El \"signo de Tanit\" en la península ibérica

July 11, 2017 | Autor: E. Ferrer-Albelda | Categoría: Phoenician Punic Archaeology
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Descripción

El “signo de Tanit” en la península ibérica* Eduardo Ferrer Albelda Universidad de Sevilla

Las representaciones del “signo de Tanit” en la península ibérica son muy escasas, apenas una docena de ejemplares materializados en soportes con funcionalidad diversa: monedas, sellos de ánforas y joyas. Descartando dos ejemplares que han sido interpretados erróneamente como “signos de Tanit” por sus aparentes similitudes formales, los demás tienen una datación de época tardopúnica, de fines del siglo III o del II a.C. Las siguientes líneas están dedicadas a presentar esta documentación, proponer una adscripción cronológica y funcional y hacer un par de reflexiones, no tanto sobre el culto a Tinnit en la península ibérica como del contexto histórico en el que se documentan estos símbolos y el significado de estas representaciones en sus diversos soportes. Pero primeramente haremos un catálogo de los “signos de Tanit” registrados hasta el momento. 1. Se describe habitualmente como posible “signo de Tanit” (Corzo 1991: 13; Martín Ruiz 2004: 154, fig. 218) una representación en una estela de piedra hallada en las excavaciones de P. Quintero en 1929 en la necrópolis de Cádiz (Quintero 1932: 7-8, lám. I, B). La estela, de una altura superior al metro y con el extremo superior en forma de tejado a doble vertiente, está tallada en piedra arenisca local y revocada con una capa de estuco con decoración pintada en rojo y amarillo. En la parte inferior del busto se talló un hueco de forma rectangular, probablemente para encastrar una inscripción como suele ser habitual en la necrópolis gaditana. * Trabajo integrado en los Proyectos de Investigación Sociedad y Paisaje: Alimentación e Identidades Culturales en Turdetania-Bética (siglos VIII a.C.-II d.C.) (HAR2011-25708) del Ministerio de Ciencia y Tecnología, y Le détroit de Gibraltar, à la croisée des mers et des continents (époque ancianne et médiévale) (Project ANR Detroit 22627) de la Agence Nationale de la Recherche. Programme Espace et Territoire, Edition 2010 (Francia). Agradezco la lectura, correcciones y comentarios del manuscrito a las profras. M.C. Marín y M. Belén, aunque de lo redactado soy el único responsable.

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Fig. 1. Estela de la necrópolis púnica de Cádiz (Martín Ruiz 2004: 158, fig. 218).

Se encontraba in situ en el momento de su excavación y señalizaba un conjunto de tumbas de sillería que, por relaciones tipológicas, han sido datadas en la segunda mitad del siglo IV o en el III a.C. (Belén 1992-1993: 358). La figura tiene dos cuerpos claramente diferenciados, el inferior de forma troncopiramidal y el superior de tendencia esférica. A pesar de que en líneas generales la morfología del icono coincide básicamente con el “signo de Tanit”, sin embargo le falta un elemento característico: el trazo horizontal que separa la esfera del cuerpo. La descripción y explicación dada por P. Quintero de que sea un rostro con la cabeza circundada de rayos, simbolizando al dios solar en un templo, también ha sido contemplada o divulgada por otros autores (García y Bellido 1942: 278; Ramos Sainz 1986: 52; Belén 1992-1993: 355). Por nuestra parte, sin más elementos de juicio ni paralelos –sería una representación del símbolo completamente anómala–, y dada la cronología de la estela, que convertiría el símbolo en un unicum en la península ibérica, descartamos su interpretación como “signo de Tanit”. 2. El símbolo, en esta ocasión reproducido canónicamente, sí se representa en algunas monedas de plata de taller desconocido aunque su datación en el contexto de la Segunda Guerra Púnica parece asegurada por su comparecencia en tesoros ocultados en Iberia durante la contienda, como los de Villarrubia de los Ojos (cinco ejemplares), Écija y Mogente, ambos con un solo ejemplar. Además de estas monedas tesaurizadas, también se han documentado hallazgos aislados en Buñol (Valencia) y Amposta (Teruel) (Ripollés 1981; Villaronga 1981-83: 136 y 141; Chaves y Pliego, e.p.). El tipo monetal de anverso es el “signo de Tanit” con el trazo horizontal acabado en dos ángulos rectos hacia arriba, y el de reverso un caduceo:

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Fig. 2. Moneda signo de Tanit/caduceo (Foto Ruth Pliego Vázquez).

