El realismo ejemplar del Quijote

June 15, 2017 | Autor: Manuel Herranz | Categoría: Cervantes, Don Quijote, Humanismo, Globalización, Realismo
Share Embed


Descripción



1



Pese a que el 22 de abril de 1914 se creó la Junta de El Quijote para preparar y dirigir las solemnidades del tercer Centenario de la muerte de Cervantes y se crearon por toda España juntas provinciales y locales para su celebración en 1916, el 25 de enero de ese año todas las actividades programadas fueron suspendidas a causa de la Primera Guerra Mundial, señalándose que se hubiera querido dar universalidad al acontecimiento, pues no querían verlo reducido al ámbito nacional. Sin embargo, con ocasión del centenario se erigió el monumento a Cervantes en la Plaza de España de Madrid, se creó el Instituto Cervantes y se fundó el Patronato Regio de la Casa de Cervantes en Valladolid.
Si bien, entre ellos se produce un curioso y significativo fenómeno: mientras unos, principalmente los seguidores de Menéndez Pidal, atribuyen ese espíritu barroco y contra-reformista a don Quijote, otros, como Maravall y Maldonado de Guevara se lo atribuyen a Cervantes, quien figura a don Quijote como un iluminado renacentista, idealista y utopista contra el que dirige su dura crítica el autor. Nos referiremos a esta disputa más adelante en la nota 19
La recepción del Quijote en la España franquista, (1940-1970) Literatura y Pensamiento, (UAM, 2013), tesis doctoral de Manuel Herranz
Ramón Menéndez Pidal, "Un aspecto de la elaboración del Quijote", en De Cervantes y Lope de Vega, Buenos Aires-Madrid: Espasa-Calpe, 1948, 4. ª ed.; 1964 (1920), pp. 9-60
Menéndez Pidal, Ramón, "Cervantes y el ideal caballeresco", Discurso leído en la sesión de clausura de la Asamblea Cervantina de la Lengua Española el 23 de abril de 1948. Madrid, Patronato del IV Centenario de Cervantes, 1948.
Ganivet, Angel. Idearium español en Obras completas, Madrid, Aguilar, 1961
Maeztu, Ramiro de, Don Quijote, don Juan y la Celestina, Madrid, Visor, 2004.
Madariaga, Salvador, Guía del lector del Quijote, Madrid, Austral, 2005.
Navarro Ledesma, El ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid, Imprenta Alemana, 1905
Ledesma Ramos, Ramiro, Don Quijote y nuestro tiempo, Madrid, Biblioteca Tomás Borras, 1971
Storm, Eric. "El tercer centenario de Don Quijote en 1905 y el nacionalismo español." Hispania. Revista española de historia, 58, 1998
Bertrand, J.J.A, Cervantes en el país de Fausto, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1950.
Rey Hazas, Antonio y Muñoz Sánchez, Juan Ramón, El nacimiento del cervantismo. Cervantes y El Quijote en el siglo XVIII, Madrid, Verbum, 2006.
Maravall, José Antonio (1947): Humanismo de las Armas en Don Quijote, Madrid, Instituto de Estudios Políticos. Maravall reeditaría este libro eliminado el Prólogo de Menéndez Pidal a petición de este una vez que advirtió que la interpretación de Maravall desafiaba la suya propia. Maravall lo reeditó en 1976 reforzando sus argumentos y titulándolo Utopía y contrautopía en el Quijote, Santiago de Compostela, Pico Sacro.
La literatura moderna calificada de realista, principalmente la del XIX caracterizada así en términos generales, es en esencia idealista. No son las circunstancias las que llevan a actuar a los protagonistas sino la ideología del autor la que les da vida. Dámaso Alonso, gran estudioso del realismo español, no la considera realista sino "literatura de lo particular", según su expresión en La novela cervantina.
En El Quijote tenemos, entre otros muchos ejemplos de ironía, el caso del refrán: "Por su mal la salieron las alas a la hormiga" que se emplea de modo literal, en el sentido de que por ello la hormiga resultó en comida de los vencejos -los vencejos no pueden posarse en tierra- y otros pájaros y Sancho lo emplea en este caso para quejarse de lo mal que le fue el gobierno (II-LIII), mientras que en el capítulo XXXIII lo utiliza cuando habla con la duquesa, tras ser nombrado gobernador aún sin ejercer, en sentido contrario al literal, ironizando sobre él.
Posiblemente los chinos son más realistas que los occidentales debido a que su escritura está compuesta de imágenes y las palabras no surgen de nuestra "ánima". Y ellos ciertamente así lo consideran, pues entre ellos califican a los occidentales de "langman", que quiere decir "románticos", y propiamente refieren a lo que aquí estamos llamando 'idealismo'.
Pero no toda novela es cervantina o alcanza su grado de realismo, por el contrario, lo habitual en las novelas modernas es también su Idealismo, por el que definen a los personajes o los califican con adjetivos al modo de Orbaneja. El autor moderno no parte de las circunstancias de los personajes que dan cuenta de sus discursos sino de la misma voluntad propagandista, predeterminada ideológicamente, y si escribe para, por ejemplo, denostar la dictadura, pintará al dictador cruel y manipulador, a su lado tendrá un político cobarde y un torturador, etc. y alabará la Democracia u otras ideas de su época como fue motivo para la Iliada la apología de los Atridas espartanos o la familia imperial Julia para la Eneida y a partir de esos presupuestos figuran su historia y sus personajes que, aunque coman y beban como personas son arquetipos idealistas dispuestos para ese fin. Y es lo mismo ese comienzo tan habitual de las películas en las que se nos muestra lo malo que es el badie (el malo) con un hecho cruelísimo de este, de modo que el espectador sepa en todo momento a qué atenerse y se solidarice con el goodie (el bueno) y con el también cruelísimo final que merecidamente le propinará al malo, etc. etc. Sin embargo, atenerse a circunstancias es mostrarnos las causas y los intereses clientelares –o de supervivencia- de los que auparon al dictador (algo que no logró solo y aun puede que contra su gusto) a su desgraciada posición – que nadie dude que a nadie le agrada violentar a los otros.
No es mi propósito tratar aquí la enorme producción de trabajos en torno a Cervantes que generó la conmemoración del cuarto centenario de su nacimiento en 1947 en los que, por tan abundantes, se dan interpretaciones de índole diversa, pero remito al lector interesado a un significativo artículo en inglés de Helmut Hatfeld en el número 2 de Anales Cervantinos (1952), "Resultados del criticismo al Quijote desde 1947", traducido y resumido en mi tesis doctoral La recepción del Quijote en la España franquista, (1940-1970) Literatura y Pensamiento, (UAM, 2013), donde Hatfeld, aunque no toma en consideración aportaciones de algunos estudiosos como, por ejemplo, Dámaso Alonso, José María Pemán y Alexander Parker, hace un recopilatorio de un gran número de aportaciones al Homenaje en el que destaca la abrumadora lectura del Quijote como obra barroca e ideología contra-reformista, tanto que el artículo concluye con las siguiente palabras: "…en consecuencia, me parece legítimo hablar de resultados exactos en el criticismo reciente de El Quijote que será difícil desafiar si no imposible." Sin embargo, a esa unanimidad subyace una significativa e interesante controversia interna, pues algunos autores encuentran la representación ideológica contra-reformista encarnada en el personaje, principalmente Menéndez Pidal y sus numerosos discípulos, mientras otros autores la identifican en la crítica que Cervantes hace al idealismo utópico-renacentista que representaría el caballero, esta sería la posición de Maravall, Maldonado de Guevara y del mencionado Hatfeld, quién precisamente en relación a esa disputa se enzarzaría públicamente en un cruce de argumentos con Amado Alonso en varios artículos de la Nueva Revista de Filología Hispánica. (Año II, Nº1, 1948) que este último editaba en Argentina.
Mora García, José Luis (2006): "El significado de la revista Ínsula en la cultura y la filosofía españolas del último medio siglo (1946-2000)", Melly del Rosario (Ed), Pensamiento español y latinoamericano contemporáneo II, Cuba, Ed. Feijoo, Universidad Central de Las Villas.
Rivers, Elias L (1951): "El grave defecto de El Quijote", Ínsula nº 64 Portada, pp. 1 y 2.
Rosales, Luis (1951): "Cervantes y la libertad", Ínsula nº 64, Portada, pp. 1, 6 y 7.
Serrahima, Maurice (1955): "Del Quijote al Persiles". Ínsula, nº 110. Portada, pp. 1 y 5.
Garciasol, Ramón (1958), reseña Hacia Cervantes de Américo Castro, Ínsula, nº 141, p. 10.
Serrano Poncela, Segundo (1960): "Las razones de Avellaneda", Ínsula, nº 163, Portada, pp. 1 y 16.
Romero Flores, Hipólito R (1951) Biografía de Sancho Panza, filósofo de la sensatez, Barcelona, Editorial Aedos, (Premio de Biografía Aedos 1951)
Según mi entendimiento, los autores que hablan de la quijotización de Sancho confunden el hecho de que aprenda a utilizar algunas de las palabras de la jerga idealista de su amo, claramente y como es habitual en él al servicio de sus objetivos y otra cosa es que se quijotice en el sentido de que se vuelva loco o se idealice como pretenden los idealistas, los cuales apuntan tendenciosamente a esa herencia del amo para el mozo al objeto de salvar el fracasado idealismo del hidalgo que le sobreviviría en el escudero.
Fernández Suárez, A (1953): Los mitos del Quijote, Madrid, Aguilar.
Alonso, Amado (1955): "Cervantes", Materia y forma en Poesía. Madrid, Gredos.
Predmore, Richard. L (1958): El mundo del Quijote, Madrid, Ínsula.
Sltsjö, Leif (1961): Sancho Panza, hombre de bien. Madrid. Ed. Ínsula, Publicaciones del Instituto Ibero-Americano de Gotemburgo (Suecia), pp. 402-405.
Díaz-Plaja, Guillermo (1969): Cervantes, la desdichada vida de un triunfador, Barcelona, Edisven, y (1977): En torno a Cervantes. Pamplona, Eunsa. Díaz-Plaja señala con acierto la composición teatral, tan cara a Cervantes, del Quijote
Varo, Carlos (1968): Génesis y evolución del Quijote, Madrid, Ediciones Alcalá. Varo hace un resumen consistente de la recepción del Quijote como introducción a su interpretación.
La interpretación de Menéndez Pidal asume que El Quijote está basado en un poema conocido como Entremés de los Romances, dado el parecido entre sus protagonistas, Bartolo y don Quijote, pues ambos se vuelven locos y salen a la búsqueda de aventuras que les hagan héroes. Según Menéndez Pidal, inicialmente Cervantes trabajaría en la novela básicamente copiando la idea del Entremés con descuido y sin mucho aprecio hacia su protagonista, pero, conforme la novela avanza, iría profundizando y simpatizando con éste hasta alcanzar enorme hondura y comprensión y convertirlo en un nuevo tipo de héroe depurado moderno. Lo cierto es que el Entremés de los Romance fue publicado en 1612 con (otras) obras de Lope de Vega. Menéndez Pidal sostiene, sin embargo, su tesis señalando que, pese a la tardía publicación del Entremés, a tenor de su estilo dataría de los años noventa del siglo XVI.
Palacín Iglesias, Gregorio B (1965): En torno al Quijote (Cervantes no escribió su libro contra los de caballerías), Madrid, Ediciones Leira.
Alborg, Juan Luis (1966): Cervantes, Madrid, Gredos. (Separata del Tomo II de su Historia de la Literatura Española)
Moreno Báez, Enrique (1968): Reflexiones sobre El Quijote, Madrid, Prensa Española.
Osterc, Ludovic (1963): El pensamiento social y político del Quijote, Méjico, UNAM.
Aguilera, Ricardo (1972): Intención y silencio en el Quijote, Madrid, Ed. Ayuso.
Giménez Caballero, Ernesto (1979), Don Quijote ante el mundo (y ante mi), Puerto Rico, Inter American University.
Torrente Ballester, Gonzalo (1975): El Quijote como juego, Madrid, Punto Omega Guadarrama.
Laín Entralgo, Pedro (1947): "Ensayos y Artículos", Obras preferidas, Madrid, Editorial Plenitud. Lain identifica el alma de Cervantes desdoblada en el reflexivo Cipión y en el cínico Berganza, los perros del Coloquio.
Jiménez Caballero en los años 30 como periodista independiente bajo el seudónimo El Robinson literario se manifestaba ferozmente contra El Quijote en su propia revista, Gaceta Literaria, pero, más adelante, durante su época de ideólogo franquista, particularmente como responsable de diversos manuales de literatura de la época, había puesto de lado el disgusto que le causaba para subrayar su carácter de obra literaria española de mayor reconocimiento universal.
Alonso, Dámaso (1950): "Quijote-Sancho, Sancho-Sancho", Homenaje a Cervantes II – Estudios Cervantinos, compilador y editor Sánchez-Castañer, Francisco, Valencia, Mediterráneo.
Alonso, Dámaso (1985), "Estudios varios", Obras Completas, Tomo VIII, Madrid, Editorial Gredos, pp. 484-632
Amigo lector, cuando llegues al final de este libro verás la reflexión que se hace –solo a pie de página, no merecen más- sobre tantas reconocidas, solemnes y más referenciadas interpretaciones del Quijote como abiertamente sectarias, tendenciosas, cuando no abierta y voluntariamente tergiversadoras del Quijote y te acordarás de estas palabras y del golpe que le da el ciego a Lazarillo contra el toro de piedra.
Me parece interesante mencionar aquí por lo que implica de distancia con nuestra mentalidad actual que Mateo Alemán, particularmente con ocasión de la historia de amor de los musulmanes Ozmin y Daraja, intercalada en el El Guzmán al modo como luego hará Cervantes en El Quijote con el Curioso Impertinente, refiere a las religiones como a "la Ley", es decir, las nombra o expone así no como un sistema de creencias subjetivas sino directamente como una imposición externa. Quiero entender que esa expresión choca con sus moralejas apelando a Dios de manera directa y mi impresión es que su entendimiento es que Dios es uno y se manifiesta en esas diversas leyes.

Me parece oportuno traer aquí a cuenta un argumento ilustrativo, aunque solo sea por lo reciente del mismo. Se trata del desvelamiento del "pasaje más oscuro del Quijote", por Rafaelle Pinto (Academia.edu, 2014). El pasaje en cuestión se encuentra en el escrutinio de los libros y refiere al Tirant Lo Blanch, donde el cura, tras celebrar el hallazgo y rememorar algunos de los personajes de la novela, hace la siguiente observación:

"Digoos verdad, señor compadre, que por su estilo es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen. Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida".

Señala Pinto que el realismo "pervierte" el juicio de los lectores, según idea que expuso Dante en la Divina Comedia con el caso de Francesca da Rimini y su cuñado, condenados por adulterio motivado por su lectura de Lancelot, en el que se narran los amores adúlteros de Lanzarote y la reina Ginebra. El personaje que facilita la relación entre el caballero y la reina es nombrado por Dante como Galeotto italianizando su nombre y Cervantes en este pasaje lo toma en su sentido literal italiano: "condenado a galeras".
No le falta razón al dicho: "Tu hijo seguirá tu ejemplo, no tu consejo", que traigo a colación aquí porque une oportunamente la empatía, de la que aún hablaremos más adelante, y la ejemplaridad que busca Cervantes.
Ferrater Mora, José (1967): "Las cosas claras. El mundo de Cervantes y nuestro mundo", Obras selectas, Vol. II.
La llamada corrupción es un efecto propio y genuino de la "legitimación de la violencia", o del poder, pues la proyección de la violencia es la privación, donde lo que no es propiedad de uno es necesariamente posesión de otro y, en consecuencia, sirve en contra del primero, de lo que se se sigue que la corrupción –la búsqueda de apoderarse de todo lo que se pueda- va de suyo al sistema y la única opción contra esta es la (implacable) prevención y el castigo.
En el lenguaje cotidiano se asume la perfección de la idea. Por ejemplo, en la expresión "socialismo real", como la forma de gobierno comunista que se implantó en diversos países a lo largo del siglo XX y que para muchos manifiesta que no fue un caso de socialismo como debe ser, ideal. Y, por ello, siguen intentándolo. Por no hablar de otros sistemas ideológicos…. Como si no lo hubiera intentado de tantas maneras como pudieron tanto los líderes soviéticos como los de otros países. El Idealismo desde Platón conlleva que el sistema (ideológico) sea perfecto, incorrupto, como así lo es en la mente, capaz de buscar formas mentales que respondan a cualquier cuestión, mientras que el mal, la corrupción tiene lugar en el mundo real, contingente, humano. El Idealismo es irreductible, pues por más veces que fracase siempre encontrará justificación a toro pasado y dará explicaciones irrefutables, tal como sucede con los analistas de bolsa que explican sin asomo de duda las causas de las caídas cuando ya han perdido el dinero. Y de paso siempre se salva la Historia –lo que cuenta el hegemón. Era importante desmontar el Idealismo, tal como hace la picaresca: mostrándole falso, ocultador, inhumano, pero, realmente lo principal era salvar lo humano de modo ejemplar.
Como expone el Fausto, cuanto más terribles son los criminales más útiles y eficaces son en la guerra. En ese estado de guerra absoluta en el que nos pone la existencia del arma, lo primero que podemos decir es que el Bien no puede ejecutarse, no tiene cabida como tal, pues la circunstancia de la guerra prima sobre él, esto es: en la realidad, si eres pacífico, bueno, verdadero, justo, etc., no defiendes tus intereses, o a lo menos, perjudicas a tu bando, beneficias al enemigo, del mismo modo que si favoreces a los tuyos es mediante, principalmente, el daño al otro. El idealismo tiene su utilidad para mover o motivar -para manipular, pero está en contradicción con la realidad, por ese motivo, el recurso de la motivación es el amor parcial, el amor tras el que se justifica y oculta el odio o el daño a otros.
La filosofía china clásica conoce el silogismo y la lógica formal, aquella que incluye algún tipo de cuantificación en sus premisas y que domina toda la filosofía occidental, pero no la considera de interés para los asuntos humanos. De modo que la filosofía china clásica gira en torno a la Regla de Oro y es siempre una disputa basada en juicio analógicos, esto es, exponer y someter a juicio comportamientos de personas, o personajes históricos ante determinadas circunstancias.
He tenido la fortuna de vivir en muy diversos países y como resultado, ya de un modo automático, cuando veo la televisión o leo los periódicos, me abstraigo de las palabras del periodista y solo percibo los hechos, a los que sumo las circunstancias de los países que los protagonizan y advierto generalmente de modo claro sus propósitos, a pesar de que lo habitual es que se contradigan con la información que los medios ofrecen. Supongo que en la política doméstica sucede algo parecido, solo que por esta no me intereso mucho.
Alonso, Dámaso (1933): "El hidalgo Camilote y el hidalgo don Quijote", Revista de Filología Española, nº 20, Madrid. Y Dámaso Alonso (1958): Del siglo de oro a este siglo de siglas. Madrid, Editorial Gredos (segunda edición en 1968). Incluye también "Sancho-Quijote; Sancho-Sancho" y "Una maraña de hilos", un estudio relativo al drama cervantino Los baños de Argel.
Maldonado de Guevara, Francisco (1948): La Maiestas Cesárea en el Quijote, Madrid, CSIC.
Maravall, José Antonio (1947) o. c. Nota 10
Seguramente a esto se refiere Menéndez Pidal cuando dice, para sostener su tesis del Quijote como renovador del espíritu caballeresco, que los primeros capítulos fueron compuestos con "descuido" y sin interés por parte del autor. Y muchas ediciones del Quijote ponen un pie de página señalando el error de Cervantes y otras, directamente y sin aviso alguno, le corrigen. Simplemente, no se les ocurre de qué podría tratar El Quijote.
Esto es algo que podemos ver no solo habitualmente presupuesto sino explícito, por ejemplo en el tratado de Kant sobre la Paz Perpetua. Kant, Immanuel, Zum ewigen Frieden (1795) http://homepage.univie.ac.at/benjamin.opratko/ip2010/kant.pdf p.p. 20.624 – 20.632. (traducción propia) En la Base Previa N. 3 (antes que las Bases Definitivas del Tratado que, acaso, lo posibilitarían): "Los ejércitos permanentes deben desaparecer permanentemente".
Lope de Vega, Félix Arturo (1604), Carta al Duque de Sessa.
Giménez Caballero, op. cit.
La tan referida sentencia de Byron sobre el Quijote se sitúa en la estrofa XI del Canto XIII de su Don Juan:
"Cervantes smiled Spain's chivalry away;
A single laugh demolished the right arm
Of his own country;--seldom since that day
Has Spain had heroes. While Romance could charm,
The World gave ground before her bright array;
And therefore have his volumes done such harm,
That all their glory, as a composition,
Was dearly purchased by his land's perdition.

"Cervantes acabó con la caballería española riéndose de ella. Bastó su risa para abatir el brazo derecho de su propio país. Desde entonces han sido muy pocos los héroes que ha dado España. Mientras lo caballeresco podía encantar, el mundo retrocedía ante sus brillantes filas. Y por tanto han hecho sus volúmenes (del Quijote) tal daño. Su gloria literaria fue comprada muy cara al precio de la ruina de su país" Don Juan, L. Byron, canto XIII, estrofa cuarta. (Traducción libre mía)
Esta misma expresión, en la que equipara las ideas al cielo, se utiliza en el Discurso de las Armas y las Letras de la Primera Parte que citaremos más adelante.
Quiero recordar al lector en este punto lo que ya hemos comentado antes sobre la corrupción (política). E igualmente no me reprimo decirle que estos asuntos trataba en gran medida la política china clásica por su importancia capital en la estabilidad del estado.
Parker, Alexander A (1948): "El concepto de verdad en don Quijote" Revista de Filología, número 32.
Pemán, José María, "La armazón de caballería de Don Quijote, apuntes sobre el capítulo III de la primera parte", BRAE, 27 (1947-1948), pp. 7-19.
Dicho esto, Pemán repara en el significado de armazón, estructura sobre la que se monta o se sustenta una cosa, y se pregunta si el significado que debe extraerse del pasaje analizado puede ser un espíritu erasmista de Cervantes, que se burla de los ritos externos, y se responde que Cervantes acomete no solo los libros de caballería sino todo el sentido épico de la vida, incluyendo a los clásicos, Homero y Virgilio.
¡Qué vivas mil años!
Juan Valera. "Discurso escrito por encargo de la Real Academia Española para conmemorar el tercer centenario de la publicación de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Madrid, 1905 (Pronunciado por don Alejandro Pidal y Mon, debido a la prematura muerte de Valera)
La subordinación de las Letras a las Armas, o "el cielo padece fuerza", según repetida expresión de Cervantes, se manifiesta según la organización civil. Por ejemplo, el Confucionismo es la ideología de los '君子- junzi', o 'nobles' o 'caballeros', o 'buenos' que todo esto es decir lo mismo en chino clásico, e igualmente es decir de los que tienen derecho al uso de la violencia y acceso a las armas. Sucede del mismo modo con los caballeros, nobles o señores medievales europeos, que también son los 'buenos' o 'caballeros' e igualmente son los que tienen derecho (a la violencia). Y del lado opuesto, utilizamos el mismo nombre para malo o villano, literalmente; de la villa. Este doble significado se daba también con los caballeros griegos, cuya mejor referencia son los mortíferos hoplitas o caballeros sin caballo espartanos a los que Nietzsche dedicó precisamente su Genealogía de la Moral para ilustrar, exponer y subrayar esa equivalencia al objeto de criticar al Cristianismo, que, según el filósofo alemán, habría subvertido los valores (naturales). En griego (clásico) no hay distinción entre las palabras 'caballero' 'noble' o "bueno" nos dice Nietzsche. Casualmente hemos tenido ocasión de ver en El Quijote en su encuentro con los caballeros santos que los caballeros, aunque le pese a Nietzsche, se hicieron santos. Las cosas se nos aclaran totalmente para mayor gloria de Cervantes cuando descubrimos que la filosofía, según su padre, Platón, es, además de la fogosidad, la cualidad propia de los 'caballeros', o 'guardianes', según los bautiza Platón, cualidad que a renglón seguido, dice, han de aprender de los perros, "que se enfurecen cuando ven un desconocido, aunque no hayan sufrido previamente mal alguno de su mano y, en cambio, hacen fiesta a aquellos a quienes conocen aunque jamás les hayan hecho ningún bien", (La República, II-XVI) y éste es "el fino rasgo de su naturaleza verdaderamente filosófico" (etimológicamente 'amante de lo conocido'). Y los gobernantes y los filósofos son una subclase superior de los guardianes, una especie de 'super-canes'. De este modo, el tema básico de su República es la educación de los caballeros, como lo es todo el sistema confuciano.
Me atrevo a sugerir que los griegos recurrieron con tanto afán al Idealismo por su necesidad de rechazar la empatía, la capacidad de ponerse en lugar del otro, de cualquier otro, como consecuencia de su belicosa mentalidad y cuya sociedad estaba basada en la esclavitud.
Cuando don Quijote abandona la casa de los duques y Altisidora le reclama algunos objetos, solo la duquesa se sorprende. Cervantes asume por tanto que el duque está advertido y, por tanto, tiene un vínculo íntimo con ella.
Por el contrario, he visto la lista que le hace don Quijote extraída, expuesta, comentada y enseñada en diversos manuales de política o de costumbres.
Ramón y Cajal, Santiago, "Psicología de don Quijote y el Quijotismo" (1905) Conferencia leída en el Colegio Médico de San Carlos, Visiones del Quijote desde la crisis española de fin de siglo, Visor Libros, 2005, pag 35.
El idealismo se muestra adecuado, efectivo para las ciencias y la técnica, pues ha servido adecuadamente de definición, soporte a la aplicación de la matemática a la física. Este desarrollo ha dado lugar a una técnica superior en Occidente, principalmente a armas superiores y, en consecuencia, a su dominio del mundo, a la expansión del Cristianismo los siglos pasados y la Democracia actualmente, pues quien tiene la fuerza tiene la razón (¿para bien…? ¿para mal…? No hay tal, no ha habido tal en el mundo, solo ventaja de unos sobre otros. Sin paz no puede haber bien alguno, apunta Cervantes.
Es interesante traer aquí la observación por otro motivo de Vicent Llorens (1963) "Historia y ficción en el Quijote", Papeles de son Armadans, número LXXXIV, donde concluye: "El problema está en que Cervantes cree en esos dos mundos incomunicables. Lo eterno sólo se transmite y es eficaz a través del individuo; personal, más no socialmente. La hermosura de Ana Félix opera milagros sobre los hombres en cuanto personas, aunque sean virreyes, pero carece de poder sobre la razón de Estado, sobre lo institucional. Son esferas distintas que al parecer no se tocan y, sin embargo, el hombre participa de las dos; de ahí su dualidad, expresada con esas contraposiciones permanentes que se observan en la obra cervantina." Me parece una percepción de un aspecto del Quijote perfectamente adecuada. Propongo al lector que lo tenga en mente en los capítulos finales.
En la filosofía realista china también entienden claramente la operativa de los vicios o pasiones y su particularmente relevante efecto político, pues son el medio de generar dependencia y facilitar la manipulación del soberano (lo que en nuestro sistema democrático es la corrupción de los cargos), por lo que los tratados políticos los tratan con mucho detalle y establecen igualmente que la única defensa es el "la alerta o rechazo temprano", la precaución que impida que la pasión pueda iniciarse.

Soy de la opinión que el verdadero origen de Cide Hamete Benengueli fue la creciente percepción del autor de la creciente inverosimilitud en la que iba incurriendo la historia manteniendo en pie y en sus aventuras por tanto tiempo a semejante loco agresivo y peligroso envuelto en constantes trifulcas verdaderamente serias y todas de gran riego para su integridad física y vida; de modo que le fue necesario al autor introducir la figura del falsario autor original musulmán y, por tanto, sin respecto por la verdad, según afirma el intérprete.
El Arte de la Guerra de Sunzi identifica como crucial para la guerra que los soldados pongan su vida a disposición del general, de lo que se sigue lo provechoso que es para su propósito hacerles creer que la vida es solo un tránsito. Y así es que ese recurso lo aportan la mayoría de los sistemas de creencias o religiones y los profanos aportan como sustitutivo la famosa Historia empaquetada en su progreso.
Otra referencia notable a la muerte es el caso de Platón y Sócrates. El discípulo hace de su maestro, que solo sabía que no sabía nada, no solo portavoz sino también fundamento del conocimiento perfecto y completo de todo, el Idealismo y su dialéctica se lo proporciona, y este a su vez se asienta maravillosamente sobre la supuesta inmortalidad de su alma, de la que dio prueba Sócrates al preferir la cicuta a cambiar de opinión o actitud (que solo sabía que no sabía nada) Otra locura, pero que, salvo que me desmientan, parece ser que tuvo lugar realmente.

Los diablos los presenta Sancho como opuestos a la risa o la sonrisa –la manifestación de la igualdad humana- son los celadores de la seriedad que exige la representación ritual.
El retablo de Maese Pedro recuerda a la Ilíada y no en vano comienza con: «Callaron todos, tirios y troyanos", tal como comienza el cuento de la caída de Troya Eneas a los cartagineses en la Enéida y si seguimos esa línea Melisendra es Elena y Troya, Zaragoza. No es el esposo, don Gaiferos, sino Carlomagno, como Agamenón, el que mira por la honra del marido. Como también Marsilio, Príamo, reparte justos azotes. Pero, ¿dónde queda el iracundo Aquiles? Es ahí donde interviene devastador don Quijote dando cuenta de las fuerzas troyanas o zaragozanas.
Y especulando más, en la siguiente aventura pone el autor a nuestro héroe en manos de Neptuno como a Ulises y sus desdichas las explica en virtud de dos encantadores o dioses llevándose la contraria. Uno de ellos le puso la barca en su camino para acometer la aventura, el otro revolviendo el mar. La historia de Dido resuena en toda la Segunda Parte. Parece que Cervantes tenía muy presentes las tres epopeyas de la antigüedad como inspiración durante su composición.
Del mismo modo que no comparto la interpretación de Menéndez Pidal y la he criticado explícitamente en la Primera Parte con ocasión del encuentro con Juan Haldudo, incluso me resulta sospechosa su referencia del Quijote al Entremés de los Romances, quiero reconocer aquí este como uno de los puntos en los que puede depositar su interpretación sobre el heroísmo caballeresco depurado de don Quijote.
En condiciones de convivencia humana, las ideologías pierden su sentido, se esfumarán como el humo cuando se apaga el fuego de la violencia. No tenemos que preocuparnos por eso, no tenemos que ir como don Quijote a luchar contra gigantes que, en realidad, son molinos.
Dudo que en la inercia, del sueño, ilusión o idealismo en el que reposamos, esa atribución de realidad a las palabras sobre las que nos dormimos, así como por mis muchas faltas, como la pereza, falta de talento, esfuerzo, etc. se perciba la realidad que intento aquí también transmitir, pero cuento con que pueda aportar también luz sobre el horizonte
Esto es fácil de ver en que el coche, el avión, el teléfono, internet y todo lo demás avances tecnológicos son inicialmente desarrollos militares que luego pasan al ámbito civil, lo mismo que la imagen de la historia pasada del hombre, aparte de que el cuento sirva de propaganda y legitimación del vencedor, por supuesto, estará ineludiblemente pintada en un palacio, castillo o fortaleza, cuyo uso primordial es militar y a su lado se desparraman las casuchas de los villanos o civiles. Y actualmente está sucediendo lo mismo, solo que a los subordinados o civiles los partes o noticieros no les hablan de la vida del interior de los castillos –así como igualmente y por el mismo motivo se previene del uso de la inteligencia. Esto podría hacernos repensar si la nueva diosa economía tiene realmente pedestal –que justifique que la gente para poder mantenerse en vida tenga que trabajar de temprano a tarde. Y las grandes empresas, las de coches alemanas, las tecnológicas americanas, etc. no son las que inventan, sino más bien innovan o, propiamente, hacen el marketing civil de esos desarrollos militares previos que las generaron.
Es esta una expresión reveladora de la falta de fundamento del Idealismo o Ideología, o dicho de otro modo, de su falsedad manifiesta, pues toda violencia es ilegítima, pues es seguro que no la aprueba el que la sufre. Entiendo, que a muchos no les gustará esta afirmación, tal como a muchos no gusta Cervantes, pero, es necesario recordarles que consideren que estas palabras tienen al género humano por audiencia. Y que el desmantelamiento de la violencia, su legitimidad, necesaria para producir armas, solo puede llevarse a cabo en común.
Caballero Calderón en su Breviario de El Quijote, señala que el Discurso de las Armas y las Letras manifiesta una de las paradojas o ironías tan propias de Cervantes, pues se da en él una contradicción fáctica entre el discurso, las palabras que se dicen, y las imágenes que se nos ofrecen. Las palabras de don Quijote, dice Calderón, hablan de honra -cuatro veces, cuatro, apela Cervantes a la honra en el Discurso de las Armas y las Letras de la Segunda Parte inmerso significativamente en la guerra de los rebuznos, mientras nos presenta a los miserables mancebito y al soldado viejo- pero las imágenes de las armas modernas son la contrarréplica de Cervantes a don Quijote, según Caballero Calderón. Estas armas matan anónimamente y, en consecuencia, el heroísmo y la honra que pone sobre la mesa don Quijote se queda en nada. Asimismo, señala Calderón que las virtudes de la guerra ya no son el sacrificio, la obediencia, etc. sino "ciencia calculadora y el talento creador", es decir, la guerra pasa de ser un arte a una ciencia o una técnica; la de fabricación de armamento. Esta podría decirse también que es la interpretación resumida de El Quijote de Maravall en El humanismo de las armas en el Quijote, titulado después, Utopía y contra-utopía en El Quijote.
Armand Gonthier, Denys (1962), El drama psicologico del Quijote. Prólogo de Julián Marías, Madrid, Studium.
Gómez Galán, Antonio (1961), "El día y la noche en el Quijote", Arbor Nº 49:185
Marías, Julián (1971), La imagen de la vida humana; y dos ejemplos literarios: Cervantes y Valle Inclán, Madrid, Editorial Revista de Occidente, p. 9.
Marías, Julián, op. cit., p. 10
Si acaso existen extraterrestres inteligentes, no pueden entrar en contacto con nosotros, pues somos intratables, irreconciliables, llevamos en nosotros marcada la discordia.
Así ocurrió con el colapso de Yugoslavia, aunque la gente allí era en general previamente atea (tengo noticia directa de ello) y, por ello, en gran medida en esa guerra está basada la respuesta de Hungtinton en Choque de Civilizaciones a El fin de la Historia, de Fukuyama.
El título del capítulo XLV de la Primera Parte es: "Donde se acaba de averiguar la duda del yelmo de Mambrino y de la albarda, y otras aventuras sucedidas, con toda verdad."
El arma, a diferencia del resto del resto de las cosas que son para servirnos, no puede ser compartida y deviene en la privación (absoluta), en la causa de que todo resulte privado, tanto por su condición suficiente -todo queda subordinado al arma y se transforma en arma. como necesaria -sin el arma no puede darse la propiedad privada.
La tercera obra de Cervantes en un país musulmán es La gran Sultana, la historia de doña Catalina de Oviedo, la cual, a diferencia de Zoraida, se mantiene cristiana en Constantinopla.
En la conversación que sigue al episodio de los leones con el del Verde Gabán, don Quijote atribuye, inopinadamente, como habitual de los actos de valentía su carácter de adulación a los poderosos. Valentía sí, acaba, pero por la causa humana.
Comenzábamos este trabajo exponiendo la diversidad de interpretaciones del Quijote. En parte es falta de base o atención, pero en parte sucede también que muchos de los que han entendido su propósito, lo han ocultado y tergiversado. Entre estos bien nos atrevemos a considerar, por supuesto especulativamente, el de Unamuno, que pasó de un gran desprecio por El Quijote a escribir un libro para exaltar a su loco protagonista, denostando la persona del autor del mismo modo que el de Avellaneda, asaz de para exponer el sentido contrario al cervantino. El caso de las Meditaciones del Quijote de Ortega también es extraño, comenzadas con gran entusiasmo, se proponen diez meditaciones y, luego, apenas se habla del Quijote más que en el Prólogo y en las dos o tres primeras Meditaciones, mientras Ortega especula sobre los caracteres del sur y del norte de Europa, sin considerar la ocupación musulmana de España para nada, y pregunta, literalmente, a su Dios ¿qué es España? Por lo menos Maeztu fue sincero al exponer su entendimiento de que El Quijote representaba la decadencia de España…. Como ya mencioné, seguramente Lope y otros contemporáneos lo entendieron claramente y lo rechazaron con violencia, pero no pudieron impedir su éxito editorial. Ya en nuestro tiempo, el filólogo más influyente de la historia de España, Menéndez Pidal, en el cuarto centenario del nacimiento de Cervantes, en su discurso principal como presidente de la RAE entonces, seguramente desengañado ya de su insostenible tesis sobre el origen del Quijote en El Entremés de los Romances con que salió en los años 20, vuelve a la carga y expone ahora que el Quijote no se escribe contra los libros de caballería sino por la depuración de un estilo caballeresco que había degenerado en tiempos de Cervantes, dice, y no se ocupa tanto en argumentarlo como en hacer una lista de autores, sobre todo extranjeros, que también han leído El Quijote como una suerte de idealismo melancólico y heroísmo de la resistencia. Otro caso significativo es el del autor fascista Giménez Caballero, principal responsable de la proyección cultural del estado durante el franquismo. Este, desde sus primeros escritos en la Gaceta Literaria, manifiesta un odio enfermizo hacia El Quijote, si bien, luego como funcionario, máximo responsable de la promoción de la literatura española durante la dictadura, no tiene otra opción que exponerlo como parte principal de la cultura española y todo su esfuerzo es tergiversarlo y le ayudan en esto sus colegas falangistas Torrente Ballester y Laín Entralgo. Es Giménez Caballero el que más desarrolla la falsa imagen de la dialéctica idealismo-realismo del Quijote, así como la difusión de la pobreza extrema de Cervantes, origen de su resentimiento, etc. Estos autores no entienden a Cervantes. Si alguien pudiera realmente desarmarse lo haría, pues las armas son una carga, un desperdicio, no sirven para nada o, peor, son para solo destruir. Estos autores reflexionan sobre la realidad como una imagen de su propio pensamiento, limitado a su estado, ignorantes de que Cervantes conoce y supera sus miedos desde el momento que su audiencia virtual es el universal "desocupado lector".
Existe un número de organizaciones anti-militaristas o por el desarme, pero en tanto no se advierte la necesidad de la unidad humana como modo de lograrlo, consciente o inconscientemente propiamente están haciendo política, pues tanto como niegan armas a unos resulta en beneficio para los contrarios. Igualmente sucede con los partidarios de la eliminación de algún tipo específico de armas, como las nucleares, o las químicas, etc. que no advierten la proyección virtual del arma, que un arma equivale a todas las armas y, por ello, el desarme solo puede ser de todas las armas.
Rousseau dice que la primera sociedad de desiguales –esto es estatal, jerárquica o piramidal- fue causa de la desigualdad del género humano, pues los demás, o la copian o son asimilados por esta. No es necesario añadir que en la parte más baja de la pirámide (aunque algunos así lo prefieren como los emigrantes, y antiguamente los extranjeros se integraban en otras sociedades como esclavos). Rousseau, Jean Jacques. Oevres Completes 2, "Que l'etat de guerre nait de l'etat social", Editions du Seuil, 1971, Paris, p. 383.








