El rol de las mujeres en las religiones del mundo

June 30, 2017 | Autor: Dorothea Ortmann | Categoría: Feminism, Historia Cultural
Share Embed


Descripción

1





Esas teorías toman como base argumentativa el desarrollo socio-económico, como por ejemplo Lewis Henry Morgan quien expuso sus ideas en su libro "La sociedad antigua".
Véase Grünert, Heinz (ed.) Die Geschichte der Urgesellschaft, p. 167 ss.
Véase Lerner, Gerda, La creación del patriarcado, p. 86.
Véase Grünert, Heinz (ed.) Geschichte der Urgesellschaft, p. 171.
Véase Daly, Mary, El cristianismo: una historia de contradicciones, p. 72/73.
Véase Ranke-Heinemann, Uta, Eunucos para el reino de los cielos, cap. 10 y 11.
Llamase así el sitio donde se hace la lumbre en las cocinas, chimeneas, hornos, etc.
Véase Vestalinnen, en: Irmscher, Johannes, Lexikon der Antike, Leipzig, Bibliographisches Institut, 9ªed. 1987;Vesta, en: Binder, W., Dr Vollmers Wörterbuch der Mythologie aller Völker, Stuttgart, 3ª ed, 1874, Reprint-Verlag Leipzig.
Véase Silverblatt, Irene, Luna Sol y brujas, p. 74-79.
Véase Bronstein, Guillermo, Familia en el judaísmo y en la tradición judía, en: Revista Teológica Limense, Vol. XXVIII, 1994 No 2/3, p. 127-145.
Véase Wiesner-Hanks, Merry, Cristianismo y sexualidad en la Edad moderna. La regulación del deseo, la reforma de la práctica, Madrid, siglo XXI, 2001, p. 9 ss.
Op. cit., p. 12.
Véase San Jerónimo, Comentarios a la Carta a los efesios, libro 16, citado según Vern Bullough, Sexual Variance in Society and History, Chicago, University Press of Chicago, 1976, p. 365; citado según Mary Daly, El cristianismo: una historia de contradicciones, en: Del Cielo a la tierra, p. 69.
Véase Ranke-Heinemann, Uta, Eunucos por el reino de los cielos. Iglesia católica y sexualidad, Barcelona, Editorial Trotta, 1999, p. 101 ss.
Ibídem.
Véase Wieser-Hanks, M., Cristianismo y sexualidad en la Edad Moderna, p. 176.
Véase José de Acosta, cit. según Manuel Marzal, Estudios sobre la religión campesina, p. 172.
Véase Bellier, Irène, Los Mai huna. En: Guía etnográfica de la Alta Amazonía Vol. I, Lima, IFEA, 1994, p. 54-57.
Véase Goulard, Jean-Pierre, Los Ticuna. En: Guía etnográfica de la Alta Amazonía Vol. I, Lima, IFEA, 1994, p. 371-373.
Véase Erikson, Philippe, Mayoruna. En: Guía etnográfica de la Alta Amazonía Vol. II, Lima IFEA, 1994, p. 72-75.
Véase Sánchez Nogales, José Luis, Cristianismo e Hinduismo, p. 152.
Véase King, Ursula, Frauen in den Weltreligionen (Hinduismus). En: Wörterbuch der Feministischen Theologie, Güterloh, Mohn 1991 p. 111-114.
Véase Thapar, Romila, Historia de la India (I), México, FCE, 2001, p. 359.
Véase King, Ursula, Frauen in den Weltreligionen (Hinduismus). En: Wörterbuch der Feministischen Theologie, Güterloh, Mohn 1991 p. 111-114.
Véase Naipaul, V.S. India, Madrid, Delbolsillo, 2003, p. 344 ss.
Véase Majjhima-Nikaya 115, A: 1,20. Discursos del Buda, Madrid México, EDAF, 1999.
Vease Böttger, Walter, Kultur im alten China, Leipzig, Urania, 4ªed., 1987, p.157 ss.
Ibídem.
Véase feministas budistas en Suiza y los Estados Unidos como Sylvia Wetzel, Ruth Dennison, Rita Gross, entre otras.
Es el estado de Iluminación, el más elevado de los Diez Estados en la práctica budista.
Véase Wetzler, Sylvia., Mujer y budismo en occidente. Un camino de libertad, p. 21; Wachs, Marianne, Die Rolle der Frau im Budismus, p. 5.
Véase Wetzler, Sylvia, Mujer y budismo en occidente. Un camino de libertad, p. 8.
Véase Levinson, Pnina Navé, Frauengeschichte, III. Judentum, en: Wörterbuch zur Feministischen Theologie, ed. por Elisabeth Gössmann, Güterloh, Mohn, 1991, p. 132-134.
Ibídem.
Eso ocurre en el siglo III antes de nuestra era con el surgimiento de la sinagoga y sobre todo después de la destrucción del segundo templo en el año 70 de nuestra era.
Fiesta que coincide con la temporada de la semana santa
Herweg, Rachel Monika, Frauen im Judentum: Frau-Mann-Mensch. Grundlagen jüdischer Religiosität und Spiritualität. disponible en:
http://www.compass-infodienst.de/Rachel_Monika_Herweg_Frauen im Judentum_ -_ Grundlagen-juedischer Religiositaet_u.2335.0.html
Consultado: 22.07.2011.
Véase Oppenheim, Michael, Feminism, Jewish Philosophy, and Religious Pluralism, disponible en: http://muse.jhu.edu/journals/modern_judaism/v016/16.2oppenheim.html
Consultado: 23.07.2011.
Véase Levinson, PninaNavé, Frauengeschichte, III. Judentum, en: Wörterbuch zur Feministischen Theologie ed por Elisabeth Gössmann, Güterloh, Mohn, 1991, p. 132-134.
Véase los trabajos de Feministas de la teología judía como Rita Gross, Judith Plaskow, Marcia Falk, Rachel Adler, Lynn Gottlieb, entre otras.
VéasePlaskow, Judith, Feminist Theology. Disponible en: www/http:jwa.org/encyclopedia/article/feminist-teology Consultado 22.07.2011.
Véase Said, Edward, Orientalismo, Madrid, Debate, 2002.
Véase Nasr, SeyyedHossein, El corazón del islam, p. 206.
Ibídem.
Aminpur, Katajun, Gott ist mit den Furchtlosen. Schirin Ebadi-Die Friedensnobelpreisträgerin und der Kampf um die Zukunft Irans., p. 58/59.
Véase Ayubi, Nazih, El islam político. Teorías, tradición y rupturas, Barcelona, Ed. Bellaterra, 2000, p. 63.
Véase Nasr, Seyyed Hossein, El corazón del islam, p. 212; véase además El Corán, Azora 40,40.
Véase Armstrong, Karen, Una historia de Dios. p. 182/183.
Véase Nasr, Seyyed H., El corazón del islam, p. 218; Badran, Margot, Islamischer Feminismus ist ein weltweiter Diskurs.
Disponible en: http:/de.qantara.de/Islamischer-Feminismus-ist-ein-weltweiter-Diskurs/795c99/index.html
Consultado el 11.08.2011.
El lugar de las mujeres en las religiones del mundo