Ambos son símbolos de honda raigambre religiosa púnica con una especial difusión en el norte de África. La metrología, como la tipología, también parece indicar su pertenencia al ámbito púnico, no tanto al hispano (salvo esta excepción, el símbolo no se registra como tipo monetal) cuanto a la esfera púnica centromediterránea, donde sí se representa en cecas como Melita (Malta), Cossura (Pantelleria) y otras ciudades del mismo ámbito. No obstante, el “signo de Tanit” sí se representa en monedas de Ebusus como tipo secundario, acompañando a Bes (Campo 1976: nos 64 y 67). De hecho, en varias ocasiones las monedas con símbolo de Tanit/caduceo se han relacionado con la ceca ebusitana por similitudes técnicas y estilísticas (Ripollés 1981: passim). M.P. García-Bellido (1990: 59 ss.; ead. 1991-93: 178) atribuye esta emisión a un taller hispano situado en el área levantina bajo la influencia cultural de Ebusus, quizás Ilici, y señala que en una de las monedas la esfera del “signo de Tanit” ha sido sustituida por una roseta (Fig. 3)1, una forma de representar el símbolo con paralelos en las estelas cartaginesas del siglo III a.C. (ibíd.: 177, figs. 10 y 11).

Fig. 3. Moneda signo de Tanit/caduceo, con roseta (Foto Ruth Pliego Vázquez).

3. Otro soporte en el que se representan “signos de Tanit” es la cerámica, concretamente en sellos anfóricos, de los que hay hallazgos muy distanciados geográficamente. En Emporion, en unas excavaciones de principios del siglo XX, fue hallada un asa de ánfora con una impronta ovalada en la que se representa un “signo de Tanit” flanqueado por una figura humana con túnica y otro símbolo difícil de definir en la fotografía (¿caduceo?, ¿hacha?). En la publicación no se detalla el nivel donde se documentó el asa, ni la tipología del ánfora, ni los materiales que la acompañaban, por lo que no podemos hacer ninguna valoración cronológica o cultural (Cazurro y Gandía 1913-14: 663, fig. 14). 1 Las fotografías han sido cedidas por la Dra. Ruth Pliego Vázquez y forman parte del libro en prensa de F. Chaves Tristán y R. Pliego Vázquez.

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Otros sellos, en esta ocasión bien contextualizados, proceden de envases fabricados en los talleres de Torre Alta (San Fernando, Cádiz)2.

Fig. 4. Sello de ánfora con “signo de Tanit” procedente del yacimiento Puerto 4 (El Puerto de Santa María, Cádiz) (foto de Ester López Rosendo).

