ELLAS, VOTANTES CONTRA LA DEMOCRACIA: MODELOS DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA FEMENINA DESDE LA ULTRADERECHA ESPAÑOLA EN LA SEGUNDA REPÚBLICA

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ELLAS, VOTANTES CONTRA LA DEMOCRACIA: MODELOS DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA FEMENINA DESDE LA ULTRADERECHA ESPAÑOLA EN LA SEGUNDA REPÚBLICA

ESTHER COLLADO FERNÁNDEZ1 Universidad de Alicante Resumen La Constitución de 1931 concedió a las mujeres el derecho al voto, obligando a todos los partidos políticos a readaptar sus estrategias para atraer a las potenciales votantes. Esta obli gación fue ineludible incluso para aquellos partidos manifiestamente contrarios al liberalismo, tradicionalistas y monárquicos de la ultraderecha española, que sin embargo supieron hacer de la necesidad virtud. En este contexto nace Ellas, semanario de las mujeres españolas, revista femenina dirigida por José María Pemán, que trataría de movilizar a las mujeres en nombre de la religión, la familia y la patria sin dejar nunca de señalar su repulsa y el carácter excepcional de su participación política, utilizando a su conveniencia y discreción las nuevas herramientas que la naciente cultura política ponía a su servicio resignificándolas al mismo tiempo. Palabras clave: sufragio femenino, ultraderecha, Segunda República, democracia, movilización, tradi cionalismo, prensa Abstract Constitution of 1931 gave to the women the right of suffrage forcing all political parties to re-adapt their strategies to attract potential voters. This obligation was unavoidable even for those parties against liberalism, traditionalists and monarchists of the Spanish extreme right, who nevertheless, knew how to make a virtue of necessity. In this context Ellas, semanario de las mujeres española , was born. A women’s magazine ran by José María Pemán, which would try to mobilize women in the name of religion, family and homeland without stop pointing their rejection and the exceptional nature of women’s political participation, using at their convenience the new tools that the new political culture puts at their service and making at the same time a reappropriation of them. Key words: women’s suffrage, extreme right, Second Republic, democracy, mobilization, tradicional ism, press.

autora de este trabajo cuenta actualmente con una Ayuda para la formación del profesorado universitario (FPU) concedida por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de España en la convocatoria de 2014.

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Esther Collado Fernández

1. EL VOTO FEMENINO El 14 de abril de 1931 se proclamaba la Segunda República Española inaugurándose una etapa política fuertemente marcada por la polémica que se produjo tanto entre sus contem poráneos como en la historiografía posterior. El carácter novedoso con el que fue presentada y asumida por la sociedad fue el caldo de cultivo en el que se asentaron los múltiples intentos de transformación social y cultural que se llevaron cabo en sus escasos años de vida favoreciendo la redefinición de conceptos y mentalidades tradicionalmente asentados entre los españoles y las españolas. La idea de que un nuevo tiempo comenzaba forzó indiscutiblemente a todos los grupos políticos a readaptar sus estrategias a las nuevas reglas del juego democrático inclui dos aquellos sectores católicos, tradicionalistas, monárquicos y conservadores que no acogieron los resultados de las elecciones municipales del año 1931 con excesivo entusiasmo puesto que la implantación del régimen republicano suponía para ellos, además de una contradicción ide ológica, una pérdida evidente de poder. Sin embargo, es obligado señalar que su oposición no fue ni resultado de una postura oficial, ni de una respuesta organizada en el momento de su proclamación, sino que la confrontación iría aumentando en paralelo a las tensiones producidas a raíz de los avances, reformas —y frenos— promovidos desde las nuevas legislaciones y los dis tintos gobiernos (PAYNE, 2006: 203). Por otra parte, tampoco podemos sustraer el nacimiento y desarrollo de la Segunda República del contexto internacional de entreguerras en el que se estaba produciendo la radicalización de las opciones políticas, algunas de ellas derivando ha cia los nacientes fascismos. La causa de esta tensión política fue debida en gran medida la concepción generalizada de que el liberalismo había quedado viejo y exhausto por lo que era imprescindible llevar a cabo una tarea de regeneración de las naciones si se quería seguir por el camino del progreso. La idea de estar ante un punto de inflexión histórico ante el cual era necesario posicionarse calaría profundamente en la derecha radical española siendo un factor de incuestionable importancia en la configuración del pensamiento social y la cultura política que se desarrollará en estos años (RUIZ CARNICER, 2015). Huyendo en la medida de lo posible de las generalizaciones y teniendo en cuenta que la respuesta a esta situación por parte los grupos reaccionarios no puede ser calificada como unán ime, pretendemos centrarnos en este trabajo en la experiencia de aquellos sectores que com prendieron que el ánimo rupturista de la Segunda República podía significarse de igual manera como catástrofe que como oportunidad por lo que pondrían todo su empeño en emplear los nuevos medios que el republicanismo ponía a su disposición para combatir sus raíces mismas. De forma más concreta, hemos decidido poner el foco de atención en la manera en la que estos grupos tradicionalistas, conservadores, católicos —y por ende, antimodernos—, entendieron y apostaron en su propio beneficio por la movilización política femenina que, si bien no pode mos afirmar que naciera gracias a estas circunstancias —remontándose al menos hasta el siglo XIX como han demostrado los trabajos de Nerea Aresti, Inmaculada Blasco, Rosa Ana Gutiérrez Lloret o Luz Sanfeliu entre otros muchos—, ciertamente sí fue robustecida gracias al artículo 36 en la Constitución española de 1931 que reconocía el derecho al voto en igualdad de condiciones para ambos sexos doblando correlativamente el censo electoral y provocando que las mujeres votantes tuvieran por primera vez capacidad real de inclinar la inestable balanza del poder en una u otra dirección, como así lo demuestra la superioridad numérica que arroja el Censo de 1931: 11.498.301 hombres frente a 12.065.566 mujeres (FOLGUERA, 1997: 493). Una de las múltiples materializaciones de esta decidida apuesta —objeto principal a través del cual hemos estudiado y estructurado esta investigación— será la aparición de la publicación semanal Ellas, semanario de las mujeres españolas, que vio la luz el día 29 de mayo de 1932 y fue dirigida por José María Pemán —si bien hay autores que sostienen que abandonaría pronto este puesto (TUSSEL y ÁLVAREZ CHILLIDA, 1998: 30)—, publicándose ininterrumpidamente hasta 1935. Esta revista, enfocada hacia el público femenino católico de clase media y acomodada, estuvo fuertemente impregnada de la ideología de la derecha y la extrema derecha facistizada gracias a la numerosa presencia entre sus redactores de miembros de la CEDA, Falange Es pañola, Renovación Española, Comunión Tradicionalista y Acción Católica tales como Luisa María de Aramburu (escritora vasca vinculada a Falange), Félix Arrarás Irribarrén (magistral de la catedral de Burgos), Joaquín Arrarás Irribarrén (futuro director general de prensa durante la Guerra Civil), Blanca Calvo (concejal en Orense durante la dictadura de Primo de Rivera),

