Elementos para entender la crisis económica

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Descripción

Elementos para reflexionar sobre la crisis y poder superarla 2008

Un análisis económico desde el sentido común


El presente texto ha sido de circulación interna.
Fue redactado para una conferencia de Jorge Ocejo Moreno,
como presidente de la Comisión de Fomento Económico del Senado.
La investigación y la redacción básica es de Mario Rechy y la Asesoría
de la
Comisión de Fomento Económico del Senado
Nov. de 2008.

"…desafío a cualquiera a negar que todo el curso
de los hechos hubiera sido diferente y que todos
los fenómenos de crisis-neurosis que fueron
factores tan potentes al moldear la historia
consiguiente pudieran haber sido evitados si no
hubieran habido epidemias bancarias, si la
situación hipotecaria hubiera sido normal y si la
manía especulativa se hubiera mantenido dentro de
límites (incluyendo los fenómenos que toman parte
en la manía especulativa, también la práctica de
vivir sobre beneficios especulativos no
realizados)…" Joseph Schumpeter
(El enfoque histórico en el análisis de los
ciclos económicos, en Ensayos, ¡1949!)


Vivimos un mundo convulso, en el que están ocurriendo cambios
profundos.

El último trimestre de 2008 ha sido de grandes cambios. En Estados
Unidos se agotó el régimen Bushista que duró muchos años. Muchos para
los daños que causó al mundo. En México se anunciaron medidas de
garantía para alentar los créditos a la actividad productiva. Sin
embargo los cambios más comentados han sido aquellos que nos hablan
sobre el fin de una era, el agotamiento de un sistema y la pérdida de
brújula de las economías.

Las bolsas han caído como no lo hacían en un siglo. Y las pérdidas han
sido cuantiosas. Tan cuantiosas que se estima que no alcanzará el
presupuesto de los países involucrados para cubrir el déficit. Aun
así, existen economistas que siguen planteando que la teoría económica
sigue incólume y que lo que han fallado son algunos detalles. Ese
parece ser incluso el consenso del Grupo de los veinte, que reiteró
que por sobre todas las cosas se debe mantener el libre comercio y las
economías abiertas.

Hay dos signos, sin embargo, que debemos notar en este panorama: la
única moneda que pese a todo sigue siendo referencia es el dólar. Y
segundo, todo mundo parece perder, menos Estados Unidos, que parece
refrendar su hegemonía. Estos dos hechos nos mueven a reflexión y a
repaso.

Y nos mueven a reflexión, porque por encima de las palabras
tranquilizadoras, los hechos han repercutido en nuestro país. Primero
porque las empresas mexicanas que cotizaban en las bolsas foráneas han
perdido. Y no han perdido poco. El quebranto ascenderá a miles de
millones.

Y entonces viene al caso preguntarnos si tenía sentido que los
capitales mexicanos se hubieran ido a invertir en otra parte. O si las
oportunidades de negocio que ofrece nuestro país no eran bastantes.

Tiene sentido porque México necesita de sus capitales, de sus
empresarios y de sus trabajadores. Y ambos habían estado emigrando en
busca de oportunidades, como si aquí no pudieran configurarse
condiciones para fundar nuevas empresas, generando empleos y
obteniendo ganancias. Y porque lo menos que tenemos que reconocer es
que, al menos en los Estados Unidos, esa oportunidad de inversión y de
trabajo está declinando.

Algo había ofrecido el exterior que no ha podido configurarse de la
misma manera en nuestro país. Y vale la pena analizarlo.

Pero las noticias de las quiebras en el sistema financiero
internacional, y particularmente en el mercado financiero de Estados
Unidos, han llegado junto con otras noticias. Se ha dicho, por
ejemplo, que el precio del petróleo sigue cayendo. Y eso cuando las
monedas se devalúan y cuando los problemas internacionales parecen
convertir al petróleo en algo relativamente más escaso. Todo contra
sentido común. Aunque lo que en este caso golpea más a la razón es que
si el precio baja los responsables del petróleo en México se empeñen
en vender más. Se ha dicho en fin, que la actividad económica en
México declinó, y que la expectativa es que el crecimiento sea menor
que el aumento de la población, con su consecuente empobrecimiento
general.

Y nos preguntamos entonces. ¿Por qué tiene que declinar la actividad
económica? Si fuera del país no hay ya negocio ¿por qué aquí no se
reactivan los negocios? Y pareciera como si la respuesta nos llevara
de la mano a otras interrogantes. Por ejemplo: por qué si el país
había estado creciendo, en consecuencia la pobreza no ha disminuido. O
si el estado viene destinando crecientes recursos al gasto social no
puede abatirse el desempleo. Y todo esto termina por llevarnos a
repasar las cosas desde un ángulo que abandona la economía, los
referentes de las variables macroeconómicas y nos trae de golpe al
sentido común.

Descripción de los hechos y antecedentes de la crisis.

No me propongo una exposición teórica, sino la descripción de hechos y
la presentación de contrastes.

Hace muchos años, después de lo que en México llamamos un informe
presidencial, leí en un diario una jocosa caricatura que se
replanteaba las cuentas presentadas por el ejecutivo en su descripción
del gasto y la inversión pública. Lo que llamaba la atención en el
argumento de la caricatura era su lapidario sentido común, que no
parecía checar con las complicadas razones de la administración. El
presidente había dicho que se habían gastado tantos y tantos millones
en el sostenimiento de la administración, y que se habían invertido
muchos más millones en diversos proyectos o actividades productivas de
las empresas estatales y la obra pública.

La caricatura no desdeñaba ninguna de estas acciones o
responsabilidades del gobierno, pero hacía sin embargo un insólito
planteamiento. Decía: "somos tantos millones de habitantes en este
país. Si se hubieran recortado el gasto y la inversión en tan sólo
cinco por ciento, y se hubiera repartido el resto, de manera
igualitaria, a cada uno de los habitantes de este país, para que cada
uno de nosotros lo utilizara de acuerdo con sus propias prioridades y
criterios, nos hubiera tocado de a más de dos millones de pesos por
persona."

El razonamiento –reitero, realizado desde el sentido común—era
impecable: ¿Si este país es capaz de producir tantos millones de pesos
al año, por qué no nos toca a todos una parte del mismo, o más
precisamente, por qué parece que cada vez le toca más a unos y menos a
otros?

Mucho tiempo después, pero hace apenas dos o tres años, encontré otra
nota curiosa en la prensa. Se decía algo así como que la economía de
México a finales de 2006 presentó un crecimiento del PIB del 2.8% (el
PIB mexicano fue de unos USD$ 840bns) Y en el mismo periódico, dos o
tres días después, se decía que las utilidades de las empresas de
Carlos Slim en ese año, principalmente las de Grupo Carso, habían
presentado un incremento del 8.5% durante el primer trimestre de 2006;
en comparación con el mismo periodo de 2005 cerrando las utilidades
netas en el 2006 con un monto de 2 mil 445.5 millones de pesos.. El
paralelo entre ambas cifras se me quedó grabado, si bien entendía que
su coincidencia no reflejaba necesariamente que se trataba de los
mismos millones, pero sí dejaba ver lo que llamamos la concentración
del ingreso que tiene lugar en nuestro país.

Meses después alguien comentó que a Slim, y a otros grupos
empresariales el SAT había derogado cantidades exorbitantes de
devolución de impuestos; y además, en el 2004 el SAT erogó más de 84
millones de pesos en publicidad; tan solo a Televisa le pagó 37.2
millones de pesos y a TV Azteca, 19.9 millones de pesos.

En el mes de julio pasado, durante el Foro de debate sobre el
petróleo, Arturo González de Aragón --titular de la Auditoría Superior
de la Federación-- confirmó lo que ya se había mencionado con
anterioridad en el sentido que durante el sexenio de Vicente Fox las
devoluciones de impuestos ascendieron a más de 600 mil millones de
pesos. Este funcionario señaló textualmente "…se detectaron 50 grandes
contribuyentes cuyos pagos individuales de ISR en 2005, deducidas las
devoluciones, fueron menores a 74 pesos, esto debido a que las
devoluciones efectuadas en el periodo 2001-2005, por 604 mil 300
millones de pesos, superaron en 216 por ciento al incremento de la
inversión privada, que fue de 279 mil 832 millones de pesos, lo que
contradice la hipótesis de que una menor tributación (como en rigor
implican las devoluciones) libera recursos a los particulares para
incrementar la inversión en capital. Por ello se genera una situación
de privilegio para unos cuantos contribuyentes que contraviene el
principio de equidad fiscal," Y hasta aquí la cita de Arturo González.
Desgraciadamente no se sabe el nombre de las empresas en virtud de que
el IFAI ha negado la difusión esta información alegando que se
encuentra protegida por el "secreto fiscal" por un periodo de doce
años. Evidentemente las empresas del Grupo Carso se encuentran en este
grupo.

Lo innegable de todo esto es que la economía ha entrado a un terreno
en donde lo sofisticado de su funcionamiento se aparta del sentido
común, hasta el punto de no resistir un análisis somero de
congruencia, ni de ofrecer un conjunto de argumentos que nos convenzan
de su pertinencia o buena operación.

Pero permítaseme destacar algunos elementos de lo que llevo relatado:
uno, se dice que la economía tiene que crecer, y cuando crece parece
beneficiar a una minoría verdaderamente minoritaria; dos, se dice que
se requieren muchos millones para cumplir con las exigencias que
plantea o demanda la marcha económica, pero cuando lo vemos desde una
perspectiva micro o personal, y nos planteamos lo que cada uno podría
realizar y alcanzar con la proporción que nos correspondería de todo
ese gasto o inversión, concluimos que sería preferible tener mayor
ingerencia en la forma como se aplicara y no dejarle todo a los que de
manera muy centralizada definen las prioridades y los destinos; tres,
se insiste en que es la inversión extranjera la palanca del
crecimiento, y sin embargo hay mexicanos que están invirtiendo en otra
parte; y cuatro, estamos pagando impuestos en una proporción muy,
pero muy desigual, independientemente de que algunos lo utilicen para
hacer crecer la economía, pues llega un momento en que tenemos que
reconocer que nos toca aportar en proporción real a nuestro ingreso y
capacidad, independientemente de que lo que ganemos lo usemos o no
para un mayor incentivo de la economía o para nuestro consumo
personal.

Pero vayamos por partes. Los economistas hoy parecen dividirse en dos
grandes corrientes. Una firmemente afianzada en unos cuantos
paradigmas, que se podrían enumerar como sigue: estamos en una
economía de mercado, y en un mercado lo importante es que éste
funcione con libertad, que todos puedan participar en él de la manera
más flexible y con las más vastas oportunidades; ahí se confrontan las
mercancías como opciones ante los consumidores demandantes, y ahí se
validan o cancelan las ofertas como satisfactores según su precio, su
calidad y su oportunidad; el estado tiene en ese marco que ofrecer la
infraestructura que permita la comunicación entre los agentes
económicos y entre los oferentes y demandantes, así como un marco
legal que de certeza de las operaciones; y un régimen fiscal que sólo
debe ser suficiente para que ese papel coadyuvante se cumpla, sin
invadir la esfera de los particulares ni el funcionamiento libre del
mercado. La idea central que tienen estos economistas es que no debe
aceptarse que un grupo de burócratas sean mejores tomando decisiones y
le tengan qué decir a la sociedad qué hacer y cómo comportarse. En
términos lógicos el planteamiento de esta corriente es claro y es
coherente.