EL SENTIDO DEL QUIJOTE:
(NOS ESTAMOS ENGAÑANDO)

El realismo ejemplar cervantino

Manuel Herranz Martín





Madrid, 4 de noviembre de 2015











A ti




Índice 5

Parte I
Introducción
Capítulo I
La recepción moderna del Quijote 7
Un obstáculo para la interpretación del Quijote en nuestro tiempo 11
Capítulo II
Sobre el interés por la literatura realista en los años cincuenta 15
Dámaso Alonso
Capítulo III
La novela picaresca como antecedente del Quijote 21
La Celestina
El Lazarillo
El Guzmán de Alfarache
El Guitón Honofre
La picaresca en Cervantes

Parte II
El Quijote
Capítulo I
El propósito literario de Cervantes 31
Capítulo II
La piedra angular del Realismo 35
Capítulo III
Origen del Quijote 41
Confirmación del sentido del Quijote al sabor de la Segunda Parte
Capítulo IV
El Curioso Impertinente 49
Capítulo V
Acerca del Idealismo en El Quijote: risas 53
Las ideas puras
Los ritos y la confesión
La risa nos humaniza
Juegos de manos
La idealización del otro
El caballero
El renegado
La utopía o política
El pensamiento de Sancho
La moral
Los negocios
Dulcinea
El amor
Una mujer real
El amor romántico
El individuo
Capítulo VI
La Segunda Parte 77
China
Desperta ferro
Historia y novela
Sobre la inmortalidad de los muertos
Cervantes y don Quijote
La cueva de Montesinos
El castillo
Des-enloquecer
Capítulo VI
La realidad humana 101
El discurso de las Armas y las Letras
La filosofía española
Las Armas
Las Letras
Epílogo 117
Las guerras de los griegos





Monumento a Cervantes en la Plaza de España de Madrid
(Nótese la cruz en el pecho de Cervantes)





Parte I
Introducción
La recepción moderna del Quijote
Pese a que El Quijote es, posiblemente, la máxima expresión cultural humana, diríase que hemos desfallecido en el intento de entenderlo y Cervantes mantiene, más de un siglo después, ese "gesto de melancolía" con que lo retrataba Ortega, "esperando un nieto capaz de entenderlo" (Meditaciones del Quijote, 1914). Grande es mi deseo que en este cuarto centenario de su muerte ese gesto sea una sonrisa si sirve este trabajo para "anudar ese roto hilo" del que habla Cervantes en los momentos previos a su muerte en su Prólogo al Persiles con que desea "vernos presto contentos en la otra vida".
Y digo que hemos desfallecido porque la interpretación del Quijote no es una cuestión ni mucho menos resuelta. En las recientes conmemoraciones de 2005 por el cuarto centenario de la publicación de la Primera Parte se produjeron un gran número de trabajos, la mayoría de ellos de carácter parcial y en su gran mayoría en respuesta a convocatorias de la administración para congresos, simposios, conferencias, seminarios y todo tipo de eventos, resultando muchos en libros colectivos. Todo ello, sin duda un debido tributo al autor manchego, pero, hasta donde yo conozco o entiendo, no se ha producido interpretación alguna reciente que haya vertido luz o, acaso, nueva luz sobre la novela cervantina como para resultar relevante en nuestro ámbito cultural.
Porque, en efecto, si damos unos pasos atrás podríamos ver que una vez que el régimen franquista otorgó el control ideológico del país a la Iglesia despojándoselo a los falangistas tras la derrota del Fascismo en la Segunda Guerra Mundial, la recepción del Quijote de la época, llevada a cabo principalmente con ocasión del cuarto centenario del nacimiento de Cervantes en 1947 y 1948, es prácticamente unánime en considerarlo de estilo barroco e ideológicamente contra-reformista a imagen y semejanza del régimen y así lo presentan sin apenas excepciones ni dudas los intelectuales del periodo franquista como, por ejemplo: Casalduero, Camón Aznar, Rosales, Helmut Hatfeld, Maldonado de Guevara, Diaz-Plaja, Moreno Báez, Alborg, y un largo etc., algo que contrasta con la variada y dispar recepción que simultáneamente estaban llevando a cabo los exiliados, tal como queda recogido en mi estudio de la recepción del Quijote en la España franquista.
Quizás bastaría decir a este respecto que nuestros dos más prominentes filólogos presentan versiones diametralmente opuestas del Quijote. Mientras Menéndez Pidal atribuye al personaje Bartolo, protagonista del Entremés de los Romances, la referencia de Cervantes para crear a su personaje e inscribe la obra cervantina en el ámbito idealista considerando que su propósito literario es una renovación del espíritu caballeresco y justifica su entendimiento apelando a una larga lista de sus lectores nacionales e internacionales que así también lo perciben, Dámaso Alonso, su sucesor como presidente de la Real Academia Española, ubica El Quijote en la tradición de la literatura realista española y encuentra el origen de su figura principal en el Camilote, personaje del Primaleón o Segundo Libro del Palmerín de Oliva.
Y si continuamos remontándonos en el tiempo nos encontramos con que la interpretación inmediatamente precedente al franquismo es El pensamiento de Cervantes, de Américo Castro, quien lo define en los términos ideológicos más opuestos a los estudiosos franquistas, esto es: renacentista y erasmista. El caso de Castro, que se exiliaría a consecuencia de la guerra civil, es por sí solo muy significativo respecto a la presente argumentación, pues se da la paradoja de que Castro desarrolló un diferente y nuevo entendimiento del Quijote subordinándolo a su teoría histórica de los casticismos. En mis estudios de bachillerato a finales de los 70 se nos presentaba El pensamiento de Cervantes como el estudio más o menos definitivo sobre la mentalidad o ideología cervantina y recientemente he tenido ocasión de entender que posiblemente por entonces a despecho del mismo Castro.
Y yendo aún más atrás ¿qué decir de la distancia extrema entre el Quijote de Vida de don Quijote y Sancho (1905) de Unamuno y las Meditaciones del Quijote (1914) de Ortega?, nuestros dos filósofos más renombrados. Cada intelectual de principios de siglo se remite al Quijote para exponer su posición política tal como vemos hacen Ganivet, Maeztu, Madariaga, Navarro Ledesma, Ledesma Ramos, etc. Y en esto mismo abunda extensivamente el trabajo de Eric Storm sobre la celebración del tercer Centenario de la publicación del Quijote en 1905 en el que da cuenta de cómo decenas de oradores de los más opuestos signos políticos hicieron uso de la novela para fundamentar las más dispares posiciones, tal como se recoge en el ciclo de conferencias que convocó el Ateneo de Madrid. ¿No es este un fenómeno extraordinario? Un libro unánimemente aplaudido y reconocido, considerado la mejor novela de la historia, del que no sabemos de qué trata.


Capítulo II
Un obstáculo para la interpretación del Quijote en nuestro tiempo
Pese al enorme éxito del Quijote cuando fue publicado, cómo lo prueba el gran número de sus ediciones y de sus muchos coetáneos que lo citan, su popularidad entre nosotros a partir de finales del XIX fue generada por extranjeros, particularmente por el interés que despertó la figura de don Quijote entre los románticos alemanes que coronaron a Cervantes, junto con Shakespeare, en rey de la literatura europea. Igualmente, el primer cervantista, según señala Rey Hazas, es el reverendo inglés John Bowle y las primeras investigaciones sobre la persona de Cervantes fueron por encargo de una editorial inglesa para una edición del Quijote.
La causa de la incomprensión o confusión general en la interpretación del Quijote en nuestro tiempo es el enorme cambio de mentalidad sufrido por nuestro país desde la época de Cervantes hasta el presente. En la España del siglo XVI la reciente convivencia de musulmanes, cristianos y judíos había dado lugar a una mentalidad mucho más abierta que en el resto de Europa, o por decirlo más precisamente, directamente crítica o escéptica ante las diferentes fes. En este sentido, mi entendimiento de la situación no está en la línea de Castro u otros historiadores que atribuyen a ciertos autores actitudes conformadas por su casta u origen judío o musulmán (véase, por ejemplo, los términos de la polémica entre Castro y Sánchez Albornoz) sino a la eclosión de un momento generalizado de descreimiento, único, me parece, en la historia occidental, agudizado por su reacción a la fuerte ideologización que se imponía desde el estado. Es como si actualmente un gran número de intelectuales no 'creyeran' ni defendieran la Democracia, los Derechos Humanos, la Historia ni nada y se permitieran hacer chistes sobre cualquier cosa…...
Es, en efecto, un lugar común comprobable en la literatura de esa época el habitual descreimiento de los estudiantes, a los que se les suele calificar de pícaros; mentalidad que habrían de adaptar en el caso de alcanzar posiciones o cargos con implicación ideológica donde la confesión o militancia es requerida, cosa que no fue el caso de Cervantes, un hombre que "escribe y trata negocios, y por sus grandes capacidades tiene muchos amigos", según se lee en la declaración de Andrea, su hermana, ante el juez instructor del caso Ezpeleta, un homicidio ocurrido en la vecindad de Cervantes que implicó a los suyos y nos ha dejado parte de la escasísima documentación sobre su vida.
Esta tensión ideológica en la España de la época ha sido estudiada y subrayada por diversos autores y entre estos nos sirve de buen ejemplo el mismo trabajo de José Antonio Maravall sobre El Quijote que lo interpreta inserto en la crítica al idealismo caballeresco de la corte de Carlos V, cuya coronación como rey de España es el hito clave en la imposición totalitaria de la ideología gótico-cristiana europea en España. Pese a la reacción intelectual que manifiesta la literatura picaresca, esa experiencia específica de la intelectualidad española resultaría inexorablemente vencida y anulada con el agravante de que España se consolidó luego como guardián o brazo armado de la fe católica, asaz de líder intelectual de la Contrarreforma.
Quiero venir a decir que cuando a la vuelta de dos siglos El Quijote es recuperado los españoles están ya lejos de poder reconocer en él una expresión propia del Realismo, con el resultado de que la característica y calculada ambigüedad de Cervantes dará lugar a esa interpretación ideológica a gusto del consumidor actual unidimensionalmente idealista sin otra referencia u opción a la que vincularlo o atenerse.
Necesitaremos, por tanto, ir viéndolo poco a poco y comenzamos diciendo que para el Realismo las palabras no son realidad, en el sentido de que no la determinan ni transcienden en la forma moral o política como asume el Idealismo. Las palabras son simples y puntuales representaciones, artificio, teatro y nada más, tal como lo es una estatua o un cuadro. A consecuencia de este entendimiento se genera ese Realismo auténtico del siglo XVI por el que las palabras simplemente responden a las circunstancias o situaciones de los personajes, que son lo sustantivo, pues la consecuencia del descreimiento del autor, de su inteligencia de que la palabra no es más que artificio, es que no puede pretender luego que su obra sea edificante en algún sentido. El llamado Realismo literario del XIX no parte, ni mucho menos de esa premisa, ¿quién más edificante que Galdós, por ejemplo?
En relación a este pensamiento realista es conveniente notar que frecuentemente refiere Cervantes a la semejanza entre pintar y escribir y así le dice en el Prólogo el amigo que le aconseja que utilice la "imitación en lo que fuere escribiendo que cuanto esta fuera más perfecta tanto mejor será lo que describiere" y que "pinte" a las claras su intención evitando el estilo abstracto o fantástico.
Solo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo, que, cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere. Y pues esta vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procura que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos. (Prólogo, I)
Y desde esta misma perspectiva del amigo del Prólogo también se burla Cervantes en varias ocasiones del pintor Orbaneja, que necesitaba poner un nombre o una descripción debajo de lo que pintaba.
—Tienes razón, Sancho —dijo don Quijote—, porque este pintor es como Orbaneja, un pintor que estaba en Úbeda, que cuando le preguntaban qué pintaba, respondía: «Lo que saliere»; y si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: «Este es gallo», porque no pensasen que era zorra. Desta manera me parece a mí, Sancho, que debe de ser el pintor o escritor, que todo es uno, que sacó a luz la historia deste nuevo don Quijote que ha salido: que pintó o escribió lo que saliere; o habrá sido como un poeta que andaba los años pasados en la corte, llamado Mauleón, el cual respondía de repente a cuanto le preguntaban, y preguntándole uno que qué quería decir «Deum de Deo», respondió: «Dé donde diere». (LXXI, II)
Cervantes no hace como Orbaneja. Tome como ejemplo el lector la aventura de los molinos, que a todos deja boquiabiertos y sin clave o referencia o nombre debajo sobre cómo interpretarla, pues Cervantes sabe que es la inteligencia la que capta el sentido de la realidad y, en consecuencia, también la relación de lo representado con ella.
Tenemos así que a la filosofía, a la ideología, a la religión, a las "Letras divinas" como las llama Cervantes, les va el ensayo, el tratado, o acaso las historias fantásticas, pues desarrollan sus exposiciones de modo figurativo, especulativo e irreal, y, por tanto, no tienen que rendir cuentas ante la realidad, mientras que al Realismo le va la novela, pues la novela incluye ineludiblemente la vida, que es lo humano que en ella tiene que imitar.



Capítulo III
Sobre el interés por la literatura realista en los años cincuenta.

Tras la exitosa definición del Quijote como obra de estilo barroco e ideología contra-reformista en el gran cónclave que fue el homenaje a Cervantes en el cuarto centenario de su nacimiento en 1947, la mayor estabilidad política de los años 50 dio lugar a cierta desideologización del panorama cultural español y, como consecuencia, a la adopción por parte de las revistas del CSIC, Arbor y Anales Cervantinos, de una disposición más objetiva o científica en sus producciones acorde con el pragmatismo tecnócrata impulsado desde la Iglesia por el Opus Dei, destaca también por entonces una estupenda revista de carácter abierto y tolerante, Ínsula, que, además, invita a los exiliados a publicar en sus páginas, y Dámaso Alonso asume la presidencia de la Real Academia Española de la Lengua en sustitución de Ramón Menéndez Pidal. Todos estos factores confluyen en un interés por el estudio del Realismo en literatura que afecta sensiblemente la recepción del Quijote, lo que se manifiesta en la pérdida de interés por el protagonista en favor de Sancho y la novela como tal.
La contestación a la imagen del Quijote consagrada en el homenaje a Cervantes del 47 se hace pronto patente y ya en 1951 el número 64 de Ínsula manifiesta la polémica haciendo compartir en portada, mitad y mitad, el artículo "El grave defecto de El Quijote" de Elias L. Rivers y "Cervantes y la libertad" de Luis Rosales. El artículo de Elías Rivers declara espurio el último capítulo, en el que se da cuenta de la confesión y cristiana muerte de don Quijote, y reprocha a Cervantes que no diese fin a la novela con la derrota de don Quijote en Barcelona. El artículo de Rosales por el contrario contiene las ideas básicas de los dos gruesos volúmenes de su libro Cervantes y la libertad que solo publicará en 1960, el más comprensivo y detallado manifiesto de la interpretación contra-reformista de El Quijote, sustentada en buena medida sobre este último capítulo, del que los anteriores tomarían sentido y que Rosales expresa subtitulando El Quijote "historia de una conversión".
Otro de los argumentos más utilizados para justificar un Quijote contra-reformista es relacionarlo con el Persiles, por tanto ambas son obras de Cervantes. A este planteamiento hace frente Maurice Serrahima en 1955 con su artículo en Ínsula, "De El Quijote al Persiles" en el que expone la gran diferencia entre ambos indicando que el mundo de El Quijote es abierto, sutil, mientras en el Persiles acartonado. En el Persiles solo aparece un plano de la acción, un punto de vista predeterminado, "sin pensar en realidad alguna" y es precisamente ese contraste el que nos da la idea que mueve El Quijote, concluye Serrahima.
Ramón de Garciasol reseña en Ínsula en 1958 Hacia Cervantes de Américo Castro informando de la nueva visión "perspectivista" que el exiliado Castro está promoviendo en sus más recientes escritos sobre El Quijote. Añade que para Castro la clave de El Quijote está en su "disposición" y que la "forma" no aporta a su entendimiento. Esta es una referencia y una crítica a uno de los grandes adalides del barroquismo y contra-reformismo de El Quijote, Joaquín Casalduero, autor de Sentido y forma de El Quijote.
El exiliado Segundo Serrano Poncela publica también en Ínsula en 1960 "Las razones de Avellaneda" argumentando que El Quijote apócrifo es El Quijote ortodoxo y representativo de la mentalidad contra-reformista de su época, creado expresamente para contrarrestar al heterodoxamente liberal Quijote de Cervantes.
El mismo talante de los artículos nos lo encontramos en un número de ensayos y entre estos destaca el de Hipólito R. Romero Flórez, Biografía de Sancho Panza, filósofo de la sensatez, que ganó el prestigioso premio Aedos de literatura, en el que cuestiona muchos de los lugares comunes respecto a Sancho, cómo su carácter de secundario que suele acompañar a su supuesta quijotización. Otro ensayo de la época es el de Álvaro Fernández Suárez, Los mitos de El Quijote, en el que pone a la misma altura a todos los personajes de la novela, desde don Quijote al burro de Sancho. Amado Alonso escribe "Cervantes" para señalar que muchos de los análisis de la década previa sobre El Quijote "confunden lo necesario con lo esencial". Richard L. Predmore publica El mundo de don Quijote, de principio a fin un estudio del estilo realista de Cervantes y la editorial Ínsula también traduce y publica el libro de Leif Sletsjöe, Sancho Panza, hombre de bien.
De la misma manera que factores políticos facilitaron los trabajos mencionados sobre El Quijote, con el fin de la década de los cincuenta concurren otros que sumirán los estudios del Realismo en el olvido y que propiciarán el regreso de posicionamientos fuertemente ideológicos, tendenciosos y abiertamente sesgados –si bien, con algunas aportaciones interesantes como la de Díaz-Plaja o incluso la de Carlos Varo sobre su recepción. Por una parte, la inexorable aproximación de la muerte de Franco cierne un futuro incierto para la Iglesia que la lleva a atrincherarse ideológicamente de nuevo, de modo que un buen número de monografías restauran resolutamente el quijotismo apelando principalmente a la interpretación de Menéndez Pidal, entre las que podemos incluir el ya mencionado extenso trabajo de Rosales así como los de Palacín Iglesias, Carlos Alborg, Moreno Báez, Díaz-Plaja y Carlos Varo desde Puerto Rico. Por otro lado, la ascendente izquierda no encuentra en El Quijote recursos adecuados a su objetivo de promoción de la lucha de clases, pese a algunos intentos como el de Ludovik Osterc en Méjico y el de Ricardo Aguilera en España. Finalmente, los intelectuales falangistas Giménez Caballero y Torrente Ballester, como previamente hiciera Laín Entralgo, manifiestan, ya abiertamente, su aversión hacia Cervantes y El Quijote exacerbando la línea crítica de Maeztu (Giménez Caballero) o buscando desmitificarlo (Torrente Ballester). Según mi opinión, es esa imagen del Quijote proyectada en las décadas de los 60 y 70 la que posiblemente ha dado como resultado que la, posiblemente, máxima creación del genio humano haya quedado lesionada y desfigurada y, aunque no marginada oficialmente, ha dejado de ser el recurso y referente abierto de la intelectualidad española que fue en la primera mitad del siglo XX.

Dámaso Alonso
No obstante, nuestra atención se dirige propiamente al trabajo de Dámaso Alonso, la figura líder e inspiradora de la corriente interesada por el realismo literario en los cincuenta, pese a no haber generado este una obra dedicada a la interpretación del Quijote ni haber llegado a las últimas consecuencias de sus planteamientos.
Dámaso Alonso ya se había desmarcado en el Homenaje de 1947 de la pauta oficial y en su participación en el Homenaje a Cervantes de la Universidad de Valencia que convocó a los catedráticos de filología de "todos los distritos universitarios de España" presentó su Quijote-Sancho, Sancho-Sancho, en el que sostiene que Sancho es la representación del hombre real en El Quijote y hace un estudio psicológico de su comportamiento causado por muy humanas motivaciones oscilantes entre el deseo y la cautela.
Entre las décadas de los 50 y los 60 escribe una serie de artículos recogidos en sus Obras Completas bajo el título de Estudios varios cuya temática es el Realismo como característica propia de la literatura española hasta el siglo XVII, efecto sin duda de la convivencia en España de las tres culturas en contraste con la homogeneidad gótico-cristiana del resto de Europa.
Este Realismo, a diferencia de la literatura del XIX que Dámaso Alonso califica de "literatura de lo particular", será capaz de ofrecernos, al tiempo que una crítica al Idealismo, una teoría del conocimiento y un saber en sus propios términos.
Menéndez Pidal ya había señalado el marcado carácter realista del Mío Cid en comparación con el resto de cantares de gesta europeos, pero es Dámaso Alonso quien atribuirá esta característica a la literatura española en general hasta su cumbre en Cervantes. Tras tratar El Lazarillo, La Celestina y Tirant Lo Blanc, nos expone su visión sobre el escritor manchego en el último de esos Estudios, "La novela cervantina" que comienza remitiéndonos a Ortega en sus Meditaciones del Quijote donde cita las palabras de Cervantes en el Coloquio de los Perros distinguiendo que "los cuentos unos encierran y tienen gracia en ellos mismos y otros en el modo de contarlos", un modo de contar para Dámaso Alonso que consiste en "la vivificación a que la palabra levanta el argumento mismo", es decir, que son las circunstancias del personaje o su contexto lo que nos da cuenta de lo que este dice, algo que se había alcanzado ya en expresión muy consolidada con El Lazarillo de Tormes, donde no actúan príncipes, ni se relatan hechos heroicos sino que el interés se deposita en la vida en su aspecto más común, se trata del "realismo de las almas", según lo denomina Alonso.
El "realismo de las almas" es explicado por Dámaso Alonso señalando que lo dicho ha de tomar en cuenta también al que escucha y nos ilustra con un ejemplo de La Celestina: llega Sempronio a visitar a Elicia que está encamada con alguien y Celestina dice en voz alta: "¡Albricias! ¡Albricias! ¡Elicia! ¡Sempronio!". Se trata doblemente de un saludo a Sempronio y un aviso para Elicia, sentido que a su vez ha de captar la inteligencia del espectador. Dámaso Alonso hace comparaciones con obras extranjeras semejantes a La Celestina que no pretenden o no son capaces de expresar ese realismo desde su visión unidimensional idealista y señala que será Cervantes el que lo universalizará y nos ofrece un ejemplo en las enormes contradicciones en las que incurre la Cariharta, personaje de Rinconete y Cortadillo según a quien se dirige al manifestarse sobre su amante Repolido que le acaba de dar una paliza.
De la novela de Cervantes dice Dámaso Alonso que trata
(….) del hombre más su circunstancia inmediata. Entiéndase bien: las cosas inmediatas al hombre, como ambiente vital del hombre. Nunca el paisaje, solo entredado en atisbos o, peor, en fórmulas estereotipadas…….Las cosas entran en Cervantes porque le son necesarias para la acción……El realismo de las almas confluye con el realismo de las cosas.

A este punto llega Dámaso Alonso en su exposición de lo que sea el Realismo, siendo Dámaso Alonso, como hemos visto, luz y líder en la búsqueda de un entendimiento de este modo de pensar y de expresarse. Tampoco Dámaso Alonso se atreve a hacer un análisis del Quijote consecuente con su planteamiento realista y con su acertado descubrimiento del origen del Quijote que veremos más adelante. En este mismo sentido nos vamos a permitir exponer un caso revelador sobre la falta de comprensión de lo que sea el Realismo en nuestro tiempo en un, por otro lado, acertado comentario al Curioso Impertinente. La cultura occidental ciertamente utiliza con frecuencia el término realismo, pero luego se oculta o ignora lo que este refiere o implica.
Así pues, quiero que el lector entienda y no quede defraudado si se siente distraído inconvenientemente en el transcurso de la exposición que sigue, que, en parte, el objeto de este trabajo no es solo exponer el sentido de El Quijote por interesante y relevante que ya por sí solo sería, se trata también de un intento de exposición de lo que alcanzo a entender por una manera de pensar realista (que debo en gran medida a mi estudio del pensamiento chino antiguo, aunque dejo para otra ocasión la comparativa entre ambas fuentes –española y china- así como una posible mayor sistematización del Realismo) y, por último y sobre todo, porque entiendo que la manera de pensar realista está a la base de la posibilidad de un mundo humano, tal como advierto y asumo le parece a Cervantes, un mundo con una alternativa a nuestro presente triste destino (la privatización de Marte, je, je, je…., donde decía el otro día que quería ir Edward Snowden porque todavía no se necesita allí pasaporte).


Capítulo IV
La novela picaresca como antecedente del Quijote
Aparte de los libros de la devoción, de las obras de teatro y de la poesía, en la producción literaria en prosa del tiempo de Cervantes destacaban la novela pastoril, en la que Cervantes hace una incursión con La Galatea, la novela bizantina de aventuras y viajes, que también practica Cervantes en algunas Novelas Ejemplares y en el El Persiles, las novelas de caballería de origen europeo, muy populares en la época, y la novela picaresca, producción específica de la cultura española del XVI y XVII, de modo que es este último estilo el que ha de servirnos como principal referencia para El Quijote por cuanto comparte con ellas no solo el carácter y estilo realista sino su intención crítica al Idealismo.
La picaresca había sido encumbrada desde su nacimiento por el enorme éxito de la rara maravilla anónima del Lazarillo y de su digno continuador, aunque con distinta esencia, el también magnífico Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, este último ya de la misma generación que Cervantes. Y un año antes de publicarse la Primera Parte del Quijote sale a la luz el Guitón Honofre, otra cumbre, a mi juicio, de la novela picaresca que, sin embargo, es desconocida entre el público y apenas valorada por los críticos o estudiosos, seguramente por haberse recuperado tan solo recientemente, en 1973, de su escondite en París. La pícara Justina se publica el mismo año que El Quijote, 1605.
La Celestina
Pero aún antes de esas novelas picarescas de referencia para Cervantes por tanto publicadas antes del Quijote, tenemos que mencionar a La Celestina, escrita medio siglo antes que el Lazarillo y uno antes que El Quijote. La Celestina o Tragicomedia de Calixto y Melibea bien puede incluirse por su tema entre los de la literatura picaresca, por tanto comparte la crítica al Idealismo característico de la literatura amorosa o romántica. El caso que nos presenta La Celestina es el de una pasión amorosa muy intensa que en lugar de ganar el elogio poético de rigor se nos presenta como, básicamente, obsesión sexual, insensatez y locura en el mundo real, camino seguro de perdición, pues aquellos que tienen conocimiento del intenso deseo de Calixto saben cómo aprovecharse manipulándole a su antojo y operan totalmente al modo de los pícaros.
La Celestina es extraordinariamente incisiva en todos sus aspectos y todo lo que yo aquí diga no será nada en comparación con lo que en ella se dice, desde su comienzo "Del autor al su amigo" que se inicia con "Suelen los que de sus tierras ausentes se hallan considerar de qué cosa aquel lugar donde parten mayor inopia o falta padezca, para con la tal servir a los conterráneos, de quien en algún tiempo beneficio recibido tienen…..". O, sigue el Prólogo: "Todas las cosas ser criadas a manera de contienda o batalla dice aquel sabio Heráclito…". Y válganos un ejemplo para exponer lo que queremos significar: el modo como Celestina penetra en la fortaleza de Melibea es la compasión, la humanidad de esta, quien una vez que Celestina le pronuncia el nombre de Calixto en su primer encuentro se irrita sobremanera, pues ya sabe de él y de sus intenciones y ve claro cuál es el propósito de la visita de la alcahueta, por lo que su determinada respuesta es demoledora, pero Celestina es capaz de capear la embestida, "¡Más fuerte estaba Troya….", se dice, y responde que Calixto sufre un terrible dolor de muelas y ella le solicita una jaculatoria muy buena que tiene al efecto de calmarle. Ahí ya se compadece Melibea y la brecha queda abierta. Quizás resulta penoso decirlo, pero no es inverosímil temer que cuando los medios de comunicación nos presentan imágenes de sufrimiento y que mueven a la piedad, ¡cuidado! bien puede ser que van a justificar el uso extra de recursos públicos o, sobre todo, se inician bombardeos sobre los 'causantes', con seguridad, violadores de los derechos humanos, etc.
El Lazarillo
El Lazarillo es anónimo, algo de por si significativo, pero no son pocos los que se lo atribuyen al diplomático y literato Hurtado de Mendoza, embajador en la Santa Sede y en Inglaterra. Esta suposición se me antoja con buen fundamento, pues la percepción de mayor realismo se obtiene paradójicamente al tomar distancia del ámbito propio enjaulado en una comunicación pública, oficial. Cervantes, como tantos otros y así las primeras palabras de La Celestina que ya hemos visto, expresa en diversas ocasiones la bondad del viajar y convivir con extranjeros ("andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos" Coloquio). Este es el caso de Cervantes que lo hizo cinco años entre los musulmanes, aunque a su pesar. Y de alguna manera eso mismo sucede al estudiante de humanidades y al que lee; que viaja en el tiempo y conoce otras culturas.
Pero lo que más hace a los hombres discretos o agudiza su entendimiento es la desconfianza o descreimiento, debe decirse aquí que no particularmente referida, como es lógico, al enemigo oficial, lo que correspondería con la publicidad, propaganda oficial sino de modo general, especialmente entonces hacia aquellos líderes o autoridades –sobra decir del estado- que, como consecuencia, emiten la mayor parte de información vinculada sistemáticamente en una 'escala de valores'. He aquí el punto de partida del Lazarillo, cuando deja a su madre.
Y así me fui para mi amo, que esperándome estaba.
Salimos de Salamanca y, llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal de piedra que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y, allí puesto, me dijo:
-Lázaro, llega al oído a este toro y oirás gran ruido dentro dél.
Yo, simplemente, llegué, creyendo ser ansí; y, como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:
-Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo.
Y rió mucho la burla.
Paresciome que en aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño, dormido estaba.

El hecho de que el protagonista sea un niño nos lleva a una mayor intensidad en la identificación empática con él, así de sus hambres terribles como duros castigos.
El Lazarillo se desenvuelve en un mundo inhumano y cruel, un mundo de apariencias, hipocresía, engaños, donde la religión, manifiesta en el clérigo, el buldero, el arcipreste…. se expone viviendo en la inhumanidad, en la mentira y de la mentira, y así también sucede en el caso del hidalgo, que se engaña a sí mismo ante y sobre la realidad ateniendo su persona y juicio a la ideología estatal de la honra. En diversos aspectos es éste un buen precedente del manchego.
Como vemos la picaresca abunda por encima de todo en mostrarnos la distancia entre la realidad y las palabras, las palabras muestran representando algo que engaña, oculta, distorsiona la realidad y, por este motivo, los asuntos más comunes de la picaresca son los engaños, los fraudes, los adulterios, etc. por tanto son estos los que nos exponen bien a las claras, nos desnudan la carencia de consistencia del Idealismo. No se trata de "literatura del pobre", tal como se considera a la picaresca habitualmente en nuestro tiempo. ¿Acaso desde entonces ya no ha habido pobres…? ¿O fue acaso esa época de hegemonía española más especialmente de pobres que otras?

El Guzmán de Alfarache

El fascinante Guzmán de Alfarache, subtitulado "Atalaya de la vida humana" es un caso especial en la picaresca, que fundamenta tanto el estilo como la ideológica barroca de desprecio a la vida. Conviene con el Lazarillo o con La Celestina en que el mundo es, en efecto, esencialmente inhumano y una lucha sin cuartel, con lo que resulta en que todo es pecado y en ese mundo Guzmán vive como un pícaro, peca como un pícaro, y además el autor, tomando distancia con El Lazarillo, se muestra particularmente determinista con su personaje, pues, aunque este tiene repetidas ocasiones de cambiar su suerte, dado que consigue cubrir sus necesidades, que fueron origen de sus embustes, e incluso llega a enriquecerse, lo presenta incapaz de modificar su conducta que seguirá esa línea sin posibilidad de enmendarse. Ante esta situación irreparable, ahí está la admonición del autor para obtener la moraleja y concluir en que solo en Dios podemos poner nuestros ojos, pues solo Dios y solo la otra vida puede ofrecernos el consuelo y la esperanza que todos anhelamos y que aquí nunca lograremos.

