del norte del Perú, hay una creciente comercialización de productos no-convencionales de base agropecuaria y de recolección cuyo auge se dio hacia la década de 1780 y se proyectó hasta la de 1800 a pesar del marco poco favorable del comercio libre y del reformismo borbónico. Más problemas le causarían a la región y sus comerciantes, algunos desórdenes climáticos de principios de siglo y el proceso separatista. Estos productos no-convencionales no fueron ejes vertebradores de la economía virreinal porque sus volúmenes de negociación eran sumamente inferiores a los de los metales preciosos e incluso, a los de las manufacturas. Por tanto, sus espacios geográficos de producción, sin mayores posibilidades mineras, como el norte peruano, fueron objeto de la desatención del gobierno central hasta que la creciente comercialización de sus productos y el marco controlista propio del siglo XVIII, terminó tratando de incorporarlos al conjunto colonial. En realidad dos grandes efectos de mercadeo tradicionales articularon regiones rápidamente: la plata fue el pilar del surandino mientras que los textiles permitieron la cohesión de región norandina; entre ambos hubo una estrecha vinculación comercial, como se ha visto en el punto anterior. ¿En qué medida la manufactura, de producción comparativamente más 8

pequeña como la huamanguina, articuló las regiones en que se encontraban?. No nos queda claro. Pero productos como la cascarilla, en primer lugar, pero también tabaco, algodón y cacao junto con cordobanes, jabón, sebo, cobre, lana de vicuña y otros más se mantuvieron inicialmente en la periferia del interés del gobierno virreinal y en todo caso, articularon pequeñas regiones económicas, con bastante grado de autarquía y que después, relacionadas de manera sistémica entre si, permitieron la consolidación de grandes regiones. Quizás de allí, el proceso de diferenciación regional de la audiencia de Quito y de Charcas, sustentado en tradiciones étnicas prehispánicas. Al menos, hay un proceso visible en el caso del norte peruano, un espacio que, además, probó ser económicamente muy pujante a fines de la colonia (Aldana 1992). El auge de esta negociación mercantil se combinó con el ciclo de recuperación minera. Potosí levantaba cabeza: después de la década de 1730, la más baja de su producción secular, en este yacimiento se había ido dando una recuperación de la actividad extractiva que permitió la estabilización de la producción hacia 1780- 1800 (Tandeter 1992: passim; Graf.1). En general, fue una buena etapa para la producción minera aunque no fueran las grandes producciones de la temprana etapa virreinal: Cerro de Pasco aumentaba su producción, las minas del Bajo Perú arrojaban un corto pero constante volumen de metálico (Fisher 1978) y el espejismo de Hualgayoc todavía estaba presente12. Pero estos años finales del siglo XVIII no fueron nada buenos para lo que podríamos llamar "gran" producción manufacturera. Finalmente el Perú no iba a escapar a la norma: después de la expansión, a nivel mundial, de las manufacturas rurales en los siglos XVII y XVIII, pocas regiones fuera de Europa pudieron dar el salto industrial. De un lado estaba la competencia industrial europea y del otro, la sujeción política que imponía normativas en favor de la metrópoli y en contra de la colonia. Sin embargo, localmente se intentó escapar de la situación quizás sin percibir que el marco macroeconómico les era por completo desventajoso. En la época, las manufacturas formales, obrajes e ingenios, sufrieron cada vez más la competencia de las informales, chorrillos y trapiches. En efecto, el apogeo de los chorrillos cusqueños es hacia la década de 1770; entre 1775 y 1799 comparte el espacio económico con una producción obrajera en declive. Para Escandell- Tur (1997: 13-15), la verdadera crisis textil cusqueña se produce entre 1800 y 1821 cuando esta producción sólo se encuentra en manos de los chorrillos. Si nos referimos al caso de los obrajes del centro, la calidad de los textiles fue bajando notoriamente entre 1770 y 1800 a la vez que se incrementaba el número de chorrillos13. 12

El espejismo sobre Hualgayoc y sus capacidades productivas hicieron que se le llamará el Nuevo Potosí. Entre 1776 y 1800, la producción de este centro minero sobrepasó el millón y medio de marcos: más de cien mil marcos de plata en 1790-1792, repetidos en 1799, que no hicieron más que anunciar el declive de los primeros años del siglo XIX (Contreras 1995: 21-22, 64). 13 Aunque las referencias a los chorrillos en Huamanga son escasas, Salas (1998: Cap.17) señala que éstos brotaron por todas partes y el volumen de la producción de todos los chorrillos, sumada, fue el que le dio el golpe de gracia a los obrajes. 9

