El sueño de Galilea. Confesiones eclesiales de Pedro Casaldáliga (por T. Cabestrero 1992)

May 25, 2017 | Autor: José María Vigil | Categoría: Eclesiología, Pedro Casaldáliga
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Descripción

EL SUEÑO DE GALILEA

Confesiones eclesiales de Pedro Casaldáliga

TEOFILO CABESTRERO

EL SUEÑO DE GALILEA Confesiones eclesiásticas de Pedro Casaldáliga

MADRID 1992

PRESENTACIÓN

© Publicaciones Claretianas, 1992 Juan Alvarez Mendizábal, 65 dpdo., 3.° 28008 MADRID. Teléf. (91) 247 05 02 ISBN: 84-7966-032-5 Depósito legal: M. 18.480 Anzos, S. A. - Fuenlabrada (Madrid)

Como va de «confesiones», todo hay que decirlo; y en pocas palabras. Sale este libro por el empeño que en él ha puesto el di­ rector de «Publicaciones Claretianas», el compañero Angel Aparicio, padre de la idea primera, del encargo y de la finan­ ciación de las búsquedas. Es la primera vez que escribo a iniciativa de un editor y con facilidades sin las que yo no tendría ni idea de este li­ bro. El que esto suceda entre «hermanos» no le quita méri­ tos, se los aumenta. La petición me sorprendió. No hacía un mes que Casaldáliga había dado un «no» ro­ tundo a la sugerencia (de un tercero) de escribir una biogra­ fía de Pedro. «Ni lo pienses», dijo, «tengo una vanidad sufi­ cientemente inteligente». «Publicaciones Claretianas» no pedía una biografía de Ca­ saldáliga. Quería presentar su formación eclesial y su vida de hombre de Iglesia: ¿qué ha sido para él la Iglesia desde que lo bautizaron?; ¿qué es ahora mismo la Iglesia para él?; ¿qué es él para la Iglesia?... El libro debía ser objetivo, pero no exhaustivo. Podía ser testimonial, aunque podría ensayar cualquier género literario; y convenía que incluyera algunas imágenes. «Que lo pidan esos hermanos claretianos», respondió Ca­ saldáliga, «obliga a pensarlo». Le dio vueltas: «Dentro de la 5

crisis de eclesialidad que unos y otros viven, por carta de me­ nos o por carta de más, los que pasan y los fanáticos, puede valer la pena»... Sería «una oportunidad de dar razón de mi esperanza y de mi esperanza en la Iglesia, sobre todo hoy que no se lleva mucho el ser Iglesia y el creer en la Iglesia...». Ya pensaba en la forma de hacerlo: «De un modo espontá­ neo, ¿sabes?». Y concluía: «Rechazamos una biografía y acep­ tamos un testimonio confesante». Asegura Pedro que, «sin mayores pretensiones», since­ ramente responde en este libro a algunas preguntas que se hacen muchos. Por mi parte, vi la conveniencia de unir testimonios ob­ jetivos sobre Pedro Casaldáliga, al testimonio de él sobre la Iglesia. N o sólo testimonio sobre el actual Casaldáliga, obis­ po en Brasil —tan conocido y tan desconocido—, sino testi­ monios también sobre el Casaldáliga anterior, sacerdote en España, seminarista y novicio claretiano en los años 40. Confe­ siones eclesiales de Casaldáliga, y confesiones eclesiales sobre Casaldáliga. Se podían aclarar algunas cosas que muchos ven confusas. Por ejemplo, si Pedro Casaldáliga es o no es pro­ ducto y juguete de las revoluciones de América Latina; si es o no un «precipitado» de la Teología de la Liberación. Se po­ día proyectar luz hacia lo hondo de la personalidad de Pedro... Siendo él obispo en una región de Brasil, es obligado pre­ sentar su marco actual, que no es ya el de los años 70 ni el de los 80. Mostrar qué situaciones vive ahora mismo el pue­ blo de Brasil y de toda América Latina, en vísperas del Quinto Centenario y de la IV Conferencia General del Episcopado católico en Santo Domingo. La nueva coyuntura mundial y el optimismo oficial del «nuevo orden» reducen la infor­ mación a pinceladas sueltas en el sensacionalismo consumis­ ta de los mass media; y urge informar y testificar, a tiempo y a destiempo. El que avisa no es traidor... Debo confesar (orden del libro) que me he propuesto dos búsquedas personales. Una de fondo, sobre Pedro Casaldáli­ ga. Esclarecer aún más mi conocimiento de su persona, es­ cuchando ahora otras voces y la del propio Pedro. Verlo con

mayor precisión y buscar alguna síntesis vital o un rasgo nu­ clear que lo explique a él en sus varias facetas. (A mí me ilumi­ nan mucho los testimonios de quienes lo han conocido a él de cerca a lo largo, a lo ancho y en lo hondo de su vida. Pedí a cada uno hablar de Pedro con objetividad y con libertad crí­ tica; contar lo que la intersubjetividad revela, sin hacer apolo­ gía; y no callar las disensiones, los límites, los defectos.) La otra búsqueda ha sido de forma. He querido hacer un libro diferente dentro del género testimonial. He busca­ do articular los varios testimonios como no lo había hecho antes. M ontar de otra manera las voces, para hacer un «libro hablado» distinto. Porque cada asunto, historia o persona, pide y permite una nueva creación. Y en Pedro Casaldáliga y en su historia eclesial hay singulares posibilidades para va­ rios libros diferentes. Este es uno de ellos, sólo uno... Y, aún así, no es posible que no haya cometido desati­ nos en él. Ninguna buena voluntad garantiza un solo acier­ to. Desatinos por exceso o por defecto. Acepto de antema­ no no saber ir y quedarme —al mismo tiempo— justo hasta donde llegan o se quedan los deseos de unos y de otros tra­ tándose de Casaldáliga y su circunstancia eclesial; y con los deseos suelen ir los pareceres y los juicios... Pido disculpas a unos y a otros; y a Pedro, a cuantos me han confiado su palabra y a todos los lectores. Quedo agradecido a las mujeres y a los hombres que han colaborado en este trabajo; a quienes generosamente han ofre­ cido sus recuerdos personales, su testimonio. Muchos más los hubieran dado, lo sé; pero se impone la mesura, y siem­ pre acaban mandando las circunstancias. Ni qué decir que los versos que encabezan cada parte del libro son de Pedro Casaldáliga. Conocidos varios, y alguno inédito, todos son auténticos «epígrafes». Su poesía es él; su poesía es más de lo que él es ya, porque es también lo que ansia, lo que él cree y espera y busca apasionadamente.

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Teófilo Cabestrero Cuaresma del 92 de Panamá

I SIENDO OBISPO MISIONERO EN AMÉRICA LATINA

América Latina será m i cruz definitiva Estamos en Sao Félix do Araguaia, pequeño municipio del Mato Grosso de Brasil, en 1992. Han pasado 24 años desde que llegaron de España dos misioneros claretianos a fundar aquí una Misión Católica, cuyos 150.000 kilómetros cuadra­ dos de pastizales, florestas, selvas y ríos, habitados por in­ dios, pobres campesinos emigrados y peones de acarreo de los interminables latifundios agropecuarios, fueron hechos «Prelatura Apostólica» por la Santa Sede de Roma en 1969, siendo Sumo Pontífice Pablo VI. Los dos misioneros, Pedro Casaldáliga Plà y Manuel Luzón López, venían de la pro­ vincia claretiana de Aragón, y ambos cumplirán en 1993 las bodas de plata en esta Iglesia de la Regional Centro-Oeste de la Conferencia Episcopal de Brasil (CNBB), la mayor del mundo con más de 300 obispos. Casaldáliga, a quien Pablo VI designó primer pastor de la Prelatura de Sao Félix, lleva más de veinte años siendo obis­ po misionero en este pueblo preamazónico. Y en los diez últimos años han cambiado tanto algunas cosas en Brasil, que hasta lo que no ha cambiado es diferente. Dos décadas des­ pués, nada es lo mismo en América Latina; ni siquiera los pobres y su pobreza. Y si no se ven las nuevas situaciones, se pierde de vista a quien las pastorea. Existe el riesgo de man­ tener fija la imagen de un Casaldáliga de los años 70 o los 80, que no incluya todo lo que él es en los 90. Si, en cualquier lugar del mundo, el obispo ha de dejarse afectar por las situaciones que vive el común de la gente en el territorio de su Iglesia, en América Latina esto es aún más determinante para un pastor. En América Latina, además, resulta inevitable vivir envuelto y como moldeado por las situaciones del pueblo. Habría que ser bastante inhumano para no sentirse afectado por las situaciones infrahumanas, pastoreando en América Latina; lo cual sería una grave con­ traindicación para ejercer de obispo en este continente. 11

Hacerse cargo de lo que es ser obispo ahora, en América Latina, implica ver las nuevas situaciones de cerca, con su trastienda y sus efectos, sin dar crédito a la apariencia que dibuja la información diaria, tan fragmentada y manipulada por los grandes intereses.

En el fondo de las nuevas situaciones, bullen los viejos problemas nunca resueltos en esta América, como bulle el magma en un volcán dormido que puede reventar en explo­ siones sorprendentes. Venezuela es ejemplo visible en los úl­ timos meses, ya que han trascendido al mundo la revuelta popular del «caracazo», primero, y luego el golpe militar fa­ llido. Pero cada país latinoamericano es ahora, visto de cer­ ca, su ejemplo en trance de estallidos por exceso de miseria, hambre y muerte. Parecen eternas, en América Latina, las injusticias estruc­ turales, la escandalosa desigualdad en el reparto de la tierra y de los bienes, así como la corrupción en todos los niveles del poder y la pésima administración, como en competencia de codicias con los sucesivos poderes usurpantes extranjeros. Y ahora vemos que lo peor del viejo orden mundial, en el que América Latina fue siempre víctima, se nos agrava con el «nuevo orden mundial»... Cuando ha venido a Brasil por segunda vez el Papa Juan Pablo II, en octubre de 1991, ha reclamado que se resuelvan de una vez los males de fondo en Brasil y en toda esta Amé­ rica: la tierra es para todos, y pide a gritos una reforma agra­ ria siempre pendiente; la deuda externa, ningún país debe pa­ garla matando de hambre a su pueblo; la deuda social interna constituye al propio pueblo pobre en el primer acreedor de su gobierno. «Se puede expresar firmemente, para que todo el mun­ do lo oiga», clamó el Papa, «que la deuda externa de un país

jamás debe ser pagada a expensas del hambre y la pobreza de su propio pueblo». Pero este clamor no lo oyen las insituciones financieras internacionales, ni los gobiernos de los países más ricos, los acreedores; y tampoco lo escuchan los gobiernos de los países pobres y deudores. Aunque en estos gobiernos haya mandatarios que van a misa o al culto los domingos, obedecen al Banco Mundial (BM) y al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Club de París, con más fe y devoción que al Papa. Sigue incumplida la hipoteca social que debería pagar la propiedad privada, porque subsite injustamente a expensas de la miseria de las mayorías; hiriente delito cometido a ojos vistas en la muy católica América Latina. Y eso que este Papa, a quien acogen y aclaman estos pueblos tan cálidamente, y por quien se desviven los gobernantes del país visitado por él, insiste como nadie en reclamar esa hipoteca, que es un postulado básico de la doctrina social católica. Pero, en las clases pendientes del catolicismo latinoamericano, es tradi­ ción mantener en pie la injusticia estructural, madre de to­ das las injusticias y abuela de las miserias, de las violencias y de cuantas revoluciones han estallado en estos condenados pueblos. Esa injusticia-madre se expresa en cifras, diciendo que un 10 o un 15 por ciento de privilegiados lo poseen casi todo en propiedad privada, mientras el 90 o el 85 por ciento de la población apenas tienen nada. Sobre esa injusticia, exicitando la codicia y las corrup­ ciones en las formas más salvajes del capitalismo, que por aquí campan a sus anchas, la fiebre de privatización interna­ cional y las medidas drásticas de ajuste económico están de­ rrotando a América Latina. La propiedad privada alcanza ni­ veles letales de propiedad privante. Eso explica los contrasentidos de esta nueva era de paz y democracias «latinoamericanas». Crecen las cifras de per­ sonas cesadas, los parados sin subsidio, los insolventes, los indigentes, los jóvenes y niños en las calles, los vendedo­ res de cualquier cosa, las prostitutas y los prostitutos, los

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De las dictaduras militares a la dictadura económica: América Latina en los tiempos del cólera

muertos de hambre, los pordioseros, los enfermos; y, claro, los delincuentes, asaltantes, secuestradores, mañosos, sica­ rios, traficantes... En las aguas de algunos puertos de Brasil, han vuelto los piratas; piratas de lanchas rápidas, metralleta y gafas negras. «Nunca en nuestra historia habíamos tenido tanta demo­ cracia», dice el pueblo, «y jamás habíamos sentido tanta ham­ bre y desgracia»: 200 millones de personas hundidas en la extrema pobreza en 1992, casi la mitad de la población de América Latina; 4 millones de niños malviviendo y durmien­ do en las calles, pasto de mafias y policías; 43 millones de mujeres de las áreas rurales en probreza crónica (el doble que hace 20 años, a pesar de la emigración). Y aumentan las clínicas privadas, los seguros privados, los centros para minorías, la promoción de cruceros a paraí­ sos lejanos para festejar el «15 cumpleaños» de una hija, mien­ tras en sectores medios y entre los pobres de la ciudad y del campo, el trabajo, la salud, la educación, el transporte y la alimentación se deterioran. Desaparecen los subsidios públi­ cos, suben los precios, baja la calidad de vida, y América La­ tina retrocede a «los tiempos del cólera»... Y el cólera no se va, mientras no desaparezca la miseria. ¡Vaya Quinto Centenario, el de esta América! Es todo un símbolo el lamento, ahora, de un indio en Panamá: «no­ sotros ya vamos para quinientos años de sufrir cólera»... Los representantes de organizaciones campesinas y labo­ rales, barriales, femeninas e indígenas (no gubernamentales) de Centroamérica y el Caribe, reunidos hace poco en Pana­ má, dicen que «si no hay fuerza social y popular unida, re­ sistiendo a la actual política de ajustes y privatizaciones y pro­ poniendo salidas alternativas, la realidad es como un oscuro laberinto interminable». La democracia y la paz son ahora, por acá, fachadas que ocultan otras dictaduras y otras gue­ rras. Se han hecho cambios que urgía hacer, sí (tratados de paz, elecciones), pero no se ha erradicado la injusticia estruc­ tural con sus males de fondo, que son como el sida-social de América Latina. El gran cambio jamás se hace, y esto es lo

que impide la democracia y la paz verdaderas en los países de América Latina. La prueba de fuego, ahora, para la paz en El Salvador, va a ser el reparto de tierras; la reforma agraria... «La democracia entre nosotros», advierte el escritor ar­ gentino Ernesto Sàbato, «puede derivar hacia la corrupción más escandalosa y hacia el despotismo, dos características de quienes nos gobiernan ahora». Sàbato denuncia a los que «se denominan cristianos», pero «apoyan un orden injusto, por­ que sólo se preocupan por ganar dinero y les importa un bledo el chiquito que se muere de hambre: lo opuesto a la doctrina que predicó Cristo hace dos milenios». O tro argentino uni­ versal, el Nobel de la Paz Pérez Esquivel, denunciaba en Bra­ silia la impune violencia rural y urbana que campea en la región, y afirmaba que América Latina tiene sólo «una fa­ chada democrática». Pocos días después de ver tambalearse esa fachada en Venezuela, dentro del foro de la U N CTA D (Conferencia de la O N U sobre Comercio y Desarrollo) en Cartagena de Indias, Colombia, una voz se ha alzado para recordar: «quienes viven en medio de la pobreza y las priva­ ciones no tienen en realidad ninguna libertad»; la voz de Ken­ neth Dadzie, Secretario General de la UNCTAD. El Estado y sus servicios públicos desaparecen en manos de la empresa privada nacional y multinacional. Los empre­ sarios, los comerciantes y los banqueros, lo hacen todo y lo son todo ahora en los países latinoamericanos; están suce­ diendo a los militares, aquella casta que Estados Unidos no necesita ya para controlar a América Latina. Ahora los mili­ tares estorban, son gravosos y pueden hacerse nacionalistas. Los empresarios y los banqueros son más fieles al dólar y todo lo convierten en negocio, desde la administración del arte haste recoger la basura de las calles; 28 empresas inter­ nacionales se disputan en Panamá la privatización del servi­ cio de recoger la basura, y un poblador de escasos recursos tiembla: «muchos tendremos que comernos la basura». Ellos (empresarios y banqueros) son ya también los políticos, los líderes, los presidentes y los ministros. Y, como son merca-

