El Silencio de Adan (The Silence of Adam)

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Descripción

Dios llama a los hombres a romper...

Cómo convertirse en hombres de valor en un mundo de caos

Los Expertos Hablan Acerca de, El Silencio de Adán Algo único les está sucediendo a los hombres ahora mismo, que se está convirtiendo en una ola creciente de sentimiento popular. Como de costumbre, Larry Crabb es uno de nuestros mejores guías. Seguro de sus instintos, llega al meollo de las cosas. Bob Buford Presidente de Buford Televisión, Inc. y autor de Halftime El Silencio de Adán ofrece a los hombres un novedoso enfoque para definir su propia hombría, avivando la pasión por Cristo en medio de las dificultades actuales. Si usted está dispuesto a hablar de los misterios de su caos y oscuridad personales, El Silencio de Adán le abrirá nuevos horizontes en la búsqueda de fortaleza e intimidad con Dios. Dr. Kenneth W. Ogden Primer director de consejería de Enfoque a la familia ¡Bíblico! ¡Informativo! ¡Alentador! No es otro libro más sobre esfuerzo personal, ni un desafío a seguir una determinada fórmula para el éxito. Este libro ofrece una perspectiva novedosa acerca de los hombres —quiénes somos, por qué y cómo luchamos, qué significa ser orientadores y cómo podemos ser los verdaderos hombres que Dios ha planeado que seamos. Gary R. Collins Acorde con su historial, Larry Crabb lo ha hecho de nuevo. El Silencio de Adán perturbará a algunos y desafiará a los hombres en lo más íntimo, para que lleguen a ser como Jesucristo. Léalo. ¡VÍVALO! y ¡LIDERE! Dennis Rainey Vida familiar

Antes de llamarnos a romper sencillamente el terrible silencio de Adán, Larry nos pide que prestemos oído a nuestros sueños perdidos, a nuestros padres, a nuestros hermanos, pero sobre todo, a nuestro Dios. Cuando nuestras historias sean restauradas, seremos libres, como hombres, para realizar nuestros mejores sueños de una nueva manera. Michael Card Compositor de canciones, y autor El Silencio de Adán combina una aguda percepción psicológica con profunda sabiduría bíblica. Es un llamado realista para que los hombres primero sean piadosos, mostrando luego cómo todo lo demás que un hombre debe ser vendrá por añadidura. Este libro trae buenas noticias para los hombres, y para las mujeres e hijos que los aman, para la Iglesia y para la sociedad contemporánea. Daniel Taylor Instituto Betel St. Paul, Minnesota

Otros libros escritos por el Dr. Larry Crabb Principios bíblicos del arte de aconsejar. El arte de aconsejar. El Edificador

( E d i t o r i a l UnilitJ

(Editorial Unilit)

matrimonial.

(Editorial C.L.C.)

Hombres y mujeres: disfrutando las diferencia. De adentro hacia afuera. (Editorial Unilit)

(EditorialUnilit)

Dr. Larry Crabb,

Don Hudson y Al Andrews

Dios llama a los hombres a romper...

El

Silencio de Adán Cómo convertirse en hombres de valor en un mundo de caos

CT C ^ ^

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EDITORIAL CLC Diagonal 61 D Bis No. 24-SO Bogotá, D . C . , Colombia [email protected] www.clccolombia.com ISBN: 9 5 8 - 9 1 4 9 - 9 4 - 4 El Silencio de Adán, por Larry Crabb, D o n Hudson y Al Andrews © 2 0 0 2 . Todos los derechos reservados de esta edición por C e n t r o de Literatura Cristiana de Colombia. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida en ninguna forma total o parcial por sistemas, impresión, audiovisuales, grabaciones o cualquier medio, sin permiso por escrito del Editor, excepto en el caso de citar porciones pequeñas en artículos o revistas. © 1 9 9 5 , por LaurenceJ. Crabb, J r „ P H . D . , PA., DBA, Institute o f Biblical Counseling, Publicado originalmente en inglés con el título THE SILENCE OF ADAM, por Zondervan Publishing House, Grand Rapids, Michigan 4 9 5 3 0 , U S A . A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas son tomadas de la Nueva Versión Internacional ( N V I ) © 1 9 9 0 por la Sociedad Bíblica Internacional, usada con permiso. Edición y Diseño Técnico: Editorial C L C Impreso en C o l o m b i a - P r i n t e d in C o l o m b i a

A nueti fiijos Repten Mtef Hir Esperamos ser bueu> adresjtara ustedes

Contenido Los Expertos Hila» Acerca de. El Silencio de Adán ....

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Reconocimientos Adán Guardó Sifcncio Cuando Debió Hablar

1i ^^

Introducción

La Historia Comenza

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Larry Crabb

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Don Hudson A l Andrews

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PARTE 1 - A l g o Serio Anda Mal S e Pierde el Sueño

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Capítulo 1 Una Visión para loi Hombres

35

Capítulo 2 Hombres Varoniles j Hombres poco Varoniles

47

Capítulo 3 Teología por Fórmula Capítulo 4

71

Penetrando la Oscuridad Capítulo 5

g1

De Caos en Caos Ciptulo 6 Un Llamado a Recordar

93

Capítulo 7 Adán Estaba Ahí, y C a Conclusión de la Parte

103

121

PARTE 2 -Algo Vital H 7 a l t a Los Problemas d e laiunidad Masculina

123

Capítulo 8 Hombres Que Luchan (i la Oscuridad

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Capítulo 9 Cómo se Relacionan losibres Poco Varoniles

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Capítulo 10 Hombres que Exigen A: L a Pasión de la Necesidad Capítulo 11 Hombres que Sólo se Nan a Sí Mismos: L a Pasión de la Dureza Conclusión de la Parte 2 P A R T E 3 -Algo Poderostá Disponible U n a Generación d e tejeros Capítulo 12 Padres: Hombres que C;n Nosotros Capítulo 13 Hermanos: Hombres qunparten Secretos Capítulo 14 E l Sueño Realizado: Lcneración de Consejeros

159 171

175 173

1 01 203

L a Historia Continúa A l Andrews Don Hudson Larry Crabb

213 221 231

Reconocimientos Agradecemos a: John Sloan, quien editó este libro en inglés, y a todo el equipo de Zondervan. Siempre es un placer trabajar con ustedes. Su integridad los define. Sealy Yates y Tom Thompson, hermanos en el ministerio que se disfrazan de agentes literarios. Sandy Pierce, una mujer que lleva muchos sombreros y los usa bien: hermana en Cristo, amiga cercana, asistente personal, colega, animadora; y quien, a propósito, digitó el manuscrito junto con Cindy Skelton. Cindy, gracias por tu arduo trabajo, tiempo y apoyo. Rachael, Suzanne y Nita, nuestras esposas, quienes con gracia soportan nuestra lucha por convertirnos en hombres piadosos, y hacen que ésta valga la pena. Las mujeres hermosas merecen hombres activos. Queremos avanzar hacia ustedes todos los días de nuestra vida. Nuestros padres—Larry, Donald Eugene y Andy— hombres que marchan delante de nosotros y nos animan a seguir en el camino.

Adán Guardó Silencio Cuando Debió Hablar

Por Satán esposo 1

onde estaba Adán cuando la serpiente tentó a Eva? d k e q u e d e s P u é s de que ella fue engañada i ' ' ? d e l f r u t 0 Prohibido... y comió. Luego le dio a su

comióleénesiff^"

(paráfrasis d e l autor)'

7 también él

su esonc V ° A d á n 3 h í t o d o e l tie ropo? ¿Estuvo parado junto a ¿ E s t u v e \ m i e n t r a s l a serpiente la embaucaba con su astucia? e s t u v o ahí, escuchando cada palabra? entonretUV° ^ NADA?

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y

r a zón para creerlo— Pegunta: ¿POR QUÉ NO DIJO

exÍSte una b u e n a

SUrge Una fuerte

que m n ? d e q U e D Í O S c r e a r a a B v a ' Y a le había ordenado a Adán cara ] a ' . C ? m , e r a d e c i e r t o árbol. Se esperaba que le comunina v B r o m b l c l o n a su esposa cuando ella apareció en la esce' > su Ponemos que lo hizo. confunH^ U a n d 0 l a s e r P i e n t e entabló conversación con Eva para no diio n Í T P e n s a m i e n t 0 acerca de la bondad de Dios, Adán ovó a Fv / , p f S e 3 q u e e s t a b a escuchando cada palabra! Él c , t a r d e manera incorrecta el mandato de Dios que él Adán C U l d a d o s a m e n t e le había comunicado. Estaba observándo n , dirigirse a q , c o m e n z ó a mirar el árbol prohibido, la vio a , ' y a r g a r la mano para arrancar su fruto, pero no

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hizo ni dijo nada paa detenerla. ¡Adán se quedó callado! ¿Por qué? Recuerde, Eva he la engañada por la serpiente, no Adán (1 Timoteo 2:14). Elsabía lo que estaba pasando. Tal vez debió decir: "¡Un momenlto, querida!, esta serpiente no está tramando nada bueno. Pvedo ver su astucia diabólica. Te está engañando haciéndote }ensar que ganarás más desobedeciendo a Dios que permanecendo fiel a Él. ¡Eso es mentira! Permíteme decirte exactamenUlo que Dios me manifestó antes de crearte. Mira a nuestro alreiedor. Esto es el paraíso. Dios lo hizo y nos lo dio todo a nosotos. No tenemos razón para dudar de su bondad". Y luego, dejándose de Eva: "Serpiente, esta conversación se terminó. LARGO DE AQUÍ!" Pero Adán no djo nada. Estuvo ahí parado, escuchando y observando, sin d c i r una palabra. Le falló a su mujer. Falló en su primera luchí espiritual, pues no representó a Dios. ¡Falló como hombre! El silencio de Acán es el comienzo del fracaso de todo hombre, desde la rebelón de Caín hasta la impaciencia de Moisés, desde la debilidad ce Pedro hasta el hecho de que ayer no amé a mi esposa como d-bía. Es un cuadro —perturbador y a la vez revelador— de la raturaleza de nuestro fracaso. Desde Adán, todo hombre ha mntenido una inclinación natural a permanecer callado cuanco debería hablar. Un hombre se siente más cómodo en aquella situaciones en las que sabe exactamente qué hacer. Cuandolas cosas se ponen confusas y difíciles, las entrañas se le contaen y retrocede. Cuando la vida lo frustra con sus enloquecedores imprevistos, siente que la ira surge en su interior. Y luego lleno de terror y rabia, se olvida de la verdad de Dios y comenza a depender de sí mismo. D e ahí en adelante, todo le sae mal. Comprometido sólo consigo mismo, pelea por hacer qrn su vida funcione. El resultado es lo que vemos todos los dís: pasiones sexuales fuera de control, esposos y padres que n< se comprometen, hombres enojados a los que les encanta ir «i el asiento del conductor. Todo comenzó cuando Adán se re luso a hablar. Los hombres soi llamados únicamente para recordar lo que Dios ha dicho y hadar de acuerdo con eso, penetrando en la incertidumbre peligosa con la confianza y la sabiduría que sólo llegan cuando se ecucha a Dios. En vez de eso, al igual que Adán, nos olvidamos de Él y guardamos silencio.

Adán Guardó Silencio Cuando Debió Hablar

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Por eso Satanás sigue teniendo muchas victorias: en nuestra sociedad, en nuestras iglesias, y e n la vida de nuestras esposas, hijos y amigos. Es tiempo de q u e los hombres recuperen su voz, escuchen a Dios..., y hablen.

Introducción J^T ste libro ha sido escrito por tres hombres que estamos en crecimiento, pero luchando a la vez —hombres que confesamos abiertamente que nuestras luchas parecen intensificarse a medida que nuestras vidas continúan, y aunque éstas sencillamente no concuerden con la forma en que la cultura cristiana parece pensar que deberían ser. Se espera que los hombres cristianos, especialmente los que ejercen liderazgo, se sientan siempre animados y apasionados por su visión, y con muy pocos problemas. Se supone que los hombres maduros no luchan con pensamientos desatinados, ni con impulsos pecaminosos, o sentimientos de desesperación, pero nosotros creemos que sí lo hacen. Opinamos que desde el punto de vista espiritual, la hombría está más relacionada con seguir funcionando a pesar de las dificultades que con superarlas exitosamente. Creemos que el Espíritu de Ehos está menos interesado en decirnos cómo poner en orden nuestra vida, y más interesado en avivar —en medio de nuestras dificultades actuales— nuestra pasión por Cristo. Dios en vez de resolvernos los problemas, con frecuencia los usa para perturbarnos, para que estemos menos seguros de cómo funciona la vida, para incitarnos a preguntar los temas difíciles que nos aterra encarar, para sacar a la superficie las dudas obstinadas y las desagradables demandas que nos distancian de Cristo. No creemos que la Biblia brinde un plan para hacer que la vida funcione como pensamos que debería ser, y en cambio sí creemos que ofrece una razón para seguir adelante aun cuando la vida no funcione de esa manera. Si pudiéramos encontrar

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& Silencio de Adán

fórmulas que realmente funcionaran —fórmulas para vencer el enojo, producir hijos piadosos o sentirnos más cerca de nuestras esposas— las seguiríamos. Pero n o creemos que existan. En nuestra opinión, los verdaderos hombres admiten su miedo a la confusión, pero no huyen de ella hacia una seguridad fácil o un plan detallado paso a paso. El misterio de la vida nos atrae más que su previsibilidad. No porque nos guste particularmente sentirnos confundidos y fuera de control. Es difícil sentirse así, y a veces lo detestamos. Pero creemos que no tenemos opción. No, si somos honestos con nosotros mismos al enfrentar la vida. Algunas partes de la vida, por supuesto, están en orden y son manejables. Los carros no funcionan sin gasolina; los dientes que se limpian con hilo dental desarrollan menos problemas; las familias no se llevan tan bien si no cuentan con un esposo y padre comprometido. Se deben hacer las cosas que sean factibles. Aquellas partes de la vida que se pueden manejar, deben manejarse bien. Pero las partes más importantes de la vida, las que constituyen lo que es el cristianismo, nos parecen más misteriosas que manejables, más caóticas que ordenadas. ¿Qué hace usted cuando descubre que su hija fue abusada sexualmente por la persona que la cuidaba? ¿Cómo maneja los celos punzantes que siente ante un amigo que gana más dinero que usted? ¿Qué puede hacer con una vida de fantasía inmoral que simplemente no se va? ¿Cómo se acerca a Dios cuando siente que en su interior todo está muerto? ¿Cómo hace el Espíritu de Dios para llevarnos al hogar del Padre donde se está celebrando la fiesta? Sencillamente, no hay ninguna fórmula para seguir al manejar estas cosas de tanta importancia. Y creemos que Dios lo ha diseñado de esa manera, no para frustrar o desanimar sino para que mostremos lo que puso en nosotros, algo que se libera sólo cuando nos abandonamos a El en medio del misterio. La hombría espiritual implica el valor para seguir avanzando —en medio de una confusión abrumadora— hacia las relaciones. No se trata, entonces, de entender exactamente qué es lo que funciona y luego hacerlo. Escribimos este libro como tres hombres que viven historias inconclusas. Luchamos con preguntas que nadie contesta. Fallamos de formas que creíamos ya superadas. Luchamos con

Introducción

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los desagradables deseos que abrigamos, incluyendo el impulso de abandonarlo todo cuando la vida nos agota. Luchamos por vivir en comunidad los unos con los otros. Pero aun así tenemos esperanza. Quizá nuestras vidas se estén moviendo hacia una clase de madurez que abrirá nuestras bocas y dejará mudo a Satanás. Abrigamos esa esperanza porque, aunque estemos confundidos, algunas veces desanimados, y ocasionalmente desesperados, todavía nos movemos hacia nuestras esposas, nuestros hijos, nuestros amigos, y nuestro Dios. No siempre avanzamos bien, y a veces nos detenemos. Pero eso nunca es una decisión permanente. Y ésta es la esencia de nuestro mensaje: LA HOMBRÍA SIGNIFICA ESTAR MOVIENDOSE —no siempre con éxito, ni siquiera con victoria, sino con la clase de movimiento que sólo puede producir una apasionada fascinación por Cristo, que cuando está dirigida por el Espíritu, nos consume. Esa es la verdadera victoria. Permítannos presentarnos: somos tres hombres, cada uno con una historia que contar —historias de tristeza, gozo, fracaso, éxito, aburrimiento, pasión, venganza y amor. Unase a nosotros mientras examinamos lo que significa ser un hombre que vive como Dios planeó que los hombres vivieran.

La Historia Comienza

LARRY CRABB El chico en la fila del frente con la sonrisa traviesa —el que está más a la izquierda— soy yo a los cuatro años. Siento algo extraño al verme casi cincuenta años más tarde y preguntarme lo que había detrás de esa sonrisa que llamaba la atención. Mi mente se desvía de esa foto y se aleja en varias direcciones. Recuerdo cuando, alrededor de los treinta, acababa de dirigir un estudio bíblico en la sala de Phil y Evelyn. Durante la reunión posterior al estudio, agarré un pedazo de la torta de Evelyn e hice la ronda. Me puedo ver bromeando, fastidiando, divirtiéndome —llamando la atención de cada una de las personas a las que acababa de enseñar, con lo que mi memoria me dice que era una sonrisa ruidosa, no distinta a la de mi foto. Cuando todos se fueron, menos mi esposa y yo, Evelyn se me acercó con una mirada comprensiva pero algo preocupada, y me dijo: "Creo que sé por qué a veces actúas como un payaso". De inmediato me sentí atrapado y un tanto desconcertado. Pero me las arreglé para hacer como si nada hubiera pasado. "Muy bien, ¿por qué?" "Porque te libera de la presión de ser el hombre que eres".

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Tengo otro recuerdo: quizá tenía doce años, me encontraba de vacaciones con mis padres y hermano, pasando la noche er una cabaña de troncos e n las montañas de la parte alta de Nueva York, justo en las afueras del soñoliento pueblo de Schroon Lake. Mi cama era la de arriba del camarote. Había una ventana que daba al lago iluminado por la luz de la luna, el cual estaba rodeado por miles de pinos. Recuerdo que estaba acostado en el camarote, mirando hacia afuera por la ventana, totalmente inmerso en la majestuosidad de la escena. Un sentimiento irresistible de que yo era parte de algo grande, de algo hermoso, entró sigilosamente en mi conciencia. Eso fue, tal vez, lo más cercano a un llamado de Dios que haya escuchado en toda mi vida. Sabía que encajaba, sabía que era parte de una historia mayor, y me conmoví. Tenía algo para dar que haría la diferencia. Estaba emocionado, contento; me elevé a una dimensión que nunca había experimentado, pero también sentía temor, por un miedo que me quería paralizar. Mientras escribo, otro recuerdo viene a mi mente. Cuando era un niño que crecía en Plymouth Meeting, un diminuto suburbio de Filadelfia, mi alcoba quedaba al final de un largo pasillo. Cuando tenía alrededor de 13 años, una noche estaba tendido en mi cama leyendo la Biblia. Al oír los pasos de mi padre dirigiéndose a mi habitación, r á p i d a m e n t e escondí la Biblia debajo de las sábanas y tomé un libro de historietas cómicas. A él le habría encantado verme leyendo la Biblia. ¿Por qué le negué ese gozo? ¿Por qué preferí que m e viera con un libro de historietas cómicas? Si le preguntan a mi madre cómo era y o de joven —como lo ha hecho muchas veces— inmediatamente responderá, con una profunda mirada de exasperación: "¡Travieso!" Durante mis años de infancia, hasta l o s de bachillerato y universidad, me esforcé por parecer tonto. Ninguno de los que me conocían en ese entonces se imaginó alguna vez, que yo sentía el llamado de Dios y que leía la Biblia. A la mayoría de mis amigos de adolescencia le ha sorprendido el hecho d e que yo escriba libros serios en lugar de chiquilladas. ¿Será que por años, desde el p r e e s c o l a r en adelante, h e

Lsny Crabb

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estado intentando esconder mi esencia detrás de mis tonterías? ¿ Bromeaba con mis amigos del estudio bíblico para evitar que me tomaran demasiado en serio? ¿Me aterrorizaba tener algo que decirle a este mundo? ¿Hacía travesuras para poder hunde! primiti/o sentido que m e llamaba a ser un hombre, tratando de negar los sueños que se estaban formando dentro de mí? Quizá odavía soy el travieso que gesticula cuando se sienta en la primera fila de mi congregación. Me pregunto si la perspectiva de moverme en mi mundo como la persona que sé que soy todavía m e aterra, quizá m e enfurece, y me deja aislado, desconectado, solitario. Estos pensamientos entran en mi mente al observar los gestos del niño de cuatro años que fui, y que tal vez todavía soy. Mientras miro la foto, me viene a la mente un tipo de pensamiento totalmente diferente. No lo recuerdo bien, pero no puedo imaginar que mi maestra de escuela dominical estuviera especialmente complacida con mi risa traviesa. Si cierro los ojos y visualizo su presunta mirada de desaprobación, puedo sentir un olacer extraño, un definido sentimiento de satisfacción. Nunca me sentí parte del grupo de compañeros. Nunca me he sometido fácilmente a las normas. Quizá me gusta ser así. Un poquito de rebelión sabe bien. Tal vez haya una buena forma de rebelión, arrojo, valor para vivir auténticamente, aun a costa de no encajar. Podría ser el valor para soñar, pero sin importar lo que fuere, me gusta. Un poco de reflexión honesta me hace pensar que soy un iconoclasta, un inconforme, un radical con pelo corto y chaqueta azul marino. En cierto seminario me contrataron como catedrático por siete años —y luego me despidieron, porque no les caía bien a algunos de sus integrantes. Al recordar, puedo detectar cien cosas que dije e hice, y comprendo que les preocupara, porque muchas eran inmaduras, otras pecaminosas, y unas cuantas las volvería a hacer. Liberar lo que soy parece ser un asunto peligroso. Podría ser, más a menudo de lo que m e doy cuenta, simplemente un rebelde, con un gesto travieso en mi cara. Pero ni la rebeldía ni la travesura m e definen. Hay otra cosa más esencial en mi existencia. Soy un reflejo masculino del carácter de Dios. Fui diseñado para moverme a través de mi mundo, con risa y esperanza. Soy llamado a

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preocuparme menos por l a conformidad que por la integridad, menos por el encajar y m á s por las visiones de un soñador. La liviandad de la risa esperanzada y el valor de estar solo mientras se persiguen los sueños, son marcas de un hombre. La risa que provoca u n a payasada es barata. La sonrisa d e los payasos es fingida. Los hombres ríen. La rebelión es integridad corrompida. Los rebeldes destruyen. Los hombres dan vida. No quiero ser un payaso ni un rebelde, pero no quiero evitar estos dos errores d e forma tan rigurosa que pierda las buenas cualidades que disfrazan. No quiero ser un conformista predecible, atrapado e n algo que requiera de mí menos q u e lo estoy llamado a dar, pero tampoco quiero una vida de fantasía que pueda disfrutar sin salir nunca del sofá. Quiero sueños que me hagan mover frente a las imposibilidades. Deseo tener esperanza cuando la vida es intolerable, y quiero romper lo que la hace intolerable. Quizá, el gesto del travieso rebelde para llamar la atención, madurará un día y se convertirá en la risa de un romántico y en el valor de un soñador.

DON HUDSON Dios hizo al hombre porque le encantan las historias. Elie Wiesel, The Gates of the Forest (Las Puertas del Bosque) La mayor parte de mi vida me he sentido como un impostor. Así que me pongo un traje bonito, asumo una posición de triunfador, sonrío, y aparento que tengo todo en orden. Soy la imagen del éxito. Pero no permita que la foto de este libro lo engane. Hay otra foto que nunca muestro a nadie. Si me viera como yo lo hago, vería a una persona diferente, a un h o m b r e que se siente inseguro e incompetente, a un hombre que pierde horas de sueño en la noche debido a que le preocupa n o tener éxito. Vería a un hombre que aunque cree no tener nada, pretende tener algo que ofrecer. Vería a un hombre preguntándose si hay algo debajo del traje bonito. El muchacho con traje es un excelente retrato de mi vida c o m o hombre, porque exteriormente f i n j o que todo marcha bien, mientras por dentro me estoy desmoronando. Tenía seis años cuando me tomaron esta foto, no m u c h o tiempo después de la separación de mis padres. Al comenzar mi primer grado deseaba tanto identificarme con mi p a d r e , que cambié mi primer nombre por el suyo. Increíble, u n niño de seis años

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cambiando su nombre. Pero eso hice. Ya no sería Michael Hudson, sino Donald Hudson. Recuerdo claramente el vacío desolador de nuestro hogar, cómo echaba de menos a mi padre y anhelaba que estuviera con nosotros. Soñaba con que regresaría algún día. También temía por el bienestar de mi madre. Durante las primeras dos semanas de mi primer grado, me escapaba secretamente de la clase y regresaba corriendo a casa, pues estaba preocupado por mi madre. Mientras el resto de mis amigos permanecía en la escuela, dándole duro al abecedario, yo me atormentaba acerca de cómo saldríamos adelante. Un niño de seis años se convirtió en un hombrecito, atrapado entre la necesidad de ser un hombre para mi madre, y la soledad de ser un niño pequeño sin padre. No era hombre, ni me sentía como tal, pero eso no era un problema. Lo que más importaba era que, siendo un niño pequeño, mi mundo se desmoronaba bajo mis pies, y me enfrentaba a un caos horripilante. Las circunstancias me obligaron a inventar cierta forma de encarar el terror, la confusión y la tristeza. Pero, ¿cómo podía hacerlo si no había nada a lo cual recurrir? ¿Cómo podía ser un hombre cuando en realidad era un niño pequeño? Estaba convencido de que era imposible ser hombre, era como tratar de sacar agua que diera vida de un pozo seco. Así fue como el impostor inició su viaje. De esa manera viví cuando era pequeño, y ese fue el estilo que escogí para llegar a ser hombre. La mayoría de los hombres parece enfrentar el matrimonio, los hijos, la vocación y las finanzas con gran facilidad; yo los enfrenté con un temor paralizante. Por ejemplo, el matrimonio fue una decisión angustiosa con la que flirteé durante años. Salía con alguien durante unos cuantos meses o años, y luego —cuando la probabilidad de matrimonio parecía cada vez más cerca— de repente, milagrosamente, evocaba convincentes dudas "venidas de Dios", que incluían preguntas, como si ella podría vivir en una casa rodante cuando fuera mi esposa, o si podríamos sobrevivir con el salario de un pastor, o preguntándome (después de estar saliendo durante unos meses) qué habría pasado con la "química" que alguna vez disfrutamos. Mi patrón de citas era tan predecible que aterrorizaba. Cuanto más se acercaba alguien a mi corazón, más ferozmente

Don Hudson

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llegaban las dudas, y más rápido huía. Corría d e s p a v o r i d o sin saber de qué huía. Siempre m e excusaba explicando con mucha habilidad a la gente que, sencillamente, se debía a mi personalidad. "Oigan, soy un tipo libre que no se complica". Sospechaba que estaba huyendo de aquellas cosas que más deseaba, y aunque me aterrorizaba, ansiaba desesperadamente amar y ser amado. Deseaba en forma apasionada compartir mi vida con alguien especial, alguien que acompañara mi caminar. Aunque me encantaban los niños, nunca creí que podría ser padre. Para compensar mi temor y mis sentimientos de incompetencia, seguí el patrón que aprendí en mi infancia: descubrí una forma de sentirme hombre. Al cumplir los veintiocho años había alcanzado muchos de mis sueños vocacionales. Era competente y exitoso en mi ministerio, y me lanzaba violentamente al trabajo. Vivía para competir y ganar, desafiando a las personas a que me dijeran que no podía desempeñar alguna tarea, para demostrarles que estaban equivocadas todo el tiempo. La misma foto, sólo que un poco mayor —traje bonito, sonrisa de un tipo agradable y posición exitosa. Pero algo andaba terriblemente mal. Aunque era un triunfador estaba vacío. Cuanto más sobresalía en el trabajo y educación, más sentía que me superaba en cosas que no importaban. Gateando a través del laberinto que la sociedad pone frente a sus hombres, llegué a un callejón sin salida. Y lo peor, yo era un callejón sin salida. Vivía en secreto bajo el lema: "No poseo lo que se necesita para ser hombre". Gastaba toda mi energía convenciendo al mundo de que vaha porque era competente. Mi pozo estaba vacío y yo intentaba llenarlo con cosas externas, cosas que en realidad carecían de importancia. Vivir y amar costaba un millón de dólares, y en mi bolsillo sólo tintineaban unos pocos centavos. Si me detuviera en este punto, mi historia sólo sería una tragedia más. En este libro le damos mucha importancia a las historias, y una de las razones principales para hacerlo es nuestra convicción de que somos una generación de hombres sin historias, de hombres que no sabemos quiénes somos, por qué estamos aquí, o hacia dónde vamos. Todos estamos en este ríaje llamado hombría, pero pocos de nosotros, si somos honestos, n o s sentimos bien con el terreno que pisamos. Debido a

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que no tuve el privilegio de crecer con mi padre, creía no tener alguna historia a la cual recurrir, alguna que me permitiera continuar. Sentía que no había nadie que me apoyara, así que tenía que valerme por mí mismo. La ausencia de una historia en mi vida me ha hecho retroceder a la historia extraordinaria de mi Padre, quien siempre estuvo ahí. Y he descubierto que sí tengo una historia que contar, porque de mi pérdida ha surgido una historia rica y variada. Ahora puedo ver con un poco más de claridad que mi historia trata por completo del toque inhabilitador, redentor, de un Padre. Es una historia que le ha dado valor a un hombre aterrorizado, confianza a un hombre inseguro, y esperanza a un hombre desanimado. Si nos sentáramos a tomar café y usted me observara en la actualidad, el cuadro que vería le resultaría extraño. De vez en cuando podría percibir al muchacho que lo defraudaba con un traje y una sonrisa. Todavía observaría a un muchacho que como tiene temor, desfallece. Pero la mayoría de las veces vería a un hombre, no a un muchacho que ha cambiado dramáticamente. Hablaría con un hombre que ama a su esposa y está totalmente cautivado por su hijo, a un hombre que tiene algunos pocos amigos cercanos, y que ya no margina a su padre, a quien ama. Solía pensar que ser un verdadero hombre era saltar de la cama todas las mañanas con una historia perfecta, sin temores, tragedias ni inseguridades, sin dudas acerca de sí mismo. Pero ahora creo que ser hombre en este mundo es ser alguien que tiene el valor de superar su temor, fe para responder sus dudas, y amor para ir más allá de su pérdida. La esperanza, para mí, radica en mi potencial para tocar en forma redentora a la gente durante las siguientes generaciones, en lugar de simplemente rozarlas como si fuera un fantasma dirigido.

AL ANDREWS Sobre un aparador de nuestro dormitorio, entre otros recuerdos familiares, reposa una fotografía en blanco y negro, enmarcada, del jugador de las Pequeñas Ligas. Imagino a mis nietos analizando algún día, en el futuro distante, el uniforme familiar a rayas, mi cabeza cubierta con una gorra, y la pose con el bate en el hombro. Me pregunto cómo me verán. ¿Mirarán la foto de la misma manera desinteresada con que a menudo yo recorro los viejos álbumes familiares? ¿Se reirán por el antiguo uniforme y por las orejas que sobresalen de una gorra demasiado grande? Podrían reír, aunque espero que hagan algo diferente. Quiero que sepan algo más. Mi deseo es que entiendan que esta fotografía e s simplemente una imagen tomada de una película que permaneció por mucho tiempo en cartelera y que es imposible de entender fuera del contexto total de la misma. Me gustaría q u e s e cuestionaran acerca de ese muchacho. ¿Cómo era? ¿Cuáles eran sus lados fuertes, sus fracasos, sus sueños? No estoy seguro de cómo transmitiré ese sentido de la historia, pero antes de transmitir algo, debo saberlo yo mismo. Al respecto, debo interesarme profundamente en esa fotografía antes de pedirle a otro que la analice. Quiero entender las

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escenas de mi pasado en el contexto global, y luego ver cómo encajan dentro de un cuadro mayor, una película que se estaba exhibiendo mucho antes de que yo naciera, y que continuará para siempre. Por eso deseo formar parte de este libro, para pensar acerca de mi propia historia de una forma que haga la diferencia para aquellos con los que me relaciono: mi esposa, mi familia, mis amigos y mis colegas. Quiero pensar en ella no de una manera ensimismada, sino de tal forma que conduzca al cambio. La foto que reposa sobre el armario refleja lo que quiero decir. Es mi fotografía a los ocho años, vestido y listo para el juego. Eso es lo que está ante su vista. Lo que usted no podrá ver, es al muchacho que no sobresalió en los deportes en equipo. Y algo que tampoco podrá ver, pues ni siquiera yo pude verlos durante años, son los compromisos profundos del corazón que ese jugador de las Pequeñas Ligas tenía con una forma de vida en particular. Permítame explicárselo. Nunca olvidaré mi primera vez en la base del bateador. Después de entrenamientos y meses de ansiedad, estaba donde alguna vez había soñado: "bateando". El lanzador de ese día era uno de los muchachos más grandes de ocho años. Una figura intimidante para ese entonces. El primer lanzamiento, un giro y un golpe errado —strike one. El segundo, que s e podría argüir que no estaba sobre la base, pero lo tomaron como bueno —strike two. El tercer lanzamiento, muy a la izquierda —bola uno. El cuarto, un giro y un golpe errado —¡strike three! No recuerdo que mi fracaso haya sido una experiencia terriblemente inusual o difícil; los "fueras" eran muy comunes e n tre los Angeles. No obstante, a medida que pasaban las semanas y mis "fueras" continuaban, me empezó a invadir un sentimiento extraño. Muchos de los otros muchachos del equipo estaban comenzando a darle a la pelota, y los batazos eran seguidos por vítores, gritos y corridas jubilosas alrededor de las bases. Mientras ellos disfrutaban del juego, yo todavía no había conectado una bola con el bate. Gradualmente, mi emoción y entusiasmo por el juego se convirtieron en bochorno y en una faena monótona. Se empezó a sentir que la temporada podría ser larga, por lo menos para mí. Luego noté algo. Algunos muchachos podían llegar a la base

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sin darle a la pelota. E r a n a q u e l l o s bateadores a los que les habían lanzado más b o l a s q u e strikes y a los que luego se les permitía ir a primera b a s e . D e v e z en cuando hasta podían disfrutar la emoción de l o s vítores cuando aporreaban las bases en su camino a la meta, p o r q u e después de ellos había seguido un buen bateador en e l orden d e bateo. Como los "fueras" s e volvieron más y más humillantes, tomé una decisión, aunque rio recuerdo haberlo hecho de manera consciente. En vista de q u e los lanzadores de las Pequeñas Ligas no eran conocidos p o r su precisión absoluta, me di cuenta de que era m u y probable que algunas de las pelotas lanzadas en mi dirección fallaran en llegar a la zona de golpe. Si no giraba, al menos tendría la oportunidad de llegar a una base, y podría poner un alto a aquella espantosa sensación que llegaba con los "fueras". Durante el resto de la temporada, nunca más volví a balancear el bate, que descansaba sobre mi hombro lanzamiento tras lanzamiento, y aunque me cantaron más "fueras" de lo que hubiera esperado, llegaba a la base y luego a la meta, de vez en cuando. Esta historia es una metáfora que, tristemente, encaja con la forma que escogí para vivir durante gran parte de mi vida. Por muchos años, incluso ya de adulto, tuve el fuerte compromiso de n o balancear el bate, porque hacerlo era demasiado doloroso. Cuando un hombre se balancea y falla el tiro, saborea el fracaso y la humillación. Su incompetencia queda al descubierto, y como resultado viene la vergüenza. Aun si se balancea y conecta, siente la presión de las expectativas. Después de todo, si usted le dio una vez, debería poder hacerlo otra vez. Es más fácil dejar que el bate descanse sobre su hombro y esperar la caminata ocasional, dependiendo de la falla del lanzador y del éxito del siguiente bateador. La emoción de erguirse hacia atrás, seguir la dirección de la bola y darle lanzándola sobre la baranda es, para muchos hombres, inconcebible. Ese era el cuadro de mi vida: un hombre parado que rehusaba moverse, q u e lo deseaba y se contenía debido a un compromiso m a y o r y previo con la seguridad, ya fuera en la vocación, en las relaciones o en las responsabilidades de la vida diaria. Como cualquier éxito que se lograra era atribuido a otros, internamente se miraba con sospecha.

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El Silencio de Adán

Al escribir estas palabras tengo, al mismo tiempo, un sentimiento de pesar y gozo. Pesar por el daño que mi falta de movimiento le ha ocasionado a otros. Pesar por vivir una gran parte de mi vida fuera del diseño que Dios planeó para mí como hombre. Dolor por los años que pasé, por decisión propia, en una impotencia aparentemente necesaria. Si ese fuera el final de la historia, no tendría razón para escribir. Pero hay una pluma moviéndose en mi mano. He llegado a conocer la sensación del balanceo y golpe, y en el proceso, lo que temía ciertamente ha ocurrido. El fracaso ha sido más que evidente, y la presión que proviene de hacerlo bien sólo se ha incrementado. Pero la pasión, aniquilada por mi falta de movimiento, ha resucitado, y eso me ha hecho desearla más.

PARTE 1

Algo Seno Anda Mal Se Pierde el Sueño

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¡ f

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\

Los hombres se sienten fácilmente amenazados, y cada Vez que esto sucede, cuando ya no se sienten a gusto en su interior que no entienden, se retiran naturalmente a una esfera de comodidad o competencia, o dominan a alguien o algo a fin de sentirse poderosos. Los hombres se niegan a sentir el horror paralizante y humillante de la ineertidumbre, ese horror que los podría conducir a la confianza, o que podría liberar en ellos el poder para entregarse profundamente a una relación. Como resultado, la mayoría de ellos se siente lejos de todos y mucho más de Dios, al tiempo que todos se sienten lejos de ellos. Hay algo bueno que se detiene en los hombres, pero que necesita seguir moviéndose. Cuando el movimiento bueno se detiene, el movimiento malo (retirada o dominio) seguramente se desarrolla.

J

Capítulo

1

Una Visión para los Hombres

éC

abía estado casado por menos de dos años, y las cosas andaban muy mal. Se sentía perdido, confundido, enojado. De lo único que estaba seguro era de que deseaba hablar con su padre. Más que nada, anhelaba que lo entendiera, que estuviera con él, que lo mirara amablemente, con compromiso y respeto, que no lo sermoneara ni retrocediera. Su padre siempre había sido su héroe, el modelo de todo lo bueno. Estuvo exitosamente casado durante treinta y cuatro años con su fiel madre, una mujer que nunca se quejaba y que siempre permanecía en casa. Podía recordar cuando expresaba su interés por trabajar en un hospital cercano para niños. Realmente le gustaban los chicos, pero su esposo siempre evadía el tema y con una amable reprobación le recordaba que era él quien mantenía a su familia. Su padre también era un maravilloso ejemplo en la iglesia. Era anciano, serna mensualmente los elementos en la Santa Cena. Luchó por mantener el culto d e oración y estudio bíblico a mitad de semana, cuando el nuevo pastor asociado sugirió que fuera sustituido p o r grupos en los hogares. Nunca

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bebía (todos lo sabían), diezmaba fielmente, celebraba el altar familiar casi todas las noches y siempre mantenía a sus tres hijos bajo control. Siempre sonreía y glorificaba a Dios cuando a menudo le decían que "su familia daba un buen testimonio". ¿Por qué el viaje de veinte minutos hasta la casa de su padre le parecía tan largo? ¿Por qué su pecho estaba tan oprimido? "Papá", comenzó, "Tengo que hablar contigo. Las cosas andan terriblemente mal en mi matrimonio. No sé qué hacer". De nuevo la sonrisa, la misma que mantuvo a su madre en casa durante treinta y cuatro años. La misma que otros veían como manifestación de humildad. Entonces, por primera vez, se dio cuenta de cuánto odiaba esa sonrisa. Su padre respondió con dos títulos de libros, seguidos por la advertencia de que leyera Efesios 5, y por la sugerencia de que le encomendara todo al Señor. "¡Pero, papá!", casi explotó. "He leído los libros, he estudiado Efesios 5, y he orado de la mejor manera que sé hacerlo. ¡Quiero algo más de ti!" Su padre se sentó, callado. La sonrisa se desvaneció y fue sustituida por una mirada matadora, una mirada que ya había visto antes, pero dirigida a él. Silencio. Después de un aterrador momento de tensión, su padre se levantó y, sin decir palabra, salió de la habitación. "Esa fue la primera vez," admitió más tarde, "que me di cuenta de que mi padre era un hombre débil".

Me pregunto cómo sería ver a un hombre totalmente entregado a Dios. Sobre la pared cercana al escritorio, en mi oficina, tengo colgadas y enmarcadas las palabras de D. L. Moody, en un lugar que me permite verlas todos los días: El mundo todavía tiene que ver lo que Dios puede hacer con, para, a través, en y por el hombre que se ha consagrado total e íntegramente a Él. Haré todo lo que pueda por ser ese hombre. Me encanta leer biografías, historias de hombres c o m o Oswald Chambers, C. S. Lewis, J o h n Knox, Jonathan Edwards, Agustín, Pablo y Jeremías. Al leer sobre sus vidas, me da la

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impresión de que nuestras ideas modernas de la madurez masculina están muy lejos de lo que los hombres piadosos de las generaciones pasadas entendían y practicaban. Actualmente hablamos mucho de cosas como la vulnerabilidad y el valor para sentir nuestro dolor. Ellos parecían interesarse más en adorar y testificar. Nosotros hablamos de comunicación honesta y vivir de acuerdo con nuestro potencial. Ellos caían de rodillas con quebrantamiento, y se levantaban para servir. Me pregunto si aquellos hombres de antaño cuyas batallas más duras fueron contra todo lo que les impidiera conocer a Cristo obtuvieron, de forma natural, las virtudes que tratamos d e desarrollar. Nosotros nos reunimos en grupos pequeños para compartir nuestros sentimientos y discutir sobre principios para relacionarnos más íntimamente o para levantar la autoestima. Ellos hacían largas caminatas con hombres mayores que hablaban fácilmente de Dios y se ponían a orar sin previo aviso. Durante su "noche oscura del alma" (que duró varios años), Oswald Chambers salió un día con John Cameron, un viejo amigo de Escocia, acompañados de dos perros. El propósito de la excursión era cazar conejos, pero cuando llegaron a un terraplén cubierto de hierba, Cameron sugirió que se detuvieran un momento para orar. " N o s arrodillamos y él dirigió la o r a c i ó n " , escribió Chambers. "Luego comencé a orar, pero el cachorro pastor escocés, que había estado completamente callado durante la oración del anciano, se imaginó que yo sólo servía para jugar con él, y comenzó a restregarse contra mí, a tocarme por todos lados con sus patas, a lamerme la cara y aullar con deleite. Cameron se levantó, lo tomó severamente por la nuca y me dijo: 'Vaya, vaya, yo me sentaré sobre el perro mientras usted ora'. Y lo hizo".1 ' Los hombres religiosos de la actualidad muy a menudo han encontrado a un Dios conveniente, al Dios de utilidad inmediata que promueven los h'deres que se llenan más con la emoción de las multitudes, que adoran, que con su oportunidad de tener una comunicación íntima con Dios. El pecado más perdurable en la historia de Israel fue cometido por el rey Jeroboam (véase 1 Reyes 12, especialmente los versículos 26-33)

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quien le facilitó a su pueblo la adoración reduciendo a Dios a una deidad local visible. Lo hizo sólo p a r a promover sus propias ambiciones, y le funcionó porque ganó a muchos seguidores y reinó en Israel durante veintidós años. Las grandes multitudes pueden producir buenas cosas. Pero m e asustan. La obra más perdurable y profunda de Dios ocurre con mayor frecuencia en el aislamiento, en un diálogo entre uno y otro, o en discusiones de grupos pequeños. Algunas veces su mejor obra comienza en grandes multitudes, p e r o lo que allí sucede se puede malinterpretar fácilmente como algo concluido, cuando es algo que apenas ha comenzado. Las grandes multitudes nos ayudan a los hombres modernos a sentirnos hombres, ya sea que estemos animando a nuestro equipo de fútbol o proclamando el nombre de Jesús, porque manejamos nuestro vado llenándonos con cualquier emoción que podamos encontrar. Las concentraciones enormes nos inflan con lo que pareciera ser una hombría auténtica. Los hombres de generaciones pasadas libraron, durante años, batallas intensamente personales, que sólo se redujeron cuando ellos se rindieron totalmente a Cristo, y no cuando se sentían invadidos por una nueva pasión en una gran reunión, o cuando descubrían algo distinto acerca de ellos mismos mediante terapia. El gozo de encontrar a Cristo se liberaba cuando al quebrantarse por el pecado, ese quebrantamiento los conducía a la entrega en adoración a Dios. El conodmiento íntimo de Cristo se desarrollaba mediante la obra profunda del Espíritu de Dios, que a veces ocurría en las grandes multitudes, aunque con mayor frecuencia durante las largas temporadas de oración agonizante en soledad. Se podría argüir que los hombres de hoy tienden a ser más sensibles, en términos de relaciones, que nuestros severos antepasados. Quizá sabemos más sobre como "conectarnos" con nuestra esposa, hijos y amigos. Tal vez estamos aprendiendo a ser verdaderos hombres, tiernos y fuertes a la vez, de formas en que los hombres mayores nunca entendieron claramente. Al movimiento de consejería moderno se le puede adjudicar una porción considerable del crédito por ese buen efecto. Pero cualquiera sea la ganancia que hayamos obtenido en la sociedad moderna, a ésta se l e h a quitado su valor en gran

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medida, porque la mayoría de nosotros ha perdido la profundidad de la conexión con Cristo que sólo se da mediante un sufrimiento inexplicable, un quebrantamiento atroz, y un profundo arrepentimiento. Este libro es un llamado a regresar a las antiguas sendas; no a renunciar a las buenas lecciones que el pensamiento cristiano moderno nos ha enseñado. Es un llamado a regresar a un enfoque mucho más fuerte: a encontrarnos a nosotros mismos perdiéndonos en Cristo. Me gustaría ver que dejamos de lado los esfuerzos por resolver nuestros problemas, sanar nuestro dolor y recuperar nuestro valor personal. Quiero desocupar el escenario para que Cristo llene la parte iluminada por el reflector; quiero que fijemos nuestra atención de una forma tan completa en su belleza y poder, que todos los demás pensamientos sean perfumados con su fragancia. Adorarlo, orarle, buscarlo ávidamente a través de las Escrituras, humillándonos ante El con quebrantamiento por nuestro orgullo y devoción fría, esperando en Él para que nos llene con su Espíritu, sirviéndole con un propósito determinado y una pasión que consuma a los demás. Éstas son las sendas antiguas a las que debemos regresar. Al ir leyendo este libro, no pierda de vista una sencilla verdad: La única forma de ser masculinos es siendo, primero, piadosos. En nuestros días, los hombres buscan más la hombría que a Dios. Muchos hombres cometen el error de estudiar la hombría y tratar de practicar lo que aprenden, sin prestarle la suficiente atención a su relación con Dios. ¿Realmente amamos a Cristo, o nuestra pasión es más inventada y vacilante que genuina y constante? ¿Estamos creciendo en una santidad que acerca a otros (particularmente a nuestras familias) a Cristo, o exhibimos una efervescencia, y practicamos una conformidad, que simplemente impresiona a otros con nuestro celo? Ronaldo era parte de un grupo de hombres que temprano en la mañana se reunía semanalmente en su iglesia, para hablar acerca de batallas con la lujuria, tensiones en el hogar, preocupaciones en el trabajo. Oraban y cantaban juntos, se abrazaban y algunas veces lloraban, eran responsables de rendirse cuentas unos a otros. Ronaldo siempre salía de esas reuniones motivado y Üsto, como un hombre, para medirse con su mundo. No pudo sentirse más sorprendido cuando su esposa le

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pidió un día que dejara de asistir al grupo, porque a ella no le gustaba el efecto que éste producía en él. Sentía que salía más excitado que tierno, más resuelto a hacer lo correcto que a ocuparse de su familia y amigos. Nuestros mejores esfuerzos por volvernos varoniles nunca producirán la auténtica hombría hasta que crezca un sentido perenne de adoración en nuestro corazón. Y si pensamos que encontrar a Cristo es algo que podemos hacer en un seminario de fin de semana, entonces nuestra adoración será poco profunda. Para encontrar a Cristo necesitamos librar una larga batalla que aplaste nuestro orgullo y nos conduzca, mediante la desesperación, al gozo inmanejable de la llenura del Espíritu, y luego nos lleve de regreso, mediante una desesperación más oscura, a un gozo aún más brillante. Los hombres que evitan esa batalla sólo experimentan un arrepentimiento superficial. Su compromiso real será con cosas que verdaderamente no importan. Nunca desarrollarán una pasión capaz de tocar el corazón de otra persona con el amor que da vida. Ronaldo se alejó del grupo. Comenzó a reunirse para desayunar con un caballero mayor de su iglesia en quien se había fijado durante años, pero al que nunca había conocido. Al escucharlo orar muchas veces en la iglesia, notaba que lo hacía en forma diferente. Parecía conversar íntimamente con un amigo muy amado. Durante casi cuatro meses, Ronaldo se reunió con ese hombre, algunas veces cada semana. Le pedía que le hablara de su vida, su matrimonio, su relación con Dios. El hombre siempre traía su Biblia y a menudo la abría con la emoción de un abuelo que saca las fotos de su primer nieto. Cuando ya no pudieron reunirse con regularidad, la esposa de Ronaldo se sintió decepcionada. Los hombres que aprendan a fascinarse más con Cristo que con ellos mismos se convertirán en los varones auténticos de nuestros días. Los hombres de esta generación deben aprender a calcular el costo de seguir a Cristo (que se puede calcular fácilmente: todo lo que tenemos). Debemos sentir el vacío de nuestras almas hasta que ningún costo parezca demasiado alto si nos pone en contacto con El; debemos resistir la influenda de una cultura '"cristiana" que valora más el descubrimiento del yo y la realización de las ambidones propias que nuestro sometimiento a Dios. En otras palabras, debemos preocupamos

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más por conocer a Cristo que por encontrarnos a nosotros mismos. Si todo esto llegara a ocurrir, dentro de treinta años más hijos podrían encontrar, en la generación mayor, ejemplos de hombres varoniles piadosos. Ellos podrían ser atraídos a buscar a Dios con todo su corazón y con toda su alma, debido a la consistencia poderosa y al amor libre de amenaza que verán en nosotros. Tengo un sueño. Sólo el tiempo dirá si es verdaderamente de Dios, y creo que lo es. Mi sueño es realmente muy simple. Cuando miro hacia los años futuros, veo a unos cuantos grupos diseminados por aquí y por allá, a través del paisaje cristiano, en los que el caráctei piadoso y la sabiduría espiritual serán más honrados que los títulos y destrezas, y más valorados que los logros o la competencia. Veo a una comunidad de gente luchadora, plagada con todas las enfermedades que provienen de vivir en un mundo que nunca se pretendió que soportáramos, una comunidad que lucha contra inclinaciones e impulsos que nunca se pretendió que sintiéramos. Veo a personas cuyos matrimonios son horribles, con hijos que han echado por tierra su esperanza de una familia feliz, con sus emociones fuera de control, que pasar noches terriblemente largas, aterrados por los recuerdos de una niñez con abusos indescriptibles. Tan heridos por el rechazo que pareciera q u e el corazón les está siendo arrancado de su pecho, odiándose a sí mismos por los impulsos sexuales pervertidos que braman dentro de ellos, al punto de casi renunciar a toda esperanza bajo el peso de una soledad infinita. En mi sueño veo a estas personas hadendo algo, que hoy, muy pocas están haciendo en la vida real. Las veo despreocupadas por la oficina con la placa que anunda a un profesional cuya capacitación garantiza la competenaa técnica, pero no el carácter piadoso. Las veo regresando libros a los estantes de la librería cristiana. Libros con carátulas que prometen falsamente ahora lo que sólo el cielo proveerá más tarde. Las veo tomar un volante que promueve el seminario del que todos hablan, al que le dan una mirada y luego dejan. Pero también las veo llegar a la sala de la viuda solitaria; abrirse paso a la cafetería para pasar un par de horas con el viudo cansado; tocar a la puerta del estudio donde espera

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alguien vestido de humildad y ávido del cielo. Las veo esperar a alguien que es fiel al señalar a Cristo cálidamente y sin cohibiciones. Me imagino a una generación sin tanta escasez de consejeros, en la que los pastores y ancianos de nuevo sean tenidos en gran estima porque pastorean y se desempeñan como ancianos, una generación en la que a los líderes cristianos ya no se les pida que dirijan ministerios de la forma en que los ejecutivos construyen las corporaciones, sino que más bien sean reverenciados como hombres de influencia piadosa. Si miro fijamente mi sueño, puedo ver un ejército de mujeres y hombres sabios distribuidos entre el pueblo de Dios, armados sólo con un discernimiento afable y sabiduría penetrante, cualidades del carácter forjadas en el fuego del sufrimiento. Éstos son los que han pagado un precio que pocos están dispuestos a pagar, y lo han pagado continuamente durante años, sin descanso. Estos hombres son PADRES, éstas mujeres son MADRES,, gente piadosa cuya quieta presencia se siente y valora. Una joven pareja me escribió desesperada. "Hemos estado casados por seis años, y simplemente no funciona. ¿Conoce a algún buen terapeuta cristiano en su área?" ¿Por qué aquella pareja me escribió a mí, un psicólogo p r o fesional autorizado y entrenado, en vez de pedirle a un anciano de su iglesia que se reuniera con ellos? ¿Les atrajo mi título? ¿Mi carácter? ¿Por qué la mayoría de la gente con problemas piensa inmediatamente en conseguir "ayuda profesional"? ¿Por qué no se dirigen a hombres y mujeres cristianos sabios? A n t e la necesidad de ayuda por ataques de pánico o luchas sexuales, la mayoría de nosotros no consultaría con un anciano de nuestra iglesia, por la misma razón que no le pediría a un pastor que le hiciera un trabajo de endodoncia. ¿Por qué? Nuestra cultura se ha tragado la mentira de que los problemas personales no son de naturaleza diferente a los problemas físicos. En ambos tipos de problemas, pensamos que algo a n d a mal y que sólo puede ser arreglado por un experto cuyo e n tendimiento sobrepase la sabiduría que proporciona la Biblia. Hemos perdido completamente de vista el hecho de que todo problema no físico es, en esencia, un problema moral,2 que radica en la relación de la persona con Dios. Por lo tanto, hemos producido una generación de terapeutas.

