El territorio emeritense durante la Antigüedad tardía y la Alta Edad Media (s. IV-X)

July 14, 2017 | Autor: Bruno Franco | Categoría: Late Antiquity, Middle Ages
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EL TERRITORIO EMERITENSE DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA Y LA ALTA EDAD MEDIA

POR

TOMÁS CORDERO RUIZ Instituto de Arqueología-Mérida (CSIC-J.Ext.-CC.MM) BRUNO FRANCO MORENO Consorcio de la Ciudad Monumental Histórico Artística y Arqueológica de Mérida

RESUMEN El presente trabajo pretende dar a conocer las principales pautas de evolución del poblamiento rural emeritense durante la Antigüedad Tardía y el periodo Omeya de al-Andalus. Esto es, durante el último siglo del Imperio Romano y las dos centurias de presencia goda hasta alcanzar los tres primeros siglos del Estado andalusí; a la luz de las últimas novedades que las fuentes historiográficas y los trabajos arqueológicos nos han ido deparando. PALABRAS CLAVE: Antigüedad Tardía, Alta Edad Media, Ager Emeritensis, Kūra de Mārida. ABSTRACT This paper seeks to highlight the main patterns of changes in rural settlement Mérida during Late Antiquity and the Umayyad period of al-Andalus.That is, during the last century the Roman Empire and the two centuries of Gothic presence up to the first three centuries of Andalusian state, in light of recent developments that the historical sources and archaeological work we have been hold. KEY WORDS: Late Antiquity, Early Medieval Age, Ager Emeritensis, Kūra of Mārida.

1. DELIMITACIÓN DEL ESPACIO ESTUDIADO. La definición espacial del territorio de Augusta Emerita ha sido y es una de las cuestiones casi omnipresentes en la historiografía centrada en el estudio del mundo rural de la colonia lusitana. Esta corriente de interés se liga, posiblemente, a la gran cantidad de información disponible sobre la articulación del campo emeritense durante el periodo romano, esencialmente para la etapa altoimperial, en comparación con el resto de la Península Ibérica. En nuestro caso de estudio la delimitación del te-

rritorio dependiente de Mérida durante esta etapa adquiere una importancia capital, por cuanto pensamos que serán las fronteras delimitadas en este momento las vigentes durante la Antigüedad Tardía (Cordero Ruiz 2010: 160-162). El límite austral del ager es localizado por la mayor parte de la comunidad científica en las cercanías de la actual localidad pacense de Los Santos de Maimona, donde las sierras de Hornachos, Los Santos y María Andrés forman una auténtica barrera natural (Sillieres 1982: 81; Fernández Corrales 1988: 132). Al oeste de la última sierra la divisoria seguiría el curso del río Olivenza, frontera entre las ciudades de Augusta Emerita y Seria Fama Iulia (Cerrillo et al. 1990: 56), hasta su desembocadura en el río Guadiana. A partir de aquí la demarcación occidental del territorio probablemente se ciña, en sentido suroeste-nordeste, a los cauces de los ríos Guadiana, Gévora y Zapatón hasta su nacimiento en el extremo oeste de la sierra de San Pedro, que actuaría junto a la sierra de Montánchez como frontera septentrional (Alonso Sánchez et al. 1994: 73). El límite oriental estaría señalado al sur del Guadiana por el curso del Matachel y las sierras de Hornachos y Peñas Blancas. Mientras que al norte de este río parece correcta la delimitación propuesta por S. Haba Quirós (1998: 290-293). Ésta permite enlazar con la línea formada por los ríos Ruecas y Gargáligas, y finalizaría en las proximidades del municipio de Valdecaballeros, donde fueron descubiertos dos hitos terminales emeritenses (Álvarez Martínez 1988: 180). Así pues, pensamos que el territorio de la ciudad se extendería hasta este punto de manera continuada y delimitado al norte por la línea de las sierras de Montánchez y Guadalupe (Cordero Ruiz 2010: 159).

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La definición de estos límites durante la Antigüedad Tardía supone una problemática diferente a la anterior. A este hecho se le suma la escasez de información, que se traduce en la obtención de unos resultados que no pueden ser considerados totalmente absolutos aunque sí, esperamos, muy aproximados a la realidad tardoantigua emeritense. En primer lugar, hay que destacar la falta de pruebas que indiquen que la reforma provincial realizada por el emperador Diocleciano y el nombramiento de Emerita como capital de la Diocesis Hispaniarum redujo o amplió el ager trazado anteriormente. Además, estos cambios no rompieron el esquema de Provincia-Convento-Ciudad propio de la administración territorial altoimperial (Revuelta Carbajo 1997: 19). Así pues, es imposible asegurar ante la falte de documentación una lógica expansión de la administración territorial emeritense en relación con las reformas de Diocleciano (Cordero Ruiz 2010: 161). En el siglo V se produce la descomposición del Estado romano en la península debido a la crisis del imperio occidental y a la entrada de suevos, vándalos y alanos en el año 409. La división de la península en el año 411 entre los distintos pueblos bárbaros y, posiblemente, el usurpador Máximo pudo suponer un cambio de sede en la residencia del vicario. Hipótesis avalada por la presencia en Tarraco de un uicarius hispaniarum en el año 420 (Arce 1999: 79-80). No obstante, a pesar de la reducción del poder romano a la Tarraconense seguramente las antiguas circunscripciones provinciales siguieron existiendo durante esta centuria (Arce 2005: 189-197). El único cambio que afectaría directamente a Emerita sería la pérdida de la capitalidad de la Diocesis Hispaniarum. La instauración del Estado visigodo conllevó un renovado interés por el mantenimiento del antiguo sistema provincial romano como fundamento de su administración y gestión territorial (Revuelta Carbajo 1997: 28). Realidad ya señalada por P. Barnwell como recoge J. Arce (2005: 196): «Las tradiciones romanas formaron parte de la base de una gran parte del aparato del gobierno visigodo en los siglos VI y VII en Hispania y, aunque muchos elementos los pudieron haber tomado durante su larga estancia en la Gallia durante el siglo V, es difícil que pudieran imponer un sistema romano en Hispania durante el siglo VI si no hubieran estado presentes los elementos de ese mismo sistema localmente, y menos si la población nativa hubiera abandonado dicho sistema un siglo antes.» Los monarcas visigodos, no obstante, tuvieron que imponer su restauración tras la inestabilidad del siglo V

