El tradicionalismo sevillano ante la transición hacia la democracia

October 7, 2017 | Autor: Caín Somé Laserna | Categoría: Transición española, Tradicionalismo, Transición de la Dictadura a la Democracia, Carlismo
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EL TRADICIONALISMO SEVILLANO ANTE LA TRANSICIÓN HACIA LA DEMOCRACIA

Caín Somé Laserna Universidad de Sevilla

Entre la muerte de Franco en 1975 y el triunfo electoral del PSOE en las elecciones generales de 1982 transcurrieron siete años que fueron el pilar fundamental de ese periodo que conocemos como Transición española. Una transición de la que no son pocas las incógnitas que aún quedan por despejar. En la presente comunicación trataremos de abordar el protagonismo que tuvo en los primeros años el sector tradicionalista sevillano. El carlismo es un movimiento que tiene tanto de ideología política como de movimiento social, y que hunde sus raíces en la inmensidad del siglo XIX. A medida que avanzó el siglo decimonónico se fue configurando una peculiar cultura política, que no se trató de una cultura de masas, sino de intelectuales, de notables, de una minoría con intereses y reivindicaciones concretos; y que se caracterizó por su resistencia al liberalismo político y la defensa de la fe, por encima incluso de la defensa legitimista de la dinastía carlista. Un Discurso que fue el resultado de una cultura política y de una cultura popular que se fue reforzando con el desarrollo de las guerras carlistas. A lo largo del siglo XIX se construyeron las señas de identidad que desde entonces han caracterizado la larga trayectoria del carlismo1. En la creación de este Discurso jugó un papel de primer orden el desarrollo de la propaganda ideológica a través de folletos, pasquines, boletines y prensa diaria que eran repartidos y usados como arma política, haciendo hincapié en el sentimiento carlista. Su mensaje estaba lleno de “sentimientos, valores y experiencias compartidas por medio de la difusión de mitos, símbolos, rituales, lealtades o enemistades2”.

                                                                                                                          1

Gloria MARTÍNEZ DORADO y Juan PAN-MONTOJO, “El primer carlismo, 1833-1840”, Ayer, nº 38, Madrid, 2000, pág. 49. 2 Eduardo GONZÁLEZ CALLEJA, “Historiografía reciente sobre el carlismo: ¿el retorno de la argumentación política?”, Ayer, nº 38, Madrid, 2000, pág. 283.

   

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En la creación del ideario carlista también jugó un papel de primer orden los actos de confraternidad. En este sentido, la revitalización del carlismo tradicionalista en las últimas décadas está muy relacionada con la reanudación de sus principales actos, como son Montejurra, Cerro de los Ángeles o Quintillo, que han jugado un papel muy destacado en la evolución del Carlismo contemporáneo. Estos actos de confraternidad son el escaparate del carlismo. Los discursos y debates que se organizan en dichos eventos sirven para conocer el posicionamiento ideológico del movimiento carlista. Son actos que se conciben como una fiesta familiar en un contexto político. Vamos a Quintillo para recordar en una fiesta familiar, de la gran familia carlista, aquel otro Quintillo en que se velaron las armas de la lucha contra la revolución roja, vamos a Quintillo con la mirada radiante, el corazón henchido de gozo, la boca sonriente. Vamos a Quintillo para abrazar a los que como nosotros siente y como nosotros piensan3.

Así pues, Quintillo, Montejurra y otros actos similares organizados por la geografía española son concebidos como la punta de lanza del carlismo. Y solo así podemos entender los hechos acontecidos en Montejurra 76, y que pasó a llamarse “Operación Reconquista”.

La ruptura definitiva del carlismo En 1975 el pretendiente carlista Javier I abdicó en su hijo Carlos Hugo de BorbónParma después de que desde 1972 hubiera ido depositando en él más responsabilidades políticas. Este nombramiento terminaría de romper la unidad en las filas carlistas. Una unidad que se había venido descomponiendo desde mediados de los años sesenta, momento en el cual se inició un acercamiento progresivo a las ideas socialistas autogestionarias y federalistas por parte de un sector carlista, el mismo que acabaría liderado por Carlos Hugo como pretendiente al trono y José María de Zavala Castella como Secretario General del Partido. Este testamento político supuso pues, un punto y aparte en la unidad carlista, y suscitó también el fin de la tolerancia del régimen hacia el ideario carlista. No obstante, esta evolución del carlismo se encuadra en la época de cambio que representan los años setenta a todos los niveles. Unos cambios en la sociedad española del momento que no son indiferentes para el carlismo. De este modo se formó el renombrado Partido Carlista.                                                                                                                           3

Tradición y Juventud, Sevilla, marzo de 1978, pág. 1.