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deres, miran al Estado y al país con ojos de «mercado libre» y lo negocian. «El mercado es el mundo», se dice. El mundo es un mer­ cado. Esta «filosofía» tiene su versión salvaje y sagrada en los países de América Latina, donde la Banca y la Empresa Privada ofician, como una nueva casta sacerdotal, la religión del dios Mercado; y compiten con las sectas en vaciar más al catolicismo, viciando el alma de la gente. Hasta el gran liberalista Octavio Paz, el mexicano N o ­ bel de literatura, al inaugurar el Foro de Oradores Príncipe de Asturias, en Sevilla (pabellón de España en la Expo 92), señalaba que, entre los dos mayores enemigos del mercado, «el monopolio estatal y el monopolio privado», es este últi­ mo, el monopolio privado, el que crece y se reproduce en nuestras sociedades; su influencia se extiende a todos los do­ minios de la vida contemporánea, desde la economía a la po­ lítica, y sus efectos son particularmente perversos en las con­ ciencias». Y explicaba Octavio Paz que, a través de los medios de comunicación y por la publicidad, el monopolio privado de mercado destruye la pluralidad, arrasa la autonomía de las conciencias y crea «el complaciente y banal nihilismo de las so­ ciedades modernas», donde la democracia es víctima de sí mis­ ma por exacerbar «la contradición que la habita desde su nacimiento: la oposición entre libertad y fraternidad». «Reducir todos los valores a un signo de compraventa es una degradación», concluía Octavio Paz. Pero es lo que hoy se impone. Los empresarios, los banqueros y los políti­ cos enriquecidos, son también dueños de los medios de co­ municación; y «los medios tratan a las ideas, a las opiniones y a las personas como noticias, y a éstas como productos co­ merciales». Los productos comerciales son la nueva transcendencia que enajena a todos; el obispo de los pueblos. La «moderni­ zación de la economía» es la nueva utopía materialista, el pa­ raíso para después del infierno de los ajustes, para después de que mueran las miserables mayorías pobres. Aquí habla, con verdad, de «genocidio económico»...

Pero los medios de información no están al servicio del hombre, sino del mercado que deshumaniza a la sociedad. Los medios son también mercado. Y América Latina, fácil presa del mercado de los Estados Unidos en sus crisis de in­ competencia y recesión, es buen mercado para las multina­ cionales de los medios del Norte. Veinte cadenas de TV nor­ teamericanas penetran e invaden el subcontinente latinoamericano, frente a una europea, Televisión Española Internacional. Varias cadenas estadounidenses dan sus noti­ cieros en castellano por las televisoras de los países de Amé­ rica Latina. Y el 92 ha servido para que una empresa nortea­ mericana nos meta un nuevo canal «la TV del Nuevo Mundo»: «HBO Olé», que cubre todos los países de Améri­ ca Latina por satélite, emite largometrajes las 24 horas del día, y todos son películas norteamericanas. Es la nueva do­ minación de América Latina. La dominación de las concien­ cias. La sutil invasión permanente a este entristecido «patio de atrás», explotado como yacimiento, como mercado y como basurero. N o queda todo dicho, sin explicitar con mayor claridad que los actuales gobernantes-negociantes de América Latina son fieles seguidores de los dogmas y dictados de los orga­ nismos financieros internacionales, el Banco Mundial, el Fon­ do Monetario Internacional, el Club de París y los demás organismos que, año tras año, enriquecen más a los países ricos, empobreciendo más a los países pobres. Y el mundo gira siempre de ese lado: el 23 por ciento de la población mun­ dial disfruta del 85 por ciento de los recursos, mientras el 77 por ciento sólo dispone del 15 por ciento; y este pequeño bocado se lo quitan, porque, incluso ahora, los países pobres del Sur transfieren miles de millones de dólares a los países ricos del Norte. Son los milagros mundiales de la alianza del dios Mercado con la diosa Banca. «El modelo neoliberal monetarista es inhumano», dice hoy, 20 de febrero de 1992, Alejandro Bernal, secretario de economía de la Confederación Mundial del Trabajo, ante el plenario de la Octava Conferencia de la U N C T A D .

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BRASIL: El gigante está profundamente herido

¿Cómo no van a escapar los miserables pobres del Sur a los ricos países del Norte? Huyen de la muerte. Tienen de­ recho a emigrar en busca de una mínima parte de lo que es suyo, desde su estado de extrema necesidad. Pero, ¿qué país desarrollado reconoce y trata a esos desgraciados como «acree­ dores» de dignidad humana? Pertenecen a los malditos de este mundo, a «los excluidos» o «masas sobrantes»... La profecía nueva de los obispos, en América Latina y en todo el mundo (porque en esto sí hay globalización y debe haber unidad), habría de ser hoy la antigua profecía de ad­ vertir y defender a todos, personas y pueblos, contra los ídolos que pervierten las conciencias y exigen, insaciables, excluir y sacrificar tantas vidas humanas. La profecía de defender la vida de los que ya no pueden vivir; lo mínimo, que es lo má­ xim o cuando se están perdiendo, y es lo más sagrado porque es de Dios: la vida. Esa profecía que los obispos de Hondu­ ras han actualizado en dos frases muy cortas a los presiden­ tes centroamericanos en su última cumbre regional de Tegucigalpa: «No idolatren el mercado» y «paguen la deuda social que tienen con sus pueblos». Hay que dejar constancia de que, en los países de Amé­ rica Latina, se da el paso de las dictaduras militares a la dicta­ dura económica impuesta por la Economía Internacional. A la doctrina de la Seguridad Nacional le sucede la doctrina de la Seguridad Económica del capital y del mercado libre in­ ternacional, al precio de la máxima inseguridad social en es­ tos países. La represión militar se hace represión económi­ ca, y la violenta reacción de las guerrillas cede el paso a una violencia social exasperada. Esta es nuestra «paz» ahora. ¿Dictadura económica es democracia política? Otro mila­ gro. Han logrado que todo el pueblo vote para elegir a los gobernantes que, sin compasión por las mayorías pobres, apli­ carán los «ajustes de cuentas» dictados por las instituciones financieras internacionales. Por más que estos organismos lo nieguen, aplicar ahora en los países de América Latina sus polí­ ticas de ajuste económico es sentenciar a muerte al pueblo po­ bre y tentar a ciertos militares a hacerse populistas y golpistas.

La dictadura económica tiene sus ejércitos, sus paramili­ tares, sus pistoleros. Y actúan por encima de la democracia, e incluso utilizándola. En Brasil (y en Guatemala, como en algunas zonas de Colombia y de México) esto alcanza los ni­ veles más brutales. Era en Brasilia, donde Pérez Esquivel denunciaba que «no ha desaparecido en América Latina la violencia institucional de las dictaduras». Acompañaban al Nobel de la Paz 17 hu­ mildes viudas de líderes agrarios y campesinos asesinados des­ de 1989 en el estado amazónico de Pará, el de mayor violen­ cia rural ahora en Brasil. Y el arzobispo jesuíta Luciano Méndez Almeida, presidente de la CNBB, ilustraba la denun­ cia de Pérez Esquivel con las cifras de los incesados e impu­ nes asesinatos de campesinos, sacerdotes, abogados y agen­ tes de pastoral en diferentes regiones de Brasil. Brasil tiene 153 millones de habitantes (casi el 30 por cien­ to de la población de toda América Latina) y 8 millones y medio de kilómetros cuadrados de territorio con incalculabres riquezas en reservas naturales. Pero el gigante latinoa­ mericano está profundamente herido. Ha entrado en el 92 golpeado por la mayor crisis de su historia en economía, en corrupción y en desaliento de todas las capas sociales. El peso de su deuda externa es de ciento veinte mil millones de dóla­ res, y arrastra una recesión prolongada a la que nadie ve salida. Las olas de Copacabana han perdido su atractivo turísti­ co, bajo el fiero oleaje de una violencia social incontrolable —asaltos, robos, secuestros, homicidios— y por la resaca de la represión policial y de los escuadrones de la muerte que asesinan a menores y a mendigos para «limpiar» las calles. La Policía Civil del Estado de Río de Janeiro ha registrado ocho mil homicidios en 1991; 350 chicos de la calle asesinados, 300 asaltos a establecimientos bancarios y 90 secuestros para ob­ tener rescates, además de 60 asaltos de piratas en las aguas del puerto. Y el Estado de Río tiene 14 millones de habitantes, apenas un 10 por ciento de la población total de Brasil.

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La violencia social aumentará, porque crece la miseria. Desde la oficina para la infancia, unicef, revelan las Nacio­ nes Unidas que, si al final de los años 80jlegaron a vivir en la miseria el 63,4 por ciento de las familias brasileñas, ahora esa cifra ha subido al 70 por ciento: 100 millones de perso­ nas. De esas familias, el 30,2 por ciento (30 millones de per­ sonas) están en la miseria extrema; con ingresos entre cinco y diez dólares mensuales por persona activa, devaluados por las subidas de precio de todo lo necesario para vivir. La investigación que ha hecho en el segundo semestre de 1991 una comisión parlamentaria de Brasilia, sobre el aumento del «enanismo» entre los brasileños «por hambre y desnutrición», da nuevas evidencias del deterioro de la ca­ lidad de vida y de sus efectos en la población. El 25 por ciento de los adultos de Brasil están afectados por el «enanismo» (no alcanzar 1,6 de altura el varón, y 1,5 la mujer). «Una nueva y trágica subraza humana se está for­ mando en Brasil: la etnia de la miseria y el hambre», conclu­ yen los diputados en su alarmante informe, el segundo en menos de diez años. «La primera causa del hambre en Bra­ sil», denuncian, «es la mala distribución de la renta; la gran mayoría de nuestra población tiene una renta tan baja, que no les alcanza para adquirir los alimentos básicos que ne­ cesitan». Pero el gobierno de Brasil se ha propuesto pagar ocho mil millones de dólares de su deuda externa en 1992, y va a aplicar las medidas que le dictan el FMI y la Banca Mun­ dial para un durísimo ajuste económico. Lo anunciaba el go­ bierno cuando no se habían apagado aún en los oídos del gran pueblo hambriento las palabras gritadas por el Papa Juan Pa­ blo II: «ningún país debe pagar su deuda externa a expensas del hambre y la pobreza de su pueblo». Sin embargo, la doc­ trina del actual pontificado económico mundial está dicien­ do: ...aunque muera la mitad de la población, la economía se superará. La economía, ¿de quién? Los obispos católicos denuncian ahora en Brasil «situa­ ciones de terrible precariedad», «apartheid social», «degrada-

ción del sistema político económico». Y advierten que «es imposible construir un Estado de derecho en una sociedad de miserables». La concesión del «Nobel alternativo» de 1991 a dos ins­ tituciones de Brasil que luchan por la tierra de los sin tierra en el campo y en la ciudad, es una luz. La Comisión Pasto­ ral de la Tierra (CPT), de los obispos católicos, y el Movi­ miento de los sin Tierra (MST). O tra luz brilla en el hecho de que el presidente Collor de Melo cediera a las presiones internacionales que ame­ nazaban con boicotear la cumbre de la Ecología Mundial de Río en 1992, si el gobierno no demarcaba urgentemente las tierras de las selvas y los ríos en que agonizaban los indios Yanomani, invadidos por 45 mil salvajes buscadores de oro (garimpeiros), envenenadores de su hábitat. Frente a los intereses de las grandes compañías mineras (mas 600 peticio­ nes de exploración en busca de oro, diamantes, zinc y estaño en la reserva yanomani), y ante el mal humor de los altos militares que aducían peligros para la «seguridad na­ cional», el presidente cedió: cien mil kilómetros cuadrados de selva amazónica son reserva de los indios yanomani, los mejores guardianes de su equilibrio ecológico en bien de la humanidad. El impacto sobre Brasil de la mundialización de la eco­ logía va a ser fuerte. ¿Llegará a compensar el impacto negati­ vo del orden económico mundial? ¿O habrán de compartir los países empobrecidos del Sur sus reservas ecológicas con el N orte industrializado —el gran depredador de la naturaleza—, sin que el Norte enriquecido comparta con ellos su preciada reserva tecnológica? Sería terrible. Porque ya no habrá fundadas esperanzas de estabilidad mundial, de paz y sobrevivencia humana en la tierra, mientras subsistan las desigualdades y los desequili­ brios que distancian con tanta crueldad el Sur del Norte. Y esto ha sido dicho ahora con claridad en la Octava Confe­ rencia de la O N U sobre Comercio y Desarrollo, celebrada en Cartagena de Indias del 8 al 27 de febrero de este año 92.

