El tejido de la vida: rimuwaka y la creación de la humanidad.

June 19, 2017 | Autor: Ana Paula Pintado | Categoría: Anthropology, Art History, Art, Anthropology of Religion, TARAHUMARA RARAMURI
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Descripción

El tejido de la vida: rimuwaka y la creación de la humanidad

EL TEJIDO DE LA VIDA: RIMUWAKA Y LA CREACIÓN DE LA HUMANIDAD

Ana Paula Pintado

Para los ralámuli,1 tejer no es únicamente un placer creativo, sino también un espacio donde se expresan con gran libertad nociones complejas de los saberes ancestrales. La creación artística o artesanal nos abre una ventana a una faceta trascendental del pensamiento, en este caso, el de los ralámuli, aquel que la Colonia intentó desaparecer para sustituirlo por el pensamiento católico. Con ello cabe aclarar que no es un conocimiento exclusivamente prehispánico sino también tiene elementos adquiridos durante y después de la Colonia. La creación material es un reflejo de la vida de cualquier ser humano y, en el caso de los ralámuli, por medio de sus fajas y sus cobijas, hilan su historia porque van entretejiendo su experiencia, lo observado a lo largo de su existencia, lo expresado por sus abuelos y sus padres y lo heredado por sus antepasados. El proceso creativo es el origen de todas las cosas, es la semilla del pensamiento; los ralámuli adquieren su conocimiento mediante la contemplación; por ejemplo, desde muy pequeños, los niños tarahumaras aprenden observando mientras realizan alguna labor, como pastar las chivas. Durante largos paseos memorizan los colores e identifican no únicamente los nombres de las plantas, sino su uso. La relación con la naturaleza 2 es de día a día y se aprende de ella usando los cinco sentidos;

1 El etnónimo “ralámuli”, escrito con dos líquidas retroflejas [l] se acerca más al sonido de la palabra pronunciada por los ralámuli de la barranca. Es por ello que en este ensayo se usará ralámuli en vez de rarámuri, porque es la característica de la pronunciación de los tarahumaras de la barranca. 2 No existe un vocablo tarahumara que pueda traducir nuestro concepto occidental de naturaleza, porque no hay tal distinción entre naturaleza y cultura. Ambas forman parte de un todo; de hecho, los tarahumaras no creen que son dueños de la naturaleza, sino que ella es su dueña.

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esta es la guía espiritual por excelencia y el camino que se ha de seguir para cualquier proceso. Todo elemento de expresión se relaciona con el entorno en el que vive el tarahumara, de tal manera que el textil es reflejo de aquel. Es así como el proceso de elaboración de una pieza comprende una serie de conocimientos que no remiten solo a la técnica usada, sino también a esa intrínseca relación con su entorno. Tanto para los ralámuli como para muchos pueblos del mundo, la labor de tejer, como otros trabajos manuales, ha sido aprendida de generación en generación. Sin embargo, dicho conocimiento no se remite en exclusiva a la elaboración técnica, sino también al significado cosmogónico que tiene la acción de tejer e inclusive la representatividad del hilo. El objetivo de este trabajo es hablar de los hilos imaginarios que tienen los ralámuli en las extremidades del cuerpo y, sobre todo, de aquellos que salen de la mollera, y cómo esto se puede relacionar con la acción de tejer, además de los símbolos plasmados en los tejidos.

Los hilos en otras culturas Esos hilos que no se ven, y de los que únicamente se tiene la convicción de que están allí, en las extremidades del cuerpo, no son exclusivos de los ralámuli. Por ejemplo, los nahuas del mundo prehispánico hablaban de ellos. Se trataba de una característica del tonalli, la fuerza vital, la entidad anímica que vinculaba el tiempo mítico con el orden calendárico, el cual penetraba en el transcurso de los hombres. Asimismo, era la fuente de energía que a los niños se les introducía por medio de un ritual y lo que uniría al hombre con el cosmos (Aguirre Beltrán apud López Austin 1996: 225). Se trataba de un vínculo personal con los dioses y se concebía de forma material, aunque invisible y, semejante al hilo de los ralámuli, salía de la cabeza del individuo. Pasar sobre la cabeza de alguien era una ofensa; proteger la cabeza era salvaguardar el nombre, la fama y la suerte del individuo. Inclusive, no se podía saltar por encima de las personas ante la posibilidad de que se enredaran sus hilos; esta era una ofensa muy grande, y, al contrario de lo que ocurre entre los ralámuli, era peligroso el corte de cabellos en la parte posterior de la cabeza porque se propiciaba la salida del tonalli (López Austin 1996: 90

