El tren de mi vida

July 9, 2017 | Autor: A. Moriel Fernández | Categoría: Novela histórica, Novelas, Novela autobiográfica cultura
Share Embed


Descripción

1

AGRADECIMIENTOS Y DEDICATORIA

El tren de mi vida se dedica a mis abuelos, Remedios y Antonio, mis padres, hermanos, a todos mis primos, Titos y a mi hijo Andrés y a Elena que tantas veces les he contado estas historias. Especialmente a mi recientemente fallecida Tita Beatriz. A todos ellos con quienes he compartido muchas de las historias que se cuentan.

Quisiera agradecer a mi compañera Mercedes, que ha tenido la paciencia y el acierto de leer y corregir todos los capítulos, confiando y animándome enteramente a que escribiera esta parte de mi vida tan importante.

También quisiera agradecer a mi amiga Edith Ramírez los consejos durante los primeros capítulos.

2

3

PRÓLOGO

El viaje constituye una de las experiencias más enriquecedoras de nuestras vidas. El cambio de escenarios familiares por nuevos y desconocidos nos induce al descubrimiento y al conocimiento. Para algunas civilizaciones, el tránsito entre la niñez y la edad adulta se realiza a través de un viaje iniciático durante el cual el adolescente debe demostrar unas habilidades o realizar algunas hazañas; para otras, el viaje forma y conforma el carácter y la personalidad del viajero. En ambos casos, el viaje simboliza aprendizaje y crecimiento personal. El tren de mi vida describe, por una parte, el viaje, de ida y vuelta en tren, de Valencia a Ronda de una familia valenciana en los años sesenta; y por otra parte, el viaje hacia una infancia feliz y aventurera, plena de ilusiones y sueños. Pero este libro es mucho más. Este precioso relato plasma valores universales, tales como la aventura, la naturaleza, la infancia, los juegos, los primeros amores, la familia y la amistad. El autor describe con precisión y nostalgia el largo viaje en un tren regional con grandes compartimentos acabados en madera, con maletas y bultos ocupando los pasillos junto a viajeros acodados en las ventanillas en busca de paisajes abiertos y de un poco de viento fresco. Conforme nos adentramos en la lectura, el silbato del tren, las conversaciones entre los viajeros y el olor a comida casera nos atrapan y conducen a aquella época.

4

Página tras página, participamos de las sensaciones y emociones del narrador y de sus acompañantes, sentimos el hollín de la chimenea del tren en nuestros ojos, el calor asfixiante de los vagones, el viento que nos despeina y el traqueteo del tren que nos ensordece. Con el protagonista, vivimos sus aventuras en Ronda y en otros pueblos de la Serranía, en Parchite o en Montejaque; descubrimos las plazas y recovecos de la ciudad rondeña y saboreamos los atardeceres desde los miradores del pueblo malagueño. Les recomiendo que tomen asiento a la sombra de unos pinos y que se sumerjan en la lectura de este emotivo relato. No se sorprendan si al abrir el libro oyen cabalgar los bandoleros de Ronda o el murmullo del agua en el fondo del barranco, llamado el tajo, o si les apetece de pronto un trocito de tortilla de patatas o unas sabrosas cerezas en licor. Disfruten con las sensaciones que les ofrece esta narración y saboreen cada una de las aventuras descritas. Al finalizar la lectura del tren de mi vida, cierren suavemente el libro para conservar cuidadosamente cada una de las historias y aventuras de un niño de diez años llamado Antonio.

Mercedes López Santiago

5

CAPITULO I

Los días previos al viaje eran muy emocionantes, sobre todo porque sabías que no habían empezado todavía las vacaciones; éstas comenzaban en el momento en que partíamos de Valencia para pasar el mes de agosto con la familia de mi padre en Ronda. La fecha del viaje se acercaba cada vez más. Hacía calor como todos los días del mes de julio. De nuevo le preguntaba a mi madre cuándo nos iríamos a ver a los abuelos a Ronda. - Queda una semana. El lunes que viene a estas horas estaremos en la estación, y al día siguiente por la tarde en Ronda. A ver si vemos antes al abuelo en la estación de Bobadilla. Ya veremos – respondía mi madre. El viaje se presentaba muy apasionante porque la estancia en la ciudad malagueña siempre nos deparaba sorpresas y momentos emocionantes: Nuestros encuentros con los primos y primas, los paseos por la calle de “la bola”, asomarse al barranco del Tajo, visitar los jardines de la casa del Rey Moro, los cortadillos y las yemas, las tapas que nos ponían cada vez que íbamos a casa de algún familiar y sobre todo el reencuentro con los abuelos. La piel se me ponía de gallina cada vez que los veía. Todo un año esperando el día en que mi hermano y yo nos reencontraríamos con el tren, con la magia del tren; hasta el punto que de mayor queríamos ser maquinistas. Lo teníamos muy claro. Una tarde evocando con mi hijo los juegos de mi infancia en Ronda, le explicaba que con mi hermano- su tío

6

Fede- cogíamos los zapatos de toda la familia para jugar con ellos por toda la casa como si fuesen trenes. Inventábamos nuestros juguetes porque estábamos viviendo una aventura en aquellos años sesenta con un viaje en tren que duraba un día y varios meses de sueños en nuestra alcoba.

