“El proyecto rioplatense de una congregación francesa agonizante: ‘Mon voyage à Montevideo’ de Pierre Donat”, en Revue d’Histoire Ecclésiastique, vol. 110, nº 3-4, 2015, pp. 761-788

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Publicado en Revue d'Histoire Ecclésiastique, vol. 110, nº 3-4, 2015, pp.
761-788.

El proyecto rioplatense de una congregación francesa agonizante:
"Mon voyage à Montevideo" de Pierre Donat


Desde mediados del siglo XIX, numerosas congregaciones religiosas
europeas, sobre todo francesas e italianas, llegaron a Iberoamérica con el
declarado apoyo de las Iglesias y de las sociedades locales. En relación
con los institutos franceses, el proceso ha motivado pocos trabajos
científicos en Europa. Las investigaciones han puesto énfasis en las obras
congregacionistas en África, a las que también otorgaron especial atención
los boletines misioneros del siglo XIX. Los viajes de religiosos a las
Américas, Oceanía y África del Sur se vieron eclipsados por las noticias
provenientes del África subsahariana, lo que constituye, para Elizabeth
Dufourcq, una paradoja. La historiadora sostiene que esta información se
difundía ampliamente, con el propósito de apelar a la generosidad de los
católicos y financiar las misiones africanas, con muy escaso respaldo
local. «De ce fait, -señala Dufourcq- les Français s'accoutumèrent à penser
que les missions religieuses et le sous-développement allaient toujours de
pair, alors qu'au contraire leurs prêtres et leurs religieux expatriés
participaient surtout au développement des pays qui devenaient
prospères».[1] Por otra parte, a excepción de las publicaciones, en general
de tono apologético, provenientes de las propias congregaciones, tampoco
son numerosas las investigaciones realizadas en América Latina, en este
caso en el Cono Sur. Las obras de mayor interés se han focalizado en
institutos femeninos, consagrados a la educación. Nos referimos a los
trabajos de Sol Serrano y Alexandrine de la Taille para Chile, de Cynthia
Folquer para el Noroeste argentino y de la autora para Uruguay.[2]
Este artículo se refiere a un caso bastante excepcional. Se trata de
la Société de Saint-Joseph, instituto religioso masculino que desapareció
tanto en Francia como en América Latina y cuya rama femenina sobreviviente
-les Petites Soeurs de Saint-Joseph de Montgay- ha custodiado la memoria de
modo selectivo. Para este estudio, han sido muy valiosas las obras que, en
los últimos veinte años, Eric Baratay, Bruno Carlier y Victor Degorgue
consagraron a esta congregación y a su peripecia en Francia.[3] En relación
con la presencia de la congregación en Uruguay, hemos investigado en los
archivos del instituto, en Fontaines-sur-Saône (Lyon, Francia), y en
archivos de Uruguay, en especial el Archivo de la Curia Eclesiástica de
Montevideo, que conservan información dispersa sobre el tema.
Este trabajo se inicia con la presentación de la Sociedad de San José
y el estudio de su experiencia rioplatense, la fundación de una colonia
agrícola que constituía una alternativa salvadora para una congregación muy
debilitada en Francia. La concreción de la obra motivó, en 1890, el
traslado a Uruguay de Pierre Donat, el superior del instituto, quien
redactó un interesante diario de viaje titulado Mon voyage à Montevideo. La
segunda parte del artículo se centra en el análisis de esta obra y se
detiene en las representaciones que contiene en relación con Francia,
Uruguay y el proceso secularizador de las últimas décadas del siglo XIX.

La Sociedad de San José y su proyecto en el Río de la Plata
Las nuevas congregaciones europeas representaron un aporte innovador
en toda América Latina: la vida comunitaria se complementaba con un intenso
trabajo educativo o social. En algunos casos, renovaron la tradicional vida
conventual colonial y, en otros, constituyeron la primera manifestación de
la vida consagrada. Esto último ocurrió en Uruguay, donde la vida religiosa
había sido muy limitada durante la colonia y donde monseñor Jacinto Vera,
cuarto vicario apostólico desde diciembre de 1859, promovió la llegada de
nuevos institutos.
El Uruguay, independiente desde 1830, atravesó cambios sustanciales
durante sus primeros cincuenta años de vida republicana. Los bandos
históricos -blancos y colorados- y sus caudillos se fueron subordinando al
Estado, que consolidó progresivamente su poder así como su protagonismo. La
llegada de oleadas sucesivas de inmigrantes europeos -españoles, italianos
y franceses, en su mayoría- implicó el nacimiento de una sociedad nueva,
con un también nuevo estilo empresarial tanto en el campo, consagrado casi
exclusivamente a la ganadería extensiva, como en la capital, Montevideo. A
nivel cultural, la enseñanza primaria de hizo gratuita y obligatoria, en la
universidad se fortalecía el positivismo y la conciencia nacional ganaba
definición. A diferencia de la mayoría de los nuevos estados
hispanoamericanos, en Uruguay, las autoridades eclesiásticas jugaron un
papel muy discreto en todo este proceso, siendo el Estado, aunque débil y
pobre, el articulador social predominante en la joven república. En
consecuencia, en esta sociedad en lento y complejo proceso de
modernización, de urbanización, de alfabetización y secularización, las
congregaciones religiosas serían aliados constantes en la defensa de la
autonomía de la Iglesia, en la afirmación del catolicismo misionero y en la
"cruzada" contra los primeros impulsos secularizadores.
En cuanto a Francia, desde mediados del siglo XIX, la restauración
católica se había manifestado, entre otros aspectos, en la fundación de
congregaciones religiosas que dieron a la Iglesia nuevo dinamismo. Por otra
parte, la salida de misioneros hacia tierras de ultramar se asoció a la
expansión comercial y a la difusión de la cultura francesa. Algunos
cambios se evidenciaron en las últimas décadas del siglo, cuando el
desarrollo de la legislación anticongregacionista motivó la partida de
institutos, que buscaron en otras tierras, más o menos cercanas, un refugio
o la posibilidad de un renacimiento.[4]