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239). La definición que hace López Austin de estos hilos nos remite, en partes, al rimuwaka, sobre todo en su forma (hilo/hilos) y la relación con el mundo de los antepasados. Sin embargo, entre los hilos de los nahuas prehispánicos y los de los ralámuli de la barranca contemporáneos hay diferencias sustanciales que sobresalen por su franca oposición. Al contrario de los ralámuli, los nahuas no se cortaban los hilos, lo cual no sucede en el caso de los ralámuli barranqueños, pues la presencia de los hilos debilita a las fuerzas vitales o alewá del ralámuli, en cambio, el hilo nahua constituía en sí mismo el tonalli, es decir, la fuerza vital. Cabe mencionar que tanto la mujer como el hombre tarahumara tienen gran variedad de fuerzas vitales; unas pequeñas, que se encuentran en las articulaciones de todo el cuerpo, y las “grandes”, cuatro en el caso de ellas y tres en ellos. Estas fuerzas vitales se encuentran localizadas en el área del pecho, según nos han indicado los ralámuli de la barranca. Con un significado parecido al que le daban los nahuas prehispánicos, para los mexicaneros de Durango contemporáneo la enfermedad y la muerte se manifiestan en un hilo de lana negra que se debe cortar y quemar, lo que remite al sacrificio como condición primera de toda vida. En los rituales de muerte, el chamán ata a cada uno de los familiares del difunto, primero con hilo negro y después con hilo blanco. El hilo negro y quemado representa el alma del difunto, la que se irá de entre los vivos para evitarles enfermedades o pérdidas; el hilo blanco representa la vida y la reproducción de los miembros del linaje. En la expresión náhuatl de los mexicaneros: titailpi, ‘atamos’, se busca el equilibrio de la vida; en cambio, tomokotonal, ‘nos trozamos’, significa el desequilibrio de la humanidad. Ambos sintetizan la visión de la existencia (Alvarado Solís 2007: 13, 43). Nuevamente, al contrario de los ralámuli, al “trozar” los hilos se desequilibra la vida en la tierra. Pero los hilos no se encuentran únicamente en las culturas mexicanas, sino en el mundo entero. En la mitología universal aparece con frecuencia la imagen del hilo o la cuerda. A veces, el hilo se concibe metafóricamente y se le correlaciona con la vida, la cual se desarrolla a semejanza de la hiladura del hilo. Por ejemplo, en la mitología griega la vida humana está en poder de las Moiras (Μοιραι), las diosas del destino. Sus equivalentes en la mitología romana eran las Parcas o Fatas; en la mitología nórdica, las Nornas; y en la región báltica del norte de Europa era la diosa Laima y sus dos hermanas, Kārta y Dēkla. La palabra griega Moira significa ‘parte’ o ‘porción’, la porción de vida o destino de 91

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uno. Las Moiras controlaban el “hilo de la vida” de cada persona, desde su nacimiento hasta su muerte. Sus nombres eran Cloto (Κλωθω´ , ‘hilandera’), porque hilaba la hebra de la vida desde una rueca hasta su uso, y su equivalente romana era Nona (Novena), diosa invocada al noveno mes de gestación; Láquesis (Λa´.χεσις, ‘la que echa a suertes’), medía el hilo de la vida de cada persona y su equivalente romana era Décima; Átropos (Ἄτροπος, ‘inexorable’ o ‘inevitable’; literalmente, ‘que no gira’; a veces llamada Aisa) era quien cortaba el hilo de la vida, elegía la forma en la que moría cada persona y, cuando su tiempo llegaba, cortaba la hebra con “sus detestables tijeras”, su equivalente romana era Mors (‘Muerte’) (Toporov, Ivanov, Meletinski 2002: 213). Las Moiras se aparecían tres noches después del nacimiento de un niño para determinar el curso de su vida. La Ilíada de Homero habla generalmente de la Moira, que hila la hebra de la vida para los hombres en su nacimiento. En la Odisea hay una referencia a las hilanderas. En Delfos se reverenciaba a las Parcas del Nacimiento y la Muerte. Se las representaba como tres mujeres de aspecto severo: Cloto, con una rueca; Láquesis, con una pluma o un mundo; y Átropos, con una balanza. La representación más comúnmente usada era la de tres viejas hilanderas o unas doncellas melancólicas (2002: 213). En la mitología rusa, la palabra verv’ denominaba la cuerda, algo torcido; y además, a la comunidad. Asimismo, a Mokoshi, diosa de la mitología eslava oriental, se le representaba como una mujer con gran cabeza y largas manos que hilaba por la noche en una cabaña. Tipológicamente afín a las Moiras griegas, existen en la mitología universal las Nornas germanas, que hilan el destino; de igual forma, las diosas hilanderas hititas del mundo subterráneo (2002: 213). La combinación de dos acciones (la hilatura y la tejeduría) y los dos resultados (hilo y tejido) se reflejan en el mito griego de Aracné, transformada por Atenea en una araña que, al mismo tiempo que hila, teje la telaraña. Ambos procesos son realizados por el “tejedor celeste” que crea el tejido e hila el hilo cósmico. También existen imágenes del filósofo griego Anaxímenes (585 a.C.-524 a.C.) de la tierra como fieltro e ideas sobre el entrelazamiento de la tierra y el cielo. Asimismo, en Platón, el orden cósmico se explica como resultado de la acción del huso puesto en movimiento por la Necesidad: Ananké (la rueca como imagen de ombligo cósmico, del vientre femenino) (2002: 213). 92