   

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Por otra parte, sectores disconformes con este viraje empezaron a desligarse de las filas del Partido Carlista. Son los casos de Raimundo de Miguel López, Francisco Elías Tejada o Domingo Fal-Conde Macías. En 1974 Carlos Hugo participó en la Plataforma de Convergencia Democrática, uniéndose de este modo a las filas antifranquistas. Esto terminaría provocando la ruptura definitiva con los sectores tradicionalistas4, que en el año 1975 depositaron sus miras en el hermano pequeño de Carlos Hugo, Sixto Enrique de Borbón-Parma, asociado con grupos de la ultraderecha española como Fuerza Nueva. En este clima de ruptura y rivalidad, con el objetivo de arrebatarles el protagonismo a los seguidores de Carlos Hugo, tuvo lugar la conocida como “Operación Reconquista”. Acto que la prensa tradicionalista trató de calentar en los días previos. Los violentos enfrentamientos vividos en Montejurra en mayo de 1976, entre carlistas y tradicionalistas, supuso un trágico balance con dos muertos y numerosos heridos. Pero más allá de las cifras mortales, los sucesos de Montejurra-76 significaron la ruptura definitiva entre dos sectores que habían empezado a distanciarse a comienzos de la década de los sesenta.

La revitalización del tradicionalismo sevillano A partir de entonces, los carlistas tradicionalistas asegurarían su presencia valiéndose de los medios editoriales que poseían, destacando su activo papel a través de la prensa. El tradicionalismo no había fracaso. Apelando a la juventud, los tradicionalistas atacarían al Partido Carlista, al Partido Comunista, al juego democrático, reactivaron actos tradicionales, multiplicaron sus actividades y trataron de abrirse un hueco en el convulso panorama político del momento. De este modo, el proyecto tradicionalista trató de revitalizarse, impulsando las Juntas Regionales y logrando una cierta solidez política, aunque de escasos resultados prácticos. En las próximas páginas nos centraremos especialmente en el papel jugado por la Junta Regional de Sevilla en torno a los años posteriores a la muerte de Franco, entre 1977 y 1978, y en concreto, del uso que la misma hizo de la prensa tradicionalista, destacando, para esta fecha, el boletín “Tradición y Juventud”, plataforma desde la que se apelaba al empuje juvenil y a la defensa de los valores españoles. Luchaban por no verse desplazados del juego político en un combate desigual. Los tradicionalistas se consideraban guardianes de “los valores eternos de la auténtica España”. Defensores de                                                                                                                           4

Jordi CANAL, “El carlismo crepuscular (1939-2002)”, Julio ARÓSTEGUI, El carlismo y las guerras carlistas, Madrid, La Esfera de los Libros, 2003, págs. 132-134.

   

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la unidad católica, de la indisolubilidad de la patria y de la inviolabilidad de la unidad familiar. Y enfrente tenían una época de cambios sociopolíticos de límites insospechados. Parecía una “lucha contra molinos de viento”, pero los tradicionalistas no estaban dispuestos a rendirse sin luchar. Aunque ahora la lucha ya no se hacía con armas sino con tinta. Eran tiempos de cambio y el carlismo se había reciclado abandonando la lucha armada. Centrándonos en el papel de la prensa tradicionalista sevillana hay cuatro puntos que vamos a destacar, y que nos ayudarán a entender mejor a este espectro social que no ocupa el poder pero que representa a un amplio grupo de la sociedad sevillana que ha estado presente desde mediados del siglo XIX y que perdura hasta nuestros días.