Hay dos tipos de representaciones, la clásica, con el cuerpo triangular, barra horizontal y disco, y la que tiene los extremos de la línea horizontal sinuosos. El “signo de Tanit” se estampilló en las producciones locales T-12.1.1.2, T-9.1.1.1 y en imitaciones de ánforas grecoitálicas muy evolucionadas (Frutos y Muñoz 1994; íd. 1996: 163, fig. 11; Sáez Romero 2008: 583, fig. 18) a fines del siglo III o durante los tres primeros tercios del siglo II a.C. (Ramon 1995: 254), sin que se pueda precisar si es un fenómeno vinculado a la etapa bárquida o a la conquista romana, aunque se tiene la seguridad de que antes de la segunda Guerra Púnica no fueron usados sellos en los talleres gadiritas. Como ha propuesto A. Sáez (2008: 584 ss.), quizás haya que relacionar la introducción de los timbres anfóricos en Gadir con la emigración de cartagineses huidos del asedio y destrucción de la ciudad en 146 a.C. La función de estos timbres anfóricos y el significado de los símbolos representados han sido objeto de un debate que permanece abierto. La costumbre de estampillar las ánforas en el mundo fenicio occidental no fue tan habitual como en el mundo griego y latino y, salvo un caso excepcional de época arcaica, no hay evidencia de sellado en el ámbito del “Círculo del Estrecho” hasta fines del siglo III a.C., y, como hemos comentado, probablemente a través de la mediación de Cartago (Sáez Romero 2008: 582). Fue además una práctica circunscrita –según el estado actual de la investigación– a los talleres de Gadir, particularmente al de Torre Alta. 2 Un hallazgo superficial de asa de ánfora con “signo de Tanit” procede de la factoría de salazones Puerto 4. El símbolo, del tipo clásico, se enmarca en una cartela rectangular (Ruiz Mata et al. 2006: 313, fig. 27). Agradecemos a Ester López Rosendo la noticia y la fotografía (Fig. 4).

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Con respecto a la función atribuida, los sellos han sido interpretados como marcas de control de la producción, garantes de la calidad y procedencia de los envases, o se han relacionado con sistemas de cuantificación (Sáez Romero 2008, 1: 115), aunque quizás sea este un tema de interés secundario y hayan despertado mayor interés las iconografías, pues además de las representaciones directamente relacionadas con el contenido de las ánforas (atunes, individuos manipulando peces y ánforas), también se estampillaron símbolos con significación presumiblemente religiosa, similares a los grabados en las estelas funerarias púnicas del norte de África, como el “signo de Tanit”, la roseta, el losange, una mano abierta o una paloma (Sáez Romero 2014). La mayoría de los investigadores acepta que los sellos representan directa o indirectamente símbolos ciudadanos, pues no debió ser casual la reproducción con fidelidad del emblema cívico acuñado en las monedas de Gadir-Gades. Asimismo, hay quien ve en el individuo manipulando los peces o los envases la representación del dios Heracles-Melqart, aunque se muestra reacio a admitir que los símbolos sean emblemas urbanos al estilo de las ánforas griegas. “Las posibles iconografías monetales son demasiado escasas e insignificativas [sic] para apuntar en este sentido y mucho más lo es el resto de los símbolos o, incluso, el propio contenido epigráfico de las estampillas. Todo ello, ciertamente, parece obedecer mejor a iniciativas económico-propagandísticas de carácter privado, no exentas ciertamente de una considerable reacción mimética hacia el mundo griego, un mimetismo mucho más ajustado a la forma que al fondo de la cuestión” (Ramon 1995: 253). No compartimos esta explicación porque, como ya hemos expresado en otras ocasiones (García y Ferrer 2001; García 2001), pensamos que todo el proceso de fabricación de las salazones de pescado, desde las capturas hasta la distribución comercial, incluyendo la fabricación de envases, estaría gestionado directa o indirectamente por la ciudad y, dada la temática religiosa de algunos sellos, no se puede descartar la participación o, al menos, la protección de los santuarios gaditanos sobre estas actividades. Los atunes representados a la manera de las monedas apuntan en esta dirección, y, aunque la roseta de ocho pétalos puede ser un motivo decorativo típico de la cerámica helenística, también es símbolo de Astarté y posiblemente de Tinnit, si tenemos en cuenta la frecuencia con la que sustituye al remate esférico en las estelas púnicas (Hours-Meidan 1951; Belén y Escacena 2002: 175, fig. 8) o en la moneda mencionada supra. El losange, la paloma, la mano abierta o el propio “signo de Tanit” también son emblemas religiosos, muy habituales en las estelas púnicas, de manera que el uso de estos iconos y la cronología de los envases avalan la propuesta de una influencia norteafricana coetánea a la segunda Guerra Púnica o inmediatamente posterior, tras la posible llegada a Gades de artesanos emigrados de Cartago (Sáez Romero 2006: 613-634; id. 2008, 1: 587). 4. Otro “signo de Tanit” se representó en un pendiente de oro de la necrópolis romana de Orippo (Torre de los Herberos, Dos Hermanas, Sevilla). Esta joya, en forma de lúnula o media luna con los extremos terminados en hilos de oro entrelazados, portaba un “signo de Tanit” troquelado representado sumariamente:

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un triángulo equilátero formado por puntos de punzón con un trazo horizontal dispuesto sobre el vértice del triángulo con los extremos dispuestos hacia arriba. Otros dos golpes de troquel, a modo de cabeza, culminan la figura (Fig. 7) (Martín y Martínez 1995: 687, foto 4)3.

