El Rosario, Querétaro: un enclave teotihuacano en el Centro Norte

June 9, 2017 | Autor: Fiorella Fenoglio | Categoría: Teotihuacan, Interregional interaction, RELACIONES COMERCIALES
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Descripción

Tiempo yRegión Estudios Históricos y Sociales

El Rosario, Querétaro. Un enclave teotihuacano en el Centro Norte

Juan Carlos Saint-Charles Zetina Carlos Viramontes Anzures Fiorella Fenoglio Limón Autores

Volumen IV

Tiempo yRegión Estudios Históricos y Sociales Consejo Editorial Mina Ramírez Montes Carlos Arvizu García Leticia Reina José Ignacio Urquiola Permisán Johanna Broda Linda Manzanilla Enrique Florescano Comité Editorial Ricardo Jarillo Hernández (amq) Lourdes Somohano Martínez (uaq) Carlos Viramontes Anzures (inah)

Volumen IV

Lic. Francisco Domínguez Servién Presidente Municipal de Querétaro

M. en A. Raúl Iturralde Olvera Rector de la Universidad Autónoma de Querétaro

Lic. Alfonso de Maria y Campos Castelló Director General del Instituto Nacional de Antropología e Historia Cubierta, diseño editorial y formación: Luis Villalobos Fotografía de cubierta: Ramiro Valencia Corrección de estilo: Flor Esther Aguilera Navarrete Tiempo y región. Estudios históricos y sociales. Vol. IV D.R. Primera edición, 2010 © Municipio de Querétaro Bulevar Bernardo Quintanar núm. 10000, Fraccionamiento Centro Sur, C.P. 76090, Querétaro, Qro. México. © Instituto Nacional de Antropología e Historia Córdova núm. 45, Colonia Roma, C.P. 06700, México D.F. © Universidad Autónoma de Querétaro Centro Universitario, Cerro de las Campanas s/n C.P. 76010, Querétaro, Qro., México. ISBN: Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico

Presentación

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a serie Tiempo y región. Estudios históricos y sociales es un proyecto académico que conjunta esfuerzos de tres instituciones de reconocido prestigio: la Universidad Autónoma de Querétaro, a través de la Facultad de Filosofía, el Gobierno Municipal de Querétaro, a través del Archivo Municipal y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, a través del Centro inah Querétaro. Con la aparición de este volumen, suman ya cuatro publicados entre 2007 y 2010. Este esfuerzo interinstitucional surgió por la necesidad de contar con un espacio de encuentro entre los investigadores de la historia, la arqueología y las ciencias sociales en general que, desde la perspectiva que nos proporciona Querétaro y la región en que se encuentra, abordan el estudio de los diversos fenómenos sociales ocurridos a lo largo del tiempo. En esta ocasión, el volumen IV de Tiempo y región. Estudios históricos y sociales está dedicado a un tema por demás sugerente: la relación entre Teotihuacan —la metrópoli mesoamericana por excelencia, la gran urbe del centro de México— y El Rosario, importante asentamiento prehispánico localizado en el municipio de San Juan del Río. Esta relación, avalada por muchos investigadores, negada por otros, ha sido motivo de controversia en los últimos años. Sin embargo, consideramos que después de las recientes excavaciones realizadas en este sitio arqueológico, la discusión tomará nuevos derroteros. Efectivamente, la presencia teotihuacana en el norte de Mesoamérica fue confirmada por diversos investigadores, quie[7]

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nes señalaron que existían evidencias —como la arquitectura de talud-tablero, ciertos complejos cerámicos y materiales líticos como la obsidiana— que permitían confirmar algún tipo de relación de esa cultura hegemónica del centro de México con los grupos locales del Bajío queretano y guanajuatense. Como afirmara Ana María Crespo: La presencia entre los pueblos agrícolas del centro norte de México es un hecho indiscutible, manifestaciones de diversa índole originadas en la urbe permean esas sociedades […] Aún cuando los pueblos del norcentro tuvieron carácter y estructura propios, los vínculos con el estado teotihuacano fueron, sin duda, complejos al estar sometidos a un sinnúmero de presiones económicas y políticas.1

Sitios como La Negreta y El Cerrito, en Querétaro, o Santa María de Refugio, Inchamácuaro, Palo Blanco, San Nicolás y Arturo Arredondo, en Guanajuato, cuentan con diversos elementos que permiten suponer una presencia teotihuacana.2 Las hipótesis para explicar la presencia de grupos procedentes de la urbe en esta región norteña de Mesoamérica han sido varias, desde que se trata de asentamientos localizados sobre rutas de intercambio —como sería el caso de La Negreta y Santa Crespo, Ana María, “La expansión de la frontera norte (y la cronología oficial para Teotihuacan)”, en Los ritmos de cambio en Teotihuacan: refle­xio­ nes y discusiones de su cronología, Rosa Brambila y Rubén Cabrera (coords.), Colección Científica 366, inah, México, 1998, p. 323. 1

Saint-Charles, Juan Carlos, “El reflejo del poder teotihuacano en el sur de Guanajuato y Querétaro”, en Tiempo y territorio en arqueolo­ gía. El centro norte de México, Ana María Crespo y Carlos Viramontes (coords.), Colección Científica 323, inah, México, 1996, pp. 143-160. 2

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María del Refugio—, o bien, de grupos de elite cumpliendo funciones administrativas a favor del Estado.3 Esta presencia se dio desde tiempos relativamente tempranos, durante la consolidación de Teotihuacan como centro hegemónico por antonomasia, y se prolonga hasta el momento en que esta urbe se retrae y deja su lugar preeminente a otros centros políticos de menor importancia. En este sentido, no se trataría de migraciones toleradas y asimiladas por la población local dentro de un proceso de fisión ocurrido durante el apogeo de la metrópoli, como llegara a suponerse,4 sino más bien de grupos de élite que posiblemente se emparentaron con los gobernantes locales, a quienes esta relación otorgaba privilegios y estatus; al final, pudo haber sido una conquista velada, entre cuyas pretensiones estaba la de controlar las rutas de intercambio, así como los recursos locales, entre otras posibilidades.5 Sin embargo, en lo general, los indicadores encontrados en los sitios arqueológicos eran más bien fragmentarios, y si bien permitían confirmar la presencia de grupos teotihuacanos en el Bajío, hasta hace poco tiempo no se había confirmado de ma-

Brambila, Rosa, y Margarita Velasco, “Materiales de La Negreta y la expansión de Teotihuacan al norte”, en Primera Reunión sobre las Sociedades Prehispánicas en el Centro Occidente de México, Memoria, Cuadernos de Tra­ bajo 1, Centro Regional Querétaro, inah, México, 1988; Castañeda, Carlos, Ana María Crespo y Luz María Flores, Santa María del Refugio. Una ocupa­ ción temprana con reocupación teotihuacana en el Bajío, Archivo Técnico del Centro inah Guanajuato / inah, México, 1982; Saint-Charles, 1996, op. cit. 3

Nalda, Enrique, “Algunas consideraciones sobre las migraciones del Posclásico”, en Boletín de Antropología Americana, nueva serie, núm. 3, julio, México, 1981.

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Saint-Charles, 1996, op. cit.

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nera fehaciente la presencia de grupos procedentes de la gran metrópoli del centro de México en ningún asentamiento arqueológico de la región. Esta situación ha cambiado, los recientes trabajos de investigación realizados en El Rosario confirman lo que ya varios investigadores habían apuntado: grupos teotihuacanos de elite llegaron al centro norte de México y fundaron un asentamiento que presenta características propias de la gran urbe. Si en algunos sitios arqueológicos se encontraban sólo algunas manifestaciones propias de Teotihuacan —principalmente tiestos y en ocasiones vasijas en contextos funerarios—, en El Rosario se conjuntan varios de los indicadores propuestos que confirmarían, de manera clara, la presencia de estos grupos: los sistemas constructivos, la distribución y disposición de los espacios arquitectónicos, la colocación de ofrendas para la edificación de estructuras arquitectónicas, las manifestacio­nes gráficas como la pintura mural y el grafiti, las vajillas cerá­micas y los artefactos líticos y hasta rituales de terminación y abandono.6 De esto, precisamente, es de lo que trata el volumen IV de la serie Tiempo y Región. Estudios his­ tóricos y sociales: una radiografía de un asentamiento fundado por teotihuacanos en lo que en la actualidad es el estado de Querétaro. La obra está dividida en dos partes. La primera está enfocada, por así decirlo, en una radiografía del sitio arqueológico. En el capítulo 1 ofrecemos una síntesis de la historia prehispánica 6 Este tipo de rituales se ha observado también en otros asentamientos del centro norte en los que se ha documentado algún tipo de relación con Teotihuacan, como El Cerrito y Magdalena-Tlacote. Crespo, Ana María, “El recinto ceremonial de El Cerrito”, en Querétaro prehispánico, Colección Científica 238, inah, México, 1991; Godfrey, William, La Magdalena. First Archaeo­ logical Report, Archivo Técnico del Consejo de Arqueología, inah, México, 1958.

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de San Juan del Río, desde los primeros asentamientos de tradición Chupícuaro hasta la llegada de los españoles. El capítulo 2 trata de los primeros investigadores que dieron noticia de la existencia de este asentamiento prehispánico.En el capítulo 3 entramos directamente en materia con la descripción de las diferentes etapas de ocupación del sitio vistas desde la arquitectura. El capítulo 4 está dedicado a lo que hemos denominado “huellas de lo sagrado”, es decir, espacios altamente significativos como el Pórtico de los Murales, El Pórtico de los Grafiti o El Recinto Quemado, cuyos vestigios dejaron evidencias claras de la vida y el abandono del sitio. Finalmente, en el capítulo 5 trata de los restos muebles como la cerámica y la lítica. Gracias al trabajo interdisciplinario, la segunda parte del volumen aborda temas sumamente interesantes, como los análisis arqueobotánicos y arqueozoológicos, realizados por investigadores de la Universidad Autónoma de Querétaro, cuyos resultados se plasman en el capítulo 6. Los análisis químicos de los pisos de estuco se exponen en el capítulo 7, y las observaciones arqueo-astronómicas en el capítulo 8, el cual cierra esta segunda parte. Concluye el volumen un apartado dedicado a las reflexiones producto de las intensas discusiones realizadas entre los colaboradores del equipo de trabajo, así como de los generosos comentarios de diversos investigadores con quienes hemos estado en contacto a lo largo del proyecto. No podemos finalizar esta presentación sin antes agradecer a quienes han hecho posible, de diferentes formas, que este trabajo se concluya de manera satisfactoria; la confianza depositada en nosotros por la Dra. Lourdes Somohano y el Lic. Reynaldo Aguilera, de la Universidad Autónoma de Querétaro y el Archivo Municipal, respectivamente, fue factor fundamental para la culminación del proceso de publicación; asimismo, agradecemos a la Dra. Linda Manzanilla y la Dra. Rosa Brambila porque 11

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sus conocimientos y atinados comentarios fueron fundamentales para ampliar nuestros horizontes de investigación; a la Museógrafa Diana Molatore por responder a nuestra urgente solicitud para proponer vías alternativas para el rescate de los murales policromados, y al investigador Nicolas Latsanopoulos, cuyos conocimientos sobre la iconografía teotihuacana fueron esenciales para la comprensión de los murales y sus grafismos. La restauración preventiva, limpieza y consolidación de los murales estuvo a cargo de los restauradores Yareli Jaidar —de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural—, Antonio Bello, Araceli Ocampo y Arlette Soloveichik. De igual modo, agradecemos el valioso apoyo de la Dra. Dora Carrión y la M. en C. Sara Solís, y sus respectivos equipos de trabajo del Centro de Geociencias de la unam, Campus Juriquilla, por las facilidades otorgadas para la realización de los estudios geofísicos y químicos, y a todos y cada uno de los geólogos, vulcanólogos e ingenieros que intentaron resolver el enigma sobre la formación de los socavones. El trabajo de campo no hubiese sido tan enriquecedor sin la participación de Enah Fonseca, Elizabeth Hernández y Fernando Salinas —egresados de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y la Universidad Veracruzana—, cuya constancia, dedicación y entrega hicieron de éste, un equipo sólido e inigualable. La realización de las excavaciones arqueológicas, el recorrido de superficie y el trabajo de gabinete se realizó con fondos proporcionados por el Gobierno del Estado de Querétaro y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Finalmente, no podemos dejar de agradecer a la población de El Rosario y a cada uno de los trabajadores que participaron con nosotros en las excavaciones. Gracias por confiar en nosotros, por dejarnos aprender de ustedes, por compartirnos sus historias y anécdotas que arraigaron más nuestro interés por El 12

Presentación

Rosario; por su entusiasmo y prestancia para resolver cuanto problema se nos enfrentaba; por el cariño que entretejimos y por apreciar y cuidar su patrimonio. A todos ustedes, gracias.

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Primera Parte

Capítulo 1

Dinámicas culturales en el valle de San Juan del Río durante la época prehispánica

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uizá una de las características que define e identifica durante la época prehispánica a la región centro norte de México —de la cual es partícipe el valle de San Juan del Río— es el carácter pluricultural de sus antiguos pobladores.1 Las diversas sociedades que habitaron aquí estaban conformadas por una compleja amalgama de pueblos con diversas raíces y patrones culturales que se remontan cerca del 7000 a. C.: desde sociedades de cazadores y recolectores nómadas y seminómadas, hasta grupos altamente jerarquizados, con una organización social muy estructurada. Esta región, y en particular el Bajío, han sido considerados como:

El centro norte fue una amplia región que abarcó una gran superficie de los estados de Querétaro y Guanajuato, así como el occidente de Hidalgo. Se delimita “con las estribaciones internas de las sierras madres Oriental y Occidental, colinda al norte con el altiplano potosino, que marca el inicio de los desiertos, y al sur con el parteaguas, donde se originan las cuencas de los sistemas Tula-Pánuco y Lerma Santiago”. Brambila, Rosa, “El centro norte como frontera”, en Dimensión Antropológica, año 4, vols. 9-10, enero/ agosto, inah, México, 1997, p. 11. 1

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Tiempo y Región […] un territorio de convergencia y de atracción de grupos y pueblos a lo largo de su historia antigua. Al mismo tiempo es visto como una de las regiones de expulsión de población más ingentes del desarrollo mesoamericano, al grado de trazar nuevos rumbos en su historia.2

Lo anterior está estrechamente relacionado con su condición de frontera entre sociedades de diferente filiación. Las sociedades agricultoras de corte mesoamericano que se asentaron en el centro norte de México presentaron una gran complejidad social, en un proceso de larga duración que inició alrededor del 500 a. C., y que culminó hacia los albores del segundo milenio de la era con el abandono casi total de la región. Durante este tiempo, el centro norte fue escenario del desarrollo de una gama diversa de sociedades sedentarias y agrícolas, tanto locales como extra regionales. Estas sociedades construyeron sus asentamientos y abrieron campos de cultivo a lo largo de más de un milenio. Durante la etapa de poblamiento agrícola de la región, los pueblos que habitaron al centro norte desarrollaron formas de expresión propias, pero mantuvieron diversos vínculos con los pueblos vecinos, con quienes compartían variados aspectos de su cultura y, en especial, de su visión del mundo; lo anterior puede constatarse en los múltiples vestigios arqueológicos que han sobrevivido al paso del tiempo, como la arquitectura y la cerámica, entre otros.

Brambila, Rosa y Ana María Crespo, “Desplazamientos de poblaciones y creación de territorios en el Bajío”, en Reacomodos demográficos del Clásico al Posclásico en el centro de México, Linda Manzanilla (editora), Universidad Autónoma Metropolitana / Instituto de Investigaciones Antropológicas-unam, México, 2005, p. 155. 2

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Dinámicas culturales en el valle de San Juan del Río

Los Periodos Preclásico Superior (500 a. C.-150 d. C.) y Terminal (150-250 d. C.) en el valle de San Juan del Río Cuando se inició el poblamiento sedentario en el valle de San Juan del Río, en el centro y sur de México, ya se había alcanzado un grado de desarrollo considerable. A diferencia de otras regiones mesoamericanas, donde la práctica de la agricultura se dio desde tiempos muy tempranos, en el centro norte en general esta práctica se inició de manera algo tar­día. La ocupación del valle de San Juan del Río por parte grupos agrícolas y sedentarios ocurrió en los inicios del Periodo Preclásico Superior, y estuvo relacionado con dos im­por­tantes focos culturales: Chupícuaro —con características afi­nes a las culturas de occidente y localizado en el sureste del estado de Guanajuato— y Cuicuilco —en el México central. Desde los inicios de la década de 1970, Rafael Ayala Echávarri sugirió que el Cerro de la Cruz —ubicado en las inmediaciones de San Juan del Río— había sido fundado por grupos procedentes de Chupícuaro, aunque relacionaba el basamento piramidal, edificado en la cima del cerro, con la pirámide de Cuicuilco, en virtud de que, aparentemente, presentaba formas redondeadas; asimismo, propuso que el topónimo Techimacit — que significaría “peña blanca y redonda de los mecos”— hacía referencia al Cerro de la Cruz.3 Por su parte, en 1975, Enrique Nalda presentó el resultado de su investigación en el sur de Querétaro, y consideró que en el Ayala Echávarri, Rafael, San Juan del Río: geografía e historia, 2ª edición, México, 1981. Hasta ahora no ha sido posible la identificación lingüística de dicho vocablo, aunque es más probable que el topónimo náhuatl Iztac Chichimecapan, con el se identificó a San Juan del Río durante el siglo xvi, corresponda más específicamente al Cerro de La Cruz. 3

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Cerro de la Cruz hubo una gran actividad constructiva asociada al culto. 4 En total, localizó ocho asentamientos en las inmediaciones del río San Juan y del Arroyo Hondo, que corresponden al Preclásico Superior. Estos asentamientos presentaban un carácter aldeano de escaso desarrollo socioeconómico y político, y fueron identificados a partir de la presencia de materiales cerámicos que denominó como Rojo San Juan, equivalentes a otras vajillas cerámicas de la Cuenca de México.5 Quizá los principales asentamientos de la época fueron el Cerro de La Cruz y Las Peñitas, localizados en la cabecera municipal de San Juan del Río; estos sitios presentaron importantes evidencias cerámicas y arquitectónicas de tradición Chupícuaro.6 La cima del Cerro de la Cruz, desde la ocupación original hasta la actualidad, ha mantenido su carácter de centro ceremonial, y

Nalda, Enrique, UA San Juan del río, trabajos arqueológicos preliminares, tesis profesional, enah, México, 1975.

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Saint-Charles, Juan Carlos, Luz María Flores y Ana María Crespo, “Cerámicas de tradición Chupícuaro en el centro norte: sus características hacia el final del Formativo”, en La producción alfarera en el México Antiguo I, Leonor Merino y Ángel García Cook (coords.), Colección Científica 484, inah, México, 2005, pp. 687-709. 5

En el Cerro de La Cruz se distinguen cinco etapas de ocupación: la primera de las cuales va de 500 a 150 a.C. y está relacionada con la cultura Chupícuaro; la segunda etapa de ocupación se relaciona con las sociedades de la Cuenca de México, y se ubica entre 150 a. C y 250 d. C.; la tercera etapa va de 750 a 900/1000 d. C, y se vincula con sociedades establecidas en los vecinos valles del Mezquital y de Tula; para la cuarta etapa de ocupación no ha sido posible definir su posición cronológica, pero es posible que se haya iniciado en el siglo xiv y que haya sido de corta duración, tal vez de no más de un siglo; la quinta etapa corresponde a las postrimerías de la época prehispánica, o tal vez a la época de contacto con la cultura europea, y posiblemente hayan participado grupos nahuas. 6

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Figura 1. El Cerro de la Cruz y El Rosario, dos de los asentamientos más im­ portantes del valle de San Juan del Río (Google Earth, Europa Technologies, 2010).

es por ello que los vestigios arqueológicos mejor conservados se localizan ahí. El espacio ha sido respetado como lugar de culto desde tiempos ancestrales, y sólo se edificaron dos construcciones modernas: una capilla católica —en funciones desde la década de 1940— y una rústica casita de piedra. El resto del asentamiento —las áreas de vivienda, producción e intercambio—, que se encontraban circundando al cerro, ha sido cubierto por la mancha urbana correspondiente al barrio de La Cruz, y solamente a través de rescates y salvamentos arqueológicos realizados en las calles y lotes del mencionado barrio ha sido posible conocer las evidencias arqueológicas del lugar. Durante la primera ocupación del sitio, sus fundadores encontraron una superficie muy erosionada y sus construcciones prácticamente desplantaban en la roca madre. Se trata de pequeñas plataformas cuadrangulares de aproximadamente 4 metros por lado y 80 centímetros de altura, realizadas con barro y revestidas con piedra careada y aplanados de barro. Otros 21

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vestigios arquitectónicos detectados son cimentaciones circulares para habitaciones de aproximadamente 6 metros de diámetro: cimientos constituidos por una doble hilera de piedra con dos hiladas cada una y apisonado de barro hacia el interior del círculo. Es posible que esos cimientos sirvieran para soportar paredes de bajareque. También ha sido posible registrar secciones de plataformas con alturas de hasta un metro, con muros de revestimiento de piedra careada unidas con mortero de barro. Un elemento arquitectónico diferente lo constituye una pequeña construcción abovedada de piedra, que en su parte superior tenía una entrada cubierta con lajas basálticas. Al interior de esta pequeña construcción, en el piso, fueron localizadas tres vasijas: dos cajetes, con soportes mamiformes, y un patojo, las tres identificadas con la tradición cerámica de Chupícuaro. Al exterior de esta pequeña construcción se localizó un entierro múltiple con ofrendas cerámicas chupicuareñas, conformadas por el entierro de un individuo adulto que ocupaba el fondo de la poza; fue colocado en posición fetal, descansando sobre su costado derecho y con la cabeza orientada hacia el sur. Encima de este individuo fueron depositados los restos de otros cuatro, pero éstos con carácter de entierro secundario. Entre las osamentas se recuperaron vasijas de barro monocromas y policromas y fragmentos de figurillas de barro de tipo H4. Quizá uno de los elementos mejor conocidos de la cultura Chupícuaro sea la cerámica, tanto las vasijas como las figurillas antropomorfas, y es que los diseños formales y decorativos de las vasijas, así como las bruñidas superficies de las mismas y ciertos aditamentos como los soportes mamiformes o los soportes cónicos muy alargados, convierten a estos objetos en verdaderas piezas de arte. Las formas generales de las vasijas son cajetes, ollas, tecomates, patojos y vasos; los cajetes y los vasos suelen tener diseños 22

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más complejos, ya que en su mayoría son de silueta compuesta; los cajetes pueden ser trípodes o tener soporte tipo pedestal. Las ollas, tecomates y patojos tienen formas simples y las vasijas pueden ser monocromas, bicromas o policromas. Algunas vasijas monocromas están pintadas, generalmente de rojo o negro, o pueden llevar simplemente un engobe del mismo color de la pasta o un poco más oscuro. En las vasijas decoradas con pintura por lo general contrastan líneas de color rojo sobre un fondo del color natural de la vasija, o los colores rojo, negro y blanco se combinan en una misma pieza. Ese tipo de decoración es siempre geométrica. Otro tipo de decoración se logra con acanaladuras, muescas, gruesas incisiones y perforaciones, que a veces se encuentran en combinación con la decoración pintada. Uno de los elementos distintivos de la tradición cultural Chupícuaro son las figurillas antropomorfas de barro, sobre todo representaciones de mujeres, aunque también las hay de hombres y de seres asexuados. En su mayoría muestran desnudez, aunque presentan elaborados tocados, orejeras, collares y brazaletes. Estas representaciones pueden estar de pie, sentadas o hincadas. Algunos elementos, como el tocado, orejeras o brazaletes casi siempre están pintados de color rojo, mientras los ojos, por ejemplo, suelen estar pintados con color blanco. Tanto los rasgos faciales como los ornamentos fueron realizados al pastillaje. Hacia el 150 a. C.7, aproximadamente, los grupos de tradición Chupícuaro que ocupaban el sitio fueron desplazados por otros provenientes de la Cuenca de México, quienes reali­zaron construcciones en el Cerro de la Cruz que dejaron se­pul­tadas

Esta fecha (150 a. C.) se considera el inicio del Periodo Formativo Terminal, que se prolonga hasta 250 d. C. 7

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Figura 2. Figurillas antropomorfas de filiación chupicuareña localizadas en el Barrio de la Cruz.

por completo las construcciones originales. En la cima del cerro se construyó una pirámide cuadrangular de tres cuerpos escalonados, con fachadas en talud. Se construyó una gran plataforma que abarcaba casi toda la cima del cerro, generando, de esta manera, grandes plazas abiertas hacia el norte, oeste y sur del basamento piramidal. Aún no se han localizado entierros y ofrendas correspondientes a esta ocupación, pero en los estratos de relleno para la construcción de la gran plataforma han sido recuperados tiestos y fragmentos de figurillas que se identifican con la tradición alfarera de la Cuenca de México, principalmente de cajetes de silueta compuesta, trípodes, decorados con pintura roja a manera de gruesas líneas o grandes cuadros, rectángulos, triángu24

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los y eventualmente círculos. Otras vasijas simplemente están pintadas de rojo, pero la decoración es a base de rebordes con muescas. Las figurillas antropomorfas son de mayor tamaño que las de Chupícuaro, y por lo general son del color de la pasta. En la mayoría de los casos, los rasgos faciales fueron logrados a base de incisiones. Es posible que estos pobladores hayan abandonado el asentamiento hacia el 250 d. C., desplazándose hacia El Ro­sa­rio, que emergía como un nuevo centro cívico religioso establecido por grupos teotihuacanos a escasos siete kilómetros al noreste; el Cerro de La Cruz estuvo abandonado hasta aproximadamente el año de 750 d. C., cuando fue reocupado por grupos relacionados con sociedades establecidas en los valles del Mezquital y Tula. Hay elementos que sugieren que hubo al menos una ocupación posterior, durante el Periodo Postclásico Tardío (1200-1521 d. C), que no dejó huella aparente de edificaciones en el sitio, pero sí de su presencia a través de entierros y ofrendas en diversos lugares del cerro y del barrio. En virtud de la investigación arqueológica desarrollada hasta el momento, es posible concluir —como mencionamos páginas arriba—, que las primeras etapas de ocupación en el valle de San Juan del Río corresponden a los periodos Formativo Superior y Formativo terminal, y están relacionadas con sociedades de diferente tradición cultural y focos de desarrollo, localizados en áreas geográficas distintas y relativamente distantes: Chupícuaro y Cuicuilco. De esta manera, es factible plantear la existencia de una frontera en el valle de San Juan del Río entre grupos mesoamericanos del occidente y del centro, aunque es difícil todavía definir el carácter de dicha frontera. Y es que se trata no solamente de grupos de tradición cultural diferente, sino también de diferentes niveles de organización social, política y religiosa: mientras que los grupos del occidente tenían numerosos asen25

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tamientos dispersos o semidispersos de carácter aldeano y una organización social más o menos igualitaria, Cuicuilco ostentaba ya la calidad de gran centro político religioso con edificaciones monumentales y una sociedad altamente jerarquizada. De tal forma, es probable que la fundación del Cerro de la Cruz obedeciera a la necesidad de establecer un puerto de in­ tercambio con otros grupos, mientras que la presencia de gen­te procedente de la Cuenca de México haya sido el resultado de la expansión territorial, o bien, de movimientos poblacionales derivados de la erupción el volcán Xitle, que dejó sepultado por completo el centro ceremonial de Cuiculco. Se ha propuesto que quienes abandonaron este asentamiento habrían participado en la fundación de Teotihuacan, lo que tal vez incidió en la fundación del más importante sitio del periodo Clásico en el valle de San Juan del Río: El Rosario. El Periodo Clásico en el valle de San Juan del Río (200/250650 d. C.) El periodo conocido como Clásico se vivió de diferente manera en cada una de las regiones mesoamericanas. En el Altiplano Central y Oaxaca, por ejemplo, es la época en que surgen y se consolidan los Estados y las grandes ciudades como Teotihuacan y Monte Albán. En la zona maya es un momento de constante inestabilidad política y conflicto que conlleva al surgimiento y rápido decaimiento de importantes ciudades. En las regiones más norteñas, el desarrollo se manifiesta diferencialmente: por un lado, en algunas zonas inicia la formación de pequeñas aldeas y villas, mientras que en otras —como en Zacatecas, por ejemplo— se forman los primeros cacicazgos —como Alta Vista— producto del proceso de jerarquización social. En el centro 26

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norte, el Clásico fue un periodo de transformación, adaptación y reacomodo, al mismo tiempo que de afianzamiento y cohesión cultural. Sin embargo, una característica que distingue a este periodo es la presencia de elementos procedentes de Teotihuacan en casi toda Mesoamérica; en el centro norte se ha reportado algún tipo de presencia de esta urbe en diversos asentamientos localizados a lo largo del Bajío queretano y guanajuatense. Cada uno de estos sitios cuenta con características particulares que lo distinguen como “sitio con elementos teotihuacanos”, aunque en la mayor parte de los casos se remiten a unos cuantos fragmentos de cerámica propia de la cultura teotihuacana, o bien, las producciones cerámicas locales imitan diseños formales y decorativos de la cerámica teotihuacana, pero que no alcanzan su misma calidad.8 En algunos sitios, además de la cerámica, se han localizado fragmentos de navajillas prismáticas de obsidiana verde, la cual suele emplearse como objeto distintivo de Teotihuacan, puesto que se ha propuesto que esta urbe controlaba la producción, distribución y consumo de esa materia prima. En sitios como Peralta, San Bartolo Aguacaliente, El Tepozán, diversos autores indican que la influencia teotihuacana trastocó, incluso, algunos elementos arquitectónicos; sin embargo, hasta hace poco tiem-

Brambila, Rosa, y Ana María Crespo, “El centro norte de Mesoamérica: su organización territorial en el Clásico”, en Ideología y política a través de ma­ teriales, imágenes y símbolos. Memoria de la Primera Mesa Redonda de Teo­ tihuacan, Ruiz Gallut, María Elena (comp.), inah / iia- unam, México, 2002, pp. 547-562; Brambila, Rosa, y Juan Carlos Saint-Charles, “El Clásico en el norte-centro de Mesoamérica”, en Otopames. Memoria del Primer Coloquio, Querétaro 1995, Fernando Nava (coord.), iia- unam, México, 2002, pp. 5765. 8

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po, en ninguno de ellos se había podido corroborar la existencia de un patrón arquitectónico plenamente teotihuacano. Las razones que motivaron la expansión de Teotihuacan resultan poco claras, y se han interpretado de diversas maneras: expansión ideológica, búsqueda de recursos y materias primas, necesidad de crecimiento económico y político, ampliación de las rutas comerciales y de intercambio, entre otras. No obstante, su influencia generó reacomodos políticos y poblacionales. Al principio, algunos asentamientos de los grupos herederos de las tradiciones del Preclásico se mantuvieron relativamente alejados de la transformación regional, aunque al parecer, la mayoría terminó por ceder y se insertaron en el efecto centrípeto generado por la formación de los nuevos centros rectores. Evidencia de ello es la gran cantidad de sitios arqueológicos registrados dentro del Bajío con elementos teotihuacanos, donde la mayoría de ellos tienden a localizarse sobrepuestos o cercanos a los asentamientos de la población local.9 El patrón preferencial de asentamiento cambió, pues mientras en el periodo anterior se asentaban cerca de los ríos y fuentes de agua, en éste se trasladaron preferentemente hacia las laderas bajas y medias, sin abandonar por completo las zonas de valles y terrazas aluviales que les permitiría explotar los recursos agrícolas de las zonas inundables.10 De igual modo, todo parece Brambila y Crespo, 2002, op. cit.; Brambila y Saint-Charles, 2002, op. cit.; Saint-Charles, Juan Carlos, “El reflejo del poder teotihuacano en el sur de Guanajuato y Querétaro”, en Tiempo y territorio en arqueología, Crespo y Viramontes (coords.), Colección Científica, inah, México, 1996. 9

Castañeda, Carlos, Beatriz Cervantes, Ana María Crespo y Luz María Flores, “Poblamiento prehispánico en el centro-norte de la frontera mesoamericana” en Boletín Oficial del inah, núm. 28, octubre-diciembre, inah, México, 1989. 10

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indicar que la población se asentó en las zonas viables para la explotación de diferentes recursos y materias primas, siempre dentro del área de control de los centros políticos importantes, lo que resultó en asentamientos aparentemente semidispersos, pero interconectados. Ahora bien, dado que no se cuenta con investigaciones dedicadas concretamente a conocer el modo y forma del impacto que tuvo Teotihuacan en la región, y a que muchas de las conclusiones son suposiciones generales realizadas a partir de datos de superficie y escasos datos de excavaciones, resulta sumamente complejo hablar con precisión sobre el tipo de relaciones entabladas entre la metrópoli y los asentamientos locales, y más aún detallar la dinámica sociopolítica concreta de la región durante este periodo; sin embargo, algunos autores han generado propuestas en este sentido. Diferentes autores mencionan tres niveles diferentes de relación entre los sitios del centro corte y Teotihuacan.11 La primera versa sobre una relación indirecta plasmada en las evidencias materiales que indican una influencia teotihuacana; aunque en estos sitios no se puede hablar de una presencia totalmente teotihuacana, sino de poblaciones locales que entran en contacto con ideas o estilos de los nuevos centros de poder y adoptan algunas de las nuevas manifestaciones culturales.12 El siguiente tipo se caracteriza porque existe una relación más directa representada por la presencia de materiales teoti-

Es importante anotar que la presencia/influencia teotihuacana se dio de manera diferencial tanto temporal como espacialmente. De tal manera que algunos sitios presentan materiales de las fases tempranas de la urbe, mientras que otros se relacionan más con las fases intermedias o finales.

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Brambila y Crespo, 2002, op. cit; Brambila y Saint-Charles, 2002, op. cit.

29

Tiempo y Región

huacanos en conjuntos arquitectónicos mayores, como en Santa María del Refugio —donde se reporta el patrón pirámide-patio cerrado— 13, San Bartolo y Peralta, entre otros. Estos sitios constan de una gran plataforma sobre la que se construyeron los basamentos piramidales; otros cuentan con patios cerrados o plazas, distintos edificios y construcciones habitacionales. En algunos de los asentamientos el patrón arquitectónico resulta más complejo, compuestos por una estructura principal y dos laterales de menor altura que forman una plaza cuadrangular con un altar central y un espacio abierto frente a la escalinata del templo más grande.14 Aunque algunos de estos elementos constructivos no son típicamente teotihuacanos, en la conformación y ordenamiento de los espacios sagrados es donde se materializa la influencia del centro de México y en los materiales arqueológicos la presencia teotihuacana.15 Dentro de este tipo tenemos sitios de menor envergadura, como Las Moras, en el Estado de México, y La Negreta, al sur del valle de Querétaro, asentamiento donde se localizaron muros de una probable unidad habitacional y materiales cerámicos y líticos que destacan por su similitud con los materiales teotihuacanos. Entre los grupos de materiales se distinguen dos tipos: el primero caracterizado por vasijas que imitan las formas y acabados de Teotihuacan, pero elaborados con materias primas locales; mientras que el otro, son fragmen-

Crespo Ana María, Carlos Castañeda y Luz María Flores, “Santa María del Refugio: una ocupación de fase Tlamimilolpa en el Bajío”, en Tiempo y territorio en arqueología. El centro-norte de México, Ana María Crespo y Carlos Viramontes (coords.), Colección científica 323, inah; México, 1996, pp.161-178.

13

14

Brambila y Crespo, op. cit.

15

Brambila y Crespo, op. cit.

30

Dinámicas culturales en el valle de San Juan del Río

tos cerámicos traídos directamente de la metrópoli,16 como una cerámica conocida como “anaranjado delgado”, elaborada en Puebla y controlada por la gran metrópoli. Fragmentos de este tipo cerámico también se han localizado en sitios como El Cóporo y Santa María El Refugio.17 La representación directa sería el tercer tipo que hasta el momento se ha encontrado únicamente en El Rosario, ubicado dentro del municipio de San Juan del Río; al parecer, El Rosario fue el sitio que desplazó y sustituyó religiosa, política y socialmente al Cerro de la Cruz, convirtiéndose en el nuevo centro rector y, por lo tanto, en el atractor sociopolítico de la región. En sus inmediaciones pudo haber albergado asentamientos de la población local entremezclada con poblaciones teotihuacanas. La ubicación del valle de San Juan del Río lo convirtió, durante la época prehispánica, en una zona clave por su calidad de frontera del centro norte. Gracias a su posición geográfica fue el paso natural y, por tanto, el enclave receptor por excelencia en la zona de confluencia y convergencia cultural, desde su origen hasta su ocaso. En este sentido, hemos propuesto que la elección del lugar donde se fundaría El Rosario de debe, probablemente, a dos razones principales: su ubicación estratégica para el control de diversos recursos naturales, el control del valle y, probablemente, de alguna ruta de comercio e intercambio, además de marBrambila, Rosa, y Margarita Velasco, “Materiales de La Negreta y la expansión de Teotihuacan al norte”, en Primera reunión sobre las sociedades prehispánicas en el centro occidente de México. Memoria, Centro Regional de Querétaro, Cuaderno de Trabajo 1, inah, México, 287-297, 1988.

16

Michelet, Dominique, y Gregory Pereira, “Teotihuacan y el occidente de México”, en Teotihuacan. Ciudad de los Dioses, inah / conaculta / mna / Fundación Televisa, México, 2009; Crespo, 1996, et al., op. cit.

17

31

Tiempo y Región

Figura 3a. Hacia el 200 d. C., El Rosario se estableció como uno de los asen­ tamientos más relevantes vinculado con Teotihuacan (Google Earth, Europa Technologieopbvgs, 2010).

Figura 3b. Zona nuclear del sitio arqueológico de El Rosario.

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Dinámicas culturales en el valle de San Juan del Río

car una diferencia entre los grupos teotihuacanos y los grupos locales, y lograr así imponer su propia ideología. Asimismo es probable que la población que antes vivía bajo el cobijo del Cerro de la Cruz, incluso las mismas élites, se emparentaran con los nuevos habitantes y conformaran la población circundante a El Rosario. La fundación de este centro ceremonial —como ya hemos mencionado— modificó la dinámica local, principalmente en cuanto a la forma de asentamiento se refiere. Las dimensiones del sitio, el grado de dispersión y cantidad de materiales indican que El Rosario atrajo a la población para que se emplazara en sus alrededores. De acuerdo con los últimos recorridos de superficie realizados en el 2009, no existen sitios arqueológicos con material teotihuacano más allá de los límites totales de El Rosario,18 excepto Las Peñitas y La Estancia, y ambos se localizan relativamente cerca: Las Peñitas a 8.5 km. y La Estancia a escasos 2.5 km. Las Peñitas es un sitio arqueológico localizado en el interior de la Escuela Rafael Ayala Echávarri, con diferentes ocupaciones, de las cuales la primera ocurrió durante el Preclásico, y fue sumamente importante y la siguiente corresponde al Clásico. La etapa clásica se registra a través de la presencia de materiales recuperados en superficie que corresponden a cajetes y fragmentos de ollas teotihuacanas de las fases Tlamimilolpa y Xolalpan de Teotihuacan. La relevancia del sitio radica en que es el único registrado hasta el momento dentro del valle que tuvo una ocupación durante el Formativo y una reocupación durante el Clásico.

Saint-Charles, Juan Carlos, Carlos Viramontes y Fiorella Fenoglio, Proyecto Arqueológico El Rosario. Informe Final, Temporada de Campo 2009. Archivo Técnico del Consejo de Arqueología, inah, México, 2010. 18

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Tiempo y Región

Por su parte, La Estancia también presenta materiales teotihuacanos en superficie, aunque éstos pertenecen a las últimas fases de ocupación de la metrópoli; incluso los tipos cerámicos se relacionan con el arribo a Teotihuacan de cerámica Coyotlatelco y, por lo tanto, al inicio del Epiclásico. Por ello, resulta interesante su presencia y cercanía con El Rosario, pues pudo ser una ocupación tardía que, probablemente, haya sido la detonadora o consecuencia de la ocupación epiclásica del sitio. El valle de San Juan del Río tuvo un lugar importante dentro de la dinámica cultural del centro norte durante el Clásico. Fungió como escenario de encuentros al arropar dentro de su territorio a un grupo proveniente del centro de México, cuya llegada transformó la configuración cultural de la región. Los resultados de las investigaciones realizadas hasta el momento nos proporcionan los primeros eslabones que nos permitirán, con el tiempo, esbozar de modo integral la historia del valle de San Juan. Por ahora, consideramos que la fundación del sitio arqueológico de El Rosario probablemente fue el detonador para que se suscitaran una serie de transformaciones políticoculturales que resultaron en la adaptación de los grupos locales a una nueva dinámica cultural, política, económica y social. Como consecuencia observamos cómo la población terminó por concentrase en los alrededores del nuevo centro político ceremonial, apropiándose de una nueva ideología, y participando de la vida implantada por las élites en el poder. El Periodo Epiclásico en el valle de San Juan del Río (650-900 d. C.) Hacia mediados del siglo vi de nuestra era, en Teotihuacan se empezaron a observar los primeros signos de descomposición 34

Dinámicas culturales en el valle de San Juan del Río

social; en unas cuantas décadas, la gran urbe del centro de México perdería su calidad de principal asentamiento político, social y económico de Mesoamérica, dejando un vacío de poder que sería ocupado por nuevos grupos que controlarían asentamientos más pequeños, en constante lucha por el control político y económico, como Xochicalco, Cacaxtla, Teotenango, Tajín y Cantona, por mencionar sólo algunos. La ausencia de Teotihuacan marcó el inicio de una balcanización general, y el centro norte no fue ajeno a los cambios políticos ocurridos en el centro de México. Para esta región, fue una etapa durante la cual se observa un aumento significativo en el número de asentamientos. De acuerdo con algunos autores, en este periodo es posible identificar cinco grandes territorios que al interior comparten elementos comunes, como su localización preferente en laderas altas, mesas y cimas de los cerros; la práctica agrícola de cultivos de secano en terrazas, sin dejar de lado las técnicas de regadío; una clara jerarquización en el número y extensión de las construcciones, etcétera. Estas zonas se distinguen porque en cada una se desarrollaron elementos diferenciados —en arquitectura, material cerámico y lítico—, y cada una tiene su eje central en el cauce de los principales ríos. Tal es el caso de las zonas de Río GuanajuatoTurbio, Río Laja, Río Lerma, Río San Juan y Alto Santa María (Tunal Grande).19 Durante este periodo cobraron importancia asentamientos como San Bartolo, Plazuelas, Nogales, Cañada de la Virgen y El Cóporo en el estado de Guanajuato, mientras que en Querétaro tenemos la reocupación del Cerro de la Cruz —casi abandonado durante la presencia teotihuacana—, La Trinidad, Los Cerritos,

19

Castañeda, et al., 1989, op. cit.

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Tiempo y Región

Santa Lucía, Santa Rita, San Sebastián de las Barrancas, San Ildefonso, La Muralla Vieja, entre otros muchos. El aumento en la cantidad de asentamientos a partir del 650 d. C. podría haber tenido diversos detonantes; por un lado, el cuasi abandono de la gran metrópoli del centro de México seguramente derivó en una migración paulatina, pero generalizada hacia otras regiones. Una de ellas pudo ser el centro norte, pero también se observan algunos elementos norteños; las evidencias sugieren que la multiplicación de sitios podría ser consecuencia de una colonización más que un aumento en la densidad demográfica local. Algunos de los sitios que fueron edificados durante el Clásico, y reocupados posteriormente en el Epiclásico, muestran una nueva forma de pensar el espacio; es el caso de El Rosario, donde los nuevos habitantes cambian la forma y dimensiones de uno de los edificios más importantes del sitio, que pasa de ser un recinto porticado con tres etapas constructivas claramente diferenciadas, a convertirse en un basamento piramidal con un templo hundido y porticado en la parte superior. Durante este periodo —que como quedó asentado anteriormente presenta un aumento significativo tanto en el número de sitios arqueológicos como de población—, podemos apreciar que existió una jerarquización de asentamientos, desde aquéllos que presentan una arquitectura monumental perfectamente planeada, como La Trinidad, hasta pequeñas colonias de gente dedicada a un trabajo sumamente pesado, pasando por sitios de una categoría intermedia;20 lo anterior podría ser indicativo

Saint-Charles, Juan Carlos, “Asentamientos prehispánicos en El Colorado, Querétaro”, en Tiempo y región. Estudios históricos y sociales, vol. II, Carlos Viramontes (coord.), Instituto Nacional de Antropología e Historia / Univer-

20

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Dinámicas culturales en el valle de San Juan del Río

de sitios rectores que controlaban territorios no demasiado extensos, al interior de los cuales se encontraban dispersos sitios de menor importancia dependientes de los primeros. En este sentido, consideramos que la organización socio-política y económica estaba organizada por una élite local que definía —gracias al control ideológico que ejercía sobre la población—, los ritmos de la sociedad entera: la producción, la explotación de los recursos, el intercambio con otras Unidades Político Territoriales, la guerra, el calendario agrícola, las fiestas, etcétera.21 Los drásticos cambios que se produjeron en el centro y norte de Mesoamérica durante el Epiclásico tuvieron un fuerte impacto en la recomposición de los asentamientos en el Valle de San Juan del Río; los escasos pero importantes sitios arqueológicos de filiación teotihuacana se abandonaron o por lo menos, se redujeron en tamaño, importancia e influencia. Al mismo tiempo, surgieron numerosos asentamientos nuevos, mientras otros —que durante el Clásico mantuvieron una posición secundaria e inclusive de subordinación—, pasan a ocupar un lugar preeminente en la región. La nueva disposición de los sitios más importantes muestra una clara tendencia al abandono de las lomas y planicies —

sidad Autónoma de Querétaro / Archivo Histórico Municipal de Querétaro, México, 2008, pp. 77-108; Fenoglio, Fiorella, Enah Fonseca e Israel Hinojosa, “El Epiclásico en El Marqués, Querétaro. Un grano de arena”, en Tiempo y región. Estudios históricos y sociales, vol. II, Carlos Viramontes (coord.), Instituto Nacional de Antropología e Historia / Universidad Autónoma de Querétaro / Archivo Histórico Municipal de Querétaro, México, 2008, pp. 57-76. Crespo, Ana María, “Unidades Político Territoriales”, en Origen y desarro­ llo en el Occidente de México, Brigitte Bohem de Lameiras y Phil Weigand (coords.), El Colegio de Michoacán, México, 1992, pp. 157-172.

21

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Tiempo y Región

abier­tas y, por lo tanto, expuestas al posible asedio de otros grupos—; en cambio, los nuevos centros de población se ubican ahora sobre las laderas y cimas de los cerros, como La Trinidad, Santa Rosa Xajay, El Pedregoso, Cuicillo Colorado y Cuicillo Blanco, estos últimos ubicados en las laderas del Cerro Jingó, por mencionar sólo algunos de los más significativos. Mención aparte merecen una gran cantidad de sitios arqueológicos dispuestos en lugares protegidos por profundas barrancas, en particular en la cuenca alta del Río San Juan, como Santa Lucía, San Ildefonso, San Sebastián de las Barrancas, Santa Rita, La Muralla Vieja y Cerro de la Cruz.22 En algunos se observa una arquitectura de carácter defensivo: murallas, caminos de ronda, albarradas y barbacanas se vuelven un componente usual en la nueva distribución del espacio en los principales centros cívicos y ceremoniales del periodo. No obstante, se ha sugerido que bien pudo darse un equilibrio de poderes, e incluso un ambiente de mayor tolerancia, “a pesar de la imagen que el embarrancamiento y repliegue a las laderas de los cerros mencionados pueda inducir a pensar”.23 Saint-Charles, Juan Carlos, “Asentamientos sobre barrancas, Río San Juan”, en Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana, núm. 25, Facultad de Arquitectura-unam, México, 1993, pp. 17-22.

22

Nalda, Enrique, “La frontera norte de Mesoamérica”, en Temas mesoame­ ricanos, Sonia Lombardo y Enrique Nalda (coords.), inah, México, 1996, p. 270. Basa esta suposición en la coexistencia de algunos complejos cerámicos, entre los que destaca el conocido entre los arqueólogos como Rojo Inciso Postcocción Xajay; sin embargo, la temporalidad de este último aún se encuentra sujeta a discusión. Los trabajos realizados por Saint-Charles en la región muestran que este complejo cerámico quizá obedece a una reocupación tardía, ocurrida alrededor del siglo xiv. Saint-Charles, Juan Carlos, “Proyecto arqueológico La Trinidad”, Archivo Técnico del Centro inah Querétaro, México, 2009.

23

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Dinámicas culturales en el valle de San Juan del Río

Al igual que en el centro de Mesoamérica, se advierte un momento de inestabilidad en toda la región y, tal vez, el advenimiento de un régimen climático más húmedo que posibilitaría, gracias a la construcción de sistemas de terrazas, una agricultura de temporal productiva y autosuficiente.24 Todo parece indicar que existió una cierta liberalidad en la concepción del espacio arquitectónico, y de hecho, en algunos sitios arqueológicos se edificaron estructuras poco usuales en el centro norte, como el juego de pelota, algo muy común en el resto de Mesoamérica; es el caso de La Trinidad y Los Cerritos —ubicados en el municipio de Tequisquiapan— y El Pedregoso, en el municipio de Pedro Escobedo. Las dimensiones oscilan entre los cincuenta y ochenta metros de longitud, y presentan planta en forma de doble “T” con cabezal abierto o cerrado, según el caso.25 La presencia de juegos de pelota en el valle de San Juan del Río nos hace considerar la llegada de gente portadora de una tradición diferente a la local, cuyas pretensiones podrían haber sido el control de diversas fuentes de abastecimiento de materias primas; es posible que La Trinidad controlara la explotación y abastecimiento de ópalo del macizo, conocido como Divino Redentor, y obsidiana del yacimiento de Fuentezuelas,

De acuerdo con Nalda (1996, op. cit., p. 269.), el cambio climático “podría haber hecho que los arroyos en las partes más altas del sistema del río San Juan —hoy día de carácter temporal— hubiesen permitido un abastecimiento ininterrumpido de agua […]”.

24

Brambila, Rosa, Ana María Crespo y Juan Carlos Saint-Charles, “Juegos de pelota en el Bajío”, en Cuadernos de arquitectura mesoamericana, núm. 25, Facultad de Arquitectura-unam, México, 1993, pp. 89-95; Viramontes, Carlos, Juan Carlos Saint Charles, Fernando González y Laura Almendros, “El Pedregoso, Informe de inspección”, Archivo Técnico del Centro inah Querétaro, México, 2006. 25

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Tiempo y Región

mientras que Los Cerritos, el complejo de yacimientos de obsidiana La Esperanza-Urecho.26 No obstante lo anterior, una de las constantes arquitectónicas más comunes de la región es lo que se conoce como “patio hundido”; se trata de un espacio cerrado por sus cuatro costados y edificado sobre una plataforma con uno o más basamentos piramidales en donde se desplantaban los muros de los templos. Estas estructuras fueron construidas de forma planeada, orientadas a los puntos cardinales, o bien, con rasgos significativos del paisaje, como la cima de algunos cerros conspicuos y relevantes en términos de la cosmovisión mesoamericana. Los conjuntos arquitectónicos podían ser sumamente complejos, como en el caso de La Trinidad, que se integra por un conjunto de edificios, patios —con o sin altares—, plazas, cancha de juego de pelota y una estructura principal que sobresalía del resto, además de la ya mencionada arquitectura de carácter militar; en la ladera del cerro se construyeron terrazas, y seguramente los edificios dedicados a habitación de la elite gobernante se encontraban en las inmediaciones. En cambio, existe una gran cantidad de sitios arqueológicos de segundo orden, cuya característica principal fue la edificación de estructuras erigidas a piedra seca, sin cementante y re-

Saint-Charles, Juan Carlos, “La Trinidad: un emplazamiento defensivo del Epiclásico en Tequisquiapan”, en Tiempo y región. Estudios históricos y so­ ciales, vol. I, Ricardo Jarillo (coord-), Instituto Nacional de Antropología e Historia / Universidad Autónoma de Querétaro / Archivo Histórico Municipal de Querétaro, México, 2007, pp. 19-40; Viramontes, Carlos, “Las representaciones de agua en el arte rupestre de los pueblos agricultores de Querétaro durante la época prehispánica”, en Las maravillas del agua, Sonia Butze y Carlos Viramontes (coords.), Comisión Estatal de Aguas, Gobierno del Estado de Querétaro / inah, México, 2006.