El guitón Honofre

Gregorio González publica en 1604 El guitón Honofre, desmintiendo con él la extendida asunción contemporánea de la picaresca como literatura resentida y del pobre marcado por su nacimiento, pues lo que más caracteriza al Guitón Honofre es su carácter de hombre libre y orgulloso de sí mismo. No nos engañemos, los pobres no tienen quien les escriba y así nos los dice repetidamente y de diversos modos Cervantes en el Coloquio. Tengo que insistir en esto, pues igualmente a Cervantes se le intenta una y otra vez entender por su pobreza, por su resentimiento, etc. Es la manera como el Idealismo ajusta las cuentas a esta literatura impar y única que, por una vez en la historia, no adula al poder –como, por ejemplo, sucede con todos los grandes clásicos, libros de propaganda- precisamente cuando la posición de España se alzaba sobre el mundo de su época. Una época, particularmente la de La Celestina y del El Lazarillo en la que Castilla gozaba todavía de una buena posición económica y un justo orgullo por sus logros políticos en contraste con los siglos siguientes hasta casi el presente. Y, aparte, se advierte que en muchos casos ese extremo de estrechez del pícaro es fruto de una fuerte tendencia caricaturesca.
El guitón Honofre es, en efecto, ante todo un hombre libre, seguro y pagado de sí mismo, orgulloso de sus padres labradores de los que él es huérfano. Los hechos y las aventuras del guitón Honofre nos dan cuenta de su indómito carácter, no mejor ni mayor que otros, pero tampoco peor o menor que nadie. Se rige siempre por un sentido propio de la justicia y se la toma según le parece corresponde a cada caso. Es tolerante con la beatería de su amo, el estudiante que lo sustenta, pero no le deja ir demasiado lejos, pues el estudiante se somete cada noche a mortificaciones que impiden dormir a Honofre y acaba manifestándole su soberbio desprecio y burlándose de él, aún a costa de perder su mantenimiento. Aunque básicamente se muestra indiferente hacia lo religioso y lo trata como algo que le es ajeno. Como muchos otros libros de la época nos da cuenta luego del general descreimiento de los estudiantes de la época con los que convive, actitud asociada a la picaresca.
Honofre, empujado por la necesidad una vez que pierde a su amo el estudiante beato, falsifica documentos y sustituye el sello real para recaudar impuestos en lugar del monarca, por lo que es apresado y condenado a muerte, pero se escapa falsificando otro documento y sobornando a un funcionario. Finalmente, falsifica también su identidad para refugiarse en un convento en Aragón, fuera de la justicia castellana, donde nos deja con la promesa de contarnos más aventuras que tuvo.
Aunque queda fuera de nuestro período de interés, quiero también mencionar que como hombre fundamentalmente libre se nos presentará también el Estebanillo González, hombre de buen humor, personaje que renuncia a cualquier honra y, por ello, da por bueno pasar por bufón. A Estebanillo González algunos eminentes estudiosos no lo soportan por su falta de moralidad o compromiso, militancia, cuando precisamente él es el único que no participa en el genocidio que llevan a cabo todos cuantos le rodean en el marco de la Guerra de los Treinta Años en la que se desenvuelve su historia. Y tampoco está de más recordar el orgullo y la arrogancia de La pícara Justina (1605), también un canto a la conciencia de su inteligencia y capacidad superior (sin que la sucedan grandes sucesos más allá de algunos simples y pequeños engaños) en contraste con los crédulos, militantes que la rodean, a los que menosprecia por ello, por su falta de inteligencia. Justina, por cierto, se declara enamorada del personaje Guzmán de Alfarache y si como Mateo Alemán incluye moralejas al final de sus capítulos es para burlarse de ellas.

La picaresca en Cervantes

Cervantes escribe en los términos de la picaresca en Rinconete y Cortadillo, pero, a diferencia del determinismo que caracteriza a las producciones anteriores, estos abandonan sin dificultad alguna ese mundo del hampa que nos dan a conocer, lo que contrasta fuertemente con la tesis de Mateo Alemán. En El casamiento engañoso no hay un pícaro al uso sino que ambas partes usan de la picaresca. Y ahora nos detendremos más detalladamente en el Coloquio de los Perros.
Es relevante señalar en primer lugar el sentido infrahumano que nos aporta el hecho de que los pícaros son perros; por su dependencia real del hombre para comer y por su incapacidad real de hablar o comunicar su injusto y desigual estado de desheredad….
Igualmente es característico del Coloquio y de Cervantes decir y desdecirse y en este sentido pareciera que nos quiere explicar El Quijote. Todo lo que hace Berganza es murmurar, hablar mal de sus amos, al tiempo que, constantemente, tanto Cipión como él coinciden en señalar su disposición de no murmurar y lo aborrecible que es hacerlo. El hecho notable es que las imágenes que nos proyecta el cuento de Berganza hacen igualmente impresión (crítica) en nuestra mente, se desdiga o no el autor de ello después de lo dicho. Esta es, en mi opinión, una de las formas más prácticas y básicas de refutación o desengaño del Idealismo, pues, ¿qué más da si a la imagen se le atribuye verdad o falsedad, bondad o maldad? Lo importante es que esta se ha registrado en nuestra mente y connota, independientemente del control o clasificación que se quiera ejercer sobre ella. Un caso al que podríamos aplicar este entendimiento sería la controvertida devota muerte de don Quijote y su consecuente salvación, así como su arrepentimiento por haberse cegado con los libros de caballería que ni quita ni pone a la 'experiencia' que obtiene el lector de la lectura de sus aventuras.
Cervantes nos quiere mostrar la realidad, pero es también consciente de que el Realismo escandaliza tal como vemos por los temas que trata la picaresca y tiene un efecto desmoralizador, por ese motivo su propósito es ser realista y, al tiempo, ejemplar, con lo que uno de sus resultados es que, paradójicamente, encara con criterio tanto a Platón como al estado mismo (la violencia legítima), asaz de al Guzmán de Alfarache: en lugar de exponer al uso que las personas son malas, en El Quijote todos son 'buenos', algunos autores llegan a señalar que lo que caracteriza al Quijote y a Cervantes en general, es la piedad. De modo que, al exponer un realismo ejemplar, se deduce que lo malo surge de la circunstancia o condición en la que se desenvuelve el ser humano.
Con todo, la literatura picaresca se había limitado a exponer su visión realista y crítica al Idealismo desde el punto de vista de proscritos, marginados, precisamente porque su objetivo no era la 'crítica a la sociedad', mientras que Cervantes si incluye obviamente ese propósito en el Coloquio de los Perros donde nos resulta que la manifestación precisa de la llamada corrupción es propia, casi exclusiva de los poderosos en tanto que refiere esencialmente a hacer abuso o mal uso, utilizar en beneficio particular un poder otorgado para el servicio público al objeto de liderar, regular, coordinar, etc. las actividades de los gobernados de un modo general. En el Coloquio, aquellos encargados de guardar las ovejas son las que las matan y ante el amo acusan al lobo o, de la misma manera, a aquellos a los que se les confía una misión, como los carniceros, son los que, precisamente, se aprovechan para beneficio propio de los recursos que se les otorgan para otro fin traicionando esa confianza que necesariamente hay que depositar en ellos.
Nos resulta así que para Cervantes y para el pensamiento realista la mal llamada corrupción es intrínseca al poder, en contra de lo asume el Idealismo que la expone como humana, mundana, casual, particular y propia del mundo temporal ajeno al mundo de las ideas.…..
Otro de los asuntos notables que trata y manifiesta es que los pobres o inferiores no tienen siquiera capacidad de expresión y no se acepta de ellos la palabra, por bien intencionada que esta pudiera ser. En este cúmulo de críticas del Coloquio, en contraste con la picaresca más extendida, se salva la Iglesia, y no solo se salva sino que el pícaro agradece encarecidamente la enseñanza de los Jesuitas.
Al tiempo, presenta lo sobrenatural desde la brujería, el reverso de las experiencias de los místicos, particularmente las experiencias de Santa Teresa que había fallecido recientemente. Es usual en Cervantes buscar asuntos que le permitan tratar o exponer lo que desea sin encarar directamente a aquellos que puedan verse afectados por su cuestionamiento, en los que pueda generar una reacción lógica y adversa y por eso sus novelas son también en ese sentido ejemplares: críticas, pero sin escándalo, ni siquiera controversia.
Cervantes, como es habitual en él, solo plantea la cuestión para que el lector discreto discierna por sí mismo, sin acusar desvelando frontalmente como hace la picaresca a, por ejemplo, las actividades o escenificaciones 'sobrenaturales' de los bulderos. Cervantes lo deja al juicio del lector en esa ambigüedad calculada que le es tan propia. Por ello argumentarán con toda seriedad el licenciado Peralta y el alférez Campuzano al final de las Novelas Ejemplares sobre la realidad del hecho de que los perros hablaran. Y el autor no concluye en nada sino que el lector decida (si le falta algún tornillo –como realmente es propio de las creencias, allá cada uno). Y esa misma incertidumbre la deja al juicio del lector también en el trascurso del texto para que decida si a las brujas las visitaba el diablo o son solo imaginaciones suyas.
Por último, siempre es mejor devolver la palabra a Cervantes en el Coloquio para avivar la mente y discreción del lector y ponerle sobre aviso del estilo abierto y artificio retórico de Cervantes que se manifestará permanentemente en El Quijote y que nos da la clave y el pie para entenderlo, es decir, una vez más: que usemos sin reparo nuestro juicio, nuestra inteligencia, que pensemos en lo que connota su obra. Le dice la bruja a Berganza que podría recuperar su forma humana
…cuando por sus propios ojos viesen lo siguiente:

Volverán en su forma verdadera
Cuando vieren con presta diligencia
Derribar los soberbios levantados,
Y alzar los humildes abatidos,
Con poderosa mano para hacello.

Más adelante toma la palabra Cipión -posible hermano de Berganza, por tanto puede también hablar y, por tanto, posible hijo también de la Montiela convertido en perro como Berganza- y asegura que no puede pensar que alguien pueda transformar personas en animales, pero, al tiempo que se sorprende de poder estar hablando como lo está y en lo relativo al caso de su posible retorno a la forma humana señala:
Pareceme que quiere decir que cobraremos nuestra forma cuando viéremos que los que ayer estaban en la cumbre de la rueda de la fortuna, hoy están hollados y abatidos a los pies de la desgracia, y tenidos en poco de aquellos que más los estimaban. Y, asimismo cuando viéramos que otros que no ha dos horas no tenían deste mundo otra parte que servir en él de número que acrecentase el de las gentes, y ahora están tan encumbrados sobre la buena dicha que los perdemos de vista; y si antes no parecían por pequeños y encogidos, ahora no los podemos alcanzar por grandes y encumbrados. Y si en eso consistiera volver nosotros a la forma que dices, ya lo hemos visto y lo vemos a cada paso; por do me doy a entender que no en el sentido alegórico sino literal se han de tomar los versos de la Camacha; ni tampoco en éste consiste nuestro remedio pues muchas veces hemos visto lo que dicen y nos estamos tan perros como ves; asi que la Camacha fue burladora falsa, y la Cañizares embustera, y la Montiela, tonta, maliciosa y bellaca con perdón sea dicho, si acaso es nuestra madre de entrambos, o tuya, que yo no la quiero tener por madre. Digo, pues, que el verdadero sentido es un juego de bolos, donde con presta diligencia derriban los que están en pie y vuelven a alzar los caídos, y esto por la mano de quien lo puede hacer. Mira, pues, si en el discurso de nuestra vida hemos visto jugar a los bolos, y si hemos visto por eso haber vuelto a ser hombres, si es que lo somos.

Queda así expuesta a las claras la percepción cervantina del sentido puramente connotador del lenguaje real y, en consecuencia, la inevitable ambigüedad de las imágenes que nos proyecta, sujetas a nuestro grado de discreción o inteligencia, en contraste con el carácter perfecto y eterno que se arroga la idea, o más bien su sobrino, el concepto, pero mediante esas imágenes también descubrimos la realidad, pues el autor nos está dirigiendo con ellas la mirada. Y lo veremos.







Parte II
El Quijote
Capítulo I
El propósito literario de Cervantes
El modelo literario de Cervantes se nos deja entrever en uno de los dos únicos poemas que no remiten a los libros de caballerías de los que prologan El Quijote y quedan además ambos bajo el mismo título "Del donoso, poeta entreverado a Sancho Panza y Rocinante", siendo el poeta lógicamente Cervantes mismo, donde el poema dirigido a Rocinante refiere al Lazarillo y el de Sancho a La Celestina y este concluye calificándolo como "libro, en mi opinión, divino si encubriera más lo humano", esto es decir, si no mostrase tan crudamente las bajezas humanas.
De modo que para Cervantes La Celestina cumple con parte de su criterio literario, que en algún otro lugar define como enseñar deleitando y así es, en efecto, instructiva, desveladora, da que pensar (a la inteligencia)…., pero carece de la ejemplaridad necesaria para ser divina como lo es El Quijote, en ningún caso amoral o motivo de escándalo como la fascinante Tragicomedia de Fernando de Rojas.
Si la literatura española hasta el siglo XVII se caracteriza frente a la europea por su Realismo, como ya mostrara Menéndez Pidal comparando El Mío Cid con los cantares de gesta europeos, al que algunos autores han llegado a calificar de "cantar de gesta psicológico", y ya hemos dado cuenta arriba de los estudios de Dámaso Alonso sobre otras producciones literarias entre muchas otras, La Celestina dirige ese Realismo hacia la crítica del Idealismo o la Ideología presentándonos una nueva y realista visión del siempre tan valorado amor mediante la exposición de la insensatez del enamorado y de cómo es manipulado por aquellos que conocen su motivación y la ponen al servicio de sus intereses. Y son esos intereses o motivos de los manipuladores la codicia y la lujuria, esos aspectos "humanos" a los que refiere Cervantes que impiden que La Celestina sea divino.
De modo que aun si la crítica o desvelamiento del Idealismo como instrumento manipulador es acertada en La Celestina, no deja de asumir esa otra parte también consustancial al Idealismo de atribuir la causa del mal a la naturaleza humana, a la corrupción a la que queda sometido el mundo inferior a las esferas celestes, o sublunar, según lo expresa el mismo Platón, de modo que La Celestina adolece de soluciones y nos conduce a un callejón sin salida que nos lleva de cabeza al Guzman de Alfarache, por el que Mateo Alemán expone la corrupción sin remedio de este mundo ante la cual solo nos cabe volver la vista a Dios y esperar otra vida, etc.
Cervantes disiente profundamente tanto del planteamiento como del resultado al que nos conduce Mateo Alemán con su Guzmán y asume el reto de mantener el punto de vista realista ejemplarmente. Cervantes, digámoslo de inmediato, encuentra el origen del mal, violencia o daño intencionado, en la naturaleza (en la que se da el arma, "que es lo mesmo las armas que la guerra" I-XXXVII, Discurso de las Armas y las Letras), pero no en la humanidad o naturaleza humana, por tanto esta es básicamente libre o tiene la capacidad de serlo, que es lo mismo; sucede que actúa reaccionando a las circunstancias, propiamente el estado de guerra absoluta del mundo, de modo que su comportamiento es siempre reactivo, coaccionado, involuntario, incluso inconsciente.
Cervantes, por tanto, se centra en cuestionar las engañosas razones o ideas que justifican o legitiman la violencia, de modo que determina el contenido de la novela acotando su crítica al uso de las figuraciones del lenguaje en los libros de guerra, los de caballerías, los de los "desafíos", según dice en su primera referencia a estos, porque la guerra nos da la explicación última de la realidad toda, incluidos, por tanto, los sistemas figurativos del lenguaje, dígase religiones, ideologías. Y si la violencia cesa, estas diversas y disparatadas construcciones imaginarias que campan por el mundo se disiparán como el humo cuando se apaga el fuego. "Todo él (libro) es una invectiva contra los libros de caballerías", nos dice de inmediato en el Prólogo a la Primera Parte y la Segunda concluye devolviendo la cordura a don Quijote para que este declare:
Yo tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías.
—Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de «bueno». Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios escarmentando en cabeza propia, las abomino.
—Perdóname, amigo (Sancho), de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.
»Iten, es mi voluntad que si Antonia Quijana mi sobrina quisiere casarse, se case con hombre de quien primero se haya hecho información que no sabe qué cosas sean libros de caballerías; y en caso que se averiguare que lo sabe y, con todo eso, mi sobrina quisiere casarse con él y se casare, pierda todo lo que le he mandado, lo cual puedan mis albaceas distribuir en obras pías a su voluntad.
En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías.
Seguidamente, cierran la novela la pluma del autor y aún el autor mismo diciendo:
(….) verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva: que para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en estos como en los estraños reinos. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando y han de caer del todo sin duda alguna». Vale. (II-LXXIV)
De la misma manera que los cabreros reales contrastan con los que aparecen en las Novelas Pastoriles, los soldados reales o militares que nos aparecen en el Discurso de las Armas y las Letras (como también, por cierto, les sucede a los Letrados o militantes) o al "mancebito" que va a enrolarse al ejército en la Segunda Parte lo hacen por necesidad, para subsistir, mientras que la peculiaridad de la locura de don Quijote radica en que se cree lo que dicen los libros de caballería y se va a hacer la guerra voluntariamente, asumiendo que hay gente que pone en juego su vida por los fantásticos ideales que fomentan esos libros como socorrer huérfanos o viudas, o por la patria, por la justicia, por Dios, etc. y de ese modo nos aparece descrita su demencia tanto en el comienzo de la Primera Parte como con mucho mayor detalle, que ya veremos, en la Segunda.
El origen de los libros de caballerías bien puede remontarse a la Ilíada misma, libro fundamental del pensamiento occidental. El rescate de Helena es el motivo de la invasión de Troya por los griegos y es asunto básico y general de los libros de caballería, en los que el brazo del héroe es animado por (la idea o figuración de) la dama en la que la mente encuentra el punto firme sobre el que basa y sostiene su esfuerzo al tiempo que, posiblemente, le ilusiona…. y ese mismo sentimiento se transmite al lector que, en consecuencia, se solidariza con él (de la misma manera que el lector se solidariza con gusto con los guapos, ricos y glamurosos y no con Sancho Zancas o Panza –¡cuánto cuesta verlo como protagonista!- o con su mujer, o con doña Rodríguez y su embarazada y abandonada hija, etc.). Y si vamos aún más allá en nuestras consideraciones, según la jerga idealista el efecto de la idea sobre la realidad se produce mediante el amor, la categoría más alta del Idealismo, a la que apunta, y dispara, La Celestina.





Capítulo II
La piedra angular del Realismo
Pese a la sugerida o atribuida limitación o restricción del Realismo como una suerte de Positivismo, siendo este último una derivada del método científico, el Realismo dispone de la potentísima virtualidad de la que carecen tanto el Idealismo como, por supuesto, el Positivismo, pues su más importante caracterización, además de tener en cuenta todo lo que sabe, es el conocimiento empático, aquel conocido en todas las culturas, implícito en la Regla de Oro, como "ponerse en lugar del otro", asumir sus 'circunstancias', para así propiamente entenderlo -más allá de sus palabras, por supuesto. Ese carácter virtual de la realidad humana es el motivo de que la facultad que la capta es la inteligencia y no el intelecto, entendida aquella como la comprensión de las relaciones reales/físicas y este como erudición o comprensión de las palabras. Cervantes lo introduce en el primer párrafo del Quijote:
"Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante. Y, así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres, que ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor della, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice, que «debajo de mi manto, al rey mato», todo lo cual te esenta y hace libre de todo respecto y obligación, y, así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della".
Pero este Prólogo bien merece, por su puesto además, un comentario detallado.
"Desocupado lector": Fuera de servicio, no poseído, tomado u ocupado por otro, no en funciones, no como censor, ni partidario. Es decir, haciendo uso libre del entendimiento, simplemente reflexionando.
"Sin juramento me podrás creer", esto es: sin una invocación al conjuro, también al ritual, a la autoridad, al código…., para descartarla y, por lo tanto, sin más que a merced de tu humano juicio en tanto que, primero de todo, éste es "hijo del entendimiento". Ha de creerse, en efecto, lo que el autor dice; que "sin juramento le podrás creer" que el "quisiera que este libro fuera el más hermoso, el más…" Pero, precisamente por lo obvio y, por tanto, redundante que sería ese juramento nos recuerda irónica y burlonamente el carácter usualmente 'trascendente' que pretende ser el jurar, como aquella invocación a lo sagrado que sirve para sustituir el entendimiento y el discurso común que va de suyo a las cosas.
Tras lo que el autor quisiera, procede el reconocimiento o, más bien, la cura en salud, de los defectos en su obra a causa de las carencias propias del autor debido a "su estéril y poco cultivado ingenio", una auténtica concesión a la modestia, pero realmente a la galería, pues nuestro juicio, ese al que apela Cervantes, desmiente sus palabras, ya que ante nuestros ojos está su gran agudeza y la fecundidad de su mucho talento. A este extremo llega la audacia en el aviso a nuestra independencia del pensamiento del autor. Pero posiblemente con las carencias del Quijote apunta aquí a más: "por ser engendrado en una cárcel", donde se carece de libertad, pues ahí es donde cierra la interrogación y deposita la pregunta con que plantea al lector el reconocimiento de esas supuestas faltas. Y no me parece que refiera tanto a la cárcel donde Cervantes estuvo, en la que se asegura que, en efecto, se engendró El Quijote, pues lo opuesto a la cárcel, la libertad y la paz, tienen lugar en la naturaleza, fuera del mutuo forzamiento y esclavitud a la que se someten mutuamente los humanos. Por ese motivo quizás podemos a continuación entender que Cervantes se señala a si mismo ya no como padre sino como "padrastro", en tanto que El Quijote no es su carne y sangre, el engendro de su deseo sino que solo ha quedado a cargo de su 'educación' o 'formación' para poder ser admitido en sociedad, esto es a fin de cuentas: ser publicado.
Y aquel hijo del entendimiento, del que Cervantes es solo padrastro, queda para que tú ahora, carísimo lector, gozando de libertad y dueño de tu albedrío, no tanto que, sin más, descubras sus faltas, sino que desentrañes su sentido, te involucres con él, aportes también tu entendimiento sobre él, incluyendo la consideración de la circunstancia del escritor. De modo que la obra queda y se nos presenta abierta, requiere de la inteligencia, de la relación con la realidad ahí presente que ha de aportar el lector –realidad que compartimos, que no cambia con el tiempo, pese a que en tiempo de Cervantes los malos básicamente eran los musulmanes y hoy día más bien las 'dictaduras', pues antes se exponían por oposición al cristianismo o catolicismo y hoy por oposición a la democracia o liberalismo.
El Quijote es, de entrada y hasta el final, una provocación y una llamada al sentido común, tal como puede observarse en este primer párrafo del Prólogo donde hace aparecer, en el discurrir de lo que parece un habitual discurso de presentación de su obra, "que se engendró en una cárcel", que tú tienes "tu alma y tu cuerpo como el más pintado" (en el Museo del Prado, supongo), y "bajo mi manto al Rey mato". Estas dos últimas expresiones están tomadas del lenguaje popular, que en contraste con el académico y oficial, le proporciona la cobertura necesaria para ampliar o liberar su comunicación, como aquella otra también repetida en El Quijote de que "tras la cruz está el diablo" expresados de tal manera que no encierren desacato alguno por venir tan al cuento y al caso. Pero ahí están y ahí quedan.
Pero, no nos demoremos más, vayamos al grano y a la masa:
"No quiero, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en éste mi hijo vieres, que ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor della, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice, que «debajo de mi manto, al rey mato», todo lo cual te esenta y hace libre de todo respecto y obligación, y, así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della".
¿Es todo esto retórica? No lo es. Es una petición sincera, nace del más profundo deseo del autor al dirigirse al lector. Cierto que prosigue en su tono zumbón propio de todo el libro, tras el que se oculta su inteligencia igualitaria y, en consecuencia, rebelde, pero es aquí donde ya se nombra al Quijote como "hijo" sin reserva alguna. Cervantes es padre en cuanto a responsable de él y temeroso de su futuro y destino. Y necesita realmente al lector para que juzgue por sí mismo, para que utilice su propio y, al tiempo, común sentido o inteligencia. Sin embargo, la reflexión o contribución que generosamente se solicita del lector no remite a otras lecturas como hacen los escritores y los 'lectores' profesionales sino a la realidad que compartimos viviendo –con Cervantes también. La reflexión es pieza fundamental de esta obra para descubrir su voluntad, inteligencia y verdad. Cervantes da estas claras instrucciones al lector en sus primeras palabras del Prólogo y en las últimas del primer párrafo: que juzgue libremente, autónomamente, que reflexione como persona, en consonancia y como consecuencia del concepto que tiene y nos pinta de la persona en tanto desatada de sus condicionamientos sociales. Cervantes, en fin, da esas claras instrucciones al lector, que nos pueden parecer redundantes e innecesarias y, por lo tanto, una vez más burlonas, precisamente porque él mismo, que es quien las da, no es el lector: El autor, en contraste con el lector descrito, es pariente y amigo, sea como padrastro o como padre, y no tiene su alma en su cuerpo ni su libre albedrío como el más pintado, y no está en su casa, donde sea señor de ella como el rey de sus alcabalas, pues, efectivamente, sabe que de la misma manera que el lector "debajo de su manto, al rey mata" -refrán usado para expresar que cada uno es libre en su fuero interno de pensar y juzgar como quiera- Cervantes, como escritor, en gran medida ha tenido que despojarse de ese manto al ofrecer el libro a la imprenta y esa es su ineludible conciencia de partida como autor, esa es su situación real, su experiencia personal más viva en ese momento, de modo que, a diferencia de lo que francamente le dice y pide al lector, para sí está significando: 'todo lo cual me grava, me priva de libertad y me hace sujeto de todo respecto y obligación y, por ello, no puedo decir de la historia todo aquello que me pareciere sin temor que me acusen de desacato por el mal que dijere ni me premien por lo que alabare'. (En la próxima edición concluiré este párrafo con una frase en la que salga la Santa Inquisición).
Establezco ésta como prueba de la interpretación correcta de este Prólogo, pues es ineludible que Cervantes la tenga en mente como escritor y por el hecho de ser algo inteligible en sí mismo, sin juramento alguno que lo acompañe. Y este mismo ejercicio de ponerse en el lugar del otro es lo que el autor requiere del lector para el libro entero.
En efecto, el mal del mundo es que reina en él la locura, las figuraciones y las creencias disparatadas que nos son por un lado impuestas y por otro sirven para agruparnos y consolidarnos como militantes en fuerzas políticas, nacionales o internacionales frente a otras semejantes, mientras su efecto secundario es, privados de sentido común, aislarnos como seres humanos, lo que nos lleva a la desesperación, a la desconfianza en nosotros mismos como personas, pues disuelve la realidad común y el suelo bajo nuestros pies. Cervantes establece aquí, quizás intuitivamente, el punto de partida para recobrarlos y recobrarnos.
Repárese en este punto que no pretendo ni mucho menos con ello decir que Cervantes tenga un deseo revolucionario o se disponga en algún modo a perpetrar delito de lesa majestad católica, se trata simplemente que al "carísimo lector", al su amigo, Cervantes pretende contarle todo lo que sabe y no solo lo que debe, pues eso implica y es el carácter de la amistad, el carácter propio del estilo de Cervantes. Pero incluso eso está prohibido (por razón de la parcialidad, de las fuerzas del mundo a lo que ya nos hemos referido).
Su técnica resulta especialmente eficaz desde el primer momento, al poner en situación burlesca o ridícula el ritual o discurso políticamente correcto, al modo de: es broma, por lo tanto no te lo creas. De modo que esas imágenes o connotaciones fijadas por el rito se independizan de él y pierden su sentido sagrado quedando desnudas, plebeyas, inofensivas y, por tanto, ridículas –recuérdese aquí por adelantado la agresión del clérigo doméstico de los Duques a don Quijote, especialmente consciente del efecto de la figura transgresora de don Quijote, reflejo de las reacciones encontradas que ha provocado la Primera Parte. Seguramente los que más atención han puesto realmente al fondo de su obra han sido precisamente los celadores de la doctrina y, aunque no han podido acusarle directamente, pues tampoco les era dado levantar tan peligrosa polémica ¡con cuanto horror debió sentir el eclesiástico de los duques su verdadero por falso enamoramiento de Dulcinea!, algo que eliminó ya el de Avellaneda.
Así pues, el objeto principal de la obra no es tanto ir contra el actual estado de cosas como dar cabida solapada y subrepticiamente a imágenes, ideas, liberadoras, reveladoras de nuestro común entendimiento de modo tal que, a la postre, podamos confiar en él y podamos confiar en nosotros mismos y en nuestra capacidad de relación inteligente, humana y pacífica en lugar de relacionarnos a través de espíritus (libros) y encantadores. Y esos significados los "pinta" o los hace "por señas", tal como Cervantes se expresa en el Prólogo a sus Novelas Ejemplares.
El prólogo continua: "Te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componer esta obra, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo". En efecto, en la novela hay muchas formas de cubrir la verdad, la propuesta, el pensamiento y el conocimiento de Cervantes con el artificio de los disparates, de los diálogos, de la escenificación a la que dan lugar las aventuras...., pero es en el Prólogo donde ha de encarar su propósito verdadero y tratar de él. Escenifica entonces la entrada de un amigo que le dijo que… y le salva de la situación, proporcionándole el manto que le cubra, el mismo manto zumbón y burlesco que se emplea en todo El Quijote. Y es de este modo, con la llegada del amigo, como puede ya en el resto del Prólogo pasar a reírse de las autoridades literarias, entre las que intencionadamente incluye sin distinción a las autoridades a secas, sean "duques, damas u obispos", verdaderas autoridades de las Letras por cuanto tienen el poder de publicar, confirmando así el sentido y propósito de su discurso según la tesis señalada arriba, manifestando que bien podría él, si quisiera, utilizarlas para acreditarse y darse lustre, pues para eso están esas autoridades y para eso sirven, para servir de autoridades, pero no se trata de su falta de habilidad para utilizarlas, es su propósito, como el mismo señala, el que le disuade de servirse de ellas –lo que muestra su conciencia de lo que está en juego: la realidad misma como referente y no las ideas, que sería referirse a referencias. Referirse a la realidad resulta ser curiosamente "pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno", propósito definido como invectiva contra los libros de caballerías. Pero el Prólogo es realmente el summun de la irreverencia ante las Letras de todas clases:
"Vengamos ahora a la citación de los autores que los otros libros tienen, que en el vuestro os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z, como vos decís. Pues ese mismo abecedario pondréis vos en vuestro libro; que puesto que a la clara se vea la mentira, por la poca necesidad que vos teníades de aprovecharos dellos, no importa nada, y quizá alguno habrá tan simple que crea que de todos os habéis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra".
Esas Letras no pueden ser sino propaganda (sobra, por tanto, decir parcial), necesitadas al hacerse públicas de ocultar (parte de) la realidad. Pero hoy día eso ya lo han asumido también muchos y por eso piensan que el sentido real del mundo, que derivan o creen en concordancia con las palabras, es la lucha, struggle (a la que añaden, por supuesto, el carácter de liberadora).














Capítulo III
Origen y sentido del Quijote

En el año 1933 Dámaso Alonso publica El hidalgo Camilote y el hidalgo don Quijote, trabajo que, quizás desapercibido por el estallido de la guerra civil, reeditará en 1958 y 1968 entre varios ensayos de su libro Del Siglo de Oro a este siglo de siglas. Este trabajo es la mayor o definitiva aportación filológica al estudio de El Quijote, aunque prácticamente ha pasado desapercibida por sus numerosísimos estudiosos.
Dámaso Alonso señala la influencia sobre El Quijote del estrafalario personaje Camilote que aparece con su feísima amada Maimonda entre otros personajes del Primaleón, libro de caballerías escrito en 1512 cuyo título literal es Libro Segundo de Palmerín, pues, en efecto, es la continuación del Palmerín de Oliva, ambos de Francisco Vázquez y ambos gozaron de gran popularidad a tenor de las muchas ediciones que se hicieron a lo largo del siglo XVI. Señala Dámaso Alonso siete coincidencias entre Camilote y don Quijote que considera excesivas como para ser obra de la casualidad y el mismo planteamiento: ambos quieren que sus amadas sean reconocidas públicamente como las más bellas. Solo les diferencia que Camilote exige a caballero tras caballero confesar la belleza de la fea Maimonda o batirse con él en duelo a muerte y tras matar a varios caballeros resulta muerto él mismo por don Duardos, mientras que don Quijote se nos presenta en un tono cómico. Pero también repara Dámaso Alonso en que sobre don Duardos, el matador de Camilote, hace una versión el genial dramaturgo portugués Gil Vicente, La Tragicomedia de don Duardos, en la que de modo idéntico a El Quijote se centra solo en el aspecto humorístico del caso. Dámaso Alonso señala que Cervantes muy seguramente también leyó la obra de Gil Vicente dado el enorme interés por el teatro de Cervantes y tenemos constancia de su estancia en Portugal. Alonso concluye en que, aunque el Quijote pudiera tener otras influencias "(….) ninguna de ellas explicaría la idea central del libro: la fe en la hermosura de su Dulcinea, su Maimonda, tratada en vano de ser impuesta al escéptico mundo."

Aún si Cervantes no hubiera bautizado a don Quijote por similitud con el nombre y hechos del hidalgo Camilote, el hecho de su simple existencia pública, publicada y bien conocida, es motivo suficiente para que Cervantes hubiera reparado y tomado medidas para distanciarse de ese predecesor, referencia o connotación tan evidente de su criatura, pues de otro modo la relación se establece y el autor es consciente de ello. Por ese motivo, bajo mi entendimiento, la dependencia de uno y otro tiene carácter probado.
No han faltado autores, como Maldonado de Guevara y, particularmente, José Antonio Maravall, que han señalado que El Quijote es una crítica a los ideales imperiales españoles, particularmente a la cultura caballeresca y utópica importada por la corte de Carlos V, cuyo imperio, en efecto, se desplegaba hacia los cuatro puntos cardinales para hacer confesar: al Oeste conquistando América a fin de convertir a los indígenas al cristianismo, al Norte y Este luchando contra los herejes anglicanos y protestantes y al Sur haciendo frente a los infieles turcos y musulmanes en general, al tiempo que reforzando también la confesión en el interior con la Inquisición y las expulsiones de judíos y moriscos. Sin embargo, sostenemos que el significado del El Quijote va más allá de cualquier coyuntura.
La aventura que refleja nítidamente al hidalgo Camilote es la segunda, la del encuentro con los comerciantes toledanos, a los que don Quijote quiere hacer confesar y creer que Dulcinea es la más hermosa y así nos lo manifiestan las palabras claves del episodio que se repiten un buen número de veces en él, incluso una detrás de otra: "(….) habéis de creer, confesar, jurar, afirmar y defender…". Pero, mejor, veámoslo entero, que lo merece:
"….por imitar en todo cuanto a él le parecía posible los pasos que había leído en sus libros, le pareció venir allí de molde uno que pensaba hacer. Y, así, con gentil continente y denuedo, se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al pecho y, puesto en la mitad del camino, estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen, que ya él por tales los tenía y juzgaba; y, cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oír, levantó don Quijote la voz y con ademán arrogante dijo:
—Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la Emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.
Paráronse los mercaderes al son destas razones, y a ver la estraña figura del que las decía; y por la figura y por las razones luego echaron de ver la locura de su dueño, mas quisieron ver despacio en qué paraba aquella confesión que se les pedía, y uno dellos, que era un poco burlón y muy mucho discreto, le dijo:
—Señor caballero, nosotros no conocemos quién sea esa buena señora que decís; mostrádnosla, que, si ella fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida.
—Si os la mostrara —replicó don Quijote—, ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia. Que ahora vengáis uno a uno, como pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que de mi parte tengo.
—Señor caballero —replicó el mercader—, suplico a vuestra merced en nombre de todos estos príncipes que aquí estamos que, porque no encarguemos nuestras conciencias confesando una cosa por nosotros jamás vista ni oída, y más siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas del Alcarria y Estremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo; que por el hilo se sacará el ovillo y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado; y aun creo que estamos ya tan de su parte, que, aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellón y piedra azufre, con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere.
—No le mana, canalla infame —respondió don Quijote encendido en cólera—, no le mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia entre algodones; y no es tuerta ni corcovada, sino más derecha que un huso de Guadarrama. Pero vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad como es la de mi señora.
Y, en diciendo esto, arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el campo; y, queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas.

