El S. XVI y el noroeste de México: punto de encuentro entre la etnohistoria y la arqueología

July 25, 2017 | Autor: Emiliano Gallaga | Categoría: Ethnohistory, Archaeology, Arqueologia del norte de Mexico
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EL SIGLO XVI Y EL NOROESTE DE MÉXICO: PUNTO DE ENCUENTRO ENTRE LA ETNOHISTORIA Y LA ARQUEOLOGÍA EMILIANO GALLAGA MURRIETA* En los “buenos viejos tiempos”, los antropólogos eran individuos que sabían y eran entrenados, si no en todos al menos en la mayoría de los campos en los que se divide la antropología moderna, lo cual les permitía sobrellevar investigaciones de carácter arqueológico, lingüístico, antropológico o histórico. Uno de los mejores ejemplos de este tipo de investigadores en el ámbito internacional fue Franz Boas, y en el caso de México, el doctor Piña Chán. En la actualidad, la antropología se ha convertido en un término general en el que varios campos o especialidades encuentran un espacio común. Algunas de estas especialidades que empezaron como una subdivisión de la antropología han llegado al grado de convertirse en áreas independientes. Éstas representan a diferentes grupos de investigadores que cuentan con sus propias herramientas de trabajo, teorías y metodologías, bancos de datos, problemas de estudio, revistas y conferencias, y hasta su propio lenguaje (Chang, 1967). A pesar de esta tendencia a la especialización, también se ha incrementado la necesidad de desarrollar proyectos interdisciplinarios y multidisciplinarios. En el caso concreto de la arqueología, las expectativas de análisis desde una perspectiva más amplia han dado como resultado una mejor interpretación y entendimiento del comportamiento humano en el pasado (Chang, 1967; Durrenberger, 1996; Sariego, 1999; Valiñas, 2000; Villalpando, 1989, 2000). La arqueología, como una subdivisión de la antropología, reconstruye patrones culturales de sociedades o comunidades, las cuales pueden estar o no, ya extintas, a partir de los restos materiales dejados por las distintas actividades humanas en el pasado. Estas características no siempre proveen de los contextos materiales necesarios para construir explicaciones *

Doctor. Centro INAH Chiapas. Ponencia presentada en el Simposio VII Román Piña Chán “El siglo XVI y el noroeste de México: punto de encuentro entre la Etnohistoria y la Arqueología”, celebrado en la ciudad de México, el 1 de octubre de 2002.

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razonables acerca del comportamiento humano. En estos casos, los arqueólogos buscamos ayuda en otros campos, que sentimos pueden contribuir a resolver los acertijos del pasado. Particularmente populares en la arqueología han sido tanto las metodologías como las teorías económicas, geográicas, estadísticas, históricas y etnológicas; de igual manera incorporamos avances tecnológicos como computadoras, radares, GPS, o GIS (Chang, 1967; Durrenberger, 1996). En este marco, el presente ensayo se centra en el uso de la etnohistoria y la etnología en el campo arqueológico, para lo cual se toma la región del noroeste de México a manera de ilustración. La etnohistoria y la arqueología Durante las últimas décadas, la región del noroeste de México ha visto un incremento considerable, no solamente de investigación arqueológica sino también antropológica en general, con lo que se han generado metodologías y avances teóricos acerca de los desarrollos sociales y su relación con otras áreas. Sin embargo, a pesar de que esta región cuenta con una riqueza colonial, la arqueología de este periodo no ha sido una de las prioridades de la arqueología nacional. Por otro lado, el estudio de estos contextos y principalmente el de los documentos coloniales, había o ha sido dejado en manos de los historiadores (Bolton, 1964). Por tradición, éstos se interesaban más en los documentos que en los artefactos, y los análisis históricos se centraban en iguras clave, eventos o lugares históricos en lugar de basarse en la reconstrucción de una sociedad como un todo o en la descripción de la vida cotidiana, en este caso, durante la colonia. Un incrementado interés en desarrollar análisis de este tipo de contextos dio como resultado la formación de dos nuevas disciplinas: la etnohistoria y la arqueología histórica, punto intermedio entre la arqueología tradicional, la historia y la etnología. En estas especialidades, los investigadores comenzaron a concentrarse en áreas del pasado que no habían sido estudiadas previamente ni investigadas desde una nueva perspectiva que salía de los análisis tradicionales. En esta tónica, se ha ido consolidando la posición de que es necesario registrar, investigar y comprender los sectores o comunidades a los que el antropólogo Eric Wolf denominó people without history o “gente sin his-