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La noción del hilo nos remite al significado de la vida y al desarrollo espiritual, como es el caso de los sūtras, los discursos que se usan en las religiones orientales (como la hinduista y la budista) y constituyen las enseñanzas para la iluminación. Dicha palabra se traduce como ‘hilo’ o ‘cuerda’ (Mizuno 1982). Asimismo, en el marco del hinduismo, las castas superiores, como los brahamanes, es decir, los sacerdotes de la religión hinduista, traen del lado izquierdo del hombro un hilo o cordón sagrado llamado upavīta, que expresa los cuatro estados que experimenta el alma: vigilia, sueño, sueño profundo (sin soñar) y conocimiento de Dios (Karpatri 1979). Una definición que, como se verá en este trabajo, sorprende por su parecido con la idea del hilo ralámuli. Salvo los ralámuli, encontramos que en todos los casos los hilos que nacen en la mollera no deben cortarse porque son elementos trascendentales para vivir en la Tierra. No sabemos por qué el caso de los ralámuli se opone al ejemplo nahua y al resto de los ejemplos expuestos aquí; sin embargo, resulta ilustrativo observar que el significado que se le da a los hilos tiene que ver con el concepto de humanidad, es decir, dentro del pensamiento ralámuli, ser ralámuli (humano) significa vivir en la Tierra, tener un cuerpo, fuerzas vitales y cumplir las reglas dentro de una comunidad (más adelante se desarrollará este tema). En todos los ejemplos mencionados el hilo se relaciona con la iluminación espiritual, entendida como la búsqueda de la fortaleza física y emocional para vivir en la Tierra.

Los hilos y el cuerpo del ralámuli Para los ralámuli, el cuerpo tiene hilos en sus extremidades (brazos, piernas y cabeza); de ellos, los que salen de la mollera, rimuwaka, conectan con el otro mundo, es decir, el mundo de los antepasados. Paradójicamente, este hilo (o hilos, porque también se refieren a ellos como si fueran un conjunto) debe “trozarse” –expresión que usan los ralámuli en español– por medio de un ritual3 que se debe realizar por lo menos 3 Cabe aclarar aquí que no se trata de un aspecto “mágico”, como lo catalogaríamos quienes usamos el pensamiento cartesiano; más bien se trata de una manifestación natural, tal como se poda un árbol para que crezca sano y fuerte. Para el ralámuli, lo mágico es parte de todo lo que sucede en la naturaleza, como menciona Cassirer recordando a Frazer: “[…]

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una vez al año porque, como si fuera una mata silvestre que crece en la milpa, debe cortarse para que crezca frondosa. De igual manera, los hilos deberán trozarse para que el ralámuli viva una vida fuerte, jiwela, y feliz, kanili, en la tierra. Antes que nada debemos explicar un poco el ritual que troza los hilos y, de manera paralela, hablaremos de otro que se realiza siempre junto al del rimuwaka.4 Se trata del romilala, ritual que tiene la tarea de juntar las articulaciones del cuerpo. Ambos se llevan a cabo regularmente desde el nacimiento del ralámuli hasta su muerte. La primera vez que se realizan estas curaciones es a los tres días de que una persona haya nacido si es hombre, y a los cuatro si es mujer, porque –como ya se mencionó– la mujer tiene cuatro fuerzas vitales, o alewá; y el hombre, tres. Tres o cuatro días después de haber nacido el ralámuli, el owilúame, o el curandero soñará el nombre que se le pondrá al bebé y se reunirá con la familia del recién nacido para celebrar los primeros rituales de su vida, el rimuwaka y el rimulala. El recién nacido aún no tiene sus alewá; es únicamente un cuerpo que requiere de un curandero para introducir las fuerzas vitales y convertirse en ralámuli; es decir, en un humano que vive en la tierra, en una persona o una “gente”, como dirían los ralámuli al referirse a la traducción de su etnónimo. Mientras el owilúame menciona el nombre del bebé, inserta en el cuerpo las alewá del recién nacido. Los ralámuli de la barranca usan el vocablo nombre como sinónimo de alewá. Cuando preguntamos: ¿Kipú alewá bilé rijoi teke? (‘¿Cuántas alewá tiene un hombre?’), Valentín respondió: Rijoi bakíá riwéame5 (‘El hombre tiene tres nombradas’). El vocablo riwéame se traduce literalmente como ‘nombrar’, lo que da pauta para entender que, al el curso de la naturaleza no está determinado por las pasiones sino por la operación de leyes que actúan mecánicamente [por ello] la magia representa una fe implícita, pero real y firme, en el orden y la uniformidad de la naturaleza” (Cassirer 1989: 118). Tanto el ritual de trozar los hilos como cualquier otro se encuentran en el mismo plano de la realidad que la lluvia que moja la milpa y hace crecer el maíz y el frijol (Pintado 2008: 197). 4 Muchos ejemplos que se usarán a lo largo de este ensayo fueron retomados de la tesis doctoral: “Los hijos de Riosi y Riablo: fiestas grandes y resistencia cultural en una comunidad tarahumara de la barranca” de Ana Paula Pintado Cortina (2008). Esta investigación se realizó en una comunidad tarahumara de la barranca cuyos habitantes se llaman a sí mismos ralámuli, y hablan una de las seis variantes dialectales que se encuentran en la región de la Sierra Tarahumara. 5 Riwá, (sust.) ‘nombre’; riwé, (verbo) ‘tener nombre’; riwéame, (participio) ‘nombrado’. 94