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un ejército de consejeros entrenados para lucha con problemas que poco entienden, porque han pasado m ls tiempo en las aulas volviéndose expertos que en la presencie de Dios convirtiéndose en ancianos. Hemos perdido interés < n el desarrollo de consejeros, hombres y mujeres sabios qu( sepan cómo llegar al verdadero fondo de las cosas, y que t ngan el poder para hacer que influyan recursos sobrenatur les en lo que anda mal. Si mi sueño se vuelve realidad, toda nuestra biará. Al igual que un terremoto cambia dram paisaje, así lo hará mi sueño. Si se realiza, alten mente nuestras instituciones más queridas. Han tros supuestos más atrincherados sobre cómo c nuestras vidas.

:ultura camticamente el "á profundaañicos nuesabemos vivir

Todo lo que no es material cambiará. Por suj íesto, las cosas que se basan en hechos científicos y en procedimientos probados empíricamente, no serán afectadas. Las técnicas para hacer cirugías y los planes de ingeniería para construir rascacielos no serán cambiados por la revolución que visualizo, tampoco cambiará el uso legítimo de los medicamentos para los ataques de pánico, desórdenes obsesivo-compulsivos y algunos casos de depresión. Pero sí se alterará radicalmente la forma en que nos ocupemos de la iglesia, en que influyamos vidas, en que brindemos liderazgo social y moral, en que vivamos juntos en familia y en comunidad. Las celebridades se nublarán. Unas cuantasioraciones de un anciano significarán más que todos los secre os para vivir eficazmente, compartidos por un comunicadoi aclamado en un seminario de fin de semana. Los grandes ev ntos "cristianos" se limitarán al evangelismo o la oración sig ificativa, a la adoración apasionada o la instrucción bíblica. L gente anhelará más pasar noches en el hogar de un consejer|, que la oportunidad de asistir a una concentración de moth ición. Sabrán que lo primero tiene más poder para cambiar vic as que lo último, y los banquetes de premiación de la comuridad cristiana serán menos parecidos a los eventos de Hollywood. A las personas se las honrará, humillándolas significativamente en vez de enaltecerlas y hacerlas sentir más importantes debido a sus logros. Nadie competirá con Cristo por los más altos honores.

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En mi sueño, veo: A UNA GENERACIÓN DE CONSEJEROS, ancianos sabios a quienes se valorará más que a los especialistas capacitados para ayudarnos a responder los desafíos de la vida. Mujeres y hombres piadosos cuyo poder y sabiduría llegarán más profundamente a nuestras almas que el conocimiento y destreza de un experto. Para que mi sueño se vuelva realidad se requerirá de un milagro de Dios, no la clase de seudomilagro sensacionalista que enriende un movimiento, sino la variedad sólida, profunda, que puede comenzar una reforma. Hemos tenido suficientes movimientos, suficientes acontecimientos que crearon una enorme cantidad de seguidores y llegaron a los titulares. Pero por bastantes años no hemos tenido una reforma la cual, tal vez, ya sea tiempo de que ocurra. Mi sueño se reduce a una oración tan sencilla como profunda: Si los hombres llegan a ser hombres, el mundo cambiará. También es cierto que si las mujeres llegan a ser mujeres, el mundo cambiará. Se podría escribir un libro, y debería hacerse, acerca de un sueño paralelo, un sueño sobre mujeres mayores que se convierten en madres, y mujeres jóvenes que aprenden a ser hermanas. Un libro así, que trate sobre madres y hermanas espirituales, sería el compañero apropiado para este libro acerca de padres y hermanos espirituales. En mi sueño, los hombres mayores actuarán como padres y los jóvenes como hermanos. Cuando alrededor del mundo los hombres recuperen su voz, liberen su poder y vuelvan a capturar el gozo de seguir el llamado de Dios para llegar a ser hombres auténticos, la naturaleza misma de la comunidad cristiana cambiará. Ese es mi sueño. Pero estoy preocupado por aquellas cosas que deberían tranquilizarme. Me preocupa la cantidad de atención que está recibiendo este tema de la hombría. Me preocupa que cualquier cosa buena que se esté desarrollando sea erosionada por un revés venidero, cuando el movimiento de los hombres se exponga como una edificación sobre arena. Me preocupa que no estemos enfrentando los terribles problemas que hay dentro de nosotros y que desfiguran nuestra hombría, problemas que sólo una larga y dolorosa cirugía puede curar. Me preocupa que hayamos apuntado demasiado bajo,

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que estemos persiguiendo algo demasiado fácil de alcanzar, y que el centro de las cosas no sea un amor intensificado por Cristo. QuüJá nos estamos contentando con una falsificadón de la hombría auténtica. Algunas veces pienso que esta idea de "convertirse en verdaderos hombres7' se ha reducido a una novedad cultural, apenas a un mmmiento acompañado por elementos comunes como la emodón de las grandes multitudes, la esperanza de nuevas fórmulas, la inspiración de desafiantes oradores, la determinación de compromisos gritados y las ideas de los gurúes actuales. Lo que no necesitarnos es una explosión temporal de resolución y pasión. Lo que sí necesitamos es una reforma, aquella obra profunda de Dios marcada por repetidos dclos de quebrantamiento, arrepentimiento, perseveranda y gozo. Necesitamos que Dios nos dé el poder para entrar en el misterio de las relaciones a un nivel de conexión dadora de vida que nunca podrán producir el entusiasmo y las frases hechas. Necesitamos rendirnos a Cristo de una forma que libere todo lo que su Espíritu ha puesto en nosotros. Debemos desairar el costo de llegar a ser hombres hasta que el atractivo de cualquier cosa menor haya desapareado y sólo quede el llamado de Dios. Si vamos a llegar a ser una generación d e consejeros y a tener una cultura llena de hombres de carácter y sabiduría, que puedan dirigir la próxima generación hacia la verdadera piedad, entonces debemos pensar detenidamente en cómo serán los hombres cuando Cristo sea formado en ellos. En una época en la que está en su apogeo la habilidad de Satanás para entusiasmarnos con una falsificación de lo real, y como tenemos la probabilidad de confundir una senda cómoda y angosta con la que es aún más estrecha, debemos comenzar con una idea clara de cómo es el milagro de la hombría.

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Oswald Chambers: Abandoned to God (Oswald Chambers: Entregado a Dios), una biografía por David McCasland (Grand Rapids: Discovery House Publishers, 1993), Pp. 74-75.

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No creo que todos los problemas personales sean el resultado directo del pecado deliberado y personal que se puede curar obedeciendo más. Véase Finding God (Encontrando a Dios) domde se discuten mis puntos de vista sobre el tema.

Capítulo

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Hombres Varoniles y Hombres poco Varoniles sta vez el hombre sí estaba en un grave problema. Ya antes había ofendido a gente importante, lo suficiente como para meterse en un aprieto. Pero nunca había hecho algo tan malo como esto. Sus amigos querían ayudarlo. Todos eran hombres jóvenes, robustos, determinados, en la flor de la vida, deseosos de perseguir lo que creían. Se reunieron para discutir qué podían hacer, pero ninguna de sus ideas lograría mucho, lo sabían. Las cosas habían ido muy lejos. Poco a poco, la conversación cambió de ideas a quejas. Estaban furiosos. Simplemente no era justo. ¡La política! Eso era todo. Política sucia, podrida. Después de la reunión, uno de ellos, un hombre grande, moreno, de tez aceitunada, curtida por los muchos días en el mar, trató de provocar a un lacayo del otro lado, pensando que realmente se sentiría bien al golpear a alguien. Aun las malas

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palabras le brindaron alivio. ¿Pero por qué no haría algo? Después de todo, era su batalla, una batalla por su cabeza. Todos estaban asustados, sus esperanzas se derrumbaban. ¿Qué harían? ¿Qué Ies sucedería si lo mandaban lejos? Eso era lo único en que podían pensar. De repente, los citó a una reunión. "¡Bien! Ahora estamos llegando a algo. Tiene un plan. Está listo para moverse, para responsabilizarse como un hombre". Pero todo lo que dijo fue: "Las cosas se van a poner violentas, y me están comenzando a afectar. Quiero que no se alejen". Antes lo habían visto preocupado, pero nunca como ese día. Realmente, deseaban mantenerse vinculados con él. Pero era difícil quedarse ahí, impotentes, sólo mirando. Llevaban días sin dormir. ¿Por qué no se hizo oír en la audiencia? Tenía amigos en puestos altos. ¿Por qué no acudió a ellos? No estaba haciendo nada para ayudarse. Parecía resignado —no, dispuesto— a sobrellevar un terrible problema como si fuera su destino. Después de la única vez que se desmoronó quedó muy callado, calmado. ¿Cómo se las arregló para mantenerse tranquilo en vez de gritar pidiendo justicia, o venganza? Durante todo ese tiempo, hasta el final, se preocupó más por sus amigos y sus enemigos, que por él mismo, aun cuando enfrentaba su peor pesadilla. Alguien que lo había estado observando durante algún tiempo, expresó en palabras lo que muchos estaban pensando: "¡Jamás ningún hombre habló como él!"

Este libro es un pequeño esfuerzo para que los hombres se animen a pensar mucho sobre qué es necesario hacer para convertirse en hombres piadosos, hombres que sean vistos por unas cuantas personas de su comunidad c o m o ancianos, hombres que sean más conocidos por su influencia piadosa que por sus talentos o logros. Nuestra cultura está dividida en d o s grupos. El primero, formado por unos cuantos expertos "importantes" como teólogos capacitados, pastores populares, hombres de negocios influyentes, profesionales calificados, líderes de seminario

Hombres VaronilesvHombres poco Varoniles

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inspiradores, especialistas en autoayuda, y ciudadanos d e clase inedia que viven bien, con empleos estables y niños hermoso,, tipos buenos que dictan la "clase a matrimonios jóvenes" er su iglesia. El segundo grupo está formado por todos los demos, gente común que se ocupa de sus propios asuntos diarios disfrutando de cualquier placer que encuentre, y soportando las cosas duras lo mejor que pueda. Estas son las personas que carecen de colchones gruesos de dinero, comodidades y prestigio que las protejan de los asuntos duros y el dolor verdadera gente que se pregunta si lo que experimenta es realmente todo lo que hay en la vida. Imagínese cómo sería si nuestras comunidades cristianas estuvieran constituidas no por expertos y g e n t e común, sino por ancianos y discípulos. Ancianos tanto hombres como mujeres que conocen bien a Dios (aunque insistirían, por supuesto, en que apenas lo conocen, pero en quienes es evidente que viven para conocerlo mejor), y discípulos, vastas multitudes de personas cuyos corazones han sido agitados por la posibilidad de conocer realmente a Cristo, una posibilidad que ven ejemplificada en la vida de los verdaderamente maduros. Si se produjera una reforma, ésta llegaría a través de ancianos y no de expertos. Para que los hombres comunes puedan convertirse en padres, y los expertos en ancianos, debemos desarrollar cierta idea de lo que es la hombría piadosa, una imagen que, para comenzar, nos llevará al quebrantamiento sacando a flote nuestros fracasos masculinos, y luego encenderá una pasión implacable por realizar el asombroso potencial de llegar a ser hombres de verdad. Por eso inicio este capítulo con una pregunta básica: ¿Cómo es el hombre varonil? ¿Tiene hombros anchos, se siente seguro de sí mismo, es exitoso, poderoso, comprometido con sus fines, capaz de contener las emociones que puedan interferir con el logro de sus nietas? ¿Se mantiene en movimiento a pesar de toda circunsUnria adversa, sin dar rienda suelta al pánico o al llanto? ¿ Su gozo más profundo proviene más de lo que ha logrado por sí niismo, que de lo que es estar con El? Éste es el punto de vista tradicional: los verdaderos hombres son duros, lo suficientemente duros para dirigir, tomar

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decisiones y mantenerse en movimiento. Pero durante los últimos diez o veinte años, ese punto de vista ha cambiado. Desde los púlpitos, en conferencias y en los libros, los hombres modernos han sido animados (y algunas veces se les ha ordenado) a mostrar su lado débil, a no sentirse incómodos al exponer su vulnerabilidad y emociones, a dejar de pensar de sí mismos como superiores a las mujeres, a liberar esa parte de su humanidad que más que lograr anhela conectarse. Esa forma de pensar sostiene que los hombres que viven de acuerdo con el diseño de Dios son más agradables, más amables, más considerados de lo que suponíamos que deberían ser los hombres. La agresión y el poder, aquellas cualidades "varoniles" tradicionales que tienen a los hombres luchando en el mundo mientras las damas se quedan en casa, ahora son desdeñadas como errores culturales, perversiones de la verdadera hombría. De acuerdo con nuestro entendimiento moderno, todo lo que sea legítimo acerca de un "espíritu pionero" pertenece, por igual, tanto a las mujeres como a los hombres. Y todo lo atractivo de la vida doméstica los debe conducir a ambos de regreso a la casa y hogar. Se nos dice que los hombres ya no deben cazar mientras las mujeres tejen. Esos estereotipos tienen más que ver con una larga historia de pensamiento patriarcal que con las Escrituras. Ese es el parecer de muchos en la actualidad. Pero a los hombres se les ha dificultado dejar sus arcos y flechas, para tomar las agujas y el hilo. El movimiento de hombres modernos, en pleno apogeo, surgió en parte como reacción a la idea de que ellos debían volverse más sensibles en sus relaciones —más "feminizados", como lo han expresado algunos. Robert Bly propició la idea con su libro Iron John (Juan de hierro), en el que escribió acerca de la "dureza" que hay dentro de todos los hombres, esperando manifestarse poderosamente en la vida. En Fire in the Belly (Fuego en las entrañas), Sam Keen añadió su vigoroso llamado a avivar el fuego que hay en nuestras entrañas, a abrazar y liberar nuestras pasiones más profundas. Ninguno de estos hombres, ni la mayoría de los líderes subsiguientes del movimiento masculino, quiere regresar al estilo masculino de John Wayne (en el que los hombres son más

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duros que suaves), pero han expresado una preocupación legítima diciendo q u e algo primitivo y básico acerca de la naturaleza de la hombría está en peligro de perderse en la lucha d e la cultura por d e f i n i r este movimiento. Estoy de acuerdo. Algo se ha perdido. ¿Pero qué exactamente? La idea d e una dureza primitiva tocó una fibra sensible en los hombres. El llamado a vivir las pasiones que son más esenciales que el éxito y el sexo, ha sido escuchado por millares. Cuando los hombres se paran juntos en las enormes reuniones de los Promise Keepers (Cumplidores de promesas) y deciden asumir sus responsabilidades, se libera algo que está en lo m á s profundo de su corazón, por lo cual todos deberíamos estar agradecidos. Dureza, pasión, determinación. ¿Son éstas las cualidades centrales de la hombría que se han perdido y se están volviendo a descubrir? Por razones q u e se presentan en el resto de este libro, creo que ha habido un acercamiento al centro absoluto de la hombría que, por lo q u e hemos visto hasta ahora en el movimiento masculino, no se ha alcanzado todavía. Algo se ha perdido. Algo anda mal con los hombres. Algo bueno que Dios ha puesto dentro de cada varón —algo que sólo toma vida mediante la regeneración— no ha sido liberado aún en la mayoría de ellos. Por eso, pocos hombres son ancianos. Con el fin de introducir lo que entendemos por hombría, permítanme animarlos a pensar en ella como una energía, un ímpetu natural dentro del corazón de todo hombre, un poder y un deseo ardiente de moverse en la vida de una forma particular. Los hombres en los que la energía masculina se reprime o distorsiona, son poco varoniles. Son hombres impíos, sin importar cómo los vea la cultura. Los hombres sólo son varoniles cuando viven en el poder de la energía masculina liberada. Pero, ¿qué significa todo esto? A fin de desarrollar una idea más clara de lo que es la "hombría liberada", podría ser útil darle primero una breve mirada a u n hombre imuténtico, alguien cuya energía varonil está inactiva o se expresa de una forma corrupta.

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H O M B R E S N O AUTÉNTICOS Si usted se relaciona con un hombre poco varonil, probablemente sabrá por experiencia que es: —Controlador (impersonalmente poderoso). —Destructivo (o peligroso). —Egoísta (comprometido, por sobre todas las cosas, a sentirse de cierta forma acerca de sí mismo). Un hombre poco varonil controla las conversaciones; manipula a la familia y amigos; arregla su vida para evitar todo aquello que no está seguro de poder manejar. No confía profundamente en nadie. Manipula hasta colocarse bajo una luz favorable, en una posición donde salga ganando o, por lo menos, sin que lo desafíen. No sabe escuchar. Rara vez hace preguntas significativas, y prefiere dar opiniones o quedarse callado. Nadie se siente perseguido por él, excepto cuando sus amistades podrían serle de provecho. Cuando muestra un interés por alguien, se siente como cuando un vendedor de carros le pide ver una foto de su familia. Un hombre poco varonil es, además, destructivo. Sus palabras y acciones dañan a la gente, aunque los compañeros de trabajo podrían sentirse estimulados y desafiados durante un tiempo (algunas veces por largo tiempo). Los miembros de su familia son los que sienten el daño más rápida y profundamente; sólo que algunas veces están demasiado asustados como para admitirlo, aun dentro de ellos mismos. A menudo, la máscara de bondad y afabilidad es tan gruesa que el daño sólo se siente cuando se acumula y destruye lentamente, como si fueran pequeñas dosis de veneno disueltas en el agua para beber. Algunas veces hiere intensamente a la gente con sarcasmo y vileza, y otras con violencia. A menudo el daño es ocasionado por la indiferencia y el alejamiento, la clase de armas que hacen sentir a su víctima culpable o rara por sentirse atacada. La esposa de un hombre poco varonil rara vez se siente amada. Quizá nunca se lo diga, pero la mayoría de las veces siente que la usa, que no la valora, o que la odia. Los hijos y amigos de tal hombre conservan su distancia; pues están demasiado enojados, o asustados, como para acercársele. Su egoísmo no siempre es aparente, pero se manifiesta con claridad en los tiempos difíciles. A pesar de su amabilidad y

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generosidad, que a veces es extravagante, cuando la suerte está echada sale claramente a la superficie un compromiso último con su propio bienestar. Los hombres poco varoniles son consoladores, destructivos y egoístas. Pero estos rasgos sólo describen lo que es visible para otros, lo que la gente siente en su presencia. Raspe por debajo de la superficie (algunas veces gruesa) y descubrirá que estas malas hierbas están sostenidas por un sistema de raíces propio de una vida obstinada. En las profundidades, que a menudo no son exploradas, debajo de su determinación para controlar, los hombres poco varoniles se sienten impotentes; su destructividad es potenciada por una rabia aborrecible y se aterrorizan a tal grado que hacen que el egoísmo parezca su única esperanza de supervivencia. Mire dentro de un hombre poco varonil y encontrará a un hombre impotente, enojado y aterrorizado, tratando de mantener en orden su vida mediante el control, la intimidación y el egoísmo. Las tres primeras características —controlador, destructivo, egoísta— son típicas del estilo de relacionarse de un hombre poco varonil; típicas de cómo la gente lo percibe. Las tres siguientes —impotente, enojado, aterrorizado— representan las luchas que ocurren muy dentro de su alma, debajo de su estilo de relacionarse. Examinemos de cerca este segundo conjunto de características que representan lo que sucede dentro de un hombre poco varonil.

Impotente Brent tenía a n t e c e d e n t e s de que se alejaba de las mujeres exactamente cuando el siguiente paso era el compromiso. Él explicaba ese patrón de esta manera: "Simplemente, no estoy seguro de tener lo que se necesita para que una relación funcione. ¿Qué pasa si ella me pide que haga algo que no puedo hacer, o que sea algo que no soy?" A los hombres que se sienten impotentes les gustan las cosas predecibles, no las sorpresas. Lo inesperado es una aventura emocionante sólo cuando ocurre en áreas donde un hombre poco varonil se siente especialmente competente. La adrenalina fluye en un cirujano experimentado cuando algo sale mal en el quirófano. Más tarde puede admitir que se asustó, pero hace lo que sea necesario en el momento preciso, y lo hace bien.

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Los hombres de negocios con un historial de éxito muestran, algunas veces, nervios de acero y sano juicio en crisis que hacen flaquear las piernas de "los menos" hombres. A los plomeros experimentados que tienen la capacidad de oler lo que está mal y saben exactamente qué hacer para arreglarlo, les aburren las tuberías atoradas y las fugas de rutina. Son los problemas mayores los q u e les dan la oportunidad de exhibir sus capacidades. Los intelectuales se levantan ante el desafío del debate. Ellos reciben con agrado un argumento en contra, al igual que el toro recibe con agrado una capa roja. Es un llamado a atacar. Sea cirujano, primer ejecutivo, plomero o intelectual, es lo mismo. La incertidumbre proporciona un desafío emocionante a los hombres sólo cuando se presenta en áreas donde se sienten seguros de sus habilidades. Pero debajo de la confianza del hombre más talentoso hay un temor que no disminuirá. Los hombres poco varoniles son perseguidos por la posibilidad de que ocurra algo que no puedan manejar, algo que les exige entrar en un territorio desconocido, en el que su competencia no haya sido puesta a prueba todavía, d o n d e sus talentos comprobados podrían ser inútiles. Todo hombre honesto experimenta ese temor. El hombre poco varonil no siente nada más fuerte que ese temor, pero niega cuán fuerte es dentro de sí. Hay hombres que son fuertes en otros aspectos, pero pueden tener temor de hablar en una clase de escuela dominical, o con sus hijas acerca de sexo, al escoger el restaurante adecuado para la celebración de un aniversario o cuando deben expresar sus sentimientos más profundos a los amigos. No sorprende que los hombres poco varoniles se sientan más impotentes en aquella área que nadie puede controlar eficazmente —las relaciones personales. Acercarse a su esposa, sentirse lo suficientemente sabios como para ser respetados por sus hijos, desarrollar una intimidad saludable con los amigos, son las clases de áreas que tienen el poder de hacer q u e los hombres se sientan impotentes. Para ocultar su impotencia, los hombres que se sienten incapaces encuentran algo que pueden c o n t r o l a r —algo que pueden manejar b i e n — y evitan aquello que les causa temor. Luego, consideran todo lo que pueden controlar como algo

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importante y ocupan la mayor parte de su energía para manejarlo. Puede ser algo tan terrenal como mantener limpio el carro, tan erróneo como seducir a otra mujer, tan irritante como amenizar toda conversación seria con una broma, tan bien recibido c o m o escribir una crítica de cultura que se convierte en éxito de librería, o tan absorbente como desarrollar un negocio o ampliar un ministerio. Los hombres impotentes pasan su vida controlando cierto resultado, y engañándose a sí mismos al pensar que eso es lo que importa.

Enojado Los hombres enojados se irritan fácilmente. Se encienden cuando alguien les pide que funcionen fuera de su esfera de competencia, que usen recursos que no están seguros de tener. Cuando una esposa le pide que muestre compromiso, un hombre enojado tiende a pensar en aquello que ya le ha dado a ella. Generalmente es una lista de cosas materiales: ("Mira la casa en que vivimos"), pecados no cometidos ("Siempre te he sido fiel"), o comparaciones favorables con otros hombres ("Por lo menos no paso todas las noches pegado al televisor viendo deportes, como tu hermano. Salimos a cenar con amigos, voy a la iglesia todos los domingos, y hasta llevo a Susie a sus clases de piano. ¿Qué más quieres?"). Los hombres poco varoniles son provocados fácilmente. No se necesita de algo grande para provocarle un arranque de ira que nunca pasa de la superficie. La vida misma exige continuamente que los hombres hagan más de lo que se sienten capaces de hacer. Las responsabilidades nunca disminuyen. Que hoy se limpie los dientes con hilo dental no significa que no tenga que hacerlo mañana. Y aun la constante limpieza con hilo dental no ofrece la garantía de un buen chequeo. Cuando usted se escapa del consultorio dental sin escuchar el taladro, el gozo dura poco tiempo. Le aparece un lunar en la espalda, de color raro. O su hijo adolescente trae a casa u n a libreta con malas calificaciones, y usted s e pregunta si es haragán, si anda en drogas o si está siendo afectado por un trastorno de déficit de atención. Quizá necesita de esos buenos medicamentos que hacen que los chicos se distraigan menos; o tal vez de una escuela cristiana privada. Luego su aire acondicionado se descompone justo cuando llega el verano. Su esposa

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le dice que no ha sentido que haya romance durante largo tiempo. Entonces, usted quiere matar, golpear y gritar. Hay épocas en la vida cuando todo sale mal. Y hay otras, generalmente cortas, cuando la mayoría de las cosas salen bien. Todos se están llevando de maravilla, la oficina de recolección de impuestos le debe una devolución, y su hija sale con el presidente del grupo juvenil. Pero aun durante los tiempos buenos, usted está consciente de un vago pavor que lo amenaza, como cuando una nube oscura se cierne sobre su día de campo. "¡Déjenme en paz!", le gritamos a nadie en particular, o a Dios, si admitimos que nuestra furia está dirigida hacia Él. Y la vida (o Dios) parece contestar: "¡Prepárate! Ya te va a caer el otro zapato. ¿Cuándo? Quiero sorprenderte". Eso es suficiente para enojar a cualquiera. Y el enojo, de la clase que la mayoría siente, justifica en forma fidedigna acciones que, para una mente que no está enojada, serían reconocidas al instante c o m o erróneas. Las acciones que p a r e c e n correctas cuando estamos enojados dañan a otros y n o s hacen sentir mejor. Nos gustan ambos efectos. Pero la satisfacción es superficial y de corta duración, y a veces cede al vacío. Entonces nos sentimos menos capaces de manejar la exigencia continua de la vida de seguir en movimiento. En algún punto, no podemos pensar en otra c o s a que en vengarnos. En la mayoría de los hombres el impulso patente de destruir no se convierte en un patrón fijo, pero hierve en momentos raros, y con una intensidad fiera. Los hombres poco varoniles se sienten extrañamente bien cuando d e n t r o de ellos tienen una sensación de poder que es capaz de d e s t r u i r y se sienten aún mejor cuando la liberan. Esta liberación de energía masculina corrupta p u e d e ocurrir en forma de sarcasmo, de contar los chistes m á s recientes que intencionadamente excluyen a otros, de usar u r i intelecto agudo para intimidar, de sencillamente despreciar. S e puede experimentar con mayor violencia, tanto en una fantasía como mediante el abuso físico. Cuando un hombre no está experimentando e l gozo que sólo puede ser creado por la energía masculina l i b e r a d a , es

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atraído al placer del poder. Los hombres destruí frondes; están enfurecidos con la energía de torsionada, con las personas, con la vida y con n °s de juicio vengativo para todos, menos pan Cuando sigo a alguien que baja con lentitu gradas, algunas veces siento la urgencia de ayu J r más rápido. La idea de empujar a alguien y d ° volteretas en las escaleras, puede ser atracti

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tivos son poco i hombría disc o s . Están liedlos. 1 u n tramo de larlo a descenderlo caer dana.

Aterrorizado ¿Qué pasa si la vida me pone al descubierto orno un fracacomo alguien que no puede manejar sus d iImandas legítiy m as? ¿Qué pasa si no soy capaz de abordar Ai forma eficaz pci^a L_ . . si iIU 3uy . . s^cipsci^ i j — —— -H-.importantes? i^^^infoc? asuntos que debo admitir como verdaderamen Istades, mi em¿ Qué pasa si arruino todo —mi familia, mis an^ Pleo— y m e q U edo solo, como un perdedor desnudo parado d °nde todos pueden verlo? ¿Qué pasa si enfrento el hecho de todo mi dinero, posesiones y tiempos buenos no han llenado ese horrible vacío que siento muy adentro? Los hombres poco varoniles viven con un terror silencioso flue, al igual que la presión sanguínea alta, los mata lenta y Mendosamente. El terror no se irá, y por lo general, permanec í a escondido bajo las envolturas del éxito, la sociabilidad y la rutina, erupcionando algunas veces. Y cuando lo hace, los hombres poco varoniles entran en pánico o se deprimen; algunas veces sienten el impulso de suicidarse, de m a a r a otro, o de disfrutar de los placeres Vt> sin par * de la inmoralilad. Ya sea que el terror permanezca quieto o \ue explote en u n a realidad, el alivio es algo necesario. Lo qu sea que se necesite para encontrar alivio parece razonable, 3talmente legítimo. Pero aunque la idea de golpear a su perrc o de gritar a su iendo "arreglos es Posa tenga su atractivo, se siente mejor ---o - s°/

para tener un placer instantáneo, confiable, l o adormece el terror con un gozo consumidor que no implicl riesgo. Las opciones abundan. El placer pornográlco está tan cerca como su farmacia local. Si comprar la revista Playboy esta m a s allá de un Emite que todavía no va a traspasar, hay placeres similares disponibles dentro de su imaginación y su memon a - Una visita al restaurante donde la mesera con buena figura

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— l a que siempre le sonríe— trabaja en el turno del desayuno, le ayudará. La meta es el ALIVIO rápido, confiable y fácil de arreglar. Disfrutar a Dios es trabajo más arduo. ¡Los hombres aterrorizados quieren el alivio ya! Permítame resumir. Cuando la energía masculina no se libera, cuando se reprime o distorsiona, los hombres: 1. Se sienten impotentes; lo compensan entregándose al control de algo. Se convierten en HOMBRES AGRESIVOS. 2. Experimentan ira y se persuaden a sí mismos de que la venganza es su deber. Se convierten en HOMBRES ABUSIVOS. 3. Viven con un terror para el cual no hay solución o escapatoria, sólo alivio. Adormecen el terror con placer físico y se convierten en HOMBRES ADICTOS. H O M B R E S VARONILES Un hombre auténtico es muy diferente. Cuando se libera la energía que Dios ha puesto dentro de un hombre: 1. Él sabe que es fuerte en vez de impotente. Los hombres fuertes toman la iniciativa, aun cuando no estén seguros de qué deben hacer. Su llamado a reflejar a Dios en su manera de relacionarse compele más que su esperanza de poder o su temor a la impotencia. Un hombre varonil no es agresivo; es un HOMBRE ACTIVO que se ocupa en ofrecer relaciones de calidad a otros, que está más comprometido con desarrollar una fortaleza que otros puedan gozar, que con alcanzar un sentimiento de poder y control para sí mismo. 2. Él experimenta menos enojo y no se siente amenazado con tanta facilidad. Algunos lo llaman paz. Para él, la frase "más que vencedor" tiene algún significado, aun durante los momentos duros de la vida. El dolor de un hombre varonil no le impide sentir la lucha de otros, aun cuando los problemas de ellos sean menos graves que los suyos. El tiene el valor de enfrentar honestamente su experiencia. Por lo tanto, siente la tristeza de vivir en un mundo caído, y la soledad de vivir en una comunidad imperfecta.

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Pero su tristeza y soledad sólo generan una ira justa, de la clase que mueve la compasión de la gente, mientras se sigue sintiendo ofendido por el pecado. Un hombre liberado no es abusivo; es un HOMBRE AMABLE, pero no débil, un h o m b r e cuyo poder es controlado para buenos fines. 3. El hombre e n c u e n t r a una respuesta a su terror en la LIBERTAD. Sin importar lo que suceda en la vida, los hombres varoniles siempre encuentran espacio para moverse. Siempre hay algo que SER, aun cuando no haya nada que HACER. Cuando sus familias se desmoronan o sus negocios se desploman, los hombres varoniles —al igual que los poco varoniles — son tentados a dar coces de venganza o a refugiarse en el alivio. Pero no hacen lo uno ni lo otro. Son atraídos por la oportunidad de exhibir algo bueno, de reflejar el movimiento de Dios, que siempre es esperanzador. Se mueven a través de las prueb a s con una presencia que otros notan más que ellos mismos. Los hombres varoniles son tentados por los placeres de la libertad, por la oportunidad sin estorbos de seguir el llamado d é l a hombría. Un hombre varonil no es adicto; él trata su cuerp o con dureza a fin de evitar caer bajo un poder extraño. Lucha fuerte contra su deseo de placer implacable. Se mueve de acuerdo con un plan. Es un HOMBRE RESUELTO, que sabe qué hace y qué puede aportar para alcanzar el propósito para e l cual vive. Cada día nos movemos hacia la hombría piadosa, o nos alej amos de ella. Una de las grandes tragedias de nuestros días es que muchos hombres están yendo por un camino que ellos piensan que conduce a los placeres de la hombría legítima. Podrían pasar muchos años antes de que los que se m u e v e n en direcciones equivocadas se den cuenta de que el camino que han estado recorriendo libera energía masculina más corrupta que genuina, y que esa senda los deja aún más impotentes, amargados y aterrorizados. Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero que acaban por ser caminos de muerte (Proverbios 14:12).

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E! Silencio de Adán

Antes de discutir la esencia de la verdadera hombría, quiero pensar acerca de la pasión profunda de los hombres q u e m a n t i e n e recorriendo el camino que a l e j a de la hombría piadosa.

¿pítulo

Teologíapor Fórmula J j

a pareja estaba neriosa y enojada. Era su primera sesión con el Dr. Gilbrt, el consejero matrimonial que les había recomendado su pstor. Hacia el final de su fimer año de matrimonio, ella había comenzado a hablar acen de conseguir ayuda. Pero a él nunca le gustó la idea, pues pnsaba que podían resolver las cosas por sí mismos. Si ella no ubiera amenazado con irse, él ahora no estaría sentado en la)ficina del Dr. Gilbert, a escasas dos semanas de su segundo niversario. Él tenía veintinueve, ella era un año menor. La joven se veía neviosa. Él estaba m u y seguro de no estarlo. "Oye, iré a u n a ?sión", le había dicho, "para ver si el tipo sabe de qué habla". Después de ofrecerle café, que ninguno de ellos aceptó, el doctor abrió la conversáón en forma muy directa. "Díganme qué los ha traído". Nadde tonterías, pensó el hombre joven. Eso estaba bueno. Amale, pero al grano. La esposa no necesitoa de una puerta más ancha para abalanzarse, y comenzó coipalabras que su esposo ya había escuchado antes. "Doctor, nestro matrimonio realmente está en problemas".

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D u r a n t e unos quince minutos, ella le lanzó una historia tras otra. U n n o v i a z g o con altos y b a j o s , luego un matrimonio que se iba a p i q u e . Una pelea casi constante. No había una verdadera intimidad. En verdad, n i n g u n a . Sólo sexo, y ya no lo podía aguantar. No se había casado p a r a eso. Ella r e s u m i ó el ataque c o n su queja más familiar: "Siempre que trato de decirle cómo m e siento, o bien me sermonea diciéndome lo equivocada que estoy, o simplemente no dice nada". Su e s p o s o decidió defenderse, sin necesidad de que el doctor lo motivara. "Escuche, le he dicho un millón de veces que estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para que nuestro matrimonio funcione. La amo. Incluso fui con ella a un seminario porque pensó que nos podía ayudar. Y realmente traté de hacer lo que el tipo dijo. Muchas cosas acerca de comunicarnos mejor, decirle que la amo de formas en que ella pueda escuchar, seguir ciertos pasos que volverían a encender nuestra relación". Él hizo una pausa para estudiar el rostro del consejero quien no se veía convencido ni escéptico. El esposo continuó: "Nuestro pastor le dijo a mi esposa que usted era muy bueno, así que estuve de acuerdo en intentarlo. Hay una cosa en la que ella tiene razón. Realmente no nos llevamos bien. Pensé que si tuviera un dolor de muelas iría donde un dentista; así que si mi matrimonio necesita arreglo, me imagino que tiene sentido ver a un consejero". La esposa estaba tan exaltada que casi se salía de la silla. "¿Ve cómo es?", rugió. "Quiero un hombre que se relacione conmigo, para que juntos compartamos nuestras vidas. Él quiere reparar algo roto, y esto hace que nuestro matrimonio suene como un carro arruinado". Luego, con lágrimas y más calmada, continuó: " N o soy un objeto que se ha roto. Soy una persona, una mujer q u e simplemente quiere ser amada. No sé si alguna vez seremos felices juntos". Las lágrimas fluían libremente. Él detestaba verla llorar. Esto lo ponía tenso, l o hacía sentir impotente, enojado y asustado, pero sobre todo impotente. Ella continuaba llorando, mientras él permanecía sentado, sin moverse.

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El Dr. Gilbert rompió el silencio. "Dígame, le preguntó a él: ¿Qué está pasando por su mente en este instanl ??". Sólo pudo encoger sus hombros y decir: " N o >é qué hacer".

Cuando era niño, a menudo, justo antes de rme a dormir, me acostaba en la grama tibia del verano, y miraba el cielo lleno de estrellas. Recuerdo que m e sentía pequef b — y que ese sentimiento me gustaba, tal vez porque sabía asue había algo grande en lo que yo encajaba, algo mucho maybr que yo. No sabía qué era, pero tenía que ver con una grarti historia que Dios estaba contando, y yo quería conocer esa historia y ser parte de ella. Desde entonces he descubierto que perder 1 i mirada en el cielo es una experiencia muy diferente a estudiar en una biblioteca, escribir una tesis para doctorado, o dar consejería en un despacho. Al mirar las estrellas puedo reflexionar sobre el gran cuadro. Las otras actividades tienden a absorberme en detalles menores. Mis responsabilidades de adulto, en su mayoría, han sido guiadas por la necesidad de averiguar las cosas —entender, por ejemplo, por qué ciertos hombres sienten impulsos homosexuales, mientras que otros luchan con la depresión— y saber cómo superar los problemas. Eso es lo que se supone que haga un psicólogo: averiguar lo que está mal y arreglarlo. Y eso es lo que también se espera que hagan i>s maestros de Biblia, los pastores y otros líderes cristianos de b >y: llegar a ser expertos e n el manejo de los problemas "re< es" de la vida, Si tienen éxito, son reconocidos como compet ntes. Si no lo tienen, son expuestos como débiles o despedí os por no ser tremendamente útiles. De cualquier forma, los íderes cristianos y los q u e ayudan parecen más interesadcft en los pedacitos de la vida que en el cuadro mayor, aquel c xe vi dibujado en el cielo, donde se cuenta la gloria de Dios y se de sus manos (Salmo 19:1). Como resultado, las declaraciones teológicas que surgen de la cultura moderna parecen más fórmulas para vivir que verdades declaradas acerca de Dios. La teología trascendental, la que fluye del cuadro mayor, ha sido sustituida por la teología por

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fórmula, una forma de pensar que mantiene su enfoque en las particularidades de la vida. El centro de la teología trascendental es Dios, su carácter y propósito. El centro de la teología por fórmula es el hombre, sus necesidades y bienestar. Esa clase de pensamiento afecta la forma en q u e enfocamos nuestras vidas cotidianas. Tomemos el ejemplo del comienzo de este capítulo, la historia de un esposo gobernado por dos ideas que son como piezas del rompecabezas de la vida: (1) alguien sabe lo que él debe hacer para resolver su crisis matrimonial en particular, y (2) si encuentra a ese a l g u i e n y sigue su consejo, su matrimonio mejorará. Como el líder del seminario no era el experto correcto, tal vez el consejero tenga una fórmula para hacer que el matrimonio funcione. La mayoría de nosotros piensa naturalmente de esa forma. Queremos creer que alguien sabe exactamente q u é debemos hacer para arreglar nuestros problemas, y —dependiendo de qué tan graves sean— estamos dispuestos a hacer lo que nos sugiera ese alguien. Nos hemos convertido en una cultura de EXPERTOS y SEGUIDORES, todos resueltos a tener en cuenta las piezas del rompecabezas de la vida. Veamos u n o s cuantos e j e m p l o s d e l pensamiento tipo fórmula: —"¿Quiere saber cómo recuperarse del daño sufrido en la niñez? Aquí están los ingredientes que Dios provee. Mézclelos de acuerdo con e s t e plan y preparará una deliciosa comida de valor personal". —"Quizá usted tiene que tomar u n a decisión sobre el empleo, o manejar mejor la p r e s i ó n del que y a tiene. Aquí hay un par de principios b í b l i c o s que lo guiarán. Aplíquelos a su vida y pronto e n c o n t r a r á la confianza para continuar, y el gozo de saber q u e está en e l centro de la voluntad de Dios". —"¿Está enojado? ¿No se p u e d e a c e r c a r a su colega o resolver las tensiones con u n a m i g o ? Aquí está l a fórmula de Dios para deshacerse de su e r \ o j o , solucionar la tensión y crear intimidad. R e c u e r d e q u e SU medicina siempre funciona". Esta forma de ver la vida en p i e z a s afecta la forma en que el hombre —sea piadoso o i m p í o — s e mira a sí mismo. Un hombre se siente menos h o m b r e c u a n d o se ve obligado por las

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circunstancias a levantar sus manos y admitir: " N o t e n g o idea de qué hay que hacer", y luego no hace nada. Los esposos o novios indecisos, cobardes p e r o a g r a d a b l e s , v í c t i m a s quejumbrosas, son hombres visiblemente débiles que viven sus vidas sentados, sin moverse. Al igual que una bandera q u e cuelga lánguida en un día sin viento, ellos no se mueven, excepto para hacer aquellas cosas "de hombres", como gritar a las mujeres o a los hombres más pequeños, beber en exceso, o masturbarse con sus fantasías favoritas. En una cultura que espera que los hombres sepan lo que deben hacer, es duro enfrentar un problema para el cual no hay fórmula que lo solucione. A menudo los hombres manifiestan que se sienten más hombres cuando pueden decir: "Podría no saber qué hacer respecto a ESTO, pero sé qué hacer acerca de AQUELLO. Sé que puedo hacerlo, lo estoy haciendo, y está funcionando". Éstos pueden ser exitosos hombres de negocios pero padres distantes. Generalmente no están conscientes de ninguna lucha con su sentido de hombría, debido a que viven dentro de los límites de su competencia. Ellos enfrentan sólo aquellos problemas que están muy seguros de poder manejar. Los hombres que se sienten hombres no necesariamente son varoniles. Los hombres que se sienten hombres debido a su competencia, rara vez notan que las áreas a las que llaman ESTO —aquellas cosas que no están seguros de saber manejar —incluyen sus relaciones más significativas, y que las áreas que llaman AQUELLO— las cosas que manejan bien —tienen más que ver con tareas que no implican relaciones, que pueden llevar a cabo fácilmente. Los hombres que, por su sentido de bienestar, dependen de enfrentar tareas que puedan manejar, generalmente no son eficaces en sus relaciones cercanas. A menudo se rehúsan a dejar que sus esposas expresen lo solitarias, heridas e incomprendidas que se sienten. Cualquiera sea la preocupación que ellos escuchan, o bien la arreglan o la ignoran. Estos hombres llevan a sus hijos a los juegos de pelota, pero nunca a dar largas caminatas, ni le revelan sus luchas a nadie, y mucho menos a sus hijos. Los hombres competentes no saben escuchar ni comparten abiertamente. Pueden pasar buenos ratos con sus hijas —riendo y bromeando amablemente, y prometiendo, enojados de protegerlas ("Si un chico las daña, lo dejaré sin sentido"), pero pasan

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poco tiempo hablando con ellas, porque no saben mucho acerca de las conversaciones íntimas entre dos personas. Debido a que no tienen la oportunidad de relajarse a fondo en la bondad como para absorber su maldad, ni oportunidad de descansar en un amor fuerte confiando en que perdurará, a las esposas e hijas de los hombres competentes les cuesta estar quietas, porque tienen que mantener las cosas en orden. Los hombres competentes crían mujeres duras. Personalmente creo que un hombre es más varonil cuando admite lo siguiente: "No sé qué hacer en esta situación, pero sé que es importante que me comprometa y haga algo. Por lo tanto, imaginaré lo que Dios podría querer que ocurra en la vida de esta persona, o en esta circunstancia, y me moveré hacia esa visión con la sabiduría y el poder que El me provea". Un hombre varonil se mueve aun cuando no haya fórmulas. Mi pleito con la teología por fórmula no es con los principios bíblicos que ésta afirma o con su requisito de que los sigamos. Más bien es con su tendencia a hacer de los principios bíblicos una fórmula para el éxito. Dios n o ha escrito un libro de cocina para vivir, con fórmulas para cada plato que queramos preparar. El responde a nuestras situaciones individuales invitándonos a participar en una historia que es más grande que nuestras vidas. La teología por fórmula estudia las piezas del rompecabezas de la vida a fin de ayudarnos a contar mejor nuestra historia. Dios nos invita a que nos unamos a Él para contar la suya.

Me pregunto si la pasión central que gobierna actualmente nuestra cultura es hacer que la vida funcione. Pensamos que debe funcionar, si no la vida en general, por lo menos, nuestras vidas en cualquier momento dado. Deberíamos sentirnos bien con nosotros mismos, disfrutar de nuestras amistades, ganarnos decentemente la vida, encontrar a un médico que nos pueda curar, y tener el respeto de nuestros semejantes. Hay expertos que nos pueden ayudar a hacer que la vida funcione. Lo mismo hace Dios. Cuando los "expertos" deciden pedirle que los ayude a funcionar sobre sus esquemas, entonces se convierten en teólogos por fórmula.

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¡Realmente somos muy cortos de vista! ¿Por qué? ¿Por qué somos atraídos a vivir el cu; dro pequeno, y no somos inspirados por la oportunidad de í ix elevados al cuadro mayor que Dios está dibujando? ¿Por qu es tan difícil desafiar la presunción de que "Se supone que i vida debe funcionar", y mucho más renunciar a nuestra dem nda de que alguien nos diga cómo manejarla bien? ¿Por qué (as tan popular la teología por fórmula? ¿Será que, al igual que cada generación que r )s precedió, nos las hemos arreglado para echar en el olvido \ pr lo menos un punto vital de verdad bíblica y, por lo tanto, Jemos desarrollado una visión distorsionada del cristianismo *y de la vida cristiana? En tiempos de Martín Lutero, la iglesia labia perdido de vista la doctrina de la gracia, y el resultado fue una teología por fórmula de indulgencias y buenas ol ras. Me pregunto si, en nuestros días, hemos peruido la emoción y el drama de nuestro llamado a revelar al Dios invisible por la forma en que vivimos, especialmente por la forma en que nos relacionamos los unos con los otros. La única verdad importante acerca de la gente es la que se ignora con mayor facilidad: que llevamos la imagen de Dios. Como portadores de su imagen, somos llamados a contar su historia con nuestras vidas, no a contar nuestras historias con los recursos de El. Al pasar desapercibida esa verdad, el llamado a ser como Dios se ha reducido a un susurro, y se está clamando a gritos para que nuestras vidas funcionen mejor. Te Ldemos a ser adictos a la recuperación ("¿Cómo m e puedo sentir mejor?"), o legalistas inflexibles ("¿Cómo puedo hacerlfimejor?"). La verdad acerca de revelar a Dios a otros mediantj nuestras vidas ha sido reducida a retórica religiosa que recibe nuestro beneplácito simbólico. Mientras tanto, nos ocúpanos del trabajo "real" de hacer que nuestras vidas estén en ord A y de ponernos cómodos. Preferimos la ayuda práctica en lugar del llamaÉ do más alto a vivir de acuerdo con el diseño. La dificultad, por supuesto, es ésta: n u n c a Jnanejaremos bien nuestros problemas ni cumpliremos nuestras responsabilidades con motivación espiritual hasta que primero honremos el llamado a portar la imagen de Dios y nos decidamos a conocerlo bien. Comience con la teología por fórmula y nunca se elevará más allá de sí mismo. Comience con la teología

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trascendental y terminará convirtiéndose en el ser que Dios diseñó que fuera. Permítame explicar esto. Los dos tópicos mayores dentro de la teología por fórmula de h o y son la solución de problemas (el llamado a la sanidad) y el cumplimiento de responsabilidades (el llamado a la obediencia). O nos preocupamos por sentirnos bien o nos sentimos presionados a hacer el bien. Ninguna de las dos cosas nos eleva a la historia mayor de Dios, ni nos invita a participar en ella. Aquellos que piensan que nada es más importante que aliviar el dolor de una identidad gravemente dañada, o aprender a ser valorados y aceptados en una relación amorosa, serán atraídos a los pedazos de una teología por fórmula para su recuperación. Buscarán a un experto que los pueda guiar a experimentarse a sí mismos de una forma más plena, más libre y más feliz en un mundo difícil. Se puede estimular firmemente el compromiso con el deber, pero al final del día, encontrar la felicidad tendrá mayor prioridad que cumplir con las promesas. Una persona que recibía consejería me dijo una vez: "Me siento mucho mejor acerca de mí mismo como hombre cuando estoy con la otra mujer. Sé que es incorrecto, pero simplemente no puedo imaginar que Dios quiera que me quede con mi esposa si nos hacemos la vida miserable". Los expertos del otro extremo, aquellos que se especializan en la exhortación dura, piensan menos en disfrutar a Dios como "Abba", y más en obedecerlo como a un sargento. Su énfasis encuentra expresión en una teología muy diferente que todavía es una fórmula, pero con un enfoque sistemático en los pedazos de la responsabilidad. El efecto es más fariseísmo que gozo, y más presión que libertad. Un amigo me dijo que al consultar a un consejero, en la primera sesión le dio una copia impresa con versículos de la Biblia, le mandó que los memorizara y obedeciera cada uno. Cuando la gente trata de manejar su vida simplemente esforzándose por hacerlo mejor, o bien fracasa y vive en derrota, o tiene éxito y se enorgullece. Ambos errores nos dejan en una esfera de la vida que pensamos poder manejar. Nos gusta creer que hay pasos que podemos seguir para sanar, o que nuestros deberes para con Dios

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pueden ser trazados delante de nosotros como iluminado que podemos recorrer. Después h claras, porque sabemos qué hacer. Nunca tei nos de la esfera de lo manejable, y por lo tan! demos la dependencia y confianza que sólo s la oscuridad.