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toria” (Wolf, 1997) (Figura 1). En este sentido, mucho se ha escrito de los españoles o ciertos grupos indígenas durante la Colonia, pero podemos preguntarnos: ¿qué pasó con todos aquellos cuya vida no registró la historia como sobresaliente, pero que con su esfuerzo diaria contribuyó al desarrollo histórico de sus comunidades? ¿Qué pasó con las distintas castas que conformaban la sociedad colonial novohispana? ¿Qué pasó con los grupos africanos? ¿Qué con las comunidades orientales? ¿Cómo identiicarlos en el contexto arqueológico? Este tipo de preguntas generó nuevas e innovadoras investigaciones que fomentaron la creación de renovados campos de investigación, como fueron la arqueología industrial, la arqueología histórica, la etnoarqueología y la etnohistoria. Este banco de información complementa el análisis arqueo-

Figura 1: Indio yaqui vestido como chapayeka para las celebraciones de Semana Santa, en Hermosillo, Sonora, México (Foto de Emiliano Gallaga)

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lógico y por ende, las interpretaciones del pasado. La nueva perspectiva y diversidad de análisis fueron y son especialmente importantes para aquellos investigadores que lidiaban en ciertas regiones con muy poca investigación arqueológica y que tienen que ver con periodos protohistóricos y coloniales, no sólo en la región del noroeste de México, sino en el resto del mundo donde hubo choque de culturas (Trigger, 1985; Radding, 1997; Reff, 1991; Schuyler, 1988; Sheridan, 1988; Spicer, 1992; Wolf, 1997). Asimismo, es importante reconocer que este desarrollo no ha sido equitativo; por ejemplo, en el caso del suroeste americano, los investigadores han revalorado el pasado colonial y mexicano dentro de su territorio y han comprendido que para entender el desarrollo histórico, tanto pasado como presente de estas regiones es importante su investigación. El creciente interés por estos periodos ha llegado a tal grado que cuentan con su propia organización (Society of Historical Archaeology, Sociedad de Arqueología Histórica), que organiza reuniones anualesy edita sus propias publicaciones (Bannon, 1974; Kintigh, 1990; Jackson, 1998; Riley, 1990; Trigger, 1983 y 1985). Por el contrario, en México y, en particular, en el noroeste se ha dado muy poca importancia a la investigación arqueológica de los periodos protohistóricos y coloniales. A excepción del reciente apoyo de la presente administración a la investigación, registro, excavación y conservación de sitios coloniales en el norte del país, relativamente pocos proyectos de investigación se han llevado a cabo; varias áreas geográicas quedan aún por recorrer y distintos archivos esperan ser clasiicados y analizados. Uno de los beneicios que ofrece la investigación interdisciplinaria, en este caso entre la arqueología y la etnohistoria, radica en que las similitudes y diferencias entre ambos campos y las distintas líneas de investigación, información y análisis pueden ser utilizadas para suplementar, complementar o contradecirse unas a otras (Adams, 1981; Chang, 1967; Schuyler, 1988; Spores, 1980; Trigger, 1983; Wilson, 1993). En términos generales, la arqueología contribuye a la etnohistoria con el conocimiento de largos periodos, los cuales ilustran o describen los procesos culturales de una comunidad o sociedad especíica en el tiempo. Además, provee análisis y evidencia material que puede contrastar información o descripciones obtenidas de los documentos tanto escritos como orales. Por otro lado, la