Un economista mexicano que escribe los miércoles en el periódico La
Jornada ha resumido muy didácticamente la posición de los que
defienden la libertad de comercio y creen que existe una mano
invisible. Conviene ver en qué aterriza la teoría neoclásica cuando se
trata de mercados financieros. La explicación del articulista del
tercer día, no sólo es un resumen muy bueno, sino que incluye en el
resumen la gráfica de su debilidad. Lo transcribo: "Friedman…Lucas y
otros, desarrollaron lo que se convirtió en la teoría estándar sobre
mercados financieros. Su idea central es que los precios de los
títulos financieros y acciones tienden a su valor real. La razón es
que los agentes individuales en estos mercados tienen un incentivo
para determinar ese valor y asegurarse de no pagar más al comprarlo (o
cederlo por menos). Esa información, proveniente de millones de
agentes, es procesada en el mercado y, de ese modo, el precio de
mercado de un título se acerca más a su valor real que en el caso de
la evaluación realizada por una sola persona".

Pasemos ahora a la otra vertiente del espectro de criterios, donde
está otra posición, que no niega la existencia del mercado, pero que
no acepta que éste posea inteligencia propia ni mecanismos espontáneos
para su buena operación. En esta otra manera de pensar, tampoco se ve
a la libertad como un derecho irrestricto, que puede ejercerse
solamente dependiendo de la voluntad de cada uno, como si nadie
tuviera compromiso con los otros, y como si el comportamiento general
fuera una resultante involuntaria. Pues para esta posición la libertad
es una libertad conciente, en donde cada ciudadano debe partir de su
condición social, es decir, de su pertenencia a una comunidad, una
ciudad, una nación, un conjunto determinado, y en donde esa
pertenencia o filiación lo obligan y lo condicionan. La libertad que
esta corriente admite no impone límites a los agentes económicos, pero
tampoco exalta su proceder cuando éste obedece a un apetito personal
egoísta, sin reparar en la comunidad a la que se pertenece o, para
decirlo en forma más bien gráfica, sin las obligaciones que se colocan
una a una, frente a cada uno de sus derechos. En este marco
contrastante, el estado no es un agente distinto del de los
productores o del de los consumidores, pues no es un sujeto
desvinculado, sino un sujeto electo, con compromisos y obligaciones
ante sus electores y sostenes, con un marco jurídico de
responsabilidades y de derechos adquiridos por el que debe velar, que
debe proteger, mantener, y que no se circunscriben a la oferta de
servicios, sino que comprende también la vigilancia del pacto social y
los consensos alcanzados. De tal manera que la economía no funciona y
no podemos dejar que funcione al margen de la política. Si es que
entendemos que la política tiene algo que hacer por la democracia en
el sentido económico, y si la política tiene algo que cuidar como
contexto legal e institucional en el que descansa el edificio social.
Por ello mismo, en esta segunda posición, el estado es un
equilibrador, un sujeto obligado a mantener una distribución del
ingreso, acorde con las prioridades sociales, mediante el régimen
tributario y a partir de los criterios del gasto y la inversión
pública.

Esta segunda corriente no tiene un planteamiento circunscrito a la
economía, pues introduce juicios de valor y principios. Y añado de
paso que los de la corriente que plantea sólo libertades y pocas
reglas, piensa que la posición segunda representa un planteamiento
inadmisible porque contamina con elementos morales y representa el
peligro de que unos cuantos --que se sienten con más autoridad o
sabiduría-- restrinjan sus libertades.

Este es un asunto central, pues lo que desde el punto de vista
estrictamente teórico no admite impugnaciones, resulta muy
cuestionable desde el punto de vista de la ética y de la moral.

No dudo que algunos piensen que se nos ha solicitado exponer una
perspectiva de carácter económico, y que lo que llevamos dicho, más lo
que agregaremos enseguida, es una mezcla de razonamientos económicos
con principios y valores. Así que de entrada tengo que admitirlo. Dice
un gran pensador ruso norteamericano (Will Durant), muy leído en los
Estados Unidos, que los exitosos siempre esperan y demandan libertad,
y que los necesitados y débiles demandan igualdad y justicia. Y eso es
un hecho. Pero desde la esfera del poder no podemos plantearnos el
ejercicio de gobierno como si todo fuera una realidad fría, donde sólo
funcionan reglas de mercado, y como si la moral y la ética fueran
únicamente asunto personal o de las instituciones religiosas.

En la Coparmex, de la que he sido directivo y promotor, siempre hemos
tenido una filosofía social, que no concibe la economía como algo
ajeno a los principios, sino como una realidad que tiene presente a la
persona, con sus valores y con su identidad social. Hoy nos referimos
a la economía en sus fallas y problemas, pero no solamente en cuanto a
lo que desde una perspectiva técnica no está funcionando, sino también
--y no en menor grado--, a lo que desde una perspectiva de
responsabilidad social y ética es indispensable.

Pero volviendo al sentido común, agregaremos: El mercado supone
productores y compradores. Sin unos los otros pierden su perspectiva.
Luego entonces velar porque el mercado tenga lo que se llama solvencia
o demanda es un asunto que rebasa el interés y comedido de cada uno, y
resulta un asunto general, que el mercado como tal no garantiza. El
empresario sabe que sin demanda efectiva para sus mercancías él no
recuperará su inversión. Pero ese empresario se desentiende de si
existe o no demanda efectiva por el resto de los bienes que se
oferten, de tal manera que no se plantea el eslabonamiento entre
sectores o ramas productivas, aunque entienda que si en una rama
decaen las ventas podrían verse afectados otros giros de producción. Y
todavía un asunto adicional; el empresario ha estudiado seguramente su
mercado o sus mercados y sabe hasta cuánto puede incrementar su oferta
teniendo segura, o más o menos segura, su venta, según el precio que
ofrece, según la calidad que sus bienes tienen, pero sobre todo, según
la demanda efectiva que ha identificado en el o los segmentos de
mercado que investigó y hasta donde él puede llegar.

No se aventurará este supuesto empresario a producir más de lo que su
estudio de mercado y su esfera de publicidad le recomienden, a riesgo
de producir sin certeza de ventas.

Este fenómeno puede conducir, como de hecho está conduciendo, a que
una vez alcanzado un nivel determinado de la producción, nuestro
empresario no haga crecer la escala o dimensión de sus operaciones. Si
produjeran más entraría en un terreno de riesgo, y arriesgaría su
patrimonio y la estabilidad de su negocio, esto mismo le sucedería al
resto de las empresas en condiciones similares. Configurando así lo
que algunos denominan oligopolios. Es decir, la división del mercado
en una especie de cotos acordados de venta, con dimensiones
perfectamente acotadas o con volúmenes relativamente constantes de
oferta.

La caída de las utilidades movió al capital a buscar dónde colocar su
inversión.

En términos económicos, este panorama configura la vigencia de lo que
algunos economistas como Hilary Putnam[1] denominan la Ley de la
utilidad marginal decreciente. Pido disculpas por introducir en un
texto que pretende simpleza un terminajo tan fuera de lugar. Pero
viene al caso, porque lo que dice este sujeto o sujeta es que "la
utilidad derivada de cada unidad adicional consumida disminuye al
aumentar el consumo". Tratemos de explicarlo.

Si la población consume, eso significa que compra, pues en una
economía de mercado lo más se adquiere, lo menos se produce por
nosotros mismos. Y cada consumo representa para el que vendió un mayor
ingreso, o un ingreso que se va sumando. Sin embargo tenemos que
cuando el consumo aumenta, cada unidad que se añade a ese consumo no
se refleja en el ingreso del que vendió en una proporción alícuota o
igual, sino que al final de sus ventas el sujeto descubre que se
presenta una reducción neta de su ingreso total, ergo de sí, como
productor. ¿Cómo --preguntaría uno desde el sentido común-- puede ser
menor el ingreso sumado o recabado por lo vendido si a cada unidad
vendida corresponde un mismo precio, y cada unidad vendida --y
posteriormente consumida-- necesariamente debe sumar el mismo valor al
que la vende, ergo la produce?

Y es que el fenómeno de la reducción no ocurre sólo en la esfera de la
compra venta, sino también en el segmento que va entre el ingreso
inmediato anterior del productor y el momento de su destino
subsecuente. O sea en el momento en que el productor/vendedor debe
decidir a dónde destinar su ingreso en cada ciclo. Resulta que el
productor / vendedor no tiene aliciente para incrementar su
producción, y conforme amortiza su inversión y sigue obteniendo la
misma utilidad, en lugar de aventurar más en la esfera productiva, se
precipita por el consumo o por la inversión de un carácter nuevo,
distinto al de la economía de bienes físicos, tangibles, reales, y más
bien ubicada en esa esfera misteriosa o mágica en donde el dinero suda
dinero, sin pasar por esta forma terrenal de la actividad productiva
de bienes y servicios del mundo real y grosero.

Pero además existe un hecho de carácter histórico que cambia el
comportamiento del mercado. Si aceptamos que el crecimiento produce
bienestar, y si el bienestar depende en buena medida del acceso a
satisfactores, no nos costará ningún trabajo reconocer que todo
proceso económico conduce a una diversificación y aumento de
satisfactores. Si la demanda es creciente entonces el total de ventas
puede mantenerse constante, pero si la demanda crece a un ritmo menor
que la oferta no habrá más remedio que cada vendedor tenga un ingreso
menor en cada ciclo. Pues no sólo no se incrementarán sus ventas, sino
que tenderán necesariamente a reducirse. Pues una demanda
relativamente constante sólo puede significar que la compra total de
bienes se mantenga también constante, con la consecuente venta menor
de cada oferente, tanto agregado como preexistente.

Los economistas que hoy se encuentran en la cúpula de la popularidad y
conducen la marcha de las economías y las instituciones que dictan los
criterios de análisis y evaluación, no gustan de este tipo de
reflexiones. Para ellos hablar de bienestar es introducir un elemento
ético en el terreno de la ciencia, que debería permanecer "neutral".
En lugar de algo tan molesto como la Ley de la utilidad marginal
decreciente, gustan de recordarnos la Ley del óptimo de Pareto. Según
ésta, se trata de alcanzar tal distribución o disposición de los
factores económicos, que cada uno alcance el máximo posible sin
afectar a los demás. Definición o principio que se desentiende o saca
de la discusión el si el bienestar de unos perjudica o disminuye el
bienestar de otros; y en el cual simplemente se trata de no cambiar
nada sino sólo de encontrar el punto de equilibrio más conveniente
para todos.

Ese punto de equilibrio es justamente al que nos referimos como el de
un mercado oligopólico, en el que los consumidores han sido
distribuidos entre los productores o empresas, sin que se aspire a
producir más y sin que se pretenda invertir más tampoco. Los que
producen se mantienen en ese nivel, los que consumen igualmente. Sin
embargo hay algo que rompe el equilibrio, y es la utilidad. Una
utilidad que al no poder invertirse en lo mismo busca caminos. También
quedan fuera los que se incorporan a la población económicamente
activa. Y como el mercado es estanco no tendrán trabajo. Y sólo les
queda el camino de la economía informal.

He ahí, que el óptimo no considera los nuevos excedentes, o mejor
dicho, el destino de las utilidades, y el crecimiento de la
población, que de todas maneras existen u ocurren, ni la lógica de la
acumulación, que esa sí, al margen de ese óptimo imaginario, se llama
afán de lucro.