Dorothea Ortmann

Introducción
La mujer ha ocupado en muchas religiones del mundo una posición ambigua. De un lado, en determinados estadios del desarrollo de la humanidad fueron mujeres las que oficiaban el papel de sacerdotisas encargadas del culto de divinidades por lo general femeninas. Sin embargo, gradualmente ellas fueron excluidas de la vida pública así como de los servicios sagrados a favor de los varones, por cuanto su función reproductiva no le permitía dedicarse exclusivamente a las tareas sagradas. Es difícil determinar con precisión el momento en que se produjo ese cambio. Según algunas teorías este proceso habría tenido lugar recién con el surgimiento de la propiedad privada por tratarse de una nueva etapa, en la cual el varón habría desplazado a las mujeres de las principales actividades productivas y de las funciones directivas de la organización social correspondiente. Las mujeres pierden su autonomía y junto a los niños pasan a depender de él. La antropología y la historia nos proporcionan suficientes indicios de esos cambios ocurridos en ese tiempo.
Las condiciones que facilitaron el proceso de convivencia y su cambio en la forma de familia fueron las siguientes:
En primer lugar, a diferencia de los mamíferos grandes cuya fertilidad se presentaba durante una o dos veces al año, en las mujeres esta disposición era permanente. Es decir, durante todo el año, por lo que su embarazo se podía producir en cualquier momento y como además el período de desarrollo hasta la madurez del niño se extendía por varios años se veían obligados, hombres y mujeres, a convivir juntos durante largos períodos.
En segundo lugar, en la primera agrupación social, la horda, existían un número igual entre hombres y mujeres, pero no era condición de convivencia la monogamia, por lo que la descendencia familiar se contaba a partir de la madre (descendencia matrilineal), por tanto ésta no estaba constituida por un hombre y una mujer, sino de una madre y su hijo. La convivencia en el grupo humano de hombres y mujeres no era bajo la forma de pareja. Los dos sexos vivían por separado. Mientras las mujeres cuidaban los lugares del asentamiento, coleccionaban frutas y vigilaban a los niños, los hombres exploraban los terrenos aledaños en búsqueda de alimentos o cazaban animales grandes.
Sin embargo, en tercer lugar, hay unanimidad entre los especialistas que los grupos primitivos no eran promiscuos, sino más bien tendían a cierta estabilidad, lo que significa supuestamente relaciones sexuales con la misma pareja.
En cuarto lugar, la primera división de trabajo basado en el sexo ejerció gran influencia en el proceso de la socialización y, con ello, en la constitución del concepto familia. Según esta situación los hombres y las mujeres debían realizar actividades productivas y de cuidado del hogar específicas con el fin de asegurar la sobrevivencia del conjunto. Esta división del trabajo tenía como objetivo garantizar la satisfacción de las necesidades básicas del grupo, cuya cantidad no pasaban de una veintena de personas.
Sin embargo aquel conjunto de personas todavía no puede llamarse familia, porque no existe una jerarquización entre sus miembros y los ámbitos de la mujer como del hombre tenían la misma importancia para la sobrevivencia del grupo. Recién en el período formativo tardío se observa un tránsito gradual desde la convivencia en grupo hacia el matrimonio y por tanto la vida en pareja, sin embargo, el parentesco continuaba determinada por la línea materna. Con el surgimiento de la sociedad gentilicia emergieron matrimonios polígamos o poliandras. Con el surgimiento de la agricultura no decae de inmediato la importancia de la mujer no sólo por la importancia que tenía la fertilidad femenina sino por su participación activa en el cultivo de las tierras, el cual le daba poder económico y un elevado estatus social. Por esa razón los linajes matrilineales devienen dominantes. Las mujeres son las dueñas de las tierras y son ellas quienes determinan el destino de los frutos cosechados. Esta condición recién cambiara por completo cuando se combine la agricultura con la ganadería y se trabaje las tierras con el arado. En esa nueva etapa, el varón ocupa un rol dominante pues su mano de obra adquiere un valor mayor que la de la mujer.
A estas modificaciones en las relaciones de producción, se sumaron las guerras emprendidos con la finalidad de apropiarse de botines y el creciente enriquecimiento de los grupos victoriosos. De esa manera se fue produciéndose poco a poco la propiedad privada. Con el cambio de la forma de propiedad declina el estatus dominante de la mujer hasta ocupar una posición subordinada y, consecuentemente, se produjo el tránsito del matriarcado al patriarcado, modificándose, así, la relación entre el hombre y la mujer y las características de la familia futura. Los derechos de la mujer se reducen cada vez más, sobre todo, el de elegir su pareja, y la potestad sobre los niños.
Al formarse los primeros Estados culmina la época de la igualdad primitiva entre la mujer y el hombre y comienza la total dependencia de la mujer respecto al hombre. De esta subordinación tampoco quedan excluidas las mujeres de alto rango social. Únicamente en Egipto de la época faraónica, las mujeres seguían gozando los mismos derechos de los hombres. En Grecia, concretamente, en Esparta, las mujeres podían tener relaciones extramatrimoniales si el esposo lo permitía. En Roma existía la separación de bienes en el matrimonio, con lo cual la mujer conservaba cierta independencia económica y, por ende, un radio de acción más amplio. Pero por lo general, la subordinación de la mujer a su marido significaba las reglas matrimoniales más rígidas para ellas, mas no así para los esposos; a ellos se les permitía mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio y, si las circunstancias lo exigían, él podía legalizar esa relación mediante el matrimonio. Recién bajo la influencia del cristianismo se insiste en una vida monógama. La idea del matrimonio como sacramento aparece recién durante el siglo X y conlleva una fundamentación teológica bastante compleja, en tanto se pretendía santificar un estado de vida totalmente opuesto a la vida monacal, la cual, hasta aquel momento, era la única forma de llegar a la santidad.
¿Porqué las mujeres santas deben ser vírgenes?
Por lo general, se observa en todas aquellas religiones, que superaron su condición de estados arcaicos, encontrándose en la etapa de tránsito del predominio matrilineal hacia una sociedad patriarcal, la conservación de divinidades femeninas, y a veces también, mujeres sacerdotisas que oficiaban los cultos vinculados a la fertilidad o al hogar de la casa. Pero esas mujeres sacerdotisas siempre vivían bajo condiciones especiales, separadas de su función reproductiva, recluidas en ambientes apartados y sin contacto físico con hombres, no podían llegar a tener hijos. Dicho de otra manera, para ejercer la función de sacerdotisa debían mantenerse vírgenes, bien sea durante el periodo del ejercicio de esa función o de por vida. En el Imperio romano a las sacerdotisas de la diosa del fogón o del hogar las llamaban vestales: Vesta en el mundo latino y Hestia en el mundo griego. Ellas eran vírgenes y gozaban de un alto prestigio social. Para poder asumir el cargo de vestal, tenía que reunir ciertas condiciones. En primer lugar eran escogidas a la edad de 10 años, siendo aún niñas; su formación como futuras sacerdotisas duraba 10 años y su servicio como sacerdotisas comprendía otros 10 años más, luego se le encargaba durante otros 10 años la formación de nuevas jóvenes vestales. Después de este periodo podían casarse, sin embargo la mayoría de ellas continuaba viviendo en el templo de Vesta, pues de lo contrario sufría su prestigio.
También en el mundo andino se conoce sacerdotisas vírgenes: las famosas acllas. Cada ayllu (comunidad/aldea) tenía, en un sector reservado, una casa separada a las niñas que destacaban en la comunidad, a quienes por su belleza las elegían para luego ser educadas de manera especial. Algunas de ellas eran destinadas a ser sacerdotisas del dios Sol, otras servían en la casa real y preparaban la chicha del Inca o les confeccionaban su vestimenta o eran destinadas a pagar favores a guerreros y nobles destacados por su valentía o dadas en matrimonio a curacas de pueblos vecinos para garantizar, de esta manera, las buenas relaciones con ellos.
La virginidad y la separación de la mujer de su función de reproductiva siempre fueron vistas como casos excepcionales. Ya hemos visto, como en sociedades arcaicas se valoraba por igual el trabajo realizado por la mujer y el hombre. Recién cuando se quiere asegurar la legítima descendencia, comienza a controlarse la vida sexual de la mujer, ella cae en completa dependencia del varón. Aunque la fertilidad de la mujer fue premiada por la sociedad, porque se requería la descendencia, se consideraba a la mujer como un ser inferior en comparación con el hombre. Los argumentos dados para justificar los cambios llevados a cabo en la estructura social fueron mezclados con interpretaciones religiosas y, al final de esta cadena argumentativa, la mujer se veía excluida de una participación activa en la vida sagrada, salvo renuncia al ejercicio pleno de su sexualidad. En el cristianismo ella carga, además, con los valores negativos en la escala de beneficios religiosos. Por esta razón, los hombres santos deberían mantenerse alejados de las mujeres y las mujeres, por su parte, si querían volverse santas, debían llevar un estilo de vida asceta, contrario a ser esposa y madre de familia. El estado ideal de un creyente en la comunidad primitiva del cristianismo era ser soltero, si uno era viudo o viuda, esa persona no debía volver a casarse porque se esperaba la pronta llegada de Jesucristo y se consideraba oportuno desvincularse del mundo; por ello, el cristiano comprometido debía llevar una vida entregada a la preparación espiritual para el encuentro con su Señor. Si bien la convivencia en pareja pertenecía al orden del mundo, desde la perspectiva religiosa no se consideraba oportuno ni deseable este estado. Durante toda la época de la Antigüedad, la convivencia de hombres y mujeres, en los estratos bajos, no requería de la celebración de algún acto oficial, pues éste estaba reservado a los miembros de estratos superiores, quienes, por su condición de personas libres, podían elegir pareja, en cambio los esclavos vivían según las circunstancias determinadas por su amo. Por tal motivo, los nobles y ciudadanos libres de las polis participaban del matrimonio como acto oficial.
Cuando el cristianismo en el siglo IV d.C. se vuelve religión oficial, no estaba aún interesado en imponer el matrimonio a todos los sectores, eso recién ocurre en el siglo X, cuando se exige el celibato de manera general entre todos los miembros del clero y no solamente para el clero alto, como era costumbre durante el Medio Evo temprano. El establecimiento del matrimonio ante un sacerdote, obedecía al objetivo de evitar se ordenen sacerdotes casados. Como hemos visto hasta este aquel momento la gente del pueblo podía vivir con su pareja sin que medie acto oficial o público, mientras las capas altas estaban obligadas a celebrar públicamente su casamiento; de esa manera se evitaba la unión entre los miembros de los linajes o parentescos, quienes, según las reglas establecidas no deberían juntarse; convirtiéndose, así, en una paradoja el sacramento del matrimonio, por cuanto los Padres de la Iglesia calificaban la sexualidad como algo mundano que impedía obtener la santidad; estado al que sólo se podía acceder mediante una vida enclaustrada en un monasterio donde el religioso o la religiosa consagraban su vida a Dios, absteniéndose a realizar actividades contrarias a la entrega a Dios. Consecuentemente, tener familia significaba realizar una práctica alejada de la santidad, pues vinculaba al ser humano a lo terrenal y cotidiano. Surge entonces la pregunta ¿cómo fue posible que se ampliara la santidad a la vida matrimonial -y, en cierta medida, también a la familia- y cuál ha sido el costo de ello? Estas preguntas forman parte de nuestro punto de partida, desde el cual enfocaremos el entendimiento religioso de la mujer en el cristianismo; veremos de qué manera ella se desenvuelve según la perspectiva cristiana y la contrastaremos con la perspectiva que le asignen otras religiones presentes en el mundo actual.
El rol de la mujer en el cristianismo
La concepción cristiana acerca de la mujer estuvo influenciada por las ideas del mundo de otros pueblos vecinos: los judíos, los helenos y los romanos. Pero finalmente son las doctrinas desarrolladas por los Padres de la Iglesia y los teólogos del Medioevo, las que le dieron su forma definitiva, imprimiéndoles una imagen negativa a la sexualidad.
En el judaísmo bíblico no se encuentra una actitud hostil frente a la sexualidad, el sexo no es considerado algo malo, siempre que los maridos cumplieran con la obligación religiosa de practicar el sexo con sus esposas. La procreación de descendientes mantenía vivo al judaísmo. Las relaciones sexuales se estimaban en toda su importancia para el matrimonio pues, admitía su realización incluso cuando la procreación ya no fuera posible, como por ejemplo después de la menopausia. De otro lado, el hombre podía vivir con varias mujeres. Asimismo las solteras gozaban de cierta libertad sexual, porque las escrituras sagradas no prohibían el sexo antes de matrimonio. Recién durante el judaísmo rabínico, es decir, cuando el talmud cobra importancia, se prohíben las relaciones sexuales prematrimoniales.
Con la aparición del cristianismo se da una actitud ambivalente frente a la sexualidad, marcada por la esperanza de los primeros cristianos del rápido retorno de Jesús, denominada la "parusía". El mismo apóstol Pablo está convencido de ver el regreso de su Señor antes de morir. Por esta razón, todo vínculo con el mundo terrenal cotidiano era interpretado como un obstáculo de prepararse ante la inminente llegada del Señor. Se pensaba si él encontrase a cualquiera en una actividad mundana, éste sería condenado para siempre. Sin embargo, en la primera carta a los Corintios (7, 9.), el mismo Pablo acepta que no todos los cristianos podían abstenerse de las prácticas sexuales, por tanto, es mejor casarse y así salvarse de sus deseos corporales.
