El tapiz de Bayeux, crónica bordada de la invasión normanda de Inglaterra (www.queaprendemoshoy.com [3 de octubre de 2016])

May 28, 2017 | Autor: A. Perez Aguayo | Categoría: Medieval History, Textiles, Medieval Studies, War Studies, Medieval Archaeology, Viking Studies, Viking Age Archaeology, Medieval Art, England, Normans, Alta Edad Media, Artes, Arte, Tapestry, Historia del Arte, Middle Ages, Vikings, Guerra, História da arte, Edad Media, Historia y Teoria del Arte y la Arquitectura, Middle Aged, Poder y territorio en la Plena Edad Media, Medieval History, Vikings, Normans, Normandie, Histoire de la Normandie, Normandy, Romanico, Iconografia Romanica, Normans in Normandy, England, Southern Italy, Arte románico, Bayeux Tapestry, Arte Romanica, Vikingos, Origins of Bayeux Tapestry, Inglaterra, Battle of Hastings, History of NORMANS, The Bayeux Tapestry, Medievo, Bayeux, the Battle of Hastings, Historia de Inglaterra, Normans in England, Tapiz, Tapisserie, Viking Studies, Viking Age Archaeology, Medieval Art, England, Normans, Alta Edad Media, Artes, Arte, Tapestry, Historia del Arte, Middle Ages, Vikings, Guerra, História da arte, Edad Media, Historia y Teoria del Arte y la Arquitectura, Middle Aged, Poder y territorio en la Plena Edad Media, Medieval History, Vikings, Normans, Normandie, Histoire de la Normandie, Normandy, Romanico, Iconografia Romanica, Normans in Normandy, England, Southern Italy, Arte románico, Bayeux Tapestry, Arte Romanica, Vikingos, Origins of Bayeux Tapestry, Inglaterra, Battle of Hastings, History of NORMANS, The Bayeux Tapestry, Medievo, Bayeux, the Battle of Hastings, Historia de Inglaterra, Normans in England, Tapiz, Tapisserie
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Descripción

El tapiz de Bayeux, crónica bordada de la invasión normanda de Inglaterra

Aún recuerdo vívidamente la primera vez que lo vi, hace muchos años, justo al comienzo de Robin Hood, príncipe de los ladrones. Mientras los nombres que conformaban el starring se sucedían, al son de una música de cuerda, viento y percusión que anunciaba el tono épico de la cinta, detrás, como sirviendo de fondo, se proyectaban algunos fragmentos de una copia mala del textil más famoso de la Edad Media, el llamado Tapiz de Bayeux, en el cual se narra con todo lujo de detalles la invasión normanda de Inglaterra y su culmen, la gran batalla de Hastings, que el próximo 14 de octubre cumple 950 años. Sigamos el hilo de su historia bordada…

Anno Domini de 1064. En la primera escena, marcando el inicio narrativo y cronológico, aparece el anciano monarca inglés Eduardo ‘el Confesor’ -de un tamaño mucho más grande que el de sus cortesanos, como corresponde a su dignidad mayestática según la perspectiva jerárquica medieval-, moviendo el índice para comisionar a Harold Godwinson, conde

de Wessex -el mayor y más rico terrateniente de la isla- que acuda a Normandía a fin de nombrar a su duque, Guillermo ‘el Bastardo’ -el primo del rey-, como sucesor a la corona anglosajona. Yes, milord…y allá que va Harold, se embarca en Bosham y los vientos del Canal, por supuesto, desvían su nave hasta las cosas del Paso de Calais. Allí es capturado por el hostil noble local Guy de Ponthieu, quien lo encierra en Beaurain. Pero este hecho pronto llega a oídos del temido normando, el cual exige su liberación y entrega inmediata. Oui, oui, seigneur, faltaría…Tras ello, ambos nobles se encuentran, conferencian en Ruan y ya puestos marchan juntos de campaña. En estas ‘maniobras’, lejos de ser un convidado de piedra, Harold se luce salvando la vida de dos soldados y un agradecido Guillermo -tras llevar a cabo un par de asedios- le honra con el don de una cota de malla.