Pues sin afán de lucro o necesidad de utilidades y acumulación, no
hubiera habido comienzo. No habría habido la situación original de
inversiones para fundar los negocios existentes.

Tenemos pues una realidad que los economistas nos presentan hoy de
manera muy ideologizada, pretendiendo que todo es neutro, todo es
objetivo, todo responde a un objetivo de eficiencia, todo puede
analizarse con frialdad desde una perspectiva técnica. Pero no
colegas, en el fondo todo está preñado de intereses, y lo que
recomienda el sentido común es hablar claro, y no andarle dando
vueltas. No se trata de ocultar las utilidades. Sino de encontrar de
qué manera se emplean responsablemente.

Podemos hablar claro, sin ocultar los valores y los intereses, pues
solo desde la perspectiva religiosa resulta criticable o mal visto el
que una inversión perciba una utilidad. De hecho lo que debemos
criticar no es el afán de lucro, sino el que por obedecer a ese afán,
de una manera unilateral e irresponsable, pueda desencadenarse un
proceso que nos conduzca a todos a problemas generalizados.

Pero ya que hablamos de la legitimidad de la ganancia, redondeemos su
validez: juntar un capital para invertir es un proceso largo, muchas
veces sacrificado, que originalmente representa la suma de un esfuerzo
de generaciones. Y estoy hablando aquí del proceso generalizado, no de
los casos en los que la fortuna ha favorecido a alguien en un golpe de
suerte o de fondos mal habidos, que también los hay. Luego entonces el
primer punto que le da al capital un derecho a la utilidad es que
representa trabajo acumulado. En segundo lugar, lo que se invierte no
es solamente la suma de dinero, sino también el olfato y el saber
sobre aquello en lo que se arriesga, pues toda iniciativa no es
solamente una relación fría entre factores, sino también una relación
bien viva entre opciones, en donde el factor humano y los
imponderables de todo orden que están en la economía son asumidos como
parte de la iniciativa. Eso agrega un derecho adicional a la utilidad.
Pero todavía existe un tercer elemento, que es la buena
administración, la juiciosa proporción que el empresario establece
entre cada uno de los renglones en donde se opera el gasto, hasta
llegar al nivel de los centavos, que cuando se suman de poco en poco
pueden representar la diferencia entre el punto –ese sí de
equilibrio—entre un ejercicio con márgenes de utilidad y un ejercicio
con pérdidas. ¡Y carajo, que si no se gana un derecho a la utilidad
con semejante talento entonces de dónde! Yo no tengo ningún empacho en
defender el derecho a la utilidad del capital. Porque no cualquiera
junta el dinero, lo convierte en capital y lo administra con juicio
para que además de generar empleo y aumentar la riqueza todavía
obtenga algo por su riesgo, por su esfuerzo y por su talento.

Pero el problema no es ese, decíamos. Por encima de Pareto --que como
aristócrata que termina siendo senador del fascismo, formuló
herramientas muy a modo de quienes quieren borrar toda base para su
participación culposa en la economía-- lo que creemos es que se trata
de construir una economía de mercado que funcione, que siga generando
empleo, que permita una utilidad razonable, y que todos estemos mejor.
Y como veremos enseguida, eso no es lo que se está dando.

Para los críticos del capitalismo, la Ley de la utilidad marginal
decreciente, puede también expresarse como la Ley decreciente de la
tasa de ganancia. Que en cristiano podría expresarse como el que las
empresas hayan enfrentado una situación de cada vez menor utilidad a
pesar de mayores inversiones. O de cada vez menor utilidad a cada
unidad de capital adicional invertida. Las razones podrían enlistarse
como resultado de mercados que crecían a un ritmo menor que la
capacidad de inversión y, lo que no era ya desdeñable, al hecho
adicional de que el tiempo del consumo se aceleraba a un ritmo menor
que el crecimiento posible de la oferta. O dicho en otras palabras,
que a pesar de que muchos estaban dispuestos a consumir más, según su
ingreso, el tiempo que les requería ese consumo adicional seguía un
ritmo menor que aquél otro de una mayor oferta.

Podía cambiarse el coche cada año, pero no podía comerse más o
vestirse doble, no podían escucharse nuevos ritmos al mismo tiempo que
se asistía a todos los estrenos de cine. Podía vivirse más rápido,
pero las horas del día eran las mismas, y el límite de consumo total
estaba sujeto a los tiempos humanos, que por más que se aceleraran no
tenían el vértigo de las inversiones posibles.

Cómo explicar esto. Bueno no es una relación técnica en una realidad
estática sino un fenómeno que necesariamente se enclava en un contexto
histórico, donde los mercados cambian por circunstancias que sólo el
análisis coyuntural o específico puede revelarnos.

En la historia hemos vivido periodos de gran prosperidad y periodos de
bajas utilidades.

Así tenemos que después de la 2ª guerra mundial, la reconstrucción
requirió grandes inversiones. Estas inversiones estaban encaminadas,
en primer lugar, a reconstituir las capacidades que las economías
habían alcanzado antes de la destrucción y la matazón. De 1945 y hasta
que se consiguió restituir la planta productiva y la población fue
capaz de reproducir el nivel de ocupación anterior, la tasa de
crecimiento fue muy alta. Y naturalmente la tasa de utilidad también.
Un mercado en recuperación o extensión era en ese caso lo mismo.

Pero he ahí que una vez alcanzado ese punto, la tasa de crecimiento
experimentó un declive necesario. Y la tasa de utilidad también.

Y qué pasó con el afán de lucro. Pues que se sintió muy inconforme. Se
había acostumbrado a ganar más, y le parecía inaceptable que hubiera
tiempos de ganar más, seguidos de tiempos de ganar menos. Si existen
motores que impulsen la marcha de la historia, podemos anotar como uno
de ellos el afán de lucro. Y si ese factor no es del carácter que hoy
gustan los economistas peor para ellos. Pues creo que entre ustedes y
yo no podríamos negar que una razón poderosa y bastante objetiva de
todo lo que hacemos como empresarios, es la búsqueda de utilidades.
Una vez más, esa razón o motor, no es problema. El problema puede
venir cuando se opta por caminos que no generan riqueza.

Cuando declinaron las utilidades después de la reconstrucción de
postguerra, los capitales encontraron tres nuevos renglones de
inversión. Uno fue evidentemente el de la conquista de nuevos
mercados. El mundo había vivido varios procesos de unificación.
Unificación de la historia de occidente, unificación religiosa,
generalización de la cultura occidental, unificación de las reglas de
comercio, etc. Pero seguían existiendo economías que se abastecían
básicamente a sí mismas con muchos bienes básicos y a veces no tan
básicos.

Desde el fin de la revolución industrial, varios países estaban
incrementando y consolidando su capacidad para producir sus propios
alimentos, para transformar sus industrias acorde con las exigencias
de sus mercados internos y próximos, y para aumentar la incorporación
de la mayor cantidad de mano de obra disponible al proceso de
producción general. El capitalismo empresarial se orientó ahora a
cambiar esa condición, a buscar la forma de que quienes producían sus
propios satisfactores les compraran a ellos a un precio menor. Y a que
en lugar de procurar un proceso endógeno de lento desarrollo, se
involucraran en el vértigo de la integración global.

Quienes buscaban oportunidades que les dieran tasas de utilidad más
altas que las de la economía real, donde se producían bienes
necesarios o que ampliaban la oferta del bienestar, encontraron
además dos renglones importantes: los centros turísticos y la
fabricación de armas.

Las armas ya venían siendo negocio. En un mundo convulsionado por la
guerra fría, en la que dos sistemas irreconciliables se disuadían
mutuamente de no atentar contra su contrario so riesgo de ser
aniquilado, los fabricantes de armas cada vez más poderosas tuvieron
su agosto.

No había negocio más redondo que vender armas para que se hicieran
guerras, ahí no permanecía nada, obligaba a la reconstrucción, y en un
momento dado hasta se podía vender a los dos sujetos confrontados, de
tal manera que ambos fueran clientes. Las unidades vacacionales, con
sus desarrollos hoteleros y su urbanización moderna, estaban
orientados o enfocados al segmento de los consumidores que se ubicaba
entre los deciles más altos. O dicho en cristiano, al grupo de los más
pudientes, mejor pagados, que precísamente por su nivel de ingreso
podrían pagar lugares más caros, ergo que producían las tasas de
utilidad más altas. Justamente aquellas que ya no daba la producción
de bienes básicos o la diversificación de la oferta del bienestar.

Pero este consumo no podía ser cubierto por tantos como lo eran los
consumidores de cereales o de ropa, y pronto se saturó el renglón de
inversiones.

Tenían los inversionistas un terreno adicional de buenas
oportunidades. Y aquí me voy a permitir contar una anécdota de los
orígenes, pero que ilustra el carácter que tiene este renglón de
oportunidades de inversión.

Hace muchos años, cuando los barcos todavía estaban impulsados por la
fuerza del viento y los remos, cada vez que zarpaba un navío de
Inglaterra en el puerto se cruzaban apuestas. Había por decirlo así,
un pizarrón donde los que creían que el barco podría llegar hasta su
destino y volver anotaban una raya, y los que consideraban que el
barco sería abordado por piratas o naufragaría en medio de las
tormentas, cruzaban otra raya. El dueño del pizarrón, por el simple
derecho de ser sede de las apuestas, y por vigilar que se saldaran
conforme al honor tales pronósticos, pedía un tanto. Algunos perdían
y otros ganaban, pero el que siempre ganaba era el dueño del pizarrón.

Ese ejemplo sirvió mucho tiempo después para que en el estado de
Illinois, en Norteamérica se inventara la bolsa de granos. Y para que
en Nueva York se inventara la bolsa de valores. Debemos, en aras de la
objetividad, mencionar que las bolsas en cuanto tales, no fueron
solamente lugares de apuesta, aunque ese fuera su origen, sino que
además dieron liquidez al mercado.

Resulta que en el caso agropecuario los productores de trigo salían al
mercado todos juntos, y al ofertar más de lo que el mercado podía
adquirir de junto, desplomaban los precios y perdían todos. Y la
bolsa, al prorratear las compras y ventas a lo largo del calendario, a
través de compras y ventas a futuro, distribuyó en el tiempo las
operaciones y al mismo tiempo que garantizó la salida de las cosechas,
dio al capital una nueva oportunidad de negocio. Para eso son las
bolsas, dicen sus defensores, para alcanzar la transparencia y
universalidad de los precios, para que sobre la base de la información
del mercado, y según reglas claras, el capital, se garanticen las
ventas. En ese contexto, la orientación del gobierno sólo complementa
con apoyos o incentivos fiscales, etc. Sin embargo, los supuestos en
los que descansa la bolsa son precisamente los que los hechos están
poniendo hoy en duda.

En el caso de la bolsa de valores, tuvo lugar un proceso comparable.
Los negocios tenían una inversión, registrada en libros, con un nivel
de operaciones y un estado de resultados que arrojaban una utilidad
determinada, pero que muchas veces no podían aprovechar de forma más
extensa porque el ritmo o revolvencia de su utilidad era menor que la
expansión del mercado o que las nuevas oportunidades complementarias.
Así que las empresas decidieron poner en el mercado parte de sus
acciones, de la tenencia de sus acciones, para fondearse con capital
de trabajo que les permitiera crecer.

