El retorno a casa

July 15, 2017 | Autor: Dionisio Cañas | Categoría: Filosofia Del Lenguaje, Filosofia, Autobiografía
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Descripción

Dionisio Cañas, El retorno a casa, 1

EL RETORNO A CASA Dionisio Cañas Floración Varios horizontes se perfilan en lo que voy leerles –el viaje de retorno a casa, Nueva York, La Mancha y mi pueblo natal, el concepto de «casa», la emigración y el desarraigo– pero el horizonte del habla, su floración, es el referente principal hacia el cual van todos los caminos que voy a recorrer. Si me alejo hacia atrás por el camino de las referencias autobiobibliográficas, no es un retroceder, sino una manera de avanzar retrocediendo, si voy hacia adelante, tampoco es una forma de avanzar, sino que se trata de una manera de poner atención a lo que tengo delante de mí para así hacer parte del fluir del mundo. En definitiva, se trata de una mirada reflexiva donde las cosas del pasado florecen en el presente como un devenir. En verdad, ahora que les estoy hablando, todo es floración: las palabras se abren ante los ojos del oyente de la misma manera. Florecen, pero eso no quiere decir que en todos florezcan con los mismos matices: para algunos la floración de la palabra evocará episodios alegres, para otros serán acontecimientos tristes. Yo voy por un camino con un ramo de flores, algunos verán en ese caminante a alguien que va hacia una cita amorosa, otros quizás verán a un caminante que va hacia algún cementerio. Yo no puedo hacer nada contra esas dos posibles interpretaciones, pero sí les puedo recomendar que intenten concentrarse en lo que es: un caminante con un ramo de flores, de palabras. Las flores, como las palabras, como todo, nos hablan constantemente, pero principalmente nos hablan de ellas mismas: son flores y son palabras. Todo esto que les he dicho está relacionado con un texto de Martin Heidegger que ha estado muy presente en la elaboración de este trabajo. Se trata de una conferencia de 1955 cuyo título es Serenidad. De este texto, antes de empezar mi charla, sólo quiero citar un fragmento que en realidad es una pregunta que tiene que ver con el desarraigo contemporáneo: «Si incluso el viejo arraigo se está perdiendo, ¿no podrán serle obsequiados al hombre un nuevo suelo y fundamento a partir de los que su ser y todas sus obras puedan florecer de un modo nuevo...?».

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Introducción El título de esta charla es problemático porque de lo que yo voy a hablar es del camino hacia un lugar real, y a la vez imaginario, al cual todavía no he llegado. Las huellas de este camino se encuentran en unos cuantos libros, míos y ajenos, que de algún modo son las señales de un caminar inacabado. Se trata de un camino y un caminar privados, hechos de palabras leídas y oídas, escritas y vistas. Pero también es un camino y un caminar que reflejan la experiencia colectiva a la que pertenezco como el emigrante, el nómada, que he sido toda mi vida. El lugar es enigmático porque tampoco tiene un nombre y es un mosaico de lugares vistos, vividos o imaginados, cuya forma final aún no está terminada. Por lo tanto, el título debería ser una pregunta: «¿El retorno a casa?». Si volvemos al título constataremos que lo único que nos dice es que se va a hablar de un viaje, «el retorno», cuyo principio y fin es un espacio delimitado por la palabra «casa» como centro de salida y de llegada. Pero una casa en el siglo veintiuno, para la mayoría de nosotros, es un apartamento anónimo en cualquier ciudad del mundo. Por lo tanto, la casa de la que voy a hablar puede ser una construcción imaginaria que se halla en la oscura región de nuestra mente o en la luminosa pantalla de nuestro ordenador portátil. Sin duda la mitología, la literatura, la sociología, la psicología cultural, el cine y las artes visuales en general nos ofrecen abundantes ejemplos que han hecho de este tema, «El retorno a casa», un tópico sobre el cual pueden encontrar una amplia red de referencias en cualquier biblioteca y en Internet. Yo no pretendo, pues, competir aquí con toda esa información a la cual ustedes pueden tener fácil acceso sin mi ayuda. Lo que sí voy a hacer es recurrir al viejo truco del pensamiento subjetivo; es decir, a ofrecerles unas cuantas reflexiones sobre mi experiencia personal mientras caminaba por los senderos que me han hecho formularme esta pregunta: «¿El retorno a casa?»

