EL SUJETO ADOLESCENTE Y SU RELACIÓN CON EL ENTORNO FAMILIAR Y SOCIAL

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EL SUJETO ADOLESCENTE Y SU RELACIÓN CON EL ENTORNO FAMILIAR Y SOCIAL.

por Jesús Dapena Botero

Cuando se trata de hablar acerca de sujetos humanos y, en este caso, de
adolescentes, tendríamos que formularnos cómo hacer una pregunta que pueda
ser contestada con una definición.

¿Se trata de saber qué es un adolescente o de preguntarnos quién es un
adolescente? El qué puede remitirnos, casi siempre, a una cosa, al
complemento directo de una frase; la pregunta por quién es un asunto que
nos envía al sujeto de la oración; entonces, valdría la pena pensar qué es
un sujeto, una cuestión bastante olvidada por la medicina, la cual, en
busca de una última verdad objetiva, cada vez mira fragmentos más
minúsculos, y pierde la mirada de conjunto sobre el ser humano, de tal
forma que, por ver los árboles, no vemos el bosque.

Si procuramos responder a la pregunta ¿quién es un adolescente? Habremos
de vérnosla no con la abstracción de la adolescencia sino con un sujeto,
con un ser humano, con sus pensamientos, sus afectos y sus acciones; el
sujeto en una frase cursa con un verbo: pensar, sentir, existir o hacer
cosas; lo cual podría mirarse desde lo universal, como en la filosofía,
pero, desde la clínica, nos vemos obligados a mirar la singularidad del
caso por caso; no se trata de pensar la adolescencia como una abstracción
general sino que debemos atender al uno por uno, que es cada adolescente;
es decir, a él o ella y sus circunstancias; no sólo sujeto de la
consciencia, sino a ese ser, determinado desde lo inconsciente, algo muy
familiar pero también bastante extraño; nos hemos de enfrentar con
sujetos, en el interjuego del deseo y su prohibición cultural, que es lo
que nos hace humanos, demasiado humanos.

Ese sujeto adolescente padece la adolescencia, es decir, esa edad que
sucede a la niñez y que transcurre desde la pubertad hasta el completo
desarrollo del organismo; pero si bien, ésto ocurre en el ámbito de lo
real, de la biología, con sus cambios endocrinológicos, que ocasionan otros
cambios, como el crecimiento, el desarrollo de las gónadas y las
características sexuales secundarias, otra cosa ocurre en el ser humano,
como sujeto, cargado de mundos imaginarios y simbólicos, que lo anteceden
en la cultura; desde el vamos, el adolescente nace en una trama vincular,
entre otros sujetos, crece en ella y ocupa el lugar de hijo, en la
estructura elemental del parentesco, con una función determinada.

En el mejor de los casos, el niño nace en un mundo de sujetos que han
existido, existen, piensan, sienten, desean y se comportan de tal o cual
manera, pero, a su vez, se encuentran marcados por las prohibiciones de la
cultura.

Ya Freud, a la vuelta del siglo diecinueve, nos hablaba de la pubertad,
como un cambio de forma, como una metamorfosis, que sirve de pasaje entre
la infancia y la edad adulta pero, el padre del psicoanálisis no se
limitaba a ver en ella un simple cambio biológico, como puede ocurrir con
un ternero, que se vuelve novillo, para luego convertirse en toro. El
médico vienés veía en esta experiencia decisiva, un momento de
desasimiento, en el que un sujeto humano, se desprende, de la autoridad de
los padres, para ir en busca de su propio destino, en un mundo más amplio
que el pequeño círculo familiar, lo cual se constituye en una de las etapas
más dolorosas de la vida humana. [1] [2]

Así las cosas, esta metamorfosis deviene en un momento bastante
determinante en la existencia de un sujeto, ya que allí, los seres humanos
nos jugamos en una apuesta por nuestra identidad y nuestra orientación,
muchas veces a riesgo de no encontrarlas.

Con la pubertad y los cambios corporales, como primera fase de esta
metamorfosis, se inaugura una crisis, determinada por un conflicto entre
generaciones, un conflicto que pone, no sólo, en tela de juicio a los
padres sino a la Historia, a la Cultura y a la Sociedad, un trance que
puede convertirse en un verdadero caos, en el que habrían que establecerse
nuevos ordenamientos y en el que no deja de existir cierta violencia, sea
ésta muy sutil o completamente franca y brutal.

