\'El verdadero productor\': lenguaje y experiencia en la formación de las culturas políticas obreras [2014]

August 29, 2017 | Autor: A. Garcia-Balañà | Categoría: Social History, Labor History and Studies, Contemporary History of Spain
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Descripción

MARÍA CRUZ ROMEO MARÍA SIERRA (COORDS.)

LA ESPAÑA LIBERAL 1833-1874

VOLUMEN 11

MARCIAL PONS HISTORIA PRENSAS DE LA UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN ......................................................................................................

9

MARÍA CRUZ ROMEO Y MARÍA SIERRA

PRIMERA PARTE: LAS REGLAS LÓGICAS. MARCOS BÁSICOS DE REFERENCIA «LEGISLADORES HEREDITARIOS»: LA HISTORIA COMO NATURALEZA EN LA LEY LIBERAL........................

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MARÍA SIERRA

PROGRESO MATERIAL, FOMENTO Y LIBERTAD: LA ECONOMÍA EN LAS CULTURAS POLÍTICAS DEL PERIODO ISABELINO .................................................................................. .

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JUAN LUIS PAN-MONTOJO

DOMESTICIDAD Y POLÍTICA. LAS RELACIONES DE GÉNERO EN LA SOCIEDAD POSREVOLUCIONARIA .................................................... .

89

MARÍA CRUZ ROMEO

SEGUNDA PARTE: LA POLÍTICA VIVIDA. ESPACIOS DE SOCIALIZACIÓN Y CREACIÓN DE VALORES ¿QUIÉN DEBE FORMAR A LOS CIUDADANOS? EL SISTEMA EDUCATIVO LIBERAL ANTE LOS DESEOS DE LAS CULTURAS POLÍTICAS .................................. .

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CARLES SIRERA

ESCRITURA Y POLÍTICA EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX.......................... MARÍA ANTONIA PEÑA

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8

ÍNDICE

LAS CULTURAS DE LA SOCIABILIDAD Y LA TRANSFORMACIÓN DE LO POLÍTICO...................................................

189

CARMEN DE LA GUARDIA HERRERO

«EL VERDADERO PRODUCTOR»: LENGUAJE Y EXPERIENCIA EN LA FORMACIÓN DE LAS CULTURAS POLÍTICAS OBRERAS.............

217

ALBERT GARCIA BALAÑÁ

EJERCER DERECHOS: REIVINDICACIÓN, PETICIÓN Y CONFLICTO.....

253

DIEGO PALACIOS CEREZALES

TERCERA PARTE: LOS AUTORES DE LEYENDAS. HACER HISTORIA, CREAR NACIÓN EL LIBERALISMO CONSERVADOR. ORDEN Y LIBERTAD.........................

289

XOSÉ RAMÓN VEIGA

EL PROGRESISMO. HÉROES E HISTORIA DE LA NACIÓN LIBERAL .....

317

RAFAEL ZURITA

EL REPUBLICANISMO. LAS LIBERTADES DEL PUEBLO............................

347

FLORENCIA PEYROU

EL ANTI LIBERALISMO REACCIONARIO..........................................................

377

PEDRO RúJULA

BIBLIOGRAFÍA.........................................................................................................

411

ÍNDICE ONOMÁSTICO...........................................................................................

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«EL VERDADERO PRODUCTOR»: LENGUAJE Y EXPERIENCIA EN LA FORMACIÓN DE LAS CULTURAS POLÍTICAS OBRERAS ALBERT GARCIA BALAÑA UNIVERSITAT POMPEU FABRA

INTRODUCCIÓN: VIEJAS IDENTIDADES Y NUEVAS HISTORIOGRAFÍAS

Durante la última década larga la historiografía sobre la formación de los tempranos «movimientos obreros» en la España del siglo XIX ha recibido un triple y renovador impulso. Si atendemos a la fuente u origen de dicha renovación, la primera y principal tuvo mucho que ver con la crisis de las aproximaciones estructuralistas y sociológicas a la «clase» (obrera) como problema histórico, y bebió de la recepción del debate -fundamentalmente anglosajón- sobre la muy variada y contingente dimensión cultural, extraeconómica, de toda identidad social. Para 1997 Manuel Pérez Ledesma ya había puesto por escrito que también en España fue el «movimiento obrero», con su creciente repertorio de acciones y discursos, el que creó a la «clase obrera», y no al revés (y que ello no aconteció, o comenzó a acontecer, hasta «las dos últimas décadas del XIX») 1• De las ramificaciones posestructuralistas de aquel debate proceden, asimismo, los trabajos de Miguel Ángel Cabrera sobre el lenguaje como factor constitutivo de toda experiencia y proceso social, sobre lo conveniente de una «historia postsocial», un punto de llegada muy distinto al de Pérez Ledesma (para una insatisfacción inicial compartida) 2• La reciente tesis doctoral de Jesús de Felipe a propósito de lo fundamental de los lenguajes y las categorías liberales para 1 2

PÉREZ LEDESMA (1997), pág. 233. Una síntesis reciente de las aportaciones sobre dicha relación para el caso español en BARRIO ALONSO (2008). Véanse CABRERA (2004) y CABRERA, DIVASSÓN y FELIPE (2008). Las objeciones de Pérez Ledesma a Cabrera en PÉREZ LEDESMA (2008), págs. 235-248.

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explicar las luchas sindicales y preferencias políticas de la primera generación de trabajadores industriales españoles -mayormente catalanes- constituye un ejemplo de la potencial fertilidad 3, no exenta de problemas, asociada a este primer impulso de raíz culturalista. Una segunda vía de renovación puede localizarse en la investigación sobre «familias políticas» en la España isabelina y del Sexenio Democrático, aunque esta, ciertamente, no ha cesado de cruzarse y confluir con la primera. Nuevos estudios sobre el progresismo y el demorrepublicanismo, para antes y después de 1868, han desvelado la pluralidad de discursos, de actores-emisores y de actores-receptores en el interior y en las muy permeables fronteras de ambas «familias» -o familias de familias-, vinculadas entre sí por algo más que una genealogía común 4 • Los distintos discursos sobre bondades y peligros de la «condición obrera», las distintas recetas para su asimilación social y capitalización política, han contribuido a validar la perspectiva de la «familia política» -frente a la rigidez y al reduccionismo de la estasiología en estos casos-, aunque en el proceso hayamos oído más sobre los trabajadores manuales que no sus propias voces. Finalmente, una tercera vía de renovación discurre a través de una renovada historia del trabajo manufacturero e industrial en la España ochocentista, con enfoques deudores de la historia económico-institucional no menos que de la historia social. Aunque aquí las preocupaciones y los resultados tienden a la heterogeneidad, y el problema de las identidades sociales resulta a menudo periférico o accidental -o simplemente se ignora como tal-, sus aportaciones sobre la pluralidad y variedad de situaciones a pie de fábrica o taller, sobre las experiencias particulares conceptualizadas por sus protagonistas, no pueden descuidarse sin más. Este texto aspira a interpelar los debates suscitados por aquel primer impulso renovador, y en particular por la recepción hispana del «giro lingüístico», a partir de investigaciones propias y ajenas que pueden encuadrarse en esta tercera y última vía. Y lo pretende tomando en cuenta el arsenal teórico desplegado alrededor de una cierta noción de cultura política, a saber, de su exigencia historiográfica de una «exégesis del proceso de construcción cultural de significados» según una relación siempre dinámica y recíproca entre texto y contexto, de manera que -también en palabras de María Sierra- «en la espiral de transformación de los significados que supone toda cultura política resulta