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Ellas, votantes contra la democracia: modelos de participación política femenina desde la ultraderecha española en la segunda república el Marqués de Lozoya (diputado por Segovia dentro de la CEDA en 1936), Clara Frías (con cejal en Madrid durante la dictadura de Primo de Rivera), Teresa Luzzatti (presidenta de los Comités Paritarios Femeninos en 1926 y miembro de la Asamblea Nacional, activista por el voto femenino), María de Madariaga (Presidenta de la Juventud Femenina de Acción Católica entre 1931 y 1939), Víctor Pradera (miembro del Partido Católico Tradicionalista y colaborador intelec tual en la formación del Bloque Nacional) y Pilar Velasco Aranaz (secretaria de Acción Popular y fundadora de la Confederación Católica Femenina de Estudiantes). Estos, pero no solo ellos, serán los responsables de su lenguaje antidemocrático, ultracatólico, antifeminista y monárquico, que se acentuará más según avanza el tiempo y se radicaliza la situación política tanto nacional como internacional, acercándose al utilizado por los fascismos europeos. Como ha señalado Teresa María Ortega López, en él podemos detectar incluso una prefiguración del discurso na cionalcatólico que más tarde empleará el franquismo (ORTEGA LÓPEZ, 2011: 175). Ellas, con una tirada de amplitud nacional, un perfil muy alejado de la corriente política del momento y escasa calidad informativa —habiendo llegado a ser calificada como meramente panfletaria (PERINAT y MARRANDES, 1980: 228)—, adopta como voluntad principal el adoctrinamiento político femenino a través de los valores del ultranacionalismo conservador, la fe y la tradición propios del ideario de la extrema derecha que se reflejan nítidamente ya en su primer número: Encendida de fe y de amor a España, caldeada por la lumbre eterna del hogar español y cristiano, este semanario nace al servicio de todas las cosas magníficas y auténticas de nuestra Patria y de nuestra Tradición. Tales son estos momentos demoledores, que nos basta para hacer nuestro programa con recoge en él [sic] todas las cosas que se va dejando a un lado la política sectaria. (...) Bienvenidas a la politica, vosotras, las mujeres, salud de España, para quienes son todavía evidencias tantas cosas que son ya problemas para los hombres de esta hora decrépita. Vosotras podéis hurtar, otra vez, las afirmaciones líricas de la Fe, la Patria y el Hogar a los exámenes demasiado ambiciosos y a las interrogaciones corrosivas. Vosotras podéis, otra vez, devolverle al pueblo, vivas y ardientes, como ascuas, sus santas y viejas confianzas de ayer. (...) Aires de cruzada, que no de menuda empresa política, tiene vuestra tarea actual.2