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a medida que fueron apoderándose de los diferentes territorios peninsulares (García Moreno 1989: 325). Lo cierto es que Emerita sigue siendo durante el periodo visigodo un espacio dinámico controlado tanto por la iglesia como por las aristocracias laicas y el núcleo fundamental de articulación territorial. Circunstancia nada excepcional ya que los centros urbanos mantendrán sus territorium en los que se incluirán otros asentamientos de menor entidad como uici, castra, castella o pagi, que a su vez poseerán su propia administración territorial (Revuelta Carbajo 1997: 57-64). Así pues, parece que algunas ciuitas mantuvieron sus antiguos límites municipales. Sin embargo, la tendencia a hacer coincidir las cabezas de cada territorio con una sede episcopal pudo provocar variaciones espaciales en algunos casos (García Moreno 1989: 325-332). En el caso emeritense hay varios elementos que permiten pensar en un mantenimiento de los antiguos límites (Cordero Ruiz 2010: 161-162). En primer lugar, el pasaje de la passio Eulaliae que referencia la huída de la mártir al denominado pago Promptiano a treinta y ocho millas de Mérida –in finibus prouinciae Baetica– parece esconder un problema de límites territoriales. Esta mención se relaciona con la creación de una fictio iuris en defensa de unos derechos fronterizos amenazados por los intentos de expansión territorial de Mérida (Bueno Rocha 1976: 107). La zona en litigio se situaría en las cercanías del actual municipio de Los Santos de Maimona. Distancia que confirmaría el límite bético-lusitano trazado durante el periodo romano en la Antigüedad Tardía y, asimismo, del territorio de Mérida en esta etapa histórica (Arias Bonet 1987: 317). En segundo lugar, el epígrafe hallado en la basílica de Ibahernando (Cáceres). Esta inscripción menciona la consagración de esta iglesia rural en el año 635 (673 de la era hispánica) por el obispo emeritense Horoncio (Cerrillo 2003); acto que puede interpretarse como la confirmación de unos límites en un momento en que su definición crea importantes tensiones entre las diferentes circunscripciones eclesiásticas lusitanas (Bueno Rocha 1976: 106). Esta idea cobra fuerza si tenemos en cuenta la propuesta de E. Cerrillo (1990: 56) que señala al río Tamuja como frontera entre la praefectura regiones Turgalliensis, dependiente de Mérida, y el territorium de Norba Caesarina. De esta manera, el área circundante a Ibahernando se incuiría en la órbita emeritense. Otro punto a favor de esta hipótesis es la predisposición por parte de los diferentes metropolitanos lusitanos por reordenar y conservar los antiguos límites de sus diócesis.

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Así se desprende de la importante extensión que ocupa el canon VIII en las actas del concilio provincial lusitano del año 666, dedicado al mantenimiento de la unidad patrimonial de las antiguas jurisdicciones eclesiásticas (Díaz Martínez 1995: 55-56). Algunos autores han planteado como posibilidad la reconstrucción del territorio emeritense durante el periodo visigodo en función a la demarcación que F. Hernández Giménez (1960) realizó sobre la Kūra de la ciudad en el siglo X (Álvarez Martínez 1988: 189). Este planteamiento se fundamenta en la idea del mantenimiento de las antiguas divisiones territoriales romana y visigoda por parte del Estado omeya. Sin embargo, como afirma E. Manzano (2006: 425): «El marco territorial que impusieron los Omeyas en al-Andalus no tenía nada que ver con las antiguas divisiones romanas y visigodas. El país estaba dividido en un número de kūras o provincias que se configuraron de forma original.» (Fig. 1) (Cordero Ruiz 2010: 162). Será durante el periodo Omeya de al-Andalus (756-1031/138-422) y especialmente tras el fortalecimiento del poder emiral impuesto desde Cór-

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doba, cuando los cambios administrativos tengan su reflejo en el territorio emeritense, aunque se muestren de manera intermitente durante todo este periodo, siendo con la proclamación del califato en el 929 d.C./316 h. cuando se consiga una perdurabilidad verdaderamente efectiva. Los últimos trabajos realizados sobre al-Andalus en esta etapa han profundizado en estas y otras cuestiones (Bosch Vilá 1962: 23-33; Pacheco 1991; Pérez 1992). Así pues, sabemos que el territorio estuvo formado por jurisdicciones que variaron según las épocas. En referencia al territorio dependiente de Mārida somos de la opinión, ya puesta de manifiesto por otros autores (Bosch Vilá 1962: 23-33; Manzano 1991), que formó parte en una gran extensión de la Frontera Próxima o Inferior de al-Andalus ―Tagr al-adnà o Tagr al-ŷawf― aunque sin perder su categoría de provincia o kūra. La circunscripción que dependía de Mārida, según han reflejado en sus textos numerosos geógrafos e historiadores musulmanes, era gobernada por un walí, que en ocasiones sería auxiliado por un ‛āmil con atribuciones fiscales. Esta administración de carácter civil se mantendría entre finales

Fig. 1. Límites del territorio emeritense durante el periodo romano y tardoantiguo.

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Fig. 2. Límites de la kūra de Mérida durante el periodo omeya.

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del siglo VIII y el primer tercio del siglo IX. Sin embargo, esta particularidad no tenía por qué resultar incompatible con la militar, como se pondrá de manifiesto, posteriormente, durante el periodo califal. Los grandes geógrafos musulmanes de los siglos X y XIII señalaban que la división generalizada en época omeya venía a fijarse en Coras (kuwār), y estas a su vez en distritos (aqālim) y comarcas (Yūz). Así, para el geógrafo del siglo X Ahmad alRāzī, la kūra de Mārida «parte el término de Mérida con el término de Allaris (Firrīs.h) ―Sierra norte de Sevilla―, e yaze contra el poniente e el septentrion de Cordoua (Oeste de Córdoua, Cora de Fah.s. al-Ballūt.)» (Catalán 1975: 71-77). Por tanto, cabe destacar que una kūra sería una demarcación jurídico-administrativa de una apreciable extensión constituida por varios a‘mal o aqālīm, que a su vez comprenderían mudūn, castillos y aldeas. Para el historiador de origen oriental Yāqūt (s. XII-XIII) un claro ejemplo de lo expuesto lo representó la Cora de Mérida, la cual era «una amplia kūra de los nawāhī de al-Andalus, que comprende cierto número de alquerías y tiene alcazaba» (‘Abd Al-karīm 1974). Después de haber introducido la problemática que suscita esta cuestión, indicaremos brevemente el marco geográfico que comprendía el territorio durante época omeya. Éste hubo de abarcar una extensión aproximada a los 40.000 kilómetros cuadrados (Vallvé 1986: 269-280) configurándose como una de las kuwār más extensas de al-Andalus (Franco Moreno 2009) (Fig. 2). 2. EL TERRITORIO EMERITENSE DURANTE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA El número total de yacimientos de cronología tardoantigua documentados y estudiados en este análisis asciende a ochenta y cinco, presentado la mayor parte de ellos, esencialmente las uillae, una fase de ocupación romana altoimperial. La identificación de éstos se fundamenta en el estudio de su registro material y, también, en la información proporcionada por la documentación textual de este periodo. Así pues, la conjugación de ambos aspectos ha permitido realizar una catalogación de los diferentes tipos de yacimientos. El asentamiento rural más representativo de todos los analizados es la uilla. En este caso se han tenido en cuenta todas aquellas que presentan una fase de ocupación a lo largo de todo el siglo IV y la segunda mitad del siglo V. Tiempo, este último, en que éstas dejan de actuar como eje principal del pa-