Pero no sólo chorrillos y trapiches cobran importancia. Hay una creciente competencia en todos los ámbitos. En el caso del jabón, pequeña empresa de por sí, los piuranos sufren la creciente competencia de la producción lambayecana, que se incrementa con la rededicación de la región hacia la menos costosa ganadería definitivamente hacia 1750, y finalmente la del jabón que se produce en la misma capital limeña hacia 1800, como se ha dicho antes. También en esos años, la cascarilla se extrae no sólo de Loja sino que comienza a ser producida y extraída de Huánuco y hasta de Vilcabamba en el Cusco. Los productores de aguardiente de uva se desesperan pues no pueden frenar la producción del aguardiente de caña. En el fondo, un enfrentamiento entre diferentes productores tratando de sobrevivir en el mercado. Una muestra adicional de la crisis del ingenio, pues no sólo son los trapicheros los que se dedican a la producción del aguardiente sino antiguos propietarios de ingenios, y también de la propia producción de vino y aguardientes. Estos últimos ya constituían el 96% de la producción del valle de Moquegua para alrededor de 1790, de los cuales 75% era colocado en la ciudad y cercado del Cusco; un mercado en continuo declive (Brown 1986: 83). De poco valen los esfuerzos de los productores de aguardiente de uva por frenar la competencia del de caña, a pesar que logran hacerla "ilegal”. Debe haber habido una demanda y un mercado, por pequeño que fuera, además de pocas trabas jurídicas. Hasta en el mismo repunte minero, los kajchas y los trapiches tuvieron un lugar importante que para el momento de apogeo de ese repunte, 1790, se convirtieron en un dolor de cabeza para los empresarios establecidos (Tandeter 1992: 141-147). Si hasta hoy día es muy difícil manejar la informalidad, cuanto no más en el pasado. Pero ¿como entender esta situación?. Nos falta mucha información sobre esta competencia, informal cuando de empresas formales se trate o de rededicación en un mayor número de regiones de productos no-convencionales con demanda; al fin y al cabo, no es el siglo XX sino finales del XVIII. No obstante, se nota que la estructura formal está en crisis: la gran manufactura, el gran comercio, los grandes hacendados; las quejas de los contemporáneos son recurrentes y nos permiten percibir la recesión. Cuando de manufactura se trata, la respuesta ante las diversas presiones del momento, del Estado y de la competencia extranjera, es la minoración de los costos a través de la baja de la calidad y de la utilización de la familia como mano de obra (kaufsystem y/o verlagsystem). Los chorrillos producen textiles que no tienen competencia, justamente por su cotidianidad; el objetivo es muy claro, copar un nicho particular del mercado local, aquel gran sector de la población de menores recursos que por escasez de posibilidades y hasta por educación y costumbre, no busca acceder a los textiles extranjeros. Otra cosa es que se comience a contraer cada vez más el mercado en el marco de un momento muy particular: hay una reorientación general de los circuitos económicos, de proyección secular, que terminara prácticamente sacando del juego a amplios sectores de la serranía en el siglo XIX. Pero para fines del siglo XVIII se está intentando establecer el férreo control de un estado metropolitano absolutista que la población no acepta fácilmente. El gobierno 10

virreinal, atento a las posibles fuentes de ingresos, ya había percibido el incremento de la producción y de la comercialización: tan pronto como 1746 le puso impuestos a la producción de azúcar, miel (melaza) y aguardiente, así como intentó tan temprano como 1752 estancar el tabaco. Pero en realidad, toda las medidas fiscales, con éxito variable, se dieron de los años de 1770 en adelante. Quizás los obrajeros no hayan presentado un frente unido a las presiones estatales (Salas 1998) pero hay una resistencia tenaz de todos aquellos que se encuentran vinculados al comercio: revueltas y rebeliones en el sur no son más que la cara violenta del contrabando amplio y generalizado en el norte. Y son muchos los que están vinculados al mercadeo. Cantidad de pequeños y medianos empresarios, de provincia, giran en la compra-venta de efectos noconvencionales y aprovechan la sumatoria de los beneficios que produce la comercialización de una canasta de productos; muchos de los más grandes quebraron envueltos por la ilusión del comercio libre y la formidable colocación de mercadería que se dio por su causa. Además estaba la tradición del señor rural que impidió a muchos hacendados importantes dedicarse abiertamente al comercio pero, tal como señala Ramírez (1995: 250) resultó un pasatiempo muy rentable para un número creciente de individuos en la región. Por otro lado, muy rápidamente comenzará la expansión de los pequeños empresarios sobre las zonas de posible producción de artículos de creciente demanda: desde las primeras décadas del siglo XVIII, Arica vive del comercio del guano (¿de las islas frente a su litoral?) y tan pronto como 1828, Iquique se consolida como ciudad merced al permiso que se le da para canalizar la salida y la comercialización de salitre14. Conocidos son los cateadores que se dedicaban a la ubicación de estas sales aunque el verdadero boom de estos pequeños mineros fue hacia los años de 1830-1840. Así, si nos escapamos de la estructura macroeconómica y la miramos en un pequeño ámbito nos encontramos, en el fondo, con un auge bastante generalizado de la pequeña y mediana comercialización e industria. Una situación económica, poco conveniente al estado central pues no produce grandes réditos y se escapa del control formal del estado, pero que tiene la ventaja de anchar la base de la participación productiva. ¿Fue efímero este auge; cual su real alcance?. Que hubo quien remontó la crisis, incluida los años de la independencia; lo hubo. Tschudi señalaba hacia 1840 que la vid era la base de la gran prosperidad de la provincia de 15 Ica y en el Cusco, los Garmendia, dueños del obraje de Lucre, instalaron una fábrica de textiles que logró convertirse en una industria moderna, gracias al aprovisionamiento del ejército, a pesar del marco de contracción del mercado regional y de apertura económica de mediados del siglo XIX; solamente desaparecería en 14

Es probable que la explotación y comercialización del guano vaya de la mano con el auge de la agricultura comercial. La fuente de información de Raimondi (1870: II, 237) es el viajero francés Feuillee. Por su parte, Iquique obtuvo el permiso de exportación del salitre durante la gestión de La Mar, quien señaló como libre de derechos su embarque en buques nacionales y al 4% de su avaluo para los embarcados en buques extranjeros (Billinghurst 1887: 27-28). 15 La información la ofrece el estudio sobre la vida publicado por el Banco Latino (1990: 28) 11