El mundo se torna tan ambiguo y lleno de incertidumbres, para el
adolescente, que se vuelve en una fuente inagotable de sufrimiento, el cual
se manifiesta ya sea en actuaciones, mudas o ruidosas, del tipo de las
adicciones, las actuaciones suicidas, conductas disociales o antisociales,
errancias, vagabundeos, o expresarse en expresiones como el satanismo, los
embarazos prematuros, signos de nerviosidad, depresión o locura, todos
ellos, indicios de que algo anda mal, de que de algo se adolece y, ante las
cuales, si el mundo adulto se hace el de la vista gorda o el de la oreja
mocha, sin preocuparse, ni analizarlas, desde diferentes perspectivas,
puede atraer a la fatalidad y a la adversidad.

Si bien, cada sujeto nace, como Edipo, en una estructura familiar y haya
pasado, en la niñez, por el drama del amor hacia el padre del otro sexo y
de la rivalidad hacia el del mismo género, por los celos fraternos, y todo
ese vendaval se haya resignado, con la aparición de un período de latencia
de la vida pulsional o impulsiva, así se hayan asumido, por lo menos
parcialmente, los tabúes de la prohibición del incesto y de la muerte del
semejante, en la adolescencia, se vuelve al ojo del huracán de esa borrasca
dramática, en la que se reactivan aspectos no resueltos en la infancia,
tanto en el joven como en los propios padres, que han cambiado de lugar en
el guión edípico, a los papeles de Yocasta, la madre y Layo, el padre.

Es allí, en ese complejo drama, donde éste ha de intervenir y ejercer su
función, como representante de una Ley en la Cultura, que prohíbe el
incesto y la muerte del semejante, una ley que aplica no sólo al hijo y a
la madre, sino que él mismo, como buen legislador debe cumplir, como
ordenamiento acordado, en los orígenes de la cultura misma.[3]

Si el niño gratificaba con sus ternezas y la promesa de convertirse en una
réplica que eternizaría a los padres, el adolescente se vuelve
problemático, por su querer ser distinto y anhelar encontrar un destino
propio, a veces, con cierta arrogancia, con cierta soberbia, que lo torna
desafiante para el mundo adulto y los padres, que sienten su amor propio
herido; por eso, precisamente por el reto generalizado al mundo adulto, es
que los adolescentes pueden resultarnos tan antipáticos, amenazantes y
cuestionadores; con sus juicios y actitudes, parecieran no perdonar nada,
ni dejar pasar nada por alto; son nuestros jueces más severos; estos
muchachos y muchachas no parecieran someterse fácilmente y pueden chocar
contra las rigidez del mundo adulto, familiar, escolar o institucional.

Luis Kancyper, un psicoanalista argentino, que ha investigado,
profundamente el psiquismo adolescente y la adolescencia, nos muestra como
hay una formas particulares en este grupo etario; algunos chicos, movidos
por el impulso de muerte, se meten en una guerrilla de desgaste, que se
vuelve atrofiante, mientras otros, más movidos por la pulsión de vida se
meten en una guerrilla de liberación, en una guerrilla erótica, que los
hace crecer y los lleva a una sana discriminación de sus progenitores, a la
ruptura de historias, que comandan una eterna repetición de lo mismo, para
abrirse a una vida creadora. [4]

¿Pero cuál es la fuente de esa rebeldía?

De un lado, están los impulsos o pulsiones que parecieran, con los cambios
corporales, haber adquirido un fuerte empuje; al amor y la muerte podríamos
pensarlos como hermanos, como lo describiera el poeta del romanticismo
italiano Giacomo Leopardi, en su Canto de amor y muerte:

Hermanos, a un mismo tiempo, al Amor y la Muerte,
los engendró la suerte.[5]