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trón de ocupación del campo (Chavarría Arnau 2007: 16) y las fuentes documentales abandonan las antiguas definiciones clásicas –uillae, pagi, tuguriae, etc– a favor de un nuevo vocabulario adaptado a una realidad diferente (Gutiérrez Lloret 1996: 279; Isla Frez 2000). Las uillae de cronología tardoantigua documentadas dentro del territorio emeritense son: Araya, Bótoa, Calderón, Cortijo Pesquerito, Don Tello, El Carrascal, El Carrascalejo, El Fresnillo, El Hinojal, El Pesquero, La Atalaya, La Cocosa, La Orden, La Vega, Las Clavellinas, Las Termas, Las Tomas, Las Torrecillas, Las Viñas, Leoncillo, Los Cotitos, Las Torrecillas, Los Lomos, Los Molinos, Panes Perdidos, Peña de la Mora, Torre Águila y Villagordo (Fig. 3). Sin embargo, solo se conocen a través de excavación arqueológica: Araya, Bótoa, El Carrascal, El Carrascalejo, El Hinojal, El Pesquero, La Atalaya, La Cocosa, La Vega, Las Clavellinas, Las Tomas, Las Torrecillas, Los Cotitos, Panes Perdidos y Torre Águila. 2.1. LA TRANSFORMACIÓN DE LAS UILLAE Entre los siglos III y IV el principal proceso de cambio documentado en estos yacimientos son las significativas reformas acaecidas en sus sectores residenciales, destacando la atención concedida a los lugares de representación del propietario: oecus, triclinium o balneum. Estos espacios son dotados tanto de ricos programas decorativos como de una arquitectura monumental (Chavarría Arnau 2006). En el caso emeritense, este proceso ha podido constatarse en uillae tan representativas como: La Cocosa, El Pesquero, El Hinojal o Torre Águila.1 En el primer caso, la monumentalización de la pars urbana se realizó durante el siglo IV, en coincidencia con la edificación de un mausoleo a escasos doscientos cincuenta metros (Serra i Rafols 1952). En el segundo caso, en la segunda mitad del siglo IV se reestructuró la zona residencial con mosaicos polícromos –destacando el que contiene una representación de Orfeo– (Fig. 4), un balneum y, posiblemente, también, un mausoleo anexo pueda adscribirse a esta etapa (Rubio Muñoz 1988). En el tercer caso, la edificación de la parte residencial se data en el siglo IV (Álvarez Martínez 1976). En el cuarto caso, la transformación de las estancias de 1 Aunque es posible rastrear este proceso en diferentes yacimientos de este tipo, hemos decidido por las lógicas limitaciones de este trabajo centrar el análisis en aquellas que presentan un mayor volumen de información.

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Fig. 3.1 Cortijo Pesquerito, 2 Leoncillo, 3 La Atalaya, 4 Los Cotitos, 5 Los Molinos, 6 Panes Perdidos, 7 Villagordo, 8 Bótoa, 9 El Carrascal, 10 La Cocosa, 11 El Pesquero, 12 Las Tomas, 13 Valdelobos, 14 La Alcazaba, 15 Araya, 16 Calderón, 17 El Carrascalejo, 18 Las Clavellinas, 19 Don Tello, 20 El Hinojal, 21 Los Lomos, 22 La Orden, 23 Peña de la Mora, 24 El Prado, 25 Las Termas, 26 Torre Águila, 27 Las Torrecillas, 28 La Vega y 29 Las Viñas.

representación y la zona termal se produjo en el siglo IV tras una etapa de abandono (Rodríguez Martín 1988). Estos cambios responden a la nueva función adquirida por este tipo de establecimientos durante el periodo tardorromano, convertidos en los lugares de residencia de las aristocracias propietarias. En la uilla se desplegará todo el otium idealizado por esta clase social, convirtiéndose en el lugar donde disfrutar de una arquitectura que emula a los palacios imperiales y celebrar sus selectas costumbres junto a sus amici y clientes (Arce 1997). Por otro lado, las uillae emeritenses, probablemente, no solo fueron el lugar de representación de la tradicional aristocracia emeritense. En este sentido, J. Arce (2002: 19) relaciona el proceso de enriquecimiento de estos establecimientos con la llegada a la ciudad de funcionarios agregados a la administración de la diocesis Hispaniarum, considerándolos propietarios de algunas lujosas uillae. Sin embargo, esta hipótesis, aunque acertada, no

puede considerarse como un argumento definitivo que explique por sí solo la transformación del sistema de uillae durante el siglo IV. La identificación de los propietarios de las uillae hispanas, salvo casos excepcionales, es un tema todavía muy discutido por la comunidad investigadora (Chavarría Arnau 2007: 27-33). En el caso emeritense no es posible identificar a los propietarios. No obstante, disponemos de algunos ejemplos que nos informan sobre el alto estatus de algunos de ellos: i) el Disco de Teodosio (Fig. 5), probablemente enviado al uicarius Hispaniarum por el emperador Teodosio I para conmemorar su decennalia (Arce 1998), ii) la fíbula cruciforme tipo Keller 6 hallada en El Pesquero, característica de los altos mandos del ejército romano (Chavarría Arnau 2007: 31). La aristocracia lusitana tardorromana, sin embargo, no es una clase social desconocida. Las fuentes escritas que describen la guerra mantenida entre las fuerzas del usurpador Constantino III, coman-

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Fig. 4. Mosaico de Orfeo hallado en la uilla de El Pesquero.

dadas por su hijo Constante y su general Gerontius, y el llamado clan teodosiano fiel al emperador Honorio, liderado por los hermanos Dídimo, Veriniano, Lagodio y Teodosiolo; muestran a unos dominus (éstos últimos) capaces de mantener una guerra abierta contra un ejército profesional romano con un contingente militar improvisado y formado por sus siervos y colonos (Arce 2005: 36-41). Esta información permite vislumbrar un mundo rural igual al resto del imperio, donde importantes masas campesinas eran dominadas por los grandes propietarios a través del patrocinium (Pérez Sánchez 1994; Arce 2005: 45; Chavarría Arnau 2007: 39-41). Algunos autores han defendido que las posesiones del clan teodosiano en Hispania se concentrarían en

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la Meseta. J. Arce (2005: 37), no obstante, afirma que tal localización carece de fundamento ante la escasez de documentación existente en esta área y sostiene que, posiblemente, las grandes posesiones de la familia imperial se situasen en Lusitania. Además, no parece descabellado pensar que algunas de sus propiedades se localizarían no demasiado distantes de Emerita, corazón de la administración romana y uno de los objetivos principales de la campaña militar de Constante y Gerontius. El proceso de transformación y enriquecimientos de las uillae emeritense es paralelo al gasto realizado en crear o mejorar las estructuras de producción agrícola al igual que en otras partes de la península, fruto de la estabilidad política y económica hispana en el siglo IV (Chavarría Arnau 2001). Ejemplo de esta inversión en el territorio emeritense se documentan en El Carrascalejo (Enríquez Navascués y Drake 2007), Las Clavellinas (Jurado Fresnadillo y Tirapu Canora 2006) o Torre Águila (Rodríguez Martín 1999) (Fig. 6), donde los sectores productivos son ampliados coincidiendo con el aumento de las actividades agropecuarias y sus necesidades de almacenamiento. Este proceso también se correspondería con la construcción de grandes presas rurales2 en relación con asentamientos tipo uilla (Fig. 7). No contamos con documentación suficiente para datar estas estructuras de forma absoluta, aunque han sido encuadradas genéricamente entre los siglos III-IV (Álvarez Martínez et al. 2001). Esta importante transformación del medio rural basada en la fuerte inversión de las aristocracias en

Fig. 6. Almacén y lagar hallados en Torre Águila. Planta realizada sobre plano de F. G. Rodríguez Martín (1999).

Fig. 5. Disco de Teodosio.