1968 (Escandell-Tur 1997: 98- 125; 426- 427). Lima, era el punto de encuentro; como muestra un ejemplo. Es poco despreciable el aumento del valor de las importaciones de tabaco comprado en esta capital por los de Chile: de 56,000ps. antes de 1786 a más de 224,000ps entre esa fecha y 1789 (Silva Vargas 1968: 180). Tabaco, por supuesto, proveniente del norte peruano, de Saña en particular; el bracamoro era consumido en el virreinato. En todo caso, se consolida el poder de la capital como núcleo acopiador y redistribuidor comercial así como polo de poder político. Ya Haitin (1983) demostró como gracias a esta vitalidad comercial, se había dado una suerte de mesocratización de la sociedad limeña a fines del siglo XVIII. Interesante posición que podría pensarse para un número amplio de espacios regionales y no sólo la capital. Así a fines del virreinato, quizás las grandes diferencias sociales no se hayan sustentado en una igualmente grande brecha económica y también quizás, podemos encontrar pistas acerca del entramado social que sustentó a las regiones económicas como para entender la fuerte fragmentación y enfrentamiento político del siguiente siglo. Al menos lo que sí es seguro, por ser recurrente en los diversos estudios, es que a fines de la etapa virreinal, las grandes familias de la elite habían sido desplazadas por sectores emergentes, de manera semejante como la gran producción fue desplazada por la pequeña y mediana. Cerrando, entonces, el siglo XVIII encontramos una situación muy particular. Sin mayores posibilidades para dar el salto industrial, unos empresarios se hunden con sus manufacturas mientras que otros sobreviven girando hacia la informalidad y/o dedicándose a comerciar con aquello que tiene un mercado asegurado: los efectos de base extractiva, agropecuaria o de recolección; es decir, lo que luego llamaremos materias primas. El número de empresarios, que hoy conocemos como pequeños productores, se incrementa, ampliando la base de la pirámide productiva con repercusiones sociales que podemos intuir pero no puntualizar, menos sin un análisis de fondo y mayor apoyo documental. 3. En un mundo de hombres de negocios está siempre la contraparte, la mano de obra. Mitaya, esclava, yanacona y crecientemente libre para fines del siglo XVIII estaba conformada por negros e indígenas, por lo general. Si generalizamos geográficamente, señalaríamos que los negros esclavos fueron el grueso de la mano de obra por la costa mientras que los indígenas por la sierra. Lo cual no implica obviamente que los indígenas de la costa, sobre todo en el norte, la segunda zona en concentración de población nativa, también fueran utilizados como trabajadores. Pero los indígenas de la costa norte se comportaban bastante diferentes que los del sur, por lo que parece. Joaquín de Helguero, Diputado de Comercio, se quejaba de los indígenas en 1804; según él, tenían atenazados a los hacendados porque de no cumplirse con sus exigencias se iban en masa de las tierras (Helguero 1984). Stevenson (1971: 210- 211), viajero de la época, nos cuenta el orgullo de las autoridades locales como para que hacia 1807, el alcalde indio de Sechura se atreviera a detener y hacer regresar a un oidor en camino a Lima por haberse olvidado de recabar su pasaporte del gobernador de Paita. Sabemos también que comerciantes de apellido criollo se reconocían como indígenas y participaban 12

activamente (y hasta con ventaja) del aparentemente exclusivo mundo comercial criollo hacia la década de 181016. Además de los grandes dolores de cabeza que causaban los arrieros a los comerciantes transportando tarde, mal o nunca sus productos. Pobres tineros si estaban en malas relaciones con los indígenas de Sechura; se quedaban sin lejía, el alcalí fundamental para la fabricación de jabón y generalmente, estaban detrás de los Catacaos para que nos les fallara el envío de totora para empetacar los panes de jabón (Aldana 1988). Pero no es solamente en el caso de los indígenas. Sorprende también el comportamiento de la población negra. Los nuevos dueños de San Gertrudis de Motocachi se desesperaban en 1772 y no sabían como actuar; se daban cuenta de que la producción vitivinícola había bajado en la hacienda pero no se la achacaban a la situación del mercado sino a la mala administración y a la falta de mano de obra: los esclavos estaban dedicados al cultivo de ajíes, algodón y otros, en vez de estar dedicados a cuidar la cepa (Banco Latino 1990:15). De hecho, como Motocachi había sido una hacienda jesuíta es más que posible que una visión religiosa estuviese imbricada con la explotación económica; fuera de esos marcos, no era fácil manejar a la población esclava. Por otro lado, en la vuelta del siglo XVIII y en el caso de las casas-tina de Piura había pocos esclavos fijos en las fábricas (generalmente los intercambiaban entre las casas de los fabricantes y las tinas) que eran ayudados por jornaleros contratados en los momentos punta de producción. Pese a la conocida novela de Matalaché, los esclavos negros tenían mucha movilidad, al menos en el norte; salían a recoger leña y algunos hasta fungían de arrieros, actividades que los alejaban de sus dueños por algúnos días. Y no faltó el esclavo que, siendo curtidor en una tenería, era chacarero en el Alto Piura; gracias a lo cual había podido comprar su libertad. La "libertad graciosa", es decir, la concesión de la libertad a los esclavos, era sumamente frecuente y además, constantemente crecía el número de libertos17. En el caso de la mano de obra de los obrajes es interesante lo que leemos en Salas (1998): la presencia de autoridades indígenas que dirigen un conjunto de tres mil indígenas- trabajadores en los obrajes de Huamanga. Interesante porque encontramos un contacto indirecto entre el obrajero y su mano de obra; ésta en realidad era dirigida por una suerte de curaca. El asunto no parece haber sido tan anormal. En la producción textil del Cusco, hay una variedad de tejidos en jerga, ropa sin beneficiar, que de acuerdo a Escandell- Tur (1997) es producido fuera de los obrajes en cantidades crecientes desde los años de 1760. Actividad complementaria de algunos chorrillos y en particular de grupos de familia. Muy interesante, Tinta encabeza las zonas proveedoras de esta ropa en jerga, seguidas del cercado y la ciudad del Cusco así como Quispicanchis y Lampa. 16

