El sujeto como fisura ontológica y actor resistente en Foucault

June 24, 2017 | Autor: M. Paredes | Categoría: Sociología, Humanidades, Filosofía y crítica-
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Descripción

El sujeto como fisura ontológica y actor resistente en Foucault Dr. Melvin Javier Paredes (*)

No es correcto pensar que somos el centro del mundo. Aceptar al otro supone el acortar distancias y establecer un horizonte de asidua comunicación.1 Nietzsche apuntaba que somos prisioneros de nuestras creencias. Añadiría yo, también de nuestros prejuicios. En el entramado actual, se exige el pleno reconocimiento de los otros y las otras. Honneth señala que en la falta de reconocimiento, existe la raíz del conflicto social. O como decía Foucault (1926-1984), estamos divididos no solamente al interior de nosotros mismos, sino también en relación con los otros. Pero también hay que admitir que el ser se halla disminuido en su realización objetiva y subjetiva por todas partes. Y esto no ha cambiado mucho desde los agitados días en que Rousseau, aquel persistente enamorado de la libertad, escribió en El contrato social: «El hombre ha nacido libre, pero por doquier se halla encadenado» (2000: 47). El nicaragüense, pongamos por caso, vive en la zozobra propia de una privación económica extrema, lo que se refleja en una alto nivel de desempleo, inseguridad ciudadana, polarización ideológica, corrupción jurídica y política. Comento en las líneas que siguen, algunas ideas del filósofo Michel Foucault (19261984), en torno a la genealogía,2 la crítica3 y la falsificación de la vida del sujeto moderno, que espero sirvan para la discusión humanística y la diversidad cultural que nos reúne estos días. Actualmente hacen más ruido las bombas, las minas antipersonales, los conflictos que las caricias. Como académicos y docentes, trabajamos con la infinita plasticidad de los seres humanos. De alguna u otra manera, con estos pequeños saberes, estamos avanzando hacia la construcción de una nueva pedagogía que facilite la libertad y la felicidad de los individuos. 1. La falsificación de la vida en el sujeto Foucault enfrenta al problema de la falsificación de la vida en el sujeto. El sujeto «es una forma, y esta forma no es, por sobre todas las cosas ni siempre, idéntica a sí misma» (1996a: 156). Varía según los contextos históricos y los esquemas de dominación. El déficit ontológico aparece primero dentro de una lógica de exclusión. También, se vincula al esfuerzo de resistir al poder, por parte de los sujetos sufrientes. El sujeto atenazado puede resistir, porque las relaciones de poder son «cambiantes, reversibles e inestables» (Foucault, 1996a: 158). En otras palabras, no son eternas y se les puede hacer mella por algún lado. Autores como Foucault, Lyotard o Derrida, en su repaso crítico de la modernidad, son fundamentalmente deconstructivos, en el sentido que desmontan las realidades positivada en los discursos. Son eclosionadores de los pensamientos totalitarios, 1

Vivimos en un mundo en el que se hace necesario aceptar las diferencias y salir al encuentro de los otros. Este es el reto de la multiculturalidad. Una de las ventajas de la globalización, es que nos pone en contacto con otros seres humanos, de zonas distantes del planeta. Lo que ocurre, por ejemplo, en las zonas francas, donde trabajadores de Asia interactúan con centroamericanos, en procesos productivos alienantes. Porque las problemáticas que impiden que el individuo sea feliz, son comunes, y trascienden fronteras, geografía y prejuicios locales. 2 La genealogía acopla los conocimientos eruditos y las memorias locales, que permiten la constitución de un saber histórico de las luchas y la utilización de este saber en las tácticas actuales. La genealogía es proyecto ontológico con un triple eje: la verdad, el poder y la ética. En esta formulación conceptual, Nietzsche ha influido de forma determinante a Foucault. Como sabemos, el pensador alemán se ocupó de una genealogía de la razón occidental y de la moral. En su pensamiento, ya está presente la triple temática del poder, el conocimiento y el cuerpo, espectro analítico que le interesa al pensador francés. 3 La crítica no es una tarea improductiva, que se limita a criticar por criticar. La crítica a los aspectos «divergentes» de la historia, es un instrumento para facilitar la libertad de los individuos. La actitud crítica ha llegado a concebirse como la tarea fundamental de la filosofía, centrada en «las condiciones de posibilidad de una determinada organización de la sociedad» (García Marzá, 1993: 32). Otro autor señala que desde la razón se crítica «lo existente en función de lo que debería ser» (Conill, 1991: 18). Importa la contribución filosófica en el afinamiento de los mecanismos de una formación política, identificada con los postulados democráticos, lo que eventualmente daría pie a nuevas formas de entendimiento social.