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ín sendero bien > cosas parecen emos que salirnunca apren: desarrollan en

Pero piense qué pasaría si encontrárarm s el valor para movernos más allá de las tareas manejables d< la vida y entráramos en la esfera del misterio, donde no hay 'espuestas prácticas, donde el valor para entrar en el caos e más necesario que la disciplina para seguir pasos o reglas, luponga que un padre enojado, que sólo se ha centrado en encentrar una cura para su temperamento, pudiera ser capturadlo por la idea de introducir a su hijo en el conocimiento de D y s . Podría no saber cómo hacerlo, pero de él fluiría una energí \ diferente hacia su hijo. Si pudiéramos sacar las fórmulas del centro del escenario, tal vez los principios buenos que se enseñan serían vistos de nuevo como formas de conocer y reflejar a Dios, en vez de como técnicas para promover la sanidad interior, o como requisitos para obedecer mecánicamente. Quizá entonces el carácter y propósitos de Dios recuperarían su lugar legítimo en nuestro pensamiento y conducirían al desarrollo de una teología trascendental. El punto de partida para entender la hombría, y para ser transformados en hombres varoniles espirituales, no es una fórmula para desarrollar la hombría ni una li ta de ingredientes que se tienen que mezclar. Debemos c 3menzar con el llamado singular de Dios para los hombres. ¿ te qué forma diferente a las mujeres han sido los hombres d señados para ser como Dios? ¿Cuál es nuestro llamado trascen ental y especial? Para animar a los hombres a liberar las ca acidades masculinas profundas que existieron primero en Di< s y luego les fueron incorporadas, y ayudarlos a reflejar aque as características de Dios que ellos pueden reflejar mejor, se rí juiere de la sabiduría de alguien que tenga sentido de quién s Dios y qué está haciendo. Esto exige un teólogo trascendental, puesto que la pericia de un teólogo por fórmula sencillamente no lo logrará. La teología por fórmula encaja mejor en lo que llamo la ESFERA DE LO MANEJABLE. La teología trascendental se

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requiere si nos vamos a mover en la ESFERA DEL MISTERIO. Todos los aspectos de la vida pueden encajar en una de estas dos esferas. Los hombres insisten naturalmente en funcionar dentro de la esfera de lo manejable. Los que están en el camino hacia la hombría auténtica encuentran el valor de entrar en la esfera del misterio. Permítanme definir mis términos: LA ESFERA DE LO MANEJABLE existe donde las cosas son más o menos predecibles, donde hay un orden que se puede entender bastante bien, de manera que podamos usarlo para hacer que nuestras vidas funcionen como queremos. LA ESFERA DEL MISTERIO se encuentra donde tratamos con cosas que finalmente son impredecibles, donde sin importar cuál sea el orden, éste no se puede entender lo suficientemente bien como para que nos dé el control que deseamos. En la esfera de lo manejable, nos podemos mover con la seguridad de que tenemos, por lo menos, cierto poder para controlar las cosas, con el fin de establecer objetivos y perseguirlos de acuerdo con un plan realizable. En la esfera del misterio, sólo nos podemos mover con la seguridad de alguien en quien confiemos, pero que nunca podremos controlar. Todo objetivo que pertenezca a esta esfera se convierte en tema de oración, mientras dedicamos nuestra energía a agradar a Dios, y no a hacer que algo suceda. La tendencia de nuestra cultura es definir las relaciones —incluyendo nuestra relación con Dios—como una tarea, para luego averiguar qué hay que hacer para que funcionen. Nos gusta pensar que crecer en Cristo y desarrollar relaciones sólidas pertenecen a la esfera de lo manejable. Así que las colocamos en esta esfera y tratamos de imaginarnos qué es lo que hay que hacer. Los hombres prefieren hacer algo q u e puedan manejar. Y la teología por fórmula alumbra el camino. Debemos retornar a una teología trascendental que nos habilite para adentrarnos en la oscuridad, d o n d e Dios hace su trabajo más profundo. Debemos aprender qué significa rendirnos a Dios, y relacionarnos poderosamente con otros, y eso requerirá que entremos en la esfera oscura del misterio.

Capítulo

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Penetrando la Oscuridad sta vez, las lágrimas que brotaban eran diferentes, más desesperadas. N o eran como las lágrimas petulantes que algunas veces salían cuando sentía que no lo tomaban en cuenta apropiadamente. Tampoco eran como las lágrimas con pucheros que lo hacían sentir como un niño exigente cuando no logra lo que quiere. Estas lágrimas eran diferentes. Se sentían más limpias, más allá del dolor y del malhumor, de la clase que no dejaba detrás corrientes de odio a sí mismo. S e apresuró para poder estar solo, queriendo que ella lo siguiera, pero sin sentirse débil por desearlo, sabiendo que ni ella, ni nadie más, le podía dar suficiente consuelo para secar sus lágrimas. Durante u n momento espantoso —parado al lado de la valla, mirando hacia el lago— pudo ver dentro del agujero negro, aquel que siempre supo que estaba ahí, pero que nunca antes había visto, por lo menos no tan claramente. La serena belleza d e l agua azul sin ondas que reflejaba los picos dentados y cubiertos de nieve de las montañas Rocosas canadienses, contrastaba dramáticamente con la agonía que

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atormentaba su alma, d o n d e sólo percibía oscuridad. No había respuestas, ni belleza, ni poder, ni significado, ni amor. Estaba turbado hasta lo más profundo de su ser—y todo se había desencadenado por un malentendido con su esposa. Sentía ese momento como una puerta inocente que, una vez abierta, lo había absorbido hacia la oscuridad. El terror subió lentamente, como un trozo de comida mal digerida, hasta que salió disparado de su boca con una fuerza involuntaria: "¡No sé qué hacer!" El grito no iba dirigido a nadie —a menos que fuera para Dios, si estaba escuchándolo. No hubo respuesta, ni un susurro tranquilizador; no había una presencia reconfortante. La soledad fue aún más aguda. ¿Era esto una muestra del infierno? Sentía un dolor infinito. Nadie estaba ahí para ayudarlo. El aislamiento era total. Pero no estaba en el infierno. El lago que tenía enfrente era innegablemente bello. Su esposa, de cuyo corazón cargado fluía libremente una ligera preocupación, estaba a su lado. Él sabía que estaba en la presencia de Dios; el Dios callado y escondido que, inequívocamente, estaba ahí. Pensaba que era extraño. Cuánto podía desesperar la humildad. Tener que depender por completo debido a que se está totalmente perdido. Ese pensamiento que se sentía vivo, apareció de la nada. Pero todavía no había consuelo. La espesura de la oscuridad casi se podía palpar. No se podía mover. ¿Volverse hacia su esposa y disculparse? Pero su mayor culpa (aunque todavía no la podía describir con palabras) era contra Dios. ¿Darle un abrazo? Pero sólo una persona amada puede amar verdaderamente a otra. ¿Revivir el conflicto? No tiene sentido. Hacerlo sería simplemente dar otra oportunidad para exhibir su egoísmo. "¡No sé qué hacer!" volvió a gritar. Nada tema sentido. Su culpa, frialdad y egoísmo lo hadan sentir atrapado, paralizado. "¿Podría alguien que sepa cómo hacerlo, decirme por favor qué hacer?" De repente la pregunta se extinguió. Perdió todo su interés, sabía que no habría respuesta, que exigirla era una tontería. Se' le abrió otro camino: debía prestarle atención a algo más preocupante que su ignoranda. Y luego escuchó algo. Palabras que provenían de su propia

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mente, palabras nuevas, sin planear, espontáneas, pero totalmente bienvenidas. La oscuridad lo había cegado — a ú n n o podía ver— pero ahora oía en la oscuridad lo que nunca había oído en la luz. "Verdaderamente estoy en oscuridad", se oyó decirse a sí mismo. "No sé qué hacer. Estoy en total confusión, desconcierto, y profundamente atemorizado. Me siento cerrado para con Dios. Esta situación me reduce a dos opciones: o bien esperar hasta que se me pase esta crisis y seguir con las cosas d e la mejor forma en que pueda, o rendirme a Dios. "E)e nada sirve simplemente continuar. La oscuridad siempre retorna, de una forma cada vez más horrible; retorna para confrontarme de nuevo con la elección insensata que he hecho y conducirme con desesperación a la correcta. La oscuridad —ese ángel tétrico, pero benévolo —está aclarando todo. ¡No queda otro camino que confiar! " O h , Dios, me rindo a ti de todo corazón. Consume mi carne. Lléname con tu Espíritu. Eres más que merecedor de toda mi confianza. Gracias por la oscuridad que m e aquietó lo sufidente como para escuchar tu voz". Tomando a su esposa de la mano, regresaron lentamente a su habitadón. Pero aún no se sentían cerca, ni sentían lo que ambos anhelaban sentir. El gozo de la luna de miel no aparedó. Pero él sintió que algo mejor estaba por venir. Con esa convicción se sintió impulsado a moverse hacia Dios, hacia su esposa, hada la vida, como nunca antes se había movido. Su esposa sintió el gozo de la esperanza.

Los hombres son llamados a adentrarse en la oscuridad, a mantener moviéndose hada adelante con propósito y fortaleza, aunque no puedan ver claramente el camino que tienen por delante. Tres observariones provenientes del registro de la creación en Génesis, nos ayudarán a v e r que Dios ya ha hecho lo que llama a los hombres a hacer.

Observación # 1 La

primera reveladón acerca de Dios e n la Biblia es que Él es el CREADOR, y que la forma en que creó f u e HABLÁNDOLE

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A LA OSCURIDAD. Esta observación se discute en los Capítulos 4 y 5.

Observación #2 La primera revelación acerca del hombre en la Biblia está sugerida por la palabra hebrea que aparece en Génesis 1:27, que en español se traduce como VARÓN. En el Capítulo 6 reflexionaremos sobre el significado de esta palabra.

Observación #3 Lo primero que Dios ordenó hacer a Adán fue PONER NOMBRE A LOS ANIMALES. Adán fue llamado "a hablar para que hubiera orden" donde no lo había, tal como Dios lo había hecho en la creación. Cuando Adán habló, hubo orden, pero cuando calló, el caos volvió. En el Capítulo 7 examinaremos a fondo las implicaciones de las veces en que Adán habló o guardó silencio.

Hemos visto qué sucede cuando los hombres siguen nuestra cultura hacia la poca hombría. Encontrar soluciones mediante el uso de teología por fórmula nos ha dado un concepto que ve la vida en pedazos, un enfoque que encuentra lo opuesto a la verdadera hombría y nos aleja del misterio y la fe. Ahora, siga nuestro pensamiento un poco más adelante. El hombre, al igual que Dios, estaba destinado a hablarle a la oscuridad y convertirse en un narrador de historias. Después de la muerte de Jesús, dos hombres iban caminando hacia una aldea llamada Emaús, compartiendo su decepción y confusión por los eventos de los últimos días. No entendían, pero pensaban en eso mientras caminaban. La Biblia dice: Iban conversando sobre todo lo que había acontecido... Hablaban y discutían (Lucas 24:14-15). Quizá querían entender. Jesús (a quien no reconocieron sino que lo tomaron como a un extranjero) se les unió, caminó con ellos y les preguntó de qué hablaban. Ellos se sorprendieron por la pregunta y pensaron que debía ser de o t r o pueblo. ¿ Q u é más había para

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discutir? Los eventos que rodearon la muerte de Jesús, y todo lo que había sucedido la semana anterior, eran tan desconcertantes que n o podían pensar en otra cosa. Toda esperanza se había ido. Nada tenía sentido. Todo era un misterio confuso, inoportuno y oscuro. Jesús los escuchó hablar durante unos cuantos minutos. Luego —quedándose quieto, con una autoridad que los hizo detenerse— los miró severamente y les dijo: ¡Qué torpes son ustedes, y qué tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el Cristo estas cosas antes de entrar en su gloria? (Lucas 24:25-26). El continuó caminando, y mientras lo seguían, ellos escucharon un estudio de la Biblia dirigido por su autor. Jesucristo comenzó por Moisés y por todos los Profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras (Lucas 24:27). Más tarde informaron que su corazón ardía de emoción mientras le escuchaban revelar al Cristo. Cuando abrimos nuestra Biblia en el mismísimo comienzo (como podría haber hecho Jesús con sus dos compañeros de camino), lo primero que aprendemos es que Dios es el Creador de todo. Lo segundo, que Él hizo toda su creación inicial en la oscuridad. Veamos las dos primeras oraciones gramaticales en la Biblia: Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra. Oración número uno. La tierra era un caos total, las tinieblas cubrían el abismo, y el Espíritu de Dios iba y venía sobre la superficie de las aguas. Oración número dos. El resto de Génesis Capítulo 1 nos informa que Dios le habló a esa oscuridad desnuda y sin forma. Él se adentró en esa esfera de misterio primordial con tal poder imaginativo que hizo que de la confusión saliera vida y belleza . Dios habló diez veces. Las primeras cuatro, da forma a un m u n d o deforme, y establece orden (Génesis 1:3, 6, 9, 11). Las cuatro siguientes, llena el vacío con la belleza de la vida (Génesis 1:14, 20, 24, 26). Las últimas dos veces, le revela su corazón a la gente que creó, al bendecirla con trabajo significante para que honrara su dignidad (Génesis 1:28), y con provisión generosa para sus necesidades físicas (Génesis 1:29-30). Dios se dio a sí mismo a ellos, y ellos entre sí; no tenían necesidades personales.

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A h o r a , deténgase por un momento. ¿Hay algo en este relato q u e hable d e Cristo? Pablo nos dijo que Cristo es el que hizo todo (Colosenses 1:16). Cristo fue quien le habló a la oscuridad para h a c e r que del caos saliera orden y belleza. ¿ Q u é podría haberle dicho el Creador a sus dos amigos, en el camino a Emaús, acerca de las diez veces que hacía tanto tiempo había hablado, cuando entró en el misterio del agua cubierta de oscuridad a fin de crear vida? ¿Qué pudo haber dado a conocer sobre sí mismo, que tuvo el poder de hacer que esos dos hombres se convirtieran en ancianos? E n el principio, antes de que Cristo hablara, sólo había agua: agua i n d ó m i t a , fría, sin vida, cubierta por una impenetrable capa de oscuridad. Es importante recordar que Dios le habló a la oscuridad a fin de crear vida. Pedro nos da a entender que existe una conexión entre olvidar cómo Dios creó el mundo y convertirnos en impíos. Veamos sus palabras: En los últimos días vendrá gente burlona que, siguiendo sus malos deseos, se mofará... Intencionalmente olvidan que desde tiempos antiguos, por la palabra de Dios, existía el cielo y también la tierra, que surgió del agua y mediante el agua (2 Pedro 3:3, 5). Aparentemente, si olvidamos que Dios creó al hablarle a la oscuridad, estamos en peligro de volvernos impíos. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué significa esto? A primera vista, ambas cosas n o parecen estar relacionadas. Pero la conexión entre que recordemos que Dios le h a bló a la oscuridad y que nos volvamos piadosos comienza a quedar clara cuando entendemos qué era la oscuridad a la que Dios le habló. En los capítulos siguientes sugeriremos que los hombres están llamados a moverse sabiamente h a cia las regiones más oscuras de sus mundos; tienen que h a blarle palabras poderosas a la confusión de la vida, con la misma energía que fluía de Cristo cuando le habló a la oscuridad (Colosenses 1:16, 29). EL SIGNIFICADO DE L A O S C U R I D A D La Biblia habla acerca de varias clases de oscuridad. Existe la oscuridad del SECRETO, de la maldad, una oscuridad que ama la gente cuyos hechos son perversos (Juan 3:19). Los cristianos han sido llamados de las tinieblas a la luz de la exposición

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y el perdón total (1 Pedro 2:9). El manto sombrío de la oscuridad de este tipo, a l igual que las calles del Londres de Dickens mantienen los h e c h o s perversos fuera de la vista, no tiene lugar en la naturaleza de Dios. En El no hay oscuridad, no hay región que se m a n t e n g a en secreto para evitar que una falta sea expuesta a la luz (1 Juan 1:5). Jesús se refiere a un concepto relacionado cuando nos dice que a los ángeles rebeldes los tiene perpetuamente encarcelados en oscuridad para el juicio del gran Día (Judas 6). Ésta es la oscuridad del JUICIO, q u e es lo terrible que sucede cuando Dios, que es luz, se retira por completo. Pero las Escrituras mencionan una tercera clase de oscuridad: la que cubría el agua a la cual Dios le habló cuando creó la vida. Esta oscuridad tiene más que ver con el desorden y el caos, es decir, con el desorden reiterativo, que con la maldad escondida o el castigo por el mal. Es una oscuridad sobre la cual el Espíritu de Dios iba y venía, en la escena de apertura de las Escrituras, lo que sugiere una expectación de que algo estaba por ocurrir. Ésta es la oscuridad de la CONFUSIÓN, el desorden que está por ceder a la luz del orden y la belleza, un caos insustancial totalmente sin forma y sin chispa de vida, pero aun así que se podía transformar en algo maravilloso. La oscuridad de la confusión es tan densa, que detiene todo movimiento natural. Cuando Dios cubrió a Egipto con oscuridad (la misma palabra de Génesis 1:2 se usa en Exodo 10:21-22), era una oscuridad que se podía palpar. Nadie se movió durante tres días. Cuando el guía turístico apaga las luces en una caverna, no hay necesidad de decirle a la gente que se quede quieta. Nadie se mueve en una oscuridad que elimina totalmente la visión. Cuando Dios dio la ley en el monte Sinaí, la montaña estab a r o d e a d a de negros nubarrones y densa oscuridad en (Deuteronomio 4:11, está otra vez la misma palabra). Se n o s dice que las personas, oyeron el sonido de las palabras, pero no vieron forma alguna; sólo se oía una voz (Deuteronomio 4:12). En la oscuridad de la confusión, usted n o puede ver pero puede oír; por lo menos, puede oír la voz de Dios. El movimiento natural, de la clase que depende d e la vista, se detiene completamente en la oscuridad. Pero el m o v i m i e n t o

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sobrenatural, tanto el de Dios como el de un hombre que camina por f e en vez de por vista, es posible aun en la más densa oscuridad. C u a n d o se levanta el telón y comienza el drama bíblico, de inmediato vemos a Cristo en el centro del escenario. La historia se inicia con Dios confrontando la esfera original del misterio: la oscuridad cubría aguas sin forma, vacías. No había diseño, ni orden, ni belleza, ni vida —sólo oscuridad. El Espíritu iba y venía en la oscuridad. Luego Dios habla. Se adentra en el misterio y da vida mediante su palabra, con un poder mayor que la oscuridad. Ahora note algo lleno de significado para nuestro estudio sobre la hombría. Lo primero que Dios le ordenó hacer al hombre fue ponerle nombre a los animales, cosa que Él mismo pudo haber hecho, pero no hizo. Se los llevó al hombre para ver qué nombre les pondría. El hombre les puso nombre a todos los seres vivos, y con ese nombre se les conoce (Génesis 2:19). Dios le dio al hombre, no a la mujer, la responsabilidad de ponerle nombre a los animales. Eva todavía no había sido creada. Al igual que Dios, el hombre fue llamado a hablarle a la oscuridad, a adentrarse en la confusión de un reino de animales totalmente sin nombre, y a ponerle nombre a cada uno. En la antigua cultura del Cercano Oriente, ponerle nombre a algo implicaba tener autoridad para definir su carácter, para darle forma a su naturaleza, para llenar un vacío con algo que saliera de quien le dio el nombre. ¿Sería que la intención de Dios era que los hombres se comportaran como Él adentrándose valerosamente en cualquier esfera de misterio que encontraran y hablándole con imaginación y poder dador de vida a la confusión que enfrentaran? Desde la caída de la gracia, la vida de todo hombre está llena de confusión. Consideremos sólo unos cuantos e j e m p l o s . ¿Qué debería hacer un hombre cuando su esposa lo rebaja frente a sus amigos? ¿Debería —reprenderla? —ignorar el asunto? —decir algo amable? —sacarlo a colación más tarde y decirle cómo lo hizo sentir?

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— n u n c a mencionarlo? ¿ Q u é debería hacer un hombre que detesta su empleo"7 ¿Debería —dejar de quejarse y estar agradecido porque recibe un salario? —buscar otro trabajo? —aceptar el empleo como un don de Dios? —averiguar qué le disgusta más y ver si es posible cambiar algo? ¿Qué debería hacer un hombre cuando existe un conflicto con un amigo cercano? ¿Debería — h a b l a r con su amigo al respecto, basado en Mateo 18:15-17? —pasarlo por alto con el amor que cubre multitud de pecados? —hacerle caer en cuenta sus faltas, con el propósito de promover su crecimiento? La hombría comienza a desarrollarse cuando un hombre hace preguntas para las cuales sabe que no hay respuestas. Ningún hombre se puede escapar de la esfera del misterio. Si vive en una relación y desea que ésta funcione, enfrentará una confusión insoluble. Para que un hombre llegue a serlo totalmente, debe aprender el significado de moverse en la oscuridad. Hacerlo requiere que admita: "No sé qué hacer", con una desesperación tan real que ninguna fórmula pueda ayudarlo. Las fórmulas son útiles en una cocina bien iluminada. L a eología por fórmula, esa colección de principios bíblicos prácicos que nos dice qué hacer en cada situación, trata la confu;ión como algo que no debe ser abordado, sino resuelto. Esto educe los misterios de la vida a cosas que podemos manejar. Los teólogos por fórmula nos dicen cómo hacer que la v i d a uncione al simplificar las cosas y aliviar la confusión. L o s ?ólogos trascendentales saben que hay una oscuridad de c o n usión a la que sólo se puede entrar conociendo a Cristo, pernaneciendo en Él, confiando e n Él para que provea p o d e r

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sobrenatural para ir y venir sobre cualquier oscuridad q u e enfrentemos, y luego adentrándonos en ella con palabras q u e dan vida. Una vez que exista el compromiso para adentrarse en la oscuridad y el misterio, un hombre debe seguir hacia adelante, decidido a contar una buena historia y a no quedarse callado. Los coautores Don Hudson y Al Andrews, son los próximos en confirmar estos asuntos. En el Capítulo 5, Don Hudson escribe acerca de la historia que los hombres debemos contar a medida que realizamos nuestro viaje: la historia de Dios. Esa historia nos recuerda que lo podemos lograr, que podemos continuar moviéndonos. En el Capítulo 6, Al Andrews nos llama a recordar nuestras propias historias de cómo Dios ha obrado en nuestras vidas —historias que dan esperanza, aún más cuando son compartidas en comunidad. Y en el Capítulo 7, Don Hudson nos muestra que actuar al igual que Dios cuando estamos en la oscuridad, honrar su llamado a darlo a conocer, es romper nuestro silencio y hablar. Así es como llegamos a ser hombres.

Capítulo

De Caos en Caos s x y , 1 timbre del teléfono partió la noche en dos. El segundo Wtfr timbrazo lo sacó d e un profundo sueño. El tercero lo hizo tomar conciencia de su alrededor. Miró el reloj. Eran las dos de la mañana. "¿Quién podría estar llamando a estas horas de la noche?", se preguntó. Alcanzó el teléfono como en cámara lenta. Justo cuando agarró el receptor, vaciló. "O es una broma o algo serio anda mal. Espero que sea una llamada falsa", se dijo a sí mismo. Al cuarto timbrazo tiró del auricular y escuchó. En el otro extremo de la línea alguien lloraba suavemente. Después de unos pocos e insoportables minutos, ella balbuceó: "Hijo, soy tu mamá. Tu padre ha tenido una emergencia". Estas palabras lo dejaron helado e incrédulo. Trató de convencerse a sí mismo. "Mi padre sólo tiene sesenta y cuatro años. Es demasiado joven para que algo amenace su vida". " ¿ Q u é pasa?", preguntó. "Tuvo un ataque al corazón cuando se estaba alistando para ir a la cama", le explicó. "Llamé al 911 y luego le di resucitación cardiopulmonar. Estamos en la sala de emergencias y él está siendo atendido". Luego su tono de voz cambió a uno que él conocía muy bien, y que detestaba, porque le hablaba como si todavía fuera un niño.

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"Ahora, hijo, no te preocupes. Estamos bien, y todo va a salir bien", le dijo con una voz inexpresiva. El hijo ignoró su declaración y le contestó que saldría en el siguiente avión. La madre argüyó sin entusiasmo, explicándole que sería un viaje desperdiciado. El colgó el teléfono. Por su mente se desplazaban imágenes de su padre y de sí mismo, luchando en el piso, pescando e n las aguas de las montañas Smokies, viéndolo llorar una sola vez en la vida, en el funeral de su padre. Durmiendo cerca de él, cuando estaba pequeño, una noche en la cabaña de caza. Se dilató en esta imagen en particular. Ocurrió cuando tenía seis años. Un gato montés dio un alarido afuera de la ventana. En un segundo, salió de su cama y se metió debajo de las colchas en la cama de su padre, apretujándose contra él. A su lado, tenía un mundo seguro. ¿Qué haría ahora sin él? "Suficiente", se sermoneó a sí mismo. "Tengo demasiado que hacer, papá puede salvarse". Cuando llegó a su desfino, su hermano mayor se reunió con él en el aeropuerto. Tan pronto como vio el rostro de su hermano, lo supo. No necesitaba hablar. "Papá murió h a c e dos horas de u n ataque masivo al corazón". Su hermano dio la vuelta y caminó hacia el lugar donde se reclamaba el equipaje. Por encima de su hombro, le dijo: "Tenemos mucho que hacer". De nuevo, experimentó la sensación de cámara lenta. Obedientemente siguió a su hermano mayor tratando de tragarse la horrible verdad. Mientras avanzaba sobre la polea, comenzó a sentir sus primeras emociones. Observaba pasar a la gente. "No lo saben. Si tuvieran idea de que mi padre está muerto, se detendrían. Darían la vuelta y se irían a casa. Si supieran que mi padre está muerto, entenderían que sus vidas ya no tienen sentido. El mundo debería dejar de girar sobre su eje. La vida debería haberse terminado. ¿Por qué Dios se lo llevaría ahora? Mi hijo de dos años lo ama tanto. ¿ Q u é le diré? Él no va a entender. Desearía poder hablar con m i padre. Desearía poder levantar el teléfono y preguntarle q u é hacer con esto. Él sabría. Pero se ha ido".

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A medida que los pensamientos inundaban su mente, estaba más enojado. Al llegar con su hermano al carro, se sentía furioso. No triste, sino furioso. La semana del funeral de su padre fue una insoportable pesadilla para él. La casa fue invadida por gente bienintencionada. Algunos miembros de la familia no se supieron comportar, y nadie pudo decir las palabras adecuadas. Como él era un hombre intensamente privado, la presencia de cada persona invadía su dolor. Su hijo le preguntaba sin cesar: "¿Dónde está el abuelo?" No había pregunta que le desesperara más. Parecía que cada treinta minutos tenía que encontrar palabras para explicarle que el abuelo estaba en el cielo. "¿Regresará pronto?", le preguntaba el niño mirándolo con ojos penetrantes. "No, hijo. No regresará". No podía mirar a su esposa a los ojos, a quien ocasionalmente le daba un abrazo obligatorio, y n o permitía que ella lo consolara. Ignoraba a su madre con la mayor amabilidad posible. El día siguiente al funeral, desapareció. No físicamente. Estaba ahí, pero era una concha humana. En la mañana se encargó de los pequeños detalles con la funeraria, estudió la póliza de seguro de vida de su padre y pagó cuentas pendientes. Esa tarde, sentado en el porche trasero de la casa de sus padres, estaba obsesionado con unas pocas cosas que lo hacían sentirse vivo, tales como el enojo. Estaba enojado, y conocía bien esta emoción. Siempre se sentía enojado, aunque muy pocas personas lo supieran. Pero aquello era más que enojo. Se sentía violento. Su esposa vino y le preguntó si le gustaría dar una caminata con ella, a lo que él, mirándola disgustado, le respondió: "¿En el calor del día?" "Podemos esperar a que refresque", dijo ella. Pero él ignorando sus palabras, se volteó. Al verlo tomar una revista y pasar las páginas sin ganas, ella se sintió sola. Se sentía particularmente violento cuando alguien se dirigía a él con amabilidad. Q u e r í a dañar a cualquiera que se le acercara. La vida le había asestado un golpe trágico, y alguien debía pagar por la injusticia. Su enojo era una frialdad silenciosa que empujaba a los demás, alejándolos.

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Pero no podía aguantar esa ira intensa por largo tiempo. Finalmente su enojo no hizo más q u e recordarle que estaba imposibilitado —que era impotente frente a esta tragedia. Quería algo que hiciera desaparecer su pena, o que al m e n o s la aliviara. Algo que lo ayudara a olvidar. Así que fantaseaba soñando con otras mujeres. Se entregó a pensamientos lujuriosos. En un tiempo como ese era imposible acercarse a su esposa. Aquella tarde holgazaneó y dio rienda suelta a sus fantasías. Estuvo sentado hasta la puesta del sol, y en la frescura de la noche recordó que tenía que preparar el sermón para el siguiente domingo.

Sexo y violencia —temas que excitan a todo hombre. Las industrias cinematográfica y literarias generan miles de millones de dólares sólo con estos dos temas. Los hombres conocen el poder de la ira, y entienden cuán atractivo es el sexo. Al enfrentar el peor caos de su vida, el hombre de esta historia encontró consuelo en la ira y la fantasía sexual. Estaba encolerizado porque su padre le había sido arrebatado demasiado pronto. La mayoría de los padres de sus amigos eran mayores que el suyo, y todavía estaban vivos. ¿Por qué su padre estaba muerto? En ese momento de la vida, los recuerdos de su padre no pudieron aliviarle el dolor. Por el contrario, lo atormentaban porque eran un recordatorio del hombre bueno que se había ido. Entonces se sumergió en fantasías sexuales para escapar del dolor. Ya no sentía el consuelo de tener a un padre al cual pedirle consejo. Estaba enojado porque estaba solo. El caos —esa oscuridad desconcertante que penetra el m u n d o de todos— se metió por la fuerza en el mundo de aquel hombre que se volcó hacia algo que ayudaba, a algo que se sentía natural. ¿Cómo responden típicamente los hombres al caos de sus vidas? Recuerde la historia de la tentación. En el principio, en el jardín del Edén, Adán no sabía que existía el caos. La historia de la creación que se encuentra en Génesis comenzó con caos,

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pero terminó con la creación. Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno. El transformó la tierra desolada en un paraíso, y se lo dio a Adán y a Eva para que fuera su hogar. Antes de la desobediencia de Adán, el hombre tema éxito en todo empeño. No había cardos ni espinas, su trabajo en lugar de ser una frustración, le brindaba satisfacción máxima. Y más importante aún, gozaba de perfectas relaciones con Dios y con su esposa. Luego el caos volvió a entrar en la historia. En la cultura del tiempo en que se escribió Génesis, la serpiente era símbolo de caos, de una oscuridad inmanejable. La serpiente confundió la Palabra de Dios al cuestionar a Eva acerca de la sabiduría de Él. El caos oscureció la claridad de la verdad de Dios. De nuevo, la oscuridad iba y venía sobre la tierra. En un capítulo posterior de este libro se explica cómo, cuando Adán encontró caos por primera vez, escogió callar. Su respuesta transformó el paraíso en tierra desolada. Con su silencio, introdujo un caos totalmente nuevo para sus descendientes: violencia y perversión sexual. El resto de Génesis detalla esas historias de sexo y violencia: el asesinato de Abel, el incesto de Lot con sus hijas, y la violación de Dina, para mencionar sólo algunas. Todo hombre ha repetido la lucha y fracaso de Adán. Nuestras vidas están llenas de caos. El caos es tragedia, con un millón de disfraces. Podría ser el temor a un futuro incierto, o la decisión que hay que tomar cuando todas las posibilidades parecen correctas. El caos podría ser la pérdida de un empleo, una reducción del salario, la pérdida de un compañero, un adolescente rebelde, un mal pronóstico médico. Si somos honestos, sabemos que el caos nos fastidia a diario. El caos es esa oscuridad que se cierne sobre nosotros cada vez que hablamos con nuestra esposa, desempeñamos nuestro empleo, pagamos nuestras cuentas, y tratamos de hallarle sentido a la vida. Adán nos enseñó lo q u e no se debe hacer. ¿Hay algo que nos enseñe la respuesta correcta para el caos de nuestras vidas? Antes de dar respuesta a qué significa ser hombre, primero debemos encontrar el punto de referencia. ¿A qué recurren los hombres para definirse a sí mismos? ¿Buscan a otros hombres, a sus padres, a sus iglesias? ¿Recurren a películas, a la televisión, a la psicología?

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La mayoría de los hombres se define más por la cultura que los rodea que por la verdad de la Palabra de Dios. Si vamos a ser los hombres que Dios planeó que fuéramos, debemos retornar a su historia revelada. En su Palabra, El nos ha hablado y nos ha dado un maravilloso diseño que seguir. Para entenderlo, resultará importante y útil comparar la Biblia con las historias paganas de la creación. Démosle un rápido vistazo a la forma en que la cultura antigua definió típicamente a los hombres. ¿ Q u é decían las naciones que no eran de Israel, acerca de los hombres? ¿Cómo eran sus dioses? ¿Cómo se suponía que debían ser sus hombres y mujeres? ¿Cómo debían actuar los unos con los otros? Aunque hay muchos relatos de la creación provenientes de todo el mundo, miremos sólo dos: uno de la antigua Babilonia y otro de la antigua Grecia. Al igual que nosotros vemos Génesis para entendernos, los babilonios y los griegos recurrían a sus mitos para entenderse a sí mismos. Al leer estos mitos tenga en mente la historia de la creación que se encuentra en Génesis. La diferencia entre los mitos paganos y la historia de Génesis es sorprendente. LA H I S T O R I A BABILÓNICA ACERCA D E L A C R E A C I Ó N (LOS B A B I L O N I O S LA L L A M A B A N ENUMA

ELISH)

Cuando los cielos y la tierra no tenían nombre, cuando no había pastizales y no había ciénagas, Apsu ("Agua Dulce") y Tiamat ("Agua Salada") eran dios y diosa, marido y mujer, y tuvieron dos hijos llamados Lahma y Lahamu. Luego tuvieron a Anshar y Kishar, y muchos más hijos y nietos. Pronto todos los hijos, los dioses, se reunieron y hacían mucho ruido. Se volvían cada vez más poderosos y alborotadores, cosa que perturbaba la paz y tranquilidad de Apsu y Tiamat, sus padres. Apsu decidió matar a sus hijos y nietos para que otra vez hubiera silencio. Tiamat estaba horrorizada, pues aunque le disgustaban, quería ser amable con ellos. Como no pudieron disuadirlo, Apsu continuó tramando la caída de su descendencia.

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Cuando uno de sus hijos, Ea, escuchó sobre su tortuoso plan, hechizó a Apsu, su padre, y luego lo asesinó. Más tarde, Ea y su esposa, Damkina, tuvieron un hijo cuyo nombre era M a r d u k , el cual tenía cuatro ojos y cuatro orejas. Era u n dios espléndido, y su padre se regocijaba por su poder y belleza. Marduk era el mayor de todos los dioses. Otro dios, llamado Anu, hizo los cuatro vientos, los cuales perturbaban las aguas de Tiamat. E n vista de q u e los vientos la molestaban, Tiamat movió, a s u vez, el día y la noche, perturbando con eso a los otros dioses, quienes se quejaron contra Tiamat, su madre, y le e c h a r o n la culpa de la muerte de Apsu. Airada, Tiamat creó dragones y toda clase de bestias horribles, e incluso demonios que trajeron gran caos a los cielos. Ea llamó a su hijo Marduk, el gran rey, para que se encargara de Tiamat. El salió a luchar contra Tiamat, e hizo que grandes v i e n t o s a g i t a r a n las a g u a s de Tiamat. E l l a hizo encantamientos de magia, escupió veneno y abrió su boca para devorar a Marduk. Pero Marduk le echó un viento maligno en la garganta y luego disparó una flecha dentro de Tiamat, la cual, le dio en el corazón y le causó la muerte. M a r d u k se paró encima de su cuerpo derribado, haciendo alarde d e su victoria. Con su mazo, partió la calavera, cortó sus arterias y dejó que los vientos se llevaran la sangre a lugares lejanos. Por último, tomó el cuerpo y lo dividió en dos partes: una que se convirtió en el cielo, y la otra en la tierra. Marduk terminó la creación. D e la sangre de un dios creó a los hombres, para que sirvieran a los dioses y atendieran sus necesidades. Los dioses se regocijaron por la majestad de Marduk y lo alabaron grandemente. LA H I S T O R I A G R I E G A A C E R C A DE LA C R E A C I Ó N ( L O S G R I E G O S LA L L A M A R O N C R O N O S , EL D I O S M A S C U L I N O ) En el principio no había nada. Esta nada se llamaba Caos, Vacío.

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Pronto apareció Tierra, para q u e los dioses tuvieran en qué pararse. Luego apareció Tartarus, el mundo de los muertos Después Eros, el amor, quien era m u y simpático y el más fuerte de los dioses. Caos dio a luz a Noche y a Erebos, los cuales dieron a luz a Día y Espacio. Tierra dio a luz a Cielo y Mar. Los dioses descansaban en el Cielo, pero hicieron su hogar en el monte Olimpo. Cielo y Tierra dieron a luz a los titanes. El más joven de éstos era Cronos, un hijo indómito que odiaba a Cielo, su padre. A Cielo y Tierra les n a c i e r o n tres hijos más. C a d a uno era un monstruo temible y poderoso con cincuenta cabezas. Esto era demasiado para Cielo, el padre. Como siempre odió a sus hijos, los encarceló en las regiones oscuras de la tierra. La madre, Tierra, conspiró contra su esposo ofreciendo ayudar a sus hijos para que escaparan de la prisión. Todos temían a su padre, a excepción de Cronos a quien su madre le dio una hoz que había hecho con anterioridad. Cielo se allegó a Tierra y se tendió tiernamente sobre ella, mientras Cronos esperaba en secreto. Este golpeó a su padre con la hoz y lo mató. Antes de morir, Cielo maldijo a sus hijos y declaró que todos pagarían por ese crimen contra él. Cronos tema sus propios hijos. Un día cayó en cuenta de que ellos podrían hacerle lo mismo que él había i lecho a su padre. Si pudo matarlo, entonces ellos también podían matarlo a él. Cuando su esposa Rea dio a luz a sus hijos, Cronos se los comió enteros. Rea le oró a Tierra para que escondiera a su hijo Zeus. Ella le concedió su petición ocultándolo en el bosque. Rea tomó una piedra grande, la envolvió y engañó a Cronos haciéndolo pensar que era su hijo Zeus. Cronos creyendo que la piedra envuelta era su hijo, agarró el bulto y lo engulló, pensando que lo había destruido. Así Zeus se convirtió en el mayor de los dioses, y pronto destruiría a su padre, Cronos.

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INFLAMADOS POR LA IRA Y ENLOQUECIDOS POR LA L U J U R I A Ambos mitos tienen hilos e n común. Las historias comienzan con caos. En el mito babilónico, el cielo y la tierra no tenían nombre, y no había tierra cultivable. La historia griega es más obvia: en el principio no había nada, lo que se llamaba Caos. En ambas historias, el dios masculino se siente molesto con la diosa femenina, quien personifica el caos. Ella es un misterio que debe ser asesinado y desmembrado violentamente. En la historia babilónica, el cuerpo dividido de Tiamat se convierte en el vientre que da a luz a la tierra y al cielo. En la historia griega, la diosa femenina, Tierra, seduce sexualmente a su esposo a fin de destruirlo. Los dioses hacen guerra contra sus propios hijos. Los dioses y diosas de los mitos paganos asesinan a padres, hermanos, esposas e hijos. Los dioses crearon a los humanos para que trabajaran como sus esclavos porque veían a la humanidad como algo malo e indigno. Las historias terminan en caos: muerte, destrucción y perversión sexual. A la gente no se la cuida; se la destruye. Los mitos paganos van de caos en caos. Dichos mitos sólo pueden afirmar lo que ya se sabe acerca de los hombres: son violentos y sexualmente perversos. Los paganos dieron forma a sus dioses a imagen del hombre, que tal como era, se convirtió en su punto de referencia. Ellos sólo podían hablar de lo que era natural para los hombres. Rara vez, si es que lo hicieron, hablaron de lo que el hombre podía llegar a ser, d e la dignidad y belleza de la hombría. En los mitos paganos, los hombres trajeron oscuridad a la tierra. Como los dioses masculinos eran egoístas, espantosos y voraces, llevaron caos a sus familias. Los mitos paganos describían a un dios masculino cuyo único propósito de su existencia era vivir para sí mismo. Veamos lo que Cicerón dijo acerca de las historias de la creación griega y romana:

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Los poetas han representado a los dioses como inflamados por la ira y enloquecidos por la lujuria, y han exhibido ante nuestra mirada sus guerras y batallas, sus luchas y heridas, sus odios, enemistades y pleitos... sus quejas y lamentaciones, la licencia total y desenfrenada de sus pasiones, sus adulterios y prisiones, sus uniones con seres humanos, y el nacimiento de la descendencia mortal de un padre inmortal. En el antiguo Cercano Oriente, los hombres le temían más al caos que a cualquier otra cosa. Los hombres de antaño vivían con el perpetuo terror de que en cualquier momento también los tiraran en el caos. Les atemorizaba la hambruna, la infertilidad y los enemigos merodeadores. ¿Qué hideron entonces con su caos? Hicieron dioses a su imagen —dioses de violencia y perversión sexual— a quienes también adoraban con violencia y perversión sexual, para aplacarlos y persuadirlos de que expulsaran el caos de su mundo. Es así como muchos hombres han respondido al caos. Pero, ¿cómo pueden los hombres responder al caos de sus vidas? ¿Cuál es el patrón bíblico? D E L CAOS A LA C R E A C I Ó N En la historia de Génesis, el hombre es hecho a la imagen de Dios. El cristianismo comienza con Dios, n o con el hombre. Somos hechos a su imagen. Él es nuestro punto de referencia. ¿Pero quién es este Dios? ¿Se parecía en algo a los dioses de los mitos paganos? ¿Usa Él violencia y perversión sexual para enfrentar el caos? Jamás. La historia de la creación de Génesis n u n c a declara la violencia y el apremiante apetito sexual de los hombres. En vez de eso, ofrece un rico retrato de lo que el hombre era en su estado perfecto, y lo que podría ser si viviera de acuerdo con la imagen de DÍos. Masculino y femenino, hombre y mujer, viviendo en armonía y respeto mutuo. La hembra no aterrorizaba al varón y no buscaba destruirlo. Se cuidaban el u n o al otro, y juntos cuidaban del jardín en el que vivían. Adán y Eva iban a "cultivar y cuidar el jardín"; es decir, estaban llamados a proteger y alimentar. La fortaleza, lo opuesto a la violencia, está en el hombre para guardar las relaciones, no

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para destruirlas. L a intimidad, lo opuesto a la lujuria, está en el hombre para nutrir a la gente, no para usarla según sus deseos egoístas. Las primeras palabras registradas de Adán eran poéticas y hablaban d e relaciones: Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. En todo el relato de Génesis y el Antiguo Testamento, el hombre es el mediador, la conexión entre el pasado y el futuro. Entiende que n o vive para sí, no destruye a sus hijos ni los olvida. Sabe que la violencia los destruye y entiende que la perversión sexual los corrompe. El recuerda las historias de la antigüedad, las historias de sus padres y abuelos, vive para traspasar la historia d e Dios a la próxima generación, a sus hijos y nietos. En el futuro, cuando tus hijos te pregunten:'¿Qué significan los mandatos, preceptos y normas que el Señor nuestro Dios les mandó?', responderás a tus hijos... (Deuteronomio 6:20-21, traducción del autor). Existe una similitud mayor entre Génesis y los mitos paganos, registrada en Génesis 3, "La caída del hombre". La desobediencia d e Adán hizo exactamente lo que los mitos paganos perdonaban. En Génesis 1 y 2, Dios se movió del caos a la creación, y e n Génesis 3 Adán se movió de caos en caos, en un mundo de belleza. La desobediencia de Adán puso en movimiento un m u n d o oscuro —un mundo de sexo y violencia. El resto de Génesis describe los resultados del pecado del primer hombre: odio, asesinato, racismo, violación, incesto y adulterio. Cuando u n hombre se adentra en el misterio de la vida con ira y lujuria, vive como viven los paganos, y cree que no hay esperanza en Dios, que El está ausente y callado. Un hombre que no sabe qué hacer con la confusión de su vida, se enfurece y comete lujuria. La ira hace que los hombres se sientan poderosos. La violencia hace que tomemos las cosas por nuestra propia cuenta y tratemos de corregir a un Dios injusto. La lujuria ayuda a los hombres a olvidar. La fantasía es una forma egoísta de vivir para el presente, porque niega el dolor del pasado y la esperanza del futuro. Con la ira los hombres están presentes, pero son peligrosos. Con la lujuria los hombres están ausentes, pero se sienten vivos.

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El libro de Génesis cuenta una historia de la creación muy diferente. Sí, la historia termina mal. Pero comienza en forma hermosa. Esa es nuestra esperanza. La belleza existe. Hay significado y orden. Cuando se responde al misterio de la vida con violencia y perversión sexual, nos lanzamos al mundo de regreso a la oscuridad. Génesis nunca lo perdona. Génesis nos invita a que volvamos a nuestro diseño, a que nos convirtamos en hombres de fortaleza e intimidad, a que honremos nuestro llamado a llegar a ser a la imagen de Dios. El libro de Apocalipsis nos dice que un día lo lograremos. Todo lo que está entre estos dos libros nos dice cómo hacerlo. Ésta es la historia de Dios, y tenemos que recordarla.

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Capítulo

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Un Llamado a Recordar e n t r a r en el edificio sin ventanas, miró a ambos _ X7,nt:es w lados, como si estuviera por cruzar una peligrosa intersección. Su corazón se aceleró por temor y excitación a la vez. Tenía m i e d o de que lo pudieran, o no, descubrir. Sentía la emoción derivada de su excitación y del riesgo en que se encontraba. Aunque sus feligreses rara vez visitaban esta zona del pueblo, se preguntaba si algún conocido podría pasar por casualidad ese día. Pero al n o ver ninguna cara familiar, cruzó con cautela la puerta cuyo rótulo decía: " Sólo Adultos". En la siguiente hora, h o j e ó con avidez revistas y vio vídeos, y miró hacia arriba para asegurarse de su anonimato. Durante ese tiempo se olvidó de t o d o lo que era importante para él: la agradable jornada de oración que había disfrutado con buenos amigos la noche anterior; su esposa, embarazada del segundo hijo; su hija de brillantes ojos, de dos años de edad; la iglesia creciente que pastoreaba; el Dios que había conocido desde su conversión en e l bachillerato. Había tenido que sacar todo eso de su mente, para no echar a perder la indulgencia momentánea.

