\"El terremoto de 1906: cambios y permanencias en el habitar popular de Valparaíso\". Archivum, Nº 8, Viña del Mar, 2007

November 16, 2017 | Autor: M. Urbina Carrasco | Categoría: Valparaíso Studies
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Descripción

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EL TERREMOTO DE 1906: CAMBIOS Y PERMANENCIAS EN EL HABITAR POPULAR DE VALPARAÍSO1 Revista Archivum, Nº 8, pp. 327-335, Archivo Histórico de Viña del Mar, Viña del Mar, 2007

I. En 1906 Valparaíso era una ciudad con bullente vida comercial y social, de infraestructura moderna y espíritu de progreso. Pero por sobre todo, era una ciudad de contrates. Lo era por la heterogeneidad de su población: los ingleses, germanos y latinos, y por el otro lado, los chilenos de distintas procedencias. Dicha variedad de naciones se manifestaba también en el ámbito de lo social y en la religión: cada nación europea se sentía colonia y tenía sus propias iglesias, clubes, diarios y colegios. Era una ciudad de contrastes, también, por la peculiaridad de su emplazamiento: la ciudad del plan y la ciudad del cerro o de los cerros. El plan era a la vez residencial y comercial. Por allí corrían los tranvías, los carros de sangre y el ferrocarril, concentraba las tiendas, el alto comercio, los mejores edificios y el puerto con su incesante actividad. El puerto y el Almendral eran también dos realidades diferentes. Estrecho y de antigua ocupación el primero, y amplio y lleno de posibilidades de proyección el segundo. La ciudad de los cerros era netamente residencial, pero internamente disímil, porque mientras los cerros Alegre y Concepción tenían lomas más suaves y a propósito para trazar algunas calles rectas, aunque cortas, calles que mostraban aspecto más europeo en sus casas con ventanales, corredores y jardines, los demás cerros variaban entre los socialmente heterogéneos, como el Cordillera, hasta los puramente populares, como el Barón. Contrastes en la ciudad, además, por la ventura y la desventura que era la música de fondo de la vida cotidiana. La ostentación y el lujo, nunca vistos en Chile, fueron muy notorios entre los porteños de la elite en los últimos años del siglo, cuando a la antigua mesura sucedió el derroche y el recargo. Al otro lado de la moneda, el “acontecer infausto” chileno, del que habla Rolando Mellafe2, parece tener su mayor expresión en Valparaíso. Ataques de piratas, temporales, terremotos, bombardeos, incendios y epidemias golpeaban sin pausa a la ciudad, y además, una pobreza a la vista, que no se puede ocultar porque se exhibía como un papel mural en las paredes de los cerros. Por último, contrastes también por sus hermosos palacios y sus pobres conventillos, unos juntos a los otros, y en plan y cerro, en el Almendral y en el Puerto. 1

María Ximena Urbina Carrasco, doctora en Historia por la Universidad de Sevilla. [email protected]. 2 Mellafe, Rolando: “Percepciones y representaciones colectivas en torno a las catástrofes de Chile: 15561956”, en: Mellafe, Rolando y Lorena Loyola: La memoria de América Colonial, Editorial Universitaria, Santiago, 1994. Véase también, Garrido, Eugenia: “El acontecer infausto y mentalidad: el crimen en Valparaíso”, Tesis de Magíster, Instituto de Historia, UCV, 1991 (Inédito); Figari, María Teresa: “Insalubridad y pobreza en Valparaíso. 1850 a 1930”, en: Intus Legere, Nº 3, 2000.