Ver sobre este punto a Aldana Rivera (1996a) Dentro delos pocos estudios serios que hay sobre población negra, hay pocos enfoques en esta línea como por ejemplo, Carlos Aguirre (1993). Pero como muestra de lo dicho, baste coger cualquier Protocolo notarial del Archivo departamental de Piura; recuérdese que esta región norteña es el verdadero reducto negro del Perú. 13 17

Pequeña producción por cierto, pero ¿acaso no se vería muy golpeada si uno sólo de la comunidad fuera obligado a trabajar en otra actividad?. Sobre todo nos interesa preguntarnos, ¿quien fungía de intermediario entre los que tejían en esta suerte de economía subterránea y la cara visible, comerciante u obrajero (que le daba el retoque final a esos tejidos)?. Poco posible que el obrajero (y hasta el chorrillero) contactara directamente con esta población; me parece obvio que debió ser alguien con la suficiente importancia local y representatividad ante el Común, un curaca o alguna otra autoridad indígena. ¿Por qué el punto me parece tan sugerente?. Porque desde hace unos años, se habla del mundo andino como un espacio propio y exclusivo de la población indígena18 pero sin establecer lo que resulta propio de esa andinidad -por las obvias dificultades en la aplicación del término- y sobre todo como fue que en una situación de dependencia, explotación, marginación, etc., por tanto tiempo (los tres siglos de ominosas cadenas y casi dos, de libertad) se mantuvieron y no desaparecieron las estructuras socio- culturales nativas. ¿Será posible que dentro de las mismas formas de explotación, el sistema impuesto haya dado cabida, reutilizándolos, a patrones nativos de articulación y reproducción social, posibilitando su supervivencia?. Como el quechua, que sabemos que no sólo se generalizó por la labor evangelizadora de los religiosos católicos sino también porque se estableció y se difundió con fuerza en las zonas de mayor producción económica: Potosí, Huancavelica y Quito. Más bien el siglo XVIII habría implicado el colapso del quechua general y la eclosión y consolidación de los quechuas regionales que a los lingüistas, les permite hablar de un debilitamiento de la influencia española19. Aunque quizás nada tenga que ver, también es interesante notar que en la región de Quito, donde se dio una de las peores explotaciones, la textil, hasta hoy se mantienen muy fuertes los vínculos de las comunidades indígenas. Lo suficiente como para hablar de "nación indígena" y como para reclamar, con fuerza, el señalamiento del Ecuador como país multicultural. Inclusive, la comunidad más fuerte, Otavalo, reconstruida, reformulada con el paso del tiempo, inserta en una economía de mercado, se dedica mayoritariamente, a la actividad textil. Y quizás por lo mismo, las tradiciones nativas se relajaron y se mestizaron con mucha fuerza en las zonas en donde fue menor la presencia y la presión del gobierno virreinal. Como en la sierra norte peruana -que tantos problemas causa a los estudiosos de lo andino por su fortísimo mestizaje- en donde para fines del virreinato, la tenencia de la tierra de los Comunes de Indios había evolucionado de manera muy 18

Un discurso muy exitoso en los '70 que planteaba una visión contraparte al mundo criollo, exclusivo de los blancos y costeños y marginador de los amplios sectores campesinos- indígenas- serranos, pero cuya vigencia hoy en día es ampliamente discutible. 19 Calvo Pérez acuña hasta el término neoandino para intentar explicarse la vitalidad de la lingüística andina (Ver su trabajo "Noticias y aportaciones lingüísticas sobre el quechua en el siglo XVIII" en Itier 1995.- pp.33-58). Alfredo Torero estudia como emergen los quechuas regionales (Ver "Acerca de la lengua chinchaysuyo” en Itier 1995.- pp.13-32). Como marco es interesante la introducción hecha por Itier y su propio artículo, Quechua y cultura en el Cuzco del siglo XVIII: de la "lengua general" al "idioma del imperio de los Incas" (Itier 1995.- pp.89-112). 14