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Después de un rato, se f u e con la misma precaución con que había entrado, s i n t i é n d o s e aburrido y contento a la vez y profundamente insatisfecho. Durante el largo camino a casa, el temor y la excitación iniciales de su "aventura" dieron paso a un conocido sentimiento de derrota. Del otro lado del pueblo, u n hombre iba conduciendo hacia la misma librería. Era u n camino que él también recorría con frecuencia. Pero esta vez, durante su viaje agonizante, notó una vieja catedral de piedra situada al lado de la ruta. De repente, tomó una decisión. C o n d u j o hacia el estacionamiento de la iglesia, se detuvo, salió y caminó hacia las enormes puertas de roble. Al igual que el otro hombre, estaba temeroso y satisfecho, pero no necesitaba ver a ambos lados antes de entrar. Temía que su elección repentina — u n a elección mejor y d i f e r e n t e — durara poco tiempo. Pero tal vez había algo noble dentro de él, algo que impulsaba su elección, presionando para ser liberado. Atravesó las puertas. Una vez dentro, caminó calladamente hacia el altar. Ahí encendió una vela, se arrodilló frente a ella y oró. Estaba humillado y quebrantado por las necias elecciones que había hecho en el pasado, y agradecido porque hoy algo era diferente. Pensó en su esposa, sus hijos, sus colegas del ministerio, y recordando a Dios, lo adoró. Después de un rato, salió de la iglesia, se metió en el carro y condujo a casa. Estaba agotado por la lucha, pero por primera vez en muchos años, tenía esperanza. L A L U C H A ES REAL Usted acaba de leer las breves historias de dos hombres con luchas similares, que hicieron elecciones diferentes. En estas historias, muchos hombres podrán identificar sus propias luchas con asuntos similares. Miles de hombres han librado batallas vergonzosas como éstas durante años, pero se han sentido demasiado apenados para hablar de ellas con alguien. Se han sentido solos. Otros hombres que no luchan con la pornografía podrían no estar conscientes de adicciones más sutiles, entregados a pasiones diferentes como adicción al trabajo, materialismo, gula, necesidad de controlar, necesidad de ser aceptados, una vida de fantasía activa, masturbación. La lista es interminable, pero la lucha es la misma. Todos los hombres

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luchan contra pasiones y deseos abrumadores que desafian el dominio propio. Y al igual que los dos hombres de las historias del inicio, algunos libran bien la batalla, mientras otros sólo conocen la derrota. L A R A Í Z DEL PROBLEMA Si uno de estos hombres viniera a donde usted en busca de ayuda, ¿qué le diría? ¿Qué consejo le daría para que resolviera sus problemas? La mayoría de los que dan consejo podrían tomar una de varias direcciones. "Necesita estar en comunión con otros creyentes", dirá uno. "Si está en compañía de mujeres y hombres piadosos, tendrá mayor probabilidad de mantenerse alejado de patrones pecaminosos. Sea responsable de darle cuentas a alguien". "Lea la Biblia y memorice pasajes claves", sugerirá otro. "El hombre que guarda la palabra de Dios en su corazón no se verá enredado en las cosas del mundo". Aun otro le dirá: "Huya de la tentación. Manténgase alejado de ciertos lugares que puedan serle ocasión de caer". Todos estos consejos son buenos, sólidos y correctos. Todos tienen fuerte respaldo bíblico. En algunos hombres, tales exhortaciones han producido un cambio notable. Pero para muchos otros, el consejo sólo los deja más desanimados. Quizá esa sea su reacción. Tal vez usted haya estado practicando con fidelidad todas estas cosas durante años, y sin embargo, nada ha cambiado verdaderamente. Usted ha tenido éxitos temporales, pero su problema siempre vuelve, y se siente más desalentado que nunca. Sugiero que consideremos otro enfoque de las luchas de los hombres —uno q u e incorpora lo bueno de los consejos dados y que aún ofrece más. En lugar de simplemente cobrar más energía para hacer algo o no hacerlo, examine mejor el asunto. Pregúntese: ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Por qué escogemos vivir de formas que son contrarias a lo que sabemos que es verdadero y correcto? Los hombres son creados a la imagen de Dios. De acuerdo con nuestro diseño, somos llamados a expresar en forma singular algo de El por la forma en que vivimos y nos relacionamos

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eri nuestro mundo. Hemos sido diseñados para movernos, p,a hablar, para crear, para amar. Si nuestras vidas no reflejan ta imagen, algo anda mal. Y lo que anda mal aquí, es serio, s necesario que los hombres hagan una elección importante qa abarque mucho más que la decisión de si ver o no ver porrv grafía. Cuando no se puede reconocer la elección equivocad, resulta en la violación de la naturaleza esencial de un hombr El problema radica en salirnos del diseño que fue planead para nosotros. Y esa salida siempre es una elección. C R E A D O S PARA R E C O R D A R Ya hemos visto que un hombre vive de acuerdo con la ima gen de Dios al moverse y hablarle al caos de su mundo. Nc obstante, el diseño de Dios supone aún más. Génesis 1:27 nos dice explícitamente que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen... varón y hembra los creó. En este pasaje, la palabra varón es la traducción de la palabra hebrea zakar, que significa "el que recuerda". ¡Qué palabra tan curiosa para describir a un hombre! Uno podría haber esperado una palabra que significara "el fuerte", "el que dirige", o "el poderoso". Pero en vez de eso, el termino hombre es descrito como el que recuerda. ¿Por qué? ¿Qué se supone que debe recordar el hombre? ¿Debería ser mejor para recordar dónde dejó sus llaves? ¿Debería esforzarse más para recordar fechas importantes, como aniversarios y cumpleaños? Si eso es lo que significa que un hombre sea el que recuerda, entonces todos nosotros, a excepción de los más compulsivos, estamos en problemas. La idea de recordar conlleva un significado mucho más profundo. Primero, significa que tenemos algo importante que recordar; segundo, que tenemos una razón para recordar. ALGO Q U E RECORDAR Todos nosotros tenemos amigos de mucho tiempo que han tenido que ver en partes importantes de nuestra vida. Para mí, esos amigos eran mis colegas de ministerio universitario. Han pasado varios años desde que tuvimos el último encuentro, pero siempre que este grupo de amigos queridos se reúne, cada uno de nosotros sabe qué sucederá: disfrutaremos de

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una buena comida, nos pondremos al día sobre nuestras vidas, y finalmente, en algún momento d e la noche, comenzará el relato de historias. Esta parte no es algo que discutimos de antemano, ni tampoco algo para lo que alguno de nosotros se prepara. Sencillamente sucede. Alguien comienza a contar un evento en particular de nuestro pasado compartido, y todos los demás escuchan atentamente. Es una historia que cada hombre del grupo ha escuchado innumerables veces, pero eso no disminuye el interés en ella. De hecho, estamos tan familiarizados con cada historia que quien la cuenta a menudo es corregido por alguien que recuerda una parte importante de la trama. La expectación crece a medida que la historia gana en ímpetu y se mueve hacia su climax divertido. Cuando llega ese m o m e n t o , todos estallamos en una risa tan ruidosa que las lágrimas ruedan por nuestras mejillas mientras tratamos de tomar aire. Y cuando volvemos a recobrar nuestra compostura, se hace una petición: "Roger, cuéntanos aquella de..." Y el ciclo continúa adentrándose en la noche. ¿Por qué contamos estas historias? ¿Será porque estamos desesperados por divertirnos? (Algunos lo han sugerido.) ¿Es porque estamos viviendo en el pasado y somos incapaces de movernos hacia adelante? (Algunos también han sugerido esto.) Hay una razón mucho más importante. Las historias que contamos no son el punto. Por sí mismas, no son más que saínetes de entretenimiento sobre vidas compartidas. Son divertidas y algunas veces tontas, pero de alguna manera importan. Su valor radica en el poder que tiene para dirigirnos hacia algo. Nos recuerdan de otro día, de otra época, de años atrás cuando trabajábamos juntos en un ministerio estudiantil. Era un tiempo en el que vimos a Dios obrar en nuestras vidas y en las d e los alumnos que estaban a c a r g o nuestro. Ocurrieron cosas significativas, cosas tristes y cosas milagrosas. Dios hizo la obra en medio de nosotros, y contamos nuestras historias para recordar esos días. Está bien que en nuestro grupo de hombres se cuenten historias los unos a los otros. Después de todo, los hombres han sido construidos de esa forma. Somos "los que recuerdan", creados para recordar el pasado, para contar historias.

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Recordar es un tema que se repite a través de l a Biblia. Cuando el pueblo de Dios se reunía para adorar, confesaba sus pecados y oraba, y uno de sus líderes se paraba en m e d i o y comenzaba a contar las obras de Dios: En Egipto viste la aflicción de nuestros padres; junto al mar Rojo escuclwste sus lamentos. Lanzaste grandes señales y maravillas contra el faraón, sus siervos y toda su gente, porque viste la insolencia con que habían tratado a tu pueblo. Fue así como te ganaste la buena fama que hoy tienes. A la vista de ellos abriste el mar, y lo cruzaron sobre terreno seco. Pero arrojaste a sus perseguidores en lo más profundo del mar, como piedra en aguas caudalosas. Con una columna de nube los guiaste de día, con una columna de fuego los guiaste de noche: les alumbraste el camino que debían seguir (Nehemías 9:9-12). La historia fue contada y vuelta a contar mediante historias recordadas. Piense en el número de veces que las obras de Dios se cuentan en la Biblia. ¿Por qué tantas? En el Antiguo Testamento, Dios anhelada revelarse a sí mismo al pueblo que vivía en medio del caos. Los ancianos sabían que las historias del amor leal de Dios eran un ancla necesaria para la confianza continua. El hecho de que volvieran a contar las viejas historias transmitía un mensaje vital: "Dios es fiel para con su pueblo. Una y otra vez El ha intervenido en nuestra ayuda. Ha demostrado su bondad. Hoy El es el mismo Dios que fue entonces. Así que sean valientes. Tengan fe. No olviden cómo es y qué ha hecho". Habacuc, el profeta que se enoja contra Dos por su aparente inactividad y lo acusa de ser sordo y ciego, encuentra esperanza al recordar, y ora: Señor, he sabido de tu fama; tus obras, Señor, me dejan pasmado. Realízalas de nuevo en nuestros días, dalas a conocer en nuestro tiempo; en tu ira, ten presente tu misericordia (Habacuc 3:2). Habacuc estaba recordando la historia revelada de Dios. Una vez, cuando los filisteos se acercaban a Israel para pelear, el profeta Samuel ofreció un sacrificio. El Señor tronó y aterrorizó al enemigo, permitiendo q u e Israel los derrotara fácilmente. Samuel tomó luego una piedra y le puso por nombre

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Eben-ezer, que significa "Hasta aquí nos ayudó Jehová". Desde ese día en adelante, cada vez que la gente pasaba por esa piedra recordaba la fidelidad de Dios. Fuimos creados para recordar las palabras y las obras de Dios. Los hombres son llamados a recordar a Dios al contarles fielmente a otros quién es Él y qué ha hecho. Pero, ¿por qué? ¿Cuál es el propósito de recordar? U N A R A Z Ó N PARA RECORDAR ¡Pero tengan cuidado! Presten atención y no olviden las cosas que han visto sus ojos, ni las aparten de su corazón mientras vivan. Cuéntenselas a sus hijos y a sus nietos. El día que ustedes estuvieron ante el Señor su Dios en Horeb, él me dijo: "Convoca al pueblo para que se presente ante mí y oiga mis palabras, para que aprenda a temerme todo el tiempo que viva en la tierra, y para que enseñe esto mismo a sus hijos (Deuteronomio 4:9-10). Hace varios años pasé por un tiempo particularmente difícil. Durante meses sentí como que todo en mi vida era una batalla. Los pacientes de mi ministerio de consejería presentaban problemas excepcionalmente graves y al parecer insuperables. Mis amigos estaban pasando por momentos muy difíciles. Los horrores de vivir en este mundo caído parecían estar muy cerca. Comencé a sentirme un poco loco. En cualquier momento, sentía el impulso abrumador de gritar o pelear. Cuando pasaban una canción inofensiva en la radio, comenzaba a llorar. Si un conductor me adelantaba tenía que resistir el impulso de sacarlo de la vía. Si en el supermercado un niño sentado en su carrito me sonreía, los ojos se me llenaban de lágrimas. Pero si la fila para pagar no se movía rápido, buscaba enojado a un gerente para que corrigiera en seguida el problema. Tristeza y furia. Vivía de acá para allá. Finalmente, fui a ver a un buen amigo y colega para contarle lo que me pasaba. Después de escucharme con atención me dio la siguiente respuesta solemne: "Es difícil entrar en la batalla y darse cuenta de que no hay forma de salir". Su respuesta m e dejó atónito — n o obstante, sabía que era

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correcta. Durante el transcurso de varios años, había comenzado a tomar ciertas decisiones para librar una batalla mayor. Había decidido abrir mis ojos más y más a las terribles realidades de un mundo caído. Cuando tenía un poco más de veinte años había vivido como un hombre que se contentaba dejando que otros libraran las grandes batallas, mientras me quedaba en la banca y ofrecía comida y agua. Pero esa posición estaba cambiando, y lo sabía. Ahora sentía terror de enfrentar el futuro. Esta realidad me causaba lágrimas y enojo. Lágrimas porque quería ir a casa (dondequiera que estuviera el hogar); y enojo por temor a lo que estaba por delante, y a lo que podría ser requerido de mí. Después de hablar con mi amigo, recordé unas cuantas de las historias que mi padre me había contado acerca de la Segunda Guerra Mundial, en la que él había peleado cuando joven. Lo llamé una noche para preguntarle si podría escribirme algunas de sus reflexiones acerca de su experiencia e n la guerra. La carta de mi padre llegó la siguiente semana. Con elocuencia, él describía los días preparatorios de la invasión de Omaha Beach, los sentimientos de los hombres, las palabras de sus comandantes, el desembarco en las playas, cómo se arrastraban sobre los cuerpos de los compañeros caídos. Fatiga, penurias. La causa que le daba valor, y el temor que lo impulsaba a retroceder. Entremezcladas en la descripción de la batalla que hada mi padre, había palabras que hablaban de oradón, de temor, de conocer a Dios en medio de los tiempos terribles y difíciles. Devoré su carta. Ella me permitió conocer un lado de mi padre que antes no había conoddo. Pero lo más importante es que me dio esperanza. Algo de él, algo de lo que recordaba, me había sido traspasado. Ahora conozco en una forma más profunda algo sobre los caminos de Dios. Las palabras de mi amigo y la carta de mi padre sugieren la razón por la que tenemos que recordar. Los hombres son llamados a pasar algo importante a las generadones futuras; no sólo la historia, sino también los recuerdos de Dios en nuestras vidas. Es el acto de poner nuestras vidas presentes en una perspectiva más amplia. De hecho, el salmista testifica de la esperanza y valor que las historias de Israel le dieron:

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Oh Dios, nuestros oídos han oído y nuestros padres nos han contado las proezas que realizaste en sus días, en aquellos tiempos pasados: Con tu mano echaste fuera a las naciones y en su lugar estableciste a nuestros padres; aplastaste a aquellos pueblos, y a nuestros padres los hiciste prosperar. Porque no fue su espada la que conquistó la tierra, ni fue su brazo el que les dio la victoria: fue tu brazo, tu mano derecha; fue la luz de tu rostro, porque tú los amabas (Salmo 44:1-3). Mi padre n o me dio las respuestas para mi lucha, pero lo que él recordó me brindó el valor para continuar en medio de la misma. Sus historias me dieron esperanza. LA NEGATIVA A RECORDAR La mayoría de los hombres se conoce por su silencio. Los hijos rara vez conocen sobre el pasado de su padre —sus experiencias, sus fracasos, sus batallas con la fe. El padre, en vez de pasarle algo a sus hijos, se queda callado, como si no tuviera memoria. ¿Por qué? Piense de nuevo en los dos hombres descritos al inicio de este capítulo. ¿Cómo la idea de un hombre "que recuerda" se relaciona con su lucha contra un pecado sexual — o contra cualquier otro pecado? Medite en esto. El hombre que entró en la librería para adultos tuvo que sacar de su mente todo lo que estimaba. No podía "disfrutar" de esos placeres pecaminosos mientras su mente abrigara todavía pensamientos sobre su esposa, sus hijos o su ministerio. Durante esos momentos, aunque fueran breves, él tuvo que sacar de su mente también a Dios, para honrar sus elecciones pecaminosas. Piense en alguna ocasión en que usted se movió por su voluntad —física o mentalmente— hacia algo que sabía que era malo. En ese momento, ¿cómo estaba su relación con Dios? ¿Era estrecha? ¿Estaba gozando de intimidad con Él? Por supuesto que no. Si Él hubiera estado en el cuadro, usted no podría haber seguido en una dirección pecaminosa. Tal es la naturaleza de la idolatría —la búsqueda de algo que no es Dios para satisfacer los propios deseos. Las elecciones pecaminosas requieren el olvido de Dios. En este sentido, olvidar es más que simplemente perder las llaves del carro. Es una elecdón activa y voluntaria —una negativa a recordar.

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El apóstol Pablo pinta un vivido cuadro de lo que sucedió cuando los hombres cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes [ídolos] que eran réplicas del hombre mortal... (Romanos 1:23). Dios los entregó a los malos deseos de sus corazones, que conducen a la impureza sexual (Romanos 1:24). El versículo 28 merece nuestra atención especial: Además, como estimaron que no valía la pena tomar en cuenta el conocimiento de Dios, él a su vez los entregó a la depravación mental, para que hicieran lo que no debían hacer. Esas personas olvidaron a Dios, y lo cual resultó en un pecado grave. Aunque los hombres conocían la verdad acerca de Dios, llegaron a un punto en el que no veían que valiera la pena guardar la verdad como prioridad en sus mentes. Ellos moldearon dioses predecibles, dioses que no interferirían con sus elecciones pecaminosas. ¿Qué hace un hombre al entrar en una librería de pornografía o cuando fantasea? ¿Qué sucede cuando ese hombre debe estar en control, y requiere que otros se unan a su forma de pensar? ¿Cuál es el motivo del hombre cuando su mayor pasión es caerle bien a los demás? En cada una de estas situaciones, el problema fundamental es no creer que Dios es suficiente. "La vida que estoy viviendo no está funcionando. Dios no me está tratando de la forma que merezco. Sencillamente la vida no me agrada. Quiero algo o a alguien que me haga sentir bien o que m e ponga en control. Confiar en Dios no está dando los resultados que quiero. Por lo tanto, debo ponerlo a un lado. Debo escoger olvidarlo por un tiempo y sustituirlo por algo más placentero". Los hombres logramos esto en una forma muy natural. Antes de la caída, Adán tenía algo que recordar. Ya sabía mucho acerca del carácter de Dios, por haber sido testigo de su obra creadora y por sus conversaciones con Él. Adán sabía qué le había puesto a hacer Dios, qué había provisto para él, y cuáles eran sus propios Emites. No obstante, ya hemos visto que no actuó basándose en lo que conocía como verdad. Cuando la serpiente tentó a Eva, Adán no habló. La memoria le falló. Para ser más precisos, se negó a recordar. ¿Estoy sugiriendo que los hombres deberían establecer cada noche una "hora de contar historias" a su familia? ¿Que cada vez que sean tentados, deberían recitar pasajes bíbEcos que cuenten las obras de Dios? ¿Ayudarían realmente estas cosas?

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Tal vez, aunque sólo podrían presionarlos más para que hagan las cosas de manera correcta. El llamado es más profundo: un cambio de corazón. A menos que los hombres enfrenten con honestidad su deleite tenaz en olvidar y su compromiso con esas pasiones que son más fuertes que su deseo de Dios, nunca ocurrirá el cambio duradero. EL L L A M A D O A R E C O R D A R Cuando era un cristiano joven me parecía increíble que ese grupo de personas que presenció la partición del mar Rojo olvidara lo que Dios había hecho y se volviera a la adoración de dioses falsos. Después de su liberación milagrosa de manos de los egipcios, los israelitas estaban pecando nuevamente. La Biblia informa sobre muchos incidentes a lo largo de su historia, de cuando la gente, pese a conocer la bondad de Dios, seguía otros caminos. Estas historias soban sorprenderme. Pero hoy, al enfrentar las realidades de mi propia vida, ya no me sorprendo en absoluto. Soy u n creyente, un hombre que ha visto la mano de Dios obrar obviamente en mi vida. Pero aún así, a veces busco algo que no es Dios para encontrar satisfacción y realización. Al hacerlo, fallo en recordar lo que es verdad. Después de tres años, el tiempo de Jesús con sus discípulos estaba llegando a su fin. U n a noche, los llamó a reunirse para la cena de Pascua. Este grupo de hombres había estado con El, había presenciado sus milagros con sus propios ojos, y pronto sería testigo de su muerte y resurrección. Jesús les dijo: Haced, esto en memoria de mí. Sin duda, de entre toda la gente, ellos no necesitarían de un símbolo q u e los ayudara a recordar a Cristo. ¿Cómo podrían olvidar, después de todo lo que habían visto y oído? Sin embargo, J e s ú s los conocía, así c o m o nos conoce a nosotros. Y sabía d e su tendencia a olvidar. Considere su discusión trivial, r e g i s t r a d a e n Lucas 22:24, q u e ocurrió sólo momentos después d e que J e s ú s les anunciara su muerte: Tuvieron además un altercado sobre cuál de ellos sería el más importante. Aun antes de q u e Jesús s e fuera de su presencia, ellos ya habían olvidado s u s palabras. Ya se estaban apartando de la vida a la q u e Él los había llamado.

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Los dos hombres descritos al inicio de este capítulo enfrentaron la elección d e recordar. Ambos lucharon, y ambos adorar o n . El primero se negó a recordar, y al final adoró en el altar de u n dios falso. El segundo, al escuchar el llamado de Cristo a q u e lo recordara, adoró al Dios verdadero.

Capítulo

7

Adán Estaba Ahí, y Calló... "Creo en Dios aun cuando está callado". ue el día más largo de la semana. Era catedrático de una ^ ^ pequeña universidad y tenía dos empleos para poder subsistir. Ese miércoles por la mañana se despertó temprano para dar consejería por teléfono a una persona que vivía fuera del pueblo. Después, se apresuró para ir a desayunar con un alumno, y luego corrió a la oficina para asistir a la reunión semanal del cuerpo docente. Apenas terminó esa reunión, dio una clase de tres horas. Luego almorzó con otro alumno, y siguió con cuatro horas continuas de consejería. Para concluir el día, pasó una hora con un colega discutiendo los planes de un seminario que se avecinaba. Al conducir a casa esa noche, estaba agotado. Había hablado con amigos, alumnos, exalumnos, colegas y pacientes de las 5:30 de la mañana hasta las 6:30 de la noche. Una vez más, había dado de sí hasta llegar al punto del agotamiento. Todavía de camino a casa, decidió que ya no le quedaba nada más que dar. Por encima de cualquier otra cosa, quería estar

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solo. Pensó brevemente en cómo podría escaparse por unos cuantos días. Mientras escuchaba la radio, soñaba con su cabana imaginaria escondida en las montañas de Montana. Sin pleitos, sin peticiones ni críticas. Pero lo atormentaba otro pensamiento que aunque lo fastidiaba, era agradable. A pesar de su cansancio, no podía esperar para estar con la gente que más amaba: su esposa e hijo. Al llegara a la calzada de su casa, sintió cómo la ira surgía dentro de él. Se le tensó el cuerpo y un muro que le era familiar creció en su interior. Sabía con exactitud qué sucedería al entrar en su casa, y lo repasó mentalmente al meterse en el garaje: su hijo querría jugar, y su esposa saber todo lo que le había pasado durante ese día. Ella, a su vez, querría contarle sobre lo que le había sucedido, detallándole todo lo que había enfrentado desde su salida esa mañana. Le pediría que viera la secadora, que arreglara el sanitario o desatascara el colector de basura. Sentado en el carro, sentía el peso de lo que su familia le pediría, y comenzó a culpar a su esposa por su enojo y frustración. "Pregunta mucho. No entiende las frustraciones de mi trabajo. No aprecia los sacrificios que hago por ella. Nunca me da un descanso". Al entrar en el estudio, ella lo saludó con una pregunta que millones de esposas hacen a sus esposos todos los días. Era una pregunta sencilla, que sólo requería de una respuesta del mismo tipo. ¿Por qué le enfadó? Ella no pedía algo que él no pudiera dar, como la respuesta a un complejo problema de matemáticas. Sólo pedía algo que él podía dar —pero se lo guardó, tal como un pirata de ojo fiero protege su tesoro más secreto. "¿Cómo te fue?" Él había pasado su largo día hablando —aconsejando, conversando, enseñando, y discutiendo planes futuros. Ahora, después de hablar durante trece horas, contestó lo mismo de siempre, mirándola directamente a los ojos: "Bien". Como esperaba que con eso ella diera por terminada la conversación, de inmediato recogió el correo fingiendo que éste era más apremiante que su pregunta. Sin embargo, estaba muy consciente de que ella deseaba saber más que únicamente cómo

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le había ido ese día. Quería que compartiera su vida con ella, que entablaran una conversación, que aplacara su soledad con sus palabras y presencia. Pero... él se negó a dar. Al igual que tantas otras noches, se quedó callado c o n la mujer a quien amaba. Podía hablar con sus alumnos y pacientes, pero se escondía de su esposa. Más tarde esa noche, en la privacidad de su mente, agonizaba por su terca y silenciosa retirada. Se preguntó, como de costumbre: "¿Por qué despredo sus preguntas? La amo, pero uso mi agotamiento c o m o excusa para alejarla. ¿Por qué callé? Este día fue particularmente largo. Pero aun cuando los días son más fáciles, huyo de aquellos a los que amo. ¿Por qué?" ¿QUÉ LES PASA A LOS H O M B R E S ? Entiendo a este hombre. Lo entiendo porque casi a diario paso por esa misma rutina y me hago las mismas preguntas. Sin embargo, tanto mi trabajo con las Escrituras como en la ofidna de consejería me ha convencido de que todo hombre lucha con un silencio profundo deddido por él mismo. La primera vez que enseñé acerca del silencio de los hombres, me rodeó una multitud de esposas que exclamaba: "¡Mi esposo también es callado! ¿Qué puedo hacer para que hable conmigo?" Y unos cuantos hombres que se me acercaron como a escondidas, me susurraron: "Creía que era el único. ¿Usted también lucha con eso?" Todo hombre lucha contra la tensión que existe entre el diseño, del que no puede escapar, y su violadón diaria del mismo. Todo hombre ha sido diseñado para hablar, y para que le hablen. Los hombres quieren amar y ser amados, pero sienten un bloqueo interno. Algo que no permite que sus emociones y sentimientos salgan. ¿Se nos p u e d e ayudar? ¿Podremos cambiar? Por supuesto, que sí, pero el viaje de un hombre piadoso comienza de una extraña manera, al enfrentar el fracaso, no al alcanzar el éxito. Comienza con u n a evaluación honesta sobre lo que anda mal. La solución a un problema siempre empieza por la valoración correcta del mismo. Necesitamos entender claramente qué anda mal en nosotros, antes de que podamos cambiar y vivir de acuerdo con nuestro diseño. Las Éscrituras nos ofrecen ese

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conocimiento, pues hablan de u n hombre —el primero— que tenía el problema del silencio. Démosle una cuidadosa mirada a esa conocida historia, para ver cuál es el problema y dónde comenzó. A D Á N E S T A B A AHÍ... La serpiente era más astuta que todos los animales del campo que Dios el Señor había hecho. Y ¡a serpiente dijo a la mujer: "¿Es verdad que Dios les dijo: 'No deben comer de ningún árbol del jardín'?" "Podemos comer del fruto de todos los árboles. Pero en cuanto al fruto del árbol que está en medio del jardín, Dios dijo que no podíamos comer, ni tocarlo; de lo contrario, moriríamos". Pero la serpiente contestó a la mujer: "Ciertamente no morirán. Porque Dios sabe que el día que coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal". La mujer vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. Y le dio también a su esposo, quien estaba con ella, y él comió. Y los ojos de ambos fueron abiertos y tomaron conciencia de su desnudez, y cosieron hojas de higuera para cubrirse (Génesis 3:1-7, traducción del autor). A lo largo de su historia, la Iglesia comúnmente ha culpado a Eva por la caída de la raza humana. La mayoría de la gente supone que mientras la serpiente y Eva conversaban, Adán estaba en otro lado. Supone que después de pecar, Eva encontró a Adán y lo tentó para que comiera del fruto prohibido. Y a menudo, es denunciada porque intentó rivalizar con el ingenio de la serpiente, pero en su debilidad, sucumbió ante su astucia. Se ha enseñado que Eva dio el primer paso para pecar contra Dios y que Adán simplemente siguió su ejemplo. Algunos intérpretes incluso han sugerido que Adán comió del fruto para que Eva no viviera sola en su pecado. En efecto, se hace que Adán parezca noble a la luz de la petulancia de su "vaso más frágil". ¿Pero qué si estaba ahí, con ella durante toda la conversación? ¿Qué, si estaba parado a su lado y escuchó la tergiversación de la verdad por parte de la serpiente? ¿Qué, si su desobediencia no comenzó al comer el fruto sino al rehusarse a hablar con la serpiente o con su esposa? Si Adán estaba ahí, pero callado, eso arroja una nueva luz

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sobre el problema con los hombres. La interpretación que la Iglesia hace de Génesis quizá les haya permitido a los hombres culpar a las mujeres por sus problemas —así como Adán culpó a E v a — y no enfrentar sus fracasos. Pero si Adán estaba parado al lado de ella, mientras la serpiente la tentaba, esto se torna en una situación totalmente diferente. Entonces su silencio se convierte en pecado, con implicaciones mayores. H a y cuatro razones por las que creo que Adán estaba presente en la tentación: (1) su silencio encaja con el contexto inmediato de Génesis 1-3; (2) Génesis 3:6 dice que él estaba ahí; (3) el estilo del relato entero registrado en Génesis 3:1-7 sugiere que Eva se volvió inmediatamente hacia él y le dio a comer del fruto; y (4) otros hombres de Génesis siguieron el modelo de este antiguo problema del silencio de Adán, lo que sugiere que éste se convirtió en un patrón para sus descendientes masculinos. A D Á N , EL P O R T A D O R D E LA I M A G E N , SE R E S I S T E A R E F L E J A R L A Primero, veamos el contexto inmediato de este pasaje. Lo haremos comparando Génesis 3 con Génesis 1. En Génesis 1, Dios confronta la oscuridad y el caos: La tierra estaba desordenada y vacía. Ya hemos visto que Dios creó al mundo de una forma singular. Le habló a la oscuridad e hizo que surgiera orden, belleza y relación. La comunidad judía tiene una expresión única para describir a este Creador: "Aquel que habló y el mundo existió". Él es un Dios que usa el lenguaje para establecer una relación sin retirarse de la oscuridad y el caos. Por el contrario, le habla. Después de su actividad creadora, guarda el sábado. En Génesis 3, Adán —el hombre que representaría a su Dios—- actúa de una forma muy distinta a Él. Al igual que en Génesis 1, la historia del Capítulo 3 comienza con caos. La serpiente era más astuta que todos los animales del campo que Dios el Señor había hecho. Él le habló a la mujer, ¿Es verdad que Dios les dijo...? En el Capítulo 5 observamos que la serpiente representaba el caos. La gente del antiguo Cercano Oriente creía que la serpiente simbolizaba el engaño y la confusión. En Génesis 3:1, vuelve a aparecer el caos en la forma de una serpiente que usa el engaño para confundir a Adán y Eva.

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Pero, ¿qué sucede frente al caos? Irónicamente, es Eva quien refleja con más claridad que Adán, la imagen de Dios, porque ella habla con la serpiente. ¿Pero qué pasó con Adán? Si se encontraba ahí, no estaba hablando. El caos había entrado en su mundo perfecto, y en la confusión y la oscuridad se quedó mudo. Las Escrituras no registran instrucciones de Dios para Adán acerca de lo que debía decirle a la serpiente. Así que él no dijo nada. Adán, entonces, era un hombre callado, pasivo. Al igual que muchos otros hombres de la historia, físicamente estaba ahí, pero emocionalmente no. Él aparece de manera progresiva en el trasfondo de la historia, en vez de estar de pie en el frente y centro del escenario. En contraste, Dios apareció en el frente y centro de la escena en Génesis Capítulo 1, hablando para transformar en paraíso una tierra desolada. Adán, por otro lado, desapareció. Su pecado comenzó con su silencio. Había sido diseñado para hablar, y no lo hizo. Escuchó a la serpiente, escuchó a su esposa, aceptó el fruto, y luego lo comió. Antes de comer del fruto prohibido, Adán fue pasivo en tres ocasiones. La palabra de Dios hizo que del caos surgiera la creación; el silencio de Adán hizo que el caos volviera a la creación. Dios usó el lenguaje para establecer una relación. Adán usó el silencio para destruirla. Dios descansó después de su obra creadora; Adán trabajó más duro como resultado de su silencio. Adán arruinó el paraíso al dejar de hacer algo. Adán, el portador de la imagen de Dios, no la reflejó, porque decidió permanecer ausente, callado, y olvidadizo de su mandato. A D Á N , QUIEN

ESTABA

CON

ELLA...

Hay una segunda base para creer que Adán estaba presente durante la tentación. El texto dice, en forma explícita, que Adán estaba ahí. La mujer vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. También le dio a su esposo, quien estaba con ella, y él comió (Génesis 3:6, traducción y énfasis del autor). Esta frase, simple, y a la vez acusadora, ha sido ignorada en gran parte, pero n o debería ser así, ya que es importante. El hebreo es aún m á s directo. 'Imha está compuesta por dos

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palabras que se traducen " c o n ella". La c o n s t r u c c i ó n hebrea es una combinación de la preposición 'im, q u e significa "con", y el pronombre femenino de la tercera p e r s o n a , ha, que significa ella. Cuando se usa la preposición 'im en la Biblia hebrea, denota una gran proximidad, hasta el punto de contacto sexual. Se podrían haber escogido otras preposiciones para mostrar asociación en este versículo, pero el uso de 'im indica n o sólo una asociación estrecha, sino también proximidad física. Una correcta traducción de esta frase sería "exactamente ahí con ella". Muchos versículos confirman esta interpretación de la frase "quien estaba con ella". Consideremos sólo uno, Jueces 13:9, versículo que aparece en la historia de Sansón relatada en Jueces 13-16. Antes de que Sansón naciera, el ángel del Señor se le apareció a su madre. Entonces, el ángel del Señor se les aparecía exclusivamente a los hombres. ¿Por qué, se le apareció a la madre de Sansón y no a su padre, Manoa? La madre de Sansón era estéril, y el ángel del Señor se le apareció para prometerle un hijo, el cual debía consagrar como nazareo, un hombre que nunca se debía cortar el cabello. La mujer se apresuró a contarle a su esposo sobre la aparición y anuncio del ángel, pero como éste se mostró escéptico, le pidió al Señor que volviera a aparecer y le dijera a él lo que debían hacer con el niño. Quizá no confió en las palabras de su esposa o era lento para captar lo que Dios ya había dicho. En todo caso, el Señor contestó la oración de Manoa, pero no exactamente de la forma en que había pedido. Veamos: Dios escuchó a Manoa, y el ángel de Dios volvió a aparecerse a la mujer mientras ésta se hallaba sentada en el campo; pero su esposo Manoa no estaba con ella (Jueces 13:9, traducción y énfasis del autor). Aquí tenemos de nuevo la misma frase 'imha—, sólo que esta vez se usa con el negativo lo. En Jueces 13, el ángel del Señor se le aparece a la mujer, pero su esposo, Manoa, está literalmente lo 'imha —no con ella. El no está ahí físicamente. En Génesis 3, la serpiente aparece y habla con Eva cuyo esposo Adán, está 'imha —exactamente ahí con ella. Así que vemos esta palabra hebrea usada en dos instancias. En ambos casos, el significado implica claramente proximidad física: Manoa no estaba ahí con su esposa, pero Adán sí lo estaba. Con estos pasajes de las Escrituras claramente enunciados,



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la carga de la prueba r e c a e sobre la interpretación tradicional para que pruebe q u e A d á n no estaba con Eva, pues el tevtn Alu indica que sí estaba.

EVA SE VOLVIÓ A SU ESPOSO... La tercera razón por la q u e creemos que Adán estaba ahí es que Genesis 3:1-7 se presenta como una unidad de tiempo na nativa. Nada del pasaje sugiere que haya habido un lapso de tiempo entre el m o m e n t o en que Eva comió del fruto v e! momento en que se lo ofreció a Adán. Y no hay nada en e versículo 6 que sugiera q u e Adán se encontraba lejos durante la tentación. Tampoco hay evidencia de que Eva comió sola de! fruto, y despues fue a buscar a Adán. Si leemos la narración según se presenta, no encontramos ninguna interrupción de hempo en el versículo 6. En vez de eso, vemos a Eva tomar e ! fruto, comer de el, y luego dárselo de inmediato a su esnn,n quien estaba con ella pasivo y callado. P De nuevo la carga de la prueba recae en la interpretación tradicional, para que pruebe que hubo una interrupción X tiempo entre el momento en que Eva comió del fruto v su L l i da de la escena para buscar a Adán. ADÁN, UNA Y OTRA VEZ... El autor de Génesis es un narrador de historias que ha revelado la trama y el problema en los tres primeros ¿apítu los. Los siguientes 47 capítulos representan, hasta el f i n a l el mismo tema en innumerables y fascinantes historias Al igual que con toda buena historia, Génesis repite los mis mos temas y eventos. El tema del silencio masculino apare" ce reiteradamente. P Varios de los hombres descritos en Génesis deciden ser ra liados e insensibles, ausentes y olvidadizos Ellos de m consistente se meten en problemas siempre que o p t a n " ™ ! silenciarse en vez de participar, o por olvidar en vez de remr dar. Por ejemplo, Abram (quien más tarde se Uamó Abrahamt en lugar de confiar en el cronograma de Dios prestó atención a la sugerencia de Sarai y durmió con su esclava Aear. Y San,i I dijo a Abram: 'Escucha, el Señor me ha hecho estéril Por faacuéstate con mi esclava Agarpara que pueda tener hijos por medio de

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ella'. Y Abram escuchó la voz de Sarai. Y Sarai la esposa de Abram tomó a Agar, su esclava egipcia, y se la entregó a su esposo Abram para que fuera su mujer (Génesis 16:2-3 traducción y énfasis del autor). Note las similitudes entre Adán y Abraham. Al igual que Adán, Abraham era pasivo para interactuar con su esposa. Aunque Sara estaba equivocada, Abraham la escuchó. Recuerde que Dios castigó a Adán por escuchar a su esposa. De la misma manera que Eva le dio del fruto p r o h i b i d o a su esposo, Sara le dio su esclava a Abraham —¡y él la tomó! Abraham era callado y pasivo, pero cuatro mil años más tarde su silencio sigue hablando. Ismael, el hijo de Agar —cuyos descendientes comprenden las naciones árabes— desprecia a Israel hasta el presente. Veamos otro ejemplo. Lot decidió permanecer inconsciente ante el pecado patente de Sodoma, una ciudad que encarnaba el mal. Lot, en realidad, ofreció sus hijas a un grupo de violadores pervertidos. Su acción no difiere de Abraham e Isaac, quienes pusieron en peligro a sus esposas al ofrecerlas a reyes extranjeros. Ellos nos sirven de ejemplo de lo que muchos hombres son hoy: personas débiles que por cobardía sacrifican a sus mujeres, y al igual que Adán, para protegerse las empujan hacia el caos. Ellos al igual que Noé, perjudican a sus hijos durante años —aun generaciones— con sus borracheras. En el estupor de la embriaguez, Lot no sabía que estaba teniendo relaciones sexuales con sus propias hijas. Su borrachera lo condujo al incesto, y a la gestación de hijos que más tarde guerrearon continuamente con Israel. Tal vez la historia más ilustrativa se encuentra en Génesis 38, una historia oscura y muchas veces ignorada, que merece ser vista con cuidado porque vuelve a representar, en forma poderosa, la historia del primer pecado. Judá fue a Canaán a buscar esposa, y se casó con una mujer llamada Súa, quien le dio tres hijos. "Súa concibió y dio a luz un hijo, al que llamó Er, y volvió a concebir, y dio a luz otro hijo, al que llamó Onán. Después tuvo otro hijo, al que llamó Selá" (Génesis 38:3-5, traducción del autor). Claramente, Judá n o tuvo problema para cumplir con el mandamiento divino de multiplicarse y llenar la tierra. Pero al igual que todas las otras historias de Génesis, el caos entró en

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escena. El primogénito de J u d á era malo a los ojos de Dios, y Él le quitó la vida. Al segundo hijo, Onán, se le mandó que practicara una forma de matrimonio levítico para que cuidara de Tamar, la esposa de su hermano fallecido, y perpetuara el apellido de la familia. Pero O n á n sabía que esos hijos no serían suyos, ni tampoco la herencia. Así que en vez de hacer lo que Dios pedía, derramaba el semen en la tierra. ,51 hacerlo, se negó a mantener viva la memoria de su hermano (y también la de su padre, Judá). En esencia, se rehusó a recordar. Pero, ¿cuál fue la respuesta de Dios a esta falta d e memoria? Él también tomó la vida de Onán. Ahora, póngase en el lugar de Judá. Usted, al igual que los padres que le precedieron, quieren desesperadamente un hijo para que su memoria y su apellido perduren. Entonces se da cuenta de que la promesa de Dios para Abraham está, como siempre, a sólo una generación de extinguirse. En resumen, si no hay hijos no hay promesa. (Por eso los hijos eran tan importantes para las primeras familias hebreas. Si no los tenían, entonces la promesa de Dios no se cumpliría.) Usted ha engendrado a tres hijos, pero ha perdido a su primogénito, aquel en el que había puesto su mayor esperanza. Y ahora le da un segundo hijo a la esposa de su hermano para que ella pueda concebir, y éste también muere. La pregunta es ésta: ¿Entregaría también a su tercer hijo —su última esperanza? ¿Le confiaría este caos a Dios? Judá no lo hizo. Y el autor de Génesis dice la verdad sobre él: "Entonces Judá le dijo a su nuera Tamar: 'Quédate como viuda en la casa de tu padre, hasta que mi hijo Selá crezca'—porque temía que él también muriera, lo mismo que sus hermanos" (Génesis 38:11, traducción y énfasis del autor). Judá tuvo temor. Él era el escogido, y su tercer hijo constituía su última esperanza. Si hubiera confiado en Dios, Judá hubiera dado a su tercer hijo, pero en vez de eso se paralizó frente al caos, y para quitarle el problema simplemente trató con flexibilidad a Tamar. A LOS Q U E SE QUEDAN C A L L A D O S L E S E S P E R A LA TRAGEDIA ¿Qué sucede cuando los hombres o l v i d a n a Dios y se quedan callados? ¿Cuál es el resultado c u a n d o se niegan a moverse sacrificándose en respuesta a la promesa de Dios?

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Trágicamente, ellos c o n d u c e n a otros a avanzar hacia el caos de su mundo. Para Judá, el caos e r a el futuro impredecible. ¿ Q u é le sucedería a su tercer hijo s i se lo daba a Tamar? L a incertidumbre del futuro lo paralizó. Quizá pensó que el problema desaparecería si se deshacía d e Tamar. Pero el problema volvió. Su debilidad y e n g a ñ o lo encontraron. Sigamos con e l resto de la historia. La esposa de Judá murió. Después de c u m p l i d o el tiempo del duelo, él fue a otra ciudad para esquilar s u s ovejas. Cuando Tamar se enteró de que su suegro se dirigía hacia Timnat para esquilar sus ovejas, se quitó el vestido de viuda, se cubrió con un velo para que nadie la reconociera, y se sentó a la entrada del pueblo de Enayin... Esto lo hizo porque sé dio cuenta de que Selá ya tenía edad de casarse y aún no se lo daban a ella por esposo (Génesis 38:13-14). Judá no había cumplido con su promesa de darle a su último hijo como esposo. Pero como Tamar no era la mujer pasiva que muchos valoran actualmente en la Iglesia, se dispuso a rectificar el problema. Por eso se mostró más interesada q u e Judá en continuar la línea de Abraham. Judá vio a Tamar "y la tomó por una prostituta". Otro hombre de Génesis que estaba inconsciente de la realidad que lo rodeaba. Durmió con ella sin saber quién era, y luego siguió su camino. Tres meses más tarde, Judá escuchó que Tamar estaba embarazada. Como hombre de justicia, se llenó de ira y ordenó que la quemaran por no haber permanecido fiel. Pero Tamar, a diferencia de su madre Eva, hizo algo astuto en respuesta a la debilidad de aquel hombre. Como Judá la tomó por prostituta, le pidió favores sexuales. Ella consintió, pero le pidió su anillo, cordón y bastón. Un erudito ha señalado que estas cosas eran el equivalente moderno de la licencia de conducir y tarjetas de crédito. En una movida brillante, Tamar le tendió una trampa a su suegro. La hija de Eva revirtió la desobediencia de ésta, quien no usó su astucia para derrotar a la serpiente. En cambio, Tamar usó su inteligencia para cumplir con el mandato cultural, desempeñando su papel hasta que llegó el momento perfecto. Siendo una mujer impotente, ella tenía que condenar a un hombre olvidadizo, pero poderoso. D e acuerdo con el mandato de Judá, la condenaron a la hoguera. En el camino, ella dijo a sus ejecutores: "Oh, a propósito, el dueño de este anillo, cordón y bastón es el padre de

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mi hijo". Atrapado, Judá tuvo que admitir la verdad y después de mentirle por años a Tamar, respondió honestamente: "Esta mujer es más justa que yo". ¿Cómo respondió Dios? Bendiciendo a Tamar con gemelos. El silencio, olvido y engaño de Judá la forzaron a avanzar hacia la incertidumbre del mundo de él. Al quedarse callado, Judá negó a Dios, porque no confió en El p a r a el futuro. La terca parálisis de Judá amenazó su simiente, pensando que al proteger sus intereses salvaría a su último hijo. Pero estaba equivocado. Si no hubiera sido por Tamar, la promesa de Dios habría muerto con el último hijo de Judá, y no habría habido u n David ni tampoco un Cristo. En esta historia Judá tenía una visión miope y egoísta, y fue Tamar quien lo invitó a tener una visión mayor y desinteresada. Al igual que Adán, Abraham y Lot, Judá n o comprendió las consecuencias trascendentales de sus acciones, su silencio repercutió en las generaciones futuras. El Nuevo Testamento conmemora la valentía y astucia de Tamar incluyéndola en la genealogía de Cristo narrada en Mateo: Relato de la genealogía de Jesús el Mesías, hijo de David, hijo de Abraham. Abraham fue el padre de Isaac, e Isaac el padre de Jacob, y Jacob el padre de judá y de sus hermanos, y Judá el padre de bares y de Zera, cuya madre fue Tamar (Mateo 1:1-3, traducción del autor). Adán no estaba solo en su silencio. Él no era un hombre diferente de nosotros. Cuando el caos entró en su mundo decidió olvidar. Era pasivo, escogió el silencio y estaba ausente. Su decisión de permanecer callado estableció, desde esa época, el patrón para la desobediencia de los hombres. A D Á N SE Q U E D Ó CALLADO... Adán no sólo se quedó callado ante la serpiente, sino también ante Eva, pues nunca le recordó la Palabra de Dios ni la llamó a una visión mayor. No se unió a su esposa en la batalla perspicaz contra la serpiente, sino que la escuchó pasivamente, en vez de hablar con ella con respeto mutuo. N o estoy diciendo que Adán debió hablar por Eva—o a ella, como un padre le habla a su hijo o un superior al subordinado. Muchos hombres cometen ese error. Tampoco estoy sugiriendo q u e los h o m b r e s t e n g a n que hablar y las mujeres que callar. Tanto hombres como mujeres son creados a la imagen

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de Dios, para hablar. Fue exactamente en este aspecto que pecó el primer hombre. Adán desobedeció al no hablar con la serpiente y con su esposa. Estuvo ausente y fue pasivo. Su silencio era el símbolo del rechazo a mostrar compromiso con Eva. Dios lo castigó por su silencio. Al hombre le dijo: Por cuanto le hiciste caso a tu mujer, y comiste del árbol del que te prohibí comer, ¡maldita será la tierra por tu culpa! Con penosos trabajos comerás de ella todos los días de tu vida (Génesis 3:17). Dios no sólo castigó a Adán por comer del fruto prohibido, sino también por escuchar a su esposa. Su desobediencia fue un proceso. Primero se quedó callado y luego comió del árbol. Su desobediencia no comenzó cuando comió, sino cuando se quedó callado. La desobediencia a Dios fue el resultado de haberse retirado de su esposa. Fue un hombre callado quien quebrantó el mandato claro de Dios. EL SILENCIO ES MORTAL Como todo hombre, soy callado, al igual que Adán. Algunas veces me quedo mudó al enfrentar mi confusión y otras me erizo cuando mi esposa me pide que comparta hasta la m á s mínima parte de mí mismo. Cuando llora, me puedo enojar. Sus lágrimas me atemorizan porque no sé qué hacer. Cuando me dice que he hecho algo malo, me defiendo hasta el final. Si encuentra una falta en mí, encuentro diez cosas malas en ella. Me niego a estar equivocado. Uso palabras, hablo; pero las uso para destruir relaciones —como hizo la serpiente en el jardín. Sin embargo, si mi esposa pudiera escarbar bajo la superficie de mi enojo, descubriría que estoy avergonzado de lo q u e llevo dentro. ¿Qué pasaría si le compartiera mis pensamientos, sueños y dudas más íntimos —y ella me rechazara? Recuerde mi historia. Soy un hombre que se siente como un impostor. Doy por sentado que no tengo n a d a que ofrecer. Pienso erróneamente que es mejor esconderme detrás de mi silencio. Pero el silencio no es oro — s i n o mortal. El silencio de Adán fue letal. Produjo el rompimiento d e una relación, y por último la muerte. ¿Qué le hace mi silencio a mi esposa? La señala con un d e d o y la culpa por desear demasiado. Al igual que Adán, la quiero culpar por todo el caos de mi m u n d o . [Adán] respondió: La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí

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(Génesis 3:12). Culparla me libra de responsabilidad. Mi silencio le pide que dé un paso hacia la confusión de mi vida. Requiere que ella me persiga en toda interacción. Cuántas veces, en total frustración, le he hecho esta pregunta: "¿Qué quieres que haga? ¡Si me dieras una lista exacta, entonces podría satisfacer tus necesidades para tenerte contenta!" Dame una lista, y entonces nunca fallaré. Sabré qué hacer todas las veces. Por ser un hombre que se siente inadecuado e incompetente, es importante que nunca esté equivocado, que no se me eche la culpa. Y así los hombres desaparecen en su trabajo, sus pasatiempos y sus deportes, en cosas menos importantes que sus relaciones. El silencio o la desaparición se convierten en nuestra mejor defensa contra el temor. En eso radica exactamente el problema. Mi silencio es una defensa contra el caos, y no una entrada en él. Cuando nos negamos a entrar en el caos de nuestras vidas, perdemos una grandiosa oportunidad. Dios hizo a los hombres a su imagen para crear, para hacer la diferencia, para dejar un legado. Los creó para llevar la redención a un mundo trágico. Los creó fuertes para proteger sus límites contra aquellos que los rodeaban, para que tuvieran una visión que transmitir a otra gente. Pero todo hombre ha sentido el toque de la tragedia. Ha sido dañado por su padre, madre, abuelos, esposa, hijos, superiores o socios de negocios. Todo hombre sabe demasiado bien que su mundo es peligroso, y conoce el riesgo de exponerse, ya sea en una relación o en el trabajo. Muchos están convencidos de que la confusión de las relaciones y la incertidumbre del futuro pueden destruirlos. Así que permanecen callados. No obstante, cuando callan niegan la existencia y bondad de Dios. Ese pensamiento me preocupa, porque me considero un creyente en Dios. Pero cuando me quedo callado, vivo como un ateo, dando así fe de mi creencia de que el caos es más poderoso que Dios.

Hablar es la entrada a una relación. El silencio es el portero. La Biblia hebrea nos enseña que las palabras nos sacan del silencio y nos conectan con Dios. Y al estar poderosamente

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presentes en nuestras palabras tenemos una gran oportunidad para llevar vida a esas áreas donde reina la muerte. Pero junto con esa oportunidad, llega una advertencia aterradora: nuestro silencio destruye. N o hay punto medio. El rabino Pinchas de Koritz lo resume muy bien: "El mundo es como un libro que se puede leer en cualquier dirección. Existe el poder de la creación, hacer algo de la nada. Y existe el poder de la destrucción, hacer nada de algo". En cada momento de mi vida, estoy haciendo equilibrio entre la creación y la destrucción. El silencio destruye. El hablar crea. Aunque soy un hombre callado, quiero ser un hombre que habla, que está presente, que —como su Dios— hace algo de la nada.