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Dinámicas culturales en el valle de San Juan del Río

Figura 4. La Trinidad, importante asentamiento del Periodo Epiclásico.

vestidas por muros de piedra careada o lajas; esta situación es usual en los valles del centro y sur de Querétaro. Otra característica significativa que surge durante este periodo, pero que se manifiesta sólo en algunos de los sitios arqueológicos más relevantes, fue la elaboración de complejos diseños grabados en roca: espirales no radiadas —simples, compuestas y angulares— asociadas a líneas onduladas y volutas; algunas veces las espirales se encuentran aisladas, mientras que en ocasiones integran complejos diseños.27 Una de las características principales de estos petrograbados es que fueron elaborados aprovechando afloramientos rocosos, alrededor de los cuales se edificaron las principales estructuras

27

Viramontes, 2006, op. cit.

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Tiempo y Región

arquitectónicas, y suelen encontrarse estrechamente vinculados con sitios que presentan arquitectura monumental; asimismo, suelen ubicarse en contextos hídricos: cercanos a manantiales, ríos, arroyos, caídas de agua o lagunas de formación estacional. Entre los pueblos mesoamericanos, muchos de los cuales basaban su economía en la agricultura de temporal, existió una verdadera obsesión por las lluvias y el agua, pues de ellas dependía el sustento, y ello marcó de distintas maneras sus sistemas religiosos, y en consecuencia los ritos propiciatorios dedicados a los dioses de la lluvia y del agua. Esos ritos solían realizarse en lugares significativos de una geografía sagrada desde donde era factible comunicarse con las deidades. Es probable que los petrograbados en espiral se constituyeran en uno de los elementos que formaron parte de esos ritos en el centro norte.28 El Epiclásico en el centro norte, al igual que en otras partes de Mesoamérica, fue una época de intensos movimientos poblacionales, que marca un aumento significativo de asentamientos; se caracterizó por la disposición de los sitios arqueológicos más importantes en lugares de acceso controlado. Ello ha llevado a considerar que durante este periodo existieron diferentes Unidades Político Territoriales que se enfrentaban por los recursos, así como por el control de las redes comerciales. Sin embargo, una de las tareas más importantes de los investigadores es establecer la extensión de los distintos centros de poder, así como el carácter de las relaciones entre las diferentes entidades políticas; es decir, si estaban realmente en un conflicViramontes Anzures, Carlos, Gráfica rupestre y paisaje ritual. La cosmovi­ sión de los recolectores cazadores del semidesierto queretano, Colección Obra Diversa, inah, México, 2005a; Viramontes Anzures, Carlos, El lenguaje de los símbolos. El arte rupestre de las sociedades prehispánicas de Querétaro, Serie Historiografía Queretana, Archivo Histórico de Querétaro, México, 2005b.

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Dinámicas culturales en el valle de San Juan del Río

Figura 5a y 5b. Fotografía y dibujo del petrograbado conocido como La Minita (El Carmen II), característico del Periodo Epiclásico.

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to constante, o bien, se mantenía un equilibrio y cierta tolerancia que eventualmente podría romperse. Hacia el siglo x, la independencia característica de los centros de población del Epiclásico tocó a su fin: un nuevo centro hegemónico surgió en el centro de México, y extendió su influencia por buena parte de Mesoamérica: Tula, la capital de los toltecas. Al igual que lo hiciera Teotihuacan varios siglos antes, Tula extendería sus redes comerciales y de control político en el centro norte. Un ejemplo de lo anterior es El Cerrito, localizado en el valle de Querétaro, y que será, durante mucho tiempo, el asentamiento político y religioso más relevante de Querétaro. Los Periodos Postclásico Temprano (900-1200 d. C.) y Tardío (1200-1521) en el valle de San Juan del Río A pesar de encontrarse en lo que parece ser una vía natural de comunicación entre Tula y El Cerrito, y no obstante la relativa cercanía del valle de San Juan del Río con ambos sitios, durante el auge de éstos, el mencionado valle parece haber estado deshabitado, o al menos no tuvo asentamientos relevantes salvo, posiblemente, Los Cerritos,29 en donde Enrique Nalda registró algunos tiestos de los tipos Fine Orange y Plumbate,30 cerámica diagnóstica de Tula para este periodo; además, el material Los Cerritos es un sitio arqueológico localizado en el municipio de Tequisquiapan, Querétaro, ubicado en una loma en el borde norteño del valle de San Juan del Río. El sitio cuenta con dos conjuntos arquitectónicos, cada uno de los cuales está conformado por dos patios contiguos separados por un montículo. El sitio cuenta, además, con una cancha de juego pelota localizada al occidente de estos conjuntos y en la parte baja de la loma.

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Nalda, 1975, op. cit.

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Dinámicas culturales en el valle de San Juan del Río

fue recolectado en superficie, lo cual no permite un diagnóstico preciso de la temporalidad del sitio, mismo que posiblemente existía desde el Periodo Epiclásico, ni evidencia una ocupación importante durante la época tolteca. De cualquier manera, tuvo que existir una vía de comunicación entre Tula y El Cerrito, y es posible que ésta hubiera sido establecida precisamente bordeando al valle de San Juan del Río por el norte, teniendo en Los Cerritos —de resultar con ocupación tolteca— al menos un punto intermedio en la ruta. No obstante, el valle de San Juan del Río no se encontraba del todo abandonado, pues recorrían el territorio diversos grupos seminómadas que vivían básicamente de la recolección de frutos silvestres y de la cacería. Aproximadamente hacia el 1100 d. C. se inició otro importante movimiento poblacional, entre ellos los mexicas, que luego de un largo peregrinaje se establecieron en la Cuenca de México, donde fundaron la Gran Tenochtitlan; a partir de mediados del siglo xiv, los mexica iniciaron su consolidación como sociedad hegemónica, primero en la Cuenca, y posteriormente ampliaron sus dominios por gran parte de Mesoamérica, alcanzando por el sur regiones de Nicaragua y por el noreste hasta la Huasteca Potosina. Mientras tanto, establecidos en las cuencas lacustres de Michoacán, desde Tzintzuntzan los tarascos dominaban gran parte del occidente de México, y se encontraban en conflictos permanentes con los mexicas, con los que se mantenía una frontera dura, de choque, que más o menos coincide con los actuales límites de los estados de México y Michoacán. No obstante el poderío de ambos estados, la región que aquí nos ocupa no parece haber tenido gran interés para ellos, lo cual se explicaría en tanto que ambas sociedades buscaban dominios sobre territorios ocupados por grupos potencialmente tributa45

Tiempo y Región

rios, mismos que no iban a encontrar en esta región. En pleno auge político y militar, los mexica alcanzaron regiones cercanas al valle de San Juan del Río, sometiendo a su dominio a la Provincia de Xilotepec. Esta provincia tenía guarniciones en “Santiago Tecuzautla, San Mateo Gueychiapa, San Josepe Atlan, Santa María Tleculutlicatzia, San Jerónimo Acagulcingo, San Lorenzo Tlechatitla, San Andrés Tilmiepa…en las que había gente de guerra contra los indios chichimecos”.31 Para este periodo, Nalda reporta catorce sitios con materiales diagnósticos identificados por cerámica azteca encontrada en superficie;32 sin embargo no se relacionan con asentamientos de carácter permanente, sino más bien con campamentos estacionales, más propios de grupos recolectores cazadores para este periodo. No obstante, aunque hasta el momento no es posible confirmar la existencia de asentamientos permanentes en el valle de San Juan del Río durante este periodo, y mucho menos de ocupaciones por parte de grupos tarascos o mexicas, cabe la posibilidad de que se hubiera dado importante reocupación de algunos sitios del Periodo Epiclásico, sobre todo los que se encuentran en la inmediatez del Río San Juan, en emplazamientos de difícil acceso. Estas reocupaciones son evidentes por la abundante presencia en superficie de la cerámica conocida como Rojo Inciso Postcocción Xajay; sin embargo, hasta el momento no se ha establecido una correspondencia definitiva entre esta cerámica y las estructuras arquitectónicas de los sitios en que se encuen-

Relación de Querétaro en Relaciones geográficas del siglo xvi: Michoacán, René Acuña (ed.), Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1987, pp. 217-218.

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Nalda, 1975, op. cit.

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Dinámicas culturales en el valle de San Juan del Río

Figura 6a y b. Vasijas tipo Rojo Inciso Postcocción Xajay procedentes del Barrio de la Cruz.

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tra. La distribución de esta cerámica se encuentra principalmente sobre las barrancas de la cuenca alta del Río San Juan, así como en las laderas altas y medias de los cerros cercanos al mismo río en su cuenca media, es decir, a su paso por la planicie del valle y más allá, en el estado de Hidalgo y bordeando por el norte a los valles del Mezquital y de Tula. Su distribución forma una especie de arco que encierra a la provincia de Xilotepec por el norte y por el occidente. En el Cerro de La Cruz fueron recuperadas varias vasijas 48

Dinámicas culturales en el valle de San Juan del Río

Figura 7a (página anterior) y 7b. Vasijas Azteca procedentes del Barrio de la Cruz.

Rojo Inciso Postcocción Xajay, y un conjunto de diez vasijas aztecas en calidad de ofrendas entre los escombros al pie del basamento piramidal; es decir, fueron depositadas cuando este edificio se encontraba ya en ruinas. Las vasijas aztecas parecen corresponder a la época de contacto con la cultura europea, lo cual no sería nada extraño, ya que San Juan del Río se había 49

Tiempo y Región

vuelto a poblar desde poco después de la “caída” de Tenochtitlan por un grupo de otomíes encabezado por Juan Mexitzin.33 Sin embargo, en un documento de mediados del siglo xvi queda claro que desde aquella época, San Juan del Río se encontraba ocupado por gente de diferentes lenguas, de lo que dejan testimonio varios testigos participantes en una querella entre caciques de Xilotepec y Hernán Pérez de Bocanegra.34

33

Relación de Querétaro, op. cit., pp. 222.

Primeras noticias sobre la conquista, posesión, límites y encomenderos del pueblo de Querétaro, Adriana Ballesteros Martínez (coord.), Municipio de Querétaro, México, s/a.

34

50

Capítulo 2

Antecedentes de la investigación

E

l sitio arqueológico de El Rosario se conoce desde 1958, y la primera noticia de su existencia se le debe al arqueólogo Roberto Gallegos, quien, atendiendo a la información proporcionada sobre la presencia de vestigios antiguos en esta región, llega a las inmediaciones de San Juan del Río. Una vez identificados los materiales arqueológicos, se dio a la tarea de realizar excavaciones en la ex hacienda de La Estancia. Sin embargo, su labor no se limitó al sitio por él identificado sino que: Aprovechando estos trabajos, se hicieron reconocimientos, localizando así una zona arqueológica en el vecino pueblo del Rosario, a 2 km. al Este [sic] de La Estancia de la que se apreciaba una plaza limitada por una serie de montículos sumamente destruidos, ya que el material faltante había sido utilizado por la S.R.H., en la construcción de una presa cercana a la zona arqueológica. 10

Gallegos, Roberto, Informe preliminar sobre los trabajos en la zona arqueo­ lógica de La Estancia, San Juan del Río, Qro., Departamento de Monumentos Prehispánicos, inah, México, 1958.

10

[51]

Tiempo y Región

Cabe agregar que en las mencionadas excavaciones, Gallegos localizó nueve entierros primarios con sus respectivas ofrendas consistentes en piezas cerámicas. Respecto a estas ofrendas, comenta: […] se relacionan con el Horizonte cultural llamado Clásico o Teotihuacano en su fase IV (750-900 D.C.) y, al Período Transicional entre éste Horizonte y el llamado Pots-Clásico [sic], que podría fecharse entre 800 y 1000 D.C. Todo esto se deduce por la presencia de formas características de Teotihuacan, como lo son los cajetes de base anular y color anaranjado, que en La Estancia, presentan en su interior la decoración en líneas onduladas paralelas de color rojo, característica del Horizonte Pots-Clásico [sic] o Tolteca (900-1200 D.C.). 11

Posteriormente, en 1975, se vuelve a tener noticia sobre el sitio, esta vez gracias a Enrique Nalda, quien en su reconocimiento arqueológico del Valle de San Juan del Río lo identifica con la clave UR 35 o Unidad de Recolección 35. El Rosario es uno de los ciento diez y ocho sitios registrados por él en un área de mil kilómetros cuadrados, misma que denominó Unidad de Análisis San Juan del Río. Entre los resultados de esta investigación se encuentra un mapeo de distribución de los sitios, mostrando también su distribución de acuerdo con su temporalidad. 12 En dicho mapeo, la UR35 (El Rosario) destaca por las dimen-

11

Gallegos, 1958.

Nalda propone en este trabajo cinco etapas de ocupación: 500 a. C.-0; 0-400 d.C.; 400-800 d. C.; 800-1100/1200 d. C. y 1350-1500 d. C. Nalda, Enrique, UA San Juan del río, trabajos arqueológicos preliminares, tesis profesional, enah, México, 1975.

12

52

Antecedentes de la Investigación

siones con las que fue representado en el mapa correspondiente a la distribución de sitios entre 0 y 400 d. C. Refiriéndose a esta etapa, Nalda comenta: El centro de gravedad de la ocupación parece caer en UR 35, alrededor del cual se presentan asentamientos de importancia decreciente a medida que se alejan de esta unidad que, quizás, podría ya calificarse de asentamiento focal.

En 1987, el sitio fue registrado con la clave F14C76-22-014 durante los trabajos realizados en el estado de Querétaro por los investigadores participantes en el Proyecto “Atlas Arqueológico Nacional”, quienes lo identifican como un sitio con estructuras, aunque no detallan sus características particulares. 13 Posteriormente, en 1993, se recibió la denuncia en el Centro inah Querétaro sobre el hallazgo de un mural policromado en El Rosario, por lo que Juan Carlos Saint-Charles realizó una inspección y encontró que en la ladera occidental del montículo mayor se había formado una oquedad; al desplomarse la parte superior de la misma quedó expuesto parte del mural policromado de estilo teotihuacano. Realizó una calca del fragmento expuesto, un registro fotográfico y tomó nota de las dimensiones y cualidades del fragmento de mural; finalmente, procedió a sellarlo con tierra y piedra para asegurar su protección y conservación. En los años siguientes se realizaron visitas periódicas para monitorear el estado del sitio y verificar que el mural no hubiera

López Camacho, Javier, y Pilar Ruiz, “Querétaro”, en Atlas Arqueológico Nacional, Memoria 1985-1988, Archivo de la Dirección de Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicas, inah, México, 1988, pp. 731-765.

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Tiempo y Región

Figura 1. Fragmento de mural que quedó expuesto por la formación del soca­ vón y registrado durante 1993.

quedado expuesto nuevamente. Así fue como en 1995, en una de esas visitas, se encontró que se había formado otra vez la oquedad, dejando expuesto el fragmento de mural ya conocido, además de otra sección sobre una pared con la que hacía esquina. De este modo se pudo observar que el mural había sido elaborado sobre las paredes sur y este de un recinto que, en otro momento, fue rellenado para construir sobre él otros cuartos. La superficie expuesta del mural era de aproximadamente un metro veinte centímetros por un metro cincuenta centímetros. En esta intervención se apuntaló con cimbra el techo de la oquedad para dar seguridad tanto a los trabajadores como al propio mural. Se 54

Antecedentes de la Investigación

realizó la consolidación de la pintura expuesta, y luego de los registros necesarios, se procedió a rellenar la oquedad para cubrir de nueva cuenta los vestigios pictóricos. No fue posible conocer las dimensiones totales del mural dado que no existían las condiciones necesarias para realizar una excavación más detallada. No obstante, se realizaron pozos de sondeo aprovechando los cortes expuestos en los saqueos que había en las inmediaciones del montículo mayor, además de un pozo estrati- Figura 2. Detalle de los muros identifi­ cados durante 1996. gráfico en la plaza localizada al este del mismo. 14 Después de esta intervención, se continuaron las visitas periódicas para monitorear el estado de conservación del sitio en general, así como del mural en particular. De tal manera, a principios del año 2004, se encontró que en la parte superior del montículo mayor se había formado un socavón de cinco metros de diámetro, aproximadamente tres metros al este del lugar en el que se encuentra el mural policromado. Vecinos de El Rosario comentaron que el socavón se formó luego de la fuerte

14 Saint-Charles Zetina, Juan Carlos, Informe técnico parcial de intervención de rescate arqueológico en El Rosario, Centro inah Querétaro, México, 1996.

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Tiempo y Región

temporada de lluvias ocurridas durante el año 2003. El socavón dejó al descubierto por lo menos cuatro etapas constructivas del edificio, evidenciadas por pisos de estuco y muros con aplanados de barro. Se recuperaron muestras de carbón de los rellenos de cada una de esas etapas constructivas, mismos que se fecharon por medio del C14; con ello se pudo establecer que las dos últimas etapas constructivas se ubican entre 540/660 d. C. y 890/1020 d. C. 15 Ante los hundimientos provocados por el socavón, se recurrió a la Dra. Dora Carreón, del Centro de Estudios de la Tierra de la unam con sede en la ciudad de Querétaro, quien intentaría establecer las causas de los mismos. Así, el 18 de febrero del 2004 se acudió al sitio en compañía de la Dra. Carreón, de dos auxiliares, así como con de los arqueólogos Laura Almendros y Fernando González (actualmente adscritos al Centro inah Colima) para realizar un recorrido por el lugar. Durante el recorrido se documentó la existencia de bancos de arena al norte y sureste del edificio principal, por tanto, los geólogos de la unam determinaron que se trataba de arenas de un paleo-cauce. Estos depósitos de arena se encuentran bajo una capa relativamente delgada de toba volcánica (de entre un metro cincuenta y dos metros de espesor). También se realizó una prospección con radares de penetración sobre el edificio principal y sobre la plaza localizada al oriente del mismo, y se detectaron grandes oquedades en el subsuelo. Lamentablemente no se cuenta con el dictamen geológico correspondiente, dado que no fue posible obtener el análisis de sedimentos por parte de la Comisión Nacional del Agua.

Los análisis se realizaron en los laboratorios del inah, y estuvieron a cargo de la IQ María Magdalena de los Ríos Paredes. 15

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Antecedentes de la Investigación

Figura 3. Reconstrucción a partir de la calca de una sección del mural policro­ mado, tomado de Enríquez, 2005.

Por su parte, la arqueóloga Roxana Enríquez Farías, en su tesis El Rosario, un sitio en el valle de San Juan del Río, Queré­ taro, relacionado con Teotihuacan: elementos para su estudio e interpretación, presentó el análisis de los materiales obtenidos en las excavaciones de 1995, en donde vinculó la mayor parte de los grupos cerámicos con cerámica de Teotihuacan, en particular de la cueva del Pirul. 16 El día 24 de enero del 2007 se realizó una inspección más de rutina al sitio, durante la que se observó un gran derrumbe desde la parte superior hacia el interior del socavón antes des-

Enríquez Farías, Roxana, El Rosario, un sitio en el valle de San Juan del Río, Querétaro, relacionado con Teotihuacan: elementos para su estudio e in­ terpretación, tesis profesional, enah, México, 2005. 16

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Tiempo y Región

crito, quedando cubiertos en su mayor parte los muros y pisos que describimos líneas arriba. También se registró la extracción de un fragmento del mural, de forma irregular y de unos cuarenta centímetros de ancho por otros tantos de alto; de tal forma, se procedió a cubrir nuevamente con tierra y piedra la parte expuesta. A partir de esta visita se decidió formar un equipo de trabajo y crear el Proyecto Arqueológico El Rosario (par). 17 El par fue aprobado por el Consejo de Arqueología en el mes de julio del 2007 con la recomendación de iniciar con el levantamiento topográfico y los estudios de mecánica de suelos. En este sentido, la primera fase del par (2008) estuvo enfocada en concluir el levantamiento topográfico detallado del sitio y en realizar estudios geológicos más profundos para tratar de comprender el porqué de la formación de los socavones. Así, se conformó un equipo de trabajo con especialistas en geología, vulcanología y suelos y sedimentos del Centro de Estudios de la Tierra de la Universidad Autónoma de Querétaro, Campus Juriquilla, a cargo de la Dra. Dora Carreón Freyre.18 La enorme cantidad de información recuperada durante los nueve meses de intenso trabajo arqueológico en campo, y de los nueve meses de trabajo de gabinete se constituyen hoy en la información vertida en este volumen.

Saint-Charles Zetina, Juan Carlos, Carlos Viramontes Anzures y Fiorella Fenoglio Limón, Proyecto Arqueológico El Rosario, Archivo Técnico del Consejo de Arqueología, inah, México, 2007.

17

Carreón Freyre, Dora, Rodolfo Díaz Castellón, Joel Torices Armenta y Kurt Heinrich Wogau Chong, “Primer reporte del trabajo geológico El Rosario”, en Saint-Charles Zetina, Juan Carlos, Carlos Viramontes Anzures y Fiorella Fenoglio Limón, Proyecto Arqueológico El Rosario. Primer Informe, Temporada 2007-2008, Archivo Técnico del Consejo de Arqueología, inah, México, 2008.

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Antecedentes de la Investigación

Figura 4. Fragmento expuesto identificado durante la inspección del 2007.

El medio físico El Rosario se localiza sobre una loma alargada ubicada en el borde norteño de las Estribaciones Septentrionales del Sistema Neovolcánico Transversal; al pie de la loma, hacia el norte, se extiende la planicie del valle de San Juan del Río. Fisiográficamente se encuentra en la Subprovincia Llanuras y Sierras de Querétaro e Hidalgo, misma que forma parte de la Provincia Eje Neovolcánico. En esta subprovincia, los suelos son principalmente de tipo Feozem lúvico, el clima es semiseco templado (BS 1 Kw (w)) con verano cálido y lluvias durante el mismo. Predomina el matorral crasicaule, con mayor presencia de nopaleras, cardones, garambullos, huizaches y granjenos; sin 59

Tiempo y Región

embargo, en la actualidad, el paisaje de matorral ha cambiado de manera drástica, sobre todo en la planicie aluvial y en las lomas bajas, ya que en ellas se practica la agricultura de riego y temporal, respectivamente.10 Con relación a los aspectos geográficos del valle de San Juan del Río, existe el trabajo de tesis de Alicia Soto Mora,11 en el cual se dan a conocer las principales características del valle, desde su extensión y límites hasta sus aspectos geológicos, hidrológicos, climatológicos, suelos, vegetación, población, agricultura, ganadería y vías de comunicación. De acuerdo con este estudio, el valle de San Juan del Río tiene sus límites en la cota de los 1,950 metros sobre el nivel del mar, y cubre una superficie de aproximadamente 673 km². Se localiza entre los paralelos 20º 23’ y 20º 38’ de latitud norte y entre los meridianos 99º 56’ y 100º 17’ de longitud oeste. Según esta autora, el referido valle limita al norte y noreste con el desprendimiento del Pinal del Zamorano, al sur y sureste con el cerro del Mastranzo, cerro Gordo, lomas de Palmillas, cerros de La Venta, Santa Rita y Santa Lucía, y al oeste limita con la sierra de Galindo. El río San Juan es el principal en el valle de San Juan del Río, y corresponde a la cuenca hidrológica del Pánuco. Con orígenes en el noroeste del Estado de México, el río San Juan cruza el valle con dirección sur-noreste hasta confluir con el río Tula en la región de Tecozautla, Hidalgo, para de ahí continuar con el

inegi, Síntesis Geográfica de Querétaro, Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática, México, 1986.

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Soto Mora, Alicia, Estudio geográfico del Valle de San Juan del Río, Qro., tesis de la Facultad de Filosofía y Letras, Colegio de Geografía-unam, México, 1967.

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Antecedentes de la Investigación

nombre de río Moctezuma hasta su encuentro con el río Tamuín, ya en el estado de San Luís Potosí, y después, hasta su desembocadura en el sur de Tamaulipas con el nombre de Pánuco. Piña Luján 12 presenta un amplio estudio sobre los recursos bióticos de esta cuenca, centrándose en la porción queretana, es decir, en la de los ríos San Juan-Moctezuma. Probablemente los fundadores del asentamiento prehispánico de El Rosario eligieron este lugar, entre otros factores —seguramente dentro de un plan estratégico—, por el potencial que presentaba la región para el aprovechamiento de ciertos recursos que garantizaran la supervivencia y los materiales necesarios para la construcción y producción de implementos utilitarios y suntuarios. De acuerdo con lo anterior, el abastecimiento de agua parePiña Luján, Ignacio, Recursos bióticos de la Cuenca San Juan-Moctezuma en el estado de Querétaro, H, Ayuntamiento de San Juan del Río, Querétaro, México, 1990. Otro autor que da cuenta de la región que aquí nos ocupa es Luis Fuentes Aguilar. Considera que existe una región que denomina Región del Valle de Querétaro y Planicie de San Juan del Río. En este trabajo se describen de manera breve las generalidades geográficas de dicha región. Fuentes Aguilar, Luis, “Las regiones naturales del estado de Querétaro”, en Anuario de Geografía, Facultad de Filosofía y Letras-unam, México, 1974. Otro estudio importante sobre la geografía e historia de San Juan del Río es el trabajo de Rafael Ayala Echávarri, en el que se trata aspectos geográficos e históricos básicamente del municipio de San Juan del Río. En cuanto a la geografía, detalla la topografía, geología, orografía, hidrografía, la flora, la fauna, el clima, la mineralogía, las vías de comunicación y cuestiones relacionadas con la división política, población y gobierno. En este estudio podemos encontrar una buena cantidad de nombres de árboles, arbustos y plantas, tanto silvestres como cultivadas. De la misma manera, Ayala Echávarri enumera una buena cantidad de animales existentes en el mencionado municipio, incluyendo los silvestres y los domesticados. Ayala Echávarri, Rafael, San Juan del Río. Geografía e Historia, Editorial Luz, México, 1971. 12

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Tiempo y Región

cía seguro, ya que en las inmediaciones de El Rosario confluyen varios arroyos que bajan de la Sierra de Galindo, como Los Zúñiga, El Arroyo Hondo y Cocheras, entre otros;13 contaban, además, con manantiales de aguas termales en las cercanías, específicamente en Galindo.14 Por otro lado, en cuanto a alimentación se refiere, cabe la posibilidad de que se hubiera practicado la pesca en la confluencia de los mencionados arroyos y la cacería, tanto en los ámbitos de montaña como en las planicies. La recolección de frutos también era posible, dado que en las lomas bajas y en la planicie del valle de San Juan del Río existía una gran variedad de cactáceas. Los suelos en estas planicies son aptos para el desarrollo de la agricultura, la cual seguramente también se practicaba en terrazas construidas para ello en las laderas bajas y medias de los cerros. En las edificaciones de El Rosario se emplearon piedras de diferentes calidades, barro, tepetate, cal, arena, madera y algunos pigmentos. Los cantos rodados, las tobas, las arcillas, el tepetate y la arena pueden encontrarse en el propio sitio. Cantos angulares y piedra china se encuentran en los cerros inmediatos al este y sur de El Rosario —Cerro de la Estancia y Cerro Jingó respectivamente—. Es posible la existencia de yacimientos de cal en las faldas del Cerro de La Estancia y en la ladera media del Cerro Jingó en su lado norte. En lo particular, el área de El Rosario puede considerarse una microcuenca en la que desembocan varios arroyos —Las Presillas, Los Zúñiga, Cocheras y Hondo, entre otros— que bajan desde la Sierra de Galindo, confluyendo al oeste de El Rosario. A partir de aquí los escurrimientos se adentran en pleno valle de San Juan del Río por el arroyo del Caracol con dirección norte y noreste hasta la presa de La Llave, y más adelante, ya en el municipio de Tequisquiapan, se une al Río San Juan.

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14

Piña, op.cit., p. 30.

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Antecedentes de la Investigación

La madera usada en las construcciones del Edificio Principal de El Rosario era de pino, el cual existió en la sierra de Galindo, donde actualmente sólo se conserva un bosque de encino en los cerros Las Palomas, de Enmedio y Cerro Prieto.15 En esta sierra también hay yacimientos de obsidiana, materia prima para la elaboración de artefactos como puntas de proyectil, raspadores, raederas, cuchillos, navajas, etcétera, aunque no necesariamente el instrumental lítico presente en El Rosario fue elaborado con obsidiana de estos yacimientos. De cualquier forma existen otros yacimientos relativamente cercanos en el norte del valle de San Juan del Río, como los de Urecho, Fuentezuelas y Navajas, sin descartar otros más lejanos como los de Zinapécuaro en Michoacán. Se puede decir, pues, que los antiguos habitantes de El Rosario pudieron encontrar en su entorno la mayoría de los recursos que permitieron su establecimiento, desarrollo y permanencia durante varios siglos.

15

Soto, op cit. p. 53.

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Capítulo 3

El Rosario: espejo del poder teotihuacano

El sitio arqueológico

B

ordeado por las aguas de la Presa Constitución de 1917, El Rosario se localiza sobre una suave loma al sur del valle de San Juan del Río, Querétaro, y se despliega sobre una superficie aproximada de 4,900 m2 (figura 1). Está conformado por

Figura 1. Localización del sitio arqueológico de El Rosario.

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Tiempo y Región

Figura 2. Levantamiento topográfico del sitio, en la imagen se pueden apreciar los distintos montículos, plazas y plataformas que conforman el centro ceremo­ nial del sitio.

el edificio principal (Montículo 1) que es parte de un conjunto arquitectónico compuesto por un patio hundido frente a lo que fue su fachada occidental, delimitado al norte por una plataforma alargada (Plataforma Norte), y al oeste por otra plataforma alargada (Plataforma Oeste). Al sur, el patio está delimitado por una terraza aparentemente natural. Hacia la esquina que forman las plataformas norte y oeste se localiza un montículo (Montículo 4), y otro montículo (Montículo 3) forma una esquina con la plataforma oeste en su extremo sureste. Un montículo más (Montículo 2) se encuentra al sur del edificio principal, muy próximo a él (figura 2). Al noreste del conjunto se localiza otro montículo muy destruido, y al oriente uno más, el cual, dependiendo del grado de captación de agua en la Presa Hidalgo, queda bajo la superficie o formando una pequeña isla. A la fecha, las excavaciones se han limitado al edificio principal y, aún en su calidad de parciales, han permitido definir 66

El Rosario: espejo del poder teotihuacano

cuatro etapas constructivas y conocer parte de los elementos arquitectónicos que las componen, principalmente los recintos ceremoniales y sus pórticos, los sistemas constructivos y los materiales de construcción de los mismos. De acuerdo con lo anterior, podemos decir que el edificio principal alcanzó cerca de 10 m de altura en su última etapa constructiva, faltando por definir las dimensiones de su base, misma que, de acuerdo con el levantamiento topográfico, debió tener alrededor de 40 x 40 m. Falta también conocer el número de cuerpos y características generales de las fachadas en las diferentes etapas constructivas. En términos generales, podemos decir que el edificio principal se fue acrecentado mediante edificaciones correspondientes a cuatro etapas constructivas, cada una de las cuales estaba conformada por un basamento o plataforma rematada con un recinto porticado, con la fachada principal hacia el oeste en todos los casos. En esta sucesión de construcciones, sólo la primera tiene su base en un sistema de cajones de relleno construidos ex profeso. Después, los recintos y pórticos de la primera y segunda etapa fueron convertidos en cajones de relleno para nivelar la nueva plataforma a la altura requerida. Para tal efecto, se derrumbaron los muros de las etapas anteriores, los cuales fueron empleados como parte del relleno que soportaría las nuevas construcciones de las diferentes etapas. En cambio, el recinto de la tercera contienen en su interior al de la cuarta etapa, y los espacios entre los muros de una y otra fueron rellenados para nivelar la superficie superior de la construcción final, dándole una apariencia de recinto porticado hundido (figura 3). Aunque los vestigios arquitectónicos se concentran en este conjunto, la dispersión de material cerámico y lítico indica que el sitio era mucho más grande. De acuerdo con los recorridos de superficie, las zonas habitacionales se localizaban sobre toda 67

Tiempo y Región

Figura 3. El recinto porticado de la cuarta etapa se construyó al interior del de la tercera, con la intención de generar un recinto hundido.

Figura 4. El sitio arqueológico debió ser mucho más grande. De acuerdo con lo observado en campo, las áreas habitacionales de la población se localizaban en las planicies que rodean la loma donde se desplanta el centro ceremonial.

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El Rosario: espejo del poder teotihuacano

la planicie que rodea al sitio. Todavía quedan algunos restos, aunque la mayor parte de estas áreas quedaron cubiertas por las aguas de las presas que rodean al conjunto central (figura 4). La estructura principal se encuentra sumamente destruida. El talud oeste, por ejemplo, presenta una gran depresión, que se adentra en el núcleo del edificio, originada por la extracción de piedra y tierra con maquinaria pesada. Quizá el mayor deterioro se deba a la presencia de cuatro socavones que cruzan por completo al edificio. En este sentido, en la cima se encuentra un gran socavón que cruza la estructura verticalmente, resultado de un hundimiento ocurrido tras las fuertes lluvias en el año 2003, el cual se llevó consigo la parte central de los cuatro pisos de los recintos ceremoniales interiores. De igual modo, durante las excavaciones del 2009 pudimos constatar la presencia de otra oquedad en la porción sur del edificio principal; esta oquedad provoca que la sección sur del edificio se encuentre sumamente debilitada, pues lo que resta es únicamente unos cuantos centímetros de suelo, lo que resulta sólo en un cascarón. Por otro lado, otro socavón más se localizó en la parte inferior de la estructura —justo debajo del piso que soporta los murales policromados—, el cual, además de poner en riesgo absoluto la estabilidad de la estructura en su conjunto, generó una especie de cueva que ha sido motivo de mitos y leyendas dentro de la comunidad de El Rosario. Más allá de ser la guarida de la gallina de los huevos de oro, la residencia donde habita el diablo o el guardián de grandes tesoros, la “cueva” se convirtió en el lugar de recreo para los niños, adolescentes y jóvenes del pueblo. Hoy nos cuentan que cuando se metían a inspeccionar la gran oquedad lograban ver lo que parecían paredes; cuando topaban con una tenían que dar vuelta porque se acababa el camino, y que de ahí seguían hasta una “gran noria”. Aunque todavía no logramos dilucidar a 69

Tiempo y Región

qué se refieren con “noria”, lo que resalta de sus relatos es que confirman la existencia de los muros internos de los cajones de relleno y, sobre todo, la existencia de una oquedad más —en el sector norte—, la cual pudiese ser una cueva natural o construida ex profeso —quizá como la gran cueva mítica— sobre la que se desplantó la estructura principal. La gravedad de la existencia de estas oquedades radica en que se pone en riesgo inminente la estabilidad y permanencia de la estructura principal y las evidencias culturales en ella contenidas. Hasta el momento, y a pesar de que han pasado un considerable número de geólogos, vulcanólogos e ingenieros por el sitio, no hemos logrado explicar cómo y por qué se forman dichos socavones. Sin embargo, su existencia abre nuevas líneas de investigación en demasía interesantes: la probable existencia de una cueva artificial o natural sobre la que se construyó el sitio, que podrían indicar una reproducción ideológica de las tradiciones de la gran urbe teotihuacana. Los espacios construidos El Rosario presenta patrones de asentamiento y arquitectónicos relativamente simples, al menos si los comparamos con los de la metrópoli teotihuacana, en tanto que ésta, con sus casi 20 km² de extensión, se puede considerar como un asentamiento de carácter urbano que contaba con obras arquitectónicas monumentales destinadas al culto —como las grandes pirámides del Sol, de la Luna o el conjunto Ciudadela-Templo de Quetzalcoatl, entre otros—. La ciudad contaba, además, con una importante cantidad de conjuntos arquitectónicos que incluían espacios residenciales y de culto en torno a pequeños patios, la mayoría de ellos distribuidos a lo largo de la denominada Calzada de los 70

El Rosario: espejo del poder teotihuacano

Figura 5. La gran urbe del Clásico: Teotihuacan.

Muertos. También había conjuntos habitacionales de menor jerarquía, y espacios abiertos dedicados al intercambio de bienes. Teotihuacan cuenta, además, con grandes obras hidráulicas, como la canalización del Río San Juan (figura 5). A diferencia de Teotihuacan, El Rosario está conformado por un pequeño conjunto arquitectónico de carácter ceremonial rodeado de amplias plazas y terrazas, más allá de las cuales se encontraban dispersos o semidispersos los lugares de habitación y los espacios destinados a la producción. Si bien, el Proyecto Arqueológico El Rosario (par) contempla a corto y mediano plazo realizar excavaciones en áreas habitacionales, la primera temporada de exploraciones (temporada 2009) sólo consideraba excavaciones en el centro ceremonial, 71

Tiempo y Región

específicamente en el Edificio Principal, esto ante la urgencia de poder evaluar su estado de conservación en lo general y de los murales policromados en lo particular. Es gracias a estas excavaciones que podemos definir cuatro etapas constructivas para este edificio y conocer parte de los elementos arquitectónicos que las componen, hecho que nos permite establecer analogías con algunos edificios teotihuacanos. Para simplificar la exposición, ésta se hará de acuerdo con la secuencia constructiva observada, comenzando por la primera etapa de construcción y señalando las características relevantes de los diferentes estratos. Primera etapa constructiva: el Pórtico de los Cuchillos En la parte inferior del edificio tenemos un núcleo conformado por piedras medianas y grandes. Se desconoce aún la profundidad de este estrato, ya que su exploración es riesgosa en tanto que en él se encuentran los grandes socavones de los que hemos hablado. Por información proporcionada por los vecinos de El Rosario que pudieron acceder a estos socavones y por observaciones realizadas por nosotros mismos desde 1988, sabemos que en este estrato hay muros, mismos que consideramos deben corresponder a cajones de relleno. Es casi seguro, entonces, que se trata de los rellenos para dar volumen y forma a la primera plataforma. Sobre esa base se tendió una cama de barro de 18 cm de grosor en promedio para nivelar la superficie del relleno y de la plataforma en lo general. Sobre dicha cama se tendió un firme de tepetate de 4 cm de grosor, y sobre éste, finalmente, se colocó un piso de estuco (Piso 4) de 6 cm de espesor, de superficie blanca, en el que tienen su desplante los muros del recinto por72

El Rosario: espejo del poder teotihuacano

ticado correspondiente a esta primera etapa constructiva, posiblemente cimentados en muros de cajones de relleno. Se trata de un recinto cuadrangular que, incluido el pórtico, debió tener una superficie interior de casi 60 m². La construcción está conformada por tres grandes muros principales o de apoyo (Muros Norte, Este y Sur) y dos muros secundarios cortos, separados estos últimos por un vano, que generan dos espacios: el recinto principal y el pórtico. De esta manera, los muros de apoyo norte y sur del recinto porticado tienen una longitud total de aproximadamente 8.08 m, mientras que el muro de apoyo oriental debió medir aproximadamente 7.48 m de largo. El recinto principal ocupaba una superficie de aproximadamente 33.66 m² —calculando que los muros que lo delimitan midieran 4.50 x 7.48 m en profundidad y en longitud, respectivamente— y se encontraba separado del pórtico por dos muros secundarios —de aproximadamente de 2.10 m de longitud cada uno— construidos con dirección norte-sur y separados en la parte media del espacio que los contiene por un vano de 3.23 m por el que se accedía desde el pórtico al recinto principal. En los extremos opuestos al vano, ambos muros se adosaban a los muros de apoyo norte y sur, mismos que sobresalían aproximadamente 2.88 m, constituyéndose a la vez en las paredes norte y sur del pórtico, en este caso en apariencia abierto en su lado occidental y ocupando una superficie aproximada de 21.54 m² (7.48 x 2.88 m). Es posible que el pórtico haya tenido postes de madera en el espacio que quedaba en apariencia abierto, ya que se encontró uno in situ —aún no excavado en su totalidad— alineado con la orilla sur del vano de acceso al recinto principal (figura 6, planta y reconstructivo hipotético de la plataforma y recinto-pórtico de los cuchillos). Los muros que constituyen esta edificación están construidos con bloques de tepetate gris y piedra basáltica careada, con 73

Tiempo y Región

Figura 6. Planta de El Pórtico de los Cuchillos y dibujo reconstructivo de la plataforma y el recinto porticado.

mortero de barro como aglutinante y revestidos con aplanados de barro. Aún se desconoce el espesor de dichos muros en tanto que solamente se ha excavado al interior de este recinto porticado, pero la altura mayor conservada de los mismos tiene entre 1.70 y 2.00 m. Las paredes del recinto principal sólo presentan un aplanado de barro (6 cm de espesor en promedio), aplicado de modo directo sobre la mampostería de los muros, y no se encontraron huellas de pintura; en cambio, en el caso de las paredes del pórtico, los muros están recubiertos por una delgada capa de barro —entre 3 y 5 cm de espesor— y en su parte inferior se sobrepuso, a manera de guardapolvo, una gruesa capa de barro que en su desplante —entre 9 y 10 cm de grosor— forma un 74

El Rosario: espejo del poder teotihuacano

Figura 7. Corte de los muros y aplanados-guardapolvo.

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chaflán con el piso de estuco (Piso 4) y va perdiendo espesor en la medida que se acerca a su acotamiento superior —entre 5 y 6 cm de grosor—, mismo que se encuentra biselado. Ambos aplanados son el soporte de los murales policromados, aunque el aplanado inicial solamente estuvo policromado en su parte superior, es decir, por encima del guardapolvo (figura 7). Dado que en la iconografía presente en los murales policromados sobresalen las representaciones de cuchillos curvos de obsidiana, hemos denominado “Pórtico de los Cuchillos” a este espacio. Segunda etapa constructiva: el Pórtico de los Grafiti Aprovechando el volumen de la primera plataforma y de los muros del recinto preexistentes, se realizó sobre éstos un segundo basamento, coronado también por un recinto porticado. Para ello, la parte superior de los muros del primer recinto fueron demolidas, y sus escombros fueron depositados en calidad de relleno sobre el piso del anterior recinto y su respectivo pórtico (Piso 4). Los vanos de ambos espacios fueron tapiados con piedras brasa aglutinadas con barro, convirtiéndolos en cajones de relleno, y los muros conservados sirvieron ahora como muros de carga. Sobre esa primera capa de relleno se depositó otra con piedras y tierra seca hasta alcanzar la altura de los muros mutilados (entre 1.70 y 2.00 m). Esta segunda capa de relleno incluye la parte inferior de dos pares de postes de madera de pino, cuya colocación implicó la destrucción de secciones de los murales policromados del Pórtico de los Cuchillos de la etapa constructiva antecedente, por lo que fragmentos de aplanado con pintura policromada se encontraron entre este relleno. Las obras de relleno culminaron con una nivelación realizada con barro —20 cm de grosor en prome76

El Rosario: espejo del poder teotihuacano

Figura 8. Corte estratigráfico del Pórtico de los Grafiti.

dio— sobre la cual se tendió un firme de tepetate de 4 cm de grosor y sobre éste un piso de estuco (Piso 3) de 6 cm de espesor (figura 8). Conservando la traza del recinto previo se edificó, sobre el mencionado piso, otro recinto porticado cuyos muros y vanos coinciden, con poco desfase, con los del recinto anterior, utilizados ahora como muros de carga. La estructura principal de este recinto está conformada nuevamente por tres grandes muros de apoyo: Muro Norte, Muro Este y Muro Sur. Dos muros secundarios —con vano de por medio— dividen al recinto principal del pórtico, cuyo acceso era por un estrecho vano en la fachada principal. El espacio construido ocupa una superficie interior de aproximadamente 62 m², considerando medidas promedio de 7.80 77

Tiempo y Región

x 8.04 en profundidad y longitud, respectivamente. El recinto principal tiene un área aproximada de 42.04 m² (5.23 x 8.04 m por lado en promedio). Se encuentra dividido del pórtico por dos muros de 77 cm de espesor que se unen a las paredes norte y sur del conjunto dando lugar a un vano (2.24 m) en el sector medio del mismo. Al exterior de estos muros se encuentra el pórtico, que tiene sus límites norteños y sureños en los muros norte y sur de la estructura base; el lado occidental del pórtico se cierra con un muro de 77 cm de espesor, que soportaba una fachada de posible talud-tablero con un vano de 2.30 m en la parte central. Cabe señalar que estos muros de fachada no están cimentados en muros de carga, como los demás, sino que tienen su base en los espacios de relleno. El pórtico ocupaba una superficie de aproximadamente 16.08 m² (2.00 x 8.04 m promediados) (figura 9). En lo general, los muros del este están construidos con bloques de tepetate gris y piedras careadas de basalto unidas con barro. Las paredes fueron revestidas con un aplanado de barro de entre 3 y 5 cm de espesor, sobre el cual se aplicaron al menos tres lechadas de cal. Una de estas paredes, la pared este del pórtico, contiene grafiti prehispánicos realizados mediante finas incisiones en la pulida superficie de cal, por lo que lo hemos bautizado con el nombre “Pórtico de los Grafiti”. Aunque los grafiti mejor conservados se localizan sobre esta pared, en las otras se logró identificar algunos trazos que podrían corresponder a más grafiti; sin embargo, están sumamente destruidos. La fachada principal tiene otro tratamiento, ya que se soporta en un muro con núcleo de adobes, con aplanados de barro y lechadas de cal en los acabados de sus paredes internas, mientras que en las paredes externas descansaban bloques cuadrangulares, trapezoidales y triangulares de toba volcánica y piedra caliza de entre 40 y 50 cm de largo, 30 y 40 cm de ancho y 10 y 17 cm 78

El Rosario: espejo del poder teotihuacano

Figura 9. Planta y dibujo reconstructivo de la plataforma y el recinto porticado.

Figura 10. Corte del talud-tablero.

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de grosor. Estos bloques estaban acomodados en posición inclinada, formando un talud de aproximadamente 30 cm de altura, rematado por delgadas lajas de basalto (ixtapaltete) acomodadas en posición horizontal. Estas últimas debieron ser el desplante de un muro vertical de revestimiento que formaba un tablero; sin embargo, hasta donde se ha avanzado en las excavaciones, este elemento arquitectónico no se ha encontrado (figura 10). El piso de estuco correspondiente a estos espacios (Piso 3) muestra superficies con dos tipos de tratamiento y dos tonalidades de color: pulimento fino y coloración negruzca al interior del recinto y pulimento simple con superficie blanca en el área del pórtico y al exterior del mismo. Otro material de construcción presente en esta etapa es la madera, en este caso postes y morillos. Uno de ellos fue localizado en posición vertical en el núcleo del muro este —sección norte— del Pórtico de los Grafiti, prácticamente en la jamba, tal vez como refuerzo de la misma. También, junto a esta misma jamba y a la del lado contrario, es decir, a la del muro este, sección sur, se encontraron dos pares de postes de madera de pino colocados de modo vertical junto a la pared oeste de los muros mencionados. Cada par de postes penetra en el Piso 3, y se entierran en el relleno que lo soporta aproximadamente 1.30 m, aunque más bien su colocación coincidió con los muros del recinto anterior, por lo que la obra implicó la demolición de parte de los mismos, cerca de las jambas, dañando de esta manera importantes secciones de los murales policromados. En la base de los postes se encontraron elementos de ofrenda de los que se hablará en el capítulo correspondiente. Estos postes sobresalían aproximadamente 20 cm del Piso 3, y quizá su función era apoyar a las jambas para el soporte de la cubierta del recinto o como adorno de las mismas. Es posible que esta construcción haya tenido remates a manera de almenas, ya que entre los rellenos depositados sobre el 80

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Piso 3, es decir, los realizados en la siguiente etapa constructiva, se encontraron fragmentos de piezas de piedra con formas de almenas. En estos casos se trata de piezas de cantera café y rojizas, cuyo contorno está labrado en forma de zigzag y presentando una ranura vertical en el centro de la pieza, misma que tiene espiga en su parte inferior; tal vez se trate del tipo de almenas que se corresponden con el glifo del “triángulo-trapecio”, comunes en toda Mesoamérica, y que son el símbolo del año. Las piezas se encontraron incompletas y fracturadas, por lo que no es posible conocer su tamaño original, pero el grosor de ellas promedia entre los 10 y 15 cm (figura 11).

Figura 11. Detalle de la almena localizada entre los escombros y el relleno. Su forma podría corresponder con el glifo mesoame­ ricano del año.

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Tercera etapa constructiva: el Recinto Quemado En un proceso semejante al de la etapa constructiva anterior, los muros del edificio previo fueron cortados en su parte superior hasta una altura de entre 1.50 y 2.00 m, y sus escombros depositados sobre el piso (Piso 3), constituyendo una primera capa de relleno. De nuevo los vanos fueron tapiados con piedras brasa pegadas con barro para generar cajones de relleno a partir de los muros existentes. El relleno complementario se realizó con piedras medianas y grandes y tierra suelta. La nivelación de la nueva superficie se efectuó con una gruesa capa de barro sobre la cual se extendió un firme de tepetate (entre 4 y 5 cm de grosor), y sobre éste un piso de estuco (Piso 2) de alrededor de 6 cm de espesor y superficie blanca pulida (figura 12). Los tres muros principales del recinto porticado correspondiente a esta nueva etapa desplantan al nivel del Piso 2, y aunque se mantiene la traza de los recintos anteriores, dichos muros no descansan sobre los de aquella etapa, ya que esta vez el recinto es más grande. Solamente los muros secundarios —que

Figura 12. Corte estratigráfico del Piso 2.

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dividen al recinto principal del pórtico— coinciden, con pocas diferencias, con los muros respectivos de la etapa anterior. En el sector norte de este recinto, el piso (Piso 2) tiene huellas de hundimiento, justamente coincidiendo con la traza de los muros de apoyo norte y este del recinto de la etapa previa. A este espacio lo hemos denominado el “Recinto Quemado”, pues en su interior tanto paredes como piso presentaban coloración negruzca producto de hollín. Ello se explica porque sobre el mencionado Piso 2 se localizó una gran capa constituida por grandes trozos de madera carbonizados, y que contenía, además, entre otras cosas, instrumentos líticos de todo tipo, lo cual se aborda en otro capítulo. De cualquier manera, esta capa de carbones fue cubierta con un firme de barro sobre el que se tendió otro piso (Piso 2 bis), mismo que fue encontrado en muy malas condiciones y no en toda la extensión que marca su firme. En la parte exterior del recinto, el Piso 2 se extiende a manera de banqueta rodeando la construcción. Los tres muros que conforman la estructura principal (muros norte, este y sur) tienen un espesor entre 1.00 y 1.10 m y conservan una altura máxima de 1.80 m. El Muro Norte tiene una longitud completa de 9.80 m, el Muro Sur se encontró incompleto, conservando una longitud de 6.30 m y el Muro Este tiene una longitud original de 12.75 m. Los muros secundarios apenas alcanzan los 70 cm de ancho y se construyeron para dividir al recinto principal del pórtico. La evidencia en el muro secundario de la sección norte indica una longitud total de 4.45 m. En la sección se de la edificación fue muy poco lo que se conservó, ya que los elementos arquitectónicos se derrumbaron por efectos de la erosión y del saqueo antiguo. Sin embargo, las evidencias recuperadas nos permitieron proyectar para reconstruir la planta general del edificio, con lo que tendríamos, entonces, un vano de 1.80 m que separa estos muros secundarios y per83

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Figura 13. Dibujo reconstructivo de El Recinto Quemado.

mite el tránsito entre el pórtico y el recinto principal. El espacio interior de la construcción total es de 94.16 m² (10.70 x 8.80 m), de los cuales el recinto principal ocupaba 69.55 m² (10.70 x 6.50 m) y el pórtico 17.12 m² (10.70 x 1.60 m) (figura 13). Los muros primarios tienen un núcleo de piedras brasa unidas con una mezcla de barro, y las paredes están conformadas básicamente por piedra basáltica careada con barro en las juntas. Dichas paredes están revestidas con un aplanado de barro de entre 3 y 5 cm de espesor, cuya mezcla contenía materia orgánica, es posible que pajillas de zacate. Este aplanado presenta solamente alisamiento en su superficie. Los muros secundarios, aunque más angostos, están construidos de la misma manera y tienen los mismos acabados. 84

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El Recinto Quemado también incluía por lo menos cuatro postes de madera como elementos constructivos, de los cuales sólo se conservaron las partes inferiores de dos, mismos que fueron localizados en su posición original, penetrando en el Piso 2. De los otros dos postes sólo se conservaron las fosas excavadas en el mismo Piso 2, en las que descansaba su base. Es seguro que estos últimos fueron extraídos posiblemente al término del uso de este recinto o durante las obras de la siguiente etapa constructiva. Los postes y las huellas de ellos guardan cierta simetría al interior del Recinto Quemado, formando un cuadrángulo de aproximadamente 5.50 x 5.50. Los postes se localizaron junto a las paredes interiores de los muros secundarios (que separan al recinto y al pórtico), mientras que las fosas de poste se localizaron en el fondo del recinto, junto a las paredes interiores del Muro Este. A diferencia de los postes registrados en la etapa anterior, los de ésta no se encuentran junto a las jambas de los muros secundarios, sino en la sección media de cada uno. Es posible que la función de estos postes haya sido de apoyo para soportar la cubierta del recinto. Cabe señalar que los dos postes conservados sobresalen apenas 35 cm sobre el Piso 2, y al menos en la parte sobresaliente se encontraban carbonizados, lo cual puede explicarse fácilmente, pues estas salientes se encuentran en el estrato de carbón antes mencionado. También es conveniente señalar que las paredes de las fosas de los otros dos postes se encuentran aparejadas con barro, presentando cierto grado de cocimiento. Por último, es necesario dejar constancia de la existencia de un tlecuil en esta etapa constructiva. Este elemento fue registrado en el Piso 2 al exterior de Muro Norte y junto al mismo, en su extremo occidental, es decir, ya al nivel de pórtico. Se trata de una pequeña construcción rectangular de 30 x 60 cm a nivel 85

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del piso, y adosada a la pared exterior del muro referido. Originalmente debió estar formada por tres piedras labradas rectangulares, pero sólo se conservaron in situ dos de ellas. Cuarta etapa constructiva: el Recinto Rojo La cima del edificio presenta una estratigrafía especial y relativamente compleja, en tanto que, por un lado, los muros correspondientes a las dos últimas etapas constructivas —tercera y cuarta— se encuentran casi al mismo nivel de desplante y de alturas conservadas; mientras que, por otro lado, los pisos que les corresponden —con sus respectivos firmes— no se conservaron en toda la superficie, aunque es clara su secuencia como en el caso del Piso 2 bis. Esto último tiene su explicación en que en la parte central de este recinto fue en donde se formó el gran socavón en el año 2003, del que ya se habló en líneas arriba. De cualquier manera, esta última etapa constructiva no se realizó sobre la previa, sino al nivel de ella tanto al interior como al exterior. Es decir, esta vez no se realizaron rellenos para elevar el nivel del nuevo recinto, éste fue construido al interior de los muros preexistentes, quedando finalmente “hundido” con respecto a la superficie final del edificio (figura 14). Para dar forma al nuevo recinto, que es el más pequeño de todos, se construyó una estructura conformada por tres muros (Muros Norte, Este y Sur) muy delgados (apenas 50 cm de grosor), sin embargo, al final, serían los más gruesos de todos, ya que dichos muros se unieron a los tres muros principales de la etapa anterior mediante un relleno de piedras con tierra suelta, de tal manera que se alcanzó un grosor aproximado de 2.10 m en el lado oriental y hasta 4.50 en los lados norte y sur. De los nuevos muros solamente se conservaron el Muro Norte y el 86

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Figura 14. El Recinto Rojo.