De Rey a Donat: vicisitudes de la Sociedad de San José
A partir de 1856, veintiuna congregaciones arribaron a Uruguay, trece
institutos femeninos y ocho masculinos -entre los cuales se contaba la
Compañía de Jesús, que retornaba después de su segunda expulsión del
territorio. Los otros veinte institutos tenían origen diverso y
pertenecían, en su mayoría, al ciclo de renacimiento de la vida religiosa
del siglo XIX.[5]
El primer religioso de la Sociedad de San José[6] llegó a Montevideo,
en diciembre de 1888.[7] Integraba una de las numerosas fundaciones de la
región de Lyon, fruto del segundo impulso congregacionista de la década de
1830.[8] En 1835 el P. Joseph Rey[9] concretó su obra, reconocida por el
obispo de Lyon en 1853. La Sociedad de San José se consolidó como una
congregación de hermanos, dedicada primeramente a la rehabilitación y
educación de jóvenes detenidos en las cárceles y de niños huérfanos o
abandonados, como consecuencia de los cambios industriales y demográficos
de la región. Más tarde, Rey orientó su acción hacia la creación de
colonias penitenciarias agrícolas, en las que el trabajo sería el medio más
efectivo de moralización y evangelización. La más importante de estas
colonias estuvo ubicada, entre 1846 y 1888, en la antigua abadía del
Císter, expropiada por la revolución, destinada luego a proyectos
fantasiosos, y finalmente improductiva. El P. Rey la convirtió en un
establecimiento de referencia, que decayó dramáticamente después de su
muerte.
Joseph Rey había designado al padre Pierre Donat[10], su colaborador
directo desde 1850, como su sucesor a la cabeza de la obra. Desde un
principio, Donat, quien carecía del carisma y del ascendiente del fundador,
tuvo dificultades en la dirección del instituto.[11] Numerosos hermanos
solicitaron autorización a Mons. François-Victor Rivet, obispo de Dijon,
para dejar la congregación y las denuncias se multiplicaron. Finalmente, en
1878, Rivet apartó a Donat de su cargo y lo envió a Roma bajo pretexto de
hacer aprobar las reglas de la Sociedad por la Santa Sede. Sin embargo, la
muerte de Rivet, en 1884, propició el retorno de Donat, reinstalado en el
Císter, desde 1879, y reelegido superior de la congregación, en 1887. Por
entonces, las divisiones internas, las tensiones entre los religiosos y los
burgueses lioneses que sostenían el instituto, y la oposición de las
autoridades penitenciarias se asociaron al anticlericalismo creciente y
tornaron la situación insostenible.
Finalmente, en 1888, las graves denuncias de abusos de un colono,
huido del Císter en el mes de junio, provocaron un escándalo y la
intervención del gobierno. En setiembre fue derogado el decreto imperial
que reconocía la utilidad pública de la congregación y, en diciembre, los
religiosos fueron obligados a abandonar las colonias y los niños residentes
en las colonias del Císter, Brignais y Saint-Médard fueron trasladados a
establecimientos estatales. En el Císter solo quedaron los más pequeños,
residentes en el asilo que administraban las hermanas de San José.[12] En
palabras de Pierre Donat: «C'était au plus fort de nos malheurs».[13]