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Conclusión de la Parte 1 J ^ e puede entender a un hombre conociendo las preguntas que arden en su interior. Para muchos, hay una pregunta que sobresale entre las demás como la más importante: "¿Qué debo hacer?" Esa es la pregunta que hacen los h o m bres c u a n d o sienten su más profunda agonía. Cuando un hombre llega al punto d o n d e esa pregunta no se puede contestar, se mueve hacia otro punto donde pueda hacerlo. Al ver alrededor y darse cuenta de que se ha desviado hacia una situación confusa en la que se requiere de valor y creatividad, encuentra una forma de regresar a la esfera de lo manejable, a alguna actividad o responsabilidad donde su destreza y conocimiento técnico sean útiles, donde su inadecuación y temor no sean expuestos, ni se requiera del valor para vivir en un mundo impredecible. En resumen, se retira adonde pueda encontrar una respuesta a la pregunta que le quema. Cuando un hombre huye del terror del misterio hacia la comodidad de lo manejable, se pone en peligro a sí mismo. Si está regido por la exigencia de saber siempre lo que debe hacer, no podrá experimentar los placeres profundos de la hombría, porque ha violado su llamado y traicionado su naturaleza. Dios llama al hombre a hablarle a la oscuridad, a recordar quién es Él y qué ha revelado acerca de la vida, y con ese recuerdo en un lugar predominante de su mente, a moverse

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hacia sus relaciones y responsabilidades con la fortaleza imaginativa de Cristo. Dios está contando una historia llena de vida, amor y gracia, una historia de odiar lo malo y honrar lo bueno, rica en drama, poesía y pasión. Al ver su historia relatada a través de nuestro existir, encontramos el valor para manejar la confusión inevitable de la vida, la fortaleza para seguir adelante, para correr riesgos y relacionarnos profundamente, porque somos captados en la más grande historia de Dios. Dios nos llama a romper el silencio de Adán. Tenemos que rendirnos a Él con absoluta confianza en su bondad; y con la libertad que crea tal confianza, debemos avanzar hacia las profundidades de la incertidumbre peligrosa con una palabra dadora de vida. Esa clase de movimiento podría ser algo tan simple como estimular a un hijo brindándole atención extra, o algo tan aterrador como dar su corazón donde podría no ser deseado. Pero la dificultad de romper el silencio de Adán radica en que experimentamos temor. El compromiso con el movimiento masculino crea un temor saludable. Nos damos cuenta de que no hay ningún código que seguir en las esferas que escogimos para entrar. Pero también crea un sentido de anticipación. Al decidirnos a hablar en la oscuridad, Dios da el valor, n o del tipo que aquieta las piernas temblorosas, sino del que n o s ayuda a movernos hacia adelante con esas mismas piernas. Es una progresión interesante. Cuando los hombres se mueven hacia adelante en fe, toman una conciencia más profunda de su necesidad de Dios, y por lo tanto, lo buscan más sinceramente, y es entonces cuando lo encuentran. Esa es la promesa. Los hombres que pasan su vida buscando a Dios son transformados silenciosamente, de simples hombres en ancianos: hombres piadosos que saben lo que significa confiar en una persona cuando n o hay un plan a seguir; padres espirituales que entran en cuevas oscuras de las cuales huyen sus hijos; consejeros como Cristo que le hablan a la oscuridad con fortaleza, sin controlar, con suavidad en lugar de fuerza destructiva, y con una sabiduría capaz de atravesar la confusión y lograr la belleza del más allá.

Conclusión de ¡a Parte /

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Se entra en el camino de la auténtica hombría a través de la puerta estrecha de una pasión determinada por rendirse completamente a Dios. El camino, más allá de la puerta, es la libertad que tenemos para hablarle a la oscuridad, mientras oímos el eco de la voz de un Dios muy recordado.

PARTE 2

Algo Vital Hace Falta Los Problemas de la Comunidad Masculina

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Si un hombre es honesto consigo mismo, admitirá que justo en el momento en que se sienta más amenazado se aterra y duda de sí mismo. En ese punto, en Vez de rendirse a Cristo en bumitdad y fe, y clejar las explicaciones y garantías, Jo más probable es que baga preguntas engreídas para las cuales soto hay una respuesta desalentadora: "¿Tengo lo que se necesita para manejar aquello que para míes una amenaza?" Por lo tanto, ViVe con temor, desesperadamente decidido a evitar que su insuficiencia sea puesta al descubierto, prestándote poca consideración a lo que significaría dar de sí como hombre. Generalmente los hombres viven sin una clara visión del rol que la comunidad masculina debe desempeñar en la vida —especialmente en ¡as relaciones. Ellos ban perdido et gozo de soñar. Cuando usted pierde contacto con Cristo, le es imposible tener sueños nobles.

Capítulo

8

Hombres Que Luchan Contra la Oscuridad graciable! Eso era él. Amable, considerado, respetuoso, interesado en honrar a Dios en todos sus caminos, especialmente en su trato con las mujeres. En dos meses cumpliría cuarenta años. Todavía estaba soltero, y no veía nada malo en eso. El apóstol Pablo lo consideraba un llamado más alto. No era que no quisiera casarse o que tuviera problema con el sexo opuesto, y con seguridad, no tenía inclinaciones homosexuales. Sencillamente, no había aparecido la chica adecuada. El sabía que tenía estándares altos. ¿Era eso tan malo? Si algunos de sus amigos hubieran tenido estándares más altos, hoy no estarían atravesando por tantos problemas matrimoniales. Quizá sería en este grupo de solteros donde Dios proveería. Tenía que admitir que en los otros tres grupos también había muchas mujeres buenas —pero tal vez todas estaban comprometidas con las iglesias equivocadas. Para él la doctrina era

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importante. Ahora que era mayor, podía ver con más claridad. Las tres iglesias desde sus tiempos de universidad —eso hacía más d e quince años— estaban equivocadas en algo importante. La primera era demasiado carismática, a u n q u e eso lo había atraído cuando era más joven. La segunda, demasiado legalista y la tercera, bueno, bastante "elevada" —mucha liturgia. Ahora que estaba en la iglesia correcta, quizá Dios le proporcionaría la compañera adecuada. Debía esperar, ver —y por supuesto, orar. La última mujer —una gran dama, atractiva, piadosa, y muy disponible— pero por la razón equivocada, ya había estado casada. Él no estaba seguro de si era pecado casarse con una divorciada, pero realmente quería mantener sus altos estándares. Rompió justo antes de debilitarse lo suficiente como para proponerle matrimonio. Se libró por un pelito. Le agradeció a Dios por la fortaleza para retroceder, con esta y otras dos mujeres anteriores a ella. Sólo salió con tres mujeres en forma regular para cumplir con unas cuantas citas arregladas por otros, pero sin posibilidades reales. Le agradaba una con la que realmente parecían gustarse. De repente, ella perdió el interés. Dijo algo así como que sentía que "él no daba en el blanco", y simplemente dejaron de conectarse. Le dijo que era agradable, como un amigo casual, pero que ella quería algo más. Probablemente era inmadura. Una chica que buscaba diversión y emoción. Quería que el Príncipe Azul llegara en su caballo blanco, la levantara y se la llevara. Bueno, él quería que su esposa tuviera los pies sobre la tierra, que viviera para servar a Cristo aun cuando la emoción se hubiera acabado. Luego, la anterior a ésta, su primer amor verdadero, o al menos eso era lo que pensaba en ese entonces. Pero ahora, al mirar atrás, sabía que había sido un amor juvenil. Después de salir durante ocho años, ella se cansó de esperar. Él quería estar seguro de que era la voluntad de Dios, pues nada peor que adelantársele a EL Era demasiado impulsiva. Hora de irse a la reunión de solteros. Era mejor orar primero, pidiendo la bendición de Dios —nuevos amigos, aliento, tal vez la chica adecuada. ¿Por qué ahora, después de cinco

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meses, aparecía en su mente el comentario de aquel anciano? Justo cuando estaba orando. ¿Cómo se llamaba? Stevens. Sr. Stevens. Jubilado. Le dijo que quería que se reunieran para tomar un café. Hizo tantas preguntas, nunca de una forma molesta, pero con un intenso propósito. Y luego, aquella frase. Bueno, un par de frases. ¿Cómo fue que lo planteó? "Espero que me disculpes si soy duro, pero quiero decirte algo. No creo que la forma en que abordas a las mujeres sea muy varonil. Creo que quieres que ellas te persigan, como si fueras un chico de bachillerato que espera a que una chica bonita lo saque a bailar". No podía sacar de la mente esa imagen —de él parado a un lado, esperando que una chica lo persiguiera... Cuando el Sr. Stevens se lo dijo por primera vez, le dolió. Ahora simplemente esto se había quedado ahí como una vieja lesión. Bueno, sólo tenía que esperar a que Dios le mostrara qué debía hacer.

Los hombres que preguntan "¿Qué debo hacer?", a menudo están haciendo otra pregunta aún más perturbadora: "¿Tengo lo que se necesita para hacer lo que Dios ha determinado que el verdadero hombre haga?" Esa pregunta, por supuesto, permanece encubierta haciéndonos sentir demasiado incómodos. Pero está ahí, y no podemos escondernos completamente de ella. Los hombres fueron diseñados para recordar a Dios y moverse con valor en regiones donde no existe código. En vista de que fuimos diseñados de esa forma, cuando no nos arriesgamos sentimos que algo no concuerda. ¡Y lo sabemos! Cada vez que retrocedemos ante cierto asunto porque nos asusta mucho tener que enfrentarlo, sentimos que algo anda mal. Pero como estamos tan asustados, no podemos averiguar qué es. Nos las arreglamos para adormecer esa sensación de malestar, y aprendemos a vivir con una conciencia levemente preocupada. Cuando cedemos al impulso de no arriesgarnos, estamos en problemas y nos debilitamos en otras áreas. Algunas veces, el ceder libera otros impulsos demasiado fuertes como para resistirlos. Una vida d e fantasía que no

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desaparece, deseos pervertidos que no podemos quitarnos de encima. Los hombres que olvidan a Dios a menudo desarrollan resentimiento hacia sus esposas porque no son vivaces, están pasadas de peso o son desagradecidas. El resentimiento puede alimentar las exigencias sexuales o apagar el interés en ellas, lo cual puede conducirnos a la pornografía a altas horas de la noche, en la habitación de un hotel, a la masturbación compulsiva o al adulterio. Nos gusta culpar de las luchas sexuales al instinto sexual excesivo, al trasfondo loco que cruzó algunos cables sexuales o a las esposas que no cooperan. Insistimos en que el problema es simplemente la desobediencia a Dios y que la solución es pasar más tiempo de rodillas, en la Palabra, y a la par, tener un mayor compromiso con la pureza sexual. Es cierto que cada uno de estos elementos puede estar implicado en la lucha de un hombre con el sexo. Ciertamente, la elección de desobedecer está presente en todo acto de pecado sexual. Pero debajo del pecado obvio puede haber pecado escondido, una falta aún más seria, pero menos notable que ver pornografía; un pecado que nos debilita y nos engaña hasta el punto en que la elección de ceder a los impulsos inmorales parece razonable, e inclusive necesaria. Al igual que un tumor no diagnosticado que causa dolores de cabeza, nuestro pecado más profundo continuará dando su fruto inmoral hasta que sea reconocido y tratado. El problema fundamental que yace bajo nuestros problemas más visibles es que no luchamos para que haya profundidad o calidad en nuestras relaciones. No somos ricamente masculinos como esposos, padres, hijos, hermanos o amigos. Evitamos aquellas áreas de nuestras relaciones que nos desconciertan por completo, porque no queremos aceptar nuestra responsabilidad de movernos sin un código. Toda situación que requiera que nos movamos con valor, nos confronta con la temida pregunta: "¿Tengo lo que se necesita para hacer lo que Dios ha determinado que haga el verdadero hombre?" La salud sexual no puede existir sin relaciones saludables, y las relaciones saludables requieren que recorramos un sendero que toma formas que no podemos predecir.

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La p r i m e r a parte de este libro examinó la energía que hay detrás d e l a pregunta: "¿Qué debo hacer?" Analizamos la demanda d e u n código, la negación a hablarle a la oscuridad, la determinación de vivir dentro de la esfera de lo manejable para no fracasar, la elecdón de olvidar a Dios, el anhelo "razonable" de lograr las cosas en la vida sin ejercitar la clase de valor más profunda, el impulso paralizador de ser como Adán, y quedarse callado cuando se debe hablar. Algo serio anda mal con los hombres, y es nuestro silencio. En l a segunda parte ("Algo Vital Hace Falta"), examinamos de cerca el temor que yace bajo la demanda de que la vida funcione c o m o debería —el temor expresado en la pregunta: "¿Tengo lo que se necesita para hacer lo que Dios ha determinado q u e el verdadero hombre haga?" Le prestamos atención especial a: — C ó m o manejamos ese temor (Capítulo 8). — D o s m a n e r a s típicas de relacionarse los hombres poco varoniles (Capítulo 9). —Hombres que exigen ayuda (Capítulo 10). —Hombres que sólo necesitan de sí mismos (Capítulo 11). Entonces, en primer lugar surge la pregunta: ¿Qué hacen los hombres cuando sienten temor al enfrentar una situación que no tienen ni idea de cómo manejar? Nadie en este mundo, puede evitar la oscuridad. Todos nos vemos atrapados en circunstancias que nos dejan perplejos, y que además, generalmente implican problemas inesperados en nuestras relaciones. Un buen amigo mío, a quien llamaré Chad, y que es un hombre cuya hombría respeto profundamente, se despertó un lunes en la mañana a causa del ruido de un portazo. Saltó de la cama y abrió las cortinas justo a tiempo para ver que su hijo adolescente se alejaba rápido de la casa, claramente acongojado. Chad miró el reloj de la mesa de noche: eran las 6:10, el sol apenas había salido. De inmediato mi amigo entró en pánico. Era obvio que algo andaba mal, pero no sabía qué. ¿Debía ponerse los pantalones y correr tras su hijo? ¿Debía caer sobre sus rodillas y orar?

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Como su esposa tenía el sueño pesado, todavía estaba dormida y no había oído el ruido. ¿Debía despertarla?, se preguntaba Chad. En los pocos segundos que necesitó para estar totalmente confundido, pudo sentir cómo le subía la ira. No era así como había planeado comenzar la nueva semana. Su enojo estaba dirigido hacia su hijo, quien había estado actuando extrañamente por más de un mes — y no quería hablar al respecto. A propósito de esto, desde pequeño el niño siempre fue una fuente de frustración, ya que siempre quebrantaba las reglas de la familia. Luego, sin advertencia, la hostilidad cambió de dirección. Chad ahora estaba enojado consigo mismo. ¿No habría pasado suficiente tiempo con su hijo mayor? Las exigencias del trabajo se habían multiplicado durante las últimas semanas. Los devocionales familiares, también las salidas como familia, eran ahora menos frecuentes. Incluso su esposa había mencionado sin quejarse cuán preocupado se veía él por su trabajo. Quizá le tenía demasiado miedo como para ser honesta. ¿Serían las cosas peores de lo que creía Chad? ¿Estaría su matrimonio en problemas? ¿El niño estaría consumiendo drogas? Últimamente parecía más irritable. Sus calificaciones habían empeorado, y pasaba más tiempo en su habitación, justamente el poco tiempo que estaba en casa. C h a d recordó el artículo que había leído la semana pasada acerca del suicidio en adolescentes. ¿Qué le pasaba a su hijo, a su familia, a él mismo? S u mente se aceleró. Sólo habían pasado cinco minutos desde que se oyó el portazo, y ya estaba teniendo una crisis nerviosa. Quería despertar a su esposa y gritarle —acerca d e algo, cualquier cosa. Quería correr tras ese chico necio para meterle en su cabeza un poco de sentido común. ¡No! Eso empeoraría las cosas. Tal vez podía Llevarlo a desayunar para propiciar una conversación real entre padre e hijo; iría a trabajar más tarde para pasar tiempo con su muchacho. Eso sonaba bien. C h a d se dijo que debía mantener la calma y controlarse. Si al fin y al cabo, toda su familia era cristiana —incluyendo a los abuelos de ambas partes. Dios haría que todo saliera bien. Necesitaba tener más fe. Podía confiar en Dios.

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Pero la hija del copastor —embarazada a los dieciséis años. ¿Estaba saliendo eso bien? Y aquella pareja misionera por la que oraron hace un año —su único hijo se había quitado la vida. ¿Será que no habían confiado en Dios? ¿Sería por eso que ocurrió? Era obvio que e n algunos hogares cristianos, mejores que el suyo, sucedían cosas malas. Y Sid, su compañero de racquetball [N. de T.: Tenis que se juega en u n lugar encerrado por cuatro paredes.] — s u hijo, de poco m á s de veinte años, había estado desaparecido por dos años. ¿Estaría muerto? ¿En drogas? ¿Demasiado lleno de odio como para llamar a sus padres? Sid no lo sabía. Dios, ¿qué has prometido? ¿De qué puedo depender? ¿Qué es predecible? ¿Qué debo hacer? Esa es la primera pregunta que se hacen los hombres. Suponga que en respuesta a esa pregunta, Chad oyera una voz firme que dijera: " S é hombre. Decide lo que mejor refleje el carácter de Dios y muévete como corresponde. Sé valiente. Sé sabio. Sé imaginativo. Amas a Dios. Amas a tu hijo. ¡Haz algo!" La mayoría de los hombres ha escuchado esa voz, algunas veces a través de un hombre mayor y más sabio. A mí m e ha ocurrido. "¿Pero qué debo hacer?", volvemos a preguntar. Tiene que haber un código. Tiene que haber un experto que sepa lo que alguien debe hacer en cada situación. No hay problema con sentirse confundido, aunque no totalmente. El crepúsculo es una cosa, pero la oscuridad de medianoche otra. Dios sabe qué debemos hacer, y seguramente nos lo dirá. Y en efecto, luego nos damos cuenta de que era su voz, diciéndonos qué debíamos hacer, aunque no con un código. Nos dice que seamos hombres, que lo amemos, y luego que hagamos lo mejor según nuestro criterio. Adán le dio nombre a todos los animales sin que Dios interviniera. El no le susurró sugerencias ("Mira, si ves que avestruz le sienta bien a aquel pájaro de cuello largo") ni lo corrigió ("¡No, no! Hipopótamo no suena bien para ese, conejo le va mucho mejor"). Cuando por fin caemos en cuenta de que Dios está esperando que nos movamos y le hablemos a la oscuridad, y de que su instrucción es que escojamos una dirección consistente con lo que sabemos de Él, entonces dejamos de hacernos la

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primera pregunta: ¿Tenemos que...? Él no nos dirá específicamente qué debemos hacer. En consecuencia, comenzamos a enfrentar la soledad de la elección y el terror de la confianza. Es aquí cuando surge, desde lo más profundo de nuestro ser, la segunda pregunta, acompañada de un nivel de temor que nos deja más solos que antes: "¿Tengo lo que se necesita para hacer lo que Dios ha llamado a hacer al hombre —al h o m b r e varonil? Si me muevo, ¿lo haré con sabiduría? ¿Tengo el valor para hacer algo con la única garantía de dejar que los propósitos fundamentales de Dios se lleven a cabo? ¿Estoy dispuesto a adentrarme en el misterio de la relación con otro ser humano, renunciando a todo esfuerzo por controlar el resultado?" Muy pocos hombres durante toda su vida tocan por lo menos a otro ser humano con una palabra que produzca una libertad que dé vida. Esto sucede porque simplemente tenemos demasiado temor a enfrentar lo que podría pasar si una esposa, un hijo o hija, o un amigo se salieran de nuestro control y dieran un paso hacia adelante en su individualidad imprevisible. Si realmente decidimos penetrar la imprevisibilidad de las relaciones, no e s t a m o s seguros de que podamos hablar una palabra de vida. Y tampoco lo estamos si queremos q u e la gente haga sus propias elecciones al relacionarse con n o s o tros. ¿Podemos manejar lo que podría suceder si nuestros allegados fueran realmente liberados? Es mejor mantener a las mujeres en su lugar, y a los hijos silenciosamente obedientes, viéndolos, pero no escuchándolos. Y también a los hombres. Las amistades se desarrollan sin mayor problema si se evitan ciertos temas. Las relaciones reales demandan demasiado de nosotros. Somos capaces de saludar con la cabeza a los conocidos. Cuando Dios lo confronte con una situación de relaciones tan confusa e importante que usted tenga que clamar, "Dios, quiero ser hombre. ¿Pero tengo lo que se necesita?", entonces regocíjese, porque está ante una puerta que se abre hacia el sendero angosto de la verdadera piedad masculina. Por una buena razón es una puerta que muy pocos logran abrir. Debido a que no hay ninguna fuerza suficiente que pueda hacerlo, nunca se le abre a un hombre que se le acerca con la

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confianza de quien está acostumbrado a hacer que las cosas sucedan. Sólo el hombre que se ha salido de la esfera de lo manejable —aquel que ha caído postrado ante el misterio, pero que ansia con desesperación entrar por ella—•, será, en su debilidad, lo suficientemente fuerte para hacerlo. Ningún hombre que lleve su propia luz a la oscuridad pondrá jamás su pie en el camino a la hombría. Escuche las palabras de Isaías: Aunque camine en la oscuridad, y sin un rayo de luz, que confíe en el nombre del Señor y dependa de su Dios. Pero ustedes que encienden fuegos y preparan antorchas encendidas, caminen a la luz de su propio fuego y de las antorchas que han encendido. Esto es lo que ustedes recibirán de mi mano: en medio de tormentos quedarán tendidos (Isaías 50:10-11). Encender sus lámparas es otra forma de describir lo que los hombres hacen cuando se encuentran en un lugar oscuro. Retroceden gateando hacia algo que puedan manejar, quizá redefiniendo la confusión en un paquete más entendible y, por lo tanto, controlable. Ellos dependen de la teología por fórmula, buscan a un experto que les provea un código que determine qué deben hacer para garantizar el resultado deseado. Se rehusan a penetrar la oscuridad sólo con la confianza de que Dios está con ellos.1 Suponga que mi amigo, el que fue despertado por el ruido del portazo, hubiera respondido a sus preocupaciones frenéticas sin humillarse. Suponga que nunca hubiera enfrentado lo que pasaba dentro de él: su enojo, su autorreproche, y el terror que invadía su corazón. Suponga que en vez de mantenerse distanciado de esos sentimientos hubiera decidido averiguar qué debía hacer, y lo hubiera hecho. Nunca habría sido quebrantado por su orgullo, ni se habría sentido perdido por su insistencia de querer saber siempre qué hacer, ni tampoco se habría arrepentido de exigir, egocéntricamente, que las cosas importantes de su vida funcionaran de acuerdo con un plan bajo su control. Si Chad nunca hubiera ahondado lo suficiente en su corazón, hasta sentirse quebrantado por su arrogancia, y humillado por su impotencia, entonces cualquier elección tomada ese

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lunes por la mañana hubiera significado encender su lámpara. Permítame ser claro: siempre q u e nuestra agenda principal sea hacer que nuestras vidas funcionen, entonces, sin importar lo que hagamos, encendemos lámparas. Pero cuando nuestra agenda principal es amar a Cristo, agradarle y representarlo bien ante otros, entonces cualquier acción nuestra implicará dependencia y confianza "en el nombre del Señor". Si realmente amamos a Cristo, entonces, por supuesto, haremos nuestras elecciones dentro de los límites claramente establecidos en las Escrituras. Podríamos despertar a nuestra esposa, pero no gritarla. Podríamos no despertarla pero más tarde, en una crisis familiar, no la regañaremos por estar dormida. Podemos elegir libremente entre despertarla o no. Sea como fuere, está claramente prohibido desquitarnos con ella por nuestras frustraciones. Y cuando un hombre piadoso hace lo que es malo, cuando se sale de la luz que Dios ha dado, debe asumir su error, aceptar toda la culpa y pedir perdón. Como Chad es un hombre piadoso, veamos qué significó para él penetrar la oscuridad sin encender su propia lámpara: Reconoció su gran impaciencia, remordimiento e irritabilidad en ese momento. Se rindió conscientemente a Dios c o m o un hombre débil, el cual no sabía qué hacer, y recordó que el propósito que había deddido para toda su vida, i n c l u y e n d o ese momento del lunes por la mañana, era amar a Cristo v honrarlo en todo lo que hiriera. A pesar de que todavía se sentía enojado y asustado, su corazón y voluntad estaban determinados tan firmemente como lo permitía su nivel de madurez. Aunque su fe era débil, pensó que ésta quizá se acercaba al tamaño de una semilla de mostaza. Meditó por un minuto y decidió no despertar a su esposa, sino vestirse rápidamente, bajar las escaleras, sentarse e n la grada del frente, y esperar a que su hijo regresara. La i m a g e n que lo guió fue la del padre del hijo pródigo, quien n o fue a buscarlo a una tierra extraña, sino que esperó ansiosamente su regreso. Tal vez ese no era el pasaje que debía aplicar. Q u i z á la parábola del Señor que va en busca de la oveja perdida d e b í a guiarlo a buscar a su hijo. No podía estar seguro. No había luz;

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sólo oscuridad. Pero él confiaba en el Señor, de la mejor forma que sabía hacerlo. Tomó una decisión aun cuando no sabía qué hacer. Se movió; se movió hacia el misterio. El punto importante de la historia no es lo que sucedió después. No importa si más tarde tuvo noticias de que su hijo se había suicidado, ni si le dio la bienvenida a casa a los pocos minutos, porque es claro que se trata de un asunto paralizante muy significativo. Pero el resultado de la historia no determina si mi amigo actuó como hombre o no. Más allá de lo que haya ocurrido después ese lunes por la mañana, requeriría de más "decisiones de confianza", hablarle más a la oscuridad, más movimiento sin un código. Si el chico se hubiera quitado la vida, habría sido necesario tomar decisiones relacionadas con el dolor indecible de Chad, quizá comenzando con la decisión de permitir que otros lo ministraran durante una larga temporada de sanidad. Si su hijo hubiera regresado a casa atacándolo al entrar, habría necesitado de un conjunto diferente de decisiones. Si hubiera regresado llorando, ansioso por derramar su corazón, aun entonces mi amigo habría tenido que tomar decisiones. ¿Si las había, qué preguntas debía hacer? ¿Debía sólo escuchar? ¿Ofrecer consejo? ¿Orar? Cuando nos convertimos en cristianos, nuestras decisiones más importantes a menudo se toman en la oscuridad, sólo con la luz de Dios. Debemos confiar en un Dios que a menudo no nos dice exactamente qué debemos hacer. Con mayor frecuencia, el Espíritu susurra aliento ("Puedes hacerlo. Estoy contigo"), en vez de instrucciones ("Ahora ve a decirle esto"). Debemos desarrollar una relación con Cristo en la que lleguemos a conocerlo lo suficiente como para comportarnos como El lo haría, sentir lo q u e El sentiría, lo que podría decir. Debemos cumplir con nuestro llamado a reflejar su hábito de moverse a través de la oscuridad hacia la belleza. Dios llama a los hombres a hablarle a la oscuridad, pese a que algunas veces sigue siendo oscura aun después de que lo hagamos. No debemos buscar una lámpara con el fin de que nos alumbre el camino. Cuando insistimos en saber qué hacer para alcanzar nuestras metas, somos encendedores de lámparas.

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Todo hombre caído tiene la tendencia natural a encender sus propias lámparas. Y esa tendencia es claramente visible, no sólo en las crisis de relaciones en la vida, sino también en nuestro estilo de relacionarnos todos los días. Los hombres qie rutinariamente encienden lámparas en vez de confiar en Dios, revelan su falta de hombría, sobre todo en su forma de atraer a otras personas, y particularmente a las mujeres. En los siguientes tres capítulos nos referiremos a estos patrones poco masculinos de relacionarnos.

1

El pasaje de Isaías, por supuesto, se aplica por completo tanto a las mujeres como a los hombres. Todo enfoque de la vida que no se centre en la confianza, eventualmente produce miseria.

Capítulo

9

Cómo se Relacionan los Hombres Poco Varoniles w^ a impresión que causaba la toma de conciencia no ele0 V gida era extraña. Él ya había enfrentado antes cosas duras acerca de sí mismo. Cuando tenía ocho años, la idea de que era pecador le quedó clara, a pesar de n o haber hecho arreglos para llegar a ese discernimiento que simplemente sucedió. De alguna manera, la elección fue mezclada allí, pero se sentía como algo que había sido más arreglado para él que por él. Quizá vivía demasiado consciente de sí mismo. Algunos creían que era introspectivo, ocasionalmente morboso, que se preocupaba demasiado por sus motivos y sentimientos. Sin embargo, otros lo alababan por eso, mencionando su apertura y vulnerabilidad. La admiración de estas personas había disminuido. Pensaba que si alguien más exaltaba lo "real" que era, se iba a enfermar. Ser real no parecía una gran virtud, que sentía más como una pequeña parte de su llamado —tan inevitable, y quizá tan necesaria como respirar.

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Este último episodio de descubrirse a sí mismo se le había acercado con sigilo. En realidad, nunca llegó a culminar como una ráfaga brillante de luz o un descenso angustioso hacia el quebrantamiento. Sólo se mantuvo llegando poco a poco, como un goteo persistente que ahora fluía como un río, abriéndose paso hacia su cerebro. ¿Era en realidad tan mezquino, tan egocéntricamente inmaduro? ¿Era verdad que intentaba atrapar la aprobación, tal como un bebé busca a tientas la leche? La evidencia estaba e n las cosas pequeñas, algunas veces en la honesta retroalimentación que le daban otros acerca del efecto que producía en ellos; a veces, como ahora, la evidencia vem'a en forma de acontecimientos rutinarios que de manera inesperada, enfocaron claramente su patrón. Fue como durante la semana anterior, cuando se había acostado temprano, agotado, quizá estaba pescando un resfrío. Después de leer por unos minutos, apagó la luz. Alrededor d e una hora después, cayó dormido. Su esposa, quien se estaba poniendo al día con unas cuantas responsabilidades en otra parte de la casa, escuchó un ruido. Sintió temor y por reflejo lo llamó. Una vez... y luego otra, parada fuera del dormitorio, hablando lo suficientemente alto como para despertarlo. Antes de que él pudiera responder, su esposa reconoció el origen del ruido. Era el viento que soplaba a través de una ventana abierta. No era causa de alarma. Ella dijo: "Todo e s t á bien". Luego se disculpó: "Siento haberte despertado". Algunos hombres habrían dicho, refunfuñando: "¿No puedo dormir un tiempo extra en mi propia casa?" Otros habrían hablado entre dientes, sólo tratando de volver a dormirse. Los hombres buenos se habrían preocupado por su esposa, sin gruñir y sin hablar entre dientes. Ellas se habrían sentido amadas, en vez de fastidiadas. Al volver a poner su cabeza en la almohada, sintió dos cosas. Primero, estaba animado y cariñoso con su esposa, porque le había hablado sin brusquedad y sin hacer ruidos incoherentes. Sabía que había sido honesto al contestar su disculpa, diciendo: "No importa. Estabas asustada". No se había sentido orgulloso, sino simplemente animado. Segundo, estaba sereno. Se dio cuenta de que los demonios familiares no habían sido

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echados fuera; y aunque se hubieran podido atar, no los había amordazado. O y ó cómo cacareaban su mensaje seductor: "Las cosas realmente nunca te salen bien. Es la primera noche en meses que te acuestas temprano. Creías que alguien notaría lo cansado que estabas y se preocuparía por ti. Eso no es pedir demasiado; sólo pedir lo que quieres aunque nunca lo obtienes —alguien que te ponga en primer lugar. Si has estado ahí para muchos cuando te han necesitado, ¿es malo pedir que alguien piense en ti?" Estaba acostado, deseando meterle trapos sucios en la boca a cada demonio, pero agradecido por haberle prestado atención a una voz mejor, y más consciente que nunca de que la batalla real estaba dentro de él mismo, contra un enemigo que pretendía ser su amigo.

A Charlie no le estaba yendo bien en el trabajo. El nuevo director de operaciones, un autodenominado mesías totalmente arrogante, le estaba haciendo miserable la vida. Charlie se encontraba desanimado, quizá hasta deprimido. Su esposa lo apoyaba en forma genuina, y él se lo agradecía. Pero algunas veces sentía que era una gran carga para ella. ¿Qué pensaría realmente de él? ¿Cómo reaccionaría cuando llegara a la casa nuevamente deprimido? Tal vez él hablaba demasiado de sus problemas, pero n o podía fingir que andaba animado. Simplemente no podía mostrarse despreocupado y alegre sintiéndose de esa manera. En todo el camino a casa, reflexionaba sobre la mejor forma de manejar a su esposa. Mark era diferente. Su empleo, como el de Charlie, estaba hecho todo un lío pero se sentía capaz de lidiar con eso. Su esposa podía saber cuándo las cosas en el trabajo no iban tan bien; él se volvió más seguro de sí mismo, y menos reflexivo. Cuando ella le preguntaba cómo se sentía, su respuesta favorita era: "No hay problema". Pero luego seguía con un chorro de críticas: "El nuevo gerente no tiene ni idea de qué hacer para que nuestra compañía realmente surja. Ese tipo nuevo es un verdadero fiasco. No le caigo bien y él tampoco a mí. Pero lo solucionaré de una u otra forma".

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Eso sería todo. Caso cerrado. Puerta cerrada. La conversación durante la cena sería agradable la mayor parte del tiempo, a excepción de unas cuantas estocadas dirigidas a los chicos, y una o dos a ella. Y l u e g o televisión durante tres horas. Ponga en fila a cien hombres, y obsérvelos de cerca durante una semana. Sólo con u n poco de discernimiento, usted podrá reconocer uno de los dos patrones en su forma de tratar a las personas, setenta u ochenta serán gobernados por una pasión que se llama necesidad. Algo en su interior necesita de atención. A los pocos escogidos, de quienes el resto depende totalmente, se les pedirá que piensen en ellos y los traten de cierta manera, estarán más que dispuestos a hacer su parte, a hacer lo correcto, pero su meta será siempre la misma: obtener algo de otra persona. Charlie encaja en este grupo, al cual llamaré Patrón 1. Los otros restantes serán gobernados por una pasión muy diferente. La que controla su conducta, especialmente en las relaciones personales, que no es la necesidad, sino más bien la dureza: una actitud orgullosa del tipo, "no te necesito a ti ni a ningún otro". Mark pertenece a este segundo grupo, al cual llamaré Patrón 2. En sus estilos de relacionarse, los hombres generalmente son gobernados por una de estas dos pasiones. O bien son controlados por la pasión de ¡a necesidad, que dice: "¡Satisface mi necesidad! ¡Lléname —estov vacío!", o funcionan de acuerdo J

'

con la pasión de la dureza, donde el mensaje es: "Puedo manejar las cosas sin ti. Cree en mí desde la distancia, y no me irrites". Permítame sugerir primero por qué estos dos patrones son básicos y por qué la mayoría de los hombres encaja en uno de ellos, y luego, en el Capítulo 10, discutiré el primer patrón. En el Capítulo 11 le daremos una mirada al segundo. P O R Q U É LOS H O M B R E S S E M U E V E N DE U N A U OTRA F O R M A Dios quiere que todos seamos felices — n o bajo nuestras condiciones, las cuales realmente nunca traen felicidad, sirio b a j o las suyas. Al igual que en el manual del propietario de un carro nuevo, sus condiciones implican que usemos los planes que han sido trazados específicamente para nosotros.

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Ningún hombre puede ser feliz a menos q u e viva de acuerdo con su llamado a ser hombre. Los placeres excitantes, pero superficiales, de la clase que no requieren que nos preocupemos por cierto llamado profundo a la hombría, pueden disfrazarse de verdadera felicidad. Son cantidades de cosas, muchas de las cuales, buenas en el lugar apropiado, se definen como la fuente de la felicidad: poder, influencia, dinero, posición social, conexiones, logros, éxitos, posesiones, comida, sexo, recreación. El truco es que cumplen con la promesa — o al menos parecen hacerlo— durante períodos de tiempo variados, y ocasionalmente durante años. Esas cosas permiten que nos sintamos bien y hacen algo por nosotros. Pero e n realidad, no cumplen con el trabajo. No producen un contentamiento que sobreviva a la pérdida, un gozo que se profundice mediante el sufrimiento, una confianza humilde que persista a través del fracaso y los reveses. Al ir tras esas fuentes de placer, nos rebajamos a marionetas sostenidas por cuerdas que, si se cortaran, nos dejarían hechos un montón sobre el suelo. Ningún hombre puede ser feliz si no cumple con el llamado a hacer visible aquello que es difícil ver acerca de Dios. La felicidad le llega cuando demuestra, con su vida, que Dios siempre se está moviendo, que nunca es detenido por la oscuridad y siempre está haciendo algo bueno, sin importar qué tan malas puedan parecer las cosas. Los hombres son llamados a moverse sobre la oscuridad, a entrar en el misterio de las relaciones hasta que se hayan humillado lo suficiente como para confiar en Dios, y luego actuar para fomentar sus propósitos. Esa acción, de paso, se vendrá abajo estrepitosamente a menos que Dios esté en ella. La mayoría de los hombres nunca piensa ni siquiera así; nunca dedican un momento para pensar en el llamado de Dios para ellos. Y ni siquiera el mejor hombre vive su hombría por completo. Si es cierto que ningún hombre puede ser totalmente feliz sin cumplir a la perfección el llamado de Dios a ser hombre, entonces, en efecto, ningún hombre sobre la tierra es totalmente feliz. Todos luchamos con cierta medida de infelicidad, con cierta experiencia de vacío interno, insatisfacción y desagrado, que nuestro Creador nunca planeó que soportáramos.

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Ningún hombre p u e d e ser feliz a menos que viva de acuerdo con su llamado a ser hombre. Los placeres excitantes, pero superficiales, de la clase que no requieren que nos preocupemos por cierto llamado profundo a la hombría, pueden disfrazarse de verdadera felicidad. Son cantidades de cosas, muchas délas cuales, buenas en el lugar apropiado, se definen como la fuente de la felicidad: poder, influencia, dinero, posición social, conexiones, logros, éxitos, posesiones, comida, sexo, recreación. El truco es q u e cumplen con la promesa —o al menos parecen hacerlo— durante períodos de tiempo variados, y ocasionalmente durante años. Esas cosas permiten que nos sintamos bien y hacen algo por nosotros. Pero en realidad, no cumplen con el trabajo. No producen un contentamiento que sobreviva a la pérdida, un gozo que se profundice mediante el sufrimiento, una confianza humilde que persista a través del fracaso y los reveses. Al ir tras esas fuentes de placer, nos rebajamos a marionetas sostenidas por cuerdas que, si se cortaran, nos dejarían hechos un montón sobre el suelo. Ningún hombre puede ser feliz si no cumple con el llamado a hacer visible aquello que es difícil ver acerca de Dios. La felicidad le llega cuando demuestra, con su vida, que Dios siempre se está moviendo, que nunca es detenido por la oscuridad y siempre está haciendo algo bueno, sin importar qué tan malas puedan parecer las cosas. Los hombres son llamados a moverse sobre la oscuridad, a entrar en el misterio de las relaciones hasta que se hayan humillado lo suficiente como para confiar en Dios, y luego actuar para fomentar sus propósitos. Esa acción, de paso, se vendrá abajo estrepitosamente a m e n o s que Dios esté en ella. La mayoría de los hombres nunca piensa ni siquiera así; nunca dedican un momento para pensar en el llamado de Dios para ellos. Y ni siquiera el mejor hombre vive su hombría por completo. Si es cierto que ningún hombre puede ser totalmente feliz sin cumplir a la perfección el llamado de Dios a ser hombre, entonces, en efecto, ningún hombre sobre la tierra es totalmente feliz. Todos luchamos con cierta medida de infelicidad, con cierta experiencia de vacío interno, insatisfacción y desagrado, que nuestro Creador nunca planeó que soportáramos.

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Desde lo profundo de nuestro corazón, en aquellos lugares de nuestro ser que no entendemos, surge un anhelo, un ansia desesperada por una respuesta, un vario que debe ser llenado. También es una turbulencia causada por el enojo, que no nos permitirá sentarnos tranquilos. Por lo menos, hasta cierta medida, todo hombre sabe que no es totalmente feliz. Y cuando sus deseos no satisfechos salen a la luz, se ve confrontado con la elección esencial de la existencia humana: confiar, o no confiar en Dios, encender sus propias lámparas o depender del nombre del Señor. Si confía, la infelicidad (que debe continuar hasta la muerte) estará rodeada de esperanza, de aceptación, de significado a pesar de la imperfección, recibirá poder para moverse bien. Eso trae gozo. Si se rehusa a confiar, la infelicidad que lleva dentro se convertirá en su problema más apremiante, y tendrá que encontrar cierta forma de lidiar con eso. Debemos entender un principio simple: todo hombre se está moviendo. El movimiento define su existencia, pero no todo el movimiento es bueno. Por lo tanto, cuando un hombre no se está moviendo como debe hacerlo, se moverá de formas equivocadas. Cuando el movimiento correcto se detiene, comienza el movimiento incorrecto. Correcto, cuando es movimiento hacia Dios a través de la infelicidad personal. Incorrecto, cuando está dirigido solamente a mitigar la infelicidad personal. Como tanto los hombres como las mujeres son básicamente seres sociales, todo movimiento será visto con más claridad por la forma en que se relacionan. Producirá vida y belleza en la gente que conocen, o bien destruirá estas virtudes. El efecto de un hombre sobre otros puede ser imperceptible o dramático, pero está ahí. Ninguna interacción de más de unos pocos segundos, ninguna conversación, por más casual que sea, deja intacta a la otra persona. Los hombres varoniles liberan a los otros de su control y los animan con su influencia. Ellos tocan a sus esposas, hijos y amigos de formas sensibles, que los liberan para luchar con su propia soledad, egoísmo y dolor. Los hombres varoniles empujan suavemente a su familia y amigos a las mismas encrucijadas en las que ellos encontraron la necesidad de escoger entre la confianza y la incredulidad. Los hombres carentes de hombría requieren que sus amigos

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y familia satisfagan sus demandas. C o m o se m u e v e n c o n t r o lando, enojados y aterrados r e d u c e n a otros a la c o n f o r m i d a d o los incitan a la rebelión del instinto de conservación. POR QUÉ EL PATRÓN 1 Los hombres carentes de hombría que practican el primer patrón del movimiento malo en las relaciones, quienes insisten en que otros estén listos para ayudarlos, e n t i e n d e n que la felicidad nunca se puede hallar e n el aislamiento, s i n o en comunidad. Su trasfondo generalmente incluye a alguien que les brindó un placer intenso: quizá una madre consentidora, un padre demasiado generoso, un pastor juvenil extremadamente solícito (que tal vez se involucró de forma inapropiada), o un atleta admirado que les dio su autógrafo. Cuando chicos, estos hombres aprendieron una simple lección: la f o r m a más confiable de aliviar el dolor interno es cuando alguien hace algo por ellos. En la mente del pensador del Patrón 1, toma f o r m a una estrategia que acomoda su inclinación a no moverse de formas que podrían revelar su insuficiencia: hacer que otros respondan a sus necesidades sin que tenga que hacer un movimiento correcto. Ahora no le toca enfrentar su propio terror a la oscuridad y su necesidad real de Dios, porque tiene esperanza. La pasión de la necesidad gobierna todas las decisiones de un hombre que sigue el Patrón 1: casarse o no casarse con esta o aquella mujer, decidir movimientos en su carrera, seleccionar actividades con amigos, determinar si castigar o n o a sus hijos. Esa misma pasión gobierna hasta las más pequeñas decisiones: ¿Debo decirle a mi esposa lo que siento? ¿Voy a esa fiesta? ¿Debo quejarme por el servicio de ese mesero? Al igual q u e el hijo de un hombre rico que depende de los cheques mensuales de su fideicomiso, un h o m b r e gobernado por s u propia necesidad llega a pensar q u e tiene el derecho a n o moverse nunca por su cuenta. Está dispuesto a ser responsable hasta cierto punto, y a menudo a ser amable y considerado, algunas veces útil hasta el sacrificio, pero siempre con la exigencia de que alguien lo note — y de que alguien le dé aquello que lo hace sentir bien. Ese es el hombre del Patrón 1.

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P O R QUÉ EL PATRÓN 2 L o s hombres carentes de hombría se vuelven a otros c o n un despliegue bien manejado de necesidad, o bien empujan a la g e n t e lo suficientemente lejos de ellos, a fin de evitar todo sentido de conexión significativa. Los hombres gobernados p o r la pasión de la dureza tienen una historia típica, que se caracteriza más por el descuido o el enojo que por el compromiso placentero. Disciplina rígida, padres preocupados, madres descuidadas, iglesias sin significado, teología legalista. En la experiencia de estos hombres nunca existió p o r mucho tiempo la conexión relacional. Quienes ahora actúan de acuerdo con el Patrón 2 estaban hambrientos de relaciones, pero perdieron la esperanza. A ellos les fue más fácil matar sus anhelos de intimidad, y continuar con la vida, que abrazar sus anhelos y sufrir. Admitir lo mucho que deseaban la conexión se convirtió en un terror mayor que la perspectiva de buscar la relación y nunca encontrarla. A menudo, salieron a la superficie habilidades que les permitieron encontrar los placeres de la "relación a distancia". El talento atlético o don académico, la zalamería social o una habilidad mecánica, les dieron la oportunidad de sentirse poderosos y alcanzar metas dignas de alabanza. Con el correr del tiempo, el hombre del Patrón 2 llega a depender tan plenamente de sus habilidades que su anhelo humano de tener conexiones es sofocado. Y así es como él lo quiere. La distancia lo mantiene a salvo. N o es necesario sentir ese terror que abruma el alma por necesitar aquello que podría no llegar a su manera. En un sentido, por supuesto, este hombre está tan necesitado como el que vive el Patrón 1. Ambos estilos, carentes de hombría, de relacionarse demandan que otros estén listos para ayudarlos. Pero los hombres que están en contacto con su necesidad requieren de la afirmación y apoyo cercanos de unos cuantos íntimos. Los hombres "duros" quieren el respeto de una audiencia mayor que guarde su distancia. Los estilos pueden ser diferentes, pero ambos son egoístas y ambos ocasionan gran daño. Una de las mayores tragedias de la vida es que ningún h o m bre ve totalmente el daño que su estilo poco masculino de

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relacionarse le ocasiona a otros. Los que logran vislumbrarlo descienden a las profundidades del quebrantamiento y la contrición. Es de esas profundidades de donde surge el arrepentimiento genuino. Cuando un hombre quebrantado se arrepiente, el Espíritu le da una nueva visión. Una corriente fría se abre paso hacia el desierto ardiente de su quebrantamiento. La esperanza de bendecir realmente a otros —cuidar de su esposa, influir positivamente en sus hijos, animar a sus amigos— se hace más fuerte que el terror de penetrar la oscuridad. Es entonces cuando comienza el movimiento correcto. Este movimiento nunca sucede porque sí. Tampoco se desarrolla de forma natural, y siempre hay una lucha contra los impulsos poderosos en la dirección contraria. El movimiento correcto siempre comienza con arrepentirse por el movimiento incorrecto. El arrepentimiento viene después de (1) reconocer lo malo, lo que conduce al quebrantamiento, y (2) una profundidad de confesión que sólo puede ser creada por la humildad. En Los siguientes dos capítulos, analizo estos dos patrones con mayor detalle. Trate de ubicarse en alguno de ellos. Si n o se ve claramente en una historia o descripción, entonces quizá se ubique entre líneas, pero todos estamos ahí.

Capítulo

10

Hombres que Exigen Ayuda: La Pasión de la Necesidad 1 noviazgo había sido tormentoso. Tal vez era algo de ^ m esperarse debido a su edad: ella con algo más de treinta, y él casi llegando a los cuarenta. Después de tantos años de soltería, ya tenían sus hábitos establecidos. Ya habían dejado atrás la inocente etapa del idealismo soñador. Ahora no estaban desesperados por casarse, sino decididos a no cometer un error. Había sido difícil, y todavía lo era a sólo tres semanas del gran día. Pero algo los mantenía juntos. Él creía que era amor. Ella quería creerlo, pero no estaba segura. Las dudas de ella se volvían más fuertes cuando sentía que él abusaba. "A veces siento como si fuera tu madre, como si quisieras que siempre estuviera ahí con leche y galletas cuando regresas de la escuela. ¡Detesto eso! ¡Detesto sentirme así!"

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La imagen d e sentirse —como su madre— saltaba en su mente con mayor claridad siempre que él manifestaba estar herido por algo que le había hecho o había dejado de hacer. Parecía patéticamente un niño perdido. Esa misma imagen también se manifestaba, aunque no con tanta fuerza, cuando él se quejaba de fatiga o estrés por el trabajo, o por las preocupaciones con respecto a su salud. El lo llamaba "compartir", o ser vulnerable acerca de sus luchas. Ella se sentía arrastrada a estar presente e n su necesidad. En un momento notablemente raro y honesto, después de otra larga discusión acerca de los sentimientos de ella sobre el asunto, él admitió: "Nunca puedo luchar sin dejar de sentirme como un niño. Siempre que te digo que estoy herido, me siento como un chiquillo. Quizá quiero verdaderamente que me cuides como a u n hijo. "En mi niñez, la única vez q u e recuerdo haber sentido ternura por parte de mi madre fue cuando estuve herido". Él se echó a llorar. Hubo una larga pausa. Un recuerdo cruzó por su mente. "Cuando cursaba el quinto grado m e caí de la bicicleta y me fracturé la muñeca. El hueso atravesó la piel, y el doctor tuvo que volverlo a poner en su puesto. Estaba muerto de miedo. Puedo ver a mi madre, parada al lado de mi cama en la sala de emergencias. Nunca me sentí tan protegido, tan cuidado. Podía verlo en sus ojos", dijo sollozando. Ella se sintió impulsada a tocarlo, pero el regreso de la imagen maternal la hizo sentir que ese deseo vivo de tocarlo era sucio. Pasaron segundos, tal vez un minuto. Después que dejó de llorar le preguntó, mirando hacia arriba. "¿Lo sentiste? ¿Tuviste la sensación de ser mi madre? ¿Como si yo quisiera que me cuidaras?" Ella vaciló, y luego dijo tranquilamente: "Sí, y preferiría no haberlo sentido". Los ojos se le secaron de inmediato, y mirándola fijamente, desconcertado y enfurecido, casi gritó: "¿Es tan m a l o querer que mi prometida sienta un poco d e mi dolor? ¿Eso te hace sentir que eres mi madre? ¿No puede un hombre querer alguna vez que su mujer esté ahí para él?" Ahora ambos lloraban. Estaban frustrados; s e n t í a n la oscuridad.

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"¿Qué vamos a hacer?", preguntó ella. "No sé", contestó él.