Muro Este, el primero de ellos incompleto en su extremo occidental (4.05 m de longitud conservada) y el segundo completo, con una longitud de 4.90 m.10 Ambos tienen una altura de 1.25 m en su parte más alta. De los muros secundarios únicamente se encontró parte de uno de ellos (50 cm de grosor y 70 cm de longitud conservada), el de la sección norte, adosado al Muro Norte de la estructura principal. El muro secundario de la sección sur, al igual que el Muro Sur de la estructura principal, se hundió en el socavón referido, pero no quedó registro alguno de él (figura 15). Es posible que los extremos occidentales de los muros Norte y Sur de la nueva estructura se encontraran adosados a los muros secundarios de la estructura anterior, con lo que se logró,

El muro sur fue registrado en el año 2004 en el corte oriental del socavón que se formó en el año 2003. Entre esa fecha y 2007 las paredes del socavón colapsaron y con ellas se perdieron los restos de este muro.

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Figura 15. Planta y dibujo reconstructivo de El Recinto Rojo.

Figura 16. Reconstructivo del recinto porticado.

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de ser el caso, un pórtico cerrado para el nuevo recinto 11. Visto de esa manera, es posible plantear que la superficie interior del recinto porticado haya sido de 21.45 m² (5.50 x 3.90 m), de los cuales 8.58 m² correspondían al recinto principal (2.20 x 3.90 m) y 10.92 m² al pórtico (3.90 x 2.80 m) (figura 16). Los muros que dan forma al nuevo recinto desplantan en el firme del Piso 2 bis, mientras que el relleno colocado entre ellos y los de la etapa anterior descansan directamente en la superficie del Piso 2 bis. Dichos muros están construidos con dos hileras de piedra careada aglutinadas con barro. Las paredes están revestidas con un aplanado de barro de entre 3 y 5 cm de espesor, donde se observan huellas de “pajillas”, posiblemente de zacate. Aunque los terminados de este aplanado son relativamente burdos —un simple alisamiento— hay evidencias en ellos de haber estado pintados de color rojo, específicamente en las paredes interiores y en el piso. El interior de este recinto tenía un piso de estuco de 2 cm de grosor (Piso 1) y superficie roja alisada. En algunos sectores dicho piso fue colocado de modo directo sobre el firme del Piso 2 bis, mientras que en otros sectores tiene su propio firme compuesto por una delgada capa de tepetate (apenas 2 cm de espesor), que se extiende sobre una cama de barro de 3 cm de grosor. En este último caso, el piso y su firme fueron colocados sobre el firme del Piso 2 bis o directamente sobre el piso 2. La coloración roja que presentan tanto los pisos como los aplanados de este recinto originó su denominación de Recinto Rojo. Aquí cabe recordar que el montículo que contiene todas estas estructuras se encuentra sumamente destruido en su talud occidental, sobre todo en su parte superior, por lo que los elementos arquitectónicos de la 3ª y 4ª etapas constructivas localizados en este lado prácticamente se perdieron entre saqueos con maquinaria pesada, derrumbes y deslaves.

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Por otro lado, en el exterior de los muros del recinto de la tercera etapa se efectuaron rellenos para la ampliación horizontal del edificio; se trata de rellenos para la construcción de la última fachada, en lo particular, del cuerpo superior del edificio final. Este relleno incluye, aparte de piedras medianas y tierra suelta, cubos de aproximadamente 2 x 2 m de base conformados por piedras aglutinadas con barro, que se localizan en diferentes tramos. Estos rellenos se encuentran depositados directamente sobre el Piso 2, y en su parte externa se encuentran los muros de respaldo de fachada, mismos que a pesar de tener esa función se encontraban con aplanados burdos de barro (figura 17). En el acotamiento superior del edificio se localizó una serie de hileras (11) de piedras labradas, encajadas en una gruesa capa de barro. Posiblemente su función haya sido la de dar firmeza a un piso del que no quedó huella aparente.

Figura 17. Estratigrafía.

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Fachadas En cuanto al exterior del edificio principal, hasta el momento sólo se ha explorado parcialmente, en lo específico, el sector noroeste, en donde se registraron tres muros escalonados en la fachada norte y cuatro, escalonados también, en la fachada oriental (figura 18). Por la calidad de parcial de estas excavaciones, aún no es posible definir la correspondencia de los muros registrados con las etapas constructivas arriba referidas; sin embargo, a reserva de poder ampliar las excavaciones incorporando nueva información que nos permita una interpretación mejor fundamenta-

Figura 18. Detalle de la esquina de la fachada norte y oeste.

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da, a continuación se presenta la descripción de los elementos arquitectónicos, sistemas y materiales de construcción registrados, y al final una breve interpretación preliminar de los principales eventos constructivos. Fachada norte En la fachada norte se localizaron tres muros, escalonados, casi verticales o Figura 19. Detalle de la fachada norte. con una ligera inclinación o talud hacia el interior. Para facilitar la exposición, los muros serán numerados de acuerdo con la posición que guardan en el escalonamiento descendente (figura 19). Muro 1 Es el muro que ocupa la posición más elevada en el escalonamiento. Tiene su desplante un poco abajo del nivel del Piso 2 y, para su construcción, se realizaron rellenos que descansaban directamente en dicho piso, y se apoyaban en las paredes exteriores del Muro Norte de la estructura principal del Recinto Quemado (3ª etapa constructiva). Dicho relleno estaba conformado por mampostas y tierra seca, e incluía cubos, uno de aproximadamente 7 m³ (2 x 2 x 1.80 m), conformados por cantos angula92

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res aglutinados con barro, y otro, incompleto, abarcaba un área de aproximadamente 2.25 m² (1.50 x 1.50). De estos cubos, el primero se localizó hacia el extremo occidental del Muro Norte de referencia. El otro fue registrado durante la liberación de las paredes exteriores del Muro Este de la estructura principal del Recinto Quemado, hacia su extremo norte, prácticamente en la esquina exterior que formaban con el Muro Norte, aunque en este caso dicho cubo no se apoyaba en las paredes del muro referido, sino que se encontraba a una distancia de 1.10 m de él. Este sistema de relleno aplicado sobre el Piso 2 alcanzó hasta 4.50 m de grosor y una extensión que sobrepasaba la longitud de los muros en que se apoyaba. En la parte externa de los rellenos se construyeron los muros de revestimiento, en este caso piedras careadas unidas con barro. Los acabados finales eran de una gruesa capa de barro de 6 cm en promedio de grosor, con superficie alisada. La altura máxima (1.40 m) conservada de este muro está en la esquina NW, la cual se encontró bien definida. Hacia el extremo este, el muro fue perdiendo altura y longitud por deslaves y derrumbes. Muro 2 Sobresaliendo aproximadamente 1.00 metro de la base del muro anterior, se localizó un muro de revestimiento, conservando una altura de 1.65 m en promedio. De este muro también se encontró muy bien definida la esquina NW, misma que estaba conformada por sillares de cantera muy bien labrados, a diferencia del resto del muro que fue construido con piedras careadas. El mortero utilizado era de barro, lo mismo que los acabados finales, realizados con una capa de 6 cm de grosor en promedio, de superficie alisada. Cabe señalar que este muro presenta una 93

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hilera de cuatro hiladas a la vista (la parte inferior de la hilera conserva el aplanado) de piedras careadas, en las proximidades de la esquina, lo que pareciera significar que hubo una ampliación horizontal de este cuerpo hacia el occidente. Muro 3 Este muro sobresale 70 cm de la base del anterior. Se trata de un muro de revestimiento conformado por bloques de piedra caliza, muy fragmentadas. No fue posible su excavación completa, de tal manera que en profundidad apenas se alcanzaron 65 cm. No se encontró bien definida la esquina que debió tener en su extremo occidental. Fachada oeste En esta fachada, como ya se mencionó, se registraron cuatro muros escalonados, los que se describen en orden de su escalonamiento descendente, al igual que los anteriores (figura 20). Muro 1 Este muro se corresponde con el Muro 1 de la fachada norte, y hace esquina con el extremo occidental de aquél. Tiene el mismo nivel de desplante, sistema constructivo, mismos materiales de construcción y acabados. Este muro alcanzaba en su extremo sur la saliente del Muro Norte del Recinto Quemado, que daba lugar al pórtico del mismo.

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Figura 20. Detalle de la fachada oeste.

Muro 2 Corresponde con el Muro 2 de la fachada norte, formando esquina con él. De este muro solamente fue liberada la mitad superior, por lo que desconocemos su desplante. Los materiales, sistemas constructivos y acabados son iguales que los descritos para el muro de la fachada norte. Parece corresponder a una ampliación horizontal de la plataforma en la fachada occidental. Muro 3 Este muro parece ser un muro de respaldo de fachada adosado al Muro 2 mediante un relleno de piedras y tierra suelta 95

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de aproximadamente 1.50 m de espesor. El muro que contiene dichos rellenos está compuesto por piedra brasa con aglutinante de barro, y conserva restos de un aplanado de barro burdo. No fue excavado en profundidad, dado que al exterior de él se localizó otro relleno y otro muro (Muro 4). No se encontraron las esquinas. Muro 4 Corresponde a un muro de revestimiento cuyo soporte es un relleno de piedra y tierra seca (1.50 m de espesor), apoyado en el Muro 3 de respaldo. Se trata de un muro conformado por piedras calizas muy frágiles, como las que se localizaron en el Muro 3 de la fachada norte. De este muro solamente se conservó un pequeño tramo de 2.20 m de longitud, con una altura máxima de 65 cm. Tampoco se encontraron esquinas. Es posible que esta fachada haya sido de tipo talud-tablero, ya que en el acotamiento superior de este Muro 3 se encontraron varios ixtapaltetes, aunque un poco desfasadas de su posición original (figura 21). Sin embargo, también cabe la posibilidad de que se trate de una hilada de lajas a media altura del talud, como ocurre en el Cerro de La Cruz. Interpretación preliminar de los eventos constructivos En cuanto a los recintos y los pórticos se refiere, es clara la secuencia constructiva con cuatro eventos principales bien definidos, de los cuales los dos primeros no han podido ser fechados mediante métodos de datación absolutos; sin embargo, consideramos que deben corresponder a las fases Tlamimilolpan y Xolalpan. Para la tercera etapa constructiva contamos con fe96

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Figura 21. Muro de revestimiento.

chamientos de C14 (1454+-28 BP) que calibrados al 95.4% de probabilidad nos ubican entre 540 y 660 d. C., y nos remiten a un evento de terminación de ciclo y/o de abandono del sitio por parte de grupos que compartían una misma tradición cultural. La cuarta etapa constructiva parece haber sido realizada por grupos de otra tradición cultural durante una reocupación del sitio. Esta etapa constructiva también fue posible fecharla mediante el mismo método de datación que nos remite a los años 890-1020 d. C. (1086+-29 BP calibrado al 95.4% de probabilidad) como fecha de abandono del sitio (figuras 22, 23, 24 y 25). Al exterior del edificio, es decir en las fachadas, es un poco más complicada la secuencia constructiva, ya que, por un lado 97

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Figura 22. Resultados de los fechamientos por carbono 14.

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Figura 23. Resultados de los fechamientos por carbono 14.

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Figura 24. Resultados de los fechamientos por carbono 14.

Figura 25. Resultados de los fechamientos por carbono 14.

aún no contamos con fechamientos absolutos, y por otro, las excavaciones aquí han sido parciales, lo que no ha permitido definir la secuencia de construcción de manera clara. De acuerdo con lo anterior, solamente podemos asegurar que los muros 1 de las 100

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fachadas norte y oeste se corresponden y fueron edificados durante la cuarta etapa constructiva, en tanto que los rellenos que los soportan se encuentran depositados sobre el Piso 2 (3ª etapa constructiva). La plataforma superior de esta etapa constructiva tendría alrededor de 22 m de longitud en su eje nortes sur. De igual manera, es seguro que los muros 2 de las fachadas norte y oeste se corresponden, y son de la tercera etapa constructiva, ya que en su acotamiento superior se extiende el Piso 2. No obstante, aquí se presenta un adosamiento de ampliación de la plataforma hacia el occidente, por lo que esta tercera etapa tendría dos momentos constructivos, al menos en esta fachada. La plataforma superior mediría aproximadamente 24 m de norte a sur. Los muros 3 y 4 de la fachada oeste están asociados en un mismo evento constructivo, siendo el primero —con su respectivo relleno— el soporte de los rellenos de preparación para el muro de revestimiento final (Muro 4). Dado que ambos muros tienen su respaldo en el Muro 2 (tercera etapa constructiva), deben, entonces, corresponder a la cuarta etapa constructiva. Por último, el Muro 3 de la fachada norte, hasta el momento no ha podido ser asociado a otros muros, al menos no en el plano horizontal, sin embargo, su acotamiento superior (1954.6 m.s.n.m.), coincide con el nivel del Piso 3 (1954.6 m.s.n.m.) en el Pórtico de Los Grafiti, es decir, en el piso de la segunda etapa constructiva, por lo que el mencionado Muro 3 pudiera corresponder a la fachada norte de la plataforma que soportaba dicho pórtico y su respectivo recinto principal; de ser así, esta plataforma debió medir alrededor de 26 m de norte a sur. Analogías de los elementos arquitectónicos La época prehispánica en la región de los Bajíos de Guanajuato y Querétaro se caracteriza por los asentamientos de carácter disperso o semidisperso. Son pocos los centros que 101

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concentran población, producción, administración y religión en espacios bien definidos y delimitados, como es el caso de La Trinidad, en Tequisquiapan, Querétaro 12. De cualquier manera, los asentamientos, sobre todo a partir de Periodo Clásico, contaban siempre con uno o más centros ceremoniales, constituidos básicamente por un basamento de corte piramidal coronado por un templo, el cual raramente se conserva. Aunque existen variantes en cuanto a la disposición de los elementos que conforman el Centro Ceremonial, generalmente se trata de un conjunto arquitectónico conformado por el basamento-templo y una plaza o patio. El basamento más temprano registrado en la región data entre los años 150 a. C. y 250 d. C., y se encuentra en el Cerro de La Cruz, San Juan del Río. Este basamento fue construido hacia el borde oriental del cerro y tiene plazas abiertas en sus lados norte, oeste y sur. En otro periodo (entre 750 y 950 d. C.) el basamento fue aprovechado, y sobre él se construyó uno nuevo, también de tres cuerpos con fachadas tipo talud-tablero, y se generó una plaza al oeste delimitada en su lado sur por una plataforma.13 En otros centros, la mayoría de finales del Periodo Clásico, los centros ceremoniales están conformados por un conjunto ar-

Saint-Charles Zetina, Juan Carlos, “La Trinidad: un emplazamiento defensivo de Epiclásico en Tequisquiapan”, en Ricardo Jarillo Hernández (coord.), Tiempo y Región. Estudios Históricos y Sociales, vol. I, México, Municipio de Querétaro / Universidad Autónoma de Querétaro / inah Querétaro, 2007, pp. 19-39.

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Saint-Charles Zetina, Juan Carlos, Laura Almendros López y Fernando González Zozaya, “Elementos para el estudio del Cerro de La Cruz como lugar de culto”, en Boletín Americanista, núm. 55, año LV, Barcelona, Pubicacions Universitat de Barcelona, 2005, pp. 243-259.

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Figura 26. Dibujo de La Ciudadela.

quitectónico compuesto por el basamento-templo y una plaza en la mayoría de los casos ubicada al oeste del basamento, que mediante plataformas era delimitada en los tres costados restantes, quedando de esta manera cerrada en sus cuatro costados. El ejemplo mejor conocido de este tipo de conjuntos arquitectónicos es el de La Ciudadela en Teotihuacan (figura 26), pero en la 103

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región los podemos observar, con ciertas variantes, en Cañada de La Virgen (San Miguel de Allende, Guanajuato) y en Peralta (Abasolo, Guanajuato).14 En la mayoría de los casos, estos conjuntos ceremoniales funcionaron durante lapsos relativamente cortos —entre 300 y 500 años—, en los cuales algunos fueron modificados principalmente en cuanto a sus volúmenes, mismos que fueron incrementados sobreponiendo rellenos y generando nuevas fachadas y recintos, a veces hasta en cuatro ocasiones, como en el caso de Plazuelas, Guanajuato.15 En El Rosario ocurrió algo similar, pero siglos antes, paralelamente al desarrollo de la metrópoli teotihuacana, principal referente del Periodo Clásico en Mesoamérica. Los fundadores de El Rosario no solamente utilizaron técnicas constructivas similares a las que se practicaban en Teotihuacan, sino que también reprodujeron ciertos espacios ceremoniales, como es el caso de las plataformas o basamentos con recintos porticados, presentes en las cuatro etapas constructivas registradas en El Rosario, aunque el correspondiente a la cuarta etapa debe atribuirse a grupos de otra tradición cultural. El registro arqueológico en Teotihuacan muestra dos sistemas de relleno para la creación de plataformas o basamentos,

Zonas arqueológicas de Guanajuato. Cuatro casos: Plazuelas, Cañada de La Virgen, Peralta y El Cóporo, Guanajuato, México, Fideicomiso de Administración e Inversión para la Realización de las Actividades de Rescate y Conservación de Sitios Arqueológicos en el estado de Guanajuato, 2007. 14

Castañeda López, Carlos, “Plazuelas, Pénjamo”, en Zonas arqueológicas de Guanajuato. Cuatro casos: Plazuelas, Cañada de La Virgen, Peralta y El Cóporo, Guanajuato, México, Fideicomiso de Administración e Inversión para la Realización de las Actividades de Rescate y Conservación de Sitios Arqueológicos en el estado de Guanajuato, 2007, pp. 21-67. 15

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uno de ellos a base de cajones de relleno, consistente en la construcción de muros de piedra formando cuartos cerrados que luego son rellenados con piedras y tierra, y otro sistema en el que se aprovechan los muros de recintos en desuso para rellenarlos con escombros, piedras y tierra.16 Son los dos sistemas que consideramos fueron usados en el Edificio Principal de El Rosario, sobre todo el segundo sistema durante las segunda y tercera etapa constructivas, aunque no se descarta que en la ampliación de las plataformas se haya empleado el sistema de cajones (figura 27).

El arqueólogo Rubén Cabrera describe este tipo de rellenos en el sistema constructivo del Edificio 1B’ localizado en el interior de La Ciudadela en Teotihuacan, diferenciándolos del sistema de cajones: “La subestructura 3 es un ‘recinto religioso’ cuyo volumen se desplanta en un espacio de 9.00 m por 9.50 m, se compone de un amplio cuarto porticado orientado hacia el oeste y está delimitado por altos muros verticales hacia el interior y en talud hacia el exterior. Al dejar de funcionar esta subestructura, y por la necesidad de construir otro edificio sobre ésta, se rellenó cuidadosamente su parte interna aprovechando para ello sus propios muros como de contención para el relleno” (Cabrera Castro, Rubén, “Los sistemas de relleno en algunas construcciones teotihuacanas”, en Teotihuacan 1980-1982. Nuevas interpretaciones, inah, Col. Científica 227, México, 1991, pp. 127). Por su parte, el arqueólogo Noel Morelos distingue estos sistemas de relleno cuando se refiere al Conjunto Plaza Oeste de Teotihuacan: “El relleno de los cajones, entre una época y otra, está compuesto de piedra, tierra, bloques de tezontle, bloques de tepetate, fragmentos de cerámica o lítica, arena, y en algunas ocasiones fragmentos de aplanado de los muros de la primera época que aún conservan pintura. Durante la construcción de la segunda época, los muros de las habitaciones de la época anterior fueron utilizados para conformar los cajones y como cimentación de las construcciones, incluso los muros hechos de bloques de piedra diversa o de adobes para la construcción” (Morelos García, Noel, Proceso de producción de espacios y estructuras en Teotihuacan, inah, Col. Científica 274, México, 1993, p. 84). 16

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Figura 27. Sistema de rellenos.

Los recintos porticados consisten en un salón cuadrangular con un vano de acceso en la fachada principal, la cual tiene una especie de antesala rectangular —que constituye el pórtico—, generalmente abierta hacia una plaza o un patio. Los pórticos suelen tener por lo menos dos postes o columnas en el amplio vano frontal sobre los que se soporta una sección de la cubierta. Según Séjourné,17 la altura de los muros de estos recintos porti-

Séjourné, Laurette, Arquitectura y pintura en Teotihuacan, Siglo XXI, México, 2002, p. 41. 17

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Figura 28. Reconstrucción de los recintos porticados de los conjuntos que ro­ dean Teotihuacan.

cados era de entre 3.50 y 4.00 m. En Teotihuacan hay ejemplos muy claros de los recintos porticados, como en los conjuntos de Zacuala, Yayahuala y Tetitla, entre otros (figura 28). Otro de los elementos que se integran a la arquitectura tanto en El Rosario como en Teotihuacan son los postes de madera, en ambos casos colocados intramuros en las jambas o adosados a los muros a manera de columnas. Estos últimos, en Teotihuacan generalmente se encuentran recubiertos con mampostería, mientras que en El Rosario han sido encontrados desnudos; no obstante su función parece ser la misma: apoyo para el soporte de la cubierta (figura 29). Estos edificios por lo regular tenían adornos o remates a manera de almenas —sin ser ésta su función—, en los pretiles de los recintos ceremoniales, aunque también podían encontrarse en las orillas superiores de las plataformas o basamentos a manera de parapeto discontinuo.18 En Mesoamérica, estos elementos

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Gendrop, Paul, “Los remates o coronamientos de techo en la arquitectu-

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Tiempo y Región

Figuras 29a y 29b. Dibujo de los muros y los postes.

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El Rosario: espejo del poder teotihuacano

Figuras 29c y 29d. Dibujo de los muros y los postes.

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Tiempo y Región

son comunes y sus formas variadas, de tal manera que los remates recuperados en El Rosario no pueden ser considerados diagnósticos, sin embargo es con uno de los de Teotihuacan con los que encontramos mayores semejanzas (figura 30). Uno de los elementos arquitectónicos que caracterizan a las construcciones teotihuacanas es el taludtablero. Se trata de muros de fachada compuestos por un muro en talud en la parte inferior y un muro Figuras 30. Almena policromada de vertical encima con un evi- Teotihuacan. dente desfase hacia fuera. No obstante, este tipo de fachada es muy común en Mesoamérica, y tiene muchas variantes según la región y época a que corresponda.19 En Teotihuacan, lo característico parece ocurrir en el tablero, el cual suele ser un gran rectángulo con

ra mesoamericana”, en Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana, núm. 4, División de Estudios de Posgrado, Facultad de Arquitectura-unam, México, 1985, pp. 47-50. Gendrop, Paul, “El tablero-talud en la arquitectura mesoamericana”, en Cuadernos de Arquitectura Mesoamericana, núm. 2, División de Estudios de Posgrado, Facultad de Arquitectura-unam, México, 1984, pp. 5-28.

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El Rosario: espejo del poder teotihuacano

Figuras 31. Representación del talud-tablero típico teotihuacano.

molduras en las cuatro orillas. Un componente importante en el talud-tablero son los ixtapaltetes, los cuales eran colocados en el acotamiento superior del talud soportando la saliente del tablero (figura 31). En El Rosario tenemos al menos la evidencia del talud e ixtapaltete en la fachada del Pórtico de los Grafiti, lo que parece indicar que tuvo tablero. De cualquier manera, en este caso no se trata de un elemento de gran volumen, ya que, en todo caso, estuvo soportado por un muro relativamente angosto. Por último, cabe destacar el uso de la cal en El Rosario, casi exclusivamente en los pisos y no sólo de los recintos y sus pórticos, sino en amplias extensiones de las plazas y terrazas que circundan al conjunto ceremonial. En la región que nos ocupa, son pocos los sitios arqueológicos en los que se usó la cal en la construcción, y son todavía menos en los que se pavimentaron con ella grandes extensiones de terreno. Al parecer existen ciertas diferencias en la construcción de pisos entre El Rosario y Teotihuacan, y éstas radicarían en los materiales usados en los firmes; sin embargo, el sistema es prácticamente el mismo: el estuco colocado sobre un firme de gravilla y tepetate, el cual yace 111

Tiempo y Región

sobre una gruesa capa de barro con gravilla que se integra al relleno que soporta al piso terminado. En Teotihuacan, el uso de la cal no se limitaba a los pisos, sino que se extendía a los acabados de las paredes de los recintos y de las fachadas, mientras que en el Rosario solamente existe evidencia de acabados de cal en las paredes del recinto porticado de los Grafiti, aunque no se descarta su uso en los recubrimientos de fachadas, sobre todo durante la segunda etapa constructiva del Edificio Principal. El patrón arquitectónico característico de Teotihuacan parecer reproducirse en El Rosario; las analogías que observamos tanto en la disposición espacial de los recintos porticados como los materiales y sistemas constructivos, nos indican una clara relación entre la gran urbe y este pequeño centro ceremonial del centro norte. No obstante, dicho patrón no constituye el único elemento que remite a Teotihuacan: la iconografía, las tradiciones rituales y los materiales nos dan indicios de la llegada de grupos teotihuacanos a esta región, los cuales se detallan en los siguientes capítulos.

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Capítulo 4

Huellas de lo sagrado

El Pórtico de los Cuchillos

Q

uizá una de las características más significativas de Teotihuacan —que la distinguen del resto de las ciudades y asentamientos de Mesoamérica— es la gran cantidad de muros que soportan verdaderas obras maestras del arte pictórico antiguo. En esa ciudad se han encontrado innumerables ejemplos de murales policromados que nos remiten, de diversas maneras, a su arte, su religión, su forma de pensar, de organizar el espacio, sus estructuras de poder, su cosmovisión y, en fin, de su forma entender el mundo y su lugar en él. En este sentido, la plástica teotihuacana es una herramienta importante para comprender diferentes aspectos de la vida en la metrópoli. Como un reflejo de ello, El Rosario funcionó como una reproducción a menor escala; evidencia de ello son los murales policromados donde plasmaron parte de esta forma de pensar el mundo. Aunque las similitudes iconográficas son innegables, existen ciertas diferencias en cuanto a su disposición y técnica de manufactura tanto iconográfica como de los soportes en los que se encuentran. En Teotihuacan, por ejemplo, la elaboración del soporte se realizaba cubriendo la superficie con una mezcla de arena cuarcífera, piedra volcánica, carbonato de calcio y materia vegetal; después de alisar la superficie se realizaba un [113]

Tiempo y Región

enlucido de cal. Acto seguido, se delineaba el contorno de los motivos, probablemente con un trozo de madera carbonizado. Una vez que se había concluido el boceto final, se aplicaban los colores “al fresco”, aunque los últimos toques se daban “al temple” o se volvía a mojar la superficie (“al fresco-temple”) para dar más calidad al mural; el último paso era bruñir la superficie.10 Asimismo, en aquella metrópoli es posible encontrar entre ocho y nueve colores diferentes en los murales de los barrios, cuya composición podría ser de origen vegetal o mineral. Así, el rojo se obtenía de la hematita o del cinabrio que, bajo ciertas combinaciones, se podían obtener diversas tonalidades: el rojo oscuro se lograba con la hematita pura, mientras que los rojos más claros con hematita e hidróxido de calcio; el rojo fuego con hematita y limonitas, y para el escarlata, el cinabrio puro. El verde procedía de la malaquita, el azul de la azurita y los amarillos, ocres y naranjas de los óxidos de hierro hidratados. Finalmente, el negro podía ser de origen vegetal, mineral o a base de humo que, mezclado con cal, proporcionaba una escala de grises; también se empleaba para delinear los motivos.11

Roxana Enríquez realizó una investigación en la cual aborda el proceso de elaboración de los murales teotihuacanos; citando a Torres (1972), indica que la pintura “al fresco” consistía en la aplicación de la pintura sobre una fina capa de cal cuando ésta se encuentra todavía húmeda, mientras que en la pintura “al temple”, el disolvente generalmente es el agua y el aglutinante algún tipo de materia orgánica. El conocimiento de estas técnicas pictóricas es un indicador más que permite afirmar que la teotihuacana fue una sociedad altamente sofisticada (Enríquez Farías, Roxana, El Rosario, un sitio en el valle de San Juan del Río, Querétaro, relacionado con Teotihuacan: elementos para su estudio e interpretación, tesis profesional, enah, México, 2005).

10

11

Enríquez, op. cit.

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Huellas de lo sagrado

Para el caso de El Rosario, durante la edificación de la primera etapa de ocupación se construyó un pórtico abierto típicamente teotihuacano en la estructura principal que, como vimos en un capítulo anterior, da paso a un recinto cerrado de planta rectangular. Si bien, en Teotihuacan los muros generalmente decoraban tanto el pórtico como el recinto interno, en El Rosario únicamente encontramos pintura mural en el pórtico de entrada; asimismo, en la urbe del centro de México se pintaban el talud, el tablero y las cenefas, y la comprensión del tema tratado guardaba una relación directa entre estos tres elementos. Durante el proceso de excavación pudimos observar que los muros del pórtico de El Rosario se encontraban incompletos, y únicamente se conservaron fragmentos de los taludes o guardapolvo, pues la mayor parte de los tableros fueron destruidos durante la edificación del recinto correspondiente a la segunda etapa constructiva, todavía durante la ocupación teotihuacana del sitio; la excepción es el Muro Norte, donde se conservó un fragmento pintado del tablero, dispuesto sobre un fino enlucido de barro. Cabe aclarar que, por lo general, los murales mejor conservados son aquéllos plasmados sobre el guardapolvo, puesto que —como parte de las tradiciones constructivas teotihuacanas— existía la costumbre de derrumbar los muros superiores para emplearlos como parte del relleno que daría soporte a la siguiente etapa constructiva. Todo indica que los murales estaban dispuestos sobre dos soportes diferentes: los más conservados fueron pintados sobre el talud, que estaba compuesto por un aplanado de barro, sobre el cual se aplicó otro aplanado elaborado por una mezcla de tezontle gris molido, arena, barro y cal para dar un acabado estucado y rugoso, a diferencia de los de Teotihuacan, cuya superficie generalmente estaba finamente pulida. Estos aplanados presentan un grosor de entre 5 y 7 cm, con características 115

Tiempo y Región

estructurales firmes en cuanto a su composición material y no presentan disgregación.12 Los murales que fueron plasmados sobre los tableros, de los cuales sólo se conservaron pequeños fragmentos, estaban pintados directamente sobre un fino enlucido de barro, lo que les confiere una calidad distinta, tanto para su elaboración como para su conservación. Con relación a los colores, para los murales de El Rosario aún no podemos establecer el origen de los pigmentos minerales o elementos naturales con los que fueron elaborados, aunque es posible que no sean muy diferentes de los empleados en la metrópoli. Al igual que en Teotihuacan, los colores que encontramos son el rojo —en varias tonalidades e intensidades—, naranja, verde, azul, gris, amarillo ocre, blanco y negro. En total se trata de cuatro taludes policromados y un fragmento de tablero —localizado en la parte superior del muro norte—, algunos de cuyos temas aparentemente estaban dispuestos a manera de espejo. Los taludes que no fueron totalmente destruidos durante la edificación de la segunda etapa constructiva presentan, en lo general, los mismos motivos iconográficos, aunque con algunas diferencias en cada uno de ellos: la imagen central corresponde a diferentes personajes con tocados de plumas muy elaborados, en los que resaltan corazones sangrantes y trilobulados sobre sendos chalchihuites, así como lo que parecen ser escudos; también se observan vírgulas de la palabra, el canto y el fuego. Lamentablemente las pinturas se encontraron en muy malas condiciones de conservación, por lo que no es posible identificar varios de los motivos pictóricos.

12 Molatore, Diana, El sitio arqueológico El Rosario, San Juan del Río, Que­ rétaro, Archivo del Consejo de Arqueología, inah, México, 2009.

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Huellas de lo sagrado

Sin embargo, una característica común a los cuatro taludes es la presencia, tanto en las esquinas de los muros como en la parte inferior de los mismos, de representaciones de “cuchillos curvos”, así como de cerros que nos refieren de diversas maneras a la obsidiana. A continuación, realizaremos una breve descripción de cada uno de los murales policromados del Pórtico de los Cuchillos.

Figura 1. Ubicación de los murales policromados en El Pórtico de los Cu­ chillos.

Muro Norte El talud tiene una longitud de 2 m y 60 cm, y una altura de máxima de 1 m, 60 cm, incluyendo el fragmento de tablero plasmado sobre barro; iconográficamente, el muro norte es uno de los más complejos del sitio. El fragmento de mural sobre enlucido de barro dispuesto sobre el tablero presenta un personaje del cual sólo se conservaron los pies calzados con sandalias y decorados con una borla confeccionada en plumas; es probable que el personaje portara un elemento también confeccionado con el mismo material, aunque esto no es posible asegurarlo, pues lo único que se conserva son las características plumas. Los pies del personaje están plasmados sobre un fondo naranja, mientras que las sandalias ostentan colores verde claro, gris azuloso, blanco y amarillo; los pies son de una tonalidad cercana al rosa. El plumaje que se observa a la izquierda de 117

Tiempo y Región

Figura 2a. El Muro Norte conservó un fragmento de tablero pintado en barro.

Figura 2c. Dibujo reconstructivo.

estos pies también es de color verde. En uno de los murales de Tetitla podemos observar la disposición que debió tener originalmente el personaje representado en El Rosario, así como la altura del pórtico, que debió estar entre los 3 y 4 m.13

Agradecemos a Nicolás Latsanopoulos sus observaciones en torno a algunos elementos iconográficos del Muro Norte, así como el dibujo reconstructivo preliminar.

13

118

Figura 3. Mural procedente del barrio de Tetitla (Sejourné, 1966). Gracias a este dibujo reconstructivo realizado por la autora es posible calcular que la altura promedio de los recintos porticados de Teotihuacan alcanzaba entre los 3 y 4 m. A pesar de la destrucción sufrida por el edificio, consideramos que El Rosario contaba con una altura y una disposición iconográfica en algunos aspectos similares a este mural de Tetitla. Obsérvese particularmente los pies del personaje, así como las representaciones de cuchillos curvos, mismas que se repiten en El Rosario.

Por su parte, en la esquina este del talud elaborado en una superficie rugosa y ligeramente inclinada se plasmó la representación de seis cuchillos curvos de obsidiana, orientados hacia la izquierda, mismos que parecen desplantarse de la imagen de un

Tiempo y Región

Figura 4b. Dibujo reconstructivo preliminar del mural plasmado sobre el talud del Muro Norte.

cerro, también con elementos que podrían identificarse con la obsidiana, resultando en la probable representación toponímica de “La Sierra de las Navajas”. La imagen que domina la escena corresponde a un personaje de perfil que “mira” hacia el oeste y ostenta un elaborado tocado de plumas en la cabeza. De la boca del personaje sale una vírgula de la palabra color rojo, mientras que el tocado de plumas está adornado con tres corazones trilobulados de color rojo sobre tres chalchihuites verdes. A su izquierda se aprecia la representación de un escudo o chimal del que se desprenden tres dardos rematados en sendas borlas; el escudo está decorado con un elemento curvilíneo que lo divide en partes iguales. A la izquierda del panel resaltan cinco vírgulas de fuego o de humo en tonos rojo, naranja y amarillo, y la probable representación del símbolo ollin/movimiento, o bien, una flor de cuatro pétalos. Lamentablemente las pinturas se encontraron en muy 120

Huellas de lo sagrado

Figura 5b. Dibujo reconstructivo del mural plasmado sobre el talud del Muro Noreste.

malas condiciones de conservación, por lo que no es posible identificar varios de los motivos pictóricos. Muro Noreste Este talud, de casi 2 m y 40 cm de largo, presenta varios elementos iconográficos similares a los del muro norte; destacan los cuchillos curvos de obsidiana ubicados en ambos extremos del mural, así como la representación de cerros de navajas en la parte inferior. Otro motivo que se repite es el escudo o chimal con las tres flechas y sus respectivas borlas, pero, a diferencia del panel anterior, de éstas se desprenden tres cuchillos curvos. La parte central del muro representa, probablemente, a un personaje del cual ya sólo se observa con claridad una parte de su antebrazo y la correspondiente muñequera de plumas. 121

Tiempo y Región

Muro Sureste Este mural, de alrededor de 2 m con 20 cm de largo, presenta algunos elementos iconográficos diferentes al resto; lamentablemente, el muro fue objeto de un saqueo realizado en tiempos recientes. Po fortuna se tienen fotografías y dibujos de la sección destruida, pues en 1995, durante una de las primeras inspecciones derivada de una denuncia de saqueo, se observó y fotografío la esquina sureste del pórtico, donde se encontraba una parte del mural que tiempo después sería sustraído por saqueadores.14

Figura 6. Imágenes de un sector del Mural Sureste, del cual fue sustraído un fragmento.

Saint-Charles Zetina, Juan Carlos, Informe técnico parcial de intervención de rescate arqueológico en El Rosario, Archivo Técnico del Centro inah Querétaro, México, 1996. 14

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Huellas de lo sagrado

Figura 7a. Copia de la calca realizada en 1995, antes de ser objeto de un saqueo algunos años después (Enríquez, 2005).

Figura 7b. Reproducción que se encuentra en la exposición permanente del Museo Regional de Querétaro.

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Tiempo y Región

El fragmento sustraído presentaba algunos elementos similares a los dos anteriores, como por ejemplo el escudo o chimal, las flechas y sus borlas y las plumas; al igual que en el muro norte, este mural también presentaba tres corazones sangrantes trilobulados, y lo que parecen ser tres chalchuhuites de color verde sobre tres franjas de color blanco, verde y rojo enmarcados en una elipse de color blanco. Asimismo, en este muro se observaban otros detalles, como la cara de un personaje de perfil, aparentemente una representación de Tláloc, del cual sólo se conserva la anteojera, así como la bigotera y un colmillo. Este personaje parece portar un instrumento en la mano, tal vez un instrumento musical del que se desprende una vírgula del canto o de la música, así como un elemento a manera de campana, semejante a una flor. Enmarcan la escena los ya descritos cuchillos curvos y cerros de

Figura 8b. Mural plasmado sobre el talud del muro Sureste.

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Capítulo

navajas ubicados cerca de la esquina sureste del muro, así como en la parte inferior del mural. Hay otros elementos aún no identificados plenamente en virtud del mal estado de conservación del mural, además de que parecen ser fragmentos de motivos más grandes. Muro Sur Por último, el Muro Sur es el más pequeño de todos, pues mide poco menos de 1 m con 50 cm de longitud. Es probable que además de haber sido destruido en su parte superior durante la época prehispánica, haya sido mutilado por los saqueos a los

Figura 9b. Mural plasmado sobre el talud del Muro Sur.

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Tiempo y Región

que fue sometido; en este caso es probable que haya sido destruido durante las actividades de extracción de materiales con máquina durante la construcción de la Presa Constitución de 1917, a principios de los años setenta del siglo pasado. Sin embargo, este muro presenta todavía restos de pintura en el tablero, sobre el enlucido de barro, al igual que el del muro norte, aunque ya no es posible distinguir ningún elemento significativo; se conserva la representación de los cuchillos curvos de obsidiana en el talud, así como la del cerro de navajas y una pequeña parte del escudo con borlas y los dardos; es posible que este muro también estuviera plasmado a manera de espejo en relación con el Muro Norte. En los murales policromados de El Rosario se plasmó parte de la ideología teotihuacana. Aunque la técnica de manufactura no es idéntica a la empleada en los recintos teotihuacanos, los motivos iconográficos si remiten, invariablemente, a la tradición pictórica de la metrópoli. El estado actual de los murales no nos permite realizar un estudio iconográfico en profundidad; sin embargo, la representación de los cuchillos curvos de obsidiana, los corazones sangrantes, los escudos, la representación de Tláloc, las vírgulas, entre otros, recuerdan a los motivos identificados en murales como los de Tepantitla, Tetitla, Atetelco y Zacuala, por mencionar algunos. Particularmente en Atetelco se observan escenas en apariencia vinculadas con la guerra y el sacrificio, donde las representaciones de cuchillos curvos y cerros de navajas son abundantes. Aunque todavía no contamos con el análisis iconográfico detallado de los murales, podemos adelantar algunas consideraciones en torno a una de las representaciones iconográficas más sobresalientes y repetitivas de los murales policromados de El Rosario: los cuchillos curvos. 126

Huellas de lo sagrado

La representación de cuchillos curvos en los murales policromados

En 1957, la investigadora francesa Laurette Séjourné propuso que los grafismos curveados que se apreciaban en una diversidad de murales teotihuacanos eran cuchillos curvos de obsidiana. Para ella, tanto la forma particular de los mismos, como su constante asociación con representaciones de corazones sangrantes o de corazones atravesados por dicho instrumento, eran evidencias de que se empleaban para el sacrificio humano. De esta forma, relacionó directamente la penitencia con elementos ígneos, y de manera casi natural consideró que podría relacionarse la obsidiana y su transformación en un cuchillo curvo como el arma capaz de liberar el corazón y lograr así la purificación. Hasta hace relativamente poco tiempo, y derivado de las propuestas de Séjourné, el uso y función de los cuchillos curvos

Figura 10. Representaciones de cuchillos curvos, según Séjourné, 2003.

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Tiempo y Región

no era tema de discusión: se asumía que se empleaban para sacar el corazón dentro de rituales de sacrificio humano. 15 A partir de dichos argumentos se aceptó casi naturalmente el uso de los cuchillos curvos como instrumentos para el sacrificio, pues funcionalmente era evidente que la curva que los caracteriza está elaborada para lograr penetrar debajo del esternón y extraer el corazón de su lugar original; en la literatura especializada también se les da el nombre de “cuchillos de sacrificio”. Incluso, algunos autores apoyaron la existencia del Dios del Cuchillo Curvo como una de las deidades importantes de Teotihuacan. Sin embargo, análisis iconográficos posteriores han abierto el camino hacia nuevas interpretaciones. 16 Durante muchos años ha estado en constante debate el carácter militar de Teotihuacan. Diversos autores proponen que algunas representaciones de personajes en los murales podrían relacionarse más que con dioses o sacerdotes, con guerreros o militares, como Hasso Von Winning, quien en 1987 señaló que durante años se había mal interpretado a los individuos que portan ciertos elementos iconográficos específicos. Para él, estos personajes son guerreros, y se distinguen por ostentar grandes cuchillos atravesando un corazón, manchas de sangre y sartales de uñas de jaguar. Sin embargo, apoya la idea de que estos elementos iconográficos remiten al sacrificio, por lo que propone la existencia de un complejo temático que denomina “GuerraSacrificio”.17

Séjourné, Laurette, Pensamiento y religión en el México antiguo, fce, México, 2003.

15

Séjourné, Laurette, Arquitectura y Pintura en Teotihuacan, Siglo XXI, México, 1966.

16

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Von Winning, Hasso, La iconografía de Teotihuacan. Los dioses y los signos,

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Huellas de lo sagrado

Figura 11. Dios del Cuchillo Curvo, según Séjourné, 1966.

La iconografía de las pinturas de Tepantitla y de Atetelco constatan, según Winning, la existencia de un grupo institucionalizado de guerreros, quienes contaban con un dios tutelar; no obstante, dicha deidad no era el llamado Dios del Cuchillo Curvo, pues el personaje que se había identificado como tal no podía ser una deidad, puesto que se presenta de perfil y no cuenta con el resto de los elementos iconográficos característicos de las deidades. Por lo tanto, supone que se trata de un guerrero de rango superior y, por ello, concluye que no existe dentro de Teotihuacan el Dios del Cuchillo Curvo, y que sólo se sustrajo el concepto del “panteón mexica” sin respaldo iconográfico.

iie-unam,

México, 1987.

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Tiempo y Región

La mayor parte de las interpretaciones sustentan que las representaciones iconográficas en los murales teotihuacanos que se han interpretado como “cuchillos curvos” están directamente relacionados con unos instrumentos líticos denominados de la misma manera. Se ha propuesto que estos instrumentos, elaborados en obsidiana, fueron empleados para rituales de sacrificio como parte de rituales religiosos o militares, lo que apoyaría la propuesta de que las representaciones iconográficas de cuchillos en los murales también están relacionados con esa práctica. Sin embargo, nuevas evidencias, así como experimentos realizados en tiempo reciente, indican que difícilmente los cuchillos curvos podrían haberse empleado para sacar el corazón de un ser humano, en virtud de las características cortantes de los instrumentos, las dimensiones de los mismos y el poco espacio para trabajar dentro de la cavidad torácica.18 La conclusión es que para poder extraer un corazón se requiere de un instrumento de tamaño reducido y con filo vivo, como el que proporcionan las navajillas de obsidiana, por lo que de nueva cuenta se ha puesto sobre la mesa la discusión en torno al significado de las representaciones de cuchillos curvos en los murales y sus equivalentes: los cuchillos curvos elaborados en obsidiana, de los cuales fueron hallados diez ejemplares depositados como ofrenda sobre uno de los pisos de ocupación teotihuacana, como más adelante se verá. Asimismo, existen otras propuestas diferentes para interpretar el posible significado de esos elementos iconográficos tan relevan-

López Lujan, Leonardo, Ximena Chávez, Norma Valentín y Aurora Montúfar, “Huitzilopochtli y el sacrificio de niños en el Templo Mayor de Tenochtitlan”, en El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana, Lujan y Olivier (coords.), INAH / iih-unam, México, 2010.

18

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Huellas de lo sagrado

tes. Ejemplo de ello es la propuesta de Jorge Angulo, quien señala que podrían estar haciendo referencia —cuasi toponímicamente— a la Sierra de las Navajas —uno de los yacimientos principales de obsidiana en el actual estado de Hidalgo que fueron explotados durante la época prehispánica—, o bien, referirse a determinados rasgos topográficos conspicuos del paisaje.19

Figura 12. ¿Representación de la Sierra de las Navajas? Tomado de Nielsen and Helmke, 2008.

Nielsen, Jesper, y Christophe Helmke, “Spearthrower Owl Hill: A toponym at Atetelco, Teotihuacan”, en Latin American Antiquity, vol. 19, núm. 4, diciembre, 2008.

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Tiempo y Región

En el sitio arqueológico de El Rosario, la sugerente iconografía plasmada en los murales, así como la presencia de los cuchillos curvos de obsidiana y la lítica en general encontrada en diversos contextos de ofrenda, nos permite proponer algunas hipótesis en torno a la función específica de la estructura principal en relación con los murales Figura 13. Representaciones iconográficas y las diferentes ofrendas. de cuchillos curvos en El Rosario. Dado que no contamos con elementos suficientes para establecer la función precisa de los cuchillos curvos de obsidiana, consideramos que el mensaje plasmado en los murales y el uso de los cuchillos curvos pueden interpretarse de diversas maneras. En este sentido, podríamos pensar que al llegar a estas tierras, la élite teotihuacana que fundó El Rosario debió requerir de un elemento coercitivo que le permitiese controlar y dominar a la población local, por lo que el uso de la fuerza a través de un grupo de guerreros fuese un recurso que probablemente emplearon. En este caso, la iconografía de los murales estaría relacionada con la guerra y, quizá, se tratase de un mensaje represivo, amenazante, y los cuchillos curvos de obsidiana pudieron ser objetos votivos que se emplearon como elementos abstractos de amenaza y como símbolos representativos de los guerreros y la guerra. 132

Huellas de lo sagrado

Figura 14. Murales Norte y Noreste de El Rosario.

Pero no podemos descartar la posibilidad de que la presencia de grupos teotihuacanos en esta porción del Bajío queretano pudo deberse a la búsqueda de nuevas vías de comercio entre la metrópoli y el centro norte, y de esta manera, las representaciones iconográficas y los cuchillos curvos podrían hacer referencia a los productos comerciales que los teotihuacanos ofrecían. Si este fuera el caso, la imagen debajo de los cuchillos sería la representación iconográfica de un cerro o una serranía (como sugiere Angulo), probablemente la Sierra de las Navajas. Tal vez el complejo gráfico intentase trasmitir un mensaje económico donde se relacionase a los teotihuacanos con la promesa de una estabilidad y mejoramiento de la calidad de vida de los locales, 133

Tiempo y Región

y he ahí el porqué de la existencia de los grafismos curveados rodeados de probables elementos ideológicos. Otra posibilidad es que las escenas de los murales policromados se constituyeron en un mensaje ceremonial, ritual y de sacrificio, cuya intención era la de imponer la ideología teotihuacana a los habitantes de la región, trasladando a estas tierras su cosmovisión, idolatría a determinados dioses y su pensamiento religioso. Finalmente, no podemos descartar la idea de que más de una de las interpretaciones estuviesen ligadas, y que, sea cual sea la más viable, no cabe la menor duda de que el Pórtico de los Cuchillos, así como el resto de los recintos que componen la estructura principal durante las diferentes etapas constructivas teotihuacanas, fueron empleados como espacios rituales. Las ceremonias realizadas en su interior sirvieron como elementos unificadores que permitieron a los teotihuacanos dominar la región por varios siglos.

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El Pórtico de los Grafiti

D

urante la edificación de la segunda etapa constructiva de la estructura principal de El Rosario, los habitantes emplearon un sistema usual entre los teotihuacanos: se derruía la parte superior de los muros, en este caso del pórtico y del recinto de la primera etapa, y el escombro resultante se empleaba como relleno para la nivelación. De esta forma, se destruyeron prácticamente todos los tableros pintados del pórtico de la primera etapa, con excepción de algunos sectores, permaneciendo únicamente partes importantes de los taludes o guardapolvos. Así, durante esta segunda etapa constructiva, se edificó un nuevo recinto, pero ahora con un pórtico cerrado y orientado hacia el occidente, al igual que el de la etapa anterior; otra diferencia en relación con la etapa constructiva previa, fue que en esta ocasión no se construyeron los muros con el sistema de talud-tablero, y además es notable la ausencia de pinturas policromas (figura 1). Sin embargo, durante el proceso de excavación fue posible observar que los muros del pórtico fueron decorados en algún momento —aún no definido, pero contemporáneo a la época en la que esta etapa constructiva estaba en [135]

Tiempo y Región

Figura 1. Vista general del pórtico de la Segunda Etapa constructiva; nótese los postes de madera que probablemente sostenían la techumbre; en el muro de la derecha (sureste) se localizaron los diseños esgrafiados.

uso— con diversos diseños esgrafiados, también conocidos en la literatura arqueológica como “grafiti”.10

El vocablo italiano graffiti se empleó originalmente para designar las incisiones en los muros que de manera espontánea plasmaron diversos individuos en las antiguas ciudades romanas; deriva de graffiti, plural de graffito, que significa “marca o inscripción hecha rascando o rayando un muro”. En castellano se acepta el empleo del término “grafiti” y “grafitis” (con una “f”), aunque el primero es más bien el plural en italiano (Diccionario Panhispánico de Dudas, Real Academia de la Lengua Española, http://buscon.dpd.rae.es/ dpdI/). Actualmente, también se les designa como “esgrafiados” a las incisiones en muros edificados durante la época prehispánica.