La vida en los meses de verano giraba en torno a los preparativos del viaje, al propio viaje en tren y a la estancia lejos de Valencia, en mi pueblo; porque para mí, Ronda era mi pueblo: espacio de aventuras y fantasías, realidad de los años sesenta; momento en el que situamos nuestra historia. Una historia que abarca los veranos de mi infancia en el pueblo de Ronda, ahora ciudad en la provincia de Málaga. Pero, hasta llegar a nuestro destino ocurrían muchas cosas. -¡Ya falta menos!- exclamaba mi madre. Esta frase la repetía hasta la saciedad porque no parábamos de preguntar e insistir en saber los días que faltaban para marcharnos de Valencia. Aunque lo sabíamos, nos gustaba preguntárselo una y otra vez. Mi hermano Fede y yo disfrutábamos escuchando la respuesta y a mi madre le encantaba respondernos. Mi padre también tenía ganas de partir para reencontrarse con sus padres, como hacía siempre que podía. Muchos años habían transcurrido desde que dejase su tierra andaluza como muchos otros que se trasladaron a otros puntos de la geografía española en busca de una vida mejor.

7

- ¡Tu no sabes el hambre y las penurias que pasábamos en aquella época!me explicaba mi padre. Si le tirábamos un poco de la lengua nos contaba historias de su infancia: la postguerra, el racionamiento, la miseria y las ganas de que pasase el próximo tren y con él, la ilusión de una vida mejor. Mi padre anhelaba el día del viaje hacia Ronda porque había dejado atrás al partir una gran familia compuesta por sus padres, hermanos, tíos y primos. Impacientemente saboreábamos los días previos al viaje. Cuando veíamos como Mamá colocaba las maletas sobre la cama, sabíamos que la magia empezaba. Mirábamos y remirábamos la maleta hasta la saciedad. Conocíamos todo su contenido al detalle: las camisetas, los pantalones y los regalos, que no podían faltar. El regalo jugaba un papel importante en el viaje, aunque no hubiera mucho dinero, nadie de la familia de Ronda se podía quedar sin su detallito de Valencia. El olor a tortilla de patata anunciaba que se acercaba la hora de partir. La casa se inundaba de olor a comida, a tortillas, a embutido, a tomate frito con pimientos. No valía el bocata y pedirlo en la cafetería del tren. ¿En qué cafetería del tren? Si en aquellos años no podías comprar un bocadillo durante el viaje porque no había restaurantes ni cafeterías en los trenes. La comida del viaje constituía un tema de vital importancia porque éramos cuatro y el viaje duraba un día completo.

8

La víspera del viaje no dormía nadie en casa. La emoción invadía nuestros pensamientos de tal manera que el sueño se había ido también de viaje, de vacaciones. Desvelados, pensábamos en lo que haríamos al llegar a Ronda; si podríamos ir a Montejaque a ver a nuestros primos Paco, Antoñito, Enriquito, María Luisa y Rafaelito y si, en esta ocasión, coincidiríamos con las fiestas patronales. Me acordaba también de Pilar. ¿Se acordaría ella de mí?... Rememoraba nuestros juegos y secretos. Por fin, el día de la partida había llegado. Los nervios se hacían patentes en todos nosotros. Comenzaba el recuento de los bultos: las maletas, los bolsos, la cesta de mimbre con la tortilla de patata y cebolla, la fruta y el termo de leche caliente para el viaje. El botijo también entraba en el recuento de bultos. Pues, llevábamos un botijo con agua, que llegaba a casa de los abuelos más negro que el carbón. Mi padre llamaba un taxi. Colocábamos todos los bártulos en el maletero y sobre la baca. Cuando salíamos de casa, empezaba de verdad la aventura. Nos íbamos a Ronda a casa de nuestros abuelos paternos. Los preparativos se quedaban atrás y mi madre no paraba de decir: - ¡A ver a quién nos toca en el compartimento! ¡Lo único que quiero es que sean buena gente! ¿Antonio seguro que tienes los billetes? Esto último lo preguntaba una y otra vez. La llegada a la estación constituía, para mi hermano y para mí, un acontecimiento grandioso. Todo lo veíamos enorme. El olor a carbonilla y

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.