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introducir las alewá al cuerpo, le dan su esencia al ralámuli. Es decir, es un acto en el cual, por un lado, le están dando al cuerpo su energía vital, sus alewá; y por otro, estas se humanizan al entrar al cuerpo de la persona. El cuerpo se llena de vitalidad y las alewá ingresan al mundo terrenal por medio del nombre que se les da. Así, en este acto conjunto, se le concede al recién nacido su esencia, su humanidad (Pintado 2008: 206). La conjunción del cuerpo con las alewá y el nátali 6 o pensamiento dan como resultado el humano, la persona, la “gente”, es decir, el ralámuli.7 El curandero o owilúame, personificando a onolúame (deidad o deidades), le da las alewá al recién nacido, al mismo tiempo que corta el hilo y junta las articulaciones del cuerpo del bebé. La acción de cortar representa que el niño ya no pertenece al mundo del origen sino al mundo terrenal. El curandero forma, por medio del soplo, las pequeñas alewá del bebé (Marcilia Catarino, 2006 comunicación personal): con una vela encendida santiguará su pequeño cuerpo, comenzando por el lugar donde habitarán las grandes fuerzas vitales, entre el pecho y la boca del estómago, lugar llamado sulá 8 (Figuras 1 y 1.1); y si es mujer, pasará la vela por su vientre, luego por los hombros y las articulaciones de los brazos, manos y piernas, donde se encuentran las alewá chiquitas. Finalmente llegará a la mochógola, donde está el rimuwaka o coronilla, lugar de los hilos que conectan al mundo de los antepasados. 6 El nátali es un concepto de gran complejidad y, hasta donde sabemos, constituye el camino andado, las tradiciones, el pensamiento comunitario y a la vez individual. Es la conciencia colectiva, el contacto con el mundo terrenal, la capacidad del individuo de manejarse en la comunidad, la sociabilidad, el carácter, la inteligencia, lo ético, el que permite reconocer las normas de la comunidad y ponderarlas. En suma, es la sabiduría ralámuli reflejándose en la conducta y la voluntad, tiene vida propia y provoca estados anímicos y de conciencia que afectan directamente a las alewá. Alewá y nátali son indisociables en el mundo terrenal y, junto con el cuerpo, forman una unidad que siempre está en peligro de dispersarse. 7 Hoy en día se habla del “concepto de persona” o de humanidad: ¿Qué es lo humano entre las sociedades tradicionales? Esto ha sido desarrollado por postestructuralistas como Viveiros de Castro, quien habla de una unidad espiritual entre todos los “humanos” y algunos animales (1998: 470-471). Esto podría aplicarse al concepto de ralámuli, pero aquí todos los animales, en un origen, fueron ralámuli; sin embargo, por decisión propia, se cambiaron a otros cuerpos al no querer trabajar tanto como un ralámuli. Es decir, en burros para únicamente cargar, o en ratones para robar y no trabajar (Pintado 2008: 260). 8 Sulá se refiere al corazón y al pecho (Valentín Catarino 2006, comunicación personal), por lo que entendemos que el sulá es donde se encuentra la fuerza vital.