Al regreso de ambos a Normandía, en Bayeux, tal y como puede verse en una de las escenas más famosas del tapiz -justo a la mitad de la parte conservada-, vemos a Harold realizando un juramento mientras toca con ambas manos sendos relicarios. Los escuetos latines que salpican la tela, en este punto, no especifican lo que prometió, pero cabe suponer, sin mucho riesgo de error, que su lealtad a Guillermo una vez que éste heredase el trono de Inglaterra cuando Eduardo muriera. Y este momento llegó, qué cosas, en la previa al día de Reyes del año 1066. Trono vacante, Hollow Crown. Con su cadáver recién enterrado a la espera del Juicio Final en Westminster, aquella misma jornada, Harold vio su oportunidad y apropiándose de los atributos regios usurpó un trono que no le correspondía.

Casus belli de manual y, para más inri, por perjuro, el anglosajón se había granjeado otra enemistad, la de un ente aún más temible que el brutal duque de Normandía, la Divina Providencia. Ésta no tardaría en amonestar su ilegítima coronación enviando una señal surcando el cielo ¡ni más ni menos que el mismísimo cometa Halley! que justo en su errar -interpretado durante el medievo como un terrorífico vaticinio de cambios violentos- le tocaba pasar por allí. Para colmo de males, casualidades de la vida, el fenómeno vino acompañado de un mensajero de desgracias al oído de Harold: Guillermo sabía de la afrenta y al otro lado del Canal de la Mancha se aprestaba al combate. En primer lugar solicitó de sus pares el apoyo diplomático a su reivindicación y éste le fue concedido. Pero el normando necesitaba revestir su causa de una inapelable legitimidad y envió emisarios hasta la mismísima Roma a fin de obtener del vicario del Altísimo el beneplácito para la empresa. Et violá, al Papa Alejandro, salivando ante la promesa de pingües concesiones territoriales en el futuro, le pareció justa la causa y dio su apoyo con el derecho a ondear su estandarte cuando invadieran la isla y masacraran al enemigo. Esto tiene su importancia, ya que para un soldado medieval, el hecho de participar en una guerra calificada de Santa siempre suponía un alivio espiritual; uno podía pasarse el Quinto Mandamiento por la bóveda de cañón con tranquilidad porque Dios lo quería, o al menos eso expresaba su representante en la Tierra que venía a ser (casi) lo mismo.

Siguiendo el hilo conductor del bordado, observamos a las huestes normandas preparando su particular Operación Overlord a la inversa: talando y tableando árboles para construir barcos, acarreando hasta los mismos armas y vituallas (inclusive un tonel de vino, priva que no falte). Cuando todo estuvo dispuesto, los cerca de 7.000 hombres de Guillermo, como los aqueos en Áulide, aguardaron en el Canal la llegada de vientos favorables… Aunque se trate de unos hechos no consignados en el tapiz -y esta ausencia tiene su importancia-, llegados a este punto cabe decir que al pobre Harold -que ya contaba con los normandos (y Dios) en su contra- le creció en el circo un nuevo enano. Mientras aguardaba en el Sur un desembarco que no se producía, al septentrión de la isla se daba otro de temibles vikingos capitaneados por el rey de Noruega, Harald Hardrada. Los brutales escandinavos también ambicionaban el rico reino de Occidente y más allá de llevar a cabo otra de sus innúmeras razias de pillaje y destrucción, asaltaron la isla con el propósito firme de apoderarse definitivamente de la misma. Sin embargo, los anglosajones corrieron al encuentro en defensa de su tierra y el 25 de septiembre, cerca de York, se enfrentaron a los bárbaros en la batalla de Stamfrord Bridge, mandándoles de vuelta por donde habían venido, con el rabo entre las piernas y sin su rey -caído en combate-, a bordo de tan sólo la décima parte de las naves con las que habían arribado. Su sangrienta época tocaba a su fin… Tres días después, gracias a la milagrosa ‘mediación’ de las reliquias procesionadas de san Valerio del Somme (lo que también nos recuerda a la intervención de Ártemis en la mentada bahía beocia), los vientos adversos del Canal rolaron y durante la noche del 28 las huestes de Guillermo se hicieron a la mar cruzando el estrecho que les separaba de las costas de Sussex. En el tapiz de Bayeux se representa la flota invasora constituida por unas embarcaciones cuyos peculiares akrostolia figurados nos remiten, de nuevo, a los vikingos. A través de su forma se nos revela el origen último del pueblo normando, cuyo nombre en francés antiguo significa ‘los hombres del Norte’, o sea, los escandinavos, quienes a partir de la segunda mitad del siglo IX sentaron sus reales en la parte superior de Francia decididos a perpetuarse en el lugar. Más tarde llegaría la hibridación con los autóctonos, su ‘afrancesamiento’ y la consiguiente conversión al cristianismo, hasta aquella noche en la que invadieron Inglaterra subidos a unas naves en todo semejantes a un temible drakar; eso sí, como novedad, la de Guillermo enarbolaba sobre el mástil la apotropaica cruz papal que le daba bula para la carnicería, ¡al ataque!…