El modo de pensar realista que identificaba Dámaso Alonso en la literatura española lo utiliza de hecho la inteligencia, también conocida como servicio secreto de los estados, en tanto que pone entre paréntesis el contenido propiamente de la confesión o lo que piensen o esperen los creyentes de la misma y atiende solo a su efecto en términos de alineamiento, sometimiento o toma de partido y, consecuentemente, podemos decir que la novela de Cervantes se propone hacer público, universalizar ese secreto, atreviéndose a exponer la inteligencia por vez primera a los ojos del género humano, quizás en consonancia con el completo descubrimiento del mundo que se lleva a cabo en su época.
El idioma árabe, del que Cervantes tenía sin duda nociones, nos acerca también a esta perspectiva si consideramos que su palabra paz, salam, resulta ser lo mismo que sometido, fiel o creyente, muslim, todas estas palabras de la misma raíz slm que las aporta su significado. Y ese es el punto de vista que subyace al Discurso de las Armas y las Letras, lectura difícilmente comprensible, si no inadmisible, para españoles o cristianos, cuando en él se lee que el Maestro enseñó a los suyos que "cuando entrasen en alguna casa dijesen: «Paz sea en esta casa»"
Así como en el mesón le habían seguido la corriente las jóvenes y el ventero, temerosas de hombre tan fuertemente armado, los comerciantes toledanos, muchos más y bien pertrechados, deciden no seguírsela y le hacen frente, le desafían y cuando don Quijote miserablemente les ataca, irritado por las ingeniosas y pertinentes cuestiones de su interlocutor sobre la valoración de Dulcinea, acaba por los suelos a causa del tropiezo de su caballo, a causa de los elementos como la Armada Invencible, que también se puso en camino para hacer confesar el Catolicismo a los infieles anglicanos y fue abatida no por ellos sino por los elementos.
Pero, probablemente, es en la aventura anterior, la primera que tiene don Quijote, el encuentro con el pastor Andrés y el rico labrador Juan Haldudo, en la que se muestra más intensa y detalladamente la inteligencia que nos propone Cervantes con El Quijote. El recientemente armado caballero encuentra a Andrés confesando y prometiendo, pero no podemos decir que la verdad, pues obviamente reacciona como mejor puede a los latigazos que le está propinando su amo, Juan Haldudo. La llegada de don Quijote y su amenaza apuntando la lanza a su cara hace que sea ahora el labrador rico el que lleno de espanto confiese y prometa. Incluso las sagradas matemáticas platónicas, en las que se funda el idealismo filosófico, son objeto de burla en virtud de la lanza amenazante. Repasa: nueve meses a siete reales, setenta y tres reales, esa es la deuda con el pastorcillo establece don Quijote, a lo que no replica el atemorizado Juan.
Finalmente, se retira don Quijote y Juan Haldudo vuelve a flagelar a Andrés con redoblada saña sin que el autor nos refiera o detalle los hechos que han generado el conflicto. No olvidemos que Cervantes es Dios, que necesariamente sabe todo, pues ese todo es justo lo que quiere saber ante el papel en blanco y, por lo tanto, solo es de interés para la historia el fenómeno de la fuerza actuando como motor de la confesión, mientras que carece de él la llamada contradicción o causa puntual del conflicto, de la que el autor no nos da noticia, muy en contraste con lo puntual que es en aclararnos todo en el resto de las aventuras del caballero.
Es esta también una aventura de especial brillantez y pertinencia en la crítica al modo de pensar idealista en tanto este asume que las armas solo actúan puntualmente y luego rige el 'derecho' como separado de aquellas, sin embargo, el caso de Juan Haldudo nos manifiesta que la presencia de la amenaza de las armas es necesaria de continuo para hacer cumplir aquello acordado y prometido al acabar el tiempo que dura el desafío, esto es, la guerra o violencia directa.

Confirmación del sentido del Quijote al sabor de la Segunda Parte

Expuesto, pues, el origen y destino del Quijote nos surge de inmediato una reflexión ulterior: tampoco sus contemporáneos, o los más significados de estos, tenían duda de cuál era el sentido de El Quijote. Sabemos ya el temprano dictamen o, más bien, amenaza de Lope: "no hay poeta tan necio que alabe El Quijote", pero, a despecho de Lope, El Quijote triunfó ante el "desocupado lector" al que apela Cervantes en el Prólogo, el lector sin función pública, y de ahí posiblemente la respuesta y el intento disolvente de la beata publicación de Avellaneda que coge a don Quijote de su mano para acabar dejándolo en el manicomio bajo la protección del Nuncio de Toledo.
¿Avellaneda? Bien pudo ser seudónimo de Lope, el Ave Fénix, a quien Góngora en ocasiones llama Llana, en lugar de Vega, para poner de relieve su superficialidad. Igualmente, la repetida mención del "sinónimo voluntario" en el Prólogo al Quijote apócrifo bien puede referir a Camilote. Afortunadamente, Cervantes aún nos dejó otro Quijote cortado de la misma tela del primero para que no hubiese duda.
No podemos ni vamos a exponer aquí aventura tras aventura la interpretación realista del Quijote, pero si tender una red de hilo verde para enredar a unas cuantas de estas aves interpretadoras, muchas de ellas con el mismo propósito de Avellaneda de tergiversarlo intencionadamente, cual es el caso muy significativo del intelectual fascista Giménez Caballero que escribe toda una biografía de Cervantes al objeto explícito de derivar El Quijote del resentimiento de su autor por las penurias de su vida -asunción de la pobreza de Cervantes, en efecto muy generalizada, que suele esconder ese punto tendencioso- y el mismo Giménez Caballero compone una larguísima lista de autores que se han sentido ofendidos por El Quijote y, como Lope, o como el muy conocido y citado Byron, le insulta furiosamente acusándole de inocular un muy pernicioso virus "pacifista" en la sangre de España del que, posiblemente, no se ha recuperado.
La red de hilo verde, digo, la tenemos en el capítulo LVIII de la Segunda Parte precediendo a la noticia del apócrifo, donde tiene lugar el famoso encuentro con los caballeros santos, pasaje que entre las lecturas místicas o contra reformistas del Quijote se lee como hito en ese peregrinaje del héroe hacia su destino en devotísima conversión.
Las imágenes de estos caballeros están cubiertas y el texto abunda en "descubrirlas" (es muy propio del estilo cervantino repetirse en lo que quiere enfatizar):
Fue a quitar la cubierta de la primera imagen, que mostró ser la de San Jorge puesto a caballo, con una serpiente enroscada a los pies y la lanza atravesada por la boca, con la fiereza que suele pintarse.
—Este caballero fue uno de los mejores andantes que tuvo la milicia divina: llamóse don San Jorge y fue además defendedor de doncellas. Veamos esta otra.
Descubrióla el hombre, y pareció ser la de San Martín puesto a caballo, que partía la capa con el pobre; y apenas la hubo visto don Quijote, cuando dijo:
—Este caballero también fue de los aventureros cristianos…,
Pidió que quitasen otro lienzo, debajo del cual se descubrió la imagen del Patrón de las Españas a caballo, la espada ensangrentada, atropellando moros y pisando cabezas; y en viéndola, dijo don Quijote:
—Este sí que es caballero, y de las escuadras de Cristo: este se llama don San Diego Matamoros, uno de los más valientes santos y caballeros que tuvo el mundo y tiene agora el cielo.
Luego descubrieron otro lienzo y pareció que encubría la caída de San Pablo del caballo abajo, caballero andante por la vida y santo a pie quedo por la muerte.
—Por buen agüero he tenido, hermanos, haber visto lo que he visto, porque estos santos y caballeros profesaron lo que yo profeso, que es el ejercicio de las armas, sino que la diferencia que hay entre mí y ellos es que ellos fueron santos y pelearon a lo divino y yo soy pecador y peleo a lo humano. Ellos conquistaron el cielo a fuerza de brazos, porque el cielo padece fuerza (II – LVIII)

Este último párrafo lo califica Unamuno de "abismático" por la angustia que, supuestamente, refleja, algo dudoso si se considera que la frase se inicia con "Por buen agüero he tenido…" Y la interpretación de Unamuno la asume directamente Bergamín y así hacen muchos otros que, muy en contra de la solicitud de Cervantes, la obvian y no leen El Quijote por si mismos sino el de alguno de sus señalados intérpretes.
Américo Castro en El pensamiento de Cervantes distingue entre el trato "burlón" que dirige a los tres primeros y la devoción que manifiesta hacia San Pablo, pero Castro obvia aquí que Cervantes se refiere también a San Pablo con ironía sobre su superficialidad, y quizás falta de piedad, cuando cita al santo diciendo: "tened las cosas como si no las tuvierais", con ocasión de que a don Quijote se le rompen las medias en el palacio de los duques, que quisiera coser aunque fuera con hilo verde, y reflexiona sobre la pobreza.
Es preciso simplemente continuar leyendo el capítulo para ver cómo don Quijote es, tal como dice, tan caballero como ellos. Después de explicar a Sancho lo que significa ¡Santiago y cierra España!, encuentran a un grupo de gente que se entretiene representando La Arcadia, gente que invita y trata muy cortésmente a don Quijote, quien, por ello, les quiere pagar con su moneda o virtud caballeresca y se pone en mitad del camino para hacer confesar el también, diciendo:
…sustentaré…que estas señoras zagalas… son las más hermosas doncellas y más corteses que hay en el mundo, excetando solo a la sin par Dulcinea del Toboso, con paz sea dicho de cuantos y cuantas me escuchan.

Es entonces cuando llegan los lanceros con los toros
Apártate, hombre del diablo, del camino, que te harán pedazos estos toros!
Confesad, malandrines, así, a carga cerrada, que es verdad lo que yo aquí he publicado; si no, conmigo sois en batalla.



Camila, como Luscinda, tiene que herirse a sí misma para acreditarse ante su marido.
La sangre es la prueba de los ideales

Capítulo IV
La novela del Curioso Impertinente
La aparente falta de conexión entre las aventuras de don Quijote y la novela del Curioso Impertinente se nos desvela de pleno por su relación en el propósito ejemplar de Cervantes que ilumina a ambos a una luz. La ejemplaridad que se propone Cervantes, tanto en El Quijote como en las novelas que llevan ese nombre, se nos manifiesta con la máxima intensidad en este extraordinario caso de los adúlteros virtuosos, ¿podría darse algo más alejado de la inercia de los planteamientos de la picaresca? Y, sin embargo, comparte su esencia con el género en el objeto de mostrar – ¿qué mejor que con un caso de adulterio?- la distancia entre las figuraciones de las palabras, así como otras representaciones -particularmente el teatro que hace Camila para hacer creer a su marido lo que la conviene- y la realidad que tras sí esconden.
Esta novela se encuentra en una maleta junto al Rinconete y Cortadillo, una de las Novelas Ejemplares, y ambas están ya compuestas en la Primera Parte del Quijote, de modo que es evidente que Cervantes tenía en mente, junto a la exposición realista, esa disposición a la ejemplaridad antes y durante el tiempo en el que escribía El Quijote. Muy posiblemente y tal como muchos autores han notado, la novela del caballero loco comenzó como una novela ejemplar más, que, quizás, se hubiera correspondido con los primeros capítulos, realmente muy significativos, casi suficientes para su propósito inicial, según ya hemos podido ver en el apartado anterior, pero luego la ampliaría hasta límites insospechados dada la fertilidad del planteamiento unida a su gran experiencia y sabiduría que le permitió sumar aspectos que le interesaban o le parecían relevantes e ilustradores de la visión del mundo que quería compartir con el "desocupado lector", de modo que añade reflexiones, que como autor ya había en parte madurado, mediante la novela pastoril, los asuntos amorosos y de viajes, pues de todos ellos tenemos en El Quijote y todos al objeto de ofrecernos un mismo sentido. Y aún dará lugar a una segunda parte que le llevó diez años componer, consciente y responsable del grado de certeza o definición de la realidad que había alcanzado ya en la primera.
Y en esta suma de estilos y elementos que componen El Quijote, el más extraño es el caso de la novela intercalada del Curioso Impertinente donde Camila y Lotario engañan a Anselmo contra su voluntad, pues no es la lujuria o la falta de respeto de estos a su marido y a su amigo lo que les lleva al adulterio o a la traición sino las circunstancias, el condicionamiento al que les somete el loco Anselmo. Esas circunstancias son, pues, la causa de su conducta generadora de caos y no la maldad de la naturaleza humana. Se nos muestra además en la novela de modo minucioso cómo se produce también el cambio de mentalidad, de principios, de ideas de los fieles amigo y esposa hacia la condición de amantes adúlteros y traidores sujetos a la atracción de sus cuerpos. Cervantes lo expresa de este modo:
Rindióse Camila, Camila se rindió... Pero ¿qué mucho, si la amistad de Lotario no quedó en pie? Ejemplo claro que nos muestra que solo se vence la pasión amorosa con huilla y que nadie se ha de poner a brazos con tan poderoso enemigo, porque es menester fuerzas divinas para vencer las suyas humanas.

Y hablando de fuerzas divinas, nótese el lugar de Dios –expresión máxima del Idealismo- en el Curioso Impertinente:
Pero, fiada en su bondad, se fió en Dios y en su buen pensamiento, con que pensaba resistir callando a todo aquello que Lotario decirle quisiese, sin dar más cuenta a su marido, por no ponerle en alguna pendencia y trabajo; y aun andaba buscando manera como disculpar a Lotario con Anselmo, cuando le preguntase la ocasión que le había movido a escribirle aquel papel. Con estos pensamientos, más honrados que acertados ni provechosos, estuvo otro día escuchando a Lotario, el cual cargó la mano de manera que comenzó a titubear la firmeza de Camila, y su honestidad tuvo harto que hacer en acudir a los ojos, para que no diesen muestra de alguna amorosa compasión que las lágrimas y las razones de Lotario en su pecho habían despertado. Todo esto notaba Lotario, y todo le encendía.
No analizaremos en detalle aquí las muchas connotaciones del Curioso Impertinente como, por ejemplo, el vínculo de dependencia que establece Camila con Leonela o el análisis de la magistral representación de Camila o su posible relación con la que lleva a cabo don Quijote matando al gigante en los cueros de vino, historia que se intercala a su vez en la historia del Curioso Impertinente, habiéndonos limitado a exponer su sentido general y el relativo a la historia de don Quijote. Sin embargo, no me parece impertinente recoger aquí parte del comentario y entendimiento, semejante al nuestro, de Hans-Jörg Neuschäfer en su comentario al Curioso Impertinente en el texto del Quijote editado por Francisco Rico para el Centro Virtual Cervantes (cvc.cervantes.es) que concluye así:
Casi podríamos, pues, decir que la historia del Curioso impertinente viene a ser una especie de exemplum que completa y explica, en cierto modo, el sentido de la acción principal y del libro entero."
"Nos damos cuenta de que detrás de esta aparente ortodoxia, hay una visión más profunda y una moral más liberal: constatamos en seguida que lo que hace Anselmo —someter a su mujer a un «test» de moralidad— es calificado repetidas veces de «locura». Se descalifica el comportamiento de Anselmo porque su experimento se basa en una curiosidad malsana y en un presupuesto quimérico: la perfección moral que él busca no existe, pues no está en la naturaleza humana (y no sólo en la femenina); por lo tanto exige de Camila algo imposible. Y al exigir lo imposible «es justo que lo posible se le niegue», como advierte el comentario del narrador. Es más: al no dejarla desenvolverse según sus posibilidades, impide que su mujer —que, en el fondo, presta una digna resistencia— pueda salir airosa. Ella lo prueba todo: riñe a Lotario, huye de él, pide repetidas veces ayuda a Anselmo, y cede solamente cuando se ve completamente abandonada por su marido. Es verdad que esta clase de virtud, que es una virtud real, no alcanza el concepto de virtud ideal que es el que tiene Anselmo y que está por encima de todas las tentaciones. Pero se manifiesta precisamente en el hecho de que ella es consciente de su debilidad y procura obrar en consecuencia. Camila, pues, la mujer, es la única verdaderamente responsable, aunque débil, mientras que Anselmo, el marido, es loco —o sea, irresponsable— precisamente a causa de sus «fuertes» exigencias. Lo único que ha logrado su locura —o, mejor dicho, su soberbia— es la destrucción de la felicidad de tres personas, felicidad que al principio parecía inalterable. Al igual que en ciertas novelas ejemplares (El celoso extremeño por ejemplo, o El amante liberal). C. aboga aquí, lleno de escepticismo bondadoso, por una moral que cuenta con las posibilidades reales de la naturaleza humana en vez de las exigencias de un idealismo abstracto. Y al mismo tiempo concede —contrario al drama de honor— dignidad moral a una adúltera, condenando la soberbia de un hombre que, por exigir lo imposible, es el único culpable de la degradación de su mujer.

Vemos que la relación entre la novela de El Curioso Impertinente y la aventura de don Quijote está establecida. Sin embargo, manifiesta un vacío respecto a lo que pueda ser propiamente una perspectiva realista –pese a que, de alguna manera, la identifica como "ser consciente de su debilidad" e igualmente implica, aunque no expresa, que es una crítica al Idealismo, pues propone: "una moral que cuenta con las posibilidades de la naturaleza humana en vez de las exigencia de un idealismo abstracto". Ciertamente no estamos reclamando un entendimiento del Realismo, pues esa es la pionera tarea de este escrito. Ya vimos que el mismo adalid del estudio del Realismo, Dámaso Alonso, no había ido muy lejos.
Hans-Jörg Neuschäfer no repara en la exposición de la falta de efecto de Dios (en el que no cabe otra cosa que confiar), que es como negar su misma existencia y con ella cualquier transcendencia del Idealismo. Por el contrario, vivimos o experimentamos en los protagonistas cómo sus ideas, conceptos, valores se modifican ante la pasión que les ha generado la circunstancia a la que les ha expuesto Anselmo. Neuschäfer lo obvia, no repara en ello y refiere a lo real de forma abstracta, sin inteligencia, es decir, también idealmente, pues no concibe ni admite siquiera que la realidad se deje entender en sus propios términos como la causalidad de la realidad sobre la realidad sin mediación o interferencia del concepto o de la idea (de Dios mismo) que queda solo como manifestación de la experiencia subjetiva. Realidad o hechos que, aunque, en efecto, se manifiesten en la forma de palabras, imaginaciones o figuraciones, ya son interpretadas en subordinación a ese entendimiento realista previo, fundamental, anterior que las produce –aquí la manera en la que justifica Lotario, lo mismo en su mente a como lo haría ante un juez, el hecho de que está llevando a cabo consciente y voluntariamente un adulterio y una traición, frente a su pensamiento anterior plenamente contrario. Y así sucede con todo lo que pensamos o decimos.
Esta falta de entendimiento del Realismo también se aprecia cuando en los manuales de literatura se establece la muy común interpretación del Quijote como la lucha, tensión o 'dialéctica' entre el Idealismo de don Quijote y el (frecuentemente burdo) Realismo de Sancho, precisamente cuando el Idealismo ya ha sido negado en su misma esencia por el autor y en don Quijote está marcado por su locura y, por el contrario, el Realismo no se reconoce más que como la negación de esa locura, sin otro contenido que ser (una suerte de) grosero egoísmo –precisamente cuando la virtualidad, el medio de la empatía, es una cualidad propia y exclusiva del Realismo, permanentemente presente en Sancho, por cierto.














































Capítulo V
Acerca del Idealismo en El Quijote: risas
El secreto del estilo de Cervantes que tanto interés provocaba en Ortega y que con no menor decisión rechazó don Miguel de Unamuno es el humor, la ironía que desnuda a las palabras de cualquier carácter estático o sagrado y, en consecuencia, nos empuja a relacionarlas con la realidad ahí presente, fluida, actuante, para que la inteligencia o simple sentido común del "desocupado lector" obtenga su sentido, pues "no puede haber gracia donde no hay discreción" (II, XLIV).
Sugiero al lector de Cervantes que repare en la palabra "discreción" allí donde aparezca, palabra con la que define el carácter opuesto al de don Quijote, con la que adjetiva, por ejemplo, al ateo Ricote, lo que no le salva ni impide que se vea sujeto al oleaje de la violencia sectaria.
No voy a ser sistemático en este apartado, solo señalaré algunos aspectos de la crítica al Idealismo en El Quijote de modo aleatorio. Si puedo, sin embargo, empezar por el principio:
"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme" manifiesta de inmediato la paradoja de la realmente admitida divergencia entre la realidad y las palabras, pues la voluntad de 'no querer acordarse' es propiamente una voluntad irrealizable, ya que se acuerda uno de algo o no se acuerda, pero no se acuerda uno a voluntad, como tampoco a voluntad vive o despierta. Sin embargo, puesto que el autor lo dice no le reprochamos nada y adjudicamos a la frase el sentido que más se nos parece o antoja, como de ordinario sucede en nuestras comunicaciones. Sin embargo, significativamente, las traducciones de ese comienzo del Quijote, tanto al inglés como al chino, que he revisado expresamente, para evitar esa contradicción no lo hacen literalmente, aunque seguramente pudieran, y cada una lo reescribe en su idioma sin ese atrevimiento.
Algo semejante ocurre a lo largo del Quijote, en el que todos son hábiles para seguir a don Quijote la corriente de su locura si lo desean o se ven compelidos a ello.
Y a continuación pasa a la descripción primera del caballero y la redondea diciendo: "No importa (como se llamaba) para nuestro cuento; basta que en la narración de él no se salga un punto de la verdad". Verdad que no necesita respetar el principio de no contradicción, pues apenas una página después se olvida de su apuesta previa por el apellido de don Quijote como Quijana y se decanta por Quijada, actitud que ciertamente justifica en virtud, dice, de los numerosos autores por los que le han llegado noticias del caballero, lo que es añadir escarnio a la burla o aviso que se hace al lector, ya que decidirse por uno de los nombres, otro, ya lo hizo antes contando con las mismas fuentes e igualmente siguiendo un acto de su voluntad libre. Que ahora cambia precisamente para confirmarla, pues ¿Por qué ha de mantenerse la voluntad en el tiempo si no es ya por, precisamente, voluntad de compromiso, de asegurar el entendimiento…? Cervantes repite esta operación del humo sin fuego bien poco después de entrar en faena: su vecino Pedro Alonso le llama sin vacilación Quijana. Y al final del libro, cuando muere, resulta que el protagonista se llamaba Alonso Quijano.
Un ejemplo más de esa arrogancia (no peyorativa) del autor del Quijote se nos ofrece cuando llega a manos de don Quijote el apócrifo de Avellaneda ya en la Segunda Parte y este le dice a Sancho (LIX-II)
—En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprehensión. La primera es algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos, y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia, porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino Teresa Panza: y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia.

Cervantes en la Primera Parte llama a la mujer de Sancho, en efecto, Mari Gutiérrez, pero en la Segunda, donde desempeñará un hermoso papel, se refiere a ella como Teresa Panza. Cervantes decide los nombres incluso cuando los cambia.

Las ideas puras
Cuando hablamos sin relación a una realidad común entre el locutor y el interlocutor, todo puede justificarse a conveniencia tal como en general sucede con las interpretaciones de El Quijote. Tanto que podemos coger a Tarfe y ponerle en la boca lo que nos venga en gana, por ejemplo que el don Quijote de Avellaneda era calvo, pero no se molestó el autor apócrifo en dárnoslo a saber. Cervantes, bien consciente de ello, va más allá y le hace firmar a Tarfe un documento acreditando a su don Quijote como el auténtico con todo rigor y en presencia del alcalde y el escribano del pueblo cercano a los que hace acudir casualmente a la venta donde estaban nuestros héroes.
Vista la ductilidad infinita de las ideas o imágenes, no es extraño que Cervantes nos manifestara en el Prólogo su desdén por las ideologías sin distinción:
(….) no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos (I-Prólogo).

El atrevido Prólogo no es una crítica al estilo o a la obra de Lope, tal como muchos aseguran, probablemente con la buena intención de proteger la figura de Cervantes manteniéndola en lo políticamente correcto y presentándolo como un acólito más de la Cultura. No hay que engañarse, Cervantes se refiere al arrogante y ensimismado lenguaje de las Letras que no "pintan" o escenifican haciéndose parte de algo otro real y de las que no quiere hacer lo que sería un tan fácil como mendaz uso. Pero, al tiempo, nos manifiesta que no solo quiere distraernos sino comunicarnos algo, pues tiene una "intención" en lo que escribe o pinta. La historia verdadera que ciertamente busca exponer Cervantes no está basada en la correspondencia del nombre y la cosa, al modo de las ciencias, y se parece más al desvelamiento del que habla Heidegger, pero tampoco en un sentido temporal, histórico o creativo ¡oh! del Ser sino en el simple des-encubrimiento o exposición de la realidad que, en lo básico o esencial, se mantiene constante y, por tanto, comparte su inteligencia con nosotros.

Los ritos y la confesión
Según Alexander Parker a la conclusión de su estudio "El concepto de verdad en El Quijote", para Cervantes:
(…) la realidad no es ambigua; el mundo es razonable de suyo; sin embargo, reina en todo él la discordia del campo de Agramante, puesto que los hombres son muy propensos a falsear la verdad cuando creen que les conviene.

Pero este falseamiento no es tan simple como pudiera pensarse de las palabras de Parker, pues la realidad también se construye mediante un entramado ritual o representativo, bien más allá de las relaciones prácticas o casuales. Tengo la profunda impresión de que Occidente es poco consciente del papel de los ritos, por lo que no está de más apuntar que para Confucio los rituales, más que las ideologías, son los medios propios de formación de la sociedad y para el sabio chino las palabras son parte del ritual o están subordinadas a él. Este importante aspecto de la vida es algo en lo que la aguda mirada realista cervantina también repara.
La ceremonia que preside el ventero en la que don Quijote se arma caballero no es un simple episodio casual u humorístico, lleva una carga crítica consciente a ese otro aspecto del idealismo, la representación o 'cosificación' de las relaciones como un entramado de transferencias de legitimidad que emana de algo incondicionado, llámese Dios o el Cielo, como vértice de la pirámide, un sistema de relaciones simbólicas que, sin carácter práctico o útil, dígase también humano, solo pueden ser comprensibles para iniciados.
José María Pemán en su contribución al centenario del nacimiento de Cervantes en 1947 describe la ceremonia que oficia el ventero como "un procedimiento de depreciación crítica de la ceremonia elemental y directo",

(…) ninguna moderación detendrá a Cervantes para acentuar la agresiva acidez de su caricatura, todos los factores son terribles: el pilón donde beben los animales es el altar de la virgen, pues rememora el libro cuarto del Amadís, cuando Esplandián es armado caballero en ambiente hispánico y católico. También San Ignacio vela armas al modo del Amadís en Montserrat al que, además, menciona el padre Leturia y también éste lo pone en relación con la vela de armas de Esplandián

El rito también nos aparece en todo su esplendor, pero no ya como (re) creación del autor sino tal como realmente este acontece, en el encuentro de nuestros aventureros con los disciplinantes, gente que se azota voluntariamente –asunto que será especialmente importante para Sancho durante la Segunda Parte. Estos disciplinantes llevaban en procesión a la virgen hasta una ermita cercana, todo ello al objeto de que Dios les "abriese las manos de su misericordia y les lloviese". Este encuentro provoca la última aventura de don Quijote en la Primera Parte quien los ataca para que liberen a la doncella que llevan "contra su voluntad". Lo importante del rito, así como de la confesión ideológica, es su efecto vinculante y cohesivo para el grupo, independientemente de que, por supuesto, ni va a llover ni las ideas, creencias o confesiones tienen efectos bondadosos o salvíficos en el creyente

El lavado de barbas de don Quijote en casa de los duques nos recuerda paródicamente a algunas costumbres rituales semejantes, una de ellas podría ser el lavado de pies del Jueves Santo, escena que concluirá con la protesta de Sancho señalando que es improbable que la costumbre incluya el hacerlo con agua sucia, lo que, en efecto, es independiente de lo peculiar que pueda ser el rito para quedar ya bajo el simple juicio humano, de Sancho o de cualquiera.

La risa nos humaniza
Y, sin embargo, al Idealismo no se le puede desnudar dialécticamente, pues las palabras dan para todo, lo que es decir para nada concluyente y quien algo cree, como quien algo quiere, ninguna palabra le mostrara lo falaz o fútil de su creencia o deseo. Ante este estado de cosas, a Cervantes le quedaba defenderse con la risa, que se produce y expresa básicamente cuando una creencia o causalidad asumida, supuesta, esperada (en la idea) se manifiesta rotunda y finalmente fallida.
El párrafo que sigue de Valera señala pertinentemente la incomparable y sincera complicidad que El Quijote genera con el humor, con la risa:
Nada más propio que la risa del noble ser racional y humano. Los animales se afligen y se lamentan, pero nunca ríen. La risa sin hiel es celeste propiedad de los dioses, y en la tierra privilegio exclusivo de los hombres sanos y fuertes. Seguro indicio de salud y de fortaleza es reír con suavidad y dulzura. Este es el mayor y más misterioso encanto del libro de El Quijote. No se concibe tal risa sin la debida conformidad con Dios y sin reconocer y declarar que cuantas cosas Dios creó son buenas como el mismo Dios dijo al crearlas.

Y a esta característica de la risa que bien señala Valera quiero yo añadir también su sentido como manifestación de la igualdad y comunidad humana en su sentimiento e inteligencia, por tanto desenmascara y ridiculiza esas diferencias artificiales que se muestran así sostenidas no de otro modo que por la violencia que, por tanto virtual, puede ser representada/ocultada como 'cosa' o 'naturaleza' mediante esos rituales y es el humor la respuesta o la exposición al sentido común que por naturaleza todos compartimos sin discriminación alguna, salvo, ciertamente, en la mayor o menos discreción de las personas, cualidad a la que refiere permanentemente nuestro autor.
Un modo que tiene Cervantes de reírse de los ritos son los juramentos, expresiones a medio camino entre el rito y la ideología, que profiere Cide Hamete Benengueli como musulmán ante un público católico cristiano y, más allá de esto, debería levantarnos sospecha que sea ese autor moro quien nos está dando cuenta de las cristianas hazañas del caballero, lo que asienta, para quien quiera verla, una situación irreal, absurda, de la misma manera que sucedería si un creyente cristiano diera cuenta fiel de una historia de creyentes musulmanes o la Historia de Heródoto hubiera sido escrita por un persa, etc. etc., pues es preciso ser creyente, iniciado, para dar cuenta de los hechos relativos a la creencia. Veamos un caso que nos muestra la clara conciencia de Cervantes al respecto.
Comienza Cide Hamete: "Juro como católico cristiano..." a lo que su intérprete interviene entonces para señalar que, cómo Cide Hamete de hecho no es cristiano, quiere decir que esto significa que "cuando jura, jura o debe jurar verdad y decirla en lo que dijere". El intérprete -como a menudo sucede con los de Cervantes- corrige al interpretar, pues lo suyo es que hubiera dicho 'juro como los católicos cristianos (hacen)'. Y sin duda es esto lo que quería decir, pero lo dijo un poco imprecisamente.
De todos modos, si no es católico, como no lo es de hecho, el juramento por defecto se anula. Pero fuera de esto, lo que si nos interesa de nuevo es el ineludible modo activo con el que opera nuestro entendimiento donde lo determinante es la realidad, llamémosla contexto, incluso, cómo vemos aquí de nuevo, pasando por encima de las palabras que fácticamente se pronuncian.

Juegos de manos
Detrás de los tristes músicos comenzaron a entrar por el jardín adelante hasta cantidad de doce dueñas, repartidas en dos hileras, todas vestidas de unos monjiles anchos, al parecer de anascote batanado, con unas tocas blancas de delgado canequí, tan luengas, que solo el ribete del monjil descubrían. Tras ellas venía la condesa Trifaldi, a quien traía de la mano el escudero Trifaldín de la Blanca Barba, vestida de finísima y negra bayeta por frisar, que a venir frisada descubriera cada grano del grandor de un garbanzo de los buenos de Martos. La cola o falda, o como llamarla quisieren, era de tres puntas, las cuales se sustentaban en las manos de tres pajes asimesmo vestidos de luto, haciendo una vistosa y matemática figura con aquellos tres ángulos acutos que las tres puntas formaban; por lo cual cayeron todos los que la falda puntiaguda miraron que por ella se debía llamar la condesa Trifaldi, como si dijésemos la condesa «de las Tres Faldas», y así dice Benengeli que fue verdad, y que de su propio apellido se llamó la condesa Lobuna, a causa que se criaban en su condado muchos lobos, y que si como eran lobos fueran zorras, la llamaran la condesa Zorruna, por ser costumbre en aquellas partes tomar los señores la denominación de sus nombres de la cosa o cosas en que más sus estados abundan; empero esta condesa, por favorecer la novedad de su falda, dejó el Lobuna y tomó el Trifaldi.

Pero, ¿no nos había avisado antes el autor que esta era una representación inventada por los duques para distraerse con don Quijote? La Dueña Dolorida no es sino un sirviente de los Duques, que acompañará luego a Sancho a la ínsula por su probada habilidad representativa. ¿A qué viene esa información que aporta Benengueli respecto a su condado y a sus tierras y las costumbres que allí tenían? Solo con especial atención podemos apreciar esta incoherencia, este juego de Cervantes o, quizás, se trata de uno más de sus habituales descuidos…
Echemos más leña al fuego a la legión de correctores de este libro: véase que don Quijote está en la mesa donde va a pedir licencia para marcharse, cuando le llega la carta que Sancho le ha escrito en el capítulo anterior en respuesta a otra de don Quijote en al que le decía que tenía un asunto –que pensaba satisfacer- que le podría poner en indisposición con los duques. ¿Lo iba a resolver como decía en la carta a Sancho o se había olvidado de ello y se iba sin más a Zaragoza?
Nos resuelve este extraño caso, sin necesidad de quebrarnos la cabeza, la intervención durante la misma comida de la señorita Rodríguez y su madre. Es una de las muchas contradicciones cervantinas que avivan el entendimiento que nos debemos, por encima de la letra.
Y el capítulo XLIIII comienza diciendo Cervantes que, según dicen –pues él mismo no lo sabe, ya que esto no lo tradujo el intérprete- que en el original se queja Cide Hamete de la limitación de la Segunda Parte de la historia de don Quijote en la que no incluye historias intercaladas como para tratar el universo todo (aunque también teme que a las novelas no se las preste la atención debida por el hecho de ir intercaladas) y concluye pidiendo que
"…no se desprecie su trabajo, y se le den alabanzas, no por lo que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir".

¡¿Perdona?! ¡No te podemos dar alabanzas por lo que no has escrito! Por ese motivo, como en otras ocasiones, nos vemos forzados a pensar, según lógica inexorable, que pide alabanzas por exponer "el universo todo" limitándose a una referencia muy acotada: la historia de don Quijote. Y supongo que así lo han de asumir y pensar la mayoría de sus lectores y no alabarle por lo que no ha escrito.
Cuando doña Rodríguez visita a don Quijote en su alcoba y de la puerta se dirigen ambos a la cama
"Aquí hace Cide Hamete un paréntesis y dice que por Mahoma que diera por ver ir a los dos así asidos y trabados desde la puerta al lecho la mejor almalafa de dos que tenía."