Los impulsos inestables, como provenientes de un mundo oscuro, constituyen
todo un problema para el adolescente, ya que se enredan, se enmarañan y se
confunden; a veces, se intrincan y en otros momentos hacen lo contrario, a
la par que originan, permanentes conflictos interiores entre el amor y el
odio, sin ninguna armonía aparente[6]; en otras ocasiones se vuelven
sádicamente contra los otros o se retroflejan de una manera masoquista
sobre el sujeto, en un permanente revoltijo, que pone a andar, a los
chicos, como por el filo de una navaja; si brotan salvajes, las pasiones
los conducen a un amor fatal o si se frenan los vuelven tímidos e
impotentes, de tal forma que se mueven entre ligámenes eróticos, que unen,
y poderosas fuerzas, que escinden y separan de los objetos amados u odiados
a la vez; aunque, los jovencitos estén siempre anhelantes de una fusión,
de una alianza, de una combinación o de una separación abismal, que ellos
mismos no pueden entender, y son de difícil comprensión, también, para el
mundo adulto, el cual, al no poder lograrla, condena a los muchachos a una
irremediable soledad, que los somete a un riesgo permanente.

Hartos de ese mundo adulto que parece desoírlos o, por lo menos, no poder
pensarlos, algunos adolescentes se aíslan; otros se tornan ascéticos, con
un estoicismo casi absoluto y cínico o se convierten en intelectualizadores
o altruistas, mientras otros ceden el paso a un hedonismo, que puede
conducirlos por los parajes de una vida licenciosa, a veces placentera pero
que, en otros casos, los lleva a la búsqueda de un goce mortificante y
mortífero, más allá del placer, como una especie de dolor de existir, que
en vez de buscar el bien, a pesar de quererlo, los conduce por los caminos
del mal y del fracaso, en los que se pierde toda inocencia. [7] [8]

Pero ésto, que sucede en el mundo interno de los muchachos y muchachas,
tiene un correlato en la vida de los padres, cuando se ponen en
contradicción sus deseos y los del hijo, cuando el mundo adulto no quiere
aceptar la ruptura histórica, que puede ocasionar el joven, y la
transforman en un estado de verdadera conmoción interior, que impide la
escucha, la tolerancia, la espera, el sostenimiento con la presencia, el
encuentro de estrategias adecuadas para la puesta de límites, en el
contexto de una acción comunicativa eficiente, basada en una relación
receptiva de las expresiones de los chicos y de la devolución de mensajes
contenedores o acciones específicas, que permitan el acceso al terreno
simbólico, de la palabra, en el que las cosas pueden hablarse sin actuarse,
en medio, de un campo dinámico, como una especie de campo magnético, con
sus puntos de atracción y de repulsión, entre los distintos integrantes.

Ese desasimiento, ese desprendimiento de la autoridad de los padres, es una
operación necesaria pero angustiante, en el pasaje de un mundo endogámico,
familiar, a un mundo exogámico, de intercambio en el espacio externo al
universo de la parentela.

Tal movimiento se hace indispensable para acceder a la propia libertad, a
la propia creatividad, como proceso de emancipación, de liberación de
viejas amarras, conscientes o inconscientes, que siempre ligaron al niño
con sus padres, para enfrentar los nuevos obstáculos, que empieza a
brindarles, a los chicos, el entorno.

Es preciso saber, aunque nos quedemos con el alma en vilo, que no hay
confrontación ni creatividad sin riesgos; cuando surge la divergencia y la
decisión de permanecer unidos o separados, ya empieza a pensarse distinto.
Si alguien crece, en algún lugar, ha de generarse algún dolor de cabeza;
estos procesos mitóticos, en la subjetividad, no dejan de ser dolorosos, en
cada uno de los bandos generacionales; estas rupturas son fundantes de
nuevos subjetividades, de nuevas visiones del mundo, y renovados
reordenamientos, que exigen, a todos los protagonistas del drama, una
elaboración psíquica, que permita la articulación de complejos puntos de
vista, lo cual significa toda un rompimiento, en una temporalidad
irreversible, que hace mortales a los padres, que envejecen, frente a la
nueva generación, que empieza sus procesos de empoderamiento, a la par que
se cuestionan viejas certezas transmitidas; es un transcurrir liberador de
antiguas relaciones de dominación, tanto en el ámbito familiar como en los
medios institucionales y sociales; allí, en ese acontecer, se inaugura una
desidealización gradual o paroxística de la imagen de los padres
omnipotentes para un supuesto niño maravilloso, que ha de abrirse a un
reordenamiento identificatorio, que resignifica el vínculo del adolescente
con sus progenitores, en el contexto de una lucha intergeneracional, entre
distintos narcisismos, el de los padres y el de los hijos, no exenta de
elementos sadomasoquistas, en uno y otro bando, en un movimiento
dialéctico y bidireccional [9]