¿Dónde está mi casa? Soy hijo de campesinos y he nacido en un pueblo de La Mancha, Tomelloso. Cuando hace unos años volví a la casa donde nací ya la habían derrumbado y, en su lugar, se encontraba una casa nueva sin terminar en cuyos bajos habían abierto una carnicería marroquí. En el mes de marzo de este año volví también a la ciudad donde había vivido en el norte de Francia. En el edificio donde residimos los últimos años, y donde murió mi padre, ahora ya sólo quedaba un viejo emigrante español y los demás vecinos eran de origen árabe; según me dijo un joven marroquí, el edificio iba a ser derrumbado en los próximos meses. En abril volví a Nueva York y pasé por delante del edificio donde había vivido en los últimos veinte años. No sentí nostalgia al ver ninguno de estos lugares.

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El presente, y sólo el presente, su floración, me parecía real en cada una de las visitas adonde había estado. Mi infancia, mi adolescencia, mi juventud y mi primera madurez se habían esfumado. Todas aquellas casas donde yo estuve me eran tan ajenas como mi propio pasado, pero el presente florecía luminoso ante mis ojos. Ahora vivo entre dos áticos: uno en Tomelloso, donde están todos mis libros, y otro en Madrid, en el que lo único que tengo es una cama y unos cuantos muebles. En el campo, cerca de mi pueblo natal, poseo un pequeño refugio de piedra rodeado de viñedos y algunos árboles. Estas construcciones de piedra seca, en forma de cúpula, se llaman bombos. ¿Pero puedo identificar a cualquiera de estos tres lugares como «mi casa»? No lo creo. Entonces, por qué hablar del retorno a casa si ni siquiera sé dónde está, o dónde estuvo, esa casa. Sí sé donde nací, y los lugares del mundo donde he vivido –Francia y Nueva York–, pero ¿legitima este hecho el que alguno de estos lugares yo los pueda considerar, o haber considerado, «mi casa»? ¿El haber vivido nuestra cotidianidad, y a veces experiencias quizás fundamentales en la existencia, en determinados lugares nos autoriza a llamarlos «mi casa»? Sólo si con las palabras nos apropiamos de nuestras viviendas quizás algún día podremos decir que tuvimos un hogar. El concepto clásico de casa está marcado por los dos únicos acontecimientos fundacionales de nuestra existencia: el nacimiento y la muerte. Pero cada día son menos las personas sobre las que se pueda decir que han nacido y han muerto en «su casa». Nacemos en lugares anónimos y lo más seguro es que moriremos en algún siniestro hospital, en alguna calle cuyo nombre es un número, en cualquier carretera y nos velarán en un tanatorio con hilo musical semejante al de los supermercados. A esta «deslocalización» de nuestra vida y nuestra muerte se le llama «el desarraigo moderno»; un desarraigo que ahora es visto como beneficioso para una sociedad que valora por encima de todo la movilidad y la disponibilidad de sus ciudadanos. De lo que se trata es de estar conectado, no de estar atado o enraizado. Según el pragmatismo moderno, las ataduras, ya sean humanas o geográficas, son una tara para el crecimiento y la evolución del ser humano que parece que tiene que estar «siempre en movimiento» y así realizarse, como sujeto y como consumidor, en su propio «estar en movimiento», en esa marcha hacia adelante que va borrando las incómodas huellas de nuestro caminar. Sin arraigo, sin raíces, nuestra casa se va reduciendo a nuestras acciones, a nuestro cuerpo, y nuestro cuerpo a nuestras palabras, y nuestras palabras a nuestro pensamiento; un difuso territorio que se evapora en su finitud biológica. Lo efímero y lo relativo han invadido nuestra vida y nuestra cultura, por qué

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extrañarse, pues, que rodeados de los fugaces fuegos artificiales de la opinión periodística, nuestra casa sólo sea la llama de un pensamiento que se resiste a apagarse ante el soplo del no pensar; un pensamiento que sin duda se alimenta de la extrañeza y la familiaridad de lo más inmediato y cotidiano, de nuestra casa, aunque sólo sea una casa hecha de palabras.

