El Voluntariado en el Tercer Sector

May 23, 2017 | Autor: Ángel Zurdo Alaguero | Categoría: Tercer Sector, Voluntariado, Participación Social
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Descripción

Zurdo Alaguero, A. y Serrano Pascual, A. (2010) "El voluntariado en el tercer sector" en Gutiérrez Resa (ed) Tercer Sector e Intervención Social. Ediciones académicas. pp: 109-160 El voluntariado en el tercer sector

EL VOLUNTARIADO EN EL TERCER SECTOR ÁNGEL ZURDO ALAGUERO (UCM) ARACELI SERRANO PASCUAL (UCM) Esquema 1.

El espacio social del voluntariado: Algunas consideraciones sobre la relación entre voluntariado y Tercer Sector

2.

El contexto social e ideológico de la participación y el voluntariado 2.1. 2.2.

3.

Debates fundamentales sobre la participación social El ‘estado’ de la participación social en las sociedades contemporáneas

El voluntariado como modelo participativo 3.1. 3.2. 3.3. 3.4. 3.5. 3.6.

El ‘voluntariado’ y el ‘asociacionismo’ como arquetipos centrales de la participación social Individualización social y voluntariado El ‘voluntariado de tareas’ La despolitización formal del voluntariado El proceso motivacional del voluntariado El papel del voluntariado en la provisión de bienestar social

4.

Estado y voluntariado: las políticas de promoción del voluntariado

5.

Asociacionismo y voluntariado en España

6.

La convergencia de los modelos participativos: la ‘globalización’ del nuevo voluntariado

Objetivos  Caracterizar el voluntariado como modelo de participación social, teniendo en cuenta especialmente el marco social en el que se desarrolla.  Confrontar el voluntariado con otros modelos participativos ‘alternativos’.  Explorar el papel del voluntariado en el desarrollo de programas de bienestar social en el contexto del Tercer Sector.  Analizar el papel de las políticas de participación desarrolladas por el Estado en la conformación y desarrollo del voluntariado  Atender a las peculiaridades del voluntariado en el contexto español.

Glosario de Conceptos

El voluntariado en el tercer sector Los conceptos que integran este glosario, son definidos de manera extremadamente diversa en la literatura sobre el tema. A continuación, más que definiciones cerradas —con las que no nos identificamos—, se apunta el sentido que se atribuye a estos términos a lo largo del capítulo. Participación social/cívica: Está asociada a un tipo de acción —de carácter intencional y libre— que se proyecta sobre el espacio público (en ese sentido, al configurarse en torno a problemáticas compartidas, posee siempre una dimensión política, aunque en algunos casos ésta pueda permanecer parcialmente ‘oculta’). Este tipo de acción está desligada de las actividades que son definidas socialmente como obligatorias para el individuo (por ejemplo, el cuidado de los hijos, la actividad laboral, la escolarización obligatoria, etc.), aunque puedan surgir en los ‘intersticios’ de estas actividades obligatorias (sería el caso de la actividad sindical, o la participación en asociaciones de madres y padres de alumnos). La participación social también se separa de las actividades del sujeto que se orientan a la satisfacción de necesidades individuales de carácter ‘primario’ (…las que se satisfacen sobre todo en el espacio del mercado). Esta acción incide directamente sobre el orden social —incluyendo éste el nivel político y económico—; a veces cuestionándolo e intentando transformarlo, otras veces, apuntalándolo o justificándolo, pero siempre partiendo de una aproximación valorativa a ese orden —en la mayoría de los casos explícita y que remite a una cierta concepción de la justicia—. La participación social se puede asociar a acciones desarrolladas tanto individualmente como grupalmente (siendo la variante ‘colectiva’ una expresión más plena), y frecuentemente implica la adscripción explícita a una ‘causa’ y/o organización (aunque puede desarrollarse de manera totalmente autónoma por parte del individuo). En ocasiones, la participación cívica se asocia a la implicación del ciudadano —reglada y canalizada/limitada por el Estado— en los procesos de toma de decisión política y control de los poderes (participación frecuentemente de carácter meramente consultivo o informativo). En términos generales la participación social tiende a densificar la red de relaciones sociales favoreciendo procesos de integración social, sobre todo si articula una verdadera participación comunitaria. Las expresiones de participación social son extremadamente diversas y heterogéneas. Voluntariado: En el texto se conceptualiza el voluntariado como un tipo de participación social o cívica que implica la realización de una actividad o trabajo no remunerado y que suele tener una base individual (aunque en ocasiones la actividad voluntaria pueda articularse grupalmente). Otro elemento distintivo, es que los voluntarios/as no suelen pertenecen en sentido estricto a la entidad en la que colaboran, por lo que su posición organizativamente tiende a ser periférica. Además, otro rasgo importante del perfil más frecuente del voluntariado sería su despolitización formal. En España, su ámbito de actuación más frecuente es la ‘acción social’ (asociada normalmente a modelos de intervención altamente personalizados, cercanos y flexibles), aunque el modelo participativo se ha difundido a otros ámbitos ‘temáticos’ como el medioambiental, el cultural, etc. El proceso motivacional de los voluntarios/as es extremadamente heterogéneo y complejo; aunque es frecuente el predominio de una orientación moral hacia la acción, está suele acompañarse de otras orientaciones de tipo individualista (expresiva y/o utilitaria), comunitarista, etc., orientaciones que pueden llegar a matizar e incluso desplazar en gran medida la orientación moral. El voluntariado se ha configurado como el arquetipo central de la participación social en las sociedades contemporáneas. Se trata de un modelo

El voluntariado en el tercer sector participativo de reciente ‘implantación’ España, que se difunde ampliamente a partir de la década de los noventa del pasado siglo. Asociacionismo: Se trata del modelo participativo dominante en el ámbito europeo hasta las últimas décadas del siglo XX. Se constituye a partir de la pertenencia a una organización e implica la identificación con una ‘causa’ como base de la participación concreta. En el asociacionismo, la relación social es un elemento central en su articulación, la dimensión colectiva está muy presente, de ahí que el asociacionismo difícilmente pueda reducirse a la realización de una tarea individualizada (a riesgo de perder su ‘esencia’). No obstante, en las últimas décadas el modelo de participación asociativa ha cambiado profundamente, desvirtuando sus rasgos básicos. Tiende a vincularse a una adscripción menos ‘participativa’ y más funcional, vinculándose mayoritariamente al mantenimiento económico de de la ‘causa’ —y sobre todo, de la organización y su proyectos—, habiéndose pasado de esta manera de un modelo de asociacionismo activo (típico de los movimientos sociales) a otro eminentemente pasivo (característico de las asociaciones contemporáneas), que ubica al socio cada vez más en la periferia organizativa. Nuevos Movimientos Sociales: Bajo tal etiqueta se suele aglutinar a aquellos movimientos sociales que toman forma en los países occidentales avanzados en torno a las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX (por ejemplo, el movimiento ecologista, el movimiento pacifista o el movimiento feminista entre otros). El calificativo de ‘nuevos’ los contrapone al viejo movimiento obrero de filiación socialista, movimiento hegemónico durante la última mitad del siglo XIX y primera mitad del siglo XX. Estos ‘nuevos’ movimientos tienden a politizar temáticas confinadas previamente en el espacio privado (por ejemplo, la relación entre géneros), o que se ubicaban fuera de la agenda de discusión política (…las consecuencias medioambientales de la actividad económica capitalista). Los nuevos movimientos sociales han sufrido una fuerte institucionalización, a partir de la década de los ochenta, dando lugar a la aparición de multitud de ONG, y sufriendo un cierto proceso desmovilizador.

Introducción El este capítulo realizaremos una aproximación al voluntariado, conceptualizándolo como una de las múltiples expresiones posibles de participación social en las sociedades contemporáneas. Un tipo de participación integrado fundamentalmente en el Tercer Sector y ligado especialmente a la provisión de servicios de bienestar social. Profundizaremos en las características ‘sociológicas’ que presenta el voluntariado, y por lo tanto, nos alejaremos de las frecuentes conceptualizaciones elaboradas desde perspectivas ‘morales’, que tienden a distorsionar la realidad concreta del fenómeno, introduciendo sesgos idealizantes. El voluntariado aparece socialmente como una realidad compleja, heterogénea y profundamente ambivalente. Los modelos participativos imperantes en distintos momentos históricos se encuadran en diferentes contextos sociales que los condicionan profundamente (y que explican en gran medida su emergencia y difusión). En ese sentido, el voluntariado es un modelo participativo que se adapta extremadamente bien a un contexto social ‘posmoderno’, caracterizado por un marcado proceso de individualización.

El voluntariado en el tercer sector

1.

El espacio social del voluntariado: Algunas consideraciones sobre la relación entre voluntariado y Tercer Sector

A priori, la vinculación que establece el título de este capítulo entre los términos voluntariado y Tercer Sector parece evidente en sí misma. Al menos en España, el Tercer Sector aparece claramente como la esfera contenedora del voluntariado. La gran mayoría de los procesos participativos ligados a lo que se define socialmente —…y políticamente— como voluntariado, se ubican en ese espacio, en el contexto de las organizaciones que integran este sector. A pesar de ello, en nuestro país se han configurado algunos espacios de actividad voluntaria (aunque de dimensiones reducidas) ubicados fuera del paraguas del Tercer Sector. Ciertas administraciones públicas (normalmente a nivel local) han vertebrado en ocasiones programas y ‘bolsas’ de voluntariado que gestionan directamente sus técnicos, y también en el ámbito del mercado, algunas empresas a través de sus programas de Responsabilidad Social Corporativa, han creado o promovido —entre otras propuestas— nuevos espacios de actividad voluntaria. Estas iniciativas externas al Tercer Sector no están exentas de polémica con respecto a su pertinencia y congruencia con el modelo de participación voluntaria. Además, existen multitud de organismos públicos o cuasi públicos —dependientes organizativa y/o financieramente de la administración— que promueven y canalizan la participación voluntaria, y que frecuentemente desarrollan iniciativas de formación de voluntarios/as y programas de asesoramiento dirigidos a entidades. Tal situación nos adelanta la importancia primordial que ha tenido el Estado en la conformación del modelo actual de voluntariado en España (aunque las situación es extrapolable a otros muchos países), y muestra una cierta continuidad, interconexión y condicionamiento recíproco, entre esferas sociales conceptualizadas formalmente como independientes en la literatura académica convencional sobre el Tercer Sector. En algunos países como Inglaterra o Estados Unidos (representantes de un modelo de bienestar de inspiración ‘liberal’, y en gran medida ‘exportadores’ del modelo participativo del voluntariado que se ha generalizado internacionalmente), el voluntariado ‘no organizado’, es decir, el establecido sobre bases ‘privadas’ (de-sujeto-a-sujeto), y el desarrollado en el marco de los programas de bienestar y organismos estatales —por lo tanto, nos referimos a un voluntariado estructurado al margen de las organizaciones del Tercer Sector—, aglutinan un porcentaje muy importante de la participación definida como voluntariado1. Así pues, es evidente que sí es posible el desarrollo del voluntariado fuera del Tercer Sector, y además, que en ocasiones hay ‘mucho’ voluntariado fuera de este espacio. En España, sin embargo, la presencia del voluntariado ‘no organizado’ es absolutamente marginal, y es poco frecuente que se incardine en programas/servicios tutelados directamente por la administración. De hecho, la Ley de Voluntariado de 1996 (y muchas de las autonómicas), sólo considera ‘voluntarios’ a aquellos sujetos que desarrollan su actividad en el marco de una organización. Pero, la existencia de tales espacios —aunque marginales—, proporciona indicios claros de que el arquetipo de la 1

Vid. Barthélemy, M (2003): Asociaciones: ¿Una Nueva Era de Participación?, Valencia, Tirant lo Blanch, pág. 20, y Maloney, W.A., Roβteutscher, S. (2005): “Welfare through organizations”, en Roβteutscher, S. (ed.), Democracy and the Role of Associations: Political, Organizational and Social Contexts, London, Routledge, pág. 91.

El voluntariado en el tercer sector participación voluntaria se separa del modelo del asociacionismo tradicional (cuestión sobre la que volveremos más adelante). En este capítulo exploraremos fundamentalmente el voluntariado que desarrolla su actividad en el entorno del Tercer Sector, pero al mismo tiempo, apuntaremos como ciertos atributos distintivos del voluntariado contemporáneo, posibilitan que en ocasiones (y en otros países muy frecuentemente) esta modalidad de participación social pueda ubicarse también en otras esferas como la del Estado y en el Mercado. Adicionalmente, el arquetipo del voluntariado que circula socialmente tiende a identificarse, todavía hoy en día, con los programas de ‘acción social’, un ámbito de actividad que al vincularse con el ‘don’ y la ayuda desinteresada, tiende a acentuar la percepción de ‘compromiso ético’ atribuida socialmente a la acción voluntaria. Hablar de voluntariado en nuestro país, implica referirse fundamentalmente al voluntariado social y concretamente a una relación de ayuda, y no solamente a una ‘modalidad’ de participación. En los últimos años, los poderes públicos han intentado extender el modelo participativo del voluntariado a otros espacios (con un éxito notable, confluyendo sus esfuerzos en un proceso más general de colonización del voluntariado con respecto a otros espacios y modalidades participativas), pero, en los discursos de la ciudadanía siguen siendo relativamente ‘refractarios’ a esta ampliación del referente. En las siguientes páginas nos referiremos preferentemente al voluntariado social —al funcionar como arquetipo, y compartir con el resto de ‘voluntariados’ sus rasgos estructurales fundamentales—, aunque en ciertas ocasiones podamos introducir apuntes sobre otras áreas de intervención voluntaria (los denominados como ‘voluntariado ambiental’, ‘voluntariado cultural’, ‘voluntariado deportivo’, etc.). Durante las dos últimas décadas, el voluntariado ha cobrado en España una importancia creciente en la provisión de servicios de bienestar social (tanto cuantitativa como cualitativamente), pero, resulta evidente que su aportación al conjunto de servicios de bienestar social es, en términos absolutos ‘marginal’, si es que la comparamos con la contribución del resto de actores del bienestar (Estado, familia, mercado), e incluso si consideramos los servicios desarrollados en el seno del Tercer Sector sobre una base profesional asalariada (de manera aparentemente paradójica, el desarrollo del voluntariado y la profesionalización —fuertemente precarizada— del Tercer Sector han corrido paralelos a lo largo de los últimos veinte años). No obstante, el voluntariado ha venido a jugar un papel ‘estratégico’ importante en los discursos políticos sobre el bienestar —de filiación liberal explícita o frecuentemente implícita, y elaborados tanto dentro como fuera del Estado—, en tanto en cuanto, se le considera expresión de la necesaria responsabilización individual del ciudadano para el desarrollo del bienestar social, y por tanto, se juzga el voluntariado (que no toda la participación social) como un elemento imprescindible para constituir una verdadera ‘sociedad del bienestar’ (que en cierta medida, se erige como alternativa al modelo del Estado del Bienestar, cimentado sobre el reconocimiento de derechos sociales y alejado de la ‘graciabilidad’ subjetiva de la ayuda). El modelo de participación implícito en estos discursos ‘reclama’ un alejamiento de la dimensión reivindicativa, y también una desvinculación de las redes comunitarias (e incluso de la dimensión grupal) como elemento articulador, para remitirse a un paradigma participativo que se concentra en la prestación de servicios sobre la base de la acción individual; una acción que termina valorándose fundamentalmente por su dimensión

El voluntariado en el tercer sector ‘instrumental’, es decir, como recurso (incluso aunque pueda tratarse de una labor de acompañamiento, en la que el factor instrumental se diluye). También resulta interesante considerar como elemento contextualizador en nuestra aproximación al voluntariado los potenciales efectos de la actual crisis económica, y sobre todo, las consecuencias de las estrategias adoptadas para su ‘superación’. Estas estrategias, en vez de suponer un cuestionamiento y una profunda reestructuración del actual modelo de mercado, como resultado de la que parecía —en un primera momento— inevitable ‘deslegitimación’ de la organización y modus operandi del capitalismo financiero, parece que han terminado traduciéndose —a través de las radicales políticas de recorte del gasto público en curso— exclusivamente en un cuestionamiento del modelo del Estado Social. Así pues, la situación que se configura (y que por la ‘omisión’ de una nueva regulación de los mercados parecería apuntar a un fortalecimiento del capitalismo financiero), se antoja radicalmente diferente a la que acaeció tras la crisis económica de 1929 que desembocó, a raíz del conocido como ‘pacto keynesiano’, en la constitución un modelo de bienestar social liderado por el Estado, y en un proceso de desmercantilización (de intensidad extremadamente variable según países2) de ciertos ámbitos: educación, sanidad, cultura, servicios sociales, etc. Es por lo tanto muy posible, que la salida de la crisis acentúe —aún más— el axioma de la responsabilización individualizada del propio bienestar (…y del ajeno), y en ese contexto, se priorizará seguramente el modelo participativo encarnado por el voluntariado. Por otro lado, la rápida y profunda degradación sufrida por el mercado laboral español entre los años 2008 y 2010, acentúa la aproximación utilitaria al voluntariado para ciertos segmentos de jóvenes ‘titulados sociales’ (en psicología, trabajo social, etc.), como una vía de ‘meritaje’ para acceder a un puesto asalariado en las entidades voluntarias (contratadoras relevantes en el ámbito de los servicios sociales), y en busca de la experiencia que el mercado les niega. Si bien la aproximación utilitaria al voluntariado jamás ha desaparecido, se reeditaría la fortaleza de dicha aproximación motivacional acaecida a finales de los años noventa.