Fig. 7. Pendiente de la necrópolis de Orippo (Foto Pablo Quesada Sanz, Museo Arqueológico de Sevilla. Consejería de Educación, Cultura y Deporte, Junta de Andalucía).

Es interesante este hallazgo porque se trata de un contexto funerario cerrado bien registrado, en una tumba, la cremación III, de la necrópolis romana de Orippo, situada en el término municipal de Dos Hermanas, a escasos kilómetros al sur de Sevilla. De este sector funerario se excavaron en 1992 ocho tumbas de cremación y dos de inhumación, es decir, dos ritos funerarios diferentes con, a su vez, dos modalidades dentro del ritual de la cremación, primaria y secundaria; entre estas últimas se documentaron vasos cerámicos y de vidrio dentro de cajas de plomo como contenedores de las cenizas del difunto. La cremación III se depositó en una urna de cerámica común dentro de una cista formada por cuatro tégulas, teniendo como único ajuar un espejo de bronce sin mango. En el interior de la urna, junto a los restos óseos calcinados de pequeño tamaño, se halló un fragmento de vaso de reducidas dimensiones y el pendiente de oro. La cronología de la necrópolis se ha atribuido a los siglos I y II d.C., aunque algunos autores no desestiman una datación de fines del siglo I a.C. (Martín y Martínez 1995: 692, foto 3; Vaquerizo 2010: 224). No obstante, hay que tener en cuenta que cronología de deposición no siempre equivale a cronología de fabricación y uso, de manera que es relativamente frecuente la amortización en ajuares funerarios de joyas y amuletos fabricados y usados varias generaciones antes. No hay que descartar, por tanto, que la fabricación del pendiente pudiera ser muy anterior. Descartando la estela de la necrópolis gaditana por no reunir las características iconográficas del símbolo, todas las restantes representaciones tienen en común 3 Agradezco a la profra. María Belén la noticia sobre esta pieza depositada y expuesta en el Museo Arqueológico de Sevilla (Inventario ROD9518) y a Pablo Quesada Sanz, del Museo Arqueológico de Sevilla, su gentileza en la realización de la imagen y en los retoques.

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una cronología tardía, coetánea o posterior a la segunda Guerra Púnica, quizás en relación con la presencia física de cartagineses en los ejércitos, en el caso de las monedas, o de alfareros, en lo que respecta a los sellos anfóricos, emigrados o huidos de Cartago y reasentados en una ciudad como Gades, en plena expansión comercial tras el cese de la segunda Guerra Púnica en 202 a.C. y el foedus con Roma. Estos tres conjuntos de documentos ponen de manifiesto que la aparición de este símbolo en la península ibérica está vinculado a la presencia cartaginesa durante el último tercio del siglo III a.C. en los casos más antiguos, pues hasta entonces era una iconografía extraña en los santuarios y lugares de culto y en soportes como monedas, ánforas y joyas, pero común en el norte de África, sobre todo en el ámbito funerario. 5. No obstante, esta homogeneidad cronológica y contextual del registro en la península ibérica desaparecería ante la excepción de un hallazgo reciente procedente de la necrópolis de Cádiz (Alarcón 2010: 101, fig. 3). Se trata de un anillo-colgante con chatón grabado que formaba parte del ajuar de una sepultura de cremación de época arcaica (Figs. 8 y 9)4.

Fig. 8. Anillo-colgante de la necrópolis fenicia de Cádiz (foto F.J. Alarcón Castellanos).