2 iconoclastas de las metanarrativas. No obstante, la crítica de tales autores no es total ni tan iconoclasta como parece. Como la filosofía es un perenne ejercicio de indagación, podemos preguntarnos: ¿qué se esconde tras tanta negatividad en este tipo de autores? ¿Hacia dónde apunta la crítica, elaborada con tanta seriedad metodológica? Sabemos que en Nietzsche se oferta una audaz invitación a la transvaloración. Dentro del marco de crisis y corrosión de la «época clásica» o moderna, es decir, la edad de la razón. Foucault, llega a hablar de un «reconstituir» de las palabras y las cosas. Propone la revisión exhaustiva de los fragmentos del pasado, en función de las luchas del presente. Cuando los residuos foucaultianos afloran en la superficie, queda al descubierto (homenaje a Parménides por lo de la Aletheia) lo oculto de la relación saber-poder, las podredumbres institucionales, los barrotes que atenazan a los sujetos y que ya había advertido Rousseau, con aquello de que el individuo se halla encadenado por todas partes, y muchísimo antes Platón, con su mito de la caverna. Mi argumento es que, si bien el sujeto foucaultiano se desenvuelve en una atmósfera de exclusión, no por ello acepta resignadamente el esquema de la dominación. La sufre en carne propia, pero trata de zafarse con todas sus fuerzas y recursos. En este artículo, subrayo la crítica a la fisura ontológica moderna ejemplificada en la figura del loco (la locura), y en el enfermo (la mirada médica). 2. La nave de los locos Foucault se da a conocer en los medios intelectuales abordando el tema de la locura en Occidente, de forma vasta e intimidante. Era el tema de su tesis doctoral, de casi mil páginas de extensión. En las interpretaciones globales de la obra de Foucault, suele narrarse en detalle la genealogía de la locura, cosa que no repetiremos. Retengamos, eso sí, el dato simbólico de la barca extraña que recorre los ríos del centro de Europa: la stultífera navis, esto es, la nave de los locos. La barca simboliza toda una inquietud, surgida repentinamente en el horizonte de la cultura europea a fines de la Edad Media. La locura y el loco llegan a ser personajes importantes en su ambigüedad: amenaza y cosa ridícula, vertiginosa sinrazón del mundo y ridiculez menuda de los hombres (Foucault, 2000a: 28). Primero fue la barca. Al final del sórdido itinerario histórico, se confina al loco en el asilo. Según palabras de Foucault, tomadas de la poesía romántica, es el «fin del hombre que se hunde en la noche». La locura viene a ser lo negativo de la razón. Ilustra la verdad sorda del error. Pertenece a las regiones del silencio. Foucault escribe que la locura clásica pertenecía a las regiones del silencio [...] porque ilustra la verdad sorda del error; se la toma oblicuamente, en su dimensión negativa, porque es una prueba a contrario de lo que, en su naturaleza positiva, es la razón [...] Descartes, en el movimiento por el cual va a la verdad, hace imposible el lirismo de la sinrazón (2000b: 272, 270, 271). Plantea Foucault que en la era de la razón, el loco era un ser indefinido, «percepción totalmente negativa, que siempre mantenía en lo inexplícito la verdad manifiesta y discursiva de lo locura» (2000a: 295). Denuncia de forma apabullante los daños físicos y morales infligidos contra el sujeto loco. Cuestiona las reglas negativas que tienen que ver con los discursos en formas de exclusión, apropiación y deformación (Larrauri, 1980: 19). Con el análisis de Foucault, somos testigos de las visiones, los delirios, los temblores de la Casa Correccional, el sitio de los grandes castigos. Es el lugar donde «los excesos más infames se cometen sobre la misma persona del prisionero» (Foucault, 2000b: 34). Captemos la magnitud de miedo y angustia del internado: Se temía antes, se teme siempre al ser internado; a finales del siglo XVIII, Sade [el Marqués] estará aún invadido por el miedo de los que él llama «los hombres de negro», que lo acechan para hacerlo desaparecer (Foucault, 2000b: 26).