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esencial atender a las lecturas y las reelaboraciones que añaden sus portadores, desde el supuesto de que su experiencia [... ] determina, desde el horizonte de memoria, afectividad y conocimiento que ello implica, la manera de entender y practicar las fórmulas políticas» 5 • Precisamente una de las principales objeciones de Manuel Pérez Ledesma a Miguel Ángel Cabrera en su asimilación de los presupuestos del «giro lingüístico» es que, en su afirmación y análisis de la primacía social del lenguaje o discurso, Cabrera se ocupe mucho de la «lengua» (la tangue de Saussure) y nada del «habla» (parole). Es decir, que considere todo discurso como un sistema de significantes y significados autónomo y autorreferencial, como una percepción heredada al tiempo que constitutiva que -en palabras de Cabrera- «Se impone a los individuos como una matriz cognitiva ineludible». Y que, con ello, Cabrera arrincone todo peso de la subjetividad y de las «hablas» particulares, relegando el problema de los usos polisémicos e incluso anticanónicos de un mismo significante o discurso, el problema de las fuentes sociales de esta constante intromisión y el de las consecuencias no discursivas de todo ello 6• Tal objeción, que comparto, no significa, a mi entender, que el desafío historiográfico «postsocial» formulado por Cabrera, Divassón y Felipe («no fue la proletarización en sí misma -escriben en 2008- la que provocó la resistencia de los trabajadores y motivó la aparición de las identidades obreras, sino el hecho de que esos trabajadores la concibieron como una amenaza a la libertad de los individuos productivos ... ») pueda ser ignorado7• Al contrario. Es aquí donde la historiografía de los conceptos y lenguajes públicos debe informar a una renovada historia social y política, fijándole preguntas o tareas muy concretas que permitan formular hipótesis documentadas y plausibles sobre todos y cada uno de los usos y significados de un significante, sobre su lugar y encaje en esa «red de significados en permanente reelaboración» que constituye una cultura política, y sobre su afinidad respecto de los significados generales de la «lengua» y su matiz significador como «habla» particular (determinante en todo proceso de recepción-apropiación-reelaboración). En el primer apartado de este texto se documenta la reveladora polisemia del incipiente lenguaje de clase en la España de las décadas centrales del siglo XIX. La perdurabilidad de sus significados corporativos, inseparables de las 5

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FELIPE (2009 y 2011). Véanse, entre otros, DUARTE y GABRIEL (2000); GABRIEL (2005); SUÁREZ CORTINA (ed.) (2006); MIGUEL (2007); PEYROU (2008a); THOMSON (2010). Sobre el concepto de familia política, SIERRA (2010), pág. 241.

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Ambas citas corresponden a SIERRA (2010), págs. 242 y 244, respectivamente, y 242-249 para toda la formulación teórica y sus fuentes. La objeción en PÉREZ LEDESMA (2008), págs. 240-242 (de donde tomo también la cita literal de Cabrera). Me he aproximado al problema de la polisemia de significantes como «clase», «pueblo» y «patria» en la España isabelina en GARCIA BALAÑÁ (2002 y 2009a). La cita literal en CABRERA, DIVASSÓN y FELIPE (2008), pág. 69.

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singularidades de los oficios manufactureros de tradición gremial, nos advierte sobre la decisiva contribución de los trabajadores que se tenían por «cualificados» -mayormente urbanos- a la zigzagueante formación de una nueva identidad de clase, ya «obrera». Esta es una de las razones por las que el texto se ocupa muy preferentemente de ellos. El segundo apartado trata de recorrer el trecho entre significante y significado aduciendo la determinante mediación de la experiencia. Solo la experiencia que trasciende el momento del discurso permite rastrear los posibles significados particulares de un mismo significante. Rastrear el «proceso de construcción cultural de significados» mediante el cual «sujeto y discurso se producen mútuamente» 8 , un proceso que a mi entender es constitutivo de toda cultura política y de su relación con todos los que a ella se acercan. Si insisto aquí en ejemplos tomados de entre los trabajadores de oficio colectivamente organizados, tejedores de seda e hiladores de algodón concretamente, es en gran parte por su significativa capacidad de legarnos textos o discurso (lo que no puede decirse de la mayoría de trabajadores manuales), y por la visible -y documentable- asociación de ambos con las culturas progresistas y demorrepublicanas. Y también porque para tejedores e hiladores catalanes disponemos de bastante investigación sobre sus experiencias laborales y fabriles, socioculturales e incluso políticas, durante las décadas isabelinas, como para aventurar qué pretendían significar los primeros al conceptualizar el trabajo sedero como su «propiedad», o qué los segundos al considerarse públicamente como «el verdadero productor». Mi propósito aquí es acceder a alguno de los puentes «obreros» desde y hacia la nueva cultura política demorrepublicana, a saber, el cooperativismo de producción a modo de ejemplo, por la puerta de la biografía, de las experiencias y significados particulares de sus portavoces procedentes de las filas del trabajo manual asalariado. Finalmente, el tercer apartado recuerda la necesaria amplitud de toda noción de experiencia popular o plebeya en la España urbana de mitad del XIX, y lo hace adentrándose en la participación de trabajadores y jornaleros en la guadianesca Milicia Nacional y en sus variados epígonos. Pretendo con ello insistir en la cuestión de la creciente iniciativa y autonomía de los grupos de trabajadores manuales en experiencias definidas por la socialización interclasista y potencialmente política (sin ignorar por supuesto los muchos límites que la restringían). La compleja y muy fluida jerarquía entre los distintos espacios de la experiencia plebeya -laboral, sindical, comunitario, miliciano, etc.- sugiere una extensa nómina de fuentes de significación para el significante Milicia Nacional. 8

SIERRA (2010), págs. 237-238.

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LENGUAJE: CLASE Y EMANCIPACIÓN/INDEPENDENCIA EN LA ESPAÑA ISABELINA

En sus ediciones de 1852 y 1869 el Diccionario de la Real Academia Española daba aún un único significado social para la voz clase, a saber, «orden o número de personas del mismo grado, calidad ú oficio». Era este, como ha explicado Juan Francisco Fuentes, un significado que hundía sus raíces en el lenguaje estamental y corporativo del Antiguo Régimen, y que en su explícita dimensión de marcador profesional u ocupacional resistió «muy bien -en palabras de Fuentes- el tránsito a la sociedad burguesa»9 • Resistió lo bastante, y entre muy distintos grupos de hablantes, al punto que en 1870 uno de los tempranos líderes del sindicalismo madrileño, el bakuninista Francisco Mora, reprochó a sus compañeros del Primer Congreso Español de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) el que «aquí hablen de sus clases u oficios, haciendo completa abstracción de la clase trabajadora en general; esto es un mal -les amonestó Mora en el Teatro del Circo barcelonés- porque así no pensaremos nunca internacionalmente»10 • La clase trabajadora, en singular y con significado unificador, no había arrinconado todavía a la clase como tradicional sinónimo de gremio u oficio, en parte porque su heterónima e inspiradora, la clase obrera, había sido importada por el castellano hacia mitad de siglo, apenas un «galicismo flamante» en 185511 • Por otras vías Fuentes ha corroborado este mismo cronograma de significantes y significados: no fue hasta los años del Sexenio Democrático (1868-1874), precisamente, que el sintagma clase media apareció asociado al neologismo y galicismo burguesía, cargados ambos de connotaciones oposicionales y despectivas en los textos de la prensa obrerista (lo que antes no había sido así en el caso -más genuino en castellano- de clase media) 12 • Las pocas investigaciones disponibles tienden a confirmar la panorámica sobre los lenguajes de clase en la España isabelina esbozada por Juan Francisco Fuentes. Confirman, en primer lugar, que el sintagma clase obrera/clase trabajadora, con su significación social binaria y oposicional (versus burguesía o equivalentes), irrumpió no antes de mitad de siglo, y hacia 1870 seguía coexistiendo y compitiendo con otros usos y significados de clase en los tex9 REAL ACADEMIA ESPAÑOLA (1852), pág. 160; FUENTES (2002a), págs. 159 (cita DRAE) y 156. 10 Citado en TERMES (2000), págs. 98-99. 11 Según el Diccionario de Galicismos de Rafael M. Baralt (Madrid, 1855), citado en FUENTES (2002c), pág. 168. 12 FUENTES (2002b), págs. 164-165 y 161-163.