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Después de la Guerra Fría —dicen los altos funcionarios de la O N U — las naciones ricas deben hacer frente a una nueva amenaza para la seguridad mundial: la pobreza diseminada por todo el Tercer Mundo» La creciente miseria en los paí­ ses en vías de desarrollo (sin vías de desarrollo) es una ame­ naza mayor para la seguridad mundial que los misiles atómicos. El nuevo Secretario General de Naciones Unidas, Boutros-Ghali, ha dicho textualmente en su discurso ante los delegados de 170 países: «Al término de la Guerra Fría y con el acercamiento entre el Este y el Oeste, los países del Sur podrían convertirse en un bloque de pobreza que iría desde el Mediterraneo hasta el Caribe». Y ha advertido: «Hay un grave riesgo de choque entre el egoísmo de los países ricos y la desesperanza de las naciones pobres». Eso enrumbaba la Conferencia de la U N CTA D a bus­ car de qué manera se puede aprovechar la caída del comunis­ mo para crear nuevas formas de relación entre el N orte y el Sur. Pero, al día siguiente, Estados Unidos y Japón pro­ testaban airadamente de que se hable así en esta Conferen­ cia. Y ¿qué les duele a Estados Unidos y a Japón? No les duele que existan la amenaza y la tragedia, les duele que a ese nivel se diga que existen y que esto se divulge. Los superpoderosos han llegado a controlar y manejar el mundo por la infor­ mación y la desinformación, de manera que lo que no se dice es como si no existiera, aunque exista; lo malo ya no es que los males existan, si no que se diga y se sepa que existen; lo bueno es callar, distraer, engañar; lo bueno para ellos es la mentira, y lo malo es la verdad... Si hasta inventan y provo­ can nuevos males para que se ignoren los males reales, por­ que, si estos se afrontan, su poderío comenzaría a derrum­ barse. Es pavoroso lo que nos ocultan... Las Iglesias en todo el mundo, y todo el mundo en cada Iglesia, nos hallamos ante el desafío de la profecía de la ver­ dad, frente a los crueles- silencios y las grandes mentiras de la desinformación, esas armas de los ídolos de muerte que sacrifican vidas. Es el Evangelio de la verdad y de la vida el 22

que nos está reclamando una determinada «nueva evangelización»... Y no sólo en Brasil y en América Latina. No sólo en todo el Tercer Mundo. La revitalización de la fe cristiana y del cristianismo, y la reanimación de las Iglesias, pasa por ahí, tanto en el Tercer Mundo como en el Primero. En Euro­ pa y en todo el Primer Mundo habrá un eclipse del Evange­ lio del Dios de Jesús, si las Iglesias no se distancian más de esa perversión de ocultar la verdad; si no viven y claman por la justicia y la solidaridad con los pobres de la propia Euro­ pa, del propio Primer Mundo y de todo el Tercer Mndo; con los pobres de casa y del mundo entero; que es la casa de todos. A medida en que cambian las situaciones personales y sociales de los pueblos, las Iglesias también cambian. Y mu­ cho ha de cambiar siempre la Iglesia, en bastantes cosas, si aspira a ser fiel a lo esencial, manteniendo y transmitiendo la integridad de lo que nunca cambia, en medio de los cam­ bios de la Historia que ahora son tan profundos y acelera­ dos y complejos. En América Latina, la Iglesia católica afronta ahora un cambio numérico de sus fieles, un descenso vertiginoso, que acabará generando otros cambios. Curiosamente, el descen­ so de fieles en la Iglesia católica de América Latina no se está dando por la tan anunciada secularización, sino por una in­ tensificación (y explotación) de la religiosidad en multitud de Iglesias y sectas. Este fenómeno no debe simplificarse. Son­ deos recientes en Guatemala, donde los protestantes y las sec­ tas tienen la mitad de la población, nos advierten que no li­ mitemos nuestra preocupación a si fue o no fue la política intervencionista de Estados Unidos lo que trajo a América Latina la invasión de las sectas. Eso debió preocuparnos hace años, ahora la expansión de las sectas funciona independien­ temente de sus orígenes, y algunas de sus nuevas causas nos desafían a promover análisis más autocríticos. En el citado sondeo de Guatemala, varias personas confiesan haber supe­ rado en «Iglesias evangélicas» el alcoholismo, la división fa23

miliar y otros vicios que nunca habían superado en la Iglesia católica. Habríamos de revisar con mayor rigor nuestros mé­ todos de evangelización, educación y formación ética; la par­ ticipación de la comunidad en nuestras celebraciones litúr­ gicas; el conocimiento, la lectura y la vivencia de la Palabra de Dios por todo el pueblo católico; el equilibrio teológico y moral entre cambio social y cambio personal, entre salva­ ción personal, social y cósmica... Este es sólo un frente de cambios, entre otros. En Brasil, como en toda América Latina, no es lo mismo ser obispo en 1970, cuando se estrenaba Medellín, que serlo en 1992, cuando los obispos llevan a la Conferencia General de Santo Domingo los documentos de Medellín, los de Puebla y las angustias y esperanzas que viven ahora en los pueblos de Amé­ rica Latina sus 500 millones de personas.

De ayer a hoy, en Sao Félix do Araguaia Cuando llegaron los misioneros Casaldáliga y Luzón en 1968, Sao Félix do Araguaia era el único municipio de una extensa región, desatendida y ferozmente explotada; y aquel único municipio tenía seiscientos habitantes. Ahora Sao Fé­ lix tiene diez mil habitantes, y es sólo uno de los diez o doce municipios que abastecen de servicios públicos la región, bajo otro régimen político. N o es que no haya problemas nuevos, ni que hayan des­ aparecido todos los viejos problemas. Esto es Brasil, no es lo mejorcito de Brasil, y todo Brasil está maltrecho en la peor crisis de su historia. Pero algunas cosas han cambiado en Sao Félix do Araguaia, hasta hacer que los viejos y los nuevos problemas se afronten de otras maneras. La misma radicalidad evangélica del obispo y la Prelatu­ ra católica tiene otros matices y se expresa en nuevos tonos para gentes nuevas. La casa y el equipo del obispo que me acogen son los mismos y son otros. De las personas que ha­ bía hace diez años quedan Pedro y la Hermana Irene, reli­ giosa de San José. Hay otras dos hermanas de esa Congrega24

ción, Irene y María Inés, y dos misioneros agustinos, Paulo y Francisco. Los cambios en la casa, con las habitaciones de las reli­ giosas construidas en el patio interior, y la singular capilla de ladrillo y troncos, abierta a la vegetación bajo los altos árboles, sugieren reajustes en los ritmos de vida comunitaria de los miembros de este equipo misionero. En un proceso vivo, cambia todo siempre, en busca de una fidelidad nunca fácil de alcanzar ni de definir. Ya para el 20 aniversario de esta Iglesia como Prelatura, es decir, a mitad del 1990, Casaldáliga hizo una breve me­ moria de esos años. Y mostraba que, en el proceso humano y pastoral vivido, se diferencian mucho la primera etapa y el momento actual. «La región ya no es la misma» escribió en su «recado» o mensaje del obispo al pueblo, Esta nossa Igreja. Ahí recordaba Pedro los arduos orígenes de esta Iglesia, por la esclavitud y la represión reinantes bajo el latifundio esclavista y la dictadura militar; y luego detallaba la «diversi­ ficada» situación de ahora, a la que buscan responder como «Iglesia de Jesús». En la nueva situación, tras la sobria me­ moria del conflicto primero, Casaldáliga hizo pública esta confesión eclesial: «Ciertamente el equipo pastoral de la Prelatura, comen­ zando por su flaco obispo, cometió errores y no siempre supimos conjugar la justicia que no se doblega con el amor que todo lo abarca. Hoy, a los 20 años de “ caminhada” , mi­ rando esta historia corta pero intensa, pedimos perdón al Padre y a los hermanos tal vez ofendidos, y queremos afi­ nar mejor el rumbo, acertar más evangélicamente la mar­ cha. Pero, sobre todo, agradecemos al mismo Padre el don de habernos dado vivir, con los pobres de este Araguaia, una hermosa aventura del Reino de Dios.» Todo está escrito y divulgado en el número 157 del boletín pastoral de la Prelatura, «Alvorada». Es importante reseñarlo, por­ que Pedro Casaldáliga y la Iglesia de Sao Félix do Araguaia pue­ den circular clichés fijos e imágenes parciales, tanto entre quienes

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no simpatizan con él, o con ciertas ideas y gestos de él, como entre los admiradores de Casaldáliga. Hay que reseñar también que algunos medios de la Igle­ sia divulgan ahora una nueva imagen del obispo Casaldáliga, viéndolo y mostrándolo más conciliador, más cercano al Papa, por la participación de Casaldáliga en el segundo viaje de Juan Pablo II al Brasil y por el balance que él hizo de esa visita. El obispo de Sao Félix do Araguaia fue a encontrarse con el Papa en el Congreso Eucaristico Nacional de Natal, junto con sus hermanos obispos, para ser confirmado en la fe y en el pastoreo por «Pedro». Fiel a sí mismo, Casaldáliga lle­ vó su poema. Se lo hicieron leer por TV Globo y está divul­ gado en Brasil en portugués. Nadie lo ha traducido aún al castellano. En un largo «Sermón Nordestino de la Ultima Cena en Natal», Casaldáliga hace que el Señor hable a los discípulos en las nuevas situaciones del Brasil desde la U lti­ ma Cena del Congreso Eucaristico de Natal. Dice en algu­ nas estrofas: Es la Ultima Cenay otra vez, para todos nuevamente la última. Es mi Testamento: como Yo hice y hago, compartid cuerpo y sangre. Compartid pan y vida. Compartid tierra y agua. Compartid lucha y fiesta. Compartid entre todos. ¡Es la última oportunidad cada vez que acontece! (...)

No suavicéis el grito de mi Sangre. No deshagáis mi Cuerpo. 500 años de partir el Pan y siempre para unos pocos ¡el pan de cada día! El Nordeste es aún mi Getsemani\ la Agonía ignorada (¿hasta por los apóstoles?) 26

/Brasil, Brasil, que matas a los profetas y marginas al Pueblo fuera de la tierra patria modernizando el lucro y la mentira..! ¿Pides pena de muerte para los que vienes matando, cada día, de hambre y de desprecio? El salario que niegas a tantos jornaleros para seguir llenando los cofres de Moloch, clama contra tus muros. (...)

Es la Ultima Cena, otra vez, para todos. El Papa viene y va. Yo y los Pobres quedamos... En la fe de Pedro, en la pasión del Mundo, comulgad, cada día, este Misterio: La Sangre de la Esperanza, el Pan de la Vida, mi Pascua, nuestra Pascua. Los medios internacionales vienen mostrando a Casal­ dáliga en la opinión pública mundial, desde octubre de 1972, cuando saltó a los teletipos de las Agencias el nombre del obispo de Sao Félix do Araguaia, envuelto en los tonos de una lucha imposible y trágica. Enfrentaba a las grandes ha­ ciendas y a la dictadura militar, por defender de la esclavi­ tud y de la injusticia a peones, indios y pobres campesinos emigrados al territorio de la Prelatura. Amenazado de muerte y perseguido por los terratenientes y por los militares, el obis­ po Casaldáliga fue detenido en su residencia durante el ope­ rativo militar con que aterrorizaron al pueblo buscando su­ puestas pruebas —nunca encontradas— que evidenciasen a esta Iglesia como un foco guerrillero. Fueron maltratados los sa­ cerdotes; los seglares agentes de pastoral y alguna religiosa fueron encarcelados y torturados. Luego secuestraron y ex­ pulsaron al padre francés Francisco Jentel, aun habiéndolo declarado inocente tras dos años de cárcel. Todo eso, entre 27

1972 y 1975. U n año después era asenidado a quemarropa, por un policía militar, el misionero jesuita Joâo Bosco Bur­ nier Penido, que acudió con el obispo Pedro en auxilio de dos mujeres cuando eran torturadas en la prisión de Riberáo Bonito. El obispo de Sao Félix también fue causado de «comu­ nista» por un anciano obispo que utilizaron los militares. Y se le abrió un proceso en Roma, adonde llevaron las acusa­ ciones. La Santa Sede nombró al actual cardenal de Brasilia, D on José Falcâo, para investigar a Casaldáliga, y el proceso no tuvo mayores consecuencias; quedó archivado en Roma. Y a entonces escribió Pedro Casaldáliga una carta al Papa Pa­ blo VI; le escribió junto con D on Tomás Balduino, fraile do­ minico y obispo de Goiás Velho, ya que a ambos acusaron los militares por boca de otro obispo. Varias veces estuvo sobre la mesa del presidente del Bra­ sil, listo para su firma, el decreto de expulsión de Brasil del obispo Casaldáliga. «Tocar al obispo de Sao Félix sería tocar al Papa», dijo un día Pablo VI al cardenal de Sao Paulo, Pau­ lo Evaristo Arns. Toda esa historia fue varias veces noticia en los medios internacionales, con informes y declaraciones del mismo Ca­ saldáliga y de la Conferencia Episcopal de Brasil. Poeta y es­ critor de largo oficio, pronto comunicó Pedro sus propios sentimientos en dos libros testimoniales, Clamor elemental, primeros poemas en el Mato Grosso, y Yo creo en la Justicia y en la Esperanza, autobiografía de su Credo hasta 1975. Des­ pués fueron saliendo los reportajes, entrevistas y libros, de él y sobre él, que han llegado a publicarse, hasta las obras más recientes: Todavía estas palabras (poemas), la antología de textos A l acecho del Reino, y En lucha por la Paz, relectu­ ra de las causas latinoamericanas de Casaldáliga en el marco de los desequilibrios Norte/Sur. Siempre, además, han cir­ culado las cartas de Casaldáliga, que, en los últimos años, son comunicaciones periódicas colectivas. Existe, pues un Casaldáliga muy conocido que es el de las primeras luchas, el de las peregrinaciones por Centro-

américa iniciadas en 1985 en Nicaragua, y el del conflicto eclesial que saltó de Nicaragua a Roma, adonde fue llamado el obispo de Sao Félix por la Santa Sede. Los diálogos en dos dicasterios del Vaticano desenterraron aquel proceso archi­ vado diez años antes. Por otra parte, alguien pasó a la prensa la carta personal de Pedro Casaldáliga al Papa, mientras el obispo tenía su audiencia particular con Juan Pablo II, en su primera visita «ad limina»... 1987. Luego llegó a Brasil un «nionitum», que tuvo su extraña orquestación prematura en ciertos medios; Don Luciano Mendez, presidente de los obis­ pos, medió en Roma, y ya, el silencio. Sorteando el informe, las citas y la crónica, busquemos las confesiones eclesiales de Casaldáliga sobre estos años, desde los grandes recuerdos. Hay que recuperar, en síntesis vita­ les, los jalones de este tiempo que ha vivido siendo obispo misionero en América Latina. Es preciso volver a lo vivido, si se quiere entender lo que se vive; no se puede dejar de ha­ cer memoria. Memoria distanciada, para rescatar el movimien­ to de una vida eclesial que tuvo un antes y que prosigue. Que no nació este hombre de Iglesia en los años 70; y lo más co­ nocido de él en esa década y en los 80 no agota la existencia eclesial de Pedro Casaldáliga. Las vidas son como flechas que vienen al futuro desde atrás. Del pasado sólo interesa la me­ moria viva, no sea que nos retenga el peso de lo ya fenecido.