interesante: las tierras a las diferentes parcialidades dentro del Común, no a este como conjunto. Bolívar y su interés por privatizar la tierra se avenía a un proceso que se estaba llevando a cabo aunque no fuera lo individual que pretendiera este gran liberal20. Pero no sólo por la andinidad es que la problemática de la mano de obra es muy interesante, sino también por el tipo de relaciones de trabajo/ explotación que se dan en el siguiente siglo. Las guerras de independencia usaron a las masas (mestizos e indígenas- campesinos) como carne de cañón; claro que afortunadamente y por comparación con otras regiones de Latinoamérica, éstas no fueron tan violentas ni tan costosas en términos humanos. Pero el territorio era poco poblado y el Perú no formó parte de las corrientes de inmigración importantes; su crecimiento demográfico tuvo que ser vegetativo. De este modo, la carencia de mano de obra reiteradamente señalada por los hacendados (empresarios) costeños del siglo XIX, sin dejar de ser cierta, puede ser entendida con un matiz diferente. En efecto, de lo que se ha atisbado en el comportamiento de la mano de obra del siglo XVIII y por las reflexiones anteriores, uno no puede dejar de preguntarse si realmente hubo una importante baja demográfica como para no encontrar trabajadores o en el fondo, esa suerte de "mesocratización" había generado un número bastante grande de pequeños productores que simplemente no aceptaran participar de las haciendas hasta que se encontró el modo de obligarlos. Hemos visto la actitud y la independencia de los indígenas y negros norteños, región cuyos hacendados casualmente son los que más se quejan de la carencia de brazos. Además, es posible que en regiones donde de algún modo se habían mantenido determinados patrones nativos, se tomara nuevamente a la sierra como un espacio de refugio. Por un lado, ¿real escasez de mano de obra o carencia social de brazos porque hay muy pocos dispuestos a trabajar por magros salarios? y por otro, ¿cuando y cómo lograron forzar la participación de esta población como mano de obra de los poderosos?. Eso es historia del siglo XIX. En todo caso, hay mucho por investigar sobre la vinculación entre los cambios económicos, la actitud de los empresarios y de la mano de obra.

4. El algodón, su producción y su comercialización es también un punto muy interesante por investigar. No sólo por las preguntas que permite plantearle a los estudiosos de las empresas de manufactura textil sino sobre todo porque fue el producto que sustentó la primera fase de industrialización europea; finalmente, hilado, su resistencia no tiene parangón y si se le mezcla con lana, le da gran flexibilidad al tejido.

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Las tierras en conjunto pertenecían a las parcialidades, no a un indígena en particular. Además, el Común de Indios no desapareció; era una fuente de legitimidad de las autoridades étnicas. El problema pasa más por la ruptura de un pacto político dentro de un sólo Cabildo. (Alejandro Diez, comunicación personal) 15

Una verdad que ya conocían los antiguos peruanos por cuanto el Perú es una de las zonas originarias de este cultivo. Pero al influjo de la cultura que se imponía, cuya experiencia se remitía a los paños de lana del apogeo feudal y su desestructuración, el algodón no fue percibido como importante sino hasta el siglo XVIII. En España se conocía el algodón desde siglos antes de llegar a América. Pero cuando los españoles llegan al Perú, lo primero que hacen es instalar obrajes de lana; en el siglo XVI todavía se recuerda la importancia y los beneficios económicos de la Mesta. Mejor aún cuando llegan y encuentran una producción textil de sorprendente calidad. No obstante, la manufactura de lana predomina aunque no deja de haber una cierta producción de algodón. Ya aquí se generan múltiples preguntas, ¿hubo mercados diferenciados para los textiles y por tanto la supervivencia de los de algodón? (élite- pueblo, utilización minera de telas de lana, etc); ¿fue sólo la costumbre europea que hizo que se centraran en la lana o la falta de visión de los aquí establecidos para percibir el algodón?; ¿hay detrás la necesidad de una técnica diferente?. La pregunta es clara, ¿por qué no el algodón antes del siglo XVIII?. En el norte, con el clima más adecuado para su producción, es hacia mediados de este siglo cuando comienza una mayor producción de algodón, en paralelo al marco mundial/ europeo. Mientras que en los siglos XVI y XVII su cultivo se mantuvo en manos de los nativos, como desde siempre, en el XVIII comienza a concitar la atención de los empresarios locales y a cobrar auge económico. Por ejemplo, en el caso de Piura, el algodón compite con el jabón como motor económico de la región al que finalmente desplaza por completo para principios de la república-; en Lambayeque, se convierte en uno de los principales productos con los que se diversifica económicamente su elite, después de su desastrosa experiencia con prácticamente el monocultivo de caña y el clima. Personajes importantes, ilustrados y conspicuos representantes del orden borbónico como Martínez de Compañón (1784) impulsaba su siembra junto con la de otros productos como el lino y árboles madereros; detrás quedaba el interés único en la minería. Algodón en rama, hilado y pavilo aparecen con creciente frecuencia y en volumenes igualmente creciente en los envíos hacia Lima, centro distribuidor mas no productor. ¿Pero, a donde y a quienes se les envía?. Una pequeña producción que está abriéndose paso en el mercado y cuya negociación sienta la base de los circuitos que recibirán fuerte presión mucho tiempo después. Poco sabemos de Cuenca y sus famosos paños, hechos de algodón del norte peruano. Tejidos en lo que hoy llamaríamos economía subterránea: entrega de la materia prima a domicilio y recojo de los textiles tejidos; ¿verlagsystem, kaufsystem?. Ni idea. Pero no podemos dejar de preguntarnos ¿por qué ni obrajes, ni chorrillos reconvirtieron su industria tomando el algodón como materia prima y abandonando la lana?. ¿Acaso era tan fuerte la inversión, tan radical el cambio de "tecnología" que el nuevo insumo suponía, si como dice Salas (1998) se contaba con la tecnología textil adecuada?. ¿En esa época, era tan diferente la maquinaria para procesar lana y algodón, si sabemos que ya se producía bayeta y otros productos de esa fibra vegetal?. Si hubiera habido demanda, ¿no se habrían reformulado rápidamente los circuitos internos de abastecimiento y comercialización?; esto al menos sucedió en el 16