Hogar, amargo hogar John Berger escribe lo siguiente en su libro Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos: Originariamente, home significaba el centro del mundo, no en el sentido geográfico, sino en el ontológico. Mircea Eliade demostró que la casa, el hogar, era el lugar a partir del cual se podía fundar el mundo. El hogar se establecía, según sus palabras, en el corazón de lo real. En las sociedades tradicionales, todo lo que tenía sentido en el mundo era real; alrededor existía el caos, un caos amenazador, pero era amenazador porque era irreal. Sin un hogar en el centro de lo real, uno estaba no sólo sin cobijo, sino también perdido en el noser, en la irrealidad. Sin un hogar todo era una pura fragmentación. El hogar era el centro del mundo porque era el lugar en el que una línea vertical se cruzaba con una horizontal. La línea vertical era un camino que hacia arriba llevaba al cielo y hacia abajo, al reino de los muertos. La línea horizontal representaba el tráfico del mundo, todos los caminos que van de un lado al otro de la tierra hacia otros lugares. Así, el hogar era el sitio en el que uno podía estar más cerca de los dioses que habitan el cielo y de los muertos que habitan el mundo subterráneo. Esta cercanía garantizaba el acceso a ambos. Y al mismo tiempo, uno estaba en el punto de partida y, se esperaba, en el de regreso de todos los viajes. Y más adelante concluye Berger: Tras abandonar el hogar, el emigrante ya nunca más vuelve a encontrar otro lugar en el que se crucen las dos líneas de la vida. La línea vertical deja de existir; ya no se da una continuidad local entre él y los muertos; éstos sencillamente desaparecen; y los dioses se ha hecho inaccesibles [...] Todo emigrante sabe en el fondo de su corazón de corazones que es imposible volver. Aun cuando físicamente pueda regresar, no regresa verdaderamente porque es él mismo quien ha cambiado radicalmente al emigrar.

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Siguiendo los pasos del texto de John Berger yo he tratado de reconstruir mi casa –ontológica y realmente–, mi centro del mundo, para tener un lugar donde volver. En el refugio que tengo en La Mancha, cerca de mi pueblo natal, en mi bombo, se encuentran ahora las cenizas de mi hermano mayor, las del que el fue mi compañero de siempre y las de una amiga muy cercana, una artista que murió trágicamente. Por otro lado, al volver a mi pueblo natal, me encuentro ahora más cerca del cementerio donde están enterrados mis a abuelos y donde enterrarán a mi madre. Por lo tanto, esa necesaria línea vertical de la que hablaba Mircea Eliade para que mi casa fuera el centro de mi mundo, parece haberse consolidado al volver a Tomelloso después de haber vivido gran parte de mi vida fuera de España. Pero, ¿realmente se ha consumado así el retorno a casa?, ¿he dejado de vivir en el caos y la fragmentación a la que aludían Eliade y Berger? Yo creo que más bien no ha sido así, sino que siento que después de todos mis esfuerzos por reconocerme en estos lugares de La Mancha me he quedado con el corazón vacío; es decir, vivo en la fragmentación de mi ser. Mas no dramaticemos, a fin de cuentas este vacío es un vacío creador, porque genera en mí el constante deseo de llenarlo con la palabra, esa casa del ser de la que nos habló hace ya mucho tiempo Martin Heidegger.