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II. Sus sectores urbanos estaban bien diferenciados. El plan, una estrecha franja pegada al pie de los cerros, se fue ensanchando en el siglo XIX en terrenos ganados al mar. Allí se levantaron los edificios más importantes de la ciudad y hacia 1906 la mayoría de las casas comerciales se concentraban en Esmeralda y Condell. Por el oriente se prolongaba hacia el Almendral, que por mucho tiempo había sido extramuros de la ciudad, donde se ofrecía un espacio mas holgado que el sector puerto, pero irregular y cortado por corrientes de agua que bajaban al mar, algunas de bastante caudal como el estero de Jaime (Av. Francia) y el de las Delicias (Av. Argentina). Eran terrenos de depósito y anegables, de poca consistencia para la construcción de edificios, como se vio en el temblor de 1896, que dejó 61 casas seriamente dañadas, y en las inundaciones periódicas por la salida de los esteros. Sin embargo en 1906 había importantes edificios como el Teatro Municipal, el convento de la Merced, el hospital, el mercado El Cardonal, y mansiones como la notable de Juana Ross, frente a la plaza Victoria, o la de Pelegrino Cariola, con columnas jónicas, entre muchas otras. Nadie se alarmaba por el peligro que representaban aquellos edificios de dos y más pisos, construidos en terrenos de relleno ganados al mar o sobre la arena del Almendral. Contrastaban estos suelos con el de los cerros, de roca pura. Allí las viviendas se incrustaban en sus laderas, o se acomodaban en sus escasas partes relativamente planas, como en Playa Ancha. A principios del siglo el contraste en la edificación era más notorio. El ruso Fiodor Petrovich Litke, que visitó Valparaíso en la década del veinte, reparó, como todos los viajeros, en el contraste de la ciudad: por una parte los ranchos, y por otra, los edificios. Justificó la fealdad de los ranchos, su chatura, su falta de solidez, su construcción con materiales baratos debido, según él, a los temblores, que califica de “terrible azote de este país”, cuando aún estaba vivo el recuerdo del terremoto de 1822, aquel que describe Marie Graham. Y el ruso explicaba la elementalidad de los ranchos así: “es necesario, primero, que la casa resista de la mejor manera las sacudidas, que en caso de derrumbe cause menos daño, que sea mas fácil salvarse de ella a la calle, que la reconstrucción cueste menos tiempo, trabajo, costo, etc.”3. En los cerros vivía la mayor parte de la población. Era la ciudad de los pobres. Las excepciones eran los citados cerros Alegre y Concepción, que por sus casas y pobladores pertenecían más al plan. Hasta hoy, salvo excepciones, se conserva en el

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Fiodor Petrovich Litke: Viaje alrededor del mundo en el sloop militar Seviavin en 1826-1829, en: Norambuena, Carmen y Olga Ulianova: Viajeros rusos al sur del mundo, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Santiago, 2000, p. 261.

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imaginario colectivo porteño los cerros como suburbio: los pobres arriba y el “barrio alto”, abajo. III. Valparaíso era una curiosidad también en otro sentido. Desde los albores del siglo XIX había recibido contingentes de inmigrantes nacionales y extranjeros atraídos por las conveniencias que ofrecía el principal puerto del Pacífico, flujo que aumentó en la segunda mitad del siglo, con la masiva llegada de campesinos del interior y de todo el país gracias al ferrocarril, que desde la década de 1850 unió a Santiago con Valparaíso, en un fenómeno que migración campo-ciudad que experimentaron todos aquellos países a los que alcanzó la revolución industrial. El crecimiento poblacional por inmigración y vegetativo fue vertiginoso. De 5 ó 6.000 habitantes en 1822, pasó a tener 52.413 en 1854 y un año antes del terremoto, en 1905, registraba 162.447 habitantes4. La demanda de vivienda planteó un inédito desafío para la ciudad. Esta no contaba con espacio para crecer. La mayoría de los que llegaron construyeron sus habitaciones o buscaron acomodo donde lo permitía la topografía de los cerros y su propia pobreza. Así, la respuesta a la presión demográfica sobre el escaso terreno plano de la ciudad fue, por un lado, el “aconventillamiento”, y por otro, el encumbramiento hacia los cerros con ranchos improvisados. Los terrenos mas apetecidos para levantar una vivienda pobre (ranchos o chozas) eran los cercanos al puerto, donde los únicos sitios disponibles eran las quebradas entre cerro y cerro, terrenos que podían fácilmente convertirse en ríos y lodazales en invierno, o las laderas de las mismas, donde con ingenio, incrustaban sus casas. Proliferaron las frágiles construcciones plantadas como “palafitos” hechos de madera, cañas, ramas y barro. Eran llamados por sus contemporáneos cuchitriles, covachas o chincheles, y desafiaban la gravedad. En el cerro Monjas se podían ver “verdaderos milagros en equilibrio”, habitaciones que “se tambalean en el aire”5. Ya en 1850 se sorprendían los viajeros al observar que dondequiera que las rocas lo permitían se levantaban ranchos. Otra modalidad eran las viviendas que se iban instalando en las partes altas de las lomas, cada vez a mayor altura. En este caso, se empinaban por los cerros en un habitar singular que llamaba la atención de los pasajeros de los barcos que se

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Urbina, María Ximena: Los conventillos de Valparaíso, 1880-1920. Fisonomía y percepción de una vivienda popular urbana, Ediciones Universitarias de la Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso, 2002, p. 70-71. 5 La Unión, Valparaíso, 31 de marzo de 1911.