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etnohistoria ofrece a la arqueología la descripción y análisis de procesos culturales de relativos y cortos periodos. Adicionalmente, provee la descripción, perspectiva y comentarios de un observador que presenció el suceso o actividad que se está registrando de manera consciente o inconsciente, de aspectos de conducta humana, cambios culturales, contextos sociopolíticos o eventos, que sólo podemos vislumbrar en el contexto arqueológico si éstos dejaron un rastro material (Adams, 1981; Chang, 1967). El uso de documentos Respecto a la investigación del siglo XVI, a pesar de que la región norteña de México es rica en documentos coloniales, no lo es tanto como el centro del país, especialmente en documentos concernientes a principios de la Colonia y de documentos indígenas (ejemplo Anales de Tenochtitlan, 1993). Por lo tanto, los datos arqueológicos y etnohistoricos son vitales para entender el periodo antes, durante y después del contacto español (Figura 2). En la región noroeste, los investigadores se basan principalmente en dos grupos de documentos coloniales, y ambas conjuntos de fuentes diieren unos de otros en varios aspectos: 1) Los documentos relacionados con las entradas militares de los conquistadores, a principios del siglo XVI, y escritos por ellos mismos. 2) Los documentos redactados por los misioneros, entre los siglos XVII y XVIII, escritos por jesuitas o franciscanos, dependiendo del área y la temporalidad que se analice. El primer grupo consta de reportes y descripciones de las entradas militares en los territorios norteños, acaecidas principalmente durante el siglo XVI. Se enfocan a la descripción geográica del terreno, riquezas aparentes o posibles, recursos naturales y humanos, aspectos militares y, relativamente poco, en los aspectos culturales de las comunidades indígenas que no tuvieran importancia para la conquista y subyugación de los naturales. Los autores de estos documentos eran militares con una educación elemental; sus objetivos eran conquistar, hacer “la América” y obtener los favores de los poderosos, ya fuera en México o en España, y no el de describir las culturas

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Figura 2: Grupos indígenas prehispánicos de la región serrana de Sonora (modiicado de Pérez de Rivas, 1999: 325)

nativas. Por estas razones, en general, varios investigadores cuestionan la veracidad de estos documentos, que suelen enaltecer las acciones realizadas por sus autores. En el segundo grupo se encuentran los documentos realizados por los padres misioneros que, por lo general y dependiendo de la orden, contaban con una educación superior y se enfocan a los aspectos religiosos de la conquista espiritual de las comunidades indígenas. Tomando en cuenta esta situación, y a pesar de su etnocentrismo y celo religioso, estos documentos presentan una descripción más completa de las comunidades y de algunos aspectos de su cultura, con mayor detalle según el caso; sin embargo, esto no los salva de ser cuestionados, en cuanto a la veracidad de sus descripciones (Núñez Cabeza de Vaca, 1993; Díaz del Castillo, 1956; Hammond y Rey, 1940; Heredia, 1969; Nentuigh, 1977; Pérez de Rivas, 1999; Pfefferkorn, 1989; Reff, 1991; Spicer, 1992).

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De los documentos militares, un aspecto que llama la atención es la descripción del área norteña como una región con alta densidad de población, saludable y concentrada en comunidades sedentarias. Estas observaciones sirvieron para crear o alentar los futuros planes de conquista, tanto de la región como de su gente (Núñez Cabeza de Vaca, 1993; Díaz del Castillo, 1956; Hammond y Rey, 1940; Heredia, 1969; Reff, 1991). Cien años más tarde, los documentos misionales narran un escenario distinto; los padres describen una región con una densidad menor a la mencionada y un patrón disperso de asentamiento. Este tipo de información se encuentra entra la que espera ser contrastada por la exploración arqueológica de la región, como fue el caso de Doolittle (1988) en la década de los setenta del siglo pasado, en valle del Río Sonora. Sin embargo, se requiere mayor investigación, no sólo del patrón de asentamiento, sino de localización de sitios, la cultura material, las actividades económicas y las relaciones intra y extraregionales. A pesar de que la información de los documentos coloniales e históricos es inmensa, resulta indispensable considerar sus limitaciones, entre las más signiicativas se cuentan: 1) Una o muy pocas descripciones de la misma área, grupo o comunidad. 2) Largos periodos entre una descripción y otra. 3) Movilidad de la comunidad o grupo descrito. 4) Distintos intereses u objetivos por los que fueron escritos los documentos. 5) Etnocentrismo europeo o información sesgada por parte de los observadores. 6) Inconsistencia de nombres, grupos, comunidades, lenguas y fronteras. 7) Inconsistencia de conceptos culturales. 8) Cambio forzado de residencia del grupo observado (Álvarez, 1990; Carpenter, 1996, 1999; Griffen, 2000; Sauer, 1932; Villalpando, 2000). Otra desventaja radica en que la calidad de las trascripciones y traducciones de estos documentos. Recientes trabajos han evidenciado que en el proceso de trascripción del español colonial al moderno, y de éste al inglés, mucho del signiicado y riqueza del documento ha sido sesgada (Thomas