3 Reseña Foucault los calificativos (que en otra parte llama «las letanías del internado»), que el personal eclesiástico dirigía al sujeto enclaustrado: «depravado», «imbécil», «pródigo», «impedido», «desequilibrado», «libertino», «hijo ingrato», «padre disipado», «prostituido», «insensato», un léxico a todas luces denigrante, conformador, en síntesis, «del mismo deshonor abstracto» (2000a: 131). ¿No es Occidente un vasto asilo? ¿No sigue Occidente ejerciendo este léxico contra los sujetos pobres: latinoamericanos, haraganes (caso de la tipificación de los mexicanos –por parte de los gringos-, acostados con una guitarra en la hamaca, o ebrios todo el tiempo), indios, lentos, perezosos, “tranquilos” (como nos dicen en España), gitanos, etc.? Como gran sujeción, «la locura empieza con la vejez del mundo, y cada rostro que la locura adopta en el curso del tiempo habla de la forma y la verdad de esta corrupción» (2000b: 275). Contra Kant, quien pensaba que con el uso progresivo de la razón avanzaríamos hacia una mayoría de edad y el perfeccionamiento del deber moral, el filósofo francés parece dirigir estas palabras: «la locura es una especie de infancia cronológica y social, psicológica, y orgánica, del hombre» (Foucault, 2000b: 275). Fisuras ontológicas como la locura, cuestionan el supuesto despliegue emancipador de razón. El extraño rostro de la locura es la muestra inequívoca de una sujeción recíproca: bajo su seriedad especulativa, se trata de la relación del hombre con el loco, y de este extraño rostro –extranjero durante tanto tiempo- que toma ahora virtudes de espejo (Foucault, 2000b: 274, 275). Aparece la locura ante nosotros, con su plena deformación, despojada de toda máscara, gracias al análisis archivístico. El análisis del archivo como empresa discontinuadora, hace que «se manifieste el otro y el exterior». Toma lugar en «el margen de nuestras propias prácticas discursivas». Destruye las evidencias. Establece que «somos diferencia, que nuestra razón es la diferencia de los discursos, nuestra historia la diferencia de los tiempos, nuestro yo la diferencia de las máscaras» (Foucault, 1997a: 223). El pensador galo señala que «hay que edificar la arqueología de las ciencias humanas en el estudio de los mecanismos de poder que se han incardinado en los cuerpos, en los gestos, en los comportamientos» (1991: 109). En este vaivén deconstructivo, no hay que perder de vista, lo que acertadamente señala Larrauri (1980: 126): Estas dos arqueologías, la arqueología de los Mismo y la arqueología de lo Otro, abren el panorama de nuestro presente. Nuestra modernidad se asienta sobre ellas, y las figuras a las que ha dado movimiento pertenecen a nuestro saber, con él vivirán, pero con él también desaparecerán. Las prácticas sociales inscritas en la dinámica histórica, engendran los dominios de saber; el panorama de nuestro presente. Los saberes hacen posible que surjan objetos, conceptos, técnicas, «formas totalmente nuevas de sujetos y sujetos de conocimiento». 3. El nacimiento de la clínica Sin duda que este tema nos atañe directamente, por las pésimas condiciones de la salud pública, a la que tiene acceso nuestro pueblo nicaragüense, y entiendo, que latinoamericano en general. Para Foucault, otra flagrante desigualdad de la era moderna surge con el nacimiento de la clínica. La disminución ontológica ya no sólo está representada en la figura del loco. Aparece otra figura extraña en el paisaje: el enfermo. La medicina como ciencia clínica surge bajo condiciones que definen, con su posibilidad histórica, el dominio de su experiencia y la estructura de su racionalidad. Aquí está el a priori concreto, que ahora es posible sacar a luz (Foucault, 1999: 9). Como escribe en El nacimiento de la clínica «el saber, espontáneamente, se transmite por la Palabra, y en él triunfa quien lleva en ella la mayor verdad» (1999: 79). La medicina, aunque se asienta sobre el suelo histórico, es también jactancia de posesión de verdad.