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acercaban a la bahía, ¿cómo se sube hasta allí?. El poblador seguía huellas tortuosas y empinadas “escasamente accesibles para las cabras”6. En el arrabal, que era el Almendral, se instalaban otros. Un extramuros de principios de siglo, que poco a poco iba dejando su apariencia de chacras y baldíos para mostrar un aspecto mas formal, con casas y palacios. Allí se dejaban las carretas para entrar a pie al puerto, se mantenían establos, funcionaban posadas, cocinerías y chinganas, dando al barrio Santa Elena, y en general, al estero de Las Delicias acceso a Valparaíso - una impronta de suburbio a medio camino entre el campo y la ciudad. Además de los precarios ranchos unifamiliares de laderas y lomos de cerros, y de los pocos sitios planos disponibles, había otra posibilidad de habitación para los pobres: las casas subdivididas para el alquiler por cuartos o conventillos multifamiliares, presentes en el puerto, el Almendral y en los cerros. Estos iban en aumento en vísperas del terremoto. En 1905 se catastraron 1.619 conventillos, donde habitaban 54.794 personas en 18.314 piezas7, lo que representaba1/3 de la población total. Los conventillos eran igualmente precarios. Con excepciones, estaban en el plan, pero en los sitios menos privilegiados, al pie cerros, en terrenos que eran receptáculos de basuras, aguas y barro de invierno, o en las “subidas”. Otros ocupaban terrenos más holgados, como en la calle Maipú, actual Av. Pedro Montt, donde estaba el famoso conventillo “La Troya”, que albergaba 500 personas. Se construían - con poco esmero - casas de arriendo, y se transformaban antiguas casonas para alquilarlas por cuartos, para aprovechar el negocio que ofrecía la demanda, o en terrenos que se despejaban para tal fin8. Se llamaba arrendar “a piso”. Era el negocio de la clase rentista: la demanda era mucha y creciente, y escasa la oferta.

IV. Se entiende, entonces, que las viviendas de los grupos sociales pobres de Valparaíso a comienzos del siglo XX no pudieran haber sido sino precarias. Estas eran las de inminente derrumbe, situadas en las quebradas, al pie de cerro y en las laderas; o las viviendas en lugares casi inaccesibles en las partes altas de los cerros; o las que podían tener más holgura, pero extramuros a lo largo del Estero de las Delicias antes

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Longeville Vowell, Richard: Campañas y cruceros en el Océano Pacífico, Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires, 1968, p. 40. 7 El Mercurio, Valparaíso, 13 de febrero de 1905. 8 Walpole, Federico: “Visión de Valparaíso al finalizar la primera mitad del siglo XIX”, en: Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Nº 6, 1935, p. 200.

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del terremoto. Todas ellas eran miserables por su emplazamiento, pero también por la fragilidad de los materiales de su construcción y por el modo de vida de sus pobladores. Los barrios pobres como estos preocupaban a las autoridades, porque ante los temblores e incendios los ranchos ponían en peligro a todo el sector. A pesar de la Ley de Transformación de Valparaíso que prohibía, desde 1876, la construcción de “ranchos o galpones de madera o de otro material combustible y techos cubiertos con esta clase de material”, las viviendas como estas seguían aumentando en la misma medida que se intensificaba la inmigración campo-ciudad9. El ya insoluble problema habitacional de Valparaíso se transformó en caos con el devastador terremoto de la noche del 16 de agosto de 1906. En medio de la llovizna de aquel día domingo ya oscuro, a las 7: 58 de la tarde, rugió la tierra y todo se sacudió con inusitada fuerza. Fue un minuto y medio de horror, seguido de varias réplicas, entre ellas una de 20 segundos, a las 8:07 que se dijo fue peor que el terremoto. El Director del Observatorio Meteorológico de Santiago, el Sr. Kranhass, describió así el terremoto: “… principió bruscamente a las 19 horas, 58 minutos, 36 segundos, sin ruido previo y con una fuerte oscilación de norte a sur. La amplitud de las oscilaciones aumentó progresivamente hasta alcanzar los 10 cms., y su período era de 5 a 6 oscilaciones simples por segundo. A cada cambio de sentido se sentía un sordo retumbar subterráneo. Estas grandes oscilaciones duraron hasta las 20 horas… en que hubo una calma relativa, reanudándose nuevamente a las 20 horas, 7 minutos, 26 segundos sin ruido previo y durante 20 segundos de duración… El epicentro del fenómeno estuvo situado entre Limache y Valparaíso; en toda esta región los movimientos fueron verticales e irradiaron en forma ondulatoria el resto del país10. Aquietada la tierra, y entre el humo de los incendios y la polvareda levantada por los derrumbes, pudo evaluarse el daño. La peor parte se la llevó la ciudad de abajo, que se desplomó, a excepción de las edificaciones en las calles pegadas a los cerros como Prat, Esmeralda y Condell, vereda sur. Pero lo que no fue destruido por el sismo, se convirtió en cenizas por los incendios que estallaron en 39 puntos diferentes, por volcamiento de cocinas y rotura de las cañerías de gas11. La prensa describió la ciudad ardiendo: “todo el fragor de los incendios, el estridor de las llamas… los estadillos de las maderas que saltaban en la inmensa hoguera, la crepitación de los mil objetos devorados por el fuego y el trueno sordo de los muros que se desplomaban sacudiendo la tierra… En el Almendral… los incendios abrazaban ambos lados de las 9