Fig. 9. Detalle del anillo-colgante de la necrópolis fenicia de Cádiz (foto F.J. Alarcón Castellanos).

El ritual del enterramiento (Complejo Estructural funerario 11) era la cremación primaria en fosa “doble” con canalillo central, en la que se depositó, junto a las cenizas del difunto –un individuo infantil de unos 3-5 años, probablemente una niña (Macías 2010: 546)–, un ajuar compuesto por varios colgantes de oro y collar con cuentas de oro y cornalina, 3 en forma de huso y 22 cilíndricas. El anillo, considerado más bien un tipo de colgante que se integraría en un collar, está 4

Las imágenes han sido cedidas por F. J. Alarcón Castellanos, a quien agradecemos su amabilidad y disposición.

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formado por un aro circular soldado a un chatón rectangular con los extremos redondeados en el que está grabado a buril un motivo con ciertas concomitancias formales con el “signo de Tanit”. El enterramiento ha sido datado a fines del siglo VII o inicios del VI a.C. teniendo en cuenta criterios como la cronología de los otros componentes del ajuar, la ubicación en ese sector de la necrópolis y los paralelos tipológicos del enterramiento y del ajuar en la misma necrópolis de Gadir (Perdigones et al. 1990) y en otros contextos funerarios del mismo entorno cultural (Villaricos, La Angorrilla, Carmona, Alcácer do Sal). Sin embargo, según el excavador, “la datación es demasiado temprana para la decoración incisa que porta el anillo, por lo que su cronología hay que retrotraerla a momentos más cercanos” (Alarcón 2010: 103). Esta afirmación se basa en dos axiomas: a) que el símbolo representado sea un “signo de Tanit”, y b) que este fuera, como su nombre convencional indica, una representación anicónica de la diosa y consecuentemente una manifestación de su culto. a) La primera cuestión ya genera serias dudas porque, aunque la morfología del símbolo representado en el anillo de Cádiz mantiene ciertas concomitancias con el “signo de Tanit”, también presenta dos diferencias: la primera es la proporción entre el cuerpo triangular y el remate circular, mucho más grande este de lo habitual; y la segunda es la representación de dos líneas horizontales paralelas entre el triángulo y el círculo en vez de la forma canónica de una sola barra. b) Asimismo, la identificación del símbolo con Tinnit y su culto no deja de ser problemática (Benigni 1975: 18; Falsone 1978: 137; Mendleson 2003: 9). Se trata de una convención arraigada y muy extendida, quizás debida a la proliferación de estos símbolos en las estelas norteafricanas (el caso de El Hofra, Bertrandy 1993: passim), y singularmente en el tofet de Cartago, donde la diosa empieza a manifestarse según la documentación epigráfica a lo largo del siglo V a.C., ocupando el primer puesto en las fórmulas dedicatorias seguido de Baal Hammon, dios tutelar de lugar (Garbati 2013: 529). Hoy día se tiende a desvincular, por lo menos en los testimonios más antiguos, este símbolo del culto de Tinnit, como ya pusieran de manifiesto autores como Cintas, Moscati o Lipinski, lo cual no quiere decir que con el tiempo acabara identificándose con la diosa misma o con su culto. Testimonio de ello pueden ser, quizás, una tésera de cerámica de proveniencia levantina con un “signo de Tanit” y leyenda ḥ tmt (“favor de Tanit”), datada por paralelos epigráficos en los siglos III-II a.C., lo cual sugiere que en esa fecha ya estaba establecida la identificación entre diosa y signo (Bordreuil 1987: 83-84). Asimismo, las estatuillas femeninas en estado de gravidez o “curóforas” (portadoras de niños) halladas en las costas levantinas con “signos de Tanit” (Zhive Ziyyon, fines del siglo V a.C.) o con símbolos ankh (Mendleson 2003: 9, n. 11) dan pie, por un lado, a identificarlas con una divinidad nutricia y protectora de los embarazos, advocación compatible con Tinnit; y, por otro, a establecer la vinculación iconográfica entre el ankh y el símbolo en cuestión. Un nuevo argumento que podría vincular el símbolo y la diosa lo aporta