2. EN DEFENSA DE LA TRADICIÓN: LA OPINIÓN PÚBLICA Y LA PRENSA COMO ARMAS Una vez expuesto nuestro objeto de estudio y antes de empezar el análisis profundo de estos nuevos modelos de participación política femenina conservadora propuestos desde Ellas, cabe hacer una primera consideración sobre los medios empleados para difundir las claves del pen samiento reaccionario en época republicana. Si bien es cierto que sería erróneo pensar que la prensa en la actualidad es plenamente objetiva y libre de influencias—al fin y al cabo se trata de una actividad lucrativa destinada a aumentar la venta de ejemplares y no a conseguir la veracidad más puramente imparcial (BARRÈRE, 1982: 245)—, a principios del siglo XX las car acterísticas específicas de las publicaciones periódicas hacen que su compromiso con la verdad sea puesto en tela de juicio de una manera más acusada. Ellas, como otras revistas de la época, forma parte de un tipo de prensa alineada con los partidos políticos que se utiliza como una tendenciosa arma de agitación ideológica. Su falta de objetividad se ve fuertemente influida por la inexistencia de profesionales del periodismo (SINOVA, 2006: 18) lo que, por contrapartida, hace que sea fiel reflejo de los idearios de políticos que la dominan por lo que constituye una valiosa fuente de información historiográfica. Prosiguiendo en el análisis de sus características como fuente, Ellas, por su definición como publicación periódica, está destinada a conformar una determinada opinión pública, concepto en sí mismo estrechamente ligado a la modernidad, lo que pudiera parecer a priori una elección extraña si pensásemos que debe identificarse ultraderecha con antimodernidad puesto que su finalidad sería precisamente combatir la misma. Los estudios de Hannah Arendt y Jürgen Haber mas —a pesar de la polémica entre ellos—, coinciden en señalar que el cambio entre la relación 2“Envío

a las mujeres de España”, en Ellas, semanario de las mujeres españolas, 1, (29-V-1932), pp. 1-2.

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Esther Collado Fernández público-privado y la aparición del concepto de «opinión pública» es un rasgo intrínseco de la modernidad que no había tenido lugar en el devenir histórico hasta finales del siglo XVII con la aparición de la actividad periodística de manera regular y que desde luego no tomará fuerza como poder fáctico hasta al menos un siglo después (BOLADERAS, 2001). La opinión pública solo puede ser entendida desde el reconocimiento de derechos políticos indesligables de la con cepción igualitaria de la ciudadanía, idea esta que estaba muy lejos de la concepción orgánica y jerárquica de la sociedad española que la extrema derecha española proclamaba defender y que seguirá defendiendo durante la dictadura franquista. Tomando como ejemplo uno de los artículos publicados en la revista por Víctor Pradera, podemos observar como esta apelación a la opinión pública y más concretamente al ejercicio del sufragio universal debe entenderse no como un signo de aceptación plena de la participación democrática sino «como un artilugio del que hay que valerse mientras no se obtiene el arma apropiada (...) es decir, el sufragio orgánico» que es entendido como el único medio posible para evitar el inminente desmoronamiento de la sociedad3. Pero el asunto se torna todavía más complejo puesto que es una publicación dis eñada para influir en la opinión pública femenina, que había sido hasta entonces marginada de la esfera de lo público y lo político, si bien es cierto que se habían empezado a observar con anterioridad algunas brechas en el rígido muro que las había separado. A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, el modelo ideal burgués proyectado sobre la mujer nos habla de un sujeto relegado al espacio privado y definido por su condición como cuidadora de la familia, quedando reducida toda su individualidad al papel de madre y esposa abnegada. Este modelo, fuertemente influido por la cultura católica hegemónica, tratará de encontrar su legitimidad en las diferencias biológicas de la mujer respecto al hombre y se fundamentará en la concepción tradicional del papel que debían asumir las mujeres, que, sin embargo, como ya hemos anun ciado, se está resquebrajando a estas alturas pasando lentamente desde los postulados de la «maternidad biológica» de finales del siglo XIX hacia la «maternidad social» del siglo XX. La figura de la madre social supone una extensión del concepto de maternidad y sus efectos más allá de los propios hijos y esposo al resto de la sociedad, principalmente a través de las tareas de educación cívica y moral que serán canalizadas mediante la religión y la beneficencia. La inexorable ruptura del modelo clásico de las dos esferas —la esfera de lo público para los hombres, la esfera de lo privado para las mujeres— encontraría no obstante muchas resistencias por parte de los sectores tradicionalistas que tratan de abogar por el carácter natural de esta dualidad de espacios. La coyuntura política planteaba un dilema: desaprovechar la potencial idad política del voto femenino, pero respetar la rígida estructura social que era parte misma de la esencia de su pensamiento o movilizar al electorado femenino con el fin de obtener la victoria política aun en contra de sus convicciones acerca ámbito de actuación propio para las mujeres. La resolución de esta disyuntiva pasaba por apelar al carácter pasajero y circunstan cial del sufragio femenino debido a la extrema necesidad de defender los valores tradicionales, abogando por retirar de esta participación política puntual a las mujeres cuando en un futuro se haya producido la reparación de la sociedad para ser devueltas a su espacio natural que no es otro que el hogar: (...) no sintáis demasiado apego a vuestras recién conquistadas posiciones democráti cas. Ya se os dijo desde el principio, en esta Revista, que estuvierais en esas posiciones con cierto despego de ironia y provisionalidad. Que había de ir a las oficinas y a los ficheros y a las urnas como una triste necesidad; pero nada más... Si en España se despierta, al fin, el gran movimiento nacional salvador, que todos esperamos, vuestra misión se hará mucho más humana y más bella.4 Así pues, la primera paradoja es la elección de las armas con las que combatir: opinión pública y sufragio femenino. Aunque Ellas, semanario de las mujeres españolas no es la primera ni la única de las muchas publicaciones conservadoras que se publicaron durante la Segunda República española —ABC, El Debate, El Siglo Futuro o La Época entre otros—, si es un perfecto ejemplo de las mismas e ilustra perfectamente la conexión forzosa entre el tradicionalismo es pañol y la sociedad de masas que está surgiendo a principios de siglo, de la que, por otra parte, se alimentarán los fascismos europeos. 3Pradera, 4Pemán, J.