El mensajero El mensaje que les traigo se autodestruye al ser leído, arde alimentado por la leña de sus propias palabras, pero es a su floración «ardiente» a la que hay que poner atención. Como han podido constatar, en este texto aparezco yo como el mensajero, ese personaje que es el verdadero protagonista de la hermenéutica. Para decir lo que digo me apoyo en las palabras de Heidegger cuando en una conversación con un profesor japonés, recogida en el libro De camino al habla, debaten el origen de la hermenéutica en relación con el mensajero divino, Hermes, y el filósofo afirma: «De todo ello se deduce claramente que lo hermenéutico no quiere decir primeramente interpretar sino que, antes aún, significa el traer mensaje y noticia». Un mensaje que consiste, según Heidegger, en un «hacer presente que lleva al conocimiento en la medida en que es capaz de prestar oído a un mensaje. Un hacer presente semejante deviene exposición de lo que ya ha sido dicho por lo poetas». A pesar de lo pretencioso del aserto de Heidegger, me veo impulsado a darle la razón porque de no ser por los pocos libros de poemas que he publicado me

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temo que no hubiera podido traerles este mensaje sobre mi retorno a casa. Pero hay otras razones por las que estoy aquí ante ustedes. Recientemente, en unos encuentros que tuvieron lugar en San Sebastián, entre el 3 y 7 de octubre del 2006, conocidos como “Periferiak”, y bajo el lema general de “Humano Caracol: Pensar en Movimiento”, se me pidió que reflexionara sobre mi vida y mi obra mientras se filmaba un viaje que abarcaba Nueva York, Tomelloso –mi pueblo natal en La Mancha– y San Sebastián. En Nueva York, Mireia Santís fue la encargada de hacerme las preguntas mientras nos paseábamos por la ciudad donde he vivido más de 30 años, en el viaje español José Luis Gallero era el encargado del cuestionario que se usó durante el trayecto hacia el País Vasco. El resultado de este largo periplo, junto al realizado por la escritora turcoalemana Emine Sevgi Özdamar, que viajó desde Berlín hasta San Sebastián, se convertirá en un vídeo que realizarán los coordinadores del evento, Ixiar Rozas y Dario Malventi. Hasta aquí la razón por la cual Luis Beltrán y José Luis Rodríguez me invitaron a participar en este coloquio sobre “Estética y hermenéutica del viaje” (2006). El cuestionario de José Luis Gallero me forzó a releer mi poesía pensando ya en cómo definir mi «retorno a casa» y, en efecto, constaté que el mensaje se encontraba algunas veces más o menos velado en casi todos mis textos y, en otros casos este retorno estaba expresado muy explícitamente. El poema final de uno de mis libros más recientes, Corazón de perro, estaba escrito en inglés y su título era “Homing”, un término difícil de traducir pero que se usa en ornitología para expresar los viajes de las aves migratorias de un lado al otro del planeta. En aquel poema yo ya me hacía la siguiente pregunta: «¿Volver?, ¿dónde volver y por qué?». La respuesta era bastante ingenua y al final del texto decía que en el poema, en la poesía, era el único lugar donde yo me sentía en mi casa. En verdad cuando decía en la poesía lo que quería decir era en las palabras, en el habla –como presentación y como presente–, es donde me siento en mi casa. Volviendo, pues, a Heidegger, y a su libro De camino al habla, escribe aquél: «Pero no se trata de llegar a ninguna parte. Sólo quisiéramos de una vez llegar propiamente al lugar donde ya nos hallamos». ¿Y cuál es ese lugar donde ya me hallo?, me pregunto yo, y mi respuesta me la dan mi trayectoria vital y poética: ese lugar es la escritura y el habla en su floración instantánea.