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Memoria revivida En Sao Félix do Araguaia, ahora caminamos Pedro y yo de su casa a la casa de un vecino amigo, para disponer de unas horas sin ser interrumpidos. En su propia casa, el obispo no elude a nadie, y se ha empeñado en tener la puerta siempre abierta. En el trayecto, nos sobrepasa un cielo de sucesivos soles violentos cortados por negros nubarrones. N iños descalzos, semidesnudos, flacos, buscan cayú para matar el hambre bajo los altos árboles que cimbrea el viento. De los grandes man-

gos agitados se desprenden también algunos frutos; pesados corazones verdeamarillos, golpean el suelo al desplomarse. Vienen las lluvias. La gente del lugar se mueve en bicicleta o camina a pie. Algún camión de carga y un autobús urbano circulan por la ancha vía central de asfalto, llena de rotos y baches de tie­ rra roja. Varias veces he sorteado estos baches en bicicleta, para llegar hasta el archivo de la Prelatura, en el Centro Co­ munitario, a la orilla del Araguaia. El archivo lo ha cuidado siempre la hermana Irene. Ella lo inició y lo rehizo después de que lo destrozaran los mili­ tares. Ella ha estado abriendo el sin fin de carpetas que he mirado. Informes y crónicas de la vida del pueblo, sus lo­ gros y conflictos, las visitas pastorales, los encuentros... Car­ petas de recortes de prensa. Interminables carpetas de cartas, fotografías, diapositivas. Varias tardes repasando fechas y he­ chos de la historia de esta Iglesia; selecionando, leyendo y anotando; mirando, una a una, las imágenes de la vida y la muerte en estos pueblos. Sentados ya, en casa del vecino, ante la eterna máquina de escribir (esta dura Olympia del equipo del obispo en Sao Félix), traigo a la memoria de Pedro los pasos del tiempo vivido en Brasil. Mientras despiertan los empolvados verdes bajo la lluvia, toma voz la memoria confesante de un hom­ bre de Iglesia a quien le ha tocado ser obispo misionero en América Latina, desde esta puerta del Infierno Verde. —Tenías 40 años cuando llegaste de Madrid a Río de Janeiro, con Manuel Luzón, el 26 de enero de 1968. N o lejos de Río, en Petrópolis, estudiásteis un semestre de inculturación brasileña. Y aquel Brasil del 68 fue tu primera América. El 68, histórico (revolución estudiantil, Primavera de Pra­ ga, Medellín). En el aire de la Iglesia y de la sociedad mun­ dial, se respiraba una voluntad de tiempo nuevo. Ahora lo entiendo mejor. Medellín iba a acontecer aquel año. Manuel y yo veníamos como dos misioneros ilusionados, sin saber muy bien a dónde ni cómo, pero sintiendo que veníamos

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en misión. Llegamos a Brasil en pleno recrudecimiento de la dictadura militar y nos encontramos con una Iglesia de catacumbas y sus espléndidas minorías proféticas y la san­ gre corriendo. En el curso del Cenfi, el Centro de Formación Intercul­ tural de Petrópolis, vivimos una gran primera experiencia de mundialidad y de pluralismo eclesial. La primera expe­ riencia de ese tipo en mi vida. Sacerdotes, religiosas, laicos, solteros y casados, evangélicos también. Desde los avanza­ dísimos holandeses hasta algunos franceses «pre-lefebrianos». El Brasil, inmenso; inmensa su Iglesia y con toda la gama: desde D om Helder Cámara hasta...

—Tras el Cenfi, mes y medio de hospitales en la «mons­ truosa Sao Paulo», asomándoos a las enfermedades tropica­ les brasileñas, y emprendisteis el viaje a la Misión por carre­ tera. Siete días en camión, desde Río Claro (Sao Paulo) hasta Sao Félix del río Araguaia, donde os esperaba una rústica casa de 4 por 8. «Llegamos a un mundo sin retorno», escribiste. —Sao Félix do Araguaia y su región no era una Iglesia ni era una sociedad (aparte, claro está, las sociedades indíge­ nas, milenarias). Veníamos un poco a la nada. La religiosi­ dad tradicional de los campesinos emigrantes, llegados so­ bre todo del Nordeste, que multiplicaban en la capillita de barro varias imágenes del Corazón de Jesús o de la Virgen. Y por otra parte, la total falta de infraestructura eclesiásti­ ca. Yo iba a ser el primer eclesiástico a establecerse en la re­ gión. Todas las distancias y todos los desafíos nos vinieron encima com o los temporales del río Araguaia. ¿Por dónde empezar? ¿Qué era hacer misión aquí? ¿Cómo se constituía una Iglesia local? Los primeros pasos fueron lanzarnos a la inmensa geo­ grafía de los 150 mil kilómetros cuadrados en visitas de ex­ ploración misionera. N o había comunidades. El pueblo era un conglomerado de procedencias, aunque todos a la bús­ queda de una tierra «de sosiego». Desde aquel primer mo­ mento, la «tierra» nos entró en el alma. Y la tierra iba a ser, juntamente con el cielo, nuestra absorbente programación pastoral.

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Falta de escuela, falta de atención sanitaria, falta de ca­ rreteras y de todos los medios de comunicación, falta abso­ luta de organización social. La «ley del revólver 38» como ley suprema, y la muerte señoreando.

—Vuestro Equipo Pastoral se reforzó pronto. Llegaron algunos jóvenes españoles, claretianos de Aragón, y bastan­ tes seglares brasileños se incorporaron a esta Iglesia como agentes de pastoral. Por su número, su juventud, la larga per­ manencia en el equipo, y por su fibra (venían de la universi­ dad a la militancia cristiana, y algunos habían sido semina­ ristas claretianos), aquellos seglares de la primera hora influirían en vuestro estilo apostólico. —El buen número de seglares que llegaron entonces mar­ caron para siempre los rumbos de esta Iglesia. Nunca estu­ ve solo frente a los desafíos, ni siquiera pudo ser nunca «clericalista» esta Iglesia particular. Afortunadamente. U n don del Espíritu. Llegaron muy buenos seglares, ellos y ellas; y algunas primeras religiosas también. Y empezamos a atender los lu­ gares de mayor conflicto o de nucleación poblacional más expresiva. Fueron las «campañas misioneras», de tres meses de alfabetización, atención primera a la salud, catcquesis, sa­ cramentos, celebraciones y el suscitar los primeros líderes de las comunidades. Erramos más de una vez. Los que apa­ recen más espontáneamente como líderes no siempre son los líderes buenos. Suscitamos también, desde la primera hora, las sospechas de la represión. Alfabetizar según el método de Paulo Freire, «concientizar», era también «subversivo»... La pastoral, pues,desde el principio fue para nosotros toda la pastoral, sin posibles dicotomías. Concretamente, fue des­ doblándose ya nuestra pastoral en cuatro áreas: 1, catcque­ sis y celebraciones de la fe; 2, educación formal e informal; 3, atendimiento a la salud; 4, las reivindicaciones mayores, derechos humanos, la lucha por la tierra, la causa indígena. N o se podía ser Iglesia ni hacer Iglesia sin abarcar simultá­ neamente este conjunto de pastorales que iban a ser nuestra pastoral de conjunto.

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Ahí, las luces del Espíritu; ahí también, nuestras cruces y nuestros aciertos y desaciertos. Desde un principio entendimos que no íbamos a hacer sin más comunidades eclesiales de base, sino a echar las ba­ ses de la comunidad humana y eclesial. Y conste que toda­ vía hoy me parece éste el gran desafío y la tarea urgente: comunitarizar, en Sociedad y en Iglesia. —A ese aire pastoral, entraron religiosos y monjas. Y trai­ go ahora a tu memoria el disentimiento que alguien me ha referido en España. Dices que llegaron algunas primeras religiosas; herma­ nas de San Joré. Y os juntasteis pronto cinco religiosos cla­ retianos. Las hermanitas de Jesús vivían ya, insertas a su es­ tilo, en la aldea de los indios tapirapé (ellas salvaron a ese pueblo de la extinción). Pero las nuevas religiosas y los reli­ giosos no permanecieron mucho tiempo en comunidades pro­ pias y autónomas, sino que, en atención a las necesidades pas­ torales de un territorio tan vasto y desatendido, se integraron en diferentes equipos misioneros mixtos. Un claretiano de Aragón que fue provincial, Alfredo Ma­ ría Pérez, dice que aún tiene tan grabado el entusiasmo que le despertó esta Iglesia en su primera visita (cuando no era provincial), como el temor y la disconformidad que sintió en sus visitas posteriores al ver los equipos pastorales, dis­ tantes y mixtos, en lugar de las comunidades religiosas de cada Congregación. Pronto vio confirmado su temor de que algún joven sacerdote se pudiera casar...«Pedro lleva una vida espiritual intensa», dice Alfredo, «y piensa que todos la lle­ van como él, en esto es ingenuo; por otro lado, me parece excesivo su temor al capillismo congregacional.» Algunos más piensan así. —Una intuición pastoral nos cosquilleaba desde el pri­ mer momento. Queríamos una vida religiosa inserta, como se ha venido diciendo después. Nada de conventillos cerra­ dos. Religiosos, religiosas, en medio del pueblo. Era un sue­ ño; válido siempre... Por otra parte, la Prelatura pudo y 33

debió responder a la petición que hizo formalmente la Con­ ferencia Nacional de los Obispos de Brasil a todas las Prela­ turas del país: no cerrarse en feudos de la Orden tal o de la Congregación cual; diversificar la presencia misionera; urgir el nacimiento de Iglesias autóctonas; ir superando todo tipo de colonialismo eclesial. La petición era más que legítima. Quizás nos precipitamos en su ejecución. Sé que varios her­ manos claretianos no concuerdan con la radicalidad de esta opción, y comprendo que tienen sus razones. Y algunas con­ secuencias hemos pagado. U n factor que aceleró esta confi­ guración de la Vida Religiosa entre nosotros fue la presen­ cia marcante de tantos seglares en el equipo pastoral, algunos de ellos exnovicios escarmentados. A lo largo de estos 24 años se han casado estando aquí en nuestra Iglesia cuatro sacerdotes: dos diocesanos y dos religiosos. También, pues, en nuestra Iglesia se han casado sacerdotes, como en las más tradicionales Iglesias de este mun­ do. Creo que nadie ignora mi opción personal por el celiba­ to y la valoración evangélica y eclesial que hago del mismo. Carisma es. El Reino de los Cielos reclama muchos servi­ cios. Y todos hemos acompañado el discernimiento, las an­ gustias y las decisiones de tantos, sobre todo en los últimos treinta años de la Iglesia.

—Insiste Alfredo en que el obispo ha de respetar cada comunidad religiosa sin supeditarla a la primacía del servi­ cio pastoral; lo contrario sería como negar la comunidad re­ ligiosa... El número y la sensibilidad de los seglares brasile­ ños ha de pesar a la hora de discernir y decidir, ya que el obispo está dentro del Equipo Pastoral y tiene un voto. ¿Te condiciona ésto? —«Hoy todos decimos que la Iglesia es fundamentalmente laical y la corresponsabilidad de los seglares nos parece más evidente. El Sínodo sobre los laicos en la Iglesia nos lo re­ cordó insistentemente. Es vedad: nuestra Iglesia de Sao Fé­ lix do Araguaia ha sido desde el principio una Iglesia carac­ terizadamente laical. Hasta por el hecho de empezar de la nada y por empezar en 1968. En aquellas fechas eso era po-

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sible y el aire de renovación lo pedía. Lo aceptamos y res­ pondimos. Simplemente respondimos. Podíamos haber res­ pondido mejor. El Equipo Pastoral, nuestro Consejo Pastoral diferente, con el obispo incluido, ha venido tomando todas las deci­ siones pastorales de esta Iglesia. Y no siempre ha prevaleci­ do la opinión del obispo; yo he sido voto vencido más de una vez. ¿Discutible? Sin duda. Preferí, preferimos, ir acer­ tando juntos, ir asumiendo juntos las decisiones, aun a ries­ go de tropezar alguna vez. ¿Qué es mejor? ¿Imponerse an­ tes de hora o irse poniendo de acuerdo en corresponsabilidad adulta? Otros que se imponen, no por eso son más obedeci­ dos. Yo, por otra parte, soy lo suficiente personalista y ten­ go mis escrúpulos de conciencia también: no creo haber ce­ dido en decisiones mayores cuando la conciencia me lo exigía. Y, a fin de cuentas, no me arrepiento de haber caminado juntos en este nuestro Emaús».

—En el otoño del año 70, ya hube de informar sobre tí al Vaticano, desde España, en secreto sellado con altas pe­ nas. El Papa Pablo VI había erigido este territorio en Prela­ tura, y la Santa Sede sondeaba tus costumbres, a ver si daban de sí para hacerte obispo. Te vino el nombramiento en junio del 71. N o lo acepta­ bas y escribiste al Nuncio tu «renuncia taxativa», pero llegó un obispo vecino pilotando su avioneta y te detuvo: había que pensarlo, hablarlo, orar... Te sopesó el equipo, te acepta­ ron, y entonces asentiste. Tenías 43 años. En las fotografías de la consagración, más pareces un seminarista que el obispo. —«Sí, me venía grande ser obispo. Yo sabía muy bien que a otros compañeros de misión no les parecía yo el obis­ po ideal. Además, yo intuía sordamente que quizás no era posible ser obispo como yo creía que se debía ser. Confesa­ dos mis límites y mis disponibilidades, acepté. Y después de vivir el episcopado durante estos veinte años de servicios y crucecillas, de solidaridades que van y vienen, debo declarar que no me arrepiento de aquella aceptación. Iba a ser misio­ nero con más anchas potencialidades desde el ministerio epis­ copal. San Antonio María Claret no dejó de ser misionero

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por ser obispo, arzobispo y hasta confesor de su Majestad la Reina. Paréntesis: cuantas veces he recordado a lo largo de estos años la cazurra traducción que hacía del dicho de San Pablo el cardenal Tarancón, él en aquel entonces obis­ po arrinconado en Solsona y yo filosofillo claretiano: «quien desea el episcopado... menuda carga desea». El «bonum opus» es carga y confianza a la vez que deposita en uno el Señor. Una estimulante aventura evangélica, ésta de ser apóstolobispo a zaga de los Apóstoles, en medio de compañeros como Ignacio de Antioquía, Ireneo de Lyon y Agustín de Hipona; o Antonio Valdivieso de Nicaragua, y Antonio Ma­ ría Claret de Santiago de Cuba; y Oscar Romero de El Sal­ vador o Leónidas Proaño de Riobamba».

—Por entonces, el hermano Manuel se ordenaba sacer­ dote «para servir mejor al Pueblo de Dios». Acompañabais a dos poblados que nacían plantándose en tierras vírgenes, pero el latifundio acaparador los acosaba. Descubristeis la mentira del «milagro brasileño» en las muertes del pueblo, cuando llevabais el anuncio de la vida. Y disteis la voz de alarma. Defendíais a indefendibles y os perseguirían, no iban a respetar ellos el Evangelio ni ningún derecho humano. Tú lo sabías, y aceptaste ser obispo excluyendo eludir con ello la persecución: aunque fueses deportado un día, acompaña­ rías al pueblo acosado. La cruz sobre la gente y el Espíritu en los crucificados te decían qué clase de obispo ibas a ser. —«Eso sí, desde la primera hora quise ser obispo de otro modo; mi báculo, mi mitra, mi anillo tenían que ser otros: por los pobres y los muertos que me cercaban, por el desafío que la Iglesia latinoamericana y toda la Iglesia del posconci­ lio vivía en aquella hora. En el fondo, por esa apasionada voluntad, tantas veces mal respondida pero nunca negada, de seguir a Jesús. Cómo me he repetido después, infinitas veces, la palabra del obispo Agustín —él a orillas del mar, yo a orillas del Araguaia—: “con vosotros soy cristiano../' Quería ser de todas maneras un cristiano, ahora obispo.»