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C. Mendleson (2003: 9, fig. 5; también Marín Ceballos 2010) con un “signo de Tanit” con una taw en el interior del triángulo que podría aludir al nombre de Tinnit. Aun así, las dudas sobre esta personalización, al menos en los primeros tiempos, son razonables. De ser válidos los presupuestos atribuidos al anillo de Cádiz, el problema histórico originado sería cuanto menos desconcertante, ya que se constituiría en el “signo de Tanit” más antiguo de todo el Mediterráneo y una de las expresiones primigenias del culto a Tinnit, pues los orígenes de su devoción en Próximo Oriente están atestiguados epigráficamente en Sarepta en el siglo VII a.C. (Hvidbeg-Hansen 1979; Bordreuil 1987: passim), mientras que las evidencias del “signo de Tanit” más antiguas son las representadas en las estatuillas femeninas del pecio de Shave Ziyyon, al norte de Akko, datadas a finales del siglo V a.C. (Linder 1973: passim). Sorprendentemente esta iconografía no tuvo especial difusión en Fenicia, donde los ejemplos son escasos y tardíos, de época helenística, plasmados en diversos soportes, como un fragmento de vidrio de Sarepta, una estampilla en el asa de un ánfora del siglo II a.C. procedente de Tell Akko, pesos de plomo de Ascalón, Oumn el-Amed, Ashod Yam y Beirut, relieves funerarios de Hanawé y el-Biyad, cerca de Tiro (Benigni 1975: 17-18; Moscati 1979b: 144; Bordreuil 1987: 81; Bertrandy 1993: 5), una moneda de Ascalón del siglo II d.C. (Moscati 1979a: 13-14), y objetos votivos de época ptolemaica en Bucheum, cerca de Tebas (Korr 1981: 95-96). El “signo de Tanit” tuvo, por contra, una mayor difusión en el Mediterráneo central, especialmente en Cartago, donde Tinnit es el daimon, la protectora de la ciudad, hecho que sin duda ha debido contribuir favorablemente a la asimilación convencional entre signo y diosa. No obstante, en Cartago y en las islas del Mediterráneo central el símbolo no se registra antes de mediados del siglo V a.C., y andando el tiempo tendría una difusión notable en Numidia, donde fue muy representado, como en las estelas funerarias de Constantina, la antigua Cirta, entre los siglos III y I a.C. (Bertrandy 1993: 7 ss.). En Cerdeña también se ha documentado en contextos funerarios de Monte Sirai (Moscati 1964) y Olbia (Moscati 1979a), y en Sicilia se ha localizado en una decena de sitios del ámbito fenicio-púnico, como Mozia, Lilibeo, Solunto, Selinunte, Grotta Regina y Monte Porcara, y en diversos soportes: monedas, como las de Cossyra (Pantelleria), sellos de ánforas, graffiti en cerámica, estelas, anillos, amuletos o pavimentos (Tusa 1976: passim; Falsone 1978: 138). Si el origen iconográfico próximo oriental del “signo de Tanit” no es un problema solucionado definitivamente, su génesis iconológica ha generado igualmente muchas hipótesis y pocas certidumbres. Para algunos sería una esquematización de la figura femenina frontal fraguada en Chipre o en Fenicia durante el Hierro I y exportada a Occidente con la colonización fenicia (Bisi 1980; Moscati 1981); otros apuestan por un origen en Fenicia o en Occidente a partir de la unión de dos símbolos religiosos precedentes, el ankh egipcio y el triángulo (Garbini 1980), o como una figuración abstracta de la mesa de altar con cuernos o de un orante, un betilo piramidal o troncocónico, un símbolo de la doble naturaleza