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tos sindicales y político-periodísticos. Genís Barnosell, en sus exhaustivas catas en la prensa de la Barcelona isabelina, ha detectado una primera y notable visibilidad de la clase obrera en los textos sindicales del Bienio Progresista (1854-1856) y, sin embargo, su revelador eclipse durante los años iniciales del Sexenio (1868-1870), desplazada por significantes con menor carga unificadora (trabajadores, obreros) o que connotaban pluralidad y con ella diferenciación interna (clases trabajadoras, clases obreras) 13 • La clase obrera y/o la clase trabajadora, como sujeto colectivo, singularizado y unificado, siguió pesando relativamente poco en el lenguaje impreso del primer socialismo madrileño, según han demostrado Fernández y Fuentes con su vaciado de los editoriales de El Socialista publicados durante la segunda mitad de la década de 188014 • Simultáneamente, confirma Barnosell, «durante los años cincuenta y en los mismos textos sindicales la palabra clase indicaba exclusivamente el oficio»15 • En febrero de 1841, por ejemplo, los representantes de «la clase de tejedores», los de «la clase de hiladores», y los de tantas otras clases de semejante condición («de impresores», «de zapateros», «de carpinteros», etc.) habían firmado al pie de una «manifestación» de «las clases trabajadoras asociadas» en Barcelona dirigida a los diputados por las provincias catalanas 16 • Ambas clases de oficio ya indiscutiblemente fabril, la «clase de tejedores» y la «clase de hiladores», reaparecieron con frecuencia en textos barceloneses de mitad de los años cincuenta y principios de los sesenta 17• Y cuando Fernando Garrido publicó su universal Historia de las clases trabajadoras, en el Madrid de 1870, también combinó el plural del título con el singular para la ocupación u oficio específico -«en Mulhouse la mortandad es dos veces mayor en la clase de hiladores»-18 , demostración de que a la tarea de abstracción y unificación sociosemántica reclamada entonces por Francisco Mora le faltaba todavía trecho por recorrer. Incluso los pioneros abogados autóctonos del galicismo clase obrera advirtieron sobre los espejismos de la operación unificadora. Ildefons Cerda, ingeniero y líder del progresismo más interclasista en la Barcelona de 1854-1856, redactó una reveladora introducción a su Monografía estadística de la Clase BARNOSELL (2002), págs. 44-46. FERNÁNDEZ y FUENTES (2000), págs. 228, 233 y 240-241. BARNOSELL (2002), pág. 48 (cita literal que traduzco del original en catalán). Las clases trabajadoras asociadas a los Diputados a Cortes, y particularmente a los de la antigua Cataluña (1841), pág. 10. 17 GARCIA BALAÑÁ (2009a), págs. 105-106. FELIPE (2012), fols. 19-20, ha vuelto a llamar la atención sobre ello muy recientemente (agradezco al autor la posibilidad de consultar dicho texto). 18 GARRIDO (1870), pág. 606. 13 14 15 16

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Obrera de Barcelona en 1856, material en parte preparatorio para su proyecto de Ensanche barcelonés de 1859. Avisó Cerda de que «la clase obrera [de Barcelona], considerada como género, forma un conjunto complexísimo, compuesto de una gran diversidad de especies, o llámense artes y oficios, cada una de las cuales comprende a su vez otro número de subespecies y elementos, harto diferentes entre sí para que puedan sujetarse a una fórmula común»19 • A pesar de su colaboración y complicidad con los sindicatos industriales barceloneses del Bienio Progresista -o quizás precisamente por ello-, y de ceñir su estadística «a todas las personas que viviendo de su trabajo no lo ejercen en establecimiento o taller propio», Cerda se sintió obligado a distinguir entre los que calificó de «obreros distinguidos» (poco más de 6500) y «el estado común o plebe», a saber, la gran mayoría (más de 47 000) con masiva presencia de mujeres y de «muchachos-aprendices» y «niños-ayudantes». La mirada política de Cerda podía fijarse en el número y la «oscura» suerte compartida de esta última «plebe del proletariado», pero su mirada sociológica-y su propia experiencia biográfica- le impedía ignorar la dimensión pública de aquella significativa minoría de trabajadores asalariados «distinguidos». Contó Cerda entre ellos a unos 2500 «Oficiales sobresalientes de todas las clases [oficios]» y a unos 4000 «jóvenes obreros de todas clases hijos de familias acomodadas de la clase menestral», y previno al lector, reveladoramente, que «como los distinguidos son de suyo más visibles, más ostentosos y más aficionados a todo linage de fiestas, figuran un número muy considerable que engaña y fascina a los que se contentan con examinar la superfície de las cosas»2º. La ficción de un mayor número de «obreros distinguidos» surgía, pues, según Cerda, de ciertos mecanismos sociales que los hacían «más visibles» que al resto y mayoría de trabajadores manuales de la ciudad; una visibilidad que parecía guardar alguna relación con la dimensión «menestral» de tales actores y mecanismos. La lucidez del último Larra ya había llamado la atención sobre la novedad hispana de una «clase media compuesta de empleados o "proletarios decentes"». Una clase media «industrial, fabril y comercial» que «no se busque en Madrid -escribía Larra en 1834-, sino en Barcelona, en Cádiz, etc.» 21 • Precisamente un texto fechado en Cádiz y reproducido en la prensa progresista barcelonesa en julio de 1841 incluía muy explícitamente a 19 CERDÁ (1867), pág. 585. 20 Ibídem, págs. 566-567 y ss. Cerda, su experiencia política durante 1854-1856 y la elaboración de la Monografía, en ESTAPÉ (2001), págs. 148-218. 21 LARRA (1834).

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«las clases proletarias de la provincia [gaditana]», a «los colonos de pequeñas propiedades agrícolas, los artesanos, las profesiones, todas las clases en fin», entre «los que se tienen por decente medianía»22 • Como ha señalado recientemente María Sierra, la exaltación meritocrática de «las medianías» ocupó un lugar central en el imaginario social de la cultura política progresista 23 . La cuestión relevante, aquí, es el alcance y la notable porosidad de los significados sociales del primer lenguaje vindicador de dichas medianías, y la potencial o explícita inclusión, entre aquellos significados, de subgrupos de trabajadores manuales de variada condición. Pues la mayor virtud política de los que «viven contentos en su medianía independiente» era precisamente -en palabras de un comunicado progresista en vísperas de 1840- «que conocen mucho mejor las necesidades del pobre pueblo, como que tienen con él un roce inmediato y continuo»24 . Barnosell, por su parte, ha detectado una significativa -aunque cambiante- imbricación de los «lenguajes del trabajo» y los «lenguajes de ciudadanía y dignidad personal» en los textos sindicales barceloneses del Trienio Esparterista (1840-1843) 25 . Jesús de Felipe ha confirmado recientemente la pertinencia de dicha ecuación, demostrando con creces hasta qué punto la temprana reivindicación sindical de la naturaleza «Utilitaria» y «productiva» del trabajo manual y asalariado se fundó en -y fundamentóuna identidad «ciudadana» respecto de la cual las «clases» operaban como subcategorías menores y a ella subordinadas 26 . Estas incursiones en la hemeroteca de hacia 1840 confirman la notable polisemia de las medianías -o ciaseis media/s- en la temprana España isabelina, y los variados y fronterizos usos y portadores-destinatarios del elogio del «trabajo productivo» que solía entonces acompañarlas. La carga polisémica de la clase y de las medianías resultaba de la proyección de lenguajes corporativos de viejo cuño sobre un nuevo discurso político, y un contexto social, definido por la fluidez del proceso revolucionario. Y esta renovada alquimia entre significante y significado tendía a abrazarlo todo, a extenderse en múltiples direcciones semánticas. Así ocurrió con la sinonimia emancipación/independencia, cuyo recorrido hacia un significado de antinomia social y revolución política resultó cualquier cosa menos etimológicamente previsible y sociolingüísticamente lineal. Pues como advirtió 22 23 24 25 26

El Constitucional [Barcelona], 14 de julio de 1841, págs. 1-2 («Cádiz 6 de julio»). SIERRA (2010), pág. 253. El Constitucional [Barcelona], 16 de diciembre de 1839, pág. 4 («Comunicado»). BARNOSELL (2002), págs. 35-39 y 41-44. FELIPE (2012), fols. 13-27.