El chiquitín, que pasa a grandulón, ha crecido y, tal vez, ya la cometa no
tenga más piolín, por haberse quedado guardada en un rincón; quizás, ya no
tenga bandidos el jardín; de pronto, encontremos, escondido entre un cajón.
un ajado folletín; la infancia se duerme y, acaso, la pubertad, como una
rosa, empiece a brindarnos toda una fragancia o un asqueroso hedor; tal
vez, con disimulo, hayamos de mirarnos al espejo, para detectar que, cuando
los hijos crecen, nos hacen más viejos, mientras, a ellos, la vida está por
darles la bienvenida; el cornetín ya suena, otras cosas llaman la atención
de nuestros muchachos, que empiezan a excitarse con los aromas del jardín;
pero hemos de tener cuidado en que no acaben en motín, sus ingenuas
urgencias, ya que sus festines pueden comerles el corazón; entre los
pliegues de sus almas, agazapada, queda la inocencia; podremos pensar que
su despertar es demasiado prematuro pero, quizás, en algún lugar de nuestro
interior, no podamos disimular todo nuestro orgullo y reírnos francamente;
de pronto, quisiéramos volver a ser esos delfines, que comienzan a salir
del cascarón, y navegar otra vez en su bergantines, aunque no sea más que
de polizones, como cantara Alberto Cortez, un día.[10]

Ante ese dolor, podemos asumir distintas posiciones:

1- Convertirnos en padres serviles, que asumen una posición masoquista, a
la manera de los antiguos héroes trágicos, sacrificados, abnegados,
sufridos, aguantadores, portadores de una ideología de un altruismo
ilimitado, mejores mientras más suframos, a la manera de los
masoquistas morales. que describiera Freud, con sus delirios de
insignificancia, con la permanente sensación de ser indignos,
estériles y moralmente despreciables, a la par que nos hacemos
continuos autorreproches, nos denigramos, a la espera del rechazo y el
castigo, de parte de los chicos, ante quienes nos humillamos, en busca
de conmiseración, con una gran autocrítica del pasado, que
consideramos que nunca fue mejor;[11] [12] posición subjetiva, que
puede llevarnos a inducir el irrespeto, la desconsideración y la
explotación, por parte de nuestros hijos, como sucede en esa nueva
patología, que se ha denominado el síndrome del emperador, en la que
los hijos se convierten en tiranos, que maltratan a sus padres, dado
que los chicos tienen pocas posibilidades de experimentar sentimientos
de culpa ante unos padres culpabilizados, y se convierten en muchachos
incapaces de mostrar alguna empatía hacia sus progenitores;
posiblemente, estos adolescentes tengan antecedentes de insultar,
desde pequeños, a sus padres, de controlarlos con sus exigencias, aún
hasta llegar a la agresión física, como indicios de una personalidad
psicopática o de un narcisismo maligno,[13] en ciernes, con grandes
desbordamientos, dada la falta de límites a las fantasías de
omnipotencia, que los hacen tener una representación grandiosa de sí
mismos, como si fueran continuadores de un cruel soberano, His
Majesty, the Baby, un trastorno que empieza a pulular en nuestra
sociedad, como si se tratara de una verdadera e incipiente
epidemia.[14]


Estos chicos pegan a un niño-padre, sometido como servidor
incondicional, que busca la gracia de sus hijos con genuflexiones,
venias, fórmulas de cortesía o regalos, de tal forma que estos padres
se vuelven dóciles ante un hijo principesco, que se comporta como un
rey loco, quien no tendría que cumplir con ningún deber.


2- Hay padres distraídos, que se hacen los bobos, los de la vista gorda o
los de los oídos sordos, y establecen un pacto de silencio con sus
hijos, para no molestarse en hablar con ellos acerca de sus conflictos
y poner límites a severas actuaciones, contra sí mismos o contra los
demás; de esa manera, se protegen de la angustia, que implica una
confrontación intergeneracional; tales padres evitan el conflicto
entre ellos y sus hijos, para eludir el descontrol de los chicos, como
una especie de inhibición de su función paterna, lo cual puede ser
vivido, por los jóvenes, como parte del total desinterés de la
generación más vieja, que los deja en el desamparo de su fantaseada
omnipotencia.