10

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Huellas de lo sagrado

Sobre la superficie de los muros, finamente enlucidos del pórtico cerrado edificado durante esta segunda etapa, se encuentran diversos elementos antropomorfos, zoomorfos y geo­ métricos; lamentablemente, la mayor parte de los muros y enlucidos desaparecieron, y con ellos la mayor parte de los esgrafiados. Únicamente se conservaron los que fueron elaborados en el muro sureste del pórtico; en el resto de los muros sólo se observan algunas pequeñas líneas inconexas sobre los restos de enlucidos. Quizá por la disposición de los esgrafiados en una superficie vertical, cuando se realizó la exploración de esta sección del pórtico, no se observaron los motivos de manera inmediata; no fue sino hasta un día soleado, hacia las dos de la tarde, cuando de manera fortuita se pudieron observar con claridad, gracias a las sombras producidas por las mismas incisiones de los dibujos: sobre el enlucido del muro sureste fueron dispuestos por lo menos 12 diseños, entre antropomorfos y zoomorfos claramente identificables, hasta otros motivos con atributos antropomorfos, zoomorfos o geométricos, etcétera. Es interesante mencionar que en la esquina sureste del pórtico, a menos de un metro de distancia de los diseños esgrafiados, se localizó un conjunto de rocas aparentemente quemadas, cubiertas con una capa blanca-grisácea compacta de forma rectangular de 24 cm por 50 cm, y 30 cm de altura aproximadamente; debajo de esta capa se localizó una serie de piedras rojas de dimensiones similares, colocadas en semicírculo, en medio de un sedimento blanco-amarillento muy fino sobre las que descansaban huesos por completo calcinados, probablemente de animal. Las paredes presentaban huellas de quemado (figura 2). Sin embargo, no es seguro que la elaboración de los esgrafiados y la ofrenda correspondan a un mismo evento; las características de esta ofrenda se discutirán en el siguiente capítulo. 137

Tiempo y Región

Figura 2. Rocas calcinadas cubiertas por una fina capa blanca.

Disposición y detalle de los diseños esgrafiados Los motivos esgrafiados fueron fotografiados tanto de manera individual como en conjunto; las fotografías fueron la base para la elaboración de los dibujos. No se realizó una calca directa de los esgrafiados en virtud del mal estado de conservación del enlucido, que amenazaba con desprenderse en cualquier momento; hacia el final de la temporada de excavación, el muro y su enlucido estuvo sujeto a un proceso de consolidación por parte de especialistas de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural para evitar desprendimientos en el futuro. De la misma forma, al finalizar la temporada, el muro fue re-enterrado de acuerdo con los lineamientos establecidos por los mismos especialistas.11

Para mayor referencia, ver el capítulo dedicado a la restauración en este mismo informe.

11

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Huellas de lo sagrado

Los motivos fueron divididos en cuatro grupos en función de su asociación entre sí; aunque esta división es arbitraria, puesto que por ahora no se han establecido relaciones significativas entre los motivos, resulta relevante en términos de la descripción de los mismos (figuras 3 y 4). Grupo 1 Está integrado por una serie de motivos lineales que tal vez formarían parte de un

Figura 3. Ubicación del Muro Sureste y disposición de los diseños esgrafiados.

Figura 4. Muro Sureste, Tercera Etapa constructiva. Disposición ge­ neral de los grupos y motivos esgrafiados.

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Tiempo y Región

Figura 5a, 5b y 5c. Diseños del Grupo 1.

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Huellas de lo sagrado

diseño mayor que, debido a las malas condiciones de conservación, presenta faltantes de enlucido en varias zonas (figura 5a, 5b, 5c); en la parte superior se observa un motivo vagamente simétrico con grecas al interior (Motivo 5) y varias líneas rectas interconectadas abajo (Motivos 6 y 8). Grupo 2 Integrado por varios elementos esgrafiados, este Grupo está compuesto por un diseño antropomorfo con el rostro en perfil relativo, tocado y una especie de faldellín (figura 6); el diseño de los pies resulta algo extraño, pues están plasmados como si fuesen otro pequeño juego de piernas y pies, un poco a la manera en que se representan los motivos antropomorfos esquemáticos en el arte rupestre del Querétaro y Guanajuato (figura 7). A la derecha hay otro motivo que pareciera tener atributos antropomorfos, con un amplio tocado y un decorado en forma de petatillo; al igual que el anterior, las extremidades inferiores

Figura 6. Motivo 1. Representación de un individuo con faldellín y to­ cado.

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Tiempo y Región

Figura 7. Diseños del Grupo 2.

Figura 8. Motivo 3. Figura vagamente antropomorfa con cabeza decorada en petatillo y tocado.

recuerdan el modo de representar los antropomorfos en el arte rupestre de la región (figura 8). A la derecha, se encuentran dos motivos singulares: el primero está compuesto de tres círculos concéntricos enmarcado 142

Huellas de lo sagrado

Figura 9. Motivo 4. Diseño abstracto adornado con grecas al interior.

Figura 10. Motivo 2. Figura vagamente antropomorfa acompañada de motivos geométricos.

por dos cuadros divididos en nueve cuadros menores cada uno, mientras que el segundo lo integra un motivo no identificado, decorado con grecas (figura 9). Finalmente, hay dos motivos más en el extremo izquierdo del Grupo 2, que pareciera compuesto por otro diseño vagamente antropomorfo, así como por dos líneas curvas unidas en los extremos y decoradas internamente por líneas rectas entrecruzadas (figura 10). Completan este grupo una serie de líneas rectas paralelas y perpendiculares, al parecer elaboradas de manera caprichosa. 143

Tiempo y Región

Grupo 3 Este Grupo está compuesto únicamente por dos motivos sumamente sencillos (figura 11); el marcado con el número 12 es un rombo dividido en cuatro y decorado internamente con una serie de líneas en forma de “V” invertidas (figura 12). De la base del

Figura 11. Distribución de los motivos del Grupo 3.

Figura 13. Diseños curvilíneos.

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Figura 12. Diseño romboidal que asemeja a un papalote.

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rombo se desprende una línea recta, lo que hace que se asemeje a un papalote tradicional. El otro motivo (figura 13) está integrado por dos líneas curvas paralelas que se quiebran en su extremo derecho; no fue posible lograr una identificación positiva de estos motivos.

Figura 14. Distribución de los moti­ vos esgrafiados del Grupo 4.

Grupo 4 Quizá uno de los motivos más interesantes de este grupo sea el único zoomorfo claramente identificable (figura 14); se trata de un ave con las alas extendidas —una de ellas decorada con grecas y la otra insinuada con líneas rectas— y la cabeza de perfil (figura 15). Este diseño es muy similar a otros que se han encontrado en Teotihuacan. En la parte superior se observa lo que podría ser un cuadrúpedo (¿?). Completa el Grupo una serie de líneas rectas dispuestas de manera aparentemente caótica, así como un diseño a modo de una espiral doble (figura 16).

Figura 15. Diseño de un ave con las alas extendidas similar a otros esgra­ fiados localizados en Teotihuacan.

Figura 16. Motivos geométricos asociados con la representación zoomorfa.

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Tiempo y Región

Los grafiti o esgrafiados en Mesoamérica La elaboración de grafiti o esgrafiados son comunes en toda Mesoamérica; se han localizado en sitios del área maya —Tikal, Nakum, Yaxhá y Río Azul, Palenque, Comalcalco y Chichen Itza—, del norte de México —Alta Vista— y en el mismo Teotihuacan.12 Por las características propias de este tipo de diseños, en muchas ocasiones suelen pasar desapercibidos para los investigadores, y de hecho, hasta hace poco tiempo no se les asignaba mayor importancia; sin embargo, como toda manifestación cultural, los esgrafiados aportan una información valiosa que no se debe desdeñar. Desde que se observaran por primera vez este tipo de manifestaciones gráficas en los muros prehispánicos, han surgido diversas hipótesis para determinar el momento en que fueron elaborados, así como explicar su origen y función; en este sentido, se ha propuesto, por ejemplo, que son testimonios de visitantes precolombinos en los asentamientos abandonados por sus moradores originales, diseños elaborados en visitas ocasionales cuando aún se encontraban en uso los edificios,

Guzmán Cazali, Jorge, “Los graffitis prehispánicos de Yaxhá”, en http:// graffitisyaxha.blogspot.com/, 2008. Bolles, John, Las Monjas, a major preMexican architectural complex at Chichén Itzá, University of Oklahoma Press, 1977. Cabrera Castro, Rubén, “Caracteres glíficos teotihuacanos en un piso de La Ventilla”, en La Pintura Mural Prehispánica en México, I, Teotihuacán, Beatriz de la Fuente (coordinadora), tomo II, iie-unam, México, 2006, pp. 402-428. García Uranga, Baudelina, y José Humberto Medina González, Informe de los trabajos de mantenimiento menor llevados a cabo en la zona arqueológica de Alta Vista, Chalchihuites, Zacatecas, durante el mes de oc­ tubre de 2007, previos a la inauguración de la Unidad de Servicios, Archivo Técnico del Consejo de Arqueología, inah, México, 2009.

12

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Figura 17. Grafitis 1 y 2 de Alta Vista, localizados en el Observatorio o Labe­ rinto (García y Medina, 2009).

como muros de ensayo para los aprendices de pintura, por niños con escaso dominio del instrumento, dibujos sin sentido, entre otras interpretaciones en ocasiones sin mucho sustento (figura 17). Según algunos investigadores, los grafiti (que podrían incluir también ejemplos pintados, no sólo esgrafiados) son una manifestación de un arte popular diferente al de la pintura mural, el dibujo o la escritura formal, pues no están integrados con su contexto arquitectónico.13 De acuerdo con Jorge Guzmán Cazali, los grafiti no son reconocidos como trabajos de arte, pues ya sea de forma implícita o explícita, la mayoría de los investigadores no suelen mencionarlos o atribuirles una función significativa; estas manifestaciones gráficas se han encontrado en diversos lugares: muros interiores

13

Kampen, 1978, en Guzmán, op. cit.

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Figura 18. Grafiti en la Estructura 375, Recinto 1, Muro Sureste. Acrópolis del Sur, Yaxha, Guatemala (Guzmán, 2008).

y exteriores, pisos, bancas, etcétera. Los diseños van desde motivos totalmente abstractos, hasta representaciones arquitectónicas, de personajes, animales y objetos, entre otros, y pueden incluir escenas sumamente complejas (figura 18). En el caso particular de Teotihuacan, por lo menos desde el primer tercio del siglo pasado, Delgado (1993) 14 informó de la existencia de esgrafiados en diversos complejos habitacionales, administrativos y rituales. Este investigador realizó un estudio descriptivo de estas manifestaciones gráficas; lamentablemente, la mayoría de los esgrafiados se perdieron por la erosión, o quizá porque —en un afán por salvaguardarlos— se retiraron de su emplazamiento original y con el tiempo se extraviaron; algo similar ocurrió con los dibujos y fotografías de Delgado, pues si bien se mencionan en el informe, también se extraviaron y sólo

En Sánchez, Jesús Evaristo, “Los dibujos esgrafiados teotihuacanos: ¿un lenguaje simbólico?”, en Segundo y Tercer Coloquio de Documentos Pictográ­ ficos de tradición náhuatl, Jesús Monjarrás, Emma Pérez Rocha y Perla Valle (coords.), Colección Científica 249, inah, México, 1996, pp. 165-229.

14

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fueron encontradas algunas copias heliográficas en la bodega de la zona arqueológica.15 En la gran metrópoli del centro de México se han encontrado alrededor de 135 dibujos esgrafiados, de los cuales los motivos más usuales son las representaciones arquitectónicas, así como los diseños antropomorfos, zoomorfos y fitomorfos, los juegos (patollis), los objetos y otras representaciones abstractas; estos esgrafiados se plasmaron no sólo en los muros, sino también en los pisos de lugares como la Plaza de la Luna, el barrio de Tetitla, La Ciudadela y la Plaza de los Glifos, en La Ventilla. Llama la atención que incluso algunos patollis se dibujaron sobre los muros, situación que indica que —por lo menos en algunos casos— no tenían una utilidad práctica ligada de manera directa con el juego. Sobre la temporalidad En diferentes foros se ha discutido en torno a la contemporaneidad entre los esgrafiados y el soporte sobre el cual están elaborados; por la diferente calidad plástica existente entre los diseños esgrafiados y la pintura mural con la cual se encuentran asociados, en muchas ocasiones se ha llegado a pensar que fueron plasmados en momentos tardíos, por grupos exógenos que poco o nada tienen que ver con los habitantes originales. Sin embargo, la realidad parece ser muy diferente. Si bien todo depende del contexto en el que se han encontrado, todo indica que, por lo menos en Teotihuacan, los esgrafiados fueron plasmados cuando todavía se encontraban en fun-

15

Sánchez, op. cit.

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Tiempo y Región

Figura 19. Esgrafiados de la Plaza de los Glifos, según Cabrera (2006).

ciones los diferentes edificios (figura 19). Por ejemplo, Cabrera (2006), aunque no lo asienta de manera explícita, da a entender que tanto los dibujos pintados sobre el piso de la Plaza de los Glifos como los esgrafiados de los muros, son contemporáneos, y podrían corresponder a la fase Tlamimilolpa Temprano o quizá, con más seguridad, a la fase Xolalpan Temprano, es decir, que fueron elaborados entre el 200 y el 550 d. C. Por su parte, Sánchez indica que muchos de los esgrafiados han sido encontrados en contextos sellados y en relación estratigráfica directa con materiales que demuestran contemporaneidad, como restos cerámicos, arquitectónicos, etcétera. En este sentido, y al igual que Cabrera, argumenta que muchos esgrafiados pueden fecharse entre el Tlamimilolpa Temprano, el Xolalpan Temprano e incluso hasta inicios de la fase Metepec (alrededor del 650 d. C.), justo antes de la caída de la gran metrópoli. En el caso particular de El Rosario, la primera impresión fue que eran producto de grupos muy tardíos, probablemente chichimecas de la época del contacto con los españoles (re150

Huellas de lo sagrado

flexión sobre cómo seguimos viendo al “otro”, al chichimeca salvaje, ¡clasistas!); sin embargo, este muro se encontró sellado directamente por los escombros del relleno de la Tercera Etapa constructiva, lo que indicaba, de manera irrefutable, que los diseños fueron plasmados en algún momento durante el periodo de ocupación de la Segunda Etapa. Esto parece corresponder con las propuestas de fechamiento de la estructura principal de El Rosario, que indicarían que esta etapa fue edificada durante la fase Xolalpan. De los autores La cronología de la etapa de ocupación permite formular algunas propuesta en torno a los autores de los esgrafiados, pues por lo menos es posible establecer que vivieron y ocuparon el espacio en algún momento durante el cual el edificio aún se encontraba en funciones; un indicador sugerente es que muchos de los esgrafiados, tanto en Teotihuacan como aquí, fueron dispuestos en lugares de acceso restringido, ya sea por el carácter ritual o administrativo del edificio, o bien porque pertenecía a algún tipo de dignatario privilegiado. Así, Sánchez argumenta, con relación a los esgrafiados en lugares de acceso restringido como la Plaza de la Luna y La Ciudadela, que es probable que fuesen individuos que gozaban de amplias libertades o privilegios, pertenecientes en algún momento a niveles sociales de la alta jerarquía teotihuacana: […] es difícil explicar si todos los diseños ahí plasmados corresponden a un contexto primario, como equivalentes a una pintura mural cuya presencia hubiera sido de antemano establecida, o bien, como ocurre con la mayoría de los esgrafiados, si su

151

Tiempo y Región presencia es meramente casual, es decir, manifestaciones exentas de alguna utilidad práctica, realizadas por el simple capricho de quien las concibió. Pero los diseños son tan detallistas que ilustran magníficamente ciertas costumbres y actividades de una clase social muy especial de Teotihuacan, aspecto que se deduce no sólo de los personajes sino del sitio en donde se ubican los diseños.16

Una situación similar parece repetirse en la Plaza de los Glifos, que de acuerdo con Cabrera: También, asociados a esta plaza se encuentran varios grafittis. Se miran sobre el muro en talud del basamento central, hacia el lado sur de la escalinata, donde se representan de perfil varios rostros humanos; algunos con claro estilo teotihuacano y uno de estos lleva una florida vírgula de la palabra (lám.6). En la misma pared se encuentra también la representación de un edificio (lám. 7) y dos diminutos dibujos geométricos conocidos como pa­ tollis. Son los patollis más pequeños que conozco en Teotihuacán y los únicos que aparecen sobre un muro, ya que los que hasta ahora se conocen se encuentran sobre pisos (lám. 8).17

De tal forma, todo indica que los autores bien pudieron ser alguno(s) de los individuos que hacían uso de los edificios, aunque existen otras posibilidades (figura 20); el mismo Sánchez comenta que otra posibilidad es que uno de los muros fue probablemente utilizado por un arquitecto teotihuacano para diseñar la siguiente etapa constructiva, pues el motivo corres-

16

Sánchez, op. cit., p. 204.

17

Cabrera, op. cit., p. 402.

152

Huellas de lo sagrado

ponde a una representación arquitectónica muy similar a la que se encuentra ahí. En ese sentido, al igual que en El Rosario, sólo quedó parte del muro donde se encontró el motivo arquitectónico, pues el resto fue destruido para desplantar sobre ellos un edificio más nuevo. En palabras de Sánchez:

Figura 20. Dibujo de un personaje de perfil (Sánchez, 1996).

El hecho de haber sido esgrafiado sobre un muro que iba a ser destruido en parte y ocultado […] obliga a pensar que se trataba de un dibujo que el arquitecto de la obra encargó a alguno de sus ayudantes […] a manera de plano previo a la edificación de una nueva estructura.18

El nuevo edificio fue construido alrededor del 400 d. C., durante la Fase Tlamimilolpa temprano. En El Rosario no hay esgrafiados que pudieran indicar una clara factura teotihuacana; no obstante, muchos de los diseños de estos dos asentamientos son sumamente similares, como por ejemplo la representación de las aves, las grecas que decoran algunos motivos, etcétera (figura 21). Si bien consideramos que los diseños corresponden a los momentos de ocupación del edificio principal, no podemos descartar otras opciones; sin embargo, hay que tener en mente que, tanto en El Rosario como en otros lugares de la esfera Teotihuacana, estos espa-

18

Sánchez, op. cit., p. 202.

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Figura 21. Representaciones de aves en esgrafiados teotihuacanos (Sánchez, 1996).

cios eran de acceso restringido, lo que reduce el abanico de posibilidades. Quizá una de ellas sea que, al momento de derruir los muros para la edificación de las Tercera Etapa constructiva, los trabajadores aprovecharan la ocasión para dejar plasmadas algunas de sus inquietudes o, simplemente, por diversión o para dejar huella; tampoco podemos eliminar la posibilidad de que sea parte de un rito de terminación (o inicio) de la ocupación del edificio: el hallazgo en la esquina derecha fue cubierto con el escombro que sirvió de fundamento para la siguiente etapa constructiva, lo que podría ser un indicador de un ritual de esa naturaleza. Los esgrafiados están en el muro de la ofrenda, en asociación directa y a un metro de distancia. Sobre la función Una última reflexión gira en torno a la función de los estos motivos gráficas; sin embargo, habría que aclarar que si la autoría de los mismos no está bien establecida, definir la función difícilmente pasará de un ejercicio propositivo. Para Sánchez, 154

Huellas de lo sagrado

probablemente sean producto de un hecho meramente casual, y argumenta: Es curioso el hecho de que la mayoría de los diseños se encuentran esgrafiados sobre muros que en ocasiones ostentan pinturas murales o simple recubrimiento con pintura, de modo que obliga a pensar en elementos cuya presencia en tales sitios es meramente casual. Esto significa que dichos muros no fueron construidos para plasmar sobre ellos esos dibujos (trátese o no de patollis), y muchos de ellos no son sino concepciones exentas de alguna utilidad, ideas o hechos que de alguna manera se fijaron en la mente de quien, al grabarlos en los muros, los externaba quizá incluso de manera inconsciente.19

Consideramos que estos diseños no fueron plasmados de manera fortuita, como quizá tampoco fueron elaborados por obreros de la construcción, mucho menos de manera inconsciente, en virtud de la similitud de algunos de los diseños esgrafiados con los encontrados en Teotihuacan. Si bien estos esgrafiados no presentan las similitudes tan grandes que sí se observan en la pintura mural, sí hay algunas recurrencias significativas, como hemos visto anteriormente. Aunque en este momento será algo difícil de demostrar, una posibilidad es que los esgrafiados hubieran sido plasmados durante el tiempo que estuvo en uso el edificio, o bien, durante algún tipo de ritual, quizá, como hemos visto páginas arriba, un rito de terminación o clausura del edificio; así, a los restos quemados localizados en la esquina del pórtico bien pudo sumarse la elaboración de los esgrafiados, aunque cabe

19

Sánchez, op. cit., p. 168.

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Tiempo y Región

Figura 22. Diseños geométricos de esgrafiados procedentes de Teotihuacan (Sánchez, 2006), plasmados de manera aparentemente caótica, al igual que algunos de los encontrados en El Rosario.

la posibilidad de que éstos hayan sido plasmados anteriormente. El estudio iconográfico en proceso quizá aporte indicios más concretos en torno a la función de los esgrafiados de El Rosario; por ahora, baste presentar los registros de los mismos y sus similitudes con algunos de los encontrados en la urbe mesoamericana (figura 22).

156

El Recinto Quemado Abandono de un espacio sagrado

L

a investigación arqueológica iniciada durante el 2009 en el sitio arqueológico de El Rosario nos permitió localizar una gran cantidad de vestigios cuya combinación conforma un contexto arqueológico que resulta interesante y singular. La gran capa de carbón y de maderos semiquemados que cubrían el piso de estuco de la tercera etapa de construcción y la presencia de cuchillos, textiles, cerámica, entre otros, nos lleva a suponer que antes de partir, los teotihuacanos decidieron realizar un importante ritual de terminación; con él, darían por concluido un ciclo, cerrarían una etapa y, así, abandonarían para siempre el sitio arqueológico que los albergó por cerca de 400 años. El abandono de espacios, sitios y/o regiones es un fenómeno constante y repetitivo entre las sociedades mesoamericanas. Ya sea por causas religiosas, políticas, económicas o naturales, los sitios arqueológicos en Mesoamérica parecieran contar con un tiempo límite de vida, como si siguieran un patrón de fundación/ desarrollo/abandono.10 Evidentemente, la motivación que lleva

10

Darras, Véronique, “La arqueología del abandono: algunos apuntes desde

[157]

Tiempo y Región

a los grupos prehispánicos a deshabitar los diferentes espacios se inscribe en una inmensidad de razones particulares, y son los materiales que dejan detrás los que nos permiten interpretar cómo fue el proceso de abandono, y delinear someramente las causas que los impulsaron a renunciar a estos espacios. En términos generales, el abandono puede ser paulatino o repentino; cada evento se materializa en un contexto arqueológico diferente. En este sentido, un proceso de abandono repentino, por ejemplo, dejaría huellas de las últimas actividades realizadas representadas por una extensa presencia de materiales; el caso contrario sería un abandono paulatino, donde los habitantes tendrían tiempo suficiente para recolectar y escoger la mayor parte de sus pertenencias y dejar un contexto más parcial.11 Sean cuales fueren las características del abandono de un sitio, siempre conllevan un desprendimiento, una ruptura física, pero sobre todo emocional; por ello, el proceso de abandono generalmente implica diferentes conductas simbólicas que pueden preceder, acompañar o seguir al abandono, como incendios rituales, la destrucción de los edificios importantes, el depósito de ofrendas, la destrucción o mutilación de esculturas, la clausura de diversos espacios, entre otros.12 Englobados bajo el término de “rituales de terminación”, estos eventos generalmente se presentan con mayor frecuencia en los espacios ceremoniales —como recintos,

Mesoamérica”, en Abandono de asentamientos prehispánicos, Revista Trace, junio, núm. 43, cemca, México, 2003, pp. 11-23. Ortiz, Agustín, y Linda Manzanilla, “Indicadores arqueológicos de abandono y recuperación del conjunto habitacional teotihuacano de Oztoyahualco”, en Abandono de asentamientos prehispánicos, Revista Trace, junio, núm. 43, cemca, 2003, México, pp. 77-83. 11

12

Darras, op. cit.

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templos o estructuras religiosas— con la intención principal de desacralizar los espacios; sin embargo, también se han localizado rituales de terminación en espacios domésticos. Todas estas acciones suelen estar directamente relacionadas con la cosmovisión de los grupos y con rituales religiosos específicos; por tanto, aunque similares, los actos rituales de terminación suelen estar impregnados de características propias de acuerdo con el grupo cultural, el sitio o la región. En este sentido, dentro de Teotihuacan se ha observado que los rituales de terminación más comunes incluyen el incendio intencional, el desmantelamiento, la destrucción ritual, el desmembramiento de individuos, por mencionar algunos. Quizá el ritual más extendido sea, precisamente, el de destrucción por fuego; en la mayor parte de las estructuras importantes de la metrópoli se han registrado evidencias de incendio 13 sobre el último piso de ocupación teotihuacana. Cabe señalar que las razones de la quemazón se han interpretado en dos sentidos: por un lado, como evidencia del colapso producto de una revuelta interna, o por otro, como rituales de terminación realizados por los teotihuacanos antes de abandonar el sitio.14 En ese sentido, proponemos que los materiales y las evidencias del incendio en la última etapa teotihuacana de El Rosario son producto de un ritual de terminación con el cual buscaron Entre ellas tenemos las estructuras monumentales de la Calzada de los Muertos, diversos conjuntos de departamentos habitacionales, las estructuras de Xalla y Teopancazco, en el Palacio de Quetzalpapálotl, la Casa de los Sacerdotes, el Grupo Viking, La Estructura 1D de La Ciudadela, por mencionar sólo algunos (Manzanilla, Linda, “El proceso de abandono de Teotihuacan y su reocupación por grupos epiclásicos” en Abandono de asentamientos prehis­ pánicos, Revista Trace, Junio, Núm. 43, cemca, México, 2003, pp. 70-76).

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14

Manzanilla, 2003, op. cit.

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desacralizar el espacio ceremonial repitiendo el patrón cultural originado en la gran metrópoli de la cual eran originarios. Razón por lo que consideramos pertinente describir el contexto arqueológico depositado sobre el piso de El Recinto Quemado, que corresponde a la última etapa de construcción teotihuacana.

El contexto Sobre el piso de El Recinto Quemado —en el sector norte del cuarto— se localizaron diversos materiales arqueológicos y fosas excavadas en él (figura 1). Los primeros se encuentran depositados sobre la superficie del piso sin un orden aparente, mientras que las fosas se encuentran alineadas y se localizan al fondo del recinto ceremonial. Consideramos pertinente describir primero los materiales arqueológicos y, posteriormente, detallar las características de las fosas y de los artefactos localizados dentro de ellas. Cerca del Muro Oeste del cuarto interior de la tercera etapa de construcción, se identificó un conjunto de tepalcates muy deteriorados y frágiles de color café y negro que quizá pertenecieron a un brasero. Al norte de este conjunto se halló otro grupo de tepalcates de dos vasijas diferentes. Por un lado, tepalcates de un cajete negro que presentaba secciones con tonalidad azul metálico producto del contacto con el suelo durante el incendio y, más al norte, una olla de base anular que se localizó completa aunque fragmentada. La olla —naranja, delgada y muy frágil— se encontraba depositada bocabajo directamente sobre el piso. Singular fue la localización de una hilera de lajas fracturada —intencionalmente o por el peso del relleno—, bajo la cual se recuperaron diversos fragmentos de brasero rojos sobre café y negros, con acabados burdos; algunos presentaban aplicaciones 160

Huellas de lo sagrado

Figura 1. En el piso de la tercera etapa de construcción se localizaron una serie de objetos y fosas que formaron parte del ritual de terminación distribuidos en el sector norte del recinto ceremonial.

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Figura 2. Como parte de las ofrendas depositadas en el piso, se localizaron frag­ mentos de braseros, una laja fracturada, cuchillos curvos y puntas de proyectil.

de círculos y protuberancias. Los tepalcates, entre mezclados con carbón, ceniza y piedras, se encontraban en mal estado de conservación, pareciera que no estaban bien cocidos o que la acción del fuego debilitó su constitución original. Acompañando a este conjunto se localizó —a la derecha de la laja fragmentada— otro más, igualmente de brasero, que pudo pertenecer al mismo localizado debajo de las lajas (figura 2). Entre los diferentes instrumentos líticos localizados, quizá los más relevantes sean aquéllos que han sido asociados con el sacrificio humano: los cuchillos curvos de obsidiana. En total se localizaron diez cuchillos curvos completos —aunque algunos de ellos fracturados— y tres fragmentos más; del total de cuchillos, tres de los completos se encontraron cerca de los muros, aisla162

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dos del resto de los cuchillos, y directamente asociados con puntas de proyectil de cuarzo blanco lechoso, mientras que el resto se encontraban concentrados en la parte media del sector norte del cuarto (figura 3). De igual forma, se recuperaron una navajilla prismática, lascas de obsidiana y cuarzo y puntas de proyectil también en obsidiana —además de las cuatro puntas en cuarzo asociadas a los cuchillos curvos. Extraordinaria fue la recuperación de una Figura 3. Parte importante de las diversas mazorca que conserva- ofrendas son los instrumentos líticos, como los cuchillos curvos y las puntas de proyectil. ba algunos de los granos intactos y todavía adheridos al olote. El maíz se localizó carbonizado y, a pesar de haber estado en contacto con el fuego, entre fragmentos de escombro, maderos, carbón y bajo el peso del relleno, se encuentra en buen estado de conservación, lo que nos permitió realizar diferentes análisis para su identificación, cuyos resultados se presentan en otro capítulo de este libro (figura 4). En medio de maderos y cantos rodados calcinados, revueltos con el escombro del piso de estuco y carbón, se encontraron 163

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tres conjuntos de fragmentos de textil quemados. El primer conjunto está conformado por un fragmento de lienzo quemado, del cual, a pesar de su estado de conservación, fue posible identificar la trama y la urdimbre entrelazadas. Además, se localizó una Figura 4. Es poco usual localizar en las excava­ serie de hilos largos ciones arqueológicas materiales orgánicos como y gruesos que no se la mazorca quemada, encontrada entre los carbo­ encontraban tejidos, nes y maderos que cubrieron el piso. es probable que se tratara de otro tipo de fibra o de plumas de ave. Otro fragmento de textil —tres conjuntos de hilos que conforma una trenza— se localizó cerca del muro que forma el vano, sobre una capa de tierra a 5 cm sobre el piso, envolviendo una piedra quemada y algunos fragmentos de carbón. El segundo conjunto está conformado por tres tipos de textiles diferentes: un fragmento de lienzo —el cual envolvía un trozo de carbón—; una serie de trenzas donde una, incluso, conserva el nudo, y un conjunto de hilos sueltos. Finalmente, el tercer conjunto resulta muy interesante, pues se localizó asociado al conjunto de cuchillos curvos de obsidiana depositados sobre el piso. Este fragmento de textil es un lienzo calcinado que cubría uno de los cuchillos curvos y continuaba de modo directo sobre el piso. El textil estaba por completo quemado, sin embargo, en 164

Huellas de lo sagrado

algunas secciones se podía apreciar la trama y la urdimbre. Algunos fragmentos de textil fueron analizados en los laboratorios de la Universidad Autónoma de Querétaro. El estudio preliminar de la composición del tejido —realizado por la bióloga Oliva Ramírez Segura— arrojó que estaba conformado por dos tipos de fibras vegetales: probablemente algodón combinado con fibras de palma, yuca o maguey; parte de los resultados se presentan en este mismo tomo. Las fosas: ¿depósitos rituales? Al fondo del recinto ceremonial se encontraron nueve fosas alineadas en dirección norte-sur, y una más sobre la sección central del cuarto; dos de ellas corresponden a los hoyos de los postes que pudieron soportar la techumbre, mientras las siete restantes pudieron funcionar como contenedores de ofrendas. Sus dimensiones y características varían entre una y otra, al igual que los materiales localizados en su interior. Sin embargo, el haberlas localizado acompañando el contexto antes descrito y los materiales localizados en su interior, nos lleva a suponer que también fueron elementos importantes empleados durante el ritual de terminación y que funcionaron como depósitos rituales. Las fosas 1, 3, 4 y el hoyo de poste 2 destacan del resto porque en su interior se localizaron materiales antropogénicos. Al excavar la Fosa 1 se identificó una primera capa de fragmentos de relleno de piso de estuco en medio de los cuales sobresalía un fragmento de obsidiana verde. Al retirar esta capa se observó una de sedimento más fino sobre la que descansaban unos fragmentos de un material delgado color gris, probablemente pizarra, y otro fragmento de obsidiana verde que —junto con el recuperado en la primera capa— formaban una punta de proyectil. 165

Tiempo y Región

Por su parte, la Fosa 3 —rellena por una capa de sedimento gris— contenía una piedra de basalto gris bajo la cual estaba depositado un cuchillo bifacial lanceolado de obsidiana. El cuchillo estaba colocado de manera vertical sobre el extremo oeste de la fosa. Al excavarlo se pudo apreciar que estaba fracturado; sin embargo, al continuar la excavación se localizó el otro fragmento. La Fosa 4 —que presentaba una preparación de barro en uno de sus extremos— estaba rellena por una capa de carbón y, posteriormente, una de piedras quemadas. En el interior se localizaron tres tepalcates debajo de los cuales se identificó un sedimento fino de color gris, probablemente ceniza. Por último, del hoyo de poste 2/fosa 7 se encontró que algunas de sus paredes estaban cubiertas por un enjarre de barro. Al excavarla se localizó en el fondo un retazo de textil y una punta de silex partida por la mitad; una de las caras presentaba una coloración negra por la acción del fuego. Junto con dichos elementos se recuperó una serie de fragmentos cerámicos. Los rituales de terminación en El Rosario Cerca del año 600 d. C., la hegemonía y el poderío de Teotihuacan empiezan a fracturarse. Quizá, presagiando el final, las élites de un Teotihuacan en decadencia notificaron a los habitantes de El Rosario que pronto tendrían que abandonar el sitio. O, probablemente, después de la caída de la gran urbe y de la pérdida total de su control, las élites de El Rosario empiezan a resentir la distancia y la falta de apoyo de la gran ciudad; es probable que las presiones locales empezaron a acrecentarse, y la única solución viable era seguir el ejemplo de de la gran urbe: abandonar el asentamiento y migrar. Aunque el tipo de relación entablada entre Teotihuacan y El Rosario todavía no está 166

Huellas de lo sagrado

totalmente aclarado, no podemos negar que la decadencia de la metrópoli debió haber afectado de manera considerable a este último. Los materiales arqueológicos indican que las élites de El Rosario se fueron y, antes de partir, realizaron una ceremonia que significaría la ruptura definitiva con el sitio, el espacio y con todo vestigio de sus relaciones con el territorio norteño. Consideramos que el abandono de El Rosario fue paulatino y planeado; es decir, sus habitantes tuvieron tiempo suficiente para recoger sus pertenencias y desarrollar un ritual de terminación.15 El contexto identificado en El Recinto Quemado nos lleva a proponer que es un contexto ritual de terminación, dado que los objetos localizados, sus características y disposición no corresponden a un contexto común. Aunque en cada piso localizamos diferentes materiales y patrones de conducta encaminados a la clausura ritual de una etapa —como la destrucción de muros y deposición de ofrendas, por mencionar algunos—, ninguno de ellos tiene comparación con la magnitud del contexto de El Recinto Quemado. Es probable que las élites de El Rosario hayan adquirido algunas costumbres nuevas, y que algunas tradiciones se hayan entremezclado con las locales; sin embargo, no podemos negar la similitud de algunos aspectos dentro del ritual de terminación identificado en El Recinto Quemado con aquéllos descritos para Teotihuacan. En el conjunto habitacional de Oztoyahualco o en el centro de barrio de Teopancazco, por ejemplo, una de las fases del ritual de terminación consistió en “matar” vasijas cerámicas:

Aunque hasta la fecha no hemos desarrollado excavaciones en las áreas habitacionales, sí llama la atención la escasez de material cerámico en la Estructura Principal, tanto sobre los pisos como en los rellenos.

15

167

Tiempo y Región

Figura 5. Como parte de los rituales de terminación se acostumbraba “matar” vasijas cerámicas. Las localizadas en El Rosario podrían ser un ejemplo de esta práctica.

sobre el piso se identificaron una serie de fragmentos de braseros, vasijas, incensarios, vasos, entre otros, fracturados en varios pedazos y depositados sobre el suelo. Esta práctica ceremonial también se ha identificado sobre vasijas líticas o esculturas.16 Se-

16

Ortiz y Manzanilla, op. cit.

168

Huellas de lo sagrado

guramente, los fragmentos de brasero localizados sobre el piso del recinto ceremonial y debajo de la hilera de lajas en El Rosario podrían estar reflejando esta tradición; probablemente los braseros y cajetes empleados en el ritual fueron “matados” al final de éste y depositados como ofrenda (figura 5). En este sentido, la localización de algunos de los cuchillos curvos fracturados y la hilera de lajas podrían ser consecuencia de esta misma práctica, puesto que en diferentes espacios teotihuacanos también se ha identificado la costumbre de “matar” objetos líticos, aunque en el caso particular de Teotihuacan sea más común encontrar esculturas o vasijas en piedra más que materiales líticos tallados. Por otro lado, las fosas tampoco son ajenas a los contextos teotihuacanos; en diferentes conjuntos habitacionales y rituales dentro de la urbe se ha identificado una gran cantidad de fosas de dos tipos: aquéllas empleadas para el enterramiento humano y aquéllas que pudieron contener en su interior diferentes materiales —cerámicos, líticos y orgánicos—. Destaca que al interior de algunas de ellas han identificado la presencia de semillas, flores y restos de fauna.17 Las fosas de El Rosario resultan sumamente interesantes por dos razones: primero, porque fueron excavadas sobre el piso, es decir, se realizaron tiempo después a la elaboración de los pisos, y porque en su interior se han localizado, como vimos, diferentes objetos líticos como cuchillos y puntas de proyectil (figura 6). En el caso particular de las fosas donde no se localizaron materiales antropogénicos podríamos proponer que, al igual que en Teotihuacan, pudieron contener

Manzanilla, Linda (coord.), Anatomía de un conjunto residencial teotihua­ cano en Oztoyahualco, tomo I, Las excavaciones, iia-unam, México, 1993, 583 pp. 17

169

Tiempo y Región

Figura 6. Al interior de las fosas excavadas, en el piso, fue común encontrar ins­ trumentos líticos elaborados con materias primas foráneas que fueron llevados a El Rosario, como instrumentos terminados como este cuchillo de obsidiana.

materiales orgánicos como flores, comida, semillas, etcétera.18 Es clara la intencionalidad de emplearlas como depósitos de ofrenda, pues tanto su ubicación dentro del recinto ceremonial como los objetos de su interior nos indican que fueron creadas para contener objetos simbólicos inmersos dentro de la dinámica del ritual. Finalmente, como fase final de la ceremonia, el piso y los materiales en él depositados se cubrieron con maderos y morillos a los que se les prendió fuego. Con el incendio, los grupos teotihuacanos estarían consumiendo simbólicamente su vida dentro de El Rosario (figura 7).

Durante las excavaciones se tomaron muestras del interior de todas las fosas. Hasta ahora no contamos con los análisis correspondientes que nos podrían indicar si contenían materiales orgánicos.

18

170

Huellas de lo sagrado

Figura 7. Antes de abandonar el sitio, los pobladores de El Rosario cubrieron los pisos con maderos y morillos a los que posteriormente les prendieron fuego para concluir el ritual de terminación.

Los diferentes materiales localizados sobre el piso de El Recinto Quemado parecen haber sido empleados durante un complejo ritual guiado, quizá, por el sacerdote o miembros de la élite de El Rosario. La presencia de fragmentos de brasero podrían indicar el uso de copal u otras maderas para producir el humo que purificaría el espacio; los cajetes y ollas quizá contuvieron alimentos, líquidos o semillas que fueron ingeridos por los participantes en el ritual, o depositados como ofrenda después de ser “matados”. La presencia —en este contexto— de los cuchillos curvos de obsidiana es de suma importancia, puesto que estos instrumentos se han relacionado con la extracción del 171

Tiempo y Región

Figura 8. Este fragmento de textil, que tal vez perteneció al ajuar de uno de los sacerdotes, cubría uno de los cuchillos curvos de obsidiana que parecen haber sido fundamentales dentro de los rituales realizados en este sitio.

corazón durante el sacrificio humano,19 como emblemas votivos de la guerra y el sacrificio,20 como elementos de élite y poder militar,21 como símbolos de control económico 22 o como objetos Séjourné, Laurette, Arquitectura y Pintura en Teotihuacan, Siglo XXI, México, 1966.

19

20

Von Winning, Hasso, La iconografía de Teotihuacan, Los dioses y los signos, México, 1987.

iie-unam,

Sugiyama, Saburo, Human Sacrifice, Militarism and Rulership. Materiali­ zation of State Ideology at the Feathered Serpent Pyramid, Teotihuacan, Cambrige University Press, 2005.

21

Angulo en Nielsen, Jesper, y Christope Helmke, “Spearthrower Owl Hill: A toponym at Atetelco, Teotihuacan”, en Latin American Antiquity, vol. 19, núm. 4, diciembre, 2008.

22

172

Huellas de lo sagrado

simbólicos portadores de un mensaje ideológico-político.23. Los fragmentos de textil que pudieron conformar parte del vestido del sacerdote depositado sobre las ofrendas, o un retazo de tela que tal vez, en cierto momento de la ceremonia, se empleó para cubrir los cuchillos, la cerámica o, incluso, los maderos que encendieron el fuego con el que culminó el ritual (figura 8). Así, una vez concluida la ceremonia, los teotihuacanos se marcharon de El Rosario, dejando sólo escasa huellas de su estadía en el centro norte.

Fenoglio Limón, Fiorella, Carlos Viramontes Anzures y Juan Carlos SaintCharles Zetina, Iconografía y cuchillos curvos. Espacios rituales teotihuacanos de sacrificio y guerra en El Rosario, Querétaro, en prensa.

23

173

Capítulo 5

Entre piedras y barro.

Los instrumentos suntuarios y utilitarios Roxana Enríquez Farías

De vasijas, ollas y cajetes: la cerámica

D

esde las primeras investigaciones realizadas en el valle de San Juan del Río, El Rosario apuntaba a ser uno de los sitios más importantes con respecto al vínculo de esta región con las regiones vecinas, principalmente con la Cuenca de México. Sin embargo, pasaron algunos años antes para contar con el cuerpo de datos que ahora se tiene gracias a un proyecto de investigación definido. Los materiales de las intervenciones anteriores fueron de gran importancia para establecer las primeras hipótesis respecto a la cronología y tradición del sitio arqueológico, por lo que podemos encontrar en las diferentes publicaciones y documentos la importancia de cada uno de los elementos hallados e hipótesis planteadas que a lo largo de décadas de investigación han servido para la construcción de las interpretaciones que ahora se ofrecen acerca de El Rosario. En 2005 se realizó el análisis y la clasificación cerámica de los materiales encontrados durante el rescate arqueológico realizado en el sitio en el año de 1995; puesto que no se trataba [175]

Tiempo y Región

de grandes cantidades de tiestos y provenían de un contexto en el que fueron halladas piezas semicompletas fue posible realizar una clasificación con la que además de establecer las primeras bases de la tradición cerámica del sitio, se realizó la comparación entre los tipos cerámicos hallados y los reportados en las regiones vecinas. Se trata de un trabajo que ha permitido encaminar nuevas investigaciones y reforzar algunas hipótesis planteadas desde entonces, mismas que seguirán trabajándose con los datos obtenidos durante los trabajos del Proyecto Arqueológico El Rosario.10 Metodología de análisis Las implicaciones que una vasija puede tener de todo un complejo social van más allá del uso y deshecho de un artefacto. Es un elemento elaborado bajo condiciones específicas de desarrollo tecnológico y recursos limitados según la situación geográfica, que además cumple con una función social y que tiene inserta la expresión de una parte del grupo social al que pertenecen.11 Los objetivos de este análisis pueden sintetizarse de la siguiente manera:

Enríquez Farías, Roxana, El Rosario, un sitio en el valle de San Juan del Río, Querétaro, relacionado con Teotihuacan: elementos para su estudio e interpretación, tesis, enah, México, 2005.

10

Manzanilla, Linda, “Algunas opiniones sobre el concepto de “tipo” en arqueología”, en Cuicuilco, Revista de la enah, núm. 18, 1987, p. 92. Montané, Julio, Marxismo y arqueología, Ediciones de cultura popular, México, 1980.

11

176

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios • Detectar una secuencia cronológica dentro de los materiales. • Proporcionar a los materiales encontrados una cronología relativa que contribuya a determinar la temporalidad del sitio. • Proponer una tipología y método de análisis que sirva como base para futuras investigaciones en este mismo sitio, determinando, en la medida de lo posible, una tradición propia para El Rosario. • Relacionar los materiales hallados y considerados como propios del lugar con los característicos de otros sitios en la región (valle de San Juan del Río) para corroborar su relación.

El método más apropiado para realizar la clasificación fue mediante la definición de grupos y tipos según los atributos morfológicos y estilísticos de cada tiesto. Los atributos considerados son: forma, acabado de superficie y pasta. La separación inicia con la forma genérica, guiada por la inclinación de los bordes y el ángulo de los cuerpos. Esta definición se apoya en el acabado de superficie que es característico de cada pieza según la función para la que fue diseñada, es decir, los cajetes generalmente tienen una superficie tratada finamente, si no es con decoración o gruesas capas de engobe, al menos la calidad del pulido es notable, a diferencia de las ollas o piezas de mayor tamaño. Incluso, el grosor de las paredes a veces es determinante en la definición. El total de tiestos clasificados fue de 6,053, entre los cuales pudimos restaurar cerca de 17 piezas que conservaron de un 50 % a 98% del total. Se agruparon según sus atributos en 21 grupos, siendo la mayoría de éstos desconocidos para la región del valle de San Juan del Río, algunos pertenecientes a regiones 177

Tiempo y Región

vecinas (como el Valle de Temascalcingo y la Cuenca de México), y otros con atributos que evocan los estilos característicos de Teotihuacan. La tradición cerámica de El Rosario El Rosario marca un momento importante dentro del desarrollo regional del valle de San Juan del Río. Los materiales que encontramos aquí son distintos de los hallados hasta ahora en otros sitios arqueológicos de la región, aunque tras el análisis de cerámica, nos hemos percatado de algunos elementos que pueden precisar que ésta es una producción local. Los grupos encontrados tienen un antecedente directo en la Cuenca de México, y podemos relacionarlos con la vajilla Coyotlatelco del valle de Teotihuacan; entre ellos, podemos mencionar los cajetes al negativo, los platos, platones y cajetes rojo sobre bayo del grupo de cajetes de pasta fina y los cajetes rojo sobre bayo de pasta compacta, principalmente. Sin embargo, podemos señalar que los materiales encontrados en El Rosario fueron producidos en el mismo sitio, puesto que son piezas muy elaboradas, de gran tamaño y, en consecuencia, de peso considerable, por lo que difícilmente se podrían transportar a grandes distancias sin causarles daño alguno. Además, la zona donde se encuentra emplazado el sitio arqueológico provee los materiales necesarios para la elaboración de cerámica de esta calidad, lo que deja claro que los habitantes de El Rosario tenían el conocimiento necesario para explotar el medio y elaborarla. Lo distintivo de la tradición cerámica de El Rosario se refuerza a partir de la comparación con otras tradiciones de la región, por ejemplo, en sitios tan cercanos como el Cerro de la 178

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Cruz, a 7 km de distancia con los mismos recursos disponibles, no se elaboraron piezas con decoración al negativo sino hasta un periodo posterior. Otra diferencia notable es la ausencia de pipas. Comúnmente se encuentran en sitios de la región (Cerro de la Cruz, El Colorado, La Trinidad). Dichos artefactos, no sólo se localizan en ofrendas, sino en los contextos de relleno, como si se tratara de piezas de uso cotidiano. Un hecho significante, puesto que la ausencia de estos utensilios no sólo marca una identidad artesanal distinta, sino una serie de costumbres y actividades de otra índole ya sean cotidianas o rituales. Un elemento importante en la tradición cerámica de El Rosario es la producción de los Cajetes de base anular, que en morfología se asemejan a las piezas del grupo Anaranjado Delgado; las Ollas finas cuyo antecedente está relacionado con las jarras del Grupo Pulido; los Braseros que pueden ser una imitación o versión local de los braseros del Grupo Mate burdo; y los Cajetes esgrafiados, Cajetes Estucados y Vasos que pueden tener su antecedente directo en el Grupo Pulido inciso, Estucado pintado y Pulido monocromo, respectivamente. En resumen, la tradición cerámica de El Rosario, aunque está directamente relacionada con el Coyotlatelco del valle de Teotihuacan y con algunas formas típicas teotihuacanas, es una producción local, cuyos elementos estilísticos y de manufactura no solamente les da a los habitantes de este sitio una filiación distinta a la del resto del valle, sino que les proporciona identidad, vinculada con Teotihuacan. Consideramos que el Periodo Epiclásico está bien representado. Como mostraremos en la clasificación, muchos de los grupos tienen un antecedente en la cerámica Coyotlatelco de la Cuenca de México, la cual según los últimos fechamientos comienza 179

Tiempo y Región

entre el 550-600 d. C., y se diluye para el 900 d. C. 12 En cuanto a los que pudimos identificar con los reportados para Teotihuacan, en su mayoría son artefactos que se produjeron en los últimos momentos de dicha ciudad, por lo que confirmamos la temporalidad mencionada. Mientras que los tiestos foráneos que detectamos en El Rosario se mantienen en este periodo, resaltando que los localizados en el Pozo 2 se ubican entre los años 700-950 d. C., de acuerdo con los fechamientos obtenidos en Tula,13 propuesta que podemos complementar con datos arquitectónicos que revisaremos más adelante. Así, es posible identificar tres grandes grupos que pueden relacionarse con fases diferentes según sus características morfológicas y estilísticas. Primero, las piezas que podemos relacionar con producciones cerámicas de Teotihuacan principalmente de las fases Tlamimilolpa tardía y Xolalpan temprana. Tal es el caso de algunos Cajetes Esgrafiados, Vasos Acanalados y piezas Anaranjado Delgado. Segundo, los grupos asociados con la cerámica Coyotlatelco del valle de Teotihuacan, que observan cambios importantes en la decoración, e incluyen formas derivadas de las típicas teotihuacanas, pero con agregados locales, por cierto, cerámica de gran calidad. Nicolás Careta, Claudia, Análisis cerámico de la Cueva del Pirul: transición entre el complejo Coyotlatelco y complejo Mazapa en Teotihuacan, tesis de Licenciatura, enah, México, 2003, p. 83. López Pérez, Claudia Ma., Análisis cerámico de las áreas de actividad en la “Cueva de las Varillas”, Teotihuacan, tesis de Licenciatura, enah, México, 2003, p. 228. 12

Cobean, Robert H., La cerámica de Tula, Hidalgo, Colección científica 215, Serie arqueología, inah, México, 1990. 13

180

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Tercero, la cerámica, que aunque conserva formas y decorados dentro del patrón artesanal, no tiene tanta calidad en los acabados de superficie. Cada vez más parecidos a la tradición cerámica de Tula. Producciones locales Periodo

con antecedente

Producciones locales

en otras regiones

900 d.C. 800 d.C.

700 d.C.

600 d.C.

500 d.C. 400 d.C.