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hace ya bastantes años Manuel Pérez Ledesma, «si se analiza el término emancipación con más detalle, se verá que hace un siglo por emancipación se entendía la posibilidad de montar el propio taller, y no la liberación de la clase, del oficio o de la humanidad» 27. Emanciparse, a saber, liberarse de la patria potestad del padre, según única definición del Diccionario de la Academia en su edición de 1852 28 . El ejercicio de rastrear los cambiantes usos y significados de dicho significante, que Pérez Ledesma ya practicó con textos de la primera Restauración 29 , arroja resultados similarmente reveladores para la España isabelina. En junio de 1840 un grupo de una treintena de oficiales cesteros barceloneses, enfrentados por cuestión de la tarifa destajista a los apenas «ocho o diez amos o capitalistas» del sector en la ciudad, se establecieron «a trabajar por su cuenta y riesgo; han alquilado una tienda, y además una barraca en la Boquería para vender sus artefactos, y han ajustado dos vendedores ambulantes por las calles». Para el misterioso corresponsal de la redacción de El Constitucional, «por esta simple operación los trabajadores pasan a amos, y no dependen más que de sí mismos». «De este hecho se puede sacar una consecuencia -sentenció el remitente-; que la asociación industrial puede mejorar la suerte de las clases productoras, o a lo menos facilitar gradualmente su honrosa independencia»3º. Confluyen en este ejemplo el tradicional concepto de independencia laboral y organizativa de tantos mancebos artesanos, sinónimo de promoción a la maestría y, sobre todo, de acceso a lo que Juanjo Romero Marín ha dado en llamar el propio «taller soñado», y una defensa apenas formulada del cooperativismo de producción, con posibles nuevos significados de independencia. Sin embargo, el adjetivo de «honrosa» que en el texto antecede a esta, o el lema «hagámonos amos y trabajadores por nuestra cuenta» que el autor atribuye a los oficiales cesteros, evocan lo primero antes que lo segundo, y sugieren una incipiente cultura asociativa como instrumento en pos, también, de aquella promoción laboral y comunitaria tradicional. Este lenguaje de independencia, o emancipación, artesana a través del taller propio no se fundaba entonces en la mera nostalgia retrospectiva, sino que seguía alimentándose de una muy concreta expectativa de posibilidad social. Según la investigación de Romero Marín, al menos el 50% de todos los oficiales 27 28 29 30

PÉREZ LEDESMA (1988-1989), pág. 15. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA (1852), pág. 270. PÉREZ LEDESMA (1997), págs. 213-220. , El Constitucional [Barcelona], 15 de junio de 1840, pág. 2 («Los cesteros», firmado «El Májico»).

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artesanos en la Barcelona de las dos décadas posteriores a la disolución gremial (1836-1856) llegaron a establecerse por su cuenta, con taller a su nombre, antes o hacia 186031 (aunque ciertamente en condiciones muy distintas y desiguales con respecto al capital comercial). Que esto fuese así para las atomizadas y posgremiales manufacturas de la piel, la madera, el esparto, el metal ligero, la confección o la alimentación no significa, por supuesto, que pudiese serlo para la ya capital-intensiva y fabril industria algodonera local. Pero incluso entre los trabajadores más estratégicos de esta última aquel lenguaje de emancipación como establecerse por cuenta propia producía reveladoras reverberaciones. Cuando la multitudinaria sociedad (sindical) de tejedores de algodón de Barcelona relanzó su propia «fábrica» de telares manuales en el verano de 1842, y movilizó para ello un capital propio y prestado de hasta 20 000 duros, adujo que no trataba sino «de asegurar su emancipación por medio de establecimientos fabriles». No ocultó en absoluto el trasfondo sindical-mutualista del proyecto, pues «en el establecimiento fabril de esta [sociedad] se emplean los asociados a quienes los amos despiden». Pero enfatizó, asimismo, que «con esto ... el socorro dado al socio por su trabajo, produce, y aquél no huelga ni tiene por lo mismo ocasión de abandonarse» 32 • Este vínculo significador entre emancipación/independencia y trabajo manual atado al oficio (como capital intangible pero estratégico) dejó no pocos rastros durante las décadas centrales del siglo. Para el líder demócrata-republicano -hijo de familia menestral venida a menos- y promotor de las sociedades corales obreras en la Cataluña tardoisabelina, Josep Anselm Clavé, la «instrucción del pueblo» debía incluir el «hacerle comprender» que «el trabajo ... es el único medio para alcanzar la legítima independencia», requisito este para aspirar a «conquistar todos sus derechos» 33 • Por su parte, resulta muy significativo que el ya citado congreso fundacional de la AIT en España, en 1870, se preguntase en su segundo punto y dictamen si «la cooperación en sus ramos de producción y consumo puede ser considerada como medio directo y absoluto

para alcanzar la emancipación de las clases trabajadoras». Una mayoría de 61 votos contra 22 -liderada por bakuninistas y «politicistas»- negó la mayor, y condenó muy especialmente las cooperativas de producción por «insolidarias» (dada su naturaleza sectorial o de oficio), por favorecer que «gente asalariada [en cursiva en el original] se hayan puesto en la condición de los mismos amos», y por «adorar el tanto por ciento». Si para los tejedores asociados de 1842 el que el capital de la sociedad de oficio rindiese («produce») era una virtud sindical y social, para la mayoría de delegados en el congreso de 1870 constituía la lúgubre anticipación de «esa infinidad de población en Inglaterra [en el Rochdale owenita] que como las hormigas amontonan capital»34 • La emancipación solo podía incorporar nuevos significados a partir, y en contra, de sus significados pretéritos y recientes.

EXPERIENCIA: SOBRE LA «PROPIEDAD» DEL «VERDADERO PRODUCTOR» Y SUS FUENTES DE SIGNIFICACIÓN

{ 31 ROMERO MARÍN (2005), págs. 100-109 (a partir de una muy significativa muestra de 2550 oficiales artesanos, corregida para el factor mortalidad prematura, pero no para el factor emigración -lo que sugiere una tasa de promoción a la maestría-taller propio aún mayor). 32 Todas las citas literales en El Constitucional [Barcelona], 9 de agosto de 1842, págs. 2-3 («La Sociedad de Tejedores», sin firma). Sobre dicha sociedad de tejedores de algodón en la Barcelona de los años cuarenta (entre 3000 y 4000 miembros en 1840-1842) y sobre su fracasada «fábrica» cooperativa, BARNOSELL (1999), págs. 137-150y 152-153. 33 Mi lectura de la figura de Josep Anselm Clavé y de sus sociedades corales obreras en Ja Cataluña isabelina, en GARCIA BALAÑÁ (1996, pág. 113 para la cita literal). Una breve síntesis parcial, en castellano, en GARCIA BALAÑÁ (2009a), págs. 107-115.

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En 1862, en el contexto de relativa liberalización gubernativa permitida por la Unión Liberal, una «Sociedad de Tejedores de Velos» publicó su reglamento en Barcelona. Reglamento netamente sindical tras una fachada mutualista, su capítulo segundo, artículo primero, fijaba muy claramente que el sindicato lo era del oficio fabril (y no de todos los trabajadores de sederías) y únicamente para los tejedores a los que dicha sociedad reconociese como «oficiales»: «Tienen derecho para ser inscritos en la Sociedad todos los tejedores de seda, lana, hilo y algodón labrado, siempre que sean aptos para trabajar y no estén en aprendizaje» 35 • Esta exclusión sindical de ayudantes y/o aprendices tenía mucho que ver, sin duda, con la vigorosa tradición gremial en la elaboración de tejidos de seda -o de algodón labrado con seda u otras mezclas- hasta la sanción y despliegue de la «libertad de industria» durante el bienio 1834-1836. En 1837, por ejemplo, un pionero convenio laboral forzado y firmado por los tejedores de velos de Reus había consignado «que ningún fabricante pueda tener más que dos aprendices, y que cualquiera que contravenga lo establecido en este arreglo [... ] incurrirá en la multa de cuarenta duros aplicados a los 34 Tomo todas las citas de TERMES (2000), págs. 84-93; págs. 85-86 (dictamen), 87-88 (intervención de Josep Rubaudonadeu contra el cooperativismo de producción) y 90 (nota 29: «adorando el tanto por ciento»). 35 SOCIEDAD DE TEJEDORES DE VELOS, s. f. [1862], pág. 6.