Ley de Transformación de Valparaíso, Santiago, 6 de diciembre de 1876, en: Recopilación de leyes, ordenanzas, reglamentos y demás disposiciones vigentes en el territorio municipal de Valparaíso sobre la administración local, Valparaíso, Babra y Ca. Impresores, 1902. 10 Urbina Burgos, Rodolfo: Valparaíso, auge y ocaso del viejo “Pancho”, 1830-1930, Editorial Puntángeles, Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, 1999, p. 382. 11 Ibídem, p. 383.

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calles, y las llamas, reuniéndose en la altura, formaban inmensas bóvedas de fuego, túneles de llamas bajo las cuales se caldeaba el pavimento…”12. Este último sector, el Almendral, fue el que sufrió la mayor destrucción. Fue un espectáculo dantesco. Desde la Plaza Aníbal Pinto hasta las Delicias el fuego consumió 41 manzanas y dejó un saldo de 3.882 muertos y 20.000 heridos en una población de 163.000 habitantes13. El 8 de abril de ese mismo año su competidora San Francisco había sido destruida también por un terremoto, ambas situadas en la costa más inestable del planeta. La sectorización del derrumbe de las viviendas populares era evidente ya antes de los incendios: los ranchos, fundamentalmente serranos, resistieron mucho mejor al impacto que los conventillos del plan, levantados sobre terrenos menos consistentes. Los porteños que perdieron sus viviendas - unos 60.000, entre ricos y pobres convirtieron las plazas y lugares abiertos en un enorme campamento, copado de carpas y toldos. Pronto se comenzaron a construir barracones de emergencia. Improvisados campamentos se instalaron en los sectores periféricos, como el de Las Habas, conformado por una ladera de Playa Ancha frente al mar, y vecino al lugar donde los carretones de la Policía Urbana depositaban las basuras14. El derrumbe de edificaciones y el desmoronamiento de ranchos por deslizamiento de laderas de cerro aumentaron la presión sobre los pocos conventillos que lograron mantenerse en pie15. Otras edificaciones dañadas, pero sobrevivientes, quedaron disponibles al ser abandonadas por algunos vecinos porteños, que se fueron a refugiar en la más holgada Viña del Mar16. Éstos, y otros individuos, de marcado espíritu comercial, entregaron sus antiguas casas a la por entonces vieja práctica de la subdivisión y alquiler por el sistema de cuartos. En la necesidad se vio la oportunidad para un negocio lucrativo: subieron los precios del alquiler mensual y nada se pudo hacer para evitarlo. Siete meses después del terremoto había constancia del “alza del valor de la propiedad y la subida de los arriendos en más de un ciento por ciento”17. En los años posteriores al sismo era universalmente reconocido el adjetivo usurero para los dueños de conventillos. La Defensa Obrera se refería a ellos como “burgueses