1. En primer lugar, había una constante justificación del tradicionalismo ante los ataques recibidos y ante los cambios sociales. “No es ahora el momento de retroceder y de dejar atrás todo aquello por lo que tanto se ha luchado”5. En el convulso panorama político que se originó en España tras la muerte de Franco en 1975, los tradicionalistas se consideraban víctimas. Argumentaban que se estaba tratando de desprestigiarles tachándoles de “románticos idealistas”, aunque ellos no dudan en justificarse recurriendo a la historia y la tradición: Si hasta ahora los pueblos, unos cargados de idealismo, otros de realidades, pero todos con sus tradiciones, han conseguido navegar en el mar de los tiempos, y llegar hasta hoy ¿cómo puede ser tan malo, si así ocurre?6.

Apostaban por mantener la senda del tradicionalismo y la lucha dialéctica. Los valores tradicionalistas no podían salir derrotados. Ellos consideraban el avance socialista como la entrada del marxismo en España, más aún si cabe, después de la legalización del Partido Comunista Español. Por ello, el primer objetivo del tradicionalismo debía ser lograr la cohesión de todos los grupos e individuos que compartieran sus ideales, aquellos que creyeran en la identidad católica de España y en sus valores y tradiciones. Logrando el consenso y promoviendo una organización eficiente, las actuaciones deberían tener su recompensa. En buena medida, este es el modelo de actuación del tradicionalismo de los años setenta, sobre todo a partir de la ruptura definitiva con los partidarios de Carlos Hugo. A                                                                                                                           5 6

Tradición y Juventud, Sevilla, marzo de 1977, pag. 1 Ibidem

   

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finales de los setenta asistimos a un proceso por el cual se reforzaron y consolidaron las Juntas Regionales, poniendo en marcha todo un programa de actuaciones y mecanismos, de índole local, bajo la consigna del sacrificio, la entrega, el trabajo y la unidad. En el caso que nos ocupa, la Junta Regional de Sevilla se articuló en torno a las figuras de Domingo Fal y Ángel Onrubia, y basaron gran parte de su trabajo en fortalecer la prensa tradicionalista, lo que provocó que en los próximos años se publicasen en Sevilla diferentes boletines tradicionalistas como Tradición y Juventud o Siempre, que seguían la estele de otras publicaciones anteriores como Tradición, Pacto o la longeva Quintillo. Pero consolidar la prensa no fue la única faceta que cultivaron los tradicionalistas sevillanos; también hubo una labor de revitalización de los actos del Quintillo, que más tarde analizaremos, y se organizaron diferentes actos del Círculo carlista que quedó oficialmente inaugurado en diciembre de 1977, en vísperas de la Inmaculada. En definitiva, la consigna era clara: seguir luchando por lo que ellos consideraban “limpios intereses del pueblo español” intereses por los que llevaban décadas luchando, aunque ahora la lucha era diferente porque la Comunión Tradicionalista apostaba por entrar en el plano político español, y para ello había que ser pragmáticos, y el mejor arma era la dialéctica, de ahí la importancia de la prensa como brazo armado del tradicionalismo. La prensa se utilizará para atacar al gobierno de Suárez. Aseguran que una falacia mil veces repetida llega a ser admitida como incuestionable; eso era lo que hacía el gobierno de Suárez, creerse sus propias mentiras disfrazando la verdad. Criticaban especialmente dos planteamientos “falsos” que desde el gobierno trataban de imponer y hacerlos veraces: el gobierno de Suárez era democrático, y los cuarenta años del gobierno de Franco fueron el resultado del sometimiento a un régimen totalitario. Para ellos son inadmisibles planteamientos de este tipo cuando se partía de la base de que el gobierno de Suárez gobernaba a través de decreto-leyes, despreciando a las leyes vigentes, permitiendo las vejaciones a los valores morales (como demuestra la permisividad de la pornografía). Esta era la “falsa democracia” de Suárez, que legalizaba al PCE que pretendía “sovietizar el país”, al tiempo que ponía trabas a la Comunión Tradicionalista, única defensora de los verdaderos valores españoles.

