El Rol del Componente Emotivo en la Formación del Sujeto en Vocación. Importancia de las Emociones en el Sistema Motivacional de la Persona en Vocación e Implicaciones en la Tarea Pedagógica.

May 25, 2017 | Autor: Manuel Lagos | Categoría: Emotion, Priesthood, Religious Formations
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El Rol del Componente Emotivo en la Formación del Sujeto en Vocación. Importancia de las Emociones en el Sistema Motivacional de la Persona en Vocación e Implicaciones en la Tarea Pedagógica. Manuel A. Lagos R. Pontificia Universidad Gregoriana – Instituto de Psicología

Nota del autor Este trabajo está escrito para cumplir con el requisito del curso de Antropología de la Vocación Cristiana y Psicología de la Religión el 9 de enero, 2017.

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Abstract La formación de los ministros y religiosos en la iglesia es un tema de capital importancia. De su formación dependerá la misión y la autenticidad de vida. La formación debe ayudar a la persona en su vocación, entendida como llamado de Dios y respuesta del hombre, a corresponder con mayor libertad y consciencia. El rol que juega el componente emotivo es fundamental, como tendencia que mueve a la persona a actuar y por ende a responder a dicha llamada. Estudiar y profundizar estos elementos puede ayudar al formador a tener una visión más integral de la persona en vocación y así ayudar de forma competente en el crecimiento vocacional. De la misma manera ayudará a la persona a crecer en el camino vocacional, interiorizando los valores vocacionales y siendo más libre en su respuesta, siendo consciente de su sistema motivacional. Keywords: vocación, formación, emociones, motivaciones, memoria afectiva. The formation of ministers and religious in the church is a matter of paramount importance. Its formation depends on the mission and the authenticity of life. Formation should help the person in his vocation, understood as the call of God and the response of man, to correspond with greater freedom and conscience. The role played by the emotional component is fundamental, as a tendency that moves the person to act and therefore respond to the call. Studying and deepening these elements can help the formator to have a more comprehensive view of the person in vocation and thus to help competently in vocational growth. In the same way it will help the person to grow in the vocational path, internalizing vocational values and being freer in his response, being aware of his motivational system. Keywords: vocation, formation, emotions, motivations, affective memory.

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El Rol del Componente Emotivo en la Formación del Sujeto en Vocación. Importancia de las Emociones en el Sistema Motivacional de la Persona en Vocación e Implicaciones en la Tarea Pedagógica. En estos últimos años en la iglesia, se ha dado mucha más de la importancia a la formación de los candidatos y candidatas a la vida consagrada y el sacerdocio. La iglesia ofrece el modelo formativo, basado sobre todo en cuatro pilares bien precisos, a saber: humano, espiritual, intelectual y pastoral (Pastores Dabo Vobis,1992, 43 ss.). Se propone así un modelo integral de la formación de la persona en vocación donde se tomen en cuenta los diversos aspectos de la persona. Según la aproximación Luigi Rulla y colaboradores, han querido dar una profundización a la constante invitación de la Iglesia, sobre todo sirviéndose de las herramientas que a ello puede ofrecer la psicología. Por eso, se toman elementos provenientes de la psicología profunda que teniendo en cuenta los aspectos conscientes e inconscientes de la persona ayuda a explicar y dar razón de los diferentes problemas que se pueden presentar en relación a la perseverancia o permanencia en la vocación. Un estudio así, ha ayudado a profundizar en las motivaciones vocacionales de la persona, haciendo uso de la psicología moderna, socorriendo a la persona en su respuesta en libertad a la llamada (Cf. Healy & Kealy, 2007, pp. 27–34). Específicamente se quiere hacer notar el fundamento humano la base de la formación de la persona, sobre todo el aspecto de la madurez afectiva (Pastores Dabo Vobis, 1992, n. 44) ¿Tienen algo que aportar las emociones y la afectividad en el camino vocacional? ¿Cuál es validez hoy de este aspecto en la formación? ¿Cómo se maneja la emotividad en los procesos de formación? Poner el acento en el aspecto emotivo lleva adentrarse en un área no del todo conocida, más bien ambigua, a la que no corresponden respuestas fáciles y hechas, porque se trata de la singularidad de cada persona. Por otro lado lleva a prestar atención al aspecto del discernimiento, bien sea a la respuesta vocacional así como también a las motivaciones más profundas de la persona. Por lo tanto, hoy más que nunca se requiere de una capacidad mucho más sutil y cuidadosa en el poner a la persona delante de su verdad, desde un acompañamiento más humano en el que se desvela la divinidad de la que también la persona participa por su vocación de hijo de Dios. Teniendo de fondo estas pocas provocaciones se intentará dar algunas luces que pueden ayudar en el proceso de formación de la persona en vocación.

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La Persona en Vocación Antropología Interdisciplinar Para una aproximación más integral del sujeto, es necesario asumir una visión interdisciplinar, es decir, un acercamiento que toma en cuenta diferentes horizontes científicos como lo son el de la filosofía, de la teología y la psicología. Este método ayuda a entrar en diálogo con las diferentes ciencias, evitando posiblemente el reduccionismo y permitiendo el dialogo de las disciplinas, dando una visión más amplia y profunda de la realidad compleja del hombre. Se parte de este presupuesto interdisciplinar, tomando como base el intento de poner en dialogo la antropología con otras disciplinas, buscando la integración y el ayudo mutuo entre ellas, sin pretender que una supla a la otra (cf. Rulla, Imoda, & Ridick, 1997a, p. 42). Para este propósito Rulla con buen criterio, ve necesario utilizar del método trascendental que toma de Bernard Lonergan. Éste en su método trascendental, propuesto sobre todo en teología, pero aplicable en otras disciplinas, construye una estructura por medio de la cual los datos y las generalizaciones de la investigación experimental psicológica se pueden considerar en conjunto con la reflexión filosófica y teológica (cf. Rulla et al., 1997a, pp. 43–49). El método, que permite que las ciencias en particular se pongan en diálogo, ofrece una mirada más amplia e integral de la persona, hace que se pueda tener un acercamiento a la realidad del hombre desde distintas perspectivas y permite conseguir resultados análogos, para poner en dialogo, allí donde cada ciencia reconoce sus valores y sus límites, una visión interdisciplinar que puede entrar constantemente reflexión y que se enriquece continuamente. Elementos de la Personalidad: Estructura y Contenidos Es menester conocer cómo funciona la personalidad para poder acompañar la persona humana. Un análisis de su estructura y contenidos son necesarios, aunque meritaría un estudio profundo estudiar las diferentes aproximaciones que se han dado al tema de la personalidad. Aquí se intenta mostrar a grandes rasgos lo que Rulla ha sostenido al respecto. Según él se puede definir la personalidad como “la dotación estructural de un individuo que se manifiesta en procesos dinámicos, éstos son la explicación de los comportamientos que el individuo mismo asume en su vida y en relación al ambiente en el cual vive” (Rulla et al., 1997a, p. 449). La antropología cristiana nos muestra que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios (Gn. 1:26–27). De todas las implicaciones teológicas se pueden desprender de esta