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–astral y ctónica– de la divinidad, o incluso un ídolo de remoto origen egeo (HoursMiédan 1950; Picard 1968; Seeden 2005). F. Bertrandy (1993: 18-19) expone con acierto que este icono no debió de tener el mismo valor en Fenicia que en Cartago o en Cirta, y pudo aunar en gran medida todos aquellos símbolos que en Egipto, Próximo Oriente y en la cuenca mediterránea simbolizaron la vida, la fecundidad, la prosperidad y la fertilidad. En esta línea H. Bénichou-Safar (2007: 13) considera que el símbolo no representaba a ninguna divinidad sino que tenía el valor de un atributo o un concepto comparable al ankh o “llave de la vida” y, como él, capaz de materializarse. De hecho, la utilización conjunta sobre distintos soportes (estelas, monedas) del caduceo y del “signo de Tanit” invita a pensar que a ambos símbolos se les atribuía un poder propiciatorio y/o profiláctico y la aptitud de operar en sinergia. La materialización de la idea de vida y, por tanto de resurrección, es coherente con los ámbitos funerarios donde suelen ser representados o depositados, como en Mozia, Monte Sirai, Olbia, Cádiz, Orippo y en los tofet de Numidia, así como con los colgantes y amuletos que conferirían protección tanto en vida del posesor como después del óbito. Asimismo, la abstracción del concepto de fecundidad pudo ser expresada en las representaciones de diosas en estado de gravidez o de diosas “curóforas”, de manera que el “signo de Tanit” se configura como un símbolo polivalente (Oggiano y Xella 2009: 192; Marín et al. E.p.), que parece representar la regeneración de la vida y la protección de los vivos y de los difuntos en el Más Allá, quizás con un especial énfasis en los infantes, hasta una identificación paulatina con una figura divina, la diosa Tinnit, o con una representación abstracta de la plegaria de los fieles a Baal Hammon, cuyo rostro sería Tinnit. En este sentido, la antropomorfización del signo es evidente en Cirta (Bertrandy 1993; Mendleson 1993: 9, fig. 6). Centrados en la península ibérica, hasta la fecha hemos documentado dos momentos de este desarrollo: uno muy antiguo, en la necrópolis de época arcaica de Gadir, donde se halló un anillo con un “signo” que podría representar un ankh algo modificado u otro símbolo que garantizaría la regeneración vital y la protección de la niña difunta. Después de un largo paréntesis, desestimando que la estela de la necrópolis gaditana sea una representación del “signo de Tanit”, aparecería el icono en su forma canónica en monedas durante la segunda Guerra Púnica y en los sellos anfóricos del taller gadirita, ambas costumbres probablemente introducidas por cartagineses en época bárquida y durante la primera mitad del siglo II a.C. respectivamente, posiblemente por artesanos emigrados de Cartago o huidos ante la destrucción de la ciudad. El colgante de Orippo puede tener varias lecturas pero, dada la hibridación étnica en el Bajo Guadalquivir en época republicana romana, es posible que la joya perteneciera a un individuo con antepasados de origen fenicio, ya de Cádiz, ya emigrado de Cartago o de otro lugar norte de África. Pero en estos fenómenos tardíos del siglo II, pero sobre todo del I a.C., es difícil reconocer en este contexto identidades étnicas y culturales bien definidas porque precisamente en esos

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momentos se estaban diluyendo en la cultura romana. El testimonio de Estrabón (III 2, 13) es elocuente sobre el vigor demográfico de los phoinikes en las ciudades turdetanas, pero no especifica de qué fenicios se trataba, ya que integró en el mismo etnónimo a los colonizadores de los primeros tiempos y a los cartagineses. ¿Eran los habitantes de las viejas ciudades fenicias de la costa?, ¿o poblaciones emigradas en los tiempos de la conquista cartaginesa?, ¿o nuevas poblaciones norteafricanas llegadas tras la destrucción de Cartago en 146 a.C.? (Ferrer Albelda 2011: passim). Ciertamente la conquista romana de Hispania posibilitó el movimiento de poblaciones y la llegada de habitantes de todas las orillas del Mediterráneo, entre ellos norteafricanos, sirios y fenicios de Oriente. Con más dudas que certezas dejamos estas preguntas y otras cuestiones abiertas al debate.

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