Recuerdo, una pareja de padres, quienes me consultaron, remitidos por
la institución educativa, donde el hijo estudiaba, pues los maestros
estaban preocupados por las conductas antisociales del muchacho; pero
la demanda de los padres era sólo que orientara la vitalidad del
joven, un muchacho violento, que amenazaba a todo el mundo, con su
apariencia arrogante, que hacía de él, un verdadero enfant terrible,
de pésimo pronóstico, pues, tal vez, poco había que hacer por un
muchacho tan severamente perturbado, que desde lo personal no
demandaba ninguna ayuda.


3- Otros padres se tornan en hacedores, cumplidores de los caprichos del
muchacho, al ofrecerse como una especie de poción mágica, que resuelve
todos los problemas, sin procurar, para nada, que el hijo los enfrente
o, por lo menos, que intente darles solución, hasta el punto que
logran evitar que el muchacho sienta la menor señal de peligro; estos
padres, caen como los primeros, de los que hablamos, en la explotación
y la tiranía de sus hijos, puesto que éstos saben dónde está el talón
de Aquiles de sus antecesores y su sentimiento de culpa, el cual
manipulan sin consideración, de tal forma que, los padres se ofrecen
como generadores de un vínculo adictivo, de un vínculo alienante, al
embrujar a sus hijos con satisfacciones anticipadas, ofrecidas desde
una casi absoluta incondicionalidad, para que no se vayan nunca, como
si los progenitores fuesen unos verdaderos Reyes Magos, al ofrecerles
una relación sin conflicto, que niega lo displacentero del mundo real
y del lazo entre padres e hijos, para ofrecerles una especie de tierra
de Jauja, en la que manan leche y miel, y los mantiene a todos en un
universo narcisista, que impide que los hijos se echen a volar; dichos
padres no quisieran reconocer el momento en que la vida llama a los
hijos para que se vayan, ya que los esperan nuevos caminos, para que
marquen su propia senda, y cosechen en nuevas tierras; para
garantizarlo, no les enseñan a mirar hacia dentro y conversar con
ellos mismos; son padres que no toleran que haya un mañana para sus
hijos y quisieran retenerlos en un eterno presente; si sus hijos
partieran y se fueran, tendrían que cantar una canción otoñal a la
manera de Rubén Darío:


Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!... [15]



Habrá otros adolescentes que choquen con padres autoritarios, que ocasionan
una mayor rebeldía o los someten, al inhibir su gesto espontáneo, ese
movimiento, que conduce a una existencia creativa y auténtica.

En fin... sean como sean los padres, el joven extrovertido buscara
sustituir el mundo familiar, por uno que les resulte suficientemente
conocido pero que a su vez le sirva de vehículo para el pasaje del mundo
endogámico al exogámico, en grupos espontáneos, como un fenómeno típico
adolescente, que se encarna en la barra querida de los muchachos y, a la
manera del osito de felpa de los pequeñines, se constituye en un verdadero
objeto transicional y a su vez transaccional. [16] [17]