V. “Feminidad II”, en Ellas, semanario de las mujeres españolas, 9 (19-VI-1932), p.1. Ma. “Ante un movimiento nacional”, en Ellas, semanario de las mujeres españolas, 42 (12-IV-1931), p. 1.

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3. ELLAS, VOTANTES CONTRA LA DEMOCRACIA: MOD ELOS DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA FEMENINA CONSER VADORA La marginación femenina de la esfera de lo público estuvo basada en la concepción in movilista de su rol y espacio «natural» que compartía de forma general la sociedad española sin estar ceñida en exclusiva a los grupos tradicionalistas. Las mujeres eran tratadas en su con junto casi como un cuerpo social diferenciado con necesidades, expectativas y características diferentes en razón meramente de su sexo aun cuando compartieran la misma causa que sus congéneres masculinos (NASH, 1999: 49) y como tal se les atribuían ciertas características y se les aplicaban ciertas exclusiones. En el caso que nos ocupa se ha dicho que las mujeres sufrían un tipo de exclusión social particular e «irredimible» (AGUADO, 2005a: 14) puesto que a diferencia de lo que ocurría con otros tipos de exclusiones aplicados a otros grupos sociales tras el triunfo de las revoluciones burguesas, la exclusión femenina no será eliminable en función del mérito. Para entenderlo más claramente, podemos poner el ejemplo de la marginación social en función de la clase. Mientras que pertenecer a los estratos bajos de la sociedad incapacitaba para ejercer ciertos puestos de representación y participación política existía al mismo tiempo la conciencia —al menos en el plano teórico— de que esta era una barrera superable y de que el ascenso social era posible en función del propio esfuerzo a través del enriquecimiento individual. Sin embargo, si se nace siendo mujer como tal habrá de ejercerse el papel hasta el día de la muerte sin que exista manera de cambiarlo, puesto que el rol social es en este caso esencializado. Además, sigu iendo en la línea de su consideración especial como grupo social diferenciado debemos señalar que no solo es compatible con su identificación con otros grupos, sino que su doble condición hace también que se les apliquen unas características determinadas y distintas en las que merece la pena pararse a reflexionar —siguiendo con el ejemplo de la clase social, no será lo mismo ser mujer y proletaria que mujer y burguesa (CAPEL, 1992: 95)—. El modelo de participación política femenina propuesto por los ideólogos de las derechas que participaron en la redacción de la revista que es nuestro objeto de estudio era un modelo con un marcado componente elitista y clasista ya que se dirigía a las mujeres de las capas altas y acomodadas de las sociedad que pudieran permitirse el lujo de dedicarse de manera exclusiva al cuidado del hogar sin contribuir con su trabajo a la economía familiar, excluyendo, por tanto, a las mujeres pertenecientes a la clase obrera (ARCE PINEDO, 2005: 252). Además, la elección del público al que la revista iba dirigida encerraba la ventaja de que el posicionamiento social de las mujeres de clase alta las hacia una fuente valiosa de capital humano en tanto que se encontraban bien posicionadas en las redes sociales y clientelares (RODRÍGUEZ LÓPEZ, 2010: 238). Pero volviendo al tema de su tradicional exclusión, hemos de añadir también que esta pivotaba en la consideración de la nat ural incapacidad intelectual de las mujeres para la realización de tareas políticas por cuento que su estado de naturaleza no podía ser otro que una perpetua minoría de edad dependiente de la tutela masculina. Para tratar encontrar una justificación que les apoyase, además de la tradición, interpretaron las tesis médicas —obra de prestigiosos doctores como Gregorio Marañón o Novoa Santos— que pretendieron ser la base científica de la biologización del pensamiento social que tiene lugar en la época. Con todo ello, obligados a superar esta exclusión política femenina tras la aprobación de la Constitución española de 1931, pero sin poder romper definitivamente con ella en tanto que el discurso de la dualidad de esferas se encuentra en las raíces mismas de su ideología, los redactores de Ellas toman la aristotélica decisión de optar por el punto medio: promover la participación femenina siempre que esta fuera de la manera menos política posible, y, por tanto, menos «dañina» para su feminidad. Así, la primera regla de oro inquebrantable de la misma será la primacía de su dedicación al hogar en caso de conflicto entre sus deberes familiares y políticos. Aunque todos ponen de su parte en esta empresa, es imprescindible destacar a Pilar Velasco Aranaz y su serie sobre el asociacionismo femenino y el Marqués de Lozoya y sus artículos sobre las virtudes de las que dispone la mujer y que pueden facilitar su tarea política5. Llevando por bandera esta premisa, se intentará evitar la participación formal en los partidos Aranaz, P. “Cómo se organiza una agrupación política femenina”, en Ellas semanario de las mujeres españolas, 7 (10-VII-1932), p.4.; 8 (17-VII-1932), p. 4 y 9 (24-VII-1932), p. 6. y Marqués de Lozoya. “La mujer y la política”, en Ellas, semanario de las mujeres, 2 (05-VI-1932), p. 8, 11 (07-VIII-1932), pp. 1- y 12. (14-VII-1932), p. 10.

