EL SEXO Y EL TOMMY BRITÁNICO: LAS AVENTURAS DE LAS TROPAS BRITÁNICAS DURANTE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

June 8, 2017 | Autor: Hector Arestegui | Categoría: First World War, Prostitution, Primera Guerra Mundial, Historia de la prostitución
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EL SEXO Y EL TOMMY BRITÁNICO: LAS AVENTURAS DE LAS TROPAS BRITÁNICAS
DURANTE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Por Dominic Midgley

Cuando estalló la guerra el 28 de julio de 1914, ya habían pasado trece
años desde el fallecimiento de la reina Victoria. Sin embargo, el legado
cultural y religioso de una de nuestras más formidables monarcas seguía
vivo y coleando. La castidad antes del matrimonio era la norma y las
personas apenas consideraban aceptable no "vestir" las patas del piano.

La Gran Guerra se convirtió en el acontecimiento que dio el golpe de gracia
a los valores victorianos. Más de cinco millones de tommies británicos
sirvieron en el frente occidental y muchos de ellos tuvieron un despertar
sexual que cambió a la sociedad británica para siempre. Esta revolución
social es explorada totalmente por primera vez por el historiador Bruce
Cherry en su nuevo libro, "No Querían Morir Vírgenes: Sexo y Moral en el
Ejército en el Frente Occidental 1914 – 1918".

Al principio nuestros generales no se decidían sobre su deseo instintivo de
imponer la moral sexual cristiana a las tropas – es decir, contemporizar
con los cruzados morales del frente interno – y la necesidad de mantener la
moral mientras las bombas llovían sobre las trincheras.

Tal como escribió el gran estratega militar Clausewitz escribió, "la
condición de la mente siempre ha sido la influencia más decisiva en las
fuerzas empleadas en la guerra". Cherry concluye que "el acceso al sexo era
visto como una elemento contributivo esencial a la moral".

Sin embargo una cosa era adoptar una aproximación pragmática a la lujuria
colectiva del ejército y otra muy distinta asegurarse que ésta no deviniera
en una catastrófica epidemia de enfermedades venéreas. Medio siglo antes a
que el gobierno introdujera la Ley de Enfermedades Contagiosas para
combatir la epidemia de enfermedades venéreas entre las tropas acantonadas
en guarniciones urbanas, una de cada tres hospitalizaciones se debía a
causa de ETS.

El panorama no pintaba bien por uno de los aspectos únicos de la Primera
Guerra Mundial. En lugar de pasar relativamente rápido de pueblos a
regiones de acuerdo al flujo y reflujo de la batalla como en los conflictos
previos, desde diciembre de 1914 la batalla de Francia se había convertido
en una guerra de sitio medieval. Cherry explica: "La zona de guerra de
ambos bandos estaban inundadas de hombres jóvenes con la testosterona al
límite quienes, cuando no estaban matándose unos a otro, tenían el enemigo
común de matar el tiempo. Dado que viajar era difícil y muchos no podían ir
a casa durante su permiso, entonces lo hacían localmente, engrosando el
número de hombres sexualmente frustrados. Tenían un poco de dinero en sus
bolsillos, y nada que gastar más que en alcohol y vicios".

A pesar de la indisposición para sancionar la prostitución, el alto mando
estaba muy preocupado por la ETS pues los enfermos tenían que ser retirados
de la línea del frente para recibir su tratamiento. En principio se optó
por retener la paga y demorar los permisos y, hasta 1916, informar a las
mujeres de las infidelidades de sus maridos. No obstante, se hizo evidente
que era mejor prevenir antes que curar. Esto implicaba incidir en las
causas de las ETS. La respuesta fue una red de prostíbulos regulados en los
cuales la salud de las pupilas fuera monitoreada y se distribuyera condones
a la tropa.

Afortunadamente para los tommies cachondos, los franceses – a diferencias
de los británicos – tenían una red de "casas de tolerancia" estrictamente
regulados, con horas de trabajo y tarifario, y en donde las prostitutas
estaban sometidas a inspecciones sanitarias.


La demanda era tan alta que en dos años la red se expandió y se
incorporaron a ella 137 nuevas casas en 35 pueblos a lo largo de Francia,
la gran mayoría a lo largo de la línea del frente. Estas eran dirigidas
principalmente por emprendedoras madams con la bendición del Ejército
Británico, tras recibir muchas quejas de la población local contra los
soldados de franco, quienes solían acosar a las mujeres.

El burdel más notorio era el ubicado en Cayeux sur Mer, en la costa norte.
Con un staff de 15 mujeres, el local recibía 360 clientes al día. El flujo
era continuo gracias a la cercanía de un hospital de convalecencia que
albergaba a 7,000 hombres como media. La población local se quejaba
frecuentemente de las colas de soldados a las puertas del burdel.

Entretanto, en París las prostitutas trabajan a destajo, 18 horas al día,
con un promedio de servicios de 50 a 60 servicios diarios por trabajadora
sexual. La más productiva de ellas se ganaba el título de "ametralladora".


La calidad de los burdeles variaba según el rango de los uniformados. Los
oficiales tenían acceso a los locales de lámpara azul, mientras que la
tropa de lámpara roja. Los primeros eran infinitamente superiores a los
segundos. Según Cherry, "algunos locales tenían piano, salas de recibo y
cuadros en las paredes, parecían clubs; en cambio los soldados debían
contentarse con instalaciones más espartanas".

El entonces príncipe de Gales – el futuro Eduardo VIII – visitó un burdel
en Calais con un grupo de oficiales en mayo de 1916. En esa ocasión el
príncipe de 21 años sólo observó una presentación grupal de mujeres
desnudas en diferentes poses. Posteriormente uno de sus edecanes
contactaron con una joven y diestra prostituta francesa llamada Paulette en
Amiens, con quien el príncipe perdió su virginidad". Cherry observa:
"Príncipe o mendigo, nadie quería morir virgen".

El estancamiento bélico cambió la demografía militar. En los primeros meses
del conflicto el grueso de las tropas provenían del "Ejército de
Kitchener", voluntarios que habían respondido al llamado a las armas del
secretario de Guerra, Lord Kitchener. El símbolo de aquella campaña era el
poster donde el mariscal aparecía apuntando con el dedo y el texto,
"Kitchener te necesita".

Estos reclutas eran jóvenes y, sorprendentemente, ingenuos. "Muchos de
ellos eran solteros. Uno podría pensar que eran sexualmente activos y sin
preocupaciones sobre las ETS y las consideraciones sociales, pero pensaban
que el sexo era un tema de mayores o de hombres casados", escribe Cherry.

La introducción de la conscripción en 1916 la actitud hacia el sexo de los
jóvenes cambió y hubo una apertura hacia los placeres de la carne. Quizás
el mejor resumen del cambio de actitud y del valor del sexo en su
experiencia bélica se encuentra en los versos de una canción popular a
fines de la guerra:

Venimos por negocios, no esperábamos diversión/
Cuando llegamos a la Bella Francia/
Te conocimos m'amoiselle/
Hicimos nuestro trabajo y nos divertimos/
Coqueteaste, bailaste y cantaste con nosotros/
Nos enseñaste parlez – vous/
La vida habría sido un asco/
Si no hubieras estado tu allí.

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