Según la operación de las empresas las acciones puestas en bolsa
subían o bajaban, ofreciendo a los inversionistas una gama de
oportunidades de inversión en la cual colocar sus capitales.

Esto ya fue algo más riesgoso y que requería otro tipo de talentos,
pues en lugar de saber cómo conducir un negocio o cómo combinar el
capital en una empresa, se trataba de identificar en qué renglones de
la economía parecía haber oportunidades de crecimiento, y en qué
sujetos de ese sector parecía haber la experiencia y el antecedente
para apostar por él.

Sin embargo, el mundo ha ido acumulando mucho capital, mucho dinero,
tanto dinero que nos hace recordar esos informes millonarios de los
que hablamos en un principio; informes que no casan, no son
congruentes con lo que llega a cada ciudadano, a cada trabajador, a
cada esforzado trabajador. Y en la bolsa de granos ese abundante
capital empezó a cambiar su enfoque, su objetivo de inversión. Muchos
inversionistas no tenían interés alguno en el grano o producto, sino
simplemente le apostaban a que en el momento de su inversión los
precios estuvieran bajos, para que en el momento que los precios se
elevaran ellos vendieran, sin haber tenido que llegar jamás a la
propiedad del producto. ¡Horror! Pero ¡¿quién iba a querer el
producto?!, eso era para los humildes mortales, ellos, los
especuladores, sólo querían la diferencia entre su inversión original
y su ingreso por ventas. Y aquí hablo de una especulación estricta, en
la que se invierte con una expectativa de ganancia sin que importe la
generación de bienestar, ni a través de la producción ni financiando
ningún servicio.

En la bolsa creció la desproporción entre valor de las mercancías
efectivamente mercadas y el monto total de operaciones. Ojo. Se
compraban y vendían muchos más contratos que mercancías. ¿Cuánto más?
Pues 95% más. De ese tamaño. Había nacido la legión de los corredores,
de los managers o administradores.

Y entonces los partidarios del mercado irrestricto repitieron: "eso se
ajusta al óptimo de Pareto, todos ponemos y arriesgamos igual, la
bolsa queda tablas, los productores venden, los compradores dan
liquidez." Sólo que olvidaron que muchos ganaban sin haber producido y
sin haber tampoco comprado nada. Y no se preocuparon por inducir de
dónde venía la utilidad que conseguían.

De los misterios del mercado y la fuente única de la riqueza.

Y ahí está uno de los misterios más grandes del mercado, que desde el
punto de vista técnico resulta complejo de desentrañar, pero que
incluso desde la perspectiva del sentido común termina por
revelársenos. Es realmente una paradoja. La bolsa da liquidez,
cierto. La bolsa permite la salida de las mercancías, también cierto.
La bolsa le otorga o permite una función al capital, evidentemente.
Pero --y como decía Cantinflas--, ahí está el detalle, pues cuando son
muchos los que compran o apuestan en ella, y cuando es mucho menos lo
que realmente se merca, los que terminan pagando las utilidades de
todos los participantes son --si el sentido común todavía existe--
pues los que realmente realizan operaciones de compra venta real de
bienes. O dicho en pocas palabras: cuando algunos ganan sin comprar
ni vender nada, es que otros les están transfiriendo parte de su
utilidad.

Rastreando el mercado de café, descubrimos que éste es un bien más
bien escaso, pero que se vende en el mercado global según el precio
establecido en bolsa. Y en la bolsa descubrimos que existen
corredores, pagados por las grandes empresas procesadoras de ese
grano, que cuando los productores demandan un mejor precio,
simplemente le apuestan a un precio bajo, es decir, pagan opciones y
márgenes que hacen aparecer el mercado como pletórico de café spot y
con expectativas de enormes ofertas a futuro. Y naturalmente el precio
cae. Y los productores tienen que aceptar el precio que les ofrece la
bolsa. No importa si el café sigue efectivamente o no los canales de
comercialización de la bolsa. No tiene que pasar por Nueva York. Quien
quiera que lo compre lo pagará al precio que la bolsa les indique,
para venderlo después a un precio mucho más alto, con un "spread" que
garantice el pago de los corredores en bolsa, el pago de la cadena
comercial, un alto margen para el industrial que lo transforma y,
evidentemente, un pago por los medios que "convencen" y difunden que
el precio ha sido producto "de la oferta y la demanda".

Cuando algunos introductores de café han ido hasta mercados distantes,
y han intentado vender a un precio que pagara los costos de producción
más un margen razonable de utilidad comercial, los compradores han
pedido un precio de bolsa. Y a pesar de que la producción se ha
tecnificado y mejorado, y sin negar que se ha logrado bajar un tanto
el precio de producción, resultaba que el precio en bolsa no pagaba
los costos de reposición de la plantación, y que los productores se
estaban empobreciendo cuanto más vendieran.

Un poco en la línea de lo que hoy ocurre con nuestro petróleo.
Vendemos más y nos pagan menos. Y el bien escasea, y el dinero con el
que nos pagan baja. Y los precios siguen cayendo.

Y llegamos así a un mercado mundial en el que se nos insiste en que la
competitividad es el secreto, pero se nos deja de decir que los
precios están manipulados por una especulación que paga los bienes por
debajo de sus costos de producción, pues, como decía Gandhi, "en el
mundo existe tal abundancia de bienes que podríamos satisfacer todas
las necesidades de la población, pero esos bienes no alcanzarían nunca
para dejar ahíta la necesidad de lucro".

No es casual, ni creo que están equivocados los economistas que vienen
diciendo, desde hace mucho tiempo, que una de las reglas que los
grandes intereses pusieron en el mercado global, es que los bienes de
los países en desarrollo, o que ofertan productos primarios, deben
pagarse por debajo de su costo de reposición, para que el diferencial
de precio sea la utilidad de todos los que comercializan y procesan y
hacen llegar hasta su último destino tales bienes. Es, según estos
economistas, lo que distingue a la división internacional del trabajo
y define el fundamento verdadero de la competitividad.

Ojo, colegas, no estoy negando el que el progreso tecnológico y la
eficiente organización productiva de cada empresa, sean la base para
abatir los costos y ofrecer productos más competitivos; lo que estoy
diciendo es que no es ese el mecanismo de comercialización
generalizado o más importante, siendo el verdadero el que ocurre por
medio de la oferta y la demanda, en un mercado que está manipulado por
grandes intereses, y a través de instrumentos institucionalizados que
parecen hegemónicos, tales como las bolsas y la especulación.

De ahí se derivan muchas cosas. Se deriva, por ejemplo, la poca
consideración o cuidado en la calidad de los que son más
"competitivos". Se deriva también en la condición semi esclava en la
que algunos países ponen a producir a su población trabajadora. Se
derivan políticas tales como la de sustituir los contratos de trabajo
colectivos anuales por los contratos de flexibilidad, y las empresas
outsourcing. Pero serían temas paralelos y no voy a detenerme en
ellos.

En la bolsa de valores tuvo lugar, dijimos, un proceso semejante.
Resulta que algunas empresas que habían demostrado un desempeño
rentable, decidieron emitir certificados de inversión para financiar
sus ampliaciones o nuevos proyectos. Los que adquirían esos títulos lo
hacían por el antecedente de cada una de estas empresas, pero sin que
hubieran visto o comprobado el que tal emisión o valor tuviera como
destino efectivo las inversiones anunciadas, previstas, supuestas.

Estas empresas siguieron reportando buenos estados de resultados, y en
consecuencia las acciones emitidas, tanto las de carácter primario, es
decir, amparadas en el capital real, como las de capital adicional,
corrieron la misma suerte, es decir, elevaron su precio. Pero la bolsa
no estableció ningún mecanismo de seguimiento sobre el destino de la
emisión adicional. A la bolsa le interesaba que la oferta y la demanda
definieran el pago y valor por las acciones. Si eso dependía de la
confianza, la expectativa y no de la realidad, era otra historia.

La bolsa terminó por dar liquidez a empresas y consorcios que habían
ganado dinero, y que prometían seguir ganando, pero que cada vez
fueron menos capaces de decir cómo. Y en la situación reciente de
crisis, para entrarle ya a la cuestión, debemos recordar que desde la
guerra de Irak, los mercados aumentaron mucho su liquidez, que fue a
parar a la bolsa, lo que condujo a una elevación del precio de las
acciones a montos de valor sin precedentes, que llegó a ser hasta 20
veces su valor en libros.

En México, paralelamente, de acuerdo con los informes presentados a la
Bolsa Mexicana de Valores y que no incluyen las devoluciones de
impuestos hechas a estas empresas y bancos; se observa que 12 grandes
empresas, 6 instituciones bancarias y 3 grupos aeroportuarios, a
pesar de registrar ventas o ingresos que en conjunto ascendieron a 1
billón 600 mil millones de pesos, su pago de impuestos apenas ascendió
a 72 mil 641 millones de pesos; lo que representó apenas el 4.4% de
sus ingresos.

Quisiera en este punto hacer un breve paréntesis sobre el origen de la
riqueza. Quisiera recordar que el aumento del capital no puede
conseguirse si no es por medio de su inversión en actividades tales
que aumenten el volumen total de bienes y servicios disponibles.
Parecería baladí o perogrullo. Pero hemos llegado a un punto en que
existen personas que creen, literalmente, que el dinero suda dinero,
que la inversión en bolsa, sin que medie un proceso productivo, puede
aumentar la suma de capital.

Recordemos y tengamos como referencia de lo que se lleva dicho, que el
capitalismo o la economía de mercado, atravesó varias veces por lo que
sus críticos o adversarios llaman las crisis de sobreproducción, es
decir, por momentos en los que era tal la oferta de bienes, y tan
menor la capacidad de compra de los consumidores, que los almacenes se
quedaban repletos, y las empresas productoras no encontraban la forma
de recuperar su capital invertido. Recordemos, en fin, que muchas
cosas que ha inventado el capitalismo ha estado encaminado a superar
esos momentos.


El crédito al consumo se inventó para aminorar las crisis de
sobreproducción.

La economía de mercado moderna inventó que se le diera crédito a los
consumidores durante el periodo de contracción económica, de tal
manera que el proceso de consumo no se detuviera, y que ese crédito
simplemente fuera pagado en el siguiente periodo de recuperación. Las
tarjetas de crédito, que representan un crédito al consumo, son
precísamente la forma actual de ese crédito al consumo. Y los costos,
evidentemente, son las tasas de interés a las que prestan, y que no
las pagan ni los empresarios productores ni los bancos que financian
al comercio, ¡los pagan los consumidores!

Cuánto puede otorgarse de crédito a los consumidores debería ser
asunto del límite de la recuperación esperada. Pero en realidad se
emiten tarjetas, o se otorgan créditos, en un volumen o dimensión tal
que no toma como referencia ni la capacidad futura de pago ni las
expectativas de la economía. Hay que sacar la mercancía, punto, hay
que sacarla a como de lugar, transfiriendo los costos de esa febril
necesidad a una cadena interminable de financiadores.

Por eso tenemos, entre otras cosas, una nueva crisis de tarjetas, que
ya hoy se calcula en más de 35 mil millones. Hablo de México,
atención, de una cartera vencida este tercer trimestre del 2008, que
no parece que se vaya a recuperar, mostrando que por encima de los
rescates y los programas que cubren las pérdidas, el capitalismo libre
que tenemos no aprende, o no está en condiciones de aprender. Me
refiero evidentemente al capital ligado a la especulación, y no
evidentemente al capital productivo.