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afirmación, una concreta es que el hombre siente la vocación como llamado de Dios que se completa con su respuesta a esta llamada. Por una parte, una primera realidad antropológica es que por esta vocación única y particular, el hombre tiene la posibilidad de auto trascenderse teocéntricamente, es decir, de ir más allá de sí mismo, de lo que piensa, quiere y realiza, para proyectarse más allá del presente y llegar a Dios. Por otra parte, “la llamada de Dios encuentra una segunda realidad antropológica, las limitaciones de diversos tipos, innatas en la persona que pueden impedir su libertad para proyectarse hacia la auto trascendencia teocéntrica” (Babu, 2015, pp. 48–49). En esta apertura vocacional del hombre, encontramos que puede vivir a tres niveles su vida psíquica: psicofisiológico, psicosocial y racional-espiritual, cada uno de ellos en estrecha relación con los otros, considerando siempre al hombre como un todo unificado (cf. Nuttin, 1962, pp. 223–224). El primer nivel el psicofisiológico comprende la actividad psíquica ligada al estado de bienestar o malestar, determinados de la satisfacción o menos de al menos algunas necesidades fisiológicas del organismo como el hambre, la sed, el sueño, la supervivencia, estados de salud, etc. El segundo nivel comprende la actividad psíquica conectada con la necesidad de desarrollar una relación social, de “ser con otro”. El tercer nivel es el que comprende la actividad psíquica con la necesidad de conocer la verdad, con la correspondiente capacidad humana de aferrarse a la naturaleza de las cosas, abstrayendo datos de los sentidos. Con esta capacidad el hombre puede formular conceptos, conocer las cosas abstractas, hacer juicios, trascender el “aquí y ahora” para afirmar y perseguir los valores espirituales (Cf. Cencini & Manenti, 1985, pp. 14–21). Estos tres niveles vienen integrados y jerarquizados. No significa que el ser hombre se reduzca a actuar según un único criterio o en uno de estos tres niveles, por ejemplo al racional espiritual. Al contrario en cada uno de ellos, pueden influir muchos otros factores como el inconsciente y el deseo racional o el componente de las emociones, que ocupa el desarrollo de este escrito. Adentrándonos en la realidad de la persona encontramos que, existe en el hombre una dialéctica interna entre lo que es, que llamamos el yo actual (self as trascended), y aquello que quisiera ser el yo ideal (self as trascending) (ver Rulla et al., 1997a, pp. 109–216). Estos elementos constituyen esencialmente las estructuras del Yo.

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El hombre es fundamentalmente ambivalente, atraído al mismo tiempo por el bien y por el mal, por el absoluto y lo relativo, llamado por Dios y por su misma naturaleza, capaz de grandes actos de generosidad y también muy egoísta; el hombre es fundamentalmente insatisfecho, porque psicológicamente se encuentra en equilibrio entre lo que quiere ser y lo que realmente es (Babu, 2015, p. 49). En este sentido, se puede hablar de una dialéctica de base en la relación de términos opuestos, una oposición de fuerzas motivacionales, inherentes al sistema motivacional del hombre. De una parte está el conjunto formado por lo que es “importante para mí”, ligado a la evaluación intuitivo-emotiva y a las necesidades, de otra parte está el conjunto de lo que es “importante en sí mismo”, ligado a la evaluación reflexiva racional y a los valores. Entre los dos tipos de elementos se establece una tensión. Rulla afirma que, como consecuencia de la autotrascendencia teocéntrica presente en el hombre, que tiende al infinito, se instaura en él una dialéctica de base, es decir, una relación entre términos opuestos, una oposición de fuerzas motivacionales, que es inherente al sistema motivacional del hombre (cf. Rulla et al., 1997a, p. 142). Estas dos tendencias forman parte un único Yo, sin caer en un dualismo más bien entendido como dos polos de un mismo Yo, como una continuidad de la misma personalidad. Por su parte el Yo, siempre como unidad personal, presenta algunas subestructuras: el Yo manifiesto o consciente, el Yo latente o inconsciente (Rulla et al., 1997a, p. 160). También está el Yo social, que se presenta en la situación que la persona vive con un determinado grupo o en una determinada situación. Este simplificado resumen de la estructura del Yo, refiriendo siempre a una futura profundización, lleva a centrar la mirada en los contenidos del Yo, es decir: sus necesidades, actitudes y valores. Dichos términos serán brevemente esbozados a continuación. Los valores son los ideales duraderos y abstractos de una persona; se distinguen entre “valores finales” que proponen un estado de existencia ideal y final, y “valores instrumentales”, que son los modos de comportamientos ideales para alcanzar los valores finales (Rulla et al., 1997a, p. 451). Rulla distingue los valores naturales, que son aquellos que comprenden los valores sociales, económicos, estéticos, profesionales, etc., de los valores auto trascendencia que constituyen los valores morales y religiosos, estos comportan toda la persona en el ejercicio de su libertad para la auto trascendencia en el amor teocéntrica (cf. Rulla et al., 1997a, p. 451). Por así decirlo, los valores dan sentido a la vida de la persona, le dan una razón por la cual la persona

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vivir y por ende entran en el sistema motivacional y pueden ser vistos como el contenido del Yo ideal. Por su parte, las necesidades son tendencia a la acción derivada de un déficit del organismo o de potencialidades naturales inherentes al hombre que buscan realización. Tienen atributos propios que no derivan de las estructuras sociales o de modelos culturales (Rulla et al., 1997a, p. 442). Son inherentes e innatos a la persona y pueden corresponder a la categoría de “importante para mí”. Pueden ser consideradas como el contenido del Yo actual. En el estudio de la vocación cristiana, Rulla y colaboradores asumen una clasificación de las necesidades tomada de H.A. Murray (1938). Utilizan esta clasificación como variable en la medición del Yo latente con el test de Rotter y el test de apercepción temática. Dicha clasificación se basa sobre la lista de veintiuna necesidades, de las cuales catorce, son considerados necesidades relevantes para la vocación cristiana, es decir que están en relación con los valores auto trascendente en la vocación cristiana. De estas catorces necesidades, siete como variables disonantes o incompatibles con la vocación cristiana y siete como variables neutras o más compatibles con los valores cristianos (ver Rulla et al., 1997a, pp. 430–432). Las actitudes son predisposición a la acción, organizado a través de la experiencia, que ejerce un influjo directivo y/o dinámico sobre la actividad mental y física (Rulla et al., 1997a, p. 441). Una actitud comprende elementos de naturaleza cognitiva, afectiva y volitiva, y desempeñan cuatro funciones: utilitarista, defensiva del yo, de conocimiento y de expresión de valores (Rokeach, M., 1968, p. 130). Las actitudes son adquiridas a través de la experiencia, por lo cual son específicas y personales, su impacto es de naturaleza dinámica y son influenciadas por el componente cognitivo y emotivo, siendo éste último más duradero en el tiempo y con tendencia a permanecer, por eso más difícil de cambiar. Por su capacidad de mediación, las actitudes hacen el enlace entre la percepción y la acción. La actitud de una persona –porque es una predisposición a actuar y no una respuesta en sí– expresará el modo en el cuál responderá delante a un valor y una necesidad. Deseo Racional y Deseo Emotivo, Intencionalidad Consciente. Ofrecida esta panorámica de la persona, se pretende profundizar más en la particularidad de las motivaciones humanas que mueven a la persona en vocación. Una primera afirmación que se puede sostener es que el hombre es a su vez emoción y razón, ambos elementos intervienen en el momento de la toma de una decisión (Cencini & Manenti, 1985, p. 45). A este punto es