Foráneo: platos rojo sobre bayo “Moy”. Foráneo: ollas cañones rojo sobre café. Foráneo: rojo naranja sobre crema Huamango. Foráneo: Garita black brown. Cajetes al negativo, cajetes base anular, cajetes sellados, cajetes pasta fina, cajetes pasta compacta. Foráneo: tres palos. Braseros, cajetes esgrafiados, cajetes estucados, vasos. Foráneo: anaranjado delgado.

Ollas finas, ollas monocromas burdas, cajetes pasta gruesa.

181

Tiempo y Región

Producción local del Periodo Clásico (400-500 d. C.) Braseros Son piezas de acabado burdo y pasta gruesa, el diámetro de las piezas oscila entre los 16 y 28 cm; es difícil determinar su altura puesto que no contamos con piezas completas. La técnica de manufactura empleada en estas piezas es muy particular. Es fácil observar en el perfil de las paredes que fueron realizados en dos partes. Primero se tiene una pieza con la superficie alisada, sin

Figura 1.

182

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

tratamiento especial en el acabado, posiblemente realizada con la ayuda de un molde. Una vez terminada se coloca una capa más de arcilla modelada en forma ondulada. Debido al empleo de dos capas, las paredes resultan muy gruesas en comparación con otras piezas, van de 0.7 cm a 1.5 cm. Los soportes hallados son de tipo cónico con cuatro semiperforaciones redondas a la mitad del soporte. La altura es de 5 cm por 6 cm de ancho en la unión con la base y 2 cm en la parte distal (figura 1). Este tipo de braseros no es frecuente entre los materiales de sitios cercanos como el Cerro de la Cruz y otros de la región; sin embargo, aunque no contamos con piezas completas, los fragmentos tienen cierta semejanza con los incensarios del Grupo Mate Burdo descrito por Evelyn Rattray para Teotihuacan. Los principales indicadores son el borde tipo remetido, y el acabado de superficie en el caso de los incensarios tipo “chimenea” o “elote”, que para Teotihuacan presentan impresiones dactilares, obteniendo una superficie muy rugosa. La diferencia con los fragmentos de El Rosario es que aquí se realiza una base posiblemente con molde, y posteriormente el acabado se obtiene con la aplicación de más arcilla en forma ondulada. En Teotihuacan, la producción de incensarios aumentó durante la fase Tlamimilolpa. Se crearon nuevas formas como los anafres de tres púas y los candeleros. Para la fase Xolalpan temprano se incorporan los incensarios con chimeneas, que continúan hasta Xolalpan tardío y Metepec, aunque con menor densidad y más simples, es decir, que este grupo predomina entre los años 450-550 d. C.14

Rattray, Evelyn Childs, Teotihuacan. Cerámica, cronología y tendencias culturales, Serie Arqueología de México, inah / University of Pittsburgh, 2001, pp. 164-272.

14

183

Tiempo y Región

Con los materiales hallados sólo podemos mencionar semejanzas entre el material encontrado aquí y el descrito para Teotihuacan. No obstante, no tenemos antecedente de este tipo de piezas dentro de la región de San Juan del Río. Cajetes esgrafiados Se trata de cajetes cuya relevancia es la compleja decoración esgrafiada con peculiares motivos que se observan al exterior. Dado que hasta el momento este tipo de decoración y forma no se ha localizado en los sitios del valle de San Juan del Río, consideramos que es uno de los elementos a considerar para hablar de las relaciones con otras regiones circunvecinas. El decorado se localiza al exterior de las piezas, y los motivos abarcan toda la superficie. Son secuencias de triángulos achurados con líneas entrecruzadas, secuencias que se dividen en segmentos por líneas verticales u horizontales paralelas, asimismo puede encontrarse la decoración de flores de cuatro pétalos o la estilización de ello. En algunos casos se observa un pigmento rojo que queda sobre las líneas que forman el esgrafiado (figura 2). De acuerdo con las características citadas, estos cajetes son similares a los del Grupo Pulido Inciso de la clasificación de Rattray 15, la técnica poscocción es diagnóstica de la fase Tzacualli. Para la fase Tzacualli tardía se agrega el cinabrio como parte de la decoración. Hacia la fase Miccaotli, el decorado se desarrolla completamente y se tienen zonas de achurado-cruzado que se hacen descuidadamente, dejando el fondo solo en color café os-

15 Ibid., pp. 134-172.

184

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Figura 2.

curo o negro. En la fase Tlamimilolpa temprana se perfecciona la técnica y las incisiones son más profundas, uniformes y limpias, disminuyendo el número de piezas con estas características en las fases Xolalpan temprana y tardía. Podemos resumir que se trata de un grupo que se manifiesta desde 150 d. C. hasta 550 d. C., disminuyendo en calidad y frecuencia conforme se hace más tardía. En algunos de estos cajetes aparece como parte de la decoración la “flor de 4 pétalos”, que es frecuente en piezas teotihuacanas hacia la fase Xolalpan tardía.16 La técnica decorativa de estos cajetes también se hace presente en la cerámica de Tula. El tipo Guadalupe rojo sobre café esgrafiado incluso observa motivos semejantes. La forma de los cajetes también es similar. En estas piezas, el decorado aparece en la tercera parte de la superficie de la vasija. Todos tienen decoración pintada en rojo y una banda ancha que cubre el esgrafiado. El único atributo que los relaciona con Teotihuacan es la forma de vasos cilíndricos, pero en Tula éstos tienen soportes cónicos huecos, diferencia que también com-

16 Ibid., p. 218.

185

Tiempo y Región

parte con el material de El Rosario, ya que aquí los soportes de las piezas son sólidos y de menor tamaño. La temporalidad del tipo Guadalupe rojo sobre café esgrafiado es 700-800 d. C., complejo Prado.17 Otro tipo con estas características es el Clara Luz negro esgrafiado del complejo Prado. El color de superficie y diseños son similares, pero la presencia de soportes en el material de Tula hace una importante diferencia. Podemos mencionar, además, la similitud que existe con la cerámica de Azcapotzalco, el tipo 60 Vaso trípode rojo inciso, en cuanto la decoración se refiere, específicamente en el diseño de una “flor de cuatro pétalos”, aunque es innegable que la forma difiere bastante.18 Vasos Son formas cerradas cuya morfología se asemeja a vasos de borde redondeado directo, su base es plana y ligeramente más delgada que el resto del cuerpo. El diámetro de estas piezas es de alrededor de 14 cm y de 6.5 cm de alto. Son de color café oscuro, casi negro. Presentan un pulido de gran calidad, tanto al interior como el exterior, de apariencia lustrosa y textura “jabonosa”.

17

Cobean, op. cit., pp. 92-118.

García Chávez, Raúl, y Luis Córdoba Barradas, “Comparación arqueológi­ ca entre varios sitios Coyotlatelco del Centro de México”, en Sodi Miranda, Fe­derica (coord.), Mesoamérica y el norte de México, siglos ix a xii, Semina­ rio de Arqueología Wigberto Jiménez Moreno, vol.1, mna-inah, México, 1991, p. 161. 18

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Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Figura 3.

La decoración es quizá la característica más importante. Tienen acanaladuras verticales paralelas en el exterior, de casi 0.5 cm de profundidad, y algunos tiestos presentan un ensanchamiento diametral en el borde por la parte exterior (figura 3). Sin duda, identificamos este tipo con la forma de vasos dentro del Grupo Pulido Monócromo para Teotihuacan. La característica que motiva la comparación con las acanaladuras verticales al exterior de la pieza, así como el acabado y la calidad de la pasta. Durante la fase Tlamimilolpa tardío se tienen acanaladuras sobre los vasos y continúan hasta Xolalpan temprano. Para Xolalpan tardía es cuando existen vasos lisos sin rebordes; las paredes de las vasijas son relativamente gruesas y ocasionalmente acanaladas. Podemos decir que la correspondencia temporal es de 450-550 d. C.19 Tipo: Anaranjado Delgado En El Rosario localizamos pocos ejemplares de este grupo. Desafortunadamente no se tienen piezas completas, ni aparecieron en

19

Rattray, 2001, op. cit., p. 254.

187

Tiempo y Región

contextos primarios. Encontramos, principalmente, bordes de cajetes y algunos fragmentos de base anular, además de algunos tiestos mucho más delgados que quizá pertenecieron a cajetes mucho más pequeños. Dado que no encontramos piezas completas o algún fragmento que nos diera información del tamaño general de las vasijas, es difícil determinar su altura, pero el diámetro de los cajetes oscila entre 10 y 15 cm, y la altura de la base anular es de 1 cm. Este tipo cerámico se identificó en Teotihuacan desde los primeros análisis de cerámica. Sin embargo, con estudios posteriores, donde se emplearon técnicas de análisis más avanzadas para identificar su procedencia y composición, se pudo determinar que se trata de una cerámica elaborada en la porción sur del actual estado de Puebla, concretamente en la región de Tepexi de Rodríguez.20 Esta clase de cerámica ha sido muy popular a lo largo de años de investigación, debido a las características que posee. Se trata de piezas como cajetes de base anular, jarras, ánforas y algunos cajetes sin soporte. Entre las características que más llaman la atención se encuentran las paredes delgadas que hacen de las piezas ejemplares muy ligeros, por lo que seguramente eran fáciles de transportar. Dentro de Teotihuacan, esta cerámica se asocia a grupos de élite y rituales funerarios, lo que sugiere que el Anaranjado Delgado representa un producto de exportación por parte de la élite, y seguramente se convertía en unos de los bienes de prestigio.21 La distribución de este tipo cerámico es lo que también lleva a pensar que se trata de objetos de gran comercialización durante la época de auge teotihuacano, razón por la cual durante

Rattray, Evelyn Childs, “El origen y la producción de la cerámica Anaranjado Delgado”, en Boletín del Consejo de Arqueología, inah, 1989, p. 111.

20

21

Rattray, 2001, op. cit., pp. 306-320.

188

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

algún tiempo se planteó que donde se encontraba tan característica cerámica existía la posibilidad de una ocupación teotihuacana. A pesar de que generalmente se localiza junto con otros elementos que recuerdan a Teotihuacan, el Anaranjado Delgado no es indicador suficiente para hablar de tal fenómeno. Conforme avanzaron las investigaciones al respecto, podemos entender que el Anaranjado Delgado tiene una distribución más allá de Teotihuacan, puesto que no era el único distribuidor.22 Se ha localizado en Monte Albán, en contextos funerarios de Tikal, Huamaltla en Tlaxcala y Loma Alta en Michoacán, además de otras excavaciones en sitios del Clásico en Puebla y Morelos. Su temporalidad, dependiendo de la región, va del 200 al 500 d. C., aunque en Teotihuacan se encuentra desde sus inicios hasta los últimos momentos, siendo la fase Xolalpan tardía (400-450 d. C.) el periodo donde existe mayor diversidad y advierte gran importancia.23 Producción local del Periodo Clásico tardío (600 d. C.) Cajetes al Negativo Se trata de un grupo de piezas muy homogéneas, cuya característica principal es la decoración al negativo. La forma recurren-

Gómez Chávez, Sergio, “Presencia del occidente de México en Teotihuacan. Aproximaciones a la política exterior del Estado Teotihuacano”, en Ma. Elena Ruiz Gallut (ed.), Ideología y política a través de materiales, imágenes y símbolos. Memoria de la Primera Mesa Redonda de Teotihuacan, conacultainah / unam-iia, iie, 2002, pp. 563-625. 22

23

Rattray, 2001, op. cit., pp. 306-320.

189

Tiempo y Región

Figura 4.

te son los cajetes en diversos tamaños y variedad en la decoración. Comprenden el 2.962% del total, y se logró la restitución de 4 piezas en más del 80%. Existe variedad en los cajetes de este grupo: a. Cajetes de borde redondeado directo, paredes rectas divergentes de 0.5 a 0.7 cm de grosor, de fondo cóncavo y base plana. Su altura es de 5 a 8.5 cm y el diámetro varía entre los 14 y 24 cm (figura 4). b. Cajetes trípodes de borde redondeado directo, hemisféricos, base convexa redondeada y paredes ligeramente más gruesas que el anterior, de entre 0.7 y 1 cm. Los soportes son cónicos redondeados con una altura de 1-1.5 cm. El diámetro de los cajetes es de 12 a 23 cm y su altura total oscila entre los 6 y 8.5 cm (figura 5). c. Cajetes trípodes de borde redondeado directo, paredes rectas divergentes, base plana y fondo cóncavo. El grosor de las paredes es similar a los anteriores 0.5-0.7 cm. El 190

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Figura 5.

diámetro se encuentra entre los 12-17 cm y la altura es de 6.5 a 7.5 cm. Los soportes son cónicos redondeados de no más de 1.5 cm y están al nivel de las paredes (figura 6). El tratamiento en la superficie es el mismo para todas las piezas. Tanto al interior como al exterior presentan un pulido de alta calidad, con apariencia lustrosa y textura “jabonosa”, característica que los hace fácilmente reconocibles. En ambos lados tienen la aplicación de un engobe color café sobre el que se fija el decorado. La base siempre está decorada y con las mismas características del cuerpo al interior, pero al exterior sólo está alisada. Como decoración se empleó la técnica del negativo, sobre la cual se aplican diseños en color rojo que buscan rellenar los 191

Tiempo y Región

Figura 6.

espacios del color de la pasta que dejó el negativo. Los diseños son principalmente grecas que casi abarcan toda la superficie de la pieza, líneas ondulantes y ondulaciones gruesas a la altura del borde; estas últimas generalmente al interior. Los diseños son muy repetitivos y saturan la superficie. No se observan nubes de cocción ni huellas de exposición al fuego. Por otro lado, la superficie está muy bien conservada, lo que denota una gran preocupación y cuidado en su elaboración y el uso delicado de ellas, posiblemente como objetos ornamentales o de uso ritual. Los cajetes con decoración al negativo aparecen en varias colecciones cerámicas de la región y otras partes de Mesoamérica. El acabado de estas piezas nos lleva a pensar en el buen manejo de las materias primas y el conocimiento del proceso de elaboración de cerámica, ya que no se trata de una técnica decorativa sencilla. El punto más cercano geográficamente con el que podemos comparar este tipo cerámico nuevamente es el 192

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Cerro de la Cruz, donde se estableció el tipo Negativo la Cruz.24 Aquí también se reportaron piezas con decoración al negativo. Sin embargo, los diseños empleados y la calidad del engobe aplicado a las piezas encontradas en El Rosario nos hablan de una tradición distinta. Haciendo una revisión del empleo de esta técnica en otras piezas, notamos un importante parecido en la manufactura y calidad practicada al comparar con el material descrito para Teotihuacan durante el Periodo Coyotlatelco. Podemos decir que hemos identificado nuestro material con el tipo Cajete Negativo dentro de la tipología de Nicolás 25 y López. 26 La diferencia radica en que los diseños abarcan casi el total de la superficie, y para el caso de los hallados en la Cuenca de México los diseños parecen más pequeños. También podemos considerar similitudes con cerámica de la secuencia de Azcapotzalco, el tipo 22 Cajete Negativo presentado por García, 27 comparables con los cajetes trípodes. La cronología dada a este tipo cerámico en el caso de Teotihuacan es hacia el Periodo Coyotlatelco, el cual, de acuerdo con los análisis de fechamiento, estaría entre los años 550-600 d. C. y 900 d. C.28

Saint-Charles Zetina, Juan Carlos, Laura Almendros L. y Fernando González Z., “Cerámica del Epiclásico en el Cerro de la Cruz”, en Beatriz Leonor Merino y Ángel García Cook (coords.), La producción alfarera en el México antiguo III, inah (Colección Científica 502), México, 2006, pp. 257-280.

24

25

Nicolás, op. cit.

26

López, op.cit.

García Chávez, Raúl Ernesto, La variabilidad cerámica en la Cuenca de México, en el Periodo Epiclásico, tesis de Licenciatura, enah, México, 1995.

27

28

Nicolás, op.cit., p. 83.

193

Tiempo y Región

Cabe mencionar que también se ha reportado en Tula la técnica decorativa al negativo. Las piezas ahí localizadas son escasas, y aunque los diseños y la pintura roja que rodea los motivos al negativo nos hacen pensar que hay cierto parecido con el material de El Rosario, son pocos los ejemplares en Tula como para poder identificarlos con este tipo. Dentro de la cronología establecida en este gran centro ceremonial, el tipo Rojo sobre café pintado al negativo se identifica con los tipos Coyotlatelco de la Cuenca de México, bajo las mismas diferencias: la forma y los diseños, y aparecen durante el Periodo Prado o Corral 700800 d. C. y 800-950 d. C., respectivamente.29 Cajetes de Base Anular Son cajetes de tipo hemisférico y subhemisféricos los de menor tamaño; la principal característica es la base anular, que generalmente presenta un diámetro alrededor de 6 cm; la altura general es de 3.5 a 10 cm, teniendo la base una altura no mayor de 1 cm (figura 7). La conservación de los tiestos y el tamaño de ellos permite inferir la posible técnica de manufactura empleada: la parte del cuerpo se elaboró por modelado, y posteriormente se agregó la base, para la cual utilizaron un molde; así las piezas se unían dando un mayor soporte y estabilidad a los cajetes. Todas las piezas están pulidas al interior, no se observa la aplicación de engobe, a excepción de un caso en la decoración al interior. Sin embargo, el pulido es de gran calidad, al exterior tienen un pulido zonal. La parte más próxima a la base es la que

29

Cobean, op. cit., p. 126.

194

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Figura 7.

se observa casi alisada, puesto que es donde se unen las piezas al momento de su manufactura. Asimismo, toda la superficie de la base está alisada, y en algunos casos se aprecian huellas de la elaboración, como líneas delgadas de algún instrumento utilizado para suavizar la superficie, posiblemente palillos. Los cajetes hemisféricos son monocromos, conservan el color de la pasta, café claro, aunque algunos parecen más oscuros por problemas durante la cocción. Los cajetes subhemisféricos, en su mayoría, tienen una decoración rojo sobre el café claro: círculos concéntricos desde el fondo al borde con líneas en “S” perpendiculares, aplicación de engobe al total de la superficie interna, banda roja sobre el borde o una secuencia de ondulaciones desde el borde al fondo de la pieza. Su elaboración advierte la utilización de pastas locales, y el acabado coincide con el proporcionado al resto de las piezas, por lo que pensamos que este grupo es parte de la manifestación cerámica local; además, no existe un antecedente cerámico en la región del valle de San Juan del Río, motivo por el cual planteamos la posibilidad de que estos cajetes tengan su antecedente en los cajetes de base anular, del grupo Anaranjado Delgado, que tuvo una importante expansión durante el periodo en el que 195

Tiempo y Región

Teotihuacan prevaleció como eje rector de la mayor parte del territorio mesoamericano. La similitud es principalmente morfológica, incluso en lo delgado de las paredes y la ligereza de las piezas, aunque a diferencia del Anaranjado Delgado, nuestras piezas no tienen diseños calados, incisos o algún tipo de decoración sobre la superficie externa. También existe una notable diferencia: los Cajetes de Base anular en El Rosario en ocasiones tiene diseños rojos al interior sobre el color natural de la pasta (café claro), lo que lo hace más parecido al tipo 71 Taza de soporte anular donde se aprecia el pulido a palillos, de la fase Xolalpan, el tipo 95 de la fase Metepec, el tipo 135 Coyotlatelco café claro a oscuro y el tipo 122 Taza de soporte anular Coyotlatelco reportados por García,30 en la secuencia cerámica de Azcapotzalco. Además del tipo 14 Cajete de Base anular y el tipo 16 Cajete de Base anular Rojo sobre Café establecidos por el mismo autor en un trabajo posterior, también en Azcapotzalco,31 y que los ubica para el periodo Coyotlatelco en el valle de Teotihuacan que va del 650 d. C. al 900 d. C. En Tula se conoce el tipo Café liso con “base anular”, manejado como un tipo probable, ya que no ha sido posible identificar los cuerpos de estas piezas. Se piensa que pueden ser cajetes con decoración rojo sobre café como los hallados en sitios de la Cuenca de México. Este tipo de piezas aparecen durante las fases Prado o Corral.32

30

García, 1991, op. cit.

31

García, 1995, op. cit.

32 Cobean, op. cit., p. 126.

196

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Figura 8a.

Cajetes de pasta fina Éste es uno de los grupos más complejos por el número de variantes detectadas. De la misma manera, es uno de los más importantes debido a su representatividad dentro de la colección. Las diferencias entre las variantes radican en la forma específica y el acabado de superficie (figura 8a). a. Monocromos subhemisféricos. El borde puede tener terminación redondeada o cuadrada, en ambos casos de tipo directo, por lo que pudimos apreciar que la base es convexa. El diámetro varía de 10 a 12 cm, con una altura total no mayor a los 6 cm. La superficie está pulida por ambos lados, de color café claro, y en ocasiones podemos ver que al interior hay un pulido diferencial. En la parte 197

Tiempo y Región

b.

c.

d.

e.

198

de la base a veces se observa un alisado probablemente por desgaste. Monocromos hemisféricos. Presentan un borde redondeado, aunque existen ejemplares con la terminación del borde ligeramente puntiaguda. El diámetro de estas piezas es de 12 a 15 cm y el grosor de las paredes es de 5 cm. La altura de las piezas va de 6 a 8 cm. La base es de tipo convexa. En superficie presentan un pulido en ambos lados. El color es café claro o café oscuro. En ocasiones el café oscuro se debe a problemas de cocción. Monocromos divergentes. El borde de estos ejemplares es redondeado directo, las paredes son rectas divergentes y terminan con la base plana. Aunque el ángulo de terminación es generalmente recto, encontramos casos en los que se unen en forma redondeada. El diámetro de 15 a 22 cm y una altura total de 6 a 8 cm. Lleva un pulido en ambos lados de la vasija, aunque la base sólo está finamente alisada; los colores pueden ser café claro y café oscuro, los cuales se logran con la aplicación de engobe. Monocromos curvodivergentes. Se tienen ejemplos de cajetes trípodes de base plana y borde redondeado o plano evertido oblicuo, cuyas paredes son curvo divergentes. Los soportes son de tipo cónico redondeado de no más de 1 cm de alto —aunque puede haber cajetes sin soportes con las mismas características generales—. Estas piezas tienen una altura de 4 a 7 cm, por aproximadamente 12 cm de diámetro. En ocasiones, la base es más delgada al centro. La superficie está pulida por ambos lados y tienen engobe de color rojo o café oscuro. Rojo sobre bayo subhemisféricos. Se trata de cajetes de borde redondeado directo y base convexa. El tamaño general es de 4 a 6 cm de altura, con un diámetro de 14 a

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

16 cm. No hay aplicación de engobe en la superficie; sólo está pulida. La decoración se presenta al interior; son motivos geométricos en color rojo, círculos o recuadros, aunque ambos lados de la vasija tienen el mismo acabado. En el exterior no ponen tanto cuidado al momento de pulir. Se pueden encontrar ejemplares solamente alisados por ambos lados, aunque tienen las mismas características generales. Cabe resaltar que éstos tienen soportes cónicos redondeados de 1 cm de altura. f. Rojo sobre bayo hemisféricos. El borde de estas piezas es redondeado directo. El diámetro es de 11 a 15 cm y una altura general de 5 a 7 cm. La decoración se observa al interior de las piezas, diseños en rojo, líneas paralelas verticales y triángulos, cuya base descansa en el borde y tienen esquinas redondeadas. Además de recuadros, en ocasiones se dibujan bandas diametrales a la altura del borde, en el interior delgadas y al exterior gruesas. g. Rojo sobre bayo divergentes. En este tipo de piezas, los bordes pueden ser redondeados directos o cuadrados. Probablemente su altura sea de 7 a 15 cm, con un diámetro de 14 a 16 cm. La superficie está pulida por ambos lados, sin aplicación de engobe color café. La decoración sólo está en el interior, en color rojo. Son líneas onduladas, diametrales y un diseño recurrente en toda la colección, que es una franja que generalmente atraviesa la vasija en el interior de la que se desprenden franjas onduladas perpendicularmente, a manera de “ramas”. h. Rojo sobre bayo platos. De estas piezas localizamos una que conserva en un 98%, por lo que fue fácil detectar qué tiestos corresponden a esta forma. Son platos de borde redondeado directo, cuyo diámetro va de 10 a 16 cm 199

Tiempo y Región

y el grosor de las paredes no rebasa el 0.7 cm. Su altura es de 2.5 a 4 cm como máximo. El acabado advierte un especial cuidado en la manufactura. Están pulidos por ambos lados y tienen aplicación de engobe color café, más grueso al interior que al exterior; la decoración es roja sólo al interior: líneas onduladas cerca del borde y en forma de “S”. El exterior es color café claro y, aunque no presenta decoración, se aplica un engobe del mismo color de la pasta (figura 8b). i. Rojo sobre bayo platones. Nos fue posible restaurar 4 piezas semicompletas. La forma en general es de bordes redondeados directos, con diámetros de 20 a 23 cm, y una altura no mayor a los 5 cm. Los llamamos “platones” por sus dimensiones y por el grosor de las paredes que hacen que las piezas sean más pesadas, de 0.6 a 0.8 cm., la decoración está al interior; son motivos en color rojo, círculos paralelos cerca del borde y del fondo, en cuyo espacio se dibujan secuencias de líneas en “S”, “L” invertida, y grecas con recuadros. Se recurre también al círculo central en el fondo de la vasija. No se aprecia claramente si hay aplicación de engobe, y el efecto es producto de la calidad del pulido. Pero es claro que la terminación es de mayor calidad en los platos en comparación con los platones, posiblemente por debido al tamaño de las piezas (figura 8c). Encontramos que existen similitudes importantes dentro de este grupo con la cerámica hallada en Teotihuacan dentro de las cuevas al este de la Pirámide del Sol. Los cajetes monocromos subhemisféricos y hemisféricos son morfológicamente afines con el tipo Cajete hemisférico, subhe200

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Figura 8b.

Figura 8c.

201

Tiempo y Región

misférico y suprahemisférico 33, aunque en nuestro caso no nos es posible determinar la técnica de manufactura, igualmente sucede con los cajetes de la misma forma con decoración rojo sobre bayo al exterior de Teotihuacan34 (), que se relacionan con las variedades de El Rosario rojo sobre bayo. Sin embargo, aquí la decoración es más frecuente al interior y los diseños son más gruesos. En ocasiones abarcan casi el total de la superficie. Pese a las diferencias, consideramos que se trata de la misma idea en cuanto a decoración y funcionalidad de las piezas, pero que las diferencias estilísticas advierten la particularidad de cada grupo. En la secuencia cerámica de Azcapotzalco, este tipo de piezas fueron reconocidas por García como tipo 125, en 1991, y pos­ teriormente en 1995, donde se clasificaron como tipos 7 y 17. Los cajetes curvodivergentes son también muy parecidos, sólo que en nuestro material no contamos con la presencia de soportes cilíndricos. Cuando las vasijas de este tipo presentan soportes son de tipo cónico.35 Un importante tipo es el plato Coyotlatelco, el cual encontramos semejante a los platones hallados en El Rosario. La forma, técnica decorativa y diseños son iguales en ambas partes. La diferencia radica en que los platones carecen de soportes, y se entiende que el plato Coyotlatelco es trípode.36 Otra característica que nos lleva a identificar este tipo con los platos Coyotlatelco es que el diseño que presenta en su interior de banda recta con “s” y “z”, y círculo rojo en el centro de la base es considerado

33

Nicolás, op. cit., pp. 134-149.

34

López, op. cit., p. 190.

35

Nicolás, op. cit., pp. 136-137.

García, 1991, op. cit., p. 310; Nicolás,op. cit., pp. 150-151; López, op. cit., pp. 196-197. 36

202

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

como un marcador para la fase Coyotlatelco en Teotihuacan, la temporalidad dada es de 770 d. C.37 Para este caso, es importante hacer una revisión en la clasificación cerámica de Tula, ya que se cuenta ahí con bastante material que posee decoración rojo sobre café. No existe duda en las piezas como los platos y cajetes de nuestro grupo que han sido identificados en los párrafos anteriores. Sin embargo, localizamos algunos tiestos con motivos diferentes que pueden estar más relacionados con Tula, específicamente con el tipo Coyotlatelco rojo sobre café.38 Los diseños son similares, aunque las formas difieren considerablemente, otra característica distintiva es que en Tula los cajetes están decorados al exterior, mientras que en El Rosario la decoración es interna. Existe el caso de dos piezas que podemos identificar con el tipo Coyotlatelco rojo sobre café, variedad cajete hemisférico.39 Se trata de los cajetes que mencionamos en la descripción de grupo en este mismo apartado. El principal atributo es la presencia de grandes soportes que hacen que la configuración de la pieza sea totalmente distinta al observado dentro de la colección. Además del resto de los atributos que mencionamos en su definición que los hace diferentes y los relaciona directamente con material tolteca, dentro de la fase Corral (800-900 d. C.). No sólo en la región del valle de San Juan del Río, sino en todo el Bajío, se tiene el antecedente de cerámica con decoración roja sobre café claro o bayo. La primera comparación de este grupo surge con el tipo Rojo sobre bayo El Mogote definido por

37

García, 1995, op. cit.

38

Cobean, op. cit., pp. 130-147.

39

Ibíd., p. 137, fig.59D.

203

Tiempo y Región

Nalda,40 cuyas fechas advierten que se ubica entre el 400-800 d. C. A últimas fechas se ha considerado como un antecedente del Coyotlatelco en esta zona.41 Sin duda, los motivos son igualmente geométricos en formas como cajetes trípodes divergentes de soportes cónicos huecos o sólidos. Según la descripción, la decoración generalmente se encuentra al exterior, y aunque tienen una aplicación de una capa delgada de engobe, el acabado de la superficie es mate. La diferencia radica principalmente en la variedad de las formas y la posición del decorado, así como en la calidad de la pasta. Otra de las tendencias rojo sobre bayo es el localizado en San Bartolo Aguacaliente en el estado de Guanajuato, frecuentemente encontrado en sitio de los valles de Querétaro como el Cerro de la Cruz,42 el Tepozán.43 Su temporalidad se ubica entre

Nalda H., Enrique, UA San Juan del Río. Trabajos arqueológicos prelimina­ res, tesis profesional, enah, México, 1975. Nalda H., Enrique, “A propósito de la cerámica Coyotlatelco”, Revista Mexicana de Estudios Antropológicos, tomo 33, núm. 1, SMA, México, 1987, pp. 175-187. Nalda H., Enrique, “Secuencia cerámica del sur de Querétaro”, en Ana Ma.Crespo y Rosa Brambila (coords.), Querétaro prehispánico, Colección Científica 238, inah, México, 1991, pp. 31-56. 40

Solar Valverde, Laura, Interacción interregional en Mesoamérica. Una aproximación a la dinámica del Epiclásico, tesis de Licenciatura, enah, México, 2002. 41

Saint-Charles Zetina, Juan Carlos, y Miguel Argüelles Gamboa, “Cerro de la Cruz. Persistencia de un centro ceremonial” en Ana Ma. Crespo y Rosa Brambila (coords.), Querétaro prehispánico, Colección científica 238, inah, México, 1991, pp. 57-97. González Zozaya, Fernando, Muerte y ritualidad funeraria en entierros y ofrendas, el caso del Barrio de la Cruz, San Juan del Río, Querétaro, tesis de Licenciatura, enah, 2003, México.

42

Crespo, Ana Ma., “Variantes del asentamiento en el valle de Querétaro. Siglo i a x d. C.”, en Ana Ma.Crespo y Rosa Brambila (coords.), Querétaro

43

204

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

300-400 a 900 d. C. Es fácilmente reconocible por los motivos geométricos en rojo que a diferencia de los descritos para El Rosario tienen una apariencia mate y el rojo es más intenso, además de que por lo general se aprecia un baño de engobe blanco en el resto de la superficie o los restos de él, las formas principales son cajetes trípodes divergentes y ollas con la misma decoración. Cajetes pasta gruesa Principalmente hallamos cajetes subhemisféricos de borde redondeado directo, de 24 a 26 cm de diámetro, y 0.5 a 0.8 cm de grosor en las paredes. En apariencia son formas similares a los platones; aunque no tenemos piezas completas, parece que se trata de la misma idea. Otra forma que nos fue posible identificar son las ollas. En uno de los casos, logramos restituir un cuerpo desde la base, paredes curvo convergentes de base convexa con soportes cónicos redondeados. Por la inclinación de las paredes y la presencia de soportes, asumimos que se trata de ollas, ya que tenemos formas similares en el grupo de ollas finas. La decoración sólo está presente en las ollas. Grecas de color rojo sobre el color de la pasta, y aparentemente un rojo sobre negativo, muy deteriorado por la erosión. Los diseños son círculos gruesos alineados horizontalmente en el cuerpo cerca de la base.

prehispánico, Colección científica 238, inah, México, 1991, pp. 99-161.

205

Tiempo y Región

Cajetes rojo sobre bayo pasta compacta Este grupo de cajetes es distinto de los demás por la calidad en la manufactura. Se pone en ellos casi el mismo cuidado que en los cajetes con decoración al negativo. La diferencia es que este grupo sólo tiene decoración roja. Son cajetes de paredes curvo convergentes y borde redondeado directo. Las paredes tienen un grosor de entre 0.5 y 0.7 cm, el diámetro es de 24 a 26 cm, y posiblemente alcanzan una altura de hasta 14 cm. Presentan el mismo acabado al interior y exterior de la pieza. Pulido de alta calidad combinado con la aplicación de una capa gruesa de engobe de color café claro. La apariencia final es una superficie lustrosa de textura “jabonosa”. Se observan diseños pintado de color rojo, tanto al interior como al exterior. Se recurre a franjas diametrales en el borde interior y exterior, círculos rellenados, recuadros con líneas entrecruzadas que forman una especie de “rejilla” (figura 9). Los cajetes descritos pueden ser comparados con los mismos tipos a los que hicimos referencia en el apartado de los cajetes de pasta fina. En este caso, no tenemos piezas completas, pero la decoración y morfología sugieren cierta similitud con los platos Coyotlatelco.44 La característica importante que los distingue es la pasta empleada y la calidad en el proceso de cocción, que hace que las piezas no sólo sean muy resistentes sino que también conservan el engobe, el cual debió ser aplicado bajo un minucioso control en el proceso de manufactura, por lo que la textura puede considerarse el principal punto de comparación.

44

Nicolás, op. cit. y López, op. cit.

206

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Figura 9.

Otra referencia más cercana es el tipo reportado por Nalda,45 Rojo sobre bayo Loma Linda, cuyas formas principales son cuencos y platos trípodes pequeños con soportes cónicos sólidos o de “botón”. Un indicador es el pulido fino y las paredes delgadas (8 mm). Incluye dos variantes, según los diseños, pero una de las características es el engobe “definido”, es decir, una capa lo suficientemente gruesa para distinguir el punto de contacto entre la pasta y el engobe. Considero que éste es un punto importante de similitud; posiblemente estemos ante el mismo tipo cerámico. Desafortunadamente no contamos con piezas completas con las que podamos verificar la descripción. Al parecer, es anterior al R/B El Mogote, esto es del 150-500 d. C., fechas establecidas previamente al ajuste de la temporalidad del R/B El Mogote.

45

Nalda, 1991, op. cit., pp. 47-51.

207

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Cajetes sellados Se trata de cajetes cuyo diámetro en general es de 15 a 20 cm, por una altura de 6 a 8 cm; existen cajetes de paredes rectas divergentes de base convexa redondeada y cajetes suprahemisféricos, posiblemente de mayor altura (7-10 cm). Tanto al interior como al exterior están pulidos, y se observa la aplicación de engobe de color café oscuro, casi negro. El tipo de decoración es su principal característica. Ésta se localiza al exterior de la pieza. Son líneas diametrales que enmarcan diseños de grecas y escalonamientos, además de líneas verticales paralelas a lo largo de la superficie. Los diseños se excavan en la superficie bajo un patrón homogéneo, lo que señala una manufactura con sellos cuando la pieza aún estaba fresca. La decoración tan particular de estos fragmentos nos permite identificarlos con los tipos Cajete sellado,46 el tipo 99 Cajete hemisférico sellado de la fase Metepec, 47 y el tipo 8 Cajete hemisférico sellado,48 ubicado en el periodo 770 d. C. o más temprano. En Tula existe el tipo Jiménez café sellado de la fase Corral 800-900 d. C.,49 cuyas similitudes con el material localizado en El Rosario radican en la forma, diseños y técnica empleada, por lo que podemos decir que se trata del mismo tipo de cerámica, a reserva de observar con más detalle las piezas y hacer una comparación de mayor precisión, puesto que la falta de piezas completas tanto en El Rosario, como en Tula y Teotihuacan, limitan la plena identificación. 46

Nicolás, op. cit., pp. 157-158; López, op. cit., pp. 191-192.

47

García, 1991, op. cit.

48

García, 1995, op. cit.

49

Cobean, op. cit., pp. 194-200.

208

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Ollas finas Éste es uno de los grupos más importantes, ya que la composición general del grupo muestra el cuidado en la aplicación de las técnicas manufacturas y conocimiento de ellas. Además, el desarrollo de técnicas decorativas de mucha elaboración en piezas como las ollas nos hace pensar en un uso distinto al doméstico. Por fortuna contamos con piezas completas y gran cantidad de bordes que nos proporcionan muy buena información de las características importantes de estas piezas. Por el tamaño de las piezas, que a su vez difiere en las características particulares, podemos hablar de dos variantes (figura 10): a. Monocromas. Ollas de cuerpo curvo convergente con borde redondeado evertido oblicuo y cuello cilíndrico cóncavo. El diámetro de la boca oscila entre los 12 y 16 cm. Por la inclinación que se advierte del cuerpo, deben tener una altura superior a los 25 cm. Tienen una aplicación de engobe en color café rojizo oscuro. En al-

Figura 10.

209

Tiempo y Región

gunas zonas se puede observar el patrón de pulimento. El reborde del cuello al hombro es más cerrado que la boca, por lo que es común encontrar el interior de la olla (cuerpo y base) solamente alisado. b. Rojo sobre bayo. Ollas curvo convergentes de borde redondeado divergente y cuello recto divergente, algunos con menor inclinación, casi rectos. El diámetro de la boca va de 6 a 9 cm, por una altura de 7 a 10 cm. Entre las características principales se encuentra la presencia de soportes cónico redondeados, en algunas de las piezas. La superficie está pulida solamente al exterior, mientras que el interior tiene un alisado burdo. La técnica decorativa es interesante. Se tienen piezas con dibujos pintados en rojo sobre el color natural de la vasija (café claro). Éstos son grecas a la altura del borde o formas de “8” a la mitad del cuerpo. Otra de las técnicas empleadas son los diseños rojos sobre el negativo, de menor calidad que en el caso de los cajetes. Principalmente son formas geométricas que el color rojo busca rellenar en el espacio que el negativo deja en color natural de la superficie. c. Rojo sobre negativo. Olla de borde redondeado divergente, cuello recto divergente y cuerpo curvo convergente, al parecer son trípodes con un tipo de soportes cónicos redondeados. El tamaño general no rebasa la altura de 10-13 cm. La característica principal es el decorado al exterior, diseños en rojo sobre la técnica de negativo. Los motivos son geométricos, círculos, líneas curvas y es frecuente la banda roja sobre el borde. Las ollas trípodes de pequeñas dimensiones ya se han encontrado en varias ocasiones. Para la región del Bajío se conocen 210

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

dentro del grupo Café Doméstico,50 pero sólo podemos hablar de similitud morfológica. Son ollas pequeñas trípodes, en su mayoría sin decoración. Otro tipo que nos recuerda este grupo son la jarras descritas para Teotihuacan en la fase Xolalpan,51 cuya forma y acabado es prácticamente el mismo. Sin embargo, la decoración empleada en las piezas de El Rosario nos impide identificarlas plenamente como jarras teotihuacanas. En las piezas en exhibición del Museo Regional de Querétaro, encontramos dos que podemos identificar como expresión local de las jarras teotihuacanas y que posiblemente pertenezcan a la tradición cerámica de El Rosario (figura 11).

Figura 11.

Saint-Charles Zetina, Juan Carlos, Las cerámicas arqueológicas del Bajío: un estudio metodológico, tesis de Licenciatura, Universidad Veracruzana, México, 1990, pp. 77-79. 50

51

Rattray, 2001, op. cit., p. 222.

211

Tiempo y Región

Consideramos que este tipo de piezas tienen ciertos rasgos teotihuacanos, pero poseen una importante particularidad local en la decoración. Ollas monocromas burdas Este tipo de piezas son fácilmente reconocibles por el acabado burdo de su superficie y por el empleo de una pasta de menor calidad en su manufactura. Además de ser fragmentos de mayor tamaño, que a su vez permiten especular al respecto del tamaño de las piezas completas. Son ollas de cuerpo curvo convergente, con bordes redondeados evertido oblicuo o ligeramente reforzado redondeado. Encontramos asas simples verticales y en cinta que pueden colocarse vertical u horizontalmente, de 5 a 7 cm de longitud. El diámetro de la boca puede variar entre 11 y 24 cm., ya que en general el cuello es de tipo recto divergente, el reborde entre el cuello y el borde es menor a la boca, por lo que a veces se puede encontrar el borde con distinto acabado al interior y exterior en comparación con el resto del cuerpo. Puede encontrarse el exterior ligeramente pulido o solamente alisado finamente, pero el interior siempre está alisado, a excepción de la zona del borde, por lo que anteriormente explicamos. Las asas, por lo general, están alisadas y no presentan ninguna particularidad. El color puede ser café claro o café oscuro; este último no por aplicación de engobe, sino por el proceso de cocción o por el uso de la vasija, ya que por lo regular esta coloración se aprecia en algunas zonas, no en tiestos grandes que indiquen que era el color original de la vasija. Dado que no localizamos gran variedad dentro de este grupo, encontramos cierto parecido de estas ollas con el tipo Ollas de 212

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

cuello corto y cuello mediano.52 El principal punto de comparación es el tipo de borde de algunas de las ollas. Aunque vale la pena apuntar que no es exclusivo del valle de Teotihuacan. Aparece en casi toda la Cuenca de México, y para el Periodo Epiclásico parece ser un factor común en muchas tradiciones cerámicas. Foráneo Tipo: Tres Palos Cerámica relacionada con la localizada en el sitio de Zacapu, Michoacán. Se trata del tipo Tres Palos Rojo y Negro sobre Crema, también conocido como Tres Palos Rojo sobre Crema y Negativo. Corresponde al complejo Loma Alta, que aparece desde inicios de nuestra era hasta 550 d. C., temporalidad dividida en tres niveles: orígenes del complejo Loma Alta, apogeo del complejo Loma Alta y Loma Alta reciente. La cerámica a la que hacemos referencia aparece durante el apogeo, y en mayor frecuencia durante Loma Alta reciente, es decir, hablamos de un periodo entendido entre 500-550 d. C., que coincide con las temporalidades propuestas para los demás tipos identificados.53

52

Nicolás, op. cit., pp. 124-125; López, op. cit., pp. 174-179.

Michelet, Dominique, “La cerámica de las Lomas en la secuencia cerámica regional. Capítulo VI. Los complejos culturales de las Lomas”, en Arqueolo­ gía de las Lomas en la cuenca lacustre de Zacapu, Michoacán, México, Centre D’Études Mexicaines et Centraméricaines. Collection Études Mésoaméricaines II-13, Cuadernos de Estudios Michoacanos 5, México, 1993, pp. 149155.

53

213

Tiempo y Región

Tipos foráneos del Periodo Posclásico (700-900 d. C.) Tipo: Rojo Naranja sobre Crema (Huamango, Valle de Temazcalcingo) Las principales formas de este tipo cerámico son cajetes hemisféricos sin soportes, ollas de cuello largo y cántaros con tres asas. La decoración es roja sobre crema, formando diseños geométricos y grecas, separada por bandas rojas. El baño blanco sólo está sobre la parte con decoración roja o naranja. La temporalidad dada es para el Periodo Posclásico medio. Se relaciona al Valle de Temazcalcingo con Tula a través de este tipo, el rojo sobre crema y los braseros con decoración de carrizo. Se piensa que el rojo y naranja sobre crema procede de Michoacán, y también se ha localizado, aunque en pocas cantidades, al norte del valle de Toluca, cerca de la cañada de Ixtlahuaca54 Tipo: Plato Rojo sobre Bayo “Moy” (Cerro de la Cruz, San Juan del Río, Qro.) La forma representativa es platos con base de pedestal. El plato es de paredes curvo convergentes. Sumado a la base tiene una altura de 17 a 20 cm. En la base, cerca de la unión con el plato, presenta dos orificios rectangulares de frente. Quien define este tipo para el Barrio de Cruz, en San Juan del Río, es

Limón Boyce, Morrison Lason, El Valle de Temascalcingo: estudio arqueo­ lógico de una región, tesis, enah, México, 1978, pp. 80-90. 54

214

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Saint-Charles.55 Su antecedente inmediato se registra en Tula, como parte del material diagnóstico para la fase Corral en la esfera Coyotlatelco. Sin embargo, su clasificación ahí se remite a la cerámica Cañones Rojo sobre café. La cronología dada en El Cerro de la Cruz es 700-900 d. C.56 Tipo: Garita Black Brown Éste es un tipo característico de la región de El Bajío. Aparece en el valle de Querétaro y Guanajuato. Su principal característica es la calidad de la pasta y las formas. Casi siempre se trata de cajetes curvoconvergentes que pueden o no tener decoración incisa muy fina cerca del borde. El color predominante es café claro. La calidad en la cocción hace que la superficie sea de color homogéneo. La pasta es de textura fina y muy compacta, característica que distingue fácilmente a este tipo de piezas. En principio, se consideró como parte del complejo Lerma para el 475-1450 d. C. 57 Tras un estudio posterior, que implicó el reconocimiento de varios tipos cerámicos, se propuso la cronología de 600 a 900-1000 d. C.58, hasta el momento la más aceptada.

55

Saint-Charles, et. al., op. cit., 2006.

56

González, op. cit., pp. 42, 54-55.

Gorenstein, Shirley, Acámbaro: fronteir settlement on the Tarascan-Aztec border. Publications in anthopology, no. 32, Varderbilt University. Nashville, Tennessee, 1985. 57

58

Saint-Charles, 1990, op. cit.

215

Tiempo y Región

Tipo: Cañones Rojo sobre Café Dentro de la cerámica de Tula, este tipo se ubica en la fase Corral, y pertenece a la esfera Coyotlatelco, recuperado del material obtenido a partir de las exploraciones en Tula Chico. Su forma es principalmente de ollas de cuello alto. En superficie presentan bandas verticales dibujadas con gran regularidad, que es una característica distintiva. La pasta es gruesa debido al desgrasante de arena que contiene. Se distribuye en gran parte de los alrededores de Tula. Sin embargo, no se ha reportado en sitios del centro de México con ocupación Coyotlatelco.59 En el caso de la región de Querétaro, se tienen este tipo de ollas en sitios como El Cerro de la Cruz y La Trinidad. Tipo: Braseros Rojo sobre Bayo Los tiestos se identificaron así debido a que la pasta corresponde a las localizadas hasta el momento, y por la forma y deterioro de la superficie consideramos que se trata de braseros. Sin embargo, no nos ha sido posible su identificación con algún grupo, dentro o fuera de la región. A manera de epílogo de este apartado, es importante señalar que la mayor parte de los tiestos analizados fueron recuperados mediante excavaciones sistemáticas realizadas en los cortes de oquedades dejadas por saqueadores y se encontraban en contextos de relleno de algunos montículos. No obstante, en una excavación realizada en la explanada oriental, relativamen-

59

Cobean, op. cit., pp. 238-243.

216

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

te cerca del Edificio Principal, fueron localizadas una serie de vasijas restaurables, es decir, que tenían por lo menos un 70% de fragmentos que las componían. Estas vasijas, todas ellas de carácter utilitario, estaban asociadas a una gruesa capa de carbón. Es posible que se tratara de una especie de ofrenda o que hayan sido parte de un ritual en el cual fueron rotas a propósito y depositadas sobre un fogón, y posteriormente enterradas. Estas piezas corresponden al Periodo Coyotlatelco del Valle de Teotihuacan, es decir, en los tiempos finales del Periodo Clásico y coincidiendo con el abandono del sitio, por lo cual es posible que se tratara, precisamente, de un ritual de abandono, como parece ocurrir también en El Recinto Quemado.

217

Navajas, cuchillos y otros artefactos: la lítica Los instrumentos elaborados a partir de materias primas como la obsidiana, el pedernal, la calcedonia, el cuarzo, etcétera, son uno de los principales indicadores arqueológicos que nos permiten aproximarnos a la dinámica interna de los asentamientos antiguos; desde la localización del yacimiento natural, donde se encuentran las materias primas susceptibles de convertirse en instrumentos utilitarios o de consumo general, hasta su explotación, transformación y destino final, los artefactos elaborados en piedra contienen una información inestimable. Gracias a la investigación desarrollada en El Rosario, ha sido posible elaborar hipótesis no sólo sobre la función de estos instrumentos, sino también del espacio en el que se encuentran. Desde hace algunas décadas prevalece la idea de que Teotihuacan controlaba la producción y comercio de obsidiana; de hecho, se ha propuesto que La Negreta, un sitio arqueológico localizado en el valle de Querétaro, pudo haber formado parte del sistema de control e intercambio de obsidiana con el centro norte;10 sin embargo, la relativa escasez de instrumentos líticos

Brambila, Rosa, y Margarita Velasco, “Materiales de La Negreta y la expansión de Teotihuacan al norte”, en Primera Reunión sobre las sociedades

10

[219]

Tiempo y Región

en El Rosario no pareciera apoyar la hipótesis del control y comercio de la obsidiana por parte de la metrópoli. Durante las excavaciones realizadas en el lugar, así como durante el reconocimiento de superficie realizado en las inmediaciones del sitio, fue posible constatar que la obsidiana —si bien fue un recurso importante, como en casi todos los sitios arqueológicos de Mesoamérica— no era un material precisamente abundante, y la materia prima no siempre es de la mejor calidad; de igual forma, los procesos tecnológicos de manufactura de los instrumentos líticos no presentan todas las cualidades en el tallado que identifican a los artefactos procedentes de la urbe del centro de México. Lo anterior no indica que los instrumentos líticos de El Rosario carecieran de las características funcionales requeridas, o que fueran reflejo de un proceso deficiente de reducción de la materia prima, sino simplemente que en un sitio vinculado con Teotihuacan se esperaría ver una mayor cantidad de instrumentos líticos elaborados con materias primas extraídas de los yacimientos que supuestamente controlaban los teotihuacanos, como la obsidiana verde de la Sierra de las Navajas, por ejemplo. Lo que parece claro es que los instrumentos líticos llegaban a El Rosario como instrumentos terminados, pues no se ha encontrado talleres o núcleos prismáticos que permitan pensar que en el sitio se realizaban procesos de reducción importantes, aunque sí se han encontrado lascas de desecho de talla en poca cantidad. En total se localizaron 28 puntas de proyectil (20 de obsidiana, 2 de pedernal y 6 de cuarzo), 4 cuchillos lanceolados de obsidiana (uno de ellos representado únicamente por un frag-

prehispánicas en el centro occidente de México. Memoria, Centro Regional de Querétaro, Cuaderno de Trabajo 1, inah, México, 1988, pp. 287-297.

220

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Figura 1. Algunos de los instrumentos líticos localizados durante la excavación.