Los primeros conversos desarrollaron sus propias ideas acerca del sexo, mezclando las enseñanzas de Jesús y de Pablo, de los escritos judíos, la filosofía griega y romana, y los cultos de las religiones mistéricas. No había una autoridad central en aquel periodo, pues incluso los obispos no ejercían mucho control sobre las creencias y actividades de sus diócesis; en consecuencia, existía una amplia gama de creencias y prácticas.
Las ideas más influyentes eran formuladas por los hombres letrados, quienes hablaban y aconsejaban a los conversos; a menudo, convirtiéndose en representantes de la Iglesia. Aquellos hombres, más tarde llamados Padres de la Iglesia, sostenían diferentes puntos de vista, aunque su diversidad era menor a los existentes en la comunidad cristiana. Así podemos mencionar, por ejemplo, a Clemente de Alejandría (ca. 150-200). El aceptaba el matrimonio como algo apropiado para los cristianos. A su vez, Tertuliano (ca. 150-240), manifestaba una actitud ambigua; pues, no obstante a ser casado, prefería la virginidad al matrimonio por cuanto su esencia sería la fornicación. Pero al mismo tiempo, él concebía la abstención sexual de las mujeres como algo peligroso para el orden social, porque las oponía a sus padres a los que se suponía debían obedecer. También se sabía de mujeres santas que se cortaban el pelo y vestían con ropas masculinas para ocultar su identidad.
Después que el emperador Constantino declara religión oficial al cristianismo, ésta se fue institucionalizando gradualmente según las leyes y las costumbres romanas. Los emperadores cristianos incrementaron las reglas prohibiendo el matrimonio entre parientes cercanos, lo cual obligaba a las personas a ampliar el ámbito de sus relaciones para encontrar una pareja. Al mismo tiempo, los Padres de la Iglesia se volvieron los mayores defensores del ascetismo como fue el caso de san Jerónimo (ca. 347-419). A él le parecía la castidad el modelo correcto de vida y su adopción por la mujer la ayudaría en el ascenso en la jerarquía al interior de su género. Opinaba que una mujer dedicada a procrear y cuidar a sus hijos se diferenciaba del hombre como el cuerpo del alma. Y si ella decide de estar al servicio de Cristo debía dejar de ser mujer y será llamado hombre.
Pero el teólogo de mayor influencia en asuntos de la sexualidad fue Agustín de Hipona (345-430). El perteneció al grupo de los maniqueos durante diez años. Los maniqueos, grupo gnóstico, se caracterizaban por rechazar la actividad sexual y su influencia marcó la teología cristiana hostil a la sexualidad humana. Según Agustín el ser humano se encontraba totalmente obsesionado por el deseo carnal y su satisfacción mantenía al ser humano en pecado, el cual podía superarlo sólo mediante la gracia de Dios.
Decía además, todos los seres humanos participan del pecado, transmitido a través del semen por generaciones desde la creación. A ese estado Agustín llama pecado original. Aun así, estaba a favor del matrimonio para los legos, por tres razones: primero, el matrimonio generaba hijos; segundo, fomenta la fidelidad y, finalmente, consolidaba la unión de los esposos. Al clero recomendaba el celibato que todavía no era obligatorio y la mayoría de los sacerdotes seguían casándose. En consecuencia, según esta teología, a la mujer se le veía como causante del deseo sexual en el hombre, influyendo negativamente en la contemplación religiosa del varón, por esa razón, un hombre piadoso debía alejarse todo lo posible de las mujeres. Pero como el cristianismo todavía no era una religión aceptada por el común del pueblo, estas reglas restrictivas sólo afectaban en un primer momento a las personas decididas a consagrar su vida en una orden religiosa cuya regla principal era la abstinencia sexual.
Durante los siglos V al IX, los pueblos de Europa central y del norte fueron adoptando gradualmente el cristianismo romano, ante ese hecho, las autoridades de la Iglesia trataron de unir la tradición germánica con las enseñanzas cristianas. Por la influencia de la teología de Agustín y otros Padres de la Iglesia, además del paulatino rol protagónico de las órdenes religiosas en el proceso de la evangelización, el cristianismo comenzó a controlar la vida sexual de la feligresía. En realidad la única forma de llevar una vida santa era vivir en un monasterio y consagrarse a Dios, pero los monasterios eran solamente accesibles para una élite espiritual. El lego quedó prácticamente excluido de los dones espirituales.
La Iglesia comenzó a comunicar sus ideas referidas a la sexualidad a partir de una práctica de penitencia, convencida que, de esta manera, posibilitaría la participación en el estado de santificación para los legos. Introdujo la confesión pública general, mediante la cual recuerda las prácticas sexuales sancionadas y perjudiciales a las relaciones matrimoniales. Se establece, paulatinamente, un catálogo de fechas y condiciones que las parejas deben tener en cuenta para su encuentro sexual. Como resultado de ese proceso el lego se siente cristiano de segunda categoría –pues no adquiere directamente los bienes espirituales- y uno de los mayores obstáculos sería su condición de casado. Este problema se agravó más por las reformas del papa Gregorio VII (1073-1085), quien trató de terminar el matrimonio de los sacerdotes. En el año 1059, se promulgo un decreto que ordenaba el celibato para los clérigos. El segundo concilio lateranense de 1123 y 1139, insistía una vez más en la estricta prohibición del matrimonio para los sacerdotes y, desde esa fecha, el celibato se volvió política eclesial del cristianismo romano católico.
Pero no solamente se quiere erradicar el matrimonio de los clérigos, sino también poner fin al matrimonio clandestino de los legos, por ese medio se trata de santificar la familia vinculada a la Iglesia como institución. Según la historiadora alemana Uta Ranke-Heinemann, la finalidad de contraer matrimonio con participación de un sacerdote era evitar que una persona casada clandestinamente aspirara a ser sacerdote. De esta manera se buscaba controlar a los párrocos quienes aún vivían en concubinato. A partir del año 1139 se introduce este control para todos los casados para evitar que entrasen personas casadas al sacerdocio.
Con el intento de santificar el matrimonio, se establecieron, en el año litúrgico, fechas en las cuales los esposos debían abstenerse de tener relaciones sexuales, por ejemplo: en la cuaresma, antes de las grandes fiestas religiosas, como la semana Santa y el adviento; durante todos los días santos: el domingo, el viernes así como tres días antes de participar en la comunión; asimismo, después del parto y durante la menstruación de la mujer. Sumando todos estos días y fechas, ya no quedaban muchos días libres. Vemos entonces, la actitud permanente del cristianismo de desexualizar la vida matrimonial, reduciendo, además, las fechas en las cuales se podía celebrar bodas y mediante la prohibiciónde casarse durante las cuaresmas y las fiestas religiosas.
Se justifica la santificación del matrimonio con pasajes bíblicos como e1 Cor. 7 o se tomó como ejemplo a santos que estuvieron casados antes de su vida religiosa. Pensando que la humanidad ya había aumentado lo suficiente y no se necesitaba procrear, uno podía abstenerse de este acto también dentro del matrimonio. En realidad, el matrimonio no pasaba de ser un recurso para los débiles que no lograban abstenerse, se insiste entonces en el celibato como el estado ideal de vida del varón, y se formulan propuestas cómo evitar la sexualidad en el matrimonio. Una de las cuales: aplazar este vínculo hasta llegar al cielo, prometiéndoles la vida eterna a todos los que se abstienen, al sesenta por ciento de los viudos y al treinta por cientode casados.
En la teología de Tomás de Aquino (1225-1274) se revive argumentos de Aristóteles, quien calificaba a la mujer como error de la naturaleza, ella sería un hombre fallido. Según los escolásticos las mujeres tenían un impulso sexual más fuerte y una menor capacidad de razonar que los varones. Estas posiciones de las grandes figuras eclesiales confirman la hostilidad sentida contra la mujer, la cual se mantiene, en cierta manera, hasta el presente. Cuando el matrimonio es declarado sacramento, se piensa en tres aspectos contenidos en el de sacramento: transmite la gracia, la ordenación y la eucaristía. Así este sacramento fue concebido como remedio para combatir el pecado, semejante al bautizo; y el sacramento que no transmita ninguna gracia: el matrimonio.
En la época de la reforma protestante se observa una continuidad de las ideas católicas respecto a la sexualidad. Lutero se mantiene fiel a las ideas de san Agustín y confirma la relación entre el deseo sexual y el pecado original. Pero su reacción no es abstenerse de la actividad sexual, sino más bien canalizarla hacia el matrimonio y lo exige a todos sin restricción. Para él, lo condenable está en llevar una vida sexual fuera del matrimonio. El sexo marital era un bien positivo en sí mismo y no sólo porque conducía a la procreación, sino porque el sexo aumenta el afecto entre cónyuges y fomenta la armonía en la vida doméstica. La negativa a participar las relaciones sexuales dentro del matrimonio constituía un causal de divorcio. Aunque Lutero no considera el matrimonio como sacramento, lo estima como institución importante para la sociedad. Aquella evaluación positiva del matrimonio logró que los cristianos casados ya no se sientan creyentes de segunda categoría. Por ello, las bodas debían celebrarse con solemnidad y en público. El aporte del protestantismo para la imagen de la familia radica en lograr la armonía en el hogar, en el cual el padre de la familia ejerce el mando absoluto en nombre del amor. Calvino añade luego la idea que el hogar debe ser una pequeña república donde predomina la democracia, pero de manera controlada y reglamentada.
A medida que el calvinismo se extendía por Francia, Alemania, Escocia, los Países Bajos y el norte de Irlanda, los dispositivos legales se fueron adecuando a la concepción del matrimonio calvinista, y se establecieron consistorios para vigilar la doctrina y la moral que seguían diversos patrones en los nombramientos de sus miembros. Sus concepciones religiosas las transmitían a través de textos edificantes sobre chicas que aceptaban la elección de marido por sus padres, e incluían dibujos representando familias piadosas rezando en la cena, donde la madre y las chicas estaban ubicadas a un lado y el padre con los hijos al otro. Lo que se pretendía era a internalizar los ideales y preceptos cristianos en la conducta y eso constituye un real logró el protestantismo.
De otra parte, la Iglesia católica promulgó en 1563 el decreto Tametsi, disponiéndose definitivamente la obligación para todos que el matrimonio debe ser celebrado frente a un sacerdote y en presencia de dos testigos. Las bodas realizadas en secreto ya no eran reconocidas y se exigía que los sacerdotes llevaran registro de todos los matrimonios. Con ello se puse fin a una costumbre antigua entre personas de las capas populares que celebraban sus matrimonios solamente sobre la base del voto mutuo, sin ningún acto oficial.
La igualdad entre hombre y mujer según el matrimonio ancestral en el Perú
El impacto que se produjo con la llegada de los europeos a las Islas Occidentales no se limitó a las estructuras externas y físicas, sino también las estructuras de la convivencia social, como la familia y el matrimonio. Los misioneros se propusieron poner en práctica las reglas del matrimonio español en los indígenas, no obstante de desconocer en muchos lugares la familia nuclear, pues se organizaban de otra manera. No existía una palabra para definir aquello entendido por nosotros como 'familia'. Se produjo, entonces, una resistencia abierta a la doctrina del matrimonio católico. Los nativos abandonaron las misiones en cuando se enteraron que los sacerdotes querían imponerles las formas del matrimonio cristiano; sin embargo, algunos sacerdotes nativos y los curanderos continuaron apoyando el concubinato y la bigamia entre los indígenas, en resguardo de las costumbres ancestrales de esos pueblos, las cuales se veían alteradas por la imposición del matrimonio monógamo y del patrón de familia nuclear.
Al examinar las formas matrimoniales que caracterizaron a las colonias españolas, sedistinguen las reglas aceptadas por los diversos grupos sociales que ahí convivían: los inmigrantes españoles, los indígenas y los esclavos africanos. El problema surgía cuando el criollo pretendía casarse con una indígena. Primero debían asegurarse si sus parejas ya habían sido adoctrinadas y bautizadas. En el caso de los esclavos africanos la situación era más compleja. Los amos no les permitían casarse, porque una vez casados la ley protegía a las parejas y a sus familias; además, no permitían su separación, lo cual dificultaba su venta.
Un indicio de la diferente organización social indígena con la española se constata en las lenguas autóctonas, las cuales no tenían una palabra equivalente a 'matrimonio' ni la de familia. Su vocabulario señalaba una entidad más grande, el ayllu. Esta palabra se refería a toda una comunidad o aldea o a una familia extensa compuesta de varias generaciones emparentadas en parentesco, incluidos las primas y los primos. Los niños no necesariamente crecían con sus padres, quienes debido a sus actividades económicas, solían tener una vida itinerante y dejaban sus hijos al cuidado de otras personas. Por todas estas razones, los cronistas tenían dificultad al momento de identificar cuál era el núcleo de una casa o de una familia. Según las costumbres de los nativos, las personas casadas guardaban fidelidad estricta a su pareja y el adulterio era severamente castigado, mientras que las personas solteras tenían mucha libertad sexual. Con excepción de las vírgenes consagradas al dios Sol, no se apreciaba la virginidad en jóvenes, más bien valoraba positivamente que las personas convivieran durante un período antes del matrimonio.