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Sheridan, comunicación personal 2002). Por lo cual, es recomendable consultar los documentos originales cuando sea posible. Por otra parte, algunos investigadores se rehúsan a compartir campos de investigación e información, y son profundamente críticos de la aplicación de modelos y marcos teóricos cuyo origen esté fuera del campo arqueológico. Establecen, entonces, que el uso e incorporación de modelos etnológicos o etnohistoricos para interpretaciones arqueológicas, alejan a la disciplina de su cauce cientíico y de las ciencias puras, en tanto la acercan al campo humanístico o más subjetiva (Jones et al., 1995; Leonard, 1993; Leonard y Jones, 1987). Pese a las críticas, los documentos coloniales e históricos cuentan con mucha información útil sobre eventos, gente y comunidades que fueron vistas y/o vividas por un observador, quien describe desde su propia perspectiva. Este tipo de información merece ser investigada, contrastada y comprendida, si resulta veraz o icticia. La etnología y la arqueología En principio, los etnólogos “parten de la posición que el comportamiento humano y los medios en que la gente construye y atribuye valores a su mundo y a sus vidas son contextos variables y localmente especíicos” (LeCompte y Schensul, 1999: 1) (traducción propia). Con este concepto en mente, los etnólogos describen culturas con basa en información de primera mano, recabada en trabajo de campo y bajo la observación participativa o pasiva; con esta información, estudian y analizan interacciones sociales, culturales y ambientales contemporáneas, con las cuales construyen explicaciones de la cultura en cuestión (Basso, 1973; Durrenberger, 1996; LeCompte y Schensul, 1999; Owen, 1959; Sariego, 1999) (Figura 3). En general, una preocupación creciente en el medio antropológico es la incorporación y representación del punto de vista del grupo estudiado, lo que se ha denominado the native voice, “voz nativa” (Aguilar, 1995; Beals, 1943; Johnson, 1996; Pérez Ruiz, 1995; Spicer, 1994). Es decir, ya no basta con observar, interpretar y entender a una comunidad o sector social ajeno a nosotros a partir de nuestros marcos de referencia, sino que también es

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necesario escuchar y comprender cómo esa comunidad se entiende o interpreta a sí misma. Es este cuerpo de información que los arqueólogos no pueden obtener directamente del material de excavación, por lo tanto, los huecos en el conocimiento sociocultural de una sociedad pasada pueden ser rellenados con analogías o conocimiento generado por la etnohistoria o la etnología.