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En: Rodríguez Rozas, Alfredo y Carlos Gajardo Cruzat: La catástrofe del 16 de agosto de 1906 en la república de Chile, Impr., Lit. y encuadernación Barcelona, Santiago, 1906, p. 77 y 78. 13 Ibídem, p. 387-388 14 Archivo Municipal de Valparaíso (AMV), Vol. 270, Alcaldía Municipal, Nº 118, 1916. 15 Urbina, María Ximena: “El impacto del terremoto de 1906 en las viviendas populares de Valparaíso: una síntesis”, Revista CA, Ciudad y Arquitectura, Nº 126, Colegio de Arquitectos de Chile, agosto del 2006. 16 Véase: Cáceres, Gonzalo, Francisco Sabatini y Rodrigo Booth: “La suburbanización de Valparaíso y el origen de Viña del Mar: entre la villa balnearia y el suburbio del ferrocarril (1870-1910)”, en: Pastoriza, Elisa (ed.), Las puertas al mar. Consumo, ocio y política en Mar del Plata, Montevideo y Viña del Mar, Buenos Aires, Biblos-UNMdP, 2002, p. 33-49. 17 El Mercurio, Valparaíso, 14 de marzo de 1907.

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judaicos”18. La alta demanda de habitaciones y la escasez de cuartos hizo que se llegara al extremo de cobrar cifras que se consideraban increíbles, y a discriminar el tipo de arrendatario, negándose muchos a alquilar cuartos a familias con niños, como lo denunció la Revista de la Habitación en 192119. La especulación con la vivienda afectó también al sistema de arriendo “a piso”, que era el más seguro. Pero se pagaba caro por el arriendo en una propiedad privada de corto sitio o patio para levantar una choza con escombros del terremoto, cuando las carpas comenzaban a ser erradicadas de las plazas y avenidas. El Director de Sanidad de la Municipalidad porteña describía así los ranchos que proliferaron como soluciones al terremoto y que se fueron perpetuando: “sobre los techos de zinc, muchas de cuyas planchas están sujetas sólo por piedras o ladrillos, se ven canastos, trapos, gangochos, jaulas, madera y fierro viejo…”20. Dos meses después de la destrucción de la ciudad, las autoridades municipales decretaban para el desalojo de las familias establecidas en los campamentos de emergencia en la Plaza de la Victoria21, y en la Avenida Brasil, entre las Delicias y Merced. Los afectados se quejaban formalmente ante la autoridad, porque “además de la escasez de casas, tropezamos - escribían - con el grave inconveniente de no poder pagar los subidos cánones de arrendamiento que exigen los propietarios”22. La erradicación fue lenta, lo mismo los desalojos que la Dirección de Obras Municipales determinaba realizar por riesgo de derrumbe. Los arrendatarios se negaban a marcharse ¿dónde iban a dormir?, mientras los propietarios procuraban mantener sus casas dañadas y alquiladas, perpetuando el negocio. Tampoco realizaban las reparaciones ordenadas. Transcurridos ocho meses desde el terremoto, la revista Zig-Zag aseguraba, ilustrando con fotografías, que aún había más de 50.000 personas que seguían “pereciendo (sic) bajo la techumbre carcomida y entre las murallas escuetas de unos miserables conventillos”, por no poder abandonarlos23. Y casi ninguna fiscalización se llevaba a cabo en los sectores serranos de ranchos, ¿cómo examinarlos o prohibir su habitación, si eran casi inaccesibles?. Se optó por la responsabilidad individual donde cada uno asumía su propio riesgo. Los conventillos llamaban mas la atención por estar en el plan, ser colectivos, pero sucios, y estar en vecindad con casas formales y edificios públicos y comerciales. 18

La Defensa Obrera, Valparaíso, 5 de septiembre de 1914. Revista de la Habitación, Año I, Nº 9, Santiago, julio de 1921, citando al periódico La Unión de Valparaíso. 20 AMV, Vol. 121, Nº 679d, nota de la Dirección de Sanidad al Alcalde, 14 de noviembre de 1906. 21 AMV, Vol. 121, Decreto Municipal Nº 835, 12 de octubre de 1906. 22 AMV, Vol. 121, Carta al alcalde de un grupo de personas refugiadas en carpas, 19 de noviembre de 1906. 23 Revista Zig-Zag, Nº 112, 14 de abril de 1907, artículo titulado “Las habitaciones de los cerros en la actualidad”. 19

