El secuestro de las fuentes: de investigaciones histórico- artísticas predestinadas al fracaso

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Descripción

El secuestro de las fuentes: de investigaciones históricoartísticas predestinadas al fracaso

A

pesar

de

que

es

el

error

el

asunto

medular

que

concentra esta publicación, a través de las siguientes páginas abordaré

otro

enfrenta

en

nivel la

de

sucesos

actualidad

inoportunos

la

a

los

investigación

que

se

histórico-

artística. Traeré a consideración el fracaso como un estadio superior de dificultades que pone nombre a una situación a la que

numerosos

investigadores

de

esta

disciplina

nos

vemos

abocados repetidamente, también en el ejercicio de la crítica, y en todo caso, como comunicadores de análisis sobre imágenes artísticas.

No

tanto,

recursos

de

encontrarán

rastro

heurísticos

en

esta

ni

de

aportación, una

por

culminación

productiva y fructífera a pesar del infortunio, sino que al contrario, se trata de lo que considero un factor que conduce con

lamentable

frecuencia

a

la

esterilidad

o

a

la

inefectividad comunicativa de la historia del arte, ya sea desde

los

niveles

previos

de

la

investigación

como

en

su

difusión final. Aunque puede parecer que esta aportación se concentra

exclusivamente

artísticas,

es

posible

disciplinas

hayan

en que

investigaciones los

experimentado

histórico-

profesionales también

algunas

de de

otras las

situaciones que se expondrán a continuación, concretamente, si han considerado emplear una imagen de una obra de arte para ilustrar alguna de sus teorías. Seguramente, hablar de fracaso remite a un camino o a una situación un tanto dramática, casi siniestra, en lo que a una investigación se refiere. Quizás pueda

resultar

también

un

tanto

exagerada,

pero

tras

este

breve planteamiento y la exposición de sus efectos, es posible que aquel término no parezca tan desatinado. La Historia del Arte se construye a través de un discurso icónico-literario, fundamentado, principal y medularmente, con imágenes (Ramírez, El valor 26). A partir de las obras de arte, la práctica de esta disciplina y sus distintos géneros (la crítica, el ensayo, el artículo académico) se nutren de

 

1  

ilustraciones

artísticas

tanto

para

su

estudio

y

para

el

desarrollo de sus argumentos como para la exposición de sus hipótesis

y

la

difusión

de

sus

conclusiones.

Éstas

son,

además, las principales fuentes primarias, indispensables para construir su discurso, fundamentar y sostener las diferentes metodologías

de

la

disciplina,

como

son

la

sociología,

la

psicología del arte, el formalismo, los estudios de género y, sobre todo, la iconografía, la cual analiza los contenidos de las obras visuales y cómo se construyen y se relacionan a través de la historia. En

la

búsqueda

y

en

el

análisis

de

sus

fuentes,

el

historiador del arte fija su mirada en las salas del museo o de otros centros de exhibición, en el estudio del artista, en el espacio urbano, así como en libros, artículos, críticas, conferencias, y de modo fundamental en la actualidad, en las plataformas personales

de de

internet, artistas,

en

las

páginas

que

abundan

oficiales

de

las

páginas

instituciones

museísticas, así como las versiones digitales de publicaciones de género variado. Sin embargo, aunque parece que los espacios de exhibición de imágenes artísticas son variados y nutridos, no

lo

son

tanto

las

oportunidades

para

la

toma

de

esas

imágenes y para su uso en la difusión del pensamiento que indaga y construye nuestro discurso. A fin de situarnos en este contexto y de entender por qué llega

a

constituir

en

ocasiones

una

predestinación

al

“fracaso” en la investigación, les presentaré una situación concreta

a

la

que

el

recurrentemente.