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gastos de la Milicia Nacional de esta villa» 36 • A su vez, y, sin embargo, el paisaje empresarial y productivo de la sedería barcelonesa en 1862 era ya muy distinto del enjambre de 150 «operatorios» o talleres de «velería» de 1836, o del casi centenar de «fabricantes» -con cargas contributivas no demasiado dispares- de 1844. En 1862 apenas diecinueve fabricantes de tejidos de seda concentraban el 73 %de los 664 telares del sector (incluidos todos los telares mecánicos y casi todos los Jacquard), mientras que el resto, una treintena larga de modestísimos fabricantes, sobrevivía subordinado a las políticas productivas 37

de los mayores fabricantes y de sus fábricas • En otras palabras: la vieja distinción y segmentación corporativa entre oficiales y aprendices subsistió en el interior de la cultura sindical en formación -en el exterior para los segundos- durante todo el segundo tercio del siglo, tres décadas después de 1834, incluso en un sector como el de las sederías o «novedades», entonces sometido en Barcelona a la concentración empresarial y productiva y al cambio tecnológico. En el caso de aquellos oficios -la mayoría- con poderosos antecedentes gremiales y modesta incursión del capital en la esfera de la fabricación, ello resulta poco sorprendente. Los gremios de oficiales o mancebos, separados y contrapuestos a los de maestros, existieron al menos desde finales del siglo XVIII, y trataron de controlar y contener el trabajo de forasteros y no agremiados, y de defender el aprendizaje reglamentado para acceder a la oficialía, desde mucho antes de 183438 • En consecuencia, los tempranos sindicatos de oficio barceloneses de la década de 1840 no aceptaban en sus filas a «peones y ayudantes», y todavía en 1872 la sociedad o sindicato local de zapateros lo era solo de «oficiales». Las estimaciones de Barnosell apuntan que en 1854-1856 los ayudantes y peones apenas sumaban el 13 % de todos los miembros de los sindicatos barceloneses, a pesar de representar el 42 %de toda 39

la «clase obrera» de la ciudad contabilizada por Cerda • Las cosas, sin embargo, no parecían radicalmente distintas en la industria algodonera local, la mayor y más capital-intensiva y que, además, carecía de aquellos antecedentes gremiales propios y recientes. Entre 1840 y 1869 todos los sindicatos algodoneros fueron sociedades de «clase» como oficio fabril (de hiladores, de tejedores manuales, de tejedores mecánicos, de estampadores) comandadas por hombres oficiales, que así se distinguían y distanciaban del 36 37 38 39

Citado en GARCIA BALAÑÁ (2001), pág. 59. Ibídem (2001), págs. 41-42. ROMERO MARÍN (2005), págs. 112-116; BARNOSELL (2005), págs. 26-38. BARNOSELL (2002), pág. 47 (tabla 3 y nota 24).

trabajo «preparatorio» y «auxiliar» de mujeres, ayudantes y peones empleados en el mismo sector, fábrica y empresa40 • Ciertamente, no faltaron los episodios de colaboración o «unión de clases» entre estas -y otras- sociedades de oficio, pero sus propósitos fueron esencialmente políticos, más allá del día a día de las relaciones laborales sectoriales, como se desprende del episodio de la Exposición de la Clase Obrera Española a las Cortes de septiembre de 1855 en demanda del derecho de asociación sindical. Hubo que esperar hasta el año 1869 (y ello también y sin duda por razones de posibilidad política) para asistir a la fundación del primer sindicato que aglutinase a todas las fases y tareas fabriles del algodón mecanizado, la llamada Federación de las Tres Clases de Vapor (a pesar de que la integración vertical en el sector era ya muy notable hacia 1860) 41 • ¿Cuáles pudieron ser los fundamentos laborales de este inicial sindicalismo de clase como oficio, oficio de hombres «oficiales», excluyente y segregador también a pie de taller o de telar? ¿Cabe buscar todas las respuestas en un espacio laboral reciente pero ya pretérito, a saber, en el taller agremiado y reglamentado y en su indiscutible herencia post-1836? No exactamente. Para los tejedores de seda ya fabriles y sindicalizados en la Barcelona de 1862, que «desean ser respetados en sus personas y propiedades», «la propiedad de los socios [de la asociación mutualista-sindical] es su fuerza física o corporal, esto es, el trabajo que emplean en la confección de alguna obra». En el mismo artículo del mismo reglamento se proclama que «Si algún socio en la confección de alguna obra considera no guardar proporción el trabajo que ha de emplear en ella con la retribución que se le da, podrá reclamar en compañía de su respectivo comisionado a la Dirección», encargada de dictaminar y en su caso de reclamar «al Sr. Fabricante» 42 • Además de la indiscutible carga discursiva liberal-individualista detrás de la connotación del «trabajo» como «propiedad», fundada en la «utilidad» de una capacidad singular para transformar la naturaleza -o así presentada pues lo que se confeccionaba era nada menos 40 Ejemplos en GARCIA BALAÑÁ (2004), págs. 317-329 y 346-352 (hiladores de Barcelona) y 353357 (hiladores, tejedores manuales, tejedores mecánicos y «jornaleros de hilados» de Sallent); BARNOSELL (2009), págs. 236-237 (tejedores manuales de Vic y tejedores mecánicos de Barce-

lona), quien, sin embargo, subraya las dinámicas de ampliación sindical en los oficios fabriles «nuevos» (como los tejedores/as mecánicos) ya para 1854-1856. GARCIA BALAÑÁ (2009b), págs. 272-274 y 279-280. Sobre los objetivos políticos de la «unión de clases» de 1855 y de la Exposición de septiembre del mismo año, BENET y MARTÍ (1976), vol. I, págs. 584-587, y vol. II, págs. 241-262. La «integración vertical» alude a la integración en una misma empresa de todas las fases del proceso de fabricación de una pieza de algodón (preparación, hilatura, tisaje y acabado). 42 SOCIEDAD DE TEJEDORES DE VELOS, s. f. [1862), págs. 7-8. 41