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Figura 1 y Figura 1.1. Localización de sulá, rimuwaka y mochógola

Además de la vela encendida, el curandero toma una cruz mojada con tesgüino, la bebida de maíz fermentada usada en los rituales; es aquí donde comienza la acción de “juntar las articulaciones”, el romilala. Aquí se repite la acción anterior, pero esta vez tocando el cuerpo y mojándolo con esta bebida embriagante. Habiendo realizado esto, se efectúa la curación, que consiste en chamuscar, kosama, algunos de los delgados cabellos de la coronilla del pequeño, igual que como se hace 96

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con los adultos, con tres olotes quemados en el sahumador. Al chamuscar algunos cabellos del bebé, se están cortando aquellos hilos que los ralámuli no quieren dejar crecer, el rimuwaka. En otras regiones de la sierra, como en la región de Cumbres (en la parte central de la Sierra Tarahumara), en el municipio de Bocoyna, esta curación se llama morema, escrito también como molema (ahumar). Se hace una ofrenda donde se prende fuego con ramas de táscate o enebro, que producen un espeso humo. El owilúame sostiene al niño un momento, y con un cuchillo, sin tocarlo, le hace una cruz en el pecho (Robles 1994: 69). En Munérachi, comunidad vecina de Potrero, se emplea un cuchillo para cortar imaginariamente los hilos que conectan al cielo. Pastron (1977: 127) relata que se le da una cucharadita de tesgüino al bebé, después se le echa el humo de cuatro olotes encendidos, los cuales se usarán también para cortar los hilos que lo conectan al cielo (Figura 2). En el caso de la curación de las articulaciones o romilala, esta consiste en mantener el cuerpo junto, de una forma unida, acción que tiene como objetivo fortalecerlo. Ahora bien, ¿cómo se traduce rimuwaka? La primera vez que se realiza esta curación se le denomina pagoma rimuwaka, que traducida literalmente sería ‘lavar trozar sueños’. El término pagó lo adecuaron los jesuitas cuando llegaron a fundar las misiones para incluir al bautizo católico en la tradición ralámuli, usando un término relacionado con lavar. Con el paso de los años, los ralámuli lo retomaron para denominar la primera vez que se realiza esta curación (rimuwaka), como su propio ritual de iniciación en la vida de un bebé –además del bautizo católico al cual le llaman pagoma–.9 El término rimuwaka se ha entendido como ‘cortar sueño de mal agüero’ o ‘corte del mal’. En la región Cumbre se traduce también como ‘quemar la maldad’ (Palma Aguirre 2002: 51-53): Mucho antes, cuando todavía no existían los curas, en nuestras tierras era la forma de que nos bautizáramos; todavía ahora, aparte del bautizo de la Iglesia, conservamos la “quema”. Consiste en que el curandero pasa por Si este niño se bautiza además por la Iglesia católica, entonces usará su primer nombre (el nativo) dentro de su comunidad, es decir, dentro de sus redes de parentesco; y el otro, el católico, en el mundo chabochi (mestizo). Véase también Frances Slaney (1997). 9

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Figura 2. Curandero quemando los hilos que conectan al cielo

Fuente: Pintado 2008.

los cuatro puntos cardinales que representa la lumbre, y después le pone un nombre al niño.

A partir del momento de la curación, y a lo largo de la vida del nuevo ralámuli, el owilúame cuidará sus sueños. Y también a lo largo de su vida se realizarán fiestas de curación, donde se sacrificará un chivo, se hará tesgüino y se invitará a la familia, vecinos y amigos a la celebración. Durante su niñez, le tendrán que realizar tres fiestas si es niño, y cuatro en caso de que sea niña. Se observa que en casi todas las traducciones que hemos expuesto se usa el concepto del ‘mal’; sin embargo, no son precisas porque en lengua ralámuli no existe una la palabra que defina lo malo o la maldad (Leopoldo Valiñas, comunicación personal). En este sentido, hemos concluido que para los ralámuli el significado de rimuwaka sería ‘los hilos que conectan arriba y que se cortan para 98

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evitar que caigan los rayos’. Asimismo, al cortar los hilos que salen de la mollera se rompe con todo lo negativo que pueda ocurrir en la tierra y se abre la posibilidad hacia una relación con la vida positiva, llena de fuerza, jiwela. Además, como al trozar los hilos se adquiere mucha fuerza, el ralámuli será capaz de manipular los sueños conforme a lo que desea la persona y evitará que los antepasados entren en ellos. Se trata de adquirir la fuerza suficiente para que, cuando se sueñe, se sueñe semáti, ‘bonito’, y con ‘fuerza’, jiwela. Los ralámuli dicen que al cortarse los hilos no les caerán rayos sobre la cabeza; estos se relacionan con los chubascos, las serpientes y, finalmente, el mundo de los antepasados, el mundo que amenaza a la vida terrenal. Al cortar esos hilos se están protegiendo de todo lo que se relaciona con el otro mundo. Los sueños se relacionan de manera íntima con el proceso que vive el ralámuli durante toda su vida y, obviamente, con esos hilos que deben cortar. Y es que, por medio del sueño, también confrontan a las personas con las que han tenido problemas en la vida cotidiana. De igual manera, en el viaje onírico se habla con los difuntos, inclusive con aquellos con los que no se resolvieron dificultades cuando aún vivían. Las alewá pueden extraviarse y son los curanderos quienes las buscan. Cuando salen del cuerpo por un susto o un hechizo, el curandero, mediante el sueño, trata de convencerlas para que regresen. También los hechiceros se meten a los sueños de quienes quieren embrujar, con el fin asustarlos para que sus alewá salgan del cuerpo y lo debiliten, ya que sin ellas el cuerpo pierde su vitalidad y se enferma. De igual manera, por medio de los sueños, el curandero puede confrontar al hechicero que enfermó a su paciente, o bien hablar con onolúame (deidades tarahumaras) para que le digan qué nombre ponerle al recién nacido. Al soñar se debe mantener despierto al nátali (‘pensamiento’) para manipular los sueños y ayudar a que quienes viajan en ellos –es decir, las alewá– regresen al cuerpo. Si el ralámuli no es capaz de manipular un sueño, puede caer en situaciones de vulnerabilidad; por ejemplo, si un hechicero entra en el sueño de alguien y no está prevenido, alguna alewá se asustará y se irá lejos. En cambio, si puede manipular el sueño, entonces es capaz de ahuyentar al hechicero, aventándole, por ejemplo, una piedra, y así dejará de molestar (Valentín Catarino 2002, comunicación personal) (Pintado 2008: 210). Si bien los ralámuli dependen de las fuerzas naturales del cosmos y, por tanto, del mundo del los antepasados, estos son seres ambiguos 99