El problema del matrimonio se agudizó por la falta de mujeres españolas. Los europeos deseaban casarse con mujeres indígenas, el cual sólo podía ser celebrado previo bautizo de la mujer, luego del cual recién podían presentarse ante el juez eclesiástico para dar valor vinculante a esa promesa. Cumplido este requisito, se celebraban los esponsales para tomar conciencia de la responsabilidad; finalmente, expresaban su acuerdo con el matrimonio frente a testigos, realizado dentro o fuera de la iglesia. Existía la posibilidad de celebrar estos tres actos en ceremonias separadas o todo en una sola. Antes de la ceremonia matrimonial no estaban permitidas las relaciones sexuales -a diferencia de las costumbres autóctonas-. Después del Concilio de Trento (1545-1563) ya estaban vigentes esas normas y, se insistía, que todas las parejas estuvieran casadas según el rito cristiano.
El hecho de que los españoles celebraran el matrimonio en tres ceremonias distintas: los esponsales, la velación y el matrimonio ante testigos, era visto por los indígenas una semejanza con su costumbre del periodo de prueba de convivencia de la futura pareja durante algunas semanas o años. Pero más allá del parecido con el matrimonio cristiano, se les presentaba el problema para comprender porque en la tradición cristiana no se podía tener relaciones sexuales previas al matrimonio. La convivencia antes del matrimonio se llamaba pantanaco, tincunacuspa o servinakuy, que significa servicio mutuo. Varios cronistas expresaban su descontento con esta práctica. Así, en la crónica de José de Acosta se puede leer: "…el abuso abominable de que nadie tome mujer sin haberla conocido y probado antes por muchos días y meses y, vergüenza da decirlo, ninguna es buena esposa, si no ha sido antes concubina."
Resulta que este matrimonio a prueba no se refería tanto a conocerse como pareja, sino si las dos familias o grupos de familia que se iban a unir, podían arreglárselas entre ellos, en cuya casa el matrimonio continuaba; de lo contrario, debía disolverse. Existen diferentes interpretaciones en torno a la función del servinakuy, que van desde antiguas costumbres preincaicas hasta el matrimonio auténtico, pues durante ese período estaba permitido su separación, más tarde se denominó matrimonio a prueba. Otros lo interpretan como un matrimonio a prueba, en el cual las dos familias que se irían a unir deseaban saber si podían vivir juntas. Ésta nos parece una interpretación más adecuada porque el individuo vivía en función de la comunidad y no podía tomar decisiones autónomas.
Al celebrarse los tres Concilios Limensis, se pensó aplicar las normas del Concilio de Trento. Sin embargo la mayor dificultad era velar por el cumplimiento de los preceptos religiosos del cristianismo: organizar visitas a lugares lejanos, erradicar las prácticas idolátricas y ordenar la práctica matrimonial, la cual para ser legal debía ser celebrada según el ordenamiento europeo. Por esta razón, los religiosos y sacerdotes pusieron énfasis en el control del matrimonio. Sin embargo, y pese al cuidado impuesto para observar esas exigencias, en la actualidad el matrimonio presenta muchas veces una fusión del rito cristiano con los ritos tradicionales, así el matrimonio cristiano es solamente parte de un conjunto de ritos celebrados en los pueblos del Ande. Entre los más conocidos mencionaremos los ritos matrimoniales de la Isla de Taquile, en el lago Titikaka, donde se ha conservado, casi sin inalteración, el matrimonio a prueba, como forma de iniciar la vida en común.
Las formas familiares y el rol de las mujeres en algunos pueblos de la selva peruana
El Perú se caracteriza por ser un país multiétnico y multicultural, es decir, que una variedad de pueblos y culturas conviven en un mismo territorio. Entre ellos encontramos algunos pueblos nativos en un estado de desarrollo que corresponde al de los cazadores y recolectores. Entre estos pueblos se ha mantenido su ancestral forma de organizar la vida del conjunto. Así, los Mai huna, etnia ubicada en el noreste de la selva peruana, cada persona de la tribu aprende a temprana edad las costumbres relacionadas a la producción de los medios de vida según el sexo cuyo cumplimiento resulta vital para su supervivencia. En esas comunidades no existen privilegios a la hora de dividir el trabajo comunal cuyo cumplimiento todos están obligados a realizar por igual, excepto miembros de la comunidad que por ser ancianos o personas inválidas ya no pueden trabajar, sin que eso signifique que no sean mantenidos y cuidados.
Aunque la célula matrimonial constituye la unidad de intercambio más pequeña, ella se encuentra inserta en la red de parentesco. Su convivencia está reglamentada por derechos y obligaciones mutuos. Los hombres y las mujeres son seres complementarios. Esta lógica de complementariedad no significa necesariamente la igualdad estricta de cada una de las partes, independientes a si se trata de hombres o mujeres. Ellos distinguen las actividades según su realización por uno u otro sexo. Este criterio permitirá entender en ellos la división sexual del trabajo y su finalidad. Como los hombres producen la mayor parte de los medios de producción, las mujeres dependen de ellos. Esta desigualdad corresponde a una cierta visión del mundo y a la voluntad de mantener a las mujeres en un lugar secundario en relación al hombre.
Una casa puede estar constituida por un grupo unifamiliar o plurifamiliar, eso significa que en una misma casa viven muchas más personas del núcleo familiar por nosotros conocidas. Todos los convivientes de una casa son llamados co-residentes.
Entre los Ticuna, un pueblo vecino de los Mai huna, sus pobladores conocen ritos matrimoniales que incluyen el acompañamiento de la joven pareja hasta que se haya consumado el acto oficial de la boda. A partir de este momento, el joven se muda a la casa de su suegro, con cuya familia vivirá, hasta el nacimiento de su primer hijo; a partir de ese acontecimiento la joven pareja se incorpora plenamente al mundo de los adultos. La falta de descendencia es una causal de separación, con lo cual el hombre retorna a la casa de sus padres. Las relaciones de pareja pueden ser conflictivas, pero cuando la pareja tiene hijos, rara vez estos conflictos terminan en separación.
El matrimonio entre los Mayoruna es organizado según el sistema del parentesco. Los varones se casan con las primas hermanas; las mujeres, por su lado, se casan con los primos hermanos, de esa manera el matrimonio resulta siendo un intercambio de personas entre la parentela, basadas en la reciprocidad entre varias familias de un solo clan. Este es un típico ejemplo de endogamia. El rito matrimonial compromete al tío materno, quien prepara las tierras de la futura pareja.
La función de las mujeres en el hinduismo
El hinduismo está constituido por un conjunto de religiones, cuyos preceptos normativos del comportamiento de los miembros de la familia, sobre todo de las mujeres, pueden presentarse de varias formas. Haber nacido mujer no es nada favorable en la India. Pese a que las leyes actuales han promovido la igualdad de género, las costumbres tradicionales suelen fuertemente determinar el rol de las mujeres. De otro lado, también se presentan dificultades al momento de tratar de describir con exactitud en qué consisten los preceptos del comportamiento deseado, pues estos varían según el estrato social de la persona y también según la región administrativa de la República de la India. Según las fuentes antiguas, como el libro de Manú, el código ético más antiguo en el hinduismo, existen ocho grados de vínculo matrimonial que van desde el matrimonio pleno entre dos personas de la misma clase, hasta la seducción, que toma formas de rapto. La única forma en la que una mujer se realiza es en el matrimonio, en el cual su función es parir hijos y dedicarse a su cuidado. Al consolidarse la época brahmánica, alrededor de 800 a.C., surge el sistema de las castas y el matrimonio es un arreglo entre los padres de los novios; el grado de participación de los hijos depende de cada familia. Por lo general, se elige desde muy temprana edad a los futuros esposos. Una vez celebrada las nupcias, la muchacha se incorpora a la familia del novio. Esta costumbre aún se mantiene en familias tradicionales de las regiones rurales, donde hasta el presente ocurre que la chica tiene apenas entre ocho o nueve años y es obligada atrabajar en la casa de sus futuros suegros. Esta práctica es justificada con el argumento: ella debe acostumbrarse a las tradiciones propias de la familia de su futuro marido porque la continuidad de las costumbres están determinadas por su linaje.
Hasta 1856, se practicaba en la India oficialmente el sati que significa acompañar al esposo fallecido a la pira para celebrar la cremación del cadáver. La familia del esposo ejercía cierta presión sobre la viuda, porque su acto heroico ayudaba a que todos los miembros de la familia pudieran ascender en la jerarquía de las reencarnaciones, según el karma positivo que lograran acumular. De allí se entiende que las segundas nupcias nunca fueron bien vistas por los brahmanes. Una mujer que ha enviudado está excluida de la vida social y casi no tiene forma de sobrevivir, pues depende de la casta de su marido y no se puede independizar para ganarse la vida trabajando fuera del hogar. Las castas inferiores no celebran el sati. Sus cadáveres no son quemados, sino enterrados, costumbre poco apreciada, pues no se cumple con la purificación del cadáver por el fuego; este se descompone y está expuesto al estado de putrefacción; por lo tanto, en la futura vida (en la reencarnación), va a ser otra vez de muy bajo rango.
El hinduismo está lleno de divinidades femeninas con funciones positivas e importantes en la vida religiosa, como por ejemplo Shakti, Sarasvati o Lakshmi; todas ellas divinidades de alto rango en el panteón hindú, pero este hecho no influye sobre el reconocimiento de una mujer en la vida cotidiana. En la época arcaica se les permitía a las mujeres participar en el rito del segundo nacimiento, esto es, no fueron excluidas de los ritos de iniciación religiosa. También les estaba permitido aprender el sánscrito, lenguaje sagrado para leer los textos sagrados. En la actualidad, estas actividades son negadas a las mujeres, quienes no tienen acceso directo a una vida contemplativa y ascética.
Según los textos que rigen la moral, la mujer tiene el mismo rango de las personas sin casta. Religiosamente hablando, el marido es el dios de la mujer casada y ella solamente puede comunicarse con las divinidades a través de su marido. Según la teología hindú, la mujer debe renacer como hombre para poder realizar el esfuerzo de unificarse con el principio cósmico, llamado Brahma. Recién en el hinduismo moderno se introdujo el movimiento bakti, según el cual se llega a la salvación a través de la entrega emocional a las divinidades, válido tanto para los dalits -miembros de castas inferiores o sin casta- como para las mujeres, a quienes se les permite tener una práctica religiosa y, por tanto, acceso directo a las divinidades. La diferencia consiste en el hecho de que su práctica religiosa no se realiza de forma reflexiva o especulativa, exigida por los gurúes y los brahmanes, sino más bien de manera popular, basada en la entrega emocional a la deidad y, por ende, considerado como algo inferior a la práctica oficial.
El purdah, la separación de los géneros tanto en el ámbito del hogar como en la vida pública, cobra vigencia con la influencia del islam en la India, desde el siglo X hasta la llegada de los ingleses en el siglo XIX. Esta práctica postula la costumbre: los hombres no deben tocar a las mujeres en público; incluso entre las parejas casadas, el contacto físico se reserva para la intimidad del hogar; sin embargo, miembros del mismo sexo suelen expresar su amistad paseando del brazo o tomados de la mano.
El ideal de la mujer es encontrar marido con un buen estatus social. Por lo general, las familias son amplias, pero el gobierno favorece la planificación familiar para frenar el rápido crecimiento de la población. Los miembros de las familias extensas viven juntos o en las cercanías; forman la base social y la unidad económica de la sociedad india rural. Los ancianos son respetados y cuidados por sus familias. El padre es cabeza de la familia. Las familias de clase media, especialmente en áreas urbanas, se están volviendo nucleares. Un padre de clase media o clase alta mantiene a sus hijos hasta el término de su educación o encuentren un trabajo, independientemente del tiempo que ello requiera. Debido a las necesidades económicas, la mayoría de las mujeres, de clase media como de clase obrera, trabajan fuera de la casa; además, un número creciente de mujeres urbanas está accediendo a puestos profesionales.
Ser soltero no está mal visto; las tías o los tíos y otros parientes solteros viven, muchas veces, con sus respectivas familias y comparten la misma cocina. Entre la gente instruida, es cada vez más frecuente que los hijos varones, después de contraer matrimonio, vivan en su propia casa, en lugar de hacerlo con la familia extensa.
La tierra es heredada y dividida en partes iguales entre los hijos varones de la familia. Las leyes de sucesión han sido reformadas y las mujeres están consiguiendo algunos derechos de propiedad; sin embargo, entre los hindúes, las mujeres por lo general tienen pocos derechos o privilegios en la sociedad. Son responsables de la casa y de los cultivos -excepto de arar- y no hacen tanta vida social como los hombres. Si bien muchas mujeres trabajan fuera del hogar, esto es más frecuente en las áreas urbanas que en las rurales. En las zonas rurales, la costumbre manda a las mujeres a casarse antes de cumplir los 18 años y se incorporen a la familia extensa del marido y atiendan a los padres de éste.
A partir del siglo XIX, surgieron movimientos feministas que han aportado mucho a mejorar la situación y el reconocimiento social de las mujeres. Durante la lucha por la independencia de la India las consignas religiosas estuvieron asociadas a una divinidad femenina, lo cual favoreció mucho a la autoestima de las mujeres en la India nacionalista.
La preferencia por el género masculino y la relación delicada entre hombres y mujeres, se nota hasta en pequeños detalles de la vida cotidiana: servir primero a los hombres y a los invitados en la mesa, a continuación a los niños y, al final, a las mujeres. Los hindúes de la casta superior no permiten que, personas de otra casta o religión, toquen su comida; la comida preparada por cualquier casta inferior a la propia se considera jutho y no puede comerse; por lo tanto, en las reuniones sociales en las que participa más de una casta, los brahmanes, la casta superior, preparan la comida.