2.

El contexto social e ideológico de la participación y el voluntariado

El espacio definitorio del voluntariado es la participación social, al constituir una de sus múltiples expresiones. Pero, ir más allá en la definición del voluntariado resulta complicado, debido a su ambivalencia social e ideológica, a la gran diversidad de expresiones concretas, la complejidad y multidimensionalidad de su proceso motivacional, sus diversas articulaciones organizativas, etc. A continuación pasaremos a introducir algunas consideraciones sobre el proceso de participación social, que nos permitan comprender en profundidad la especificidad de la participación voluntaria.

2

Vid. Esping-Andersen, G. (1993) [1990]: Los Tres Mundos del Estado de Bienestar, Valencia, Alfons el Magnanim.

El voluntariado en el tercer sector 2.1.

Debates fundamentales sobre la participación social

El espacio de la participación social, es evidentemente el espacio de lo público. Pero, ante la progresiva hegemonía de la concepción liberal de lo público, circunscrita (y en ese sentido limitada) a la esfera del Estado, parece relevante restituir su ámbito ‘natural’, que de una manera muy intuitiva podríamos asociar con la concreción de ‘problemáticas compartidas’ socialmente, y por tanto, que poseen una dimensión política. Arato y Cohen3 señalan que la esfera pública “se refiere a espacios y procesos de comunicación societal abiertos, autónomos y políticamente relevantes”. La influencia del liberalismo ha tenido un enorme éxito a la hora de remachar la concepción de una matriz individual —y un ámbito privado— respecto a la participación (concretado en la noción de la voluntad individual, directamente emparentada con el ‘voluntariado’). La concepción liberal ha penetrado tan profundamente en los discursos cotidianos, que ha terminado constituyéndose en cierta medida en una ‘profecía de autocumplimiento’(produciendo una cierta privatización formal). El marco tradicional de la participación social (en el contexto moderno) ha venido correspondiéndose de manera fundamental con la asociación (entendida como un tipo de relación social), pero hoy en día, los procesos participativos se articulan cada vez más desde una perspectiva individual. Tal transición es resultado —entre otras causas— de: a) la modificación de los procesos motivacionales asociados al hecho participativo, b) la irrupción de políticas públicas de promoción del voluntariado, y c) las nuevas estrategias de las entidades voluntarias que se alejan progresivamente del modelo del socio/militante. De esta manera, cobra sentido un espacio de participación micro-social caracterizado por vínculos más o menos personalizados —‘típico’ del voluntariado—, un marco que tiende a identificarse erróneamente como un espacio privado. De hecho, como hemos constatado en nuestros estudios sobre el voluntariado, el sujeto voluntario suele buscar —cada vez más y especialmente los más jóvenes— el establecimiento de una discontinuidad (o incluso a veces una separación radical) entre la esfera de su vida privada y su intervención (pública) como voluntario4. Aunque se articule sobre una situación micro (el ‘tratamiento individual’), la particularización no es necesariamente sinónimo de ‘lo privado’. Que se privilegie una lectura individualizada de los problemas sociales, no implica que la labor voluntaria no se proyecte sobre el espacio público (aunque de forma paradójica, pueda contribuir en ocasiones a debilitarlo). Como contrapunto a esta visión individualizante de la participación, construida sobre la ‘simple’ agregación de comportamientos y voluntades individuales, cabe recordar que en el contexto de la participación social, los grupos también actúan, y que la grupalidad, que va más allá de un sumatorio de unidades, supone la verdadera esencia de los movimientos sociales (tanto ‘clásicos’ como ‘nuevos’). En su origen, las asociaciones, a pesar de su matriz moderna —y por tanto, a pesar de la tensión implícita

3

Cfr. Revilla Blanco, M. (2002): “Zona Peatonal: Las ONG como Mecanismos de Participación Política”, en Revilla Blanco, M. (ed.), Las ONG y la Política, Madrid, Istmo, pág 33. 4 Vid. Zurdo Alaguero, A. (2004): La Ambivalencia Social del Nuevo Voluntariado: Estudio Cualitativo del Voluntariado Social Joven en Madrid, Madrid, Universidad Complutense. (Accesible en: http://www.ucm.es/eprints/5124/), y Zurdo Alaguero, Á. (2007): “Tendencias Emergentes en el Contexto del Voluntariado. Concepciones y Arquetipos Sociales en torno a la Participación”, en Vidal Fernández, F., Mota López, R., Zurdo Alaguero, Á., Encuentro y Alternativa: Situación y Tendencias del Voluntariado en la Comunidad de Madrid, Madrid, Comunidad de Madrid.

El voluntariado en el tercer sector entre los elementos societarios y comunitarios que articula y expresa simultáneamente5—, se estructuraban fundamentalmente como un espacio de acción grupal. Pasemos ahora a considerar brevemente el concepto ‘participación’. Como apunta el Colectivo Ioé, la participación es un “principio abstracto [...] dotado de polivalencia semántica: el sentido del concepto «participación» no es unívoco, por el contrario posee una gran flexibilidad que lo hace susceptible de ser utilizado en la práctica con connotaciones ideológicas y propósitos contrapuestos”6. En idéntico sentido se expresa White, para quien la ambigua participación puede tomar múltiples formas y servir “a un amplísimo espectro de intereses”, incluida la legitimación del poder7. Así pues, siguiendo a Alayón, la participación se invocaría “desde distintos ángulos, con objetivos diversos, a partir de diferentes matrices ideológicas”, y en tal sentido, podría “conducir indistintamente a la integración o al cambio social, según sea el encuadre teórico que oriente la acción”8. La polivalencia semántica del concepto ‘participación’ señalada por el Colectivo Ioé, lo haría también, por tanto, “susceptible de expresar contenidos diversos y de ser manipulado políticamente”. De nuevo, se trata de una visión confluente con el análisis de Norberto Alayón para el que “el ejercicio de la participación contiene siempre un alto componente político. Su presencia se ilumina y se desvanece cíclicamente, de acuerdo a los distintos momentos políticos. Por épocas, se la reivindica casi míticamente para la eventual resolución de todo tipo de problemas. En otros períodos, se la niega y se la reprime atribuyéndole un emparentamiento maligno con el cuestionamiento y la desestabilización social”. Es por ello, que Alayón caracteriza finalmente los procesos de participación por su “dinamicidad contradictoria y progresiva”. Así pues, de lo hasta aquí apuntado, se deduce que el término ‘participación’ orienta el sentido de las prácticas, aunque puede hacerlo en direcciones virtualmente opuestas. Pero, en tal vicisitud —su absoluta versatilidad y ductilidad ideológica, y por supuesto pragmática— reside precisamente su mayor potencialidad para inducir el cambio social. Una distinción útil a la hora de referirnos a la participación —introducida por el Colectivo Ioé9— , pasa por diferenciar entre participación ‘por invitación’ (por ejemplo, las políticas de promoción del voluntariado nos remitirían a un modelo de participación ‘por invitación’) y participación ‘por irrupción’ (cuando los ciudadanos luchan o presionan ante ‘los otros’ en defensa de sus propios intereses, modelo típico de los movimientos sociales). Los sentidos de la participación social pueden ser por lo tanto muy diversos dependiendo del sujeto participante (individual o colectivo), los objetivos que se plantee, así como del grado de autonomía y el poder de decisión que posea.

5

Véase Barthélemy, M. (2003), op. cit., pp. 28 y ss. Colectivo Ioé (1990): “Participación ciudadana y voluntariado social”, en Política Social y Participación, Monográfico de Documentación Social: Revista de Estudios Sociales y Sociología Aplicada, núm. 80, Madrid, Cáritas Española, pp. 161-162. 7 White, S.C. (2002) [2000]: “Despolitizando el desarrollo: los usos y abusos de la participación”, en Pearce, J. [et al.], Desarrollo, Ong y Sociedad Civil, Barcelona, Intermón Oxfam, pp. 159-160. 8 Alayón, N. (1989): Asistencia y Asistencialismo: ¿Pobres Controlados o Erradicación de la Pobreza?, Buenos Aires, Editorial Humanitas, pp. 81-88. 9 Colectivo Ioé (1996): Voluntariado y Democracia Participativa, pp. 10-11 (estudio accesible en http://www.colectivoioe.org/index.php/publicaciones_libros/show/id/36). 6

El voluntariado en el tercer sector En términos generales, los mecanismos sociales de participación (políticamente condicionados o incluso habilitados) tienden a privilegiar a las organizaciones fuertemente formalizadas, en detrimento de los procesos de autoorganización y la expresión espontánea10. En ese contexto, encontramos una patente paradoja, existen múltiples cauces de participación social y política ‘amparados’ formalmente por la administración, pero, entre los ciudadanos, existe un fuerte desconocimiento de esas posibilidades participativas. La existencia de esos mecanismos de participación infrautilizados (formales pero a la postre no reales desde una perspectiva concreta) se inscribiría, según Escudero11, en una lógica ‘propagandística’, que se aleja de un compromiso efectivo por parte de la administración con el fomento de la participación ciudadana, y que trataría de encubrir el interés por una cooptación instrumental. Al margen de las consecuencias directas del compromiso cívico de los ciudadanos, la participación asociativa se constituye en un indicador de integración social y política. Tampoco hay que olvidar que “la participación en asociaciones puede también tener importantes consecuencias distributivas. Las asociaciones son en sí mismas un recurso y, con mucha frecuencia, tienen un impacto sobre la asignación de recursos socialmente valorados y sobre la distribución de poder, de modo que pueden contribuir a aumentar o disminuir las desigualdades sociales dependiendo de quiénes participen en ellas”.12 Es evidente que la participación no se distribuye de una manera homogénea a través de toda la sociedad13. Los individuos presentan una predisposición extremadamente dispar con respecto a su participación en procesos de acción colectiva. De hecho, y eso es especialmente claro para el caso español —como señala M.ª Jesús Funes—, la mayoría no lo hace en absoluto. Para Funes existirían una serie de factores de tipo ambiental que explicarían el grado de predisposición. Tales factores derivarían del contexto cultural, del ámbito relacional y/o de procesos de socialización política14. Como consecuencia, distintas variables como el género, la edad, el nivel de estudios, la clase social, la etnia, la situación laboral y familiar, etc. aparecen como factores discriminantes con respecto a la participación (si bien no debemos confundirlos en sentido estricto con elementos causales de la participación), afectando además de manera diferenciada a distintas modalidades de participación (voluntariado social, asociacionismo cultural, militancia política, etc.). Para Hooghe15 la falta de participación (él se refiere de manera especial a la pasividad política), no es resultado de un fenómeno unidimensional, sino que es resultado de situaciones complejas en las que la causalidad es difícilmente atribuible.

10

Vid. Colectivo Ioé (1996), ob. cit. pp. 19. Escudero Alday, R. (2007): “Activismo y Sociedad Civil: Los Nuevos Sujetos Políticos”, en Sauca, J.M., Wences, Mª.I. (eds.), Lecturas de la Sociedad Civil: Un Mapa Contemporáneo de sus Teorías, Madrid, Trotta, pág. 281. 12 Morales, L., Mota, F. (2006): “El asociacionismo en España”, en Montero Gibert, J.R., Font Fàbregas, J., Torcal Loriente, M. (eds.): Ciudadanos, Asociaciones y Participación en España, Madrid, CIS, pág. 78. 13 Hooghe, M. (2001): “Not for our kind of people: The sour grapes phenomenon as a causal mechanism for political passivity”, en Dekker, P., Uslaner, E.M. (eds.), Social Capital and Participation in Everyday Life, London, Routledge/ECPR, pág. 163. 14 Funes, M.ªJ. (2006): “La experiencia de la acción colectiva”, en Montero Gibert, J.R., Font Fàbregas, J., Torcal Loriente, M. (eds.), Ciudadanos, Asociaciones y Participación en España, Madrid, CIS, pp. 302-303. 15 Hooghe (2001), ob. cit. pág. 162. 11

El voluntariado en el tercer sector Por su parte, Marisa Revilla señala que “…el principio de la igualdad política entre todos los ciudadanos como base de los regímenes democráticos se ve vulnerado por la existencia de determinantes que afectan a la capacidad real de los ciudadanos para participar. La consecuencia de esos determinantes (clase social, nivel de educación, género, etnia, situación laboral, etc.) es que la participación política en sus múltiples formas se ve sujeta a condiciones de desigualdad. Hay determinados colectivos que no disponen de recursos para la participación: […] la movilización tiene unos cotes además de unos beneficios, y […] requiere unos recursos culturales, cívicos, políticos”16. Aunque coincidimos plenamente con el diagnóstico de Marisa Revilla, desde nuestro punto de vista hubiera sido preferible hablar de condicionantes con respecto a la participación y no de ‘determinantes’. En definitiva, la participación se produce en un determinado contexto social —es una realidad socialmente construida—, y en ese sentido, refleja las características y tendencias generales que afectan a la sociedad en su conjunto. Resulta difícil que los modelos participativos dominantes —aunque existan configuraciones ‘marginales’ que se escapen del modelo general—, puedan desafiar genéricamente las tendencias generales de la sociedad y de su estructura social. Por consiguiente, difícilmente podremos caracterizar la participación social contemporánea por su grupalismo y comunitarismo, en un contexto de individualización creciente y dominante. Son diversos los autores que defienden una lectura social contextual de la participación para desentrañar su sentido17. Por ejemplo, Barthélemy sugiere que más allá de los comportamientos individuales, no hay que eludir la dimensión estructural, que incorporaría el entorno socioeconómico, la que la autora denomina ‘facilitación social y política’, “así como el estado de las identidades colectivas y las ideologías que definen las prioridades de la acción y de la participación”18. En la misma línea, se expresa el Colectivo Ioé que defiende, en este caso con respecto al voluntariado, que “la acción voluntaria puede concebirse y analizarse como un proceso social de gran complejidad en el que intervienen no sólo personas particulares sino múltiples encuadres —institucionales e ideológicos— que codeterminan y permiten explicar los diversos tipos de voluntariado”19. Así pues, el voluntariado aparece como un “campo complejo y contradictorio” en cuyo seno se reproducen “los conflictos y líneas de fuerza que atraviesan lo social”20. En el análisis social contextual, un elemento de importante consideración son los discursos sociales. Los discursos nos proporcionan las claves ideológicas dominantes que utilizan los grupos sociales a la hora de dar sentido a la realidad circundante. En el ámbito de la sociedad española (y muy 16

Revilla, M. (2002), ob. cit., pág. 42. Entre otros, Salamon, L.M., Sokolowski, S.W. (2003): “Institutional Roots of Volunteering: Toward a Macro-Structural Theory of Individual Voluntary Action”, en Dekker, P., Halman, H. (eds.), The Values of Volunteering. Cross-Cultural Perspectives, New York, Kluwer Academia/Plenum Publishers (pág. 88); Arai, S.M. (2004): “Volunteering in the Canadian Context: Identity, Civic Participation and the Politics of Participation in Serious Leisure”, en Stebbins, R.A., Graham, M. (eds.), Volunteering as Leisure, Leisure as Volunteering, Oxford, Cabi Publishing (pp. 151-152); Meijs, L.C.P.M, Karr, L.D. (2004): “Managing Volunteers in Different Settings: Membership and Programme Management”, en Stebbins, R.A., Graham, M. (eds.), Volunteering as Leisure, Leisure as Volunteering, Oxford, Cabi Publishing, pág. 177. 18 Barthélemy (2003), ob. cit., pág. 196. 19 Colectivo Ioé (1996), ob. cit. pág. 6. 20 Colectivo Ioé (2002): Análisis Ideológico y Motivacional del Voluntariado Español, pág. 96. (estudio accesible en http://www.colectivoioe.org/index.php/publicaciones_investigaciones/show/id/28). 17

El voluntariado en el tercer sector posiblemente también en el resto de países europeos), el discurso social hegemónico es el que viene siendo denominado por el Colectivo Ioé, en varios de sus estudios, como ‘institucional-modernizante’. Uno de los rasgos de este discurso es que “la génesis de la problemática social se considera una cuestión básicamente individual, producida por desajustes de la persona en el sistema; desajustes que deben resolverse a través de los recursos del propio sistema social”. Si bien circulan socialmente otros discursos minoritarios como el comunitarista o basista, el tradicional-moralizante y el crítico-disidente, progresivamente los sujetos participantes, y especialmente el segmento central del voluntario —debido a su articulación hegemónica sobre un modelo de participación individual e intervención particularista—, tenderán a articular y proyectar, ciertamente con variantes, este discurso institucional-modernizante. Así pues, siguiendo de nuevo al Colectivo Ioé “…una importante franja del voluntariado se adhiere a sus postulados básicos, y entiende la actividad voluntaria como complemento —nunca contradictorio— respecto a los excesos, lagunas o desviaciones (las «consecuencias no queridas») producidas por el despliegue de un modelo social básicamente adecuado, basado en el individualismo”. Aunque al mismo tiempo, “casi por definición, el voluntariado se distancia de las aristas extremas de este tipo ideológico”.21

2.2.