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oportuno señalar, quizás pecando de simplicidad, el análisis filosófico de Lonergan al describir el proceso de conocimiento como un esquema en el cual se puede estructurar la teoría respecto a la intencionalidad del sujeto. Lonergan distingue cuatro niveles de operaciones en el hombre. El primero es el empírico que hace referencia al sentir percibir, imaginar, probar sentimientos, hablar, moverse. El segundo nivel es el intelectual o de comprensión, sobre el cual se indaga, se llega a entender, se experimenta eso que se ha entendido, se elaboran presupuestos y las implicaciones que eso tiene. El siguiente es el racional o de juicio sobre el cuál se reflexiona, se individua y se dispone en orden la evidencia, sobre la certeza o probabilidad de una afirmación. El cuarto es el nivel de la responsabilidad o de la decisión sobre el cual la persona se ocupa de sí misma, de sus operaciones, de su finalidad, por la cual se delibera y se busca una posible acción, se evalúa, decide, siguiendo eso que se ha decidido (cf. Lonergan, 1975, p. 31). A todos los cuatro niveles, como el mismo la persona es consciente a sí mismo. Es interesante señalar la capacidad del sujeto el hacerse preguntas, que ayuda a avanzar en el proceso de percepción y de conocimiento. El dinamismo de la intencionalidad consciente según Lonergan, es el que conduce al hombre a la auto trascendencia, que en el sujeto en vocación debería ser teocéntrica ya que su sistema de valores está marcado por los valores vocacionales por el Reino. Esta capacidad se convierte en realidad cuando la persona se enamora, principalmente cuando la persona se enamora de Dios, ya que la intencionalidad consciente se actualiza en el verdadero amor (cf. Lonergan, 1975, pp. 123–125). Así se puede entender que la acción del conocer del hombre no solo depende de aquello que le gusta o le agrada, sino también de aquello que realmente es el bien. En este proceso de conocimiento se mezclan un deseo emotivo o perceptivo inmediato y un deseo racional que merita una reflexión ulterior para el conocimiento verdadero. Dos deseos, uno emotivo y otro racional, ambos que se complementan e interactúan en el proceso de conocimiento, más aún en toda la vida de la persona. Es necesario tener presentes estos elementos para entender que el hombre no es solo un ser capaz de razonar y llegar a verdades por medio de la razón sino que también el deseo emocional interviene y convierte al hombre un ser con corazón. Muchas veces en la formación a la vida consagrada y sacerdotal, se da por supuesto la realidad emotiva, y por lo tanto, se enfoca la formación en la realidad intelectual o racional, y no

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se presta mucha atención a aquello que acontece en el corazón de la persona, aquello que emotivamente le mueve y que le lleva a tomar actitudes, que muchas veces son hasta desconocidas para él mismo. Quizás porque el área emotiva–afectiva es un área problemática y a veces ambigua, que toca la profundidad de la persona, merita una consideración especial. En la formación es necesario ir haciendo un camino de profundización en la propia realidad afectiva, que por ser fatigoso y delicado muchas veces se prefiere dar por supuesto. Entrar en esta área, acompañarla, ayudarla al proceso de maduración, supone que la persona deba entrar en situación de incerteza e inestabilidad, porque problematiza su realidad y disturba un “pseudo equilibrio” que la persona se puede construir en el proceso formativo. Por ser ésta un área delicada y difícil de llegar, en el siguiente desarrollo se mostrará las posibles implicaciones para la formación hoy. Retomando el aporte de Lonergan, se ve que en el cuarto momento de la toma de decisión y acción, la influencia emotiva –que puede ser consciente o inconsciente– toca precisamente la elección y el crecimiento vocacional de la persona. Esta influencia emotiva puede ayudar o reducir el proceso de crecimiento de la persona, es decir, su libertad afectiva para la vocación. Lonergan entiende la voluntad primero como el estado de disposición para una decisión (willingness), como la capacidad de tomar una decisión (will) y como el acto de decidir (willing) (cf. Rulla et al., 1997a, p. 186). Rulla afirma que “las emociones y sobre todo, las de origen inconscientes pueden influenciar y distorsionar en varios modos sea los proceso que llevan al juicio, o aquellos que llevan a la acción” (Rulla et al., 1997a, p. 135). En síntesis, el deseo emotivo, aquél de una evaluación inmediata del objeto basado sobre el “me gusta” – “no me gusta”, podría corresponder a los dos niveles de la vida psíquica antes descritos y puede también corresponder al criterio de parcialidad del “aquí y el ahora”. Por su parte el deseo racional corresponde a una evaluación secundaria y reflexiva basada sobre el “me alegra” – “no me alegra”, en este caso opera el nivel racional-espiritual y seguiría el criterio de la racionalidad con su característica de universalidad y no contradicción. (cf. Cencini & Manenti, 1985, p. 46). Definición de las Emociones Habiendo encuadrado el tema, es necesario saber qué cosa se entiende por las emociones. Por lo general, se tiende a utilizar los términos afecto, sentimiento y emoción en forma análoga, por eso es necesario especificar en qué consisten concretamente las emociones.

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En un primer acercamiento a una definición de las emociones se pueden considerar como, procesos mentales inconscientes, que tienen como finalidad esencial crear un estado de tendencia a la acción, y de preparar a la persona a actuar de una manera determinada frente a un estímulo ambiental particular. Las emociones crean significado a la vida de la persona y son tendencia que en definitiva portan a la acción (cf. Siegel, D.J., 1999, p. 131). El sentimiento se puede concebir como una emoción prolongada, el cual implica un cierto componente de intención o decisión por un lado, y por otro una continuidad en la experiencia o emoción sentida. Abriendo un paréntesis en la argumentación, se nos permita traer a colación un argumento que comúnmente se tiende a sostener. Cuando las personas hablan del enamoramiento, pareciera que se hablara de una situación que poco tiene que ver con la intencionalidad de la persona. Se tiende hablar del enamoramiento como una atracción generada a raíz de una emoción experimentada, que escapa completamente de la decisión personal y que no tiene que ver con un discurrir racional, más bien instintivo. Por ejemplo, cuando se habla de “amor a primera vista”. Ciertamente la noción de atracción, gusto y placer que se puede tener en relación a otra persona, está en conexión con el componente emotivo, pero al catalogar esa emoción o sensación de atracción como un sentimiento, podría significar una percepción errónea de lo que la persona está experimentando. Por eso, es importante rescatar la concepción del sentimiento como una prolongación en el tiempo de una emoción. Desde esta óptica, se puede valorizarse y rescatar el componente de intención en el enamorarse y en el permanecer enamorado. En otras palabras, el sentimiento no se puede reducir sólo a una reacción instintiva, sino que también implica cierto componente de intencionalidad, de compromiso y de entrega por parte de la persona en la relación de enamoramiento. La investigación fenomenológica de Magda Arnold ofrece la siguiente definición de la emoción, que será tomada como base del presente estudio: Las emociones son como una tendencia sentida hacia alguna cosa, evaluado intuitivamente como bueno (beneficioso), o un distanciamiento de cualquier cosa evaluada intuitivamente como malo (perjudicial). La atracción o aversión, se acompañan de un patrón organizado de cambios fisiológicos, de los que se puede acercar o alejar. (Arnold, M. B, 1960, p. 182).

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Diversas Aproximaciones al Componente Emotivo Algunos autores como Arnold (1960) y Siegel (2001) distinguen las emociones de los sentimientos o de las actitudes emocionales. Esta distinción es bastante pertinente y se hace más que todo en relación a los estados y las inclinaciones o disposiciones de las emociones. Se puede hablar así de un sentimiento, de una emoción, de un afecto y que en la mayoría de los casos se toman como sinónimos para referirse a una realidad interior que suscita cambios en la persona. Para Arnold, las emociones tienen un límite de duración, mientras que los sentimientos persisten por un tiempo prolongado en la vida. Ella reconoce que los sentimientos y las emociones tienen una estructura similar, ya que ambos se caracterizan por tener un objeto y una evaluación de dicho objeto, que producen una propensión a la reacción (cf. Frijda, N.H., 2004, p. 64). Hoy en día se siguen empleando los términos indiscriminadamente, para hacer referencia a un mundo afectivo, profundo y a veces desconocido de la persona. Por otro lado, se puede encontrar personas que dan mayor preponderancia al aspecto emocional o a la vez personas que privilegian la razón. En la cotidianidad de la vida y en el proceso de toma de decisiones, bien sea las decisiones diarias y simples o aquellas más complejas y existenciales. En la cultura actual parece que el mundo de los sentidos, el hecho de experimentar y sentir tiene una mayor importancia; en el ámbito de las relaciones, de la vida personal, incluso en el ámbito espiritual, en el que se tiende a valorizar una cierta espiritualidad “sentimentalista” mucho más que afectiva o de los sentimientos. Por ejemplo, un tipo de oración que mueve las emociones, con sus correspondientes cambios como el llanto, el recuerdo, sensaciones, dolor o alegría, son las consideradas como las más eficaces. Para muchos cristianos, sin poner en cuestionamiento su calidad humana, de fe o moral, si no se siente “algo” en la oración quiere decir que no se ha rezado bien, porque Dios no me hace sentir nada. Se podría seguir enumerando diversas situaciones en las que se tiene una comprensión errónea de emotividad y sus consecuentes implicaciones en la vida. Lo importante ahora es caer en la cuenta de que este componente está presente siempre en la vida de las personas, y que un buen conocimiento y manejo de ello puede ayudar a la persona a madurar en su camino de fe. Un componente como el emotivo, de capital importancia sobre todo para el crecimiento vocacional, de opción de entrega a Dios desde una consagración, debe ser trabajado con la mayor seriedad y sinceridad posible. Sin una cierta claridad, conocimiento y una adecuada intervención