¡Caramba! pero…. ¿Entonces no los veía?….Pues, ¿cómo diablos nos cuenta la historia?













La idealización del otro


En una época en la que encarnizadamente luchan cristianos y musulmanes, Cervantes levanta su voz para decir: estamos, ambas partes, regando fuera del tiesto, luchando contra apariencias, contra gigantes y nos negamos a encarar la realidad: que no son gigantes, son molinos. Qué los terroristas son personas, son humanos.
Ya, pero nos daría más reparo bombardearlos. (de ahí tanto interés en el heroísmo quijotesco y en ocultar el mensaje de Cervantes)



Esa figuración del idealismo al ser aplicado al ser humano le priva de libertad y sirve para deshumanizarlo, dotarlo de una figura a nuestro sabor, tanto de la amada, como seguramente mucho más frecuentemente aún para atribuir al otro, o a los otros (difícilmente a nosotros mismos –pese a nuestra suprema capacidad mortífera) características reprobables, terribles, incluso demoníacas como modo de juzgarlo, condenarlo y justificar la disposición de dañarlo y, finalmente, sacarlo del mundo.
El realismo de Cervantes, sin embargo, en lugar de basar sus descripciones, pinturas, escenificaciones en conceptos, se ocupa de mostrar la causalidad de la condición o circunstancia en las acciones de los personajes, por ejemplo el ventero y Juan Haldudo tienen miedo de don Quijote y, por tanto, le siguen la corriente, Sancho se la sigue a todo el mundo en búsqueda de beneficio, mientras los comerciantes toledanos sienten sus fuerzas capaces de desafiarle y le cuestionan. Así es todo en el Quijote, nada es gratuito u obediente al propósito ideológico del autor sino que este se encarga de que los efectos remitan a las condiciones, circunstancias, contexto de los personajes, a la realidad y la imiten.
"…No son gigantes sino molinos....". (I-VIII). Y, por cierto, ¿Por qué si son gigantes deben ser atacados? Luego nos aclarará que todos los gigantes son malos -menos uno, que no recuerdo su nombre, pero que don Quijote, sin duda, hubiera reconocido.
O no. He aquí el encuentro con Tosilos a su regreso, ya derrotado de Barcelona:
—¡Oh, mi señor don Quijote de la Mancha, y qué gran contento ha de llegar al corazón de mi señor el duque cuando sepa que vuestra merced vuelve a su castillo, que todavía se está en él con mi señora la duquesa!
—No os conozco, amigo —respondió don Quijote—, ni sé quién sois, si vos no me lo decís.
—Yo, señor don Quijote —respondió el correo—, soy Tosilos, el lacayo del duque mi señor, que no quise pelear con vuestra merced sobre el casamiento de la hija de doña Rodríguez.
—¡Válame Dios! —dijo don Quijote—. ¿Es posible que sois vos el que los encantadores mis enemigos transformaron en ese lacayo que decís, por defraudarme de la honra de aquella batalla?
El Idealismo al generar a los personajes de las ideas, los configura también físicamente según estas: el bueno (donde ser bueno puede ser católico cristiano o demócrata, etc.) es alto, guapo y ojos azules, el malo (lógicamente lo contrario que el bueno) feo, etc. Echamos un vistazo al Quijote y quedamos desorientados…todos son buenos, pero es posible que el personaje más bueno de todos sea la mujer de Sancho…
A este respecto, será lo mejor ver explícitas las contradicciones entre el nombre y la 'cosa' en El Quijote, manifestación clara del rechazo al Idealismo en Cervantes en contraste con la práctica totalidad del mundo en el que vivimos y al que referimos:

El caballero
—Pardiez, señor, yo no sabré deciros qué gente sea esta: solo sé que muestra ser muy principal, especialmente aquel que llegó a tomar en sus brazos a aquella señora que habéis visto; y esto dígolo porque todos los demás le tienen respeto y no se hace otra cosa más de la que él ordena y manda. (I-XXXVI)

Algo que se confirma en el transcurso de su presencia, ante la cual todo ha de hacerse según dispone y determina. Ante nosotros ya don Fernando; el más alto caballero del que se nos da cuenta en esta historia en su Primera Parte, si bien aparece "embozado", como corresponde a aquel del que ya tenemos noticias de sus muchas fechorías. Viene ahora de raptar a Luscinda del monasterio en el que la amada y amante de Cardenio se había refugiado de su acoso. A Dorotea la engañó, a Luscinda es ésta la segunda vez que la fuerza y a Cardenio le traicionó de la manera más repulsiva.
Teníala el caballero fuertemente asida por las espaldas, y, por estar tan ocupado en tenerla, no pudo acudir a alzarse el embozo que se le caía, como en efeto se le cayó del todo; y alzando los ojos Dorotea, que abrazada con la señora estaba, vio que el que abrazada ansimesmo la tenía era su esposo don Fernando.

Es la discreta, fría, y grandísima actriz Dorotea quien convence entonces a don Fernando de que deje de obstinarse por Luscinda y cumpla con la palabra que a ella le dio y fio.
La manera que tienen los presentes de referirse a él es hincándose de rodillas a sus pies; así primero hace Dorotea y luego Cardenio junto con Luscinda. Dorotea, de hecho, en dos ocasiones: la primera por defender su propio caso y la segunda porque vio que don Fernando llevaba mano a la espada con la peor de las intenciones cuando vio que Luscinda se echaba en brazos de Cardenio, lo que no era todavía de su gusto, pese a haber aceptado por entonces ya a Dorotea como su verdadera y definitiva esposa.
El caballero representado aquí como real tiene la violencia en sus manos y a su disposición, pero a diferencia de los caballeros modelos de don Quijote, que se arrogan la violencia legítima, este nos es representado por Cervantes utilizando la fuerza según su gusto y capricho y no según el Ideal, por el que, se supone, son los caballeros titulares de ese derecho.
Estos hechos pasan desapercibidos para los lectores, tenemos más bien costumbre de juzgar sobre la maldad de alguien en virtud del adjetivo del escritor ideologizado o idealista y su maldad se realiza con ser nombrada. Cervantes, sin embargo, se abstiene de juzgar a don Fernando, solo expone hechos. Lo figura, escenifica, pero no pone nombre, adjetivo o descripción debajo como hacía Orbaneja, pues Cervantes apela a la inteligencia y no a la ideología. Todos somos iguales mantendrá Cervantes, sin embargo, Fernando calza su puesto, en el que nació, y si él es culpable todos somos culpables o, al menos, de arrodillarnos ante él como hacen nuestros bellísimos héroes (no sabemos, por cierto, si don Fernando lo era).
Una de las más llamativas características de Cervantes es su comprensión excelsa y sin asomo de odio también hacia los poderosos, pues bien entiende que dada su posición sin fuerza mayor que lo impida, bien pueden satisfacer sus pasiones aun cometiendo abusos, pues realmente les son propiciados. Así don Fernando, el más caballero de entre los personajes que aparecen en la Primera Parte, es representación, pintura, de la traición, la perfidia y la lujuria, al que Cervantes, como siempre, ya en sus manos salva como hijo de sus más nuevas obras, mientras que el renegado que ayuda a escapar al cautivo lo es de la lealtad y la fe, pero movido seguramente por la necesidad o deseo que tenía de regresar a España y necesitaba urgentemente quien le acreditase y salvase.

El renegado
Nos informa Cervantes de c los turcos promovían y fomentaban la conversión al Islam como se ve en el caso de la propaganda que hacían con el Uchali:
"Mi amo el Uchalí, al cual llamaban Uchalí Fartax, que quiere decir en lengua turquesca 'el renegado tiñoso', porque lo era, y es costumbre entre los turcos ponerse nombres de alguna falta que tengan o de alguna virtud que en ellos haya. Y este Tiñoso bogó el remo, siendo esclavo del Gran Señor, catorce años, y a más de los treinta y cuatro de su edad renegó, de despecho de que turco, estando al remo, le dio un bofetón, y por poderse vengar dejó su fe; y fue tanto su valor, que vino a ser rey de Argel, y después a ser general de la mar, que es el tercero cargo que hay en aquel señorío. Era calabrés de nación, y moralmente fue hombre de bien, y trataba con mucha humanidad a sus cautivos, que llegó a tener tres mil, los cuales, después de su muerte, se repartieron, como él lo dejó en su testamento, entre el Gran Señor (que también es hijo heredero de cuantos mueren y entra a la parte con los más hijos que deja el difunto) y entre sus renegados; y yo cupe a un renegado veneciano, que, siendo grumete de una nave, le cautivó el Uchalí, y le quiso tanto, que fue uno de los más regalados garzones suyos, y él vino a ser el más cruel renegado que jamás se ha visto. Llamábase Azán Agá, y llegó a ser muy rico y a ser rey de Argel".

Y al poco nos aparece el renegado español, pieza clave en la exitosa huida del cautivo con la también renegada Zoraida. Cómo esta se comunicase con nuestro cautivo capitán en árabe, se vio éste en la necesidad de recurrir a la ayuda de un renegado que lo entendía:
"En fin, yo me determiné de fiarme de un renegado, natural de Murcia, que se había dado por grande amigo mío, y puesto prendas entre los dos que le obligaban a guardar el secreto que le encargase; porque suelen algunos renegados, cuando tienen intención de volverse a tierra de cristianos, traer consigo algunas firmas de cautivos principales, en que dan fe, en la forma que pueden, como el tal renegado es hombre de bien y que siempre ha hecho bien a cristianos y que lleva deseo de huirse en la primera ocasión que se le ofrezca. Algunos hay que procuran estas fees con buena intención; otros se sirven dellas acaso y de industria: que viniendo a robar a tierra de cristianos, si a dicha se pierden o los cautivan, sacan sus firmas y dicen que por aquellos papeles se verá el propósito con que venían, el cual era de quedarse en tierra de cristianos, y que por eso venían en corso con los demás turcos. Con esto se escapan de aquel primer ímpetu y se reconcilian con la Iglesia, sin que se les haga daño; y cuando veen la suya, se vuelven a Berbería a ser lo que antes eran. Otros hay que usan destos papeles y los procuran con buen intento, y se quedan en tierra de cristianos. Pues uno de los renegados que he dicho era este mi amigo, el cual tenía firmas de todas nuestras camaradas, donde le acreditábamos cuanto era posible; y si los moros le hallaran estos papeles, le quemaran vivo".

Pero el el cautivo no se fiaba de él y no le dijo el origen del papel que le entregó Zoraida. Por lo que continúa su relato;

"Supe que sabía muy bien arábigo, y no solamente hablarlo, sino escribirlo; pero antes que del todo me declarase con él, le dije que me leyese aquel papel, que acaso me había hallado en un agujero de mi rancho".

Traduce el renegado el escrito y entendiendo que no por casualidad se había hallado el papel sino que éste bien podría dar ocasión a la huida, les dijo:
"Mirad, señores, si era razón que las razones deste papel nos admirasen y alegrasen; y, así, lo uno y lo otro fue de manera que el renegado entendió que no acaso se había hallado aquel papel, sino que realmente a alguno de nosotros se había escrito, y, así, nos rogó que si era verdad lo que sospechaba, que nos fiásemos dél y se lo dijésemos, que él aventuraría su vida por nuestra libertad. Y diciendo esto sacó del pecho un crucifijo de metal y con muchas lágrimas juró por el Dios que aquella imagen representaba, en quien él, aunque pecador y malo, bien y fielmente creía, de guardarnos lealtad y secreto en todo cuanto quisiésemos descubrirle, porque le parecía y casi adevinaba que por medio de aquella que aquel papel había escrito había él y todos nosotros de tener libertad y verse él en lo que tanto deseaba, que era reducirse al gremio de la Santa Iglesia su madre, de quien como miembro podrido estaba dividido y apartado, por su ignorancia y pecado. Con tantas lágrimas y con muestras de tanto arrepentimiento dijo esto el renegado, que todos de un mesmo parecer consentimos y venimos en declararle la verdad del caso, y, así, le dimos cuenta de todo, sin encubrirle nada".

Y será también otro renegado el que libere en la Segunda Parte al joven cristiano viejo Gaspar Gregorio de las deshonestas intenciones de los turcos.
No necesitamos a la picaresca para que nos muestre los usos de la verdad y de la mentira; la vida, tal como bien nos la presenta Cervantes, nos pone en buenas ocasiones en las que, en contra de lo que presume el Idealismo, no se trata de una alternativa en la que vence el Bien o el Mal. Este mismo planteamiento rige para el caso de los moriscos de la Segunda Parte.



La utopía o política

La novela pastoril es otra de las formas en las que el Idealismo se expone y a ella nos remite Cervantes para presentarnos su particular utopía calificada como Edad de Oro, discurso que contrasta con la realidad de la vida de los cabreros, apunte que aparece idéntico en el Coloquio de los Perros, semejante al contraste también entre el mundo de los héroes de los libros de caballería y los soldados reales que nos describe Cervantes en los dos discursos de las Armas y las Letras El discurso de la Edad de Oro tiene la siguiente interesante introducción:
—Porque veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería y cuán a pique están los que en cualquiera ministerio della se ejercitan de venir brevemente a ser honrados y estimados del mundo, quiero que aquí a mi lado y en compañía desta buena gente te sientes, y que seas una mesma cosa conmigo, que soy tu amo y natural señor; que comas en mi plato y bebas por donde yo bebiera, porque de la caballería andante se puede decir lo mesmo que del amor se dice: que todas las cosas iguala.
—¡Gran merced! —dijo Sancho—; pero sé decir a vuestra merced que como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis sol como sentado a par de un emperador. Y aun, si va a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo. Ansí que, señor mío, estas honras que vuestra merced quiere darme por ser ministro y adherente de la caballería andante, como lo soy siendo escudero de vuestra merced, conviértalas en otras cosas que me sean de más cómodo y provecho; que estas, aunque las doy por bien recebidas, las renuncio para desde aquí al fin del mundo.
—Con todo eso, te has de sentar, porque a quien se humilla, Dios le ensalza.
Y asiéndole por el brazo, le forzó a que junto dél se sentase.

La libre elección de Sancho es entregarse a su gusto de comer, pero es forzado a compartir mesa y, por tanto, a comportarse.
Esa manifestación de la naturaleza humana sirve de preludio e introducción al discurso de la Edad de Oro, o estado de paz ideal:
"Los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre; que ella sin ser forzada ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen, entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señera, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propia voluntad.

Para concluir en contraste con nuestra época
"Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna y para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos.

En aquella época Dorada todo era común y las mujeres se entregaban libremente, pero ahora –la edad de Hierro, la de las armas- ninguna está segura y para protegerlas nace la orden de la caballería. Una supuesta restauración de aquel estado ideal, irreal, inexistente –que la condición de los pastores reales desmiente- resulta, sin embargo, en una justificación de la disposición a la violencia del caballero como vía para restaurarlo.
Este es el comentario que podemos hacer sobre el discurso de la Edad de Oro de la Primera Parte, pero tenemos un desarrollo muy coherente en línea con la contribución importantísima que aporta la Segunda Parte al discurso cervantino: la convivencia o unión humana, asunto sobre el que tendremos ocasión de volver más adelante. Tras haber sido derrotado don Quijote, este dispone que se hagan pastores y se retiren a la vida contemplativa abandonando la sociedad, a lo que Sancho repara en que en tal estado de libertad algunos malintencionados en la soledad de los campos y en ausencia de otras personas, podrían violar a su hija cuando fuera a llevarles la comida. Esta es la cuestión: es la circunstancia, en este caso de la convivencia, la que lleva a los seres humanos a comportarse de una manera u otra, y así nuestra circunstancia adecuada para la concordia es la convivencia humana, en lugar de vivir en ínsulas o estados, pues no es el origen de nuestro comportamiento una maldad o bondad intrínseca en el hombre. La vida pastoril que propone don Quijote no puede darse en un mundo que no la comparte, pues no nos podemos aislar de él, el mundo ahí afuera nos afecta y determina y de la misma manera tampoco pueden darse las utopías (económicas) que de tantos modos se proponen y, quizás, se intentan en nuestro mundo para un estado o una parte de este, que no quedan sino en ilusiones, pues, aunque intentemos enmarcar, constreñir nuestras condiciones, todos los factores están inextricablemente interrelacionados.



El pensamiento de Sancho
La moral
Pocos comentaristas, supongo que ninguno, se dan cuenta de que Cervantes se ríe de consejos morales que don Quijote escribe al nuevo gobernador, según lo que responde Sancho:
"Más yo tendré cuenta de aquí adelante de decir los que convengan a la gravedad de mi cargo, que en casa llena, presto se guisa la cena, y quien destaja, no baraja, y a buen salvo está el que repica, y el dar y el tener, seso ha menester.
"que para todo hay remedio, si no es para la muerte, y teniendo yo el mando y el palo, haré lo que quisiere, cuanto más que el que tiene el padre alcalde... Y siendo yo gobernador, que es más que ser alcalde, ¡llegaos, que la dejan ver! No, sino popen y calóñenme, que vendrán por lana y volverán trasquilados, y a quien Dios quiere bien, la casa le sabe, y las necedades del rico por sentencias pasan en el mundo, y siéndolo yo, siendo gobernador y juntamente liberal, como lo pienso ser, no habrá falta que se me parezca. No, sino haceos miel, y paparos han moscas; tanto vales cuanto tienes, decía una mi agüela, y del hombre arraigado no te verás vengado.
«entre dos muelas cordales nunca pongas tus pulgares», y «a idos de mi casa y qué queréis con mi mujer, no hay responder», y «si da el cántaro en la piedra o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro», todos los cuales vienen a pelo? Que nadie se tome con su gobernador ni con el que le manda, porque saldrá lastimado, como el que pone el dedo entre dos muelas cordales, y aunque no sean cordales, como sean muelas, no importa; y a lo que dijere el gobernador, no hay que replicar, como al «salíos de mi casa y qué queréis con mi mujer». Pues lo de la piedra en el cántaro un ciego lo verá. Así que es menester que el que vee la mota en el ojo ajeno vea la viga en el suyo, porque no se diga por él: «espantóse la muerta de la degollada»; y vuestra merced sabe bien que más sabe el necio en su casa que el cuerdo en la ajena.

Sancho le está exponiendo con esta larga ristra de refranes una sabiduría superior extraída de la realidad de la experiencia que viene a decir: menos monsergas; que el que manda, manda, y no hay más que eso y eso es lo que hay y lo que importa, pues incluso si el mandatario se equivoca o simplemente le critican, tendrá tiempo de arreglarles el entendimiento, bien incluso rectificando o bien simplemente imponiéndose, pues quien tiene la fuerza tiene la razón. Y en relación al Idealismo Sancho, como Cervantes, está manifestando así implícitamente su comprensión de que las palabras no son transcendentes, no determinan la realidad en la forma que presume don Quijote o la Moral o la Política. Lo que sí es transcendente es que vayan acompañadas de violencia, de amenaza –que es lo que no ve aquí Sancho, autoridad máxima en la Ínsula, y ese es el motivo por el que así replica.
Finalmente le dice que no se preocupe, que él es muy Sancho y por ser gobernador no va a dejar de serlo. Pero, sobre todo, como siempre en Sancho, quiere disipar cualquier duda en su amo que pudiera impedirle o dificultarle el acceso al cargo. Le recuerda sutilmente que fue el quien se lo propuso y añade su disposición a renunciar al cargo –una vez que ya se lo han adjudicado, que es su único propósito, pese a lo que dice su maquiavélica argumentación. Argumentación imposible mejor (pero muchos autores dicen que se quijotiza –será para empeorar, y hacerse lelo como su amo, desde luego).
—Señor —replicó Sancho—, si a vuestra merced le parece que no soy de pro para este gobierno, desde aquí le suelto, que más quiero un solo negro de la uña de mi alma que a todo mi cuerpo, y así me sustentaré Sancho a secas con pan y cebolla como gobernador con perdices y capones, y más, que mientras se duerme todos son iguales, los grandes y los menores, los pobres y los ricos; y si vuestra merced mira en ello, verá que solo vuestra merced me ha puesto en esto de gobernar, que yo no sé más de gobiernos de ínsulas que un buitre, y si se imagina que por ser gobernador me ha de llevar el diablo, más me quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infierno.

—Por Dios, Sancho —dijo don Quijote—, que por solas estas últimas razones que has dicho juzgo que mereces ser gobernador de mil ínsulas: buen natural tienes, sin el cual no hay ciencia que valga. Encomiéndate a Dios, y procura no errar en la primera intención: quiero decir que siempre tengas intento y firme propósito de acertar en cuantos negocios te ocurrieren, porque siempre favorece el cielo los buenos deseos. Y vámonos a comer, que creo que ya estos señores nos aguardan.

Sancho a lo suyo, como el pícaro, y don Quijote también, como el crédulo.

Los negocios
Veamos cómo llega a darse los azotes Sancho y el proceso que sigue:
Tú tienes razón, Sancho amigo —respondió don Quijote—, y halo hecho muy mal Altisidora en no haberte dado las prometidas camisas; y puesto que tu virtud es gratis data, que no te ha costado estudio alguno, más que estudio es recebir martirios en tu persona. De mí te sé decir que si quisieras paga por los azotes del desencanto de Dulcinea, ya te la hubiera dado tal como buena, pero no sé si vendrá bien con la cura la paga, y no querría que impidiese el premio a la medicina. Con todo eso, me parece que no se perderá nada en probarlo: mira, Sancho, el que quieres, y azótate luego y págate de contado y de tu propia mano, pues tienes dineros míos.
A cuyos ofrecimientos abrió Sancho los ojos y las orejas de un palmo y dio consentimiento en su corazón a azotarse de buena gana, y dijo a su amo.
—Agora bien, señor, yo quiero disponerme a dar gusto a vuestra merced en lo que desea, con provecho mío, que el amor de mis hijos y de mi mujer me hace que me muestre interesado. Dígame vuestra merced cuánto me dará por cada azote que me diere.
Sancho hace las cuentas graciosamente y llegan a un acuerdo.
Desnudose luego de medio cuerpo arriba y, arrebatando el cordel, comenzó a darse, y comenzó don Quijote a contar los azotes. Hasta seis o ocho se habría dado Sancho, cuando le pareció ser pesada la burla y muy barato el precio della, y, deteniéndose un poco, dijo a su amo que se llamaba a engaño, porque merecía cada azote de aquellos ser pagado a medio real, no que a cuartillo.
—Prosigue, Sancho amigo, y no desmayes —le dijo don Quijote—, que yo doblo la parada del precio.
—Dese modo —dijo Sancho—, ¡a la mano de Dios, y lluevan azotes!
Tras modificar el acuerdo, en virtud precisamente de que Sancho realmente no lo considera o asume para sí mismo, aún encuentra y se toma una ventaja:
Pero el socarrón dejó de dárselos en las espaldas y daba en los árboles, con unos suspiros de cuando en cuando, que parecía que con cada uno dellos se le arrancaba el alma.
La manera de pensar realista de los chinos, como la de Sancho, tampoco es planear y, por tanto, fijar un punto de acuerdo o pacto al que las partes se someten y se remiten, más bien intentan obtener información exhaustiva de la realidad y esa negociación es un excelente medio para ello y luego partido de ella según su tendencia o evolución.
Uno de los casos más flagrantes de flexibilidad en la actitud vital y real –tal como requiere el Taoísmo- es el comportamiento de Teresa Panza, a cuyos argumentos escépticos o contrarios respecto a la (brusca) ascensión social se dedica todo un capítulo y, sin embargo, cuando recibe la noticia del gobierno de Sancho se vuelve loca de contenta y se dispone a la nueva situación encantada. Y semejante flexibilidad muestran las expresiones, exageraciones o falsedades de Sancho para hacerse valer más, palabras subordinadas, más que a la verdad o descripción de los hechos, a su interés concreto. Cierto que se requiere inteligencia para ir más allá de sus palabras, eso no requiere Cervantes. Como ejemplo muy simple de su manera de actuar y hablar nos vale cuando le dice a la duquesa que irá a sus estancias a charlar con ella, aunque su costumbre es echarse varias horas de siesta (dando a entender que está dispuesto a sacrificarse por ella y que, por tanto, lo valore, le recompense.……).

Dulcinea
Don Quijote habla ante los duques sobre Dulcinea como de la idea, es decir, "como debe ser", aunque, dada su inferior categoría no les añade que "se lo hará confesar" como solía, mientras que el realista Sancho expone sobre Dulcinea lo que sabe y como su interlocutora, la duquesa, opina otra cosa, él no ve provecho en oponerse y le da la razón de buena gana. Pero, a consecuencia de ello, la duquesa cree que Sancho verdaderamente se lo cree:
"La duquesa se admiraba de que la simplicidad de Sancho fuese tanta, que hubiese venido a creer ser verdad infalible que Dulcinea del Toboso estuviese encantada, habiendo sido él mesmo el encantador y el embustero de aquel negocio" (II-XXXIIII).

Otra cosa, sin embargo, es el denuedo con el que se defiende de ser flagelado para el desencanto de Dulcinea, donde sus argumentos no pasan precisamente por negar el encantamiento o la existencia de Dulcinea, que los otros mantienen, unos para servirse de la mentecatez de su amo y él mismo pendiente de conseguir el gobierno. Así que es el autor mismo quien, más adelante en el mismo capítulo, se ve llevado a escribir:
"Renovóse la admiración en todos, especialmente en Sancho y don Quijote: en Sancho, en ver que a despecho de la verdad querían que estuviese encantada Dulcinea" (II-XXXIIII).

A la resistencia de Sancho a aceptar los azotes, Dulcinea, "cuyo nombre, suave y acariciador, evoca en el alma la sagrada imagen de la patria!...», según dicen Ramón y Cajal y entienden otros autores
"…quitándose el sutil velo del rostro, le descubrió tal, que a todos pareció más que demasiadamente hermoso; y con un desenfado varonil y con una voz no muy adamada, hablando derechamente con Sancho Panza, dijo:

—¡Oh malaventurado escudero, alma de cántaro, corazón de alcornoque, de entrañas guijeñas y apedernaladas! Si te mandaran, ladrón, desuellacaras, que te arrojaras de una alta torre al suelo; si te pidieran, enemigo del género humano, que te comieras una docena de sapos, dos de lagartos y tres de culebras; si te persuadieran a que mataras a tu mujer y a tus hijos con algún truculento y agudo alfanje, no fuera maravilla que te mostraras melindroso y esquivo; pero hacer caso de tres mil y trecientos azotes, que no hay niño de la doctrina, por ruin que sea, que no se los lleve cada mes, admira, adarva, espanta a todas las entrañas piadosas de los que lo escuchan, y aun las de todos aquellos que lo vinieren a saber con el discurso del tiempo. Pon, ¡oh miserable y endurecido animal!, pon, digo, esos tus ojos de machuelo espantadizo en las niñas destos míos, comparados a rutilantes estrellas, y veráslos llorar hilo a hilo y madeja a madeja, haciendo surcos, carreras y sendas por los hermosos campos de mis mejillas. Muévate, socarrón y malintencionado monstro, que la edad tan florida mía, que aún se está todavía en el diez y... de los años, pues tengo diez y nueve y no llego a veinte, se consume y marchita debajo de la corteza de una rústica labradora; y si ahora no lo parezco, es merced particular que me ha hecho el señor Merlín, que está presente, solo porque te enternezca mi belleza, que las lágrimas de una afligida hermosura vuelven en algodón los riscos, y los tigres, en ovejas. Date, date en esas carnazas, bestión indómito, y saca de harón ese brío, que a solo comer y más comer te inclina, y pon en libertad la lisura de mis carnes, la mansedumbre de mi condición y la belleza de mi faz; y si por mí no quieres ablandarte ni reducirte a algún razonable término, hazlo por ese pobre caballero que a tu lado tienes: por tu amo, digo, de quien estoy viendo el alma, que la tiene atravesada en la garganta, no diez dedos de los labios, que no espera sino tu rígida o blanda respuesta, o para salirse por la boca o para volverse al estómago.
Tentose oyendo esto la garganta don Quijote y dijo, volviéndose al duque
-Por Dios, señor, que Dulcinea ha dicho la verdad que aquí tengo el alma atravesada a la garganta como una nuez de ballesta.

Así es, en efecto, lo que menos quiere la Patria son cobardes como Sancho, gente incapaz de sacrificarse por los demás…
—Pues en verdad, amigo Sancho —dijo el duque—, que si no os ablandáis más que una breva madura, que no habéis de empuñar el gobierno. ¡Bueno sería que yo enviase a mis insulanos un gobernador cruel, de entrañas pedernalinas, que no se doblega a las lágrimas de las afligidas doncellas, ni a los ruegos de discretos, imperiosos y antiguos encantadores y sabios! En resolución, Sancho, o vos habéis de ser azotado o os han de azotar, o no habéis de ser gobernador.



El amor
Una mujer real
Llega Antonio hasta donde están los cabreros con don Quijote y canta su burda poesía en la que manifiesta su cabezonería en acosar a Olalla aunque ésta no tiene interés alguno por él, poesía que sirve de preludio a una obsesión extrema: la del enamorado Grisóstomo.
En el camino al entierro de Grisóstomo se encuentran con el discreto Vivaldos, quien pregunta a don Quijote sobre su obsesión o ideal, comparándola con la de los religiosos. La comparación deriva en que los religiosos tienen a Dios como su referencia fundamental, mientras que los caballeros la tienen en su dama, donde resulta que, como en el ejemplo de Camilote, las virtudes de su dama (y, por tanto, así las de Dios, Jesucristo, Mahoma, Allah, Yahve u otro):
"nadie la mueva que no pueda con Roldán a prueba".
Una expresión más de la ya repetida "el cielo (las ideas) padece fuerza".
De la misma manera que don Quijote atribuye imaginadas virtudes a Dulcinea, Grisóstomo tiene celos de Marcela, también sin fundamento alguno.
En esto llega Marcela que dice
"…no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos. Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis decís y aun queréis que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama" esto es que "¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien?"
"Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme."

Aquí ha tomado la palabra una mujer real, no ideal, con voluntad propia. Voluntad que inteligentemente posibilita bien Cervantes dándonos noticia de lo rica que era, de cómo la herencia de sus fallecidos padres estaba a buen recaudo de su tío el cura. Tenemos también que entender que no solo su persona estaba en juego en los desposorios, su fortuna también era motivo de atracción. Y es la entrega de ese patrimonio que va con su persona incluida, aún con independencia de las intenciones del pretendiente, lo que obstaculiza la entrega de Marcela, pues la responsabilidad sobre ese patrimonio le genera una insuperable suspicacia que la supera y paraliza. Realmente Cervantes no da puntada sin hilo. El lado contrario lo vemos ahora.



El amor romántico
Podría pensarse que los amores que se relatan en el Quijote estarán a poco de desmentir la interpretación realista. Y pocos o ninguno de sus intérpretes han andado finos con estas aventuras. Diríase que cómo Cervantes dice, sin más, que las jóvenes, Luscinda, Dorotea, etc. son "bellísimas" ya solo nos queda ver un relato romántico. Muy al contrario, el propósito de Cervantes trayéndonos sus historias es asimismo criticar el Idealismo -en este caso romántico- que tanto distorsiona la realidad de la mujer. Amor tan presente en los libros donde sirve para alentar y justificar cualquier actitud del amante por tanto la mujer es irreal y se trata de una proyección o imaginación a su sabor. Lo expone bien y textualmente en estos términos el mismísimo don Quijote cuando el escudero se queda de piedra al saber que su señora Dulcinea es la hija de Lorenzo Corchuelo. Dulcinea, dice el caballero, es para él como el mozo motilón para la viuda, que "para lo que yo le quiero, tanta filosofía sabe y más que Aristóteles" (I – XXV).
Cardenio está enamorado de Luscinda, pero al tiempo espera que ésta se suicide por él y ante él, que se apresta a contemplar la sangrienta escena tras las cortinas.
La historia de amor de Dorotea es una sucesión de intentos de violación.
El cuento de Camila es un juego, una experiencia, un experimento del Idealismo de su marido que lleva a la perdición a todos y el experimento en cuestión es cosificar a Camila, actitud genuina del Idealismo, que aquí equivale a experimentar su idealidad.
Y la actitud de la enamorada Altisidora no se deja capturar por ese u otro nombre o adjetivo…simplemente cambia –violentamente- su perspectiva según se perfilan sus expectativas.
Cervantes es especialmente sensible a la mujer, aunque sus estudiosos no lo perciben, o no tanto como debieran. Reivindica la libertad total para ella. El primer asunto amoroso de la Primera Parte del Quijote, el caso de Marcela, remite a la libertad de la mujer para rechazar y el último, el de Leandra, para elegir. Y en este punto, no me reprimo manifestar que es triste, una vez más, ver que algunos comentaristas no comprenden, ni siquiera reparan en la "discreta" Leandra, como tampoco lo hacen en la realmente difícil situación de la señorita Rodríguez y su de su madre. Y esto es porque, insistimos, Cervantes no califica a sus personajes al uso, para que el lector sepa que pensar, como Orbaneja, ya le ha dicho bastante con pedirle simplemente que se ponga en las circunstancias de todos y cada uno de ellos. ¡Qué correctamente se enamora Leandra de un hombre que se precia de ser libre o manifiesta serlo! Y, sin embargo, se ocupan en especular si De la Rosa sería homosexual, como extrañándose de que no la violara. No, Cervantes escribe sobre Leandra. Leandra se enamora de De la Rosa, pero luego no lo encuentra como se lo había representado, o su vida con él –bien por la mucha fantasía de él o de ella o de los dos, quizás advierte que no es el padre que ella quiere para sus hijos y, simplemente, cambia de opinión.

El individuo
Roque Quinart, cuyas "manos tienen más de compasivas que de rigurosas" y de "natural es compasivo y bienintencionado", según nos dicen el narrador y confirma el mismo Quinart, se ve llevado, sin embargo, a ser jefe de bandidos –algo que le podría suceder al dictador que idealiza nuestro novelista moderno, pues con seguridad mucha gente depende de él y le necesita y, en consecuencia, le anima si no le fuerza a luchar por el poder supremo así como a conservarlo a toda costa y a explotarlo en beneficio de los suyos, con lo que puede que el dictador sea una buena persona o un héroe y al menos lo es para, su familia, su clan, los de su tierra, todos esos que sacan provecho de los recursos del estado a través de él.
Pese a lo bueno que es Quinart, las circunstancias de su 'posición' le llevan a abrir en dos la cabeza a uno de sus escuderos por desacato, por murmurar poniendo en cuestión una decisión de su mando -que no tiene carácter humano sino maquinal.
También vemos que a Haldudo no le ayuda en nada ser creyente para ser compasivo con Andrés; en él intuimos una íntima negociación con Dios mientras está bajo la amenaza de don Quijote causándole pánico:
"Respondió el medroso villano que para el paso en que estaba y juramento que había hecho —y aún no había jurado nada—" I-IV).

Las Letras, o dígase las ideas, son incapaces de influir en la conducta bien en contra lo que, insisto, se asume y pretende, pues su objeto no es otro que la confesión y la atribución de causalidad en ellas no es diferente a la atribuida a los conjuros o ritos paganos.
Sin duda, la consideración más importante que nos transmite El Curioso Impertinente es desengañarnos de que no son los argumentos o principios sino la ocasión lo que determina la conducta. Y que generado el deseo, aún con todas las razones en contra por el caos y el mal que nos puede causar, solo cabe contra él huir.
Rindiose Camilla: (…) ejemplo claro que nos muestra que solo se vence la pasión con huirla, y que nadie se ha de poner a brazos con tan poderoso enemigo, porque es menester fuerzas divinas para vencer las suyas humanas." (I-XXXIV)

Cuando don Quijote oye el canto de la joven Altisidora, dice "—Ya sé yo de qué proceden estos accidentes"
Y luego canta
—Suelen las fuerzas de amor/sacar de quicio a las almas,
tomando por instrumento/la ociosidad descuidada.
Suele el coser y el labrar/y el estar siempre ocupada
ser antídoto al veneno/de las amorosas ansias.