Los parientes y amigos se reúnen a menudo, e incluso los visitantes inesperados son bienvenidos. Los anfitriones son pacientes con los invitados que llegan tarde, porque se considera que las personas son más importantes que las exigencias de un horario. Los hindúes creen que mostrarse amables con los extraños puede aumentar su categoría en su próxima vida y no desprecian al necesitado.
¿Es el budismo misógino?
A primera vista, se debería contestar esta pregunta de manera afirmativa, pero como veremos más adelante el rol de la mujer dentro del budismo es muy complejo y a veces ambiguo. Según la doctrina principal, uno llega a la salvación volviéndose Buda, lo que significa ser un iluminado. Esto implica un estilo de vida ascético, dedicado a la meditación, la práctica suprema en todas las formas de budismo. El budismo surgió cuando la India tribal se encontraba en tránsito hacia una sociedad feudal; por eso, los valores éticos del budismo están contaminados por este proceso. Por tanto, la valoración de los géneros no es tanto de origen budista, sino fruto de la época y del contexto histórico. La simbología búdica está llena de dicotomías que separan estrictamente los ámbitos y valores femeninos de los masculinos. Las mujeres fueron vistas como seres vinculados con los asuntos terrenales, como dar a luz a los niños y cuidar de ellos. Por esta razón, quedaron potencialmente excluidas de actividades asociadas con prácticas reflexivas y abstractas, como la meditación y la vida ascética.
En la India antigua existían monasterios budistas para mujeres. Según algunas fuentes, el mismo Gautama se pronunció acerca de la posibilidad que las mujeres puedan llegar a la Iluminación. Pero, conforme avanzaron los siglos, se cerró esta vía para ellas y se impuso la doctrina, según la cual, la mujer debía renacer como hombre para llegar a la Iluminación. Esa doctrina se aplicó en todas las corrientes y escuelas budistas. Veamos el ejemplo de China, donde el Taoísmo y el Confucianismo influyeron de manera significativa en la forja del budismo chino. Según aquellas dos cosmovisiones, la familia era el núcleo más pequeño y estable de la sociedad, garante del orden y de la continuidad de ésta; por ello, durante muchos siglos se transmitieron las pautas éticas y morales para la convivencia en la sociedad por medio de las familias. El culto a los antepasados expresa esa importancia, porque el profundo respeto guardado por ellos, conmina al individuo a cumplir sus roles correspondientes. Cada ciudadano adulto debe fundar una familia, sin importar el estrato social y se sancionaran a aquellos que no cumplan con este deber. No casarse es infringir el orden del cosmos y de la sociedad. La sociedad misma se interpretaba como una familia grande, cuyo jefe era el emperador. Las formas tradicionales del matrimonio chino se remontan al tercer milenio a.C. En el periodo anterior, se conocía solamente a la madre del niño, mas no al padre, lo que indica la existencia de una sociedad con derecho materno que se organizó en grandes clanes. Con el surgimiento de la propiedad privada, comienzan las formas matrimoniales oficiales, vinculadas al predominio del varón y al sometimiento absoluto de la mujer. Los matrimonios eran acordados cuando los niños aún eran adolescentes, según la elección de los padres, esto significaba que los novios se veían por primera vez en el día de la boda. Para poder arreglar un matrimonio, se recurría a un casamentero, cuya función consistía en evitar el matrimonio entre parientes cercanos, además de proporcionar a los dos partes información sobre el estado económico de las familias involucradas e informar en caso de una enfermedad hereditaria. Por razones económicas, la monogamia era mayoritaria; solo si alguien disponía de ingresos altos, podía tener varias mujeres. La poligamia era una forma de mostrar su alto rango social. La finalidad del matrimonio consistía en tener la mayor cantidad de niños posibles. No tener hijos era una desgracia. Para subsanar esta falta, la mujer principal permitía al marido tener relaciones con otra mujer, con la cual ella debería convivir. Los niños varones eran más apreciados que las niñas; esto se justifica en el culto a los antepasados, también por la necesidad de varones para los trabajos duros en la agricultura, y finalmente, porque los hijos se quedaban en la familia paterna, mientras las hijas se iban a vivir con la familia de sus esposos.
Las condiciones de vida de las muchachas no eran nada favorables. Ellas debían obediencia absoluta a sus padres y, después de haberse casado a sus esposos y suegros. Una mujer tenía estrictamente prohibido mostrar voluntad propia, sin importar el rango social de las mujeres. El bienestar de su esposo y de sus suegros le debía importar más que el suyo propio, por tanto, en la práctica cotidiana la mujer era una especie de sirvienta personal de su esposo y de sus suegros. El maltrato de las suegras frente a sus nueras era proverbial. Las mujeres no tenían presencia en la vida pública, su ámbito se limitaba a su casa, donde cuidara los niños y dedicarse a los quehaceres del hogar; por esa razón, los pies de una mujer culta y bien educada eran muy pequeños y, según el ideal de belleza, deformados. En la vida social a las mujeres solamente se les permitía realizar visitas a otras mujeres o familiares muy cercanos. Por lo general, se mantenía en estricta separación a hombres y mujeres. Durante las fiestas, los hombres comían separados de las mujeres. El divorcio sólo era posible a solicitud de los hombres, mas no de las mujeres. Una mujer divorciada regresaba a la casa de sus padres o al clan familiar, pudiendo casarse nuevamente. Las viudas sin hijos podían hacer lo mismo. Si ya tenían hijos también podían casarse en segundas nupcias, pero sus hijos permanecerían en la casa de sus suegros, esta circunstancia desalentaba, muchas veces, a las viudas jóvenes a considerar la posibilidad de un segundo matrimonio, para salir de su desgracia, optaban por el suicidio, que no era condenado en estos casos.
Los hombres solamente estaban obligados a obedecer a sus padres; aparte de esta ley moral, no tenían ninguna otra restricción. El marido era el jefe de la casa y, como tal, disponía de todos los bienes: los suyos, los de su mujer y de los demás miembros de la casa, inclusive podía disponer sobre las personas (las hermanas o los hermanos solteros, sobrinos, tías etc.), a quienes, en caso de urgencia económica, podía venderlos como esclavos. Sus decisiones dependían únicamente de la opinión pública y de su reputación. Su comportamiento ante su mujer estaba reglamentado por la costumbre y la tradición. Las características propias de la mujer, como la belleza o la formación cultural, no eran objeto de admiración, solo se le debía respeto por ser la madre de los hijos y una ama de casa diligente. La autoridad del padre sobre los hijos era absoluta, de él dependía el destino de ellos; sin embargo, se esperaba que un padre se muestre amable con sus hijos.
Así, en el budismo la mujer no tenía ninguna posibilidad de realización y su única esperanza era renacer como hombre. Circunstancia, compartida en cierta manera con el hinduismo, si no es una herencia de éste. Esta imposibilidad de realización femenina por estar íntimamente vinculada con los asuntos del hogar, generó la imagen en el budismo de ser, en esencia, una religión misógina. Los varones podían abandonar en cualquier momento sus quehaceres cotidianos y optar a entrar en un monasterio en búsqueda de su autorrealización y su salvación. Para una mujer esa opción estaba totalmente fuera de sus posibilidades, porque el abandono de su hogar hubiera sido una infracción grave, además su deseo de internarse en un monasterio hubiera sido en vano porque simple y llanamente no existían durante muchos siglos.
Las mujeres budistas de hoy, sobre todo en Occidente, tratan de explicar ese impase, y en lo posible buscan corregirlo. Por su rol tradicional de madre, como lo hemos explicado más arriba, la mujer estaba vinculada con lo terrenal y lo concreto, razón por la cual no era apta para la contemplación, que se realizaba fuera del ámbito casero y cotidiano. Aunque se conoce -sobre todo en el budismo tibetano- formas femeninas de Buda, la mujer concreta no podía abandonar a su familia y vivir como un anacoreta como lo han hecho muchos hombres para llevar una vida contemplativa monacal. Por ser madre y por mantener una vida cotidiana "normal", la mujer está sometida al sufrimiento, dukka, del cual el monje se aleja mediante la contemplación y una vida austera. Como las mujeres no pueden hacerlo, son vistas como seres que quedan bajo el dominio del mundo de las apariencias e ignorantes frente al mundo metafísico, condenadas a nuevas reencarnaciones que les permitirán salir de estas prácticas incompletas. No obstante esta ambigüedad con la cual se ve la mujer en el budismo, existieron monjas destacadas quienes revaloraban el estado de ser madre como ejemplo de compasión y entrega, que va en búsqueda de una salvación para los demás. De esta manera trataron de integrar a las mujeres al sistema doctrinal del budismo y borrar la imagen negativa que predominaba dentro de él.
En el debate sobre la exclusión de las mujeres para alcanzar su salvación, la mayoría de las pensadoras sostiene que Gautama Siddharta no era misógino, porque él otorgaba también a las mujeres el derecho a la contemplación. Fueron más bien las generaciones posteriores quienes habrían excluido a las mujeres de la vida contemplativa, falsificando así la doctrina original. Según nuestro parecer, este argumento solo traslada el problema, no lo explica ni ofrece una solución. El actual debate acerca del rol de la mujer en el budismo, culmina en la insistencia que también la mujer puede adquirir la budeidad, aquí y ahora, sin necesidad de recurrir a un renacimiento como varón y sin sentirse creyente de segunda categoría.
Desde los comienzos del budismo dominó la regla de que una monja femenina no tiene el mismo estatus de un monje varón. Mientras los hombres deben observar 227 preceptos, las mujeres deben cumplir 311. Además, una monja debe demostrar respeto a un monje, aun cuando el monje sea joven y ella sea ya una anciana, pues el varón era vistocomo el maestro a quien se debe veneración, ella, en cambio, es la alumna. Los mismos feligreses reaccionaron ante esta diferencia y daban más ofrendas a los monasterios masculinos que a los femeninos, por ser más honroso y la posibilidad de acumular buen karma era mayor. En algunas corrientes del budismo, las monjas nunca pueden adquirir el estatus de maestras ordenadas, a ellas sólo se les asigna el estatus de novicias; por ende, están subordinadas a los monjes varones y en su formación no participan monjas, sino maestros masculinos. A fin de cuentas, según la doctrina principal de la vacuidad, el mundo físico está lleno de cosas aparentes que no tienen una existencia real; en efecto, según la metafísica budista, las características otorgadas por nosotros a las cosas no tienen ningún valor; esto invalida la pregunta por el género y la vuelve obsoleta. Por lo demás, en el estado de Iluminación no se conoce un yo concreto, lo cual significa que la persona no se define por su género ni por sus características físicas, sino únicamente por su mente desarrollada, apta para captar los asuntos metafísicos. En virtud de eso, algunos maestros evaden el problema del género, calificándolo de problema del mundo occidental, mas no del sistema budista.
En otras palabras, la filosofía budista reconoce dos niveles de verdad. Un primer nivel se refiere al mundo de las cosas, en el cual habitamos. Sus verdades encontradas son consideradas como relativas. El segundo nivel se refiere al mundo metafísico, más allá de las cosas, que refleja la verdad absoluta, donde rigen otras leyes. Consecuentemente, la pregunta acerca del género no cabe en una reflexión sustancial del budismo. Para ofrecer una solución a este impase, las budistas occidentales modernas que se autodefinen feministas, argumentan que el budismo es de gran ayuda para la autorrealización de cualquier persona; más allá del género. En vez de preocuparse por resolver esas cuestiones, deberíamos evaluar la posibilidad de enfatizar el enorme provecho que ofrece la práctica del budismo, antes que fijarse en algunas doctrinas históricamente determinadas, que ya no son sostenibles en la actualidad.
Ciertamente, en la mayoría de las corrientes budistas existen, actualmente, monasterios de hombres -liderados por ellos-, así como monasterios de monjas -lideradas por mujeres-. Pero la respuesta definitiva a la pregunta sobre si una mujer puede adquirir la Iluminación, aquí y ahora, sigue pendiente.
Las feministas budistas modernas invitan a las mujeres de hoy a participar en la expresión religiosa femenina porque de todas maneras enriquece las enseñanzas tradicionales. En conclusión, podemos decir el budismo no puede solucionar de manera satisfactoria la incorporación de la mujer en él; no obstante, su realización en el sistema budista se produce a pesar de todos los obstáculos existentes. Por ende, el compromiso de las religiosas budistas modernas consiste en poner en su sitio los argumentos hostiles a la mujer, que corresponden a un contexto histórico dado, para luego concentrarse en aquellas doctrinas de provecho para el ser humano, no importando si se trata de una mujer o de un hombre.
El rol de la mujer en el judaísmo
El judaísmo como sistema religioso coloca al creyente contemporáneo ante un gran dilema: De un lado hunde sus raíces en una época remota y, del otro, es practicado por personas pertenecientes a culturas muy desarrolladas y modernas. Entonces, la tarea de cada practicante consiste en solucionar el problema de vivir según los preceptos antiguos, sin renunciar a las exigencias de una persona moderna, lo cual plantea una dificultad a resolver tanto a hombres como a mujeres. Pero como nuestro tema se refiere al rol de las mujeres nos concentramos a los problemas que enfrentan ellas en el momento de buscar su autorrealización en la religión judía.