Y ahora permítanme construir un escenario hipotético que refleje lo
que pensamos que ha ocurrido en el mercado financiero hasta
conducirnos a la crisis actual:

Cuando la economía no permite grandes utilidades se presentan
tentaciones mágicas.

Supongamos que Juancho tiene un negocio de construcción, que Miguel
tiene un negocio de cemento, que Alejandro produce material eléctrico,
que Ismael y Felipe prestan capital para cualquier actividad, que
Ignacio vende seguros de todo tipo, que Isaías pone una consultora
para identificar negocios potenciales, que Antonio y Manuel ofertan
maquinas herramientas y que Domingo, Esther y María producen
alimentos. Finalmente que Esteban fabrica ropa y que Isidro ofrece
transporte.

Si Juancho construyera más casas de las que pueden habitar todos los
otros en el ejemplo terminaría por perder dinero. Sus casas tienen que
tener habitantes potenciales. Si Domingo, Esther y María ofertaran más
comida de la que cabe en los estómagos de los empleados de todos y
cada uno, terminarían por tirar el excedente. En palabras llanas,
todos tienen que buscar el equilibrio entre sus producciones y sus
consumos.

Pero eso implica un límite a sus apetencias, pues llegará un momento
en que el negocio de construcción se estanque, y tengan que pasar años
antes de que los nuevos nacimientos se reflejen en la necesidad de un
mayor número de casas. Sin embargo Juancho, Miguel y Alejandro no
están dispuestos a ver que su capital esté ocioso, y aconsejados por
Isaías le venden la idea a los demás de que si ponen capital podrán
sacar al mercado muchas casas bonitas, que podrán ser demandadas en
razón de su precio accesible y su confortabilidad y "plusvalía"
esperada.

Luego tenemos que Domingo, Esther y María, tienen alguna utilidad,
pero el nivel de las inversiones que quieren realizar en la propuesta
armada por Isaías, requiere de sumas mayores, y entonces le piden
prestado a Ismael. Juancho vende las casas a quienes todavía rentan o
están alojados en el domicilio de sus padres. Pero buscando garantizar
su pago le compra un seguro de recuperación a Ignacio. Éste, a su vez,
le vende a Felipe la deuda, para que él se encargue de recuperarla.
Felipe, urgido de convertir esos títulos en dinero constante y
sonante, convence a Antonio y Manuel de que inviertan su utilidad o
sus activos --que les están reportando menores rendimientos a causa de
la saturación de la construcción, o del menor ritmo de venta-- en una
garantía de adicional. Isaías vive su agosto, la cadena iniciada por
Juancho, le permite armar los negocios de Ignacio, a Felipe, a
Antonio, a Manuel, a Esteban, a Isidro y a Isaías. Contrata hijos,
parientes, dependientes y trabajadores que estaban ocupados en la
actividad de comida, ropa, industria eléctrica, industria cementera o
banca, en la identificación de los negocios, y en la documentación de
las nuevas actividades.

En toda esta cadena hay una parte que es real, que es la construcción
de casas, pero existe también un segmento de actividades que depende
del pago final de las casas pero que comprende mucha gente que va a
cobrar por el mismo concepto. La apuesta es que el valor incrementado
de las casas pague la utilidad de Juancho, de Felipe, de Isaías, de
Antonio, de Manuel, de Esteban, de Isidro y de los nuevos empleados de
Isaías. Como la nueva actividad de identificación de oportunidades de
inversión es de alto prestigio y estatus, cada uno de esos nuevos
empleados tiene altos salarios. Mucho más altos que los que habían
tenido Juancho, María, Alejandro y los otros involucrados en el nuevo
proceso.

Pero el valor total que alcanzan a producir entre todos es el mismo,
con el solo agregado de las casas. Y las casas no aumentan su valor en
el monto esperado. Así que la utilidad de quienes ahora se han
involucrado en la nueva empresa está en el aire.

En el caso de Domingo, María y Esther, se encuentran sujetos como
Comercial mexicana. Originalmente distribuían alimentos. Pero
inconformes con la tasa de utilidad comercial que obtenían en sus
ventas de contado, dejaron de pagar a sus proveedores y metieron sus
ingresos al nuevo negocio de armar las empresas de Isaías que
identificaba como oportunidades. Al no poder cobrar por ese concepto
ya no tuvieron capital para pagar a sus proveedores de alimentos y su
negocio real quedó también en el aire.

El que tenía el banco, Ismael o Felipe, dejaron de prestar para la
producción de alimentos, la construcción de casas o la fabricación de
máquinas y herramientas, y canalizaron sus recursos a la
identificación de los nuevos negocios de intermediación. El que vendía
seguros basado en una estadística de siniestralidad, pasó a conseguir
garantías de pago y a vender esas garantías a quienes buscaban mayores
utilidades, o garantías de una utilidad determinada. Y llegó un
momento en que muchos estaban involucrados en una cadena de apuestas
por negocios en los que la oferta real de bienes y servicios era mucho
menor que el monto de valores sumados por la cadena de inversiones,
utilidades esperadas y sostenimiento de la estructura gerencial de
financiamientos. Por decirlo de manera resumida, el conjunto estaba
cobrando más por lo que no generaba riqueza material, que por la
producción efectiva de bienes y servicios tangibles o traducibles en
bienestar.

Se había sustraído el capital de la esfera de la producción real y se
lo había trasladado a la esfera de la intermediación financiera,
esperando que todos pudieran cobrar más de lo que obtenían en sus
actividades anteriores.

Cuando resultó que las casas no subieron de precio en el monto
esperado, y cuando los compradores no pudieron pagar tampoco las
amortizaciones, a causa de la contracción o reducción de la escala de
la producción, dejó de ser posible la consolidación de cuentas. No era
un problema de liquidez, sino el resultado de una inversión en
actividades intangibles que se traducía en insolvencia.

Podemos ahora adentrarnos en ese proceso de sustracción del capital de
la esfera productiva para su empleo como derivado financiero.
Cuando María, Isaías, y los demás entraron en el terreno de los
negocios de intermediación, no compraron bienes, no compraron seguros,
no compraron cosas sino promesas o expectativas sobre las cosas. En el
mundo financiero nos dicen: "Los derivados financieros, como su nombre
indica, son productos que derivan de otros productos. Se trata de
contratos financieros destinados a cubrir los posibles riesgos que
aparecen en cualquier operación financiera, estabilizando y por lo
tanto concretando el costo financiero real de la operación. Estos
contratos generan obligación de una de las partes, de entregar o
exigir, en una fecha futura un bien. Como contraprestación la parte
beneficiaria deberá pagar el precio, en la forma y modo determinado.
El bien puede ser un activo o el fruto de este. Los activos pueden ser
acciones, commodities, índices de acciones, moneda extranjera, o
también variaciones de precios, cotizaciones, tasa de interés, tipos
de cambios, etc. Existen diversos tipos de derivados financieros,
como: forwards, contratos futuros, opciones y swaps."[2]

La especulación no genera ni riqueza ni valor, sólo concentra el
ingreso en quienes organizan y administran las finanzas.
Volviendo a nuestra referencia de las bolsas, tenemos que los
especuladores no compran el bien, ni siquiera adquieren directamente
el título que ampara su propiedad, sino que compran por ejemplo, el
derecho a comprar cuando el precio sube un segmento determinado de su
precio, o compran una posición desde la cual se adquiere el derecho de
venta cuando la fluctuación de precio (spread) es mayor a un índice
determinado. Compran, como dice la definición de los financieros,
"variaciones de precios, cotizaciones, tasas de interés…" Y todos
esperan utilidades. Y han adquirido el derecho a cobrarlas.
Lo que está en duda es si tienen un fundamento en los mecanismos de
generación del valor, de generación de riqueza real, para poder
ejercer ese derecho a la utilidad. La experiencia está poniendo en
duda esa posibilidad.
Pero atención, el papel o función que adquirió Isaías, apoyado por
Ismael y Felipe en nuestro ejemplo anterior, condujo a la aparición de
una nueva profesión u oficio que representa en el esquema un enorme
costo. Y pasando al mundo real citaremos al economista Alejandro Nadal
que dice:
"El desarrollo y expansión del sistema financiero condujo a la
aparición de la casta de los administradores del dinero, como alguna
ocasión los llamó el gran economista Hynam Minsky. Entre 1950 y 1990
los administradores de dinero vieron aumentar la fracción de acciones
del sector corporativo (no bancario) que controlaban de 8 a 60 %. Es
decir, las empresas que antes manejan directamente su intervención en
el mercado accionario, cedieron la administración de este tipo de
operaciones a administradores "profesionales". En ese mismo periodo,
los fondos de pensión aumentaron su parcela del mercado de valores de
un tímido uno por ciento a un portentoso 40 %. Su participación en el
segmento de manejo de deuda corporativa pasó de 13% a 50% en esas
cuatro décadas.
"En la década de los 90, los recursos manejados por los
administradores de dinero se incrementaron de manera prodigiosa. Los
activos de los "inversionistas institucionales" se triplicaron en esa
década…..En 2001, 52 % de los hogares tenía acciones de algún
fondo…"[3]
Regresando al ejemplo que habíamos inventado, piensen ustedes en que
ahí, la mitad terminan involucrados en las apuestas y derivados de lo
poco que todavía producen unos cuantos. Esa es la verdadera dimensión
de la crisis.
Vamos a analizar ahora, citando la perspectiva de los analistas, el
modus operandi de esta crisis, pero antes de entrar de lleno en ese
momento quiero citar una definición de derivados.
Dice la página Gestiopolis, de la Universidad de Arizona[4]:
"Finalidad de los derivados: 

Se trata de productos destinados a cubrir los posibles riesgos que
aparecen en cualquier operación financiera, estabilizando y por tanto
concretando el coste financiero real de la operación. Algo a tener muy
en cuenta es que se trata de un juego de beneficio cero. Cuando
invertimos en bolsa nos encontramos con que cuando la bolsa sube todos
ganan y cuando la bolsa baja todos pierden, en los derivados cuando yo
gano alguien pierde y a la inversa; las ganancias de un contratante
son las pérdidas de otro.
Tipos de derivados:
Futuros: 
El futuro no es más que una promesa, un compromiso entre dos partes
por el cual en una fecha futura una de las partes se compromete a
comprar algo y la otra a vender algo, aunque en el momento de cerrar
el compromiso no se realiza ninguna transacción.