norte. ¿Por qué entonces no hay un aprovechamiento real del producto?. Hay empresarios que se dedican a comercializarlo apenas comienza a incrementarse la demanda; algunos norteños hasta se convierten en intermediarios del algodón transformado en Cuenca (Aldana 1992). Incluso, la creciente demanda a principios del siglo XIX de no sabemos quien, impulsa un proceso de concentración de tierras en la década de 1820: el conspicuo y controvertido Santiago Távara se hace dueño de muchas tierras; prácticamente toda La Punta (Piura) pasa a su poder21. Pienso, sin embargo, que este punto está completamente vinculado a la imposibilidad de los peruanos por lograr la industrialización. Las explicaciones más comunes con las que se pretende, quizás justificar y no entender, la no- industrialización en el Perú se remiten siempre a la sujeción política y a la desincentivación por parte de la Corona por desarrollar las manufacturas en sus ahora colonias. Presiones fiscales en el Perú frente a libertades en España, que unidas a la competencia industrial europea -con la venta de textiles más baratos (y ello a pesar de la existencia de nichos de mercado)-, habría impedido el salto industrial; es más, la ineficiencia de los mercados, propio del proceso de desindustrialización, hizo aparecer numerosas rigideces estructurales de los sistemas económicos latinoamericanos (Malamud 1995: 219). Así el desarrollo coactado de las empresas manufactureras les impidió convertirse en elementos disolventes del orden precapitalista ni permitieron la independencia y la acumulación del capital (Torras 1988: 134-135). Pero, ¿de qué orden precapitalista se trata?. Sin la experiencia plena del orden feudal -que potenció el comercio pañero (lana) y la infraestructura para su producción y comercialización- y su desarticulación era difícil de esperar que en América, se pudiera dar la formación de un vigoroso capitalismo mercantil como el europeo: al menos en el Perú, sobre un marco étnico, vigente y estructurado, no hubo un progresivo cambio de la renta en trabajo a la renta en especie o dinero sino la imposición de este sistema. Mucho habría que esperar para que se desarrollara el trabajo libre, los Comunes de Indios y el sistema de apropiación económica prehispánico ofertaba una mano de obra cautiva que, obvio es, fue aprovechada. Se impuso el comercio, desplazando el intercambio natural: no "renacieron" ciudades sino se instalaron; no se reactivó el trabajo de los artesanos sino que se trajo maestros que enseñaron a los locales, quienes rápidamente aprendieron la importancia de un mercado de consumo que respondía a los usos y costumbres de la cultura foránea22. ¿En tan sólo dos siglos y medio pudo solventarse la brecha entre un Perú cuya civilización se inscribía entre las del Mundo Antiguo y un Perú en el que se establecía gente que vivía los inicios del Mundo moderno?. 21

Conspicuo y contravertido personaje, Santiago Távara es el que firma el Tratado de comercio con Chile en 1835. Para ver el proceso de concentración de tierras tan temprano como 1828, ver el Protocolo Notarial correspondiente a esta pequeña localidad piurana en el Archivo Departamental de Piura. 22 Las características que menciono como propias de la formación del capitalismo en Beaud (1984:21 y ss). 17

Quizás no es una situación determinante; ninguna lo es pero la reflexión me parece válida. E incluso, sin considerar este problema -sustrato de nuestra sociedad, ¿fue sólo el marco controlista, la rigidez del mercado y la sujeción política lo que impidió la industrialización?. Sin negar estos factores tan importantes pensemos en otras variables. Por ejemplo, en el caso Europeo fue muy importante la mejora de la infraestructura de comunicaciones: caminos, canales y otras vías fluviales tuvieron una atención particular por parte de los estados. En nuestro caso, ¿hay alguna mejora de las vías de comunicación?. La geografía andina es realmente un reto para la aplicación de la técnica que, para la época, aún era bastante pobre en el mundo. Prácticamente hasta el siglo XX se utiliza lo que queda del Capac Ñam, útil para una sociedad de antiguo cuño pero que termina siendo insuficiente para una sociedad en la que el comercio es la actividad vitalizante. ¿Cuando se crea el mito de los Andes como barrera infranqueable y que divide el Perú?. Por otro lado, ¿hay posibilidades reales de manejar "tecnología" en una época en la que el hierro se convierte en el elemento fundamental para la elaboración de la infraestructura industrial?. No en vano, en la segunda fase de la revolución industrial, el hierro tuvo el papel estelar. En cambio, en nuestro caso, es conocido que durante todo el virreinato, se importaba vergajón y hierro desde España. En fin, quizás hubiera sido posible reemplazarlo con maderas muy pero muy duras, como el zapote y la chonta, propios de nuestra tierra pero por lo que se ve, nunca se le ocurrió a ningún criollo ni peninsular a lo largo de todo el virreinato, pues hasta los clavos se traían de Europa. ¿No habrán intentado más de una vez utilizar la madera y se dieron cuenta de que no tenía la resistencia suficiente?. Si pasamos a otra variable. ¿Qué posibilidades reales de conseguir fuentes de energía para ese momento?. Acaso no nos son conocidos los sufrimientos de Pedro de Abadía, Joseph de Arismendi y el suizo Francisco Uville junto con Richar Trevithick por instalar bombas a vapor para extraer el agua de los socavones en Cerro de Pasco, no sólo por el tiempo transcurrido entre el pedido de las bombas (1812) y su instalación funcional (1818), sino por los problemas de control de la compañía entre los dos extranjeros y sobre todo por la provisión de combustible para las voraces máquinas nuevas (Fisher 1978:268). El problema no era nuevo en absoluto a pesar de que, al parecer, los miembros de esta compañía no lo conocían. La Corona ya había tenido la iniciativa de instalar una suerte de hornos de fundición al estilo de Almadén para las minas de Huancavelica; incluso Jorge Escobedo se había encargado de los planos para su construcción. Pero no se encontró como alcanzar el necesario calor energético para el funcionamiento de las maquinas; con el ichu, lo "quemable" más cercano, no producía la fuerza requerida. Peor aún, Carlos IV trató de propiciar la instalación de bombas de agua en México y Perú pero, al menos en este último país, el gran problema era la falta de carbón de piedra; con una visión sorprendente sobre el aprovechamiento de recursos -de la que podrían aprender nuestros ecologistas de hoy- se prohibió la utilización de la poca madera de los alrededores porque sin los bosques se dejaría desprotegida la zona y propiciaría más 18