221

Tiempo y Región

mento medial), 10 cuchillos curvos, también de obsidiana (de 3 de ellos, sólo se conservó un fragmento), 6 raspadores (5 de obsidiana y 1 de cuarzo), 57 navajillas prismáticas fragmentadas de obsidiana y 1 buril, además de lascas de desecho de talla en obsidiana. Si bien la lítica tallada no es abundante, sí resulta altamente significativa, en virtud de la singularidad de algunos de los instrumentos, así como del lugar en el que fueron depositados, generalmente en contextos de ofrenda y muy probablemente relacionados con rituales de construcción y/o de terminación. Los instrumentos líticos y su contexto En términos generales, podemos decir que los instrumentos líticos se localizaron en tres tipos de contextos diferentes: a. Sobre el piso. b. En pequeñas fosas excavadas al interior del recinto ceremonial de la tercera etapa de ocupación. c. Como ofrenda junto a los postes de “El Pórtico de los Grafiti” y al interior de los hoyos de poste. Como hemos visto en un capítulo anterior, durante la excavación de la primera etapa constructiva no se localizaron instrumentos líticos, en virtud de que tanto el pórtico como el recinto estaban sumamente destruidos por el saqueo, el vandalismo y la formación de socavones al interior de la estructura; sin embargo, la representación de cuchillos curvos en los murales policromados resulta muy significativa, situación que muy probablemente estaba vinculada con los cuchillos curvos elaborados en obsidiana que se localizaron sobre el piso de la tercera etapa. Cabe aclarar que también se encontraron algunos artefactos y lascas de desecho entre los rellenos de las diferentes etapas constructivas. Por las caracterís222

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

ticas propias de este libro, únicamente hablaremos sobre aquéllos instrumentos líticos que se encontraron en contexto de ofrenda.11 Los cuchillos Debajo de la capa de carbón, maderos y cantos rodados que cubrían el piso de la tercera etapa de ocupación 12 —sobre la sección norte del recinto, entre el Muro Norte del piso de la cuarta etapa y el Muro Norte del piso de la tercera etapa— se identificaron diversos artefactos.13 Aunque en este apartado trataremos exclusivamente lo relacionado con los instrumentos líticos, es importante señalar que se encontraron asociados a una gran variedad de objetos, como fragmentos de ollas, braceros y cajetes, lajas, textiles y, como otro elemento significativo, una mazorca carbonizada; el contexto en el que se depositaron originalmente, así como la posible función de la ofrenda, fue tratado en un capítulo anterior. Cerca del Muro Norte —sobre la sección del piso colapsado— se localizaron 10 cuchillos curvos de obsidiana, 3 de ellos incompletos; 1 de estos cuchillos se encontró cubierto por un fragmento de textil. Aparentemente, la disposición de estos cuchillos sobre el piso fue aleatoria, pues no observamos un orden Para mayor abundamiento sobre la lítica de El Rosario, se puede consultar: Saint-Charles, Juan Carlos, Carlos Viramontes y Fiorella Fenoglio, Proyecto Arqueológico El Rosario. Informe Final, Temporada de Campo 2009, Archivo Técnico del Consejo de Arqueología, inah, México, 2010.

11

12

Véase el capítulo dedicado al Recinto Quemado, en este mismo volumen.

La ausencia de objetos en el resto del recinto fue resultado del socavón, cuya formación se llevó consigo los objetos que probablemente fueron depositados sobre el resto del Piso 2.

13

223

Tiempo y Región

específico en su distribución; es relevante notar que se localizaron sobre un piso colapsado, y que se encuentran en buen estado de conservación. Al norte del lugar, donde se encontró este conjunto de cuchillos, ya sobre el sector no colapsado del piso pero cerca de la fractura, se localizó otro cuchillo curvo de obsidiana, y más al norte de éste, a pocos centímetros del Muro Norte del piso de la tercera etapa, una punta de proyectil en sílex y una lasca de obsidiana. A pocos centímetros del desplante del Muro Norte del piso de la cuarta etapa —al este del conjunto mayor de cuchillos— se hallaron dos puntas de proyectil en sílex y otro cuchillo curvo de obsidiana completo; más hacia el este y al norte —cerca del hoyo de poste 2/fosa 7— se identificó 1 navajilla prismática y 2 lascas —una en obsidiana y una en sílex—. De igual modo, sobre el piso junto al poste de madera que pudo servir como soporte del techo de esta fase, se localizó otro cuchillo curvo junto con algunos fragmentos de cerámica. Las fosas Asimismo, sobre el piso de la tercera etapa constructiva se identificó una serie de pequeñas fosas —8 en total— y 2 hoyos de poste. En el interior de una de ellas, localizada a pocos centímetros al norte del hoyo de Poste 1, se recuperó una punta de proyectil fragmentada, elaborada en obsidiana. Los fragmentos de punta se localizaron debajo de una capa de relleno de escombro de piso de estuco, y otra más de sedimento fino sobre la que descansaban unos trozos de un material delgado de color gris, probablemente, pizarra. De igual modo, en la Fosa 3 —ubicada pocos centímetros al sur del mismo hoyo de poste— se recuperó un cuchillo lanceo224

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Figura 2. Ejemplares de cuchillos curvos de El Rosario.

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lado bifacial de obsidiana verde que estaba colocado de manera vertical sobre el extremo oeste de la fosa. Al excavarlo se pudo identificar que estaba fracturado; sin embargo, al continuar la excavación se localizó el fragmento que lo completaba. Postes de madera Además de las fosas, se localizaron —sobre el piso de la penúltima etapa de ocupación— dos postes de madera y dos hoyos de poste. El hoyo de Poste 2 penetraba completamente el piso de estuco, el firme y el relleno del piso 3. La pared norte y oeste estaban completamente cubiertas por un enjarre de barro, mientras que las paredes sur y este sólo tenía de 11 a 15 cm. En el fondo se localizó un fragmento de textil y una punta de sílex partida por la mitad; una de las caras presentaba coloración negra, probablemente por la acción del fuego.

226

Figura 3. Cuchillo lanceolado.

Figura 4. Punta de proyectil con huellas de haber sido so­ metida al fuego.

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Entre el relleno, sobre el piso 4, se identificaron dos pares de postes de madera aplanados o cortados en su cara este (la que da al muro) y trabajados en el exterior que medían, aproximadamente, 1.80 m de altura, 0.37 m de largo y 0.42 m de ancho. Los postes se excavaron hasta localizar el desplante, lo cual nos permitió localizar la ofrenda que los acompañaba. Pudimos observar que estaban rodeados por una serie de piedras rectangulares de dimensiones similares que delimitaban una capa de 30 cm de espesor de sedimento verdoso de arenas finas, entremezclada con huesos diminutos de animal y unos cuantos huesos más largos de otro espécimen. Además de los huesos, se recuperaron 2 lascas, 1 navajilla prismática de obsidiana gris sin huellas de uso evidentes, 1 punta de proyectil marginal bilateral de obsidiana, 1 cuenta de piedra verde y 1 aguja y un punzón de hueso. Al excavar la sección entre poste y poste se localiza-

Figura 5. Objetos asociados a uno de los postes.

227

Tiempo y Región

ron 3 objetos más: 1 navajilla prismática, 1 punta de proyectil y 1 aguja de hueso. El segundo par de postes se localizaron a 2 m al norte de los postes antes mencionados, y presentaban un patrón muy similar. Al igual que el conjunto anterior, se excavaron hasta el desplante y se encontraron diversos objetos que componían la probable ofrenda que los acompañaba: huesos pequeños de animal entre mezclados con una capa de arena fina, huesos largos, una cuenta tubular en piedra verde y lascas de obsidiana. Al analizar los contextos pudimos observar que aparentemente el tipo de objeto y su localización responden a intenciones y probables funciones rituales disímiles. Aunque la variedad de objetos es interesante, su relación espacial y contextual resulta limitada, lo que nos lleva a suponer que dichos objetos funcionaron como delimitadores de espacio y que existe una relación directa entre el tipo de objeto y el probable ritual en el que fue utilizado. Las puntas en obsidiana y la mayor cantidad de navajillas prismáticas, por ejemplo, se localizaron principalmente en la tercera etapa constructiva y, en menor cantidad, en la segunda etapa. Sobresale, sin embargo, que en ambas se encuentran relacionadas directamente con los postes de madera, ya sea de manera adyacente o debajo de ellos. Además de dicha relación con la madera, destaca que se localizaron dentro de un contexto específico: están relacionadas con huesos diminutos de animal, cuentas en piedra verde y objetos de hueso, por lo que suponemos que todos estos elementos se emplearon como una posible ofrenda de construcción.14

Sobre las características de los vestigios orgánicos, como el maíz, los postes y los huesos, véase el capítulo respectivo, en este mismo volumen.

14

228

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Por otro lado, los cuchillos curvos y los lanceolados se localizaron únicamente en el piso de la tercera etapa de ocupación teotihuacana. Dado el tipo y la cantidad de elementos localizados dentro de este contexto, su disposición espacial y las evidencias del incendio —que cubrían todo el piso con carbones y maderos semiquemados—, podemos suponer que todos estos objetos —y aquéllos que no sobrevivieron al paso del tiempo— se emplearon durante una ceremonia importante como parte de los rituales de clausura y abandono de la ocupación teotihuacana del sitio, como se vio anteriormente. Entre los distintos objetos líticos localizados, quizá los más relevantes sean los cuchillos curvos de obsidiana. Su presencia en un contexto ritual y su representación iconográfica en los murales localizados en las paredes del pórtico de la primera etapa nos llevan a suponer que dichos elementos jugaron un papel importante para la élite que gobernaba desde El Rosario; por ello, no podemos dejar de preguntarnos sobre la función específica de estos instrumentos. Hasta hace relativamente poco, el uso y función de los cuchillos curvos no era tema de discusión: se asumía que se empleaban para sacar el corazón dentro de rituales de sacrificio humano. Laurette Séjourné consideró que los grafismos curveados que se apreciaban en una diversidad de murales teotihuacanos eran cuchillos curvos de obsidiana: tanto la singular iconografía como su constante asociación con representaciones de corazones sangrantes o de corazones atravesados por dicho instrumento eran evidencias de que se empleaban para el sacrificio: La única arma suficientemente poderosa para atravesar la materia es la de la purificación, por lo que el corazón está constantemente asociado a imágenes de penitencia. En Teotihuacan es el chuchillo de sacrificio el que juega principalmente este

229

Tiempo y Región papel. Evocador de la incesante búsqueda de espiritualidad a la cual está sometido el hombre consciente, la figuración de este instrumento […] aparece innumerables veces acompañando el corazón.15

Para esta investigadora, la penitencia se relaciona directamente con elementos ígneos, por ello, casi de manera natural podría relacionarse la obsidiana y su transformación en un cuchillo curvo como el arma capaz de liberar el corazón y lograr así la purificación. De tal forma, hasta hace poco tiempo se consideró que la función de los cuchillos curvos estaba vinculada con el sacrificio, pues la curva que los caracteriza estaría elaborada para lograr penetrar debajo del esternón y extraer el corazón de su lugar original.16 Por su parte, Saburo Sugiyama, después de las excavaciones realizadas en el Templo de la Serpiente Emplumada, donde localiza una serie de entierros con ofrenda en las que se incluyen diversos artefactos en obsidiana, entre ellos cuchillos curvos, concluye que existió un grupo dedicado al militarismo en Teotihuacan, y que los instrumentos en obsidiana fueron empleados

Séjourné, Laurette, Pensamiento y religión en el México Antiguo, fce, México, 2003, p. 139.

15

Pastrana, Alejandro, “Obsidiana”, en Teotihuacan. Ciudad de los dioses, / conaculta, mna / Fundación Televisa, México, 2009; investigadores como Alfonso Caso y Carlos Martínez Marín apoyaron en su momento la existencia de un Dios del Cuchillo Curvo, y estos cuchillos se mencionan comúnmente dentro de la literatura como “cuchillos de sacrificio”. Caso, Alfonso, El pueblo del Sol, fce, México, 1953; “Dioses y signos teotihuacanos”, en Teotihuacan. Onceava Mesa Redonda, México, sma, 1966. Martínez Marín, Carlos, “La pintura mural de Teotihuacan”, en Teotihuacan, El Equilibrista, Turner Libros, México-Madrid, 1989. 16

inah

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Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

Figura 6a. Cuchillo curvo de obsidiana, Museo de Murales Teotihuacano Bea­ triz de la Fuente, en Teotihuacan. Figura 6b, c y d. Cuchillos curvos proceden­ tes de El Rosario.

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Tiempo y Región

para llevar a cabo rituales de sacrificio y/o autosacrificio en los individuos depositados como ofrenda a dicho edificio, o que los artefactos fueron depositados como ofrenda para enaltecer el honor o la clase de los individuos de las tumbas, quienes, seguramente, eran guerreros de alto rango.17 Aunque la mayor parte de las interpretaciones sustentan que los cuchillos curvos de obsidiana fueron empleados, para rituales de sacrificio —ya sea como parte de rituales religiosos o militares—, a la fecha no se han realizado trabajos de arqueología experimental que permitan afirmar que los cuchillos curvos sirvieron de manera efectiva para esta práctica. Sin embargo, investigaciones recientes realizadas en el Templo Mayor apuntan hacia otro sentido. En este lugar se encontró la Ofrenda 111, que incorporaba el cuerpo de un infante con huellas de sacrificio; un equipo de investigadores, conformado por Leonardo López Luján, Ximena Chávez, Norma Valentín y Aurora Montúfar, realizó diversas pruebas para tratar de determinar cómo se pudo haber ejecutado el procedimiento para la extracción del corazón del infante. Aunque el estudio no estaba enfocado en establecer la viabilidad del uso de cuchillos curvos para tal fin, algunos de sus resultados resultan sumamente significativos para valorar la posibilidad de emplear estos instrumentos para el sacrificio humano. Entre los análisis realizados estuvo la recreación de los distintos tipos de técnicas que se han propuesto para la ejecución de la cardioectomía, y en todos percibieron que la apertura que se forma después del corte —independientemente de dónde éste

Sugiyama, Saburo, Human Sacrifice, Militarism and Rulership. Materiali­ zation of State Ideology at the Feathered Serpent Pyramid, Teotihuacan, Cambrige University Press, 2005.

17

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Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

se realice— resulta demasiado estrecha; además, se requeriría de instrumentos duros y eficientes que permitieran cortar hueso, cartílagos, venas, arterias, etcétera. Por lo tanto, concluyen, tanto por las huellas localizadas en los huesos como por el tipo de herramientas, que la técnica más viable es aquélla en la cual se accede a la cavidad torácica desde el abdomen, la cual consiste en: practicar una incisión en el abdomen, justo abajo del apéndice xifoides del esternón, traspasando la piel, el panículo adiposo, la fascia endotorácica y el músculo recto mayor. A continuación se tendría que cortar el diafragma para acceder al mediastino medio, acción que podía conllevar el colapsamiento de los pulmones debido al cambio de presión. La consecuencia sería una ampliación del espacio que facilitaría la maniobra. Entonces, el sacrificador debería introducir una de sus manos en el interior de la diminuta cavidad torácica […] para sujetar con ella el instrumento para cortar el pericardio y liberar el corazón. La parte distal de este músculo habría sido jala­da con la otra mano para tensar las estructuras blandas por cortar. La cara interna de las costillas habría servido como superficie de apoyo, pues las huellas se localizan precisamente en el área circundante al corazón, es decir, en el área donde tenían que seccionarse el pericardio, las arterias y venas pulmonares, la vena cava superior y la inferior, el cayado aórtico, las arterias subclavia izquierda y carótida común izquierda, y el tronco braquiocefálico.18

López Lujan, Leonardo, Ximena Chávez, Norma Valentín y Aurora Montúfar, “Huitzilopochtli y el sacrificio de niños en el Templo Mayor de Tenochtitlan”, en Lujan y Olivier (coords.), El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana, inah, iih-unam, México, 2010, p. 378.

18

233

Tiempo y Región

Los experimentos realizados los llevaron, además, a concluir que este tipo de incisiones debieron hacerse con un instrumento de obsidiana, quizá del tipo de las navajillas prismáticas, pero lo más importante es que tuvieran filo vivo; ello permitiría no sólo cortar más limpiamente, sino lograr penetrar todas las capas de piel, grasa y músculo. Los autores no niegan la posibilidad de que al inicio del rito se pudiera haber utilizado un cuchillo grande —probablemente de pedernal— para hacer la incisión inicial en el abdomen, pero el resto de los cortes debieron hacerse con navajillas en obsidiana, pues el tipo de filo y el tamaño serían idóneos para dicha práctica.19 Estos resultados nos llevan a cuestionar la viabilidad del uso de los cuchillos curvos como instrumentos principales para la extracción del corazón, puesto que tanto el filo como el tamaño no cumplirían con las condiciones necesarias para ingresar en la cavidad torácica y lograr cortar las venas, arterias y músculos necesarios.20 La duda sobre si los cuchillos servían o no para el sacrificio humano, aunada a la revisión bibliográfica realizada, nos llevó a una preguntarnos por qué son los cuchillos curvos los únicos instrumentos líticos que se representan en los murales teotihuacanos. No se han identificado representaciones de navajillas prismáticas, aunque se supone que fueron elementos fundamentales para la economía teotihuacana. Dichos cuestionamientos nos inducen a considerar que los grafismos curveados con margen aserrado que vemos en los murales podrían estar representando la lítica de manera genérica o la lítica que presenta cierto grado de curvatura. Quizá entonces no son representaciones de cuchi-

19

López Luján, et al., op. cit.

No obstante, será necesario realizar experimentos específicos encausados a conocer la funcionalidad de los cuchillos curvos para esta práctica.

20

234

Entre piedras y barro. Los instrumentos suntuarios y utilitarios

llos curvos, sino representaciones abstractas de una diversidad de objetos líticos: cuchillos curvos, navajillas, navajas, etcétera, y los cuchillos curvos elaborados en obsidiana quizá son únicamente elementos votivos, cuyo simbolismo evoca una carga ideológica ritual relacionada con el sacrificio. Independientemente de la función específica de los cuchillos curvos, consideramos que existe una intención clara de mostrar un mensaje en la iconografía presente en los murales, pero varía en función de los espacios rituales determinados en cada una de las etapas constructivas. Arquitectónicamente hablando, vemos que existe una diferenciación del uso de los espacios marcada por la presencia de los cuchillos. Por un lado, en la primera etapa de ocupación, los cuchillos se encuentran en un espacio exterior abierto —el “Pórtico de los Cuchillos”—, evidenciado por la representación de los cuchillos curvos de obsidiana en los murales policromados. Quizá, la presencia de estos elementos en las paredes del pórtico abierto se deba a una clara intención de expresar a los habitantes de la región un mensaje ideológico a través de las ceremonias en el exterior, a la vista de los gobernados, mientras que en la última etapa teotihuacana, la presencia de los cuchillos curvos de obsidiana en el interior del recinto ceremonial podrían indicar un cambio en el uso espacial. Tal vez, ya afianzada la ideología impuesta por los teotihuacanos, las ceremonias se realizaban en el interior del recinto, de manera mucho más privada que en la primera etapa y, por ello, la presencia de los cuchillos curvos y todo el contexto ritual identificado en un espacio interior cerrado. En el sitio arqueológico de El Rosario, la sugerente iconografía plasmada en los murales, así como la presencia de los cuchillos curvos de obsidiana y la lítica encontrada en diversos contextos de ofrenda, nos permiten elaborar algunas hipótesis en torno 235

Tiempo y Región

a la función específica de la estructura principal. Aunque la lítica localizada como ofrenda en los postes y en las fosas no necesariamente indicarían el carácter ritual de la estructura —puesto que son ofrendas a un evento específico como la construcción, y este tipo de rituales pudieran haberse realizado en otras estructuras no necesariamente rituales—, el contexto que indica la clausura del sitio y la presencia de los murales sí son determinantes. A la fecha, no contamos con elementos suficientes para establecer la función precisa de los cuchillos curvos, por lo que hemos propuesto que al llegar a estas tierras, la élite teotihuacana debió requerir de un elemento coercitivo que le permitiese controlar y dominar a la población local; si esto hubiese sido así, quizá la iconografía de los murales estaría relacionada con la guerra y el sacrificio. Otra posibilidad es que la presencia de grupos teotihuacanos pudo obedecer a la búsqueda de nuevas vías de comercio, y en este sentido, las representaciones iconográficas y los cuchillos curvos pueden hacer referencia a diversos productos comerciales como las navajillas prismáticas. De tal forma, la imagen que se encuentra debajo de los cuchillos podría representar a un cerro o, tal vez, a la Sierra de las Navajas. Es probable que los rituales de sacrificio se realizaran en diversos espacios —externos e internos— de la estructura principal, y que los cuchillos curvos fuesen empleados, precisamente, para extraer el corazón o —en caso de corroborar su ineficacia para tal práctica— se empleasen como cuchillos simbólicos que representaban tales costumbres. Si esto es así, las escenas de los murales policromados podrían evocar un mensaje ritual que derivaría en el sacrificio, y los cuchillos curvos pudieron formar parte de este complejo simbólico, o bien, emplearse como elementos ideológicos de “amenaza ritual” para lo habitantes.

236

Segunda Parte

Capítulo 6

Los vestigios orgánicos Análisis arqueobotánico: fibras textiles, madera y maíz

Oliva Ramírez Segura1 Luis Hernández Sandoval2 Mahinda Martínez y Díaz de Salas3

Introducción

L

a arqueobotánica es la disciplina que se encarga de estudiar los remanentes de plantas en sitios arqueológicos. Los tipos materiales arqueobotánicos que se pueden recuperar de contextos arqueológicos corresponden principalmente a semillas, frutos, hojas, tallos, fibras, maderas, cortezas, raíces, polen, esporas, resinas y fitolitos;4 dependiendo del contexto

1

Bióloga por la Universidad Autónoma de Querétaro.

Doctor en Botánica por la Universidad de Austin, Texas. Investigador de la Facultad de Ciencias Naturales, Universidad Autónoma de Querétaro. 2

Doctora en Botánica por la Universidad de Austin, Texas. Investigadora de la Facultad de Ciencias Naturales, Universidad Autónoma de Querétaro. 3

4

Reitz, Elizabeth J., Lee A. Newsom, Sylvia J. Scudder y C. Margaret Scarry,

[239]

Tiempo y Región

de enterramiento se les puede encontrar carbonizados, saturados de agua, desecados o mineralizados, dichas condiciones y la morfología de la planta inciden sobre la identificación taxonómica,5 es decir, el nivel en la jerarquía taxonómica (orden, familia, género, especie) al que se pueda determinar el material analizado. Muchos de los restos botánicos hallados en sitios arqueológicos consisten en desechos derivados de la preparación de comidas, en estos casos raramente se encuentran órganos completos, sin embargo, los fragmentos de plantas cultivadas proveen evidencia directa del tipo de dieta; otros restos, como los de plantas nativas, proporcionan datos a partir de los cuales es posible inferir el clima y tipo de agricultura practicada;6 materiales como la madera y fibras brindan información sobre el uso de materiales de construcción, ornamentación y vestimenta;7 y el polen permite reconocer oscilaciones climáticas. Así, la arqueobotánica es una disciplina que puede ayudar a reconstruir la vegetación y el clima circundante de los sitios arqueológicos, y aportar datos de aspectos culturales, como el empleo de plantas en la medicina y religión, costumbres alimenticias, domesticación de plantas y el comercio.

“Introduction to Environmental Archaeology”, en Case studies in environmen­ tal archaeology, Elizabeth J. Reitz, C. Margaret Scarry, Sylvia J. Scudder (eds.), Springer Science y Business, EEUU, 2008, pp. 3-19. Schlumbaum Angela, Marrie Tensen y Viviane Jaenicke-Després, “Ancient plant DNA in archaeobotany”, en Vegetation History and Archaeobotany, vol. 17, núm. 2, 2008, pp. 233-244. 5

Smith, C. Earle, “The archeological record of cultivated crops of new world origins”, en Economic Botany, vol. 19, núm. 4, 1965, pp.323-334. 6

7

Reitz, et al., op. cit.

240

Los vestigios orgánicos

En México existen pocos trabajos de arqueobotánica en relación con los miles de sitios arqueológicos investigados, sin embargo, diversos trabajos han sido importantes en esta área de la investigación, e.g. los hechos por Weitlaner 8 sobre los textiles de la cueva de la Candelaria, Coahuila; y los de Vázquez del Mercado 9 acerca de textiles mexicas; en el análisis de polen se cuenta con los estudios de González Quintero,10 Montufar 11 y Xelhuantzi-López;12 en la identificación de semillas, se tienen los análisis de semillas de chía por Montufar 13 en el Templo Mayor, por mencionar algunos. En particular, un sitio que ha sido importante, por la diversidad de materiales vegetales hallados, es el valle de Tehuacán, Puebla, donde se encontró maíz, semiWeitlaner J., Los textiles de la cueva de la Candelaria, Coahuila, Colección Científica Arqueología, inah, México, 1977. 8

Vázquez del Mercado, Ximena, “Textiles mexicas de algodón”, en Marín Benito, María Eugenia (coord.), Casos de conservación y restauración en el museo del templo Mayor, Colección científica 425, inah, México, 2000, pp. 73-112. 9

González-Quintero, Lauro, “Aplicación de técnicas palinológicas en dos estudios arqueológicos”, en Sánchez-Martínez, Fernando (coord.), Arqueobo­ tánica. Métodos y Aplicaciones, Colección Científica 63, inah, México, 1978, pp. 43-50. 10

Montúfar, Aurora, Estudios palinológicos y paleobotánicos, Serie Arqueología, inah, México, 1985, pp. 133; Montúfar, Aurora, Estudio de la Alta Babícora Chihuahua, Cuaderno de trabajo 38, Inah, México, 1987, p. 47; Montúfar, Aurora, Investigaciones recientes en paleobotánica y palinología, Serie Arqueología, inah, México, 1995.

11

Xelhuantzi-López, Ma. Susana, Estudios polínicos sobre el clima del cuater­ nario en México, inah, México, 1989, p. 30.

12

13 Montufar, Aurora, “Las chías sagradas del Templo Mayor de Tenochtitlán”, en Arqueología Mexicana, vol. XIV, núm. 84, Editorial Raíces, México, 2007, pp. 82-85.

241

Tiempo y Región

llas de aguacate, restos de amaranto, raíces de pochote, vainas de frijol y fibras de algodón.14 En este trabajo se muestran los análisis hechos a tres restos botánicos hallados en El Rosario, fibras textiles, madera y maíz, los cuales son materiales importantes para entender el desarrollo cultural del sitio. Antecedentes Algunos de los materiales arqueobotánicos que se han identificado en Teotihuacan son de plantas cultivadas, como el maíz (zea mays), frijol (phaseolus) y calabaza (cucurbita); otras plantas para consumo alimenticio que se han encontrado son el garambullo (M. geometrizans), tunas (opuntia spp.) tejocote (crataegus); semillas de amaranto (amaranthus), huauzontle (chenopodium) y verdolaga (portulaca), que probablemente eran recolectados. También se ha identificado maderas que pertenecen a los géneros Pinus y Quercus.15 Debido a su composición orgánica, los textiles son materiales que difícilmente se logran conservar dentro de los contextos arqueológicos, por lo que existen pocos ejemplares en Mesoamérica. Los sitios arqueológicos donde las condiciones de deposición y del ambiente han permitido la conservación de dicho material Smith, op. cit.; Álvarez del Castillo, Carlos, y Joel Briffard, “Estudio morfológico de los tipos de maíz encontrados en la Cueva el Riego, Tehuacán, Puebla”, en Sánchez-Martínez, Fernando (coord.), Arqueobotánica. Métodos y Aplicaciones, Colección Científica 63, inah, México, 1978, pp. 17-24.

14

González, Javier, Emilio Ibarra Morales, Judith Zurita Noguera, Emily McClung de Tapia y Horacio Tapia Rencillas, “Macrofósiles botánicos, fitolitos y polen”, en Linda Manzanilla (coord.), Anatomía de un conjunto residencial teotihuacano en Oztoyahualco, vol. 2, unam, México, 1993, pp.661-662.

15

242

Los vestigios orgánicos

son escasos; generalmente cuando se encuentran son en calidad de fragmentos y en diferentes estados de conservación, principalmente carbonizados.16 Para la elaboración de los textiles pueden emplearse distintas fibras naturales, las cuales pueden ser de origen animal (proteínicas) o vegetal (celulósicas). Muchas de las fibras animales son pilosas (lanas), caracterizadas por una estructura escamosa, mientras que otras, como la seda, están formadas por dos filamentos. Las fibras vegetales se clasifican en: fibras blandas (de tallo o floema), fibras duras (de hoja o estructurales) y fibras de superficie (de semillas y frutos principalmente). En Mesoamérica se empelaban diversas plantas y animales para la elaboración de textiles, las más utilizadas fueron el algodón y las fibras duras que se conseguían de las plantas como la ortiga, palma, yuca y maguey. La identificación de fibras textiles es importante porque permite obtener información de la vestimenta y ornamentos, a través de lo cual puede inferirse el estatus social del entierro u ofrenda en estudio; por ejemplo, el algodón fue utilizado principalmente por la clase gobernante.17 Por otro lado, las maderas se clasifican en dos grupos: las que proceden de gimnospermas (blandas) y las de dicotiledóneas (duras). La madera de las coníferas (gimnosperma) presenta una estructura relativamente simple, la cual se caracteriza por la ausencia de vasos, elementos traqueales no perforados y principalmente traquéidas; éstas son células alargadas y angostas con extremos curvos, varios géneros de este grupo presentan canales resiníferos. La madera de las dicotiledóneas es

16

Vázquez del Mercado, op.cit.

Mirambell, L., y Fernando Sánchez Martínez, Materiales Arqueológicos de origen orgánico: textiles, inah, México, 1986, pp. 94; Vázquez, op.cit.

17

243

Tiempo y Región

más compleja y se caracteriza por la presencia de vasos.18 El análisis de madera recuperada en excavaciones arqueológicas provee información sobre el aprovechamiento de recursos forestales (e.g. en construcción, elaboración de herramientas, objetos de ornato y como combustible), datos medioambientales que facilitan la reconstrucción de la vegetación del pasado, así como de cambios por acciones antrópica, e.g. Adriano-Morán y McClung de Tapia 19 identificaron en el valle de Teotihuacan la madera de 16 taxa de árboles y arbustos característicos de la cuenca de México (e.g. Pinus, Quercus, Arbutus, Cupressaceae, Alnus, Prunus, Taxodium, Salix, Baccharis y Buddleja), con ello determinaron que la vegetación sufrió cambios, destacando la desaparición de Pinus en la región, ocasionada por la preferencia en la explotación de este recurso maderable, especialmente en el Periodo Clásico. Finalmente, las razas de maíz se agrupan en cuatro clases: Indígenas Antiguas, Exóticas Precolombinas, Mestizas Prehistóricas, Modernas Incipientes y aquellas razas de las que no se tienen suficientes datos que se han agrupado en las Razas No Bien Definidas. Las razas Indígenas Antiguas son aquéllas que se cree que se originaron en México, las cuales son: Palomero Toluqueño, Arrocillo Amarillo, Chapalote y Nal-Tel; estas razas son de maíces reventadores o palomeros, y todas tienen mazorcas pequeñas. Las razas Exóticas Precolombinas fueron introducidas a México por Centro o Sudamérica durante épocas prehistóricas,

Esau, Katherine, Anatomía de las plantas con semilla, Hemisferio del Sur, Argentina, 1982, pp. 119-135.

18

Adriano-Morán, Carmen Cristina, y Emily McClung de Tapia, “Trees and shrubs: the use of wood in prehispanic Teotihuacan”, en Journal of Archaeo­ logical Science, vol. 35, 2008, pp. 2927-2936.

19

244

Los vestigios orgánicos

y comprenden cuatro razas. Las razas Mestizas Prehistóricas se cree que fueron originadas por hibridación entre las dos clases anteriores y el Teocintle; dentro de este grupo se reconocen 13 razas diferentes. Por último, las razas Modernas Incipientes se han desarrollado desde la época de la Conquista.20 Al igual que el textil, la preservación de materiales orgánicos como el maíz es poco común, y con frecuencia se localizan únicamente fragmentos carbonizados, lo que dificulta el reconocimiento de atributos que permitan la identificación racial.21 Entre los estudios hechos a maíces en contextos arqueológicos, Anderson 22 refiere el maíz carbonizado encontrado por Gamio en Teotihuacan, e indica que es semejante al maíz reventador o palomero actual y al maíz reventador-dentado cónico.23

Wellhausen, Edwin John, Melvin Lewis Roberts, Efraím Hernández Xolocotzi y Paul Christoph Mangelsdorf, “Razas de maíz en México. Su origen, características y distribución”, en Xolocotzia. Obras de Efraín Hernández Xolocotzi, tomo II, Efraím Hernández Xolocotzi (ed.), Revista de Geografía Agrícola, México, 1987, pp. 609-732.

20

McClung de Tapia, Emily, “La domesticación del maíz”, Arqueología Mexi­ cana, vol. V, núm. 25, Editorial Raíces, México, 1997, pp. 34-39.

21

Anderson, Edgar, “Maize in Mexico a Preliminary Survey”, en Annals of the Missouri Botanical Garden, vol. 33, núm. 2, 1946, pp. 147-247. 22

La mazorca hallada por Gamio tiene (18) 18 (20) filas de granos, los cuales miden 4-7 mm de ancho, 4 mm de espesor y 8 mm de longitud; algunos granos estaban estallados y unidos al olote. Romero Contreras, Tonatiuh, Luis González Díaz y Gabriel Reyes Reyes, “Geografía e historia cultural del maíz palomero toluqueño (Zea mays everata)”, en Ciencia ergo sum, vol. 13, núm. 1, 2006, pp. 47-56.

23

245

Tiempo y Región

Metodología Análisis de las fibras textiles Los fragmentos textiles se encontraron carbonizados y cubiertos por sedimento sobre el segundo piso (Tercera Etapa constructiva) del Edificio Principal del conjunto arquitectónico, correspondiente a los 650 d. C. Para su estudio, se tomó una muestra (figura 1), y se comparó con tres tipos de fibras, las cuales consistieron en algodón (gossypium hirsutum), maguey (agave), por ser las más utilizadas en Mesoamérica para la elaboración de textiles,24 y lana, esta última para descartar el origen animal de las mismas. Todas las fibras se usaron sin tratamientos previos y fueron cubiertas con oro para ser observadas al Microscopio Electrónico de Barrido (meb), modelo jeol jsm-6060 lv.25 De acuerdo con los resultados obtenidos del meb, se comparó otra muestra de textil con un grupo diferente de fibras colectadas en el Herbario qmex (tabla 1). Las muestras obtenidas del herbario corresponden a monocotiledóneas registradas actualmente en el área del sitio de estudio, las cuales se diafanizaron con alcohol 80%-hidróxido de sodio 10% y tinción con fucsina,26 y se disociaron con solución de Jeffrey 27 para ser observadas bajo el Microscopio de Luz (ml).

24

Vázquez del Mercado, op.cit.

Agradecemos a la Dra. Alicia Del Real López por su valioso apoyo en la obtención de las imágenes de microscopía electrónica de barrido.

25

Fuchs, C., “Fucsin staining with NaOH clearing for lignified elements of whole plants or plant organ”, en Stain technology, vol. 39, 1963, pp. 141-144.

26

Johansen, D. A., Plant microtechnique, McGraw-Hill, New York y Londres, 1940.

27

246

Los vestigios orgánicos Tabla 1. Datos de las fibras colectadas en el Herbario Jerzy Rzedowski (qmex) de la Universidad Autónoma de Querétaro, analizadas bajo ml. Especie

Familia

Colector

Núm. de colecta

Cyperus pseudovegetus

Cyperaceae

Mahinda Martínez

2756

Thypha dominguensis

Thyphaceae

Luis Hernández

-

Brahea berlandieri

Arecaceae

S. Zamudio, R.Z. Ortega, C. Gutiérrez

11379

Chamaedorea cataratum

Arecaceae

Hiram Rubio

1018

Anatomía de muestras de madera Los postes de madera estudiados forman parte de la estructura del edificio excavado, miden aproximadamente un metro y medio, y en total se encontraron cuatro. Para su análisis se tomaron muestras de cada uno (figura 2) y se conservaron en un lugar seco, para evitar contaminación por microorganismos como hongos y bacterias. Los fragmentos de madera se ablandaron con etilendiamina al 4%, se deshidrataron en una serie ascendente de alcohol terbutílico y se incluyeron en parafina. Con un micrótomo de rotación Leica se hicieron cortes longitudinales y 247

Tiempo y Región

Figura 1. Detalle de fragmento de textil analizado (escala en cm).

radiales a 12 µm de espesor, se tiñeron con safranina 28 y se montaron con permount. Debido a la dureza del material, los cortes transversales no se lograron con la metodología anterior, por lo que se utilizó un micrótomo manual. Los cortes obtenidos se tiñeron con safranina O, y fueron montados con jalea glicerina. Los disociados se hicieron con solución de Jeffrey.29

Ruzin, S., Plant Microtechnique and Microscopy, Oxford University Press, New York, EEUU, 1999. 28

29

Johansen, op.cit.

248

Los vestigios orgánicos

Figura 2. Fragmento de madera analizado (escala en cm)

Identificación racial de restos de maíz Aunque la mazorca se encontró carbonizada, todavía conserva la mayoría de las líneas de cariopsis o granos (figura 3). Al igual que los fragmentos de textil, se encontró sobre el segundo piso de la estructura excavada. Caracteres de la mazorca de El Rosario, de las razas Indígenas Antiguas, Exóticas Precolombinas, Mestizas Prehistóricas y datos de mazorcas halladas en Teotihuacan (tabla 2), fueron comparados mediante un análisis de similitud (coeficiente de distancia taxonómica promedio, upgma) para determinar si existe semejanza con alguna de éstas. Siete caracteres de la mazorca se emplearon en el análisis (figura 4): 249

Tiempo y Región

Figura 3. Mazorca estudiada (escala en centímetros).

Figura 4. Caracteres de la mazorca de maíz usados en el análisis de similitud. * a. Longitud de la mazorca. b. Diámetro de la parte de media. c. Diámetro del pedúnculo. d. Hileras de cariopsis (granos). e. Longitud del grano. f. Ancho del grano. g. Espesor del grano. Modificada de Simpson, Beryll Brintall y Molly Conner Ogorzaly, Economic Bot­ any. Plants in our world, McGraw-Hill, tercera edición, New York, EEUU, 2001, p. 130; Hernandez Xolocotzi, Efraím, Xolocotzia. Obras de Efraím Hernández Xolocotzi, Revista de Geografía Agrícola, tomo II, México, 1985, p. 745.

*

250

Los vestigios orgánicos

longitud, diámetro de la parte media, número de hileras de cariopsis, diámetro del pedúnculo, además de ancho, espesor y longitud de los granos (n=20). Los datos empleados son valores promedio obtenidos bajo condiciones ambientales constantes.30 Tabla 2. Clasificación de las razas de maíz 31 y los restos botánicos de Teotihuacan y El Rosario, usadas en el análisis de similitud. Clase

Indígenas Antiguas

Exóticas Precolombinas

30

Wellhausen, et al, op. cit.

31

Wellhausen, et al, op. cit.

Razas

Abreviación

Palomero Toluqueño

PT

Arrocillo Amarillo

AA

Chapalote

CH

Nal-Tel

NT

Cacahuacintle

CA

Harinoso de Ocho

HO

Sub –raza Elotes Occidentales

HOS

Olotón

OL

Maíz Dulce

MD

251

Tiempo y Región

Mestizas Prehistóricas

Restos arqueológicos

Cónico

CO

Reventador

RE

Tabloncillo

TA

Sub-raza Perla

TAS

Tehua

TEH

Tepecintle

TEP

Comiteco

COM

Jala

JA

Zapalote Chico

ZC

Zapalote Grande

ZG

Pepitilla

PE

Olotillo

OLO

Tuxpeño

TU

Vandeño

VE

Mazorcas halladas en Teotihuacan

TEO

Mazorca de El Rosario

PAR

Resultados Las fibras textiles La muestra del textil observada al meb (figura 5A) carece de escamas en la superficie, como las observadas en la lana (figura 6A), con ello se confirmó que el textil no es de origen animal; pero se observaron filamentos separados que presentan venas comisurales, sugiriendo a una monocotiledónea, las cuales pre252

Los vestigios orgánicos

sentan este tipo de venación (figura 5B). Por otro lado, las fibras de maguey (agave) se encontraron agrupadas (figura 6B), y no mostraron semejanza con las fibras del textil. Las fibras de algodón (figura 6C) son filamentos aplastados y retorcidos con lumen amplio, y tampoco se observó coincidencia con la muestra del textil, sin embargo, la muestra de textil diafanizada que se observó al ml presentó dos tipos de fibras: una de las cuales es algodón (figuras 7A y B), descrita anteriormente, y otra gruesa de venación paralela (monocotiledónea), confirmando lo observado al meb. La fibra de monocotiledónea no mostró semejanza con las fibras que se usaron como grupo de comparación.32

Figura 5a. Fibras del textil encontrado en El Rosario vistas al meb. Vista general.

32

Las características de todas las fibras observadas se muestran en la tabla 2.

253

Tiempo y Región

Figura 5b. Fibras del textil encontrado en El Rosario vistas al Detalle de las venas comisurales.

meb.

Figura 6a. Fibras usadas para comparar con el textil hallado en El Rosario vistas al meb. Trozo de lana.

254

Los vestigios orgánicos

Figura 6b. Fibras usadas para comparar con el textil hallado en El Rosario vistas al meb. Trozo de maguey (agave).

Figura 6c. Fibras usadas para comparar con el textil hallado en El Rosario vistas al meb. Trozo de algodón (gossypium hir­ sutum).

255

Tiempo y Región

Figura 7a. Fibras de algodón pertenecientes al textil hallado en El Rosario vistas al ml. Vista a 40X.

PT AA CH NT PAR RE TEO CA OL HO HOS TA TAS OLO MD TEP TU VA ZC TEH ZG CO PE COM JA 0.22

0.62

1.03

Coeficiente de Distancia taxonómica promedio

1.44

1.84

Figura 7b. Fibras de algodón pertenecientes al textil hallado en El Rosario vistas al ml. Vista a 100X.

256

-

Brahea berlandieri

Chamaedorea cataratum +

+

+

+

-

-

-

-

+

Venas comisurales

Frecuentemente con vasos espirales y anulares Longitud de 0.7 mm Longitud de 0.7 mm

Longitud de 0.7 mm

Se presentan en agrupaciones Ápice punteado ∗ Ápice punteado ∗

Ápice punteado ∗

Longitud de 1 mm

Fibras separadas

Filamento aplastado y retorcido

Ápice Escalopado ∗

Regularmente gruesa, aunque el diámetro no es uniforme

Doblamiento similar al algodón, lumen amplio

Gruesa

Otras

Circular

Filamentos delgados planos

Cilíndrica

Forma

Características

* Ilvessalo-Pfäffli, M., Fiber Atlas. Identification of Papermaking Fibers, Springer Series in Wood Science, Alemania, 1995, p. 295.

-

Thypha dominguensis

-

Cyperus pseudovegetus

ML

-

Maguey (Agave)

-

MEB

Algodón (Gossypium hirsutum

-

-

Escamas

+

ML

MEB

Microscopia

Lana

Textil

Fibra

Tabla 3. Características de las fibras analizadas, + Presencia, - Ausencia.

Los vestigios orgánicos

257

Tiempo y Región

Características anatómicas de la madera Las muestras disociadas mostraron células de parénquima del radio; éstas no arrojaron caracteres diagnósticos que posibilitaran la identificación. Una característica importante fue la ausencia de vasos, los cuales son elementos conductores del xilema, característicos en madera de dicotiledóneas. También se observaron abundantes traquéidas con punteaduras simples, areoladas (figuras 8a, b y c), y con extremos en forma de cuña (figuras 8b y c). Las traquéidas radiales tienen ornamentaciones dentadas propias de algunas pináceas (figura 8c). Los cortes transversales confirmaron la ausencia de vasos y no se observaron canales resiníferos.

Figura 8a. Traquéidas observadas en disociados. Punteaduras areo­ ladas.

258

Los vestigios orgánicos

Figura 8b y 8c. Traquéidas observadas en disociados. Extremos en forma de cuña y con ornamentación dentada, todas características de madera de coníferas.

259

Tiempo y Región

El maíz La mazorca tiene una longitud de 6 cm y el diámetro de la parte media (con granos) es de 2.95 cm. Se distinguieron seis hileras de cariopsis, aunque por la disposición se propone que está compuesto por ocho a doce hileras en total. La cara superior de los granos es lisa y las caras laterales carecen de estrías. La longitud del fragmento del pedúnculo de la mazorca 33 es de 1 cm, mientras que el diámetro es de 1.04 cm. El análisis mostró que la mazorca de El Rosario (par) es semejante en un 70% a las de las razas Nal-Tel y Chapalote (figura 9).

Figura 9. Relaciones de similitud entre las diferentes razas y las mazorcas ha­ lladas en Teotihuacan y El Rosario (par). Se observa que par es cercano a las razas Chapalote (ch) y Nal-Tel (nt). Coeficiente de similitud utilizado: distan­ cia taxonómica promedio; método de agrupamiento: upgma. r= 0.74783. El carácter de la longitud del pedúnculo no se usó para el análisis debido a que no es posible asegurar que sea la longitud total.

33

260

Los vestigios orgánicos

Discusión Los resultados sugieren que el textil se compone de dos tipos de fibras, una de ellas algodón (gossypium hirsutum) y la otra una monocotiledónea, e.g. palma (arecaceae), izote o yuca (yucca) maguey (agave), tule (thypha). Las observaciones hechas con el meb y el ml permitieron una aproximación a la composición del textil, pero no arrojaron resultados más precisos debido al estado de conservación en el que se encuentra. Al estar carbonizado obstruyó las tinciones y dificultó su observación. Estudios posteriores pueden complementar los resultados obtenidos y ampliar la información sobre la especie de la que pudiera tratarse la monocotiledónea. Dado que las fibras de las plantas monocotiledóneas tienen paredes lignificadas, característica que las hace rígidas, no son muy usadas en la elaboración de textiles, y son más empleadas para la cestería, por lo cual se propone que este tipo de fibras pudieron ser usadas como soporte del textil en sus bordes o en la base para darle mayor resistencia. Las características anatómicas de las muestras de madera corresponden a las de Pinus sp. El hallazgo de madera de pino apunta a que en la región o en sus cercanías se encontraba presente este taxón al momento de la ocupación del centro ceremonial; sin embargo, actualmente no está presente, y la vegetación en El Rosario se compone de una comunidad secundaria de matorral tropical derivada de bosque tropical caducifolio;34 la flora está constituida por 47 especies nativas, entre las que destacan el mezquite (prosopis laevigata), huizache (acacia farnesiana),

Zamudio Ruiz, Sergio, Jerzy Rzedowski, Eleazar Carranza y Graciela Calderón de Rzedowski, La vegetación en el estado de Querétaro, concyteq / Instituto de Ecología A.C. / Centro Regional del Bajío, México, 1992, p. 14.

34

261

Tiempo y Región

cardón (cylindropuntia imbricata) y garambullo (myrtillocactus geometrizans), además de cinco especies introducidas, lo que indica cambios en el tipo de vegetación y probablemente en el clima. El uso de coníferas en El Rosario coincide con uno de los recursos maderables registrados para Teotihuacan,35 lo que indica que además de aprovechar las materias primas regionales, es posible que se conservara la práctica de usar el mismo tipo de madera que en Teotihuacan. Los resultados del análisis de similitud sugieren que la mazorca de El Rosario es semejante a las mazorcas de las razas Nal-Tel y Chapalote. Ambas son razas Indígenas Antiguas, se originaron en México y tienen un estrecho parentesco a pesar de estar separadas geográficamente, distribuyéndose la primera en el sur (Yucatán), mientras que la segunda en el norte (Sonora y Sinaloa); las mazorcas de estas razas vistas en corte transversal son casi idénticas, siendo de tamaño pequeño y forma elipsoidal, además ambos son maíces reventadores, primitivos tunicados, plantas cortas y precoces. Las altitudes a las que se desarrollan son distintas: el maíz Nal-Tel se adapta mejor a los 100 msnm, pero puede llegar a producir mazorcas relativamente normales a los 1,800 msnm; el maíz Chapalote se desarrolla a los 100 a 600 msnm, pero puede adaptarse a un amplio gradiente de altitud, pues produce mazorcas a 2,200 msnm.36 La altitud promedio de El Rosario es de 1,960 msnm, y aunque cabe en el rango de altitud de las dos razas, es más probable la producción de la raza Chapalote en este lugar por su tolerancia a altitudes elevadas. La falta de caracteres, como el color de los granos y el núme-

35

Adriano-Morán y McClung de Tapia, op. cit.

36

Wellhausen, et al., op. cit.

262

Los vestigios orgánicos

ro de éstos por hilera, además del estado de conservación de la mazorca, debido a que los granos carbonizados perdieron volumen de agua, reduciendo las medidas originales, y posiblemente borrando las estrías en los granos impidieron un acercamiento más preciso. Pese a ello, el resultado obtenido es plausible, pues el análisis de similitud aquí presentado coincide con la clasificación hecha por Wellhausen,37 manteniendo los tres grupos de razas (Indígenas Antiguas, Exóticas Precolombinas y Mestizas prehistóricas). Conclusiones Este trabajo constituye un avance en el conocimiento de los restos arqueobotánicos, debido a que es el primero de esta naturaleza en una zona arqueológica del estado de Querétaro. A través del presente estudio se mostró que en El Rosario se utilizaron recursos para la construcción, elaboración de textiles y en la dieta, semejantes a los empleados en Teotihuacan. El Rosario es uno de los pocos sitios en los que las condiciones ambientales han favorecido la conservación de materiales botánicos tan diversos, pero es importante resaltar que el hallazgo de restos macrobotánicos está frecuentemente sesgado a aquéllos que tienen estructuras lignificadas o duraderas, por lo que futuros estudios como análisis polínico y de fitolitos del suelo del sitio pueden complementar la información presentada.

37

Ibid., pp. 609-732.

263

Análisis arqueozoológico

Oliva Ramírez Segura* Alejandro Reyes De la Torre** Carlos A. López González***

Introducción

L

a arqueozoología como disciplina se refiere al estudio de restos de animales asociados a sitios arqueológicos. Los restos que son encontrados con mayor frecuencia incluyen huesos, dientes y conchas de moluscos, así como pelo, foraminíferos (protozoos que se encuentran en sedimentos de origen marino), insectos y en ocasiones parásitos. En el contexto de la cultura a la que están asociados, los restos de animales aportan datos sobre religión, alimentación, vestimenta, herramientas y salud; así

*

Bióloga por la Universidad Autónoma de Querétaro. Biólogo por la Universidad Autónoma de Querétaro. *** Doctor en Zoología, profesor-investigador de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Autónoma de Querétaro. **

[265]

Tiempo y Región

como sobre las técnicas utilizadas para la captura y/o cuidado de los animales. Además, proporcionan una visión de los sistemas de comercio e intercambio. En el contexto biológico, la identificación de estos restos ofrece información sobre paleoambientes y sucesión de comunidades de fauna.1 En México, algunos de los trabajos más representativos dentro de la arqueozoología son los que se han llevado a cabo dentro de las excavaciones en el Templo Mayor de Tenochtitlan,2 donde se encontraron conchas de caracoles de los géneros Oliva y Xancus, corales laminares, caparazones de tortugas, huesos de serpientes, peces y aves de los géneros Eugenes, Lampornis, Hylocharis y Amazilia.3 En este trabajo hacemos una descripción de los restos óseos de animales encontrados en el segundo y cuarto pisos (Tercera Etapa constructiva) del Edificio Principal del conjunto arquitec-

Reitz, Elizabeth J., y Elizabeth S. Wing., Zooarchaeology, Cambridge University Press, Inglaterra, 2008, p. 1; Reitz, Elizabeth J., Lee A. Newsom, Sylvia J. Scudder y C. Margaret Scarry, “Introduction to Environmental Archaeology”, en Reitz, Elizabeth J., C. Margaret Scarry and Sylvia J. Scudder (eds.), Case studies in environmental archaeology, , Springer Science y Business, EEUU, 2008, pp. 8-9. 1

Gallardo, Ma. de Lourdes, “Cráneos de colibrí de la ofrenda 100”, en Marín Benito, María Eugenia (coord.), Casos de conservación y restauración en el museo del Templo Mayor, Colección científica 425, inah, México, 2000, pp. 141-155; Hasbach, Bárbara, “Pectoral circular con mosaico de turquesas de la Ofrenda 48 y cartílago rostral de pez sierra de la Ofrenda 58”, en Marín Benito, María Eugenia (coord.), Casos de conservación y restauración en el museo del Templo Mayor, Colección científica 425, inah, México, 2000, pp. 125-139. 2

Corona Martínez, Eduardo, y Joaquín Arroyo Cabrales, Relaciones HombreFauna, Serie Arqueología, inah / Editorial Plaza y Valdés, México, 2002, pp. 17-29.

3

266

Los vestigios orgánicos

tónico correspondiente a los 650 d. C. del sitio arqueológico de El Rosario. Estos restos podrían ser importantes para entender las relaciones hombre-fauna en la región al momento de la ocupación del centro ceremonial, y con esto se hacer una aportación a la disciplina de la arqueozoología en el estado de Querétaro. Metodología Los restos óseos hallados fueron separados por grupos taxonómicos superiores, es decir, en mamíferos, reptiles y aves; de estos grupos únicamente los mamíferos estaban representados por un número abundante de huesos craneales y del esqueleto axial. Para la identificación de los huesos del cráneo en mamíferos se siguió la metodología descrita por Elbroch,4 utilizando caracteres de las mandíbulas, como su longitud y forma, además de la estructura del cráneo y los dientes. Las mandíbulas se utilizaron para estimar el número máximo de individuos presentes por género, donde se cuantificó el número de mandíbulas derechas e izquierdas,5 bajo el supuesto de que un par representaba un sólo individuo (figura 1). Los individuos identificados se asignaron a la categoría de juveniles o adultos, con base en el grado de desgaste de las crestas dentales; se tomaron como juveniles aquéllos que presentaran las crestas bien marcadas, y adultos si estaban desgastadas y prácticamente ausentes (figura 2), las mandíbulas que no presentaron dientes se contaron como de edad indeterminada.