El ‘estado’ de la participación social en las sociedades contemporáneas

En la actualidad encontramos una fuerte controversia a la hora de caracterizar el ‘estado de salud’ de la participación social en los países desarrollados. Distintos autores han buscado evidencias empíricas (mayoritariamente de tipo cuantitativo, y muchas veces articulando estudios comparativos en un marco internacional) que demuestren, bien el ascenso y fortalecimiento de la participación, o por el contrario, su declive o retroceso social. Como consecuencia, en la literatura internacional nos encontramos con distintos diagnósticos no congruentes entre sí. Un primer bloque de autores —cuyas tesis compartiríamos en términos generales los autores de este capítulo— se refiere a un debilitamiento y/o reflujo de la participación22. Es especialmente conocida la posición y argumentación de Putnam. Este autor identifica en los Estados Unidos un marcado declive comunitario, vinculado a un reflujo en la implicación en asociaciones voluntarias y el voluntariado, que a su vez remite al retroceso de la participación política y a una menor confianza entre los ciudadanos. Para Putnam, en este cambio existiría una base generacional, es decir, el declive en la participación afectaría especialmente a los ciudadanos más 21

Colectivo Ioé (2002), ob. cit., pp. 20-22. Putnam, R. (1995), ‘Tuning in, tuning out: the strange disappearance of social capital in America’, Political Science and Politics 28, 4: 664-83; Putnam, R. (2002): Solo en la Bolera. Colapso y Resurgimiento de la Comunidad Norteamericana, Barcelona, Galaxia Gutenberg; Wollebæk, D., Selle, P. (2003): “Generations and Organizational Change”, en Dekker, P., Halman, H. (eds.), The Values of Volunteering. Cross-Cultural Perspectives, New York, Kluwer Academia/Plenum Publishers; Wollebæk, D., Selle, P. (2005): “Women’s power under threat? Voluntary organizations in transition”, en Roβteutscher, S. (ed.): Democracy and the Role of Associations: Political, Organizational and Social Contexts, London, Routledge; Eliasoph, N. (1998): Avoiding Politics: How Americans Produce Apathy in Everyday Life, Cambridge, Cambridge University Press; Eliasoph, N. (2003): “Cultivating Apathy in Voluntary Associations”, en Dekker, P., Halman, H. (eds.), The Values of Volunteering. Cross-Cultural Perspectives, New York, Kluwer Academia/Plenum Publishers; Barthélemy (2003) ob. cit.; Halman (2003) ob. cit. 22

El voluntariado en el tercer sector jóvenes. El cambio estaría conectado con la progresiva individualización que conduciría a un desenfrenado esfuerzo por culminar aspiraciones y realizar deseos personales, en el contexto de una búsqueda interminable en pos de la identidad y la autenticidad. Así pues, se priorizaría la libertad y autonomía individual y la necesidad de realización personal (ligado al consumo conspicuo, la carrera profesional, la gratificación inmediata, la felicidad personal, el éxito y el logro…), y se produciría paralelamente la denegación de los intereses públicos (esto es, compartidos) y la erosión del compromiso cívico con respecto al bien común. Un diagnóstico considerablemente afín —aunque correspondiente a unas coordenadas políticas y culturales muy diferentes— es el elaborado por Wollebæk y Selle23, con respecto a la transformación del modelo participativo en Noruega. Tal hecho, nos indicaría una tendencia convergente en las pautas de participación en los países occidentales que sería correlato de tendencias sociales/culturales de tipo muy general (como por ejemplo, el reiterado proceso de individualización). Esta tendencia convergente trascendería las variaciones cuantitativas —de aumento o disminución de la tasa de voluntariado y/o participación asociativa— y nos remitiría fundamentalmente a una transformación general del modelo participativo dominante. Según Hedley y Smith24, el declive participativo se insertaría en un proceso de desplazamiento en la identidad social desde la esfera de la ciudadanía (derechos y deberes en cuanto miembro de una comunidad política) hacia el espacio del consumo (derechos y deberes como consumidor). Estos autores argumentan que esta tendencia socavaría la propensión de los ciudadanos al voluntariado —nosotros creemos pertinente proyectar este diagnóstico sobre el conjunto de la participación social— y a contribuir a la sociedad, aportando la visión hegemónica de que las relaciones deben ser mediadas por el nexo del dinero. En este contexto podríamos indicar, además, que la relación con el Estado y los servicios se plantea cada vez más en términos de una identidad de consumo25. Nuestras investigaciones dirigidas al análisis de la participación y el voluntariado en el contexto español26, nos remiten a un contexto de ‘crisis’ participativa que tiene un componente más cualitativo que cuantitativo. La debilidad participativa estaría asociada al declive de un asociacionismo activo, a una menor estructuración grupalista/comunitaria, y una participación cada vez más centrada en el interés personal (y crecientemente configurada, especialmente en el segmento más joven, como una actividad de ocio pura, es decir, ligada primordialmente desde una perspectiva motivacional a la satisfacción personal). La valoración de la situación de la participación social no puede depender —y reducirse— a la realización de un ‘simple’ recuento (cuya realización es por otro lado enormemente problemática). Así pues, a la hora de caracterizar la situación de la participación social no es suficiente con la 23

Wollebæk y Selle (2003), ob. cit. Cfr. Nichols, G. (2004): “Pressures on Volunteers in the UK”, en Stebbins, R.A., Graham, M. (eds.), Volunteering as Leisure, Leisure as Volunteering, Oxford, Cabi Publishing (pág. 204) 25 Vid. Clarke, J., Smith, N., Vidler, [et al.] (2007): Creating Citizen-Consumers: Changing Publics and Changing Public Services, London, Sage; Bevir, M., Trentmann, F. (eds.) (2007): Governance, Consumers and Citizens: Agency and Resistance in Contemporary Politics, Palgrave; Soper, K., Trentmann, F. (eds.) (2007): Citizenship and Consumption, Palgrave Macmillan. 26 Zurdo Alaguero (2004 y 2007), ob. cit.; Zurdo Alaguero (2005), “Los actores sociales del voluntariado: Las prácticas de voluntariado”, en Rodríguez Cabrero, G. (dir.), Plan de Voluntariado de Castilla-La Mancha: Evaluación 1999-2002 y Desarrollo Futuro, Junta de Castilla – La Mancha, pp. 135-177. 24

El voluntariado en el tercer sector determinación de cuántos ciudadanos están participando —siendo ésta una cuestión relevante—, sino que se trata de determinar qué tipo de participación están desarrollando los ciudadanos, en qué tipo de iniciativas se encuadran, cuál es el contexto organizativo, qué objetivos se proponen, cuál es su proceso motivacional, etcétera. Otro grupo de autores defiende una visión más optimista acerca de la situación de la participación social y el voluntariado27, son autores que no observan evidencias empíricas de un declive participativo. Por ejemplo, para Wuthnow28 ante lo que nos encontramos sería una transformación de las pautas de implicación comunitaria, y no tanto, ante un verdadero declive. Los cambios sociales se reflejarían en el tipo de implicación comunitaria, que pasaría a ser mucho más diversa, fluida, interdependiente, y especializada. Así pues, no se trataría de una participación comunitaria más débil sino estructurada de una manera más informal y flexible (a pesar de que reconoce compromisos a más corto plazo, o acciones esporádicas y cada vez más orientadas a tareas concretas). No existiría ‘debilidad moral’, sino una transformación institucional que requiere la articulación de nuevas vías de participación comunitaria. Así pues, estos autores (en su mayoría estadounidenses), lejos de identificar un declive o retroceso, observan un ‘revival’ concentrado en las pequeñas comunidades, y en ese sentido, sus trabajos se vinculan con el mito asociativo norteamericano, ligado inquebrantablemente —y podríamos decir que subyugado— a las iniciativas surgidas en los límites de la pequeña comunidad local. Resulta interesante señalar que este mito asociativo es puesto en cuestión de manera convincente por Skocpol29, que desde una perspectiva histórica demuestra la potente articulación supralocal ‘originaria’ del movimiento asociativo norteamericano.

3.

El voluntariado como modelo participativo

Si echamos un vistazo hacia atrás, nos daremos cuenta que el voluntariado es una modalidad participativa cuyo referente se ha ido ampliando constantemente durante las dos últimas décadas en España. En un primer momento, se vinculó en exclusiva con el voluntariado social, es decir, aquél que se correspondía con programas dirigidos fundamentalmente a la integración social. No obstante, ya desde la década de los noventa, la aspiración (asumida tanto desde la administración como desde algunas entidades del Tercer Sector) fue que el voluntariado desbordará este corsé, enunciándose nuevos ámbitos ‘naturales’ del voluntariado (el sociocultural, el medioambiental, el deportivo…). El voluntariado fue

27

Entre ellos: Wuthnow, R. (2002), Loose Connections: Joining together in Americas Fragmented Communities, Cambridge, Harvard University Press; Wuthnow, R. (2004), Saving America? Faith-Based Services and the Future of Civil Society, Princeton, Princeton University Press; Allahyari, R.A. (2000), Visions of Charity: Volunteer Workers and Moral Community, Berkeley, University of California Press; Verba, S., Schlozman, K.L., Brady, H. (2001), Voice and Equality: Civic Voluntarism in American Politics, Cambridge, Harvard University Press; Salamon, L.M., Sokolowski, S.W. (2003), “Institutional Roots of Volunteering: Toward a Macro-Structural Theory of Individual Voluntary Action”, en Dekker, P., Halman, H. (eds.), The Values of Volunteering. Cross-Cultural Perspectives, New York, Kluwer Academia/Plenum Publishers. 28 Wuthnow, R. (2002), ob. cit. pág. 203. 29 Skocpol, Th. (2004): Diminished Democracy: From Membership to Management in American Civic Life, University of Oklahoma Press (pp. 20 y ss.)

El voluntariado en el tercer sector erigiéndose progresivamente como referente genérico de la participación en ámbitos asociativos, si bien, correspondiéndose en general con un tipo de participación que no implicaba la pertenencia asociativa. En la actualidad, el término voluntariado aparece como verdadero sustitutivo del concepto participación. Cada vez más, hablar de voluntariado implica referirse a la participación en su conjunto, a todas las expresiones sociales de participación (exceptuando aquéllas que poseen una marcada dimensión política explícita, que quedan excluidas, lo cual en sí mismo es significativo). Ese desplazamiento se ve reflejado también en la literatura (nacional e internacional), siendo cada vez más marginales aquellas aportaciones que se estructuran en torno a la participación, y mucho más frecuentes las que optan por el voluntariado como concepto articulador, aun cuando su marco de referencia sea la participación en su conjunto. En definitiva, el voluntariado se configura cada vez más como el único término y el único modelo participativo de referencia (el arquetipo participativo por excelencia), produciéndose como consecuencia una ‘degradación’ del resto de realidades participativas que quedan al margen del espacio del voluntariado. Así pues, como indica el Colectivo Ioé, el voluntariado, aparece como un verdadero ‘cajón de sastre’ en el que se engloban concepciones y realidades extremadamente diversas e incluso contradictorias de la participación social30. Sus señas de identidad son: la colonización de nuevos espacios participativos, su constante reconstrucción ampliada, la absorción de espacios tradicionalmente asociativos, e incluso su penetración en el sector privado (en la empresa), donde se constituye en el reverso simbólico de la participación sindical. Podemos recurrir a algunos ejemplos concretos que muestran la potente expansión del concepto del voluntariado. Hace años un entrenador de fútbol de un equipo infantil de barrio (por supuesto en su versión no remunerada) jamás se habría definido como un voluntario, tampoco lo hubiera hecho un monitor de un grupo scout, ahora es muy probable que lo hagan. La propuesta ‘voluntaria’ llega a tener eco incluso en segmentos más extremos y politizados. Resulta curioso observar como un sindicato de orientación libertaria, hace referencia en alguna de las notificaciones a sus afiliados al ‘trabajo voluntario’ como base del funcionamiento asociativo. Hace unos años tal afirmación hubiera sido simplemente imposible, apareciendo como referentes exclusivos la militancia, la colaboración, la solidaridad u otros. El concepto ‘voluntariado’ es un término ‘importado’, y en ese sentido extraño a nuestro contexto cultural (aunque se haya naturalizado con gran éxito). Su origen anglosajón y su rápida difusión internacional, muestra el potente influjo que ha ejercido el modelo participativo norteamericano. Este influjo explica —en parte— el ‘sustrato’ liberal que permea sutilmente al voluntariado (afirmación que no implica, en ningún caso, ubicar a todos los voluntarios/as en una posición ideológica liberal, nada más lejos de la realidad). El término ‘voluntariado’ se introduce en España en los años setenta, si bien no comenzará a circular fluidamente hasta los años ochenta, y siendo finalmente a lo largo de la década de los noventa del pasado siglo cuando se generaliza socialmente su uso. Asistimos a su cristalización 30

Colectivo Ioé (1996), ob. cit., pág. 12.

El voluntariado en el tercer sector discursiva en la segunda mitad de esa década, en el contexto de una intensa política de promoción y regulación. Frecuentemente el término ‘voluntariado’ presenta internacionalmente equivalencias con raíces etimológicas muy semejantes. Es el caso del vocablo utilizado en castellano (‘voluntariado’) con respecto al término ‘originario’ en inglés (‘volunteering’). En ese sentido, debemos tener muy presente que en el ámbito anglosajón el término voluntariado remite especialmente a la esfera de la caridad y de los servicios para la comunidad31, lo cual se proyecta sobre sus equivalentes. Pero, a pesar de que lo habitual es encontrarse con estas equivalencias o adaptaciones ‘directas’, en ocasiones los términos utilizados para referirse a este tipo de participación parten de tradiciones culturales propias con etimologías ‘distintivas’ (por ejemplo, en francés el término ‘bénévolat’) lo cual imprime un carácter distintivo a las realidades participativas que entenderíamos ubicadas dentro del voluntariado (ámbitos de intervención y programas estimados como pertinentes, tipo de acción desarrollada, etc.)32. Es frecuente, que en estos países los conceptos ‘autóctonos’ convivan con los términos que resultan de una adaptación directa del término inglés (es el caso de Suecia, Francia, entre otros). Por ello, finalmente podemos constatar una poderosa tendencia hacia la homogeneización de los procesos participativos, resultado al menos en parte, de la articulación de verdaderas políticas internacionales de promoción del voluntariado. Esta homogeneización se dirigiría hacia un modelo crecientemente anglosajón en su concepción, que refuerza la percepción de la participación social y concretamente del voluntariado como un recurso en las políticas de bienestar, y en el que la consideración de las consecuencias positivas del hecho participativo en sí mismo se diluyen.

3.1.