Opciones: 
La Opción es un derecho a comprar o vender algo en el futuro a un
precio pactado. A diferencia de los futuros en las opciones se
requiere el desembolso de una prima en el momento de cerrar la
operación. Las opciones además podrán ser opciones de compra."
Estamos pues ante una realidad en la que la utilidad de unos debe
corresponder con la pérdida de otros "para que la suma sea cero", en
donde se hacen muchas compraventas de promesas, pero en realidad "no
se realiza ninguna transacción", a! pero existe un desembolso, que es
el pago de una prima por cada apuesta u opción.
El pago de primas, si corresponde a lo que originalmente significaba,
representa el monto del riesgo prorrateado entre todos los
adquirientes para cubrir la eventualidad estadística del siniestro o
quebranto. Y aquí está el detalle, la suma de primas, o de coberturas,
garantías, colaterales o como ustedes gusten ponerles, debe cubrir, en
el ejemplo que pusimos del grupo de ciudadanos (Esteban, María,
Isaías, Manuel, Antonio et all), todas las utilidades que ellos están
buscando, asegurando, mediante garantías, identificación de proyectos
y cadenas de intermediación financiera. A simple vista podemos ver
que tantas utilidades difícilmente podrían cubrirse con una prima, o
con el conjunto de pagos por participar en esa economía virtual, que
nunca podría ser mayor que la suma de esas utilidades.
Pero recorramos el proceso de análisis que han realizado los
especialistas que monitorean la crisis..
Como habíamos empezado a reseñar, la guerra de Irak le representó a
Estados Unidos un gran negocio. Hasta Michael Moore, el cineasta, lo
ha ilustrado en sus películas, en las que cuenta cúanto invirtieron,
después de los bombardeos, en la infraestructura para llevarse
petróleo, en la construcción y hasta en tecnologías agrícolas de
experimentación. Ese boom y la liquidez que generó fueron a invadir
las bolsas, y éstas, a su vez, inflaron el precio de las acciones.
Dentro del territorio de Estados Unidos, ese boom financiero escogió
la inversión inmobiliaria, tanto por el hecho de que la bolsa y la
inercia mercantil incrementaba su precio de mercado, como por el hecho
de que las tasas de interés parecía darle un atractivo especial a la
compra de casas.
La venta fue formidable, pero carecía de la correspondiente generación
de capacidad de pago, pues todo se había armado con la enorme liquidez
especulativa.
Como las empresas de la industria automotriz se venían especializando
en esos mercados oligopólicos, en los que se contraía la oferta de
vehículos populares pero se mantenía la de vehículos de lujo, el
mercado pronto dejó de expandirse al ritmo de sus necesidades o
expectativas. Y rápidamente los consorcios automovilisticos le
entraron a la inversión en casas, en construcción y similares. General
Motors, por ejemplo, empezó a financiar fideicomisos de vivienda y
constructoras. Las casas estaban en proceso de revaluación. Casas que
originalmente habían salido al mercado a 100 mil dólares en poco
tiempo se cotizaron en el triple. Parecía buen negocio.
Como no hubo más inversión productiva, y se generaron cada vez menos
empleos, y la masa de salarios aumento menos que la oferta de bienes,
los pagos de los deudores hipotecarios empezaron a fallar. Y peor se
puso la situación cuando se precipitaron los mercados a convertir los
cereales en fuente de energía para los autos, provocando en muchos
países una inflación en el mercado de granos sin precedente en todo un
siglo, y cuando además los precios del petróleo se dispararon hasta
sobrepasar varias veces todas las barreras previstas. La inflación
impactó en las tasas de interés, y las dificultades de los que ya de
por sí no podían pagar sus casas se generalizó.
Debo notar, en este punto, que la situación en México tuvo sus
particularidades, pues mientras en Europa la inflación en productos
básicos llegó a ser hasta de cien por ciento, en México se mantuvo en
cifras de un dígito. Pero sólo lo menciono de paso como ejemplo de que
aquí prevalecen condiciones particulares.
Al desaparecer el frágil soporte del mercado especulativo, se
sucedieron en cascada las cuentas incobrables. Los bancos no pudieron
recuperar lo que habían prestado de hipotecas; las carteras vencidas,
o vendidas aún sin vencer a un tercero, no tuvieron respaldo; tampoco
los colaterales concedidos a este segundo propietario de las deudas,
ni los seguros de cobro inventados por los ingenieros de las finanzas.

Ahora bien, dirán ustedes, ¿cómo es que nadie se dio cuenta? Pero no
fue ni falta de información ni desconocimiento, lo que originó el
problema. Fueron paradigmas e intereses lo que impidieron que se
reconociera el problema o se rectificara.
Desde hace ocho años los locos --porque así se les veía--, habían
alertado que los bancos estaban concediendo créditos sin respaldo, y
que bastaba con que la morosidad y la insolvencia llegaran a una
quinta parte de lo concedido en crédito, para que la banca quebrara.
Uno de esos locos fue Lindon Larouche, que estará muy loco, pero no
tiene un pelo de tonto. Otro loco de estos fue Ravi Bartra, que
publicó un libro que se llama El mito del libre mercado en el que
anunciaba la crisis y el declive el sistema americano.
Ya que nos referimos a paradigmas debemos ilustrar la idea. Un viejo
pensador alemán decía que no le extrañaría que si a un grupo de
personas le conviniera clasificar a los cepillos entre los mamíferos,
con eso bastaría para que les brotaran a los cepillos glándulas
mamarias. Cuando a alguien le interesa algo. Y en ese caso el interés
era la ganancia fácil y rápida, los que la están consiguiendo son
capaces de pasar por encima de todo, del sentido común, del interés
mayoritario o de su propio futuro.
Haciendo ahora una descripción paralela de la situación en México
tenemos que establecer lo que es común y lo que es diferente. Bastante
diferente.