El judaísmo surge durante el período arcaico de la sociedad hebrea. Por ende, muchas reglas de comportamiento para la mujer o los miembros de la familia se remontan a aquella época. Las mujeres fundadoras fueron personajes heroicos: como Débora o Yael y ocupaban el mismo rango de los profetas. También las pastoras gozaban de un elevado prestigio en la sociedad hebrea, pero ellas prefirieron mantenerse en el anonimato. Para las futuras generaciones el ejemplo de las mujeres de los patriarcas es punto de referencia muy importante para conocer la nueva ética que exige el Dios Yahvé a su pueblo, y para no cortar las raíces cada generación se incentiva reanudar el ejemplo de Sara, Raquel, Rebecca (Riwka) y Lía. La idea de fondo es vivir con los personajes bíblicos como si fuesen parientes, es decir, mantener su imagen viva y lo más cercana posible.
En un primer momento el jefe del clan asumía la función propia de la autoridad religiosa, y recién con la división de trabajo surge el cargo de sacerdote, y la administración de los santuarios como la de bienes salvíficos están en manos de sacerdotes. Eso les significó a las mujeres que sus actividades se restringían al cuidado de los hijos y del hogar. De ese modo, ellas quedaron separadas de los actos religiosos oficiales. Asimismo, las niñas estaban excluidas de los ritos del ciclo de la vida: la circuncisión era un acto para los niños recién nacidos y no existía ninguna ceremonia equivalente para las niñas, también en el Bar Mitzvá, ceremonia celebrada que marca el inicio de la mayoría de edad, no se consideraba a las niñas hasta entrado el siglo XX. Eso significa que el rol de la mujer estaba reducido únicamente a su función reproductiva.
No obstante las limitaciones de participar en la vida pública en el pasado, había un espacio para las mujeres en la vida social y religiosa durante la época bíblica y en la Antigüedad. Las mujeres además de acompañar a los profetas, eran también predicadoras, famosas por su sabiduría. En los siglos posteriores, cuando el pueblo Israel vivía en la diáspora, conviviendo con otros pueblos, les prohibieron a las mujeres aprender el idioma hebreo, por eso ellas no entendían las lecturas ni tenían acceso a la sinagoga. Ellas celebraban cultos en un espacio separado de los hombres. En el Medioevo aparecen textos afirmando la tesis de las mujeres con conocimientos de sabiduría y de pensamientos tradicionales, más allá de los textos bíblicos y talmúdicos. Estos textos, llamados la Biblia de las mujeres, se recitaban en voz alta en la parte de la sinagoga correspondiente a las mujeres. Eso nos permite suponer que las mujeres tenían también una expresión propia activa y no solamente receptiva en la religión. En la época del renacimiento y de la Ilustración se conoce además poetisas judías e intelectuales que participaban en la vida pública y que fueron respetadas por su habilidad e inteligencia.
Recién cuando el templo pierde su función y el culto centralizado en él, quedando relegadas las celebraciones en la casa, cobran similar vigencia a la de la sinagoga. A partir de este momento las mujeres comienzan a jugar un rol importante en las ceremonias religiosas caseras; llamándolas sacerdotisas caseras. Como hemos visto, el rol de la mujer estaba fijado al papel de madre y en consecuencia su función consistía en vigilar que todos los miembros de la familia cumplan con los preceptos religiosos referidos a la vida familiar dentro de la casa. A ella le correspondía además preparar la casa, las comidas y a los niños para celebrar el sábado al anochecer del viernes, hacer limpieza exhaustiva antes del pesaj, sostener el ánimo de los niños durante los días del ayuno, entre otros. Por todo ello, en un buen sentido ella era el alma de la casa. Pero con el surgimiento de la época de la emancipación las mujeres ya no se contentaban con el rol de madre o ayudante, limitada al ámbito de la casa en la vida religiosa.
A finales del siglo XIX, en Europa central surgió una corriente dentro del judaísmo que permitía a las mujeres el pleno acceso a la sinagoga, introduciéndose la celebración de inicio de la madurez de las niñas: el Bat Mitzvá. En esta fiesta participan las niñas después de haber cumplido 12 años además de haber pasado por un proceso de aprendizaje. Es decir, también les es permitió participar en la lectura de la Torá durante el culto del sábado en la mañana.
En esa corriente del judaísmo reformado, las mujeres podían inclusive estudiar para ejercer la función de rabino. La primera mujer ordenada como rabino, aunque todavía no de manera pública sino privada, fue Regina Jonas de Berlín, quien murió en el campo de concentración de Auschwitz en el año 1944, ejerciendo hasta el último momento de su vida su función de rabino para las personas que acompañaba al campo de concentración de Theresienstadt.
Si bien las mujeres podían ejercer el cargo de rabino, no se les permitían llevar el talit, el manto de oración, o usar las filacterias, un cordón negro colocado en el brazo izquierdo. Hasta muy reciente tampoco fueron consideradas para el quórum mínimo de hombres, llamado el minyan. Según este precepto se puede cantar el pasaje de la Torá solamente si existe un mínimo de diez hombres presentes en la sinagoga, sin importar el número de mujeres reunidas, ellas no contaban para el minyan.
El rol deseado para los varones y las muchachas lo aprenden en la casa paterna, la cual es vista como garantía de poder guardar los preceptos ancestrales. La casa o la familia es el fundamento de la vida religiosa judía y se debe prestar atención para que se mantenga el carácter familiar típico de una casa judía. Tanto los varones como las muchachas están obligados a casarse y fundar una familia, porque ella forma la base de la sociedad. Tradicionalmente los padres arreglaron los matrimonios de sus hijos con la ayuda de una casamentera, hoy día los matrimonios se dan por mutuo acuerdo de la joven pareja, esto es por amor. En las épocas, cuando los padres juntaban a los jóvenes, se argumentaba que el amor viene después, durante la convivencia. Los matrimonios judíos adquieren vigencia después de haber elaborado el certificado de matrimonio llamado ketuba, en el que se fija las condiciones del matrimonio, así como cuál va a ser el arreglo en el caso de viudez o de segundas nupcias o divorcio. Para entender lo específico del matrimonio en el judaísmo debemos subrayar que el ideal es el matrimonio dentro del mismo grupo religioso, pero no se rechaza por completo una relación con miembros de otros pueblos y religiones. Desde la época bíblica conocemos suficientes ejemplos de relaciones exógenas, entonces el arte consistía en ver hasta qué punto se podían asimilar y al mismo tiempo fijar los límites para no perder la identidad. Recién durante la época del Medioevo los pueblos en los cuales vivían las comunidades judías estaban prohibidas relaciones matrimoniales entre cristianos y judíos. De allí queda solamente el matrimonio entre los mismos miembros de la comunidad.
Aunque la sexualidad en el judaísmo se consideraba como algo positivo, existen preceptos para reglamentarla. Después de la época bíblica, por ejemplo, se prohíbe cualquier relación fuera del matrimonio, y se insiste en que el fin del matrimonio es el de tener hijos. Si una pareja después de diez años no ha tenido un hijo, el marido podía pedir el divorcio. En tiempos bíblicos el patriarca tomo otra mujer o engendró hijos con una esclava que pertenecía a la casa. En la Torá (los primeros cinco libros de la Biblia) encontramos suficientes ejemplos de cómo se ordenaba estos asuntos. Pero todo ello ya quedó atrás, en realidad el judaísmo moderno vive un poco entre el ideal y la posibilidad de implementar el canon de sus 613 preceptos entre gente moderna que muchas veces ya no encuentra sentido de cumplirlos. Por ejemplo, según las reglas de la pureza las mujeres tenían que pasar por un baño de purificación en la sinagoga, el mikwe. Dicho baño les correspondía después de cada menstruación y después del parto. Las reglas de pureza implicaban también restricciones para los encuentros sexuales. Estas reglas de pureza estricta se suele cumplir solamente en las corrientes ortodoxas, las demás buscan un acceso más liberal a la tradición.
Si ahora ventilamos el rol de la mujer en la fe judía, urge aclarar que la mayoría de las mujeres practicantes se entienden como mujeres modernas y emancipadas. Además muchas de ellas son profesionales altamente calificadas. De todos modos, ser practicante significa observar los preceptos religiosos. Por ende, el rol que ellas buscan cumplir está guiado por un ideal, el cual al ser compaginado con las actividades profesionales y los cargos en la vida pública, no se puede cumplir en su totalidad. En todo caso queda al criterio de cada mujer cómo y en qué grado ella piensa a cumplirlos, si lo hace a lo tradicional, al pie de la letra o si asume un trato libre de ello, conservando la esencia del precepto.
Lo más importante es guardar el carácter específico de una familia judía, el cual depende del estilo de vida en casa, de las formas de preparar y celebrar las fiestas y de los quehaceres cotidianos. Además se pone énfasis en que las fiestas se diferencian claramente de los días laborales. Impregnar este estilo festivo, preparar las comidas típicas, mantener las costumbres de adornar la casa, vestir y bañar a los niños antes de la celebración, es tarea de la madre, por eso se insiste llamar a la madre la sacerdotisa de la casa. Para mantener la relación con la tradición una mujer debe sentirse sucesora de las grandes mujeres del período de los patriarcas como: Sara, Raquel, Rebecca y Lía. En buena cuenta el judaísmo es una religión de recuerdo, por ello ella requiere de personas que sean consientes de ella y estén dispuestas a mantenerlas.
A pesar de la importancia de la tradición como esencia de la práctica religiosa, surgió en los Estados Unidos, en los años 70, una teología feminista judía dedicada a reinterpretar los antiguos símbolos religiosos, vinculados en su mayoría con la imagen de un Dios masculino, derivada de una práctica religiosa patriarcal y dirigidos casi exclusivamente a los miembros masculinos de la comunidad. Las teólogas feministas critican este impase, pues dificulta practicar una identidad religiosa femenina dentro de un judaísmo tradicional. Ellas buscan revertir esas percepciones estrictamente masculinas a partir delas fuentes bíblicas. En sus estudios del lenguaje original, el hebreo, han descubierto una amplia gama de palabras que le da un giro importante a los conceptos definidos en la sociedad patriarcal, útiles para renovar la tradición mediante la hermenéutica, la liturgia y la pastoral. La teóloga judía, Rita Gross, ha editado un libro de oraciones dirigidas a las fuerzas femeninas de Dios Yahvé. De igual manera, Marcia Falk, encuentra en la sabiduría de Dios, la Shejina, lo femenino y la representación de la creatividad, con lo cual se constituye un punto de referencia importante para aquellas mujeres que quieren dirigirse al Dios-Yahvé como algo femenino. Otras teólogas feministas, como Judith Plaskow, se dirigen a la fuerza creadora de Dios y la llaman Diosa madre, insinuando que todas las cosas que existen salieron del vientre fructífero y que en realidad el género de Dios no importa; además, en la historia de las religiones, la fuerza que engendra siempre estuvo vinculada a lo femenino. Un buen punto de partida para algunas feministas es la palabra para el sábado, en hebreo Shabat, que es femenino. Ellas buscan rescatar una de las costumbres más importantes de la vida religiosa: la celebración de el/la Shabat, lo que significa dar la bienvenida a un ser femenino que visita la casa, el lado femenino de Dios. Asimismo, realizan una propuesta litúrgica nueva que toma en consideración la parte femenina de Dios cuando se refiere al Shabat.
Este cambio teórico y litúrgico ha tenido también su impacto en la parte administrativa: cada vez se ordena más mujeres como rabino. Hoy encontramos en todo el mundo, alrededor de 800 mujeres en dicho cargo, la mayoría de ellas viven en los Estados Unidos, pero el Seminario Rabínico Latinoamericano Marshall T. Meier, de Buenos Aires, también educa a mujeres y les asigna finalmente una comunidad para que la acompañen espiritualmente. Como vemos el judaísmo es una religión dinámica que busca ponerse a la altura de nuestros tiempos para ofrecer a sus creyentes la posibilidad de articular su experiencia religiosa en el mundo de hoy.
Es comprensible que no todos los creyentes estén de acuerdo con las propuestas feministas, y mucho menos con la ordenación de mujeres como rabinos, pero ya es una práctica que no se puede revertir, lo que demuestra que las mujeres han logrado imprimir su sello en la percepción del mundo y de la religiosidad.
Las mujeres en el islam
El mundo musulmán es más complejo de lo que uno cree. La prensa, cuya función es de informarnos, muchas veces reafirma estereotipos y no ayuda a entender a fondo los conflictos actuales. Quién se hubiera imaginado, por ejemplo, una mujer como ulema (autoridad teológica) guiando la oración del viernes a una multitud de hombres y mujeres en Kapstadt de Sudáfrica o en El Cairo. No obstante estos avances, es innegable la existencia de graves problemas referidos a los derechos de las mujeres en sociedades islámicas. Nos hace falta, pues, un conocimiento exhaustivo para identificar sus causas y asumir que las únicas que pueden solucionar estas deficiencias son las mismas mujeres involucradas. Nuestra función se limitará ahora a sensibilizar al público interesado en el tema, para entender que las cosas no son tan desesperanzadoras como uno generalmente cree. Como la relación de Occidente con el islam es actualmente muy conflictiva, cualquier acercamiento a uno de sus temas clave corre peligro de ser desfigurado, por lo cual se requieren amplios conocimientos y el hábito de ubicar los hechos en su contexto histórico. Aun así, uno puede perderse en los prejuicios que están presentes hasta en la misma literatura especializada, impidiendo, según intelectuales islámicos y conocedores de la cultura occidental, acercarnos de manera equilibrada y con buena voluntad, a los asuntos de las sociedades musulmanas.