2 No tenemos en cuenta los ejemplos de Proserpina y Cornalvo, presas más relacionadas con la ciudad que con el campo.

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Fig. 7. Presas documentadas en el territorio emeritense.

su residencias rurales no supuso en el caso emeritense, al igual que en el resto de la península (Arce 1997; Chavarría Arnau 2006), una decadencia del mundo urbano. La ciudad, coincidiendo con su nombramiento como capital de diócesis, se implica en el desarrollo de diferentes reformas urbanísticas entre finales del siglo III y la primera mitad del IV. Durante este periodo se produce la restauración de los tres grandes edificios de espectáculos –teatro, anfiteatro y circo– y la reforma parcial del foro de la colonia. Además, el paisaje urbano también cambiara su fisonomía debido a la privatización de los pórticos de las vías, el adosamiento de las casas a las murallas y a la construcción de lujosas viviendas dotadas de ricos programas decorativos y balnea privados (Mateos Cruz 2000: 494-496; Alba Calzado 1997). 2.2. EL FIN DEL SISTEMA DE UILLAE La continuidad de ocupación de muchas uillae hispanas durante el siglo V, al menos en su primera

mitad, es la base donde se sustenta gran parte de la comunidad investigadora para negar o matizar el tradicional modelo catastrofista ligado a la entrada de suevos, vándalos y alanos en la península. Actualmente, la revisión del antiguo registro material y la realización de nuevas excavaciones con una estratigrafía más fiable permiten alargar su función residencial a casi toda esta centuria; al igual que en Francia o Italia (Chavarría Arnau 2007: 103). En Lusitania la documentación arqueológica no es demasiado precisa para datar y constatar con seguridad esta continuidad. No obstante, tampoco existe un registro material que permita indicar que esta zona presente una evolución diferente. La pérdida de la función residencial de las uillae hispanas se constata genéricamente a nivel peninsular entre la segunda mitad del siglo V e inicios del VI, aunque solo en algunos yacimientos como Cal.lípolis, Torre de Palma o Santiesteban del Puerto se puede inferir una continuidad de ocupación de las zonas residenciales tardorromanas durante este periodo de tiempo (Chavarría Arnau 2007: 104).

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El abandono de las pars urbana de las uillae del territorio emeritense se ha datado tradicionalmente a principios del siglo V (Gorges 1979: 56-57). Sin embargo, la perdida de la función con la que fueron diseñadas durante el periodo tardorromano no significa la desaparición de la ocupación humana sino el inicio de un proceso de transformación del poblamiento rural adaptado a las nuevas condiciones políticas, económicas y sociales derivadas de la desaparición del Estado romano, de la concentración de la propiedad rural, de las nuevas formas de explotación agropecuaria y de la nueva realidad social de la clase campesina. En este nuevo marco el patrón de ocupación, derivado directamente de la realidad tardorromana, es producto de la continuidad y de la transformación del vigente durante los siglos III y IV (Cerrillo 2003: 245). El mejor ejemplo de ello se documenta en las antiguas uillae que, en este momento, ya no pueden ser entendidas en base a las antiguas definiciones clásicas. Asentamientos en los que se detecta generalmente fases de ocupación superpuestas a las tardorromanas tras la revisión de los datos arqueológicos conocidos y por las nuevas propuestas sobre la cronología de la cerámica tardoantigua. En El Pesquero, entre finales del siglo IV e inicios del V se edifican muros directamente sobre los pavimentos musivos. La información sobre esta reforma es muy vaga, aunque parece que puede relacionarse con una continuidad del hábitat en la pars urbana por una población campesina que adapta la antigua zona residencial a sus necesidades. No es posible apuntar la condición jurídica de estos residentes, si bien considerarla dependiente del antiguo dominus no parece una opción descabellada. Esta posibilidad ya fue apuntada por el excavador de El Pesquero, quien considera la posibilidad de localizar aquí un vicus (Rubio Muñoz 1991). Asimismo, la presencia de T. S. africana C y D permitiría alargar la ocupación por lo menos hasta los siglos V-VI (Aquilué Abadías 2003: 16; Beltrán Lloris 1990: 135-136). En La Cocosa, posiblemente el mejor yacimiento para conocer el proceso de cambio del mundo rural emeritense tras el final del sistema de uillae, no hay motivos para suponer que la ocupación de la zona residencial se alargue más allá del siglo V. Consecuentemente, parece lógico pensar que sea en esta centuria cuando se produzca la transformación de la fisonomía del asentamiento. La pars urbana sufre algunas modificaciones, como la reutilización del oecus como zona de habitación campesina o corral de ganado (Serra i Rafols 1952: 56). No obstante, dos edificaciones destacan por su singularidad en esta área

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(Serra i Rafols 1952: 61-72). La primera, localizada en la parte posterior del oecus, es identificada con un mausoleo construido tras al abandono de la villa. La segunda, situada al sureste del peristilo, es considerada un edificio cultural cristiano. Esta construcción, sin embargo, genera dudas en la comunidad científica debido a que la presencia de salas absidiadas y un fragmento de mango de una pátera de bronce no parecen elementos definitorios suficientes como para asegurar aquí la presencia de una basílica (Mateos Cruz 2003: 24). Así pues, el significado de este edificio está pendiente de la realización de nuevas excavaciones que ayuden a esclarecer su función. Estas dudas no se ligan al mausoleo del siglo IV situado a doscientos cincuenta metros de la pars urbana, cuya conversión en centro de culto cristiano con baptisterio no presenta dudas (Fig. 8). Entre esta basílica y la antigua zona residencial se documentaron varios espacios de producción, entre ellos uno oleícola, edificados con material reutilizado (Serra i Rafols 1952: 106-110). Anexas a estas estructuras se hallaron otras de más pobre factura en cuya construcción se emplearon fragmentos de pavimentos tardíos (Fig. 9). Así pues, solo cabe coincidir con la interpretación de J. de C. Serra i Rafols (1952: 143-146), quien señaló la transformación de la uilla en un vicus organizado alrededor de un edificio cultual cristiano. Por último, el abandono del asentamiento se data en el siglo VII ante la ausencia de material cerámico islámico. Sin embargo, esta afirmación no es muy precisa y habría que ser prudente en tal aseveración. En los ejemplos presentados se observa la transformación entre los siglos V y VI de grandes uillae en realidades aldeanas que, siguiendo las definiciones de las fuentes tardoantiguas, pueden ser clasificadas como uicus (García Moreno 1989: 205-206). Sin embargo, no existe documentación

Fig. 8. Mausoleo y posterior edificio cristiano de La Cocosa según J. de C. Serra i Rafols (1952).