daños que beneficios (Molina 1995: 227-228) Poco o nada podemos decir de otros sectores. Que hay intentos por mejorar la técnica de producción, los hay. Quizás de manera intuitiva se plantea la mejora de la utilización del agua para el incremento de la producción José Laos y Cabrera ofrece una máquina que reune las ventajas que presentan los conocimientos del siglo cuyo fin es elevar el rendimiento de la caña mediante la mejor utilización del agua; comienza aquí el discurso legitimador siendo escasa la mano de obra y el dinero (Odriozola 1874: VI,394-396). También esta José Antonio de Ugarte quien, desde Arequipa, solicita el permiso para establecer una maquina de despepitar y limpiar algodones que ha perfeccionado y que hasta en dibujo presenta23. Sin muchas posibilidades de contar con hierro y tampoco de disponer de carbón, ¿podemos acusar a los empresarios coloniales de miopía para los negocios por no haber buscado la inversión?. Puede ser que Uville fuera realmente un intrigante y tratara de vender máquinas que no iban a funcionar a los mineros de Cerro de Pasco pero es interesante ver la rapidez de la aceptación de esos mineros ante la sola posibilidad de contar con máquinas para sus empresas mineras; ¿acaso no se dieron cuenta de que lo que se les ofertaba era un modelo de lo que podía ser? ¿candidez de los mineros o apertura a la innovación?. Es más que posible que la experiencia tan negativa jugara en contra de las opiniones posteriores sobre las ventajas del maquinismo. Pero la minería remonta el período independentista, altamente perturbador de la economía peruana, y llega a un pico en 1742 comparable al de 1799; entre los dueños aparece algún extranjero pero son fundamentalmente nombres de locales24. Siguió siendo el sector más importante de la economía peruana (Destua 1986: 223) Por otro lado, que hacía un arequipeño queriendo invertir en una desmotadora sino era por la estimación y respeto con que se mira en el día el comercio de esta especie25. Creo que es verdad que la nota saltante es la fragmentación de los esfuerzos e iniciativas pero no se si es suficiente el muestreo de Malamud (1995: 219) como para afirmar la resistencia a la modernización mostrada una y otra vez por los propietarios y comerciantes, lo cual supondría un interés mínimo por invertir. ¿Cómo entender, sino, la rápidez de los algodoneros piuranos quienes tan temprano como 1830 cuentan con varias desmotadoras de algodón, probablemente alimentadas con carbón?26. O los intentos de colocar bombas para elevar el agua en las orillas de los 23

El expediente en el Archivo General de la Nación, Superior Gobierno, leg.25, cuad. 743, 1796, 18 fs. Particulamenente me resulta interesante el cuadro 10 de Deustua (1986: 127) donde encuentro sin datos a un Miguel de Otero que me hace pensar en Vicente María Fernández de Otero, peninsular nacionalizado piurano, cuyo hijo tenía un nombre semejante; a José Nicolás Lecuoma que me recuerda a los Lecuona Ruiz de Lambayeque donde también están los Goñi y los Arrieta. No puedo evitar pensar que García Puga puede descender de piuranos y sobre todo cajamarquinos y finalmente en esta interesante relación de nombres, José de la Cotera me recuerda a José Fernández de la Cotera, conspicuo miembro de la elite piurana- norteña sin mencionar que Minaya me suena a trujillano. Suma de casualidades que me parece interesante hacer notar. 25 Ver el documento, AGN, SG: 25 [743] 1796. 24

26

En el pleito entre don José Santos Trelles contra don Santiago Távara -que en el fondo era el del jabón vs. el algodón-, el segundo peleaba porque se retirara la tina de la zona por el riesgo de fuego 19

ríos27.