La propuesta de un "rico americano"
En estas circunstancias, en setiembre de 1888, el padre Donat volvió
a tener noticias de Montevideo y de una propuesta que había recibido con
escaso interés, diez años antes. En noviembre de 1878, en ocasión de su
estadía en Roma, Donat había tenido un encuentro casual, en la abadía
trapense delle Tre Fontane, con Félix Buxareo[14], «un riche Américain,
venu en Europe avec l'intention de chercher une Communauté religieuse qui
consentit à fonder dans sa patrie, à Montevideo, une Colonie agricole»[15].
La respuesta de Donat, a la propuesta de Buxareo de enviar religiosos al
Río de la Plata, había sido poco alentadora.[16] En Roma, Donat conoció
también a dos religiosos franceses, los padres Augustin Dulong[17] y
Auguste Etchécopar[18], este último superior general de la Sociedad de
Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram, instalada en
Montevideo desde 1869. De regreso en el Río de la Plata, el padre Dulong se
transformaría en el nexo entre Pierre Donat y el proyecto de fundación en
Uruguay.[19] En setiembre de 1888, siempre a través de Dulong, Juan Dámaso
Jackson[20], cuñado de Buxareo, insistió en la propuesta. Con la calurosa
aprobación del obispo de Montevideo, Mons. Inocencio-María Yéregui[21],
Jackson solicitaba a Donat el envío de un delegado que pudiera estudiar, en
el lugar, las posibilidades de la obra. Esta vez la respuesta de Donat fue
afirmativa.
Como todas las congregaciones llegadas al Cono Sur, la Sociedad de
San José, en circunstancias penosas, encontró en Montevideo una demanda
precisa, condiciones políticas de mínima seguridad y apoyo financiero para
embarcarse en una empresa, en la que le iba la vida. En Uruguay, la Iglesia
católica atravesaba un período complejo, resultado de la interacción de
factores diversos: ambiente filosófico marcado por corrientes de
pensamiento progresivamente anticristianas, influjo creciente de la
masonería en el gobierno, conjunción de tensiones y conflictos de larga
data, desarrollo de la militancia de los grupos católicos, presiones a
favor de la consolidación del poder del Estado.[22] El llamado "viraje
anticlerical de 1885" había culminado con la aprobación de la ley de
matrimonio civil obligatorio y de la "ley de conventos", que otorgaba al
gobierno el derecho de inspección en las casas religiosas. Desde entonces,
el clima de relacionamiento entre el Estado y la Iglesia cambió de manera
indiscutible. La voluntad reformadora de la jerarquía, los religiosos
residentes en el país y la burguesía católica se asociaron entonces para
atraer a nuevas congregaciones.[23]

Una colonia agrícola en el campo uruguayo
El Uruguay moderno y disciplinado del último cuarto del siglo XIX se
parecía poco al Estado Oriental de 1830[24]. Entre los múltiples cambios,
se destaca el impulso dado a la educación y la importancia que la sociedad
uruguaya, desde las diversas posiciones políticas, filosóficas y
religiosas, otorgó a esta dimensión de su desarrollo. En 1887, diez años
después de aprobada la reforma escolar[25], había en el país 366 escuelas
públicas, con 30.572 alumnos, y 441 escuelas privadas, con 21.810
alumnos.[26] Según el Informe de la visita ad limina de Mons. Yéregui, de
julio de 1888, había en el país 74 escuelas católicas -33 colegios
congregacionales, 24 escuelas dirigidas por organizaciones laicales y
algunos colegios parroquiales, de presencia inestable.[27] Además, en 1876,
se había fundado, en Montevideo, el primer instituto católico de estudios
superiores, que funcionaría como Universidad Libre o Católica, entre 1878 y
1885.[28]
En este contexto, se planteó la iniciativa de fundar una escuela
agrícola, la primera en un país de economía agrícola-ganadera, que basaba
su crecimiento en los cambios técnicos y en el aumento de la producción. En
Roma, Félix Buxareo había propuesto a Pierre Donat crear «une Colonie
agricole, où les enfants du pays seraient élevés dans les principes
chrétiens et formés à l'agriculture».[29] En 1888, el padre Dulong,
completaba la idea y trataba de hacerla comprensible para otro cura
francés: «Il s'agit ici, non pas de détenus ou vagabonds, mais surtout
d'enfants de familles pauvres de la ville et de la campagne. Les premiers,
fils d'Européens, français, espagnols ou italiens, se formeraient aux
métiers de leurs parents; les autres apprendraient à cultiver avec
intelligence leur sol encore vierge et si fertile d'ailleurs».[30]
La fundación implicaba un cambio significativo para la congregación
del padre Rey, que pasaría de trabajar con jóvenes delincuentes a tratar
con jóvenes campesinos, a quienes no había que encerrar ni castigar, sino
disciplinar y educar para el trabajo. Se trataba de instalarse en una
tierra nueva, que producía mucho y bien, en el seno de una sociedad de
inmigrantes y de una cultura débilmente cristiana.
Si bien la sociedad uruguaya tenía una clara matriz católica, la
Iglesia nunca había representado una fuerza institucional de peso. Uruguay,
la "Banda oriental" del período colonial, ocupaba una región colonizada y
evangelizada en forma tardía y había nacido como una república de
cristianismo débil, de población rural poco arraigada y sin hábitos
sacramentales, y de escasas y pequeñas ciudades. El puerto de Montevideo se
caracterizaba por una sobria religiosidad de inspiración franciscana, por
la falta de sacerdotes y por una organización eclesial insignificante.[31]
La llegada masiva de inmigrantes, de variado origen, aumentaba la
complejidad de la sociedad local. En este contexto, el concurso de una
congregación entrenada en la educación de jóvenes para el trabajo era
imprescindible para el avance de la obra proyectada.