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Fig. 9. Vista aérea de La Cocosa, en negro la zona donde localizaron las estructuras mencionadas (Fotografía: P. Mateos Cruz).

suficiente para asegurar este proceso como un hecho generalizado. La principal dificultad reside en definir el tipo de hábitat de la mayoría de los yacimientos. Actualmente, conocemos un número cercano a la treintena descubiertos o por medio de una prospección o una excavación arqueológica que pueden ser encuadrados dentro del periodo tardoantiguo, pero que no pueden ser clasificados dentro de una categoría definida de asentamiento. El mejor ejemplo de esta indefinición se plasma en el desconocimiento existente sobre las uillulas destruidas por un desbordamiento del río Guadiana durante el siglo VI (VPE. II, 21). El uso de este término, uillula, comienza a generalizarse en paralelo a la paulatina desaparición de uillae a partir del siglo V (Isla Frez 2000: 12). En el caso emeritense, este tipo de de hábitat puede ser entendido como la ilustración de una propiedad agraria con un centro

construido, indicativo de una realidad más pobre con respecto a la uilla pero que no puede ser entendida genéricamente como su predecesora (Isla Frez 2000: 13-14). Por lo tanto, parece probable que en el siglo VI los antiguos patrones de ocupación rural se habían transformado en otra realidad que, por ahora, solo podemos intuir a nivel general. Consecuentemente, hay que abandonar definitivamente el uso del concepto ruptura y hablar de cambio y continuidad (Cerrillo 2003; Chavarría Arnau 2007). Un discurso que encuentra buenos ejemplos en algunos yacimientos situados en los alrededores de Mérida como Royanejos (Olmedo Grajera-Vargas Calderón 2007) o Terrón Blanco (Chamizo Castro 2007). En los que ha sido posible documentar secuencias de ocupación ininterrumpidas desde el periodo romano (siglo I) hasta época emiral (siglo IX).

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A favor a esta consideración se le sumaría el conocimiento de diferentes áreas funerarias, exceptuando los conocidos mausoleos de los siglos III-IV anexos a las grandes uillae, localizadas mayoritariamente en la cuenca media del Guadiana. Los ejemplos más significativos son los de Granja Céspedes, La Picuriña, Santa Engracia, Torrebaja, Cerca de los Hidalgos, El Cuartillo y Cubillana. En estos casos no se ha podido establecer con seguridad una relación espacio-temporal segura con un lugar de habitación; salvo en los ejemplos de Torrebaja y Cubillana, que podrían relacionarse, respectivamente, con la cercana villa de La Vega o con el actual cortijo de Cubillana, donde la investigación ha situado tradicionalmente la ubicación del monasterio visigodo de Cauliana (Sastre de Diego et al. 2007: 147-148). La información aportada por estos yacimientos permite inferir algunos comportamientos generales del mundo funerario. Por un lado, la epigrafía nos informa de la paulatina introducción del cristianismo entre los siglos IV y V. Por otro lado, se observa tanto la sustitución de la onomástica latina, predominante en un primer momento, por la cristiana como la austeridad de las lápidas (Ramírez Sádaba 1994: 141-142). Además, cabe destacar el aumento de los nombres de raíz griega a partir del siglo V mientras que los de raigambre germánica se reflejan escasamente durante el siglo VII (Cerrillo 1985: 204). Por último, es posible detectar dentro de este campo del registro experiencias de vida ascética como en el caso de Pascentius, relacionadas con el proceso de cristianización del campo a finales del siglo IV e inicios del V (Sastre de Diego et al. 2007: 144-145). 2.3. LA CRISTIANIZACIÓN DEL CAMPO EMERITENSE La cristianización del campo emeritense es un proceso posterior a su aparición en la ciudad, donde sabemos gracias a una carta de Cipriano de Cartago en relación con los obispos libeláticos de Mérida y Astorga que existía una comunidad ya en el siglo III (Teja 1990), aunque no séra hasta los siglos V y VI cuando aparezcan los primeros edificios cristianos en la ciudad (Mateos Cruz 2000: 502-512). En el campo el registro material cristiano aunque abundante es difícil de interpretar tanto en su cronología como en su función. La construcción de basílicas en el territorio es un claro indicador de la cristianización de la sociedad rural; al constituirse en centros desde los que se organizará la evangelización, se combatiran las herejías y las pervivencias paganas y se reforzaran las fronteras entre las

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diócesis. Por otro lado, actuaran como puntos de recaudación de sus obispos ya que aquí se recibirían parte de las donaciones realizadas por los fieles y propietarios. Ejemplo de este proceso se ha documentado en la cristianización del mausoleo de La Cocosa (Fig. 8). El registro material disponible no permite datar con seguridad el momento de cambio de función del edificio, aunque la datación del mobiliario litúrgico aproxima la cronología a los siglos VI y VII (Sastre 2005: 105-106). Al este de la basílica se adosó, posteriormente, una crujía de tres habitaciones localizándose en la central una piscina bautismal, mientras que al oeste se identificaron diferentes estancias interpretadas en conjunto como un área de habitación. Esta segunda fase es interpretada por J. de C. Serra i Rafols (1949: 115) como prueba de la conversión de este espació de privado a público debido a un aumento de la veneración de un posible mártir o santo enterrado aquí. La transformación de la uilla de Torre Águila es datada por su excavador entre el final del siglo V e inicios del VI, quien no asocia este cambio a nuevas funciones de residencia o de producción agropecuaria sino a la construcción de un lugar de culto y a la instauración de un área funeraria. F. G. Rodríguez Martín (1988: 218-219) identifica en la pars urbana un edificio unitario formado por dos estancias contrapuestas coronadas por ábsides y que interpreta como edificio cultual cristiano. Idea que considera reforzada por la presencia de la necrópolis anexa que divide en dos fases diferentes: i) datada en el siglo VI y ii) datada en el siglo VII . Esta propuesta es puesta en duda, actualmente, por parte de la comunidad científica, ya que no hay elementos definitorios que permitan identificar una basílica rural sobre la antigua zona residencial (Mateos Cruz 2003: 117; Chavarría Arnau 2007: 262). Por otro lado, la datación del edificio cultual en el siglo IV (Rodríguez Martín et al 2000: 400-401) no tiene ningún fundamento material que permita asegurar tal propuesta. Por último, la fase final de Torre Águila se corresponde con su reconversión en una alquería en el siglo VII hasta su abandono definitivo en el siglo IX (Rodríguez Martín 1988: 219). Edificios de carácter cultual han sido documentados sin relación con uillae, aunque en estos casos poseemos poca información sobre el tipo de poblamiento al que estaban ligados. A pesar de esto, es posible en el caso de la basílica de Casa Herrera interpretar este edificio como el centro de una comunidad laica, descartada ya su interpretación como monasterio (Ulbert 2003: 72). Esta idea toma

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fuerza a la luz de los resultados obtenidos en las diferentes excavaciones practicadas en el entorno inmediato a la iglesia en 1987 (Ulbert 1991) y 20073 (Fig. 10) (Cordero Ruiz y Sastre de Diego 2010).

Fig. 10. Estructuras documentadas en la excavación realizada en Casa Herrera durante al año 2007.

La cercana basílica de San Pedro de Mérida presenta un ejemplo similar al anterior una vez desechada su clasificación como monasterio (Arbeiter 2003: 76). La interpretación como centro religioso de una comunidad rural asentada en las cercanías no parece descabellada, especialmente si tenemos en cuenta que el edificio representa la continuidad con el poblamiento de época romana tal y como se infiere de los numerosos restos de esta etapa localizados en sus cercanías (Almagro Basch y Marcos Pous 1958). La iglesia de Valdecebadar, probablemente, también, podría considerarse dentro de esta categoría. En las recientes excavaciones al sur del edificio se han descubierto los restos de dos posibles casas (Ulbert y Egger 2006: 234-235). La falta de una estratigrafía clara impide, por ahora, definir su función y su cronología, aunque cabe destacar que éstas son similares a las estructuras tardoantiguas documentadas en el entorno inmediato de Casa Hererra (Ulbert y Egger 2006: 236).T. Ulbert y C. Egger (2006: 252) consideran a la basílica como el centro religioso de los asentamientos rurales de los alrededores entre los siglos VI y VII. Por otro lado, no ha sido posible establecer el momento de abandono del edificio. La basílica de Ibahernando presenta unas características similares, aunque,

3 En este año se ha llevado a cabo una nueva excavación arqueológica bajo la dirección de Tomás Cordero e Isaac Sastre cuyos resultados, todavía en fase de estudio, presentan claras similitudes con los datos obtenidos por el Dr. T. Ulbert en 1987.