Y más adelante insiste en la misma idea, aconsejándola que se ocupe en encaje de bolillos para alejar pensamientos frívolos, es decir, no que los condene, razone, argumente, pues todo ello es ponerse en brazos de tan poderoso enemigo, sino que no los piense, que se dedique al encaje de bolillos para no dejar su mente vagar. Sancho le da la razón.
Los cuerpos y los objetos proyectan sobre y por nosotros, de modo que pensar aquello que nos tiente, aún para condenar la tentación, calificarla de "mala" como propondría el Idealismo, nos lleva al fracaso. Pensemos, por ejemplo, en el efecto de la visión o el pensamiento del tabaco en el fumador, incluso para condenarlo –el efecto que genera propiamente es alimentarle el deseo (de fumar). El pensamiento del vínculo del cuerpo y la cosa u otro cuerpo –el enamoramiento- al anticipar o incorporar virtualmente el objeto o el cuerpo de otra/o en cuestión tiene el efecto de aumentar la pasión y eso es lo que le sucede a Lotario. Por lo que ese pensamiento vinculante –que puede ser incluso pensar lo malo y pecaminoso que es ese deseo- no puede combatirse, pero sí huir de él, sustituir su pensamiento por otro u ocuparse en algo que lo distraiga.





















Capítulo VI
La Segunda Parte
La aprobación del Licenciado Márquez Torres
Mientras que el Prólogo de la Segunda Parte está prácticamente enteramente dedicado al autor del Quijote apócrifo, la aprobación del licenciado Márquez Torres, atribuida unánimemente a Cervantes, refiere a la ejemplaridad del Quijote. Dice así:
"…..no hallo en él cosa indigna de un cristiano celo ni que disuene de la decencia debida a buen ejemplo ni virtudes morales, antes mucha erudición y aprovechamiento, así en la continencia de su bien seguido asunto, para extirpar los vanos y mentirosos libros de caballerías, cuyo contagio había cundido más de lo que fuera justo, como en la lisura del lenguaje castellano, no adulterado con enfadosa y estudiada afectación, vicio con razón aborrecido de hombres cuerdos; y en la correción de vicios que generalmente toca, ocasionado de sus agudos discursos, guarda con tanta cordura las leyes de reprehensión cristiana, que aquel que fuere tocado de la enfermedad que pretende curar, en lo dulce y sabroso de sus medicinas gustosamente habrá bebido, cuando menos lo imagine, sin empacho ni asco alguno, lo provechoso de la detestación de su vicio, con que se hallará, que es lo más difícil de conseguirse, gustoso y reprehendido.

Ha habido muchos que, por no haber sabido templar ni mezclar a propósito lo útil con lo dulce, han dado con todo su molesto trabajo en tierra, pues, no pudiendo imitar a Diógenes en lo filósofo y docto, atrevida, por no decir licenciosa y desalumbradamente, le pretenden imitar en lo cínico, entregándose a maldicientes, inventando casos que no pasaron para hacer capaz al vicio que tocan de su áspera reprehensión, y por ventura descubren caminos para seguirle hasta entonces ignorados, con que vienen a quedar, si no reprehensores, a lo menos maestros dél. Hácense odiosos a los bien entendidos; con el pueblo pierden el crédito, si alguno tuvieron, para admitir sus escritos; y los vicios que arrojada e imprudentemente quisieren corregir, en muy peor estado que antes, que no todas las postemas a un mismo tiempo están dispuestas para admitir las recetas o cauterios, antes algunos mucho mejor reciben las blandas y suaves medicinas, con cuya aplicación el atentado y docto médico consigue el fin de resolverlas, término que muchas veces es mejor que no el que se alcanza con el rigor del hierro.

Bien diferente han sentido de los escritos de Miguel Cervantes así nuestra nación como las estrañas, pues como a milagro desean ver el autor de libros que con general aplauso, así por su decoro y decencia como por la suavidad y blandura de sus discursos, han recebido España, Francia, Italia, Alemania y Flandes.


China
En la dedicatoria al conde de Lemos nos refiere Cervantes que el emperador de China le hizo la propuesta de ir allí a dirigir un colegio de enseñanza del español, lo que hoy sería el Instituto Cervantes, y utilizar allí El Quijote de libro del lectura. Esta dedicatoria nos hace notar la conciencia universalista o cosmopolita de Cervantes, así como el entendimiento de que su libro bien podría ser aceptado por el emperador a diferencia de los libros confesionales de los misioneros jesuitas que iban a su corte a enseñar español gratuitamente, pero no serían recibidos con tanto gusto, por tanto su propósito era la confesión de los chinos. A Cervantes debía chocarle una cultura aconfesional, descreída, discreta, tal cual se manifestaba la china, frente a los imperios confesionales cristiano y musulmán en Occidente.
Aprovecha además Cervantes, como es ya habitual en todos los apartados que preceden a la Segunda Parte (los Prólogos se escribirían obviamente en último lugar), para dar cuenta de la vejez, desvalimiento, y su necesidad de dinero, más que para él para los suyos, por decir con precisión para las suyas, pues de él dependía un buen número de mujeres, a las que sentiría que pronto abandonaría a su suerte. En estos preliminares de la Segunda Parte se basan las interpretaciones que califican a Cervantes de pobre de solemnidad, generalmente con el fin de explicar su obra como de resentimiento –algo que difícilmente daría cuenta entonces de la Primera Parte, también contra los 'libros de caballería'. Especialmente patética y significativa es la interpretación de Giménez Caballero quien asegura que con que el estado le hubiera concedido un engañito, una medallita, dice, se hubiera ahorrado España el oprobio de El Quijote.
También se sirve Cervantes del emperador de China para adular de rigor y graciosamente al conde de Lemos.

Desperta ferro
En el primer capítulo se nos presenta por momentos como dudoso si don Quijote sigue loco o ha recobrado la cordura, pues
…determinaron de visitarle y hacer esperiencia de su mejoría, aunque tenían casi por imposible que la tuviese, y acordaron de no tocarle en ningún punto de la andante caballería, por no ponerse a peligro de descoser los de la herida, que tan tiernos estaban.
Visitáronle, en fin…, Fueron dél muy bien recebidos, preguntáronle por su salud y él dio cuenta de sí y de ella con mucho juicio y con muy elegantes palabras. Y en el discurso de su plática vinieron a tratar en esto que llaman «razón de estado» y modos de gobierno, enmendando este abuso y condenando aquel, reformando una costumbre y desterrando otra, haciéndose cada uno de los tres un nuevo legislador, un Licurgo moderno o un Solón flamante, y de tal manera renovaron la república, que no pareció sino que la habían puesto en una fragua y sacado otra de la que pusieron; y habló don Quijote con tanta discreción en todas las materias que se tocaron, que los dos esaminadores creyeron indubitadamente que estaba del todo bueno y en su entero juicio.
Halláronse presentes a la plática la sobrina y ama, y no se hartaban de dar gracias a Dios de ver a su señor con tan buen entendimiento; pero el cura, mudando el propósito primero, que era de no tocarle en cosa de caballerías, quiso hacer de todo en todo esperiencia si la sanidad de don Quijote era falsa o verdadera, y así, de lance en lance, vino a contar algunas nuevas que habían venido de la corte, y, entre otras, dijo que se tenía por cierto que el Turco bajaba con una poderosa armada, y que no se sabía su designio ni adónde había de descargar tan gran nublado, y con este temor, con que casi cada año nos toca arma, estaba puesta en ella toda la cristiandad y Su Majestad había hecho proveer las costas de Nápoles y Sicilia y la isla de Malta. A esto respondió don Quijote:
—Su Majestad ha hecho como prudentísimo guerrero en proveer sus estados con tiempo, porque no le halle desapercebido el enemigo; pero si se tomara mi consejo, aconsejárale yo que usara de una prevención de la cual Su Majestad, la hora de agora, debe estar muy ajeno de pensar en ella.
Apenas oyó esto el cura, cuando dijo entre sí: «¡Dios te tenga de su mano, pobre don Quijote, que me parece que te despeñas de la alta cumbre de tu locura hasta el profundo abismo de tu simplicidad!».
Y ¿cuál era la propuesta de don Quijote?
—¡Cuerpo de tal! —dijo a esta sazón don Quijote—. ¿Hay más sino mandar Su Majestad por público pregón que se junten en la corte para un día señalado todos los caballeros andantes que vagan por España, que aunque no viniesen sino media docena, tal podría venir entre ellos, que solo bastase a destruir toda la potestad del Turco?
Los asuntos de caballerías son los hechos de armas que refieren básicamente al ámbito internacional en contraste con el civil, donde reina la "justicia distributiva", sobre la que don Quijote tiene sus simples opiniones como los otros.
Cuenta entonces un cuento el barbero al objeto de poner en ridículo a don Quijote, mencionándole los locos de un manicomio, uno de los cuales se creía Júpiter y el otro Neptuno, a lo que con buen juicio le responde don Quijote.
—Pues ¿este es el cuento, señor barbero —dijo don Quijote—, que por venir aquí como de molde no podía dejar de contarle? ¡Ah, señor rapista, señor rapista, y cuán ciego es aquel que no vee por tela de cedazo! Y ¿es posible que vuestra merced no sabe que las comparaciones que se hacen de ingenio a ingenio, de valor a valor, de hermosura a hermosura y de linaje a linaje son siempre odiosas y mal recebidas? Yo, señor barbero, no soy Neptuno, el dios de las aguas, ni procuro que nadie me tenga por discreto no lo siendo: solo me fatigo por dar a entender al mundo en el error en que está en no renovar en sí el felicísimo tiempo donde campeaba la orden de la andante caballería. Pero no es merecedora la depravada edad nuestra de gozar tanto bien como el que gozaron las edades donde los andantes caballeros tomaron a su cargo y echaron sobre sus espaldas la defensa de los reinos, el amparo de las doncellas, el socorro de los huérfanos y pupilos, el castigo de los soberbios y el premio de los humildes.
Don Quijote no está loco porque cree ser un dios o Napoleón o piensa que vive la vida de otro como acontece a los locos corrientes. A don Quijote le mueve la idea, tal y como las ideas y los valores precisamente pretenden. Y la idea más elaborada, propagada y alabada: la del héroe, que da la vida por los suyos.
El mismo cura queda sorprendido por la buena razón de la locura de don Quijote, por eso solo le cabe señalar, como tantas veces en la Primera Parte, que no cree que esos caballeros andantes hayan existido realmente y es ahí donde don Quijote se desliza al asumir que lo que él ve en su imaginación, según le sugieren esas figuras ideales, es o ha sido real. Ciertamente así son también los recuerdos: imaginaciones.
La Historia y la novela
Con la llegada de Sancho tratan caballero y escudero de la historia y la cuestión se plantea de la siguiente manera
- Mucho me pesa, Sancho, que hayas dicho y digas que yo fui el que te saqué de tus casillas, sabiendo que yo no me quedé en mis casas: juntos salimos, juntos fuimos y juntos peregrinamos; una misma fortuna y una misma suerte ha corrido por los dos: si a ti te mantearon una vez, a mí me han molido ciento, y esto es lo que te llevo de ventaja.
Asunto que se prolonga hasta el capítulo tercero donde se dice que la historia cuenta las cosas como fueron a diferencia de la poesía que las dice como debieron ser, pero esta asunción está cargada de ironía, pues Sancho reclama que se le reconozca a él también el dolor sufrido para llevar a cabo las hazañas relatadas. Famosos fueron solo los 300 espartanos "caballeros" (aunque eran infantes u hoplitas) que contuvieron eventualmente a los persas en las Termópilas, según nos lo narra rescatándolo de las garras del olvido Heródoto, el padre de la historia, pero nada dice de los siete asistentes o esclavos ilotas que llevaba cada uno de ellos, con lo que nos resulta que combatieron y murieron frente a los persas no 300 sino 2100, pero solo los 300 caballeros tienen fama y cabida en la Historia. Así, pues, tiene que ser la novela y no la historia la que traiga la verdad o la contabilidad verdadera al mundo.
Como es su costumbre, Cervantes aprovecha la ocasión para incidir en la diferencia entre lo que pueda ser la realidad y lo que se dice o lo que se escribe sobre ella, pues lo que se dice o se escribe propiamente es propaganda, pretende generar una realidad futura.
Si ya hablaron don Quijote y Sancho respecto a lo que comentaba la gente del pueblo sobre don Quijote, con Sansón versa su diálogo sobre la posible intención o tergiversación de los hechos que muy probablemente habrá cometido el autor y, finalmente, sobre la impredecible opinión de los lectores. La pena, y paradoja inverosímil, es que no solicitara y leyera el libro el mismo don Quijote. Se hubiera irritado demasiado por la posición tan abiertamente adversa hacia él del autor y quizás le hubiera bastado para renunciar a sus caballerías y, en consecuencia, a hacer otra salida.
En el diálogo que sigue respecto a la composición del libro y las historias añadidas a la de don Quijote en la Primera Parte, como en otras ocasiones sucede con Cervantes no se resuelve al uso sino que queda inconclusa, porque el autor presenta argumentos diversos y abiertos a la discreción del lector para que este los considere, no las quiere poner nombres debajo como Orbaneja. Actúa como en el Coloquio. Pero, diga lo que diga el autor, tenemos que pensar y pensamos que las historias añadidas a la de don Quijote en la Primera Parte corroboran el sentido del libro como hemos tenido ocasión de ver y veremos. Algo que no puede ni pretende imponer Cervantes fiel a su estilo socarrón que acaba en proponer al autor que enmiende sus yerros en la siguiente edición, de lo que éste toma nota.
Cervantes está jugando todo el tiempo con el lector aprovechándose de las posibilidades que le ofrece el lenguaje. Especialmente pasmoso en este sentido es el capítulo cuarto en el preciso momento en que toma don Quijote la decisión de hacer una tercera salida para dar ocasión al autor a que la escriba, que no puedo remediar sino copiarlo.
—Y por ventura —dijo don Quijote— ¿promete el autor segunda parte?
—Sí promete —respondió Sansón—, pero dice que no ha hallado ni sabe quién la tiene, y, así, estamos en duda si saldrá o no, y así por esto como porque algunos dicen: «Nunca segundas partes fueron buenas», y otros: «De las cosas de don Quijote bastan las escritas», se duda que no ha de haber segunda parte; aunque algunos que son más joviales que saturninos dicen: «Vengan más quijotadas, embista don Quijote y hable Sancho Panza, y sea lo que fuere, que con eso nos contentamos».
—¿Y a qué se atiene el autor?
—A que —respondió Sansón— en hallando que halle la historia, que él va buscando con extraordinarias diligencias, la dará luego a la estampa, llevado más del interés que de darla se le sigue que de otra alabanza alguna.
A lo que dijo Sancho:
—¿Al dinero y al interés mira el autor? Maravilla será que acierte, porque no hará sino harbar, harbar, como sastre en vísperas de pascuas, y las obras que se hacen apriesa nunca se acaban con la perfeción que requieren. Atienda ese señor moro, o lo que es, a mirar lo que hace, que yo y mi señor le daremos tanto ripio a la mano en materia de aventuras y de sucesos diferentes, que pueda componer no solo segunda parte, sino ciento. Debe de pensar el buen hombre, sin duda, que nos dormimos aquí en las pajas; pues ténganos el pie al herrar y verá del que cosqueamos. Lo que yo sé decir es que si mi señor tomase mi consejo ya habíamos de estar en esas campañas deshaciendo agravios y enderezando tuertos, como es uso y costumbre de los buenos andantes caballeros.
No había bien acabado de decir estas razones Sancho, cuando llegaron a sus oídos relinchos de Rocinante, los cuales relinchos tomó don Quijote por felicísimo agüero, y determinó de hacer de allí a tres o cuatro días otra salida, y declarando su intento al bachiller, le pidió consejo por qué parte comenzaría su jornada.



Sobre la inmortalidad de los muertos
Aunque la Primera Parte ha cosechado un gran éxito editorial, también tenemos noticias de la aversión que ha provocado, algo que sabemos de Lope, líder y luz de la intelectualidad orgánica española. Quizás el trato del Quijote con la religión en la Primera Parte había sido un poco ligero, peligroso. En la Segunda Parte don Quijote no comete ni un solo acto criminal frente a la orgía de atropellos de la Primera y apenas muestra agresividad; tan solo la manifiesta en el pueril ataque al retablo de maese Pedro. Incluso se muestra reticente a encarar el peligro, fuera del grandísimo desatino de su exposición al león abanderado. Su estilo de caballería como han visto y señalado tantos autores cristianos es, en efecto, la de un caballero cristiano andante. Don Quijote en esta Segunda Parte olvida completamente justificar sus empresas en la imitación del Amadís y sus semejantes y subordina la fama que aportan valores profanos como matar gigantes y endriagos a los valores cristianos como la caridad y la templanza que serán los que le proporcionen más allá de la perecedera fama mundana, ahora ya la eternidad divina.
Si en la Primera Parte don Quijote actuaba movido por imaginaciones que consideraba verdaderas y creía encontrarse en las situaciones propias de los caballeros andantes, en la Segunda, aunque también las busca, tales imaginaciones no se producen y las aventuras en las que se encuentra le son todas habilitadas por otros que, en su mayoría, tienen conocimiento de su locura y la provocan para divertirse. Don Quijote nos resulta un tanto pasivo, mientras que Sancho adquiere mucha mayor relevancia que en la Primera Parte.
La Segunda está en una buena parte dedicada a la muerte. Ese interés de Cervantes no me parece surja solo de su interés especulativo personal. No puedo por menos de pensar que aquellos que entendieran el sentido realista de la Primera Parte donde más le reprocharan quizás fuera en que eliminar la ilusión idealista es también acabar con la ilusión en otra vida, con lo que se socava todo consuelo para dejarnos solos ante nuestra finitud y contingencia. De modo que Cervantes, quizás, asumió la tarea de poner este hecho en sus justos términos y, en consecuencia, sus reflexiones al respecto se dilatan a lo largo de la Segunda Parte. Veámoslas.
Estas disquisiciones comenzarían con el diálogo que mantiene don Quijote con su sobrina, a la que señala que hay cuatro tipos de linajes cuya gran mayoría es como la gente plebeya y ordinaria: que pasan desapercibidos;

Del linaje plebeyo no tengo que decir sino que sirve solo de acrecentar el número de los que viven, sin que merezcan otra fama ni otro elogio sus grandezas

Y concluye

Dos caminos hay, hijas, por donde pueden ir los hombres a llegar a ser ricos y honrados: el uno es el de las letras; otro, el de las armas. Yo tengo más armas que letras, y nací, según me inclino a las armas, debajo de la influencia del planeta Marte, así que casi me es forzoso seguir por su camino, y por él tengo de ir a pesar de todo el mundo, y será en balde cansaros en persuadirme a que no quiera yo lo que los cielos quieren, la fortuna ordena y la razón pide, y, sobre todo, mi voluntad desea; pues con saber, como sé, los innumerables trabajos que son anejos a la andante caballería, sé también los infinitos bienes que se alcanzan con ella y sé que la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio, ancho y espacioso; y sé que sus fines y paraderos son diferentes, porque el del vicio, dilatado y espacioso, acaba en muerte, y el de la virtud, angosto y trabajoso, acaba en vida, y no en vida que se acaba, sino en la que no tendrá fin.

El don Quijote de la Segunda Parte habla como un predicador, la búsqueda de fama pagana de la Primera Parte se ha transformado aquí en entusiasmo cristiano. Por eso la conversación sobre la fama y la inmortalidad continúa lo antes posible, esto es, en la primera conversación con Sancho en el capítulo VIII que comienza con ¡Bendito sea al poderoso Alá! que lo dice tres veces Cide Hamete Benengueli al tener ya en campaña a amo y mozo, ambos hablando de Dulcinea, el uno desde su fantasía y el otro desde la mentira. Con lo que vienen a hablar de la fama y don Quijote, como ya hizo antes con la sobrina, acaba ligando su búsqueda al ideal cristiano, algo que a Sancho no le preocupa, pues,
…cuando otra cosa no tuviese sino el creer, como siempre creo, firme y verdaderamente en Dios y en todo aquello que tiene y cree la santa Iglesia Católica Romana, y el ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos, debían los historiadores tener misericordia de mí y tratarme bien en sus escritos.

Según esto, la fama depende más del gusto, o propiamente, afiliación de los historiadores. Aunque estos siempre registran los hechos extraños o desaforados, como, por ejemplo, el extraño caso de darse de latigazos voluntariamente. Y muchos buscan la fama a cualquier precio, pues es tendencia natural del hombre, afirma don Quijote, incluso la fama por la grandeza o notoriedad de los males que puedan causar, pero para don Quijote:
Todas estas y otras grandes y diferentes hazañas son, fueron y serán obras de la fama, que los mortales desean como premios y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos merecen, puesto que los cristianos, católicos y andantes caballeros más habemos de atender a la gloria de los siglos venideros, que es eterna en las regiones etéreas y celestes, que a la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo se alcanza; la cual fama, por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mesmo mundo, que tiene su fin señalado. Así, ¡oh Sancho!, que nuestras obras no han de salir del límite que nos tiene puesto la religión cristiana que profesamos. Hemos de matar en los gigantes a la soberbia; a la envidia, en la generosidad y buen pecho; a la ira, en el reposado continente y quietud del ánimo; a la gula y al sueño, en el poco comer que comemos y en el mucho velar que velamos; a la lujuria y lascivia, en la lealtad que guardamos a las que hemos hecho señoras de nuestros pensamientos; a la pereza, con andar por todas las partes del mundo, buscando las ocasiones que nos puedan hacer y hagan, sobre cristianos, famosos caballeros. Ves aquí, Sancho, los medios por donde se alcanzan los estremos de alabanzas que consigo trae la buena fama.

A lo que, con buen criterio, le replica Sancho:

—Dígame, señor —prosiguió Sancho—: esos Julios o Agostos, y todos esos caballeros hazañosos que ha dicho, que ya son muertos, ¿dónde están agora?
—Los gentiles —respondió don Quijote— sin duda están en el infierno; los cristianos, si fueron buenos cristianos, o están en el purgatorio, o en el cielo.
—Está bien —dijo Sancho—, pero sepamos ahora: esas sepulturas donde están los cuerpos desos señorazos ¿tienen delante de sí lámparas de plata, o están adornadas las paredes de sus capillas de muletas, de mortajas, de cabelleras, de piernas y de ojos de cera? Y si desto no, ¿de qué están adornadas?
A lo que respondió don Quijote:
—Los sepulcros de los gentiles fueron por la mayor parte suntuosos templos: las cenizas del cuerpo de Julio César se pusieron sobre una pirámide de piedra de desmesurada grandeza, a quien hoy llaman en Roma «la aguja de San Pedro»; al emperador Adriano le sirvió de sepultura un castillo tan grande como una buena aldea, a quien llamaron moles Hadriani, que agora es el castillo de Santángel en Roma; la reina Artemisa sepultó a su marido Mausoleo en un sepulcro que se tuvo por una de las siete maravillas del mundo. Pero ninguna destas sepulturas ni otras muchas que tuvieron los gentiles se adornaron con mortajas, ni con otras ofrendas y señales que mostrasen ser santos los que en ellas estaban sepultados.
—A eso voy —replicó Sancho—. Y dígame agora: ¿cuál es más, resucitar a un muerto o matar a un gigante?
—La respuesta está en la mano —respondió don Quijote—: más es resucitar a un muerto.
—Cogido le tengo —dijo Sancho—. Luego la fama del que resucita muertos, da vista a los ciegos, endereza los cojos y da salud a los enfermos, y delante de sus sepulturas arden lámparas, y están llenas sus capillas de gentes devotas que de rodillas adoran sus reliquias, mejor fama será, para este y para el otro siglo, que la que dejaron y dejaren cuantos emperadores gentiles y caballeros andantes ha habido en el mundo.
—También confieso esa verdad —respondió don Quijote.
—Pues esta fama, estas gracias, estas prerrogativas, como llaman a esto —respondió Sancho—, tienen los cuerpos y las reliquias de los santos, que con aprobación y licencia de nuestra santa madre Iglesia tienen lámparas, velas, mortajas, muletas, pinturas, cabelleras, ojos, piernas, con que aumentan la devoción y engrandecen su cristiana fama. Los cuerpos de los santos, o sus reliquias, llevan los reyes sobre sus hombros, besan los pedazos de sus huesos, adornan y enriquecen con ellos sus oratorios y sus más preciados altares.
—¿Qué quieres que infiera, Sancho, de todo lo que has dicho? —dijo don Quijote.
—Quiero decir —dijo Sancho— que nos demos a ser santos y alcanzaremos más brevemente la buena fama que pretendemos; y advierta, señor, que ayer o antes de ayer (que, según ha poco, se puede decir desta manera) canonizaron o beatificaron dos frailecitos descalzos, cuyas cadenas de hierro con que ceñían y atormentaban sus cuerpos se tiene ahora a gran ventura el besarlas y tocarlas, y están en más veneración que está, según dicen, la espada de Roldán en la armería del Rey nuestro Señor, que Dios guarde. Así que, señor mío, más vale ser humilde frailecito, de cualquier orden que sea, que valiente y andante caballero; más alcanzan con Dios dos docenas de diciplinas (ahí se condena el solo ante el autor que todo lo oye) que dos mil lanzadas, ora las den a gigantes, ora a vestiglos o a endriagos.
—Todo eso es así —respondió don Quijote—, pero no todos podemos ser frailes, y muchos son los caminos por donde lleva Dios a los suyos al cielo: religión es la caballería, caballeros santos hay en la gloria.
—Sí —respondió Sancho—, pero yo he oído decir que hay más frailes en el cielo que caballeros andantes.
—Eso es —respondió don Quijote— porque es mayor el número de los religiosos que el de los caballeros.
—Muchos son los andantes —dijo Sancho.
—Muchos —respondió don Quijote—, pero pocos los que merecen nombre de caballeros.

Con este extraño carnaval de osarios en palacios o catedrales de muertos muertos o de restos de curados milagrosamente o hasta de resucitados, la fama o inmortalidad se nos desliza de nuevo, insistentemente, como el uso que hacen los vivos de los muertos para sus muy vivos propósitos.
También se tratará de la muerte tras encontrar el carro o carreta de las Cortes de la Muerte. Se nos confirma la nueva y normalizada percepción sensible de don Quijote. Este se planta frente a la carreta y pregunta a sus pintorescos pasajeros quienes son; queda satisfecho de su respuesta y dice:
—Por la fe de caballero andante —respondió don Quijote— que así como vi este carro imaginé que alguna grande aventura se me ofrecía, y ahora digo que es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño.

Entonces comentan la semejanza entre la comedia y la vida:
—Pues lo mesmo —dijo don Quijote— acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y finalmente todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura

. —Brava comparación —dijo Sancho—, aunque no tan nueva, que yo no la haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego del ajedrez, que mientras dura el juego cada pieza tiene su particular oficio, y en acabándose el juego todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura.

Es mejor y más inteligente la comparación de Sancho, como reconoce a continuación el mismo don Quijote, pues mientras en la comedia el autor hace aparecer a diversos personajes según su conveniencia y, en ocasiones, arbitrario e ignorante criterio, el tablero de ajedrez representa a la sociedad entera y los que la han de formar al completo están representados, de modo que los puestos están ya creados en la forma piramidal, como cadena de mando, según requiere para ser eficaz en la competencia y lucha contra otros que también se organizan de ese modo, y las diferentes personas, diferentes vidas, los ocupan calzándose sus botas y vistiéndose sus hábitos y siguen en ellos hasta que otros, quizás aún no nacidos, les sustituyan y los ocupen.
La muerte aparece más adelante en la continuación del Discurso de las Armas y las Letras de la Segunda Parte. La clave de la percepción aquí está en que la muerte se presenta desde el punto de vista del que la sufre:

Y esto que ahora le quiero decir llévelo en la memoria, que le será de mucho provecho y alivio en sus trabajos: y es que aparte la imaginación de los sucesos adversos que le podrán venir, que el peor de todos es la muerte, y como esta sea buena, el mejor de todos es el morir. Preguntáronle a Julio César, aquel valeroso emperador romano, cuál era la mejor muerte: respondió que la impensada, la de repente y no prevista; y aunque respondió como gentil y ajeno del conocimiento del verdadero Dios, con todo eso dijo bien, para ahorrarse del sentimiento humano. Que puesto caso que os maten en la primera facción y refriega, o ya de un tiro de artillería, o volado de una mina, ¿qué importa? Todo es morir, y acabóse la obra.

La muerte también se nos representa ya al final en la fingida de Altisidora imitando a Dido, que muere de vergüenza por haberse entregado a Eneas y este la deja plantada abandonándola en el secreto de madrugada y causándole decepción tal que se suicida.
Se detiene muy demasiadamente el autor como es habitual en explicar por qué y cómo habían organizado los duques el espectáculo para que nunca quede duda de que los todos los sucesos tienen explicaciones muy simples y mundanas. Menciona, sin embargo, el autor que
Altisidora (en la opinión de don Quijote, vuelta de muerte a vida)…

es interrogada por Sancho

"¿qué es lo que vio en el otro mundo? ¿Qué hay en el infierno? Porque quien muere desesperado, por fuerza ha de tener aquel paradero.
—La verdad que os diga —respondió Altisidora—, yo no debí de morir del todo, pues no entré en el infierno, que si allá entrara, una por una no pudiera salir dél, aunque quisiera. La verdad es que llegué a la puerta, adonde estaban jugando hasta una docena de diablos a la pelota, todos en calzas y en jubón, con valonas guarnecidas con puntas de randas flamencas, y con unas vueltas de lo mismo que les servían de puños, con cuatro dedos de brazo de fuera, porque pareciesen las manos más largas, en las cuales tenían unas palas de fuego; y lo que más me admiró fue que les servían, en lugar de pelotas, libros, al parecer llenos de viento y de borra, cosa maravillosa y nueva; pero esto no me admiró tanto como el ver que, siendo natural de los jugadores el alegrarse los gananciosos y entristecerse los que pierden, allí en aquel juego todos gruñían, todos regañaban y todos se maldecían.
—Eso no es maravilla —respondió Sancho—, porque los diablos, jueguen o no jueguen, nunca pueden estar contentos, ganen o no ganen.
Curiosa, pero consecuente con el humor de El Quijote, la definición de los diablos
—Así debe de ser —respondió Altisidora—, mas hay otra cosa que también me admira, quiero decir, me admiró entonces, y fue que al primer voleo no quedaba pelota en pie ni de provecho para servir otra vez, y así menudeaban libros nuevos y viejos, que era una maravilla. A uno dellos, nuevo, flamante y bien encuadernado, le dieron un papirotazo, que le sacaron las tripas y le esparcieron las hojas. Dijo un diablo a otro: «Mirad qué libro es ese». Y el diablo le respondió: «Esta es la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas». «Quitádmele de ahí —respondió el otro diablo— y metedle en los abismos del infierno, no le vean más mis ojos.» «¿Tan malo es? —respondió el otro.» «Tan malo —replicó el primero—, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara.» Prosiguieron su juego, peloteando otros libros, y yo, por haber oído nombrar a don Quijote, a quien tanto adamo y quiero, procuré que se me quedase en la memoria esta visión.
Respecto a la muerte de don Quijote, la describe así:
Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba;… 

En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallóse el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió.

Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente «don Quijote de la Mancha», había pasado desta presente vida y muerto naturalmente;…. 

Finalmente, me parece pertinente traer aquí la percepción de Cervantes sobre su propia muerte en el Prólogo al Persiles escrito, en efecto, unos días antes de que ocurriese. En la dedicatoria al Conde de Lemos dice:
Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a Vuesa Excelencia; que podría ser fuese tanto el contento de ver a Vuesa Excelencia bueno en España, que me volviese a dar la vida. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos, y por lo menos sepa Vuesa Excelencia este mi deseo, y sepa que tuvo en mí un tan aficionado criado de servirle que quiso pasar aún más allá de la muerte, mostrando su intención.

Parece exagerado, pero realmente eso es lo que le preocupa como escritor: publicar (y cobrar por ello, ya para sus descendientes) y el Conde Lemos es su mecenas, su medio para ello.
Y ya en el Prólogo, dedicado al lector, también refiere a su inminente muerte
Mi vida se va acabando, y, al paso de las efeméridas de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida.

En esta circunstancia, Cervantes escribe a su "lector amantísimo" ni más ni menos que la descripción de su encuentro físico, personal con él, es decir, con nosotros, que le estábamos aquí esperando. Y esta que sigue es su percepción (copio el Prólogo completo):
Sucedió, pues, lector amantísimo, que, viniendo otros dos amigos y yo del famoso lugar de Esquivias, por mil causas famoso, una por sus ilustres linajes y otra por sus ilustrísimos vinos, sentí que a mis espaldas venía picando con gran priesa uno que, al parecer, traía deseo de alcanzarnos, y aun lo mostró dándonos voces que no picásemos tanto. Esperámosle, y llegó sobre una borrica un estudiante pardal, porque todo venía vestido de pardo, antiparas, zapato redondo y espada con contera, valona bruñida y con trenzas iguales; verdad es, no traía más de dos, porque se le venía a un lado la valona por momentos, y él traía sumo trabajo y cuenta de enderezarla.
Llegando a nosotros dijo:
-¿Vuesas mercedes van a alcanzar algún oficio o prebenda a la corte, pues allá está su Ilustrísima de Toledo y su Majestad, ni más ni menos, según la priesa con que caminan?; que en verdad que a mi burra se le ha cantado el víctor de caminante más de una vez.
A lo cual respondió uno de mis compañeros:
-El rocín del señor Miguel de Cervantes tiene la culpa desto, porque es algo qué pasilargo.
Apenas hubo oído el estudiante el nombre de Cervantes, cuando, apeándose de su cabalgadura, cayéndosele aquí el cojín y allí el portamanteo, que con toda esta autoridad caminaba, arremetió a mí, y, acudiendo asirme de la mano izquierda, dijo:
-¡Sí, sí; éste es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y, finalmente, el regocijo de las musas!
Yo, que en tan poco espacio vi el grande encomio de mis alabanzas, parecióme ser descortesía no corresponder a ellas. Y así, abrazándole por el cuello, donde le eché a perder de todo punto la valona, le dije:
-Ese es un error donde han caído muchos aficionados ignorantes. Yo, señor, soy Cervantes, pero no el regocijo de las musas, ni ninguno de las demás baratijas que ha dicho vuesa merced; vuelva a cobrar su burra y suba, y caminemos en buena conversación lo poco que nos falta del camino.
Hízolo así el comedido estudiante, tuvimos algún tanto más las riendas, y con paso asentado seguimos nuestro camino, en el cual se trató de mi enfermedad, y el buen estudiante me desahució al momento, diciendo:
-Esta enfermedad es de hidropesía, que no la sanará toda el agua del mar Océano que dulcemente se bebiese. Vuesa merced, señor Cervantes, ponga tasa al beber, no olvidándose de comer, que con esto sanará sin otra medicina alguna.
Eso me han dicho muchos -respondí yo-, pero así puedo dejar de beber a todo mi beneplácito, como si para sólo eso hubiera nacido. Mi vida se va acabando, y, al paso de las efeméridas de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida. En fuerte punto ha llegado vuesa merced a conocerme, pues no me queda espacio para mostrarme agradecido a la voluntad que vuesa merced me ha mostrado.
En esto llegamos a la puente de Toledo, y yo entré por ella, y él se apartó a entrar por la de Segovia.
Lo que se dirá de mi suceso, tendrá la fama cuidado, mis amigos gana de decilla, y yo mayor gana de escuchalla.
Tornéle a abrazar, volvióseme a ofrecer, picó a su burra, y dejóme tan mal dispuesto como él iba caballero en su burra, a quien había dado gran ocasión a mi pluma para escribir donaires; pero no son todos los tiempos unos: tiempo vendrá, quizá, donde, anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta, y lo que sé convenía.
¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!