4 El médico, como el filósofo, es «figura sagital del conocimiento» (1999: 54). La mirada del médico es también «mirada que acecha»; es límite, umbral, extremo. Vivimos con «la soberanía de la mirada». La mirada es «fundadora del individuo en su calidad irreductible» (1999: 8). Foucault concede enorme importancia al sedimento histórico y a la cultura. Le interesa «la observación médica y sus métodos». Mientras la historia progresa, una episteme reemplaza a otra: la medieval es reemplazada por la renacentista, luego por la moderna, etc. La episteme determina cómo las personas piensan en determinado espacio de tiempo, quiénes son y lo que hacen. El filósofo crítico trata de comprender cómo se ha producido «la mutación del discurso». Va más allá de los contenidos temáticos o modalidades lógicas. Pone en duda la distribución originaria de lo visible y los invisible, porque está ligada a «la división de lo que se enuncia y de lo que se calla». Es en cierta zona histórica donde tiene su génesis el discurso médico, donde «el lenguaje toma su volumen y su medida». Lo fundamental es mantenerse «en el nivel de la espacialización y de la verbalización fundamentales de lo patológico», el nivel en que «surge y se recoge la mirada locuaz que el médico posa sobre el corazón venenoso de las cosas» (Foucault, 1999: 4). 4. Mujer y sexo Fijémonos en la envergadura denunciadora del argumento anterior, a la luz de una proyectada genealogía de la ginecología, que Foucault no llegó a escribir: Durante mucho tiempo se ha tratado de atar a la mujer a su propia sexualidad. «No sois mas que sexo», se les repetía una y mil veces, siglo tras siglo. Y ese sexo, añadían los médicos, es frágil, casi siempre enfermo, y en todo momento inductor de enfermedad. «Sois la enfermedad del hombre». Ese antiquísimo movimiento se precipitó hacia el siglo XVIII y la consecuencia fue una patologización de la mujer: el cuerpo de la mujer se convierte en cosa médica por excelencia (1997b: 152, 153). El análisis archivístico de la historia desenmascara. La medicina identifica su origen en una positividad fundida «en la modestia eficaz de lo percibido». Trata «una reorganización de este espacio manifiesto y secreto que se abrió cuando una mirada milenaria se detuvo en el sufrimiento de los hombres» (Foucault, 1999: 4, 5). Hay un suelo de referencia, sobre el que la medicina inicia (fines del siglo XVIII) el camino de su prestigio social actual. No es necesario, entonces, que la medicina se envuelva, en un manto de misterio para explicar sus orígenes. El cuerpo humano forma parte sustancial de la episteme; es construido por la sociedad; es una construcción social. De esta manera, podría decirse que aún el ritmo de las necesidades fisiológicas corporales ha sido producido o regulado por la discursividad científica de la medicina, como lenguaje, óptica científica y relación interhumana: la presencia de la enfermedad en el cuerpo, sus tensiones, sus quemaduras, el mundo sordo de las entrañas, todo el revés negro del cuerpo que tapizan largos sueños sin ojos son, a la vez, discutidos en su objetividad por el discurso reductor del médico y fundados como tantos objetos por su mirada positiva. Las imágenes de dolor no son conjuradas en beneficio de un conocimiento neutralizado; han sido distribuidas de nuevo en el espacio donde se cruzan los cuerpos y las miradas (Foucault, 1999: 3). Justo al comienzo de El nacimiento de la clínica, Foucault explica que este libro «trata del espacio, del lenguaje y de la muerte; trata de la mirada» (1999: 1). Apunta que «el pensamiento médico está comprometido por derecho propio en el estatuto filosófico del hombre» (1999: 278). La mirada médica adquiere una «densidad filosófica». Refiriéndose a la percepción médica, expresa que «la relación de lo visible con lo invisible, necesaria a todo saber concreto, ha cambiado de estructura»; «entre las