«Mi pobre vida», dijo Pedro al pueblo cuando lo ungían obispo, «no vale más que la de ese peón de diecisiete años 36

que hemos enterrado esta mañana en el cementerio del Ara­ guaia, sin nombre y sin féretro; ese joven es la persona más importante de este día». Comentaba el evangelio del Buen Pastor, y les decía que, si él y los misioneros estaban ahí con ellos y para ellos en esos días de persecución y muerte, era porque Cristo manda a los suyos «a dar vida, y a dar la vida si fuere preciso». Y esto no es heroísmo ni nada extraordina­ rio: «es la vocación del cristiano y del pastor». Sin catedral ninguna, el pueblo celebraba la consagración de su primer obispo a la orilla del ancho Araguaia, en toscas sillas y mesas. Bajo el aire atardecido, el austero marco hacía creíbles los nuevos símbolos que sustituían a los viejos em­ blemas episcopales. A conciencia había dispuesto Pedro la sustitución. Lo re­ vela una nota de mediados de agosto de 1971 en su diario: «Decidí no usar anillo, ni mitra, ni báculo. Ayer esbocé las líneas de invitación que explicarán anticipadamente el por qué de esta actitud que considero sencillamente lógica. No voy a dar una lección a nadie. Debo, sin embargo, ser conse­ cuente». Y describe en el diario la «invitación-recordatorio» que había ideado: «Llevará la reproducción de un cuerno y un lazo de las ilustraciones nordestinas de Poty, y el texto rezaría así: Tu mitra sera un sombrero de paja sertanejo; el sol y el claro de luna; la lluvia y el sereno; la mirada de los pobres con quienes caminas y la mirada gloriosa de Cris­ toy el Señor, Tu báculo sera la Verdad del Evangelio y la confian­ za de tu pueblo en tu Tu anillo sera la fidelidad a la Nueva Alianza del Dios Libertador y la fidelidad al pueblo de esta tierra. No tendrás otro escudo que la fuerza de la Esperanza y la Libertad de los hijos de Dios, ni usarás otros guantes que el servicio del Amor. 37

Esas «letras», cantadas por todo el pueblo en las pegadi­ zas tonadas de sus músicas, decían el sentido de los nuevos símbolos. Y las mitras y los báculos que los obispos concele­ brantes habían llevado en la procesión de entrada iban que­ dando a un lado, olvidados sobre las sillas o en las manos de la gente del pueblo. —La persecución que arreció después contra vosotros no era una sorpresa. Cuando firmaste el primer informe sobre Feudalismo y Esclavitud en el Norte del Mato Grosso, ya en septiembre de 1970, sentiste que podías haber firmado tu sen­ tencia de muerte. Enviaste ese informe a las supremas auto­ ridades del país, a la presidencia de la Conferencia Episcopal y al Nuncio. Cosechaste advertencias. Después los hacendis­ tas y un reverendo padre presionaron en la Nunciatura para impedir que fueras consagrado obispo. Y el día de tu consa­ gración, publicasteis la carta pastoral una Iglesia en la A m a­ zonia en conflicto con el latifundio y la marginación social. Junto a la doctrina de la Iglesia que incluye denunciar las in­ justicias en la evangelización, dabais 80 páginas de testimo­ nios escalofriantes con nombres y apellidos, lugares, hacien­ das, y firmas o huellas dactilares. Ya no tardaron las amenazas de muerte. —«Asumir esta pastoral en aquel Brasil, en aquella Amé­ rica Latina de las dictaduras militares, en medio del latifun­ dio y sus pistoleros, era, decimos en Brasil, pinchar el ja­ guar con una varilla corta. La persecución nos cayó encima, en temporal. No fuimos los únicos. Otras Iglesias en el país y en el continente se llenaban gloriosamente de mártires. Esta es, por otra parte, la marca más bella en una Iglesia cristia­ na. Nos declaramos en aquel entonces, hasta con evangélica fruicción, “una Iglesia perseguida” . Me atrevería a apelar al Señor Jesús para justificar que no era petulancia. Reconoz­ co, eso sí, que era una especie de fatal vocación personal. Uno ha abierto los ojos a la fe y ha crecido en la vocación... cercado de sangre mártir. Y este destino personal ha encaja­ do connaturalmente y sobrenaturalmente en este lugar del Tercer Mundo y en esta larga hora de martirios. El Santua­ rio de los Mártires en Ribeirao Bonito ha venido a ser la

Si fue cruel la represión de los latifundistas y los milita­ res contra la Iglesia de Sao Félix do Araguaia, la solidaridad de bastantes obispos e Iglesias del Brasil fue inmensa. En ju­ lio del 73, el ejército tomaba con tropas de combate el mu­ nicipio de Sao Félix sembrando el terror casa por casa, vio­ lando los archivos de la Prelatura y maltratando al obispo y a todos los miembros de su equipo pastoral. Y en agosto, cuando el ejército mantenía allí sus tropas represivas, acu­ dieron a Sao Félix do Araguaia 29 obispos y concelebraron con Don Pedro Casaldáliga una eucaristía de solidaridad en plena plaza pública, bajo las mirillas de los fusiles militares. Ahí proclamaron su mensaje: «Con sencillez reconocemos y acogemos el testimonio de la Iglesia de Sao Félix do Ara­ guaia, asumida como instrumento de Dios para alentarnos e iluminarnos en la hora presente». El archivo de la Prelatura, que ha recogido la historia de la persecución, las voces acusatorias y las críticas, de en­ tonces a hoy, guarda también la historia de solidaridad, des­ de las primeras cartas de los obispos que agradecieron la invitación-recordatorio y la carta pastoral de la consagración episcopal de Casaldáliga. Aquellas expresiones son significa-

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“ basílica-corazón” de nuestra Iglesia de Sao Félix do Araguaia. Y de nuestra Iglesia han partido las Romerías de los Mártires, que tan consoladoramente necesita vivir el pueblo creyente y caminante de nuestra América. Después, yo he entendido mejor hasta qué punto la conflictividad ha de formar parte esencial de la vida de la Igle­ sia, como forma parte crucial de la vida de Jesús. Nunca más me ha parecido posible ser Iglesia en aquella “pax romana” o en esta “paz norteamericana” . Más aún, y sin masoquis­ mo, yo creo que el pluralismo, la inculturación, la opción por los pobres, necesariamente se viven en la tensión, en las incomprensiones, en la cruz. Una Iglesia viva es una Iglesia en “crisis” , una agonía por el Reino. Y, por cierto, cuántas veces he tenido que decirme y decir que la Iglesia de Jesús sólo se porta bien cuando está en las catacumbas o cuando profetiza, acosada».

tivas en su inocencia original, porque Casaldáliga era un des­ conocido para ellos y un «bebé en el Episcopado». El obispo de Crateús, Dom Antonio Fragoso, escribió a Casaldáliga («16.11.71») desde la sede de la CNBB que en­ tonces estaba en Rio. Le dice que venía de visitar a los estu­ diantes dominicos presos en el famoso «Presidio Tiradentes» de Sao Paulo («Frei Betto, Frei Fernando y Frei Ivo»), y que otro dominico le había dado un ejemplar de la carta pastoral de Casaldáliga. «Flermano mío», exclama, «entre las alegrías de mi vida, la de su Carta Pastoral es de las grandes. Mi abra­ zo fraterno por el servicio que nos hace a nosotros, obispos más viejos. Somos poco profetas. Estamos poco documenta­ dos. Asumimos poco aquellas palabras iniciales de la Gaudium et Spes. Usted, bebé en el Episcopado, ha dado su Tes­ timonio (Martirio). N o quiera saber cómo nos interpela y nos desinstala. Cómo nos empuja (fortiter et suaviter) a la conversión (...). Su Carta Pastoral es una señal de contradic­ ción (...). En su soledad (¡) tenga la certeza de que hay otros comulgando con usted. U n abrazo de este su viejo hermano Fragoso, obispo de Crateús». El arzobispo de Paraíba, José María Pires, escribe («19 de noviembre de 1971») diciendo a «Dom Pedro», que «Dom Fragoso» le había prestado «por 24 horas» la carta pastoral y la había leído toda: «Gracias, D om Pedro. Usted dice lo que a mucha gente le gustaría decir pero no sabe expresarlo, o no tiene condiciones para hacerlo, o, si las tiene, no tiene el coraje. Usted sabe expresarse porque está viviendo el pro­ blema, tiene condiciones para hacerlo porque ahora es obis­ po (si hubiese publicado esto seis meses antes, tal vez estaría ahora en España y no en Brasil) y usted tiene el coraje de hablar así porque es profeta y sólo está comprometido con el Evangelio y con el pueblo. ¡Enhorabuena! Su Carta deja atrás todos los pronunciamientos anteriores. Ha usado un lenguaje directo. Sin subterfugios. Sin adjetivos melosos des­ tinados a pulir las aristas y a quitarle fuerza a lo que se dice (...). Pido al Señor que lo conforte en la lucha, querido Dom Pedro. Y que El nos ilumine a todos los hermanos en el Epis-

copado, a los Prelados de la Amazonia sobre todo, para que hagamos eco al grito que usted ha dado y nos hagamos más evangélicamente defensores del pobre y del oprimido. Un fraternal abrazo de amigo y admirador. José María Pires, Ar­ zobispo de Paraíba». Otra carta de entonces («9 de diciembre de 1971») es de D om Luis Gonzaga Fernandes, obispo auxiliar de Vitoria: «Acabo de leer su singular carta pastoral, y quiero humilde­ mente felicitarle por su gesto. Hubiera sido más cómodo para usted haberse derramado en abundancias verbales, en salu­ dos, agradecimientos y formalismos vacíos (tan característi­ cos de nuestras tradiciones jerárquicas). Tenemos que agra­ decerle mucho a usted la señal que significa para nosotros en esta hora de acomodaciones, de complicidades, y, por qué no decirlo, de cobardías. Todo lo que usted denuncia en sus documentos, mutatis mutandis, se verifica y en ciertos as­ pectos se agrava por todo el país. Y nosotros seguimos calla­ dos, con el rebaño de mucha gente silenciosa, muda, sufrida, envolviéndola en un cristianismo devocional, dulcificado, en alienaciones espiritualistas... Y muchos de nuestros excelen­ tísimos colegas continúan celebrando «misas de la revolución» (sic), solicitando favores oficiales, elogiando al régimen. Mien­ tras estadísticas del mismo gobierno dicen que el 63 por 100 de los brasileños ganan menos de cien cruzeiros al mes, y que el salario mínimo del país está equivaliendo apenas el 50% del vigente en 1964 (...). Aguardando la oportunidad de abrazarle, muy cordialmente, su servidor en Cristo, Luis Gon­ zaga Fernandes, obispo auxiliar de Vitoria». El cardenal de Sao Paulo, Paulo Evaristo Arns, le había escrito a Casaldáliga en vísperas de su consagración episco­ pal: «Que el Espíritu Santo le dé la fuerza de los Mártires, la inspiración de los Profetas y la alegría de los que partici­ pan de la misión de los Apóstoles». —Al final de los años 70, la persecución amainó. Es ver­ dad que en los días 4, 7 y 9 de agosto de 1989 una voz anóni­ ma dijo tres veces por teléfono en casa del obispo: «están tra­ mando la muerte de Dom Pedro Casaldáliga». Pero nada ha

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tenido ya los alcances de aquella represión primera. En estos años de «democracia», los pistoleros de los terratenientes han matado impunemente indios, líderes campesinos y agentes de pastoral de la tierra, en otros estados de Brasil, según re­ clama (como voz en el desierto) la presidencia de la Confe­ rencia Episcopal, que ha denunciado ahora la existencia de focos de «esclavitud», sin que nadie se escandalice ya ni se conmueva... Todo el Equipo Pastoral de la Prelatura de Sao Félix hi­ cisteis al comenzar los años 80 un retiro bíblico con Marce­ lo Barros, biblista benedictino de Goiás, tan «popular» en exégesis bíblica como en la vida contemplativa del «Peque­ ño Monasterio» que fundó en esa Iglesia hermana con otros benedictinos franceses. Al concluir ese retiro, le pedísteis a Marcelo que os mandase por escrito sus impresiones y algu­ na luz para la nueva etapa pastoral. Y Marcelo tuvo audacia de escribir una «Octava carta del Apocalipsis» a esta Iglesia en sus diez años de andadura. —«Nos hizo observaciones muy atinadas sobre la gratuidad, el testimonio, la sabiduría que hemos de unir a la profecía, la religión popular que debemos acoger y respe­ tar... Del mismo pueblo hemos de aprender su sabiduría, so­ bre todo del pueblo del interior. Advertencias saludables para después de la represión más fuerte, cuando se sale de la ten­ sión y el «día a día» se hace monótono. También, ese equili­ brio entre el no dispersarse en demasiados servicios fuera, permaneciendo abiertos a la correspondabilidad. Contraria­ mente a lo que algunos piensan, siempre ha sido una ten­ sión para mí aceptar encargos fuera de la Prelatura, cosa que nunca hago sin hablarlo con el Equipo, que no me ha pues­ to restricciones».