5Velasco

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Esther Collado Fernández por parte de las mujeres potenciando como alternativa de participación secundaria la constitu ción de asociaciones más relacionadas con la asistencia social o la beneficencia siguiendo las pautas de aquellas ya constituidas a lo largo del siglo XIX y principios del siglo XX y creando redes de unión y coordinación entre ellas como la desarrollada por Acción Católica de la Mujer. Gran parte de estas asociaciones, tanto anteriores como posteriores a 1931, serán entendidas más como lugares de sociabilidad y encuentro desde los que llevar a cabo acciones solidarias o cultur ales que como verdaderos centros de organización política desde los que ejercer la ciudadanía, queriéndose ver en estas un ejercicio de prolongación del espacio privado femenino más que una verdadera salida al espacio público masculino, y, por tanto, un espacio de actuación más fácilmente aceptable (BLASCO, 2003: 75). Sin embargo, entendiendo que este modelo no es suficiente en sí mismo se propone que el comportamiento democrático femenino, allá cuando se plantee ser incorporado dentro del sistema de partidos, debe ser inscrito en los mimbres de las formaciones ya existentes, sin tener capacidad para crear otras propias e independientes que pudieran ajustarse más a sus intereses puesto que, si bien se las considera parte social diferen ciada, como ya avanzábamos, se da por hecho que los objetivos y el ideario son compartidos —por supuesto, siempre el de derechas—. El partido es por tanto el mismo para hombres y mujeres, pero su participación no se entiende en clave de igualdad sino supeditada a los medios masculinos. Con este objetivo se formarán secciones femeninas específicas dentro de los mis mos para impedir que se puedan «borrar las esenciales diferencias de ambas psicologías6, por lo que obligatoriamente deben ejercer sus actividades desde dentro, pero de manera diferenciada y subordinada. Una vez las mujeres quedan organizadas dentro de los partidos en secciones específicas, se entiende también que su papel debe ajustarse a lo que era entendido como naturaleza fe menina, es decir, a su carácter sentimental, pasional, abnegado, servicial y vigilante respecto de los asuntos familiares. De este modo, aunque poco pueden hacer en el ámbito legislativo —puesto que éstas escapan de lo que son sus capacidades innatas para internarse en el entorno de lo racional—, sus intervenciones debe estar centradas en la defensa de los valores y costum bres tradicionales, encaminadas preferentemente hacia la observación y cuidado de la infancia, la moralidad, la pobreza y la religión puesto que estas actividades se entienden como más cer canas al espiritualismo y el sentimentalismo, caracteres más propios de su ser si atendemos al prejuicio social existente de que las mujeres son incapaces de llevar a cabo procesos racionales al mismo nivel que los hombres con el agravante de su falta de preparación e inexperiencia en la labor política. Para el año inmediatamente anterior al de la proclamación de la República, 1930 solamente el 66,8% de los ciudadanos estaban alfabetizados, porcentaje que se reduce cuando hablamos de la población femenina hasta un 59,4%, evidenciando una distancia de 15,3 puntos entre ellas y los hombres cuyas tasas del 74,7% superarían la media. (FERNÁNDEZ, 1997: 209). Clarificadoras al respecto son las palabras del que será líder de Renovación Española, Antonio Goicoechea: «[La mujer] llamada hoy a desempeñar un papel preponderante en la vida social, en su mano está hacerlo glorioso; si carece de la preparación intelectual de algunos hombres, tiene en su finura de sentimientos, como el ciego en su tacto, un guía que no le permitirá errar»7. Su máximo valor para el proyecto está en su amor y humanidad, a partir de los cuales derivan los demás como el cariño, la bondad, la ternura, el sentido práctico y la delicadeza. Valores que remiten a lo natural, frente a lo artificial del sucio y alejado mundo de la burocracia y la política, presentando el problema de tener que ser encauzados bajo la dirección del raciocinio masculino. Así, aunque se permita su participación en organizaciones, partidos, sindicatos y cargos públi cos estos siguieron dominados y compuestos mayoritariamente por hombres, mientras que el rol femenino seguía sujeto jerárquicamente a los mismos (AGUADO, 2005b). Precisamente por su vocación natural hacia lo pasional se entiende que la labor política fe menina debe ser enfocada hacia la propaganda como generadoras de opinión pública en tanto que las mujeres serán capaces de provocar la empatía de las masas de una manera más sencilla y efectiva que los hombres al apelar a sus emociones «pues no son las ideas las que mueven a los pueblos sino los sentimientos» 8, sin que esto suponga un menoscabo de las propias in de Lozoya. “La mujer y ..., 2 (05-VI-1932), p. 8 “Agrupación de señoras de «Renovación Española»”, en Ellas, semanario de las mujeres españolas, 50 (07-V1933), p. 8. 8Velasco Aranaz, P. “¿Cree usted eficaz para la propaganda política la oratoria femenina?”, en Ellas, semanario de las

6Marqués 7Frías, C.