El proyecto "salvador" para una congregación en crisis
El llamado desde Montevideo resultó una tabla de salvación y la
ocasión de un nuevo comienzo para la Sociedad de San José. Uruguay aparecía
como la "patrie adoptive", el "sol hospitalier" e incluso la "terre
promise".[32] La crisis de la congregación, asociada a problemas económicos
y vocacionales pero también morales, hacía que el alejamiento, no solo de
Borgoña, sino de Francia, representara una posibilidad de renacer. Desde
Montevideo, Dulong interpretaba y probablemente idealizaba las nuevas
circunstancias: «L'occasion est favorable sous tous rapports. Ici, on vous
tend les bras avec amour; en France, on vous persécute et on vous ravit vos
enfants pour en faire des soldats». Agregaba: «Vous avez tout à gagner; un
jour viendra où la colonie d'Amérique sera la petite Providence de la
maison mère».[33]
Las Américas -del Norte y Latina- fueron consideradas, por numerosas
congregaciones europeas, una gran oportunidad. Por la demanda misionera o
por la vocación de apertura de algunas fundaciones, la implantación de
obras religiosas francesas venía desarrollándose desde 1840; la misma se
aceleró a partir de 1880 por las amenazas y los ataques vividos, sobre todo
por las congregaciones masculinas.[34] El exilio conducía, con frecuencia,
a tierras completamente desconocidas, sin embargo la interpretación de los
sucesos en clave providencialista o los recursos psicológicos de
idealización de la tierra nueva resultaban, por lo menos, consoladores.
Ambas actitudes se detectan en el caso de Pierre Donat. Por un lado, el
"martirio" y la "Cruz" se presentan como los impulsos redentores para el
establecimiento en tierras de misión:
«Voilà, sur la terre d'Amérique, la Société de St-Joseph propriétaire
d'un vaste terrain et d'une belle habitation. Cet établissement, fondé
au prix de la générosité d'un grand chrétien, est aussi le prix et la
récompense de la souffrance et des humiliations. C'est par la voie du
martyre qu'il a fallu passer pour s'implanter au Nouveau-Monde. Comme
Jésus a fondé l'Eglise par sa Croix, c'est aussi par la Croix que ses
disciples s'établiront.»[35]


Por otro lado, el país receptor parecía despertar los mejores impulsos en
los religiosos o las mayores esperanzas en los superiores: «Et d'abord,
j'ai ici sous les yeux une excellente communauté, où tout le monde est
plein de piété et de zèle. J'en suis très édifié, et je ne doute pas que
les vertus de nos Frères, de nos Sœurs (…) n'attirent les bénédictions du
ciel sur l'Oeuvre naissante»[36]
Asimismo, la instalación en Montevideo podía transformarse en un reto
innovador. Como se ha dicho, los josefinos no reeducarían jóvenes cercanos
al delito sino que formarían niños del campo, muy diferentes de los
campesinos de su región de origen. Chicos rústicos, grandes jinetes
iletrados, que no sabían escribir su nombre "pas plus que les enfants des
guerriers Mérovingiens", pero que maravillaban a los recién llegados en el
manejo del "lasso" y la "boléadora" -el lazo y las boleadoras.[37]
Finalmente la internacionalización temprana, iniciada por otras
congregaciones, no necesariamente francesas, implicaba una presencia
previa que operó como estímulo y como contención. En tal sentido, fueron de
gran valor los apoyos espirituales y materiales que las congregaciones se
prestaron unas a otras, sin que pesaran las nacionalidades. Los padres
betharramitas, los padres palotinos y las hermanas vicentinas acogieron y
respaldaron a los recién llegados.

Un viaje de "explorador"[38]
Precisamente cuando los hermanos eran expulsados del Císter, y ante
los insistentes llamados de Montevideo, el 5 de diciembre de 1888 se
resolvió que un delegado de la congregación viajara a América del Sur.
Veinte días más tarde, el padre Robert[39] llegó a Montevideo, con una
lista de condiciones, elaborada por Donat, para evaluar la posible
fundación de una escuela agrícola.
A fines de enero de 1889, llegaba al Císter la primera carta «du cher
exilé de Montevideo»: «Les nouvelles qu'il donne ne peuvent être
meilleures. Tout va pour le mieux. Que Dieu nous soit en aide! »[40] Una
nueva misiva arribó el 7 de febrero: «Jusqu'ici tout va à merveille. Il
semble que Dieu en nous affligeant d'un côté veut nous donner quelques
consolations de l'autre»[41] Un mes más tarde, se ordenaba la evacuación
definitiva del Císter; una nueva carta del padre Robert devolvió cierta
esperanza a la comunidad: «Père Supérieur nous fait voir le plan des
futures constructions de Montevideo, qu'a envoyé au Père Robert. Cela nous
fait rire. On pense à l'avenir».[42]
Donat había elaborado un proyecto detallado de la escuela agrícola,
que incluía un asilo para niños menores de 7 años, a cargo de las hermanas;
una escuela primaria para niños menores de 10, también supervisada por las
religiosas; y una escuela orientada al aprendizaje de la agricultura o de
un oficio, dirigida por los hermanos.[43] Con noticias muy alentadoras, el
P. Robert volvió al Císter, a fines de julio de 1889. En noviembre,
acompañado por ocho hermanos, retornó a Uruguay para fundar la Escuela
agrícola de San José del Manga[44]. «Cette fondation est comme l'étoile des
mages qui nous dit: espérez !» [45]