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en este caso, ha sido posible matizar tanto su carácter privado como su función como foco religioso de una pequeña comunidad (Cerrillo 1983: 137). De todas las iglesias analizadas y excavadas del espacio estudiado solo Santa Lucía del Trampal posee los elementos suficientes para ser considerada un monasterio; algunos de los elementos que según sus excavadores definen tal categoría son la ausencia de un baptisterio en el interior del edificio y un crucero y un coro bien delimitados. Los monjes, alojados en el espacio existente entre el aula y el santuario, se ocuparían de la explotación de los recursos naturales de la zona (Caballero y Arce 1999). La cronología de construcción de estos edificios se data mayoritariamente en el siglo VI (Casa Herrera, San Pedro de Mérida, Valdecebadar) y solo Ibahernando (siglo VII) y Santa Lucía del Trampal (segunda mitad del siglo VIII) presentan una datación posterior. Así pues, es plausible considerar el campo emeritense ya fuertemente cristianizado en el siglo VI. Una apreciación que coincide con la datación de la mayor parte de las piezas escultóricas y epigráficas halladas en el territorio (Cruz Villalón 2003: 265-267; Ramírez Sádaba 2003: 288). No obstante, aunque estos materiales aportan una valiosa información casi todas carecen de un contexto arqueológico claro que permita sacar más conclusiones. Aunque la concentración en la cuenca media del Guadiana podría relacionarse con una mayor presencia de edificios de culto en este espacio que todavía no han sido detectados. 3. EL TERRITORIO EMERITENSE DURANTE EL PERIODO OMEYA La instauración del emirato Omeya por ‘Abd alrah.mān I en el año 756/138 da inicio a toda una serie de reformas que afectaran a la administración territorial de al-Andalus y, también, a la emeritense. Sin embargo, no poseemos datos concretos de este periodo y solo tras la proclamación del Califato (929/316) empezamos a disponer de noticias referidas a la kūra de Mārida. Sin embargo, probablemente, ésta ya había sido configurada durante el siglo anterior. Al inicio de la presencia islámica las demarcaciones administrativas van a ser un reflejo del periodo anterior, donde las ciudades (mudūn) seguirán actuando como principales ejes vertebradores. En el tránsito del siglo VIII al IX se agudiza la progresiva islamización y arabización de la sociedad instalada en el territorio maridí, coincidiendo

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con un nuevo modelo de asentamiento rural basado en la reutilización de las antiguas instalaciones agropecuarias. Estas pequeñas alquerías están en relación con los antiguos núcleos urbanos (Mérida, Medellín) y asentamientos en altura (Santa Cruz de la Sierra, Benquerencia de la Serena). La mayoría de los yacimientos expuestos en este análisis se sitúan próximos a Mārida o en lugares estratégicos de su kūra. Estas alquerías parecen que guardan una estrecha relación económico-social con el poder establecido, según indica el estudio de los materiales cerámicos y los hallazgos numismáticos. No obstante, por el contrario, se considera que los asentamientos en altura, los h.us.ūn de las fuentes árabes, se desarrollan de espaldas a la administración territorial omeya durante buena parte del siglo IX (Guichard y Mischin 2002: 177-187). Las fuentes islámicas no ofrecen dudas sobre el elevado número de tribus procedentes del norte de África (bereberes) repartidas por buena parte del actual territorio extremeño, asentadas en las confluencias de las vías de comunicación, ríos y afluentes (Franco Moreno 2005: 39-50), especialmente en la zona septentrional y meridional de la actual comunidad extremeña (Fig. 11). Mientras que el espacio más occidental parece corresponderse con población mayoritariamente muladí (muwallādun). Los escasos estudios arqueológicos llevados a cabo en los asentamientos conocidos son insuficientes para encontrar diferencias que permitan adscribirlos a un grupo social determinado. Así pues, no podemos conciliar las fuentes documentales, que nos informan sobre la localización de las diferentes tribus bereberes asentadas en la Kūra de Mārida, con yacimientos concretos. 3.1. EVOLUCIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS RURALES EN LA KŪRĀ DE MĀRIDA EN EL TRÁNSITO DE LOS SIGLOS VII AL IX

En este análisis nos centramos en seis asentamientos rurales concretos, donde contamos con un registro material completo a pesar de que su conocimiento procede de intervenciones de urgencia, relacionados con centros de mayor entidad como h.us.ūn y mudūn. Los yacimientos presentados son las alquerías de Terrón Blanco (Mérida), Dehesa de Royanejos-Los Baldíos (Mérida), Pozo de la Cañada (Guareña), Cerro de las Baterías (La Albuera), y los h.us.ūn de Santa Cruz de la Sierra, Medellín y Benquerencia de la Serena (Badajoz).

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Terrón Blanco Los restos más antiguos documentados se corresponden con parte de una instalación rural altoimperial, espacio que tras su abandono y amortización fue utilizado como área funeraria que ha podido ser datada a caballo entre los siglos VII y VIII. Las inhumaciones más significativas de este periodo, con orientación noroeste-sureste, son un enterramiento en cista, donde se documentó una ollita como deposito fechada en el siglo VIII, y una sepultura infantil, en la que se hallaron dos pendientes de aro con un aplique troncocónico de bronce también del siglo VIII (Chamizo de Castro 2007: 69). En las cercanías de esta área funeraria se documentan restos adscritos al periodo central del emirato (s. IX), en los que podemos apreciar una cierta organización urbanística en la zona residencial. El yacimiento está dividido en las zonas 1, 3, y 4 (Fig. 12). En la número 3 se disponen más estancias dedicadas a vivienda, mientras que la número 1 parece más indicada al uso como almacén y zona industrial ya que consta con dos hornos cerámicos. En uno de ellos aparecen numerosos fragmentos de ollas, tinajas, cangilones, barreños, fuentes, etc, datados en el siglo IX. La ocupación emiral continua si no de manera continuada al menos en etapas alternas hasta el siglo X, momento en que se fecha su abandono definitivo en época califal (Chamizo de Castro 2007: 73). Dehesa Royanejos-Los Baldíos Estos restos se localizan junto al trazado de la antigua N-630 en su tramo Mérida-Cáceres. Los vestigios más antiguos se corresponden con una serie de estancias dispuestas en batería e identificadas con los restos de la pars urbana de una villa datada entre los siglos III y IV. A esta fase también se adscribe un estanque construido con opus caementicium. No existe constancia de hábitat en época visigoda, únicamente se pueden adscribir a este etapa un horreum y cuatro inhumaciones de cista correspondientes a los siglos VII y VIII (Olmedo y Vargas 2007: 40-41). En el siglo IX la ocupación de este asentamiento, convertido en una qarya, está constituida por un reducido número de viviendas y dependencias –normalmente de una deficiente calidad constructiva– en las que debían habitar familias vinculadas por lazos tribales de tipo clánico, dedi-

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Fig. 11. Mapa de los diferentes asentamientos y tribus bereberes distribuidos en la kūra (siglos IX-X).