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de este aspecto en la formación, se pueden cometer muchos errores y sería difícil una ayuda concreta a la persona, por consiguiente la formación no llegaría a tocar los objetivos que se propone. La formación corre el riesgo de olvidar el elemento afectivo. El ideal sería una formación que pueda integrar el aspecto de virtud, de oración, pero también el aspecto subconsciente, de la libertad afectiva, del descubrimiento del bien real, donde el individuo encuentre el terreno propio para internalizar los valores de Cristo, no como una simple complacencia externa, sino más bien como una adhesión (cf. Imoda, 2005, p. 230). Análisis Fenomenológico de las Emociones Un aporte importante en la teoría de las emociones es el realizado por Magda Arnold (1960;1954;1970;1954). En su estudio ha hecho un acercamiento concretamente al fenómeno de las emociones, estudiando las emociones en su concepción más pura, cómo surgen y se desarrollan posteriormente. Ella estudia las emociones mucho antes de la acción concreta o la manifestación emotiva. Da un enfoque novedoso, ofreciendo así una mirada más realística de cómo la persona se emociona en su vida. Su análisis se puede describir brevemente de la siguiente manera. Es necesario recordar que son varios los elementos que entran en juego en el formarse las emociones, por ejemplo el elemento psicosocial, el elemento cognitivo y diversos componentes internos. Como su pretensión es mostrar lo que ocurre antes de la emoción, su interés se centra en el cómo se originan las emociones, por lo cual es un análisis fenomenológico, que no se centra solo en la emoción sino, principalmente en lo que está a la base de tal o cual emoción. La definición de las emociones que se ha mostrado antes, indica la importancia de la evaluación como elemento característico de las emociones, que la diferencia de una simple percepción. La emoción tiene un objeto, que afecta a la persona y es conocido en alguna manera (cf. Arnold, M. B, 1960, p. 171). Por su parte desde que la emoción tiene un objeto, este objeto es valorado bien sea para acercarse o para alejarse de él, por la valoración o appraisal. Esta valoración no es abstracta sino más bien concreta e inmediata, no es fruto de la deliberación, ni es el resultado de la reflexión. Es decir, que el origen de la emoción no depende de un componente racional, si bien de ella se puede obtener un aprendizaje, su origen no dependen de la racionalidad (cf. Arnold, M. B,

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1960, pp. 172–173). La percepción y la emoción forman parte de un mismo sistema que está al origen cada emoción, por lo cual no se pueden separar. Es un proceso casi que imperceptible e inmediato que ocurre antes de realizarse la acción. La percepción se completa con la evaluación, éstos son dos procesos distintos pero la evaluación siempre es antecedida por la percepción (cf. Arnold, M. B, 1960, p. 176). Con el paso de los años, la persona va aprendiendo diversas maneras de responder a diversos estímulos y de diversas maneras, las cuales permanecen como un residuo emocional, que le ayudará en futuras situaciones. Por eso son inseparables los elementos de la cognición y del juicio intuitivo, al cual le sigue el juicio reflexivo, racional y deliberado. En fin, “la percepción es completada por una evaluación intuitiva que da origen a la emoción, por lo que la secuencia percepción-evaluación-emoción viene antes de la secuencia emoción-expresiónacción” ( Arnold, M. B, 1960, p. 182). Esta es precisamente la secuencia en la que se quiere profundizar al hablar de las emociones. Si ya la emoción tiene un componente de evaluación, presupone un cierto conocimiento, que debe ser tomado en cuenta para saber sobre todo el origen de las actitudes emocionales que las personas pueden tomar de frente a una u otra circunstancia. Se pueden reconocer dos componentes en las emociones. Un componente estático, que es la valoración del objeto, porque todo lo que percibimos, imaginamos o recordamos puede ser valorado como bueno o como malo, como deseable o no deseable para mí, aquí y ahora. Ésta consiste en la aceptación o rechazo del efecto que produce en nosotros una situación determinada. Se caracteriza por ser intuitiva e inmediata, por lo que tiene lugar antes de toda reflexión. Por otra parte está el componente dinámico, constituido por el impulso y atracción de eso que se valora como placentero, satisfactorio para mí, o por el alejamiento o rechazo de eso que se valora como desagradable, insatisfactorio para mí, aquí y ahora (cf. Rulla et al., 1997a, p. 121). Siguiendo con el análisis ofrecido por Arnold, vemos que surgen unos efectos residuales de las emociones como por ejemplo, las actitudes emocionales, que son el residuo de la experiencia de la emoción y en la que cada emoción tiene su raíz (cf. Arnold, M. B, 1960, p. 186). Las actitudes emocionales de la persona surgen de esas experiencias emocionales y repercuten en las diferentes actitudes que la persona va tomando delante a diversas situaciones y

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percepciones. A estas actitudes le corresponden diversos cambios físicos y comportamentales, que se transforman en una habitual reacción emocional que la persona asume y tiende a repetir. Existen también las actitudes intelectuales. Éstas no se forman necesariamente de una emoción, pero en ellas las emociones pueden jugar un papel importante, bien sea en su formación y en su conservación. Las actitudes emocionales derivan de convicciones, de evaluaciones hechas en base a valoraciones racionales que van mucho más allá de una simple valoración de la situación presente. Las actitudes emocionales serán entonces las reacciones habituales que se usan delante a una emoción y situación, que puestas en acto se convierten en hábito (cf. Cencini & Manenti, 1985, p. 54). Hay un constante paso en la persona, de una tendencia emocional a una actitud emocional, que puede convertirse luego en un hábito emocional, por lo que se puede hablar de emociones duraderas (cf. Arnold, M. B, 1960, p. 198). En la vida de cada persona estas actitudes emocionales tienen una importancia capital. Por un lado, ellas muestran el modo y la dinámica que la persona ha aprendido a lo largo de su vida y de su desarrollo humano y afectivo, por otro lado, el conocimiento de esas actitudes permitirá a la persona –en este caso al sujeto en vocación– descubrir el modo en el cuál puede encaminar sus actitudes emocionales hacia una entrega más plena y consciente a Dios. Evidentemente ya en una elección vocacional, se estaría hablando de una elección, al cuarto nivel de operación del que habla Lonergan, que necesariamente pasa por el componente emotivo; más aún debería tener una carga de emotividad tal para mover a la persona hasta la decisión. Memoria Afectiva Como se ha señalado anteriormente, las emociones echan mano de un componente cognitivo, que permite a la persona crear patrones, memorizarlos y usarlos, permitiéndole responder emocionalmente a nuevas situaciones. Estos patrones pueden ser aprendidos, y con el tiempo se pueden convertir en actitudes habituales de reaccionar. El desarrollo emotivo procede paralelamente al desarrollo cognitivo. Cuando el niño aprende a hablar, el desarrollo emotivo asume una dimensión nueva, porque las emociones pueden ser expresadas, pueden ser objeto de reflexión, se pueden compartir y comprender de alguna manera su naturaleza, sus causas, sus consecuencias y adquirir una modalidad para manejarlas (Schaffer, p. 150). Hablar de las emociones significa ser en grado de construir una imagen objetiva de los sentimientos propios y de los otros, por eso, es un acto que presenta