   

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2. En esta línea, había una crítica feroz al sistema político y a la falsa democracia española. Los tradicionalistas cuestionaban los resultados electorales puesto que bajo su punto de vista, dichos resultados eran consecuencia de una “falsa democracia”. Una falsa democracia que se sostenía bajo una serie de valores como era el resentimiento. El resentimiento provocaba que la democracia fuera puesta al servicio de la denuncia de cualquier imperfección, aunque dicha imperfección fuera una limitación propia del proceso, del sistema o incluso del hombre. Argumentaban que a medida que decrecía la desigualdad, creciera el resentimiento. Ante la igualdad, en lugar de la solidaridad y el perdón, surgían las rencillas personales y los viejos odios. Este resentimiento impedía que cualquier resultado electoral fuese el resultado de una elección libre y razonada, e incluso lejana a las propias conveniencias. No se podía tratar de un voto dirigido al sentido común si éste se sustentaba en el resentimiento. Pero la “falsa democracia” no solo se sustentaba en el resentimiento, sino en una clara y manifiesta desigualdad que rompía el propio principio de democracia. Mientras que unos contaban con el apoyo de los mass media, radio televisión y prensa, otros ni tan siquiera habían sido legalizados. Si esto se producía desde las propias instituciones supuestamente democráticas, ¿qué podíamos esperar de los individuos que se caracterizaban por su resentimiento y su egoísmo? Este era el concepto liberal de democracia que los tradicionalistas rechazaban, basado no en las razones o los principios, sino en soluciones que son concebidas como parches. Un concepto de democracia que había llevado a la legalización del Partido Comunista Español, mientras la Comunión Tradicionalista, defensora de los valores cristianos y nacionales, tenía que permanecer en un segundo plano. “La legalización del Partido Comunista de España era la gran prueba de la existencia o no de voluntad democratizadora en el Gobierno”7. Sin embargo, no se trataba de una legalización que contara con el beneplácito de las fuerzas del Estado, ni de los militares, ni de la Iglesia, ni de las grandes personalidades y pesos pesados del Estado. Y por supuesto, contó con la más enérgica repulsa de la Comunión Tradicionalista.

                                                                                                                          7

Josep Carles CLEMENTE, Historias de la transición. 1973/1981. El fin del apagón, Madrid, Fundamentos, 1994, pág. 109.

   

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Pero ¿cuáles eran las propuestas políticas concretas de la Comunión Tradicionalista? Se trata de una pregunta complicada, puesto que las diferentes Juntas Regionales no presentaron un programa común. Harto sencillo ha sido el dar alguna, entre las muchas posibles, razones que hay para rechazar la ficción, utópica o malintencionada, de la democracia liberal. Pero es mucho más comprometido el contestar a la pregunta ¿y vosotros, que es lo que proponéis en concreto?8.

En un ejercicio de autocrítica, podemos ver a los tradicionalistas admitiendo que el ideario carlista, en sí mismo, pocas soluciones aportaba a los tiempos actuales. “Dios, Patria, Fueros y Rey” poco o nada contribuía a mejorar el panorama. Pero lo cierto es que no existe la candidatura tradicionalista en el difuso panorama político de finales de los setenta, y eso hacía más complicado aún clarificar el asunto. En cualquier caso, si nos remitimos a las publicaciones que aparecen en prensa, podemos suscribir algunas conclusiones. En este sentido, del acta de las primeras jornadas andaluzas del reino de Sevilla celebradas durante los días 14 y 15 de mayo de 19779 podemos ver como el tradicionalismo rechazaba el nacionalismo excluyente. Defendía la unidad española por encima de cualquier principio de ruptura. Había un rechazo expreso a las tesis andalucistas de Blas Infante. Admitían la singularidad histórica y cultural de Andalucía, pero Juramos fidelidad española, sin perjuros, a la herencia del Rey San Fernando, en el afán de continuar la historia del Reino de Sevilla tal como el rey santo lo fundó: andaluz, español y católico.

El tradicionalismo defendía pues, frente a todo separatismo, la unidad española. Si embargo, más allá de planteamientos teóricos, no se planteaba un programa alternativo. La Comunión Tradicionalista decía buscar la representación y la participación del pueblo por cauces más reales que la representación actual de partidos, pero no planteaba sobre el terreno dicha alternativa. Como programa fundamental de actuación nos proponemos en primer lugar lograr la unidad y agrupamiento de cuantos sienten los ideales tradicionalistas, salvando en cuanto sea posible toda clase de diferencias accidentales y de actuaciones pasadas, promoviendo                                                                                                                           8 9

Tradición y Juventud, Sevilla, abril de 1977, pág. 3. ABC, Sevilla, 14-5-1977, pág. 40.