5 palabras y las cosas, se ha trabado una nueva alianza» (Foucault, 1999: 5). A través de la mirada médica, el cuerpo es objetivado y convertido en producto histórico. Lo que no era claro, ahora es posible distinguirlo en su real proporción: «se ofrece de repente a la claridad de la mirada», es el momento en el cual el mal, la contranatura, la muerte, es decir, todo el fondo negro de la enfermedad, sale a la luz [...] en el espacio profundo, visible y sólido, cerrado pero accesible, del cuerpo humano (Foucault, 1999: 274). La medicina controla a través de la cirugía, la dieta, las drogas, etc. La mirada médica del siglo XVIII difiere de la mirada médica del siglo XX. La episteme es diferente en ambos casos. En consecuencia, el cuerpo humano del siglo dieciocho es diferente del cuerpo del siglo veinte. El cuerpo es redefinido por cada sociedad que lo examina: «la fórmula de descripción es al mismo tiempo gesto de descubrimiento» (Foucault, 1999: 275). La fuente documental más importante para definir el cuerpo humano y la sexualidad son los textos que escriben y hablan sobre ellos. Foucault considera que la formación social se refleja en los textos; de esta manera, es el texto como expresión discursiva el que causa la sociedad y no viceversa. Lo que poniéndolo de otra forma, equivale a decir que los textos y su discursividad causan la represión; crean la episteme de la sociedad; crean a la sociedad misma. Son las llaves para entender cómo funciona el poder (McElroy, s/a: 4). Foucault apunta que «el poder no cesa de interrogarnos, de indagar, de registrar: institucionaliza la búsqueda de la verdad, la profesionaliza, la recompensa» (1992a: 34). Como el sujeto de conocimiento tiene un sedimento histórico, ello explica la tangencialidad, la relación del sujeto con el objeto, y la verdad misma (Foucault, 1998b: 14). Las coordenadas actuales tienen un origen funcional en el contexto que les vio nacer. Son también susceptibles de modificación y de desplazamiento. Lo histórico permite la percepción crítica. Las percepciones históricas no pueden ser tomadas como verdades únicas, totales, universales, dadas de una vez para siempre. No son recetas a ser aplicadas en todo tiempo y lugar. Tal arrogancia no tiene cabida en un pensamiento, que como el foucaultiano, ve a la diferencia expresarse por todas partes,4 que no tiene empacho en ceder la tribuna a los sujetos «infames». Al hacer labor crítica, Foucault lleva al extremo el cuestionamiento a la modernidad. Para él, el conocimiento es siempre un desconocimiento [...] algo que apunta, maliciosa, insidiosa y agresivamente a individuos, cosas, situaciones. Sólo hay conocimiento en la medida en que se establece entre el hombre y aquello que conoce algo así como una lucha singular [...] un duelo (1998b: 31). La crítica se dirige al desenmascaramiento de los discursos holísticos, sean humanistas, marxistas, antropológicos, psicoanalíticos, etc. Foucault cuestiona los grandes discursos, las metanarrativas. Detengámonos brevemente en las dos últimas parcelas científicas: la antropología y el psicoanálisis. Foucault no transige con la discursividad científica. La ve responsable de aplicar métodos holísticos a la realidad del sujeto, objetivadores, a la postre, de la subjetividad. Habla de la ciencia como «modo de objetivación que transforma a los seres humanos en sujetos» (1986: 25). Menciona «los diferentes modos de investigación que pretenden alcanzar un estatuto de ciencia». Al cuestionar a la ciencia, piensa en el sujeto objetivado que habla en la gramática general, en la filología y en la lingüística; en la objetivación del sujeto productivo de la economía y del análisis de las riquezas; en la objetivación que por el hecho de ser viviente se opera en la historia natural o en la biología (Foucault, 1986: 25).