Figura 3. Indios mayo en el río Mayo, celebran el día de San Juan Photograph courtesy of the University of Arizona, Arizona State Museum, Photographic Collections, Edward H. and Rosamond B. Spicer Collection)

No existe una fecha exacta respecto a cuándo los arqueólogos usaron este tipo de datos o investigaciones, pero en la actualidad es una práctica frecuente, en especial en áreas y regiones donde el dato arqueológico no existe o no resulta suiciente, o bien cuando hay una conexión entre el grupo prehispánico y el contemporáneo, como en el caso de ciertos grupos en el Noroeste de México (Griffen, 2000; Lewenstein, 1995; Villalpando, 1989 y 2000; Williams, 1994). Estas analogías de similares e hipotéticos contextos materiales y de aparentemente similares contextos sociales, tanto contem-

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poráneos como históricos, son aplicadas para proveer un modelo explicativo a los contextos arqueológicos (Chang, 1967; Griffen, 2000). Este banco de datos resulta sumamente ventajoso para contar con una perspectiva de análisis distinta a la utilizada en arqueología, que tiende a ser en extremo materialista y en ocasiones, descriptiva. Las analogías sirven especialmente para explicar los procesos y la formación de estructuras sociales, religiosas, políticas y culturales (Hu-Dehart, 1995; McGee, 2000; Reff, 1991; Williams, 1994). En este sentido, un primer conjunto de información etnológica se relaciona con aspectos materiales del grupo, como son: 1) Ecología: establecer cómo las comunidades usan, explotan y transforman el medio ambiente a su favor; en síntesis, cómo interactúan con éste. 2) Técnicas de subsistencia: adaptaciones sociales y culturales al medio, relación con el entorno y utilización de los recursos. 3) Patrón de asentamiento: tipos y métodos de construcción, materiales de construcción, uso de los espacios, distribución espacial y patrones demográicos; relaciones locales, regionales y extraregionales. 4) Tecnología: establecimiento de una tipología y función de herramientas, división de actividades, producción y distribución del producto. 5) Cultura y complejo material. En un segundo conjunto contamos con prácticas y estructuras socioculturales del grupo, comunidad o sector, entre ellas: 1) Ceremonias / rituales: establecimiento de estructuras religiosas, como los sistemas y prácticas de enterramiento, creencias, mitología, historia oral, descripción de festividades, parafernalia e interacciones socioculturales. 2) Desarrollos y estructuras sociopolíticas: descripción de los sistemas de poder, distribución de poder y de relaciones sociales tanto internas como externas a la comunidad, patrones de difusión cultural, migración y aculturación. 3) Patrones económicos: poder describir los patrones de intercambio / comercio local, regional y extra regional; puntos de intercambio /

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mercados: materiales y objetos de intercambio; así como conocer los medios y las áreas de producción de estos objetos. 4) Tipos y modelos culturales (Chang, 1967; LeCompte y Schensul, 1999; Willey, 1953). Los beneicios del uso de información, tanto etnológica como etnohistóricas, en contextos arqueológicos aparentan ser muchos; sin embargo, también existen múltiples limitaciones que deben tomarse en cuenta (Álvarez, 1999; Adams, 1981; Carpenter, 1996; Chang, 1967; Fish y Fish, 2000; Griffen, 2000; Leonard, 1993; Villalpando, 1989). Hasta un cierto punto, la etnología y la arqueología tienen objetivos de estudio similares; pero los métodos y las construcciones teóricas para alcanzar sus objetivos tienden a ser distintos (Adams, 1981; Chang, 1967; LeCompte y Schensul, 1999; Schuyler, 1988); es decir, los paradigmas teóricos usados por la etnología y la etnohistoria no siempre son compatibles con los empleados por la arqueología (Adams, 1981; Chang, 1967; Griffen, 2000; Leonard, 1993). La etnología se concentra en la descripción contemporánea de una cultura viva, con la inalidad de entenderla en un momento especíico; la etnohistoria, por su parte, se centra en la comprensión de las actividades humanas de una sociedad extinta en un periodo determinado, pero no en el de su desarrollo en el tiempo. La arqueología, contrario a ésta, busca comprender e interpretar el desarrollo social de una sociedad en el tiempo. Objetivos similares pero antagónicos al mismo tiempo. Aunado a esto, varios arqueólogos establecen que la desventaja más crítica del uso de este tipo de analogías radica en el aspecto tiempo y en la distancia temporal entre los objetos de estudio de las distintas ramas antropológicas. Otra crítica relevante hace hincapié en asumir que la información obtenida por las disciplinas etnológicas y etnohistóricas es una representación exacta o similar del comportamiento humano de una sociedad lejana en el tiempo y que se puede utilizar como tal, en lugar de emplear esa información como un medio para construir modelos explicativos de los contextos y, además, deben de ser contrastados con el contexto arqueológico (Álvarez, 1990; Fish, 1999; Fish y Fish, 2000; Mills, 2000; Villalpando, 2000).