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que una «obra»- 43 , no es menos relevante aquí, que la retribución que el oficial tejedor podía impugnar y negociar vía el sindicato era en verdad una retribución destajista y colectiva. No era estrictamente el pago del trabajo de dicho oficial tejedor, pues incluía también la retribución de sus dos «ayudantes», adolescentes o ya adultos (y no sindicalizados por estar «en aprendizaje»), e incluso parte del pago «por anudar la pieza» (a los llamados «anudadores») y «por las canillas o cañutos» (a las mujeres «canilleras»). Correspondía a los aproximadamente 2000 tejedores de seda y mezclas en la Barcelona de 1860 -prácticamente todos hombres y «en las fábricas»- «deducir de su semanal nominal» todos aquellos «gastos», lo que según el testimonio de Cerda hacían con un revelador margen de variabilidad 44 . Tras la pérdida de las garantías corporativas en 1836, el oficial tejedor de velos parecía haber ampliado, paradójicamente, cierta autoridad informal sobre otros trabajadores, al reinventarse en el espacio fabril y asalariado las formas de subcontratación externa propias de la manufactura atomizada, agremiada y/o paradoméstica. El tejedor de velos barcelonés se había convertido en un «subcontratista interno». La retribución bajo la forma del destajo colectivo administrado por el oficial tejedor guardaba, así, su propia carga significadora de la «propiedad» invocada, carga vinculada, sin duda, a los porqués de que «el trabajo que emplean en la confección de alguna obra» le perteneciese solo a aquel (y no a los ayudantes, anudadores y mujeres canilleras). De tal forma que el destajo (colectivo) significaba para el oficial tejedor, con certeza, algo distinto a una mayor intervención y vigilancia patronal sobre su propio trabajo. En el verano de 1864 el periódico semanal El Obrero cargaba contra los fabricantes locales que «pretenden introducir perniciosas costumbres» entre los tejedores de novedades, como el «obligar a trabajar encerrados cual jornaleros a los que siempre trabajaron a destajo, cosa que están dispuestos a negar los obreros» 45 . ¿Cómo puede ser explicada esta reveladora defensa «obrera» del destajo, contra su asociación automática con un mayor control patronal en pos de una mayor productividad del trabajo? ¿Y cómo pudo aquella reinvención de la subcontratación externa en subcontratación interna, o destajo colectivo y fabril, informar, corroborar y ampliar los ya citados significados de los significantes clase, propiedad e independencia/emancipación? Dos potenciales bondades del destajo colectivo para los jefes de tales equipos de trabajo deben apuntarse aquí. 43 Sobre «trabajo» y «salario» como «propiedad», FELIPE (2012), págs. 15-16. 44 CERDA (1867), págs. 610-613 («Tejedores de seda y algodón con máquina a laJacquart»); GARCIA BALAÑÁ (2001), págs. 61-63. 45 El Obrero [Barcelona], 11 de septiembre de 1864, pág.11.

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En primer lugar, la muy habitual delegación en el «oficial» o jefe de equipo del reclutamiento de sus ayudantes y aprendices, y las consecuencias de ello para un significativo control obrero sobre la formación y reproducción del mercado de trabajo del oficio asalariado y fabril. El 80% de los tejedores de velos que contrajeron matrimonio en Barcelona en 1842-1843 (56 de 71), y el 86% de los que lo hicieron en 1850-1851 (79 de 92), habían nacido en la muy acotada geografía catalana de la manufactura sedera hacia 1830 (la propia ciudad de Barcelona, la ciudad de Manresa y su comarca, y la ciudad de Reus y su hinterland inmediato) 46 . Similares indicadores de reclutamiento selectivo se han documentado para la hilatura algodonera y mecanizada de la Cataluña central de mitad de siglo, asimismo organizada alrededor de la subcontratación interna y masculina, a pesar de carecer de aquella tradición gremial y de aquel aprendizaje dilatado. Al menos el 60% del centenar largo de hombres hiladores que gobernaban máquinas y equipos destajistas en 1854 en la muy algodonera villa de Sallent, al norte de Manresa, procedían de unidades familiares cuyos titulares en 1834-1836 habían tributado por, o declarado ser, cotoners ('algodoneros'), subcontratistas externos y domésticos, titulares de unas pocas -y pronto vetustas- máquinas y/o telares47. Esta notable endogamia en la reproducción del oficio, posgremial o no, denota la capacidad de tejedores de velos e hiladores para administrar y canalizar a su favor no solo las destrezas técnicas específicas -exigentes para los primeros, mucho menos para los segundos-, sino también esa otra porción de su «propiedad» que era su posición de intermediación y tutela sobre otros trabajadores en los sistemas organizativos de la fábrica temprana. La clase como oficio podía significar mucho más que aprendizaje y habilidad con las manos y con las máquinas. Remitía, también, a renovadas constelaciones de «maestría y autoridad, respeto y honor» -en palabras de Patrick Joyce a propósito de lo que estaba en juego en no pocos conflictos industriales en la Inglaterra post-1848 48-, a jerarquías internas al oficio en transformación y a la proyección exterior de estas; a fórmulas de autoafirmación en lo laboral y en lo social. Para los hiladores fabriles y asociados en Sallent en el verano de 1854 las cosas estaban claras: en «la inteligencia y la fuerza del hombre [hilador]» ante la máquina y ante sus ayudantes masculinos -pues se oponían colectivamente al reclutamiento de mujeres como pretendían los fabricantes- residía una poderosa razón para proclamarse a sí mismos «el verdadero productor, más digno de consideración que el capital» 49. 46 47 48 49

GARCIA BALAÑÁ (2001), págs. 52-54 (y tablas 1.4 y 1.5). GARCIA BALAÑÁ (2004), págs. 405-411. JOYCE (1991), pág. 110. El Constitucional [Barcelona], 13 de agosto de 1854, pág. 3 («Remitido»). Más detalles sobre dicha carta pública en GARCIA BALAÑÁ (2004), págs. 48-50 y 411-412.

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El «verdadero productor» lo era, pues, por su trabajo directamente productivo, pero también por su «inteligencia y fuerza» en el gobierno del trabajo de otros, lo que apunta hacia una segunda bondad del destajo colectivo desde la perspectiva de los jefes de equipo, y hacia una constelación de experiencias fabriles y comunitarias potencialmente significadoras para el significante independencia. Tejedores de velos e hiladores de algodón se constituyeron, en la Cataluña textil de mitad de siglo al igual que en otras regiones europeas con similar especialización y organización, en auténticos especialistas en el cálculo y la negociación de una compleja correlación entre trabajo e ingreso salarial. Una correlación entre administración del esfuerzo y del tiempo de trabajo (y no-trabajo) propio y ajeno, fijación de las tarifas destajistas, y reparto de los beneficios derivados de los aumentos de productividad. Solo imaginando la relativa independencia que la gestión combinada de todas estas variables proporcionaba al hilador «subcontratista» -como explicó PatrickJoyce para los hiladores del Lancashire o William M. Reddy para los de Lille y Rouen- puede comprenderse por qué la primera gran huelga barcelonesa después de 1868 tuvo que ver con la exigencia hiladora de «fijar el número de operarios que debe tener cada máquina y hasta intervenir en la admisión de operarios». Los hiladores barceloneses de 1869 recelaban de la mayor carga de husos/máquinas por equipo destajista que pretendían los fabricantes, puesto que sabían que, en ausencia de una cultura institucionalizada de negociación y arbitraje laboral, los muy probables y simultáneos recortes tarifarios dificultarían, dada su novedad y discrecionalidad, la vigilancia sindical o colectiva. Sabían también que la mayor productividad por huso y máquina resultaría, sobre todo, de su mayor esfuerzo en labores estrictamente productivas, y, por consiguiente, de su menor función organizativa o autoridad sobre auxiliares y ayudantes, de manera que la correlación entre su propio esfuerzo laboral y su ingreso salarial neto tendería a empeorar (incluso si dicho ingreso salarial mejoraba algo en términos absolutos)5°. Lo apuntado hasta aquí sobre el vigor de los lenguajes de clase como oficio, sobre la persistencia de los lenguajes de emancipación e independencia como expectativa de promoción sin revolución, avalan las tesis a propósito del lugar nada menor que la noción de ciudadanía ocupó en la autopercepción de la primera generación de trabajadores industriales catalanes, entre 1835 y 1855 50 Mi estudio y lectura de dicha huelga, inseparable del «levantamiento republicano» de 1869, en GARCIA BALAÑÁ (2008a), particularmente págs. 747-756 (y pág. 748 para la cita literal).