Mon voyage à Montevideo
La firma definitiva del acuerdo de cesión de tierras para la
instalación de la escuela agrícola exigía la presencia en Montevideo de
Pierre Donat, como superior de la Sociedad de San José. El 3 de octubre de
1890, Donat se embarcó hacia el Río de la Plata; lo acompañaban dos
religiosos y el primer grupo de hermanas.[46] Dejaba por unos meses la obra
del Císter, prácticamente en ruinas.
Con esperanza e indudable curiosidad, Donat inició la travesía y, a
partir del 6 de octubre, escribió las ocho cartas que enviaría
periódicamente a la pequeña comunidad sobreviviente en el Císter.[47] En
1890, las cartas fueron impresas en el Císter, para que el padre de Donat,
nonagenario y con poca visión, pudiera leerlas. Una segunda edición,
corregida y aumentada por el viajero, data de 1892, e incluye «quelques
lettres omises et contenant des notions historiques sur la République
Orientale de l'Uruguay, une description plus ample des pays parcourus».[48]
Fue publicada bajo el título Mon voyage à Montevideo y su autor se
presentaba como R.P.D. [Révérend Père Donat], si bien firmaba como «P.
Donat» una breve introducción dirigida «A nos jeunes imprimeurs».[49]
Las misivas que llegaron al Císter tenían el claro propósito de
mantener el contacto con los niños y con los religiosos, de sostener su
buen ánimo y de enseñar siempre. Las publicadas en el libro revelan
motivaciones más complejas, sobre todo la de potenciar el futuro de la
congregación y de su obra. Donat agradece, con frecuencia y enfáticamente,
a los donantes y a todos los bienhechores de la escuela del Manga, y ofrece
rica información sobre las tierras en las que el instituto iniciaba una
etapa nueva. Por lo dicho, no se trata de cartas que se refieran ni a un
periplo personal ni a una experiencia íntima; son textos en los que el
autor selecciona cuidadosamente lo que trasmite y se cuida de expresar las
emociones del momento.
La versión final, publicada en 1892, sigue el estilo de los diarios
de viaje de tantas congregaciones.[50] Por lo general, estos escritos
relataban un viaje que solía tener momentos difíciles, interpretados
siempre como manifestaciones de la voluntad divina. Además, quienes
escribían, Donat en este caso, asumían propósitos edificantes - «Tout ce
que je vois, tout ce que j'observe, je vous le raconte, afin de vous
instruire et de développer ainsi votre jugement et votre intelligence»[51]-
y ponían el acento en el valor de la obra misionera, lo que justificaba el
propio viaje y lo cargaba de sentido - «Le chercheur d'âmes est plus
vaillant que le chercheur d'or. Celui-ci, une fois son trésor amassé,
aspire au retour, au repos, à la jouissance. Le missionnaire marche,
marche, insatiable toujours, tant qu'il y a des ténèbres à dissiper, des
maux à guérir, des souffrances à consoler».[52] Hay sin embargo una
diferencia evidente entre el viaje del Donat y el de la mayoría de los
misioneros; para Donat se trataba de una breve odisea, que no implicaba la
expatriación definitiva.
El padre Donat resultó un escritor ameno y un narrador sutil, que
presenta, con agudeza y humor, la vida cotidiana, las costumbres locales,
las fortalezas y debilidades de la sociedad uruguaya, e incluso de la
región. Sus descripciones y crónicas, muy agudas, transmiten interés por
todo lo nuevo así como prejuicios propios de su tiempo y de su condición.
Por un lado, se aprecia la habilidad de Donat para reunir información
motivadora para los niños del Císter: los alimentos y animales cargados en
las bodegas del barco, la llegada a puertos pintorescos como Lisboa y Rio
de Janeiro, un paseo por la muy lejana ciudad de Montevideo.[53] Por otro
lado, el autor comunica a sus lectores prevenciones y menosprecios bastante
predecibles: mientras los negros mahometanos de Dakar son presentados como
«la canaille de la pire espèce, vivant d'une manière immonde», los negros
cristianos resultan «silencieux et polis (…), ils ont meilleure tenue que
les ouvriers européens dans nos ports».[54] Los gauchos uruguayos -«gens de
l'intérieur des terres»- tampoco parecían demasiado tratables, si bien las
conclusiones del religioso resultan bastante indulgentes: «de loin, ils ont
un air de sauvages; mais ils sont, en réalité, bons, doux, timides, très
religieux».[55]
Con una buena dosis de humor, el cura francés parece superar todas
las pruebas de la desconocida tierra uruguaya y logra armonizar la mirada
antropológica del hombre educado y del buen observador, con objetivos
didácticos y propósitos edificantes. Todo hace pensar que Donat habría
resultado mejor escritor que superior religioso.