Al alba del 29 tomaron tierra en Pevensey. Desembarcan, se aprovisionan y preparan un banquete al que se convoca usando un cuerno; muy propio… De cara al inminente enfrentamiento los normandos construyen fortificaciones y provocan al enemigo atacando a indefensos civiles. A este último respecto cabe señalar que, tratándose el tapiz de un claro panegírico laudatorio y sesgado, la agresión se ‘reduce’ al incendio de una casa cuya dueña y su hijo pequeño se ven forzados a abandonar, privando al espectador de la tradicional degollina y prescriptivas violaciones. Pero a estas alturas del bordado no nos vamos a poner quisquillosos con el rigor histórico, dejémonos llevar… El rey Harold, tras expulsar a los vikingos, se encontraba en York. Una vez recibió la noticia de la llegada de los otros enemigos, cruzó apresuradamente de Norte a Sur la isla, corriendo raudo al encuentro. Ay, insensato, si hubieses dado algo de descanso a tus victoriosas tropas éstas no hubieran llegado exhaustas a Hastings para luchar aquella mañana maldita del sábado 14 de octubre de 1066. A partir de esa fecha, el viejo nombre del lugar exacto donde ambos ejércitos se enfrentaron a muerte cambió para siempre. Hoy en día, simplemente, se le conoce por el hecho que le ha reportado fama imperecedera: Battle. Los ingleses, jugando en casa, tomaron una posición más favorable en la cima de una ladera donde formaron su tradicional muro de escudos. Aún parece escuchárseles, golpeando sus bordes con hachas y espadas para atemorizar a los invasores. Éstos, abajo, dispuestos en tres filas -arqueros, infantes y jinetes- cargaron cuesta arriba una vez, y otra, y otra más, pero la línea se mantuvo firme…Para nuestro deleite macabro, la brutalidad propia de la batalla medieval queda reflejada en el tapiz sin ahorrarnos detalle -cuerpos descoyuntados, cabezas separadas del torso, etc.-.

En un momento dado corrió el rumor de que Guillermo había muerto, pero éste, que seguía vivito y guerreando, observando la retirada de los suyos se levantó el caso y la sola visión de su faz supuso el acicate a los normandos para una última embestida. En ella participó hasta el obispo Odón de Bayeux -el posible comitente del tapiz-, quien por ser religioso no tenía permitido derramar sangre cristiana, pero, si la situación lo exigía, como era el caso, no tenía reparos morales en reventar cabezas liándose a mamporrazos con la suerte de bate que empuña en la tela.