He aquí el texto de esa «Octava carta del Apocalipsis»: «Esto dice el Señor al Angel y ala Iglesia de Sao Félix do Araguaia. El es el Siervo Sufriente de Dios que fue herido pero 42

está de pie. Vendrá a juzgar el mundo y sus enemigos lo verán. El dice:. Conozco y acompaño vuestro camino y la fidelidad en la lucha por el Reino de mi Padre. El hecho de ser vo­ sotros pocos todavía, frágiles, la mayoría venidos del ex* tranjero, y sin embargo no haberos dejado abatir ni vencery es una señal de que estoy con vosotros en esta lucha. Los hermanos Joao Bosco y Francisco Jentelyfrutos de esta Iglesia del Araguaia., ya os hacen predilectos del Padre por causa del don supremo de la cruz y del martirio en el que todos de algún modo habéis participado. Y hayy además, millares de hombresy mujeres y niños, sacrificados en la lucha por la vida en estos diez años en la región. Todos ellos hacen de vosotros una Iglesia de mártires. Hasta aquíy yoy Marcelo, adivino la Palabra del Se­ ñor resucitado. Pero creo que El os propone algunas cues­ tiones, sobre las cuales voy a deciros lo que pienso que es su voluntad: 1. De todo el país surgen cada día más solicitudes para que Pedro realice tal o cual servicio. Esto trae consigo sa­ crificios para el trabajo aquí en el Araguaia. Pero veo que vosotros habéis superado bien las nociones demasiado es­ trechas de diócesis y jurisdicción. La preocupación por el pueblo oprimido y por la misión de la Iglesia es vuestra responsabilidad, tanto aquíy como en Ronda Altay como junto a los negros del Nordeste. Evidentemente que voso­ tros revisáis siempre si hubiera alguna exageración o peli­ gro real de dispersión y de que la Misión quede demasia­ do pendiente de alguien y no de toda la Iglesia como comunidad. Creoy sin embargo, que es una alegría gran­ de para el Señor vuestra apertura más allá de todas las fronteras. 2. Vosotros habéis sido prácticamente la única Igle­ sia en Brasil quey como Iglesiay no sólo contestáis al m un­ do y al sistema inicuo que oprime a nuestro puebloy sino que también veláis sobre la propia Iglesia y la criticáis. 43

Vosotros habéis incomodado a la Nunciatura y ha­ béis cuestionado en las estructuras de la Iglesia cuanto es poder, diplomacia y mundo inicuos. No desistáis en esto. Habéis sabido, incluso, apoyar a la CNBB como herma­ nos (siendo solidarios con su presidencia en su ardua m i­ sión) pero al mismo tiempo pedir más a esos hermanos en su compromiso con el pueblo oprimido. Y habéis sabi­ do manteneros incólumes a los encantos de un cierto re­ nacimiento de la cristiandad y el triunfalismo eclesiásti­ co, que noto hoy hasta en Iglesias antes más abiertas. 3. Creo que estos diez años de camino habéis sentido que sois hermanos y «compañeros en la aflicción, en la realeza y en la perseverancia en Jesucristo» (Ap 1,9). Las divergencias y diversidades que existen entre vosotros no acaban con la unidad fundamental que hay en el Equipo Pastoral. Pero, tal vez, últimamente habéis descubierto que habéis de daros más tiempo los unos a los otros y profun­ dizar en los valores de la amistad y del apoyo fraterno. Este era el testimonio fundamental del primer equipo pas­ toral de la Iglesia: «mirad cómo se aman». El capitalismo es diferente. Hasta en los cursos que se dan a obreros, la preocupación única es la producción. En­ tre nosotros no puede ser así. Cada uno sea mirado como persona y como alguien diferente y único con su contri­ bución propia en el equipo para la misión. Vosotros sabéis que en la Biblia, cuando después del cautiverio empeoró la situación del pueblo, ya no era su­ ficiente el vigor de la profecía. A ésta debía juntarse la contribución específica de la Sabiduría, que consistía exac­ tamente en la capacidad de ligar lo social a lo personal, la militancia a la gratuidad. 4. Finalmente, esto nos lleva a hablar sobre el Don gratuito de la Salvación de Dios y de la Buena Nueva de Jesucristo. Vosotros vivís esto, y dudo que hubiéseis sido capaces de perseverar en la lucha y en la consagración al pueblo, si no creyéseis en esta promesa de Dios y no os agarráseis a ella. Habéis sabido concretar la acogida de la 44

Buena Nueva de Jesucristo en la práctica de la justicia y en la lucha efectiva por el Reino. La manifestación de este camino en medio del pueblo presenta aspectos diferentes. Y no siempre es fácil para todos los misioneros del Reino reconocer la Palabra liberadora de Dios vestida con el ro­ paje cultural de la religión popular y encarnada en la fe profunda con que el catolicismo ahí se presenta. Nuestra conversión al pueblo nos pide también aprender de los po­ bres esta fuerza de fe y de piedad. Creo que El os pide una atención mayor sobre el par­ ticular: conservar el lenguaje del Don y de la Buena Nue­ va y fortalecer la práctica correspondiente en el aspecto eclesial y en los trabajos con la clase humilde. Por lo demás, permaneced firmes. El Señor del Apo­ calipsis nos repite y nos promete: «Yo vengo en breve y voy a mostrar que las promesas del Padre son verdaderas. Los oprimidos serán liberados. Los pequeños no se decep­ cionarán al confiar en la Palabra de la esperanza». Nosotros respondemos: «Amen, ¡ven. Señor Jesús!» Vuestro hermano, Marcelo Barros. —Vuestro proceso eclesial y pastoral ha seguido, hasta ra mismo, cambiando al ritmo con que captábais el camen los procesos de los pueblos de esta Iglesia. —«Se ha venido diversificando la población dentro del área de toda la Prelatura. Han llegado concretamente mu­ chos colonos del sur del país, descendientes de migraciones europeas. Se han creado, sólo en este último año, cinco nue­ vos municipios. Unas veces más acertadas, otras más desa­ certadas, las administraciones públicas han multiplicado en la región las escuelas. Ha crecido el comercio. Ya somos en buena parte modernidad también. Los cuatro mayores ca­ nales de televisión del país asaltan los ojos y las almas de nues­ tros, entre comillas, fieles. El Equipo Pastoral cada vez más se fue autocriticando como excesivamente poderoso o centralizador y hasta como demasiado uniforme o poco plural. Las primeras circuns-

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tancias exigían una cohesión radical y unívoca. Después, las circunstancias han sido otras. N os viene obsesionando hace tiempo el desafío de multiplicar los agentes de pastoral más populares, de la misma región, los animadores locales de las comunidades. Así com o el desafío de llegar a los varios sec­ tores de una sociedad que ya no es sólo de indios, posseiros y peones; que tiene sus profesionales liberales, comercian­ tes, funcionarios públicos y juventud estudiante. Podríamos hablar del surgimiento entre nosotros de una cierta clase me­ dia que desafía la creatividad pastoral de todas las Iglesias que queremos seguir optando preferencialmente por los po­ bres com o signo evangélico del Reino universal. Hemos organizado toda la pastoral alrededor de “ Con­ sejos” : locales o de cada comunidad, regionales, y general. El Equipo Pastoral se ha diluido así, más servicialmente, en medio de los representantes del pueblo. Continúa la Asam­ blea anual del Pueblo de Dios y venimos potenciando las pastorales específicas —catcquesis, liturgia, juventud, indí­ gena, de la tierra, educación, salud...— que antes venían siendo coordinadas y más directamente ejercidas por los miembros del Equipo. Todo se ha hecho, me parece, más coherente­ mente evangelizador, más bíblico también, camino de la so­ ñada Iglesia autóctona. Muy lejos, eso sí, de la independen­ cia económica (como, por desgracia, la mayoría de las Iglesias del Tercer Mundo) pero ya con nuestros seminaristas y con una buena legión de animadores nativos de la comunidad eclesial. N os ha ayudado bastante el reciente sondeo sociopastoral coordenado por el Instituto de Estudios de la Religión, ISER, de Río de Janeiro, que ha abarcado las cien comuni­ dades más organizadas. Dos veces hemos tenido en toda la Prelatura “Misiones Populares” . Y si vamos a la “edificación” , que también es necesaria, son ya centenares las Iglesias y capillas que hemos construido. Sigue el boletín “Alvorada” , que en los últimos años es “ impreso” . Y nuestros folletos catequéticos y pas­ torales se han esparcido por el continente. Los miembros del Equipo Pastoral se mantienen en 45, a tiempo completo, todos tenemos salarios iguales y caja co­ mún. Vida y trabajo comunitarios. Seguimos desde los pri-

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meros tiempos con dos encuentros anuales de estudio y de evaluación de todo el Equipo Pastoral, con buenos asesores siempre, y un retiro o “Ejercicios Espirituales” . Y hemos multiplicado para el pueblo los cursos de las diversas pas­ torales. Hay, además, toda una red de encuentros regionales y nacionales de CIMI, CPT, CEBI (Centro de Estudios Ecu­ ménicos de la Biblia), intereclesiales de las CEBS... Simbólicamente nuestros Santuarios o Iglesias mayores, por los murales de Cerezo Barredo, reflejan el alma de nuestra Iglesia particular: la Pascua de Jesús y del Pueblo, en la cate­ dral; en Ribeirao Bonito, el martirio; la Trinidad, que es la mayor comunidad, con la Sagrada Familia y la comunidad eclesial, en la vila Sao José, de Sao Félix; la Profecía, en la Cascalheira; el Reino y el Antirreino, en la capilla de Cerro de Santa Terezinha; y los Ministerios van a ser el tema de la iglesia en construcción de Vila Rica. Mariano que uno es, mariano que es nuestro pueblo, Ella, María, “ Comadre de Nazaret, Madre de Jesús, la mejor Compañera de camino” , está presente en todos nuestros lugares de oración».

Para ver los horizontes concretos de vida cristiana que promueve la Iglesia de Sao Félix, podríamos tomar el Plan Pastoral trazado en la última Asamblea del pueblo. Pero son menos oficiales y más breves y directas las palabras con que han propuesto los compromisos de vida en la última Misión Popular. Este es el texto de una hoja rapartida profusamente en todos los poblados a donde fue la Misión: «No podemos dejar pasar en vano esta visita de Dios. Cada uno de nosotros, cada familia, cada comunidad debe asumir sus compromisos como fruto de las Santas Misiones: 1. Hacer oración todos los días. Rezar todos los días el Padre-nuestro,que es la oración que Jesús nos enseñó. 2. Participar regularmente en las celebraciones de la comunidad, en los encuentros de la Iglesia, en los grupos de calle, en las novenas, en los rezos. 47

3. Leer la Biblia, meditar la Biblia, estudiar la Biblia. 4. Corregir nuestro comportamiento, si faltamos en nuestra relación con el prójimo (familia, compañeros, vecinos, empleados) o si faltamos en la moralidad, en la bebida, en el juego, en el trabajo, en el negocio. 5. Vivir la vida de familia con dedicación, con sin­ ceridad y con alegría, ya en el noviazgo, entre los esposos, entre padres e hijos, entre los hermanos y atendiendo so­ bre todo a los niños, los enfermos y ancianos. 6. Apreciar y apoyar la Catequesis, la preparación a los Sacramentos y todo el trabajo pastoral de nuestra Iglesia. 7. Participar en la organización del Pueblo cons­ ciente: en la educación, en la salud, en el sindicato, en la verdadera política, en los grupos de jóvenes, de muje­ res, de matrimonios, en la cultura. 8. Vivir como hijo e hija de Dios, como hermano y hermana, uniendo siempre la Fe con la justicia, la Ora­ ción con la lucha, el bien de cada persona con la transfor­ mación de la Sociedad». —Quien no te conozca personalmente, y no haya segui­ do un poco lo que yo llamaría tus «círculos misioneros» en estos veinticuatro años, puede ver extroversion en tus sali­ da, e intromisión en Nicaragua, en Centroamérica... Quienes conocen tu identidad de «varón de apostólicos deseos», si han seguido tus «tiempos», pueden ver tu misión de estos años como en círculos concéntricos: primero, ence­ rrado en Sao Félix do Araguaia y su región; diez años echan­ do raíces. Luego, las varias pastorales en Brasil. Después, N i­ caragua, Centroamérica, la Patria Grande. Y siempre el mundo humano entero dividido en varios mundos (cuatro, tres, dos, el Norte y el Sur, un Primer Mundo dominante y el Tercer Mundo dominado, por lo cual ninguno es «hu­ mano»), los varios mundos que tú quieres con-mover hacia un sólo Mundo humano. Tus causas, tus salidas en círculos concéntricos:

—«El Espíritu sabe caer com o una piedra de construc­ ción en los lagos más distantes y abre en expansión misio­ nera los “círculos concéntricos” de la comunión y la soli­ daridad... Primero fue la solidaridad de Brasil y del mundo que vino a socorrernos en los tiempos fuertes de la represión; el intercambio con varias Iglesias hermanas. Las cartas ya, las muchas cartas que han venido siempre creciendo como una marea blanca. También aquí yo he recordado más de una vez las muchas cartas que recibía y escribía el obispo Agustín. Ya sabes que de Hipona a Sao Félix, como dije en unos versos, hay un camino familiar. Y en materia de escri­ bir cartas, hojas, folletos, Claret, el vecino de mi pueblo y Fundador de mi Congragación, no se quedó manco. Con las cartas más personales, las dos circulares de todos los años en varios idiomas y las habituales cartitas pastorales del bo­ letín “Alvorada” o las cartas exigidas por circunstancias con­ cretas de una comunidad o de toda la Prelatura; cartitas digo, “ recados” las llamamos. Y los poemas de todas las horas. Y los libros, por fin. De raza le viene a uno, com o a los galgos, la manía de comunicar. También por radio y televisión, en videos, en discos y cassettes y hasta en cine. Fue un sueño desde mis mocedades eclesiales. Pensé que habría de renunciar a él vi­ niendo a este fin del mundo. Y mira por donde, el Verbo, que en mi caso se ha encarnado en “Verbo Filmes”, me está posibilitando una intensa actividad de comunicación misio­ nera por los mass media. Las visitas van y vienen. N os visitan y visitamos. Vie­ nen amigos y amigas, compañeros de inquietudes, de este Brasil, de toda la Patria Grande y de otras latitudes también. Unas visitas que nos ocupan casi diariamente como una ta­ rea pastoral, y que al mismo tiempo nos estimulan y com­ prometen. Los encuentros forjan comunión. Nuestras visitas mayores —de mayor repercusión tam­ bién y de mayores conflictos, como es sabido— han sido mis viajes a Centroamérica, a esa querida “ Centroamérica nues­ tra” . Siempre los he creído una exigencia de la solidaridad eclesial. Más concretamente, para un obispo latinoamerica­ no, en una hora y en un lugar donde la Iglesia de América

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Latina se viene jugando la credibilidad de su testimonio y su encarnación real en el proceso de sus pueblos. Cartas, publicaciones, visitas y encuentros, forman par­ te hoy más que nunca de un ministerio episcopal que no quie­ ra recluirse en Iglesia particular privada, cuando en toda Igle­ sia particular ha de acontecer la Iglesia universal. La colegialidad y la corresponsabilidad deben vivirse en comu­ nión abierta y traducirse en solidaridad real».

y libertad crítica. Ellos entienden que yo les pida realismo, verdad, defectos, límites, disentimientos...