La Francia católica y el continente nuevo
De la lectura de este diario epistolar, a menudo de tono cándido, se
desprenden imágenes y representaciones tanto de Francia, la tierra
civilizada y católica que el viajero dejaba, como del Uruguay o del
continente americano, percibidos como tierra de misión y de oportunidades,
que invitan al análisis.

Pro Deo et Patria
Para el religioso francés, que dejaba el continente europeo por
primera vez, Francia asumía la doble dimensión de patria católica y de
foco cultural, modelo de civilización. Religión y nación, dos hechos
sociales universales, aparecen estrechamente ligadas en los escritos de
Donat, a pesar de los conflictos revolucionarios.
Los religiosos que llegaban a tierras de misión, sobre todo los
integrantes de congregaciones fundadas en el siglo XIX, traían consigo
imágenes fuertes en relación con el concepto de "Francia". Los eventos de
la Revolución eran interpretados apenas como un accidente a superar; en
definitiva nada parecía haber cambiado demasiado.[56] Dios y Patria eran
conceptos que continuaban férreamente unidos, ya sea por el desarrollo de
la vida religiosa en cotos a veces muy cerrados, ya sea por cierta negación
de los efectos reales de los avances secularizadores. Donat escribía: «Nous
parlons de la France, des questions religieuses qui, à l'heure actuelle,
préoccupent tous les esprits. Même dans les critiques qu'ils formulent sur
notre chère patrie, il est facile de reconnaître qu'à leurs yeux c'est
encore la France qui est le boulevard du Catholicisme et que la vieille
maxime Gesta Dei per Francos reste toujours vraie».[57]
Si bien dejar la tierra natal tenía un sabor amargo, cierto espíritu
de cruzada animaba a los misioneros, en quienes parecía sobrevivir el
espíritu de las palabras del padre Lacordaire sobre "la vocación de la
nación francesa". La pertenencia a las dos patrias -«la patrie du sang et
la patrie de la foi»- fraternales entre sí y la exaltación del llamado
«patriotisme surnaturel» no parecían haber cambiado, a pesar de los eventos
de las últimas décadas.[58] Ya en tierra americana, Donat tenía muy claro
que él y los suyos habían realizado un largo viaje «afin d'implanter une
oeuvre toute française et destinée à développer l'influence française; car,
ici comme en France, nous sommes les serviteurs de la religion et de la
patrie: Pro Deo et Patria».[59] La concepción de Francia como «hija mayor»
de la Iglesia inspiraba a los misioneros y justificaba iniciativas, osadas
e incluso temerarias, en tierra francesa y en otros continentes.[60]

"La gran Francia"
Francia, la patria católica, era también el modelo a imitar, el
epítome «des bienfaits de la civilisation et des progrès accumulés par les
siècles».[61] Por un lado, Donat se manifestaba -como numerosos viajeros e
inmigrantes- orgulloso portador de la cultura francesa. Son razonables las
múltiples comparaciones con la propia tierra; son interesantes las
referencias a lo francés como medida de lo culturalmente superior o más
refinado. Mariano Soler -«ce prêtre distingué»- resultaba una personalidad
extraordinaria porque «connaît particulièrement la France, où il a beaucoup
voyagé et dont il a étudié l'histoire et la littérature».[62] La Semana
Religiosa de Montevideo impresionó a Donat, porque había sido elaborada
«sur le modèle de ses soeurs de France».[63]
Por otra parte, la evidente francofilia de la burguesía uruguaya
podía hacerse extensiva a todo el Cono Sur. En su viaje de regreso, Donat
narra, con humor no exento de ironía, dos episodios sugerentes. «Je fais la
connaissance d'un riche Brésilien qui va, avec sa femme et sa fille, passer
l'hiver à Nice» -cuenta Donat. «Aussitôt il me raconte ce qu'il sait de la
France, dont il paraît s'occuper plus que du Brésil. "La France! La
France!" me répète-t-il sans cesse. – Vous l'avez longtemps sans doute
habitée, lui dis-je. – Moi, jamais, me répond-il. Ah! Que je suis heureux
enfin de voir ce grand pays». Se refiere inmediatamente a un viajero
argentino, cuyos hijos estudiaban con los Hermanos de Passy: «Après
déjeuner, je rencontre un commerçant de Buénos-Ayres, qui se rend à Paris
pour ses affaires. "La France! Me dit-il en un français pur de tout accent
et de toute inversion exotique, la France ! Il me semble que c'est beaucoup
plus mon pays que Buénos-Ayres"».[64]