   

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una organización eficiente que nos permita proyectar y dar a conocer a todo el pueblo español la verdad de nuestra doctrina y las soluciones que la misma comporta para los varios y graves problemas de nuestra patria, con decidida actuación política, lo que únicamente podemos lograr, si tenemos plena conciencia de la gravedad del momento y tomamos firme propósito de entrega y de servicio10.

A esto se reducía la capacidad de actuación del tradicionalismo a finales de los setenta. Ante lo que ellos consideraban el avance de “la izquierda marxista”, la única solución posible, una vez abandonada la vía de la violencia, era tratar de promover los valores y sentimientos tradicionales, y por otra parte, pedir a sus correligionarios esfuerzo, sacrificio, y por supuesto, que ante la no participación de la Comunión en los procesos electorales, acudieran a las urnas a votar en conciencia por la candidatura que consideraran más afín a los ideales de la Comunión. En cualquier caso, dichos ideales eran la reafirmación de la confesionalidad católica; la unidad territorial de España; los derechos forales; la educación basada en la moral cristiana; rechazo de la soberanía popular o del caudillaje, abogando por la soberanía en poder del rey; importancia social de las Cortes como órgano de representación de la sociedad civil; y la libertad del individuo.

3. En tercer lugar, a través de la prensa podemos recoger algo que ya comentamos anteriormente, la mitificación de actos y personajes. En la constante reivindicación de unos ideales, la Comunión Tradicionalista, apelando a la juventud y a la defensa de los valores de la tradición, reactivaron actos históricos y mitificaron a personajes de la historia que pasaron a engrosar el imaginario particular del carlismo. Es muy importante compartir hechos y mitos, puesto que de este modo se logra intensificar la cohesión del grupo. En el caso del tradicionalismo sevillano destacamos el acto del Quintillo como uno de estos actos de confraternidad de la comunidad carlista. Quintillo es la reunión de todos aquellos que profesan y militan en el tradicionalismo, y cuya celebración tiene lugar anualmente, el domingo siguiente al domingo de resurrección. El acto suele constar de la celebración de una misa (oficiada durante la década de los setenta por el párroco Antonio Marín Andújar, excombatiente de requetés). Posteriormente se sucedían varios discursos de autoridades locales o invitadas como eran los casos habituales de Domingo Fal, hijo de Manuel Fal Conde y jefe delegado de                                                                                                                           10

Tradición y Juventud, Sevilla, octubre de 1977, pág. 1.

   

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Andalucía Occidental; Ángel Onrubia, jefe provincial de la Comunión Tradicionalista de Sevilla; o Antonio Segura, delegado provincial y profesor de la hispalense. Los discursos eran intensos, en ellos se exaltaban los valores del tradicionalismo, se proponían conductas a seguir, y se hacía honores a los carlistas ya fallecidos, como Manuel Fal Conde, Enrique Barrau, impulsores del primer Quintillo de 1934, o Antonio Molle Lazo, combatiente del requeté muerto en 1936, y que es tratado como modelo de soldado a seguir.

Imagen habitual de la prensa tradicionalista sevillana exaltando la figura de Antonio Molle Lazo

Seguidamente marchaban todos los asistentes a una comida campestre (sustituida en los últimos años por una comida en un local) con las familias, en donde se iban sucediendo discursos, debates y tomas de palabra por el resto de autoridades hasta que concluía el acto. Quintillo era y es un acto político en un ambiente familiar. Un acto en el que los más jóvenes escuchan las gloriosas hazañas de los que tienen más edad, y los viejos se contagian del entusiasmo propio de la juventud. En 1934 Quintillo se concibió como una demostración a España de que el carlismo andaluz estaba vivo. Hoy día, Quintillo se concibe como esperanza. Es el modo que tienen los tradicionalistas de demostrar su    