En

el

primarias,

imágenes,

de

historiador proceso para

del

de el

arte

búsqueda

se de

desarrollo

enfrenta fuentes de

la

investigación, nos topamos en ocasiones con artistas (o con gestores

de

sus

obras)

que

encadenan

la

difusión

de

sus

propias obras a través de los impedimentos que interponen a las ilustraciones que la reproducen (un término –reproducciónque merece una reflexión profunda). En la página de una de estas artistas, tal hecho se expone, de modo explícito, así: “Ningún material de este sitio puede ser copiado, reproducido, republicado, cargado, posteado, transmitido o distribuido en

 

2  

modo alguno sin permiso escrito. Cualquier uso de las imágenes de

esta

página

web

para

propósitos

de

impresiones

y

presentaciones se consideran comercial y es un incumplimiento del contrato […]. El uso de cualquiera de este material en otra

página

contrario nombres

web

en

son

está

este

prohibido.

sitio,

propiedad

todas

de

Excepto las

Anastasia

que

se

indique

fotografías, Khoroshilova.

lo

textos Todos

y

los

derechos están reservados”. Ante este tajante cerrojo, que no es un caso aislado y puede constatarse en las páginas web de numerosos

artistas

visuales,

la

decisión

del

investigador,

historiador o crítico de arte, suele ser el abandono de la intención de emplear tales imágenes como fuente de estudio y, en consecuencia, declarar esa línea de discurso visual hundida antes incluso de hacerla navegar. Existe también otra situación más que habitual y, a mi parecer, de una gravedad que merece consideración: mientras que

en

muchas

de

las

grandes

colecciones

museísticas

internacionales se permite la libre realización de fotografías a

las

obras

allí

exhibidas

(sin

flashes

que

puedan

ocasionarles daño), tales como el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Metropolitan Museum de esa misma ciudad o el Louvre, en París, en la mayoría de los museos puertorriqueños la

consigna

es

clara

y

rotunda:

fotos

no.

Los

factores

desencadenantes de esta decisión, que también comparten otros muchos centros museísticos, pueden ser de índole diversa, pero parece que todos parten de un mismo denominador: el concepto de obra de arte como un bien sagrado de valor incalculable, sobre el que debe ejercerse un control férreo y una protección heroica,

y

por

tanto

resguardarse

de

actos

espurios

que

degraden su aura venerable con desconocidas intenciones, tales como una fotografía con cámara o con un celular. La sospecha e incluso también

la

presunción

regir

la

de

delito

decisión

de

hacia

el

prohibir

visitante

parece

la

de

toma

la

fotografía. El empleo de la imagen como recuerdo o souvenir, y parece parecen

que

estar

peligrosas,

 

también

el

de

incluidos

aunque

la en

siempre

investigación este

queda,

conjunto para

el

y de

su

difusión,

intenciones

historiador,

la

3  

oportunidad de emprender el proceso burocrático para solicitar la concesión de permisos formales escritos a las autoridades pertinentes, que suelen tener como fin de la cadena al mismo artista o al coleccionista, detallando el uso que se pretende dar a la imagen de esa obra y aportando posteriores evidencias de que se ha cumplido con el pacto acordado. En esta línea de procedimiento,

una

de

las

experiencias

a

las

que

me

he

enfrentado tiene como protagonista la ilustración visual de un artículo

en

la

revista

online

de

crítica

de

arte

que

anualmente construyen los estudiantes de uno de mis cursos, la cual tiene difusión gratuita. Tras el prolongado procedimiento de solicitud para obtener la imagen de la obra, exhibida en un museo local, el artista concedió su permiso para la aparición de esta imagen en la revista, siempre y cuando él pudiera controlar, además de tal destino para la imagen, también la revisión del texto del artículo que la estudiante escribiría. Imaginarán que la decisión de la estudiante, de mutuo acuerdo con la mía, fue la de interrumpir el escrito y, tras este frustrante proceso, declarar la operación frustrada y escribir acerca de otro asunto. La autocensura (o podríamos llamarla censura inducida) del

autor-investigador

parece

ser

una

salida

común

tras

experimentar el tedio y la prolongación temporal de procesos como el recién indicado. También suele ser ésta una decisión frecuente