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A pesar del panorama de destrucción, el puerto no perdió su atractivo. Seguían llegando nuevos contingentes de inmigrantes. En abril de 1907, por ejemplo, llegó el vapor Orita, con 300 inmigrantes europeos, ¿dónde dormirían, si habían caído casas y posadas? El Mercurio informaba que pernoctaban “a toda intemperie en pleno patio, esperando que algún remunerador trabajo les permita costearse mejor habitación”24. La presión sobre la vivienda continuó hasta los años veinte. La tugurización se extendió por efectos del terremoto. Ello trajo consigo alarma social ante los problemas de salubridad en los sectores urbanos decadentes, el “higienismo” del que se hablaba desde fines del siglo XIX. Esto derivó desde 1906 en un tema que comprometió a las autoridades y a la opinión pública de los sectores privilegiados de la ciudad. La razón: cundieron las epidemias en una ciudad en ruinas y hacinada, y la mirada se centró especialmente en los conventillos, vistos como el origen de todos los males físicos y sociales. Los inspectores de la Policía Urbana debían controlar el estado de la construcción y la sanidad, pero según la documentación existente en el Archivo Municipal de Valparaíso, los propietarios no cumplían con los requisitos mínimos que contemplaba la Ordenanza Municipal que en 1892 se había dictado sobre Higiene de Conventillos, como consecuencia de las epidemias de viruela de 1886 y la de cólera del año siguiente. Se les había estigmatizado, y sobre todo cuando la situación se agravó por el devastador terremoto. En los conventillos abundaba el alcoholismo, la violencia y las ofensas a la moral. Todo lo negativo de Valparaíso parecía tener su centro allí. El inspector de la Oficina del Trabajo resume, en 1911, cómo se veía una relación directa entre pobreza material y pobreza espiritual”: los niños tenían “rostros pálidos y macilentos cuyo aspecto daba muestras evidentes de una avanzada degeneración física y moral que, unida a las miserables condiciones de vida, los coloca en una situación especialmente propicia para recibir las influencias de todas las enfermedades y de todos los vicios”25. Además del riesgo a la salud, muchos de estos conventillos que se habían mantenido en pie amenazaban con caer y los vecinos estaban alarmados. En síntesis, el terremoto de 1906 destruyó gran parte de los conventillos, y en menor medida, los ranchos de los cerros. La reconstrucción y renovación urbana de Valparaíso, que fue notable, incluyó la rectificación de calles y la construcción del Almendral con la ordenación de la traza urbana según proyecto de Alejandro Bertrand, diferenció más a los barrios de ricos respecto de pobres, y que antes del sismo

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El Mercurio, Valparaíso, 10 de abril de 1907. “Informe del Inspector de la Oficina del Trabajo sobre las condiciones de vida en los conventillos de Valparaíso”, en: Boletín de la Oficina del Trabajo, Nº 2, 1911, p. 14. 25

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estaban arbitrariamente repartidos en diversas calles de los tres sectores urbanos. Después, el costo del arriendo de habitaciones y “a piso” variaba según sector. Muchos tugurios y ranchos fueron erradicados del Almendral y del plan del puerto, y relegados a los cerros y a sus pies, como la Av. de las Delicias y calle Colón. A partir de entonces, el problema habitacional se intentó solucionar por dos vías, ambas privadas: la colonización de las partes cada vez más altas de los cerros, y construcción de viviendas nuevas que reemplazaron a las ruinosas. El efecto destructor del terremoto dio pie a que se generalizara entre las autoridades la idea de que la solución al “problema conventillo” no era higienizar, sino construir viviendas nuevas para “los obreros”, (así se les llamaba, “habitaciones para obreros”), cercanas a las fuentes de trabajo y a precios alcanzables, que marcarán las décadas siguientes. Sin embargo, casi no se advierten casos de “cités higiénicos”, lo que fue la solución en Santiago26. En cambio, sí se advierten nuevas casas particulares, progresivamente mejor construidas en todos los cerros. Estos se hicieron accesibles por medio de ascensores que comenzaron a instalarse desde 1900: el Panteón en 1900; El Peral y Reina Victoria en 1902; el Mariposa en 1904; el Arrayán y Esmeralda en 1905; el Florida, Barón y Villaseca en 1906, etc. También, el sistema de provisión de las aguas del embalse Peñuelas contemplaba el abastecimiento de los cerros, desde 1903. En 1907 se autorizó a los tranvías de Playa Ancha su desviación hacia el Camino de Cintura, lo que indica que para entonces había allí un núcleo importante de población, comparable, a su vez, al del cerro Barón, residencia de los trabajadores ferroviarios. La solución fue individual, pero la ciudad proveyó la necesaria infraestructura para la colonización de los cerros, incluso mas arriba del Camino Cintura.

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Véase a Ortega, Oscar: “El cité en el origen de la vivienda chilena”, en: CA, Revista del Colegio de Arquitectos de Chile, Nº 41, 1985.

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