Uruguay, la "tierra prometida"
En cuanto a la tierra receptora, en los textos de Donat se integran
los imaginarios del cura francés sobre la tierra americana que recibía con
generosidad a su congregación en crisis, con los resultados de sus
experiencias y observaciones, limitadas a dos meses y acotadas a algunos
círculos de la sociedad uruguaya y regional.
Una constante del relato es la predisposición a mirar con ilusión y a
interpretar de manera optimista todo lo que el país de misión ofrecía.
Donat elogia, una y otra vez, la belleza y el desarrollo del país, y la
gentileza y hospitalidad de sus habitantes. En su primer paseo por
Montevideo, se refería al aumento de la población y anunciaba, en tono
convencido y con cierta ingenuidad, un futuro promisorio: «Cette
progression rapide fait prévoir que Montevideo rivalisera, un jour qui
n'est pas éloigné, avec Rio-Janeiro et Buénos-Ayres sous le rapport de la
population, comme déjà il égale et surpasse même à plusieurs points de vue
ces deux capitales des deux grands états Sud-américains».[65] Su entusiasmo
desbordaba al recorrer la antigua ciudad colonial: «Mais quel coup d'oeil
magique! Plongez le regard à droite et à gauche : à l'extrémité de toutes
ces rues droites, vous apercevez, des deux côtés, les eaux azurées du Rio
de la Plata (…). Regardez bien: vous avez devant vous un des plus beaux
panoramas qui existent au monde!»[66]. Ni siquiera una breve estadía en
Buenos Aires, la gran capital rioplatense, alteraría sus opiniones:
«Le nom de Buénos-Ayres signifie bon air, bon climat. Sous ce rapport
cependant, Buénos-Ayres est loin de valoir Montevideo. C'est une ville
basse et quelque peu exposée aux miasmes et à l'humidité. (…) Buénos-
Ayres n'a pas la propreté, la correction, la beauté assez coquette de
Montevideo. On y sent la ville d'Aventuriers. C'est un monde comme on
ne peut s'en faire idée en Europe. Montevideo, au contraire, a l'air
d'une ville française, sauf par la structure de ses maisons».[67]

Para muchos europeos, incluido Donat, resultaba marcadamente
atrayente el carácter de continente joven de las Américas. En sus textos
sobresale la percepción del nuevo mundo, como tierra libre y favorable a la
expansión del espíritu del Evangelio. Así se refería a los Estados Unidos:
«L'Amérique! Elle est séduisant (…) avec ses grandes idées de démocratie,
avec sa conception large de la liberté. Maintes fois, j'avais entendu des
missionnaires français, mes anciens condisciples, après un long séjour aux
Etats-Unis, parler avec enthousiasme du régime politique de la libre
Amérique, si favorable, suivant eux, à l'expansion de l'idée
catholique».[68] También apoyaba las afirmaciones del P. Magendie[69] sobre
el Río de la Plata: «Ce qui frappe, me disait-il, quand on revient en
Europe, c'est l'étroitesse des idées; on a peine à s'entendre même avec ses
confrères; les mots n'ont plus le même sens» -y compartía las apreciaciones
de «tous les prêtres français que j'ai vus à Montevideo et à Buénos-Ayres».
« Notre esprit étroit, sectaire, la compression organisée para le régime
social que nous subissons, les étonnent et les confondent; c'est, disent-
ils, un esprit contraire à l'esprit de l'Evangile, qui est un esprit de
liberté».[70]
De todos modos, si bien la apertura y la libertad de estas tierras de
misión conmovían a los religiosos europeos era evidente la ausencia de
«ouvriers-directeurs» y de «bras chrétiens», a los que se refería el padre
Dulong.[71] Porque no tenían recursos humanos propios, «les fortunés
d'Amérique viennent frapper à la porte de leurs frères de France, plus
riches qu'eux en ouvriers de la 1re heure».[72] Todo reforzaba el
sentimiento, propio del catolicismo misionero del siglo XIX, de ser
llamados a cumplir una misión ineludible, y que nutría en la región el
ejemplo de los salesianos, se sólida presencia en la Patagonia y en el Río
de la Plata.[73] Faltaba educación y la formación religiosa era muy débil;
la "salvación de las almas" estaba en riesgo y la llegada de misioneros era
imprescindible.[74]
Como era esperable, las prácticas y la religiosidad de la sociedad
uruguaya, en sus variados matices, fueron temas preferentes de las
observaciones y reflexiones de Donat. La misa dominical en la capilla del
Manga, la conmemoración del Día de Difuntos, la participación en un solemne
funeral al estilo local, la visita a diversas comunidades de religiosas
italianas y alemanas, motivaron detalladas descripciones y comentarios
agudos. Las costumbres del lugar llamaban su atención y el misionero
intentaba explicar los usos que diferían de los suyos. Se preguntaba por
qué el entierro de la señora Curbelo se había realizado «sans prêtre et
sans passer par l'église». Concluía con acierto : «C'est bien forcé avec
des paroisses qui ont des vingt, des cinquante ou cent kilomètres de
traversée».[75] Por otra parte, resulta evidente, y comprensible, que Donat
se sintiera mucho más cómodo al visitar las comunidades religiosas
europeas: elogia la «merveilleuse propreté» y el «ordre parfait» de las
hermanas italianas del Huerto; las dos casas «tenues parfaitement» por las
hermanas vicentinas, así como la «distinction remarquable» y la «grande
modestie» de la superiora de las hermanas alemanas.[76]
Otro tema vertebral del texto estudiado se refiere a las alianzas de
las congregaciones nuevas con la jerarquía, con otros religiosos y con la
burguesía católica, sin cuyo auxilio su instalación habría sido imposible.
Donat destaca, desde un principio, el «généreux et sympathique placet» de
Mons. Yéregui, segundo obispo de Montevideo[77], y se detiene en la figura
de Mariano Soler, su sucesor -«un Prélat dévoué à notre Œuvre»[78]- de cuyo
nombramiento fue testigo. También se repiten los agradecimientos a los
padres betharramitas, y especialmente a Augustin Dulong -«le zélé promoteur
de notre établissement à Montevideo»[79]. Finalmente, la obra solo había
podido concretarse gracias a los «sentiments élevés, généreux,
désintéressés»[80] a la generosidad de la «admirable famille» integrada por
Juan Dámaso Jackson, sus hermanas Clara y Sofía, y su cuñado, Félix
Buxareo[81]. Los Jackson, inmensamente ricos y de probada piedad,
financiaron este proyecto así como la mayoría de las obras católicas de la
segunda mitad del siglo XIX.[82]