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que pueden ser tramposos; por ello, hay que tener la sabiduría para identificar cuándo están jugando una trampa que tendrá resultados irreparables. Los ralámuli deben vivir y soñar con fuerza y no caer en las triquiñuelas de los antepasados. Al no cortar los hilos, rimuwaka, ni juntar las articulaciones del cuerpo, romilala, se peligra de caer en ellas. Para el ralámuli, la muerte y la vida son dos mundos simultáneos; mientras el ralámuli tenga cuerpo y sangre, buscará vivir en el mundo terrenal; y al mismo tiempo, por medio de sus alewá, viajará hacia el otro mundo siempre y cuando mantenga la fuerza para que ellas regresen al cuerpo. Es decir, las alewá trascienden el mundo terrenal; sin embargo, para vivir en la tierra, deben mantenerse dentro del cuerpo del ralámuli, y este, por medio de su pensamiento o nátali, lucha por mantenerlas dentro. Para ello deben rechazar también la constante amenaza de la tristeza o el miedo. Hay que soñar fuerte porque en el sueño se resuelven aquellas situaciones que causan problemas emocionales en la vida. El bienestar de las alewá dependerá del pensamiento del individuo, porque es mediante este que se controlan las situaciones consideradas peligrosas. Las alewá dependen del pensamiento del ralámuli para vivir. Si la persona ‘no piensa bien’ (ke tasi galá jú nata) y se pone triste (we omona) o asustada (majawá), entonces alguna alewá se irá del cuerpo, el cual se debilitará, se enfermará y morirá. Es inevitable que la acción de juntar las articulaciones y cortar los hilos de los rituales de rimuwaka y romilala nos lleve a la comparación con la elaboración de una faja. El owilúame, al recibir al recién nacido y por medio de dichos rituales, está creando a una persona, además de introducirle sus alewá, cortar los hilos que nacen de la mollera y juntar las articulaciones del cuerpo. La relación del owilúame con el recién nacido puede equipararse a la elaboración de una faja en donde se van entretejiendo los hilos, se juntan con una cuña y se cortan los extremos. Al entretejer los hilos, se deben apretar con fuerza para que estén muy unidos. De igual manera, el cuerpo del ralámuli debe mantener sus articulaciones “juntas” para estar fuertes ante cualquier contratiempo. Según dicen los ralámuli, al no juntar las articulaciones las fuerzas vitales que habitan allí peligran de salir del cuerpo, lo que causa la debilidad que los volcaría a enfermedades casi irreparables. Los hilos salen de todas las articulaciones del cuerpo ralámuli; inclusive va contra la etiqueta 100

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ralámuli brincar a una persona que se encuentra sentada estorbando el paso, pues peligran de enredarse con sus hilos. Los hilos que brotan de la coronilla del ralámuli y los conectan con el mundo de los antepasados representan la emotividad negativa, una unión que es necesario cortar para enfrentar todo suceso terrenal que intimida. Si no, ¿por qué trozar los hilos? Tal como el pararrayos atrae a los rayos, los hilos obstaculizan que el ralámuli tenga una vida plácida en el mundo terrenal, en el mundo humano. Esto no significa que rechacen el mundo de los antepasados pero, mientras estén en la tierra, toda su energía debe estar canalizada en su vida.