El perjuro Harold, por fin, vio el final de sus días. Vemos que una flecha -sin duda, guiada por la mano de Dios- le atraviesa un ojo, después es derribado, más tarde se le veja y descuartiza. Sus despojos -después de la masacre- sólo fueron reconocibles gracias a unas ‘marcas especiales’ (?) por su amada Edith ‘Cuello de Cisne’ (¿arañazos de la noche anterior?). Sobre el lugar exacto donde cayó, más tarde, Guillermo erigiría el altar de una abadía con la que trató de lavar su conciencia, pero el resto de cadáveres fue pasto de los cuervos. La última escena conservada del tapiz es la vergonzosa retirada de los bigotudos ingleses…

Allí, sobre la colina de Hastings, terminaron los días del último monarca anglosajón de la isla. Así el duque Guillermo -aquel “bastardo descendiente de vikingos piratas” en palabras del profesor Robert Bartlett-, tras vencer “contra anglorum exercitum”, se convirtió en Guillermo ‘el Conquistador’, el nuevo rey coronado en Westminster el día de Navidad de aquel fatídico 1066. Inglaterra nunca volvió a ser la misma, Europa tampoco.

Llovía -para variar en Normandía- la jornada en la que acudí a Bayeux para ver la famosa crónica bordada. En una sala oscura, el paño de lino -de casi 70 metros de largo por 50 cm de ancho- se desplegaba en su totalidad recordando a los volumina evocados en las columnas de Trajano y Marco Aurelio en Roma. Sobre este ‘cómic medieval’ se ha escrito de todo, pero casi un milenio después continúan discutiéndose algunos aspectos del mismo. Una hablilla, sin demasiado fundamento, atribuye la manufactura de este friso documental a la propia reina Matilde de Flandes -esposa (¡y prima!) del Conquistador- junto a sus cortesanas, al calor de una chimenea, o, rizando más el rizo, a las tristes viudas anglosajonas como penitencia por los actos cometidos por sus maridos muertos en batalla. Si uno se abstrae de su cariz descaradamente panfletista, el textil no sólo se revela como una verdadera obra maestra de la más refinada exquisitez estética, sino que, a modo de libro miniado, representa una fuente arqueológica de primer orden por su grandísimo valor informativo. Sus 58 escenas sucesivas -inventariadas como tal durante el siglo XIX- nos muestran algunos hechos no consignados en las crónicas de la época, amén de una amplísima serie de variopintos aspectos de la Europa altomedieval -desde, obviamente, los preparativos y el desarrollo de una campaña militar, al curioso peinado a navaja de los normandos o las apariencias primitivas de las abadías del Mont Saint-Michel y Westminster-. Pegado a la audioguía recorrí la vitrina deleitándome con el relato mientras observaba la minuciosidad del tapiz. Hubiese vuelto al principio al menos otra vez si el vertiginoso ritmo del viaje y algunos alumnos -que no me pagan por tener tiempo libre- lo hubiesen permitido. Pero no fue el caso. Tras comprarme todas las frikadas posibles en la tienda de suvenires -desde manteles a una toallita para limpiar las gafas con la caballería normanda al galope- salí del Museo y tomé la cuesta de la catedral que me separaba del restaurante. Entonces reparé en algo que emocionó mi apesadumbrado estado anímico ante la perspectiva de una ‘genuina’ (y poco prometedora) vichyssoisse para almorzar. Las tornas habían cambiado mucho desde 1066 a 2014.

En conmemoración del 70º aniversario de la liberación de la ciudad por las tropas de la Commonwealth tras el desembarco de Normandía, allí, en pleno centro de Bayeux, ondeaba una flamante Union Jack.

Al que escribe -que tiene muchas taras-, cada vez que ve una en determinados contextos se le van los pies con el Rule Britannia! Me recuerdo silbándola estridentemente, ascendiendo la calle rodeado de franceses mirándome torvos, mientras veía la bandera resistir a los furibundos embates del viento normando, igual que el muro de escudos ingleses aquel día sobre la colina de Hastings… A Guillermo Baeza Sanz del Hoyo Mayo Pérez García, esté donde esté. Bibliografía. BOUET, P., NEVEUX, F., La Tapisserie de Bayeux. Révélations et mystères d’une broderie du Moyen Âge, Rennes, OuestFrance, 2013. Ángel Carlos Pérez Aguayo, 3 de octubre de 2016. http://queaprendemoshoy.com/el-tapiz-de-bayeux-cronica-bordada-de-la-invasionnormanda-de-inglaterra/

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