Los grupos naturales permiten una ilusión grupal [18] [19], en la que todos
a una, como los tres mosqueteros, hacen una masa, en la que uno es igual al
otro, en un intento de asumir una nueva identidad, que los oriente hacia lo
que quieren y desean ser, a la vez que les posibilite lograr sus
objetivos, por confusos que éstos se encuentren, como un objeto común a
todos los participantes, que hace parte, a la vez, de realidad interna pero
pone en contacto con una externa, escenario de una especie de regresión
protectora, que une a la realidad interna con la realidad social, y
confiere a sus integrantes una singular potencia, inauguradora de nuevos
sentidos; desde un campo inicial de indiscriminación, que puede ir dando
lugar o no, a la diferenciación del sujeto singular, como unidad relacional
en permanente procesamiento transformador, que permite a los individuos
sentirse parte de la sociedad, que da alguna identidad a sujetos, que
empiezan a abandonar el primitivo núcleo de pertenencia que es la familia,
para introducirse en un núcleo no familiar que los vincula, de alguna
manera, con la comunidad, un nicho donde se va desplegando la personalidad,
donde se toma conciencia de los obstáculos que han de enfrentarse, de tal
forma que esta ilusión transitoria, ayuda a los chicos a tranquilizarse en
un período de cambios en todos los niveles, mientras van avanzando en un
tránsito hacia lo novedoso, en un principio vivido como extraño y
peligroso, para ayudarles a descubrir nuevas dimensiones humanas; en el
grupo se inicia la búsqueda de nuevos objetos de satisfacción, por fuera
del ámbito familiar, en el que se propician historias de amor y odio, que
contribuyen en el campo físico e intelectual, como parte de una lucha
activa, mediante la pertenencia a un grupo. que propicia la expansión, que
los lleva a empezar a asumir compromisos, ya sea en el equipo de fútbol, en
la barra, en actividades religiosas o políticas, en el colegio, en el
barrio, para abrirse, cada vez más, hacia un ámbito social más amplio; ésto
ocurre siempre y cuando el grupo no se convierta en un fin en sí mismo, que
se burocratiza, y adocena con su espíritu gregario, de tal forma que, más
que favorecer la actividad, al generar una identidad propia, genera
actitudes pasivas, con miembros acríticos, que no buscan trascendencia sino
que se instalan en el sostenimiento en una inmanencia grupal empobrecedora,
como sucede con algunas patologías de grupos adolescentes, en aquellos que
están más al servicio de la indiscriminación y la muerte, de
identificaciones adhesivas, masificadoras, por lo cual es muy importante
ver cómo se dan los procesos de agrupamiento entre adolescentes.

Recuerdo un joven, de dieciséis años, con serios trastornos, que me hacían
pensar en un esquizofrenia pseudopsicopática, en la que una fachada de
comportamientos antisociales, oculta un verdadero proceso esquizofrénico;
el muchachón permanecía aislado y pasivo, en su hogar, signado por la
ausencia de los padres, para cuando jugaba su equipo preferido en el
estadio, irse con un grupo de amigotes a desfogar su furia, en actos
vandálicos, como si entrara en un estado de fusión oceánica con la masa, en
la que perdía la dimensión simbólica del juego de competencia, para meterse
en una cosa Real, en un goce mortífero, donde uno era igual a todos, en
actuaciones completamente irresponsables, ya que las ideologías juveniles
son manipuladas por las del sistema social dominante; los adolescentes
furiosos desataban su rebeldía, en actos puros, con una total ausencia de
pensamiento. Los muchachos desean acción, como mecanismo de descarga, de
actuaciones impulsivas, que aligeren la angustia, en actos de una
brutalidad salvaje, con una total disociación entre el hacer y el
pensamiento.

En otro ámbito, más allá de los estadios, hay todo un conjunto de jóvenes
que, en un contexto violento, marcados por los ideales de consumo devienen
en mozalbetes, que actúan en un mundo individualista y anómico, sin normas,
ante la ausencia de futuro, a la manera de los Rodrigo D., las Rosario
Tijeras o las Marías, llenas de gracia, de nuestra narrativa, más
sicaresca[20] que picaresca, con sus relatos de fechorías, que se
constituyen para los chicos en experiencias vitales, directas, que
parecieran engolosinar al gran público, y hacer parte de un mito, al que se
sacrifican los pobres mancebos, desde los ideales corruptos de un mundo
perverso, que los induce a pensar que no nacieron para semilla, que no
durarán nada, que son unos ángeles caídos, para que se regodeen en lo
siniestro, con alguna licencia para matar, tema que hace las delicias del
todo un conjunto de espectadores, hasta el punto que, me comentaba un
productor de cine colombiano, que las distribuidoras de los productos del
séptimo arte del Primer Mundo, piden que nuestra filmografía, no se desvíe
de ese tipo de temática de sicarios y violencia.

En tales casos, la sociedad no se ofrece como garante de una buena Ley, que
se brinde como un ideal para el yo de los chicos, que les permita la
postergación de los deseos, para obtener logros más seguros y útiles, al
permitir la canalización de las pulsiones, en iniciativas creadoras,
válidas en sociedad y reconocidas por otros, a través de mecanismos
sublimatorios.[21]

Una buena Ley funciona como un protector, que se transmite desde la
realidad externa hasta el interior del sujeto, cuando se instaura un
superyó benigno en el mundo interno de cada persona.