Hilos y caminos Uno de los elementos más representados y expresados en la cultura ralámuli son los caminos. No únicamente en los textiles, ollas o bordados, sino también en los mitos, en las leyendas y en los nawésali o discursos de los curanderos ralámuli. Por los caminos pasan la mayor parte de sus vidas, a pesar de que estos sean tan “impertransitables”, como lo había dicho en el siglo xviii el misionero de Concepción de los Tubares, Francisco María Domínguez (apud González Rodríguez 1987: 317).10 El ralámuli transita por ellos largas horas y, muchas veces, en soledad; el ralámuli menciona la dificultad de los caminos; es común escuchar historias de gente que se cae de ellos y se precipita a los barrancos. Los caminos son como redes sociales que unen a la gente de un pueblo11 a otro, de una ranchería12 a otra, de casa en casa, de la milpa a la casa, de la casa a la troje. Un ejemplo claro de la importancia que tienen las veredas se observa en los rituales de muertos, nutelia, donde muchas veces se realizan las danzas del difunto sobre los caminos donde transitó a lo largo de su vida.

Carta escrita al provincial Mateo Anzaldo (1689–1749) el 23 de octubre de 1739. Concepción de Tubares era una visita de la misión de Santo Ángel Custodio de Satevó, al suroeste de la Sierra, en la llamada región misional de Chínipas, al suroeste de la Sierra Tarahumara. 11 Un pueblo o comunidad tarahumara está constituido por un grupo de rancherías que comparten un espacio ceremonial. 12 Una ranchería la conforman un grupo de casas dispersas, que no llegan a ser más de 30. 10

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Todo animal y astro tiene su camino. Tal como una faja, el entrecruzamiento de los caminos (hilos) materializa un elemento tangible: el rancho, la casa, la comunidad. Tal vez por ello y por su dificultad, sus grandes distancias y la soledad que se vive en ellos, el ralámuli ve el camino como una metáfora de la vida. Asimismo, los hilos también son una metáfora de la vida y del cuerpo ralámuli.

Hilos y “humanidad” Como se mencionó al inicio de este ensayo, para algunos pueblos indígenas el tejer es una actividad relacionada con la cosmovisión, como es el caso de los wixarika (huicholes). Para este grupo, dicha actividad fue generada por la Abuela Crecimiento, Takutsi Nakawé, quien creó al mundo tejiendo hilos de estambre sobre dos palitos cruzados que representaban los cuatro rumbos. Hoy en día los wixarika reproducen esa idea por medio del quincunce (la cruz con estambre) (Preuss 1998: 257-258; Lumholtz 1986: 75). El mundo y los cuatro rumbos son a su vez el cosmos, una cruz que señala las fronteras del arriba y del abajo, el camino por donde pasan los astros y el cuerpo humano. Las cruces ralámuli, como cuerpo humano, también nos remiten a la frontera entre el mundo de la tierra y el del origen, es decir, señalan la entrada y la salida de la humanidad (Valiñas, comunicación personal). Todo ello basándonos en la idea de que el mundo, como un quincunce o tortilla (en caso de los ralámuli), está rodeado de agua. También los ralámuli en tiempos de Lumholtz (1986: 75) representaban el quincunce llamándolo wichima. Este viajero se percató de que había uno de estos objetos en un patio ritual ralámuli; se trataba de un rombo hecho de dos varillas en forma de cruz con estambre negro y amarillo, que “[…] cuelgan en la cruz del patio o lo suspenden de una larga varilla que el sacerdote mueve de un lado a otro para alejar cualquier enfermedad” (1986: 208) (Figura 3). Dice este viajero y científico que a estos “ojos de Dios” les llamaban huishima o teyiquee. Thord-Gray describe el objeto en su diccionario y los denomina “ojos de Dios”, expresados en lengua ralámuli como wichima. Según el autor, estos objetos se hacían de madera, de zacate o carrizo, y formaban una pequeña cruz atada por el centro. Sobre esta vara se superponía un cuadrado en forma de abanico u objetos en forma de rombo que usualmente tenían colores como blanco, amarillo, negro 102

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Figura 3. Grabado del wichima ralámuli

Fuente: Lumholtz 1986: 208.

o rojo (1955: 482). La palabra wichima no significa ‘ojo’, sino ‘piel’ o ‘suelo’. A la superficie de la madre tierra el ralámuli le llama wichima; y las rocas son los huesos de la tierra. Por ello, la cruz y el quincunce representan el cuerpo humano y, a su vez, las cruces son la entrada y salida de la humanidad. Pero el cuerpo humano también tiene su entrada y salida. La entrada se encuentra en la mollera y la constituyen los hilos, rimuwaka. Así, observamos que los hilos que crecen sobre la coronilla, tal como sucede con los caminos, son conectores con el otro mundo y deben ser “trozados” o cerrados mientras los humanos se encuentren en la vida terrenal. De igual manera, para entender la importancia del rimuwaka cual entramado de ideas y elementos (como un textil), no se han podido dejar de lado las partes que comprenden el “ser ralámuli”, es decir, su “humanidad”: alewá, nátali, rimuwaka y romilala. Ahora bien, para los ralámuli, el cuerpo tiene hilos por todos lados; sin embargo, únicamente los que nacen de la mollera son los que deben ser cortados. Siguiendo con este orden de ideas, los ralámuli han obtenido de los antepasados el pensamiento, el nátali, para que puedan vivir correctamente en la tierra y, paradójicamente, el canal de comunicación con ellos por medio del cuerpo debe romperse si se quiere vivir con plenitud. Cortar el mundo paralelo significa andar por los caminos de 103