Algunas ideas finales Muchas son las posibles respuestas que podríamos dar a tantas preguntas pero estas son reflexiones para provocar respuestas. Poco más podemos añadir. Sin embargo, se mantiene nuestra pregunta sobre si tan amablemente se puede afirmar, como lo hace la historiografía en general, que no hubo una capa de empresarios en el Perú colonial o que si la hubo, fue por completo, anodina. Quizás la distorsión esté en aceptar la existencia de una sola elite directriz, capitalina y limeña para más, reflejando la preocupación y la necesidad de estudiosos del siglo XX de consolidar el Perú como territorio y nación. ¿Acaso no es posible que toda esa vigorosa aunque pequeña y mediana producción y comercialización de diversos artículos a lo largo y ancho del territorio sustentara un número de elites locales que se configuraron de la mano con el proceso de conformación y consolidación regional?. Además, si es cierta esa "proliferación" de pequeños productores, como pareciera sustentarse con el incremento de chorrillos, trapiches y otros pequeñas y medianas actividades, ¿no tendríamos aquí una suerte de soporte humano para las élites regionales. No se ha estudiado hasta ahora como el Cabildo deja de ser un poder de las elites locales para finales del siglo XVIII pero si se acepta la creciente importancia de los hacendados para la misma época. ¿No podrían ser esos pequeños productores la base clientelar de los caudillos del siglo XIX?. Una probable opción por cuanto es posible que esa relativa autonomía económica de una suerte de sectores medios hubiera también permitido una cierta independencia con respecto a los grupos de poder. Mucho hay por estudiar al respecto. Hay dos momentos en que es notorio un auge de economías regionales que, aunque guardan semejanzas, no ocultan sus diferencias. Para el Perú del siglo XVII, la minería era el soporte económico más importante; su derrumbe, por tanto, signaba la estagnación del virreinato como lo demostraban, por ejemplo, los obrajes norandinos. Sin embargo, entre la década de 1680 y 1720 encontramos un momento de auge de otras actividades, manufacturas textiles y también agricultura y ganadería así como de producciones afines (jabón, cuero, melazas, etc.). El clima es un factor importante para el freno de la agricultura comercial que al parecer, no tiene mayor impacto en las manufacturas: su producción se detendrá hacia 1760- 1770. Años en que nuevamente encontramos una vigorosa comercialización, ya no sólo de productos agropecuarios sino también de recolección. La cascarilla, de creciente extracción a sobre el algodón. El primero, por su parte, se defendía señalando que cuando las máquinas están en acsion, se advierte estremecerse todo amenasando un proximo e inmeditable desplomo [de la pared]. Aunque no queda muy claro en el documento si son máquinas a vapor o no, pienso que es poco posible que tal estremecimiento lo causara una máquina hidráulica. Además, la ubicación tendría que ser cercana al río como fuente recurrente de agua y se señala el riesgo de fuego es porque probablemente a diferencia de la desmotadora, impulsada por carbón, la paila de la tina se colocaba sobre fuego abierto. Archivo Departamental de Piura, Juzgado Primera Instancia, causa civiles, leg.41, exp.788, 1839 27 El pequeño problema en el caso de las bombas no es sólo conseguir el energéticos sino que los ríos se secan seis meses al año, excepción hecha del Chira, y su cauce cambia de año en año (lo que implicaba mover las bombas). 20

partir de 1740, ha ido atrayendo la atención del gobierno hacia una canasta de productos no-convencionales que para fines del siglo XVIII, se suman a la plata, que sufre también un somero repunte (por comparación a su gran momento de auge). Los años de 1780 pueden señalarse como los de los grandes cambios y es el inicio de un auge cualitativamente diferente. El marco político es muy diferente; hay un realismo absolutista, controlista y centralista de las ahora colonias, que los americanos sufren mal y soportan peor. La creciente intervención del estado metropolitano encorseta las grandes actividades, lo cual unido al cambio del panorama internacional determina el languidecimiento de las grandes actividades económicas, los grandes obrajes, los grandes ingenios, el gran comercio. Desde la estructura formal, la cosa funciona mal; desde las regiones pareciera que no tanto: la pequeña y mediana producción y comercialización se enseñorea de los diversos espacios del territorio. Ante la presión, las zonas donde de algún modo pareciera haberse mantenido la fuerza de las estructuras locales, se levantan; fuera de ellas, como el norte, se generaliza el contrabando, ¿una forma de resistencia?. A todas luces, no fue posible el proceso de industralización en el Perú. Siguiendo un patrón que se dio en muchas regiones no- europeas en la vuelta del siglo XIX no se pudo dar el salto industrial y por el contrario, hasta se produjo una desindustrialización. Los elementos teóricos son conocidos pero, ¿no pesa algo en la balanza el hecho de no poder contar con la tecnología de la época (hierro) y de una buena fuente energética (carbón) ni que no se hubiera nunca pensado en la mejora de las vías de comunicación como si se hizo en Francia, por ejemplo. Cuando mucho después, el petróleo desplazara al carbón, las cartas ya habían sido echadas y nosotros estabamos en desventaja. Pero sin poder dar el salto industrial, ¿no hay una visible capacidad de reconversión del empresario peruano, quizás intuitiva, hacia lo que si tenía mercado y en el cual podía tener ventajas con la comercialización de los hoy llamados recursos naturales, ayer materias primas?. ¿No es posible pensar que quizás si se formó una burguesía mercantil, sui generis como siempre que se trata de una categoría establecida en función a la realidad europea, pero con una cierta capacidad de capitalización e inversión que tuvo que limitar su accionar a las actividades tradicionales, haciendas y sobre todo comercio de productos no-convencionales, en un marco macroeconómico que les resultaba antagónico?. Dentro del propio espacio peruano, la situación significó la separación progresiva de la costa y la sierra: la desarticulación de los circuitos transversales e internos virreinales en favor de los horizontales y externos republicanos. La sierra, y con ella, vastos grupos de población fueron quedando cada vez más segregados del mundo económico peruano. La complejidad de la situación no deja de alimentarse con el decurso de la historia de los siglos XIX y del XX; unas situaciones son superadas, otras, transformadas pero en el fondo iguales y otras más, simplemente son añadidas. Pero todas válidas para ser analizadas a fin de entender la difícil realidad que nos rodea y nuestras capacidades para enfrentarla. 21

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