En las agrupaciones adolescentes es frecuente el uso de jergas, lenguajes
especiales y familiares, todo un conjunto de palabras, que usan entre sí
los individuos de ciertos grupos, que funcionan como jeringonzas, con una
semántica complicada y difícil de entender para quienes no pertenecen a
ellos; signos lingüísticos, sumamente arbitrarios, llenos de
tergiversaciones maliciosas de los códigos habituales en el ámbito
cultural, en el que viven los muchachos. Éstos empiezan a usar neologismos
y giros idiomáticos particulares,[22] lo cual hace parte de la búsqueda de
placer, por los mancebos, quienes se deleitan con la construcción de
disparates, de excentricidades, que llevan a cabo como si fueran un juego,
que permite el uso de códigos secretos, como una especie de criptosistemas,
que ofrecen medios seguros de comunicación entre los miembros del conjunto
de amigos y permiten ocultar el desciframiento de sus mensajes a miembros
foráneos al grupo, ya que no se observan las reglas lógicas de la
gramática, se articulan palabras nuevas, sin sentido, mediante el uso de
lo que en inglés se ha dado en llamar non-sense, juegos de palabras, no
sujetos a un acuerdo social más amplio; dichos lenguajes parecieran
conferirles a los chicos cierta omnipotencia, que les produce el goce de
burlarse de los forasteros, al sentir que se pasan por el bozo cierta razón
reglamentaria, en una acción comunicativa entre ellos, excluyente de los
demás; tal lenguaje hermético y críptico protege a los miembros de la barra
de juicios críticos; en fin, se constituye en todo un sabotaje de los
criterios razonables, que prohíben el disparate, como única posibilidad de
que los mozalbetes puedan pensar a sus anchas, con entera libertad; dichas
construcciones lingüísticas se constituyen en formas de creación,
emparentadas con las de ciertos movimientos artísticos, como el de los
surrealistas, con su rebelión contra lo académico y contra lo canónico.
Habría allí toda una actividad lúdica, que se recrea de los desatinos de la
lengua, si bien cercanos al arte, también próximos a la locura, con sus
producciones lexicales extrañas, ingeniosas y chistosas, o al mundo de los
sueños, que parecieran originar nuevos sentidos, visiones particulares de
la cultura, con una retórica particular, persuasiva y estética, acorde con
todo un mundo, tanto interno como externo, que cambia al compás de la
propia metamorfosis puberal, en una especie de código nuevo, que ellos han
pactado, para apuntar a una autonomía del mundo tradicional, en un hablar
tribal, que a la vez oculta la verdad de los deseos inconscientes.

No deja de ser llamativo, el efecto que ha causado este platicar en jerga,
en una cultura como la medellinense, la paisa, que ha llegado a extenderse
a todo nuestro país, como parlache, toda una ruptura con el lenguaje y la
visión del mundo tradicionales, un conjunto de modismos, utilizados por los
jóvenes de las comunas populares, que ha permeado a los adolescentes de
todos los estratos socioeconómicos, a partir de la década de 1980; este
modo de habla pareciera tener una génesis y un desarrollo complejos, a
través del encuentro de grupos migratorios campesinos, en una gran urbe, en
el ámbito marginal de los cinturones de miseria, en un contexto de
violencia social, en la subcultura juvenil, como vehículo expresivo de
rebeldía, que llegara penetrar también el mundo artístico de la literatura,
el cine, la telenovela y la canción.