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Para hacer un uso efectivo de la etnología y de la etnohistoria, los arqueólogos necesitan tomar en cuenta varios factores que pueden inluir potencialmente en la calidad de este tipo de información. Uno: la predisposición del observador o su etnocentrismo. Por lo general, los autores de viejas investigaciones etnológicas han sido culpables de ser etnocentristas o de juzgar a otra cultura desde el punto de vista de la propia, al igual que los documentos coloniales. Segundo factor: la metodología aplicada para recolectar información; en ocasiones, el uso de pocos informantes para que proporcionen todos los datos que componen la descripción de un sector, comunidad o sociedad; o bien, que el autor no pasa suiciente tiempo en campo, como para conocer a fondo al grupo en cuestión o la actividad descrita. Tercero: en ciertas áreas, regiones o periodos se cuenta con sólo una o muy pocas investigaciones que limitan la variabilidad y comparación de información, metodología y resultados. También se da el caso de que las investigaciones no se concentran en todos los aspectos de la comunidad, sino en algunos, en especial. Finalmente, en algunos casos la movilidad de las comunidades observadas en el tiempo representa serios problemas para los arqueólogos, ya que no es posible establecer con certeza que el grupo descrito tenga relación con los restos materiales localizados en contextos arqueológicos, como es el caso en el norte de México. Es importante tomar en cuenta esta problemática, especialmente para grupos nómadas, pues las descripciones de un mismo grupo variarán dependiendo del área visitada y de la estación del año en que sea visitada por el investigador (Griffen, 2000; LeCompte y Schensul, 1999). A pesar de todos estos factores, las descripciones etnológicas y etnohistoricas cuentan con información de suma importancia, que puede y debe ser utilizada en el campo arqueológico como una hipótesis interpretativa del contexto arqueológico, y como tal, debe de ser contrastada. En el caso de la arqueología del noroeste de México, la información puede dividirse en tres grupos: 1) etnohistoria o etnología regional histórica; 2) etnología regional contemporánea, y 3) etnología de áreas aines en el resto del mundo (Bandelier, 1890-1892; Burrus y Zubillaga, 1986; Di Peso, 1966; Hinton, 1959). Quizá de estos tres grupos, los documentos coloniales y los primeros trabajos etnológicos sean las analogías más populares dentro de

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la arqueología del norte de México; debido posiblemente a que son las más cercanas en el tiempo, a los contextos arqueológicos; pero, de igual forma, cuentan con un alto grado de desconianza por las razones antes expuestas. Así que contrastar la información de estos documentos es relevante para comprender el periodo de la historia nacional en cuestión. En algunos casos, en particular en aquellos en que se tiene la suerte de contar con una comunidad viva del grupo prehispánico, se han aplicado analogías etnohistóricas y etnológicas a materiales prehispánicos del mismo grupo indígena, como es el caso de los seris (Villalpando, 1989), según lo plasma Villalpando al mencionar: en un área como es el noroeste de México, en donde existen aún la mayoría de los grupos indígenas que se encontraron en el momento del contacto europeo (a pesar de las indudables o inevitables modiicaciones que los mismos han sufrido a través del tiempo) la información recabada de las fuentes etnohistóricas y de los trabajos etnográicos recientes, son un punto de partida y apoyo para la interpretación de las evidencias arqueológicas presentes (Villalpando, 1989: 16).