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Ellas, votantes contra la democracia: modelos de participación política femenina desde la ultraderecha española en la segunda república tervenciones públicas masculinas que seguirán llevándose a cabo de forma predominante. La diferencia estriba, una vez más, en el modo específico en el que cada uno de los géneros debe en frentarse a esta tarea. Para que adquiera toda su efectividad, la labor propagandística femenina debe huir del mitin, la conferencia y las multitudes para centrarse en una actividad mucho más cercana, personal y pedagógica, con una menor exposición pública y en un ámbito más privado, materializándose incluso en visitas a domicilio y con un marcado carácter pedagógico. Aunque todavía sin pleno acceso a todos los espacios, como hemos visto, lo cierto es que la labor propagandística femenina era entendida como la más importante que podían desarrollar las mujeres en tanto en cuanto era casi el único terreno en el que podían acreditar experiencia. Como madres, en sus manos había estado siempre la responsabilidad de educar a sus hijos, no en el plano académico, sino principalmente en el plano espiritual, como guía moral y vale doras de los principios de la religión y la Iglesia, participando desde esta parcela concreta en la elaboración del molde del que saldrán los futuros ciudadanos. Se trataría pues de un salto sencillo hacia lo público puesto que solamente sería cuestión de extender esta maternidad «pri vada» hacia el resto de la sociedad, pero sin renunciar a esta, de hecho, sin tan siquiera alterar su carácter dado que el discurso que deben llevar a cabo sigue siendo el mismo. Las mujeres de derechas mezclarán desde la tribuna sus ideas políticas con símbolos y caracteres religiosos provocando una verdadero amalgama que acabará por difuminar los límites entre ambas cues tiones haciendo que quizá fuera más correcto hablar de apostolado que de labor propagandística tal y como la conocemos (MORAL RONCAL, 2011). De este modo, el llamamiento a su partic ipación será entendido como toda una suerte de cruzada en defensa de las costumbres y la fe estando el mismo intrínsecamente relacionado con los procesos de secularización que habrían llevado a una feminización de las prácticas religiosas en todo Occidente desde principios del s. XX desde la que se entendía que los asuntos relacionados con la asistencia regular al oficios, la beneficencia y la actitud practicante eran actividades más propias de las mujeres que los hom bres (SALOMÓN CHÉLIZ, 2003: 12) lo que se tradujo políticamente por «la exclusión de las mujeres de los proyecto liberales», como ha afirmado la investigadora Nerea Aresti, en tanto que se entendía que su posicionamiento religioso las enfrentaba a las vías del progreso, y, por tanto, naturalmente vinculadas a los proyectos tradicionalistas (ARESTI, 2015:9). Así, a pesar de la novedad que suponía el planteamiento y la aceptación de una medida claramente progresista como es el sufragio femenino, los parámetros bajo los que se promueve la participación política de las mujeres desde la óptica de la derecha conservadora bebieron de su ideario más tradicional y rancio que solamente fue alterado en la medida en la que hiciese factible la adaptación de la mentalidad a la herramienta. Primando por encima de las demás concepciones, se apela a su doble condición de católicas y madres, y se las separa en un espacio diferenciado de acción, argumentándose en torno a su responsabilidad para la protección de la familia y la fe como último recurso de la patria que está siendo destruida por los partidarios de la República al desposeer a España de sus más profundos valores: Estamos en el polo opuesto de todas esas palabras frías y grises con que, hasta ayer, se nos anunciaba la era positivista: laicismo, escepticismo, racionalismo. Nada hay ya racionalista ni laico. Todo es religioso: divino o satánicamente religioso. Ninguno de los estímulos utilitarios y prácticos que pueden formar el repertorio mental de una generación positivista pueden explicar suficientemente el lujo antirreligioso de la actual política. Hay que acudir, para explicárselo, a elementos más profundos espiritualistas y hasta sobrenaturales. Porque esto no es la lucha de clases. Esto es más bien, otra vez, la guerra elemental de las dos potencias sobrenaturales del Mal y del Bien.9 Quizá teniendo en cuenta esta óptica sea más fácil de entender por qué la actuación de las mujeres conservadoras de derechas en política se traducirá principalmente en una fuerte con testación social ante las medidas republicanas laicistas que se convirtieron en uno de los temas más candentes para el naciente sistema político de la Segunda República. Cuestiones como la laicidad del Estado, el control de la enseñanza, el divorcio o la disolución de las órdenes reli giosas desataron pasiones incluso mucho tiempo después de la redacción final de la Constitución mujeres españolas, 5 (26-VI-1932) p. 8-9. J. Ma. “Momentos espiritualistas”, en Ellas, semanario de las mujeres españolas, 16 (11-IX-1932), p. 2.