Quienes ven a Pedro Casaldáliga de cerca día a día, quie­ nes comparten con él oración, tareas pastorales, bromas, pro­ blemas y todo el humano vivir, pueden retratarlo a fondo. Sólo ellos. Tiene importancia que lo retraten en el mismo Sao Fé­ lix do Araguaia, ahora. Retratos hablados en confianza por gente de casa que pue­ de ser objetiva, porque, además de cercanía, tienen madurez

Francisco Morales Cano, misionero agustino de 39 años, es el actual vicario del obispo de Sao Félix do Araguaia; el más cercano acompañante de Pedro Casaldáliga en asuntos de Iglesia. Francisco, a quien todos llaman «Paco», nació en Ma­ drid, vino a Brasil con poco más de veinte años, y fue orde­ nado sacerdote en 1976 en Río de Janeiro. Es secretario ge­ neral de la Organización de Agustinos Latinoamericanos, y su juventud no le impide tener en su historia dos períodos de provincial. Alto, fuerte, libre, juguetón, habla resueltamente con am­ plio registro de timbres, ritmo y volumen. Ahora lo hace con gran comedimiento: —«Veo dos claves en la figura de Pedro Casaldáliga como hombre de Iglesia. Una, que articula muy bien lo que él lla­ ma «las grandes causas», causas del Evangelio y de la Iglesia a las que Pedro es muy fiel en forma articulada con la oscura fidelidad diaria. Las grandes causas orientan su día a día y a veces magnifican lo cotidiano en función de las grandes cau­ sas. Esto puede ser una grandeza y al mismo tiempo una de­ bilidad de Pedro. (Debo decir que su fidelidad a lo cotidiano en Sao Félix es extrema.Si él tiene programada una acción pastoral cual­ quiera, ya le pueden pedir que vaya adonde sea, que no cam­ bia su programa. Su radicalidad en lo grande echa raíces en esa radical fidelidad en lo pequeño.) La otra clave de Pedro es que ha conseguido hacer una síntesis muy buena entre praxis y contemplación. Me pare­ ce que ha conseguido sumar muy bien esas dos dimensiones propias de todo buen cristiano: la oración cristiana y la prác­ tica del amor. Ahí me parece que reside el atractivo de Pe­ dro para tantos ojos cristianos y no cristianos. Esta síntesis de contemplación y práctica del amor (que no es sólo de él, sino de mucha gente que ha pasado por esta Iglesia y ha creído

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—¿Y tu visita a Roma? —Esa fue una especial visita mayor. Ad limina como se sabe, hasta los umbrales. «Roma, Asís y la espiga de maíz», escribí yo. Nunca contesté la visita a Pedro, el encuentro de las Iglesias del mundo con la Iglesia centro de Roma. Con tantísimos, la quería una visita diferente. Y lo fue y lo vie­ nen siendo, en parte, las últimas visitas ad limina. Me en­ contré con el Papa como sucesor de Pedro y confirmador de mi fe. Puedo decir que reencontré, en medio de todo, Roma: la de la Piedra, la de los Mártires. Y el Asís de Francisco. Después, Juan Pablo II ha venido por segunda vez al Bra­ sil, y yo me he encontrado con él en tres momentos duran­ te esta visita. Me ha dicho que reza por mí. Le he pedido que rece por nuestra Iglesia y le he asegurado —y es verdad diaria— que yo rezo por él, y que estamos muy unidos en la comunión mayor de la Trinidad.

Ocho retratos hablados en casa

y luchado por los mismos ideales evangélicos) ha dado cre­ dibilidad a su labor eclesial y pastoral, dentro y fuera de la Iglesia. Me ha pedido Pedro que le abra y le clasifique la abun­ dante correspondencia en sus ausencias, y me tiene impre­ sionado la de gente que le escribe de todas partes para decir­ le cómo les alientan en la fe el testimonio y los escritos de Pedro. Llegan también cartas discrepantes y alguna de fuer­ te crítica contra Pedro; las menos, pero llegan. Veo a Pedro Casaldáliga y a la Iglesia de Sao Félix como una pequeña Be­ lén, luz o escándalo, piedra de toque o piedra de tropiezo, dependiendo de la posición que tome quien la contempla. Esas dos claves, articuladas y unidas con el profundo sentido evangélico y el sentimiento poético de Pedro, me pa­ rece que le han hecho un hombre profundamente cristiano, eclesial y humano. Veo también una cualidad de dos filos en Pedro: su to­ zudez, que me imagino que será catalana al mismo tiempo que evangélica. Si por un lado le permite ser tozudamente fiel, a tiempo y a destiempo, por otro lado puede hacer que esa tozudez no le permita suficiente distancia crítica en cier­ tos momentos ante algunas situaciones, ya que, como buen poeta, tiene que idealizar y soñar. También me impresionan en Pedro dos características o capacidades personales. Su intuición para los momentos históricos y eclesiales (tiene perspicacia para los grandes te­ mas del momento) y su capacidad de síntesis». Paulo Santos González, «Paulinho». Agustino brasileño nacido en Pedra Bela, Sao Paulo, en 1959. Transmite serie­ dad en el jovial proceder de sus 32 años. Lo ordenó sacerdote Casaldáliga el 15 de diciembre de 1984, en Sao Paulo, y el 4 de enero del 85 «Paulinho» ya es­ taba en el equipo local del obispo de Sao Félix. Siete años codo a codo con Pedro, en la vida diaria y en la pastoral de zona. Primero dice por qué vino él recién ordenado a esta Pre-

latura: «me sentí atraído, y vine a ponerme al servicio de esta Prelatura, por el testimonio y la profecía de esta Iglesia fren­ te a la represión contra el pueblo en los años 70; no vine atraído sólo por Dom Pedro, sino por el testimonio de toda esta Iglesia». Después, Paulinho hace este retrato de Pedro:. —«Entre las cosas que a mí me impresionan de Pedro, como obispo y hombre de Iglesia, está, primero, la fidelidad al Reino de Dios, a los signos de los tiempos, al Espíritu Santo que sopla desde Pentecostés; y la paz y la libertad con que Pedro se mueve en la Iglesia por esa fidelidad fundamental al Reino. Vive la convicción de que es la Iglesia la que debe responder al Reino de Dios, no el Reino a la Iglesia. Me ha llamado mucho la atención, desde que llegué aquí hasta ahora, que Pedro como pastor conoce a su rebaño, y es conocido y reconocido por el rebaño, porque desde que él llegó de España todo el tiempo ha estado comprometido con las causas de este pueblo, la tierra, la salud, la educación, la vida. Hay detalles increíbles de acogida y de conocimien­ to. El se identifica con este pueblo y este pueblo se identifica con él. En la pastoral concreta, Pedro quiere que seamos fun­ damentalmente «presencia» pastoral de casa en casa. «¿Ha pa­ sado por todas las casas?»... Una pastoral casi personalizada. Este pueblo tiene la Iglesia en su propia casa; una pastoral doméstica. Así el pueblo fácilmente se hace Iglesia. Pienso que esto es algo muy importante que esta Iglesia ha con­ seguido. Quiero señalar también que Pedro siempre confía en los agentes de pastoral, en los líderes, en los cooperadores. A veces de forma irrestricta; él confía en las personas y deja que trabajen. N o impone. Conversa mucho tratando de con­ vencer. Muchas veces él le apoya a uno en el trabajo, aunque no esté de acuerdo. Y se preocupa mucho por la formación permanente espiritual y pastoral de sus colaboradores, lec­ tura y estudio de libros y acontecimientos. O tra cosa que tiene Pedro es que insiste mucho en que no somos una Iglesia aparte, sino que somos Iglesia univer-

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sal; con el rostro propio de Sao Félix, pero no aparte sino siempre en comunión con la Iglesia universal. En esto es in­ sistente y hasta insolente; exige, reclama seriedad y fidelidad hasta minuciosa. Quiere que estemos al día en esto, que lea­ mos los documentos de la Iglesia, que vivamos en comunión con toda la Iglesia y con todas las Iglesias; documentos, li­ turgia, vocaciones... Constantemente. En Pedro es fundamental su testimonio. Su testimonio personal es mayor aún que sus palabras. Hay personas que no concuerdan con Pedro en muchas cosas, pero no pueden negar su testimonio personal de vida, de pobreza, de entre­ ga, de fe y de oración; su testimonio cotidiano y sencillo es innegable y cautivante. En estos siete años yo siempre estu­ ve viviendo y trabajando cerca de Pedro, y he visto que él nunca deja de estar presente en los conflictos de cualquier persona, grupo o sector. Deja cualquier otra cosa, para no dejar de estar presente en el conflicto, nunca lo elude, nunca le da la espalda. Cuando Cascao fue baleado, Pedro interrum­ pió el retiro anual para llegar cuanto antes junto a él. Sabe tener puesta la vida en riesgo, siempre presente. No duda en arriesgar su vida en la defensa de la vida de los demás. Con toda sinceridad debo decir que no veo defectos o deficiencias personales graves en la vida y en la labor de Pe­ dro como obispo y hombre de Iglesia. Si las viera, te las di­ ría. Sí veo dos limitaciones y te las voy a decir. Una es que a Pedro le entusiasman las grandes causas, esas causas mayores de Brasil y de fuera, la Comisión Pasto­ ral de la Tierra, el Consejo Misionero Indigenista, Centroamérica, la Patria Grande. Y esto hace que las causas meno­ res no puedan tener en él el peso que a veces le gustaría a uno que tuvieran. A veces tienes la sensación de quedar algo desprotegido en las causas menores que él deja en tus ma­ nos, y para las que te da toda la confianza cuando él está ocu­ pado en las grandes causas. O tro límite, o circunstancia condicionante, no sé cómo calificarlo, es que la persona de Pedro y su testimonio trans­ miten una imagen que no corresponde del todo a lo que en

la realidad cotidiana es esta Iglesia. En ciertos aspectos, Pedro es mayor que esta Iglesia. El caminar de nuestras comunida­ des aquí es más humilde y más lento, tiene mayores limita­ ciones de lo que puede hacer pensar la figura y el testimonio de Pedro. Muchos pueden imaginarse esta Iglesia más brillan­ te, más progresista y hasta revolucionaria, de lo que en reali­ dad es; pueden imaginarla menos tradicional de lo que es». Paulinho ha viajado de noche desde Sao Paulo, y en la tarde va a su zona pastoral con el obispo y con la hermana María Inés, para las confirmaciones. No tiene otro momen­ to para hablar, por eso me ha traído a la privacidad de la capilla en el patio, algo distante del barullo de la casa. Cuan­ do termina su retrato de Pedro, le hago una pregunta perso­ nal. Siendo Paulinho un religioso que entró muy joven a vi­ vir y trabajar en un equipo misionero mixto de la Prelatura, le digo si no se ha resentido en él o no se le ha vaciado algu­ na dimensión de su Vida Religiosa y de su carisma. —«Creo que no. En nuestro caso, somos dos religiosos agustinianos que aquí nos enriquecemos no sólo pastoralmen­ te, sino también en nuestra Vida Religiosa. No sé si será por­ que nosotros traemos una visión y una experiencia más bien amplia de la Vida Religiosa, pero aquí no sólo no perdemos nuestra conciencia y vivencia de la misma, sino que la enri­ quecemos. No sentimos que se vacíe en nada nuestro caris­ ma propio. Y notamos mayor enriquecimiento por el hecho de estar viviendo y trabajando en equipo mixto. Yo veo que Pedro vive mucho su propio carisma religioso; es un obispo que continúa siendo misionero religioso y lo transmite».

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Eva Mendez de Souza. Nacida el 6 de enero de 1950 en Barrera di Pedra, en Pará, vive en Sao Félix do Araguaia. Vein­ te años casada y tiene cinco hijos y una nieta. —«Casé en esta Iglesia de Sao Félix. Casé el 30 de octu­ bre de 1971, días después de la consagración de nuestro obis­ po Dom Pedro. En 1968, cuando llegaron a esta región los padres, yo vi­ vía en Santo Antonio do Río das Mortes. Era profesora allá,

y ayudaba en los bautismos. Allí vi por primera vez a Dom Pedro, En 1969 ya vine para Sao Félix. Trabajé de empleada doméstica y estudié; ahora soy profesora y concejala del Ayuntamiento. Los profesores estamos ahora en huelga porque nos man­ tienen congelado el salario desde diciembre pasado en 54 mil cruzeiros mensuales (unos 60 dólares), y desde entonces la vida ha subido más del cien por ciento; sólo pedimos que nos aumenten el 15 por ciento de nuestro salario». El relato que hace Eva Mendez del obispo Casaldáliga es breve pero verdadero, como dicen las cosas las personas del pueblo: —«Lo que yo veo en Dom Pedro, que me convence en el pequeño conocimiento que yo tengo del Evangelio y de la Biblia, es que él hace un trabajo muy parecido al trabajo de Jesús y de los Apóstoles en aquella época, cuando por pri­ mera vez trabajaron para hacer la Comunidad. Yo veo ha­ cer a Dom Pedro un trabajo semejante a aquel. El trabajo de esta Iglesia está ligado con la vida del pue­ blo, principalmente el pueblo sencillo, débil, pobre. Con la venida de Dom Pedro y su equipo misionero, el pueblo me­ joró mucho. El pueblo estaba sufriendo muchísimo, había verdaderas masacres en las Haciendas, todo era un bang-bang terrible; muchos peones muertos, heridos, enfermos... Con la venida de este Equipo cambió todo ese ritmo de vida y de muerte. La Iglesia aquí está con el pueblo sufrido. Las personas que se dicen ricas en estos lugares se sintie­ ron alcanzadas con ese trabajo de la Iglesia. No todos, pero algunos no gustan porque es un trabajo que hace conocer a las personas cuál es su condición y sus derechos para que no sigan siendo engañadas. Por eso los que están en el poder no gustan de este trabajo de Dom Pedro que sigue la línea del trabajo de Cristo, por eso es mal visto y perseguido por algunos. Jesús fue perseguido hasta la muerte y dijo que los profetas fueron y serán perseguidos. Esta es una Iglesia que hace a la gente ser familia de Dios. Muchas cosas buenas han conseguido para ayudar al pueblo, 56

pero, más aún que con remedios, mostrando la dignidad de las personas como hijos de Dios». María das Mercés, «Luorinha», nació el 30 de octubre de 1936 en el Piauí y se vino a vivir a Sao Félix en 1973. Está casada y tiene ocho hijos:. —«Una de las cosas que me gusta mucho de nuestro obis­ po Pedro es la simplicidad. Los obispos siempre nos han pa­ recido personas importantes y lejanas, pero este obispo vie­ ne a nuestra casa y conversa mucho con nosotros. El no se queda encerrado en su casa, él está en la casa de la gente. Las ideas de él también me gustan. Es muy amigo de las personas más pobres, sin cultura y sin bienes. Dom Pedro tiene una amistad muy buena con el pueblo pobre; y no es por fingimiento sino de verdad. Yo no puedo decir que conozco bien la Historia de la Biblia, pero hago una comparación con Jesucristo, y la vida de Dom Pedro la veo muy parecida. Parece que él toma mu­ cho de Jesucristo. Yo dije una vez en casa que nuestro obis­ po es nuestro Cristo aquí en Sao Félix. Y es una persona que le gusta dar unión, aunque a algunas personas no le gustan sus palabras porque les gusta explotar. ¿Los que se sienten «expulsados»? El obispo no expulsa a nadie, sino que algunos se excluyen porque quieren llevar una vida contraria al Evangelio. Estas mujeres se asombran cuando les pregunto los de­ fectos que ellas ven en el obispo Pedro. Lourinha, con ese saber con que el pueblo llano va más lejos que cualquier ilus­ trado, responde: «No sé decir defectos de este obispo», y aña­ de: «El defecto está en que no todos somos como él; si todos fuéramos como él, las cosas irían mejor». José Pontin (seglar, nacido en Sao Paulo en 1941) hace veinte años que es agente de pastoral de la Prelatura de Sao Félix a tiempo completo, a excepción del período en que, después de la dictadura militar, fue elegido alcalde de Sao Fé­ lix. Casado con Selme, también agente de pastoral de esta Iglesia, tienen cuatro hijos creciendo. 57