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notables implicaciones en el desarrollo emotivo de la persona e incrementa ampliamente la oportunidad de relacionarse y de comprender las relaciones interpersonales (Schaffer, p. 152). La memoria en este sentido juega un papel fundamental, el hombre no vive las experiencias siempre como nuevas, sino que con el desarrollo va reconociendo las situaciones y las asocia con las experiencias vividas y con el modo que ha podido aprender y responder. La memoria implica modelos mentales, comportamiento, imagines y emociones. Así se puede hablar de una memoria implícita, perceptiva y de una memoria emocional que evoca los diversos episodios emocionales que la persona ha vivido, ésta le ayuda a reconocer las situaciones y a actuar según a aquello que ha aprendido (cf. Siegel, 2001, p. 29). En muchas situaciones se debe aprender a reconocer emocionalmente las experiencias pasadas que influencian las respuestas futuras. En este sentido la memoria afectiva es aquella que permite vivir situaciones nuevas, haciendo uso del bagaje emotivo de la memoria. En el mismo recuerdo se pueden olvidar tantos elementos específicos como lugar, persona y cosas, que forman parte de la modalidad específica de la memoria. Pero la modalidad afectiva de la memoria deja como una estampa en la persona, que le permite evaluar las situaciones de acuerdo con los afectos y emociones que ha experimentado. La memoria intuitiva de la que se ha hablado anteriormente, se ve afectada por el tipo de memoria afectiva, ésta última es indispensable en la vida de cada persona porque la pone en contacto con la historia personal emotiva, con las experiencias vividas y le permite recordar, imaginar y estimar las diversas situaciones basándose en las situaciones vividas (cf. Arnold, M. B, 1970, pp. 173–177). Por lo general se olvidan las situaciones concretas que han dado origen a tal o cuál actitud emotiva en la persona, de alguna manera pasan al subconsciente que reprime la situación concreta, aunque permanece la actitud aprendida o desarrollada, que ha dejado su impronta en la persona. Cada historia es personal y cada uno desarrolla un modo de actuar o reaccionar delante diversas situaciones. De aquí se ve necesario reconocer esos residuos emocionales, actitudes emocionales o memoria afectiva en la persona, esos que pueden haber quedado en el subconsciente y que pueden ser de defensa o de gratificación según cada emoción. Rulla precisa que, la memoria afectiva puede ser consciente o inconsciente. Conscientemente se pueden recordar situaciones, objetos o personas, que en un pasado tuvieron

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una carga emotiva en la percepción y vivencia de la emoción, de manera que la memoria puede revivir tal situación emotiva, con ése residuo agradable o desagradable, que se puede traer al presente con cada situación nueva. Por su parte, la persona puede sentir atracción o repulsión por una persona por ejemplo, que recuerda otra persona o figura significativa en su vida, sin darse cuenta el por qué, o tal vez relacionarlo con una situación afectiva del pasado, por lo cual puede estar realizando una evaluación o juicio inadecuado en el presente (cf. Rulla et al., 1997a, pp. 78–79). Es necesario dar un paso más. ¿Cómo es posible encuadrar estos elementos en el sistema motivacional de la persona? ¿Qué es concretamente lo que mueve a la persona a tomar una decisión o a hacer una elección vocacional? ¿Cómo mirar al hombre desde una perspectiva más amplia en su totalidad y unicidad? No se puede perder de vista el horizonte mucho más amplio y abierto de ver al hombre como un misterio, llamado a ir más allá de sí mismo al encuentro de los otros y del Otro. Las Emociones en el Sistema Motivacional Las Motivaciones Humanas En el proceso de formación a la vida consagrada y sacerdotal, las motivaciones tienen un papel fundamental en el desarrollo de la vocación. Todas las acciones que una persona realiza en su vida están basadas sobre motivaciones que lo empujan a actuar de una u otra manera. Las motivaciones pueden ser conscientes o no claramente reconocibles. Es menester decir desde ya, que no existen motivaciones humanas completamente inconscientes, ya que antes del accionar emotivo existe en cierta manera una evaluación, como se ha visto anteriormente en el análisis fenomenológico de las emociones. Existe así, un cierto grado de consciencia por parte de la persona, de aquello que lo mueve o empuja a la acción (cf. Rulla et al., 1997a, p. 130). Pero existen motivaciones de las que la persona no es consciente. Es por eso que las motivaciones son ambiguas, ya que en ellas se mezclan elementos conscientes e inconscientes. Por su parte se ha visto que la persona puede tener motivaciones que pueden provenir de un deseo racional o de un deseo emotivo, que en el proceso de decisión deberían ir en correspondencia e integración recíproca. Esto no significa que deban ser la misma cosa, sino que

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se deben ir integradas de forma tal que sean decisiones maduras y equilibradas en correspondencia con el sistema de valores de la propia persona. Las motivaciones y las emociones tienen una raíz común que viene del latín “movere” – mover. Las emociones mueven al igual que las motivaciones (cf. Allport, 1961, p. 198), por lo que cada comportamiento significativo que la persona realiza es causado, es decir algo directa o indirectamente lo ha suscitado y lo lleva a moverse hacia aquello que quiere conseguir. Son muchos los autores han tratado el tema de las motivaciones en la vida de las personas, dando posibles explicaciones acerca del origen y la naturaleza de las motivaciones humanas (cf. Allport, 1961, pp. 198–206). No corresponde a aquí hacer un repaso de todas las teorías de las fuentes de la motivación, pero por señalar alguna, Freud creía que la fuente de la motivación humana estaba en los instintos, como aquél de la vida como la sexualidad y de la muerte, como la agresión (cf. Allport, 1961, p. 205). Se puede hablar de pulsiones y necesidades como fuentes internas de motivación, pero pueden también existir fuentes externas de motivación como los condicionamientos sociales, culturales e interpersonales que pueden también influenciar en la estructura motivacional de la persona. Dos criterios salen en el sistema motivacional de la persona, que Rulla desarrolla tomándolos de autores como Lonergan y Hildebrand: el “importante para mí” y el “importante en sí mismo”(cf. Rulla et al., 1997a, p. 116). Estas categorías son esencialmente diferentes. Lo importante subjetivamente dice que el objeto es importante en cuanto es agradable, satisface la persona aquí y ahora, si no lo fuese dejaría de interesarle o importarle y sería algo neutral o indiferente. Por su parte lo intrínsecamente importante, o importante en sí mismo no depende del efecto que causa en la persona, prescinde de la persona para ser importante o relevante. En general esta última porta a la auto trascendencia como respuesta a un valor. Un valor es un ejemplo de la segunda categoría de importancia en cuanto que tienen una ponderación universal como se ha referido antes (cf. Rulla et al., 1997a, p. 112). Si bien es cierto que las motivaciones con el desarrollo de la persona pueden ir cambiando y modificándose, reelaborándose e intensificándose, pueden a veces responder más a criterios racionales o a criterios emotivos, también es cierto que se pueden ir educando o direccionando, porque siempre están presente en la persona. ¿Pero cómo se puede entender un sistema motivacional maduro, que esté construido sobre cimientos sólido de valores vocacionales válidos y reales? Como se ha señalado