El crítico literario palestino, Edward Said, afirma por ejemplo, que los occidentales recién comienzan a interesarse de verdad por el islam y les cuesta entenderlo bien. La historia de Occidente relacionado al islam está lleno de malentendidos, tal como él demuestra en su libro "Orientalismo". En la misma línea también argumenta el historiador iraní, Seyyed Hossein Nasr, quien sostiene que la percepción de Occidente sobre los derechos de la mujer no es correcta. No se considera en ella los muchos factores éticos y sociales que influyen sobre la situación de las familias, aunque no niega que existan situaciones trágicas. Dentro del mismo mundo islámico, hay debates importantes sobre la protección de la mujer, la posibilidad del divorcio y el maltrato de las mujeres. En muchos países islámicos se han instalado tribunales de familia para tratar de hacer justicia según el espíritu y la ley del Corán en lugar de las costumbres vigentes. A su turno, la abogada iraní, Shirin Ebadi, Premio Nobel de la Paz del año 2002, afirma que el debate sobre el uso del velo no es lo más urgente relativo a los derechos de las mujeres musulmanas, sino más bien, la pregunta sobre cómo ellas pueden obtener acceso pleno a los derechos civiles: la elección autónoma de su marido, determinar la edad del matrimonio, el derecho al divorcio, poder salir del país sin el permiso del marido, etc. Los ejemplos presentados por Ebadi muestran la diferencia de lo considerado como urgente en Occidente y lo de las mismas mujeres musulmanas sienten como primordial.
Para ubicar los puntos clave del debate vigente, presentamos ahora un breve recorrido histórico acerca de las reglas relativas al matrimonio y el rol de los miembros de la familia, sobre todo las correspondientes a las mujeres en las sociedades islámicas. Como en todas las sociedades tradicionales, la mujer estaba subordinada al hombre, primero a su padre y luego a su marido. El islam surge en el siglo VII e. c., cuando las tribus beduinas de la Península arábiga comenzaban a transitar hacia una sociedad feudal. Con la adhesión al islam se pudo unificar a las tribus y lograr su pacificación, pero como dicho proceso se dio sobre las estructuras patriarcales, todo el resto de la sociedad también tomó forma patriarcal.
Todo joven está obligado a contraer matrimonio porque la familia es la base de la sociedad. Una vez casado, el varón es el amo de su casa y de todos los bienes; también los miembros de la familia están bajo su dominio. El matrimonio no tiene estatus de sacralidad, es más bien un contrato entre las dos familias involucradas. Aun cuando se estima a la mujer y se aprecia sus dones, se la tenía como un ser moralmente inferior, con reducida capacidad mental; además, su sexualidad debe ser controlada y regulada por el marido para beneficio de la sociedad. Las antiguas culturas precursoras del islam contemplaban la vida sexual de manera positiva, el goce sexual no estaba sancionado como se conoce en el cristianismo, pero si se le veía como un poder seductor hacia las personas, por esta razón se habla del 'demonio de amor' y se insiste en la reclusión de las mujeres o, como se realiza en Egipto o Sudán, por ejemplo, la ablación de las muchachas antes de entrar a la pubertad. Esta práctica, de origen preislámica, no se realiza en todos los países musulmanes. Por tratarse de una mutilación de los órganos genitales de la mujer es objeto de crítica, sobre todo en círculos feministas; sin embargo, hasta hoy es aceptado por una gran mayoría de mujeres. El fundamento de aquella práctica, según un hadith (un dicho del profeta), era disminuir la fuerza seductora de la mujer, entendida como provocación al desorden social, es decir, finalmente la razón de aislar a las mujeres de la mirada de los varones. Se veía el matrimonio como la forma adecuada de vida del varón y de la mujer, pues en él se cumplía la sharia, la ley sagrada. El celibato no era una práctica común entre los místicos musulmanes, con excepción de los llamados sufíes, se conoce. Empero se mandaba la abstinencia antes del matrimonio y la suspensión de relaciones sexuales durante los días de ayuno en el mes del Ramadán u otras épocas.
Al comienzo del islam, las mujeres eran más activas en la búsqueda de sus futuros esposos. Por causa de permanentes guerras entre las tribus beduinas, se produjo una escasez de varones, por lo cual un hombre podía tener varias mujeres. Como era fuerte la competencia entre ellas para atraer al marido, el arte de seducir era altamente desarrollado. Esto trajo como consecuencia que las mujeres se acostumbraran a tomar la iniciativa. En los comienzos del islam, no hubo mayor problema con aquel comportamiento; además, se produjo un vivo intercambio de ideas e influencias con las culturas precursoras del islam, lo que hacía de las sociedades musulmanas, sociedades dinámicas entre los siglos IX y XIII. Después de la crisis del siglo XIV, que incentivaba una actitud de estancamiento, el islam se vuelve una religión dominante y tanto su forma de gobierno como su teología islámica se tornan rígidas. A partir de ese momento, se insiste en que los hombres deben dedicar una buena parte de su tiempo a las oraciones diarias. Además, se reglamenta que las mujeres deben comportarse decentemente en la vida pública y no exponer sus encantos a alguna mirada que no sea la de su marido, razón por la cual tienen que cubrir su rostro y todo su cuerpo con un velo.
No obstante, observamos diferencias en el rigor con el cual se implementaban aquellos preceptos. Las mujeres de los estratos altos urbanos debían cumplirlos con mayor rigor que las mujeres campesinas pobres. Los preceptos estrictos que finalmente llevaban al reclutamiento de las mujeres dentro de la casa, eran vigentes para las mujeres adineradas, porque no se les permitía que se expongan ante la mirada de hombres extraños. Las mujeres del campo eran trabajadoras que labraban las chacras, huertas, viñas u olivares, lo que no les permitía mantenerse por completo cubiertas y recluidas; así, los preceptos para las mujeres nunca se cumplieron en su totalidad, ni fueron tan rígidos como parecen.
Según el Corán, existe potencialmente igualdad entre hombre y mujer, porque Alá considera por igual tanto al hombre como a la mujer, los dos deben cumplir con los preceptos y él los va a juzgar según sus méritos adquiridos. Pero, obviamente, existen reglas diferentes que rigen la vida para las mujeres y para los hombres, son ellas las que provocan suspicacia en el observador contemporáneo, porque se revertieron los logros obtenidos en cuanto a la igualdad social entre hombres y mujeres.
Si uno lee autores modernos del mundo islámico que tienen experiencia de vivencia en sociedades capitalistas actuales, encuentra que el origen del malentendido sobre el rol de las mujeres en sociedades musulmanas radica en el método fenomenológico y aleatorio que normalmente se utiliza. Por ejemplo, Seyyed Nasr afirma que no es nada raro ver que, en una familia musulmana, la madre sea un personaje autoritario, capaz de someter a toda la familia bajo su mando, inclusive a su marido, que ella no necesariamente es dócil o sometida por él; como también existen casos de mujeres maltratadas, sin posibilidad de huir de su marido, como en cualquier otra sociedad que conocemos; no sería nada especifico de sociedades musulmanas. El problema en todo ello es que, según nuestro parecer, el método de comparación entre casos no nos trae resultados satisfactorios. Debemos ver cuáles son los lineamientos generales para el funcionamiento de la sociedad y ubicar la función que juegan en ella las mujeres; considerándolo así, nos damos cuenta de la falta de iguales posibilidades para las mujeres en comparación con los hombres.
Obviamente, ningún investigador sobre el islam niega las reglas diferentes para hombres y mujeres, pero ellas son justificadas con exigencias específicas de cada género, la igualdad entre los géneros no implica que los dos cumplan la misma función. Para Seyyed Nasr no es nada favorable que una mujer trabaje todo el día fuera de la casa, en vez de dedicarse a sus hijos para educarlos bien. Como la familia es el núcleo de la sociedad, ella cumple con un bien social en asumir aquella tarea. En el fondo, se reduce la mujer a su función reproductiva y eso es lo que es cuestionado por los movimientos reivindicativos. En los casos en que existe mutuo acuerdo en dividir el trabajo de esta manera, aparentemente todo va bien, pero el desarrollo personal de un individuo está vinculado con su actividad laboral y su función social como ama de casa es mucho más limitada que trabajando en un lugar público, además de depender económicamente de su marido, lo que influye de manera determinante sobre su autoestima.
Hay consenso entre los autores que las familias eran las unidades más pequeñas y jugaban un rol importante como entidades de producción. La separación entre la casa, como lugar de producción, y los centros de trabajo, es visto como una desgracia que tiende a esclavizar a las mujeres, cuyo ámbito natural sería la casa y la dedicación a los niños. Esta argumentación también es empleada por los estratos conservadores de los teólogos islámicos y nos demuestra que el problema de fondo en los conflictos actuales no es necesariamente el islam como creencia religiosa, sino más bien la falta de estratégicas alternativas a las nuevas formas económicas y sociales.
Al carecer del impacto de una ilustración filosófica que desafiara a la religión -a reformularse para ponerse a la altura de su tiempo- y con el resurgimiento, en los años noventa, de los círculos religiosos actuales, las culturas islámicas se quedaron con un discurso tradicionalista que divulgó la idea de que la sociedad solamente puede renovarse mediante un regreso a las formas vivenciales de la época del comienzo del islam, pensando que ello posibilitaría una sociedad armónica y equilibrada.
Según nuestro parecer, se han dado dos procesos paralelos: por un lado, la toma de conciencia por parte de los países musulmanes, a partir de la importancia del petróleo en los años 70, de la presión económica que son capaces de ejercer sobre el mercado mundial; y por otro lado, la modernización, el asumir formas capitalistas vinculadas a estrategias de consumo, a imagen y semejanza de los países capitalistas desarrollados, identificados como países occidentales. Cuando los gobiernos populares nacionalistas, surgidos después de la independencia, fueron reemplazados por gobiernos conservadores, el factor religioso cobró vigencia otra vez y se volvió el último baluarte de una identidad cultural diferente a la de los países desarrollados capitalistas. El regreso a la religión sirve ahora como factor de unificación nacional, implicando la renuncia de derechos obtenidos para las mujeres, así como el regreso a las formas conservadoras de la vida familiar.
Obviamente, la familia como institución social no se ha mantenido estable, también en sociedades islámicas fue sometida a cambios. Su mayor desafió actualmente es la fuerte migración de la población rural hacia las ciudades grandes. Allí, las familias tradicionales se han visto reducidas a las familias nucleares. La rigidez en el cumplimiento de las reglas se ha invertido: las costumbres de separar a las mujeres y cubrirse el cuerpo por completo con un velo, se cumplen con mayor rigor en regiones rurales, mientras que en las ciudades grandes se maneja un comportamiento más liberal.
Después de la revolución del año 1979, se ha proclamado para las mujeres en Irán, la necesidad de regresar a las normas dictadas por la ley sagrada, porque cumplir los antiguos preceptos es entendido como el único remedio para los males de la vida moderna, íntimamente vinculada con la falta de respeto a los preceptos tradicionales. Pero la actual ola conservadora, hostil a las mujeres en el mundo musulmán, no es simplemente una tendencia regresiva hacia el tradicionalismo, sino que puede interpretarse como una resistencia contra cambios de la estructura de la sociedad. La llegada de las ideas modernas no es interpretada como acompañante de los cambios sociales, producto de un capitalismo incipiente, sino que se interpreta como un proceso de occidentalización que pone en peligro la identidad cultural.
No obstante las fuertes presiones de observar los preceptos antiguos, se han constituido movimientos feministas reivindicadores que reclaman la implementación de los derechos de la mujer, que le corresponden como cualquier otro ciudadano de su país. Los críticos identifican aquellos movimientos como occidentales y seculares, mientras que las mismas mujeres ven en ellos una necesidad para poder articular sus ideas acerca de su autorrealización. El argumento que se emplea para relativizar la necesidad de aquellos movimientos es que en la historia había siempre mujeres sobresalientes que no se sentían en desventaja ante los hombres. Ellas si han tenido la posibilidad de desarrollarse plenamente como poetisas o intelectuales. La presencia de los movimientos feministas en países islámicos reafirma según los escépticos más bien el temor que la cultura occidental busca igualar las expresiones múltiples a partir de espacios de influencias. El feminismo islámico no es visto como una manera apropiada de reclamo de derechos para la mujer, sino por ser un movimiento secular, se lo rechaza como no adecuado para el islam. Casi como una confirmación que dentro de países musulmanes es difícil vivir como feminista se observa que una gran parte de feministas islámicos de renombre no viven en su país de origen, sino en el extranjero donde tratan de articularse, como lo hace Amina Wadud de descendencia bérbero por ejemplo, que vive actualmente en los EE. UU. o Asra Nomani de la India que reside desde hace algunos años también en aquel país, así como la libanesa Azizah Y. al Hibri que es docente en la Universidad de Richmond.
Tanto Seyyed Nasr como Margot Badran se rehúsan a llamar feminismo islámico a los movimientos reivindicativos por los derechos de las mujeres, argumentando que dichos movimientos se apoyan sobre una base mucho más amplia que solamente al islam. Junto con el discurso reivindicativo por los derechos de la mujer aparecen exigencias de los movimientos nacionalistas, la insistencia en la reinterpretación del Corán, la lucha por los Derechos Humanos, así como por la democracia, además del problema de la aculturación; quizás por todo ello es que no encaja en lo que comúnmente se entiende como feminismo.
Bibliografía