9Pemán,

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Esther Collado Fernández de 1931, siendo la expresión más clara del fuerte enfrentamiento entre aquellos que defendían la necesaria permanencia de los privilegios de los que hasta entonces había disfrutado la Iglesia católica en nuestro país, y aquellos que abogaban por la abolición de éstos como condición sine qua non para lograr la modernización social. Las derechas ultracatólicas, que desde principios de siglo ya habían comprometido su movilización con la defensa de la fe (GUTIÉREZ LLORET, 2008) enardecieron su discurso contra el régimen republicano al que acusaban de atacar al catoli cismo y a la existencia misma de la Iglesia. Este combate ideológico y político era especialmente importante para las mujeres porque se entendía que la secularización atacaba directamente a su naturaleza católica y su labor como guardianas de las doctrinas espirituales (BLASCO, 2003: 205), por lo que fueron llamadas a la movilización con medidas como la desobediencia civil y el boicot a las nuevas escuelas creadas para sustituir a las que habían existido de las órdenes religiosas al que podrían contribuir con medidas tan sencillas como negarse a llevar a sus hijos, y haciendo del problema religioso el motivo primordial de su participación: (...) muchos de estos derechos habían sido concedidos a la mujer por el general Primo de Rivera, y, sin embargo, ni la obtención del voto, ni la facultad de ocupar cargos públicos, habían sido estímulos bastantes a hacer vibrar el alma femenina con la intensidad con que vibra ahora. ¿Cómo se explica esto? Sin duda, porque ahora existen otros móviles, otras causas, que interesan más a la mujer española, que la obtención de sus propios derechos; nos referimos al problema religioso. Efectivamente, el ensañamiento y sectarismo con que ha procedido el Gobierno en este problema es lo que ha sublevado a la mujer española y la ha empujado a las actividades políticas.10 Sin embargo, la conjunción de la política y la fe no era terreno exclusivo de la participación fe menina, si bien es cierto que, como hemos tratado de remarcar, tenía entre ellas especial predica mento. La cultura política de la que bebió la extrema derecha española en su conformación es taba enteramente impregnada de las ideologías reaccionarias anteriores a ella que hicieron valer su fuerte impronta nacionalista, católica y conservadora y que contaban con una larga trayectoria política particular —como será el caso del carlismo— lo que perfilará de un modo peculiar su particular tránsito hacia la facistización, diferenciándolo, precisamente por estas características, del camino emprendido en otros lugares de Europa (RUIZ CARNICER, 2015: 351-352).

4. MODERNIDAD Y TRADICIÓN: EL DIÁLOGO OBLIGADO En resumen, la nueva cultura política que proponía la aparición en escena de la Segunda República española ineludiblemente acompañada de la mitología relativa al progreso y la igual dad social que fue generada en torno a ella propició nuevas formas de entender la sociedad y, como parte de la misma, una nueva identidad femenina. De esta renovación participaron incluso aquellos grupos políticos de la derecha y ultraderecha que se resistían a abrazar el sistema re publicano y que si aceptaron participar en él fue en gran medida pensando en la posibilidad de aprovecharse del mismo y sus herramientas para frenar las reformas y lograr una mayoría social que les apoyase en su objetivo de derribar la República. Así grupos como la CEDA, Falange Española, Renovación Española, Comunión Tradicionalista o Acción Católica, a los que están cuando no formalmente adheridos, si al menos cercanos la mayor parte de los firmantes de Ellas, revista que es aquí el ejemplo del discurso que enmarca esta estudiada estrategia política. El enfoque en el que hemos decidido centrar nuestro trabajo se enmarca en la respuesta que estos grupos manifiestamente antiliberales dieron a una de las medidas a la que pudieran parecer más abiertamente contrarios en un primer acercamiento como es el sufragio femenino en la medida en la que este implicaba la aceptación de la salida de las mujeres de los hogares para lanzarse al escenario político. Lo expuesto en estas páginas demuestra que muy lejos de quedarse rezagados en el devenir de la modernidad, lastrados por la nostalgia de un pasado Balbás, L. “Ciudadanía femenina en la hora presente”, en Ellas, semanario de las mujeres españolas, 11 (7-VIII-1932), p. 2.