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distintas dependencias presentan suelos similares compuestos por fragmentos de material latericio o bien consistentes en placas circulares de arcilla. Puede que con anterioridad a la construcción de estas viviendas se asistiera a la nivelación del terreno en bancales o terrazas, debido a que algunos muros presentan una mayor consistencia que otros tanto en fábrica como en aparejo. El estudio cerámico permite datar el abandono de este asentamiento en el tránsito del siglo IX al X (Olmedo y Vargas 2007: 43). (Fig. 14)

Fig. 12. Planta de los restos de época emiral documentados en el yacimiento de Terrón Blanco.

cadas a la explotación de un espacio agrícola sin depender social ni económicamente de un señor. La planta de las viviendas presentan formas irregulares, tanto trapezoidales como rectangulares, con unas dimensiones que oscilan entre los 12.90/7.90 m de largo y los 5/3 m de anchura (Fig. 13). Los paramentos se apoyan sobre las margas arcillosas y no presentan fosa de cimentación. Las

Fig. 13. Zona de habitación documentada en el yacimiento de Royanejos-Los Baldíos (fotografía: CC.MM).

Fig. 14. Cerámica emiral documentada en el yacimiento de Royanejos-Los Baldíos según A. Olmedo y J. Vargas (2007: 43).

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Pozo de la Cañada En este punto se localiza una uilla romana con una cronología datada entre los siglos I y V, con una posterior fase de ocupación datada entre los siglos VI y VII, pasando a conformarse definitivamente como una qarya entre los siglos VIII y IX (Heras y Gilotte 2008: 51-72). Los vestigios más importantes documentados para época emiral se corresponden con una estancia de 8 x 4.5 m, con una cimentación de doble paramento de bloques unidos por tierra, que no pudo ser definida en su totalidad. En esta estancia se conservan dos silos en el que se hallaron una gran cantidad de diferentes materiales de carácter doméstico (Fig. 15). Este establecimiento se localiza en un área densamente poblada en época tardorromana (Heras y Gilotte 2008: 52-53). Además, también, el hallazgo de piezas escultóricas de carácter litúrgico de la etapa visigoda permite plantear la probable existencia de una basílica rural en las proximidades del yacimiento (Cerrillo y Heras 2007:43). El aban-

Fig. 15. Cerámica tardorromana y emiral hallada en el Pozo de la Cañada según F. J. Heras y S. Gilotte (2008: 72).

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dono definitivo del sitio se produce en la segunda mitad del siglo IX. Cerro de las Baterías4 Con motivo de la obras de infraestructura viaria desarrollada en la población pacense de La Albuera, a escasos 25 km de Badajoz, se ha documentado un poblado altomedieval datado entre el siglo VIII y el último tercio del siglo IX. La intervención se dividió en dos zonas diferentes: Zona 1 y Zona 2, separas artificialmente por el desmonte del vial (Fig. 16). Zona 1 En esta área se han documentado 26 silos excavados en el caleño, reutilizados todos ellos como basureros una vez perdida su función original. También aparecen subestructuras excavadas en el caleño cuya función no ha podido ser definida debido su mal estado de conservación. En relación con estas construcciones se halló una tumba de inhumación de culto cristiano En la cota más elevada se han podido documentar cimentaciones a base de muros de cantos rodados trabados con tierra. Éstos han sido interpretados como pertenecientes a un edificio con dos ambientes separados y sin puestas que lo comunicaran. Cabe señalar que una vez arruinada esta edificación –en el derrumbe se constata un gran porcentaje de tegulae– se escavan 3 silos sobre sus ruinas. El material cerámico recuperado en los silos es de buena factura y presenta las siguientes características: a) elevada presencia de cerámicas realizadas a torneta o a mano, b) predominio de cocciones irregulares en ambientes reductor, c) abundancia de desgrasantes poco decantados, d) ausencia total de vidriados, e) bordes almendrados y biselados, f) bandas pintadas en blanco, g) escasa presencia de decoraciones y formas propias del periodo «paleoandalusí». La cronología de estos materiales se retrotrae a los siglos VIII y IX, abundando los cántaros, cantarillos y ollitas globulares abiertas con carena (Fig. 17). Todos ellos similares a los estudiados en 4 Agradecemos al arqueólogo D. José Manuel Márquez Gallardo, responsable de la excavación de este yacimiento, la información puesta a nuestra disposición de manera desinteresada. El informe para su consulta se encuentra depositado en la Dirección General de Patrimonio de la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Extremadura.

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Fig. 16. Planta de los restos hallados en el Cerro de las Baterías.

Mérida (Alba y Feijoo 2001: 329-375) y Santa Lucía del Trampal (Caballero y Sáez 1999). Zona 2 En esta zona se excavaron un total de 56 silos, sus características son similares a los de la zona 1 aunque con una tipología diferente, en vez de formas globulares presentan sección en «V». Éstos últimos han sido asociados con la última fase de ocupación del yacimiento. También aparecen numerosos agujeros de poste, en algunos casos se pueden relacionar con soportes techumbres y en otros forman alineaciones identificadas con los restos de vallas, posiblemente entrelazadas con material vegetal.

A diferencia de la Zona 1 aparecen cimentaciones de dos tipos: a) de cantos rodados como los descritos en la zona 1, b) de piedras de mayor tamaño, fábrica documentada también en algunas cimentaciones de edificios excavados en Mérida y datados en los siglos VIII-IX (Alba y Mateos 2006: 372-379). Todos los muros tienen zócalo de piedra y debían presentar un alzado de tapial. El mortero utilizado tanto para los tapiales como para los enlucidos debió ser de tierra y, también, debió utilizarse en el enjalbegado final de las fachadas. La colocación central de agujeros de poste, al menos en una de las estancias, indicaría la utilización de cubiertas a dos aguas rematadas, a su vez, por una techumbre de tegulae. La aparición en la Zona 2 de elementos de tradición tardorromana nos lleva a pensar que o bien

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Fig. 17. Pieza cerámica datada en la segunda mitad del siglo IX procedente del Cerro de las Baterías. (Foto M.A.P.B.)

contamos con dos fases continuadas de ocupación desde época tardovisigoda hasta época emiral o bien se da una pervivencia durante la novena centuria de elementos de tradición visigoda. El momento de mayor ocupación del poblado se desarrolla durante el siglo IX, centuria en la que se fecha la mayor parte del material cerámico que, además, presenta clara similitud con el documentado en Córdoba para este periodo (Fuertes Santos e Hidalgo Prieto 2003). Este hecho nos lleva a pensar en el mantenimiento de contactos comerciales con la capital del emirato hasta el mismo momento de la desaparición del asentamiento, propiciado por su proximidad a la vía que unía a esta ciudad con el oeste peninsular y que cobrará especial protagonismo tras la fundación de Badajoz. Otros asentamientos que nos trasmiten información sobre este periodo son las alquerías asociadas a las fortificaciones situadas en altura, de los que destacamos los h.us.ūn de Santa Cruz de la Sierra, Benquerencia de la Serena y Medellín (Madalīn). De los ejemplos propuestos, tanto el de Santa Cruz de la Sierra (h.is.n Sant Aqrūŷ), bien recogido por la historiografía árabe, como el de Benqueren-