El ‘voluntariado’ y el ‘asociacionismo’ como arquetipos centrales de la participación social

A la hora de ilustrar las diferencias entre los arquetipos participativos encarnados por el voluntariado y el asociacionismo, resulta útil recurrir a una comparación internacional. Podríamos decir que el voluntariado se corresponde con el modelo de participación tradicional estadounidense, mientras que el modelo participativo que podríamos denominar como asociativo ha formado parte de la tradición europea (estando vinculado estrechamente al desarrollo de los movimientos sociales). Si buscamos un elemento diferenciador clave, encontramos que la tradición de participación europea se liga más a la pertenencia, adscripción, o afiliación asociativa —los sujetos participantes han sido usualmente miembros, y a partir de esa condición se desarrollaba la participación—, mientras que en el modelo estadounidense domina una tradición de provisión de servicios. Así, en el modelo del voluntariado “es la organización la que constituye el programa y después recluta voluntarios/as para realizar el trabajo”33. A pesar de este marco interpretativo, la diferencia de las tradiciones ha perdido relevancia a lo largo de las 31

Dekker, P., Halman, H. (2003): “Volunteering and Values: An Introduction”, en Dekker, P., Halman, H. (eds.), The Values of Volunteering. Cross-Cultural Perspectives, New York, Kluwer Academia/Plenum Publishers, pág. 2. 32 Vid. Dekker y Halman (2003), ob. cit., pág. 2. 33 Leopold, cfr. Meijs, L.C.P.M, Karr, L.D. (2004): “Managing Volunteers in Different Settings: Membership and Programme Management”, en Stebbins, R.A., Graham, M. (eds.), Volunteering as Leisure, Leisure as Volunteering, Oxford, Cabi Publishing (pág. 177).

El voluntariado en el tercer sector tres últimas décadas, ante la difusión del modelo de participación voluntaria en Europa y su exitosa penetración en el espacio asociativo. No obstante, la adscripción unívoca de los Estados Unidos con un modelo ‘profesionalizado’ y desvinculado de la pertenencia asociativa, es en cierta medida una simplificación. La interesante aproximación histórica de Theda Skocpol34, muestra cómo a lo largo del siglo XIX y principios del XX el sector asociativo estadounidense se constituía en torno a grandes organizaciones nacionales articuladas a través de la pertenencia asociativa (incorporando además en su seno a miembros de distintas clases sociales, lo cual, según Skocpol potenciaba su capacidad de integración social). Para Skocpol, esa pertenencia asociativa es uno de los grandes activos que se han perdido en el actual modelo caracterizado por su fuerte profesionalización y orientación hacia la gestión. Quizá en los Estados Unidos, debido al dominio del paradigma liberal en la esfera de la participación —a diferencia del contexto europeo, donde en gran medida los movimientos sociales se ubicaron en la estela del socialismo—, la transición hacia un modelo de participación desvinculado de la condición de miembro, más individualizado y orientado a la prestación de servicios, fue mucho más rápido que en el caso europeo. Por otro lado, es evidente que la realidad estadounidense ha funcionado como modelo de referencia (especialmente para los gobiernos europeos y también para las propias entidades), que en cierta medida importaron el modelo y la terminología asociada al voluntariado a lo largo de las dos o tres últimas décadas del siglo XX. El denominado ‘boom’ del voluntariado en España de la segunda mitad de los noventa, marca claramente el final de esa transición desde un modelo de participación asociativa, todavía arquetípico en la década de los setenta y principios de los ochenta, hacia un modelo de voluntariado instrumental, desligado de la participación asociativa/organizacional plena. El modelo voluntario pareció constituirse aparentemente en un fenómeno más masivo (o al menos representable —y representado— como masivo a través de los medios de comunicación), pero a la postre, resultó una participación más desmovilizada política y socialmente, en aparente contradicción con los eventos multitudinarios que jalonaron su evolución. Unos ‘acontecimientos’ que mostraron un carácter más lúdico y festivo (conciertos, ferias y mercadillos solidarios, fiestas, etc.) que político, y en los que la movilización social efectiva —de carácter ‘finalista’— se difuminaba severamente en la simple agregación de masas. Como modelo, las organizaciones basadas en el voluntariado no son organizaciones en las que los voluntarios y voluntarias —salvo excepciones—, sean miembros efectivos (afiliados). Su vinculación suele ser simplemente ‘funcional’. Así podríamos distinguir las organizaciones basadas en el voluntariado, y aquellas articuladas en torno al asociacionismo (afiliación efectiva). A veces, en una organización se simultanean ambas lógicas participativas (por ejemplo, en las grandes asociaciones conservacionistas), y es necesario señalar que en otras ocasiones, se generan cauces para que sea posible que los voluntarios/as puedan ser socios, o miembros efectivos. También resulta importante apuntar de manera enfática, que los límites entre los modelos participativos son extremadamente borrosos,

34

Skocpol (2004), ob. cit.

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El voluntariado en el tercer sector produciéndose evidentes solapamientos y formas ‘mixtas’. Aquí simplemente tratamos de mostrar una tendencia de desplazamiento generalizada desde el modelo asociativo hacia la participación voluntaria. Si confrontamos los dos modelos, el ‘modelo asociativo’, muestra una dimensión más grupal mientras que el modelo voluntariado, está más asociado a una base individual. No obstante, el modelo de voluntariado ligado a pequeñas asociaciones frecuentemente presenta unas características que lo aproximan más al modelo asociativo (articulado éste en torno a un proyecto de intervención compartido, más que en torno a una tarea compartida). Es evidente que existen voluntariados articulados ‘grupalmente’, pero el ‘hacer juntos’ no es la norma en este modelo participativo. Al mismo tiempo, en el ámbito del ‘asociacionismo’ el grupalismo también se ha venido diluyendo de manera notable durante los últimos años. Muchos socios reducen su papel a una función financiadora —los llamados socios de chequera y/o pasivos35—, un tipo de socio que progresivamente tiende a ser mayoritario. La pasividad de estos socios tiene que ver con su nula o anecdótica participación en los procesos organizativos (tomas de decisiones, determinación de la orientación estratégica de la asociación, delimitación de objetivos, etc.), tareas que dependen del grupo de gestores y técnicos profesionales. Como tendencia general, para el socio activo el vínculo con organización es especialmente importante, mientras que para el voluntario la prioridad suele ser la acción voluntaria en sí misma y el contacto con el receptor. El voluntariado se vincula a la realización de tareas y a la capacitación funcional (frecuentemente previa), mientras que la participación asociativa activa implica muy frecuentemente la autoformación (individual o grupal) a través de la acción. Constatamos además, que el modelo de participación voluntaria, y cada vez más el asociativo, vinculado al socio de chequera, presentan un déficit en su articulación democrática en el seno de las entidades (cuya aportación se reduce en el caso del voluntario al desarrollo de una tarea concreta en un tiempo delimitado y en el caso del socio a una aportación dineraria). En términos generales, el modelo asociativo parece que se halla en fuerte regresión (multitud de bibliografía lo constata en distintos países), encaminándonos a una situación en la que se perfilaría como una modalidad de participación ‘residual’ (limitada fundamentalmente al espacio de las pequeñas asociaciones). Incluso en aquellas sociedades con un modelo de bienestar que podríamos denomina de ‘tradición socialdemócrata pura’ (como por ejemplo Suecia), donde tradicionalmente el papel del Estado en las políticas sociales y culturales no ha dejado demasiado espacio para el voluntariado, se está produciendo un deslizamiento desde el modelo asociativo al modelo voluntario. Como resultado, “se produce la paradoja de un espacio asociativo (especialmente en el área social) que se vacía progresivamente de asociados/socios/afiliados (especialmente de aquéllos con una implicación más activa), y cuya actividad concreta depende, cada vez más, de voluntarios. Unos voluntarios que se hallan adosados funcionalmente a la organización, pero que en la gran mayoría de

35

Vid. Wollebæk, D., Selle, P. (2004): “Passive membership in Voluntary Organizations: Implications for Civil Society, Integration and Democracy”, en Prakash, S., Selle, P. (eds.), Investigating Social Capital: Comparative Perspectives on Civil Society, Participation and Governance, London, Sage.

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El voluntariado en el tercer sector los casos no son miembros de la misma, y cuya fidelidad tiende a ser crecientemente circunstancial (sometida a la premisa de la libertad individual)”36 Puede ser interesante observar —a modo de simple ejemplo de las tendencias en la realidad asociativa—, cómo en el ámbito educativo, las asociaciones de madres y padres de alumnos han perdido gran parte de su dimensión ‘asociativa’, pasado a configurarse fundamentalmente como entidades de gestión de servicios —que no de producción directa de los mismos—. Encontramos, cada vez más, organizaciones orientadas casi exclusivamente a la oferta de actividades extraescolares (cuyo formato está tremendamente estandarizado), y que son desarrolladas por empresas externas. La vida asociativa se limita extraordinariamente, y el espacio de discusión y reflexión sobre aspectos educativos, e incluso la producción de actividades y servicios propios, pasan a un lugar marginal (aunque existen algunas excepciones). Tampoco hay que olvidar la patente disminución en la capacidad de convocatoria y movilización, y explícitamente de captación de socios entre las madres y padres de los alumnos/as. La decisión de hacerse socio/a muchas veces se deriva de los descuentos económicos aplicados a los socios sobre el precio de las actividades extraescolares. En la literatura, dada la penetración del concepto voluntariado como referente único de la participación social, las clasificaciones en torno a tipos de participación se estructuran en torno a la consideración de variantes dentro del voluntariado, lo que desde nuestro punto de vista es un error. Asimilable a la conceptualización que hemos realizado, aunque inscribiéndose terminológicamente en el paradigma participativo del voluntariado, Smith37 realiza una interesante diferenciación entre los voluntarios de las asociaciones de base (‘voluntarios asociativos’) y los ‘voluntarios de programas’. Y en la misma línea, Meijs y Karr38 distinguen entre dos modelos de gestión del voluntariado: el primero constituido a partir de la afiliación (que nosotros preferimos conceptualizar como modelo asociativo), y el segundo, articulado a partir de la estructuración de programas. Este segundo modelo, tendría una orientación más instrumental, y se vincularía a la corriente principal del voluntariado, inserto en el sector más ‘corporativo’ desde una perspectiva organizativa (usualmente grandes entidades, fuertemente racionalizadas/burocratizadas). En el primero de los modelos —según los autores, de tradición europea—, las tareas se crean en tanto en cuanto se acomodan a las expectativas de los miembros que integran el grupo, mientras que el voluntariado de programas —de tradición más anglosajona y especialmente estadounidense—, implicaría la elaboración de un diagnóstico y una posterior articulación del programa, realizado por el segmento no voluntario (técnicos y gestores). Una vez proyectado y definido el programa, se procedería a captar a las personas (voluntarias) para la implementación concreta de las tareas necesarias. Por tanto, los objetivos, la elaboración de estrategias y los procesos de reflexión son totalmente ajenos a los voluntarios, que son ‘recluidos’ en la realización de tareas concretas.

36

Rodríguez Cabrero, G., Marbán, V. y Zurdo, A. (2008): “Actores Institucionales y Sociales en las Políticas Sociales”, en VI Informe Sobre Exclusión y Desarrollo Social en España, Madrid, Fundación Foessa. 37 Cfr. Perkins, K.B. y Benoit, J. (2004): “Volunteer Satisfaction and Serious Leisure in Rural Fire Departments: Implications for Human Capital and Social Capital”, en Stebbins, R.A., Graham, M. (eds.), Volunteering as Leisure, Leisure as Volunteering, Oxford, Cabi Publishing, pág. 85. 38 Meijs y Karr (2004) ob. cit., pp. 178 y ss.

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El voluntariado en el tercer sector 3.2.

Individualización social y voluntariado

El proceso de individualización se presenta como una característica central del actual estadio denominado por algunos autores ‘modernidad reflexiva’39, o ‘modernidad líquida’40. La individualización atraviesa todas las esferas de lo social, incluido el ámbito de la participación social, pero, en este último espacio, provoca una tensión extremadamente evidente con respecto a su proyección en el espacio público. En cierta medida, sin entender la individualización, no podremos comprender la lógica actual del voluntariado, y de la participación en general. La ‘fluidez’ o ‘liquidez’ aparecen como metáforas adecuadas de la era moderna41, y en ese sentido, las pautas participativas —fundamentalmente el voluntariado— se contagian cada vez más de ese carácter fluido (e inestable), con respecto a las pautas de participación mucho más ‘sólidas’ que caracterizaban al asociacionismo y los movimientos sociales. El proceso e individualización se produce en el contexto de una sociedad crecientemente borrosa, caracterizada como señalan Beck y Beck-Gernsheim42 por “formas híbridas, contradictorias, ambivalentes”. En una primera aproximación podríamos pensar que individualización es sinónimo de individualismo43, pero Beck aclara que hablar de individualización no implica necesariamente hablar de individualismo, ni de aislamiento o atomización social sistemática, ni debe confundirse con una expresión de egoísmo mercantilista de un sujeto insensible ante la suerte del otro. Fundamentalmente “la individualización es un concepto que describe una transformación estructural, sociológica, de las instituciones sociales —cada vez más orientadas hacia el individuo— y la relación del individuo con la sociedad”44. Para Bauman45 “la «individualización» consiste en transformar la «identidad» humana de algo «dado» en una «tarea», y en hacer responsables a los actores de la realización de esta tarea y de las consecuencias (así como de los efectos colaterales) de su desempeño”. Así pues, la individualización está asociada a la disposición potencial de libertad de elección, pero tal expresión de autonomía se convierte finalmente en una libertad precaria, al configurarse como una autodeterminación obligatoria del sujeto, absolutamente ineludible. La vida queda en manos de un individuo que se siente socialmente desamparado, que ya no tiene a quién culpar de sus frustraciones y preocupaciones, que es víctima del “desmembramiento de las formas de vida de la sociedad industrial […] por obra de otras en las que los individuos tienen que montar, escenificar e improvisar sus propias biografías. La biografía normal se 39

Beck, U., Giddens, A., Lash, S. (1997): Modernización Reflexiva. Política, Tradición y Estética en el Orden Social Moderno. Madrid, Alianza Editorial. 40 Bauman, Z. (2004) [2000]: Modernidad Líquida, Buenos Aires, Argentina. 41 Bauman, Z. (2004) ob. cit., pág. 8. 42 Beck, U., Beck-Gernsheim, E. (2003) [2001]: La Individuación: El Individualismo Institucionalizado y sus Consecuencias Sociales y Políticas, Barcelona, Paidós (pág. 47) 43 El concepto individualismo fue introducido por Tocqueville, otorgándole un sentido de aislamiento social, al caracterizar la sociedad democrática estadounidense. “El individualismo es un sentimiento reflexivo y apacible que induce a cada ciudadano a aislarse de la masa de sus semejantes y a mantenerse aparte con su familia y sus amigos; de suerte que después de formar una pequeña sociedad para su uso particular, abandona a sí misma a la grande”. Vid. Tocqueville, A. de (1985) [1840]: La Democracia en América (II), Madrid, Alianza (pág. 89). 44 Beck, U., Beck-Gernsheim, E. (2003), ob. cit., pág. 339. 45 Bauman, Z. (2004), ob. cit., pp. 37 y 39.