Según mi entendimiento, el significado este texto es múltiple. El estudiante, el "lector amantísimo", es decir, nosotros, que lo conocemos por el nombre, le buscamos la mano izquierda. No le podíamos seguir a causa de la lentitud de la burra, pero también a que el caballo de Cervantes es "pasilargo". Lo admiramos en los términos generales de "escritor alegre", "regocijo de las musas", pero estas expresiones no satisfacen a Cervantes. Toda la descripción que hace Cervantes de nosotros, su "lector amantísimo", es terrible: nos presenta con muy mala traza, cuando le reconocemos se nos caen las cosas, cuando le abrazamos casi se nos rompe la valona y cuando partimos, "caballeros en nuestra burra" dejamos una impresión patética.
Pienso que la esperanza de Cervantes en que se "diga lo que aquí me falta, y lo que sé convenía" es, o habría sido, el descreído y, en buena medida, realista pero "ignorante" estudiante que tanto nos aparece en la picaresca y que en El Quijote está pasado por el tamiz cervantino periclitado en el "bachilleador" Sansón Carrasco, el Caballero de la Blanca Luna, que le dice que "se deje de cuentos" cuando don Quijote les notifica que Dios le ha librado de la influencia de los libros de caballería. Es al estudiante y a su más despierta y abierta inteligencia al que Cervantes con más intención dirige sus palabras al objeto de que en él su "intención" se asiente y fecunde, pero a estas alturas pone de relieve la indumentaria y malas trazas de este y de cómo va caballero sobre una burra, ante lo que se le tuerce el gesto en desesperanza. La falta de caballo del estudiante implica que realmente no tiene derecho ni a hablar ni a escribir, más allá de lo que quiera quien le pague, así como el soldado solo puede obedecer a los que "mandar le pueden", como señaló don Quijote al mancebito que se iba a enrolar al ejército. Esta misma línea de argumentación se encuentra en el Discurso de las Armas y las Letras.
Y así, de lo único sobre lo que llegan a hablar es sobre su cercana muerte. Pero, cuando ya el lector se va:
Tornéle a abrazar, volvióseme a ofrecer, picó a su burra, y dejóme tan mal dispuesto como él iba caballero en su burra, a quien había dado gran ocasión a mi pluma para escribir donaires; pero no son todos los tiempos unos: tiempo vendrá, quizá, donde, anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta, y lo que sé convenía.
¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!

Esa es la otra vida para Cervantes, "anudar este roto hilo", para decir lo que aquí falta y sabe que conviene sobre la realidad que compartimos con él, pues, no lo dudes, es la misma. Y siéndolo, no hay duda que Cervantes tenía una visión de un mundo humano, asaz de real, en el que ya se gozaba por los que lo vivan.



Cervantes y don Quijote
El idealismo caballeresco de don Quijote en esta Segunda Parte ya no es el de Amadís y los de su calaña sino el de un caballero cristiano y así lo expresa tanto en sus juicios como en sus hechos. Justifica por ese motivo su ataque a las huestes musulmanas de Marsilio en persecución de Gaiferos y Melisendra, como caballero cristiano paga a maese Pedro, según le recuerda Sancho que como tal debe hacerlo, con un sermón cristiano contiene don Quijote a los armados pueblerinos bajo la bandera del burro y como caballero cristiano socorre a la dueña Dolorida, como caballero cristiano quisiera que le viera el eclesiástico de los duques para que juzgara su actitud y compromiso, en contraste con su modelo explícito de la Primera Parte que declara ser Amadís, lo son ahora los caballeros santos, etc., etc….
Sin embargo, cuestionando cierta interpretación bastante extendida sobre la caridad (cristiana) de Cervantes con don Quijote, particularmente conforme progresa su novela, vemos que el autor sigue considerando a don Quijote no menos loco que en la Primera Parte y frecuentemente contradice sus juicios como sigue:
Dice don Quijote a Sancho:
"Y háceme creer esto el ver que el mono no responde sino a las cosas pasadas o presentes, y la sabiduría del diablo no se puede estender a más, que las por venir no las sabe si no es por conjeturas, y no todas veces, que a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente. Y siendo esto así, como lo es, está claro que este mono habla con el estilo del diablo, y estoy maravillado cómo no le han acusado al Santo Oficio, y examinádole y sacádole de cuajo en virtud de quién adivina; porque cierto está que este mono no es astrólogo," etc.

Y Cervantes:

Sucedió, pues, que de unos cristianos ya libres que venían de Berbería compró aquel mono, a quien enseñó que en haciéndole cierta señal se le subiese en el hombro y le murmurase, o lo pareciese, al oído. Hecho esto, antes que entrase en el lugar donde entraba con su retablo y mono, se informaba en el lugar más cercano, o de quien él mejor podía, qué cosas particulares hubiesen sucedido en el tal lugar, y a qué personas; y llevándolas bien en la memoria, lo primero que hacía era mostrar su retablo, el cual unas veces era de una historia y otras de otra, pero todas alegres y regocijadas y conocidas. Acabada la muestra, proponía las habilidades de su mono, diciendo al pueblo que adivinaba todo lo pasado y lo presente, pero que en lo de por venir no se daba maña. Por la respuesta de cada pregunta pedía dos reales, y de algunas hacía barato, según tomaba el pulso a los preguntantes; y como tal vez llegaba a las casas de quien él sabía los sucesos de los que en ella moraban, aunque no le preguntasen nada por no pagarle, él hacía la seña al mono y luego decía que le había dicho tal y tal cosa, que venía de molde con lo sucedido. Con esto cobraba crédito inefable, y andábanse todos tras él. Otras veces, como era tan discreto, respondía de manera que las respuestas venían bien con las preguntas; y como nadie le apuraba ni apretaba a que dijese cómo adevinaba su mono, a todos hacía monas, y llenaba sus esqueros.
Así como entró en la venta conoció a don Quijote y a Sancho, por cuyo conocimiento le fue fácil poner en admiración a don Quijote y a Sancho Panza y a todos los que en ella estaban

Y muy semejante a esta aventura en la intención desveladora de Cervantes es la de la cabeza encantada -la cual, además, en una vuelta de tuerca, concluye en que acabará siendo requisada por la Santa Inquisición, donde no pierde la ocasión para, igualmente, manifestar la simpleza de don Quijote,

"Grandes eran los discursos que don Quijote hacía sobre la respuesta de la encantada cabeza, sin que ninguno dellos diese en el embuste, y todos paraban con la promesa, que él tuvo por cierto, del desencanto de Dulcinea."

También lo pone en ridículo cuando se trata de liberar a Gaspar Gregorio, cuando el caballero refiere que lo hará así como liberó a Melisendra de los zaragozanos. Y, en general, nadie le echa cuentas ni en esto ni en lo que toca a cosas serias.
Hemos visto también más arriba como se creyó la resurrección de Altisidora, "Altisidora (en la opinión de don Quijote, vuelta de muerte a vida)" y su patético comportamiento ante el Dulcineo que le presentan los Duques.

"…..hazlo por ese pobre caballero que a tu lado tienes: por tu amo, digo, de quien estoy viendo el alma, que la tiene atravesada en la garganta, no diez dedos de los labios, que no espera sino tu rígida o blanda respuesta, o para salirse por la boca o para volverse al estómago.
Tentose oyendo esto la garganta don Quijote y dijo, volviéndose al duque
-Por Dios, señor, que Dulcinea ha dicho la verdad que aquí tengo el alma atravesada a la garganta como una nuez de ballesta.

Se cuida Cervantes, sin embargo, particularmente en los capítulos que atañen al de Verde Gabán de repetir que don Quijote es a veces cuerdo y a veces loco, y se apoya, además, en don Lorenzo, el hijo de don Diego Miranda a quien el padre le pide elabore un juicio sobre don Quijote, para apuntar una vez más que "es un loco con lúcidos intervalos", etc.
En efecto, Cervantes también necesita a veces la voz de su caballero para expresarse, por lo que tiene que cuidarse mucho de advertir de ello al lector que en la inercia del trato que da el autor a su protagonista podría no reparar en ello.
El Caballero del Verde Gabán, como reconoce Sancho en su simplicidad, es un santo, el primero que este ha visto en todos los días de su vida. Es, don Diego, en efecto, una persona, amable, discreta, atenta, sensible… tiene todas las virtudes. Pretende no hacer camino con Sancho y don Quijote cauteloso de que su yegua provoque a Rocinante…
Por eso le hace Cervantes encontrarse con don Quijote, para pedirle más, para reclamarle valentía, la valentía necesaria para encarar la realidad y no conformarse a ella, camuflarse en ella como hace don Diego. El mundo es un desastre, el homicidio, la destrucción, el odio lo rasgan en sangrientos girones por doquier….Cervantes es bien consciente de ello en todas sus facetas y nos da numerosas muestras de su sensibilidad, así en el sufrimiento de los explotados como en la incomparablemente terrible experiencia de la guerra que a todos afecta.
Ante el de verde repite una y otra vez don Quijote, desde su primera descripción, que sale a los caminos a proteger a viudas y a huérfanos, esto es, tiene una disposición humana, podemos decir aquí humanitaria. Por el contrario, el buen Caballero del Verde Gabán manifiesta su desagrado con su hijo poeta, dedicado a investigar si fue honesto Marcial o dijo bien Virgilio, pues lo único que le interesa a don Diego es que estudie leyes o teología para colocarse bien, acomodarse al mundo.
Hace un largo discurso don Quijote sobre la poesía que, como también es usual en Cervantes, nos sirve de Prólogo para el acto también poético de don Quijote ante la jaula de los leones, asunto que dejamos para el próximo capítulo y aquí tan solo recogemos las palabras de don Quijote una vez que ha salido indemne de tan peligrosa aventura. Abunda primero el autor una vez más sobre las dudas de don Diego sobre si es cuerdo o loco, y pone en boca de don Quijote lo que sigue:

—¿Quién duda, señor don Diego de Miranda, que vuestra merced no me tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería mucho que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa. Pues, con todo esto, quiero que vuestra merced advierta que no soy tan loco ni tan menguado como debo de haberle parecido. Bien parece un gallardo caballero a los ojos de su rey, en la mitad de una gran plaza, dar una lanzada con felice suceso a un bravo toro; bien parece un caballero armado de resplandecientes armas pasar la tela en alegres justas delante de las damas, y bien parecen todos aquellos caballeros que en ejercicios militares o que lo parezcan entretienen y alegran y, si se puede decir, honran las cortes de sus príncipes; pero sobre todos estos parece mejor un caballero andante que por los desiertos, por las soledades, por las encrucijadas, por las selvas y por los montes anda buscando peligrosas aventuras, con intención de darles dichosa y bien afortunada cima, solo por alcanzar gloriosa fama y duradera. Mejor parece, digo, un caballero andante socorriendo a una viuda en algún despoblado que un cortesano caballero requebrando a una doncella en las ciudades.

El ser humano no distingue entre humanos, pues su sensibilidad se basa en la empatía, en el ponerse en lugar del otro, sea este otro el rey o una viuda. Sin embargo, el aclamado heroísmo tiene mucho de adulación, servilismo y dependencia. El héroe, si verdadero, ha de ser humano y eso es lo que requiere el mundo, héroes, pero héroes de la causa humana y a ese heroísmo nos convoca sin duda Cervantes y tampoco ha de ser un heroísmo violento, pero siempre un heroísmo digno



La cueva de Montesinos
Existe algo así como punto intermedio entre la locura de don Quijote y la discreción de Cervantes que se nos pone de manifiesto en la cueva de Montesinos, es el juicio del autor mahomético Cide Hamete quien toma una alternativa propia y distinta a la del autor respecto a los hechos:
Dice el que tradujo esta grande historia del original de la que escribió su primer autor Cide Hamete Benengeli1, que llegando al capítulo de la aventura de la cueva de Montesinos, en el margen dél estaban escritas de mano del mesmo Hamete estas mismas razones:

«No me puedo dar a entender ni me puedo persuadir que al valeroso don Quijote le pasase puntualmente todo lo que en el antecedente capítulo queda escrito. La razón es que todas las aventuras hasta aquí sucedidas han sido contingibles y verisímiles, pero estaI desta cueva no le hallo entrada alguna para tenerla por verdadera, por ir tan fuera de los términos razonables. Pues pensar yo que don Quijote mintiese, siendo el más verdadero hidalgo y el más noble caballero de sus tiempos, no es posible, que no dijera él una mentira si le asaetearan. Por otra parte, considero que él la contó y la dijo con todas las circunstancias dichas, y que no pudo fabricar en tan breve espacio tan gran máquina de disparates; y si esta aventura parece apócrifa, yo no tengo la culpa, y, así, sin afirmarla por falsa o verdadera, la escribo. Tú, letor, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere, que yo no debo ni puedo más, puesto que se tiene por cierto que al tiempo de su fin y muerte dicen que se retrató della y dijo que él la había inventado, por parecerle que convenía y cuadraba bien con las aventuras que había leído en sus historias.»

Nos recuerda este discurso al del alférez Campuzano y el licenciado Peralta al final del Coloquio de los Perros sobre su capacidad o no de hablar. Juzga tú mismo, lector, que eres prudente.
Básicamente la aventura de la cueva de Montesinos es una burla del carácter de sueño, ilusión o fantasía poética, desvirtuada por elementos grotescos que la distorsionan y extraen de ella su contenido ridículo derivado precisamente de ese carácter idealista y no contingente. Sin embargo, motiva reacciones en los oyentes, en Sancho una, en el primo otra, en Cide Hamete otra y en sus muchos comentaristas muchos más, pero, justo es esto lo que pretende manifestar Cervantes como en muchos otros momentos del Quijote: la literatura, las palabras, tienen esa categoría del sueño y son, por tanto, ajenas a la realidad e inútiles para incidir en ella más allá de lo que lo hacen los sueños. ¿O no?
Sí uno va a un lugar apartado, bonitamente al desierto, y allí le habla Dios o su mediador, un ángel, y le dice esto o lo otro y éste, Moisés, Mahoma, vuelve lleno de regocijo a informar a la gente ordinaria sobre las maravillosas noticias de las que ha tenido el honor de ser partícipe. Unos creen, otros dudan. Se forman grupos de seguidores y de escépticos; los seguidores son tus familiares y los más allegados, los otros tus enemigos, llegan a las manos, los tuyos vencen y el júbilo llena sus corazones de esperanza para el mundo, conquistan la mayor parte de lo descubierto de la Tierra, hasta que su estrella decae, pero siglos más tarde millones de personas aún comparten la esperanza de aquel sueño, o voz angelical, y ordenan su vida según ese principio.
¡Qué mal se ha venido entendiendo El Quijote! En el que muchos han visto y todavía ven una crítica al imperio español y a su pertinaz empeño en extender la fe católica, cuando tan claramente Cervantes ha dado repetidas muestras de su intenso patriotismo y catolicismo del que queda repetidísimo testimonio en el resto de sus obras. Ahora no hay duda que el objeto de su crítica son los musulmanes, a quienes se la debía por retenerle tan dilatadamente contra su clarísima voluntad. No hay duda de que lo pasó mal para mantener su fe cristiana durante su cautiverio en Argel y solo pudo tomar cumplida venganza una vez ya refugiado en su patria. He ahí, pues, El Quijote.
Son sin duda los musulmanes -al nacionalismo judío no parece prestarle atención- el objeto del Quijote, quienes como el caballero penitente adoptan extrañas figuras, como esa en la que golpean el suelo con la frente y ofrecen un levantado trasero a todos los puntos cardinales por influencia de un solo libro, aunque basado en otros dos anteriores. ¿Está don Quijote loco? Sí, pero su locura es ligerita, puramente sintomática, y es esa locura –irracionalismo lo llaman- la que reclaman algunos de los más significados intelectuales españoles y desprecian a Cervantes por ridiculizarla sin comprender que se referiría, como español, solo a los musulmanes y, acaso, a los judíos.
En Argel, les diría: ¿No os valdría con agacharos con menos agresividad, acaso un poco como los japoneses en signo de deferencia y ya está? Aunque, justo es decirlo, entre nosotros, los cristianos más graves insisten mucho en clavar la rodilla en tierra ante el Sagrario y no esa genuflexión desganada, perezosa e indolente de algunos cristianos de hoy de fe marchita, macilenta. Sin embargo, la respuesta contundente está a la mano y es que una genuflexión ante el rey o una inclinación de cabeza ante otras personas, vale, pues, a fin de cuentas son mortales, pero, ante Dios Todopoderoso, señor de reino tan dilatado como es el cosmos, hay que reconocer que la actitud de los musulmanes es más coherente. Además, y quizás sobre todo, ¡qué carajo!, las cosas como son ¿quién no reconocerá que parece mejor una tercera revelación que una segunda?
Así es, ante la falta de argumentos, a Cervantes solo le quedaba la simple venganza, como al bachiller.
Se trataba de un sueño. Así lo expone delicada y detalladamente un autor cristiano como Avalle-Arce usando las modernas técnicas de la psicología moderna. Pero su autor primero, musulmán, de esos que juzgan y admiten los sueños de aquella manera, adjudica a éste más verdad de la que propiamente contiene a la vista de su comentario.
Avivar nuestra discreción sobre lo contingente y lo verosímil es el propósito obvio del más grande escritor, Cervantes, especialmente en esta Segunda Parte. Cervantes está deslindando aquí nuestro pensamiento del de Cide Hamete a fin de afirmarlo como superior, es decir: el entendimiento no puede admitir algo más allá de lo contingente y lo verosímil, de lo real, por mucha autoridad que tenga o muy caballero que sea el que nos da cuenta del suceso.
Podría suceder, no obstante, que tengamos una buena disposición hacia las historias con trasiego de almas como las de Montesinos, Roldán y compañía por lo que nos auguran acerca de nuestra propia inmortalidad que, como se dice, siempre es más algo que nada.

El castillo
El Quijote es, ante todo, un libro generoso en el sentido cabal y humano de la palabra. Refiere ya en el prólogo al lector que se lo expone a su juicio libre e independiente para que lo juzgue, incluso, entiéndase, que lo complete a su mejor sabor. De ahí que, en efecto, haya habido tantos voluntarios para la tarea y hayan siempre encontrado a Cervantes bien dispuesto y de buen carácter para ello. Pero si penetramos esta superficie lo que encontramos incluido en la oferta es una propuesta inequívoca y una llamada a la igualdad, a la complicidad de todos como personas, como seres humanos –de los que la expresión propia es Sancho, de manera tal que podemos decir que realmente la propuesta del Quijote es en último término de comunidad, pues cualquier persona - de las Antillas o de Malasia- por el hecho de serlo tiene el mismo juicio, entendimiento, comprensión….y no necesita de autoridades ni iniciarse para su entendimiento sino al contrario. Ese es el ideal humano que nos propone Cervantes, que es, si lo pensamos, y no puede ser de otra manera, simplemente el de todos y cada uno.
Don Quijote, sin embargo, no tiene nada de persona real, (¡cuánto menos de ideal humano!) es un títere en manos de su autor y de ahí el penoso desarrollo de El Quijote por parte de un gran número de sus recreadores lectores. Todos somos iguales, todos tenemos la misma dignidad como personas y todos lo sabemos. Cierto es que tenemos que representar un papel en la vida, ese es nuestro yugo: unos hacen de duques y otros de escuderos, pero cada uno utiliza el sentido común o inteligencia, punto en el que reside esa igualdad y en que la comunidad ha de basarse. Así lo hace Sancho siempre y lo manifiesta, por ejemplo, cuando queda encargado de anunciar a la Duquesa la disposición de don Quijote, su personalidad no puede ser aniquilada por el servicio que realiza, está presente en él como en cada uno de nosotros –esperándonos siempre:
—Hermosa señora, aquel caballero que allí se parece, llamado «el Caballero de los Leones», es mi amo, y yo soy un escudero suyo, a quien llaman en su casa Sancho Panza. Este tal Caballero de los Leones, que no ha mucho que se llamaba el de la Triste Figura, envía por mí a decir a vuestra grandeza sea servida de darle licencia para que, con su propósito y beneplácito y consentimiento, él venga a poner en obra su deseo, que no es otro, según él dice y yo pienso, que de servir a vuestra encumbrada altanería y fermosura; que en dársela vuestra señoría hará cosa que redunde en su pro y él recibirá señaladísima merced y contento.

Mientras que, por otra parte, en este punto es revelador la manera simplísima de algunos en entender El Quijote, de los que es cumplida imagen y expresión Madariaga quien, alabando y subiendo el valor del Quijote al objeto de demostrar la europeidad de España, se confiesa en este capítulo con desorientado y doloroso compungimiento afirmando ingenuamente que no entiende la "innecesaria crueldad" de Cervantes para con su caballero, pues no es éste un caso más del "fracaso" del héroe, tal como de costumbre profieren los apologistas del loco. Me refiere a esto:
En esto llegó don Quijote, alzada la visera, y dando muestras de apearse, acudió Sancho a tenerle el estribo; pero fue tan desgraciado, que al apearse del rucio se le asió un pie en una soga del albarda, de tal modo, que no fue posible desenredarle, antes quedó colgado dél, con la boca y los pechos en el suelo. Don Quijote, que no tenía en costumbre apearse sin que le tuviesen el estribo, pensando que ya Sancho había llegado a tenérsele, descargó de golpe el cuerpo y llevóse tras sí la silla de Rocinante, que debía de estar mal cinchado, y la silla y él vinieron al suelo, no sin vergüenza suya, y de muchas maldiciones que entre dientes echó al desdichado de Sancho, que aún todavía tenía el pie en la corma.

Aún más cruel e indignante es el olvido que Madariaga hace de Sancho, que también da de bruces en tierra, ¡Dios mío! ¡Qué triste micro-clasismo! ¡Y qué defraudada queda aquí esa esperanza de igualdad cervantina!
Independientemente de que se lo tienen merecido por igual los dos babosos.
Como se ve, en total, el autor no más que les ayuda en su propósito, que es acercarles los dientes al suelo para tratar como corresponde a sus altanerías.
El duque mandó a sus cazadores que acudiesen al caballero y al escudero, los cuales levantaron a don Quijote maltrecho de la caída, y, renqueando y como pudo, fue a hincar las rodillas ante los dos señores.
El (suceso) que yo he tenido en veros, valeroso príncipe —respondió don Quijote—, es imposible ser malo, aunque mi caída no parara hasta el profundo de los abismos, pues de allí me levantara y me sacara la gloria de haberos visto…… como quiera que yo me halle, caído o levantado, a pie o a caballo, siempre estaré al servicio vuestro y al de mi señora la duquesa, digna consorte vuestra y digna señora de la hermosura y universal princesa de la cortesía.

¡Qué bárbaro! ¡Y qué gallarda disposición!
Cuenta, pues, la historia que, antes que a la casa de placer o castillo llegasen, se adelantó el duque y dio orden a todos sus criados del modo que habían de tratar a don Quijote.

Vimos en la Primera Parte como la fuerza nos hace confesar, en esta Segunda, que se desenvuelve mucho más en espacios cerrados, veremos que nos lleva también a representar –Sancho particularmente el doloroso desencanto de Dulcinea. Sin embargo, el contrapunto lo encontramos en el gobierno de Sancho quien, lo primero de todo se quita el don y todos los conflictos y casos se resuelven en virtud del ponerse en lugar del otro y no según razones de estado que interfieren lo simple que es la aplicación de ese juicio, como siempre podemos decir válido no solo para españoles sino para alaskeños. Con lo que no cuenta Sancho es que el ejercicio del poder no solo, ni siquiera principalmente, refiere al ámbito civil, implica necesariamente el ejercicio de la violencia organizada, algo que le muestran los duques, y Cervantes, en lo que Sancho no quiere, ni compensa, participar.
Solo mencionar aquí finalmente el encuentro con el eclesiástico en la casa de los duques, donde Cervantes nos hace una digresión ya notada en otras ocasiones por el autor sobre la diferencia entre agravio y afrenta. Aquí señala don Quijote que el eclesiástico le ha agraviado pero no afrentado, pues no tiene armas con que sostener lo que dice. De ahí hemos de concluir que los estados, como los caballeros –quizás representados por estos, se están afrentando siempre y por defecto, pues su ocupación es precisamente reforzar su organización armada en función de la del enemigo, justo a lo que se apunta en el discurso de las Armas y las Letras. Mientras que entre los individuos, el agravio queda en el terreno de lo que se puede tratar sin sangre, basta con argumentar los daños para entender lo ridículo y contraproducente de la agresión mutua, cosa que expone repetidamente Sancho al escudero del de los Espejos.

Des-enloquecer

Y una mañana, saliendo don Quijote armado de todas sus armas, vio venir hacia él un caballero, armado asimismo de punta en blanco, que en el escudo traía pintada una luna resplandeciente que dijo:
Yo soy el Caballero de la Blanca Luna. Vengo a contender contigo y hacerte conocer y confesar que mi dama, sea quien fuere, es sin comparación más hermosa que tu Dulcinea del Toboso: la cual verdad si tú la confiesas de llano en llano, escusarás tu muerte y el trabajo que yo he de tomar en dártela; y si tú peleares y yo te venciere, no quiero otra satisfación sino que, dejando las armas y absteniéndote de buscar aventuras, te recojas y retires a tu lugar por tiempo de un año, donde has de vivir sin echar mano a la espada, en paz tranquila y en provechoso sosiego.
Y el visorrey: —Señores caballeros, si aquí no hay otro remedio sino confesar o morir, y el señor don Quijote está en sus trece, y vuestra merced el de la Blanca Luna en sus catorce, a la mano de Dios, y dense.
"volvieron entrambos a un mesmo punto las riendas a sus caballos, y como era más ligero el de la Blanca Luna, llegó a don Quijote a dos tercios andados de la carrera, y allí le encontró con tan poderosa fuerza, sin tocarle con la lanza (que la levantó, al parecer, de propósito), que dio con Rocinante y con don Quijote por el suelo una peligrosa caída. Fue luego sobre él y, poniéndole la lanza sobre la visera, le dijo:
—Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no confesáis las condiciones de nuestro desafío.
Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:
—Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra.
—Eso no haré yo, por cierto —dijo el de la Blanca Luna—: viva, viva en su entereza la fama de la hermosura de la señora Dulcinea del Toboso, que solo me contento con que el gran don Quijote se retire a su lugar un año, o hasta el tiempo que por mí le fuere mandado, como concertamos antes de entrar en esta batalla.

El caballero de la Blanca Luna ya no se presenta tras una dama Casildea ni más literatura como hiciera el de los Espejos, su dama es "sea quien fuere", dice, no lleva señales que le signifiquen solo el blanco, por blanco de la Blanca Luna, "armado de punta en blanco", bien preparado, va a lo suyo y concluye su tarea. Don Quijote no quiere renegar de su dama y al caballero de la Blanca Luna eso le trae al pairo.
Cuando luego encuentra don Antonio Moreno a Sansón, el Caballero de la Blanca Luna, se lamenta:
"Dios os perdone el agravio que habéis hecho a todo el mundo en querer volver cuerdo al más gracioso loco que hay en él! ¿No veis, señor, que no podrá llegar el provecho que cause la cordura de don Quijote a lo que llega el gusto que da con sus desvaríos?

A lo que Sansón replica:
"….soy del mesmo lugar de don Quijote de la Mancha (aún más que el castellano de Castilla la Vieja que le pidió que no hiciera el ridículo a la entrada en Barcelona), cuya locura y sandez mueve a que le tengamos lástima todos cuantos le conocemos, y entre los que más se la han tenido he sido yo; y creyendo que está su salud en su reposo y en que se esté en su tierra y en su casa.

Sigue don Antonio al de la Blanca Luna para averiguar quién era y este entró en un mesón del que
"salió un escudero a recebirle y a desarmarle….en tanto que este mi criado me desarma os lo diré sin faltar un punto a la verdad del caso…... Finalmente; "…hecho liar sus armas sobre un macho, luego al mismo punto, sobre el caballo con que entró en la batalla se salió de la ciudad aquel mismo día y se volvió a su patria".











Las primeras personas que vieron a don Quijote


Capítulo VII
La realidad humana
Pese a los grandes elogios que ha merecido El Quijote, si consideramos la conclusión vital que deja en la mayoría de los que nos han dado noticia de su impresión, ha quedado en ellos un sentimiento de fracaso, de melancolía y una larga lista de términos afines dado, según entiendo, su natural vinculo empático con el protagonista, ya que el autor no ha logrado para sí -lejano, oculto en una maraña de palabras e imágenes, así como también dañado por tergiversaciones, insultos y descalificaciones- la complicidad que nos requería en el Prólogo. Por eso no pueden ver que El Quijote es un cúmulo de acontecimientos de los que el autor se vale para describir amaneceres.
La realidad que expone Cervantes en el Quijote y la realidad de la vida se manifiestan una y la misma y Cervantes tenía conciencia clara de ello. Los hechos históricos tales como la expulsión de los moriscos así como las verdaderas historias de moros y renegados sirven para apuntalar su tesis novelística-histórica tematizada en, "el cielo (el Ser) padece fuerza", expresión común tanto del Discurso de las Armas y las Letras de la Primera Parte como del encuentro con los caballeros santos en la Segunda.
Ahí tenemos el diálogo con Lela Zoraida en el mismo capítulo y aún como introducción al discurso de las Armas y las Letras, a la que le preguntan cuatro veces, cuatro, si estaba bautizada. Se adelantará a contestar en su lugar el cautivo y ella, aunque no está bautizada, "llena de angustia y donaire" interviene para decir que su nombre es María, Zoraida macangue -que quiere decir no- nos traduce el autor.
¿Pensamos acaso que les preocupaba a sus inquisidores la salvación de su alma? Si Zoraida se bautiza sus hijos serán buenos -lucharan a nuestro lado, pero si no se bautiza serán malos, demonios, endriagos, gigantes, yihadistas...…hasta hoy día (sus tataranietos) ¿por los siglos de los siglos? se pregunta Cervantes llevando a don Quijote a atacar los molinos de viento.
La experiencia internacional de Cervantes como militar y, sobre todo, como cautivo cinco años en Argel motivó y aportó un elemento determinante a ese caldo de cultivo de la literatura realista española, tanto más ante la clara evidencia de la condición e igualdad humana básica, independientemente del ámbito en el que se desenvuelva, en contraste con la incompatibilidad de sus figuraciones que, sin embargo, paradójicamente se presentan como nuestro medio propio de integración.

El Discurso de las Armas y las Letras
Advierte, amigo, que la "fuerza" que padece el Cielo reside en las armas, por lo que conviene que revisemos ahora lo que de ellas se dice en el famoso Discurso. Mi comentario irá aquí tras el párrafo cervantino
Ahora no hay que dudar sino que esta arte y ejercicio (las Armas) excede a todas aquellas y aquellos que los hombres inventaron, y tanto más se ha de tener en estima cuanto a más peligros está sujeto. Quítenseme delante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas, que les diré, y sean quien se fueren, que no saben lo que dicen. Porque la razón que los tales suelen decir y a lo que ellos más se atienen es que los trabajos del espíritu exceden a los del cuerpo y que las armas solo con el cuerpo se ejercitan, como si fuese su ejercicio oficio de ganapanes, para el cual no es menester más de buenas fuerzas, o como si en esto que llamamos armas los que las profesamos no se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para ejecutallos mucho entendimiento, o como si no trabajase el ánimo del guerrero que tiene a su cargo un ejército o la defensa de una ciudad sitiada así con el espíritu como con el cuerpo. Si no, véase si se alcanza con las fuerzas corporales a saber y conjeturar el intento del enemigo, los disignios, las estratagemas, las dificultades, el prevenir los daños que se temen; que todas estas cosas son acciones del entendimiento, en quien no tiene parte alguna el cuerpo. Siendo, pues, ansí que las armas requieren espíritu como las letras, veamos ahora cuál de los dos espíritus, el del letrado o el del guerrero, trabaja más, y esto se vendrá a conocer por el fin y paradero a que cada uno se encamina, porque aquella intención se ha de estimar en más que tiene por objeto más noble fin. Es el fin y paradero de las letras (y no hablo ahora de las divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo, que a un fin tan sin fin como este ninguno otro se le puede igualar: hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo) entender y hacer que las buenas leyes se guarden. Fin por cierto generoso y alto y digno de grande alabanza, pero no de tanta como merece aquel a que las armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida. Y, así, las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los ángeles la noche que fue nuestro día, cuando cantaron en los aires: «Gloria sea en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad»; y a la salutación que el mejor maestro de la tierra y del cielo enseñó a sus allegados y favoridos fue decirles que cuando entrasen en alguna casa dijesen: «Paz sea en esta casa»; y otras muchas veces les dijo: «Mi paz os doy, mi paz os dejo; paz sea con vosotros», bien como joya y prenda dada y dejada de tal mano, joya que sin ella en la tierra ni en el cielo puede haber bien alguno. Esta paz es el verdadero fin de la guerra, que lo mesmo es decir armas que guerra. (I, XXXVII)

La comparación de las Armas con las Letras sirve a Cervantes para propósitos diversos, uno de ellos y principal es esa exposición de la guerra como ejercicio mental o inteligencia, propiamente anticipación, lo que aquí llama, "conjeturar el intento del enemigo….." y esta actividad mental predomina sobre toda otra, incluida la propia de las Letras, la intelectual. Precisamente, en la guerra el modo de pensar idealista es un instrumento inútil, al contrario, contraproducente, y por ello precisamente sirve para ocultar o camuflar la realidad que es guerra.
—Pues comenzamos en el estudiante por la pobreza y sus partes, veamos si es más rico el soldado, y veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza, porque está atenido a la miseria de su paga, que viene o tarde o nunca, o a lo que garbeare por sus manos, con notable peligro de su vida y de su conciencia. Y a veces suele ser su desnudez tanta, que un coleto acuchillado le sirve de gala y de camisa, y en la mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del cielo, estando en la campaña rasa, con solo el aliento de su boca, que, como sale de lugar vacío, tengo por averiguado que debe de salir frío, contra toda naturaleza. Pues esperad que espere que llegue la noche para restaurarse de todas estas incomodidades en la cama que le aguarda, la cual, si no es por su culpa, jamás pecará de estrecha: que bien puede medir en la tierra los pies que quisiere y revolverse en ella a su sabor, sin temor que se le encojan las sábanas. Lléguese, pues, a todo esto, el día y la hora de recebir el grado de su ejercicio: lléguese un día de batalla, que allí le pondrán la borla en la cabeza, hecha de hilas, para curarle algún balazo que quizá le habrá pasado las sienes o le dejará estropeado de brazo o pierna. Y cuando esto no suceda, sino que el cielo piadoso le guarde y conserve sano y vivo, podrá ser que se quede en la mesma pobreza que antes estaba y que sea menester que suceda uno y otro rencuentro, una y otra batalla, y que de todas salga vencedor, para medrar en algo; pero estos milagros vense raras veces. Pero, decidme, señores, si habéis mirado en ello: ¿cuán menos son los premiados por la guerra que los que han perecido en ella?

Es este un discurso sobre las Armas un tanto inhabitual, desde luego que nadie lo queremos para nuestros soldados –la descripción de la realidad del soldado no ha sido precisamente alentada por los que lo reclutan, bien al contrario, ha de ir siempre acompañada del glamour de la gloria al heroísmo y del compañerismo o, propiamente, consuelo mutuo. Los dos Discursos de las Armas y las Letras, este y el de la Segunda Parte, bien hubieran podido ser incluidos en el apartado de crítica al Idealismo de este escrito –y no de importancia menor. No es extraño que Cervantes se haya creado tantos enemigos (españoles, sobre todo) a lo largo de los siglos, de la Historia –que es el acontecer de la guerra y/o del juego de fuerzas, pues ignoran su proyección humana. Ilustra morosamente Cervantes que, a diferencia de los idealistas caballeros o de la locura de don Quijote, no es otra cosa que la necesidad lo que fuerza tanto al soldado a enrolarse –algo que confirmará con la historia del mancebito de la Segunda Parte que lo dice cantando- como al estudiante (las Letras), ambos forzados a militar. Y esa necesidad que sufren ambos militantes, armados y letrados, tiene a su origen la privación, la "justicia distributiva", según la nombra Cervantes, consecuencia directa o inmediata, aunque también virtual. del arma, por la que nada es común y, por consiguiente, todo se disputa.