Elbroch, Mark, Animal Skulls. A Guide to North American Species, Stackpole books, EEUU, 2006, p. 727. 4

Agradecemos a los alumnos de la clase de Mastozoología de la uaq, generación 2010, por su apoyo en el conteo de piezas óseas.

5

267

Tiempo y Región

Figura 1. Mandíbula derecha (superior) e izquierda (in­ ferior) de Peromyscus sp. (escala en cm). El lado de las mandíbulas se utilizó para estimar el número máximo de individuos.

Figura 2. Molares de Peromyscus sp., donde a la izquier­ da de la imagen se muestra un diente de un individuo adulto y a la derecha el de un individuo juvenil; cabe notar que en este último se observan las crestas dentales, mientras que en el primero ya se han desgastado (escala en mm). Carácter utilizado para determinar la edad de los individuos.

268

Los vestigios orgánicos

Resultados Los restos arqueozoológicos encontrados en El Rosario corresponden a fragmentos de huesos, principalmente de roedores, y en menor número de aves y reptiles. Los huesos de aves son fragmentos pequeños y no se observaron caracteres diagnósticos que permitieran su identificación. La presencia de un réptil perteneciente al suborden Lacertilia se determinó por la el hallazgo de un fragmento de 0.5 cm de longitud correspondiente a la dentadura (figura 3). Los huesos de roedores fueron identificados para los géneros Peromyscus y Neotoma, ambos pertenecientes a la familia Cri­ cetidae. Dos cráneos del género Neotoma se encontraron en el cuarto piso, mientras que en el segundo piso se hallaron cuatro cráneos casi completos (figura 4), 85 mandíbulas y 35 maxilas del género Peromyscus; así como dos mandíbulas y dos maxilas del género Neotoma (tabla 1). Las mandíbulas de Peromyscus miden en promedio 1.4 cm de longitud, mientras que las de Neotoma miden 1.9 cm (figura 5). El número máximo de individuos estimado para el género Peromyscus es de 50; determinado en base a la cantidad de mandíbulas derechas halladas, las cuales sumaron un total de 46, mientras que las mandíbulas izquierdas fueron 39. Esto indica que por lo menos 7 mandíbulas izquierdas no se conservaron; sin embargo, también se hallaron 4 cráneos, si bien cabe la posibilidad de que las mandíbulas anteriormente contadas pertenezcan a los cráneos, no fue posible establecer dicha concordancia, y se sumaron al número máximo de individuos, porque cada uno determina claramente un individuo. Tomando como base el máximo de individuos encontrados, las clases de edad en Peromyscus sp. se distribuyeron de la siguiente manera: 16 individuos juveniles, 7 adultos y 27 de edad indeterminada. 269

Tiempo y Región

Figura 3. Fragmento de dentadura de Lacertilio (escala en mm).

Figura 4. Cráneo de Peromyscus sp. (escala en cm)

270

Los vestigios orgánicos

Para el género Neotoma, el número máximo de individuos se estimó sumando todas las clases de huesos, ello dio como resultado 4 individuos, de los cuales 2 son juveniles y 2 son adultos (tabla 2). Tabla 1. Total de fragmentos óseos de roedores hallados en el Piso 2, provenientes de El Rosario. Género

Cráneos

Mandíbulas

Maxilas

Edad

Izq.

Der.

Izq.

Der.

Juvenil

Adulto

Indet.

Peromyscus

4

39

46

14

21

25

26

73

Neotoma

0

1

1

1

1

2

2

0

Tabla 2. Número máximo de individuos estimado para los géneros de roedores hallados en El Rosario, se incluyen edades. Género

Núm. máximo

Edad

de individuos Juvenil

Adulto

Indet.

Peromyscus

50

16

7

27

Neotoma

4

2

2

0

Discusión y conclusiones La familia Cricetidae se distribuye actualmente en todo el mundo, con excepción de algunas islas y de la región australiana. Son conocidos comúnmente como ratas o ratones. Por lo general hacen sus nidos en vegetación seca, troncos tirados, grietas o túneles en el suelo. Se alimentan de material vegetal y de invertebrados. La fórmula dental de la familia es I 1/1, 271

Tiempo y Región

Figura 5. Mandíbulas de roedores hallados en El Rosario. En la parte superior se observa la mandíbula de Peromyscus y en la inferior de Neotoma (escala en cm).

C 0/0, PM 0/0, M 3/3. En Querétaro es representada por ocho géneros: Baiomys, Microtus, Neotoma, Oligorizomys, Oryzomys, Peromyscus, Reithrodontomys y Sigmodon, y 26 especies, de las cuales nueve pertenecen al género Peromyscus y dos al género Neotoma. Su tamaño es variable, las especies presentes en Querétaro oscilan entre los 87 y 417 mm de longitud. Los ratones del género Peromyscus se encuentran asociados a una variedad de hábitat, incluyendo diferentes tipos de vegetación, como bosques de pino, de encino, matorrales, pastizales y cultivos; son importantes en la distribución de semillas, como amortiguadores de depredadores y algunos en la dispersión de hongos micorrícicos.6

6

Ceballos González, Gerardo, y Carlos Galindo Leal, Mamíferos silvestres de

272

Los vestigios orgánicos

Los restos animales fueron encontrados en dos puntos del Edificio Principal del centro ceremonial; el primero corresponde al cuarto piso (Segunda Etapa constructiva), junto a los postes de madera norte, donde se encontraron huesos de aves y dos cráneos de roedor (Neotoma sp.); el segundo fue en el piso dos (Segunda Etapa constructiva), junto a los postes de madera sur, donde se hallaron los huesos de roedores del género Peromyscus sp. y el fragmento dentario de un Lacertilio (lagartija); lo que indica que fueron colocados por los habitantes del sitio. Debido a la fragmentación de los huesos, no fue posible tener un mejor acercamiento al taxón al que corresponden las aves, sin embargo, el tamaño de los huesos sugiere que se trata de dos tipos de aves, unas pequeñas, posiblemente de ornato, y otras de mayor tamaño, probablemente alguna especie de interés alimenticio. Con respecto a los roedores, la identificación hasta el nivel taxonómico de especie no fue posible debido a la falta de características del cráneo, sin embargo, gracias a la identificación de restos de madera de pino en el sitio es posible sugerir que una de las especies de roedores sea Neotoma mexicana, que actualmente se encuentra muy asociada a bosques de pino y de encino; esto indica que el área de distribución de la especie se ha visto reducida, debido a que en la actualidad en la región no está presente el bosque de pino. El hallazgo de huesos de roedores en contexto arqueológico es importante porque revela el interés de la población en El Rosario por estos animales, ya sea como un simbolismo religioso

la cuenca de México, Editorial Limusa, México, 1984, p. 300; GutiérrezGarcía, Daniela, Hugo Luna Soria, Carlos A. López González y Raúl Francisco Pineda López, Guía de Mamíferos del estado de Querétaro, uaq, México, 2007, p. 264.

273

Tiempo y Región

o alimenticio, o como parte de una problemática de campo, ya que muchos roedores, incluyendo los aquí encontrados, están asociados a tierras de cultivo. Asimismo, los resultados obtenidos son significativos, pues es la primera vez que se logra establecer un registro de esta naturaleza para roedores en el estado, el cual es un precedente para comprender la distribución actual de Peromyscus sp. y Neotoma sp.

274

Capítulo 7

Reflejo visible de lo invisible

El análisis químico de pisos de estuco Enah Fonseca Ibarra Fiorella Fenoglio Limón

Introducción

U

na de las formas efectivas para abordar el estudio del contexto arqueológico es el análisis de los residuos químicos impregnados en los pisos de las estructuras arquitectónicas. Desde hace relativamente poco, los restos químicos producto de las actividades humanas se consideran parte del llamado “contexto arqueológico”, principalmente porque ayudan a identificar áreas de actividad. Un área de actividad es la unidad mínima de contenido social dentro del registro arqueológico. Implica “la concentración y asociación de materias primas, instrumentos o desechos en superficies o volúmenes específicos que reflejen actividades particulares”.10 El área de actividad es el reflejo de una actividad constante, cuya huella queda marcada en el registro arqueológico y puede clasificarse en varios tipos: producción

Manzanilla, Linda, “Introducción”, en Unidades habitacionales mesoame­ ricanas y sus áreas de actividad, iia-unam, México, 1986, p. 11.

10

[275]

Tiempo y Región

(subsistencia, manufactura o construcción), uso y consumo (individual/familiar inmediato, productivo, en la rama de la distribución y el intercambio, en la instancia política y en la vida simbólica), almacenamiento y evacuación.11 Los restos químicos, entonces, se convierten en pequeñas evidencias imperceptibles que nos permiten dilucidar qué tipos de actividades se realizaron en los espacios, e interpretar las acciones cotidianas de los individuos que los habitaron. A través de diferentes investigaciones, tanto en espacios modernos como antiguos, se han afinado y diversificado las técnicas empleadas para el conocimiento de las sustancias químicas que quedan selladas en los poros de los pisos por la depositación de sustancias derivadas de las actividades humanas. Al realizar un estudio químico de los pisos se parte de varios supuestos: las evidencias sobre los pisos dependen del tipo de actividades humanas, su duración, intensidad y repetición; éstas no son homogéneas ni casuales, y su distribución está determinada por factores antropogénicos —aunque deben preverse alteraciones geomorfológicas—; son efecto de acciones repetidas y son “imborrables” e “inamovibles”.12 De igual modo, es necesario considerar los cambios de actividades dentro de los espacios y las diferentes reocupaciones.13 Estas cualidades hacen de la Manzanilla, Linda, op. cit., y Manzanilla, Linda y Luis Barba, La arqueo­ logía: una visión científica del pasado del hombre, La ciencia desde México, núm.123, sep / fce / conacyt, México, 1994.

11

Barba, Luis, y Agustín Ortiz, “La química en el estudio de áreas de actividad”, en Unidades habitacionales mesoamericanas y sus áreas de actividad, Manzanilla (ed), unam, México, 1986, pp. 21-39.

12

Ortiz, Agustín, Oztoyahualco: estudio químico de los pisos estucados de un conjunto residencial teotihuacano para determinar áreas de actividad, tesis de Licenciatura en Arqueología, enah, México, 1990. 13

276

Reflejo visible de lo invisible

química de suelos un indicador noble para el quehacer arqueológico, pues a diferencia de los materiales, las huellas químicas no se mueven de lugar, independientemente de si se trata de un contexto de abandono, de si fue saqueado o quemado, o inclusive si fue modificado arquitectónicamente para ser remodelado, o si fue clausurado como parte de un ritual de terminación. Sin embargo, para interpretar los resultados de dichos análisis es indispensable tomar en cuenta lo que ya Schiffer planteó hace años: la forma en que se estructura un contexto, sus diferencias y los factores involucrados que pueden transformarlo.14 Aunque el espacio haya sido limpiado y se hayan removido los objetos que habitualmente se empleaban, la química de los pisos logra develar los secretos, hacer visible lo invisible, es reflejo de las actividades humanas, pero sobre todo de las más repetidas, es decir, es memoria de la vida cotidiana. Los espacios que se muestrearon en El Rosario corresponden principalmente a los pisos de los pórticos del Pórtico de los Grafiti y del Recinto Rojo, excepto en el caso del llamado Recinto Quemado (Piso 2, Tercera Etapa de construcción), donde se logró muestrear una sección del interior del recinto. En este sentido, la formación de un enorme socavón en la parte superior de la estructura —mismo que la corta verticalmente— destruyó por completo el área central de los pisos de los cuatro recintos internos; los fragmentos de piso que lograron sobrevivir pertenecen únicamente a los extremos del cuarto del Recinto Quemado (Piso 2).15

Schiffer, Michael, “Archaeological context and systemic context”, en American Antiquity, vol. 37, núm. 2, Society for American Archaeology, Washington, D.C., 1972, pp. 156-165.

14

Para conocer mejor la arquitectura de la Estructura Principal, remitirse al capítulo 3, en este mismo volumen.

15

277

Tiempo y Región

En los recintos porticados de la estructura principal pudieron haberse desarrollado actividades principalmente de carácter ritual. Las ofrendas y contextos localizados durante las excavaciones arqueológicas parecieran pertenecer a rituales de construcción y de terminación. Quizá de éstos, el más relevante sea aquel localizado en El Recinto Quemado (Piso 2), el cual está compuesto por un conjunto de vasijas cerámicas “matadas”, 10 cuchillos curvos, fragmentos de textil, puntas de proyectil, navajillas prismáticas, fosas, entre otros; todo ello cubierto por una espesa capa de maderos semiquemados, escombros y carbón. ¿Qué esperábamos encontrar? A través de fuentes escritas y excavaciones arqueológicas se ha podido delinear el tipo de actividades y materiales utilizados en los templos: espacios tradicionalmente dedicados a la celebración de ceremonias de petición o agradecimiento a las deidades. El análisis químico de pisos ha sido una metodología que ha corroborado estas ideas; ha permitido identificar el tipo de sustancias usadas por los sacerdotes, las zonas con mayor concentración de lípidos relacionadas con la quema de resinas frente a los altares y los braceros y la presencia de ácidos grasos, carbohidratos y proteínas asociados con ofrendas que involucraron el manejo de sangre.16 Partiendo de esta idea, esperábamos —por Middleton, William D., et. al, “The Study of Archaeological Floors: Methodological Proposal for the Analysis of Anthropogenic Residues by Spot Tests, ICP-OES, and GC-MS”, en Journal of Archaeological Method and Theory, vol. 17, núm. 3, septiembre, Springer, 2010, 183-208 pp. Pecci, Alessandra, Análisis químico de pisos y áreas de actividad. Estudio de caso en Teopancazco, Teotihuacan, tesis de maestría, ffyl / iia-unam, México, 2000.

16

278

Reflejo visible de lo invisible

medio del análisis de fosfatos, carbonatos, pH, materia orgánica y color de las muestras de piso recuperadas en el templo principal de El Rosario— observar enriquecimientos químicos diferenciados que nos pudieran indicar qué tipo de actividades se realizaban al interior del pórtico y del recinto del templo en tres de sus cuatro momentos de ocupación. Ello nos permitiría entender el espacio ceremonial de El Rosario e imaginar la vida ritual que debieron desarrollar sus habitantes. Dado que la densidad de materiales arqueológicos hallados en el relleno fue baja, y la cantidad de objetos sobre los pisos fue aún menor —excepto por los materiales que formaron parte del ritual de terminación—, requeríamos de elementos arqueológicos que nos permitieran comprender las actividades particulares de un espacio tan importante como los pórticos y recintos ceremoniales de la estructura principal. Por ello, a través del análisis químico, buscábamos detectar esas áreas dedicadas al ritual, ubicar los espacios donde hubiese rastros de encendido de fuego, donde pudo haber altares, muebles u ofrendas que —por ser de materiales perecederos— hoy no permanecen físicamente, pero sí químicamente. Buscábamos detectar las pequeñas diferencias del uso de los espacios entre las distintas etapas de ocupación y entre los espacios externos e internos; buscar patrones en la utilización de los espacios e identificar las particularidades de cada uno. La química de los pisos sería nuestra guía. Metodología Las primeras investigaciones arqueológicas que aplicaron el uso del análisis químico de los pisos datan de la primera mitad del siglo pasado; sin embargo, sería hasta finales de la década de 279

Tiempo y Región

los setenta —con la introducción del estudio de la química de pisos en unidades habitacionales mesoamericanas por parte de Barba y Bello—17 que la técnica comenzaría a extenderse.18 El fin del siglo trajo consigo avances importantes en el desarrollo de la metodología; principalmente la introducción de la Cromatografía de Gases/Espectrometría de Masas y la Espectrometría de Emisión Óptica de Plasma Inductivamente Acoplado —gc-ms e icp-oes por sus siglas en inglés. Los spot test son análisis cualitativos-semicuantitativos que, a diferencia de las otras técnicas, sólo provee de una idea de la abundancia de los residuos químicos, pero no logra identificar su origen; se puede identificar, por ejemplo, la presencia de restos orgánicos, pero no si se trata de resinas, grasas o aceites. El gc-ms permite la determinación de múltiples sustancias, lípidos en particular y aceites vegetales principalmente, y el icpoes es útil para identificar residuos antropogénicos en los pisos arqueológicos; permite la caracterización de una gran variedad de elementos e identificar con mayor claridad las actividades que fueron llevadas a cabo en el espacio o, inclusive, diferenciar las huellas químicas ocasionadas por factores antropogénicos y geomorfológicos.19 Ambas técnicas, sin embargo, no son excluyentes; por el contrario, diferentes investigadores han demostrado que pueden ser eficazmente complementarias, siendo el spot test el primer nivel de aproximación del área de estudio.20

Barba, Luis, y Gregorio Bello, “Análisis de fosfatos en el piso e una casa habitada actualmente”, en Notas Antropológicas, núm. 1, nota 24, unam, México, 1978, 188-193 pp.

17

18

Esta batería de análisis químico también se conoce como spot test.

19

Middleton, et. al, op. cit.

20

Middleton, et al., op cit.

280

Reflejo visible de lo invisible

Como señalan Middleton y coautores, cada técnica tiene sus ventajas y desventajas, y cada proyecto de investigación debe decidir cuál es la que debe aplicarse en función de tres factores: tiempo, costo y cantidad de muestras. En el caso del estudio químico de los pisos de la estructura principal de El Rosario, se optó por emplear la batería de técnicas desarrollada en el Laboratorio de Prospección del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la unam;21 se tomaron muestras de los pisos de estuco correspondientes a tres de las cuatro etapas de ocupación excavadas durante la primera temporada de campo (figura 1), por lo que las secciones muestreadas corresponden al piso frontal del pórtico del Recinto Rojo o Piso 1 (16 muestras); el piso de estuco que sobrevivió a la formación del socavón al interior del recinto, en el piso norte del exterior del Recinto Quemado o Piso 2 (26 muestras en total) y en la sección oeste del Piso 2 (9 muestras); en el piso frontal del pórtico y en el interior del pórtico del Pórtico de los Grafiti o Piso 3 (68 muestras). Las muestras se tomaron con intervalos de un metro, excepto las muestras del Recinto Rojo y del interior del Pórtico de los Grafiti que se realizaron a intervalos de 50 cm. Para ello, se empleó un taladro con broca para concreto, y se hicieron perforaciones de 5 cm de diámetro por 5 cm de profundidad aproximadamente. El polvo producto de la perforación se recuperó con una cucharilla, y se guardó en bolsas de papel estraza debidamente etiquetadas. Cada punto de muestreo se identificó en la planta general y se le tomaron las coordenadas con estación total para su localización tridimensional. Las muestras se guardaron en cajas de cartón en el orden de acuerdo con el número de muestras secuencial.

Barba, Luis, Roberto Rodríguez y José Luis Córdoba, Manual de técnicas microquímicas de campo para la arqueología, iia-unam, México, 1991. 21

281

Tiempo y Región

Figura 1. Las muestras se tomaron en los pisos excavados hasta el momento. Se logró muestrear los pórticos de la última y tercera etapas de construcción y el recinto de la segunda etapa.

282

Reflejo visible de lo invisible

Los análisis se realizaron en el Laboratorio de Edafología del Centro de Geociencias de la unam, Campus Juriquilla, Querétaro, a cargo de la M en C. Sara Solís Valdez. Los análisis realizados fueron para la determinación del pH, carbonatos, materia orgánica y color.22 Las metodologías utilizadas corresponden a las establecidas por el International Soil Reference and Informa­ tion Centre (isric) de la fao, así como a la Norma Oficial Mexicana nom-021-semarnat-2000. Los procedimientos Para la determinación del pH se emplea un método electrométrico a través de una solución de agua pura. La evaluación electrométrica del pH se basa en la determinación de la actividad del ion hidrógeno mediante el uso de un electrodo, cuya membrana es sensitiva al mismo. En el caso de los suelos, el pH se mide potenciométricamente en la suspensión sobrenadante de una mezcla de relación suelo: agua 1:2. La clasificación del suelo en cuanto a su valor de pH se presenta el cuadro siguiente:

El análisis de concentración de fosfatos también estuvo contemplado dentro de la batería de estudios; sin embargo, el laboratorio nunca realizó los análisis, puesto que extraviaron las muestras de los pisos. El análisis de residuos proteicos y ácidos grasos no se llevaron a cabo en el Laboratorio de Geociencias de la unam, Campus Juriquilla, porque desconocían los procedimientos técnicos para procesar las pruebas; sin embargo, se espera poder realizarlos a corto plazo.

22

283

Tiempo y Región Fuertemente ácido

< 5.0

Moderadamente ácido

5.1 - 6.5

Neutro

6.6 - 7.3

Medianamente alcalino

7.4 - 8.5

Fuertemente alcalino

> 8.5

La materia orgánica es el resultado de una mezcla de residuos de planta y animales en diferentes estados de descomposición, de sustancias sintetizadas microbiológica y químicamente, así como de microorganismos vivos y muertos. Usualmente se dividen en sustancias húmicas (humin, ácido húmico, ácido fúlvico) y no húmicas (carbohidratos, ceras, ácidos grasos, resinas, aminoácidos, etcétera), siendo la acumulación de estas últimas las diagnósticas para la identificación de actividades antropogénicas.23 La determinación de materia orgánica (mo) del suelo se evalúa a través del contenido de carbono orgánico con el método de Walkley y Black. Este método se basa en la oxidación del carbono orgánico del suelo por medio de una disolución de dicromato de potasio y el calor de reacción que se genera al mezclarla con ácido sulfúrico concentrado. Los valores de referencia para clasificar la concentración de la materia orgánica en los suelos minerales y volcánicos se presenta en el cuadro siguiente:

Clase

Materia orgánica (%)

Sánchez, Alberto, y María Luisa Cañabate, Indicadores químicos para la Arqueología, Colección Martínez de Maza, Universidad de Jaén, 1998.

23

284

Reflejo visible de lo invisible Suelos volcánicos

Suelos no volcánicos

Muy bajo

< 4.0

< 0.5

Bajo

4.1-6.0

0.6-1.5

Medio

6.1-10.9

1.6-3.5

Alto

11.0-16.0

3.6-6.0

Muy Alto

> 16.1

> 6.0

Para el análisis de carbonatos se siguió el método de titulación rápida de Piper, también llamado “método ácido de neutralización”. La muestra es tratada con ácido diluido y el ácido restante (no usado por el carbonato), y se titula. Los resultados son referidos como carbonato de calcio equivalente. Los valores de referencia para clasificar la concentración de carbonatos en los suelos es: Clase

%CaCO3

Muy bajo

40

Finalmente, el análisis del color se realiza a través de la Tabla Munsell para Suelos. La determinación se basa en el igualamiento del color observado en el suelo —tanto en seco como en húmedo— con respecto al color registrado en las tarjetas ubicadas en cada una de las páginas de la Tabla Munsel,l donde se manejan los parámetros de matiz, valor y croma. El matiz se 285

Tiempo y Región

indica con letras que corresponden a los diferentes tipos que existen: rojo, rojo-amarillo y amarillo (R, YR y Y, según sus siglas en inglés), y van acompañadas del número correspondiente a su posición dentro del rango de matices: 2.5, 5, 7.5 y 10. La característica del valor se clasifica del 0 (cero) al 10: cero para el negro y 10 para el blanco. El croma también se indica con números. Tanto el valor como el croma se leen como fracciones, donde el valor sería el numerador y el croma el denominador.24 Para representar gráficamente las lecturas en este trabajo, se ponderaron los resultados de acuerdo con el parámetro “valor” de la Tabla Munsell; se presentaron los resultados según la posición dentro de las hojas de la tabla, tomando como referencia la cantidad de brillo. Así, entonces, los valores comprendidos entre el 1 y el 4 corresponden a tonalidades oscuras, y los comprendidos entre el 5 y el 8 de tonalidad clara. Una vez obtenidos los resultados de todos los análisis se realizaron mapas de distribución de los compuestos, y se sobrepusieron a la planta arquitectónica del área en estudio para evaluar las ausencias, presencias y concentraciones de los residuos. Análisis de los resultados Cada residuo químico es indicador de determinados tipos de actividad, y como tal debe aportar “información sobre el tipo y/o intensidad de las actividades desarrolladas en un determinado espacio, tanto por su presencia como por su ausencia, tanto por

Fenoglio, Fiorella, y Jorge Rubio, La cerámica arqueológica. Los procesos de manufactura y una propuesta metodológica de análisis, tesis de Licenciatura en Arqueología, enah, México, 2004. 24

286

Reflejo visible de lo invisible

su abundancia como por su escasez”.25 Dentro de la arqueología existen diversos estudios que se han dado a la tarea de tratar de identificar qué rastro químico deja cada actividad humana. Barba, Rodríguez y Córdoba, Ortiz y Barba y Pecci,26 por ejemplo, proponen que la concentración de fosfatos se relaciona con aquellas actividades en las que intervienen desechos orgánicos ricos en fósforo, como alimentos, heces fecales, carnes, huesos, fluidos como caldos, etcétera. Por su parte, la presencia de carbonatos se relaciona con actividades donde se emplean sustancias ricas en carbonato de calcio, tales como el trabajo de la cal, del estuco y la preparación de nixtamal. En el caso específico de los pisos de estuco —cuando éste está recién preparado—, posee una alta concentración de carbonatos, por lo que cualquier aumento o disminución en el valor promedio indicaría el ejercicio de alguna actividad (desgaste, reparación, calidad del piso, etcétera). La materia orgánica es aquella conformada por carbono, nitrógeno y oxigeno, es decir, todas las plantas y animales sin importar su estado de descomposición ni tamaño.27 Dentro de la arqueología, su presencia en las áreas de actividad se ha relacionado con el almacenaje y/o preparación de alimentos, o con el movimiento de personas que transportan —de un lugar a otro—, animales o plantas por necesidades de subsistencia o de construcción. La alteración de los valores de pH también es fundamental para la determinación del tipo de actividad. En los pisos de estuco recién fabricados, el valor esperado de pH es cercano a 8, a diferencia de los apisonados que tendrían un pH neutro. Si

25

Sánchez, y Cañabate, op. cit., p. 49.

Barba, Rodríguez y Córdoba, op. cit.; Ortiz, Agustín, y Luis Barba, op. cit.; Pecci, op. cit.

26

27

Sánchez y Cañabate, op. cit.

287

Tiempo y Región

dichos valores aumentan o disminuyen, entonces es indicio de que se realizó alguna actividad: cuando los valores aumentan puede indicar combustión, zonas de calentamiento y presencia de fuego, mientras que si disminuyen podría indicar desgaste de la zona tránsito, por dar un ejemplo. El color, por su parte, ayuda a corroborar las interpretaciones y la información del resto de los resultados químicos. Por un lado, es un indicador de la composición del piso; por otro, puede ayudar a identificar zonas de calentamiento —en caso de ser oscuro— o áreas de concentración de carbonatos —en caso de tener una tonalidad más clara—. Así, pues, ayuda a otorgar significado al resto de los análisis (ver tabla siguiente). Para que la interpretación de los estudios químicos sea significativa es necesario —además de comparar todos los resultados de la química de suelos— vincularlos con el contexto arqueológico y complementarlo con otros tipos de análisis que se pudieran aplicar. Sin embargo, este tipo de estudio es fundamental para tratar de comprender la distribución espacial de las actividades, la probable función de los espacios y las actividades humanas realizadas. Interpretación de los resultados El Recinto Rojo (Piso 1) Este espacio está compuesto por el piso exterior del pórtico abierto que sobrevivió a la formación del socavón y por una pequeña porción del recinto interior. Entre sus principales características tenemos que, tanto piso como paredes, se encuentran pintadas de rojo. Las muestras se tomaron únicamente en el piso del pórtico. Al comparar los resulta dos de los análisis, vemos que el pH 288

Reflejo visible de lo invisible

CaCo3

pH

Color

Fosfatos

Materia orgánica

Calor

Disminuye

Aumenta

Oscuro

Disminuye

Disminuye

Piso estuco nuevo

Aumenta

Valor 8

Claro

Disminuye

Preparación de alimentos

Disminuye

Aumenta

Oscuro

Aumenta

Consumo de alimento

Aumenta

Disminuye

Claro

Aumenta

Oscuro

Aumenta

Promedio o disminuye

Claro

Promedio o disminuye

Promedio o aumenta

Oscuro

Aumenta

Disminuye

Claro

Aumenta

Aumenta

Basurero

Aumenta

Aumenta

Huesos descarnados

Disminuye

Disminuye

Actividad

Destazamiento/ Sangre Tráfico o circulación

Disminuye

Culto/quema Depósitos o almacenaje

Promedio

Incendio de poca entidad

Promedio o disminuye

Promedio o aumenta

Áreas de descanso/ dormitorio

Bajo/Nulo

Bajo/Nulo

Disminuye

Disminuye

Aumenta si no se ha quemado Claro

Bajo/Nulo

Bajo/Nulo

Realizada por Fenoglio y Fonseca.

289

Tiempo y Región

es —en términos generales— neutral, por lo que podemos decir que este piso no sufrió ningún tipo de calentamiento ni estuvo en contacto con el calor; no se desarrollaron actividades como preparación ni consumo de alimentos. Sin embargo, hay una degradación que va de alcalino en el centro y más ácido hacia fuera, lo que resulta relevante al combinar esta información con los demás análisis (figura 2). En cuanto a los niveles de carbonatos, observamos que son

Figura 2. Mapa de isolíneas que muestra el comportamiento del pH sobre el piso del Pórtico del Recinto Rojo.

290

Reflejo visible de lo invisible

altos, lo cual es adecuado si pensamos que el piso está bien conservado; sin embargo, el análisis particular indica que hay una zona —la más cercana al pórtico y al acceso— que está más desgastada, lo que indica que esa zona fue de mayor tránsito y circulación. En cambio, en las orillas hay mayor concentración, ya que son las zonas que menos se utilizan y, por lo tanto, no pierden carbonatos (figura 3). Los resultados señalan que este piso es medianamente rico en

Figura 3. En la imagen podemos apreciar los distintos niveles de carbonatos que presentó este piso.

291

Tiempo y Región

materia orgánica, y que su distribución se presenta del acceso hacia la esquina noroeste, donde en la primera encontramos los niveles más bajos, y en la esquina los más altos (figura 4). Por su parte, el color en húmedo y seco es mayoritariamente oscuro; la degradación de color se presenta del centro hacia el acceso y hacia la esquina noroeste, y parece representar las áreas donde mejor se ha conservado el pigmento rojo del piso. Las zonas que más han perdido coloración son la esquina noroeste y la zona oeste, que corresponde a la zona de mayor tránsito (figura 5 y 6). Las evidencias químicas indican que en la esquina no-

Figura 4. Distribución de los valores de materia orgánica sobre este piso.

292

Reflejo visible de lo invisible

Figuras 5 y 6. Mapas de color en seco y en húmedo.

293

Tiempo y Región

roeste se realizó una actividad que dejó como huella una alta concentración de materia orgánica, lo que indica que en esa sección se llevó a cabo una acción repetitiva que no involucró calor —evidenciado por los bajos niveles de pH— y que, más bien, se colocó algún elemento orgánico que estuvo en contacto con el piso y que, al mismo tiempo, su colocación impidió el tránsito en esa zona —como lo evidencia el alto contenido de carbonatos—. Dado que la marca disminuye siguiendo la pendiente del piso hacia el acceso, podemos suponer que sobre todo el piso, pero principalmente en la esquina, se vertía algún líquido rico en contenido orgánico y que logró conservarse mejor en la esquina puesto que es la zona de menor tránsito. Probablemente, los índices de materia orgánica correspondan al pigmento con el que se pintó el piso; en este sentido, si el elemento empleado para la coloración fue un material orgánico, entonces la concentración de materia orgánica correspondería al pigmento; en caso de que el pigmento fuera mineral se corrobora la idea de que en este piso se empleó algún tipo de líquido rico en materia orgánica que se esparcía repetidamente sobre el piso. El Recinto Quemado (Piso 2) Se trata de un recinto con pórtico abierto del cual se conservó parte del piso interior. Sin embargo, gracias a la destrucción de la fachada este de la estructura por el uso de maquinaria pesada, no se conservó el piso del pórtico. Entre las características más relevantes de este espacio, tenemos la presencia de un importante contexto arqueológico que indica la realización de un ritual de terminación que involucró no sólo la colocación 294

Reflejo visible de lo invisible

de diferentes objetos como ofrenda, sino la quema intencional del espacio. Para interpretar los resultados de este recinto fue necesario considerar dos momentos diferentes: por un lado, los resultados producto del momento de abandono, el cual implicó un incendio intencional y, por otro, los rastros químicos producto del momento de uso y ocupación del espacio. El nivel de pH en este piso va de neutro a medianamente alcalino. Este aumento en el nivel está determinado por el calor producto del incendio intencional que sufrió al final de la ocupación. Sin embargo, la distribución del pH es diferencial a lo largo del cuarto. La sección norte resulta más neutral que la sur, lo que indica que el nivel de daño del fuego fue menor en esta sección del piso, incluso el fuego no alcanzó a consumir por completo las vigas ni los morillos.28 De hecho, en esta sección se localizaron fragmentos de textil, postes y las vigas y morillos bien conservados. Es probable que el ambiente neutral haya ayudado a la conservación de este tipo de objetos orgánicos. En cambio, en el sector sur, el pH es más alcalino, lo que indica que el calor en esta sección fue mayor alcanzando el nivel más alto en la entrada y menor hacia el fondo del cuarto. Probablemente esta diferenciación nos indique que el incendio inició en el acceso, propagándose diferencialmente hacia el fondo (figura 7). Por su parte, los resultados de carbonatos arrojaron que en

Es importante anotar que, durante las excavaciones del sector norte del cuarto (donde no se realizaron muestreos para análisis químicos), en el área donde se localizó la mazorca se hizo la prueba en campo de pH, el resultado obtenido fue de 8.

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Figura 7. Mapa de distribución del pH en el piso de El Recinto Quemado.

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el sector norte los valores son altos, pero hay una clara degradación que va de la entrada al cuarto hacia el norte, siendo la parte central la que obtiene los menores valores (figura 8). Esto se explica porque, en ese sector, es donde se localizó la fractura producto del colapso; por lo tanto, en esa zona el piso se encuentra sumamente desgastado. En el sector sur vemos dos áreas relevantes. La primera se ubica al fondo del cuarto —junto al Muro Este—, donde se presenta una alta concentración de carbonatos, lo que indica que era poco transitada y que no fue altamente alterada por el calor del incendio. De igual modo, más al sur —junto al muro— existe una anomalía: una mancha con alta concentración de carbonatos. No obstante, esta concentración no coincide del todo con los resultados de pH y mo, lo que nos lleva a suponer que el desfase es producto o de un error en la superposición de elementos o que el incendio final pudo haber alterado los rastros químicos del momento de ocupación. En cuanto a la materia orgánica, observamos que el sector sur contiene mayores concentraciones que el sector norte, lo que resulta interesante si tomamos en cuenta que el sur fue el que alcanzó mayores temperaturas de acuerdo con los resultados de pH; por lo tanto, el fuego debió haber consumido la materia orgánica presente (figura 9). Por otro lado, el análisis de mo revela tres áreas sumamente interesantes. Vemos que de todo el cuarto, la zona con mayor concentración se ubica en el acceso (alcanzando niveles de 2.3), probablemente porque durante la ocupación y uso del espacio se derramó o vertió, de modo constante,algún líquido con alta concentración de materia orgánica en esa zona, quizá como parte de los rituales y ceremonias que se desarrollaban en su interior. Esta costumbre —evidenciada a través de estudios de química de pisos— ha sido ya reportada en otros casos, como en la Casa de las Águilas en el 297

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Figura 8. En el mapa se puede apreciar cómo los carbonatos presentan cierta degradación de la entrada hacia el norte. Asimismo, se pueden apreciar las zonas de alta concentración que podrían indicar la colocación de algún tipo de objeto.

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Templo Mayor de México en Tenochtitlan.29 La siguiente zona interesante se ubica al sur, justo en el área cercana al Muro Sur del cuarto. En esta sección vemos una marcada diferenciación entre cuatro puntos; dos de ellos con alta concentración de mo (con medidas de 1.97 ambas), y otros dos, muy bien definidos, con los niveles más bajos (0.59 y 0.79). Asimismo, al fondo del cuarto —la sección adyacente al Muro Este— presenta una franja donde el nivel de mo es el más bajo del cuarto. En cuanto al color, vemos que en la zona norte es más oscuro, y que la coloración corresponde con las áreas más quemadas (figura 10 y 11). En el sector sur la coloración va de acuerdo con el color negro del piso, producto de la última actividad: el incendio. Sin embargo, el muestreo reveló que en el área más al sur hay una zona que destaca porque los valores presentan un patrón de baja coloración en el mismo sector que la mo y el pH. El patrón de los restos químicos depositados sobre el El Recinto Quemado (Piso 2) nos llevan a proponer que en el fondo del cuarto se pudieron haber colocado algunos objetos que, por la ubicación y por la magnitud de las huellas, pudieron ser esculturas, ídolos o altares que impidieron la absorción de la materia orgánica y preservaron los carbonatos al impedir el paso hacia esa área. En cambio, en la porción más sur del cuarto, consideramos que las marcas podrían responder a la colocación de ofrendas o esculturas más pequeñas sobre las que se vertían líquidos que, gracias a la pendiente del suelo, generaron una acumulación de materia orgánica en la parte posterior de los mismos. Como ya hemos mencionado, El Recinto Quemado es el úni-

Barba, Luis, y Luz Lazos, “Chemical Analysis of Floors for the Identification of Activity Areas: A Review”, en Antropología y Técnica, Arqueometría, núm. 6, Nueva Épóca, iia-unam, México, 2009, pp. 59-70.

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Figura 9. La distribución de la materia orgánica mostró zonas de alto enri­ quecimiento que podrían indicar el uso de aceites o líquidos durante el ritual.

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Figura 10. Mapa que muestra el comportamiento de la categoría color en seco y húmedo dentro del piso de El Recinto Quemado.

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Figura 11. Mapa que muestra el comportamiento de la categoría color en seco y húmedo dentro del piso de El Recinto Quemado.

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co que conservó materiales arqueológicos sobre el piso. Esta característica nos permite relacionar parte de los resultados del análisis químico con el contexto arqueológico; su comparación resulta sumamente interesante. La distribución de los objetos pareciera respetar un rectángulo rodeado por los fragmentos de 1 olla, 1 cajete, 1 brasero, 1 cuchillo curvo y 1 punta de proyectil —al oeste—, varios cuchillos curvos y fragmentos de textil —al sur— y 1 cuchillo curvo y 1 mazorca —al este—, además de las fosas excavadas en el piso. El rectángulo donde no había materiales es relevante porque en los sectores donde se realizaron las pruebas químicas también se identifica un rectángulo (concentración de carbonatos), y en torno a ellos también hay fosas y una alta concentración de materia orgánica (figura 12). De tal manera, pareciera que, en efecto, en esas áreas —cada una en un punto cardinal— existieron algún tipo de objetos (¿esculturas?) a las que se les rendía culto a través de la deposición de diferentes ofrendas, de las cuales sólo se conservaron los materiales en la sección que no fue arrasada por el socavón. El Pórtico de los Grafiti (Piso 3) En cuanto al pH, el Pórtico de los Grafiti presenta una clara degradación de alcalino a neutro del exterior del pórtico al interior (figura 13). La zona más alcalina es la que estuvo mayor tiempo expuesta por ser parte del piso exterior del pórtico; el valor más bajo se registra en la zona de vano donde también se reconoce un valor bajo de carbonatos. Los restos de materia orgánica se presentan en niveles de muy bajos a medios; la mayor concentración se localiza en el ex303

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Figura 12. Mapa de isolíneas representando el pH del Pórtico de los Grafiti.

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tremo suroeste del piso exterior y en dos concentraciones en la zona del vano (figura 14). El valor de mo en la zona de vano, en la entrada al recinto, es de 2.283 —alta con respecto al resto de los valores al interior del pórtico—, y es representativo también en el mapa de color al ser una de las dos zonas que presentan tonalidades más oscuras. Destaca que, aunque en muy baja cantidad, todo el piso del interior del pórtico presenta materia orgánica con un patrón concentrado y homogéneo. El aumento de la mo en el exterior puede deberse a que esta zona estuvo expuesta a la intemperie, o bien, a que es la zona donde, probablemente, se acumulaban los desechos producto de la limpieza del interior del recinto. Las huellas de carbonatos nos permiten observar una clara diferenciación entre el piso exterior y el interior; en el primero, hay una disminución considerable de carbonatos, mientras que en el interior —principalmente en el sector norte y sur— hay un claro aumento en los valores (figura 15). Las áreas de mayor concentración al interior del pórtico son dos y siguen el mismo patrón: ambas se concentran frente a los postes de madera. Al analizar las fotos de estas áreas, se observó que existe una mancha de color gris justo donde se localiza el aumento en los carbonatos. De igual modo, el patrón que sigue el desgaste de carbonatos y disminución de pH concuerda con las rutas de circulación: mayor desgaste en el centro y en las zonas alrededor de las columnas del pórtico, y que disminuye hacia adentro y hacia las orillas. Los mapas de color —en seco y en húmedo— coinciden con este patrón, siendo más claras las zonas que delimitan los postes de madera y más grises hacia el área de acceso al recinto (figura 16). Destaca un valor alto de carbonatos en la esquina sureste del pórtico. En esta esquina se localizó una capa de sedimento fino 305

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Figura 13. La mayor concentración de materia orgánica se presenta en la en­ trada al recinto.

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Figura 14. El patrón de desgaste de los carbonatos indica cuáles fueron las áreas de mayor tránsito y circulación en este piso.

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Figura 15. El color en seco y húmedo permite apoyar los resultados obtenidos del resto de los análisis químicos.

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Figuras 16. El color en seco y húmedo permite apoyar los resultados obtenidos del resto de los análisis químicos.

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de color amarillento/blancuzca con pequeños huesos calcinados sobre un conjunto de piedras de 5 a 10 cm de diámetro de color rojo, que pudieron servir como fogón. Sin embargo, resalta que no se registre un valor alto de pH sobre el piso, considerando que las paredes presentan huellas de quemado, que de acuerdo con los mapas de color es una esquina que registra una de las dos zonas más oscuras del piso y que el bajo valor de mo puede deberse a que ésta se haya consumido por el fuego. Sin embargo, pruebas químicas realizadas directamente sobre el sedimento indican que tiene un pH nivel 8, una concentración media de carbonatos, textura y apariencia de ceniza. Por lo tanto, consideramos que en este espacio se realizó una actividad que implicó la calcinación de distintos elementos —entre ellos algún animal— probablemente como ofrenda; no obstante, el grado de calor no fue suficiente como para elevar los niveles de pH en el piso, pero sí provocó suficiente humo y calor para manchar las paredes de hollín. El análisis conjunto de los resultados arroja información interesante. En el piso exterior identificamos un enriquecimiento homogéneo de materia orgánica asociado a niveles de pH alto; estos resultados, aunados a los mapas de color —tanto en húmedo como en seco—, nos llevan a proponer que los valores son producto de una actividad que se realizó constantemente, pero que no tuvo su origen en el exterior, pues no hay una clara delimitación de áreas de actividad. En este sentido, el pH presenta altos valores, aunque no se debe a la presencia de fuego ni calentamientos, porque en el registro arqueológico no se identificaron evidencias de tal —salvo en la esquina sureste, donde se localizó la capa blancuzca—; no localizamos carbón, ni manchas de quemado y la materia orgánica se conservó. Esto nos hace

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suponer que, como sugiere Pecci,30 este enriquecimiento es producto de la acumulación de los desechos generados al interior de la estructura —pórtico y recinto— que eran removidos como parte de los hábitos de limpieza.31 Conclusiones El estudio químico de los pisos es una herramienta sumamente útil para la interpretación de los contextos arqueológicos, sobre todo cuando la distribución de los macrorestos no es clara, o escasa, como en el caso de la estructura principal de El Rosario; primero porque al parecer fueron espacios que se mantenían limpios, y donde se llevaron a cabo rituales de terminación y, por otro, debido a los fuertes problemas de destrucción que presenta el sitio. Los análisis químicos realizados nos permitieron detectar áreas de actividad dentro de los pórticos y recintos de las tres etapas de construcción muestreadas. Identificamos, principalmente, dos tipos de áreas: aquéllas relacionadas con el tránsito y la circulación y, como era de esperarse, al tratarse de recintos ceremoniales, áreas de actividad rituales. El análisis particular nos permitió detectar los espacios específicos donde se pudieron haber depositado las ofrendas, las esculturas, y donde se desa-

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Pecci, op. cit.

Consideramos pertinente señalar que el piso 3 —que no presenta huellas evidentes de quemado— tiene un rango de pH de 6.91 a 8.03, mientras que el Piso 2 que corresponde al Recinto Quemado alcanza valores de 7.8 a 8.12; esto puede explicarse por las razones antes mencionadas, aunque cabe la posibilidad que se deba a un problema de calibración del potenciómetro.

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rrollaron las ceremonias, así como proponer el uso de sustancias empleadas. Es claro que no sólo la presencia de residuos químicos proporciona información, pues la ausencia también es un indicador importante que permite identificar áreas de actividad, como dormitorios o almacenes. En el caso específico de estudio, se puede apreciar que todos los pisos contaron con rastros químicos que descartan la existencia de áreas para dormir, y corroboran el carácter ceremonial del espacio. Las variaciones de pH y mo demuestran que, tanto en los pórticos como en los recintos, hubo áreas de encendido de fuego, y se vertieron líquidos o se colocaron plantas y/o animales; no se descarta la posibilidad de que los personajes involucrados en el desarrollo del culto bebieran o comieran en estos espacios, pero lo que es claro es que no los preparaban ahí, puesto que no se identificaron áreas de preparación de alimentos. Con la interpretación de los resultados se lograron identificar ciertos aspectos comunes entre los espacios analizados. De acuerdo con los valores de mo, observamos que en las entradas a los recintos se obtuvieron mayores enriquecimientos orgánicos. Esta evidencia indica que, en efecto, durante las distintas ocupaciones se acostumbraba realizar una actividad que implicaba verter constantemente líquidos o aceites en estas zonas como parte importante de las ceremonias rituales, aunque no exclusivamente. Resalta la presencia, aunque en menor cantidad, de materia orgánica sobre todas las superficies; para conocer qué tipo de sustancias se emplearon, requerimos de estudios de identificación de fosfatos, ácidos grasos, residuos proteicos, por mencionar algunos, así como análisis químicos de los fondos de las vasijas y de las fosas. El análisis de carbonatos fue una herramienta eficaz para delimitar las áreas de tránsito y circulación, y conocer las diferen312

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tes calidades de los pisos de estuco en cada una de las etapas de ocupación de la estructura principal. En este sentido, la calidad constructiva del piso del Pórtico de los Grafiti resulta mayor, seguido por el del Recinto Rojo, y en último lugar el de El Recinto Quemado. Estas variaciones corroboran químicamente el análisis arquitectónico, a través del cual se observaron las diferencias entre los espesores de los pisos y su grado de conservación. Estas particularidades podrían servir como indicadores que —en el futuro— nos permitirán hacer interpretaciones sobre aspectos socioeconómicos en cada momento, y conocer los factores involucrados en la manufactura de los pisos: inversión de tiempo, acceso diferencial a los recursos, diferencias en los métodos de fabricación, entre otros. El estudio e interpretación de los restos químicos aquí presentado resulta sólo una primera mirada, un primer intento por comprender la dinámica cultural de un espacio a través de restos imperceptibles pero innegables. Hoy reconocemos la riqueza de estos restos invisibles que nos ayudan a identificar los elementos y las actividades de la vida cotidiana que quedaron impregnados —como huellas imborrables— en los pisos de El Rosario.

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Capítulo 8

Cinco orientaciones solares del basamento piramidal de El Rosario Francisco Salvador Granados Saucedo

Antecedentes sobre El Rosario

E

l presente capítulo trata sobre una apretada síntesis de las observaciones solares que he realizado en el sitio arqueológico de El Rosario; motivo por el cual únicamente hablaré sobre cinco eventos astronómicos solares. El primer fenómeno se relaciona con el “equinoccio prehispánico”, ocurrido el 22 de marzo; el segundo acontecimiento está asociado al ocaso solar que se presenta el 30 de marzo; el tercer suceso solar corresponde al crepúsculo del día 4 de abril; el cuarto y quinto hecho atañen a los solsticios de verano e invierno. Los cinco eventos están justificados por la orientación que presentan varios muros y pórticos que formaban parte del basamento piramidal del citado sitio arqueológico, así como por aspectos posicionales, siendo éste el caso de los solsticios. Esta investigación tuvo su origen a partir de una invitación efectuada por el arqueólogo Juan Carlos Saint-Charles Zetina hacia finales del año de 2006; por lo que el 11 de febrero de 2007 inicié con las primeras observaciones solares, las cuales se prolongaron hasta el 4 de abril de 2010. Juan Carlos Saint[315]

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Charles, en septiembre de 2008, como responsable del sitio arqueológico El Rosario, me incorporó al proyecto arqueológico que recientemente retomaba. En dicho proyecto colaboré durante tres temporadas (2008 y 2009), las cuales resultaron muy fructíferas por la liberación de muros que permitieron realizar una serie de corrobaciones de eventos astronómicos solares. El sitio arqueológico de El Rosario se localiza al noroeste de San Juan del Río. El Rosario es una colonia (anteriormente una ranchería) que pertenece al municipio de San Juan del Río. El sitio arqueológico tiene por coordenadas geográficas, tomando como referencia la cúspide del basamento principal, 20° 23’ 54’’ latitud norte y 100° 04’ 23’’ de longitud oeste. El sitio arqueológico se construyó sobre una ligera elevación, se compone por una serie de plataformas y basamentos piramidales de regular tamaño (posiblemente 5); el principal se ubica al noroeste, y bordeándolo hacia el poniente y suroeste se encuentran los otros. El basamento principal es el único intervenido arqueológicamente (sólo de modo parcial), proceso que se desarrolló durante el año de 2009. Un comentario adicional de Carlos Viramontes (junio de 2010), señala que El Rosario comprende cuatro etapas constructivas. Tres de ellas se pueden ubicar entre el 200 y el 600 d. C., y la cuarta entre el 650 y 900 d. C. (Epiclásico). De acuerdo con una serie de perpendiculares que se obtuvieron de pórticos y muros, tratando de seguir estas cuatro etapas constructivas, se pudo corroborar que mantuvieron una misma orientación, la cual corresponde al 30 de marzo y 13 de septiembre. Posiblemente la fachada oeste de los murales (que es la que ve hacia el poniente) también haya estado orientada hacia estas fechas. Finalmente, los estudios astronómicos, y su vínculo con las montañas, que realicé en El Rosario corresponden únicamente 316

Cinco orientaciones solares del basamento piramidal de El Rosario

al basamento piramidal, donde se localiza la pintura mural. Hubiera sido interesante ampliarlos a los otros asentamientos con los que guardaba relación El Rosario, pero el problema es que éstos no han sido intervenidos arqueológicamente; dicha tarea quedará para futuro. Horizonte poniente de El Rosario En este apartado detallo las cinco orientaciones solares vinculadas al calendario de horizonte poniente derivados de la estructura piramidal anómala de El Rosario. El orden descriptivo adopta un aspecto cronológico, en la medida de lo posible, con el propósito de hacerlos más accesibles. Los equinoccios: el astronómico y el prehispánico El Ocaso El equinoccio astronómico es importante porque nos da una referencia sobre la “mitad” del espacio; en tanto que el “equinoccio prehispánico” nos remite a una “mitad” temporal, motivo por el cual hay que determinarlos a lo largo de los horizontes este y poniente, según la presencia de muros, alfardas, escaleras, ejes de simetría y otros elementos arquitectónicos que nos permitan corroborar su existencia dentro de un sitio arqueológico, y en este caso particular de El Rosario. Para determinar el fenómeno de los equinoccios antes referido, en El Rosario se operó de la siguiente manera: como no había excavación alguna hacia marzo de 2007 ni tampoco muros, alfardas o escaleras, se procedió a observarlos de manera 317

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posicional, es decir, sólo determinando los puntos de salida y puesta del Sol durante los días 20 y 23 de marzo, aunque en ciertas ocasiones, y por diversas circunstancias, hubo que hacer observaciones durante los días 21 y 22 de marzo. Las fechas equinocciales del 20, 22 y 23 de septiembre fueron difíciles, debido a cuestiones atmosféricas, y por lo mismo se enfatizó en las fechas de primavera. De tal forma que el primer evento equinoccial que se comprobó en el sitio arqueológico de El Rosario fue el correspondiente al 20 de marzo, día el equinoccio astronómico —lo mismo se realizó por la mañana, pero aquí sólo hablaremos del ocaso—. En dicho momento, el Sol se ocultó sobre la pendiente de un cerro que resultaba muy llamativo, pues en su cúspide presentaba una pequeña mesa, justo en la cual cabría un disco o diámetro solar. Por cuestiones personales y atmosféricas, no se pudo determinar el ocaso de las fechas subsecuentes, es decir, las del 22 y 23 de marzo, correspondientes al “equinoccio numérico o prehispánico”, lo cual se logró hasta el año de 2009, como a continuación se tratará. Hacia el año de 2009, cuando se desarrolló el proyecto de excavación de El Rosario, se localizaron muros de la última etapa constructiva correspondientes al basamento piramidal que presentaban ciertas orientaciones equinocciales, es decir, hacia el 21 y 22 de marzo, fechas más cercanas al equinoccio prehispánico. Hacia marzo de 2010 pude corroborar —ahora con la existencia de muros pertenecientes al basamento piramidal— que el equinoccio prehispánico podía estar relacionado con la disposición del muro este-oeste, por lo que se procedió con las observaciones pertinentes. Hago dicho señalamiento porque el 20 de marzo de 2010 realicé la observación del ocaso del equinoccio astronómico correspondiente al 20 de marzo (figuras 1 y 2), como ya se había efectuado en marzo de 2007, pero ahora pude determinar que el muro estaba dirigido más bien hacia la 318

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cúspide del cerro y no a la pendiente, según se aprecia en los registros fotográficos. La observación del ocaso del 22 de marzo de 2010 permitió corroborar lo que ya se había señalado, que era más factible que el Sol se ocultara sobre la breve mesa del cerro, pues serviría como un punto para fijar tan notable acontecimiento.