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El voluntariado en el tercer sector convierte en biografía elegida, en «biografía artesanal»”46, o expresado de una forma más fidedigna en una biografía ‘hágaselo usted mismo’. Un tipo de biografía que como indican Beck y Beck-Gernsheim47, termina convirtiéndose finalmente en una ‘biografía de riesgo’, e incluso una ‘biografía de la cuerda floja’. No es fácil para el individuo que vive instalado en la ‘cuerda floja’ de lo social, conformar una identidad social duradera y satisfactoria (ubicado como está en la provisionalidad más absoluta y ante las crecientes expectativas vitales y deseos que la sociedad se encarga de suscitar, fundamentalmente a través del consumo), y por eso, la vida cotidiana se hace más y más compleja (“la vida pierde su cualidad de obviedad”), y las continuas decisiones —por su carácter arriesgado— sumen al individuo en una perenne sensación de zozobra e inseguridad. No es por ello extraño, que finalmente la individualización suponga, además, un incremento de la desigualdades sociales (en el contexto de una sociedad que deja en gran medida a sus miembros a su suerte). Así pues, el “proceso de individualización nunca significa disolución sino aumento de la desigualdad social”48. Podríamos pensar que estas dimensiones de la individualización (el riesgo, la provisionalidad, la fragilidad vital, la creciente polarización social, etc.), afectarían fundamentalmente —en el contexto del voluntariado social— al potencial receptor de la acción voluntaria, aquél que en cierta medida, se presentaría como víctima de errores en las elecciones vitales clave. Sin embargo, es el propio sujeto voluntario el que expresa con plenitud las nuevas condiciones sociales asociadas a la individualización, un sujeto que a través de su práctica voluntaria generaría —parafraseando a Beck— ‘soluciones biográficas a problemas sistémicos’, y no sólo desde el punto de vista de la generación de estrategias de acción individual ante una situación de desigualdad social, sino sobre todo, desde la perspectiva de la conformación de la propia identidad. El voluntario encuentra un ‘asidero identitario’ en el desarrollo de su actividad. Un asidero transitorio, como no podría ser de otro modo, dado que es el mismo sujeto el que paradójicamente rehúye de todo aquello que parezca demasiado definitivo. Este perfil afectaría fundamentalmente a las generaciones más jóvenes de voluntarios —los más ‘individualizados’, los que enfrentan cotidianamente una construcción más compleja y frágil de su identidad social—, pero es crecientemente definitorio del voluntariado en su conjunto. Por otro lado, el voluntariado es un claro ejemplo de la creciente orientación de las instituciones hacia el individuo (tanto si consideramos al receptor como al voluntario). El proceso de individualización se asocia —según Bauman49— a una creciente fragilidad de la acción colectiva. Tal debilidad implica “…la evidente dificultad para generalizar las experiencias, vividas como algo absolutamente personal y subjetivo, y transformarlas en problemáticas públicas destinatarias de políticas públicas”. En ese contexto, es lógico que las crisis sociales se proyecten como crisis de tipo individual, y por tanto, que el sujeto busque la salvación individual con respecto a problemas que son en esencia compartidos. “Los problemas pueden ser similares […] pero no 46

Beck, U. (2000): La Democracia y sus Enemigos, Barcelona, Paidós (pág. 35) Beck, U., Beck-Gernsheim, E. (2003), ob. cit., pág. 40. 48 Beck, U. (2000), ob. cit., pp. 46 y 38. 49 Bauman, Z. (2004), ob. cit., pp. 56 y 40-41. 47

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El voluntariado en el tercer sector conforman una «totalidad mayor que la suma de las partes» […]. Uno quizá también logre aprender de la experiencia de otros […]. Pero lo primero que uno aprende del contacto con los otros es que la única ayuda que nos pueden brindar es el consejo de cómo sobrevivir en nuestra propia e irredimible soledad, y que la vida de todos está llena de peligros que deben ser enfrentados y combatidos en soledad…” El marco de la progresiva disolución de las problemáticas sociales (aquellas que son reconocidas como compartidas), se adapta extremadamente bien al modelo participativo del voluntariado, que tiende a traducir los problemas sociales en términos de casos individuales sobre los que intervenir (de manera prioritaria a través del apoyo personal). Pero, no sólo los males sociales son individuales, también lo son las ‘terapias’, es decir, los medios que se plantean para combatirlos50. En esas coordenada se ubica el voluntariado contemporáneo, precisamente como un modelo de ‘terapia’ individual, cuya potencialidad integradora depende más del modelo social (y el orden social asociado) que ‘comunica’ el sujeto voluntario, que de la ayuda efectiva que se pone en juego (sobre todo, si la consideramos desde el punto de vista de su base material/redistributiva). Aunque la acción voluntaria se halle incardinada organizativamente de forma mayoritaria, al hacer depender su concreción —en los discursos de referencia hegemónica de inspiración liberal— de la voluntad individual, toma la forma de una “solución biográfica de contradicciones del sistema”51. En definitiva, el voluntariado se constituiría en un elemento más en la continua búsqueda de soluciones biográficas —individualizadas, personalizadas— a esas contradicciones sistémicas, soluciones que se configurarían como el elemento central de la biografía ‘hágaselo usted mismo’. Otra tendencia asociada al proceso de individualización tiene que ver con la contracción y vaciamiento del espacio público, lo cual dificulta sobremanera una articulación de un espacio comunitario. Para Bauman52 “la otra cara de la individualización parece ser la corrosión y la lenta desintegración del concepto de ciudadanía”. Este autor se refiere “…al vaciamiento del espacio público, y en particular del «ágora», ese espacio intermediario público/privado donde las políticas de vida se encuentran con la Política con mayúsculas, donde los problemas privados son traducidos al lenguaje de la cosa pública y donde se buscan, negocian y acuerdan soluciones públicas para los problemas privados”. De esta manera, lo privado termina colonizando el espacio público. Se produce una redefinición de la esfera pública que queda reducida al papel de “plataforma donde se ponen en escena los dramas privados”. También el voluntariado —e incluso cada vez más el propio trabajo social— tiende a proyectar ‘públicamente’ los problemas sociales bajo el ropaje del caso individual, inclasificable y único, y de manera paradójica el desarrollo del voluntariado (en su modalidad de voluntariado de tareas que caracterizaremos más adelante) es un elemento que nos remite al vaciamiento del espacio público al que se refiere Bauman. Sennett anticipó a mediados de los años setenta del pasado siglo el vector de privatización al hacer referencia al “desgaste de la vida pública”53. El sociólogo norteamericano, identificaba el 50

Bauman, Z. (2004), ob. cit., pág. 71. Beck, U. (2001) [1986]: La Sociedad del Riesgo: Hacia una Nueva Modernidad, Barcelona, Paidós, pág. 173. 52 Bauman, Z. (2004), ob. cit., pp. 42, 44-45, y 75. 53 Sennett, R. (2001) [1974]: El declive del Hombre Público, Barcelona, Península, pág. 25. 51

21

El voluntariado en el tercer sector advenimiento de una ideología de la intimidad que trocaba las categorías políticas en categorías de orden psicológico (siendo esta una ideología que ha penetrado profundamente en el ámbito de la participación voluntaria)54. Para Sennett “se ha producido una confusión entre la vida privada y la pública; la gente está resolviendo en términos de sentimientos personales aquellas cuestiones públicas que sólo pueden ser correctamente tratadas a través de códigos de significado impersonal”55. Por último, debemos señalar el debilitamiento de la estructuración comunitaria de las sociedades actuales, cuestión que afecta a la participación y especialmente al modelo del voluntariado. La organización moderna (capitalista) se caracterizaría según Bauman por un “lento pero incesante desmantelamiento/desmoronamiento de la comunidad”56. Así pues, la recuperación conceptual de lo comunitario —por ejemplo, de forma especialmente recurrente (casi obsesivamente), en el caso del voluntariado— ha de concebirse fundamentalmente como un recurso retórico, más que como un diagnóstico sociológico preciso. Como apunta Hobsbawn57, “la palabra «comunidad» nunca se ha usado de forma más indiscriminada y vacía que en las décadas en que las comunidades en sentido sociológico se hicieron difíciles de encontrar en la vida real”.

3.3.

El ‘voluntariado de tareas’

El modelo de voluntariado actual se corresponde básicamente con el que es denominado frecuentemente desde el seno de las propias entidades como ‘voluntariado de tareas’ (orientado fundamentalmente al desarrollo de servicios). Reconociendo la fuerte heterogeneidad del voluntariado contemporáneo, esta concreción se constituiría como el arquetipo fundamental (que cobra especial pujanza entre el sector más joven). Este modelo de voluntariado se identifica con el desarrollo sobre una base individualizada de trabajos o tareas concretas, y además, encontramos que el sujeto no se integra en la dinámica organizacional. Por ello, podríamos decir que es un voluntariado adosado funcionalmente a la entidad (las tareas pueden estar incluso periféricamente integradas en la organización). Marisa Revilla caracteriza el aspecto central de este voluntariado de tareas (aunque su diagnóstico sea más genérico): “En el afán de promover la figura del voluntariado, por parte de administraciones públicas y de algunas organizaciones que han visto la fórmula de tener mano de obra gratis, se ha desvinculado completamente al voluntario de la organización. Ésa es la novedad, no la de la existencia de voluntarios. El voluntariado es la donación de tiempo y trabajo a una organización de la que no se es miembro. Tanto 54

Según Sennett, “La creencia que reina actualmente es la que se refiere a que la proximidad entre las personas constituye un bien moral. La aspiración regente es la de desarrollar la personalidad individual a través de experiencias de proximidad y calor con los demás. El mito de la actualidad se basa en que los males de la sociedad pueden ser todos comprendidos como males de la impersonalidad, la alienación y la frialdad. La suma de los tres representa una ideología de la intimidad: las relaciones sociales de todo tipo son más reales, verosímiles y auténticas, cuanto más cerca se aproximen a los intereses psicológicos internos de cada persona. Esta ideología transmuta las categorías políticas dentro de categorías psicológicas. Esta ideología de la intimidad define el espíritu humanitario de una sociedad carente de dioses: el calor es nuestro dios”. Vid. Sennett, R. (2001), ob. cit., pp. 567-568. 55 Sennett, R. (2001), ob. cit. pág. 24. 56 Bauman, Z. (2003): Comunidad. En Busca de Seguridad en un Mundo Hostil, Madrid, Siglo XXI, pág. 37. 57 Cfr. Bauman, Z. (2003), ob. cit. pág. 22.

22

El voluntariado en el tercer sector quien dona dinero como quien dona tiempo, en la medida en que no participa en la toma de decisiones de la organización, carece de medios para participar”58. Así pues, en la mayoría de los casos, estos voluntarios ‘de tareas’ no son miembros efectivos de la entidad, y rehúyen cualquier tipo de implicación organizativa —no desarrollan una identidad fuerte con la ‘causa’ o la entidad—, aunque esa característica no es una cuestión definitoria por sí misma del voluntariado de tareas. El trabajo voluntario se orienta a un nivel personal y aparece descontextualizada desde una perspectiva social y política. El sentido se asocia al hacer —concretamente a sus efectos inmediatos—, y en gran medida se agota en la experiencia personal. De ahí que sea un campo abonado para una orientación motivacional dominante individualista expresiva ligada a la realización personal y el vínculo emocional con el receptor (como peculiaridad, debemos señalar que el ‘voluntariado de tareas’ que se desarrolla en el ámbito medioambiental, está asociado a un fuerte grupalismo expresivo, dado que es mucho más frecuente que las tareas se desarrollen colectivamente: repoblaciones, tareas de limpieza, etc.). De lo dicho hasta aquí no debemos sacar la conclusión que el voluntariado de tareas está necesariamente asociado a una labor no cualificada, aunque tal situación sea la más frecuente. Pero, a pesar de lo que se ha señalado más arriba, el voluntariado de tareas no es, ni mucho menos, una categoría homogénea, podemos encontrar diversos perfiles motivacionales, y se encuadra en modelos organizativos diferentes. La cristalización de este modelo depende tanto de las aspiraciones o motivaciones de los voluntarios/as, como de la estructuración organizativa de la entidad de voluntariado. Frecuentemente los aspirantes voluntarios —especialmente los más jóvenes— buscan explícitamente este tipo de voluntariado, asociado a un compromiso ‘tasado’ y ‘calculable’ por el individuo, y en ese sentido, que no comprometa la libertad personal. Encontramos pues una fidelidad organizativa baja. Cabe recordar con Sennett59 que la lealtad organizativa no puede ser alta en un contexto en el que la participación real de individuo no se produce: “la lealtad es una relación de participación”. Tanto voluntarios como organizaciones voluntarias basculan hacia un modelo de participación limitada que conduce a una lealtad/compromiso limitado. La lealtad limitada puede resultar ‘funcional’ para el individuo (aunque a costa también de producir un déficit de sentido asociado a la acción voluntaria), pero, también puede llegar a ser funcional en cierta medida para la entidad/organización, porque incrementa su flexibilidad. Así, usualmente para los voluntarios/as orientados hacia la tarea, la lógica fundamental que debe garantizar su voluntariado es (y aquí el garante para ellos debe ser la organización) la libertad de elección: qué labor desarrollar, cuándo y dónde realizarla y por supuesto, cuándo abandonarla. El riesgo implícito de la premisa estratégica de ‘libertad a toda costa’ y la fuerte desvinculación organizativa, es la sensación de abandono, la escasa motivación derivada de la tarea, la frustración, y finalmente las elevadas tasas de abandono (que las entidades tratarían de limitar en ocasiones a través de los contratos de voluntariado, que surgen al amparo de este tipo de voluntariado). Existiría pues, una marcada correlación entre la prevalencia del voluntariado de tareas y las elevadas tasas de rotación (abandono) de 58 59

Revilla, M. (2002), op cit. pp. 39. La cursiva es nuestra. Sennett, R. (2007) [2006]: La Cultura del Nuevo Capitalismo, Barcelona, Anagrama, pág. 59.

23

El voluntariado en el tercer sector los voluntarios. La experiencia del voluntariado de tareas es más positiva cuando se posibilita un marco grupal (espacios de formación, reuniones de coordinación), aunque éste sea puntual y no se configure como una grupalidad primaria, sino secundaria o funcional. Considerando el papel de las entidades en la cristalización del modelo, es muy frecuente que éstas generen —usualmente más cuanto mayor es su perfil de profesionalización y están más orientadas a la implementación de servicios— preferente o exclusivamente este tipo de puestos de trabajo voluntario, y de esta manera, lo ‘impongan’ en cierta medida a los potenciales voluntarios. Dominaría en estas organizaciones una concepción instrumental —no participativa— del voluntariado. Así pues, en definitiva, podríamos decir que a nivel global existen presiones confluentes de tipo motivacional y organizativo que fortalecen este tipo de voluntariado, el voluntariado de tareas. El ‘aislamiento funcional’ —con respecto a los procesos organizativos— y la reclusión en las tareas, elementos característicos de este tipo de voluntariado, son más frecuentes en casos de voluntariado que podríamos denominar como ‘deslocalizado’, es decir, desarrollado en un espacio diferente a la sede o local de la organización, o en una situación en la que el sujeto no entra en contacto con otros voluntarios/as o integrantes de la organización (arquetípicamente el voluntariado de acompañamiento). Como hemos señalado, la identificación con la organización suele ser baja, pero, no obstante, debemos señalar la excepción de las generaciones de voluntarios de edad más avanzada, que en muchos casos desarrollan también una fuente vinculación con la entidad —si bien de carácter más simbólico que real, y mediada por contactos concretos personales con los técnicos—. Las entidades que realizan una apuesta clara por un modelo de voluntariado de tareas, suelen optar por un modelo organizativo que podemos denominar de crecimiento (el crecimiento es un fin en sí mismo, al que en ocasiones se subordinan otros objetivos). En estas entidades, la opción es fundamentalmente la maximización de los recursos, y por ello, no es fácil encontrar un enfoque participativo y movilizador con respecto al voluntariado. Por esta razón se establece una separación clara de la planificación, la elaboración de estrategias organizativas y la gestión, con respecto al desempeño de tareas. La organización en este tipo de voluntariado suele estar ligado a lo que hemos definido como voluntariado de programas, modelo que es caracterizado por Meijs y Karr60. En estos casos, la entidad se preocupa fundamentalmente por la continuidad. La delimitación cuidadosa de tareas, evita que los voluntarios/as —individualmente considerados— se conviertan en indispensables. La mayoría de las tareas son ‘autónomas’, independientes entre sí (lo que hace mucho más fácil la sustitución del voluntario/a). El compromiso limitado de los voluntarios facilita la entrada y la salida de éstos. Los voluntarios pueden aproximarse a la organización con el fin de desarrollar una tarea específica, de duración limitada y especificada. Para Meijs y Karr esta situación facilita una estabilidad a largo plazo (aunque paradójicamente construida, añadimos nosotros, sobre la inestabilidad del compromiso 60

Véase Meijs y Karr (2004), op. cit., pp. 179 y ss.

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El voluntariado en el tercer sector voluntario y la disolución del vínculo asociativo), ya que lo crucial es tratar de disponer de una ‘fuente continua’ de mano de obra (lo que por otra parte no es tan fácil conseguir, salvo para las entidades de mayor tamaño y proyección social, que se erigen en referencia para la mayoría de los ciudadanos). Estos autores observan un modelo más flexible y elástico, muy adaptable en términos de procesos organizativos, pero en el camino el voluntariado se traduce en un simple recurso, en ‘fuerza de trabajo’ que se inscribe en organizaciones cada vez más impersonales (importa la función, no la persona). La pérdida de la dimensión grupal en la participación es evidente —e irreparable— en este modelo que podríamos definir como ‘productivista’ y casi ‘taylorista’ en su concepción del trabajo voluntario (si atendemos a la fuerte fragmentación e individualización de las tareas que impone y a la separación radical entre las labores de concepción y planificación y las tareas de ejecución). Otra pérdida irreparable es la vinculación con la ‘causa’ (que se difumina para el voluntario de a pie), que es sustituida a nivel motivacional por el vínculo con el receptor y la tarea (la acción cobra sentido a partir del nivel micro).