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anteriormente –cuando se ha hablado de los contenidos del Yo, a propósito de las necesidades y valores como tendencias a la acción– las necesidades son como tendencias innatas de las personas que las empujan a la acción, relacionadas con la categoría de “importancia para mí”, en relación más con la evaluación intuitiva, placentera y satisfaciente para la persona (Rulla et al., 1997a, p. 125). Por su parte, los valores tocan de la misma manera los tres niveles de la vida psíquica de la persona por lo que, las necesidades pueden estar ligadas más a los niveles psicofisiológico y psicosocial. Según Kelman (cf. 1961, pp. 62–66) existen tres modos de ser motivados: la complacencia, la identificación o la internalización. La complacencia ocurre cuando una persona acepta la influencia de otro persona o de un grupo porque espera conseguir una reacción favorable de los demás, sin una convicción acerca del contenido de su comportamiento. Entra en juego el componente de punición o recompensa, con un fuerte sentido de un agente de control, por lo que el comportamiento de la persona dependerá de la presencia de alguno que lo observe. Por su parte, la identificación se refiere a la persona que adopta un comportamiento porque le sirve para establecer o mantener una relación gratificante con otra persona o grupo, de manera que le permita satisfacer la definición de sí, o el rol de sí en el grupo. Su imagen delante a una persona o grupo será según las expectativas de éstos; dependiendo mucho más de la atracción a una persona o grupo. La identificación es similar a la complacencia en el sentido de que su contenido es intrínsecamente gratificante. Por último, la internalización ocurre cuando un individuo acepta influencias que inducen al comportamiento porque son congruentes con su sistema de valores, los cuales son intrínsecamente gratificantes, es decir le conducen a la maximización de su sistema de valores. Es así como, la internalización significa introducir alguna cosa en el propio ser, hacerlo propio, reconociendo una identidad personal, porque es válido en sí y en otro, porque es creíble (cf. Cencini & Manenti, 1985, pp. 293–294). Para Rulla, en la vocación cristiana este proceso corresponde a la internalización de los valores vocacionales auto trascendentes como lo son: unión con Dios, la secuela de Cristo (amando como él nos ha amado), un corazón casto, pobre y obediente (Rulla et al., 1997a, p. 317). La internalización debe surgir de un proceso integral de toda la persona, no sólo como una capacidad racional sino que unida a los aspectos emotivo-afectivos, de voluntad y cognitivo, sea un todo integrado de forma armónica.

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Una Mirada del Hombre en Tres Dimensiones Como se ha dicho desde el inicio, la pretensión de esta resumida presentación es tener una visión del hombre integral. Esta visión debe tomar en cuenta, no sólo una parte de su dinámica interna sino el conjunto y la unidad de la dinámica de la persona. Se debe tener presente las manifestaciones internas y externas que la persona manifiesta, la influencia del ambiente y los componentes emotivos y racionales, sus necesidades y valores, las disposiciones que tiene y las actitudes que utiliza en su vida. En fin, que no sea una visión reduccionista de la persona humana. En este propósito Rulla ofrece una visión a tres dimensiones del hombre, que aunque distintas entre sí cualitativamente, responden a la dialéctica de base presente en la persona, por lo cual no se pueden concebir separadas de la unidad de la persona humana. Seguidamente se describirá de modo rápido en qué consisten las tres dimensiones. La primera dimensión es aquella prevalentemente consciente, que toca la capacidad hacia la virtud o el pecado, ligada a los valores auto trascendente. La tercera dimensión prevalentemente inconsciente, toca la capacidad del obrar normal o patológico, ligada más a los valores naturales. La segunda dimensión, es aquella en la que el inconsciente y la represión inconsciente se encuentran más o menos presentes, sin que la presencia implique una tendencia a actuar psicopatológicamente, ligada a los valores conjuntos naturales y auto trascendentes (cf. Rulla et al., 1997, p. 77, 168-169). Son entonces, predisposiciones psíquicas del sujeto, consideradas como el fruto de la dialéctica de base presente en la persona. Se forman y se desarrollan con el proceso de crecimiento de la persona, y de la interacción con los valores que encuentra, de las cuales surgen tres disposiciones diversas frente a los valores. Como se ha dicho antes, los valores naturales y auto trascendentes morales y religiosos, no se presentan como valores puros sino que más bien vienen mezclados entre sí. Rulla encuentra en esa relación constante del hombre con los valores la capacidad de intencionalidad consciente de la persona. El sujeto se orienta verso los valores y debido a su capacidad de auto trascendencia, se puede orientar hacia los valores auto trascendente, desarrollándose así un Yo auto trascendente. Es allí, en esa apertura a los valores auto trascendentes, donde se encuentra la base una vocación cristiana (cf. 1997b, pp. 165–167).

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Segunda Dimensión (Bien Real y Bien Aparente) Dejando a un lado la primera y la tercera dimensión, no por su mayor o menor importancia, que como se ha dicho forman parte de la única personalidad del sujeto, más bien por el interés y la resonancia que tiene la segunda dimensión en el tema aquí tratado. En la segunda dimensión vienen encontradas estructuras conscientes e inconscientes del Yo, con una prevalencia en la dinámica “consistente” e “inconsistente”. En la dialéctica de base de cada persona entre su Yo actual y su Yo ideal, se da la relación entre los valores (conjuntos –naturales y auto trascendentes), las necesidades y las actitudes. Las actitudes establecen el nexo que permite darle al hombre la fuerza y dinámica entre eso que necesita y desea con eso que aspira como valor o ideal. Las actitudes ponen en evidencia las emociones, que vienen muchas veces cargadas de ambigüedad, precisamente por las muchas posibilidades de interpretación, desarrollo, manifestación y de complejidad. En la formación a la vida religiosa y sacerdotal, sobre todo en años precedentes, se hacía mucho hincapié en las dimensiones de virtud-pecado y de patología-normalidad. Se formaba y evaluaba la persona bajo estas categorías sin una mayor profundización. Hoy en día, se ha desarrollado una visión más integral del hombre después del concilio Vaticano II. Esto ha permitido a los formadores ir profundizando en las motivaciones vocacionales de la persona en formación. La psicología con sus herramientas, ha podido ayudar mucho en el discernimiento vocacional (cf. Congregación para la Educación Católica, 2008), sobre todo desde una perspectiva interdisciplinar como viene reseñada al inicio de este trabajo. La segunda dimensión, por ser aquella en la que están presentes elementos conscientes e inconscientes (no patológicas), se encuentra la dicotomía entre el bien real y el bien aparente o del error no culpable. El consciente e inconsciente se consideran aquí como uno solo porque la persona tiene el inconsciente como un componente normal (Rulla et al., 1997a, p. 171). El trabajo pedagógico del formador debe llegar a tener un impacto en esta dimensión de manera tal que la elección y la vocación se pueda desarrollar desde una libertad afectiva más plena y verdadera. Rulla y sus colaboradores hablando de la formación en la vocación sacerdotal y religiosa sostienen que, en esta segunda dimensión es donde principalmente la persona puede internalizar y asimilar los ideales auto trascendentes de Cristo, ya que el individuo es llamado a internalizar estos valores en su opción vocacional, encontrándose con la dificultad de la presencia de

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aspectos que a veces son de tipo inconscientes que pueden dificultar el crecimiento vocacional (cf. Rulla, Imoda, & Ridick, 1988, p. 115). Puede haber influencias emotivas conscientes e inconscientes en las tres dimensiones. Éstas pueden obstaculizar o ayudar en el crecimiento vocacional, limitar la libertad afectiva para los valores auto trascendente, los cuales se manifiestan en diversos modos y grados para las tres dimensiones. Pero, la limitación de la segunda dimensión es más grande de la primera dimensión, sobre todo por la influencia del inconsciente. De hecho la libertad afectiva permanece a favor de la persona que es consciente, lo que permite al sujeto de hacer una decisión libre a favor suyo (Rulla et al., 1997a, pp. 186–187). Consistencia e Inconsistencia y la Centralidad Hasta aquí se ha ofrecido un panorama que permite vislumbrar un horizonte de interpretación de la realidad de la persona bajo una perspectiva integral. Tal vez abusando de simplicidad, pero que paranlos objetivos aquí puestos, pueden servir para ser aplicadas en la praxis concreta de la misión educativa y formativa. Como se ha dicho recientemente, la segunda dimensión ofrece elementos que son prevalentemente inconscientes porque la persona los concibe como normales, esto hace que surja una madurez o inmadurez espontánea en el sujeto, que se mueve entre el “bien real” y el “bien aparente” o en “el error sin culpa”. Cuando se habla de consistencia o inconsistencia se quiere entender precisamente el grado de madurez o inmadurez de la persona, en cuanto hace referencia a los valores auto trascendente de su elección vocacional. Esta consistencia o inconsistencia puede presentarse con un cierto grado de centralidad, que puede favorecer o perjudicar crecimiento en el camino de la persona en vocación. Dicha vocación consiste principalmente en la auto trascendencia por el amor teocéntrico. El término consistencia se refiere a la idea de integridad, armonía y no contradicción. Un individuo es consistente cuando es motivado a nivel consciente o inconsciente, de necesidades que van de acuerdo con los valores y es inconsistente cuando es motivado de necesidades (inconscientes) que no van de acuerdo con los valores. Como se ve, el elemento central está constituido de la relación de las necesidades con los valores, aunque las actitudes vienen a determinar la consistencia o inconsistencia en modo subordinado a esta relación (cf. Cencini & Manenti, 1985, pp. 122–124).