Las diferencias entre la crisis en Estados Unidos y México.
Compartimos con Estados Unidos el papel de la bolsa. Y si no recuerden
ustedes las siguientes cifras: Alrededor de ochenta empresas son las
que cotizan en la Bolsa de Valores. Esas empresas generan únicamente
alrededor del 15% del empleo, pero en cambio contribuyen con el 85 %
del PIB. En particular, las empresas del grupo Carso, que sumaban unos
70,000 millones de dólares (algo así como el 10% del mismo Producto
Interno) empleaban a menos del 1% de la Población económicamente
activa.
Nos parecemos o nos ajustamos también a la política y la lógica
monetaria de los Estados Unidos por la forma como funciona el Banco de
México, que para empezar tiene sus reservas en dólares, y que además
las mide en monto necesario para garantizar tres meses o cuatro de
importaciones.
Nos parecemos finalmente en los instrumentos que se adoptaron hace ya
tiempo, y que sólo recientemente parecen estarse empezando a revisar;
y me refiero concretamente a lo que llaman el control de las variables
macroeconómicas, es decir, al control del circulante por vía de cortos
o por tasas de interés, al llamado presupuesto no deficitario, que no
es otra cosa que el abandono de la política de inversión en aras de
una política de equilibrio. Me refiero, en fin, a los instrumentos que
reducen el papel del estado al de garante del libre comercio, y a una
escasa e ineficiente captación fiscal.
Este parecido es el que alienta la entrada de capitales por las altas
tasas de interés y el holgado régimen tributario, el que hace
incompetentes a los potenciales exportadores por la sobrevaluación de
la moneda, el que sustrae de la producción al capital para arrojarlo a
la especulación.
Pero las diferencias no son menores ni secundarias. Y para empezar
está la banca. Resulta que como es extranjera, y como no le importa en
absoluto la producción, sino las altas tasas de utilidad, presta al
consumo, no a la producción. Y presta a tasas de interés que generan
un gran excedente monetario, pero sin aumentar la disponibilidad de
bienes y servicios.
Basta con que ustedes analicen los estados financieros reportados por
la banca, y los comparen con los créditos otorgados a las PYMES y a la
producción en general. Según datos recientes, el crédito a la
producción, otorgado por la banca en México no llega ni a mil millones
de pesos. Pero busquen ustedes la cifra del monto de utilidades que
repatriaron el año pasado a sus matrices. Según información de la que
disponemos en el Senado, en el caso de las seis instituciones
bancarias más importantes (BBV-Bancomer, Banamex, HSBC, Santander,
Banorte e Inbursa, se observó que para el año de 2007 sus ingresos
ascendieron a 319 mil 23 millones de pesos. Cifra que representó un
incremento de 34 mil 870 millones, es decir de 12.63%, con respecto
del año anterior de 2006. Pero que no solamente no prestaron ni el
0.3% de esa utilidad para financiar la producción de las PYMEs, sino
que además ¡DISMINUYERON SU PAGO DE IMPUESTOS en 9%, cubriendo
solamente 17 mil millones, que solo representan el 5.4 % de sus
ingresos.
Que nos explique Hacienda como los causantes cautivos pagamos cuatro o
cinco veces más de impuestos que los bancos.
Esa es una diferencia importante respecto a Estados Unidos. Ellos
tienen banca, nosotros vampiros, o como dicen hoy en inglés:
Banksters.
En Estados Unidos el campo es negocio, es un gran negocio. Y no estoy
hablando de flores u hortalizas, que son los productos que algunos
impulsan aquí para llegar a los mercados globales. Estoy hablando de
maíz y de básicos. Y es rentable no solamente porque la escala de la
producción allá es otra, ni solamente porque su geografía les confiere
ventajas naturales que abaten los costos. Es negocio porque allá casi
no existen los campesinos, casi todos son empresarios agrícolas, y
producen para ganar. Mientras que en México tenemos muchos
minifundios, la producción se hace para satisfacer necesidades, y dada
la ausencia de instrumentos de fomento para el sector no empresarial,
el campo está cada vez peor. Este sería todo un tema, pues cuando digo
que aquí los campesinos son numerosos y no producen para ganar dinero
sino para satisfacer necesidades no estoy cuestionándolos, estoy
diciendo que la economía de México tiene una lógica diferente, y que
muchos no están movidos por el afán de ganancia.
Y citaremos todavía dos diferencias más. Mientras en Estados Unidos la
crisis se originó en una abundancia de capitales, en México los
capitales emigran, y cuando están aquí prefieren la economía informal.
En Estados Unidos hay monopolios y especuladores, pero también hay
muchas empresas, porque el espíritu de los millones de empresarios
mantiene vivo a ese capitalismo; mientras aquí están por un lado los
monopolios y del otro los changarros, como diría nuestro personaje
inolvidable; es decir, un conjunto de estanquillos e intermediarios de
la economía que casi no producen, pero que impactan los precios
elevando los costos de la vida sin mejorar los productos, ni agregar
valor. Aunque algunos hasta paguen el IVA.
En resumen, la crisis en México no tiene los mismos componentes ni las
mismas dimensiones. Y por lo tanto podemos seguir una política
económica diferente.
No podemos seguir copiando las políticas económicas por simple
analogía.
Allá están rescatando, en lo fundamental, a los que dieron créditos.
Aquí sería una estupidez volver a rescatar a los bancos porque no
puedan cobrar los treinta y cinco mil millones que ya no pagan los
deudores de las tarjetas. Como viene siendo muy cuestionable que se
siga pagando un quebranto que no solo ha sido capitalizado, sino que
además aparece hoy, en los estados financieros de los bancos, como
parte de sus utilidades. Pues no es otra cosa el IPAB. Pero no quiero
imaginarme que por deudas de tarjetas se genere un problema de
embargos y desalojos como el que ha vivido la población de los Estados
Unidos. Sería muy irresponsable.
Por todas estas razones me ha parecido muy juicioso el anuncio que
hizo el gobierno federal para ofrecer garantías a la banca para que
ésta preste. Y para que preste a las PYMES, no a los tarjetabientes.
Si los 250 mil millones de pesos que anunció el gobierno federal como
garantías se concreta, se estará consiguiendo inducir a la banca hacia
el financiamiento de la economía nacional, y no a permanecer en
calidad de instituciones que se llevan una gran tajada del ahorro de
los mexicanos.
Pero la evolución o perspectiva de la crisis requiere prospectiva.
Necesitamos saber a dónde va el dólar y hasta dónde puede llegar
Estados Unidos en este declive. Y necesitamos saber qué clase de
economía es la que conviene impulsar aquí.
Voy a darles una cifra que reveló Paco Gil, para que vean que la
gravedad o dimensión del problema rebasa lo que se alcanza a admitir,
y para que no me tomen por tremendista.
Dice el ex-secretario de Hacienda que "los derivados sobre créditos
(Credit Default Swaps) alcanzan 43 billones métricos"[5]. Y aclaro
yo, billones métricos es lo que en lenguaje menos moderno llamábamos
trillones. O sea millones de millones de millones. Una cifra del mismo
orden es la que dio Samir Amin, el académico egipcio que imparte
cátedra en Francia. Según Amin, divulgado en Internet en esta misma
tercera semana de nov., el volumen de las transacciones financieras es
del orden de dos mil trillones de dólares, mientras que la base
productiva del PIB mundial es de apenas 44 trillones de dólares. Una
desproporción de 45 a uno[6]. ¿Ustedes piensan, como los defensores de
la teoría económica, que esa cifra puede ser cubierta, salvada,
recuperada? Es decir, que la producción mundial podría pagar cuarenta
y cinco veces lo que hoy reclaman los managers y especuladores. Yo no
lo pienso. Y veo en cambio que es cuestión de tiempo que los hechos
nos lo demuestren. Nos lo demuestren con sucesivas caídas en el valor
de las acciones en bolsa. Nos lo demuestren con quebrantos en empresas
que hoy todavía parecen normales. Nos lo demuestren con problemas en
los bancos. Nos lo demuestren con inestabilidad cambiaria. Nos lo
demuestren con recesión. Nos lo demuestren, en fin, con una caída del
sistema especulativo que ningún rescate detendrá.
Tampoco creo que en esa situación los Estados Unidos puedan honrar sus
deudas, y no podemos olvidar que es el país más endeudado del mundo.
Y cuando ellos revelen o reconozcan su insolvencia ¿Qué será de las
reservas del mundo? ¿Qué será de las enormes cantidades de dólares en
poder de los chinos? ¿Qué será de las reservas de México?
Por estas razones me inclino a concederle razón a quienes piensan que
no vivimos una crisis de liquidez sino de insolvencia. Es demasiado
tarde para impedir la quiebra, y lo único que podemos conseguir, como
comentó el Director del Banco de México a propósito de la misma, es
que el proceso se de de una manera ordenada.
Pero ¿qué podría querer decir por un proceso ordenado? En México yo
pienso que tres cuestiones fundamentales.
¿Cómo convendría que abordáramos la crisis y que diseñáramos nuestras
políticas?
En primer lugar, que dejemos de manejar como una estrategia única la
producción hacia fuera y que centremos nuestro crecimiento y
desarrollo hacia el mercado interno.
En segundo lugar, que revisemos las políticas puramente monetaristas y
entendamos que invertir en la producción y la infraestructura no tiene
ni que ser inflacionario ni populista. Que se trata de generar empleo
y aumentar la masa salarial para recuperar el mercado interno.
Y en tercer lugar, que entendamos que la producción y la economía no
son asunto frío, solamente técnico o ajeno a las cuestiones de
valores, pues sin principios no vamos a detener el afán de lucro ni
vamos a conseguir empresarios responsables.
Otras medidas importantes serían hacer efectivo el sistema tributario,
sin privilegios para nadie, y orientar el ahorro de los mexicanos a la
actividad productiva. Que también sería otro tema que podría uno
desarrollar aparte, pues precísamente acabamos de presentar una ley
para crear el marco legal del ahorro y el préstamo en el sector social
de la economía.
Quedaría pendiente de definir si todavía es posible rescatar las
reservas del Banco de México, y si es posible también garantizar y
bien emplear los fondos de pensiones, que hoy por hoy están
desapareciendo en la bolsa y por las cuotas de administración de las
Siefores y los bancos. Les recuerdo, a este propósito, que hace unos
días el periodista Roberto González Amador, publicó una nota en la que
nos enteraba que este año, de $71 mil 600 millones depositados, se
evaporaron 64 mil 400 millones, es decir, 89.9% del total; y que
durante 36 meses el rendimiento neto real fue negativo en cuatro de
las cinco Siefores.
Pero si algo debemos extraer como lección de todo esto, además de las
muchas dudas sobre la vigencia de la teoría económica, es, más
concretamente, que no se puede controlar la dinámica de los mercados
financieros no regulados, que no se puede vivir con seguridad ni
tranquilidad en un mundo en el que el libre mercado permite que
cualquiera invente un derivado más, que no podemos mantenernos en esta
esfera del mercado irrestricto, en el que los bancos y las bolsas se
van a la especulación, y el estado permanece al margen, ajeno,
contemplativo.
Tampoco podemos admitir que el proceso vuelva a la situación anterior
al proceso de crisis. Porque un mercado oligopólico no es un mercado
en expansión y no refleja una economía sana. Porque requerimos que
nuestro mercado crezca efectivamente, y eso sólo es posible si
invertimos en la producción y si aumentamos la masa salarial en lugar
de congelarla o de ponerle límites al salario.
Las naciones de Asia que han prosperado con solidez, y no me refiero
evidentemente a China continental, han empezado por elevar los
salarios de los productores. Pues no hay mejor base para la
prosperidad general que empleos bien remunerados que sostengan un
mercado interno.
Tomemos ejemplo de la gente sensata, donde la teoría y el sentido
común coinciden.
Sarkosy, el presidente de Francia, parece aproximarse a la comprensión
de este panorama. En octubre pasado pronunció un notable discurso en
el que dijo: "
Una crisis de confianza sin precedente desestabiliza la economía
mundial. Las grandes instituciones financieras están amenazadas,
millones de pequeños ahorristas en el mundo que depositaron sus
ahorros en la bolsa ven cómo su patrimonio se descompone día tras día,
millones de jubilados que han cotizado en fondos de pensiones temen
por su jubilación, millones de hogares modestos viven momentos
difíciles por el alza de los precios.
"Como en todo el mundo, los franceses temen por sus ahorros, por su
empleo y por su poder adquisitivo. El miedo es sufrimiento. El miedo
impide emprender, el miedo impide implicarse. Cuando se tiene miedo,
no se tienen sueños; cuando se tiene miedo, uno no piensa en el
futuro. Hoy, el miedo es la principal amenaza para la economía.
"Hay que vencer ese miedo. Es la labor más urgente. No se vencerá, no
se restablecerá la confianza con mentiras, sino diciendo la verdad.
Los Franceses quieren la verdad y estoy convencido de que están
dispuestos a escucharla. Si sienten que se les esconde algo, la duda
crecerá"
Aquí en México también queremos escuchar la verdad. No importa quien
la diga. Es probablemente momento de escuchar a los locos que nos han
advertido. Es probablemente una omisión que no podemos permitirnos.
Escuchar y reflexionar, porque como piensa Sarkosy, "Decir la verdad a
los Franceses es decirles que la crisis no ha terminado, que sus
consecuencias serán duraderas, que Francia está demasiado implicada en
la economía mundial como para pensar siquiera un instante que pueda
estar protegida contra los acontecimientos que, ni más ni menos,
desequilibran el mundo.

"Decir la verdad a los Franceses es decirles que la crisis actual
tendrá consecuencias en el crecimiento, en el desempleo, en el poder
adquisitivo durante los próximos meses.
Porque esta crisis, sin igual desde los años 30, marca el final de un
mundo construido tras la caída del Muro de Berlín y el final de la
Guerra Fría.
"En el fondo, con el final del capitalismo financiero – que había
impuesto su lógica a toda la economía y que había fomentado su
perversión – muere una determinada idea de la mundialización. La idea
de la omnipotencia del mercado que no debía ser alterado por ninguna
regla, por ninguna intervención pública; esa idea de la omnipotencia
del mercado era descabellada. La idea de que los mercados siempre
tienen razón es descabellada.

"Durante varios decenios, se han creado las condiciones que sometían
la industria a la lógica de la rentabilidad financiera a corto plazo.
Se han ocultado los riesgos crecientes que había que correr para
obtener rendimientos cada vez más exorbitantes. Se han desarrollado
sistemas de remuneración que incitaban a los operadores a correr cada
vez más riesgos inconsiderados.

"Se ha fingido creer que los riesgos desaparecían uniéndolos. Se ha
permitido que los bancos especulen en los mercados en vez de hacer su
trabajo que consiste en invertir el ahorro en desarrollo económico y
analizar el riesgo del crédito. Se ha financiado al especulador y no
al emprendedor. No se han controlado las agencias de calificación y
los fondos especulativos.

"Se ha obligado a las empresas, a los bancos, a las aseguradoras a
inscribir sus activos en las cuentas a precios del mercado que
aumentan y se reducen en función de la especulación.

"Se ha sometido a los bancos a reglas contables que no garantizan la
gestión correcta de los riesgos y que, en caso de crisis, agravan la
situación en vez de amortiguar el choque.

"¡Es una locura y hoy pagamos por ello! Este sistema donde el
responsable de un desastre puede partir con un paracaídas dorado,
donde un corredor de bolsa puede hacer perder 5000 millones de euros a
su banco sin que nadie se dé cuenta, donde se exige a las empresas
rendimientos tres o cuatro veces más elevados que el crecimiento real
de la economía, este sistema ha creado profundas desigualdades, ha
desmoralizado a las clases medias y ha fomentado la especulación en
los mercados inmobiliarios, de materias primeras y de productos
agrícolas.
"Pero este sistema –hay que decirlo porque es la verdad– no es la
economía de mercado, no es el capitalismo. La economía de mercado es
el mercado regulado, el mercado al servicio del desarrollo, al
servicio de la sociedad, al servicio de todos. No es la ley de la
jungla, no son beneficios exorbitantes para unos y sacrificios para
todos los demás. La economía de mercado es la competencia que reduce
los precios, que elimina las rentas y que beneficia a todos los
consumidores….. El capitalismo no es la primacía del especulador. Es
la primacía del emprendedor, la recompensa del trabajo, del esfuerzo,
de la iniciativa.
"Pero no hacer nada, no cambiar nada, conformarse con cargar al
contribuyente todas las pérdidas y fingir que no ha pasado nada
también sería un error histórico.
"Mis queridos compatriotas, podemos salir reforzados de esta crisis.
Podemos salir y podemos salir reforzados, si aceptamos cambiar nuestro
modo de pensamiento y nuestros comportamientos.

"Si hacemos el esfuerzo necesario para adaptarnos a las nuevas
realidades que se imponen a nosotros. Si actuamos, en vez de padecer.
"La crisis actual debe incitarnos a refundar el capitalismo en una
ética del esfuerzo y del trabajo, a encontrar de nuevo un equilibrio
entre la libertad necesaria y la regla, entra la responsabilidad
colectiva y la responsabilidad individual. Tenemos que alcanzar un
nuevo equilibrio entre el Estado y el mercado, cuando en todo el mundo
los poderes públicos se ven obligados a intervenir para salvar el
sistema bancario del derrumbe. Debe instaurarse una nueva relación
entre la economía y la política mediante el desarrollo de nuevas
reglamentaciones.
El laissez-faire, se ha acabado. El mercado que siempre tiene razón,
se ha acabado.
"Hay que aprender de la crisis para que no se reproduzca. Hemos estado
al borde de la catástrofe, el mundo ha estado al borde de la
catástrofe, no podemos correr el riesgo de empezar de nuevo.
Si queremos construir un sistema financiero viable, la moralización
del capitalismo financiero es una prioridad. ¡¡¡Habrá que imponer a
los bancos financiar el desarrollo económico y no la especulación!!!