Figura 1. Ocaso solar alineado al muro este-oeste del basamento piramidal de El Rosario, Etapa IV, el 22 de marzo de 2010. Foto­ grafía de Francisco Granados.

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Figura 2. Acercamiento del ocaso solar ocurrido el 22 de marzo de 2010, ali­ neado al muro este-oeste. Se puede ver que el Sol toca la parte más plana del cerro. Fotografía de Francisco Granados.

Hacia la salida del Sol, y siguiendo la misma orientación del muro este-oeste, éste también surge sobre un cerro conspicuo, pero sobre tal acontecimiento hablaremos cuando se toque lo relacionado al alineamiento oriental del horizonte este de El Rosario. Existe otro fragmento de muro muy irregular perteneciente a la Etapa III del basamento piramidal de El Rosario, el cual se encuentra un poco desnivelado e incompleto. Este muro presenta una orientación cercana al 22 de marzo, día del equinoccio prehispánico. Dicho muro se localiza al sur de los muros esteoeste y norte-sur, y en realidad formaba parte de lo que era un aposento más antiguo, del cual sólo sobreviven los muros este y norte, que son los más largos que se han localizado en el sitio arqueológico. De tal forma que este muro sur sostiene —si aten320

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demos solamente a su parte longitudinal superior— una orientación similar a la del muro este-oeste antes descrito; es decir, el muro sur estaría orientado también hacia el 21 de marzo, a la salida, y a la puesta al 22 de marzo. En este caso sólo nos remitiremos a la orientación del ocaso —sobre la salida, no pude registrar el evento porque estuve situado en el muro este-oeste—. La tarde del 22 de marzo de 2010, al mismo tiempo que se registraba el ocaso sobre el muro este-oeste, otro observador se colocó en el muro sur, por lo que se pudo captar que el Sol también se ocultaba sobre el mismo cerro (figura 3).

Figura 3. Ocaso solar, el 22 de marzo de 2010, alineado al muro sur perteneciente a la Etapa III de El Rosario. El muro está muy irregular, aspecto que puede hacer variar la orientación. Fotografía de Francisco Granados.

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La salida Era importante determinar el registro solar del momento de la salida del Sol el 20 de marzo de 2007, pues es una fecha astronómica importante debido al cambio climático que con ella viene, pero también es un evento que señala un cambio espacial por la posición intermedia que ocupa el Sol como bisectriz de los puntos solsticiales. En dicho momento no se contaba con muros, ni se sabía que éstos aparecerían y que estarían orientados a fechas cercanas al equinoccio astronómico; los muros fueron hallados tras las excavaciones del Proyecto Arqueológico de El Rosario, hacia febrero de 2009. El Sol surgió sobre un cerro que también es importante para la pirámide del Barrio de La Cruz en San Juan del Río, tratándose del Cerro Gordo. La forma de este cerro se presta mucho para ser utilizada como marcador de eventos astronómicos; curiosamente es una elevación que se ubica en la parte intermedia del horizonte este sin que otros cerros contrasten cerca de él (figura 4). Fue hasta marzo de 2010 que pude realizar observaciones sobre el equinoccio astronómico, pues en septiembre de 2009 no se prestaron las condiciones debido al clima. El equipo de arqueólogos del Proyecto de El Rosario, quienes realizaron La observación de la salida del Sol el 20 de marzo de 2009, me indicó que había un muro posiblemente relacionado con dicho suceso. Más adelante hablaré de él y de su mal estado, aspecto que puede derivar en un error de orientación por varios días (véase en el apartado anterior, figura 3). En octubre de 2009, tras comparar los registros fotográficos que realicé durante el 20 de marzo de 2007, pude determinar que el muro este-oeste, perteneciente a la Etapa IV del basamento de El Rosario, estaba dirigido hacia la cúspide de un cerro con forma de pequeña mesa, en donde, según mis cálcu322

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Figura 4. Salida del Sol sobre el Cerro Gordo, el 20 de marzo de 2007, día del equinoccio astronómico, captada desde la cúspide anómala del basamento de El Rosario. Fotografía de Francisco Granados.

los, se ocultaría el Sol hacia el 22 de marzo, fecha vinculada al equinoccio prehispánico. Lo mismo hice hacia el lado oriente, proyecté una línea imaginaria en dirección del Cerro Gordo, aunque la visual estaba obstruida por un árbol. El 20 de marzo de 2010 realicé observaciones correspondientes a la salida del Sol durante el equinoccio astronómico. De acuerdo con la observación del 20 de marzo de 2010, el día más cercano al registro del muro este-oeste quizá sea el 21 de marzo, con un día menos de diferencia como ocurre en la puesta, que es el día 22 de marzo. La diferencia entre la salida del 21 de marzo y la puesta del 22 de marzo con respecto al muro este-oeste, se debe a la altura de los horizontes, pues el 323

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oriental es más bajo que el poniente, por lo que resultaría difícil coordinar el muro hacia una fecha específica. Debido a que los edificios prehispánicos orientados hacia el equinoccio astronómico son pocos, posiblemente la fecha factible en El Rosario sea la del 22 de marzo (figura 5). El muro sur de la Etapa III del basamento de El Rosario, el cual está muy desnivelado, apunta en la dirección del Cerro Gordo, donde hace su ascenso el Sol el 21 de marzo (figura 6). Sobre este muro habíamos dicho que sus partes laterales están muy irregulares, lo que podía marcar un error de varios días con respecto a su posible orientación; por tal motivo, sólo se toma en cuenta su parte superior, la cual también es irregular. El día del equinoccio astronómico no pude situarme en este muro, pues preferí hacerlo sobre el muro este-oeste, el cual es más regular. El eje de simetría y su relación con el 30 de marzo y 13 de septiembre Tras los trabajos de liberación, intervención y restauración del basamento principal de El Rosario en 2009, se logró determinar la orientación del mismo según tres de sus fases. Todo parece indicar que la pirámide estaba orientada hacia el poniente; es decir, hacia la época de secas, algo muy importante, pues parece señalar su vínculo como instrumento que registra los cambios estacionales. El primer muro del que se obtuvo una perpendicular hacia el poniente, fue el correspondiente al muro norte-sur de la Etapa III, que de hecho es el más largo dentro del sitio arqueológico. En abril de 2009 se veía sólo una parte del mismo, y sobre éste fue colocado el teodolito, la perpendicular apuntó hacia una llamativa intersección en forma de depresión sobre el horizonte po324

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Figura 5. El muro este-oeste, de acuerdo con la salida del Sol el 21 de marzo, estaría orientado hacia la salida del 21 de marzo, en tanto que a la puesta lo está hacia el 22 de marzo. Fotografía de Francisco Granados, 20 de marzo de 2010.

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Figura 6. El muro sur perteneciente a la Etapa III del basamento, si sólo to­ mamos en cuenta su parte superior, se dirige hacia donde sale el Sol el 21 de marzo, fecha propuesta de registro. Fotografía de Francisco Granados, 15 de marzo de 2010.

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niente (figuras 7). Aunque el muro ya está intervenido, como se puede apreciar, la primera medición fue fundamental para poder determinar que su eje de simetría se dirigía hacia dicha intersección, aspecto que, como se verá más adelante, siguió resultando importante para otros muros y pórticos del basamento piramidal, pues se enfatizaba en la misma intersección o depresión. Finalmente, la fecha en que el Sol se oculta sobre el rasgo orográfico referido anteriormente, el cual coincide con el eje de simetría de diversos muros y pórticos del basamento piramidal, corresponde al 30 de marzo y 13 de septiembre (± 1 día) (figura 8). La fecha del 30 de marzo está separada 10 días del equinoccio astronómico ocurrido el 20 de marzo, y a 8 días del 22 de marzo, fecha también propuesta para el equinoccio prehispánico o temporal. Curiosamente, el mayor número de orientaciones está entre el rango del 15, 20, 22 y 30 de marzo; o entre el 12, 20, 22 27 de septiembre. Las fechas del 30 de marzo y 13 de septiembre generarán dos intervalos importantes: uno de 198 días = 99 + 99 = 10 veintenas, aproximadamente; y otro de 167 días = 83 + 84 días, derivado de las fechas 31 de marzo y 13 de septiembre (figura 9). Los constructores de El Rosario buscaron orientar su pirámide hacia fechas que generaran intervalos cercanos a las veintenas, particularmente el comprendido entre el 21 de diciembre y el 30 de marzo; y el otro que va del 14 de septiembre al 21 de diciembre. En este intervalo, el punto “pivote” es el 21 de diciembre, solsticio de invierno. Un aspecto relevante sobre la orientación hacia la puesta del 30 de marzo corresponde a una serie de cuatro troncos que fueron dispuestos hacia las esquinas externas de los restos de un aposento perteneciente a la Etapa IV del basamento piramidal. De los troncos sólo se conservaron sus bases y la oquedad en donde estaban fijados, quizá tuvieron la función de sostener una 327

Tiempo y Región

Figuras 7. De acuerdo con la perpendicular obtenida del muro norte-sur, se­ gún el teodolito, nótese cómo la mirilla superior coincide con la intersección y depresión en el horizonte poniente. En la fotografía derecha se indica el punto de orientación, donde se supone se pondría el Sol el 30 de marzo y el 12 de septiembre (± 1 día). Fotografía de Francisco Granados, abril de 2009.

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Cinco orientaciones solares del basamento piramidal de El Rosario

techumbre. Entonces, durante la observación del ocaso solar correspondiente al 30 de marzo (y 13 de septiembre), me percaté de que si uno se colocaba sobre los postes o troncos de los costados norte y sur, y si uno los proyectaba visualmente hacia el poniente, éstos apuntaban hacia la intersección y declive de la que hemos venido hablando, cosa que resultó relevante, y por lo mismo fue necesario documentar el fenómeno. Desde los restos de un pórtico que se ubica más abajo del muro norte-sur (hacia el poniente), en donde fue colocado el teodolito, se obtuvo una proyección perpendicular, la cual apuntó al mismo lugar en que lo hace el muro norte-sur. Tanto los fragmentos de muro y pórtico pertenecen a la Etapa II de El Rosario.

Figura 8. Ocaso solar ocurrido el 30 de marzo de 2010, alineado de manera perpendicular al muro norte-sur perteneciente a la Etapa III; también alineado a la perpendicular de un fragmento de pórtico de la Etapa II, así como de otros fragmentos de pórticos pertenecientes a la Etapa I del basamento de El Rosario. Fotografías de Francisco Granados Saucedo.

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Otros restos de pórticos mantienen la misma orientación hacia la depresión e intersección de horizonte oeste, según se pudo ver al realizar la última proyección usando el teodolito. En la imagen que presentamos se puede apreciar la interconexión de por los menos tres pórticos, todos ellos dirigidos al mismo punto ya referido. Con el propósito de saber hacia dónde apuntaba el eje de simetría del muro norte-sur, se proyectó hacia el oriente, pero debido a que un árbol obstruía la visual no se pudo determinar

Figura 9. El calendario de horizonte derivado de las fechas 30 de marzo y 13 de septiembre; fechas propuestas para el eje de simetría del basamento pira­ midal de El Rosario, según la perpendicular obtenida de muros y pórticos del basamento. Al parecer, los constructores buscaron orientar su pirámide hacia fechas que generan intervalos cercanos a 10 periodos de veintenas, según el in­ tervalo de 108 días. Fotografía captada el 20 de marzo de 2007 por Francisco Granados.

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con precisión el punto de contacto del eje de simetría, salvo que es la parte sur del Cerro Gordo, donde se supone que saldría el Sol hacia el 15 de marzo y 27 de septiembre, como más adelante veremos. Lo relevante de estas fechas, del 15 ó 16 de marzo, es que se ubican a 85 y 84 días del solsticio de invierno (figura 10); es decir, las fechas de 27 de septiembre y 15 de marzo generan un intervalo numérico equivalente a 169 días, y en donde el solsticio de invierno estará de por medio como punto “pivote” (la fecha utilizada para el solsticio puede ser el 21 ó 22 de diciembre, aquí utilizaremos la del 21); este intervalo es múltiplo de 13, 169 ÷ 13 = 13. Si contamos del 27 de septiembre al 21 de diciembre habrá 85 días, y si lo hacemos a partir del 22 de diciembre al 15 de marzo tendremos 84 días, de estos subintervalos se genera el de 169 = 85 + 84. El 4 de abril (7 de septiembre) como fecha que señala un cambio en la orografía del horizonte poniente de El Rosario Hacia el 2 de septiembre de 2009 realicé la observación del ocaso solar con el propósito de determinar si las fechas 9 de abril y 2 de septiembre estaban presentes en el Rosario; pero, en particular, por un rasgo que era evidente en los cerros del horizonte poniente; ahí un cerro en forma de pequeña “mesa” rompía con la aparente regularidad —en cuanto a altitud se refiere— de los cerros, para después iniciar con una clara pendiente. En un primer momento supuse que sobre dicho cerro el Sol haría contacto en las fechas citadas, pero al realizar la observación del 2 de septiembre de 2009 me percaté de que esto no era así, sino de que el Sol se ocultó por debajo de la pendiente. Efectivamente, el Sol realizó su ocaso sobre la pendiente — muy cerca de un cerro que se ubica por detrás del horizonte que 331

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tenemos en primer plano, pero del que sólo se alcanza a ver su silueta y cúspide—. Esto sugería que las fechas en que debería hacer contacto sobre el cerro con forma de pequeña “mesa” serían las correspondientes al 3-4 de abril y 7-8 de septiembre. Debido a que las lluvias fueron muy abundantes, no se pudo registrar el ocaso de los días 7 y 8 de septiembre, por lo que hubo que esperar hasta principios de abril de 2010 para constatar el evento. Aunado a estas fechas solares, en octubre de 2009 —un muro que permaneció tapado por una lona cuando realicé la observación del 2 de septiembre— detecté que uno de los muros pertenecientes a la Etapa III de El Rosario estaba dirigido hacia el cerro en forma de “mesa”, como enfatizando la importancia que podría tener como marcador de un cambio en la regularidad aparente de la orografía del horizonte poniente. Entonces, teniendo las fechas probables del ocaso solar sobre la orientación del muro este-oeste de la Etapa III en relación con el cerro en forma de pequeña “mesa”, el 3 de abril de 2010 se procedió a la constatación del fenómeno. Los resultados fueron plausibles, el disco solar hizo contacto sobre la esquina sur del cerro; esto no hace pensar que también, durante el 4 de abril, el diámetro solar hará contacto sobre la esquina norte del cerro, con lo que tendremos dos fechas probables de registro: el 3 y 4 de abril. La fecha del 4 de abril no se pudo determinar por cuestiones atmosféricas, pero debido al movimiento y velocidad del Sol durante el mes de marzo y abril, nos indica que éste se desplaza un diámetro solar por día, aproximadamente (figuras 11). Las fechas del 3 y 4 de abril han resultado altamente significativas, particularmente la última, sobre todo por los intervalos numéricos en que descompone o segmenta al año solar; pero la trascendencia de ellas está en que los intervalos que generan son múltiplos de 13, número sagrado que se encuentra en las 332

Cinco orientaciones solares del basamento piramidal de El Rosario

Figura 10. Vista aérea de El Rosario donde se aprecia un basamento hipotéti­ co que muestra la orientación de sus ejes de simetría y su relación con cuatro fechas solares. Fuente: Google Earth, imagen captada el 17 de abril de 2007.

orientaciones de Teotihuacan y de muchos sitios arqueológicos mesoamericanos. Insistimos, la relevancia del 4 de abril y del 7 de septiembre es tal que guarda un vínculo posicional con el 12 de febrero; es decir, de esta fecha tan importante —que marcaba el inicio de año y señalaba la orientación de la Pirámide del Sol en Teotihuacan— a la del 4 de abril se conforma un intervalo numérico de 52 días, equivalente a 4 veces 13. Otro fenómeno de suma importancia, en relación con la fecha del 4 de abril, es el correspondiente al 22 de marzo —el cual, como vimos, está justificado por el muro este-oeste de la Etapa IV del basamento de El Rosario—, evento que señalaba el equinoccio prehispánico. 333

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Recordemos que tanto el 22 de marzo como el 21 de septiembre dividían al año en aproximadamente 4 intervalos de 91 días (4 x 91 = 364 días; si contamos del 21 de diciembre al 22 de marzo resultan 91 días). Esta importante fecha del 22 de marzo —que de hecho se encuentra presenta en Teotihuacan, ± 1 día— está separa de la del 4 de abril por 13 días, número calendárico y ritual de suma importancia para la cosmovisión y calendárica prehispánica. El muro este-oeste de la Etapa III del basamento de El Rosario nos permite ver que no fue construido y orientado al azar, fue ubicado y edificado, probablemente, para señalar esos aspectos calendáricos y simbólicos, pero tam-

Figuras 11 (a la izquierda y arriba). Alineamiento solar del muro este-oeste de la Etapa III, el día 3 de abril de 2010. Se exponen varias imágenes para mostrar la importancia del evento. En una de las fotografías, extremo derecho, se indica gráficamente con un círculo la posición del Sol el día 4 de abril. Fotografías de Francisco Granados Saucedo.

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bién para indicar un cambio en la orografía del horizonte oeste, aspecto claramente determinado. Otro aspecto que se pudo detectar es el hecho de que la fecha 30 de marzo, que señala la orientación del eje de simetría del basamento piramidal, según diversos muros y pórticos, no sostiene ninguna relación aparente con las fechas señaladas; es decir, se encuentra a 8 días del 22 de marzo; antecede al 4 de abril por 5 días; el 30 de marzo se encuentra separado a 46 días del 12 de febrero; en relación al 21 de diciembre, la fecha del 30 de marzo conforma un intervalo importante de 99 días, muy cercano a 100 días, es decir, muy próximo a 5 veintenas. Por lo tanto, la fecha del 30 de marzo y 13 de septiembre sólo adquieren importancia con el punto del solsticio de invierno (figura 12). Por último, las fechas de 4 de abril y 7 de septiembre registradas por el muro este-oeste de la Etapa III del basamento de El Rosario generan otro intervalo que resulta insólito por su multiplicidad con el número 13. Si contamos del 5 de abril al 21 de junio, día del solsticio de verano, encontraremos que se conforma un intervalo de 78 días; éste es múltiplo de 13, ya que 78 ÷ 13 = 6. Ahora, si contamos a partir del 22 de junio y hasta el 7 de septiembre (± 1 día), fecha en la que el Sol se ocultará en el mismo lugar en el que lo hizo el 4 de abril, veremos que se conformará un intervalo de 78 días, divisible también por 13 (78 ÷ 13 = 6). Como conclusión, podemos decir que las fechas 4 abril y 7 de septiembre les permitieron a los antiguos constructores de El Rosario descomponer al año solar de 365 días en dos intervalos numéricos de suma importancia (en donde los solsticios jugaron un papel destacado como puntos “pivote”): uno de 208 días (± 1 día), comprendido entre el 8 de septiembre y el 4 de abril (teniendo como punto “pivote” al 21 de diciembre); intervalo que es múltiplo de 13 (208 ÷ 13 = 16 trecenas). El 336

Cinco orientaciones solares del basamento piramidal de El Rosario

Figura 12. Calendario de horizonte emanado de las fechas 21 de diciembre, 12 de febrero, 22 de marzo y 4 de abril; entre todas ellas se generan intervalos numéricos que son múltiplos de 13, número sagrado dentro de la cosmovisión, e importante dentro de la estructura calendárica prehispánica. Fotografía cap­ tada el 20 de marzo de 2007, y diseño de Francisco Granados.

otro intervalo se ubica entre el 5 de abril y el 7 de septiembre, equivalente a 156 días, o (si tomamos en cuenta el 21 de junio como punto “pivote”) a dos intervalos de 78 días (78 + 78 = 156); este intervalo, el de 156, es divisible por 13 (156 ÷ 13 = 12 trecenas), o si se quiere, el subintervalo de 78 días también es múltiplo de 13 (78 ÷ 13 = 6 trecenas). Insistimos una vez más, las fechas de 4 abril y 7 de septiembre, en relación con el 21 de diciembre y 21 de junio, han resultado altamente significativas por su carácter de multiplicidad 337

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al dividir al año solar en dos intervalos que son múltiplos de 13, 208 y 156 (± 1 día), los cuales se pueden subdividir en cuatro: 104, 104, 78 y 78. Para esquematizar este fenómeno es necesario utilizar una imagen que nos permita ver la importancia de tan relevantes fechas (figura 13). Solsticio de verano, 21 de junio Con el fenómeno del solsticio de verano cerramos las observaciones correspondientes al calendario de horizonte oeste, y simbólicamente damos “vuelta” hacia las salidas del Sol, según el calendario de horizonte este. Como en el caso del calendario de horizonte oeste, también principiaremos cronológicamente con las observaciones iniciadas hacia febrero de 2007. El solsticio de verano (así como el de invierno) en El Rosario, según hemos podido ver, ha jugado un papel destacado para las fechas e intervalos antes tratados; no olvidemos que éste sólo existe o se justifica según las orientaciones sostenidas por la arquitectura; también hemos visto que el solsticio de verano es equidistante (de acuerdo con una orientación arquitectónica) a una serie de intervalos numéricos que pueden ser múltiplos de 13, 20, 65 ó 73. Por el momento, los intervalos que se han encontrado en El Rosario nos indican que los solsticios están relacionados con intervalos que son múltiplos de 13 y 20. Ya abordamos la importante pareja de fechas que en El Rosario (de acuerdo con el horizonte poniente) permiten descomponer al año solar en intervalos numéricos que son múltiplos de 13, y nos referimos a los ocasos señalados por el 4 de abril y 7 de septiembre (± 1 día); la otra pareja de fechas es la correspondiente al 30 de marzo y 13 de septiembre (± 1 día), pero en este caso los intervalos que generan son múltiplos de 20. El 22 de mar338

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Figura 13. Calendario de horizonte oeste emanado de las fechas 4 de abril y 7 de septiembre, las cuales generan dos intervalos que son múltiplos de 13. Uno de 208 días = 104 + 104 = 208 ÷ 13 = 16; también 104 ÷ 13 = 8. El otro intervalo es 157, si le restamos 1 resulta 156 ÷ 13 = 12; 156 = 78 + 78 y 78 ÷ 13 = 6. Fotografía captada el 15 de marzo de 2010 por Francisco Granados.

zo y 21 de septiembre, fechas relacionadas con el equinoccio prehispánico, generan intervalos de 91 días, múltiplos de 13. En las fechas hallas en El Rosario están presentes, como puntos “pivote”, los solsticios. Debido a la importancia referida de los solsticios en El Rosario, se procedió a la su observación. El 21 de junio, el Sol se oculta sobre un cerro denominado el Montecristo. Será en este punto que cierren los intervalos de las fechas calendáricas de El Rosario. Con el evento de la salida del Sol durante el solsticio de verano, damos “vuelta” hacia el calendario de horizonte oriente, y para que este fenómeno no quede descontextualizado al sólo tratar lo referente a la puesta, diremos que la salida del Sol jugó un papel importante dentro de la arquitectura de El Rosario. El 19 de junio de 2008, concerniente al solsticio de verano, indicamos que el Sol permanece “fijo” en su ocaso, al menos 339

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por 5 días; y por lo mismo no hay mucha diferencia sobre el punto de contacto en el horizonte. Este día 19 de junio, el Sol surgió sobre la pendiente baja que forma parte del Cerro de La Estancia. Aparentemente el hecho no tiene ninguna relevancia; pero éste se enfatizó cuando por error se descubrió que desde otro punto de observación, de acuerdo con dos basamentos piramidales que circundan al mayor dentro de El Rosario, podían ser usados como observatorios para enmarcar la salida del Sol durante tan importante fenómeno. Debido a que el 19 de junio el Sol ya se había levantado unos grados sobre el horizonte, fue necesario hacer nuevamente la observación de la salida del Sol, pero ahora desde el montículo suroeste de El Rosario; esto fue posible el día 21 de junio de 2008, día del solsticio de verano. Entonces, al parecer, los antiguos sacerdotes constructores de El Rosario quisieron hacer patente la importancia que tenía para ellos el solsticio de verano, tanto así que usaron sus construcciones arquitectónicas para que armonizaran y delimitaran el momento en que el disco solar hacía su salida en el horizonte. Quizá debido a que no existía un rasgo llamativo en el punto de salida del Sol, utilizaron una especie de pasillo entre dos pirámides para enmarcar lo que se puede apreciar en los registros fotográficos (figura 14). Un aspecto interesante sobre la cuestión de la salida del Sol durante los solsticios parece estar indicada en las pinturas de confección teotihuacana que se localizan en tres de los muros que algún día formaron parte de un aposento. Curiosamente, las esquinas noreste y sureste de este cuarto (propiamente en los muros norte y sur, pero hacia las esquinas) fueron enmarcadas con un glifo pictográfico que hace referencia a un cerro blanco del cual se desprenden sendos cuchillos de obsidiana (siete en total), los cuales son coronados por una gran lasca o núcleo de 340

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obsidiana.10 Quizá la escena plástica del cerro blanco y los cuchillos de obsidiana hagan alusión a una acción de fricción o de algo que “genera” o “produce” algo; el cerro es un lugar donde se concibe y aloja la vida;11 en el Mictlán existían dos montañas que se friccionaban para hacer más difícil el recorrido a esta parte del mundo mesoamericano.12. De hecho, los cuchillos brotan del costado oeste del cerro, como haciendo referencia al oriente, lugar de la luz, del origen, del principio.13. En El Rosario, como se ha venido tratando, los puntos solsticiales han sido relevantes en su aspecto numérico y simbólico; pero, en términos reales, hacia la salida del Sol durante el solsticio de verano existe un cerro cercano, el Cerro de La Estancia, y hacia la salida del Sol durante el solsticio de invierno está el Cerro La Venta; sobre este último el Sol hace su ascenso en un punto muy conspicuo del mismo, y en donde además fue colocada una cruz con mucha precisión (más adelante se tratará este aspecto). Por lo tanto, estos cerros podrían ser, hipotéticamente, a los que se hace referencia en la pintura mural de El Rosario; pero también a los arquetípicos. Entonces, la noción de “esquina” en un rectángulo representado por el aposento mismo está enfatizada por los cerros Le llamo “lasca” o “núcleo de obsidiana” porque el dibujo me remite a las piedras de obsidiana de las cuales se desprendían, por percusión, las navajillas de obsidiana, y que tras el amplio uso quedaban en la forma en que aparecen en el dibujo.

10

López Austin, Alfredo, Tamoanchan y Tlalocan, fce (Sección de Obras de Antropología), México, 1995, pp. 161-164. 11

Sahagún, Fray Bernardino, de, Historia general de las cosas de la Nueva España, Porrúa, Colección Sepan Cuantos, México, 1997, p. 206. 12

13

López Austin, Alfredo y Leonardo López Luján, Mito y realidad de Zuyuá, / El Colegio de México, México, 1999, pp. 49-54.

fce

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Figura 14. Salida del Sol en medio de los dos basamentos, el 21 de junio de 2008. Fotografías de Francisco Granados.

Figura 15. Esquema basado en un plano rectangular, en donde se encuentran desplegados los cuatro Montes Sagrados hacia las esquinas del mismo. Dichos Montes o Cerros Sagrados funcionan como puntos en los cuales se detiene el Sol, de manera numérica, cuando ocurren los solsticios. Idea de Francisco Gra­ nados. Diseño de Óscar Iván Camacho Arana, 2010.

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Cinco orientaciones solares del basamento piramidal de El Rosario

y su “reflejo” o proyección isonómica bilateral; es decir, tanto en la esquina noreste como en la sureste fueron representados dos cerros, como “reflejos” bilaterales o isonómicos (figura 15). Esta idea concuerda con la propuesta que he realizado sobre el “solsticio numérico”, para lo cual planteo un esquema de los solsticios basado en Alfredo López Austin.14 El solsticio de invierno El 8 de diciembre realicé un ascenso al Cerro La Venta para ver la relación que guardaban, en términos de orientación, los sitios arqueológicos de El Rosario y la pirámide del Cerro de La Cruz, pues he considerado que estos sitios, posiblemente, estuvieron interconectados por uno o dos alineamientos solares, particularmente hacia la puesta del solsticio de verano y hacia las fechas referidas de la salida del Sol durante el 30 de enero y 10 de noviembre. Precisamente, a partir de que inicié con las observaciones en el sitio arqueológico de El Rosario, 11 de febrero de 2007, las cuales continué hasta junio de 2007, y tras regresar a la pirámide del Cerro de La Cruz en San Juan del Río, me di cuenta de que la puesta del Sol correspondiente al solsticio de verano de 2005 y 2006, observada desde este último sitio, ocurría muy cerca de donde se ubicaba El Rosario; fue el cerro de La Estancia el que me permitió ver dicho vínculo. Desde este momento, entre mayo y junio de 2007, me aboqué al estudio de esta posible orientación entre tales sitios arqueológicos, y por

López Austin, Alfredo (coord.), “Modelos a distancia: antiguas concepciones nahuas”, en López Austin, Alfredo (coord.), El modelo en la ciencia y la cultura, 68-93, UNAM / Siglo XXI, México, 2005, pp. 72-79.

14

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lo mismo efectué el ascenso al Cerro La Venta, buscando algún vestigio arqueológico, petrograbados o algo que me permitiera ver la importancia de dicho cerro. Examiné las tres cruces que se colocaron a lo largo del Cerro La Venta, distribuidas al sur, norte y una intermedia; las tres coinciden con las partes más elevadas del cerro. Sólo en la cruz del norte, en otro ascenso realizado en 2008, se pudo observar la existencia de navajillas de obsidiana y unos fragmentos de cerámica (ignoro si ésta es prehispánica). En otros ensayos me he dedicado al estudio de la pirámide del Cerro de La Cruz, donde trato más detalladamente la importancia de estas cruces. Días después de que subía al Cerro La Venta, desde el basamento piramidal de El Rosario, realicé la observación de la salida del Sol durante el solsticio de invierno. Ejecuté la primera observación el día 19 de diciembre de 2007 (figura 16), descubriendo algo muy importante, que el disco solar surgía justo detrás de la cruz que se ubica al sur del Cerro La Venta. Me impactó la exactitud en que ésta fue colocada, por lo que regresé el día 21 de diciembre para captar con más detalle el contacto del Sol sobre la cruz (figura 17). Sólo agregaré que la cruz localizada al norte del Cerro La Venta está orientada hacia donde se pone el Sol durante el solsticio de verano; y el punto donde oculta el Sol coincide, aproximadamente, con el cerro del Cimatario. El fenómeno del solsticio de invierno ha resultado muy importante, sobre todo por la forma en que se “detiene” sobre la elevación y límite del Cerro La Venta; pero también por su carácter de punto “pivote” con respecto a los intervalos numéricos que han derivado de las orientaciones. Siguiendo con este vínculo de importancia, en el siguiente tema trataré cómo el solsticio entra en una posible relación con la ubicación del sitio arqueológico de El Rosario y la pirámide del Barrio de La Cruz. 344

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Conclusiones En consideración a las observaciones solares tratadas en esta investigación, se puede señalar, anticipadamente, que no se localizaron fechas teotihuacanas que permitieran establecer un vínculo con El Rosario. Quizá la fecha en común, entre Teotihuacan y El Rosario, corresponda a la del 22 de marzo, día del equinoccio “numérico” o “prehispánico”. Por cierto, existe una cierta similitud entre el Cerro Colorado Grande de Teotihuacan, donde surge el Sol el 23 de marzo, y el de El Rosario, donde se oculta el Sol el 22 de marzo. Tras la salida del Sol el 21 de marzo, resulta su-

Figura 16. Salida del Sol sobre la esquina sur del Cerro La Venta, el 19 de diciembre de 2007, evento captado desde el basamento anómalo de El Rosario. Fotografía de Francisco Granados.

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Figura 17. Salida del Sol sobre la esquina sur del cerro La Venta el 21 de diciembre de 2007, observada desde el basamento anómalo de El Rosario. En dicho evento, el disco solar surge justo sobre la cruz que se ubica en dicho cerro. Fotografía de Francisco Granados.

gerente el juego de posiciones que se presentan entre el astro rey y la Pirámide mayor de Teotihuacan, pues el disco solar parece surgir de una montaña artificial; si tomamos en cuenta las fechas señaladas anteriormente, el día que el Sol coincidiría con el centro geométrico de dicha montaña sería el 23 de marzo (figura 18). Con respecto a los ocasos equinocciales en Teotihuacan, éstos se presentan sobre el Cerro Maravillas, como se muestra en una imagen captada desde la cúspide de la Pirámide del Sol el 21 de marzo de 1995. Como en el evento correspondiente a la salida del Sol, antes descrito, el ocaso debe contemplarse hasta el día 23 de marzo, con lo que hay que desplazar el disco solar tres posiciones al norte. En este cerro existe una serie de 346

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Figura 18. Salida del Sol el 21 de marzo de 1995, captada desde la cúspide de la Pirámide del Sol en Teotihuacan. El Sol saldría al centro del Cerro Co­ lorado Grande, el 23 de marzo, fecha determinada por los teotihuacanos y que está separada 40 días del 12 de febrero, fecha de inicio de año. Fotografía de Francisco Granados.

marcadores astronómicos, que se supone se relacionan con las posiciones equinocciales del Sol. En Teotihuacan, posiblemente, la Pirámide del Sol fue utilizada como montaña simbólica para señalar el punto máximo de desplazamiento hacia el sur por parte del Sol, cuando sobreviene el solsticio de invierno, pues el disco solar es rasante a uno de los niveles superiores (figura 19). Ahí se detiene varios días. Utilizo este fenómeno, de manera comparativa, puesto que en El Rosario también se utilizó un conjunto de tres estructuras piramidales para enmarcar el solsticio de verano. Quise mostrar estos eventos solares realizados en Teotihuacan, ya que habían permanecido guardados mucho tiempo, pero 347

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Figura 19. Salida del Sol el 21 de diciembre de 1994, día del solsticio de in­ vierno. Captada desde un basamento piramidal que se localiza al poniente de la Pirámide del Sol. Fotografía de Francisco Granados.

creo que era el momento de utilizarlos con el objeto de comparar y complementar los fenómenos solares estudiados en El Rosario, lugar donde se ha detectado la presencia de los teotihuacanos, al menos en la pintura mural. Las fechas 12 de febrero, 30 de abril, 13 de agosto y 30 de octubre, presentes en la Pirámide del Sol en Teotihuacan y en la Ciudadela,15 no están presentes, hasta el momento, en El RoMorante López, Rubén B., Evidencias del conocimiento astronómico en Teotihuacan, tesis de doctorado en Antropología, ffl-División de Estudios de Posgrado-unam, México, 1996. Šprajc, Iván, Orientaciones astronómicas en la arquitectura prehispánica del centro de México, inah (Colección Científica, 427), México, 2001. 15

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sario. Sólo los tomé como referencia para entender cómo es que éstas pueden estar relacionadas con las orientaciones astronómicas y de los intervalos que se generan, así como de la relación de multiplicidad que se da con los números 13 y 20. Tales fechas, posiblemente, estén presentes en el sitio arqueológico del Barrio de La Cruz, aspecto que he tratado en otros estudios. Las fechas importantes en El Rosario, derivadas de las orientaciones arquitectónicas, son las de 22 de marzo y 21 de septiembre, asociadas con el equinoccio prehispánico. El 30 de marzo y 13 de septiembre, fechas que corresponden al eje de simetría del basamento piramidal, permiten conformar intervalos que son cercanos a la multiplicidad de 20. Quizá la pareja de fechas que resultó más significativa en El Rosario, por generar intervalos divisibles entre 13, sea la correspondiente a las de 4 de abril y 7 de septiembre. Estas fechas son cercanas al sistema de tercenas propuesto por Jesús Galindo (comunicación personal, 2009), quien propone que el año solar se puede dividir por 13; es decir, si a 365 se le resta 1 día, 364 ÷ 13 = 28 trecenas. Las fechas de 4 de abril y 7 de septiembre señalan un cambio drástico en la orografía poniente de El Rosario. El fenómeno de los solsticios también fue enfatizado en la arquitectura y orografía de El Rosario; y posiblemente en la pintura mural detectada en el basamento piramidal. Finalmente, posiblemente existió una relación, en cuanto a un posible alineamiento solar, entre El Rosario y el Barrio de La Cruz; aunque también, por los fechamientos arqueológicos, estos hombres posiblemente vivieron en la misma época histórica, por lo que compartieron, incluso, algunos aspectos del paisaje, pues ciertas montañas les eran familiares, siendo el caso del Cerro La Venta, El Cerro Gordo, el Cerro Xajay, entre otros. 349

Epílogo

C

uando en 1993 la formación de un socavón en El Rosario dejó al descubierto una pequeña sección de un mural policromado, tuvimos la certeza de que grupos teotihuacanos habían llegado al centro norte de México, quizá desde el siglo iii de nuestra era. La idea no era nueva, pues como vimos anteriormente se habían reportado evidencias en muchos otros sitios arqueológicos de diversos elementos con un posible origen teotihuacano. Es claro que la presencia teotihuacana se hizo sentir en muchas regiones de Mesoamérica y en diferentes ámbitos, desde algunos aspectos de su cultura material —que en muchos casos se ha interpretado como evidencia de un intenso intercambio de bienes—, hasta incursiones de carácter político y militar, lo que confirma la relevancia que tuvo Teotihuacan en el ámbito mesoamericano. Y es que desde los primeros siglos de nuestra era, Teotihuacan emergió como un gran centro de poder en el valle del mismo nombre, alcanzando su máximo desarrollo hacia 450 d. C. aproximadamente, y culminando hacia 650 d.C. Alfredo López Austin consigue describir de manera muy acertada y breve la historia de esta importante metrópoli: Teotihuacan nació de un pausado proceso por el que la población aldeana de la cuenca se fue desplazando hacia aquel valle que le ofrecía condiciones favorables. Fue cabecera única de toda la cuenca, y así alcanzó las dimensiones y calidades

[251]

Tiempo y Región urbanas. Las peculiaridades de su desarrollo condujeron a un cambio que —así opinan algunos especialistas— fue el paso de las sociedades de linajes a las estatales. Su economía y su organización política, sólidas, la convirtieron por siglos en el centro dominante de un vasto territorio. Se ignoran las causas de su caída, pero predominan las hipótesis de que fueron marcadamente internas.1

No obstante, durante los primeros años de la década de 1970 se mantuvo la creencia de que Teotihuacan no había impactado en la región centro norte de Mesoamérica —en la que se circunscribe El Rosario—, lo cual originó una idea equívoca para esta región:2

1

López Austin, Alfredo, “La historia de Teotihuacan”, en Teotihuacan, citi/ citibank-México, México, s/a, p. 13.

corp

Braniff, Beatriz, “Arqueología del Norte de México”, en Los pueblos y se­ ñoríos teocráticos. El período de las ciudades urbanas. Primera Parte, inah, México, panorama histórico y cultural, VII, México, 1975, p. 222. En un primer ensayo sobre la frontera norte de Mesoamérica, Braniff incluye los actuales territorios de Querétaro y Guanajuato dentro del área de influencia mesoamericana, denominándola como Mesoamérica Marginal, concepto que causó confusión y polémica; en artículos posteriores, Braniff decidió dejar de lado esta denominación sustituyéndola por Mesoamérica Septentrional, y más recientemente, la autora cambió nuevamente la denominación, incluyéndola en una región mayor que denomina como la Gran Chichimeca. Véase al respecto: Braniff, Beatriz, “Oscilación de la frontera septentrional de Mesoamérica, en Betty Bell (ed.), The Archaeology of West México, Sociedad de Estudios Avanzados del Occidente de México, Jalisco, México, 1974, pp. 40-50; “Oscilación de la frontera norte mesoamericana: un nuevo ensayo”, en Arqueología, Revista de la Dirección de Arqueología del inah, núm. 1, 2ª época, inah, México, 1990, pp. 99-114.

2

252

Epílogo La cultura teotihuacana no penetró a estas áreas Marginales (¿y Occidente?) salvo algunos tiestos y objetos claramente intrusivos, lo cual es curioso especialmente por el contraste con lo sucedido en el Preclásico Superior. De esto se infiere que la separación entre las áreas marginales y la Cuenca debe haber sucedido entre el Preclásico Superior y el Clásico de Teotihuacan, lo que nos lleva al preclásico Terminal durante el cual, en la Cuenca de México, hay una explosión en el aumento de la población y acontece la revolución urbana, elementos que no parecen vivir las áreas marginales… aunque ellas puedan ser producto de tales circunstancias. Casi seguramente, la relación entre ambas áreas cesó para la fase Tzacualli [...] Tampoco las áreas marginales (¿y occidente?) participaron de la cultura mesoamericana en sus aspectos civilizados: falta el urbanismo; el culto altamente intelectualizado al dios de la lluvia que es al mismo tiempo jaguar; no parece existir una estratificación social muy marcada ni tampoco una gran importancia de la religión ni de la jerarquía sacerdotal.3

Desde mediados de los años setenta esas ideas comenzaron a cambiar a partir de los trabajos de Enrique Nalda en San Juan del Río y en el sureste de Guanajuato, de Rosa Brambila y Margarita Velasco en La Negreta, Querétaro, y de Ana María Crespo, Carlos Castañeda y Luz María Flores en Santa María del Refugio —Guanajuato—, quienes obtienen suficiente información de campo para plantear, por lo menos en el caso de La Negreta y Santa María del Refugio, la posibilidad de que

Braniff, Beatriz, “Secuencias arqueológicas en Guanajuato y la cuenca de México: intento de correlación”, en Teotihuacan, XI Mesa Redonda, Sociedad Mexicana de Antropología, México, 1972, pp. 297-298. 3

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se tratara de sitios en rutas comerciales o de intercambio entre Teotihuacan y el Occidente. Enrique Nalda se aventura aún más al proponer que tanto el sur de Querétaro como de Guanajuato fueron receptores de grupos procedentes de Teotihuacan que llegaron a esta región como migraciones que fueron toleradas y asimiladas, derivado de “un proceso de fisión con relocalización a una distancia relativamente grande, factor que seguramente contribuyó a la pérdida de cohesión entre las dos unidades poblacionales de origen común”;4 para la región de Guanajuato propone que “las migraciones terminan en un área desconectada de lo teotihuacano y los grupos pronto pierden sus lazos con la población mayor”.5 Las exploraciones realizadas durante el 2009 en El Rosario nos permiten revalorar y confirmar la idea de Enrique Nalda con respecto a las migraciones desde Teotihuacan hacia el sur de Querétaro y Guanajuato, aunque no compartimos completamente sus argumentos, al menos no en cuanto a que se trata de un proceso de fisión de la metrópoli. Y es que —ante su planteamiento de que los migrantes pronto dejaron de tener lazos con Teotihuacan— en El Rosario tenemos evidencias que corroboran que durante su ocupación y hasta el final de ambos sitios, hacia 650 d. C., dichos lazos se mantuvieron. Además, no puede ser casualidad que los fechamientos para el abandono de los dos asentamientos sean coincidentes. Por otro lado, aunque Braniff señala que en el centro norte los sitios no alcanzaron un nivel urbano durante el Periodo

Nalda H., Enrique, “Algunas consideraciones sobre las migraciones del postclásico”, en Boletín de Antropología Americana, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, núm. 3, Nueva Serie, México, 1981, p. 139. 4

5

Nalda, op. cit., p. 140.

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Epílogo

Clásico —en lo cual estamos de acuerdo— diferimos con ella en cuanto a su idea de que no hubo una estratificación social marcada, que la religión no adquirió gran importancia y en la ausencia de una clase sacerdotal. En El Rosario quedan evidenciadas la importancia de la religión y la existencia de una clase sacerdotal, tanto en las ofrendas, en la arquitectura, como en los murales policromados, entre otros. Después de los trabajos de exploración en El Rosario, consideramos que un grupo de élite viajó desde la gran urbe del centro de México y fundó este asentamiento de acuerdo con conceptos e ideas propias de la metrópoli, nunca antes vistas en la región. Así lo indica la arquitectura, la cual no sólo imita los sistemas constructivos, sino que reproduce la planta arquitectónica de plataforma, pórtico y recinto que se observa en la mayor parte de los barrios teotihuacanos y que materializa la estratificación social tanto en el sitio como en los espacios hasta ahora conocidos. Del mismo modo lo revela también el patrón de asentamiento: los recorridos de superficie señalan que prácticamente no existen sitios del Periodo Clásico en los alrededores, lo que nos lleva a proponer que el surgimiento de El Rosario impactó de tal manera que logró agrupar a su alrededor a una población local dispersa por tradición. Las huellas que dejaron sus actividades ceremoniales —materializadas en los instrumentos líticos, los restos de fauna, apropiación de espacios a través del grabado de grafiti en algunas paredes de estuco y en las evidentes huellas de un incendio provocado con fines rituales hacia el abandono del sitio— hablan de un simbolismo ritual que evoca a la cosmovisión que se reproduce en la urbe del Clásico por excelencia. La iconografía plasmada en los murales policromados —compuesta por grafismos de cuchillos curvos, vírgulas de la palabra, del canto o de la música, pies ataviados, escudos, personajes de 255

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perfil, probables atributos que se relacionan con Tláloc, entre otros—, más allá de remitirnos a la iconografía de los murales teotihuacanos, son una invitación sugerente para repensar el impacto e importancia de Teotihuacan, para mirar a la gran metrópoli desde fuera, desde la mirada de lo ajeno, pero al final, propio. No sabemos con certeza cuáles fueron las razones que motivaron a Teotihuacan a enviar a un grupo de gente para que viajara cerca de 152 km hasta esa suave loma bordeada por fértiles planicies aluviales, pero lo que es claro es que la fundación de este espacio trastocó, por lo menos, a los pueblos y asentamientos cercanos. Al parecer, el establecimiento de El Rosario impactó de tal manera que la élite asentada en el Cerro de la Cruz —el sitio arqueológico más importante de la región hasta principios del primer milenio de nuestra era— fue obligada a abandonar tanto el sitio como el estandarte de poder político. Los grupos teotihuacanos que llegaron a El Rosario aglutinaron a la población local durante aproximadamente 400 años, y lograron apropiarse rápidamente del control regional; sin embargo, estos grupos foráneos desdeñaron asentarse en el Cerro de la Cruz, y prefirieron fundar un nuevo asentamiento de acuerdo con sus propias tradiciones culturales. La elección del espacio para construir el nuevo centro pudo deberse a su ubicación estratégica para el control del valle, de diversos recursos naturales y, probablemente, de las rutas de comercio e intercambio con el norte. A su llegada al sur de Querétaro, los grupos teotihuacanos debieron emplear diversas estrategias para lograr el control; consideramos que la implantación de nuevas formas de asentamiento, sistemas constructivos, vajillas cerámicas, las representaciones iconográficas son, por un lado, reflejo de las tradiciones culturales teotihuacanas y, por otro, los recursos de poder que empleó la élite para dominar el valle de San Juan del Río y a 256

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las poblaciones que lo habitaban. La fundación del sitio arqueológico de El Rosario fue el detonante para que se suscitara una serie de transformaciones político-culturales que resultaron en la adaptación de los grupos locales a una nueva dinámica cultural, política, económica y social. Cerca del 600 d. C., se inició un nuevo proceso social en el valle de San Juan del Río y en el centro norte propiciado por el declive de la gran metrópoli teotihuacana. La “caída” de Teotihuacan desató en Mesoamérica un vacío político y económico que generó un ambiente de inestabilidad e incertidumbre, propiciando una reestructuración cultural en la región. Incluso algunos autores proponen que de esa mal llamada Mesoamérica Marginal provenían grupos que participaron en la caída de Teotihuacan y que, además, llevaron a la Cuenca de México la cerámica conocida como Coyotlatelco: De zonas guanajuatenses y vecinas provinieron grupos que participaron del fin de Teotihuacan (Fases Oxtoticpac y Xometla) y aportaron ciertos elementos propios como es el estilo Coyotlatelco. Dichos grupos, o por lo menos aquellos elementos propios, parecen haberse unido con la tradición y cultura teotihuacana dando por resultado una mezcla que aún conservaba mucho de lo teotihuacano.6

También se ha propuesto que fueron grupos de Guanajuato y Querétaro los que provocaran la caída de Teotihuacan y que, inclusive, aportaran la denominada cerámica Coyotlatelco. Aquí resulta significativo distinguir entre dos versiones sobre lo que es la cerámica Coyotlatelco: una es la que corresponde al “Co-

6

Braniff, op. cit., p. 274.

257

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yotlatelco” teotihuacano y otra la que corresponde al Periodo Epiclásico, con distribución mayoritaria en la Cuenca de México y el Valle de Tula. En El Rosario tenemos ambas versiones, pero la primera se identifica plenamente con la cerámica de Teotihuacan —la correspondiente a la última fase de su ocupación— mientras que la segunda se identifica con la cerámica de Tula de las fases Prado y Corral, lo cual les da una diferencia cronológica de casi 100 años. Esto significa, al menos visto desde El Rosario, que sus pobladores participaron en dicha caída, pero sufriéndola en su propio asentamiento, por ello la evidencia de rituales de abandono. Es necesario realizar más investigaciones para explicar la culminación de esta gran metrópoli y por extensión de los sitios directamente relacionados con ella, como El Rosario. Como consecuencia del vacío político y de la necesidad de una nueva configuración cultural, surgieron en gran parte de Mesoamérica nuevos centros de poder que buscaban no sólo romper con el centralismo característico del régimen anterior sino, sobre todo, obtener y consolidar la incipiente fuerza política y económica que el desplome teotihuacano les heredó. En el centro norte vemos cómo este ambiente desencadenó la formación de un importante número de nuevos asentamientos en toda el área, convirtiéndose así en el periodo de mayor auge y aumento poblacional de la región. Sin embargo, en el valle de San Juan del Río no volvería a surgir ningún otro asentamiento con la fortaleza y el poder político que tuvo El Rosario durante el periodo Clásico.

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Índice

Presentación

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Primera Parte Capítulo 1 Dinámicas culturales en el valle de San Juan del Río durante la época prehispánica 17 Capítulo 2 Antecedentes de la investigación 51 Capítulo 3 El Rosario: espejo del poder teotihuacano 65 Capítulo 4 Huellas de lo sagrado Capítulo 5 Entre piedras y barro. 175

Segunda Parte Capítulo 6 Los vestigios orgánicos Análisis arqueobotánico: fibras textiles, madera y maíz Análisis arqueozoológico

239 265

Capítulo 7 Reflejo visible de lo invisible El análisis químico de pisos de estuco 275 Capítulo 8 Cinco orientaciones solares del basamento piramidal de El Rosario

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Tiempo y Región. Estudios Históricos y Sociales. El Ro­ sario, Querétaro. Un enclave teotihuacano en el centro norte. Vol. IV, se terminó de imprimir en noviembre de 2010, en los talleres se Diseño e Impresiones del Bajío S. A. de C. V. Tiraje: 1,000 ejemplares.

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