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fe en unos ideales, supone la revitalización de unos sentimientos. Quintillo se concibe como una verdadera demostración de fe. Abandona el ámbito meramente local y se convierte en un acto de trascendencia nacional, como demuestran los invitados de excepción con lo que contó el evento a finales de los setenta, como Pepe Arturo, mano derecha de Sixto de Borbón; o Ramón Rodón, jefe regional de Cataluña; así como delegados de Fuerza Nueva y UNE. Teniendo en cuenta lo ocurrido en Montejurra en 1976, Quintillo pasó a ser uno de los actos más significativos del tradicionalismo español. También se mitificaron actos y hechos históricos, como la Primera Guerra Carlista o el alzamiento del 18 de Julio. Aquellos que lucharon en la Primera Guerra Carlista fueron considerados héroes, ejemplo de soldado heroico, que “luchaban, avanzaban, vencían y convencían”11. No cabe duda de que el imaginario popular carlista se ha asociado a cualidades tales como la intolerancia, la lealtad y la belicosidad; todas ellas cualidades del buen soldado. Soldados que no luchaban por el poder, sino por unos ideales, por una monarquía. Son un ejemplo a seguir por los correligionarios actuales. Por otra parte, la Junta Regional de Sevilla también mitificó el alzamiento del 18 de julio: Los tradicionalistas, a quienes nadie puede tachar de franquistas, y que como muchas veces se ha dicho fueron los únicos que no pasaron factura por su valiosísima y decisiva aportación al Alzamiento Nacional, de la que nunca renegaron ni reniegan (el llamado Partido Carlista es puro fraude político por su carencia total de vinculación histórica y doctrinal con el único y verdadero Carlismo), como tanto tránsfuga de la hora actual, y que solo recibió del franquismo persecuciones sin cuento por mantener desde el principio y durante esos 40 años su independencia política, haciendo patente su disconformidad con crítica objetiva del Régimen personalista y autoritario, incompatible con la doctrina tradicionalista, hoy a los dos años de la muerte de Franco, evoca el recuerdo de este hecho histórico con el respeto debido a su persona, con caridad cristiana que olvida todo agravio y eleva una oración por su alma, cuyo juicio solo a Dios corresponde, manteniendo la crítica objetiva y desapasionada de su obra, en la que reconoce logros innegables y también errores profundos, de los que en gran parte son consecuencia necesaria los tristes hechos que hoy padecemos12.

Con estas palabras justificó la Comunión Tradicionalista no participar ni convocar oficialmente ningún acto con motivo del segundo aniversario de la muerte de Franco, distanciándose estratégicamente del caduco régimen, sin que esto significase que sus                                                                                                                           11 12

Tradición y Juventud, Sevilla, marzo de 1977, pág. 4. Ibidem, enero de 1978, pág 4.

   

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miembros no podían participar en cuantos actos considerasen oportunos. Sin embargo, si es posible ver ciertas reservas a la hora de defender la integridad del régimen de Franco, no hay ningún atisbo de duda cuando se trataba de defender la legitimidad del alzamiento del 18 de julio contra lo que ellos consideran las fuerzas marxistas que se habían apropiado de España. Un alzamiento en donde los carlistas jugaron un papel de primer orden y en donde personajes como Enrique Barrau o Manuel Fal Conde desempeñaron una labor importante.

4. En cuarto y último lugar, desde la prensa tradicionalista asistimos a la difusión de los valores carlistas. Tradición y juventud son los dos grandes pilares en los que se fundamenta el tradicionalismo, y que dan nombre al boletín tradicionalista que se inaugura en enero de 1977 convirtiéndose en el referente de la Comunión Tradicionalista sevillana. Como defensores de la tradición, es fácil pensar en los tradicionalistas como conservadores, pero ellos se consideran defensores a ultranza de la tradición católica y española, manteniéndose fieles al lema “Dios, Patria, Fueros y Rey”, aunque adaptándolo a los nuevos tiempos que corren. Es tal la poca comprensión de los valores tradicionalistas y el gran desconocimiento que de ellos se tiene hoy día, que estimo razonable, que vosotros compañeros, por una parte, y yo que ahora escribo, por otra, todos juntos hijos de la Tradición, nos reafirmemos con hombría en nuestros ideales, en nuestra doctrina13.