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Notemos la curiosa similitud entre el nominalismo de Foucault y las palabras del centauro Quirón. En el poema El coloquio de los centauros de Rubén Darío, el centauro exclama: «¡Himnos! Las cosas tienen un ser vital; las cosas/ tienen raros aspectos, miradas misteriosas;/ toda forma es un gesto, una cifra, un enigma;/ en cada átomo existe un incógnito estigma;/[...]». Consultar en el sitio http://www.dariana.com/Dario-poemas-2.html#anchor687826.

6 Dentro de su perímetro crítico, Foucault toma distancia inequívoca del estructuralismo. Cada época histórica está cruzada por ciertas políticas de verdad, que marcan las fronteras y las positividades del saber. Para hacernos una idea de lo que se critica, fijémonos como Lévi-Strauss orienta el método estructuralista, al análisis del totemismo:   

Definir el fenómeno que vamos a estudiar como una relación entre dos o más términos reales o virtuales. Construir el cuadro de permutaciones posibles entre dos términos. Tomar este cuadro como objeto general de un análisis que, a este nivel solamente, puede llegar a establecer conexiones necesarias, puesto que el fenómeno empírico contemplado al momento de partir no era sino una combinación posible entre otras, cuyo sistema total deber ser previamente reconstruido (Lévi-Strauss, 1971: 30).

Sabemos que el estructuralismo y el marxismo, como teorías globales de la realidad, comparten categorías de análisis como la totalidad, la transformación y la regulación. Pero aparte de esto, son interpretaciones discursivas de carácter total, con respecto al conocimiento de la realidad. ¿Quién habla de «definir», «construir», «tomar»? Es una discursividad que se impone a determinada realidad. Foucault cuestiona que sea un agente externo, el antropólogo en este caso, el representante de la armadura poder-saber, dictaminador de los «juegos de verdad» (jeux de vérité) científicos, relacionados en última instancia, con el poder y la normalización disciplinaria. Los jueces de normalidad están presentes por doquier. Nos encontramos en compañía del profesor-juez, del médico-juez, del educador-juez, del «trabajador social-juez»; todos hacen reinar la universalidad de lo normativo, y cada cual en el punto en que se encuentra le somete el cuerpo, los gestos, los comportamientos, las conductas, las actitudes, las proezas (Foucault, 1996b: 311). Critica al psicoanálisis por motivos similares. Foucault con sorna escribe que «el homo psychologicus es un descendiente del homo mente captus» (2000b: 290). Reconoce que ha sido Freud, con su mirada e investigaciones, el que ha tomado con seriedad «la realidad de la pareja médico-enfermo». No ha intentado ocultarla en una teoría psiquiátrica que bien o mal armoniza con la ciencia médica. Ha sido pionero en sacar las consecuencias rigurosas de esta realidad. Ha acabado con el reconocimiento de la locura por ella misma «en el espejo de su propio espectáculo y ha hecho que se callen las instancias de dominación» (2000b: 261). Hasta aquí llega lo encomiable. La crítica foucaultiana al psicoanálisis, se detiene de forma drástica en los siguientes puntos:       