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onolúame en la tierra; ya después vendrá el momento de irse al mundo del origen. Es así como los hilos que crecen en la coronilla son un obstáculo para vivir en la vida terrenal y, al mismo tiempo, la idea de cortarlos nos remite una vez más a la reflexión de los ralámuli en relación con la vida y la muerte. La muerte es para los ralámuli un universo paralelo a la vez que mítico. Es el lugar de los antepasados, los moradores de la noche, los que se transforman en vientos, en serpientes o en mujeres seductoras, es decir, donde la humanidad es inexistente, dejada atrás en la tierra, cuando el cuerpo que portaba las alewá y la nátali se convirtió en tierra y la sangre fue “chupada” por los antepasados. Las fuerzas vitales o alewá son las que le dan vitalidad al cuerpo –este exclusivamente terrenal–, pero son muy inquietas y, como pertenecen al mundo del origen, hay que cuidar que no se vayan por allá.

La cobija ralámuli Un ejemplo claro de la relación entre el tejido y la vida es la cobija ralámuli, kemá. Se trata de un vocablo que se usa también para nombrar a la placenta (Aguilera 2005: 38). La cobija nos protege del frío y la placenta resguarda al feto. En un ritual no faltará que el curandero, al cantar y bailar, se cubra con una cobija. Después de presenciar más de treinta rituales ante el curandero, no cabe la menor duda de que la cobija tiene un significado que va más allá de protegerse del frío, sobre todo cuando se trata de rituales de día, al calor de un sol que puede alcanzar una temperatura de 40°C en verano. El curandero se encuentra sobre un espacio circular, el patio o awílachi, llamado “lugar para bailar”. Dicen los ralámuli que antes únicamente había un pedacito de tierra rodeado de agua, en el cual los antepasados bailaron pascol, y de ese pedazo de tierra poco a poco se fueron formando sierras, valles, planicies y aguajes. Hoy en día, cuando se hace el awílachi, se representan aquellos momentos del origen del ralámuli para propiciar fertilidad y buena ventura. Asimismo, se recrean todos los elementos que constituyen el cosmos, porque forman parte importante de la vida ralámuli, es decir, el sol que calienta, la luna que ilumina de noche, las lluvias benignas que salen del norte, los chubascos que salen del poniente, etcétera. Por ello, en el ritual, el curandero se desplaza conforme al movimiento de los astros 104

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sobre el eje Oriente-Poniente (danza del rutuguli), también comparte su danza con el pascol, baskoli, quienes representan a los chubascos, y se danza el matachine, “matachín”, que manifiestan las lluvias suaves y la danza del rutuguli que imitan el movimiento de las nubes que dan las lluvias sobre el eje Norte-Sur, además de ser el movimiento solsticial. El curandero se comunica con los antepasados por medio de la danza y el canto, es decir, se transporta al origen. Así, al portar la kemá, representa aquellos tiempos cuando todavía no nacían los ralámuli. Es decir, tal como el nonato se protege de la placenta, kemá, el curandero se protege de la cobija, llamada también kemá.

Conclusiones Así como las diosas de la mitología griega, nórdica, báltica, rusa e hitita controlaban el “hilo de la vida” de cada persona desde su nacimiento hasta su muerte –ya sea hilándolo, tejiendo el hilo o cortándolo–, y los brahamanes de la religión hinduista portan un cordón del lado izquierdo del hombro, que expresa los cuatro estados que experimenta el alma: vigilia, sueño, sueño profundo (sin soñar) y conocimiento de Dios; para los ralámuli, cortar los hilos significa seguir el camino de la vida en la tierra. El proceso de la vida, como el de la elaboración de la faja, es creativo y debe seguir reglas precisas. Al igual que al hacer la faja se busca el entrelazamiento y unión de los hilos, el cuerpo adquiere la fuerza indispensable para vivir al mantener juntas las articulaciones del cuerpo y al cortar los hilos de la mollera. La imagen de la faja es reflejo de los caminos de la vida; asimismo, el cuerpo humano tiene sus caminos, y mientras unos deben cortarse, otros deben fortalecerse o juntarse tal como se haría con una faja. Las fajas y cobijas ralámuli son el reflejo de un pensamiento y su elaboración se utiliza como metáfora del proceso que se ha de seguir para llegar al estado espiritual que requiere el ralámuli para vivir.

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