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aproximadamente 51 • Tienden a confirmar estas mismas tesis las evidencias de conceptualización del trabajo asalariado y fabril como «propiedad», por ejemplo, según los oficiales tejedores de velos de seda («propiedad» que incorporaba el trabajo ajeno de ayudantes-aprendices y mujeres) 52 • Más aún, y, sin embargo, si no atendemos también a experiencias como la de la subcontratación interna, a la posición de intermediación laboral -y social- que proporcionaba a «obreros» por ello «distinguidos», resulta difícil explicar el alto grado de certeza y convicción desde el que estos vislumbraron a la naciente clase obrera como «ante todo una división dentro de la comunidad de ciudadanos» 53 • Estas reinventadas comunidades de oficio ya fabril, mezcla de continuidad y ruptura, todavía más exclusivas que inclusivas, podían cobrar un significado político -escribí en 2009- «al operar en la jerarquía de lealtades comunitarias alumbrada por la Revolución liberal, al transmutar su reputación laboral en emblema de la "clase jornalera'', precisamente por ella [por dicha reputación o "utilidad"] merecedora de nutrir las filas del "pueblo", es decir, de la nación de iguales en derechos y deberes» 54 • Los lenguajes liberales de ciudadanía y derechos naturales, y con ellos la consecuente aspiración a la libertad legislada de asociación (sindical) y de negociación laboral colectiva (en busca de una «buena armonía» no solo retórica), empujaron a esta primera generación de trabajadores industriales catalanes a establecer alianzas puntuales con el progresismo político, al menos hasta la experiencia del Bienio Progresista (1854-1856). Dicha alianza entre «ciudadanos» en pos del derecho natural de asociación -al servicio de ese otro derecho natural, también avalado por cierta cultura progresista, que era la legítima defensa de toda «propiedad» emanada del propio trabajo- tuvo sus primeras manifestaciones durante los años del Trienio Esparterista (1840-1843), persistió aletargada durante la Década Moderada (1844-1854) 55 , y regresó con mucha fuerza durante el primer año del Bienio Progresista (1854-1856). Los dos casos que aquí se han presentado con algún detalle, tejedores de velos e hiladores de algodón, proporcionan numerosas y reveladoras pruebas de ello. 51 Véase BARNOSELL (2002), págs. 35-39 y 41-44 y (2006); también FELIPE (2011), págs. 123-128. 52 Trabajo manual y asalariado como forma y fuente de «propiedad», y ambos de «ciudadanía», en FELIPE (2012), fols. 15-16. 53 FELIPE (2012), fol. 19. 54 GARCIA BALAÑÁ (2009a), págs. 105-106. 55 Las relaciones entre los sindicatos barceloneses y el progresismo durante el Trienio Esparterista (1840-1843), en BARNOSELL (1999), págs. 169-186 y 209-211 y ss.; la negociación laboral con apoyos progresistas durante la Década Moderada (1844-1854), en GARCIA BALAÑA (2004), págs. 348-352, 355-360 y 415-430.

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Por ejemplo, el muy visible sindicato barcelonés de tejedores de velos, ya activo en 1841, fue el primero de la ciudad en firmar un convenio laboral -con una «comisión de Sres. fabricantes del Arte Mayor de la Seda»- tras la revolución de 1854, el 1 de noviembre del mismo año 56 • Avalaron este jurado mixto sectorial las nuevas autoridades progresistas locales, las mismas que cooptaron a los líderes sindicales sederos Ángel Jofresa y Pau Caldaró para las listas electorales al Ayuntamiento de Barcelona de noviembre de 1854, siendo elegido concejal el primero -bajo el epígrafe de «obrero»- y elector municipal el segundo. Jofresa, asimismo subteniente de un batallón de la Milicia Nacional barcelonesa y miembro de la Junta Consultiva de la Provincia de Barcelona en 1854-1855, abogaría durante las tensas jornadas de la huelga general catalana del verano de 1855 por «la asociación [sindical] puesta en el buen terreno, no en el malo», un equívoco reproche cuyo destinatario último era el Gobierno remodelado y su intransigencia legislativa y política (pues el nuevo capitán general de Cataluña, Juan Zapatero, había restablecido el 30 de mayo el estado de guerra en todo el principado, tras casi un año de hegemonía civil) 57• El sustituto de Jofresa al frente del sindicato local de oficiales tejedores de velos, Joaquim Molar, ejerció de portavoz de la comisión catalana que aquel julio de 1855 viajó a las Cortes para defender en sede parlamentaria «la plena libertad de asociación». Muy reveladoramente, Molar buscó y dispuso del apoyo público de algunos concejales progresistas barceloneses que desde el verano de 1854 habían colaborado en los ensayos de jurados mixtos laborales, hombres como el ya citado Ildefons Cerda o el fabricante sedero Jacint Barrau (ejemplo paradigmático de patrono leal a la negociación colectiva, de «verdadero liberal», según la sociedad de tejedores de velos) 58 • El tal Joaquim Molar, «director» en 1855-1856 del sindicato de oficiales sederos, iba a ser -y no por casualidad- la principal fuente de información de Cerda para la elaboración de su Monografía estadística de la Clase Obrera de Barcelona en 185659 • 56 GARCIA BALAÑÁ (2001), págs. 60-62. 57 Ibídem, págs. 62-65; y (2009b), págs. 268-269. 58 GARCIA BALAÑÁ (2001), págs. 67-68; elogios de la sociedad de tejedores de velos a Jacint Barrau, en Diario de Barcelona [Barcelona], 29 de enero de 1856, pág. 842 (firmado por Josep Soler, secretario de dicha sociedad sindical), y en El Eco de la Clase Obrera [Madrid], 13 de enero de 1856, pág. 330. Sobre lenguajes morales a propósito de «explotación» y «armonía», y sobre fabricantes «egoístas» versus fabricantes «liberales» en la documentación sindical catalana: FELIPE (2012), fols. 23-24. 59 Véanse las referencias aJoaquim Molar (y a su compañero de comisión en Madrid, Joan Alsina) que Cerda introdujo en el texto publicado, CERDA (1867), págs. 558-559.

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Las experiencias laborales, sindicales e institucionales de los hiladores de las fábricas de algodón entre 1835 y 1855 se prestan a comparaciones y paralelismos con lo contado sobre los tejedores de velos. Se repiten, entre los hiladores, unos indicadores salariales siempre en lo más alto del ranquin de Cerda para el textil barcelonés; se repiten la centralidad organizativa de los equipos de trabajo masculinos y destajistas, la reveladora capacidad de maniobra de su sindicato de oficio fabril desde 1840 e incluso bajo las autoridades moderadas, y la proyección pública e institucional de sus líderes sindicales a partir del verano de 1854. Joan Miralles, «director» de la sociedad de hiladores de algodón desde los años cuarenta, se sentó al lado de Ángel Jofresa y de un tercer y último «obrero», entre la treintena de concejales cooptados y elegidos -mediante sufragio universal masculino indirecto- para formar el Ayuntamiento de Barcelona en noviembre de 1854. Pocas semanas después, en el invierno de 1855, Miralles y Jofresa fueron oídos por los diputados de la comisión del Congreso encargada, por real decreto de enero del 55, de «reconocer y apreciar en su justo valor las causas de las disidencias suscitadas entre los fabricantes y los trabajadores de Barcelona» 6º. Habida cuenta del protagonismo de grupos de hiladores en tales «disidencias», particularmente de los más jóvenes aún no promocionados en 1855 a la posición de jefes de equipo, no sorprende que Felipe cite sus textos sindicales para ilustrar su tesis de la decisiva ruptura del primer movimiento obrero con respecto al progresismo durante el crítico año que transcurrió entre el verano de 1855 y el verano de 185661 • La «frustración de [las] expectativas» fundadas en la cosmovisión liberal de derechos naturales y ciudadanía universal, el descrédito de la igualdad civil provocado por la involución hacia la prohibición y represión de los sindicatos de oficio en los días anteriores y posteriores a la huelga general catalana de julio de 1855, son -según Felipe- las claves para explicar «la desafección obrera respecto del progresismo» a la altura de 1860. Las claves, también, para explicar el rápido decantamiento del movimiento obrero hacia posiciones demócratas y/o republicanas, el súbito interés sindical por el derecho al sufragio universal masculino y a la igualdad política -y no únicamente civil-, y el florecimiento de discursos específicamente «obreros» sobre el vínculo bidireccional entre desigualdad social y desigualdad política62 • Escribe Jesús de Felipe: «Más bien, los sucesos políticos acontecidos en el Bienio se convirtieron en 60 GARCIA BALAÑÁ (2009b), págs. 267-269. 61 FELIPE (2011), págs. 135 (y nota 68) y 137 (y nota 80). 62 Ibídem, págs. 133-135 y 135-143 (la cita literal en la pág. 139).