Freud, como personaje cimero del psicoanálisis, ha explotado la estructura que envuelve al personaje del médico. Ha amplificado sus virtudes de taumaturgo, designando a sus poderes totales con un estatuto casi divino. Ha conseguido todos los poderes que se encontraban repartidos en la existencia colectiva del asilo. Se ha convertido en la consideración absoluta, en el silencio puro y simple retenido, en el juez que castiga y recompensa mediante su juicio. Ha hecho de la figura del médico el espejo en el cual la locura, con un movimiento casi inmóvil, se prende y se desprende de sí misma. Hace que se deslicen hacia el médico todas las estructuras que Pinel y Tuke (funcionarios del asilo) habían dispuesto en el confinamiento. No ha liberado al enfermo de lo que tenía de esencial su existencia en el asilo. Ha reagrupado los valores, los ha tendido al máximo y los ha dejado en manos del médico. En síntesis, ha creado la situación psicoanalítica, donde por un corto circuito genial, la alienación llega a ser desalienación. Dentro del médico, la alienación llega a ser sujeto. El médico en tanto que figura alienante, sigue siendo la clave del psicoanálisis (Foucault, 2000b: 262).

7 El filósofo francés elabora una amplia teorización del sujeto y de la práctica de subjetivación. Le interesa constatar cómo la red de relaciones de poder, restringe el flujo de las posibilidades abiertas del individuo. Valora la extensión por la cual pueden reforzarse estrategias de resistencia y transformación, por parte del sujeto sufriente. Cuando estudia los puntos de la red, las conexiones, las secuencias, percibe la importancia de la resistencia para la emergencia del sujeto y de la subjetividad. El sujeto, es «efecto discursivo», creado por los nexos de la relación de poder, la verdad y la ética. Pero como su pensar gravita en torno a la transgresión, busca pulverizar las visiones totales. Podemos, sostiene Foucault, «huir de lo que somos», inventarnos de forma diferente, involucrarnos en «las luchas contra el gobierno de la individualización». Con su análisis, se traspasan las agendas prescriptivas, fijas e inamovibles. Foucault busca cimentar una ética de la libertad, alrededor de «formas de experiencias posibles» (Pignatelli, 1993). De momento, los límites discursivos encierran la identidad ontológica del sujeto a través de la instalación de la identidad y la no-identidad. ¿Qué le queda al sujeto? Cuenta con espacios para resistir. Queda el actuar desde los intersticios. Aunque una fuerza gótica se cierna sobre los individuos. La opción inequívoca es la resistencia. Hay que buscar las mejores opciones para implementarla. Estudiar las superficies del diagrama social de manera exhaustiva. Buscar el mejor ángulo de posición y articulación. Actuar con la máxima eficacia posible. Como topo royendo cortezas, abriendo cortaduras en la estructura de la dominación. Tragedias como la del submarino ruso Kursk, naufragando por un boquete en el costado, dan la razón a Foucault sobre la vulnerabilidad de los poderes de cualquier índole. Los sujetos foucaultianos, en la región de sombra y de muerte de la dominación, no se encuentran como en el mito platónico, confinados en la caverna, desde donde sólo contemplan la claridad exterior encadenados en la oscuridad. No se mueven a tientas, sino conscientes de sus competencias dentro de un marco de actuación estratégica, aunque el margen de acción sea mínimo. Tal vez lo mínimo, lo exiguo, haga terriblemente eficaces a los luchadores. Como apunta Larrauri: La estrategia de este poder, su capacidad de movimiento, de maniobra, de amplitud, de cambio, su positividad, implica como correlato una resistencia en los cuerpos, en los individuos, en las clases sociales, que sea tan inventiva, tan móvil, tan productiva como aquel (1980: 104). Por recluido que el sujeto se encuentre, y por difícil que resulte obtenerla, la libertad es plausible de buscar y asir. Foucault señala que la libertad, es la fuerza viva y jamás entorpecida de la verdad. Debe, pues, haber un mundo en el cual la mirada libre de todo obstáculo no esté sometida más que a la ley inmediata de lo verdadero (1999: 64). Hay que partir en su búsqueda. No hay otro remedio. Como dice Zaratustra al joven del árbol: «No eres libre todavía; sigues buscando la libertad [...] Tú eres aún un prisionero ansioso de conquistar la libertad» (Nietzsche, 1998: 69,70). La libertad es siempre una posibilidad ontológica y hay que ir tras ella, asirse a ella, con todas las fuerzas del ser. Sin embargo, en Foucault «el fenómeno de la resistencia está poco explicado» (Larrauri, 1980: 106). Teniendo en mente esta limitación, quiero subrayar que en Foucault, el sujeto no es ni monigote, ni marioneta, ni muñeco de trapo, que debilitado por la voluntad de los dioses, acepta sumisamente el destino. En el análisis de la resistencia en Foucault, «es importante oír el «contradiscurso» [...] de los resistentes, allí donde se encuentren porque ellos nos dicen que el poder es la guerra continuada con otros medios» (Larrauri, 1980: 107). Es el murmullo del contrapoder. Sabemos que hasta el formalísimo Kant, llegó a animarse con el entusiasmo de la revolución farancesa. El sujeto en Foucault es consciente de su estado de dominación, pero es a la vez resistente, estratégico, ágil de mente en la conquista de la liberación. Muchas veces a