Los hombres carentes de hombría viven para conseguir lo que creen que necesitan, y cuando son guiados por la pasión de esta necesidad, tratan de obtenerlo de otros. Una mujer me dijo: "Cuando oigo el carro de mi esposo entrando en la calzada de la casa al regresar del trabajo, siento que se me sale el alma. Inmediatamente me siento más cansada que antes. Soy u n ama de casa que cuida de sus tres hijos pequeños todo el día. Y ahora, ahí llega el cuarto". "¿Qué hace él para que usted se sienta así?", pregunté. Él estaba sentado a la par de ella, arreglándoselas para fruncir el ceño y parecer herido al mismo tiempo. "Mil cosas", respondió ella. "Puede ser un suspiro al entrar por la puerta, o un comentario acerca del tráfico camino a casa. Algunas veces me dice lo cansado que se siente. Pero siempre habla acerca de él, acerca de algo que anda mal, como si yo supuestamente tuviera que hacer algo. Aun cuando me pregunta algo de mí, m e siento obligada a preguntarle acerca de él. Si ayuda con la cena, me mira como diciendo que debería decirle lo maravilloso que es". "Y si hago algo especial para él, incluso algo pequeño como saludarlo con verdadero afecto, exagera su aprecio. Me hace sentir como si él realmente necesitara que le siga dando lo mejor, porque si no, se sentirá muy herido. Algunas veces cuando es en extremo considerado, creo que me está diciendo que m e prepare para tener sexo, pero muchas veces no se trata de eso. No sé de qué otra forma ponerlo —todo lo que hace m e indica que debo correr en su ayuda". Muchos hombres necesitados esconden su necesidad mejor que como lo hace el esposo de esta señora. Pueden ser mucho más sutiles y "varoniles" en su expresión de necesidad. Y cada uno de nosotros, en diversas circunstancias de nuestra vida, sigue ese patrón de hombres duros o necesitados. N o existe el hombre tipo Patrón 1 o Patrón 2 puro. Pero un patrón a menudo se convierte en el tema de nuestra manera de relacionarnos.

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Un hombre que sigue típicamente el primer patrón, vive p e n s a n d o que otros deberían estar listos para ayudarlo. Su sentido de necesidad es tan real, tan profundo, tan apremiante, que p e d i r que lo entiendan o le presten atención le parece totalmente razonable, y su vida depende de conseguirlo. El hombre del Patrón 1 se define a sí mismo por su necesidad, al igual que algunos hombres de hoy se definen a sí mismos por sus inclinaciones homosexuales. Para los homosexuales, el no "declararse como tales" y expresar sus vivos deseos es como traicionar s u identidad, una violación de algo básico dentro de ellos, q u e es propio de su naturaleza esencial. Lo mismo pasa con los hombres cuya necesidad es algo esencial de su ser. Se sienten más cómodos y vivos cuando alguien los cuida. Más que cualquier otra cosa, se ven a sí mismos como necesitados, y piensan que alguien debe hacer algo al respecto. Cuando se sienten defraudados porque alguien no corre en su ayuda según lo requerido, los hombres que se definen a sí mismos por sus necesidades sienten que les han fallado profundamente. Ha habido error en la administración de justicia. Se les han negado sus derechos. La comunidad ha sido inhumana. El efecto, por supuesto, es el enojo. El resentimiento hierve y parece justificado. Y con el resentimiento justificado viene la venganza justificada. Piense con qué facilidad brotan de nuestros labios comentarios sarcásticos. Golpeamos con críticas q u e hieren. Quizá sólo infligimos heridas pequeñas, como las que ocasiona el papel —pero que duelen. Esa es, por supuesto, la intención. Herir a quien no estuvo listo para ayudarnos. Los hombres gobernados por la pasión de la necesidad se desquitan bien sea con el sarcasmo, hiriendo, o siendo irritables, malgeniados o indiferentes. Si las esposas de los hombres dominados por la necesidad fallan, se les hace pagar. Lo mismo ocurre con los amigos de estos hombres. Pero los hombres necesitados no ven el daño que infligen. En su opinión, es a ellos a quienes les han fallado, no ellos a sus esposas y amigos. A menudo un hombre necesitado reacciona al ser confrontado con su crueldad, como un pordiosero muerto de hambre al q u e se le sorprende robando unpedazo de pan. "Mira, tal vez lo que hice estuvo mal, y reconozco que fue así.

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Pero t i e n e s que entender por lo que he pasado. Realmente rio pido m u c h o para lo hambriento que estoy". Un h o m b r e adquirió el hábito de circular lentamente por una zona r o j a , donde en ocasiones recogía a una prostituta o se daba e l g u s t o de ver un espectáculo erótico, persuadiéndose todo el t i e m p o de que su pecado no era tan grave como el que cometió s u familia contra él cuando crecía y cómo su esposa le fallaba a h o r a . Los veinticinco años que tengo de experiencia en consejería me h a c e n pensar que nueve de cada diez hombres se preocupan m á s por la forma en que otros los defraudan que por la manera c o m o ellos hieren a los demás. Especialmente los hombres casados, se preocupan por cómo les fallan sus esposas. Los h o m b r e s gobernados por la necesidad se benefician del hecho de q u e nuestra cultura se ha comprometido a no culpar a la víctima. Por ejemplo, cuando un padre descuida a su bebé varón, n o responsabilizamos al niñito por la falla de sus padres, ni p o r el daño que haya causado esa falla. Lo que hacemos e s apoyarlo en su dolor, y hacer todo lo que posible para protegerlo de un daño mayor. Pero hemos llevado nuestra protección de la víctima demasiado lejos. Hemos negado la responsabilidad de las víctimas adultas d e sufrir con gracia y continuar haciendo el bien. Hemos permitido que la gravedad de los perjuicios de otras personas contra nosotros no nos deje ver el llamado de Dios a ser santos, el cual no cambia. A medida que el niñito que fue víctima del descuido de los padres madure, debemos de animarlo para que desarrolle una identidad construida alrededor de las oportunidades de la hombría, y n o alrededor de su dolor y necesidad. Pero desarrollar esa clase de identidad se requiere de la obra del Espíritu Santo. Nadie piensa, de manera natural, en ser portador de una imagen cuyo llamado más alto es reflejar el carácter de un Dios invisible. Hay asuntos más urgentes que demandan atención, tales como conseguir lo que necesitamos para sobrevivir, y lo que necesitamos para sobrevivir con más comodidades. Los hombres que enfrentan la bancarrota gastan, por lo general, más energías en calcular cómo pagar sus cuentas que en aprender a conocer a Dios. Ninguna medida del daño ocasionado por otros, y ninguna

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circunstancia de la vida pueden destruir la imagen de Dios q u e e s t á en nosotros, ni anular el llamado a portar bien esa imagen. P e r o el dolor es tan elocuente que tendemos a pensar de otra f o r m a y tenemos dificultad para oír el llamado de Dios a vivir c o m o hombres. Realmente podemos llegar a creer que violar la imagen de Dios al hacer negocios oscuros, o al seducir a la esposa de otro hombre, es poca cosa. Todos luchamos con situaciones que no parecen muy malas, sobre todo cuando nos sentimos particularmente defraudados. Sólo cuando el Espíritu de Dios, a través de su Palabra, rev e l e los p e n s a m i e n t o s y actitudes d e l corazón, podremos v e r con claridad, y reconoceremos la pasión gobernante de la necesidad como lo que es: una base pecaminosa para relacionarnos con otros, que no es digna de los hombres. EL EJEMPLO D E SAÚL El rey Saúl quizá sea el mejor ejemplo de un hombre domin a d o por la necesidad. Él, como siempre sucede cuando las necesidades gobiernan nuestra vida, perdió su dignidad. El asunto puede e n t e n d e r s e sólo con u n incidente de los m u c h o s que se p o d r í a n escoger. En 1 Samuel 15 encontrará toda la historia q u e a continuación resumiré. Un día Saúl cometió un pecado particularmente lamentable, por el cual Dios le quitó el reino. Al conversar con Samuel poco después de cometer el pecado, Saúl negó haber h e c h o algo malo. O b s e r v e cuidadosamente q u e en este punto, cuando todavía pensaba q u e su pecado había pasado desapercibido, afirmaba que n o había sido desobediente. "He c u m p l i d o c o n las instrucciones del Señor", le dijo orgullosamente a S a m u e l . Esas instrucciones incluían matar a todo ser viviente q u e perteneciera a los amalecitas, una nación cuya destrucción c o m p l e t a había sido decretada por Dios. D e hecho, Saúl le p e r d o n ó la vida al rey amalecita, un hombre llamado Agag, y n o m a t ó todo el g a n a d o sino que d e c i d i ó preservar las m e j o r e s vacas y ovejas (para sacrificarlas al Señor, según dijo m á s t a r d e ) . En un pasaje casi divertido, Samuel responde a la declaración de total o b e d i e n c i a de Saúl, preguntándole: " ¿ Q u é significan esos balidos d e o v e j a que me parece oír? ¿Y cómo es que oigo mugidos d e v a c a ? "

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Saúl estaba atrapado. Ya rio podía negar la desobediencia de n o haber destruido todo. Así que cambió la tonada de negación por lo que —a primera vista— parece ser una confesión: 'He pecado. He quebrando el mandato del Señor". Pero el resto de la historia deja claro que el reconocimiento que Saúl hizo de su pecado no provino del quebrantamiento. Estaba luchando, buscando una forma de evitar el juicio de Dios y de mantener, por lo menos, la gratificación de su trabajo como rey. Saúl ilustra claramente la verdad de que sin quebrantamiento por el pecado, no puede haber confesión genuina ni arrepentimiento sincero. Saúl no demuestra un espíritu quebrantado y contrito. Lejos de eso, más bien le ruega a Samuel que regrese a la capital y se pare con él para adorar en público, esperando que su presencia le otorgue cierto grado de continuo respeto como rey. Pero Samuel permaneció inflexible. "No voy a regresar contigo... ¡El Señor! te ha quitado el reinado!" Ahora, observe cuidadosamente qué hace Saúl a continuación completamente impulsado por su sentido de necesidad desesperada: "Cuando Samuel se dio vuelta para irse, Saúl le agarró el borde del manto, y se lo arrancó. Entonces Samuel le dijo: 'Hoy mismo el Señor ha arrancado de tus manos el reino de Israel, y se lo ha entregado a otro más digno que tú... '¡He pecado!', respondió Saúl. Pero te pido que por ahora me honres delante de los ancianos de mi pueblo ante todo Israel. Regresa conmigo para adorar al Señor tu Dios'".1 La pasión de la necesidad se convierte en una pasión gobernante cuando se percibe como más fuerte y más urgente que la pasión por la santidad. "Si sólo pudiera tener " se convierte en la ambición orientadora detrás de todo lo que hace un hombre necesitado. El principio que destaca la vida de Saúl es importante para reconocer que si el sentido intensificado de necesidad no va acompañado de un sentido aún mayor de pecado, justifica y fortalece el egoísmo. Las personas que están más conscientes de su necesidad que de su pecaminosidad, manipulan y exigen. Las personas que están más conscientes de su pecaminosidad se arrepienten y desarrollan una pasión dominante por la santidad. Sólo estas personas aprenden a descansar en el amor de D o s y a gozar de su favor.

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Casi treinta años de matrimonio me han dejado claro que tiendo más a este estilo de relacionarme que al que voy a discutir en el próximo capítulo. A menudo me siento más necesitado que duro. Cuando estoy herido, me inclino a ver mi necesidad de consuelo como una oportunidad para que otra persona haga el bien. Algunas veces, el llamado a levantarme por encima de mi necesidad, a encomendarme a Dios, y a hacer el bien a otros, es algo difícil de oír. Cuanto más profunda sea la herida, menos tiendo a oírlo. Cuando la pasión de la necesidad domina, ningún consuelo hace verdaderamente el trabajo. Los hombres necesitados incluso podrían agradecer los esfuerzos d e sus esposas, pero sin más entusiasmo que el de un hombre que necesita cien dólares y le agradece a su amigo por darle veinticinco centavos. Cualquiera sea el espíritu de gratitud que exista, éste da paso rápidamente a la crítica melindrosa: "No sé por qué tenías que seguir preparando la cena mientras te hablaba de nuestros problemas económicos. ¿Es demasiado pedir un minuto de tu atención total?" La persona que asume el trabajo de satisfacer las demandas de un hombre necesitado, no tiene esperanza de éxito. Ningún esfuerzo, ninguna bondad son suficientes. Las personas que se relacionan con un hombre del Patrón 1 típicamente sienten: 1. La presión de estar listas para ayudar, 2. Malestar porque nunca brindan la ayuda adecuada. A veces, la presión y la culpa se vuelven abrumadoras. Puede tomar veinte o treinta años, y luego dejan de intentarlo. "¿Para qué molestarme? Nada de lo que hago le satisface". La frustración de relacionarse con un hombre del Patrón 1 es, a menudo, la razón que va detrás del final de una amistad o matrimonio de muchos años. Aquellos que se mantienen tratando de satisfacer a un hombre con necesidades se sienten cada vez más desgastados, hasta que llega la depresión. La esposa de un hombre necesitado llega al punto de soñar con una relación mejor. Una relación en la que se fijen en ella y la aprecien. Dicha esposa comienza a fijarse en otros hombres, en cómo ellos tratan a sus esposas, volviéndose vulnerable a la más leve indicación de afecto.

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"Parece que le gusto". Algunas veces, las novelas románticas, tanto escritas como televisadas, le brindan alivio. En ocasiones, lo que hace es ocuparse en algo: más ministerio, más horas de trabajo, más clubes sociales, más trabajo en el hogar, más educación etc. Las mujeres casadas con hombres necesitados se sienten solas y asustadas. Con frecuencia se sienten disgustadas con ellas mismas. Muchas esconden su dolor bajo la competencia volviéndose duras y difíciles, incapaces de adorar, de relajarse o de reír. Escuche el grito de un hombre necesitado: "¡Satisface mi necesidad! ¿No sabes lo vacío que estoy, lo desesperado que me siento, lo dolorosa que es mi vida? ¿Por qué no puedes: —ser más considerada? —hablar más amablemente? —leer más libros? —hacerme más preguntas? —vestirte en forma más atractiva? —hablar menos en las fiestas? —apreciarme más?

—perder peso? —apoyarme más? —cocinar con más creatividad? buscarme en la cama? —gastar menos dinero? —ser más como ella? —criticarme menos?"

Un hombre me escribió una carta en respuesta a un libro que yo había escrito. "Usted no contestó la pregunta que necesitaba que me contestaran, la que supuse iba a abordar en su libro. Quiero saber por qué algunas mujeres no se cuidan. Poseo varios millones, soy anciano de mi iglesia, permito que mi esposa compre todo lo que desea, no soy adicto al trabajo, y nunca la he engañado. Lo que quiero saber es ¿por qué ella no pierde peso? Yo me mantengo en buena forma, pero ella no hace ejercicio. Ha aumentado cuarenta libras en los últimos dos años. La encuentro tan atractiva como un tazón de gelatina. Hasta le dije que iría a consejería con ella para examinar cualquier cosa e n la que yo estuviera fallando. Simplemente no lo entiendo. ¿Qué les pasa a las mujeres como mi esposa?"

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Al igual que la mayoría de los hombres dominados por la pasión d e la necesidad, este hombre: 1.

N o encuentra falta en sí mismo,

2. 3. 4.

sólo ve lo que otro podría hacer en forma diferente, siente que su enojo se justifica, n o puede ver más allá de sus necesidades y tampoco ve las de ella.

Como está cegado por su necesidad, la calidad de relación que le ofrece a su esposa es mala, pero no lo percibe. Piensa que cualquier lucha que pueda tener con la tentación sexual es el resultado de la forma e n que lo han tratado. En su mente, sus esfuerzos por mantenerse sexualmente limpio son nobles, y todo lo que se requiere es que pase más tiempo en la Palabra y de rodillas. Nunca se le ha ocurrido que no está amando a su esposa como debería, que realmente no es tan hombre, que nunca ha aprendido a hablarle con amor en medio de la confusión y dolor que le produce la relación. Cuando somos dominados por la pasión de la necesidad v creemos que nuestro gozo más profundo radica en que otros estén listos para ayudarnos, destruimos la vida y manchamos la belleza. En ese punto, somos hombres carentes de hombría.

1

Vale la pena mencionar de paso que Samuel en verdad regresó con Saúl, pero no para honrarlo. El más bien mató al rey amalecita Agag, a fin de cumplir con el mandato de Dios que Saúl había desobedecido. Saúl permaneció en el trono, pero las cosas fueron de mal en peor hasta que finalmente se quitó la vida. Aquellos que encienden sus propias lámparas reciben algo de la mano del Señor: eventualmente, quedan tendidos en medio de tormentos. (Isaías 50:11).

Capítulo

11

Hombres que Sólo se Necesitan a Sí Mismos: La Pasión de la Dureza A 1 siempre parecía encajar. Sea cual fuere la reunión —de junta, cena, actividad social de la iglesia— se sentía cómodo. Conocía a la gente adecuada, siempre se vestía de acuerdo con el rol que tuviera que desempeñar, y con encanto y gracia se relacionaba fácilmente en cualquier círculo social. A veces podía ser bastante obstinado. Sus mejores amigos, los que estaban con él más frecuentemente, habían visto que la seguridad en sí mismo había sobrepasado los límites hasta llegar a ser molesta. Aunque sus amistades podrían no haberlo notado, era un hombre intensamente privado. Rara vez hablaba sobre luchas personales y tendía a "resolver" rápidamente cualquier tensión en las relaciones que no hubiera podido evitar o ahuyentar. Nunca se exploraba a sí mismo, ni a nadie más. Su familia sentía el impc.cto de su compromiso superficial.

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La toma de conciencia, por supuesto, no era una de sus virtudes. S i se le pedía que se describiera a sí mismo, espontáneamente podía usar palabras como sociable, instruido, exitoso, buen hombre d e familia, cristiano comprometido. Podía hasta decir varonil e n todo el sentido de la palabra. Nunca se preguntaba por qué alguien le pedía q u e se describiera, ni invitaba a quien se lo pedía a que compartiera sus pensamientos. En ocasiones, se ponía emotivo. Por ejemplo: cuando entró en la habitación de su esposa en el hospital después de una mastectomía; en el funeral de su padre; al proponer el brindis por su hija y el novio en la recepción de la boda. Pero nunca lloraba. Jamás nadie lo había visto derrumbarse. En una ocasión, su hijo mayor le preguntó cuándo había sido la última vez que había llorado abiertamente. " N o lo he hecho desde que era un chiquillo", le contestó con desinterés, como si le hubiera preguntado: "¿Cuándo fue la última vez que usaste medicina para el acné?" Era bueno tenerlo como compañero de golf o socio de negocios. Y por cierto, era el hombre indicado para tener al lado durante una discusión. Pero no era la persona que usted escogería para abrir su corazón. Aunque su esposa se sentía terriblemente solitaria, él nunca se lo hubiera imaginado. Ella sepultaba su dolor muy por debajo de las trampas de la riqueza moderada y de la ronda de actividades "importantes" requeridas por su clase social. Se ocupaba con clubes de jardinería, reuniones políticas, del grupo femenino de su iglesia y la redecoración de la casa. Sus tres atractivos hijos eran el brillante lazo rojo que estaba primorosamente puesto sobre el bien arreglado paquete de su vida. Como pasa en la mayoría de las vidas "perfectas", una mancha, una arruga desagradable saltaba a la vista en su cara alisada quirúrgicamente. Ataques de pánico, que no eran graves pero sí preocupantes, tendían a aparecer cuando se sentía fuera de control. El primero lo provocó el hecho de que su hija se fuera a la universidad y estuviera saliendo con alguien a quien su esposo consideraba como de bajo estilo de vida. La madre habló calmadamente con su hija acerca de sus preocupaciones, convencida de que

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la chica entraría en razón. Y sue. Terminó casándose con un doctor. El manejó la crisis del novgo con sarcasmo, —fue entonces cuando usó el término "fe estilo de vida". Los ataques habían sido «jalares, pero no frecuentes, algunos peores que otros. Los dicamentos que ayudaban los obtuvo él a través de un iitnista, con quien jugaba golf. Había hecho la cita en nombée ella, e incluso, hasta condujo para ir a recoger la primera ifiula. En su mente, eso arréglalas cosas. ¿Dolor de muelas? Ve a un dentista. ¿Ataques de piro? Tómate una pildora. Nunca hablaba con ella sobre sus feores, ni analizaba la causa de ellos. Ella había abierto su conn tres veces y admitido cuán distante e innecesaria se serrante su esposo, a excepción de ser su pareja social y sexua.na vez lo hizo con un amigo cercano, pero éste cambió di ma. En otra ocasión con un primo un poco mayor y casi disnocido que la había visitado y parecía muy amable. Una roe que se quedaron hasta muy tarde derramó años de sententos reprimidos. El hecho de que la escuchara le causó un. radable sensación. Pero él nunca lo volvió a mencionar, nisuiera una palabra a la mañana siguiente. No hubo una llana telefónica de seguimiento, ni una carta. Ella se arrepentíac haberle abierto su corazón. La tercera vez fue dos sr más tarde, con una terapeuta que conoció y con la que crersó en una fiesta. Realmente compartió muy poco. Pero lirapeuta parecía haber captado más de lo que le dijo. Se rruó preocupada. De nuevo tuvo una sensación agradable y rsideró solicitar una cáta profesional, pero lo pensó mejoropués de mencionarle la idea a su esposo. "¿Para qué necesta un loquero?", fue todo lo que le dijo. Hubo otra ocasión, en laiíma noche de cierta conferencia bíblica que duró una semauEl mensaje era acerca del amor de Dios para la oveja perdii la que se sintió abandonada sin esperanza de ser encontrad! so la tocó. Desapareció rápidameniurante la oración de despedida y caminó sola alrededor d e ;o, en una oscuridad silenciosa, muy cálida y tranquilizador¿,Jo a la luz de una luna creciente

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que se reflejaba en el agua quieta. Un abrumador sentido de paz la invitó a soltar sus lágrimas en aquel lugar seguro. Se dejó caer en la suave grama, y hundiendo la cabeza e n las manos, sollozó incontrolablemente. Las palabras que fluían de su corazón sin impedimento, expresaban lo que le había sido negado por tanto tiempo. "No lo puedo soportar. Simplemente duele demasiado. Nadie me quiere. Mi matrimonio está vacío. Estoy más sola de lo que puedo resistir". Regresó a su habitación después de la medianoche, con los ojos hinchados. Él, que estaba sentado en la cama, leyendo, le preguntó: "¿Dónde has estado? Estaba preocupado por ti". "Caminando. Pensando. Orando. Hasta lloré un poco". "¿No te has olvidado de tomar la medicina, verdad?" "No", contestó ella sin sentir nada, mientras se alistaba para ir a la cama. No se dijo nada más. Él, inclinándose para besarla en la frente, le brindó una sonrisa tranquilizadora, se volteó y se durmió. A la mañana siguiente, ella estaba bien.

En estos capítulos estoy hablando acerca de dos clases de hombres: Los dominados por su necesidad y los dominados por su determinación a ser duros. Estos dos estilos de relacionarse son, de hecho, posiciones extremas en puntos opuestos de una larga y continua serie. En este capítulo analizaré a los hombres duros. Pero podría ser conveniente introducir esta discusión hablando un momento sobre la serie continua. No he querido sugerir otra "tipología" para categorizar a los hombres. No quiero que ellos lean este libro y digan: "Sí, ese soy yo. M e imagino que así es como soy". Pero sí espero que muchos de ellos reconozcan sus patrones de relaciones y respondan: "Así es como trato a mi esposa (o a mis amigos). Es horrible. Soy más hombre que eso". Quiero que desarrollemos nuestra hombría entendiendo no sólo el diseño de Dios para los h o m b r e s , sino también nuestras formas de corromper tal diseño. Los hombres necesitados son hombres c o r r u p t o s , más

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inclinados a estar conscientes de su sed de afirmación al relacionarse con otros, y a entrar en relaciones sin otra razón que satisfacer sus propias necesidades. Los hombres duros son igualmente corruptos, aunque de una forma diferente. Ellos niegan todo anhelo profundo de relacionarse, y persiguen metas que no requieren de la intimidad significativa con la gente. Estos patrones representan dos extremos opuestos de la forma e n que los hombres se relacionan, puntos extremos de una c o n t i n u a y larga serie que se parece a lo siguiente: ESTILO DE RELACIONARSE Patrón 1 A

Patrón 2 B

D o m i n a d o por M á s sensible la necesidad

q u e fuerte

C

D

E

Perfectamente Más fuerte Dominado por equilibrado: sensible y que sensible la dureza fuerte a la vez

Sólo un hombre en la historia lo hizo bien, porque estaba muy consciente de todo lo que anhelaba. Dicha concienciación trajo consigo dolor y esperanza al mismo tiempo, pesar por lo que era y gozo por lo que sabía que sería algún día. Sentía su decepción, pero no de manera tan viva como sentía su esperanza. Lloró libremente por la relación perdida y por el costo de recuperarla. Estaba profundamente consciente d e todo lo que sucedía a su alrededor y dentro de ÉL Pero su sensibilidad nunca lo condujo a preocuparse por sí mismo o a quejarse. En vez de simplemente sentir la herida de las relaciones rotas de manera m á s profunda que lo que alguno de nosotros se podría imaginar, Él usaba esa herida para definir y energizar su llamado en una forma más precisa. Se deleitaba en sacrificar todo placer —tanto los placeres legítimos que había conocido a través de u n a eternidad p a s a d a , como las satisfacciones ilegítimas que eran suyas por lo emprendid o — con el único propósito de permitir que la gente v i e r a quién era realmente su Padre. Nada le interesaba más q u e revelar a Dios tal como era y es: alguien q u e odia el p e c a d o e n forma inflexible, y que ama sin cesar a la gente. Al definirse a sí mismo en términos de su l l a m a d o , en v e z de por sus anhelos o poder, e n c o n t r ó el valor para h a c e r todo

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aquello que su llamado demandaba. Él ejemplificó la hombría pura al entrar en regiones donde nunca antes había entrado —compare su preexistencia con Dios antes de Belén, con la oscuridad del Calvario— y se mantuvo perfectamente en el rumbo, sin deslizarse ni un centímetro a pesar de las pruebas de una gravedad incomparable. Él es el único hombre que ha vivido su vida exactamente en la posición C : perfectamente sensible, y sin embargo, invenciblemente fuerte; humildemente dependiente y no obstante, totalmente resuelto; consciente de todo matiz en cada relación, pero inamoviblemente centrado en su relación primordial. Jesús tenía una mezcla de virtudes que, con seguridad, compiten entre sí dentro de nosotros. La sensibilidad y la fortaleza no pueden existir juntas fácilmente. Los hombres con sensibilidades bien desarrolladas con frecuencia luchan con sentimientos de insuficiencia, una tendencia a tener lástima de sí mismos y a quejarse, y un persistente sentido de descontento. Los hombres que están más conscientes de su capacidad para moverse parecen poner más empeño en las tareas que en la gente. Ellos se vuelven duros, distantes y embotados emocionalmente, protegidos por una capa de amistad convincente. Los hombres que, sobre todo, se relacionan movidos por la necesidad (posición A) son los que las mujeres llaman débiles. Los hombres cuya toma de conciencia de sus necesidades los ha hecho sensibles a las cosas que suceden dentro d e la gente (posición B) casi siempre encajan en los criterios de hombría expuestos por muchos miembros del movimiento feminista: son suaves, no tienen temor de llorar y son capaces d e sostener discusiones intensamente personales. A veces pasan años antes de que su falta de fortaleza se haga evidente y se reconozca el daño que ocasionan. En las posiciones A y B, la necesidad pone e n peligro la relación. Los hombres dominados por la necesidad n o irradian vida en otros, y tampoco gozan de la belleza de la individualidad e independencia de su prójimo. Sus relaciones son con frecuencia intensas, pero por lo general están en problemas, ya sea sufriendo una muerte lenta y agonizante o chisporroteando como un carro viejo que pasa más tiempo en e l taller que andando. Por otro lado, las relaciones de un hombre duro, son por lo

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general, superficiales pero estables, aunque la estabilidad es frágil. Al igual que las casas construidas sobre arena, las relaciones de un hombre duro dependen de la conspiración de pretender que la superficialidad trae satisfacción, y de que los placeres de la comodidad y la excitación son sustitutos aceptables de los placeres perdidos de la comunión. Cuando un cónyuge o amigo atraviesa dicha conspiración y le pide más al "hombre duro", la relación erupciona como un volcán que ha estado dormido por mucho tiempo. Es entonces cuando pueden ocurrir cosas buenas, aunque rara vez, porque o bien el compañero que ha erupcionado "se arrepiente" y vuelve a las comodidades de la estabilidad superficial, o la relación termina al desintegrarse en un conflicto violento. Los hombres que son más fuertes que sensibles (posición D) constituyen la mayor parte del liderazgo cristiano y secular. Todo aquel que haya tenido una posición de liderazgo está familiarizado con los asaltos que se deben soportar. A veces parece que, a fin de sobrevivir, se deben adormecer las sensibilidades personales, y también cultivar una actitud de "simplemente sigue con tu trabajo". Los tipos agradables, hombres sensibles que se preocupan cuando hieren a otros y por quienes los hieren, llegan de último. Los hombres encallecidos, cuyos "suaves músculos" se han atrofiado porque decidieron no usarlos, logran llegar a la cima y ahí se quedan. Por supuesto, todo el que esté al frente debe esperar la crítica. Si difundo mis ideas sobre el tapete público con la intención de influir en otros, dichas ideas tienen que ser estudiadas y criticadas. Pero la crítica excesiva dirigida a los líderes refleja un espíritu enojoso de arrogancia. Los críticos que alcanzan esferas de influencia sobre la base de la fortaleza de su crítica a otros, casi siempre son hombres "más duros" que aquellos líderes a los que critican. Son insensibles al impacto que tienen en la gente; derriban a todo el que esté en desacuerdo, con una confianza que atrae a los hombres necesitados que desearían ser duros. Ellos dificultan más la vida de un líder, que de por sí ya es dura. La mayoría de los líderes, especialmente pastores y directores de ministerios cristianos, se sienten menospreciados e incomprendidos. A menudo la lucha les parece insignificante

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e inmadura, pero no cesa. Un pastor me contó casi llorando acerca de la vez en que el cuerpo de ancianos lo cuestionó sobre si realmente necesitaba tres semanas de vacaciones. Algunas veces parece no haber otra solución que construir un muro alrededor de su corazón. El efecto de erigir un muro es la pérdida de la rica pasión, junto con el crecimiento de una determinación a manejar en forma eficaz todo lo que sea manejable. Cuando la determinación sustituye a la sensibilidad, el hombre se vuelve duro. El sacrifica el poder para adentrarse profundamente en la vida de otro. En ocasiones, su único contacto con el mundo de la pasión es mediante el sexo. Eso es en lo único que puede pensar. Vive al borde de un fracaso moral. La solución a su adicción sexual requiere más que dominio propio, y esto implica una renovada disposición a abrir su corazón al aguijón de la crítica, una disposición que puede ser similar a poner la cabeza en la guillotina. Si continúa con su corazón endurecido y defendiéndose bien contra su dolor, terminará siendo dominado más por la necesidad de ser duro que por su llamado a reflejar el carácter de Dios. Y si la gente más cercana a él no le brinda retroalimentación honesta por el dolor que su distanciamiento creciente le causa, entonces es posible que se aleje más del centro de la serie continua, hasta el extremo que corresponde a un hombre poderosamente dominado por su necesidad de ser duro (posición E). Esto le parecerá muy necesario, muy justificado. H e visto a pastores retorcerse en tal agonía que casi he deseado que se adormecieran en la dureza, para que sobrevivieran. Pero aunque eso proporcionaría alivio a corto plazo, sería un error a largo plazo. Los hombres duros destruyen las relaciones; dañan a las personas al demandarles un desempeño sin proporcionarles ningún alimento real para sus almas. Las mujeres que se relacionan con un hombre duro a menudo se sienten: 1. No deseadas, debido a una fealdad no especificada, pero supuesta, que "explica" poT qué el hombre duro nunca parece amarlas, 2. desesperadas, porque alguien o algo las toque con la

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suficiente profundidad como para aliviar el dolor de la soledad. Las víctimas de los hombres duros son responsables de cómo eligen actuar, pero no de la gravedad del sufrimiento que enfrentan. Ellas están propensas a: 1. Depresión: "No poseo nada que alguien pudiera desear. ¿Por qué molestarme siquiera en tratar de relacionarme o progresar?", 2. ansiedad: "Sólo con poderme controlar, estaré bien. ¡Oh, no! ¿Qué sucedería si pierdo el control?", 3. adicciones: "No puedo mantenerme alejado de todo lo que me dé suficiente placer como para aliviar mi soledad, aun si el alivio sólo es momentáneo". Los hombres duros rara vez cambian sin enfrentar primero su impacto destructivo en otros. Esa es la razón por la que es crucial que sus allegados se arriesguen a brindarles retroalimentación clara acerca del efecto que está causando en otros el hecho de que sean dominados por la dureza.1 Los hombres fuertes en el sentido real de la palabra, son muy d i f e r e n t e s de los d u r o s , así como los hombres maduramente sensibles se diferencian de los débiles. Los hombres duros comparten tres características que se ocultan detrás de su dureza: Primera, la inseguridad. C o m o no se sienten seguros de su hombría, estos hombres son empujados a probarse a sí mismos, y por eso exhiben su poder para mostrar lo que no están seguros de poseer. Por otro lado, los hombres fuertes no tienen necesidad de alardear de su fuerza, porque tienen control sobre su poder y lo sueltan sólo para perseguir un buen objetivo. Segunda, la superficialidad. Más allá de su competencia y encanto, los hombres que caen en el lado duro de la serie continua no son personas extraordinariamente interesantes. Ellos, sobre todo, no están conscientes de lo que sucede en su interior o en el de otros, y no sienten nada más profundo que su anhelo de poder. En cambio, los hombres fiiertes no temen enfrentar toda la realidad, incluyendo cosas feas acerca de sí mismos o de otros que podrían provocar una desesperación

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abrumadora. Los hombres fuertes recuerdan a Dios, y le hablan a la noche más oscura con el poder de la esperanza. Tercera, el malentendido. Los hombres duros no han comprendido la esencia de la verdadera hombría. Confunden la sensibilidad con la debilidad; en su mente, el poder y la fortaleza s o n la misma cosa. Los hombres fuertes saben que la sensibilidad y la concienciación abren la puerta a armarios misteriosos donde se requiere de valor para entrar. Su deseo de vivir valerosamente pesa más que el temor a la oscuridad. Ellos definen la fortaleza como poder bajo control, y no como una exhibición de poder. Los hombres duros le temen a los armarios, porque saben que su propio poder no puede competir con el poder invisible que habita en la oscuridad. Al no volverse sensibles, se mantienen fuera de la oscuridad, y su determinación a evitar el misterio los deja aún más resueltos a manejar eficazmente lo que tengan que enfrentar. Su poder se degenera en formas de dureza más egoístas, más destructivas y más malévolas. Todos nosotros caemos en algún punto de la línea, ya sea a la izquierda o a la derecha del centro. Los violadores sin conciencia representan un ejemplo del extremo más lejano de poder menos sensible. Los adictos a la pornografía, que sacrifican a su familia y su respeto por u n espectáculo erótico más, estarían en el otro extremo, viviendo para el alivio inmediato de todo el dolor que produce la sensibilidad sin fortaleza. La mayoría de los lectores de este libro está ubicada en algún lugai entre estos dos extremos, pero ninguno vive exactamente en el centro. ¿Por qué? ¿Por qué no se puede usar a ningún hombre como ilustración perfecta de la posición C, a excepción de uno solo? ¿Por qué únicamente se acercan unos pocos hombres? ¿Por qué la cultura moderna está c r e a n d o normas d e hombría alcanzables que nos tranquilizan, indicándonos que no lo estamos haciendo tan mal, y luego anima a otros a unirse en la persecución de objetivos tan bajos? Los hombres con sensibilidades bien desarrolladas tienden a pedirle a otros que corran en su ayuda, y cuando nadie lo hace, por lo menos no perfectamente, se vuelven vulnerables; a las perversiones "pasivas" c o m o pornografía, masturbación compulsiva, fantasías sobre mujeres que responden a cada u n o

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d e sus deseos, sueños de ganarse la lotería. Los hombres que se m u e v e n audazmente, aunque no estén conscientes de ellos mismos o de otros, experimentan un vacío diferente que hace q u e sean atraídos por perversiones "agresivas" como seducción, sadismo, abuso, riqueza y posición. Somos realmente un fracaso. Nadie lo hace bien. ¿Por qué? La respuesta, por supuesto, nos lleva de nuevo a Génesis 3, cuando Adán se rehusó a hablar. Desde entonces, a cada homb r e que ha sido concebido en forma natural se le ha pasado u n a corrupción congénita del diseño masculino. Pero el hecho d e que nuestro problema sea heredado no significa que quedemos libres de responsabilidad. Debemos enfrentar la terrible verdad de que somos responsables por no hablar con sensibilidad y fortaleza, y debemos ser llevados a la desesperación por la verdad aún más terrible d e que ese impulso interior de no hablar, es demasiado fuerte para resistirlo por nuestro propios medios. El enfrentamiento d e estas verdades gemelas nos conducirá al quebrantamiento, a la confesión, al arrepentimiento y a la confianza. No enfrentarlas nos dejará abrigando la ilusión de que las cosas pueden ser malas, pero no tanto como para que Dios sea realmente necesario. A los hombres nos falta algo vital. Nos hace falta el valor y la fe para hablarle a la oscuridad con el poder que da vida. Y la falta de valor y fe se debe entender como pecado. El pecado está en el centro de nuestros problemas. Esa es la sencilla y terrible verdad. Nada "explica" por qué pecamos. El hecho de que lo hagamos es la base de todo pensamiento claro acerca de nuestros problemas. Pero existe un segundo nivel de entendimiento, que se basa sobre el fundamento de remontar todo problema a la caída. Este segundo nivel implica las relaciones de un hombre con otros hombres. Después del pecado original, no existe una influencia más poderosa en la vida de un hombre que la que e j e r c e n los hombres mayores, cuyas vidas hemos observado y que h a n influido en nosotros, particularmente en nuestros años d e formación; y la de los colegas, compañeros y amigos con los que salimos a divertirnos, intercambiamos historias y decimos cosas que no le contamos a nadie más.

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Hay algo disponible que es verdaderamente poderoso. En la parte 3, sugiero que el h e c h o de relacionarnos como padres y hermanos nos puede ayudar a revivir el sueño perdido de la hombría.

1

Véase Bold Love (Amor Valiente) del Dr. Dan AlJender y Dr. Tremper Longman, donde se ofrece una discusión detallada de lo que el amor demanda de las personas que se relacionan con alguien destructivo (Colorado Springs: NavPress, 1992).

Conclusión de la Parte 2 ^ L f T í j ° s o n muchos los hombres que disfrutan de la riqueza ^ ^ f W de la madurez masculina. Sólo dos de los hombres que fueron libertados de Egipto cruzaron el río Jordán y entraron en Canaán. El resto vagó sin objetivo fijo en el desierto, hasta que murió. El camino a la madurez comienza con una honesta mirada a la forma en que nos relacionamos. ¿Qué efecto causamos en la gente? Si nuestras esposas, hijos y amigos tuvieran el valor, ¿qué nos dirían sobre cómo es relacionarse con nosotros? ¿La gente nos percibe como necesitados, requiriendo que otros cuiden de n o s o t r o s ? ¿La g e n t e se siente p r e s i o n a d a a manejarnos bien? ¿O nos experimentan como rudos, duros y fuertes, sin mucha necesidad de la gente, y lo suficientemente despegados como para no ofrecer ni demandar intimidad? Debido a que carecemos de valor para adentrarnos en el misterio, somos gobernados, bien por pasiones de necesidad, o por pasiones de dureza. Ni los hombres necesitados ni los hombres duros son auténticos hombres.

PARTE 3

Algo Poderoso Está Disponible Una Generación de Consejeros

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Continuamos recorriendo el camino a la madurez cuando admitimos cuan profundo es nuestro anhelo de tener un padre, un hombre que Vaya delante de nosotros, haciéndonos saber lo que es posible y llamándonos para que lo sigamos, y un hermano, un compañero cuyas luchas y compasión nos animen a dejarle saber quiénes somos mientras caminamos junios. Cuando ¡a realidad de que no tenemos padre ni hermano nos golpee, que es lo que le pasará a la mayoría de los hombres, la desilusión abrumadora puede transformarse en amargura, o bien podrá conducirnos a buscar a Dios con todo nuestro corazón y a convertirnos en ¡os padres y hermanos de otros hombres. Para los pocos que conocen el gozo de tener buenos padres y de ¡a riqueza que son los hermanos, el llamado no es simplemente a gozar de estas bendiciones, sino también a proporcionarlas a otros. Si los hombres de boy están dispuestos a penetrar la oscuridad, a recordar a Dios, y luego hablar palabras que le den Vida a otros, si están dispuestos a recorrer el largo, angosto y escarpado camino hacia la Verdadera hombría, entonces quizá nuestros hijos entrarán en sus años de adultez con la bendición de tener una generación de consejeros mayores, hombres que se desempeñen bien como padres al caminar con sus hermanos de regreso al hogar.

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Capítulo

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Padres: Hombres que Creen en Nosotros o s momentos más difíciles aparecían temprano en la _W Q ^ m mañana, después de luchar inútilmente por dormirse. Había estado acostado mientras su mente daba vueltas como en una montaña rusa. Hubo unos cuantos momentos de calma seguidos de una larga y atormentadora subida por una pendiente empinada que le era familiar, rumbo a las alturas temidas, y luego una súbita caída, un arrebato de frenesí incontrolable, y pensamientos extraños y desorganizados que lo hundían en un terror que detenía su corazón. Los pensamientos tenían algo en común —todos lo afligían. La llamada de un maestro preocupado por las malas calificaciones de su hijo. ¿Cuál era la razón del problema? ¿Era su hijo un haragán? ¿Indisciplinado? ¿Rebelde? ¿Simplemente era lento? ¿Qué clase de futuro tendría?

Después estaba su hija, que no era bonita y había ganado Peso. A los trece años la apariencia importaba más que antes.

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Los abrazos y nombres cariñosos de papi ya n o le producían la misma sonrisa que cuando tenía diez años. Y luego estaba su esposa. Profundamente dormida a unos centímetros de distancia. Pero sus corazones estaban separados por kilómetros. Él se preguntaba por qué había desaparedo la pasión Diecinueve años de romance en decadencia sólo ¿ e i a r o n una concha hueca d e compromiso. Algunas veces volvía una chispa, pero nunca por mucho tiempo. ¿Cómo sería su matrimonio dentro de diez años, cuando los chicos ya se hubieran ido 7 ¿Volverían a sentirse realmente cerca? ¿Podría él ser capaz de descartar las fantasías y vídeos ocasionales, que eran su única fuente de excitación sexual? Miró el reloj eran las 12:23 a.m. Su mente se mantuvo corriendo deprisa hacia otras preocupaciones, sin resolver aquellas aue ya lo habían obsesionado. Dinero, la universidad para sus chicos. Podría ser que su hijo nunca entrara, y su hija tamb'én lo necesitaba —bueno, sus probabilidades de matrimonio parecían escasas. Estaba harto de presupuestar con cuidado, ahorrando veinte dólares a la semana para un fondo de vacaciones y luego sacando de ahí para gastos imprevistos. La última vez fue para pagar la cuenta del plomero cuya fuga él debió haber sido capaz de arreglar. Su mente volvió a saltar. El trabajo era aburrido. Su título de negocios lo capacitaba para un mando medio y algo más. ¿Podría aguantar estar sentado detrás del mismo escritorio durante otros veinte años? Para entonces, sabía lo que haría. Era una rutina familiar. Aearró su bata y la Biblia, se apresuró escaleras abajo antes de explotar en llanto y despertar a su esposa, cosa que algunas veces deseaba hacer. Sería agradable que lo cuidaran, v e r la preocupación de su esposa, sentir su mano en el hombro. Ya la había sentido antes, y era bueno, pero nunca suficiente. No Esta vez no. Se las arreglaría para salir a flote. Le presentaría sus preocupaciones al Señor; recordaría sus promesas v pediría conocer su presencia. Encontraría el valor para m o verse confiadamente hacia la confusión de su mundo incierto y preocupante. Encendió la luz y se sentó en la misma silla de siempre. Al ieual que muchas otras veces, su pánico cedió paso a las lágrimas Sollozó. Cayó de rodillas y lloró hasta que ya no p u d o

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más, preguntándose si su esposa lo habría oído. Si fue así, no bajó a buscarlo. Luego volvió a la silla y abrió la Biblia. Después de leer durante unos minutos, su mente se vio arrastrada a pensamientos acerca de su padre. Levantó los ojos de la página y se rindió al suave impulso que lo dirigía hacia esos pensamientos. Las palabras le pasaban por la mente, como un anuncio en u n a marquesina cuando las luces se encienden. Éstas eran: "¡Papá ya ha estado aquí!" Recordaba las historias e imágenes: Una enfermedad que costeó su padre, quien tenía tres hijos menores de diez años, su trabajo durante dos años, su madre trabajadora, que nunca se quejaba pero siempre parecía cansada, su padre esforzándose por sonreír, pero saliendo algunas veces a dar largas caminatas, de la familia de rodillas, reunida en el dormitorio. Podía escuchar la voz de su padre: "Pronto estaré trabajando, cariño. Dios proveerá. Luego te podrás quedar en casa". Luego llegó el empleo, donde ganaba muy bien. Las cosas eran mejores, más fáciles y felices. Pero su padre todavía parecía preocupado. Podía sentir la tensión ocasional entre sus padres, pero nunca supo por qué era. Algunas veces su afecto parecía forzado. Había más recuerdos de su padre resistiendo durante unas cuantas crisis de hospital; durante los altibajos normales, y los horarios ajetreados de sus hijos; durante un tramo de cinco años de llamadas de la escuela, de llamadas a la puerta por parte de la policía y varias apariciones en la corte; y luego a través del dolor y la vergüenza de su renuncia a la junta de ancianos de la iglesia. Su hermano mayor había roto el corazón de sus padres más veces de las que podía contar. Recordaba las lágrimas y oraciones de su padre. Su imagen, orando a la hora de la comida, se le pegaba a la mente: la cabeza inclinada, la voz suave con un temblor ocasional. "Padre, manténnos confiando en tu bondad. Gracias por tu fidelidad a través de Cristo. Haznos a todos sus seguidores". Las palabras se volvían a cruzar: "¡Papá ya ha estado aquí!" Y papá lo logró. No siempre estuvo contento —algunas veces francamente era desolador estar cerca de él —pero continuaba trabajando; nunca renunció a sus responsabilidades. Y nunca dejó de preocuparse por su hijo pródigo.

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Ahora, a los setenta y cuatro años, lleno de un pesar que no se podía expresar con palabras por la reciente muerte de su esposa después d e meses de sufrimiento, todavía no estaba animado y jovial. Pero demostraba una calma que era más que resignación. Aunque no todo el tiempo parecía esperanzado, cuando lo estaba parecía poderoso. L e gustaba decir: "Lo m e j o r todavía está por llegar". Mi padre era real. Su pasión por Cristo era realmente fuerte. C u a n d o oraba, las palabras e r a n las mismas, pero inmensurablemente más ricas. La cabeza inclinada, la voz suave con el temblor ocasional. "Padre, manténnos confiando en tu bondad. Gracias por tu fidelidad a través de Cristo. Haznos a todos sus seguidores". Había visto a su hijo mayor volver al Señor después de dos divorcios, ambos ocasionados por su adulterio. Y la hija menor de su hija, su única nieta, había sufrido cuatro cirugías en sus tres años de vida, sin garantías para el futuro. Pero su padre había recorrido el camino, y todavía después de siete décadas yo lo estaba recorriendo. Papá lo había logrado. Cerró su Biblia a las dos de la mañana. Vaciló, luego tímidamente inclinó su cabeza y, con una voz suave que temblaba levemente, oró: "Padre, manténnos confiando en tu bondad. Gracias por tu fidelidad a través de Cristo. Haznos a todos sus seguidores". Regresó a la cama y se durmió, sin despertar a su esposa.

Un padre piadoso le da tres mensajes a su hijo: 1. "Se puede". 2. "No estás solo". 3. "Creo en ti". La mayoría de los hombres de nuestra generación nunca ha recibido ninguno de estos mensajes por parte de sus padres. En las almas de los hombres que no han sido tratados como hijos, hace falta algo. Cuando los tiempos se ponen difíciles, escasea el valor. La oscuridad parece demasiado densa como para entrar. El futuro

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se ve negro. A muchos hombres, los ejemplos de sus padres no les dan ninguna razón para soñar en convertirse en hombres buenos, fuertes, virtuosos, amorosos. Creen que tal vez esto no se pueda lograr. Nadie ha tomado la lid. Nadie ha demostrado que sí se puede. Quizá renunciar, arriesgar la reputación, darse el gusto de unos pocos momentos de placer barato sólo para aliviar el dolor, no sean ideas tan malas. Tal vez tenga sentido encontrar un camino más ancho y cómodo que el angosto que hemos intentado recorrer. ¿ De todos modos, a quién le interesa? ¿Qué se puede perder? Supóngase que cometamos un pecado obvio. Mucha gente sacudirá su cabeza y dirá: "¿Escuchaste lo que le sucedió a Roberto? Yo siempre tuve mis dudas. Me pregunto si realmente conocía del Señor. La realidad es que está hecho un lío. Escuché que su esposa lo ha tomado muy mal. Probablemente se divorcien". A nadie le importará. Nadie nos buscará y nos mirará con ojos de esperanza. Eso duele, y hace que nuestras amistades actuales signifiquen menos. Cuando un padre le falla a su hijo, introduce batallas adicionales en su vida; batallas que nunca tenía que haber librado. Cuando un hombre jamás escucha a otro declarar, con su vida, que avanzar con resolución hacia la madurez es posible, sin importar qué depare la vida porque siempre ha habido quién se interese y se interesará por él, pues ese alguien respeta su corazón y sabe que él puede lograrlo —un hombre que nunca escucha estas afirmaciones experimentará, en el centro de su ser, un hondo hueco que da punzadas de dolor desesperante. Hace falta algo que debería estar ahí —y que estaría si su padre hubiera desempeñado bien su rol. Este capítulo es un llamado para que los hombres hagan dos cosas. Primero, que enfrenten la realidad de la relación con su padre. Si fue, o es, una desilusión grave, deben admitir la pérdida, abrazar la pena y llorar por ello. No la blanqueen con frases cristianizadas: "Bueno, él hizo lo mejor que pudo", "Estoy agradecido porque no fue peor", "Dios debe tener algún propósito en todo lo que permitió". Enfrenten los hechos duros. Con toda su fuerza, usted desea que las cosas hubieran sido diferentes, que lo fueran ahora, pero no puede encontrar una forma para mejorarlas. Eso duele.