El habla como lugar Desde que dejé España, primero con mi familia cuando emigramos a Francia en los años sesenta, y luego por voluntad propia cuando me marché a Nueva York en los setenta, mi conflicto fundamental ha sido con el lenguaje, con la

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lengua española. Por un lado, al abandonar España cuando era un niño de diez años el único español que yo oía en casa era el que hablaban mis padres que, como ya he mencionado, eran de origen campesino. Después, al realizar mis estudios universitarios en los Estados Unidos, tuve que hacer un gran esfuerzo para iniciarme en un lenguaje culto que estuviera a la altura del entorno académico que me rodeaba y del ámbito de mis amigos; estos eran principalmente los poetas españoles ahora conocidos como la generación del 50 y algunos de generaciones anteriores. Pero yo me impuse un reto mayor que el de ser profesor y crítico de literatura española, quise hacerme poeta. Después de muchos esfuerzos frustrados por ser un poeta español culto me di cuenta de que mi camino hacia la poesía estaba equivocado y si quería conseguir una voz propia en verdad adonde debía dirigir mis esfuerzos era hacia el habla popular, es decir, hacia el habla de mis padres, de mi tierra, de La Mancha. Era allí, pensaba yo, donde encontraría la respuesta a un posible retorno al país natal, aunque sólo fuera a través de la poesía. También me equivoqué en esto y lo que he descubierto es que ahora, contaminado por la cultura, despojado del habla de mis padres, me encuentro en el nolugar de una escritura híbrida. Una escritura que no sólo es una mezcla de cultura e incultura, sino que se ha visto influida por el sabor latino del habla de Nueva York. Este «caer en la cuenta» ha ocurrido, precisamente, en mi retorno al país natal, durante el año y medio que llevo viviendo en España. Por esta razón vuelvo a lo que decía antes Heidegger: «Sólo quisiéramos de una vez llegar propiamente al lugar donde ya nos hallamos». Ese lugar, además de la escritura y el habla, es sin duda para mí el del nómada y no el del que ha vuelto a su casa, porque en verdad toda mi vida se puede resumir en un billete de avión de ida y vuelta, una ida y vuelta cuyo eje principal era Nueva York-La Mancha. Conclusiones Volviendo al diálogo entre el profesor japonés y Heidegger, éste dice: «Lo permanente de un pensamiento es el camino». Por los caminos del pensamiento podemos «caminar hacia adelante y hacia atrás, incluso de modo que sólo el caminar atrás nos conduce adelante». Este «adelante», aclara Heidegger, es más bien un «ante» –vor, en alemán–, en el sentido que le damos cuando decimos «ante nosotros», una proximidad, una cercanía de la inmediatez «que traspasamos continuamente –dice el filósofo–, pero que cada vez nos sobresalta con una nueva extrañez cuando la percibimos». Esta es quizás la casa a la que yo creo que he retornado, y en la que ya me hallaba: a la constatación de que mientras que no deje de pensar, de estar atento, a partir de lo inmediato, de lo que me rodea diariamente, esté donde esté, la existencia tendrá una razón de ser y yo me sentiré como en mi casa.

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En ese sentido, La Mancha es para mí, y lo fue Nueva York, un lugar de paso. Un lugar donde se cruzan muchos caminos, como en el pensamiento. Finalmente, John Berger, en el libro antes citado, reproduce unas palabras de Novalis que bien podrían resumir lo que he intentado decir en este texto y lo que creo legitima este coloquio: «La filosofía, en realidad, no es más que añoranza; es la necesidad de sentirnos en todas partes en casa».

---------------------------------------------Referencias bibliográficas “El retorno a casa”. Conferencia leída en el Simposio Internacional “Estética y Hermenéutica del viaje”, celebrado en la Universidad de Zaragoza los días 26 y 27 de octubre de 2006. Publicada en Palabras de viaje. Estética y hermenéutica del viaje, Coordinado por Luis Beltrán e Ignacio Duque García, Edicions Vitel·la, Bellcaire d’Empordà, 2007. Berger, John. Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos, traducción de Pilar Vázquez Álvarez, Editorial Hermann Blume, Madrid, 1986. Cañas, Dionisio. Corazón de perro, Ave del Paraíso, Madrid, 2002. Heidegger, Martin. De camino al habla, traducción de Ives Zimmermann, Ediciones del Serbal, Barcelona, 2002. —,Serenidad, traducción de Ives Zimmermann, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1994.

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