"La crisis que vivimos debe conducirnos a una reestructuración de gran
amplitud de todo el sector bancario mundial. Teniendo en cuenta lo que
acaba de ocurrir y la importancia de las implicaciones para el futuro
de nuestra economía, es evidente que, en Francia, el Estado estará
atento y desempeñará un papel activo…
"Cuando los bancos centrales hacen todos los días la tesorería de los
bancos y cuando el contribuyente estadounidense va a gastar un billón
de dólares para evitar una quiebra generalizada, ¡me parece que la
cuestión de la legitimidad de los poderes públicos para intervenir en
el funcionamiento del sistema financiero ya no se plantea!
"A veces, la autorregulación es insuficiente. A veces, el mercado se
equivoca. A veces, la competencia es ineficaz o desleal. Entonces, el
Estado tiene que intervenir, imponer reglas, invertir, tomar
participaciones, a condición de que sepa retirarse cuando su
intervención ya no sea necesaria. No habría nada peor que un Estado
preso de los dogmas, preso de una doctrina rígida como una religión."
Discúlpenme ustedes por hacer una cita de una página. Pero ¿para qué
iba yo a decir con otras palabras lo que de manera tan clara está en
las frases del Presidente de una nación y de la Unión Europea?
¿Cuál es la visión predominante hoy entre monetaristas y críticos de
la especulación?
En América y en México la visión es diferente. Hace algunos párrafos
dijimos que para los economistas partidarios de la teoría económica
moderna, los problemas son menores y transitorios. Pues justamente
entre tales economistas se incluyen los primeros nombramientos en el
equipo del nuevo presidente de los Estados Unidos.
El 24 de noviembre, es decir hace unos días, Barack Obama ha realizado
dos nombramientos. El primero que comentaremos es el de Timothy Franz
Geithner. Sin abundar mucho en su trayectoria citaremos a un
comentarista de lengua castellana que ha seguido su trayectoria. Este,
a su vez, recuerda el testimonio de un articulista del New York Times.

En febrero de 2007, Jenny Anderson[7] publicó un artículo sobre su
conducción del Fed N. York, premonitorio del colapso económico-
financiero a partir de la observación de un crecimiento inusitado de
los derivados de crédito.

"Lo más importante en la lista de tareas de Mr. Geithner es comprender
y acompañar los US 26 billones (millones de millones) de derivados de
crédito em el mercado -el doble del tamaño de la economía de Estados
Unidos- ya que ese mayor crecimiento del mercado financiero no existe.
Su crecimiento ilusorio engrasa las ruedas de la economía global,
aumentando la liquidez, con riesgo de diseminación y emisión de dinero
para Wall Street."... "Cuando el mercado empiece a testar esta
situación, nadie sabe con certeza como él puede reaccionar."

Luego de citar a Robert "profeta" Rubin afirmando que Mr. Geithner "es
realmente notable" Anderson explica que "Esto ha sido ampliamente
demostrado en la forma como él persuadió a Wall Street de apropiarse
de los derivados de crédito."... "Su abordaje tiene por objetivo
ayudarles a creer que ellos son maestros de su propio destino, en vez
de infames que precisan ser punidos, al paso que extraen mejorías en
el sistema financiero a lo largo del camino."

Respondiendo a las amenazas de esta explosión de capital ficticio,
Geithner afirmó:

"El hecho de que los bancos están más fuertes y el riesgo de
diseminación (de los derivados) es más amplio, debe tornar el sistema
más estable"

Desde septiembre 2008, Geithner dirige para el gobierno Bush, junto al
presidente de la Reserva Federal Ben S. Bernanke y el secretario del
Tesoro Henry Paulson Jr., la conducción de las empresas hipotecarias
Fannie Mae y Freddy Mac, el salvamento de American International Group
(AIG) y una serie de instituciones financieras, así como la concepción
del programa de 700 mil millones de "socorro" al capital financiero.
 
Sus antecedentes como segundo secretario del Tesoro de Clinton, como
director de departamento en el FMI y como presidente de la Fed de
Nueva York durante el gobierno Bush Jr., lo definen sin ninguna clase
de dudas como un neoliberal ortodoxo suprapartidario. Y su
intervención en Wall Street -desde la reserva Federal de N. York-
promoviendo la expansión de los derivados de crédito, lo ubican
gerenciando el capital financiero hacia el colapso.

No quisiera ser unilateral e inclinarme pesimistamente en mis
pronósticos. Ayer 27 de noviembre, en la red Oikos de Internet se leía
una opinión que contrastaba con la evaluación de los nombramientos
mencionados. Ahí leímos: "
Con la formación del nuevo equipo, Obama no prepara tan sólo su
instalación a partir del 20 de enero, sino que está llenando el éter
de mensajes políticos. El primero de todos: habrá un Gobierno fuerte,
preparado para gobernar y hacer sentir su mano sobre la economía y la
sociedad. Desmiente así treinta años de dogma reaganiano: ahora el
gobierno no es el problema, es la solución. Segundo mensaje: la
economía es la prioridad absoluta. Obama ha dado desde el 11 de
noviembre cuatro conferencias de prensa televisadas y un mensaje
radiofónico que ha colgado en YouTube. La economía ha ocupado el lugar
central, muy por delante de la casi olvidada guerra de Irak, cuestión
que ahora suscita un nuevo y extraño consenso, facilitado por un
Gobierno en Bagdad que decididamente quiere recuperar la plena
soberanía. Tercer mensaje, sutil y a través de medios indirectos, pero
comprendido por sus receptores como si hubiera anuncios en las calles:
con Obama los lobbies estarán bajo vigilancia. Todos los candidatos a
entrar en la franja más alta de la Administración tienen que llenar un
cuestionario muy estricto, en el que se exige responder a 63
condiciones que nadie en España podría cumplir. Cuarto y último
mensaje: que se prepare el Congreso, con doble mayoría demócrata y más
a la izquierda que Obama, porque la Casa Blanca se está blindando para
evitar que la ley del péndulo convierta al presidente en rehén del
Capitolio, lo contrario de lo que Bush persiguió y obtuvo hasta 2006.
La presidencia de George W. Bush ha llegado al grado cero. La de
Barack H. Obama todavía no ha empezado, pero ya tiene el control."

¿A quién le toca tomar la iniciativa y en qué dirección?

Hay pues quienes piensan que los mismos hombres pueden conducir otra
política, y que de hecho ese proceso se ha iniciado. Pero aún así, la
crisis no está en vías de solución. Hasta ahora el sistema de
especulación sigue intacto, sin regular y provocando más y más dinero
sin sustento, dinero virtual.

En 2006 el G30 realizó una relatoría sobre Reaseguros y mercados
financieros internacionales que estudiaba la transformación de los
bancos en holding que se ocupaban tanto de la tarea de banco
comercial, como la de banco de inversión y compañías de seguros. Estos
supermercados financieros aprobados por Robert "profeta" Rubin como
secretario del tesoro de Bill Clinton en 1999, hoy se considera fueron
uno de los componentes claves de la desregulación que condujo al
colapso económico-financiero que se arrastra desde 2007 y que hoy
después de haber "quemado" entre un 40 y un 50% del valor de la
acciones de muchas corporaciones y un valor aún inestimable de papeles
financieros fallutos (así dice el artículo citado, fallutos) desembocó
en una recesión en EEUU, Japón y la Unión Europea y amenaza al
conjunto del planeta.

El nuevo presidente negro, (mulato deberíamos corregir), concluye el
comentarista citado, con la elección de Geithner como Secretario del
Tesoro, y Summers como presidente del Consejo Económico Nacional, al
parecer va a transformar el cuarteto secuencial de presidentes
estadounidenses neoliberales, en un quinteto de Washington D.C.
...con una pincelada de color.[8]

Ojo, este Barterretche dice que Obama ha nombrado también como
Presidente del Consejo Económico Nacional a Lawrence Summers.

Y Summers, tiene peores antecedentes que su colega. Figúrense, como
economista jefe del Banco Mundial (1991-1993) suscribió un memorando
que afirmaba que el libre comercio no implicaba necesariamente
beneficiar el medio ambiente en los países "en desarrollo" y que los
países "desarrollados" deberían exportar más polución para los países
"en desarrollo". Argumentando que la polución en los países "en
desarrollo" tenía un costo menor en términos de pérdida de salarios de
personas enfermas o muertas por la contaminación. Simplemente porque
sus salarios eran más bajos. Como vemos, se trata de un verdadero
humanista. Es decir, de uno de esos técnicos que miden todo en
utilidades sin que las personas cuenten, porque sería contaminar la
ciencia con valores y consideraciones éticas.

La situación es tal, que no creo que las cabezas de un país o de las
instituciones, signifiquen, garanticen o impidan el cambio necesario.
En Estados Unidos, ya lo citamos, la mitad de los hogares está
involucrada a través de sus inversiones o ahorros en la economía
especulativa. No es un problema circunscrito a unos cuantos vivales.
En México, son muchos años y muchas personas las que han construido
una economía con bancos que no financian el desarrollo y empresarios
que ganan dinero sin producir. Los cambios requeridos, por lo tanto,
no se conseguirán, solamente, sustituyendo unas cuantas personas que
toman las decisiones, ni con medidas que remienden lo que prevalece en
el mercado general.

Estoy pensando en cambiar la economía. En el discurso de Sarkosy. En
la filosofía de la Coparmex, que debería ser norma más que discurso o
filosofía. Estoy pensando en formar otro tipo de empresario, que no se
mueva con voracidad por la utilidad y que herede el compromiso con la
producción.

Quiero terminar con unas palabras del economista Marcel Claude, que en
el estallido de esta crisis escribió: "Cuando la humanidad vuelva a
encontrar su centro y se restauren ciertos valores y virtudes humanas
que han sido enviadas a la zona de castigo en el curso de los últimos
treinta años, muy probablemente lo que ocurre en Wall Street será
incorporado al grupo de las grandes calamidades de la historia humana,
como lo fueron los campos de concentración nazis, el estalinismo, las
explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki, el SIDA, el hambre
africana y las dictaduras latinoamericanas…"

En esos días por venir, el mercado será verdaderamente libre. Pues lo
habremos liberado de esta ideología irresponsable que defiende hoy las
ganancias y la especulación como doctrina y como fanatismo.



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[1] En la semana del 15 al 22 de este mes de nov. de 2008, el
economista Boltvinik trató también este tema en su columna Economía
Moral.
[2] http://www.zonaeconomica.com/william/derivados-financieros
[3] Alejandro Nadal es académico del COLMEX. Este artículo apareció el
26 de nov. de 2008 en la Jornada.
[4]
http://www.gestiopolis.com/recursos/experto/catsexp/pagans/fin/17/deriv
ados.htm
[5] Francisco Gil Díaz, Crónica de una crisis anunciada, en la Revista
Poder. 21 de octubre de 2008.
[6] Débâcle financière, crise systématique: réponses illusoires et
réponses nécessaires. En www. michelcollon.info
[7] Jenny Anderson, Calmo antes y durante una tempestad New York
Times, 9 de febrero de 2007
http://www.nytimes.com/2007/02/09/business/09credit.html

[8] Juan Luis Berterretche Revista Desacato www.desacato.info
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