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Si usted enfrenta las cosas como son, en su corazón se podría desatar un hambre de conocer a su Padre celestial, pero sólo si el dolor no degenera en una amargura que simplemente se asiente y pase desapercibida e indiscutida. U n a concienciación más profunda de sus deseos vivos de tener un padre, podría advertirle sobre hombres en su vida que le hayan servido como tales; quizá de manera imperfecta e incompleta, pero todavía significativa. Su corazón podría alegrarse con el recuerdo de un abuelo, un tío, un pastor juvenil, un maestro de secundaria, o un entrenador. Tal vez reconocerá a un padre espiritual en Jeremías, o Elias, o Job o Pedro, hombres que lucharon, que fallaron, que se sintieron abandonados y solos, que conocieron la fidelidad de Dios a través de las pruebas y la disciplina —hombres cuyas vidas le dicen que sí se puede. Pero enfrente la realidad de su relación con su padre. Eso es lo primero que debe hacer. Segundo, desarrolle una visión de lo que usted podría significar para otros hombres, particularmente para los más jóvenes que vienen detrás de usted en el camino. El vacío de n o tener un padre piadoso no será llenado al convertirse en un padre piadoso para alguien más; por el contrario, eso puede agudizar el dolor. Pero el vacío estará rodeado por un sentido de propósito, y eso traerá gozo; la marca única del gozo cristiano que nos sostiene durante el sufrimiento, en vez de ponerle fin; un gozo extraño que se siente más como una razón para continuar que como los hermosos sentimientos de un niño en Navidad. Los jóvenes universitarios pueden servir de consejeros a los muchachos de secundaria. Pueden salir a divertirse con ellos, compartir una pizza, hablar de chicas, calificaciones y reglas, enseñarles un deporte, a arreglar carros o manejar una computadora. Los hombres con hijos propios tienen la oportunidad y la responsabilidad obvia de transmitir el triple mensaje de la paternidad a su descendencia. Los hombres sin hijos (tanto casados como solteros), y los padres mayores que ven a sus hijos adultos sólo una vez al año, todos pueden servir de padres espirituales a otros hombres en su comunidad. Este capítulo es un llamado a que los hombres vislumbren qué podrían significar ellos para los que están observando.

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T R E S M A R C A S D E U N PADRE P I A D O S O Un padre piadoso es un hombre que entiende lo q u e significa para sus hijos, q u e se siente humilde ante el gozo abrumador por el impacto que puede hacer para Dios, y aterrado por el daño que puede causar. Que se siente emocionado y asustado a la vez. Debido a su confianza en Dios, la emoción es más fuerte. Él anhela guiar a su hijo hacia la hombría piadosa mediante un ejemplo silencioso y con pocas palabras. Al igual que la mujer experimenta el trabajo de parto para tener al bebé, este hombre lucha para dar a luz a un hijo piadoso. En la agonía de su deseo, es como Dios, quien declara: Pero ahora voy a gritar como parturienta, voy a resollar y jadear al mismo tiempo (Isaías 42:14), cuando se compromete a rectificar todo error y ganar a su pueblo para Él. Un padre piadoso es urgido por su más alto llamado a complacer a su Padre celestial, a volverse como el Hijo y rendirse al Espíritu. Pero el llamado a pasar su conocimiento de Dios a la próxima generación también es fuerte. Al luchar por cumplir con su llamado a recordar a D o s y hablarle a la oscuridad de una forma que perpetúe el recuerdo, este hombre hace tres cosas que lo caracterizan como padre piadoso.

Marca #1: Recorre un camino bueno a la vista de su hijo, para dejarle saber que "Sí se puede hacer". N o hay sentido de exhibición, ni postura con la finalidad de impresionar a su hijo, sino que sencillamente recorre el camino que Dios le ha trazado, porque confía en Él. Aun cuando no haya evidencia que respalde su creencia, se agarra de lo que conoce como verdad acerca de Dios porque lo ha escuchado hablar a través de su Palabra, y cree en lo que ha dicho. Un padre piadoso es un hombre de fe cuyas penas, aunque profundas y constantes, no eliminan el gozo (por lo menos no por mucho tiempo), alguien que nunca usa sus fracasos para justificar la dureza, alguien cuyas luchas, que lo tientan a renunciar, nunca lo vencen. Sin saberlo, el semblante de un padre piadoso ocasionalmente brilla. N o son muchos los que lo ven, pero unos cuantos son deslumhrados por la brillantez de su pasión por Cristo, una pasión que infunde respeto en quienes lo observan.

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Cuando se da cuenta de que su vida ha estimulado profundamente a su hijo para que recorra el mismo camino, se sorprende — y se siente agradecido. Cuando la gente habla afectuosamente de su influencia, lo toman desprevenido. Este hombre se encuentra tan absorto con la gloria de Cristo, que no ha notado que se le ha pegado un poquito de la misma. Un padre piadoso no finge. La vida es dura y él lo sabe. Las espinas y los cardos lo pinchan haciéndolo sangrar en ocasiones, y las malas hierbas lo frustran. La vida por fuera del jardín a menudo es difícil, y a veces horrible. Los que lo observan saben que se lucha. En ocasiones está más consciente del fracaso que del crecimiento. Pregúntele a un hombre maduro si lo es, y cambiará de tema sintiéndose incómodo. Cuando reflexiona sobre sí mismo, seguramente se asombra de que Dios se deleite en él, y se siente avergonzado porque para que eso fuera posible a Dios le costó su único Hijo. Un padre piadoso es un relator de historias. El enseña, más por medio de historias que con discursos. Sabe que las lecciones envueltas en las historias penetran más profundamente y son más duraderas. Él cuenta historias de sueños de la niñez que dieron paso a la dura realidad de la adultez. Escuche una historia que mi padre me contó en una carta reciente: "Tengo un recuerdo extremadamente vivido al cumplir doce años. Estaba impresionado por la llegada de mis años de adolescencia. Trece sonaba muy maduro; después de todo, el siguiente paso era veinte. Y sabía de algunas personas que se habían casado a esa edad. Me senté con mi madre e n el portal de atrás de una impresionante mansión en Chestnut Hill. La tía Lily trabajaba allí como institutriz, y tenía permiso para que su hermana pasara el verano con ella mientras la 'realeza' viajaba por Europa. Yo estaba tratando de decirle a mi madre lo mucho que la cuidaría cuando fuera grande. En esa época vivíamos en la casa de la Calle Baynton, y yo me la imaginaba en la mansión donde estábamos ese día, siendo yo el proveedor. Como dijo el poeta: 'Fue una ignorancia infantil, pero, oh, lo que parecía ser'. La vida se parece mucho a eso. Los sueños se desvanecen cuando la dura realidad toma posesión.

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Esa historia de mi padre me permitió saber que él, igual que yo, tuvo sueños alguna vez. Muchos de sus sueños más queridos han sido rotos, y sin embargo todavía sigue a Dios y su vida es ejemplo de fidelidad. Los padres piadosos cuentan otras historias de sueños nobles que se han hecho realidad, de victorias y también de derrotas, de la mano de Dios en sus vidas, de aquellas pocas veces cuando una momentánea visión de Cristo los dejó ciegos para todo lo demás, y de las muchas en que la vida simplemente parecía demasiado dura. Cuando el hombre joven puede, al escuchar estas historias, ver al hombre mayor recorriendo el camino, comienza a darse cuenta de que cada una de sus propias luchas ya ha sido enfrentada antes. Siente que una cálida esperanza baña su alma cansada, refrescándole con fortaleza y valor renovados. "¡Se puede!", grita el hombre joven. "Él pudo. Véanlo. Ha enfrentado todo lo que yo enfrento, ha soportado el mismo temor, angustia y fracaso, ha hecho las mismas preguntas y escuchado el mismo silencio que m e enfurece, y todavía confía en Dios. Él lo logró. ¡Se puede!". 1

Marca #2: Ocasionalmente, se voltea y mira a su hijo para hacerle saber que "No está solo". Un padre piadoso recorre un camino bueno, sabiendo que su hijo está caminando treinta años detrás de él. El hijo observa desde atrás y, sin dialogar con él, escucha el mensaje: ¡se puede! De vez en cuando, ante la frustración de ver que los tiempos parecen haber sido establecidos al azar y son completamente imprederibles, un buen padre se detiene, se da vuelta y mira a su hijo. Mientras no se haya dado vuelta, su hijo siente la distancia que hay entre ambos; no una distancia fría y estéril, pero al fin distancia. Él anhela escuchar de su padre algo más que sólo aquello que transmite mediante el ejemplo, el mensaje de que realmente es posible permanecer fiel al llamado que uno tiene como hombre. Quiere sentirse conectado, escuchado, tomado en cuenta. Anhela saber que el hombre que vitoreó en el combate de lucha del primer ciclo de secundaria y se paró orgullosamente para aplaudir en la graduación

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universitaria, todavía está comprometido, interesado, todavía lleva a su hijo en el corazón. Para un hijo adulto, tiene un valor incalculable ver que su padre está de rodillas delante del trono, mencionando su nombre, y saber que siente el dolor de toda lucha —y el gozo de cada victoria— en la vida de su hijo. Cuando este padre se voltea, su hijo recibe una mirada que deshace toda duda: "Papá todavía se preocupa. ¡No estoy solo!" Un padre piadoso se vuelve hacia su hijo —quizá en una carta, una llamada telefónica, una visita— no para instruir ni para amonestar. Hay un tiempo y lugar para esa clase de comunicación, pero la agenda central del padre es escuchar. Cuando se da vuelta, no habla, invita. Aun aquellas cartas en las que un padre no se puede resistir a dar una palabra de consejo, lo que hacen es ofrecer consejo más que imponerlo. El respeta el derecho, y la enorme responsabilidad de su hijo de hacer sus propias elecciones. Cuando sus ojos se encuentran, aún antes de hablar, el hijo se siente escuchado. Quizá su padre se dio vuelta entonces, y no antes, porque sintió que él necesitaba hablar. El Espíritu de Dios a menudo trae al hijo a la mente de un padre amoroso, y luego éste levanta el teléfono. Recuerdo —y los ojos se me llenan de lágrimas —la noche en que mi padre me llamó y dijo: "No te pude sacar de mi mente anoche. Me imaginé que Dios te estaba guardando. ¿Está pasando algo por lo cual pueda orar?" Un padre piadoso piensa a menudo en su hijo. De vez en cuando, el pensamiento viene con una fuerza que lo hace detenerse y darse vuelta. Y cuando lo hace, se inclina hacia él, poniendo su oído tan cerca de su boca como para decir: "No me quiero perder ninguna de tus palabras". Eso es exactamente lo que Dios hace con los hijos que lo recuerdan. Y él los escuchó y les prestó atención (Malaquías 3:16). Él escuchó una voz que captó su atención, y luego se inclinó para oír. Ese es el significado de los escuchó y les prestó atención. Su mensaje al darse vuelta es claro: "Nunca estás lejos de mi mente y siempre estás en mi corazón. Estoy contigo. ¡No estás solo!" Un padre piadoso es un ejemplo disminuido del Padre celestial que siempre escucha, el Dios que recoge cada lágrima en una botella, guardándolas hasta el día cuando

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revelará el buen propósito que tenía en cada prueba que pudo haber evitado. El mensaje de un padre piadoso es escuchado por su hijo: "No estás solo. Estoy escuchando. Escucho tu dolor. Nunca te he contado los detaÚes de mis batallas con la lujuria, la codicia y el orgullo, y tú nunca me has contado las tuyas. Pero sé que las tienes. Nada me escandalizaría. Yo también soy hombre. Y nada te p o n e fuera del alcance del amor de Dios. Su gracia es mucho m á s grande que nuestro pecado, al igual que la tierra es más grande que un grano de arena. Ambos somos hombres caídos que todavía no hemos sido liberados de la presencia del pecado. S é que la vida es difícil, algunas veces aterradora, y con demasiada frecuencia dolorosa, aún más de lo que se puede expresar con palabras. Me duelo contigo cuando te preocupas por problemas monetarios, por desilusiones en tu carrera o problemas familiares. Siento el peso de tus preguntas y oraciones n o contestadas; conozco la oscuridad que enfrentas con frecuencia. Pero sé qué ha prometido hacer Dios. Por lo tanto, puedo oír acerca de tus problemas sin derrumbarme o necesitar rescatarte. En tus gozos y tristezas, te doy mi presencia. ¡Estoy contigo!" Ese es el mensaje de la mirada de este padre cuyo hijo, en respuesta, se siente inclinado a hablar. El no le comparte todo —algunos secretos se comparten mejor con los hermanos— pero lo que sí llega a compartir, se escucha. Nada significa tanto para un hombre cuando está luchando que sentirse acompañado por alguien a quien le importa, sin demandar reconocimiento ni agradecimiento, sino simplemente deseando estar ahí para cuidar y ayudar, atento y aceptando. Ese hijo, a medida que habla con su padre, que lo escucha, encuentra el valor para moverse a lo largo del camino oscuro que tiene por delante, sabiendo que su padre ya estuvo ahí y ahora está a su lado.

Marca #3: Continúa su caminar hacia Dios, confiando en que El guiará a su hijo para que lo siga, diciéndole con eso: "Creo en ti". Un padre piadoso no puede pasar todo el tiempo escuchando a su hijo. Nuestro Gran Sumo Sacerdote sí lo puede hacer, pero un padre humano no — y no debe hacerlo. Si escucha

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durante mucho tiempo y se envuelve demasiado en sus preocupaciones, ofrecerá demasiada ayuda o bien se desilusionará y se volverá cínico o enojado. Podría enviar el dinero que liberaría a su hijo de una oportunidad difícil de crecimiento, o en su frustración daría algún consejo que conduciría a una lucha de poder: "¡Más te vale que hagas lo que digo, o realmente echarás a perder todo!" Los padres piadosos tienen que hacer algo más importante q u e escuchar a sus hijos. Durante cortas temporadas, escuchar se puede convertir en la prioridad principal. Pero el patrón de la vida de un padre debe reflejar su compromiso para permanecer en el camino angosto, ya sea que su hijo lo esté o no siguiendo. Recuerdo haberle dicho a uno de mis hijos, durante ur período difícil: "Me puedes partir el corazón, pero no puedes destruir mi vida. Seguiré a Cristo sin importar lo que hagas Mi vida está escondida en Cristo. Eres importante, pero no poderoso". Cuando un padre piadoso continúa su camino y hace de ese caminar su patrón característico, pone a su hijo en el lugai apropiado, lo libera de la insoportable posición de ser el centro de la vida de su padre. El hijo, ya liberado de una carga que no puede manejar y que lo resiente, ahora es más capaz de dar a su padre, de buena gana, aquello que posee y que puede dar. Cuando este padre se aleja de su hijo, rompiendo el contacto visual para fijar nuevamente sus ojos e n Jesús, él sabe que no lo hace por rechazo o indiferencia y que sólo la probabilidad de conocer mejor a Dios podría alejarlo. Un padre piadoso sabe que su hijo está en buenas manos, manos más poderosas que las suyas, y aprende a descansar. Un padre que descansa significa muchísimo para su hijo. Los padres preocupados transmiten la expectativa de que sus hijos encontrarán alguna forma de echar a perder sus vidas. Los padres relajados comunican que sus hijos son responsables de sus elecciones ante Dios, un Dios q u e m o v e r á los cielos y la tierra para conseguir que obedezcan. La vida de un padre piadoso demuestra el primer mensaje: que es posible seguir a Cristo sin importar lo que la vida depare, y que su presencia le asegura a su hijo que no está solo. El segundo mensaje es que alguien se interesa. Y su negativa a

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fluctuar —manteniendo el ojo prendido de las cosas y cargando a su hijo cuando él debería encontrar la fuerza para caminar por sí mismo— comunica el tercer mensaje: que cree en su hijo, que lo acepta como individuo responsable de sus decisiones y, por la gracia de Dios, capaz de escoger bien, y de levantarse después de caer. "Se puede". "No estás solo". "Creo en ti". Ningún hombre ha escuchado estos mensajes tan clara o consistentemente como lo desearía. Los padres piadosos a veces fallan, y a veces se entrometen, dependen demasiado de sus hijos, o están tan absortos en sus propias luchas que ya no escuchan bien, aunque a menudo se preocupan. Sus preguntas transmiten falta de confianza en la habilidad de su hijo. No debemos demandar perfección de nuestros padres. Más bien, debemos buscar patrones. Debemos aprender a apreciar a los padres imperfectos, pero piadosos, que se las arreglan para volver al buen camino, que evidencian su cuidado en forma genuina (aun si no lo hacen con la frecuencia que quisiéramos), y que saben algo sobre descansar en la soberanía de un Dios amoroso. La triste verdad, por supuesto, es que la mayoría de los hombres no tiene padres piadosos. Muy pocos pueden siquiera señalar, en sus vidas, a un hombre mayor que haya comunicado poderosamente estos tres mensajes. La mayoría ha escuchado tres mensajes muy diferentes, que les gritaron en sus oídos: 1. "La vida es demasiado difícil de vivir como Dios demanda. Es necesaria una pequeña transigencia, cierto alivio con el cual pueda contar, alguna oportunidad de hacer lo que me hace sentir bien ahora, con respecto a mí mismo, ¿una verdadera vida piadosa? No se puede lograr". 2. "Seguro, m e interesas. Bueno, así que no escucho bien todo. Vamos, tengo mis propios problemas. Me parece que deberías estar agradecido por todo lo que hice cuando eras niño. Quizá ahora sea mi turno de recibir un poco de atención. Realmente no me interesas".

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"Mira, la vida se está tornando difícil, sabes. ¿Tienes alguna idea de lo que es volverse viejo? Bueno, algún día lo entenderás. Hago lo mejor que puedo. Sé que no es tan bueno. Pero dudo de que tú lo harás mucho mejor".

Cuando un hombre de treinta y cuatro años, hijo de un acaudalado negociante llegó a su lecho de muerte, las últimas palabras que escuchó de su boca, fueron éstas: "En el testamento te he dejado mi compañía. Si tuviera otro hijo, se la dejaría a él. Ahora estás a cargo. Calculo que te tomará cerca de un año destruir el trabajo de toda mi vida". Ese hijo tuvo dificultad para encontrar el valor de seguir adelante. Luchó contra la depresión, gastó insensatamente el dinero, y bebió en exceso. Algo vital le hacía falta a su corazón, algo que su padre pudo haber depositado en él. ¿Deberíamos culpar al padre por los fracasos del hijo? No. Su Padre celestial había provisto todo lo que necesitaba para vivir una vida fiel y responsable. Pero ese hombre joven libró batallas que nunca debió librar. En el juicio final, quizá recibirá una mayor recompensa por la batalla de toda su vida contra la bebida, que lo que yo voy a recibir por todo lo que he enseñado, aconsejado y escrito. Enfrente la realidad de su relación con su padre. Enfréntela con honestidad. Duélase por lo que hace falta. Sienta el enojo provocado por el dolor y el descuido. Regocíjese en todo aquello que sea bueno. Escuche los mensajes que le ha transmitido su vida. Luego tómese de la mano de su Padre celestial. Observe a su Hijo transitar perfectamente por el camino angosto, y sepa que la vida de Él está en usted, permitiéndole crecer en obediencia y nunca renunciar. Imagínese a nuestro Gran Sumo Sacerdote escuchando cada vez que invocamos su nombre, luego inclinándose para escuchar cada palabra, cada suspiro, cada grito. Obsérvelo ascendiendo al rielo, con la confianza de que sus hijos lo seguirán, sabiendo que hará todo lo que sea necesario para mantenerse atrayéndolos hasta que estén con Él. Y busque a otros —tal vez a un hombre mayor aplomado, de su iglesia, que apenas haya notado— cuya vida le diga que sí se puede, que usted no está solo, que cree en usted.

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Luego, decídase a convertirse en uno de esos hombres que silenciosamente dan buenos mensajes a los más jóvenes que los siguen en el camino. Calcule el costo de convertirse en tal hombre —es enorme. Pero valore el privilegio y anticipe el gozo. No existe mayor llamado que representar a Dios ante alguien, viviendo la vida de un padre espiritual con él. Conviértase en un anciano.

Aquí hay un gran peligro. Los hijos a menudo creen que no pueden llegar a ser mejores que sus padres. Cada padre que lo "ha logrado", de cierta forma se ha quedado corto. Sólo el Hombre Perfecto lo ha logrado totalmente. Nuestro llamado es a parecernos a él, y no a nuestros padres terrenales. Y Dios da el poder para volvernos como Cristo, aun en maneras de las cuales nuestros padres nunca se imaginaron. No permita que un padre límite su visión para usted mismo.

Capítulo

13

Hermanos: Hombres que Comparten Secretos Í ^ Q / í j a c e tanto tiempo que sucedió! ¿Por qué el recuerdo / V m todavía se abalanzaba contra los bordes de su mente como un ratón impulsado por un microbio que pasa rozando los zócalos de la que, si n o fuera por eso, sería una casa limpia? La tentación todavía estaba presente. No todo el tiempo, por supuesto; y algunas veces ni siquiera lo estaba. Pero él tenía esa sensación amenazadora de que en cualquier m o m e n t o el deseo podría surgir como un monstruo del mar al que tendría que agarrar por el cuello y dominar. Comenzó a la edad d e once años, cuando por primera vez fue a un campamento. Quizá el vacío creado por la nostalgia lo predispuso. Su amigo — d e trece años, ya con músculos, gran atleta, tipo "campista de la s e m a n a " — lo descubrió primero: un agujero que quedó al desprenderse un nudo de la madera, en la pared de una de las cabañas d e las chicas. Lo único que separaba los

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campamentos era una corta caminata a través del bosque, y una cerca fácil de trepar. Nunca antes había sentido algo semejante. Salieron por la ventana cuando ya habían apagado las luces, entraron furtivamente en el bosque, como un comando de unidades especiales, y se arrastraron sin hacer ruido hasta el agujero. Con un ojo cerrado y el otro bien abierto, se pusieron a mirar. La consejera de las campistas les había permitido tener la luz encendida después de la hora señalada. ¿Fueron esas pocas noches las que dieron inicio a la obsesión? ¿Por qué el deseo era tan fuerte, tan apremiante, y el placer tan satisfactorio que, aun ahora, años después, parecía más tarde, ser una parte irresistible de su carácter? Él había recibido a Cristo esa misma semana de campamento. Y fue real. Sus padres, que habían orado, estaban emocionados. Nadie sabía qué otra cosa comenzó durante esos días. Desde entonces, la batalla había sido fiera. Durante sus años de adolescencia, hubo unas cuantas películas que nunca debió haber visto, unas que todavía no podía olvidar, y otras cuantas más cuando apenas pasaba de los veinte años. Luego, aquella visita ya tarde en la noche, al club de "adultos". Las películas, lo podía confesar; aun el espiar por el agujero parecía más travesura que algo serio. Pero, ¡dos horas en un lugar como ese club! La gente era amistosa y de buena condición social; una sensación de estar haciendo algo cotidiano había calmado su conciencia hasta que salió por la puerta, justo antes de la medianoche. Eso fue hace ocho años, cuando tenía veintinueve y estaba casado, con dos niños pequeños, y él con su esposa a cargo del grupo juvenil de la iglesia. Ahora tenía treinta y siete, y sus dos hijos eran parte del grupo juvenil que todavía dirigía. La sorpresa maravillosa d e la familia era una bebé, que ahora tenía seis años. Como presidente del comité de misiones, había dirigido dos viajes misioneros recientes a Europa oriental, de los cuales el último incluyó a toda la familia. Su vida era como una camisa blanca con una mancha de comida, cubierta por una corbata bien puesta. Hubo veces en que la idea de abandonarse a esos viejos placeres prohibidos parecía prometer algo que n a d a más

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podía proporcionar, incluyendo su fe —no, especialmente su fe. El simple pensamiento d e vivir sus fantasías podía aliviar un terror que llevaba dentro. Tapaba el agujero sin fondo que siempre estaba presente, e s p e r a n d o su poder siniestro para succionarlo algún día h a c i a sus profundidades. A veces, los placeres del pecado parecían su único medio de supervivencia, su única esperanza d e gozo. La ruta de la casa al trabajo lo hizo pasar a tres cuadras de ese misino club. En todos esos años, sólo unas pocas veces salió del camino para pasar por ahí. Una vez, había bajado la velocidad, pero no estacionó s u carro, y mucho menos salió de él para entrar. En su pensamiento, había disfrutado mil veces de los placeres que estaban disponibles dentro de ese edificio, y se detestaba por eso. Cada vez que el recuerdo se convertía en una imagen enfocada, se s e n t í a avergonzado, sucio, débil—pero extrañamente vivo. Aun cuando el recuerdo era borroso, todavía estaba presente, esperando capturar su mente. Nadie lo sabía. Haría un par de años, en su grupo de hombres, había admitido tener un problema con la lujuria. Todos lo escucharon cuando daba apoyo, pero con el mismo interés que podía provocar una confesión de masturbación ocasional. Quería contarle a alguien la terrible verdad, con suficientes detalles como para dejar bien claro que su pecado era grande, que permitirse ese gusto parecía como la puerta del paraíso. ¿Pero a quién se lo podía contar? ¿A su esposa? ¡No! No estaba seguro por qué, pero no. ¿A su padre? Otro no, categórico, porque sentía que era inapropiado. Dos ancianos oficiales de la iglesia sobresalían por ser más que sólo administradores del ministerio. Ambos eran hombres buenos y piadosos, pero de una manera convencional. Parecían más estables q u e vivos. Podía imaginar su respuesta: preocupación sincera, promesas de que orarían, pero sin seguimiento, a excepción, quizá, de decirle ocasionalmente: "¿Cómo va esa lucha?" Todavía estoy orando por usted". Sus tres amigos más cercanos bromeaban demasiado sobre cuestiones de sexo. El lo resentía. Se rehusaba a correr el riesgo de convertirse en el objeto de su humor irreverente. ¡Stan! Nunca antes se le había ocurrido ese nombre como

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u n posible confidente. Él lo conocía bastante bien. Habían almorzado juntos unas cuantas veces, estuvieron más de un año e n el mismo grupo de estudio bíblico, y también compartieron u n a noche de larga conversación. Stan. Preocupado, apasionad o , luchador, decidido, ¡divertido, pero nunca frivolo! D e su misma edad, tal vez un año menor. Decidirse le tomó ocho meses. Hasta que finalmente lo hizo. L e compartió su secreto, sin detalles atractivos sino con una confesión clara de pecado real y de terror. Stan escuchó. Unas cuantas preguntas; ninguna que estimulara detalles específicos innecesarios, ni palabras ni expresiones fáciles que indicaran que su respeto había disminuido. S u conversación se sintió limpia, dignificada, importante. Stan n o ofreció consejo, n o intentó interpretar o explicar la lucha, n o redujo ninguna verdad a trivialidad. Habló más acerca de una visión; de lo que las vidas de ambos podrían ser dentro de u n año —diez años— a medida que el Espíritu de Dios hiciera su obra. La visión no fue transmitida con una intención de "¡Oye, relájate! ¡Estarás bien!", sino más como un sentimiento de "Piensa lo que podría ser. No te desanimes. Vale la pena cualquier costo". Y se puso a la orden para seguir hablando. Eso fue hace como un año. La lucha persistía. El monstruo todavía rondaba en las profundidades. Pero se sentía más limpio, más esperanzado, tomado por un poder mayor que lo llamaba a algo más alto. Desde entonces, había pasado frente al club sólo una vez, y quería entrar. Por un momento, entrar parecía ser su única esperanza para sentirse vivo. Pero ahora el pensamiento de resistirse al impulso, de no entrar, de cerrar la fantasía d e lo que había ahí, parecía importante, a veces aun apremiante; alejarse de esos placeres parecía ser parte de algo mayor. Antes, decirle no al pecado parecía apenas obedecer un mandamiento, algo que uno hacía para evitar la censura, como conducir respetando el límite de velocidad cuando un vehículo policial aparecía en su espejo retrovisor. Desde su conversación, Stan lo había llamado en tres ocasiones durante un año. Él lo había llamado dos veces. Se reunieron en privado en una sola oportunidad, cuando tuvieron un largo desayuno un sábado por la m a ñ a n a . Hablaron d e Cristo, visión, poder; sólo un poco acerca de luchar contra el

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pecado. Todavía estaban en el mismo grupo de estudio bíblico. Durante esas noches cuando el grupo se reunía, reían juntos, intercambiaban historias del trabajo mientras tomaban refrescos, bromeaban fácilmente y algunas veces discutían el pasaje que el grupo acababa de estudiar. Intercambiaban con otros de forma natural. Ninguno de los dos se sentía presionado por el otro. Se dio cuenta de que cada vez se sentía más cómodo con la palabra victoria. Ahora ya no contema ningún indicio de complacencia, n i n g ú n pensamiento de haber madurado más allá de la realidad aterradora de la dependencia. Ahora victoria significaba esperanza, propósito y movimiento hacia una visión irresistible. Se sentía más presente con su esposa durante sus temporadas de conflicto. Estaba más consciente de que tenía algo que trasmitirle a sus hijos, y estaba más que dispuesto a hacerlo. Tenía más hambre de Dios y estaba más apasionado por la vida. Aunque las tentaciones sexuales todavía eran fuertes, parecían menos amenazadoras que el terror al agujero negro que todavía podía arrastrarlo hacia sus profundidades sin sentido. Dicho terror se sentía, a veces, menos poderoso que su hambre de conocer a Cristo. Cuando escuchaba a alguien pronunciar la palabra hermano, Stan siempre llegaba a su mente.

Los padres infunden aliento al mostrar el camino, al ir delante de nosotros. Los hermanos alientan al compartir nuestras luchas, al caminar con nosotros. En un estudio informal de cuatro mil hombres, uno de cada diez reportó que en su vida había alguien a quien miraba como padre. Sólo unos cuantos han experimentado el estímulo de otro hombre cuya vida proclama: "Se puede. No estás solo. Creo en ti". La misma encuesta indicaba que uno de cada cuatro tenía un hermano que no era simplemente otro descendiente varón de los mismos padres, sino un compañero con quien no se sentía avergonzado. Si esa encuesta es precisa, entonces noventa de cada cien

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hombres no tienen padre, son hombres sin un guía. Setenta y cinco de esos mismos cien no tienen un hermano, y son hombres que viven con secretos. Hay varios tipos de secretos. Están los secretos que tienen que ver con eventos específicos, recuerdos de cosas que otros nos han hecho, o cosas que hemos hecho. Están las realidades internas secretas: deseos persistentes, intereses, luchas, motivos, pensamientos, creencias o sentimientos que consideramos inaceptables, que creemos que arruinarían toda relación si se dieran a conocer. Algunas veces las cosas que escondemos son impresiones vagas, pero poderosas, que generalmente envuelven una sensación sin nombre, pero aterradora, de su propia vileza, una sensación que —tememos— otros confirmarían si tuvieran la oportunidad. Los secretos tienen tres efectos principales: 1. Debilitan el valor. 2. Aislan de la comunidad a quienes los guardan. 3. Erosionan el sentido legítimo de seguridad e n uno mismo. Para entender el daño letal que crean estos efectos, recuerde la definición de tres partes de la hombría: Los hombres somos llamados a: 1. Examinar profundamente el misterio; a enfrentar con honestidad la confusión irresoluble de la vida, 2. a recordar el carácter y obras de Dios; a ver su historia invisible revelada en las Escrituras y en los e v e n t o s de nuestras vidas, 3. a adentrarnos en el caos de la vida, con el p o d e r para restaurar el orden y liberar la belleza. Los tres efectos de guardar secretos les presentarán obstáculos sustanciales a los hombres que anhelan cumplir c o n su triple llamado. Permítanme explicarlo.

Efecto 1: Los secretos debilitan el valor, reduciendo la posibilidad de que los hombres examinen profundamente el misterio. Todo hombre se pregunta si tiene lo que se necesita para

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sobrevivir al reto de ver la vida con h o n e s t i d a d . Los hombres que tienen secretos están convencidos d e que n o los tienen. En conversaciones consigo mismos — q u e algunas veces no escuchan conscientemente— los h o m b r e s que tienen secretos se preguntan: "¿Cómo podría un h o m b r e como yo manejar los desafíos reales de la vida? ¿Cómo podría entrar en el desorden de las relaciones y mantenerme con el poder de hacer el bien, cuando conozco lo que realmente soy? Mi única esperanza es mantenerme bien alejado de lo que no puedo manejar, a fin de que no quede al descubierto cuán inadecuado soy como hombre. Lo mejor que puedo hacer es encontrar algo que pueda realizar bien y dedicarle a eso todas mis energías". A los hombres que guardan secretos les aterroriza la posibilidad de ser puestos al descubierto. Pero hay algo que los aterroriza aún más. El temor menor —revelación de algo que ellos saben, pero que nadie más conoce— algunas veces los protege contra tener que enfrentar el temor mayor. Al igual que alguien que está tan preocupado por su tobillo torcido que no siente el dolor que tiene en el pecho, los hombres pueden enfocar su atención en lo que están escondiendo, para evitar enfrentar algo peor. Cuando un hombre comparte sus secretos, a menudo su primera reacción es de alivio. Pero pronto toma conciencia de un temor más profundo. Los hombres sin secretos ven más claramente la naturaleza aterradora de la existencia, su profunda falta de control, y su poder para destruir todo sueño. Cuando llegamos más allá de los secretos que guardamos herméticamente, éstos parecen poca cosa a la luz de lo que entonces comenzamos a enfrentar. Lentamente (algunas veces con el correr de los años), nos volvemos conscientes de un negro agujero que se abre y que amenaza con tragarnos hacia sus profundidades. Las presiones diarias de la vida —cuentas sin pagar, hijos rebeldes, conflictos de relaciones— parecen ser sólo la punta de un témpano. Algo más está oculto abajo, una fuerza siniestra que se las ingenia para que nuestras vidas se derrumben a nuestro alrededor, y así dejarnos en la miseria, solos, sin esperanza de escape. El guardar secretos es cobardía. Nos ayuda a mantenernos lejos del desafío mucho más significativo que enfrenta todo hombre, el cual es ver hacia adentro de la oscuridad de una

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vida que no tiene sentido, y moverse en ella con gozo. Los hombres que guardan secretos nunca encuentran el valor para examinar el misterio de la vida. No cumplen con el primer elemento del llamado a la hombría.

Efecto 2: Los secretos estimulan el aislamiento, lo cual dificulta ver la mano de Dios en la comunidad, y por lo tanto, le dan al hombre menos que recordar. El aislamiento es, quizá, el efecto más obvio de guardar secretos. Nos sentimos solos, desconectados, excluidos, como extraños en una muchedumbre a la que queremos pertenecer. Los secretos crean distancia. Cuando era adolescente, desarrollé un caso grave de acné en el pecho. Por más de un año llevé gasa medicada de forma rectangular sobre una herida abierta, quizá de un tamaño de cuatro por seis pulgadas. Nadie fuera de mi familia (con excepción del médico que me estaba tratando) sabía el secreto que mantenía guardado debajo de la camisa. Antes y después de la clase de gimnasia, me cambiaba rápidamente, viendo hacia la pared mientras me desabotonaba la camisa. Nunca me duchaba en la escuela. Haría lo que fuera necesario para guardar mi secreto. Y esa tarea tenía mucho más significado para mí que participar en oportunidades sociales. En cualquier muchedumbre, era consciente de que estaba escondiendo algo que —si se descubría— me pondría a un lado como raro, desfigurado, difícil de disfrutar. Nunca me relajaba lo suficiente como para compartir en comunidad con la facilidad y naturalidad que anhelaba experimentar. Algo similar le sucede a todo hombre que guarda secretos, que vive para evitar que se ponga al descubierto lo que teme que lo marcaría como extraño. Y le sucede lo que teme. Se llega a encontrar aislado de la comunidad a la que se había destinado que entrara. Esto no pasa en la comunidad con la gente, sino también en la relación con Dios. La gracia hace posible permanecer en la presencia de Dios

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sin tener vergüenza, y restaura el sueño de pertenecer a d o n d e uno más desea pertenecer. Pero los hombres que guardan secretos nunca llegan a ver realizada esa oportunidad. Cualquiera sea su situación externa, su hombre interior siempre está viendo hacia abajo, lejos de la posibilidad de hacer contacto con los ojos de alguien, especialmente con los de Dios. El efecto es grave. Los que guardan secretos no sólo sienten que cierta parte de ellos se mantiene desenganchada durante conversaciones rutinarias, sino que cuando el tópico se vuelve a cosas espirituales, estos hombres se sienten más como escuchas indiscretos que como participantes, al igual que el niño que aprieta su cara contra la vitrina de una dulcería que está cerrada. Ellos encuentran poco consuelo en los pensamientos acerca de Dios. Ni la oración ni el estudio bíblico se conecta con el hambre que hay dentro de ellos. Olvidar a Dios se convierte en una forma de vida, tan natural y tan necesaria como respirar. Recordarlo, pensar y hablar con otros acerca de Él, se siente frío y forzado. Los pensamientos sobre sexo o discusiones acerca del último partido de fútbol se conectan más poderosamente con algo muy dentro de ellos. Mantener a Dios fuera de nuestra mente facilita el que disfrutemos de nuestros pecados secretos. Los hombres con secretos no recuerdan a Dios de la forma que Él desea ser recordado. Por lo tanto, no mantienen el recuerdo vivo, ni lo pasan a otros. Ellos no cumplen con la segunda parte de su llamado a ser hombres.

Efecto 3: Los secretos erosionan la seguridad, robándole a los hombres la anticipación gozosa de moverse con poder para restaurar el orden y liberar la belleza en la comunidad que los rodea. Este tercer efecto de guardar secretos les dificulta hasta imaginarse a sí mismos entrando poderosamente en la vida de otra persona. Entre sus virtudes sin par, el Evangelio purificará nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte (Hebreos 9:14). Tiene el poder de callar a nuestros acusadores, de cerrar la boca de aquel que se deleita en recordarnos los fracasos que más quisiéramos olvidar. U n a conciencia atribulada grita un mensaje

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destructivo que dificulta escuchar cuando el Espíritu susurra su mensaje de vida: "Perteneces a Cristo. Tus pecados te son perdonados en forma tan completa que el Padre no los vuelve a recordar. He venido a residir dentro de ti para darte el poder de volverte como el Hijo, y para hacer progresar los propósitos del Padre. Regocíjate. Tienes razón para cantar". Los que guardan secretos escuchan un mensaje muy diferente, que a veces piensan que viene del Espíritu: "Sigues siendo u n desastre. Ya deberías estar mucho más lejos. Estoy a punto de disgustarme lo suficientemente contigo como para darme por vencido. La única evidencia de creatividad en tu vida es tu habilidad para inventarte nuevas formas de fracasar". Cuando ese mensaje resuena en los oídos de estos hombres, ellos se niegan a moverse sin código hacia algún lugar, si no h a y un plan fácil de seguir que prometa el éxito. En forma obstinada se retiran a la esfera de lo manejable, decididos a mantenerse alejados del misterio, con la única seguridad de que carecen de sabiduría para manejar los ricos desafíos de la vida. Los hombres que tienen secretos no se mueven hacia el misterio de las relaciones, porque no le encuentran sentido ya que sólo los conduciría al fracaso. Por lo tanto, no cumplen con el tercer elemento del llamado para los hombres. COMPARTIENDO S E C R E T O S CON U N H E R M A N O Los hombres que tienen secretos no pueden vivir de acuerdo con su llamado. Ningún hombre debe vivir en el aislamiento de la vergüenza. La Biblia es clara: tenemos que confesarnos nuestros pecados unos a otros. Esa instrucción es seguidc por el recordatorio de que la oración del justo es poderosa y efica: (Santiago 5:16). Note que Santiago dice justo en vez de justos. Quizá nos está animando a confesar nuestras faltas a individuos, y nc necesariamente a grupos. Y a sea esto, o no, lo que implica e pasaje, la mayoría estaría d e acuerdo en que la apertura indis criminada no es buena. Pero sí lo es encontrar a un hombre coi quien abrirse por c o m p l e t o , alguien con quien usted p u e d caminar lado a lado en el v i a j e hacia el hogar, sin secretos entr: los dos.

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Por supuesto, para Dios no hay secretos. Ninguna cosa creada escapa a la vista de Dios. Todo está al descubierto, expuesto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas (Hebreos 4:13). Y somos invitados, aun estando todo secreto totalmente expuesto ante Dios, a acercarnos a Él confiadamente... para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos (Hebreos 4:16). Y el hecho de que la gracia de Dios lo libera para aceptarnos, aunque por nosotros mismos seamos inaceptables, debería afectar la forma en que nos relacionamos en la comunidad cristiana. El cuerpo de Cristo debe reflejar fielmente su carácter. Cuando un hombre le da a conocer a otro lo que es menos atractivo acerca de sí mismo, en su interior sucede algo. Al compartir nuestros secretos con un hermano, sucede algo que no sucederá de otra manera. Es esencial que derramemos nuestro corazón delante de Dios. Pero presentándonos como realmente somos, poniendo al descubierto todo secreto ante otro ser humano, nos contactamos con el poder liberador de la gracia de Dios de una manera que nadie que guarde secretos llegará a conocer. Cuando un hombre deposita su confianza en otro, cuando dos hombres caminan juntos y están de acuerdo en que sólo el pecado inconfeso y los secretos que se guardan herméticamente nos pueden poner fuera del alcance de la gracia santificadora, se escuchan tres mensajes de vida: 1. "Nada que usted sea o que haya hecho lo condena a la derrota. El brazo de Dios es lo suficientemente largo como para llegar al agujero más negro y profundo, y lo suficientemente fuerte para levantarlo y sacarlo. Caminaremos juntos, con un valor tal para enfrentar la vida con honestidad que nada nos lo podrá quitar. Juntos miraremos hacia la confusión oscura y aterradora de la vida". 2. "Usted tiene algo poderoso q u e dar. Sus secretos no lo definen. Por debajo de su peor fracaso y su más profunda herida yace un hombre, u n portador de la imagen de Dios, q u e puede conocerlo y revelarlo sólo en comunidad. C o n esperanza y gozo, usted puede levantar su m i r a d a al rostro de Dios. Puede recordarlo y pasar el r e c u e r d o hasta que éste ceda ante la realidad

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deslumbradora de su presencia. Usted y yo tenemos algo que decir. Juntos procuraremos conocer a Dios y haremos realidad la visión que tiene para nuestras vidas". 3. Hay un llamado para su vida que n o puede ser eliminado por ningún secreto. Dios ha h e c h o la desconcertante elección de obrar a través de fracasos redimidos. Y a pesar de que seguimos fallando, somos hombres con apetito de Dios, un apetito que nos mantiene adentrándonos en la oscuridad, donde Él puede ser conocido y revelado más plenamente. Somos hombres llamados por Dios para restaurar el orden de su diseño, y para liberar la belleza de su carácter hasta el día en que nos dejará perplejos a todos con el orden de u n mundo nuevo y con la belleza de Cristo revelada en sus hijos. Hasta entornes, juntos le hablaremos en su nombre a la realidad oscura de este mundo. En oración debemos buscar a un hombre que pueda llegar a ser nuestro hermano. Pero más aún, en oración debemos buscar ser nosotros un hermano para otro hombre. Hay una reserva de poder sin explotar en la comunidad cristiana. Parte de ese poder sólo será liberado cuando los hombres se conviertan en hermanos.

Capítulo

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El Sueño Realizado: Una Generación de Consejeros P n u n mundo caído, el optimismo generalmente está mal

orientado. Aunque el pesimismo no es el antídoto correcÍto, ftodavía se debe decir que las personas que tienen un punto

de vista bien confiable son, a menudo, ingenuas. Dicha ingenuidad se caracteriza por una obstinación que se puede percibir más como una decisión que como un accidente del temperamento. En los círculos cristianos, el optimismo típicamente se construye sobre la idea de que el propósito central de Dios es bendecirnos con la clase de vida que queremos, o transformar la cultura en un entorno más agradable para los cristianos. Los consejeros se especializan en resolver nuestros problemas y aliviar nuestro dolor. Los líderes nos dicen que nuestras oraciones, activismo e influencia unidos pueden darle un giro a nuestra nación e introducir una sociedad piadosa. Ambos grupos podrían ser culpables de distraernos del llamado real de Dios.

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Son nuestras vidas individuales y nuestras comunidades cristianas las que deben dar un giro. Debemos aprender a continuar sirviendo a C r i s t o cuando llegan los problemas, y acercarnos a Él en medio del sufrimiento no aliviado. Cualquier influencia que tengamos en la cultura debe ser el producto de una pasión profunda por Dios, una pasión que nos haga hombres atractivamente diferentes y que nos mantenga luchando unidos e n una comunidad que, en forma imperfecta pero genuina, es amorosa. La realización de cruzadas sociales es mucho más fácil que encontrar a Dios. La lucha por las normas cristianas algunas veces parece implicar una beligerancia q u e compromete la humildad, o una agresión que se disfraza de valor. Y trabajar para superar nuestros problemas personales requiere menos de nosotros que buscar a Dios con todo nuestro corazón. Ni la realización de cruzadas sociales ni la solución de nuestros problemas aviva la clase de toma de conciencia que nos permite saber que el problema real está dentro de nosotros. No es asunto sencillo convertirnos en gente piadosa, a menos que definamos la piedad como simplemente evitar el pecado obvio (y hacer que otros hagan lo mismo), o como una manera de resolver nuestros problemas para que los sentimientos placenteros vuelvan —sentimientos que entonces podemos llamar victoria. Pero cuando la piedad se entiende como algo que implica una pasión por Dios que transforma continuamente la manera en que nos relacionamos con otros, nos hace estar dispuestos a posponer la comodidad personal. Esta piedad aviva un deseo de conocer a Cristo que es más fuerte que cualquier otro deseo, y nos muestra que nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos. Volvernos como Cristo se convierte en la pasión que nos consume. La gran necesidad de nuestros días no será satisfecha al capacitar a más consejeros, ni por el llamado de los líderes a que nos unamos para luchar contra la contaminación moral de nuestra sociedad. En la actualidad, la mayor necesidad de nuestro mundo es simplemente ésta: mujeres y hombres piadosos que posean y exhiban una calidad de vida que refleje el carácter de Dios, y

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que despierte curiosidad en otros acerca de cómo ellos podrían, también, llegar a conocerlo. Si podemos reconocer el camino hacia la madurez espiritual, si podemos identificar y responder al apetito por Cristo puesto en nosotros por el Espíritu de Dios, entonces quizá dentro de treinta años mi sueño de una generación de consejeros se podría convertir en realidad. ¡Piense en eso! Padres y madres espirituales, hermanas y hermanos piadosos, creando comunidades de personas q u e se preocupan por los de afuera y atraen a los que están fuera del círculo hacia algo que nunca han conocido, pero que siempre han anhelado. Comunidades de personas cuya pasión por Cristo sea más fuerte que sus resentimientos, su competencia por el reconocimiento, y sus celos. Cristianos que por largas temporadas han tenido a padres y madres espirituales como consejeros, y que —como resultad o — el conocer m e j o r a Cristo los consume tanto que se quedan ahí, resistiendo el desorden de la comunidad y no dándose nunca por vencidos acerca de sí mismos o de otros, porque saben que Cristo no se ha dado por vencido —y nunca lo hará. Ellos lo han visto a El e n sus consejeros. ¿Cómo sería la Iglesia si los hombres comenzaran a hablar? ¿Si fuéramos quebrantados por la pecaminosidad de nuestros patrones de relarionarnos, q u e no son varoniles, y si estuviéramos dispuestos a renunciar a nuestra condición de expertos y pagar el precio de convertirnos en ancianos? ¿Qué sucedería en nuestras comunidades eclesiásticas si los hombres en posidón de liderazgo fueran más allá de su fortaleza natural —su habilidad para administrar ministerios— y dependiendo de Dios condujeran a sus congregaciones hacia una visión inspiradora? ¿Qué movimiento del Espíritu podría ocurrir si, en cada iglesia, unos cuantos hombres apasionados por Dios atrajeran a otros a que lo buscaran incesantemente? ¿Qué sucedería si muchos de estos hombres luego se relacionaran unos con otros, con una apertura que los condujera a luchar juntos de ahí en adelante? ¿Cuál sería el impacto en las familias si los hombres enfrentaran con valor la confusión aterradora del mundo, y luego recordaran lo sufidente acerca de Dios como para moverse con poder y sabiduría en sus relaciones? ¿Qué ocurriría en el corazón de las mujeres si los hombres

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tuvieran una v i s i ó n para sus esposas, hijas, hermanas, madres y amigas, u n a visión que perseguirían con una fortaleza bondadosa, y u n a pasión poética que ninguna mujer podría detener? Nuestra cultura está al día con todo, menos con encontrar a Dios. Es más beneficioso usar a Cristo que conocerlo. Lo usamos para sentirnos mejor, para desarrollar un plan para que la vida funcione, para seguir con la esperanza de que obtendremos todo lo que creemos que necesitamos para ser felices, pero rara vez lo adoramos. Un hombre d e ochenta y cuatro años quería hablar conmigo después de mi prédica en una conferencia bíblica. Lo vi esperando mientras yo conversaba con un grupo que se había reunido. Cuando las personas se fueron, rápidamente me dirigí a donde este anciano bajo de estatura. Él, poniendo sus manos en mis hombros me contó esta historia: "Dr. Crabb, tengo ochenta y cuatro años. Hace cinco mi esposa murió después de cincuenta y un anos de un buen matrimonio. No puedo expresar la pena que siento cada mañana al tomar café solo en la mesa de la cocina. Le he rogado a Dios que alivie esta terrible soledad que siento, pero no h a contestado mi oración. El dolor que siento en mi corazón no se ha ido. Sin embargo..." y en este punto el caballero hizo una pausa y mirando más allá de mí, me siguió diciendo:"... Dios m e ha dado algo mucho mejor que alivio para mi pena. Dr. Crabb, Él me ha dado un vislumbre de CRISTO, y eso vale la pena. Dondequiera que predique, déle mucha importancia a Cristo". Después de estas palabras, dio la vuelta y se fue. Qué triste es que gastemos nuestra energía arreglando problemas, levantando la autoestima, recuperándonos de la vergüenza, venciendo el enojo, y encontrando formas para ser liberados de la esclavitud espiritual. Ninguna de estas cosas es mala en sí, pero ellas deben ser el resultado de una fascinación por Cristo, porque ésta cambia la forma en que hacemos todo lo demás. Entonces ya no necesitaremos buscar fórmulas cuando estemos confundidos, o "distracciones sobrenaturales" cuando estemos aburridos. Ya no demandaremos garantías para aliviar el terror de la incertidumbre, o mantenernos ocupados para que nunca tengamos que estar solos con nosotros mismos. Ya

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no tendremos que pedirle algo a la vida, que ésta no puede dar. La desilusión con la Iglesia, el desaliento en nuestras vidas, y la decepción con otros son producto de la enfermedad medular de la cultura occidental: exigimos la satisfacción de una vida que funcione bien. El sufrimiento es algo que se tiene que aliviar. Los problemas son cosas que se tienen que arreglar. Las emociones angustiosas deben ser sustituidas por las placenteras. Las personas que nos convencen de que saben cómo aliviar el sufrimiento, arreglar los problemas y cambiar las emociones no deseadas, se convierten en nuestros líderes, expertos que captan nuestra atención, porque nos dicen que nuestros sueños de una vida mejor pueden volverse realidad. (Véase jeremías 29:8.) En estos últimos días, llenos de amadores de sí mismos que tratan el aborrecerse a sí mismos como el mayor pecado, nos hemos rodeado de muchos maestros que nos dicen las novelerías que queremos oír (2 Timoteo 4:3). Nuestra cultura se está moviendo en la dirección equivocada. Estamos en un vuelo decidido y frenético que nos está alejando de Dios. Pascal escribió: Cuando todo se mueve a la vez, nada parece moverse, como sucede a bordo de un barco. Cuando todo mundo se mueve hacia la depravación, nadie parece moverse, pero si alguien se detiene, pone en evidencia a los otros que están corriendo, al actuar como punto fijo.1 El movimiento bueno comienza cuando uno resiste el movimiento cultural equivocado quedándose quieto. Un anciano, un consejero, un padre espiritual, un hombre que luego se mueve hacia Dios y hacia otros, ha sido llamado a poner al descubierto el movimiento que se aleja de Dios al permanecer lo suficientemente quieto c o m o para e s c u c h a r l o decir su historia. Quizá una segunda reforma se levantará sobre el fundamento de la primera, al hacernos el llamado para q u e conozcamos a la Persona que es nuestra justificación. Quizá llegará mediante el cambio de depender de expertos que conocen principios para una vida eficaz, a considerar la sabiduría de ancianos que conocen a Cristo. Es m i esperanza que e n nuestras

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iglesias, Dios hará una obra fresca —silenciosa pero profunda— que conducirá a los hombres a conocer a Dios lo suficientemente bien como para servir de padres a los que vienen detrás, y de hermanos a los que transitan lado a lado en el camino hacia la verdadera madurez. El llamado a la hombría auténtica nunca será popular, porque es un llamado a la soledad, a dar sin que le agradezcan, a sufrir como el medio necesario para adquirir sabiduría. Es un llamado a aceptar —sin queja ni temor— que las partes más importantes de la vida son confusas, un llamado a apagar la luz artificial que suministran los expertos y a movernos hacia la oscuridad de la luz de Dios.2 Es un llamado a un cansancio tan profundo, que la exhortación a continuar haciéndolo bien parece cruel. Los hombres que responden a este llamado, que deciden convertirse en padres y hermanos, deben estar dispuestos a pagar un precio tan e n o r m e que sólo u n a vislumbre clara de Cristo les permitirá seguir adelante. El precio incluye, primero, la disposición a librar batallas de toda una vida. Batallas contra la lujuria, donde la victoria se debe definir como el resistir —no siempre reducir— los impulsos poderosos; batallas contra la fricción en las relaciones que a veces no se pueden entender, y que ocasionalmente terminarán e n la congoja de la ruptura; batallas contra el desaliento, tan pesadas que amenazarán con detener todo movimiento bueno. Segundo, el llamado a la hombría requiere de una disposición a confiar en lo que Dios ha dicho, durante temporadas largas, cuando no haya evidencia visible q u e demuestre su verdad. Y tercero, el precio de seguir el llamado incluye la disposición a ser reducidos a un nivel de humildad e n el cual no seremos capaces de realizar ningún movimiento hacia otros, un nivel en el cual lo único que podemos hacer es permitir que otros oren por nosotros. El camino a la hombría es difícil, pero cada paso vale la pena, porque brinda un significado que no se p u e d e encontrar en ninguna otra parte. Hay temporadas de contentamiento y momentos de gozo que nos llevan más alto de l o que los hombres caídos alguna vez se imaginaron que p o d í a n escalar. En las ocasiones en que no podemos predecir ni controlar, el Espíritu

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de Dios abre la cortina y llena nuestros ojos con una visión de Cristo que nos permite decir, como Pablo: Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento (2 Corintios 4:17). Los conceptos presentados en este libro pueden parecer abstractos, y necesariamente, serán frustrantes para los hombres que demandan un código. Pero para los muchos que anhelan una experiencia más rica de su hombría, esperamos que guiarán su anhelo de que se vuelva una realidad. En un esfuerzo por ponerle un poquito más de carne al esqueleto, cerramos nuestro libro con la continuación de las historias personales que cada autor comenzó al inicio del libro. Compartimos brevemente algo de nuestro viaje continuado hacia el tipo de hombría que hemos descrito. Deseamos que al leer los capítulos de la conclusión, su anhelo de conocer a Cristo se profundice hasta que sobrepase toda otra pasión. Deseamos que se mueva a lo largo del camino que lo llevará a convertirse en padre y hermano, en un hombre espiritual que será parte de lo que se convertirá en una generación de consejeros.