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La noción de centralidad hace referencia la significatividad de la consistencia o inconsistencia en el conjunto de las motivaciones de la persona, es decir en cuanto a la psicodinámica de la persona. Para que una consistencia o inconsistencia sean centrales es necesario que tenga tres condiciones o factores que Rulla describe de la siguiente manera. Primero, el atributo del Yo debe ser relevante en término negativo –en caso de la inconsistencia– o positivo –en caso de la consistencia– en orden a alcanzar los fines vocacionales que la persona se propone. Segundo, el mismo atributo debe ser de importancia central como objeto de atracción o de repulsión afectiva por parte del yo actual de la persona, que puede ser presente consciente o inconscientemente y está en acuerdo o en desacuerdo con el yo ideal de la persona. Tercero, se debe considerar la adecuación de las fuerzas usadas por el individuo en su esfuerzo por alcanzar los objetivos vocacionales que se ha propuesto (cf. Rulla et al., 1997a, pp. 302–304). Teniendo en cuenta estos elementos, sobre todo en la formación a la vida sacerdotal y religiosa, la persona podría identificar sus necesidades concretas –un trabajo nada fácil–, aquellas que en ella prevalecen, luego de esto debería ver cuáles son acordes o corresponden a los valores que proclama, con su ideal. De esta manera, corresponder a los criterios y valores por los que ha optado, y con la ayuda del discernimiento, hacerse más autónomo, libre y capaz de vivir una vida madura y en constante crecimiento vocacional. La intención de todo este proceso es que el sujeto pueda pasar del reconocimiento de su necesidad al reconocimiento de su verdad, es decir, que pueda darle nombre a lo que siente y va experimentando, que pueda enfrentar las cosas por lo que son realmente y así poder caminar en sintonía a su sistema de valores. Sólo en su propia verdad podrá descubrir y caminar a la Verdad de su vida, Dios (Jn. 8:32) (cf. Cencini, 1998, pp. 98–99). Implicaciones Pedagógicas en la Tarea Formativa Un Camino de Comprensión de las Emociones En la perspectiva integral de la que se viene hablando, esa que intenta ver la persona no en partes separadas e independientes, sino como un todo unificado, en el que los elementos psicológicos, espirituales, intelectuales, comportamentales y sociales se ponen en diálogo y en relación, se puede llegar a entender la importancia del componente emotivo en la vida de cada persona.

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Se ha señalado el deseo racional que caracteriza la persona humana, estrechamente ligado al componente emotivo que lo agranda y le da fuerza, proporcionándole una carga afectiva que permite asociar el objeto del deseo desde ambos componentes. Habiendo hecho un rápido recorrido por las estructuras, contenidos y dinámica psíquica de la persona, ahora es posible ver cómo el componente emotivo toma lugar en el sistema motivacional de la persona en vocación, más aún se ha puesto en relieve su indispensabilidad en el camino de crecimiento vocacional para la internalización de los valores auto trascendentes por el Reino. Cuando se habla de emociones se piensa muchas veces sólo en la manifestación y en los cambios físicos que ellas provocan en la persona. A veces se reduce al hecho de sentir una emoción como algo que afecta a la persona y no como un elemento que puede ayudar al crecimiento y a la realización de los propios ideales vocacionales como una herramienta fundamental. Es necesario conocer estos movimientos internos que se experimentan, en palabras poéticas, es necesario “conocer el propio corazón”. Como se ha mostrado la dialéctica de base, muestra también la dialéctica de un corazón humano que es y que quiere llegar a ser. El hombre dentro de sí encuentra dos realidades, que según Manenti (cf. 2013, pp. 18–19), se pueden identificar como la imagen del corazón grande y el corazón pequeño. Dos realidades del mismo y único corazón. Cuando se ve al hombre que vela por el resguardo de su propia integridad personal y al mismo tiempo se abre a realidades que lo superan, es decir a la auto trascendencia. Hablar del corazón en esta perspectiva es hablar del ser humano, en el que estas dos categorías de importancia coexisten en el mismo y único corazón, es decir aquella de lo “importante para mí” y lo “importante en sí mismo”. Por su parte, es necesario recuperar la “experiencia fundante” de fe de la persona en vocación. Si el diálogo interdisciplinar ha ayudado a poner en relación diversas disciplinas para una aproximación más completa y elaborada de la persona humana, no se puede dar por supuesto el aspecto de fe, del cual se desprenden muchas consecuencias para el sistema motivacional de la persona en vocación, para su crecimiento y para el discernimiento, sobre todo en la primera y segunda dimensión. Esta última en especial, donde el bien aparente y el bien real se presentan haciendo reclamo del discernimiento, como elemento fundamental para el crecimiento de la persona en vocación y en formación.

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Sentimientos del Hijo La invitación de San Pablo en su carta a los Filipenses (2:5) exhorta a la comunidad cristiana a tener entre ellos los mismos sentimientos de Cristo. La exhortación del apóstol es a reconocer precisamente la kenosis de Cristo, es decir, a reconocer a ése que se ha hecho hombre para asumir la naturaleza humana con todo lo que ella conlleva: sufrimientos y alegrías, aciertos y desaciertos, problema y responsabilidades, y por supuesto el aspecto emotivo y de los sentimientos. Tener los mismos sentimientos del Hijo es el objetivo central de la formación a la vida consagrada y sacerdotal. Ya la exhortación apostólica Vita Consecrata (1996, 65), dice: “el objetivo de la formación debe ser el de un itinerario de progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo hacia el Padre”. Si este es el objetivo central de la formación todo el empeño del formador y del formando estarán en entrar en el modelo de la kenosis de Jesús, que se hace uno con cada hombre y mujer, mostrando el camino de su seguimiento. El consagrado está llamado a asemejarse cada día más a él, asumiendo su vida y su cruz, no como simple imitación exterior sino como internalización de su persona, de su comportamiento, de su Corazón. Los sentimientos muestran la parte más humana del Yo, muestran sus sueños y motivaciones, por muy instintivos e inmediatos que sean, pueden también ser evangelizados y ser expresión de una conversión de vida, de alcanzar también la profundidad psíquica del sujeto, de su vida de instintos y emotiva, a nivel consciente o inconsciente (Cencini, 1998, pp. 30–31). Ayudar el corazón humano a interiorizar estos mismos sentimientos de Cristo, es ayudarlo a dejarse tocar en lo más profundo de sí por la presencia transformadora de Jesús, es conducirlo para que aprenda a amar como el Corazón Divino. El sujeto en formación tiene la misión de asumir con responsabilidad y firmeza este camino, con la conciencia de que le ocupará toda la vida. A su vez el formador debe ayudar en este camino a proporcionar las disposiciones, las herramientas con el acompañamiento atento y de calidad, tomando en cuenta los diversos elementos de la antropología, sirviéndose de las herramientas de las ciencias como la psicología y la teología. En fin ayudar a la persona a reconocer su propia verdad y que su elección y perseverancia sean hechas desde una libertad afectiva real.