3.4.

La despolitización formal del voluntariado

Ya hemos señalado que el ‘voluntariado’ aspira a englobar todas las expresiones de participación, si bien, excluyendo aquéllas que presentan una marca ‘política’ explícita (partidos políticos, sindicatos y sobre todo movimientos sociales ‘descentrados’ ideológicamente y que se marcan objetivos políticos de forma manifiesta). De manera indirecta, tal hecho nos habla de la inocuidad política que se pretende trasladar al voluntariado. Cabe apuntar que cuando nos referimos a la dimensión política de la participación lo hacemos en el sentido señalado por Bauman, autor que define la política como la “actividad encargada de traducir los problemas privados en temas públicos (y viceversa)”61. Toda participación social posee necesariamente una dimensión política, pero, en el caso del voluntariado tal dimensión es atenuada e incluso repudiada —salvo excepciones— por todas las instancias que tienen un papel central en su articulación y estructuración (Estado, entidades voluntarias, y por supuesto, los propios sujetos voluntarios). Esta despolitización formal (calculada y artificiosa) refleja una concepción ‘privada’ de la participación social, alejando a ésta de la esfera ‘pública’ (el espacio del ‘ágora’, de la discusión política), y por tanto, se ubica en la estela de una concepción estrictamente liberal de la sociedad civil. Es por eso que cuando hablamos del voluntariado hemos de referirnos a la “pretensión apolítica de la acción”62. Al menos desde un punto de vista formal, la dimensión política no se evidencia, no se busca, no se reivindica, aunque paradójicamente el voluntariado posea siempre efectos políticos. Estos efectos son en gran medida ‘subterráneos’, no evidentes, y poseen en general una dimensión ‘conservadora’. Distintos modelos participativos de voluntariado —recordemos que se trata de una realidad enormemente heterogénea— podrán dar lugar a efectos políticos diferentes, pero el arquetipo central del voluntariado logra paradójicamente un reforzamiento del orden social dado, a diferencia de lo 61 62

Bauman (2004), ob. cit. pág. 76. Revilla, M. (2002), ob. cit., pág. 17.

25

El voluntariado en el tercer sector que sostienen gran parte de los analistas del fenómeno. Así pues, la dimensión política del voluntariado es resultado paradójico de su apoliticismo formal. Esa pretensión de ‘apoliticismo’, esa aparente neutralidad, es un aspecto central que ha permitido la maximización de la base social del voluntariado, y por lo tanto, es un elemento explicativo —si bien no el único— de su éxito social. Al presentar un perfil ideológico bajo, al eludir (salvo excepciones) cualquier tipo de vinculación ideológica explícita, al ‘despolitizarse’ formalmente —al menos la fracción central más representativa del voluntariado—, se eluden las fuertes resistencias de gran parte de la población a enrolarse en proyectos muestren una patente dimensión ideológica. De esta manera, el voluntariado se ha proyectado socialmente como un modelo de participación apto para todos los ‘públicos’, ya sean jóvenes o mayores, hombres o mujeres, ‘mileuristas’ en paro o clases acomodadas, izquierdistas radicales o ‘neocons’… De hecho, la posición ideológica del sujeto voluntario pasa a ser algo irrelevante, gracias a la articulación de ‘causas’ (concretadas en programas) que pueden ser asumidas por todos; siempre, claro está, que la atención del voluntario se dirija al caso particular, al desarrollo de una tarea de apoyo concreta, y no al esclarecimiento de las causas estructurales ‘responsables’ de las situaciones de exclusión social o desigualdad, o la degradación del medio ambiente —en el caso del ‘voluntariado ambiental’—, etc. Es justamente en un momento de fuerte ‘descrédito’ de los grandes paradigmas ideológicos, y de marcado declive de los nuevos movimientos sociales, cuando el voluntariado —que en ningún caso se constituye como un movimiento social— se fortalece. Otra forma de expresar la despolitización formal del fenómeno pasa por afirmar que el voluntariado se liga a la actividad y no al ‘activismo’. Finalmente, la despolitización formal del voluntariado, implicaría necesariamente según Rodríguez Victoriano y Benedito63 la despolitización de los espacios de la exclusión social asociada a la intervención del voluntariado. Esta cuestión resulta evidente si hacemos una revisión conceptual; un referente central en los discursos acerca de la acción voluntaria (junto a la solidaridad, concepto también despolitizado) es la ‘sensibilización social’ (inocua políticamente, que no desemboca necesariamente en la movilización), frente a la tradicional ‘toma de conciencia’ (que posee una evidente carga ideológica y una dimensión activa, orientándose prioritariamente a la movilización). Siguiendo a Barthélemy —y aplicándolo al voluntariado—, podemos “detectar un retroceso del factor político en la tendencia a sustituir los referentes del largo plazo, de la transformación social y del proyecto de «formación del ciudadano» por los de la proximidad, de la acción concreta y de la inmediatez incluso, a veces, del riesgo”. Además, “la atenuación del factor político se plasma, en segundo lugar, en la nueva popularidad del «hacer por los demás», que corresponde a una definición moral, a expensas del «hacer juntos». Esta evolución se expresa en la menor pertinencia, en el plano del vocabulario de las prácticas sociales, de la «afiliación» y la «militancia», frente al «trabajo voluntario» y a la donación”64.

63

Rodríguez Victoriano, J.M., Benedito Casanova, A. (2000): “El Voluntariado como Fenómeno Social y Cultural: Un Diseño Neoliberal de Despolitización”, en Arxius de Sociología, núm. 4, pp. 61-77. 64 Barthélemy (2003), ob. cit, pp. 307-308.

26

El voluntariado en el tercer sector En definitiva, el voluntariado se configura como alternativa a la participación política, incluso se define en gran medida por su oposición a la política65. Eliasoph, identifica en Estados Unidos una situación paradójica, observa cómo el voluntariado, debido en gran medida a su modelo organizativo, contribuye al debilitamiento de la discusión pública de temas políticos en el contexto de las organizaciones. Según está autora esa discusión se trasladaría a las ‘regiones traseras’ (siguiendo la conocida terminología de Goffman). El resultado, según Eliasoph, es el silenciamiento del discurso político, vinculado con un modelo de voluntariado dirigido a la tarea concreta y el caso individual.

3.5.

El proceso motivacional del voluntariado

Un aspecto importante a la hora de comprender las potencialidades y límites del fenómeno voluntario, es atender al ámbito de las motivaciones —un referente básico en la literatura—. En algunos trabajos, hemos establecido un esquema interpretativo para aprehender la estructura motivacional el voluntariado español66. Se trata de un modelo complejo, que no podemos desarrollar en profundidad en estas páginas. En este esquema establecemos tres orientaciones básicas que configurarían el proceso motivacional del voluntario/a. Cada uno de estos tres ‘ejes motivacionales’ aglutinan un buen número de motivos concretos de acción, proporcionando una cierta inteligibilidad al proceso motivacional. Los tres ejes que hemos propuesto son: a) la orientación individualista (que parte de las necesidades y carencias individuales), tal orientación presenta una variante expresiva —vinculada a la gratificación afectiva y la realización personal— y una variante instrumental —asociada a una compensación utilitaria de la acción—), b) la orientación moral (fundamentada en la satisfacción de necesidades ajenas a través de la acción de ayuda), y c) la orientación social o comunitaria (que parte de la configuración grupal/colectiva de la acción, y se dirige a la intervención y transformación social). Estas tres orientaciones motivacionales se recombinan en fórmulas diversas, dando lugar a distintos tipos motivacionales. Es decir, las orientaciones motivacionales no son en ningún caso excluyentes entre sí (sino todo lo contrario), apareciendo de esta manera distintas posiciones motivacionales —‘empíricas’— que responden distintas ‘combinaciones’ de estos tres ejes. Los tipos motivacionales más típicos serían: a) el voluntariado individualista expresivo y moral (que pese a presentar variantes, se articula en general a partir de la satisfacción afectiva derivada del proceso de ayuda, estando este proceso éticamente orientado), b) el voluntariado individualista complejo (que aúna motivacionalmente el individualismo expresivo —en su dimensión de crecimiento o realización personal— y el individualismo utilitario, c) el voluntariado individualista utilitario (de orientación estrictamente ‘profesionista’, busca la inserción asalariada en el mercado laboral), y d) el voluntariado grupalista (con dos fracciones, una de orientación más expresiva, que busca fundamentalmente la fusión

65

Véase: Eliasoph (1998 y 2003), ob. cit.; Dekker y Halman (2003), ob. cit. Vid. Zurdo Alaguero, A. (2003), “Voluntariado y Estructura Social. Funciones Sociales y Límites”, en Rodríguez Cabrero, G. (dir.), Las Entidades Voluntarias de Acción Social en España, (pp. 226-242) y especialmente, Zurdo Alaguero, A. (2004), op cit., pp. 301-420. 66

27

El voluntariado en el tercer sector afectiva en el grupo, y otra cívica o comunitarista, en la que encontramos una proyección social de los objetivos).

3.6.

El papel del voluntariado en la provisión de bienestar social

Algunos autores han señalado que durante los últimos años se ha producido una construcción idealizante del voluntariado. Esta es la posición de Salamon y Sokolowski según los cuales “ha surgido una mitología romántica que retrata la acción espontánea de los ciudadanos, como una alternativa a los programas sociales desarrollados por el estado, y también como el vehículo más efectivo para canalizar la participación de los ciudadanos en la esfera pública”67. Partiendo de esa idealización que maximiza la eficiencia del voluntariado, el corolario sería frecuentemente la exigencia de la reducción de las estructuras formales (es decir, del Estado) y la necesidad de que el papel del voluntariado sea central en el desarrollo de servicios sociales. De este modo, la participación voluntaria se proyectaría como la solución para un vasto conjunto de problemas sociales: superar la pobreza, estimular el desarrollo económico, proteger el medio ambiente, etc. En ese contexto idealizante, y a la hora de dar sentido el desarrollo y difusión del voluntariado a lo largo de las dos últimas décadas, cabe situar el proceso “aún a riesgo de resultar excesivamente simplistas […] en un proceso de cambio de modelo social: desde el desarrollista-fordista al neoliberal-desregulador”68. El creciente papel del voluntariado en la provisión de bienestar social (aun siendo una contribución marginal en su conjunto, no lo olvidemos) debe entenderse en el contexto del largo proceso reestructuración del Estado de Bienestar69 que se ha venido articulando y modulando desde finales de la década de los setenta hasta nuestros días. Precisamente, la modalidad de Estado de Bienestar ha venido siendo un elemento importante en la definición del papel otorgado al voluntariado en la provisión de bienestar. En el modelo liberal (cuyo referente son los países anglosajones), una parte muy importante de los voluntarios se orientan a la producción directa de servicios. Sin embargo, en los países escandinavos, y también en Holanda (representantes de un modelo de Estado de Bienestar socialdemócrata), donde el Estado proporciona directamente servicios y/o prestaciones para cubrir la mayoría del bienestar social, la mayor parte del voluntariado se orienta hacia el ámbito de la recreación y al desarrollo de actividades expresivas ligadas a temas ‘cívicos’, si bien también se encuadraría en las versiones ‘institucionalizadas’ de los ‘nuevos movimientos sociales’ (asociaciones feministas, conservacionistas, etc.). Por consiguiente, los países de tradición socialdemócrata han venido siendo mucho más renuentes al desarrollo de un voluntariado concebido como ‘recurso’. La universalización de servicios y prestaciones (sin ‘pruebas de medios’, típicas de los modelos residuales anglosajones), y una política social caracterizada por una profunda desmercantilización, son elementos que ‘chocan’ con el 67

Salamon, L.M., Sokolowski, S.W. (2003): “Institutional Roots of Volunteering: Toward a Macro-Structural Theory of Individual Voluntary Action”, en Dekker, P., Halman, H. (eds.), The Values of Volunteering. Cross-Cultural Perspectives, New York, Kluwer Academia/Plenum Publishers, pág. 71. 68 Colectivo Ioé (2002), ob. cit., pág. 2. 69 Vid. Rodríguez Cabrero, G. (2000): “La economía política de las organizaciones no lucrativas”, en revista Economistas, núm. 83, Madrid, Colegio de Economistas de Madrid, pp. 6-17; y Rodríguez Cabrero, G., Marbán, V., Zurdo, A. (2008), ob. cit.

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El voluntariado en el tercer sector desarrollo de un voluntariado orientado a la producción de servicios. En general, cuanto mayor es el compromiso y responsabilidades directas asumidas por el Estado en la provisión de bienestar social, más baja suele ser la presencia del ‘voluntariado de tareas’, orientado a la generación de servicios. Por tanto, en general los modelos socialdemócratas han venido siendo menos permeables al modelo participativo del voluntariado (siendo más central el modelo ‘asociativo’, que también en estos países presenta un perfil progresivamente más pasivo), si bien, las cosas parecen estar cambiando en los últimos años. Por ejemplo, en Suecia a partir del año 2006 con la llegada de un gobierno conservador, se está produciendo un cierto desarrollo y potenciación del voluntariado social70. El papel del voluntariado en el modelo de bienestar español, está marcado por una clara subordinación y supeditación a la administración. Se trata de una inserción funcional en un modelo diseñado e implementado por la administración. Así, observamos un perfil colaborador, desarrollado en un marco de coproducción de servicios71. Este perfil está condicionado de manera importante por las políticas de financiación pública, que provocan una fuerte dependencia económica del Tercer Sector. El cambio producido a lo largo de los años noventa, y la lógica actual, son expuestos con especial claridad por el Colectivo Ioé, cuyas palabras reproducimos: “La paulatina incardinación de las ONG en las políticas estatales generó una tendencia hacia la racionalización del trabajo voluntario y a la especialización de las propias entidades, que comenzaron a competir entre sí para captar subvenciones públicas y personal cualificado, así como para movilizar y captar mano de obra voluntaria. Durante los ’90 las ONG se consolidaron bajo la figura de entidad colaboradora, mientras se insistía en la figura del voluntariado eficaz y formado, ahora alejado del voluntarismo benéfico e informal. Estas tendencias fueron propiciadas por un cambio de orientación del estado asistencial, al que se incorpora un discurso referido a la «responsabilidad ciudadana»: los fines públicos no son ya monopolizados por el estado sino que se atribuyen a una acción compartida entre sociedad y estado. Tras ese discurso se desarrollan políticas de contención del gasto público y de subsidiariedad de las intervenciones estatales, bajo el argumento de impulsar una «sociedad participativa» […] [Por tanto] la figura del voluntariado tiene una continuidad con los intereses estatales, puesto que es construida en relación al modelo de intervención asistencial, en principio desde una óptica instrumental. Además, puesto que el modelo de voluntariado oficial responde a una determinada concepción social, política y económica, su desarrollo se inscribe en el interés por configurar y controlar ideológicamente a la población. En ese sentido, el voluntariado no es «un desarrollo democrático de la participación ciudadana»”72

Finalmente el Colectivo Ioé, se refiere a un “modelo oficial de voluntariado” caracterizado por su fomento y la fuerte articulación y supervisión por parte del Estado y por “la consideración de las ventajas económicas del voluntariado (sector que genera utilidad económica sin coste, factor que interesa tanto a los gestores estatales como a los representantes del capital privado interesados en reducir el gasto social)”73. Como indica Antonio Madrid, “mediante el control de lo voluntario el estado ejerce

70

Granholm, P. (2007): Volunteering in Sweden: Facts and Figures Report, Brussels, European Volunteer Centre (CEV). (informe accesible en www.cev.be) 71 Véase: Pestoff, V. (2008): “Co-production, the third sector and functional representation in Sweden”, y Manfredi, F., Maffei, M. (2008): “Co-governance and co-producción: From the social enterprise towards the public-private co-enterprise”, ambos en Osborne, S.P. (ed.), The Third Sector in Europe: Prospects and Challenges, London, Routledge. 72 Colectivo Ioé (2002), ob. cit. pp. 7-9. 73 Colectivo Ioé (2002), ob. cit. pág. 9

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El voluntariado en el tercer sector su autoridad ahorrándose el desgaste que supone el ejercicio coactivo del poder jurídico-político. Tal vez éste sea el instrumento de gobierno más sutil”74. Esta incardinación funcional de las ONG y del voluntariado en el modelo de bienestar diseñado por el Estado, hace que el voluntariado termine desarrollando funciones de ‘control social’ (aunque en ningún caso sea un objetivo ‘premeditado’). No se trata de negar las indudables potencialidades de integración social —desde una perspectiva individual— del voluntariado, su capacidad para introducir ‘calor’ humano en situaciones de sufrimiento y exclusión social, su adaptabilidad con respecto a un entorno social y a unas necesidades cambiantes, pero, a la postre, la labor del voluntariado se dirige más a la integración personalizada/particularizada a un marco social dado —que finalmente permanece incuestionado en la mayoría de los casos—, que a incidir y tratar de alterar/transformar ese marco social (a diferencia del enfoque de los movimientos sociales tradicionales y nuevos). La argumentación justificativa ‘interna’ (que expresan frecuentemente voluntarios y técnicos de las entidades) suele resaltar al respecto que el cambio social se producirá por agregación de estas intervenciones de los voluntarios a nivel ‘micro’. Sennett se muestra especialmente certero al diagnosticar la fuerte continuidad entre las dimensiones de cuidado y control, al referirse a la existencia de “una membrana tan porosa entre el cuidado y el control [que] se disuelve al mínimo contacto”75. Sólo excepcionalmente en la literatura se señala la dimensión de control social asociada al voluntariado76, al desarrollar de manera involuntaria el papel de ‘dedos del Estado’77. El voluntariado funcionaría como una correa de distribución del control social ejercido a través la política social, permitiendo una implementación de este control mucho más sutil, libre de toda sospecha al producirse a través de figura del sujeto voluntario (habitualmente idealizada por el receptor de la acción). Más frecuentes son las referencias a la dimensión de control asociado a las políticas sociales, y encontramos un brillante antecedente del diagnóstico de la caridad como elemento de control en el ensayo de George Simmel ‘El pobre’78. La dimensión de control se haría más patente cuando las entidades insisten en el potencial del voluntariado en la prestación eficiente de servicios derivados por la administración, soslayando la identidad asociativa y participativa, y de esta manera, reduciendo el papel del voluntariado a una dimensión instrumental.