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cia de la Serena están relacionados con alquerías o espacios domésticos agrícolas y sus correspondientes área funerarias (maqābir). Los restos cerámicos analizados vienen a confirmar que ambos asentamientos se encontraban habitados desde el primer tercio del siglo IX, llegando su fase de ocupación hasta la conquista cristiana acaecida a mediados del siglo XIII. En Santa Cruz de la Sierra las labores de prospección arqueológica han podido contabilizar varias plataformas adaptadas a la escarpada orografía del sitio y ocupadas por estructuras, posiblemente, de carácter doméstico. Destaca, también, la presencia de un aljibe excavado en la roca, estructura habitual en este tipo de asentamientos fortificados. En la cima del cerro debió de hallarse el núcleo mejor fortificado del recinto, en esta área se detectan vestigios de construcción de carácter poliorcético. Este h.is.n tendría desde época romana una función de control y vigilancia de la cercana calzada que unía Toledo con Mérida. La ocupación del periodo andalusí se desarrolla a partir de la cota de los 700 m, nunca más abajo, siempre buscando apoyos en lo más enriscado del terreno y la solana del cerro (Piedecasas et al. 2005: 189-201). El registro cerámico hallado en superficie abarca desde época romana altoimperial hasta el periodo almohade (Gilotte 2010: 231-242). En la zona intermedia del cerro se localiza una maqbara que consta de unas decenas de enterramientos claramente identificados con sus cipos, al igual que los empleados en las maqābir de la madīna de Vascos y sobresaliendo por su número los infantiles y algunos dobles. Otro espacio funerario más extenso que el anterior se dispone tras atravesar un pequeño valle cerrado, en este lugar se pueden observar diferentes tumbas en número de decenas. Una tercera maqbara de menores dimensiones se localiza al este del cerro, en las cercanías del sitio donde posiblemente se concentrara la mayor parte de la población (Piedecasas et al. 2005: 190). El cerro de Santa Cruz presenta unas condiciones visuales inmejorables, contactando con otros h.us.ūn y burūŷ de Cáceres, Montánchez, Magacela, Medellín y algún otro intermedio que no ha llegado hasta nuestros días. Pero sin duda el mejor enlace visual lo tiene con el Turğāluh de las fuentes árabes, de Trujillo, que durante el tránsito de los siglos IX al X debió representar también un núcleo de población insumisa al poder cordobés. M. Acién (1989: 140) considera que este tipo de asentamientos pueden definirse como un ma‘quil, lugar fortificado de forma natural que aprovecha la configuración que ofrece el terreno y

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Fig. 18. Planta de los restos documentados en Benquerencia de la Serena.

que comparte rasgos con los denominados h.us.ūn refugio. Por otro lado, E. Manzano (1991) recoge algunos de estos asentamientos para el periodo emiral en el espacio de frontera conocido como Tagr al-ŷawf o al-adnà. Estas zonas estaban habitadas por grupos muladíes y bereberes insumisos al poder cordobés, que con toda probabilidad ya se habían encastillado debido a las razzias dirigidas por los ejércitos emirales durante la segunda mitad del siglo VIII (Manzano 1991: 192-204). En Benquerencia de la Serena se ha constatado un espacio reservado a una maqbara y restos de carácter doméstico asociados a la fortaleza en altura (Franco y Palma 2006). En las excavaciones de urgencia realizada en el año 1994, próxima a la carretera que enlaza Castuera con Cabeza del Buey, se documentó parte de un área funeraria de época emiral (zona B). Las características principales se definen por las posición de los cuerpos en decúbito lateral y orientados hacia oriente. Cabe destacar que estos enterramientos fueron posteriormente amortizados por estructuras de carácter doméstico ―habitaciones o salones― datadas en época califal (Zona A) (Franco y Palma 2006: 589-605). Esta área funeraria y las estructuras posteriores documentadas se relacionan con el inmediato castillo de Benquerencia de la Serena, fortificación que controlaría la ruta que unía Mérida con la llanura cas-

tellano-manchega y Córdoba en relación con los cercanos h.us.ūn de ‘Umm-Gazzala (Magacela), Aŝbarraguzza Al-Ars (Esparragosa de Lares), Mada’īn o Madalīn (Medellín) (Hernández 1960: 313). Este emplazamiento se situaría en los límites de la Kūra de Mārida con otras circunscripciones administrativas omeyas, Fah.s. al-Ballūt. –en la actualidad la Comarca de los Pedroches– y Firrīs.h –sierra norte de Sevilla– (Valencia 1988). Durante las recientes excavaciones en el teatro romano de Medellín se ha constatado una importante ocupación humana datada entre los siglos VIII y X. La nueva documentación material permite enlazar esta ocupación con la fortaleza que corona el cerro de Medellín, cuya fábrica destaca por la importante cantidad de materiales reutilizados procedentes del edificio de espectáculos romano, especialmente en el frente septentrional de la muralla (Gurriarán y Márquez 2005: 55-61). Además la técnica constructiva es prácticamente igual a las documentadas en las fortificaciones de Vascos, Toledo y Talavera (Martínez y Piedecasas 1998: 71115). De otro lado, la cerca que delimitaría todo el cerro está constituida por un potente lienzo de tapial y adobe que datamos entre los siglos IX y X y al que se le conecta la muralla bajomedieval. En los silos excavados en el frente escénico del teatro, una vez que éste fue amortizado, se

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ha documentado una importante cantidad de cerámica emiral y califal. Éstos, además, han podido relacionarse con diferentes estructuras de carácter doméstico y que interpretamos como parte de un conjunto de alquerías que debieron levantarse en toda la ladera meridional del cerro. En el repertorio cerámico recuperado destacan las piezas de cocina y los contenedores de agua, con múltiples marcas paralelas de torneado en el interior y relativamente ligeras de peso. En la tipología relacionada con el agua las superficies aparecen tratadas con almagra en su interior, predominando las secciones o perfiles en «S» en ollas, jarras y cántaros, mientras que los bordes engrosados se observan en baños, lebrillos y barreños al igual que en los tipos documentados en Mérida (Alba y Feijoo 2001: 328-375) (Fig. 19). Otro conjunto importante de periodo emiral es el representado por el menaje cerámico para la preparación y consumo de alimentos, seguidos por los utilizados para su uso en el fuego. Además, cabe destacar que las características tecnológicas de estos tipos cerámicos coinciden plenamente con las documentadas en Mérida (Alba y Feijoo 2003: 483-504). En conclusión, cabe destacar la constatación de una continuidad de ocupación entre el altoimperio y el periodo emiral de al-Andalus en la mayor parte de los establecimientos analizados. No obstante, por ahora, es difícil determinar con exactitud la densidad de poblamiento de los mismos y el grado de continuidad en el tiempo. Fuentes consultadas al-Bakrī, Kitāb al masālik wa-l-mamālik. trad. notas Vidal, I. Zaragoza, 1982.

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