Fieles a la tradición carlista, respetaban y defendían la unidad católica; la unidad de la patria (sin que ello significase infravalorar su diversidad regional); creían en un sistema de libertades concretas para el individuo; defendían el principio de legitimidad monárquica, aunque de un modo más teórico que práctico, como precio a pagar por entrar en el juego político; resaltaban el valor de la juventud, del principio de solidaridad, fidelidad, sacrificio, y por supuesto, la inviolabilidad de la familia, núcleo principal sobre el que se sostiene el carlismo. El carlismo parte de la propia familia. Por ello, muchos de sus escritos iban dirigidos a defender a la familia de intromisiones que podían debilitarla; principalmente dos: aborto y divorcio. La gran mayoría de los valores anteriormente referidos ya estaban presentes en el siglo XIX o principios del siglo XX; pero a partir de los años setenta, paralelo a los                                                                                                                           13

Tradición y Juventud, Sevilla, marzo de 1977, pág. 1.

   

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nuevos tiempos de cambio, la defensa de la familia se fortaleció con la oposición al aborto y el divorcio. Frente a todos los intentos de relativizar el matrimonio y de ponerlo en manos del poder político, la fe cristiana mantiene la naturaleza y estructura esencial de esta institución. Ninguna ley humana […] puede limitar en modo alguno el sentido principal del matrimonio fijado por la autoridad de dios a comienzos de la historia humana. El matrimonio es más antiguo que el Estado; por eso le competen ciertos derechos y deberes característicos que en modo alguno dependen del Estado14.

Junto a esta defensa del matrimonio se instaló entre los tradicionalistas una dura defensa por los derechos a la vida bajo el lema de “Aborto NO”. El aborto era el primer paso a la eutanasia del enfermo, y de ahí al exterminio del enfermo o anciano había solo un paso. Era necesario declarar la indisolubilidad del matrimonio y de la familia. El tradicionalismo se convirtió así, en el principal impulsor del movimiento pro-vida emulando a corporaciones estadounidenses. Algo evidentemente muy grave está ocurriendo en nuestra civilización cuando dice luchar por los derechos humanos y, al mismo tiempo, devalúa la vida de esos mismo hombres15.

Para los tradicionalistas no era el momento de retroceder y dejar atrás todo aquello por lo que habían luchado, sobre todo cuando la integridad de España estaba en juego. Tenían el deber de defender la tradición y los valores genuinamente españoles. Ése era su legado

Conclusión La visión combatiente, imperecedera y romántica siempre fue una constante dentro del imaginario carlista. Esta visión, trasladada a la opinión general, dio lugar a malas interpretaciones del carlismo que dotaron al movimiento de cierto sentido caduco. Durante décadas, el mantenimiento de ese sentir general sirvió de justificación para mantenerlos al margen de la legalidad. Sin embargo, dentro de las filas carlistas, el efecto fue todo lo contrario: la persecución, la marginación y la repulsa hicieron de elemento aglutinador. Evidentemente, el panorama político del carlismo cambió de rumbo tras los sucesos de 1936 habida cuenta de su activo papel en la Guerra Civil; pero los resultados de dicha participación no fueron los esperables, y durante el periodo                                                                                                                           14 15

Ibidem, diciembre de 1977, pág. 5. Ibidem, septiembre de 1977, pág. 1.

   

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franquista el carlismo mantendrá una posición oscilante y cambiante. Estos cambios se intensificaron en los años setenta del siglo XX en un ambiente de cambio generalizado en la sociedad española y que dio lugar a un neocarlismo que se manifestó en dos corrientes distintas: una autogestionaria liderada por Carlos Hugo de Borbón, y otra tradicionalista con su hermano Sixto. Es indudable que en todo este recorrido se han producido importantes avances en el terreno historiográfico. Ahora toca esperar que dichos cambios se produzcan en alguna medida en los ámbitos políticos y periodísticos que aun mantienen una posición ciertamente beligerante, y en ocasiones, de espaldas a la sociedad; y que de este modo, la defensa de los valores y la moral tradicionalista pueda ponerse al servicio de los tiempos que corren.

   

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