Pero dejemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras, materia que hasta ahora está por averiguar, según son las razones que cada una de su parte alega. Y, entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios, y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus previlegios y de sus fuerzas.

El hecho de que sean las armas lo mismo que la guerra se agudiza en tanto en cuanto la doctrina que expone Cervantes en la continuación de su Discurso es básicamente la del si vis pacis parabellum -si quieres la paz, prepara la guerra- esto es, ármate (y, por supuesto, si quieres la guerra, también ármate –y en ambos casos, por supuesto, todo lo que puedas). Cervantes expone que de este modo la violencia legítima se puede defender de la ilegítima –los bandidos, los corsarios, etc.- pero, de la misma manera, si los corsarios son apoyados por el Gran Turco y toman plazas para él en el Norte de África o los corsarios ingleses son apoyados por la corona inglesa, o actualmente los "terroristas" del Estado Islámico, de Al Qaeda, etc. son ellos también bien buena violencia legítima para sí mismos…. A fin de cuentas, somos unos y otros organizaciones armadas, donde solo las propias se ponen el nombre de legítimas, y con ese fin se hacen los rituales, se lee la historia y se genera la ideología. Etc.
No es extraño que las guerras sean tan crueles y generen tan brutal encono como vemos cada día, pues solo en la guerra ambas partes son libres y la paz es realmente, tal como ambas saben y prevén, una nueva y necesaria opresión de una sobre otra, que pasará a ser ilegítima y ceder la armas, ya que las armas seguirán ineludiblemente actuando cuando la guerra termine solo que ya en las manos de una parte, privando -con la "justicia distributiva", que dice Cervantes.
De modo que el fin de la guerra es la paz, pero es así como nos resulta su sentido de sumisión. Es lo mismo que dice Clausewitz cuando señala que la guerra, independientemente del asunto político o contencioso al que refiera, tiene siempre un mismo y único objetivo: desarmar al enemigo, pues de ese modo queda a merced y se someterá a nuestro criterio sobre cualquier cosa que pudiera estar en cuestión o, más, cumplirá cualquier cosa que desees como, por ejemplo, sanciones indemnizaciones, compensaciones, etc. etc.
Y, por último, la contradicción puntual, por ejemplo, la disputa por el dominio de un territorio, es incluso innecesaria, pues la existencia de las armas es siempre causa de contradicción, tanto ante el exterior –forzamos a armarse a los otros, como en el interior – nuestra necesaria asociación como arma incorporada implica la desigualdad, concretamente la jerarquía, el sometimiento y la opresión o violencia. Me viene a la memoria en este punto la repetida comparación cervantina entre agravio y afrenta –donde la afrenta la causa solo el que está armado, con lo que la ofensa resulta en guerra, pero esta consecuencia no se sigue con el agravio -por cuanto el que ofrende no está armado.
La actividad humana real, en fin, se reduce a "desarmar al enemigo", según Clausewitz, y a armarnos cuanto podamos, según se sigue del si vis país parabellum.

Y es razón averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en más. Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago y otras cosas a éstas adherentes, que en parte ya las tengo referidas; mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que a el estudiante, en tanto mayor grado, que no tiene comparación, porque a cada paso está a pique de perder la vida. Y ¿qué temor de necesidad y pobreza puede llegar ni fatigar al estudiante, que llegue al que tiene un soldado que, hallándose cercado en alguna fuerza y estando de posta o guarda en algún revellín o caballero, siente que los enemigos están minando hacia la parte donde él está, y no puede apartarse de allí por ningún caso, ni huir el peligro que de tan cerca le amenaza? Solo lo que puede hacer es dar noticia a su capitán de lo que pasa, para que lo remedie con alguna contramina, y él estarse quedo, temiendo y esperando cuándo improvisamente ha de subir a las nubes sin alas y bajar al profundo sin su voluntad. Y si este parece pequeño peligro, veamos si le iguala o hace ventaja el de embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas no le queda al soldado más espacio del que concede dos pies de tabla del espolón; y con todo esto, viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan cuantos cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno, y con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario. Y lo que más es de admirar: que apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si este también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra.

La cuestión está aquí en que el enemigo opera exactamente igual, y no por mejores razones. Este es un recurso principal del Discurso; al plantearse como una disputa entre las Armas y las Letras -algo que podemos suponer común a todos los estados- le permite ser realista y, en lugar de referirse a las armas cantando a nuestros héroes o reivindicando nuestros logros y nuestras demandas armadas, generaliza el efecto del arma sobre la condición humana, de modo que su entendimiento o exposición tanto vale para un español o cristiano como para un turco, protestante o chino. Cualquiera de ellos, independientemente de su confesión, se ve en esa condición en la que: "apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si este también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes"
Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina) y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos. Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra. Pero haga el cielo lo que fuere servido, que tanto seré más estimado, si salgo con lo que pretendo, cuanto a mayores peligros me he puesto que se pusieron los caballeros andantes de los pasados siglos.

Solo un pensamiento realista, que no se engaña con figuraciones y que despliega su potencia virtual, nos hace ver que un arma son todas las armas y los que hablan de eliminar solo las nucleares no saben propiamente de qué hablan. Pero, del mismo modo, podemos entender que declarar toda violencia ilegítima y, por tanto, en ese punto detener el emprendimiento para el daño, la investigación y desarrollo de las armas es también lo mismo que eliminar el Arma, pues eso significa que ya hemos diseñado una alternativa definitiva.
Concluye Cervantes el Discurso trayéndonos pertinentemente a los ojos la imagen del desarrollo máximo e inexorable del Arma, que nos recuerda que las armas son la máxima producción humana en todo tiempo y lugar, al tiempo que las despoja de la idealización de los que las practican con su recurrencia al heroísmo, pues la artillería, como los bombardeos (quizás atómicos) aniquila esa posibilidad en el uso de armas cada vez más sofisticadas, que matan desde la lejanía. Cervantes nos ha descrito una realidad que no es ni cambiante ni dialéctica sino una locura en la que el hombre anda inmerso que deja muy atrás las niñerías de don Quijote.
Los que aún hoy día se representan a don Quijote como un héroe, convendría requerirles que lo actualicen a nuestro tiempo para que nos devuelva su forma correcta y así percibirlo según Cervantes lo proyecta, y eso sería verlo armado con un fusil ametrallador, su ristra de granadas, etc. etc.

La filosofía española
La recepción del Quijote en la filosofía española merece una reflexión aquí que hacemos trayendo a colación el pensamiento de un filósofo de la razón vital, Julián Marías, uno de los más prominentes discípulos de Ortega que refleja bien las enseñanzas del maestro del pensamiento español, pues sus observaciones toman ocasión de sus estudios sobre El Quijote.
En "Una visión cristiana de El Quijote", el título de su prólogo al libro de Denis Armand Gonthier, El drama psicológico del Quijote, señala Marías que la idea del yelmo no es de don Quijote sino del barbero, al que se le ocurrió ponérselo en la cabeza. Pues bien, esto es lo que evidentemente se le ocurrió antes a Cervantes y así lo advierte y señala con acierto, pienso que casualmente y no por disputa alguna con Marias, Antonio Gómez Galán en su artículo "El día y la noche en El Quijote" publicado en Arbor en 1961. Cervantes, dice Gómez Galán, hizo llover -"comenzó a llover un poco", dice el texto- para que el barbero se pusiera la bacía en la cabeza. La intención del autor la captamos en la escenificación, en la imagen, en el marco de las circunstancias que crea y no, como habitualmente se pretende, en lo que digan los personajes.
Pero sigamos ahora con Marías. Este expone brillantemente el concepto de la razón vital que comparte con Ortega en el primer capítulo de otro libro también relacionado con Cervantes y El Quijote, La imagen de la vida humana y dos ejemplos literarios: Cervantes y Valle Inclán, donde afirma:
Lo que llamamos entender consiste en hacer que algo funcione dentro de mi vida. Se entiende, por ejemplo, lo que es un objeto, una pluma, un vaso, un cuchillo, anticipando en la imaginación la función vital que es escribir, o beber, o cortar, viendo el objeto en cuestión ejecutando virtualmente esa función; si yo muestro una pluma a alguien que no sepa qué es escribir, que no conozca esa posibilidad humana, jamás verá una pluma.

El modo en que vivimos es, en efecto, anticipando virtualmente y Marías continúa:
Es mi proyecto el que se interpone y se intercala entre la realidad y yo, el que hace las cosas o cosifica lo real, porque el proyecto, que no solo es algo real sino una potencia realizadora, es él mismo una realidad imaginaria. Esto es una mesa porque proyecto sobre ella apoyar los codos, poner un libro o un vaso encima; pero se convierte en leña ante el proyecto de hacerla arder en la chimenea; en balsa como resto de un naufragio…

Vemos aquí por qué Marías quiso hacernos notar que era el barbero quien proyectaba desde la bacía el yelmo –aunque mejor sería decir capucha para la lluvia. Sin embargo, Marías ha ido ahora demasiado lejos –le vence su fondo idealista y necesita hacer que la idea, el proyecto, dice, sea transcendente. No, no es correcto decir que esto es una mesa porque yo proyecto apoyar los codos sobre ella sino más bien que ella me proyecta a mí esa posibilidad de apoyarlos o apoyar otras cosas. Es una mesa porque se fabricó con ese fin de servir de apoyo a las cosas y así ha quedado para siempre y eso es lo que nos está transmitiendo su existencia, lo mismo que la bacía tiene su propio fin y nadie lo puede cambiar, pues si quemas la mesa quemas una mesa y no leña u otro objeto. Será leña si previamente la haces pedazos. Las palabras ciertamente connotan o sugieren relaciones (Camilote, Quijote), pero más allá de eso solo podríamos decir de estas que para las relaciones humanas son verdaderas y falsas a la vez, son posibles, y, por tanto, tal como uno quiera tomarlas – a veces, incluso a las matemáticas, según vimos hizo don Quijote ante Juan Haldudo. Solo las cosas son reales, son circunstancia, y entre estas el Arma es determinante como se ve en que es la máxima producción humana sin distinción de tiempo y lugar.
Conviene, pues, argumentar aquí y ahora según la razón vital a la manera de Marías sobre el objeto arma. Si vemos una mesa patas arriba, afirmaremos sin duda alguna que está mal puesta, pero solo porque conocemos su uso, pues alguien que lo desconociera no podría decir si está mal o bien puesta –algo que ya afirmaba Marías al decir que quien no sabe para qué sirve una pluma no sabe que es una pluma aunque la tenga en la mano. Pero lo llamativo aquí es que, sin embargo, no hacemos consciente ese entendimiento del uso de la mesa, lo anticipamos virtualmente incorporándonosla (sentimos casi físicamente el obstáculo de las patas, el vacío en el lugar donde habríamos de dejar algo) pero ciertamente necesitamos esa suerte de experiencia virtual para poder hacer nuestro juicio y decir que está mal puesta. Pues, con el arma sucede igual, solo que su incorporación (virtual) se nos produce de dos modos opuestos: empuñándola y encarándola con la urgencia o prioridad que su ser para la muerte implica, de modo que, aunque generalmente inconsciente, esta virtualidad nos enloquece, nos divide y nos enfrenta, y su resultado es que ineludiblemente el ser humano, desde sus orígenes, se organiza en armas incorporadas o unidades armadas, actualmente los estados. Y, en consecuencia, los estados son todos ellos sistemas de mando que se articulan necesariamente bajo una sola cabeza que mueve el conjunto como un solo cuerpo y, más allá del estado o en su ausencia puntual, tendemos también a agrupamos en torno a lo que nos pueda ser afín, como religiones, ideologías, lenguas, razas, etc., pues estamos abocados necesariamente a organizarnos por el arma que se proyecta virtualmente sobre todo y tiende inexorablemente y en último término a dividir el mundo humano en dos fuerzas que acumulan las demás en virtud de la exigencia suprema del arma, tal como sucede con los partidos que aspiran al poder del estado que resultan ineludiblemente fundidos en dos bloques de fuerza llamados de izquierda y derecha.
Tal como se expresa el pensamiento o filosofía vitalista, vivimos anticipando, previendo nuestras necesidades, cuidándonos ante los peligros, ese es también el sentido de la cura o Sorge heideggeriana, y así andamos ocupándonos de procuramos comida, alojamiento, etc. aquello que sirve para mejorar nuestra vida y, sobre todo, lógicamente para conservarla. Pues bien, en esa tesitura de, ante todo, tener que velar por nuestra vida, por satisfacer lo que esta requiere para mantenerse, nos encontramos con algo que está ahí para quitárnosla, un objeto que, además, virtualmente ejerce un efecto real y permanente de privarnos de libertad, de modo que esa preocupación se sobrepone a todo otro cuidado y nos arrastra en su vértigo, muy especialmente angustioso por cuanto el efecto y uso principal del arma se ejerce desde su simple potencia, lo que nos impide reflexionar siquiera sobre nuestra común condición. Y de la misma manera que Lotario adaptaba su pensamiento sometiéndolo a su deseo para justificar el adulterio y la traición a su amigo, nuestro pensamiento, nuestra ideología no manifiesta la realidad sino que es causa de ella, la realidad es solo captada por la inteligencia.
Así no es extraño que estemos dispuestos a someter incluso nuestra inteligencia –hasta Cervantes, no comprehensiva, a esa circunstancia del arma, de nuestra unidad armada, de nuestra coalición Católica o Democrática, etc., sin cuestionamiento alguno, tal como les sucede a esos intelectuales fuertemente irritados por Cervantes que no entienden que el des-encubrimiento de la verdad de la realidad obviamente solo puede resultar humano y, por tanto, también es comprensible para todos y susceptible de desvelarse globalmente en un mundo en comunicación, de modo que el cambio pueda realizarse, mientras que sin comunicación, tal como ellos se temen correctamente, resulta solo en perjuicio del estado en el que inicialmente se difunde. La clave está por tanto en la comunicación universal del planteamiento cervantino.

El Arma

El Quijote, pese a lo mucho que se ríe del Idealismo, solo de soslayo es una crítica de este, su propósito principal es dar a entender la realidad o, de otro modo, des-encubrírnosla. Revisemos, ahora que estamos ya advertidos, la locura del hidalgo:
Se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto…. y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos…..y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para solo ello….se enfrascó tanto en su letura….,y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía….rematado ya su juicio….le pareció convenible y necesario hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo….. Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas…." (I-I)

Si obviamos las especulaciones del caballero sobre los nombres, la actividad de don Quijote es proveerse de armas y armarse caballero, y esto último se consigue con simplemente velarlas, por cuanto exponer (públicamente) que le pertenecen –que se arroga poder de hacer uso de ellas o derecho de violencia legítima- es lo mismo que declarar soberanía o calidad de caballero, tenerlas o exponerlas como propias es lo mismo que defenderlas, hacer la guerra con éxito ("que es lo mesmo decir armas que guerra" I-XXXVII. Discurso de las Armas y las Letras), lo que, por consiguiente, le vale adecuadamente para dar comienzo a la búsqueda de aventuras.
Consideramos las armas por su acción, la destrucción o muerte que puntualmente causan, sin embargo, el arma nos fuerza o determina virtualmente con la amenaza de daño o de privación, pero, lo que es más importante, sin que medie voluntad alguna. Cervantes es bien consciente de ello y nos lo quiere mostrar de inmediato, por eso, las primeras personas que vieron a don Quijote en el mundo, las mozas de la venta
(….) como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo se iban a entrar en la venta" (y este) "coligiendo por su huida su miedo" (tuvo que retenerlas con palabras tranquilizadoras) "…no fuyan las vuestras mercedes…" (I-II)

Y continúa con sus caballeriles palabras hasta mover a risa a las jóvenes y en esto sale el ventero
(….) el cual viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan desiguales, como eran la brida, lanza, adarga y coselete no estuvo en nada en acompañar a las doncellas en las muestras de su contento. Más, en efecto, temiendo la máquina de tantos pertrechos, determinó de hablarle comedidamente" (I-II)

La simple presencia de las armas, sin que medie acción alguna, es suficiente para provocar, en el primer caso, y modificar, en el segundo, el comportamiento de los presentes. Y más allá incluso de su presencia, el hecho de su simple existencia (ya en la naturaleza anterior a su conciencia por parte del ser humano) es suficiente para constituirse en el elemento más determinante en la vida humana, tal como hemos visto: ineludiblemente organizada en unidades armadas o estados y siendo el arma la producción humana suprema.
Cuando vuelven a encontrarse en la venta con el barbero al que robaron el baciyelmo, la argumentación de don Quijote es la siguiente: sobre la albarda no sabe, pero sobre el yelmo, que posiblemente le libró de la muerte a pedradas de los galeotes, dice
"(….) fue, es y será yelmo de Mambrino, el cual se le quité yo en buena guerra, y me hice señor dél con ligítima y lícita posesión! (I,XLV)

¿Medió, acaso, conflicto alguno? Ninguno. Simplemente el yelmo es un arma, "que es lo mesmo decir armas que la guerra" (I-XXXVII. Discurso de las Armas y las Letras).
La argumentación sobre la ilegalidad de la acción de don Quijote se basa, naturalmente, en que el objeto en cuestión es civil. Pero también una bacía, tal como la albarda, o una ínsula, son botín o ganancia de las armas, motivo por el que Sancho acompaña a don Quijote. Y del mismo modo, así también la "justicia distributiva", las Letras, son posteriores y subordinadas a las armas y a sus hechos o hazañas. Algo a lo que se nos refiere en el caso de Roque Quinart.

Las Letras

Si el prólogo o introducción del Discurso de las Armas y las Letras es, tal como ya hemos señalado previamente, el caso de la inquisición a Zoraida, su continuación o epílogo es la historia del cautivo en el que, tras presentarnos diversos y muy significativos casos reales o realistas de renegados 'malos' y 'buenos', nos presenta Cervantes la "bandera blanca de paz" en el momento crucial del encuentro y vínculo entre ambos miembros de los irreconciliables e incomunicables bandos.
La historia del cautivo en Argel tiene en Cervantes dos antecedentes: una primera en Los baños de Argel, compendio de lugares comunes que se ha considerado obra para recaudar dinero para los cautivos a base de conmover o sugestionar al espectador y otra posterior, Los tratos de Argel, obra mucho más compleja y sutil que, representada, mostrará repetidamente el paño blanco al espectador desde las ventanas sobre el escenario, aunque no se mencione con el nombre bandera blanca que propiamente es un término militar, un término de las Armas.
La bandera blanca es la señal que puede ofrecer una referencia alternativa e inequívoca a las Letras frente a las Armas, su posibilidad de hacerlas frente, adelantarse a estas, infundirlas el espíritu necesitado para detener la violencia –pues levantada la bandera blanca la violencia es precisamente ilegítima- y que permita y active la comunicación para el desarme que 'es lo mismo decir desarme que comunidad humana', comunicación con la que las figuraciones idealistas desaparecerán como el humo cuando cesa el fuego.
Solo el modo de pensar realista capta, por consiguiente, tanto el efecto virtual del arma como el sentido de la bandera blanca, pues 'tiene de qué hablar', mientras que en el marco del idealismo y de la confesión, por tanto son resultado de la circunstancia determinante que es el arma- no hay más que someter o ser sometido y, como consecuencia, la bandera blanca se identifica con rendición.
Tal como ya hemos considerado arriba, la intención inequívoca del autor se obtiene cuando se capta el artificio de la escenificación. Vayamos, pues, a la Segunda Parte, al capítulo tan famoso de los Leones, el XVII, titulado "Donde se declaró el último punto y estremo adonde llegó y pudo llegar el inaudito ánimo de don Quijote con la felicemente acabada aventura de los leones"
Esta aventura, de la misma manera que no se entiende, queda precisamente cómo uno de los grandes fundamentos de sentido del libro y ya la hemos mencionado antes también al tratar al del Verde Gabán. Un buen número de autores le toman la palabra al aquí más que nunca enfermo diciendo
—¿Qué te parece desto, Sancho? —dijo don Quijote—. ¿Hay encantos que valgan contra la verdadera valentía? Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible.
Palabras vacías, repelentes e ignorantes de que ha tenido a su encantador autor más de su parte que nunca, pues la escenificación, esto es, el acopio por la fuerza impensada del azar -como lo fue la lluvia para el yelmo de Mambrino- de los componentes y factores necesarios para que se produzca el hecho deseado, en este caso la aventura de los requesones, no es una simple broma o anécdota; con ellos se ducha a don Quijote de suero, de modo que se nos hace verosímil que no se lo meriende el león -cosa que no he visto refiera algún estudioso de El Quijote.
La aventura de los requesones le sirve igualmente al autor para que aparezca el paño blanco, el objeto necesario para dar fin a la aventura que ya se nos anunciaba en el capítulo previo como "la del carro de las banderas". Es la simple vista en la lejanía del "carro de las banderas" la que hace requerir apresuradamente a don Quijote las armas, seguro de que con las banderas se acerca la ocasión de la hazaña. Y ya en el capítulo XVII (releer el título), según se va acercando, se menciona otra vez el "carro de las banderas" en total cuatro veces, cuatro. Primero en diálogo con el de Verde y luego en un nuevo diálogo con el carretero, todo para que, una vez que el león desprecie a don Quijote y éste pida al leonero que cierre la jaula:
Hízolo así el leonero, y don Quijote, poniendo en la punta de la lanza el lienzo con que se había limpiado el rostro de la lluvia de los requesones, comenzó a llamar a los que no dejaban de huir ni de volver la cabeza a cada paso, todos en tropa y antecogidos del hidalgo; pero alcanzando Sancho a ver la señal del blanco paño, dijo:
—Que me maten si mi señor no ha vencido a las fieras bestias, pues nos llama.
Decíamos arriba que, a diferencia del pensamiento idealista, solo para el pensamiento realista la bandera blanca no equivale a rendición y ahora vamos a mostrar que, precisamente, sucede al contrario. Si detenemos la violencia unilateralmente, sin el acuerdo con la otra, u otras partes -y podemos incluir también en el lote aquí al emprendimiento para el daño o producción de armas (e, incluso, las malas prácticas), es decir ya; el mal en general- este cesar en el mal unilateralmente resulta en lo mismo que en la derrota, en la pérdida de la capacidad competitiva y, en consecuencia, en la sumisión, en la desposesión de la libertad o autonomía y en la privación de la facultad misma de proponer, de hablar –tal como les pasaba a los perros del Coloquio. De modo que el cese de la violencia, el cese del mal, solo tiene sentido si pasa primero por la propuesta y convocatoria de la misma al género humano en su totalidad y no admite ni requiere acción unilateral alguna fuera de, lógicamente, la propuesta o convocatoria de cese del daño o mal –lo que se representa con el levantamiento de la bandera blanca. El desmantelamiento o eliminación del mal solo puede realizarse conjuntamente.
No son nuestros pensamientos los que dan lugar a la realidad, es la circunstancia la que genera nuestro pensamiento, los molinos de viento, tal como le sucede a Lotario en la novela del Curioso Impertinente, de modo que para que nuestro pensamiento cambie tenemos que presentar y proponer un escenario nuevo, propio o adecuado a su generación y ese escenario es el de la unión humana. Si nos unimos, es decir, si nos des-insulamos y convivimos, ¿Cómo podría haber ejércitos? Ni siquiera uno, pues obviamente son unos por otros. No existirá el objeto arma, pues, al estar unidos, ¿cómo podríamos admitir el emprendimiento para el daño? ¿Cómo podríamos aceptar, admitir y apoyar la intención objetivada del 'ser para la muerte', o el 'ser para el homicidio' de la producción de armas? Algo que ahora hacemos sin reparo alguno.
Así como el escenario final es la comunidad humana, el punto de partida es la conciencia del emprendimiento para el daño. No se trata ya del cese de la violencia desatada de la guerra, sino de esa actividad objetiva, inteligible para todos y cada uno de nosotros, que es movida por la intención de destruir y acabar con la vida del otro, pues esa es la causa de la guerra. Comprender la realidad humana es tan simple como entender la virtualidad del Arma y, en consecuencia también, que acabar con el Arma (totalmente) debe ser dirigido a su misma producción y no ya a impedir su uso como destrucción –pues al ser el efecto del arma virtual, está dividiéndonos, causándonos la incapacidad de cooperar todos por el bien común, por el bien común de todos, que es lo obviamente razonable.
"Que es lo mesmo las armas que la guerra" y "Sin paz no puede haber bien alguno". Estas expresiones de Cervantes definen certeramente nuestra condición. Las preocupaciones humanas, que refieren todas a prolongar y facilitar la vida, son diversas, pero nuestro problema esencial es la voluntad de quitárnosla unos a otros que nos manifiestan las armas, pues nos genera un círculo vicioso que condiciona todo nuestro quehacer y manifiesta el sentido del mundo.
Aunque el problema es igual y común a todos los seres humanos, las figuraciones ideológicas derivan del estado de guerra en el que nos sitúan las armas, pero nos ocultan su efecto virtual y real generando la diferencia artificial entre los humanos y justificando la violencia. Desvelar la igualdad, ser realistas, como hace Cervantes, nos 'desarma', y por eso ha sufrido rechazo o tergiversación, pero, si miramos más atentos, nos señala al tiempo a la unión humana -que es el sentido y la propuesta de la bandera blanca, pues convoca y responsabiliza a todos para llevarlo a cabo –ya que unilateralmente no es viable y, por tanto, no podría ser esa su propuesta. Y con la comunicación por el desarme y su proceso, la unión resulta en la Comunidad humana, la vida plena.












+
Epílogo
Sinceramente entiendo que el espíritu que te he intentado transmitir es el del Quijote cervantino, pero deberá ser tu inteligencia quien así lo perciba en adelante y deje yo ya de poner nombres o descripciones a las escenas que este figuró para poner en evidencia a los libros de caballerías. Sin embargo, no quiero irme sin tomarme esa licencia alguna vez más, pues, como se dice, una vez cometido el primer pecado los que le suceden de la misma especie son episodios de uno único. Ahora tiene la palabra Cervantes:
Yo soy Claudia Jerónima, hija de Simón Forte, tu singular amigo y enemigo particular de Clauquel Torrellas, que asimismo lo es tuyo, por ser uno de los de tu contrario bando, y ya sabes que este Torrellas tiene un hijo que don Vicente Torrellas se llama, o a lo menos se llamaba no ha dos horas. Este, pues, por abreviar el cuento de mi desventura, te diré en breves palabras la que me ha causado. Viome, requebróme, escuchéle, enamoréme, a hurto de mi padre, porque no hay mujer, por retirada que esté y recatada que sea, a quien no le sobre tiempo para poner en ejecución y efecto sus atropellados deseos. Finalmente, él me prometió de ser mi esposo y yo le di la palabra de ser suya, sin que en obras pasásemos adelante. Supe ayer que, olvidado de lo que me debía, se casaba con otra, y que esta mañana iba a desposarse, nueva que me turbó el sentido y acabó la paciencia; y por no estar mi padre en el lugar, le tuve yo de ponerme en el traje que vees, y apresurando el paso a este caballo, alcancé a don Vicente obra de una legua de aquí, y, sin ponerme a dar quejas ni a oír disculpas, le disparé esta escopeta, y por añadidura estas dos pistolas, abriéndole puertas por donde envuelta en su sangre saliese mi honra.
…….
Roque se partió con Claudia a toda priesa a buscar al herido o muerto don Vicente. Llegaron al lugar….descubrieron por un recuesto arriba alguna gente y diéronse a entender, como era la verdad, que debía ser don Vicente, a quien sus criados o muerto o vivo llevaban o para curarle o para enterrarle. Diéronse priesa a alcanzarlos, que, como iban de espacio, con facilidad lo hicieron; hallaron a don Vicente en los brazos de sus criados, a quien con cansada y debilitada voz rogaba que le dejasen allí morir. Este dijo:
—Bien veo, hermosa y engañada señora, que tú has sido la que me has muerto, pena no merecida ni debida a mis deseos, con los cuales ni con mis obras jamás quise ni supe ofenderte.
—Luego ¿no es verdad —dijo Claudia— que ibas esta mañana a desposarte con Leonora, la hija del rico Balvastro?
—No, por cierto —respondió don Vicente—: mi mala fortuna te debió de llevar estas nuevas para que celosa me quitases la vida;
—¡Oh cruel e inconsiderada mujer —decía—, con qué facilidad te moviste a poner en ejecución tan mal pensamiento! ¡Oh fuerza rabiosa de los celos, a qué desesperado fin conducís a quien os da acogida en su pecho! ¡Oh esposo mío, cuya desdichada suerte, por ser prenda mía, te ha llevado del tálamo a la sepultura!
Y este fin tuvieron los amores de Claudia Jerónima. Pero ¿qué mucho, si tejieron la trama de su lamentable historia las fuerzas invencibles y rigurosas de los celos?

La incomunicación debida a que los amantes pertenecen a clanes opuestos hace que cualquier chispa se convierta en pavoroso incendio y un simple malentendido en terrible tragedia.

Las guerras de los griegos

Aunque muchos comentaristas del Quijote se sienten atraídos por la guerra de los rebuznos y se lo recomiendan encarecidamente al lector, como yo mismo, pocos o ninguno, y no son pocos lectores que lo refieren y que yo los haya leído, se atreven a hacerle apenas algún comentario y los hay, por ejemplo Bataillon o Camón Aznar, que, boquiabiertos y, como consecuencia de su falta de claves, concluyen en que la historia está simplemente basada en un hecho real. Para mí las connotaciones de las banderas asnales y los rebuznos como motivos de guerra son muchas, pero no es (solo) eso. Propongo al lector que lo relea con atención, quizás una vez más, y verá ahora lo claro que es:

». Y, dividiéndose los dos (regidores) según el acuerdo, sucedió que casi a un mesmo tiempo rebuznaron, y cada uno engañado del rebuzno del otro, acudieron a buscarse, pensando que ya el jumento había parecido, y en viéndose, dijo el perdidoso: «¿Es posible, compadre, que no fue mi asno el que rebuznó?». «No fue sino yo», respondió el otro. «Ahora digo —dijo el dueño— que de vos a un asno, compadre, no hay alguna diferencia, en cuanto toca al rebuznar, porque en mi vida he visto ni oído cosa más propia.» «Esas alabanzas y encarecimiento —respondió el de la traza— mejor os atañen y tocan a vos que a mí, compadre, que por el Dios que me crió que podéis dar dos rebuznos de ventaja al mayor y más perito rebuznador del mundo: porque el sonido que tenéis es alto; lo sostenido de la voz, a su tiempo y compás; los dejos, muchos y apresurados; y, en resolución, yo me doy por vencido y os rindo la palma y doy la bandera desta rara habilidad.» «Ahora digo —respondió el dueño— que me tendré y estimaré en más de aquí adelante, y pensaré que sé alguna cosa, pues tengo alguna gracia, que puesto que pensara que rebuznaba bien, nunca entendí que llegaba al estremo que decís.» «También diré yo ahora —respondió el segundo— que hay raras habilidades perdidas en el mundo y que son mal empleadas en aquellos que no saben aprovecharse dellas.» «Las nuestras —respondió el dueño—, si no es en casos semejantes como el que traemos entre manos, no nos pueden servir en otros, y aun en este plega a Dios que nos sean de provecho.» Esto dicho, se tornaron a dividir y a volver a sus rebuznos, y a cada paso se engañaban y volvían a juntarse, hasta que se dieron por contraseño que para entender que eran ellos, y no el asno, rebuznasen dos veces, una tras otra. Con esto, doblando a cada paso los rebuznos, rodearon todo el monte sin que el perdido jumento respondiese, ni aun por señas. Mas ¿cómo había de responder el pobre y mal logrado, si le hallaron en lo más escondido del bosque comido de lobos? Y en viéndole, dijo su dueño: «Ya me maravillaba yo de que él no respondía, pues a no estar muerto, él rebuznara si nos oyera, o no fuera asno; pero a trueco de haberos oído rebuznar con tanta gracia, compadre, doy por bien empleado el trabajo que he tenido en buscarle, aunque le he hallado muerto». «En buena mano está, compadre —respondió el otro—, pues si bien canta el abad, no le va en zaga el monacillo.» Con esto, desconsolados y roncos se volvieron a su aldea, adonde contaron a sus amigos, vecinos y conocidos cuanto les había acontecido en la busca del asno, exagerando el uno la gracia del otro en el rebuznar, todo lo cual se supo y se estendió por los lugares circunvecinos; y el diablo, que no duerme, como es amigo de sembrar y derramar rencillas y discordia por doquiera, levantando caramillos en el viento y grandes quimeras de nonada, ordenó e hizo que las gentes de los otros pueblos, en viendo a alguno de nuestra aldea, rebuznase, como dándoles en rostro con el rebuzno de nuestros regidores. Dieron en ello los muchachos, que fue dar en manos y en bocas de todos los demonios del infierno, y fue cundiendo el rebuzno de en uno en otro pueblo de manera, que son conocidos los naturales del pueblo del rebuzno como son conocidos y diferenciados los negros de los blancos; y ha llegado a tanto la desgracia desta burla, que muchas veces con mano armada y formado escuadrón han salido contra los burladores los burlados a darse la batalla, sin poderlo remediar rey ni roque, ni temor ni vergüenza.

¿No sucede aquí algo extraordinario? Lo que es motivo repetidísimo de alto orgullo y encarecida mutua y común alabanza por la habilidad y virtud en rebuznar de unas personas, los regidores y sus amigos y vecinos, se transforma por el arte "del diablo que no duerme" en una afrenta para el pueblo, para todo el pueblo. Esta es la clave del relato: la actitud franca, amistosa e ingenua entre los amigos y la actitud maliciosa de los pueblos vecinos ante el mismo hecho. Se trata de que esa rivalidad va de suyo, como por arte de magia, a los pueblos, ambos como unidades con sus sistemas jerárquicos o de violencia virtual que se proyecta sobre el otro, la que, por consiguiente y de suyo, implica o genera esa rivalidad y esa malicia. La simple parcialidad -soberanía que dice Rousseau- es propiamente la causa de la guerra. El hecho de pertenecer a una parte induce a la guerra con las otras partes, pues entre las partes que no cooperan o que se desafían -que es lo mismo- actúa el diablo, está ya ahí, busca 'sin dormir', la causa de la afrenta, porque la afrenta está ya siempre presente en la parcialidad que desprecia y ofende a la humanidad.
Oportunamente concluye Cervantes el pasaje recordándonos las cansinas guerras de los griegos que no diferían un punto de ésta.

Así como la manera de pensar realista advierte que la causa de las relaciones humanas son las circunstancias, Cervantes nos está indicando también que la única circunstancia apropiada para el género humano es la convivencia, la unión humana. Lo contrario es nuestra situación actual, la ínsula o el estado, pues tan extraño e inconveniente es la ínsula de Sancho en medio de la tierra como los estados en los que estamos separados y divididos manifestando nuestra incapacidad de convivir, ocultando lo que es evidente: que nuestra (mejor) opción es la cooperación de todos por el bien de todos.
La unión humana tiene por objeto el desarme y el camino es la cooperación necesaria de todos para llevarlo a cabo con la máxima prudencia, proceso que implica también una necesaria des-jerarquización que se produce al eliminar los medios de forzamiento, lo que requiere y es un aprendizaje y una adaptación a la convivencia, la construcción de la Comunidad Humana.




Manuel Herranz 4 de noviembre de 2015

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.