4.

Estado y voluntariado: las políticas de promoción del voluntariado

A lo largo de las tres últimas décadas se ha hecho evidente el creciente interés político por el voluntariado a nivel internacional (como aspecto ilustrativo podemos recordar la designación por 74

Madrid, A. (2001): La Institución del Voluntariado, Madrid, Editorial Trota, pág. 23. Sennett, R. (2003): El Respeto: Sobre la Dignidad del Hombre en un Mundo de Desigualdad, Barcelona, Anagrama, pág. 137. 76 Arai, S.M. (2004): “Volunteering in the Canadian Context: Identity, Civic Participation and the Politics of Participation in Serious Leisure”, en Stebbins, R.A., Graham, M. (eds.) (2004): Volunteering as Leisure, Leisure as Volunteering, Oxford, Cabi Publishing. 77 Nowland-Foreman, cfr. Arai, S.M. (2004), ob. cit., pág. 174. 78 Simmel, G. (1986) [1908]: “El pobre”, en Estudios sobre las Formas de Socialización (2), Madrid, Alianza Editorial, pp. 479 y ss. 75

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El voluntariado en el tercer sector Naciones Unidas del año 2001 como ‘año internacional del voluntariado’). Es evidente que la difusión y crecimiento del voluntariado, y su posición como referente central de la participación social en las sociedades contemporáneas, no es independiente de las políticas fuertemente intervencionistas desarrolladas en estos años. Es necesario recordar que los países sin legislación específica sobre voluntariado son una excepción. El Estado (a través de los distintos niveles de la administración), se ha erigido en un actor importante, a través de las políticas de regulación y fomento de la participación voluntaria. También las propias organizaciones voluntarias, han desempeñado un papel importante en el desarrollo y expansión del voluntariado, pero frecuentemente han actuado como correa de trasmisión de esas políticas ‘participativas’. La centralidad de estas políticas en el devenir del voluntariado ha dado lugar a una rápida institucionalización de este tipo de participación, pero al mismo tiempo ha supuesto un crecimiento demasiado ‘formalizado’ o ‘encorsetado’. Toda política de participación implica la implementación de procesos ‘discriminatorios’ que diferencian realidades participativas calificadas como ‘valiosas’ de las insignificantes, o incluso percibidas como perniciosas, y que pueden ser perseguidas incluso aunque cumplan con los requisitos legales79. En definitiva, distintas políticas privilegian distintas modalidades participativas —incluso en sistemas democráticos—. En la actualidad, esta discriminación (inherente a toda política participativa desarrollada por el Estado) ha favorecido y privilegiado al voluntariado, llegando a parecer que no existen otras vías alternativas de participación social. El proceso de discriminación política en el contexto de la participación y el asociacionismo no es una realidad novedosa. Las seculares menciones de utilidad pública —en función de objetivos reconocidos como tales por la administración—, la existencia de subvenciones (circunscritas a ciertas iniciativas, programas de actuación, y concedidas en función de ciertos requisitos), la promulgación de leyes específicas, el establecimiento de convenios, la elección de ciertas asociaciones como interlocutores válidos en foros sectoriales, etc., muestran la evidencia de privilegios, de los que se benefician fundamentalmente aquellas entidades y realidades participativas que se adhieren formalmente y explícitamente al statu quo. A lo largo del tiempo varía la línea de demarcación entre lo que es considerado como positivo y negativo —los criterios de juicio cambian en la agenda política—, pero, permanece constante la priorización de iniciativas funcionales para el Estado, representadas hoy en día especialmente por el voluntariado. A pesar a la gran capacidad de estandarización de la acción Estatal, no debemos partir de un planteamiento determinista. Las políticas de promoción del voluntariado dejan espacio —si bien menguante— para otras realidades participativas, para otros objetivos, y sobre todo, para experiencias y sentidos muy diversos —incluso contrapuestos— asociados a la participación, incluso dentro del ‘molde’ del voluntariado. De manera muy certera el Colectivo Ioé nos recuerda “que el sentido subjetivo que adopten las prácticas voluntarias (solidaridad, sentido de la justicia, etc.) puede coincidir o no con la utilidad práctica que persiguen los responsables institucionales”80. 79 80

Véase Bartheélemy (2003), ob. cit., pág. 178. Colectivo Ioé (2002), ob. cit., pág. 9.

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El voluntariado en el tercer sector En la mayoría de los casos, las políticas de voluntariado no responden a criterios de promoción aséptica, sino que tienden a reflejar los intereses, objetivos y estrategias estatales. Las intervenciones estatales “no pueden concebirse como meramente «administrativas», puesto que siempre contienen una orientación estratégica definida”81. A pesar de ello, constatamos una marcada dificultad en las distintas agencias estatales a la hora de tomar conciencia de los condicionamientos ‘coercitivos’ que ejercen a través de sus políticas nominalmente ‘abiertas’ sobre la participación social. En lugar de coerción y orientación persuasiva, las agencias estatales observan una simple promoción incondicionada, una verdadera apertura de posibilidades. Hemos señalado en otros textos la coexistencia de un doble nivel en el discurso del Estado sobre la participación82. El discurso ‘instrumental’ —que concibe al voluntariado como un ‘recurso’—, resulta dominante, si bien se modula y matiza al articularse con otra variante discursiva, en la que la participación aparece ligada a una serie de valores intrínsecos, al contribuir a la estructuración e integración social, a la profundización de la democracia, etc. Diversos autores han insistido en la ‘construcción’ desde arriba del modelo de participación voluntaria resaltando el papel del Estado pero también de las entidades voluntarias83. Revilla señala el cambio de lógica con respecto a los Nuevos Movimientos Sociales: “La diferencia fundamental entre el caso de los NMS [nuevos movimientos sociales] de entonces y el de las ONG de ahora es que la acción de aquéllos sí que estaba sustentada en una capacidad de movilización social surgida de abajo arriba, que sorprendió y transformó los sistemas políticos, mientras que en el caso de las ONG no existe esa capacidad de movilización y el impulso ha venido dado desde la cúspide del sistema político, no desde una base social comprometida con los intereses que promueven”.84 A diferencia del modelo asociativo, el voluntariado es una variante participativa que se fomenta fundamentalmente por su dimensión instrumental, por su capacidad de generar servicios. Esa lógica de la ‘reclamación’ del voluntariado por parte del Estado (que insiste sobre un modelo de participación que se construye fundamentalmente, aunque no sólo, desde arriba), se concreta especialmente en las bolsas de trabajo voluntario, que definen una oferta previa de puestos de trabajo voluntario, y que en España a diferencia de lo que sucede en otros países están frecuentemente gestionadas por la administración o por agencias dependientes de la misma. Resulta curioso constatar cómo las asociaciones en las que coexisten socios y voluntarios, tienden a reclaman por separado: a) los recursos asociados a la capacidad de trabajo (a través de la captación de voluntarios) y b) los recursos económicos (a través de la captación de socios de chequera). Es menos frecuente, sin embargo, la reclamación de ‘socios activos’. En general, los representantes de las entidades de voluntariado y los propios voluntarios de a pié realizan una valoración positiva de la implicación del Estado a través de iniciativas de promoción del voluntariado, si bien en ocasiones se percibe una cierta dimensión de control. El discurso más crítico

81

Colectivo Ioé, (2002), ob. cit., pág. 96 Zurdo Alaguero, Á. (2003): “Voluntariado y Estructura Social. Funciones Sociales y Límites”, en Rodríguez Cabrero, G. (dir.), Las Entidades Voluntarias de Acción Social en España, Madrid, Fundación Foessa, pp. 269 y ss. 83 Madrid, A. (2001), Colectivo Ioé (1996 y 2002), ob. cit., Barthélemy (2003), ob. cit. 84 Revilla (2002), ob. cit, pág. 27. 82

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El voluntariado en el tercer sector sobre las políticas de voluntariado y su dimensión de control de la participación lo encontramos en las pequeñas asociaciones de acción comunitaria (o asociaciones de base) y entre los sindicatos de clase85. El espacio ambiguo ocupado por la participación en las políticas públicas, se expresa con meridiana claridad, si observamos la ubicación de los programas de voluntariado en el organigrama de la administración (tanto a nivel nacional como local). Las políticas nacionales de voluntariado se adscriben en distintos países a una gran variedad de ministerios: interior, educación, servicios sociales, justicia, juventud, etc. A nivel local, a veces encontramos concejalías de participación ciudadana, pero se trata del caso más infrecuente. Usualmente el área de participación ciudadana —denominado en la mayoría de los casos voluntariado—, se inscribe a concejalías de servicios sociales, bienestar, juventud, etc. Las distintas adscripciones implican lógicamente concepciones diferenciadas de la participación social y del voluntariado. El voluntariado, a pesar de ubicarse en un campo ideológico (o quizá por ello mismo) aparece como un elemento que genera un fuerte consenso en los organismos internacionales. Encontramos una intensa politización del voluntariado desde una perspectiva institucional, tal politización implicaría que el voluntariado ha entrado de lleno en la agenda política de gobiernos de distinto signo ideológico. No podemos olvidar que se ha producido una fuerte institucionalización del voluntariado dependiente de los poderes públicos. Iniciativas como las desarrolladas por Naciones Unidas o de distintos organismos ligados a la Unión Europea, nos permiten hablar de una cierta estandarización internacional del modelo participativo del voluntariado (aún siendo conscientes de la existencia de múltiples diferencias nacionales, regionales, y dependiendo del contexto organizativo en el que se desarrolle). Por ello, la perspectiva de análisis de las políticas de voluntariado no debe limitarse a la consideración del nivel nacional. Sin atender a ciertas instituciones internacionales y su labor de promoción y difusión del modelo del voluntariado (durante las dos o tres últimas décadas), no podríamos otorgar un sentido ajustado a la gran transformación que se ha producido internacionalmente en el ámbito de la participación social durante los últimos años. Las instituciones internacionales han funcionado en gran medida como agentes precursores en el desarrollo de las políticas nacionales al definir directrices, fomentar distintos foros de discusión, y al delimitar y difundir un modelo de participación ligado al voluntariado. Un modelo atravesado por la noción de ‘recurso’ (conceptualizado como una herramienta básica del desarrollo económico y social), y que se separa radicalmente del referente de los movimientos sociales y de la vertebración asociativa grupalista. No hay que olvidar que en estos organismos domina una visión ‘estatalista’, dado que sus miembros son precisamente Estados. La promoción del voluntariado a través de las instituciones de la Unión Europea se ha canalizado y proyectado durante los últimos años —al margen de la elaboración previa de algunos documentos en el contexto de la Comisión y el Parlamento— fundamentalmente a través del Centro Europeo de Voluntariado (CEV)86, organismo independiente, pero promovido directamente y financiado en gran medida por la Unión Europea. La posición del CEV concreta y difunde una versión estrictamente 85 86

Vid. Zurdo Alaguero, A. (2007), ob. cit. http://www.cev.be

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El voluntariado en el tercer sector ‘oficialista’ del voluntariado. Un papel quizá más central a nivel internacional ha sido el jugado por las Naciones Unidas por su proyección global (especialmente en los países en vías de desarrollo). En el caso de este organismo sus documentos han contribuido a difundir un voluntariado profundamente enraizado en el modelo participativo de los Estados Unidos. Durante los últimos años, han venido siendo frecuentes los estudios que pretenden realizar análisis comparativos entre distintos países. Debemos ser especialmente cautelosos con respecto a estos estudios, que de manera creciente identifican restrictivamente la participación con el voluntariado. Existe un creciente interés en ‘contar voluntarios’ en vez de ciudadanos participantes o asociados. Tal insistencia no es ni mucho menos azarosa y tiene que ver fundamentalmente con la dimensión ‘recurso’, que está especialmente presente en el caso del voluntariado (esa tendencia también refleja la creciente proyección política del significante ‘voluntariado’). En general, las comparaciones cuantitativas internacionales fuerzan las realidades (evaporan el contexto de la participación) y los conceptos ‘nativos’ —se habla de cosas diferentes—. Aunque su valor comparativo sea reducido, contribuyen a estandarizar las prácticas participativas. Hay profundos problemas conceptuales que se eluden en los trabajos internacionales, parecería que todo es comparable forzándolo en el ‘lecho de Procusto’ del voluntariado (que cercena las realidades participativas al compararlas, a pesar de su amplitud ‘temática’ creciente y su marcada ambigüedad). El análisis cuantitativo que observe sólo los niveles participativos puede resultar muy engañoso (al margen de metodológicamente problemático) pudiendo equiparar realidades cualitativamente opuestas.

5.

Asociacionismo y voluntariado en España

Con respecto al caso español, encontramos dos diagnósticos enfrentados acerca de la fortaleza y grado de desarrollo de la sociedad civil y de los procesos participativos asociados. Una primera perspectiva ‘optimista’ observa que durante las tres últimas décadas se ha producido un patente fortalecimiento y una verdadera vertebración de la sociedad civil española (una prueba de ello sería, según estos autores, el desarrollo del voluntariado y el significativo aumento del número de asociaciones), produciéndose en consecuencia una notable convergencia con respecto a aquellos países con sociedades civiles más ‘potentes’. Una segunda línea interpretativa ‘pesimista’ (en la que se inscriben los autores de este capítulo) incide en el mantenimiento —aunque ciertamente matizado— de la debilidad y desestructuración secular de la sociedad civil española87 a pesar de los importantes cambios acontecidos en las últimas décadas. Tal afirmación podría parecer paradójica en el contexto del gran incremento del volumen de asociaciones y de la irrupción e institucionalización del voluntariado como modelo participativo dominante. Sin embargo, a pesar de estos aspectos positivos, la tasa de participación de los españoles apenas se ha incrementado en los últimos treinta años, y sigue permaneciendo en unos niveles realmente

87

Vid. Subirats, J. (ed.) (1999): ¿Existe Sociedad Civil en España? Responsabilidades Colectivas y Valores Públicos, Madrid, Fundación Encuentro.