Trabajaba en la Editora Vozes cuando conoció la prime- ' ra carta pastoral de Pedro Casaldáliga. «Me entusiasmó y de­ cidí venir a trabajar a la Prelatura. Vine en 1972. Trabajé con el padre Jentel en Santa Terezinha; primero la demarcación del área de los indios Tapirapé, luego la Cooperativa de los poseiros, todo el proceso de represión. En el 73 fuimos dete­ nidos cinco agentes de pastoral y tres personas del pueblo; nos torturaron». Su retrato sobre el obispo Casaldáliga es concreto y glo­ bal al mismo tiempo, con ese ahorro de palabras con que los seglares nos aleccionan a muchos eclesiásticos:. «—Una de las cosas que más me llama la atención es la manera sencilla en que Pedro encamina los trabajos de esta Iglesia del Araguaia. Identificado con todo el pueblo, niños, jóvenes, adultos, ancianos; conversando con todos de mane­ ra simple; asumiendo la cultura del pueblo y llevando un pro­ ceso de evangelización a partir de lo que el pueblo es, no de una Iglesia teórica. Cuando aún no se hablaba de “teología de la liberación”, el proceso ya era aquí de liberación... Esa manera, diría profetica, con que Pedro tiene el coraje de mos­ trar en la realidad el nuevo rostro de la Iglesia. Mientras los grandes y poderosos se le enfrentaban, los pequeños y sencillos crecían en profunda estimación de la persona de Pedro y de su Iglesia. Una persona profundamente humana, profundamente comprensiva. Un amigo. Y la manera como Pedro ha conducido con su Equipo Pastoral la Iglesia ha sido también una llamada a toda la Igle­ sia. El proceso pastoral de esta Prelatura ha dado una gran esperanza al pueblo; trascendiendo lo puramente eclesial, gesta pueblo. Incluso los enemigos cuentan con ese alcance. Veo como una presencia del Espíritu, una señal que hace a la Iglesia ser creadora de pueblo. Podría decir otras muchas cosas, pero, para mí, eso es sobre todo Pedro como hombre de Iglesia. Pedro tiene tam­ bién sus límites personales, sí. Como todos los mortales, tie­ ne fallas humanas. Pero eso es insignificante y viene supera­ do por la fe, por la gracia y por todo el proceso.» 58

La hermana Irene es la persona que puede haber capta­ do más detalles del cotidiano vivir de Casaldáliga en su tra­ yectoria como obispo de Sao Félix. Ella llegó en el primer grupo de religiosas a la Prelatura, y ha permanecido junto a Pedro como secretaria y enlace en múltiples asuntos. Irene Franceschini, hija del músico Furio Franceschini desde hace 73 años, y desde hace 51 hermana de San José, mantiene ambas condiciones milagrosamente activas en Sao Félix do Araguaia. Es fina y es fuerte; ha superado conflictos y enfermeda­ des de todo tipo. La herencia musical le asoma al rostro y a las manos. Tras referir su primera conversación con el pa­ dre Casaldáliga en 1969, en el Colegio de su Congregación en Itú (Sao Paulo), cuando se abrió el cielo a su sueño impo­ sible de ir a Misiones, construye todo un album de retratos de Pedro, desde diversos ángulos. Entre retrato y retrato, ella (todos la llaman «tía» cariñosamente) da metódicas clases de piano y flauta a algunas chicas y chicos del lugar, y atiende otros quehaceres. —Me parece muy importante el comportamiento perso­ nal de Pedro con el pueblo, y con cada persona del pueblo, en todo momento y en todo lugar. Puede estar haciendo lo más urgente, que, si llega una persona, y más aún si viene del interior de la región, lo deja todo y conversa con esa per­ sona el tiempo que sea necesario. Tiene Pedro una gran me­ moria cordial de los detalles (el nombre, la situación, la fa­ milia...) y muestra una capacidad de acogida de las personas impresionante, impresionante. Esto es lo que más me exige siempre él a mí; nos reclama a todos que acojamos más y mejor a cada persona. Si el pueblo precisa (y el pueblo es cada persona del pue­ blo), vendería cualquier cosa; vendería los bancos de la iglesia si fuera preciso. «No se preocupe por el dinero jamás; si es ne­ cesario, vendrá; si no viene, es que no era necesario». El pue­ blo de Sao Félix ha variado mucho, ya no son sólo indios, cam­ pesinos y peones, ahora hay otras gentes también, comerciantes, funcionarios, clase media; y Pedro es con todos igual. 59

Otra cualidad que yo admiro en Pedro (aunque esto no todos en el Equipo lo ven bien) es su austeridad aplicada a la casa. Pedro no quiere ver en la casa ni frigorífico ni televi­ sor. «Cuando todos lo tengan, lo aceptaré». En el Centro Co­ munitario, abierto al servicio de todo el pueblo, lo acepta, pero en la casa no lo acepta. Yo creo que lleva razón. Si tu­ viéramos esas cosas, ante el pueblo seríamos ricos... Percibo que él tiene una constante preocupación por mantener la ma­ yor simplicidad en casa en todas las cosas personales y co­ munitarias; quiere mostrar que es posible llevar una vida de responsabilidades, de relaciones y de servicios importantes, en la mayor simplicidad personal y comunitaria. Es el tes­ timonio. Pedro no quiere secretos de poder ni secretos sagrados, es amigo de la transparencia evangélica. Lo veo en el archi­ vo: ¿separar, guardar, ocultar...? Nada. «Todo abierto, todo a la vista, no hay que ocultar nada, claridad en todo y con todos»... En asuntos del pueblo y de la Iglesia le gusta ser muy claro. El va directo. Se arriesga, sí; se ha arriesgado mu­ cho, hasta entrar en conflictos. Yo admiro que él hable así, porque es necesario que alguien diga lo que él dice: es un ser­ vicio al Evangelio, al Reino y a la misma Iglesia. Y, en me­ dio de todo, bien clara la fidelidad a lo esencial. El pueblo aquí le entiende bien. Otra cosa es la opinión pública, ahí lo confunden todo. Pero el pueblo entiende y sabe distin­ guir, sabe que el obispo Pedro no está enemistado con el Papa. Si el pueblo creyera que está enemistado con el Papa, sería terrible, pero el pueblo sabe que si con algo está enemistado el obispo Pedro es con las cosas del Vaticano que perjudican la misión del Papa. Por otro lado, con las personas Pedro no permite que se hable mal de las personas. Por citar un ejemplo, para con los cardenales Ratzinger y Gantin, al mismo tiempo que él tiene ante ellos una libertad crítica, siempre muestra respeto y aprecio a sus personas. Pedro respeta también mucho la libertad y las opinio­ nes personales de cada uno de los miembros de Equipo Pas-

toral y de los agentes de Pastoral de la Prelatura. D e tal ma­ nera nos respeta, que yo casi echo en falta algo en esto en Pedro. El sabe ayudar tanto a los otros con su palabra, y con el personal del Equipo respeta tanto el interior de las perso­ nas que no entra. Me pregunto si no hay un exceso de respeto... Pedro da enorme importancia a la oración personal y co­ munitaria, y a la lectura. En medio de lo activo que él es, demuestra una inmensa capacidad de oración. Lo veo mu­ chas veces en oración durante el día y durante la noche. Su fortaleza, su gran fortaleza espiritual se explica porque vive muy unido a Dios. Se percibe que su fuerza es Dios. Como que Dios forma parte de él. De ahí le viene su amor apasio­ nado por Cristo y por el pueblo, y aquella obsesión por Amé­ rica Latina. Sobre todo es apasionado por Cristo; también por María; y por el Papa como sucesor de Pedro, no por el Vaticano. Me parece muy importante en la vida de Pedro el hecho de que él vive una gran preocupación por saber todo lo im­ portante que sucede en el mundo. Aquí en el pueblo, en la región, en el país, en toda América y en el mundo entero. Busca saber noticias, todo lo que sucede. Lee muchísimo, re­ cibe gran cantidad de información y análisis, tiene un pano­ rama de visión amplio, profundo, actual... N o quiere televi­ sión en casa, pero cuando está y puede, no se pierde las noticias en casa del vecino. El lenguaje personal de Pedro es, por un lado, de una dignidad total. Jamás le he oído palabras malsonantes; sí otros padres las usan, él nunca, jamás. Por otro lado, en ciertas situacio­ nes Pedro habla un lenguaje claro y fuerte, sobre todo fren­ te a las injusticias. Recuerdo aún cómo me estremeció oirle decir lo que dijo en la homilía de su consagración episcopal, cómo habló del deber del pastor de defender la vida de su pueblo hasta dar la vida. Sentí miedo, porque ya habían em­ prendido los militares la represión contra nosotros. Duran­ te la represión sentí miedo varias veces, pero estando con

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Pedro no sentía miedo. El cargaba sobre sí la responsabili­ dad de lo que hacíamos en la Prelatura. Pero eran tremendas las falsas acusaciones que echaban sobre nosotros. Durante el interrogatorio a que me sometieron los militares, me acu­ saban de que yo era una gran tiradora, que disparaba muy bien las armas de fuego. Manejaba un papel el militar y me decía: «aquí está escrito que usted dispara muy bien las dos manos»... Pedro tiene la cualidad de dormir tan profundamente bien, que dormía así aun en los momentos de mayor ten­ sión en plena represión. ¿Si ha cambiado algo Pedro? Ha cambiado. Con los ene­ migos del pueblo antes era mucho más drástico. Ahora es más suave, acepta más a todas las personas. También, en los últimos años ha recuperado y ha puesto en práctica aspectos y cosas del culto y de la religiosidad popular que al comien­ zo tal vez fueron dejados de lado por exigencias de personas del Equipo Pastoral que rompían con estas cosas. Sacramen­ tos a enfermos, bendiciones, ostensorios, exposición y ado­ ración del Santísimo, incensario y asperjea en ciertas ocasio­ nes, sobre todo en los funerales. ¿En el Equipo? Hay quien dice si es que Pedro se está haciendo viejo... El pueblo, no; al pueblo le gustan estas cosas, todo lo que es ver, oler, sen­ tir, tocar... Hay un detalle en el que Pedro ha cambiado mucho en los últimos años. Ahora Pedro ve muy normal que cada uno en el Equipo tenga su mes de vacaciones, de descanso. Antes él nunca tomaba ese descanso. Jamás. Una sola vez vino con nosotros cuando fuimos juntos, y vino porque en medio del descanso se iba a tener la evaluación; el resto del tiempo se lo pasó leyendo. En cambio ahora él favorece que cada uno tenga su mes, y dice que su mes personal es para la peregri­ nación pastoral a otros países. Cada año toma su mes para eso, y no se excede ni un día; aun en esos años en que fue a más países en Centroamérica, nunca pasó ni un solo día del mes. Pero esos viajes no son algo «privado» de él. La pri­ mera vez que fue a Nicaragua, como suponía un cambio tan

grande en sus costumbres (nunca había salido de Brasil), Pe­ dro nos consultó al Equipo y el Equipo le apoyó, y le apo­ yaron numerosos obispos y organizaciones. Nosotros con­ tinuamos apoyándole. Desde el regreso de su primer viaje, le acompañamos también en la oración y en el ayuno». Dado que la hermana Irene ha pasado por todas las fases y etapas de la Prelatura, le pregunto por su larga experiencia personal y comunitaria de Vida Religiosa aquí. —«Nuestra Congregación ha pasado por las dos fases de Vida Religiosa, en comunidad aparte, solas las hermanas de San José, y en los equipos mixtos. Yo debo decir que para mí, y para algunas otras hermanas, la Vida Religiosa en co­ munidad aparte, que practicamos al comienzo, nos resultó más bien negativa; no sólo en vivir la misión, sino incluso en los valores evangélicos de la Vida Religiosa. En los gru­ pos mixtos la exigencia de pobreza es mayor que en cual­ quiera de nuestras comunidades; y también la obediencia y la castidad se practican con bastante exigencia evangélica. Nuestra oración y la vida comunitaria se enriquecen con ma­ tices nuevos en los equipos. Los equipos mixtos son como una criba, quienes tienen madurez o la adquieren o dejan la Vida Religiosa. Yo pienso que las personas que se casaron viviendo en los equipos mixtos, lo hubieran hecho también en otras circunstancias. Debo decir que yo aprecio cada vez más la Vida Religio­ sa y me siento más religiosa cada día en nuestra vida en equi­ po. He tenido que vivir diferentes niveles de integración y pertenencia a mi Congregación. Siempre quise ser fiel a la Congregación y a la Prelatura, pero hubo tiempos de ten­ sión cuando por la represión se retiraron tres hermanas; lue­ go se retiró la Congregación oficialmente y hube de aceptar el sacrificio de ciertos vínculos jurídicos. Pasé mi noche os­ cura. Ahora tres hermanas de San José tenemos nuestra co­ munidad interprovincial aquí, dentro del equipo de Sao Fé­ lix; muy integradas a la Congragación y enriqueciendo nuestra Vida Religiosa en misión en este equipo mixto. Esta es la etapa de mayor madurez.

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Recuerdo que cuando llegamos, Dom Pedro nos dijo que él quería que mantuviéramos siempre nuestra identidad reli­ giosa. Y no me parece que hayamos dejado aparte nada que sea esencial a la Vida Religiosa.» Paulo Gabriel López Blanco. Misionero agustino y poe­ ta. Español de origen, dice que se expresa mejor en portu­ gués. Un reportaje sobre Pedro Casaldáliga, en el semanario «Vida Nueva» de los años 70, lo flechó en el Monasterio de El Escorial, cuando Pablo Gabriel estudiaba filosofía como agustino. «Tenía veinte años», dice, «y vivíamos bajo la fuerza del espíritu que brotó del Vaticano II. Leí y releí, y aquella tarde tuve la intuición de que yo sería parte de aquella Igle­ sia. D iez años después, en enero de 1981, llegué a Sao Félix, ya sacerdote, y he estado hasta 1991. Provisionalmente fue­ ra, no tardaré en volver, si Dios quiere. Diez años vicario del obispo en Sao Félix, dice conocer «por dentro» al Pedro que todos conocen y al otro Pedro, «al cotidiano compañero de trabajo en la oscura brega dia­ ria, mudo, callado, silencioso y confidente; el Pedro domés­ tico, grande unas veces en las pequeñas cosas, limitado en otras, con sus manías también, como todos». Paulo Gabriel hace un retrato de Casaldáliga enfocándo­ lo muy de cerca; un primerísimo plano, como para sorpren­ derle el alma: —«Pedro es un apasionado. Su pasión mayor, Jesucristo y su Reino. De ahí arranca su amor por la Iglesia. Pedro es un hombre de Iglesia en el más puro sentido de la palabra. Sólo que amar a la Iglesia también es cuestionarla. Pedro tie­ ne una conciencia nítida de su misión como obispo, y sabe que un día Dios le pedirá cuentas de cómo ejerció esa mi­ sión. Creo que Pedro se sitúa en forma adulta en la Iglesia. Es libre; y esto es fundamental en los tiempos que vivimos. Pablo enfrentó a Pedro en Jerusalén, y continuaron siendo hermanos y los dos dieron su vida por el Evangelio y por la Iglesia. Cuando Pedro Casaldáliga y muchos con él discu­ ten ciertas formas de actuar del Vaticano o del Papa, no 64

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