ante

la

exigencia

que

demandan

algunas

casas

publicadoras o revistas de investigación (sobre todo en el ámbito estadounidense, pero también puertorriqueño) de que el autor del texto a publicar “sea el responsable de contar con los permisos para la reproducción de todas las imágenes que ilustren sus ideas”. El proceso antes descrito se multiplica entonces necesarias

por

5,

para

10,

15

sustentar

o

40 sus

imágenes, argumentos,

o

las por

que lo

que

sean la

determinación de no acompañar los textos con sus necesarias ilustraciones se acaba convirtiendo en una decisión corriente, y la creciente conversión de las publicaciones de historia del arte en discursos visualmente ciegos es ya una preocupante realidad (Lyon). Para los investigadores de otras disciplinas

 

4  

resultaría ridículo o improcedente solicitar permiso por la inclusión

de

cada

párrafo

de

libro

o

artículo,

versos

de

poemas, cifras o estadísticas de algún estudio, a sus autores (o

sus

herederos

o

representantes),

a

pesar

de

estar

convenientemente citados y su autoría reconocida. Parece, de hecho,

que

para

algunas

de

estas

entidades

existe

un

desconocimiento amplio de lo que se conoce como fair use del copyright, es decir, un uso justo del derecho de autor (un concepto

que

también

considero

que

requiere

una

urgente

revisión y un profundo debate en la actualidad) y que acude a plantear

el

derecho

críticos

e

de

otros

autores,

investigadores,

para

como

historiadores,

citar

(literaria

o

visualmente) las fuentes originales de las que sus trabajos se nutren

(United

States

Copyright

Office;

Bercovitz;

Delgado

retomando

aquella

Porras). Como

cierre

predestinación

a

este

al

planteamiento

fracaso,

es

y

posible

considerar

dos

vertientes derivadas de este cerrojo impuesto a las imágenes de

las

obras

de

arte

y

que

desembocan,

por

tanto,

en

un

naufragio anunciado. El temor iconoclasta a la difusión de imágenes

y

el

celo

protector

con

que

custodian

algunos

artistas y algunas instituciones no ya el objeto artístico (la obra

física),

constituye

en

sino sí

cualquier

misma

una

imagen

que

derrota,

y

la

no

represente,

sólo

para

el

ejercicio de la profesión del crítico o del historiador del arte, sino precisamente, para el artista y para la disciplina misma. Por un lado, si la aparición de la producción visual del artista en publicaciones de talante crítico o históricoartísticas es un factor determinante para su reconocimiento y para su cotización, la decisión de reprimir las reproducciones visuales

convierte

afectada

por

su

a

su

propio

creador

deseo

de

en

la

hacer

principal

de

su

obra

víctima un

bien

inmóvil, confiscado entre paredes. En otro caso, pero no menos trascendente,

si

el

patrimonio

un

país

notable

no

de

sólo

a

reconocimiento o

una

través

cultura de

la

y se

la

valoración

construye

custodia

del

de

física

modo y

la

conservación, sino también con el fomento de la investigación

 

5  

de sus piezas y de su historia y con la difusión de estos hallazgos

más

allá

de

sus

propias

fronteras,

deberíamos

considerar si el candado a la aparición de las obras en las páginas oficiales de museos de arte o institutos culturales no constituye también un conflicto con sus propios intereses y una esterilización de una provechosa investigación, promoción e intercambio de obras e ideas. El

término

fracaso,

nuevamente,

puede

rechinar

con

estridencia en los oídos del investigador, pero espero que estas

breves

consideraciones,

teñidas

inevitablemente

del

desaliento que en ocasiones experimentamos los historiadores del arte por las razones expuestas, constituyan un preludio para un debate más amplio, así como un paso adelante en el fructífero desarrollo de la práctica de esta disciplina, a pesar del infortunio en el camino, y menos abatida por errores y fracasos.

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6  

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