10Gutiérrez

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Ellas, votantes contra la democracia: modelos de participación política femenina desde la ultraderecha española en la segunda república mejor, supieron aprehender la misma para redefinirla acordemente a su discurso, circunstancia que queda resaltada todavía más si cabe por el hecho de que sus homólogos de la izquierda progresista, que siguiendo un desarrollo lógico debían haber sido los principales valedores del sufragio femenino, miraban con recelo y cautela a las potenciales electoras, llegando a proponer el retraso de su participación —como fue el caso de Victoria Kent— por no considerarlas intelec tualmente preparadas lo que provocó que su enfoque hacia el espectro femenino fuera mucho más difuso y paternalista. La derecha radical española, constituye un ejemplo de esta simbiosis entre modernidad y tradicionalismo, que seguirá así los caminos marcados por los fascismos eu ropeos, especialmente por el régimen de Mussolini, que alcanzaron el poder valiéndose de este binomio gracias a su gran capacidad de atracción de masas (RUIZ CARNICER, 2015: 346-347). Ellas, semanario de las mujeres españolas fue uno de los altavoces desde el cual estos grupos reac cionarios difundieron su proyecto y replantearon el modelo de feminidad existente tradicional para encajarlo en esta nueva vertiente sin perder su esencia conservadora puesto que en ella se sustentaba gran parte de su concepción social, cuadratura del círculo que no pueden entenderse meramente como una reacción táctica coyuntural sino como parte del desarrollo de la sociedad puesto que desde principios de siglo se estaba produciendo la aparición, minoritaria pero visible de unos nuevos modelos de mujeres que defendían la liberación del propio cuerpo transgredi endo las normas sociales, especialmente en lo referido a las relaciones amorosas y sexuales al margen de los cánones establecidos, y también los dictámenes de la moda con faldas y cabellos más cortos o incluso vistiendo directamente ropa reservada al hombre. Mujeres, además, nor malmente asociadas al ámbito cultural o creativo, con cierto nivel de estudios que renuncian al pudor asociado a lo femenino y por ello serán gravemente desprestigiadas, y, a modo de burla, aunque luego lo adoptarán como nombre propio, serán llamadas «garçonne» y «flapper». Bien es cierto que estos modelos emergentes no son aceptados por las formaciones conservadoras, monárquicas y antiliberales de las que tratamos — que más bien las observarán con repulsa—, pero que creemos caben ser resaltados en tanto que son muestra de un diálogo entre la sociedad y estos grupos tradicionalistas a pesar de sus resistencias. El inmovilismo que predicaban no era ni mucho menos tan férreo como ha quedado dibujado en el imaginario colectivo, ni en la prác tica ni en el discurso, puesto que, si bien no abandonarán nunca su conservadurismo, se puede apreciar en él ciertas adaptaciones a los cambios sociales de los años treinta. Sobre esta apertura no pretendida del modelo tradicional de feminidad es más expresivo, si cabe, el mero hecho de la existencia de estas organizaciones y asociaciones femeninas puesto que, aunque predican un modelo de mujer tradicional y recluida en el hogar, en la práctica, sus mismas militantes eran las primeras al incumplirlo al salir al espacio público para predicar sus ideales y ejercer como grupos de presión política (BLASCO, 2003: 208). Para la derecha conservadora, la amenaza republicana sobre los valores tradicionales hará las veces de casus belli justificador para poder llevar a cabo la ruptura del modelo de división sexual social que nunca dejaría de defender el conservadurismo español. El sufragio femenino se entiende como un instrumento excepcional que ha sido otorgado — que no conquistado, reforzando la idea de las mujeres como sujeto social pasivo y subordinado: «[El voto] no ha sido una conquista de la mujer, sino un regalo del Estado. Una vez más, la mujer española ha sido fiel a su feminidad. Porque el papel de la mujer no es el papel activo de conquistar, sino el pasivo de ser conquistada.»11—. La fuerte impronta que el catolicismo tenía en el pensamiento conservador hará que la actividad femenina sea entendida y definida en términos de «sacrificio» no lo solamente por el esfuerzo que se les presuponía al abandonar su espacio natural y las contradicciones que eso ocasionaba a su feminidad sino también ligándolas al imaginario del martirio y haciendo de aquellas santas que defendieron su virtud, moralidad y religiosidad por encima de toda consecuencia los referentes a seguir. En este sentido, Ellas, presenta en cada número una sección titulada Mujeres de ayer, en la que presenta casos históricos o religiosos de mujeres que lo sacrificaron todo por la caridad o la fe y, que, de forma normal, estaban ligadas a la nobleza o a la realeza —lo que tampoco es casual—. Entre ellas se presentan los casos de la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V; la princesa Juana; María de Inglaterra, «la Católica»; Teresa Enriquez, «la Loca del Sacramento»; la reverenda madre Mariana Allsopp; Carmen Sojo de Anguera o Santa Teresa de Jesús 11Pemán,

J. Ma. “Votos e ideas”, en Ellas, semanario de las mujeres españolas, 1 (29-V-1932), p. 6.

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Esther Collado Fernández Tras las elecciones de noviembre de 1933 y la victoria del bloque de derechas que había sido conformado bajo el nombre de Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), el se manario Ellas, considerará cumplida su misión, sobrestimando la influencia del voto femenino al considerarlo determinante en esta victoria de los grupos más contrarios al sistema de reformas —a pesar de que esta no fuera la causa principal (CASANOVA y VILLARES, 2007: 110-111)— , por lo que abandonará en gran medida su labor de pedagogía femenina al mismo tiempo que tenderá progresivamente al endurecimiento y radicalización de su lenguaje dedicando sus páginas a otras cuestiones de carácter más general como el fallido golpe de estado del general Sanjurjo y sus consecuencias para los participantes, la censura periodística de ciertos diarios de derechas, la crítica al Estatuto catalán y la revolución de octubre de 1934. A pesar de este acusado cambio en la temática general, no podemos interpretarlo como un abandono total de la movilización femenina, máxime cuando, desde su óptica, había demostrado todo su poten cial electoral, sino como un aletargamiento en sus funciones políticas inmediatas Para ello se hicieron llamamientos específicos de vuelta al orden y al espacio del hogar intentando canalizar el proceso a través de la desaparición paulatina de las publicaciones dedicadas exclusivamente a las mujeres a partir de 1934 —Ellas desaparecerá en 1935, pero desde abril del año anterior dedicará sus editoriales a reafirmar la feminidad tradicional— y de la reconducción de los espacios asociativos a la acción social como ocurrirá dentro de la CEDA (BLASCO, 2003; 244-248). Sin embargo, una vez abierta la posibilidad de participación, no fue tan fácil volver a cerrarla pudiendo observarse la continuación de la presencia femenina dentro de los partidos, aunque no tuvieran gran poder de acción, e incluso abriéndose nuevas secciones como la Sección Femenina de Falange que fue fundada en 1934 (RODRÍGUEZ LÓPEZ, 2010: 240). Al mismo tiempo, se intentó que esta vuelta a los puestos de la retaguardia fuera todo lo vigilante posible, manteniéndolas informadas de los acontecimientos del país para poder volver a sus puestos de combate en caso de necesidad —después de todo, aunque con un enfoque más generalista, Ellas, nunca dejó de ser una revista dirigida al público femenino—. A fin de cuentas, Dios, la familia y la patria estaba en serio peligro y ante este inmenso riesgo ninguna arma era despreciable.

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