1

Citado en Christianity for Modern Pagans (Cristianismo para paganos modernos), por Peter Kreeft (San Francisco: Ignatius Press, 1993), 95.

2

"La oscuridad de la luz de Dios" es una frase intrigante que se le atribuye a Oswald Chambers, quizá sacada de Isaías 50:10-11.

La Historia Continúa

AL ANDREWS abía estado tomando clases de piano durante siete años antes de que el Sr. Buelow me las comenzara a dar. Mis otros maestros habían sido competentes para enseñarme los fundamentos, y aunque él también los enfatizaba, estaba interesado en algo más. Un día, al final de la clase, me pidió que memorizara un pequeño libro de música que contema siete u ocho piezas cortas. Cuando regresé varias semanas más tarde, al saberlas ya de memoria, toqué las piezas para él. Al terminar, él comentó que técnicamente yo había tocado con precisión. Había ejecutado las piezas tal como estaban escritas, pero, en su opinión, faltaba algo. "No tocaste la música con sentimiento", me dijo. "Tócalas de la forma en que crees que el compositor quería que se tocaran". Para un muchacho de trece años, esas declaraciones podían ser fácilmente dejadas de lado al considerarlas como la rareza de un adulto, o las excentricidades de un maestro de música; pero la firmeza de su voz me convenció para que lo volviera a intentar. No había tocado mucho en mi segundo intento, cuando me detuvo. "¡Así no es! Inténtalo de nuevo". Otra vez y otra indicación de que parara —ahora con mayor énfasis. "Toca la pieza con tu corazón. ¡Tócala con pasión!" Frustrado, pero con mayor determinación, me senté por un momento, mirando el teclado como rogándole que m e dijera cómo tocar. Pensé por un momento, puse mis dedos sobre las teclas, me incliné sobre el piano y toqué. Nunca olvidaré ese momento mientras viva. Una música diferente salió del piano. U n a pasión diferente se desprendió de mí. "¡Eso es!", me dijo. "¡Eso es! ¡Lo lograste!" Al fin le

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entendí. Esta vez, yo sabía lo que él quería decir. Continué tocando, en forma exuberante, deleitándome en su gozo —pero mucho más en mi propia pasión y libertad. Fue un día maravilloso, en el que algo se liberó de lo profundo de mi ser, y el resultado fue la música rica y apasionada del alma. Unas cuantas semanas más tarde, renuncié. Este día me ha perseguido durante años. Al observar a otros tocar el piano, he deseado ser yo. Me he lamentado por la decisión. Pero en aquel entonces, renunciar parecía ser la única ruta posible. ¿Para qué? ¿Por qué renunciaría? ¿Por qué —después de experimentar algo agradable y poderoso a la v e z — me detuve? ¿Por qué me aseguré de que no se repitiera un momento apasionante? ¿Por qué me retiré cuando un talentoso maestro me empujó más allá de mis ámbitos conocidos para que alcanzara mayores alturas? Al pensar acerca de las respuestas posibles a estas preguntas, he descubierto que hay tres que son medulares para la forma en que he vivido mi vida. La primera es obvia: tenía miedo. ¿Le temía al fracaso? En parte. Pero lo más probable es que tuviera temor a perder el control. Aun a edad temprana, había trabajado duro para hacer que mi vida fuera lo más ordenada y predecible posible. No me metía en discusiones, ni emprendía nada con demasiada pasión. Quería vivir sin demasiados altos y bajos, siempre sabiendo qué esperar. Aunque quizá no lograría grandes éxitos, tampoco experimentaría muchos fracasos. Tocar música que no estuviera en la página podía conducirme a un ámbito inexplorado, a un lugar de mayor peligro y riesgo. Quería vivir la vida que estaba en la página del libro de música donde las notas están ahí, y también las instrucciones, donde el principio y el final son conocidos. Cuando me movía más allá de lo predecible y me metía en algo más caótico, había mayor posibilidad de que mi incompetencia fuera puesta al descubierto. Había mayor probabilidad de que me pusiera en ridículo; y también mayor posibilidad d e fracaso. Al igual que la mayoría de los hombres, no disfruto d e tal exposición. Es mejor seguir las notas, tocar siguiendo las reglas, y salir ileso. Evitar el riesgo. Mantenerme alejado del caos.

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La segunda razón por la que renuncié es un poco más sutil. Si lo había hecho bien, se me iba a demandar más. Tenía visiones de piezas más difíciles, más recitales, más trabajo, más expectativas. Era un peso y presión que no quería asumir, y que sin duda no necesitaba. Si seguía siendo mediocre, no tendría que preocuparme por eso. No sobresaldría. La tercera razón por la que renuncié no es nada obvia, pero sí muy real. Odiaba mi pasión. Sabía que iba a traer cosas desagradables a mi vida. Lo que le sucede al pianista también le sucede al discípulo, al amante, al atleta, al artista, al escritor. Si lo hace bien, sufrirá. Este sufrimiento será experimentado tanto en la persecución como en la soledad. Si un hombre sobresale por su pasión, aunque les caerá bien a algunos, muchos lo odiarán. Los celos y la envidia se desatan ante la presencia de la excelencia. Pero más importante aún, las pasiones profundas de un hombre tratan superficialmente algo del cielo, son una muestra de lo que será un día. Con esa muestra llega la soledad de ser un peregrino que todavía no está en casa, pero que anhela estar ahí. Al anhelar, siente un hambre insaciable que no será satisfecha en esta vida. Duele vivir con hambre. Es doloroso sentirse nostálgico. Si vivo sin pasión, haciendo un trabajo que es apenas bueno para defenderme, entonces no sentiré el dolor y n o sufriré. ¿Sabía todo esto cuando dejé de tomar clases de piano? Por supuesto que no. En ese entonces, mi excusa era que quería tocar trompeta en la banda de la escuela secundaria. Sólo al reflexionar he podido ver mi salida, no como un movimiento hacia otro instrumento sino más bien como u n a huida de algo diferente. Lo que sea que haya sentido esa tarde, fue demasiado peligroso. La incomodidad que me causó opacó el regocijo. Fue excesivo, y el temor m e dejó sintiéndome hueco. Durante gran parte de mi vida he sentido ese lugar vacío dentro. Algo me faltaba. Era como si yo hubiera sido construido en una línea de ensamblaje cósmica, y que a alguien se le hubiera olvidado ponerme una pieza vital, que he tratado diligentemente de encontrar. La he buscado en seminarios, escuchando cuidadosamente para encontrar aquella palabra o frase que me haría completo. He estudiado libro tras libro, esperando que alguna joya de sabiduría saltara d e la página. He usado a amigos apasionados y talentosos, intentando sacar algo

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de ellos que creía no tener, esperando absorber todo lo que pudieran darme. Pero mi búsqueda ha sido vana. La parte que falta sigue siendo un misterio. Al hablar con otros hombres acerca de mi búsqueda, la mayoría reconoce que es también la de ellos. "Sé de lo que hablas", me dicen, indicando alivio con sus voces. "Creía que era el único". Aunque sus historias son diferentes, cada uno habla con elocuencia acerca de algo que le hace falta en su interior. La búsqueda de la pieza faltante es variada, y lo que encuentran para llenar el vacío sólo funciona durante un tiempo, porque finalmente, llega a fallar. Mi historia refleja una realidad que está presente en todo hombre. Hay algo dentro de todos nosotros que anhela ser expresado, que es apasionado y creativo a la vez, y no necesita ser aprendido. No es necesario crearlo, porque está ahí, ya venía en el hombre cuando nadó, y espera ser liberado. Y cuando lo es, resulta aterrador. Eso lo sé ahora, pero no lo supe durante muchos años. De vez en cuando sabía que dentro de mí había algo que rara vez se veía, algo que atisbaba cuando estaba muy convenddo acerca de algo, cuando defendía lo que creía, cuando completaba una tarea ardua, cuando abordaba una situadón difícil y la superaba. Pero como rara vez ocurría, la explosión ocasional era más frustrante que estimulante, ya que sólo comprobaba mi sentimiento de futilidad. Fue sólo cuando había pasado de los treinta años que experimenté algo más. En el verano de 1989, me bajé de un avión en Nashville, Tennessee, para conocer a Nita Baugh. Esta era sólo la segunda cita a degas de mi vida. La primera, que ocurrió cuando estaba en la universidad, fue un desastre. Aunque había prometido "¡Nunca volver a hacerlo!", la insistencia de un a m i g o d e confianza y casamentero me convendó de que lo intentara de nuevo. Desde el momento en que nos conodmos en el aeropuerto, los dos supimos que había algo diferente. No era amor a primera vista, pero ambos reconocimos una conexión instantánea. Durante el fin de semana siguiente, navegamos en un lago soplado por el viento, disfrutamos de largas conversaciones mientras tomábamos café, cenamos en un romántico restaurante italiano, y fuimos absorbidos el uno por la compañía d d

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otro. Esa m u j e r m e cautivó. Por mucho que lo intentara, no podría encontrar algo malo en ella, algo que me diera la excusa para huir. U n a n o c h e , durante esa primera visita (que duró varios días), d e s p e r t é de repente a medianoche. Estaba bañado en sudor, y mi corazón palpitaba velozmente. Con el pánico, me vino u n sentimiento de pavor con el que estaba familiarizado. "Estoy cometiendo un gran error", pensé. "¿Y si ella no es la correcta? Necesito salir de aquí". Había tenido ese tipo de pensamientos antes, y finalmente sentí ese pánico en todas las otras relaciones que tuve con una mujer. Cada vez, los sentimientos hacían que m e retirara. Había supuesto que eran una indicación de que algo andaba mal en la reladón. Eran señales de advertencia a las que tenía que prestar atención. Pero esos sentimientos nunca habían aparecido sólo a dos días de comenzar una relación. ¡Esto era demasiado pronto! Si hubiera dispuesto de un carro esa noche, podría haber intentado escapar al aeropuerto. Pero como no lo tenía, decidí orar. Le pedí a Dios que me quitara la ansiedad, y Él no lo hizo. L e pedí que me diera una señal, pero permaneció callado. El pánico siguió durante la noche. Fue un tiempo de angustia y espanto. Después de un tiempo de espera y lucha, algo muy nuevo salió de mí. "¡Estos sentimientos son incorrectos!", grité. "Tengo treinta y cuatro años, y estoy harto de huir de las mujeres. Estoy solo porque siempre me gana el pánico. Ella me gusta, y ¡esta vez no me iré!" Me encontraba en una batalla y lo reconocía. También sabía que la lucha que estaba librando era mayor que esta relación. Implicaba algo más: encerraba mi obstinación, mi temor a moverme, mi falta de voluntad para arriesgarme, mi tendencia a huir de la pasión. Mi pánico, aunque significativo y fuerte, nunca fue mi realidad final. Los temores eran una excusa conveniente que usaba para no moverme. Me sentía atraído hacia Nita, y había disfrutado del fin de semana. Estaba intrigado con ella y quería perseguirla. No quería retirarme debido a un temor inexplicable que era más útil que cierto. Esa noche hice una oración diferente. Confesé mi propia cobardía y el daño que debido a eso le había ocasionado a otros. Oré para luchar bien contra mi deseo de retirarme, y para amar. Me fui a dormir y desperté a la siguiente mañana con un nuevo compromiso. Seis meses más tarde, Nita y yo nos habíamos comprometido, y en un año

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estábamos casados. El pánico nunca más volvió, lo cual me sorprendió. En esta historia no estoy ofreciendo una pauta que deban seguir. No estoy diciendo que cierta oración le pondrá fin a todo temor. Muchos han hecho oraciones similares y han expresado palabras fuertes de intención, sólo para sentirse después más ansiosos que nunca. No sé realmente por qué la ansiedad se me quitó. Pero sí sé que tomé una decisión diferente, que fue un cambio de dirección marcado. Decidí moverme a pesar del temor, penetrar la oscuridad caótica, escalofriante y arriesgada de las relaciones. Esto implicaba la creencia de que realmente había algo más en mí que tema que ser liberado. Los resultados no siempre han sido gloriosos, puesto que hay ocasiones cuando todavía retrocedo a las formas antiguas, cuando no me muevo y en vez hacerlo, vuelvo a caer en patrones débiles y predecibles. Pero ha habido un cambio. Dos imágenes han guiado mi vida: el jugador de las Pequeñas Ligas que tenía miedo de girar, y el pianista que renunció cuando sintió pasión. Esas son imágenes que reflejan tanto la utilidad del miedo como la tranquilidad de la decisión de ir sobreseguro. He vivido con los resultados que produce esa decisión: sentimientos de incompetencia, soledad e inseguridad. Si no hubiera habido un cambio, habría vivido mi vida como un hombre derrotado. Pero lo ha habido, y hay un deseo de algo más. ¿Qué ha hecho la diferencia? ¿Qué me ha impulsado a seguir moviéndome? No ha sido la respuesta a un desafío inspirador, ni la respuesta a una introspección astuta acerca de la hombría ha impulsado el entendimiento claro de que era u n hombre que se había ido a un lugar remoto. Soy un hijo pródigo. Pero mi viaje no fue a una tierra extraña para gastar mi herencia en una vida desordenada, caracterizada por mucho alcohol y mujeres seductoras. Viví en una forma mucho más aceptable. Mis viajes me llevaron a una tierra de seguridad, donde servía a los dioses de lo predecible y lo desapasionado. Durante un tiempo, disfruté de esa vida; pero las punzadas del hambre comenzaron a abrirse paso a través de la aparente seguridad de la vida que había escogido. Al igual que el hijo pródigo mencionado en la Biblia, lo que me trajo de

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regreso al hogar fue el hambre: el hambre de un hombre. Yo quería reflejar la imagen del Padre, estar profundamente comprometido, intensamente apasionado, y ser locamente impredecible. Mi regreso implicó la confesión de que yo h a b í a escogido otro camino, que sentía pena por el daño que había causado y que anhelaba estar en casa con mi Padre. Para convertirme en hombre, tengo que regresar al hogar una y otra vez. Hace varios meses, el día que cumplí cuarenta años, mi esposa me sorprendió regalándome un piano. Y me dio una copia d e la música escrita que estaba tocando años atrás, cuando renuncié. Al recibir el piano en nuestra casa, me senté en la banca y vi las teclas blancas nuevas y relucientes. Nita y nuestro hijo de siete meses, Hunter, se sentaron a mi lado cuando empecé a tocar. Esta vez lo experimenté, lo disfruté, y sabía que no huiría. Con lágrimas, Nita también disfrutó de la música, sabiendo todo lo que representaba. Hunter, intrigado por esos extraños y nuevos sonidos, sonrió con un gesto alegre mostrando su boca desdentada. Amo a mi familia. Amo a la gente. Y amo a Cristo. Por lo tanto, no quiero huir. Prefiero moverme con valor, a fin de contar —a través de mi vida— la historia de la redención. Sé que tropezaré, y sé que de nuevo me iré a tierras extrañas por un tiempo. Pero ahora también sé que la música apasionada y el suntuoso banquete en la casa del Padre me atraerán al hogar cada vez, hasta que llegue para quedarme.

DON HUDSON Si las personas vienen con tanto valor a este mundo que el mundo tiene que matarlas para quebrantarlas, entonces, por supuesto, las mata. El mundo quebranta a todos, y después de eso muchos son fuertes en las partes que fueron quebrantadas. Ernest Hemingway. A Earewell to Artns (Adiós a las armas) se fue e! niñito que nunca deseé. Quizá debo explicar. No es que desprecie a los niños. Tampoco los considero intrusos. Por el contrario, la mayor parte de mi vida soñé con tener hijos. El problema era que por más que quisiera estar casado y tener hijos, no pensaba que eso fuera posible para mí. ¿Cómo podía ser un padre, cuando no crea con mi padre? Al crecer, siempre me consideré inadecuado y defectuoso —arruinado. Y ahora, tener un hijo sólo sería un recordatorio minuto a minuto de mis deficiencias. ¿Cómo sería posible que le diera algo a un hijo, si en primer lugar no tenía nada para dar? Nos fue dado un hijo a pesar de mi duda acerca de mí mismo. Nació cuando teníamos cuatro años y medio de casados, y le pusimos Donald Michael Martin Hudson. Le pusimos los nombres de su padre y abuelos. Si recuerdan mi historia, sabrán que me cambié el nombre cuando tenía seis años. Los nombres son importantes para mí. Me p u s e ese nombre

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porque quería tener una identidad durante la época vacía y desconectada de mi vida. Y ahora, le puse a mi hijo los nombres de sus padres para que sepa que está conectado con hombres buenos —para que sepa que no está solo. Quiero que recuerde a los hombres que lo aman. Hay momentos sagrados que nos cambian para siempre, momentos que nos mandan a un viaje q u e nunca podríamos imaginar. El nacimiento de mi hijo fue u n o de esos momentos para mí. Me prendé de él. Estaba fuera de mí a causa de esta arrugada y pequeña criatura, parecida a una lagartija. El dique de mi corazón explotó el día de su nacimiento, y fui inundado de amor por él. No obstante, la misma inundación trajo más que amor. También trajo una nueva preocupación, una con la que nunca me había encontrado: ¿Y si perdía a este pequeñito? De repente, dos emociones fuertes se desencadenaron dentro de mí: un a m o r abrumador y un temor paralizante. Quería correr hacia él, y a la vez, huir de él. Fue ahí cuando entendí que había cometido un grave error Mi amor por este pequeñito me había capturado. Siempre m e había mantenido a una distancia segura de todos. Entonces, si alguien me rechazaba no saldría herido, porque no estaba cerca de nadie. No obstante, ese día en la sala de partos me vi impotente mientras un diminuto niño me robaba el corazón. Él entró en mi mundo como una bravia tormenta occidental, y rompió de golpe los débiles filamentos de mi capullo emocional. Un mes más tarde pasamos una de nuestras peores pesadillas. El fin de semana del cuatro de julio [N. de T.: Día de la Independencia de los Estados Unidos de América], mi esposa y yo queríamos escaparnos con unos buenos amigos por unas horas. Habíamos planeado asistir a un concierto. Pero cuando llegó el viernes por la tarde, Suzanne no sentía libertad de ir. "Simplemente no me siento bien con la idea de salir", fue todo lo que pudo explicar. Para entonces, yo había aprendido a confiar en su intuición. Decidimos que yo iría, ya que era el que más disfrutaba de la banda. Ya tarde esa noche, cuando regresé, de manera instintiva supe que algo andaba terriblemente mal. Entré en la casa, y a medida que me acercaba a nuestro dormitorio pude escuchar

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a Michael gritando de dolor. Mi esposa tenía una mirada de terror en su rostro. "¿Qué pasa?", le pregunté mientras tomaba a Michael en mis brazos tratando de consolarlo. "Está caliente. ¿Le has tomado la temperatura?" En su pánico y frustración, ella había olvidado hacerlo. La t e m p e r a t u r a estaba m u y alta. Conocíamos lo suficiente sobre niños pequeños como para saber que teníamos que llevarlo de inmediato al hospital. Cuando llegamos, la enfermera le tomó la temperatura. La sala de emergencias estalló en vida. Una enfermera corrió a llamar a un pediatra. El doctor llegó en unos minutos y explicó inmediatamente que nuestro hijo estaba en grave peíigro. Podría estar sufriendo de meningitis espinal, y le ordenó una serie de exámenes. Yo estaba aturdido por el terror y la conmoción. No tenía ni idea de lo que significaba meningitis espinal, pero en mi mente corrían pensamientos de daño cerebral o muerte. El doctor nos pidió que nos quedáramos en la sala de espera mientras su equipo hacía las pruebas, pero me negué. No podía soportar dejar solo a mi hijo. Por dentro me estaba derrumbando lentamente. Había pasado por muchas emergencias médicas propias, pero nunca había estado tan aterrorizado. Esta vez era diferente. La crisis no tenía que ver conmigo, sino con mi hijo. No había mucho tiempo para pensar. Un técnico de rayos X abrió la puerta de golpe y nos llevó al niño y a mí a un cuarto, para sacarle una radiografía de los pulmones. Los siguientes momentos han quedado grabados en rr i memoria. El técnico desapareció, y volví mis pensamientos a Dios. Yo estaba acribillado por el miedo —¡pero también furicso! ¡Cómo se había atrevido Dios a jugar con mi hijo! Sosteniendo a Michael contra mi pecho, me paseé por el cuarto y luché con Dios. Sin embargo, en unos momentos mi cólera había cedido, y comencé a hacer una extraña oración: "Padre, por favor no te lo lleves —llévame a mí. Si esto es grave, y te lo vas a llevar, por favor, llévame a mí en su lugar. Déjalo vivir". Por absurda que fuera mi oración, yo hablaba en serio. No quiero sugerir que esta oración sea un modelo para enfrentar la adversidad, pero en esa ocasión era algo que yo n o podía impedir. Era una oradón que tenía que hacer.

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Gracias a Dios, n o era meningitis espinal sino una infección viral seria, que se le pasó después de tres días. Sin embargo, durante esas horas de crisis, un momento sagrado había intervenido en mí: aprendí que estaba listo para dar mi vida por mi hijo. Me acerqué a una vislumbre fugaz de lo que significa vivir para otro. Más tarde esa semana, me encontré reflexionando con asombro: "Creo que estoy comenzando a entender. Mi vida no es mía. Soy llamado a vivir para otros. Y quiero hacerlo. Tal vez eso signifique ser hombre". Esa noche, yo no habría vacilado un segundo en dar mi vida para salvar la de mi hijo. De lo profundo de mi ser se habían levantado olas de paternidad que demandaban que yo actuara a favor de Michael, y no lo podía controlar, ni refutar. La posibilidad de perder a mi hijo me enseñó verdades sorprendentes acerca de ser hombre. Aprendí que ya tengo lo que se requiere para serlo —que muy dentro de mí hay pasiones. Hay emociones fuertes y creencias que se desencadenan en mi interior. Nadie me indujo a hacer esa oración por mi hijo. De hecho, la intensidad de mis sentimientos me aturdió esa noche. A pesar de lo aterrorizado que estaba, había algo fuerte dentro de mí. Nunca antes me había sentido más atemorizado y fuera de control —pero eso no importaba. Algo mucho mayor que mi terror surgió en mí. Aprendí que ser hombre no es una fórmula q u e hay que resolver o un secreto por descubrir. A mi alma n o le falta ninguna pieza que tenga que ser puesta nuevamente d e la forma en que una extremidad cercenada se vuelve a pegar a un cuerpo. El problema real no es lo que me hace falta, sino que la tragedia real ha sido mi negativa a vivir lo que e s más cierto acerca de mí. Aprendí que un hombre está diseñado para vivir para alguien más. Pero durante toda mi vida, mis sentimientos de insuficiencia me habían convencido de que viviera p a r a mí. Creo que si la emergencia de mi hijo hubiera ocurrido sólo unos cuantos años antes, la habría manejado en forma diferente. Es probable que después de entregárselo al doctor m e hubiera escondido en una esquina oscura del hospital, hasta q u e la emergencia hubiera pasado. Durante un breve m o m e n t o —y sin intentarlo— me había convertido en el hombre q u e siempre quise ser. Mis sentimientos de insuficiencia ya n o e r a n excusa

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para intimidarme e impedirme que estuviera presente y poderoso para mi hijo y mi esposa. Durante los últimos cinco años, he podido hablar con esperanza. No hablo ni vivo de manera perfecta. De hecho, al escribir este capítulo estoy dolorosamente consciente de mis inseguridades y fallas. Pero algo ha cambiado para mí: He encontrado una esperanza que quisiera compartir con usted. Esta esperanza no es un código que se tiene que seguir cuidadosamente, sino una historia misteriosa en la que hay que entrar. Mi esperanza se deriva de dos verdades:

Soy inadecuado Durante años pretendí que e r a adecuado, pero estaba siguiendo un juego. En mi pasado hubo circunstancias devastadoras que me dijeron que era deficiente. Sin embargo, la admisión de tal deficiencia significaba la muerte para mí. Aunque me sentía inadecuado para todo, yo ponía una fachada de competencia. Era un niño pequeño con traje de hombre. Vacilé antes de casarme, tener hijos y desarrollar amistades significativas, porque no tema ni idea acerca de cómo ser hombre. Todas mis insuficiencias me convencieron de que no estaba calificado para la tarea. Mi definición de hombre era la de aquel que nunca tiene temor, que siempre se siente adecuado. Así que me esforcé para compensar mi debilidad. Coleccioné títulos universitarios. Me gradué como el mejor de mi promoción. Luché por ser uno de los mejores catedráticos universitarios, pero ninguno de estos logros funcionó. Todavía me sentía deficiente. Creía que sería un hombre el día en que me sintiera adecuado —el día en que todas mis deficiencias hubieran desaparecido. En efecto, la obsesión que más me consumía era vencer mi insuficiencia. Pensaba que al lograrlo podría ser el hombre que siempre había soñado ser. Pero, ¿es ésta la definición de Dios acerca de lo que es un hombre? Recuerde a Adsmydurante la tentación. Él vivía en un mundo perfecto. La séfpíén te era algo totalmente nuevo para él. Y no hay indicios de que Dios le haya advertido sobre ella. Adán, probablemente, no tenía ni idea de cómo debía haber respondido. En resumen, no era adecuado para la tarea. Pero pudo haber

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estado p r e s e n t e , pudo haber sido poderoso, pudo haber recordado lo que Dios había ordenado. Cuando el caos se entromete en mi mundo, quiero saber la respuesta correcta. Tengo que saber la forma correcta de actuar antes de hacerlo. Quiero ser adecuado. Usted se p u e d e preguntar: ¿Por qué Dios no intervino en la tentación? De hecho, hay dos personajes callados en Génesis 3: Adán y Dios. Dios no habla en Génesis 3. Él no eliminó la confusión de la vida de Adán o el caos de este mundo. El hecho simple es que mostró un respeto profundo por Adán. Él le demandó que fuera hombre. Dios tampoco elimina mi confusión. Toda mi vida deseé —rogué— a Dios que eliminara el caos de mi mundo a fin de convertirme en hombre. Quería que encendiera un interruptor en mi alma para que yo pudiera cambiar. No m e movería hacia adelante en mi mundo hasta que me sintiera adecuado. No obstante, mi vacilación no era poca cosa a los ojos de Dos. De hecho, realmente era una violación de su intención para mí. El caos de la vida es el don de D o s para los hombres. Sin confusión y tragedia nunca seríamos los hombres que Dios diseñó que fuéramos. A través de todo, nos demanda que confiemos en Él, y no en nosotros. Mi exigencia furiosa de ser adecuado era una forma de confiar en mí, en vez de confiar en Dos. Durante años, mis sentimientos de insuficiencia no me permitieron ser poderoso en la vida de otros, porque no confiaba en que D o s me ayudaría a moverme a través del caos de mi vida. John Steinbeck cuenta una historia reveladora en su libro Cannery Row (Paseo en bote de fábrica de conservas). Dos hombres en la novela están discutiendo con otro personaje llamado Henri el pintor. Henri es un hombre extraño, y en la mayor parte de la obra, un soñador. Pero hay una cosa que hace bien: construir botes. Es un maestro artesano que pasa la mayor parte de su vida construyendo un bote en un terreno baldío. Durante años reúne materiales —madera, pintura, latón, tornillos y clavos para construir un magnífico bote. Steinbeck dice lo siguiente acerca de Henri: "Como constructor de botes Henri es magnífico, un artesano maravilloso. El bote no fue construido, sino esculpido". Pero hay un problema, Henri nunca termina sus botes. Los

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construye en forma bella y perfecta, pero se rehúsa a terminarlos. Siempre que está a punto de completar su obra, cambia de dirección y comienza a construir un bote nuevo y diferente. La siguiente es la conversación que los dos personajes sostienen acerca de Henri: Doc serióentre dientes. "¿Todavía está construyendo el bote?" "Sí", dijo Hazel. "Lo ha cambiado todo. Es una nueva clase, de bote, que imagino, desarmará y cambiará. Doc, ¿verdad que está loco?" Doc balanceó su pesado saco de estrellas de mar, tirándolo al suelo, y se quedó jadeando un poco. "¿Loco?", preguntó. "Oh, sí, me imagino. Tan loco como nosotros, sólo que de una manera diferente". Eso nunca se le había ocurrido a Hazle, quien se miró a sí mismo tan claro como un estanque de aguas cristalinas, y contempló su vida como en un espejo empañado de virtud malentendida. La última declaración de Doc lo había ofendido un poco. "Pero ese bote", gritó. "Ha estado construyendo ese bote durante siete años, que yo sepa. Los bloques se pudrieron e hizo bloques de concreto. Cada vez que está a punto de terminarlo, lo cambia y lo vuelve a empezar. Creo que está loco. Siete años trabajando en un bote". Doc estaba sentado en el suelo, sacándose las botas de hule. "No entiendes", dijo amablemente. "A Henri le encantan los botes, pero le tiene miedo al océano". He construido muchos botes en mi vida, y algunos de ellos en forma magistral. Como dije al comienzo de mi historia, para cuando tenía veintiocho años había logrado algunos de mis sueños más anhelados. Pero construí esos logros en áreas que no eran primordiales. En vez de eso, estaba construyendo en las áreas que eran seguras para mí —enseñanza, predicación, educación. Cuando tenía que ver con las áreas más importantes —matrimonio, hijos, amigos— estaba aterrorizado. Oh, parecía que estaba construyendo. En forma frenética aserraba las tablas, cepillaba el asiento y ensamblaba el equipo. Y probablemente parecía hombre al estar haciendo todo eso. Pero me sentía como un niño. Le tenía miedo al océano, así que trabajaba

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para c o n v e n c e r m e de que no lo tenía. Me esforzaba mucho para vencer mi insuficiencia como hombre, porque no navegaría en el océano hasta que creyera que era adecuado. Al igual q u e todo hombre, lucho con la insuficienda. ¿Qué haremos con e s o ?

Mi Insuficiencia es mi Fortaleza Los hombres piadosos son hombres quebrantados que no tienen nada que probar y nada que perder. Corren riesgos. Ejercen una gran fe. Son amantes apasionados. La forma del mundo es ser fuerte en los lugares fuertes. Pero eso es el liderazgo pagano, que supone hombres fuertes dominando a los más débiles, es hombres poderosos usando a otros para su propio beneficio. Pero Dios nos llama a ser fuertes en los lugares quebrantados. Cuando nos definimos a nosotros mismos en términos de nuestro quebrantamiento en vez de nuestra fortaleza, seguimos el ejemplo del único hombre perfecto. Él describió el llamamiento para su vida de esta forma: He aquí vamos rumbo a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los escribas, y ellos lo condenarán a muerte. Lo entregarán a los gentiles. Se burlarán de él, lo escupirán, y lo azotarán y lo matarán (Mateo 20:18-19, traducción del autor). El Hijo del Hombre —el hombre perfecto— vino para ser entregado en manos de sus enemigos, para que los que lo amaban lo traicionaran. El vino a establecer su reino mediante su muerte, y no mediante una aparente fortaleza. Deliberadamente, se entregó a sí mismo a aquellos que —sabía— lo matarían. Yo, sin embargo, vivo de una forma que asegura que nunca me traicionarán. Cuando mi esposa me dice que estoy equivocado, discuto con ella hasta que la arrincono. Soy c o m o un abogado que ha recibido anticipo por sus servicios, preparado para desquitarse de cualquier ataque. Yo no daré mi corazón libremente, por temor a que alguien me traicione. Entiendo lo grave que es vivir en un mundo brutal, y que un h o m b r e que s e da a sí mismo sólo terminará sacrificándose. El caos siempre ganará de este lado del cielo. Pero nuestro llamado como hombres n o es diferente al d e nuestro Maestro. Crecer en mi m u n d o m e ha e n s e ñ a d o q u e

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sólo los hombres fuertes, endurecidos, duros, sobreviven y llegan a tener éxito. Cristo —mediante su enseñanza y su v i d a — nos ha mostrado que somos más fuertes en nuestras áreas quebrantadas. Yo miraba mis áreas quebrantadas —la pérdida de mi padre a temprana edad, mis inseguridades profundamente arraigadas, mis momentos de mal humor, mi propensión al silencio, mi temor a la intimidad —como excusas para vivir una vida sin amor. Pero cuando me niego a ser quebrantado, a ser traicionado, sigo siendo el niño pequeño vistiendo traje de adulto. Sólo mi quebrantamiento me da vida. Puedo ser el hombre que fui llamado a ser hace mucho tiempo en la mente de Dios, al ser quebrantado por mis tragedias y mi pecado. Los hombres piadosos son hombres quebrantados. Si entendiéramos esa verdad, no habría aventuras amorosas ni divorcios. No abusaríamos de nuestros hijos ni de los hijos de otros. No estaríamos en cárceles. En vez de eso, les recordaríamos a nuestros hijos la historia de Dios. Si estuviéramos dispuestos a morir por otros, entonces quizá ya no habría más niños muriéndose de hambre en Somalia, ni huérfanos en Ruanda. Ya no habría más violencia. Sería un mundo mejor.

¿Qué historia contará usted? En el cielo contaremos historias. ¿Qué historia contará usted? ¿Detallará tristemente la vida de un hombre testarudo que nunca permitió que las cosas trágicas o pecaminosas de su vida lo imposibilitaran? ¿Describirá a un hombre que era demasiado miedoso como para confiar en Dios? Yo espero contar una clase diferente de historia: la mía no será acerca de un Dios que eliminó el caos de mi vida. Mi historia será, en esencia, que a pesar de eso —y a pesar de todos los obstáculos, confusión y temores— confié en Dios. Diré que nunca quitó mis inseguridades, pero que por su gracia encontré el valor para confiar en Él de todas formas. ¡Y miren lo que hizo a través de mí! ¿Pueden creerlo? ¡Él usó mis debilidades —todas— para su gloria! ¿Qué nos permitirá a cada uno de nosotros contar historias como esa? ¿Qué nos permitirá ser hombres piadosos? La pregunta realmente debería ser, ¿Quién hace que eso sea posible en nuestras vidas?

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El S e g u n d o Adán se introdujo en nuestro mundo hace siglos, e h i z o lo que el primer Adán no hizo: puso el pie en el caos y m a t ó a la serpiente antigua. El Segundo Adán, el Verbo encarnado, revirtió la obra del primer Adán. Y ahora tengo la oportunidad de vivir a la imagen del Segundo Adán. Puedo hablar. Puedo amar. Puedo estar presente, y mi presencia puede sacar a otros de su silencio sofocante. Aunque estén demonios mil Prontos a devorarnos, no temeremos, Porque Dios sabrá aún prosperarnos. Que muestre su vigor Satán, y su furor; Dañarnos no podrá, Pues condenado es ya por la Palabra Santa. Martín Lutero, "Castillo Fuerte Es Nuestro Dios"

LARRY CRABB hora que tengo cincuenta años, creo que la vida es mucho más enredada e inmensurablemente más difícil de lo que m e imaginaba cuando tenía veinte, treinta, o aun cuarenta. ( ¿ Q u é iré a pensar cuando tenga sesenta u ochenta? Cuento c o n que para entonces tendré más fe.) Permítanme darle una vislumbre de lo que siento que es mi vida ahora —con su oscuridad, con mi temor, con un movimiento más difícil pero más significativo que nunca antes, con Cristo, siguiéndolo a Él al moverme hacia la hombría. Las noches oscuras son tan negras como una caverna; menos frecuentes y menos largas que antes, pero más oscuras que nunca. Antes, siempre había una lamparita. Ahora estoy en una oscuridad tan densa que puedo palparla —incapaz de ver, con temor a moverme, buscando a tientas el interruptor de la pared, o la lámpara de mano que está en el escritorio. Cuando estoy en esa oscuridad, el único movimiento que me arriesgo a hacer es buscar una luz que pueda encender. Cuando la encuentro: ahí está el interruptor de luz, que me es familiar en medio de la pared a unos centímetros de la puerta. Muevo la palanquita, y nada. No hay energía. Siento el escritorio y deslizo mi mano sobre él hasta que toco la lámpara de mano. Las baterías están agotadas. Entonces, me quedo ahí parado, en la confusión de un mundo que no tiene sentido visible, desconcertado acerca de lo próximo que haré. He perdido interés en explorar la oscuridad. Cada vez que trato de encontrar el camino por la habitación, me raspo la rodilla con algo agudo o me golpeo la cabeza contra algo duro. Me siento adolorido y mareado. La oscuridad ha perdido su fascinación. Ya no se siente como la aventura

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de curiosear en el ático de una casa vieja. Eso era divertido, pero esta habitación se siente embrujada. El movimiento parece ser peligroso. He aprendido a quedarme quieto. Pero usted sólo se puede quedar quieto durante cierto tiempo. Parece necesario hacer algún movimiento. Mi mente comienza a trabajar. "Me pregunto cómo llegué aquí. Las cosas soban ser más sencillas y claras, y mucho, mucho más felices. Tal vez si consigo figurarme el camino que me trajo a esta terrible habitación, podré retroceder para salir de aquí". Mi mente de consejero arranca. "Veamos, cuando tenía seis años, mi madre... En el carro ese día, papá... Todavía tengo la imagen clara de la vez cuando..." Muy pronto me siento cansado. Cuando se sigue esta clase de pensamiento, no se siente tanto como retroceder, sino más bien como andar perdido en un laberinto. Luego escucho a un amigo que me llama por mi nombre: "Estoy en la habitación de al lado. Hay algo de luz aquí. Quizá puedas seguir mi voz para salir de tu habitación y entrar en la mía". Siento esperanza. Conozco a mi amigo, es amable e inteligente. El por lo menos puede ver hacia dónde va y lo que está haciendo. Tal vez me pueda conducir a la luz. Él vuelve a hablar. "Desde donde estoy, puedo ver que la oscuridad que te rodea tiene dos fuentes: la habitación misma (¿Cómo fuiste a dar ahí?) y tu propio corazón (el cual me temo, es mucho más oscuro de lo que crees). Si pudiéramos entender la naturaleza de tu oscuridad, el entendimiento mismo podría iluminar las cosas. Veamos primero la habitación. Donde estás es tan desesperanzadoramente confuso. Debes aceptar ese hecho. En verdad no hay pautas claras para moverte y conseguir lo que quieres. Podría ser beneficioso que lo enfrentaras. "Y tu corazón. Me pregunto si hay fuerzas dentro de ti que nunca has admitido. Quizá necesites pensar bien en cómo eres realmente. Puedes ser muy exigente, y hasta mezquino. Algunas veces, eres muy arrogante. Ahora, no te desalientes. También tienes muchas cosas buenas. Tu vida ha bendecido a muchos, y soy uno de ese grupo. Quizá si ves tanto lo bueno como lo malo que hay dentro de ti, tendrás razón para sentirte emocionado, y sabrás qué pasa contigo que debería causarte

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q u e b r a n t a m i e n t o . Tal vez, eso iluminará el camino q u e vas a tomar". Cuanto m á s habla mi amigo menos interés tengo. Si se lo dijera, me t e m o q u e lo llamaría resistencia. Yo lo llamo aburrimiento. H a y algo con lo cual estar fascinado, pero esto no lo es. Estoy cansado de escuchar los asuntos que intrigan a la mayoría de los consejeros. Luego, c o n la resignación de un empleado que regresa a trabajar después del receso para el café, me recuerdo a mí mismo mis responsabilidades. Incluso en la oscuridad, puedo encontrar formas de pecar. Tal vez mi cuerpo no se pueda mover, pero seguro q u e mi mente sí. Las fantasías sexuales tienen su atracción; las imágenes de enojo llegan sin invitación a mi conciencia. Me digo: " N o , esto no es correcto. Debo controlar estos pensamientos. Los voy a sustituir orando por otros que están en oscuridad, y por aquellos que viven en una luz artificial". Mi buena resolución se siente pesada, como una carga que una vez dejé caer, pero que he vuelto a recoger. Esta no puede ser la ruta hacia el gozo. Aquí estoy, a los cincuenta años de edad, cristiano por más de cuatro décadas, psicólogo, maestro y autor — y estoy paralizado en una habitación oscura. Es tiempo de hacer el inventario, de una forma que no lo podría hacer fuera de esta espantosa habitación. Quizá estoy en un buen lugar para aprender aquello que sólo se puede captar en la oscuridad. Las fuentes de luz que solían ser confiables, no ofrecen ayuda. El movimiento es imposible. La evaluación de la oscuridad —tanto en mi alma como en el m u n d o — promete sólo revelar mayor confusión. La determinación moral es algo bueno, por supuesto, pero el bien por decisión propia parece imposible de lograr. Entonces, ¿qué voy a hacer? Tengo cincuenta años, parado —como un maniquí— en una habitación oscura, inseguro sobre lo que el tiempo traerá, deseando con todo mi corazón hacer algo, deseando cualquier cosa además de esta pasividad aplastante. Reflexiono sobre el niño travieso, haciendo los gestos que les describí en las primeras páginas de este libro. Y me pregunto quién soy ahora, a la luz de lo que afirmo creer.

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Cuando era un muchacho, tenía dos grandes problemas: primero, le tenía pavor a mi llamado a vivir como hombre en este mundo incierto. Segundo, no podía escapar de él. Mi gesto escondía mi temor. Mi "travesura" era una expresión inmadura del llamado del cual n o podía escapar, el llamado a moverme de la forma en que sólo yo podía hacerlo. Tanto el gesto como la travesura mantuvieron las luces encendidas. Ahora están apagadas. ¿Es eso bueno? ¿Se ha ido el gesto, ahora el travieso es alguien que se mueve? ¿Me estoy convirtiendo en un poeta que ríe, y que vive el carácter de E)ios a través de su singularidad? Mi esposa por casi treinta años me dice que no río tan b i e n ahora, ni tan a menudo como lo solía hacer. A ella le parezco más serio. Y no es bueno. A veces enfoco la vida como una tarea engorrosa, como un deber apremiante que no permitirá la risa. Ella quisiera que yo la enfocara como si fuera una aventura desenfrenada: llena de altibajos que, al igual que una película de antaño, se mueve hacia un acto final de heroísmo que lo arregla todo. Me imagino que la parte de la risa n o está saliendo tan bien. Y no puedo encontrar la forma de regresar al gesto del niño travieso. La parte poética también tiene sus problemas. Unas cuantas vislumbres de la fortaleza dadora de vida de Dios entran sigilosamente a través del revoltijo de mi existencia. No muchas, pero quizá unas cuantas más ahora que antes. Y aun así, en medio de todo esto, me siento animado, no por algo que veo en el espejo sino por una mirada hacia arriba que ve un cuadro hermoso, como un niño que descubre a un caballo airoso en las nubes blancas. Sólo que ese caballo está realmente ahí. No he visto a Cristo todavía, pero lo estoy buscando como nunca antes. Algunas veces reconozco su silueta. Más importante aún, ahora creo que está ahí para que lo vean, que quiere ser visto, y que lo veré: quizá no plenamente en esta vida, pero tal vez estaré muy cerca. Siento su pasión; siento su mover. Creo que sé un poco acerca de lo que El quiere ver desarrollándose en mi esposa e hijos, y en unos cuantos amigos. Y realmente creo que El me puede usar para ayudar a que suceda, no de la forma en que un entrenador de baloncesto usa al jugador estrella en un partido

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crucial, pero más en la forma cono Cristo alimentó a una gran multitud con un almuerzo pequeño. Es difícil hacer gestos en uní habitación oscura, porque no hay nadie ahí para que los vea. zhora m e doy cuenta de que el gesto es para una audiencia. Ahora, parece mucho menos importante impresionar o entreterer a alguien. La risa todavía no aparece, pero —al igual que el ^ue entiende un chiste mucho después de que escucha la partí divertida— voy a reír. Sé que está por venir. Simplemente metoma un tiempo. La determinación traviesa ano ajustarme a las reglas está, creo, madurando y convirtiénd«se en una libertad para seguir mi llamado; ese llamado singuar para mi vida que significa menos seminarios, más tiempopara pensar, lectura de libros que me ensanchen en vez de sdo informarme, más conversaciones largas con unas pocas personas, en forma individual. Durante esas noches oscura, todavía no puedo ver nada alrededor. La oscuridad es demísiado densa, pero puedo oír. Y a veces escucho la inconfundible voz de Dios. No está en el viento ni en el fuego, ni en el brremoto. La oscuridad me ha hecho quedar lo suficientemenfc quieto como para escuchar el silbo apacible, el cual es dulce, iierte y bueno. Quiero hacer lo que dice, auique signifique que tenga que moverme en esta oscuridad aterradora. Veo a mi esposa, que ya no es joven, más hermose que nunca. Veo a mis hijos menos como dos razones para preocuparme, y más como dos oportunidades bienvenidas paa comprometerme y disfrutar continuamente. El dinero todavía es demasLdo importante, pero la posibilidad de ministrar verdaderamente a la gente me está alcanzando. Este mundo es cada v e menos cómodo. Y a medida que lo es, una luz del cielo conienza a penetrar la oscuridad. La veo. Quiero seguirla. Quiercandar fielmente por el camino que ilumina y quiero ir a casa —¡como un HOMBRE!

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recupere la fmm y fl ra pf la hombría Los hombres de hoy libran una lucha con su problema más arduo: recuperar todo el potencial de su hombría. Pero en medio de los afanes, reuniones, concentraciones, seminarios y congratulaciones ¿faltará algo vital? ¿Qué es lo que define y le da significado a la hombría? En El Silencio de Adán, el Dr. Larry Crabb y sus colegas, el erudito bíblico Don Hudson y el consejero Al Andrews, nos ofrecen una fresca mirada sobre la manera como Dios diseñó a los hombres, recurriendo a datos bíblicos olvidados y a su propia experiencia profesional para ayudarnos a explorar: La visión perdida de la hombría Los problemas de la comunidad varonil El valor de las relaciones de consejería El Silencio de Adán expone en forma cuidadosa y honesta las luchas continuas de los hombres, y las dificultades que enfrentan en sus relaciones. Presenta el precioso llamado que ellos tienen de revelar a Dios en una forma exclusivamente varonil, y los desafía a que superen el paralizante temor al fracaso y corranriesgosen forma resuelta, actuando con una profunda espiritualidad, y viviendo con plenitud. El Dr. Larry C r a b b es un reconocido orador, autor de un gran número de libros que figuran entre los de mayor venta, God of My Father. Finding God. Men and Women (Hombres y mujeres disfrutando las diferencias). También es un distinguido catedrático residente de la Universidad Cristiana de Colorado, en Morrison. D o n H u d s o n es consejero autorizado y maestro de estud:os hebraicos en el Seminario Western en Seattle, Washington. A l A n d r e w s es consejero autorizado que maneja su despacho privado en Franklin, Tennessee. ISBN

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