En el caso de la aplicación de trabajos etnológicos de las comunidades del suroeste americano, en la región del noroeste de México, los más solicitados son aquellos que tratan sobre la estructura sociopolítica de estos grupos. La cual, por ser una estructura material similar a la de los sitios prehispánicos de esta área, ha servido para sugerir una idea de cómo pudieron haber fungido o funcionado estas sociedades. Este tipo de descripciones etnológicas, con una nueva perspectiva de las interacciones sociopolíticas de una comunidad, han ayudado a la arqueología a desarrollar nuevos modelos teóricos para explicar dichas interacciones en comunidades prehispánicas, como es el caso de la teoría procesual-dual (dual-processual), heterarquia (heterarchy) o los sistemas complejos adaptables (complex adaptative systems) (Blanton et al., 1996; Mills, 2000). Debido a que la investigación etnológica persigue un ángulo distinto de un compartido problema de investigación — el establecimiento de patrones culturales— , provee a la arqueología de una perspectiva diferente. Sin embargo,

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es necesario usar las analogías etnológicas y etnohistóricas, al igual que los otros modelos teóricos o las metodologías prestadas por otras áreas en el campo arqueológico; es decir como una herramienta o instrumento complementario que ayude en la construcción de marcos teóricos para interpretar los contextos materiales del pasado y no como la explicación en sí. Los etnólogos y etnohistoriadores no se abocan al estudio del pasado material de una sociedad, pero la información que generan puede aportar a los arqueólogos una idea de las interacciones socioculturales humanas y de su desarrollo, para entender e interpretar los restos materiales: cómo fueron creados, usados y por qué no desechados. Por otro lado, estos esquemas explicativos deberán compararse y contrastarse con más información e investigación, para poder ser ratiicados (Griffen, 2000; Pailes, 1994a, 1994b; Reff, 1991; Spicer, 1992; Villalpando, 2000; West, 1993; Wilson, 1993; Wilson y Rogers, 1993). No obstante que la especialización y la división en los campos de la antropología parecen continuar y acentuarse, la necesidad de trabajos interdisciplinarios y multidisciplinarios se ha acentuado de la misma manera. Ya Binford decía en 1962: “necesitamos ver a la arqueología como antropología”. La arqueología no puede contestar sola todas las preguntas acerca del comportamiento humano en el pasado, necesita la ayuda de varios campos para poder formular mejores respuestas, explicaciones e interpretaciones (Canuto y Yaeger, 2000; Chang, 1967; Valiñas, 2000; Villalpando, 2000; Wolf, 1997). Así, el siglo XVI en el norte de México, punto de encuentro entre la investigación arqueológica, etnohistorica y etnológica, presenta un panorama abierto que invita a adentrarse en él (Figura 4). Este panorama cuenta con una riqueza no sólo material y de sitios prehispánicos, sino de paisajes que poco o nada han cambiado con el tiempo, y de comunidades vivas que esperan contar sus historias, ideas y conceptos, y que necesitan ser contrastados dentro de un acalorado debate académico por parte de las nuevas generaciones.

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Figura 4. Panorámica de la Misión de Onavas, Sonora (foto de Emiliano Gallaga)

Agradecimientos Agradezco a la Universidad de Arizona por el apoyo prestado. De igual forma, a la doctora Gillian Newell y a Tania Campos, por su apoyo y comentarios. Agradezco al CONACYT por el apoyo económico para la realización de esta ponencia, así como al Centro INAH Sonora. Referencias bibliográficas ADAMS, John W. 1981. “Anthropology and History in the 1980s”, en Journal of Interdisciplinary History, XII, 2 (autumn): 253-265. AGUILAR ZELENI, Alejandro. 1995. “Los mayos”, en Etnografía contemporánea de los pueblos indígenas de México: región noroeste, Instituto Nacional Indigenista, México: 81-130. ÁLVAREZ, Ana María. 1990. “Huatabampo: consideraciones sobre una comunidad agrícola prehispánica en el sur de Sonora”, en Noroeste de México 9, Centro INAH Sonora, Hermosillo, México: 9-93. ___________, 1999. “Estructura territorial cahita en el momento del contacto: el caso de las naciones yaqui y mayo”, en José L. Moctezuma y Elisa Villalpando (eds.). Noroeste de México: antropología de la identidad e historia en el norte de México,

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