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"experiencias" cuando los trabajadores los dotaron de sentido ... » -con lo cual estoy absolutamente de acuerdo- «... a partir de su perspectiva ciudadana» 63 -con lo cual no lo estoy si dicha «perspectiva ciudadana» se concibe como un punto cero o de partida fijado por el lenguaje liberal de ciudadanía y derechos naturales en lugar de como un marco significador siempre dinámico, fruto a su vez de combinaciones en marcha entre lenguaje y experiencia. Restituir la historicidad de tales combinaciones significadoras, y, sobre todo, la pluralidad de experiencias que lo eran porque los trabajadores podían «dotarlas de sentido», es a mi entender el principal desafío historiográfico. ¿Qué fue, pues, exactamente, lo que se «frustró» con la omisión progresista de la libertad y el derecho de asociación sindical en 1855-1856? ¿Se truncó exclusivamente una poderosa visión del lugar que en el nuevo mundo liberal les correspondía, por derecho natural, a tejedores de velos, hiladores de algodón, etc.? ¿O, también, un evocador abanico de experiencias específicas en las que estos podían reconocer el cumplimiento -por parcial o potencial que fuese- de aquella visión y de aquellos derechos, en las que podían localizar aquel lugar en el mundo, y desde las que podían aprehender, discutir y rehacer aquellas «expectativas ciudadanas» mediante el vínculo entre «lengua» y «habla», entre significados canónicos y significados particulares de un mismo significante? La interacción y reciprocidad entre lenguajes o «expectativas ciudadanas» y experiencias laborales y sociales (pues tenían «sentido» en relación con aquellas), su vínculo relacional a modo de mutuo influjo en permanente transformación, puede ilustrarse con la vida pública de Antoni Gusart i Vila (1833-1905) y su contribución al arraigo de la cultura política demorrepublicana entre los trabajadores manuales catalanes durante la década de 186064 • En 1865 Antoni Gusart era miembro del comité provincial en Barcelona del Partido Democrático, al lado de nombres más conocidos y de perfiles netamente mesocráticos, como el del figuerense Joan Tutau i Vergés, el hombre que había viajado con Fernando Garrido a Inglaterra en 1862. El nombre de Gusart se asociaba entonces, ante todo, con la fundación y dirección desde el verano de 1864 del semanario barcelonés El Obrero, cuya corta vida se prolongaría hasta su cierre gubernativo en 1866 (y hasta la simultánea deportación de Gusart a Canarias). El Obrero -y su breve continuador, La Asociación, fundado por el amigo y tam63 Ibídem, págs. 143-144. 64 Sobre las bondades de la biografía para la aproximación historiográfica a las culturas políticas, SIERRA (2010), págs. 244-247.

«EL VERDADERO PRODUCTOR»: LENGUAJE Y EXPERIENCIA EN LA FORMACIÓN ...

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bién demócrata J osep Roca i Gales- fue, sin duda, la principal tribuna pública donde cristalizó la confluencia entre el Partido Democrático y gran parte del sindicalismo obrero en la Cataluña de la década anterior a la revolución de 1868. Desde la redacción y las páginas de El Obrero Gusart promovió y realizó la idea de un pionero congreso de sociedades obreras, con miras a su federación, celebrado en Barcelona en diciembre de 1865 con asistencia de casi tres centenares de delegados 65 • Tras la bandera principal de la defensa de la libertad y el derecho de asociación sindical-y de arbitraje laboral- 66 , un asunto «doctrinal» ocupó fundamentalmente a Gusart y a los hombres de El Obrero durante el bienio 1864-1866. A saber, la reivindicación del cooperativismo, y en particular del cooperativismo de producción, como política sindical para definitivamente «evitar -en palabras de Gusart- la explotación criminal, que algunos acaparadores de fortunas están llevando a cabo con detrimento de las leyes eternas e inmutables de la naturaleza» 67• Sin duda alguna, parte del interés de Gusart por el cooperativismo productor nacía de su relación con Joan Tutau y de la reciente visita de este a Rochdale con Fernando Garrido, explicada por Tutau a los demócratas catalanes en textos de 1864 y 1865. Pero mi argumento aquí es que la preferencia de Gusart por la cultura y la política cooperativistas no puede comprenderse en todas sus singularidades, discursivas y prácticas, sin atender también, además de a las influencias foráneas expresadas con el lenguaje de la ciudadanía universal y utilitaria, a las experiencias sociolaborales que el propio Gusart y otros redactores de El Obrero habían acumulado a la altura de 1864. A saber, sin atender al hecho de que Antoni Gusart había nacido en Barcelona en 1833 en el seno de una familia de tejedores de velos, su padre Salvador procedente del trabajo en la sedería manresana, «modalidad del oficio textil que él [Antoni] también seguiría», según escribe su biógrafo 68 • La mano derecha de Gusart en la redacción de El Obrero, Ramon Cartaña, también procedía del trabajo en el tisaje sedero barcelonés, al igual que el también demócrata -aunque este supuestamente «individualista»- Josep Roca i Gales, empleado en la firma



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65 Véase El Obrero (Periódico semanal de intereses morales y materiales ... destinado a defender los intereses de la clase obrera) [Barcelona); el número 1 se publicó el 4 de septiembre de 1864 («Por todo lo no firmado, Antonio Gusart»). Sobre el congreso obrero promovido por Gusart en 1865, TERMES (2000), págs. 27-28. 66 Véase El Obrero [Barcelona), 25 de septiembre de 1864, págs. 25-27; 23 de octubre de 1864, págs. 57-59 («La situación actual»); 7 de enero de 1866 (carta firmada por A. Gusart y otros dirigida al presidente del Consejo de Ministros). 67 El Obrero [Barcelona), 30 de julio de 1865, págs. 149-150 (A. Gusart, «A las asociaciones»). 68 POBLET (1971), págs. 13-14 (cita literal que traduzco del original en catalán).

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ALBERT GARCIA BALAÑÁ

barcelonesa de tejidos finos con mezclas de seda Buenaventura Solá y Sert Hermanos desde la misma década de los sesenta (y luego promocionado a un puesto de contramaestre o encargado) 69 • No fue la casualidad lo que hizo que El Obrero (1864-1866) se ocupase con notable detalle del sector de mezclas y sederías catalán70 • ¿Qué experiencias del Gusart tejedor de velos podían predisponerle hacia el cooperativismo de producción, con toda su carga de ambición organizativa, sofisticación doctrinal y «económico-política», y liderazgos interobreros (a pesar de la retórica igualitarista)? ¿Qué experiencias recientes y presentes empujaban al Gusart tejedor de sedas a reconocerse en el ideal del cooperativista demócrata y, por contra, a poner distancia respecto del incipiente lenguaje del sindicalismo «resistencialista»? La novedosa investigación de Romero Marín ha advertido sobre una de ellas. En su interesante análisis de las casi 11000 firmas de barceloneses que acompañaron la Exposición de la Clase Obrera a las Cortes en demanda del derecho de asociación, de 1855, Romero Marín ha hallado que 1182 de los 1426 «tejedores de velos» firmantes -es decir, el 83 %de ellos- firmaron de su puño y letra. Ningún otro oficio artesano o fabril -con la obvia excepción de la reducida comunidad de impresores (122 oficiales)- arrojó tan altas tasas de probable alfabetización. Los zapateros «políticos», también en lo alto del ranquin, tuvieron que contentarse con un 69% de «leídos». De los 7411 «obreros -y obreras- textiles» que firmaron, excluidos los trabajadores de la seda, solo 1992, o el 27%, «pusieron su rúbrica personal»71 • Como apunta Romero Marín, esta significativa capacidad para escribir -y leer- de la «clase de tejedores de velos» obedecía a una experiencia ajena a la educación institucionalizada y/o politizada. Nacía, sobre todo, de la lógica técnico-organizativa y sociocultural del oficio que, como he señalado, la concentración fabril no desterró sin más ni rápidamente. Nacía de un aprendizaje fundado en los secretos del telar
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