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El Discernimiento como Clave Pedagógica El discernimiento es la actitud de constante búsqueda de la voluntad de Dios. En la vida de la persona en vocación, el discernimiento se concreta en la capacidad de apertura a Dios, al mundo y a los hombres que lo ponen en referencia existencial con su realidad. Hoy la relación de ayuda al discernimiento por parte del director espiritual se entiende no solamente como, ayudar a la persona a descubrir la voluntad de Dios, sino más bien como aquél que se pone también en discernimiento de su propia vida para discernir juntos, para una comprensión más madura de la llamada de Dios que habla en ellos por medio de su Espíritu (cf. Green, 2007, p. 13). La ayuda pedagógica implica la disposición de ambos, el formador y el formando, el acompañante y el acompañado, un cristiano y otro, en la difícil tarea de búsqueda de la propia verdad de su vida en la vocación. San Ignacio de Loyola en sus ejercicios espirituales ofrece un método que ayuda a entrar en actitud de discernimiento la propia vida. Por ser el fin de los ejercicios espirituales “vencerse a sí mismo y ordenar la vida, sin determinarse por afección alguna por desordenada que sea” (Ignazio di Lojola, 1984, p. 21) , su método puede ayudar a releer la vocación en actitud de constante búsqueda de Dios, de lucha delante a sí mismo y de las afecciones desordenadas, es decir, esas actitudes emotivas poco favorables para el crecimiento de la persona. Sus ejercicios espirituales en cuatro semanas ponen al ejercitante en una actitud de vida que lo dispone al discernimiento, por lo que podemos afirmar que es un verdadero camino formativo. Porque la formación con todos sus elementos debe ayudar a la persona a estar siempre en actitud de búsqueda de la voluntad de Dios, a ordenar su propia vida a Él, a mantener su corazón libre de afectos desordenados para que tenga cada vez más un corazón libre y disponible para amar en su Amor. En el proceso de formación hacia una más clara y realísta consideración de los afectos en el camino de cada persona, el discernimiento puede ser una herramienta muy útil para entrar en la dinámica de constante búsqueda de la voluntad de Dios. El discernimiento entre el “bien real” y el “bien aparente”, entre aquello que está en el fondo de las motivaciones más inconscientes de la persona para rendirla más libre afectivamente para aferrarse a los valores auto trascendente. La fenomenología de las emociones que se ha desarrollado anteriormente pone en evidencia la necesidad de conocer el origen de las emociones y los afectos para tener una mayor consciencia de la propia realidad. Cómo la persona experimenta la percepción, la memoria

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afectiva que viene fuera con la percepción, la evaluación de la percepción, bien sea intuitiva o reflexiva, la tendencia a la acción, todos elementos de la dinámica interna de la persona. Esto vale también para la vida de discernimiento que se está proponiendo. “En el discernimiento espiritual es necesario el conocimiento de los propios sentimientos que se deben distinguir y evaluar, por eso es indispensable un encuentro con los propios sentimientos” (Green, 2007, p. 24). Hacia una Pedagogía que Apunte al Corazón Una concepción antropológica está siempre a la base de cualquiera espiritualidad, psicología, filosofía o teología ya que son en el fondo intentos de poner en el horizonte humano su misma realidad, buscando comprender y asimilar su propio misterio. Quizás parezca fuera de lugar, pero es posible pensar en un modelo perfecto de afecto y de emotividad como lo es el del sagrado Corazón de Jesús. Una vida basada en la entrega oblativa, en la asimilación de los mismos sentimientos de Cristo hacia el Padre y la humanidad, en el Amor incondicional como el de Jesús, la disposición de entrega y sacrificio, en fin de un Corazón que se ha donado completamente porque ha sabido trascender el amor egocéntrico para convertirlo en un amor teocéntrico. Hablar en clave de afectos y emociones es intentar desarrollar una formación que toque el corazón de la persona, su ser más profundo, es intentar llevar a la persona a su verdad más verdadera, que traerá como consecuencia un conocimiento, comprensión y manejo de sus actitudes, tendencias y hábitos emotivos, que lo puedan llevar a la internalización de estos valores del Reino en su propia vida y vocación, sobre todo para rendirlo más libre y en definitiva más feliz en su auto donación como a ejemplo de Cristo Jesús. Pero ¿Cómo ayuda el análisis fenomenológico de las emociones a este propósito? El análisis fenomenológico ayuda a ver que cada persona en su unidad y totalidad es única. Es necesario entender que detrás de cada comportamiento, actitud o modo de actuar de una persona, hay una historia emotiva, llena de recuerdos de momentos de luces y sombras, con cargas emotivas que han dejado una estampa en ella, que puede tener elementos conscientes e inconscientes, episodios traumáticos y de felicidad, que poco a poco debe ir integrando y armonizando. El acompañamiento vocacional debe hacer posible que la persona se dé cuenta de su propia realidad, de su propia dinámica, de su mundo afectivo y de su propia dialéctica. El acompañante o formador debe tener las herramientas necesarias para poder guiar y formar una

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actitud de discernimiento continuo y de crecimiento hacia una verdadera internalización de los valores vocacionales de Cristo en la persona. Por otro lado, ayuda a entender que cada proceso de acompañamiento es diverso, que se debe no solo intentar entender a la persona sino también ayudarla a entenderse a sí misma, que se haga consciente de sus limitaciones, historia y las razones que han llevado a tomar tal o cual actitud. Más aún conocer las propias emociones, ponerles nombre y ser consciente de su origen y su dinámica ayudará a la persona a ponerse en confronto con sí misma, lejos de la simple respuesta de “soy así” “no puedo cambiar”. El acompañamiento, bien sea espiritual o de intervención terapéutica debe ayudar a la persona a ponerse de frente a su realidad, a su propio misterio. Debe hacer consciente a la persona de su modo de funcionar, de su psicodinámica interna, en un proceso lento y paciente. Esta intervención pedagógica le ayudará a crecer en madurez y disposición consigo misma, con los otros y con el totalmente Otro, Dios. Para la vida espiritual, y sobre todo para la vida afectiva una aproximación al componente emotivo contribuirá a tomar decisiones más integrales, que impliquen toda la persona en su unidad y totalidad. Lejos del riesgo de una falsa imagen de sí, de una división de vida, se apuntará más a una integralidad y una armonía de los diversos elementos en la propia vocación. Esto no significa que desaparezcan los problemas en la vida de la persona. Si algo ha mostrado el análisis hecho es que la capacidad del hombre de hacerse preguntas es ilimitada, que la dialéctica de cada persona no desaparece sino que más bien es fuente de energía y lo mueve a auto trascenderse mucho más allá de sí mismo hacia el amor teocéntrico. La dialéctica entre el Yo actual y el Yo ideal, movido por los ideales vocacionales internalizados y por la fuerza de sus necesidades, ayudarán a la persona a estar siempre en camino y en vigilancia, en clave de una constante conversión.

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Indice

Abstract ............................................................................................................................... 2 El rol del componente emotivo en la formación del sujeto en vocación. Importancia de las emociones en el sistema motivacional de la persona en vocación e implicaciones en la tarea pedagógica. ..................................................................................................................................... 3 La Persona en Vocación .................................................................................................... 4 Antropología Interdisciplinar .......................................................................................... 4 Elementos de la Personalidad: Estructura y Contenidos................................................. 4 Deseo Racional y Deseo Emotivo, Intencionalidad Consciente. .................................... 7 Definición de las Emociones .......................................................................................... 9 Diversas Aproximaciones al Componente Emotivo ......................................................11 Análisis Fenomenológico de las Emociones................................................................. 12 Memoria Afectiva ......................................................................................................... 14 Las Emociones en el Sistema Motivacional .................................................................. 16 Las Motivaciones Humanas .......................................................................................... 16 Una Mirada del Hombre en Tres Dimensiones ............................................................. 19 Segunda Dimensión (Bien Real y Bien Aparente) ........................................................ 20 Consistencia e Inconsistencia y la Centralidad ............................................................. 21 Implicaciones Pedagógicas en la Tarea Formativa ...................................................... 22 Un Camino de Comprensión de las Emociones ............................................................ 22 Sentimientos del Hijo.................................................................................................... 24 El Discernimiento como Clave Pedagógica .................................................................. 25 Hacia una Pedagogía que Apunte al Corazón ............................................................... 26 Bibliografía ....................................................................................................................... 28

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