ADAM, Adolf / BERGER Rupert,
1982 Pastoral-liturgisches Handlexikon, Leipzig, Benno,

AMIRPUR, Katajun
2003 Gott ist mit den Furchtlosen. Schirin Ebadi-Die Friedensnobelpreisträgerin und der Kampf um die Zukunft Irans, Freiburg, Herder

ARIÉS, Phillipe
1987 El niño y la vida familiar en el antiguo régimen, Madrid, Taurus
Ariés, Philippe y Georges Duby (ed.)
1992 Historia de la vida privada. Tomo 3. Poder privado y poder público en la Europa feudal, bajo la dirección de, Madrid, Taurus

ARIÉS, Philippe / DUBY, Georges (ed.)
1991 Historia de la vida privada. Tomo 6. La comunidad, el Estado y la familia en los siglos XVI-XVIII, Madrid, Taurus

ARMSTRONG, Karen
2002 Una historia de Dios, Barcelona, Paidos.

AYUBI, Nazih
1996 El islam político. Teorías, tradición y rupturas, Barcelona, Ediciones Bellaterra, (cap. 2 La política, el sexo y la familia o la "colectividad" de la moral islámica, p. 59-78).

BADRAN, Margot
Islamischer Feminismus ist ein weltweiter Diskurs.
Entrevista a la historiadora Margot Badran.
Disponible en:
http:/de.qantara.de/Islamischer_Feminismus-ist-ein-weltweiter-Diskurs/795c99/index.html.
Consultado 11.08.2011

BELLIER, Irène
1994 Los Mai huna. En: Guía etnográfica de la Alta Amazonía Vol. I, Lima, IFEA, p. 54-57.

BÖTTGER, Walter
1987 Kultur im alten China, Leipzig, Berlin, Jena; Edición Urania, 4ªed.

BRONSTEIN, Guillermo
1994 Familia en el judaísmo y en la tradición judía, en: Revista Teológica Limense, Vol. XXVIII, No 2/3, p. 127-145.



BROWNING, Don
1996 La familia, preocupación de los liberales. En: Concilium. Revista Internacional de Teología, No. 264, (April) Navarra, Verbo Divino, p. 253-264.

CARRIÈRE, Jean-Claude
2002 Diccionario del amante de la India, Barcelona, Paidós.

DALY, Mary
1994 El cristianismo: una historia de contradicciones. En: Desde el Cielo hacia la Tierra editado por Mary Judith Ress et.al. Santiago, Sello Azul, p. 61-96.

ERIKSON, Philippe
1994 Moyoruna. En: Guía etnográfica de la Alta Amazonía Vol. II, Lima IFEA, p. 72-75

GOULARD, Jean-Pierre
1994 Los Ticuna. En: Guía etnográfica de la Alta Amazonía Vol. I, Lima, IFEA, p. 371-373

JOMIER, Jacques
1989 Para conocer el islam, Navarra Verbo Divino, (La célula de la familia, p. 72-80)

KERTZER, David / BABAGLI, Marizo (comp.)
2003 Historia de la Familia Europea, Vol. 1-2, Barcelona, Paidós

MACDONALD, Margaret Y.
2004 Las mujeres en el cristianismo primitivo y la opinión pagana. El poder de la mujer histérica, Estella, Verbo divino.

MARZAL, Manuel
1977 Estudio sobre la religión campesina, Lima PUCP.
2002 Tierra encantada. Tratado de Antropología religiosa en América Latina; Madrid, Trotta.

DE MAUSE, Lloyd
1991 La evolución de la infancia, en: el mismo, Historia de la infancia, Madrid, Alianza Universidad, p. 15-92.

NASR, Seyyed Hossein
2006 El corazón del islam, Barcelona, Editorial Kairos.

PIKAZA, Xavier
1996 Para comprender hombre y mujer en las religiones, Navarra, Verbo Divino.

RANKE-HEINEMANN, Uta
1999 Eunucos por el reino de los cielos. Iglesia católica y sexualidad, Barcelona, Editorial Trotta.

SÁNCHEZ, José Luis
2000 Cristianismo e Hinduismo. Horizonte desde la ribera cristiana, Bilbao, Desclée De Brouwer.

SCHIRRMACHER, Christine
Die Rolle der Frau im islam.
Disponible en:
www.contra-mundum.org/Schirrmacher/mbstexte021.pdf
Consultado el 11.08.2011

SILVERBLATT, Irene
1990 Luna, Sol y Brujas. Género y clases en los Andes prehispánicos y coloniales, Cusco, Instituto Bartolomé de las Casas.

SOLÉ, Robert
2001 Diccionario del amante de Egipto, Barcelona, Paidós.

WIESNER-HANKS, Merry E.
2001 Cristianismo y sexualidad en la Edad moderna. La regulación del deseo, la reforma de la práctica, Madrid, siglo XXI.



Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.