8 lo único que se puede llegar es a arañar esa posibilidad. No es óbice para no intentar la lucha. El sujeto en Foucault no es como los hombres y las mujeres paralizados por la incompetencia y el temor, que esperan que Prometeo robe el fuego del Olimpo, para encender las hogueras y dejar de tiritar de frío. Foucault tampoco es el personaje que solidario, trae la solución al problema desde fuera. No es el experto en desarrollo que llega desde la capital, con la fórmula o la última tecnología del mercado, a enseñarle al campesino cómo salir de la pobreza. Resiste el sujeto el encasillamiento, la cuadriculación, la objetivación. Sufre la dominación, sí, pero también la resiste, forcejea con ella. Puesto que la resistencia es correlato del poder, donde hay poder, hay resistencia. Al igual que en Hegel y en Nietzsche, el sujeto foucaultiano se desenvuelve conscientemente en el paradigma de «la sujeción trascendental» de la historia. Como señala Higuera (1999: 81), con la crítica del presente, Foucault busca ir más allá de la mera crítica filosófica de la modernidad. Pretende explayarse en el intento de transformación de nuestra forma de pensar. La filosofía se convierte en ejercicio de transgresión de los límites de nuestra época. Por ahora, es suficiente decir que el sujeto foucaultiano, consciente de su limitación dominante, despliega recursos, metodologías, inventivas, para tratar de salirse del marco impositivo. Entabla en este sentido una lucha cuerpo a cuerpo con la dominación. Trabaja en el archipiélago de minucias posibles, en los átomos de lo social. Taladra huecos en la realidad disminuidora. Otea desde la ranura recién abierta, busca afanosamente otro horizonte de libertad. Zaratustrianamente, Foucault expresa que «es a nosotros a quienes concierne conducir las esencias a la tierra, glorificar nuestro mundo y colocar en el hombre el sol de la verdad» (Foucault & Deleuze, 1972: 10). Su pensamiento se mueve en el terreno de la insurrección posible, en la inversión de la realidad. Podríamos decir que se interesa por la transvaloración de la realidad, en la interpretación nietzscheana de Conill. Como denuncia de peso, podemos decir que el sujeto foucaultiano –el loco, el enfermo, etc.- no encuentra la realización ontológica en la era moderna. Como el delfín de Barbarén, busca otras aguas, otras olas, otros océanos. Necesita imperiosamente la libertad. Lo perentorio radica en buscar nuevas formas de pensar, de hablar (o de callar, diría Martínez Guzmán, a propósito de la metafísica del silencio), otro ámbito donde sea posible la libertad, la igualdad y la fraternidad. Inscrita en el desplazamiento continuo del sujeto, la reflexión foucaultiana busca entonces otras regiones de identidad, de plenitud, de tener acceso a la libertad. El objetivo último, lejano, difuso, es llegar a la libertad o a asirla de alguna manera.

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and

pornography»,

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Rousseau, Jean-Jacques (2000): Obras selectas, Madrid, Edimat.

(*) Dr. Melvin Javier Paredes Sub Director Instituto de Desarrollo Humanístico (IDEHU) Universidad Politécnica de Nicaragua (UPOLI) Martes 8 de febrero de 2005.

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