El parlache une a los muchachos en un solo lenguaje hermético, que sólo
ellos parecieran saber interpretar, que excluye, de suyo, a las figuras de
autoridad, como una especie de venganza de los jóvenes, al sentirse
abandonados por ellas a la soledad; hasta convertirse en un verdadero
dialecto social, en una auténtica variedad sociolingüística, sonora y medio
mágica, que parte de la comunicación entre amigos, entre parceros, que
están en el parche, que es de donde surge el nombre de la nueva modalidad
del habla, como forma expresiva del grupo adolescente en una ciudad que
padece grandes y aceleradas transformaciones, marcadas por la falta de
control y ante vacíos profundos, en un contexto de droga y delincuencia,
que, necesariamente, genera otra visión del mundo y de la cultura
dominante; una especie de antivalor y contracultura urbanos, en una
colectividad, en la que la comunidad lingüística se desintegra dada la
heterogeneidad de sus gentes, en ciudades que tienen un crecimiento
desigual, con profundas diferencias socioeconómicas y culturales,
generadoras de incomunicación pero, a su vez, origen de toda una literatura
y formas musicales, como el rap, el trance, los rock metálico y
[i]satánico, expresión de otros movimientos subculturales como el
satanismo, que conducen a otros problemas como el de los pactos suicidas.
[23]
[email protected]
-----------------------
[1] Freud, S. Tres ensayos de teoría sexual en Obras Completas (t. VII),
Amorrortu editores, Buenos Aires, 1976, pp. 120-224.

[2] Freud, S. La novela familiar del neurótico en Obras Completas (t.IX),
Amorrortu editores, Buenos Aires, 1976, pp. 213-220

[3] Freud, S. Tótem y tabú en Obras Completas (t. XIII), Amorrortu
editores, Buenos Aires, 1980., pp. 146-148.
[4] Kancyper, L. Adolescencia y a posteriori. Revista de Psicoanálisis,
42(3): 535-546, 1985.
[5] http://www.poesieinpoesia.com/Giacomo-Leopardi/poesie/Amore-E-
Morte.html

[6] Laplanche, J. y J-B. Pontalis. Diccionario de psicoanálisis. Editorial
Labor, Barcelona, 1971, pp. 211-214.
[7] Freud, A. El yo y los mecanismos de defensa.5ª. ed., Editorial Paidós,
Buenos Aires, 1971

[8] Solano, Stella. ¿Qué es un niño? Correspondencia fundación freudiana de
Medellín, N. 19, publicación bimestral

[9] Kancyper, L. Eros y Ananké en la confrontación generacional. IV Jornada
de Psicoanálisis de Familia y Pareja de la Asociación Psicoanalítica
Argentina.
[10] Cortez, A. Chiquitín, grandullón.http://www.lyricstime.com/alberto-
cortez-chiquitin-grandullon-lyrics.html

[11] Freud, S. Tres ensayos de teoría sexual en Obras Completas (t. VII),
Amorrortu editores, Buenos Aires, 1976, p. 144.

[12] Freud, S. Duelo y melancolía en Obras Completas (t. XIV) Amorrortu
ediciones, Buenos Aires, 1979, p. 244
[13] Kernberg, O. Trastornos Graves de la Personalidad. Estrategias
terapéuticas. Manual Moderno, México, 1987, pp. 263-283.

[14] Martínez, F. Síndrome del emperador: pequeños tiranos que maltratan a
los padres. http://fernandomartinez.newsvine.com/_news/2007/03/27/634359-
sndrome-del-emperador-pequeos-tiranos-que-maltratan-a-los-padres-

[15] Rubén Darío. Canción de otoño en primavera.
http://www.analitica.com/bitblioteca/ruben/cancion.asp

[16]Winnicott, D. Objetos transicionales y fenómenos transicionales en
Realidad y juego, Galerna, Buenos Aires, 1972, p.19.

[17] Fernández Mouján, O. Abordaje teórico y clínico del adolescente. Nueva
Visión, Buenos Aires, 1986, pp.185-206.

[18] Kietik, M. Yo o no yo. Interlink Headline News No, 2802, Octubre del
2002. http://www.ilhn.com/ediciones/2802.html

[19]Anzieu, D. El grupo y el inconsciente grupal. El imaginario grupal.
Biblioteca Nueva, Madrid, 1986
[20] Orrego, J.A. Entrevista con Héctor Abad Faciolince.
http://www.escritoresyperiodistas.com/NUMERO27/jaime.htm
[21] Dolto, F. El caso Dominique. 2ª ed. Siglo Veintiuno Editores, México,
1976, pp. 223-242

[22] Wainsztein, S. La jerga de los adolescentes. Actualidad Psicológica,
240: 12-14, 1997.

[23] Henao, J.I. y L.S. Castañeda. El parlache. Editorial de la
Universidad de Antioquia, Medellín,
http://www.editorialudea.com/socialestextos2002.html


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