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El voluntariado en el tercer sector muy modestos en el contexto de los países desarrollados. Así pues, parece más bien que lo que se ha producido es un intenso ‘trasvase’ en los espacios participativos, trasvase del que se habría beneficiado especialmente el voluntariado. Por otro lado, si el universo de asociaciones y entidades voluntarias se ha incrementado de manera sostenida, pero las tasas porcentuales de participación apenas han mejorado, esto significaría necesariamente que estas asociaciones, como promedio, están ‘más vacías’ de participantes que en el pasado, al margen de que el perfil participativo se habría deslizado desde el modelo vinculado al ‘socio’ al modelo del ‘voluntario’. La emergencia de un número elevado de asociaciones a lo largo de las décadas de los ochenta y noventa del siglo XX —y lo que es más importante, la pervivencia de estas nuevas asociaciones—, habría implicado sobre todo, un reforzamiento del papel de los profesionales asalariados en el mantenimiento funcional del entramado organizativo del Tercer Sector. Así pues, dispondríamos un Tercer Sector con una mayor proyección y presencia social (en ese sentido ‘más potente’, aunque con una dimensión menos reivindicativa y más ligada a la prestación de servicios concertados con el Estado), cuya labor mediadora y colaboradora con la administración se habría visto reforzada. Se trataría de un sector más ‘necesario’ funcionalmente en el modelo de bienestar, pero finalmente, un sector ‘edificado’ fundamentalmente sobre una nueva generación de técnicos asalariados, y no tanto, sobre una nueva ‘marea’ de ciudadanos participantes (que es lo que parecía anunciarse durante la segunda parte del decenio de los noventa). Paradójicamente, el reforzamiento e institucionalización del Tercer Sector, no habría implicado la articulación de una sociedad civil más ‘efervescente’ y dinámica que la que podríamos encontrar a finales de los setenta y principios de los ochenta del pasado siglo. Observamos, además, un proceso de ‘oligopolización parcial’ del sector, un nuevo equilibrio entre organizaciones caracterizado por el dominio sectorial de una pocas entidades, que concentran los recursos materiales y personales —tanto profesionales como voluntarios—, que conviven con una pléyade de pequeñas asociaciones, con escasos recursos materiales y humanos. Por tanto, el ‘avance’ del Tercer Sector español, estaría más vinculado a la institucionalización organizativa que al incremento y densificación de los procesos participativos. Hemos de insistir que el incremento del volumen de asociaciones en este periodo es infinitamente superior al modesto aumento que muestran los niveles de participación88, niveles que permanecen bastante estables a lo largo del periodo. Por otro lado, hemos de señalar que la institucionalización del sector asociativo se produce en un contexto sociológico desfavorable, caracterizado como ya hemos visto, por el proceso de individualización, y por la contracción de la esfera pública. Se trata de un contexto que no favorece un incremento de la participación cívica (especialmente en su versión comunitarista), aunque sí beneficia a la institucionalización del voluntariado como nuevo paradigma participativo. Además, existe un fuerte contraste entre lo que muestran los datos de las encuestas, y las conclusiones que se derivan de las investigaciones cualitativas desarrolladas en los últimos años, que apuntarían a una patente debilidad del hecho participativo, sin olvidarnos de la experiencia cotidiana, que nos muestra como es relativamente infrecuente entrar en contacto con sujetos participantes, y 88

Vid. Torre Prados, I. de la (2005): Tercer Sector y Participación Ciudadana en España, Madrid, CIS.

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El voluntariado en el tercer sector especialmente participantes activos89. Hemos de tener en cuenta, en ese sentido, que un porcentaje importante de la participación ciudadana que registran las encuestas, es realmente una participación fantasma (por ejemplo, socios de una asociación cultural que ‘participan’ yendo a bañarse a una piscina de verano, miembros de una asociación de madres y padres de alumnos que simplemente lo son para conseguir una rebaja en el coste de las actividades extraescolares, el afiliado sindical sin participación alguna en la organización, etc.). Desde nuestro punto de vista, durante los últimos veinticinco o treinta años hemos asistido a un progresivo e intenso proceso de desmovilización asociativa, reverso paradójico de la persistente escalada del número de asociaciones. Se trata de un proceso que, como hemos señalado en otro lugar, “ha afectado fundamentalmente a las asociaciones-movimiento, y que ha quedado oculto y difuminado tras el surgimiento y difusión social del voluntariado, y sobre todo, tras la enorme proliferación de asociaciones de gestión (caracterizadas por su profesionalización, orientadas fundamentalmente hacia la prestación de servicios y muy dependientes de la administración), el tipo de asociaciones en la que se incardina preferentemente el voluntariado. Tampoco debemos olvidar el reforzamiento del asociacionismo de corte expresivo (vinculado al ocio, los deportes, etc.). Así pues, de manera paradójica este proceso de desmovilización no se refleja en las encuestas de participación y asociacionismo”90. La primera fase de desmovilización asociativa, se produce a principio de los años ochenta y coincidiría con la culminación de la transición posfranquista. El elemento más significativo de este periodo es el declive del asociacionismo vecinal. La segunda fase de la desmovilización coincidiría en su desarrollo con el auge del voluntariado como modelo participativo hegemónico, prolongaría el declive del asociacionismo vecinal y afectaría a otras asociaciones muy dependientes de los socios y escasamente profesionalizadas: por ejemplo, asociaciones scouts y juveniles, AMPAS, etc. En España, la institucionalización del modelo participativo vinculado al voluntariado se produce aproximadamente entre los años 1990 y 2005. Se trata de un proceso extremadamente rápido y cuyo punto álgido se localiza en la segunda mitad de los años 90 (momento referenciado frecuentemente como el ‘boom’ del voluntariado). En estos quince años asistimos a un proceso intensísimo de transformación de las pautas y modelos participativos en la sociedad española. Se produce una verdadera reconstrucción sociológica, y sobre todo simbólica, del hecho participativo. El voluntariado pasa a constituirse como la vía natural de participación social. Como consecuencia, cambian los discursos sociales sobre la participación. Asistimos al declive del modelo ‘asociativo’ y a la emergencia idealizada —desde una perspectiva moral— del voluntariado. Esta ‘explosión’ del voluntariado es reflejada y amplificada por los medios de comunicación, que reelaboran y hacen más atractivo el fenómeno a través de un proceso de ‘juvenilización’, contribuyendo además a acentuar su carácter lúdico y festivo. En ese momento, muchas entidades referencian una verdadera avalancha de jóvenes aspirantes —con una cierta marca femenina— que buscan acomodo en sus programas de voluntariado, y a los que en ocasiones no 89

Callejo Gallego, J. (1999): “Voluntariado estratégico en un contexto no elegido: una hipótesis sobre el creciente acercamiento de los jóvenes a las ongs”, en Revista de Estudios de Juventud, núm. 45, Madrid, Instituto de la Juventud, pp. 51-60. 90 Rodríguez Cabrero, Marbán y Zurdo (2008), ob. cit.

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El voluntariado en el tercer sector pueden dar cabida. En ese contexto, la gestión del voluntariado pasa a ser un elemento crítico en el funcionamiento cotidiano de muchas entidades, y el voluntariado se erige en un recurso valioso. Por lo tanto, en la segunda mitad de los años noventa, asistimos a un cierto estado de ‘euforia participativa’, ligada al significante de la solidaridad y especialmente del voluntariado. Toman carta de naturaleza las políticas pro voluntariado, que persiguen la universalización social del fenómeno y que muestran un marcado carácter instrumentalizador. La situación del mercado de trabajo español, con tasas de desempleo desbocadas (a las que por desgracia hemos regresado recientemente), y con unos niveles de precariedad y temporalidad muy elevados, refuerza el papel del voluntariado como vía de inserción laboral (especialmente entre los ‘titulados sociales’ de clase media-baja y media-media). Además, en ese contexto laboral y social adverso para una parte importante de los jóvenes (que veían bloqueado su acceso a la vida adulta autónoma), el voluntariado contribuyó a que ese colectivo infantilizado socialmente, conquistara —al menos simbólicamente— esa adultez denegada, a través de la adopción de un rol que ponía en juego la autonomía y libertad personal, y que poseía una marca moral muy positiva. No sólo fueron jóvenes los que se acercaron al voluntariado en este periodo, pero los jóvenes se ligaron simbólicamente de una manera poderosa con la imagen que circulaba socialmente del voluntariado. Diez años más tarde, culminado el proceso de institucionalización social del voluntariado, nos encontramos con una situación vivida de manera ambivalente en el sector. Es evidente la estabilización del fenómeno voluntario, pero en ocasiones la lectura que se hace es de un cierto estancamiento, e incluso aparecen referencias en algunas entidades a un reflujo en la participación voluntaria.

6.

La convergencia de los modelos participativos: la ‘globalización’ del nuevo voluntariado

Es frecuente en la literatura encontrar textos que se articulan en torno a la concepción de la ‘sociedad civil global’91, pero sin embargo, no es fácil encontrar referencias directas o indirectas a la existencia de un modelo de voluntariado globalizado o progresivamente estandarizado internacionalmente, o textos que enfaticen la convergencia creciente de los modelos de participación voluntaria. Una de las razones por las que no aparece tal diagnóstico, es la evidencia empírica de un voluntariado enormemente heterogéneo y plural, que nuestra una enorme diversidad desde una perspectiva internacional, por lo que parecería difícil encontrar un ‘modelo compartido’ o una matriz común. Aun reconociendo las profundas diferencias en conceptualización y estructuración organizativa del modelo participativo encarnado por el voluntariado, y siendo conscientes de la existencia de niveles de vitalidad y efervescencia extremadamente divergentes con respecto a las iniciativas de la sociedad civil, creemos que es perfectamente aplicable el concepto ‘globalización’, que nos remitiría a un progresivo —y peligroso— proceso de uniformización de las prácticas participativas (que afectaría especialmente a los países más desarrollados). Esa globalización —o uniformización voluntaria— derivaría más de la intervención estratégica convergente de las distintas administraciones (incluyendo 91

Vid. Kaldor, M. (2005): “Globalization and Civil Society” y Lipschutz, R.D. (2005): “Global civil society and global governmentality”, ambos en Glasius, M., Lewis, D., Seckinelgin, H. (eds.), Exploring Civil Society: Political and Cultural Contexts, London, Routledge; Walzer, M. (2003): Toward a Global Civil Society, New York, Berghahn Books.

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El voluntariado en el tercer sector tanto el nivel internacional como el local), que de las iniciativas identificables con la libre iniciativa de la ciudadanía (constituidas ‘desde abajo’) que cristalizarían en la proclamada sociedad civil global. No obstante, las tendencias sociales globales, como el referido proceso de individualización que enmarca el proceso, facilitarían el proceso de convergencia. Por lo tanto, a pesar de las realidades diametralmente opuestas que podemos observar a nivel internacional (por ejemplo, entre países de tradición liberal y socialdemócrata, y entre distintas regiones con condicionantes políticos, económicos y culturales extremadamente diversos), existen vectores de transformación convergente, que en términos generales nos revelan un repliegue de la participación basada en la condición de afiliado o miembro (que hemos identificado con el modelo asociativo), una contracción que afecta especialmente al asociacionismo activo y con proyección política/pública, y paralelamente un reforzamiento del modelo de participación adscrito al voluntariado (caracterizado por una vinculación externa/funcional con la entidad). Este hecho, nos habla de una participación crecientemente individualizada, tanto funcionalmente como desde una perspectiva motivacional, asociada al desarrollo de tareas y con una ligazón desdibujada con respecto a la ‘causa’, modelo en el que se diluyen los perfiles políticos. Desde una perspectiva internacional, encontramos además el liderazgo de los países desarrollados en la definición de los modelos participativos de referencia (es decir, el voluntariado), e incluso se proyecta una cierta transnacionalización de algunas entidades (si bien a una distancia gigantesca con respecto a la transnacionalización empresarial). En ese contexto, es interesante observar como ciertas organizaciones con proyección internacional han jugado un papel clave en el desarrollo del voluntariado y del Tercer Sector en algunos países de este de Europa. Por consiguiente, los ‘estados de la cuestión’, las realidades participativas, el grado de vertebración y la fortaleza de las sociedades civiles son extremadamente diversos desde una perspectiva internacional, sin embargo, las tendencias (hacia dónde se va), los vectores de transformación, son sorprendentemente convergentes, lo que nos hablaría de un marco ideológico igualmente confluente. En esa línea de convergencia, surgen nuevas áreas de actividad, se producen profundos cambios organizativos, y se articulan y fortalecen nuevas formas de vinculación con los poderes públicos (caracterizables por la subordinación funcional y financiera). Se produce una contracción estratégica y al mismo tiempo una intensificación de las políticas de participación, que pasan a ser exclusivamente políticas caracterizadas por el fomento dirigista y la instrumentalización del voluntariado. En esas coordenadas, es evidente que el voluntariado cobra un papel creciente (y directo) en la implementación de políticas públicas. Ciertamente existen innumerables variantes a nivel local e internacional, pero esa es la lógica profunda que da sentido a la transformación en curso de las prácticas participativas.

Resumen El capítulo pretende realizar una introducción al voluntariado, en tanto en cuanto modelo participativo progresivamente central en las sociedades contemporáneas, así como perfilar sus principales características, atendiendo especialmente a su evolución reciente en el contexto español. El 38

El voluntariado en el tercer sector modelo participativo del voluntariado cobra especial interés por su creciente integración funcional en el modelo de provisión del bienestar social. El voluntariado —incardinado en el Tercer Sector— ha sufrido un proceso de creciente institucionalización y proyección social, que lo ha convertido en un agente relevante (aunque al mismo tiempo relativamente periférico) en el desarrollo de las políticas sociales. El capítulo también hace una breve referencia a la identidad ideológica y los procesos motivacionales asociados al voluntariado, así como a los modelos de inserción organizativa característicos de este modelo participativo, sin olvidar la consideración de las políticas públicas de promoción, regulación (e incluso gestión) del voluntariado que se desarrollan a lo largo de las dos últimas décadas.

Ejercicio Práctico Realiza un análisis crítico de los siguientes textos en función de los contenidos del capítulo. Identifica y caracteriza el modelo de voluntariado y de participación que se propugna en estos documentos.  http://www.cev.be/data/File/CEVManifesto_ES.pdf “Manifiesto a favor del Voluntariado en Europa”, elaborado por el European Volunteer Centre (Año 2006).  http://www.unv.org/fileadmin/docdb/unv/pdf/Spanish/5638.pdf

“Recomendaciones

sobre

el

apoyo al voluntariado”, Resolución 56/38 aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (Año 2001).

Bibliografía Básica Colectivo Ioé (2002): Análisis Ideológico y Motivacional del Voluntariado Español, (estudio accesible en http://www.colectivoioe.org/index.php/publicaciones_investigaciones/show/id/28) Zurdo Alaguero, Á. (2004): La Ambivalencia Social del Nuevo Voluntariado: Estudio Cualitativo del Voluntariado Social Joven en Madrid, Madrid, Universidad Complutense. (accesible en: http://www.ucm.es/eprints/5124/)

Bibliografía Recomendada Barthélemy, M (2003): Asociaciones: ¿Una Nueva Era de Participación?, Valencia, Tirant lo Blanch Colectivo Ioé (1996): Voluntariado y Democracia Participativa, http://www.colectivoioe.org/index.php/publicaciones_libros/show/id/36)

(estudio

accesible

en

Dekker, P., Halman, H. (eds.) (2003): The Values of Volunteering. Cross-Cultural Perspectives, New York, Kluwer Academia/Plenum Publishers. Eliasoph, N. (1998): Avoiding Politics: How Americans Produce Apathy in Everyday Life, Cambridge, Cambridge University Press. Madrid, A. (2001): La Institución del Voluntariado, Madrid, Editorial Trota. 39

El voluntariado en el tercer sector Revilla Blanco, M. (2002): “Zona Peatonal: Las ONG como Mecanismos de Participación Política”, en Revilla Blanco, M. (ed.), Las ONG y la Política, Madrid, Istmo. Wuthnow, R. (1996) [1991]: Actos de Compasión. Cuidar de los demás y ayudarnos a nosotros mismos, Madrid, Alianza Editorial. Zurdo Alaguero, Á. (2007): “Tendencias Emergentes en el Contexto del Voluntariado. Concepciones y Arquetipos Sociales en torno a la Participación”, en Vidal Fernández, F., Mota López, R., Zurdo Alaguero, Á., Encuentro y Alternativa: Situación y Tendencias del Voluntariado en la Comunidad de Madrid, Madrid, Comunidad de Madrid.

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