Catolicismo a la francesa en tiempos de secularización
El traslado de congregaciones francesas a América Latina implicó la
difusión del catolicismo a la francesa, de la lengua francesa y de una
educación de características propias. Las obras educativas, sobre todo de
enseñanza primaria y de formación comercial, fueron un campo de acción y de
evangelización privilegiado por estos institutos. El caso de los hermanos
de San José resultó extraordinario por sus antecedentes y por sus tareas
dirigidas a hijos de campesinos, para formarlos y retenerlos en el campo.
«Ces pauvres enfants, lorsqu'ils sont arrivés de la campagne, étaient
presque nus; quelques lambeaux d'étoffe les recouvraient» -describía Donat,
exaltando la acción de los misioneros franceses:
"La misère morale chez la plupart égalait le dénuement physique.
L'ignorance, même en matière de religion, était complète. Leur vie
jusqu'à ce jour avait été purement animale. Ils s'appliquent maintenant
avec ardeur aux clases et aux catéchismes. Outre leur langue nationale,
on leur enseignera aussi le français».[83]
Algunas semanas más tarde, las afirmaciones de Donat resultaban más
medidas: «Ils sont bien gentils ces enfants: ce sont de bons travailleurs;
il leur en a coûté beaucoup pour s'y mettre; ils étaient habitués à monter
à cheval pour suivre les troupeaux; ils ne savaient rien faire. Maintenant,
ils apprécient déjà l'éducation qui leur est donnée, et ils sont remplis de
bonne volonté».[84]
Ante pupilos tan diferentes a los de las colonias francesas, no se
detecta sin embargo ningún intento de adaptar la organización de la escuela
a esta nueva realidad. Por el contrario, se reproducen, sin
cuestionamientos, los métodos aplicados en las colonias penitenciarias. La
"distribución de galones o distintivos militares", realizada en el Manga,
el 16 de noviembre de 1890, es una buena prueba de ello. Esta práctica,
instaurada por el P. Rey en sus colonias para fomentar la emulación entre
los alumnos, resultaría de difícil comprensión para los campesinos
uruguayos.[85] Seguramente, los Hermanos consideraban entonces que sus
métodos pedagógicos podían dar resultado en cualquier circunstancia. De
hecho, la experiencia en Uruguay fue demasiado breve y los religiosos no
alcanzaron a tomar conciencia de la necesidad de adaptarse a una cultura y
un idioma diferentes.
Por otra parte, la tarea de cristianización se iniciaba en una
sociedad que transitaba, desde la década de 1860, un lento pero constante
proceso de secularización, de progresiva autonomía de diversas esferas de
la vida social en relación con la esfera religiosa, que había alcanzado
también al sistema educativo estatal.[86] Por otra parte, los hermanos de
San José llegaban de un país que vivía un proceso semejante, que había sido
y sería un referente en las capitales del Río de la Plata. Sin embargo, los
escritos del viajero revelan una limitada percepción del proceso global,
que también se vivía en Francia, e parecían ignorar los embates
anticongregacionistas que se repetían en su tierra. Por sostener el
discurso católico de victimización o por tender a la negación de una
realidad abrumadora, Donat se mantenía firme: «Si la jeune terre
d'Amérique, avec laquelle je fais maintenant connaissance, m'est déjà bien
chère par les splendides espérances qu'elle fait briller à nos yeux, le
pays d'adoption ne saurait faire oublier la vieille France, où (…) nous
combattons les combats du Seigneur, et qui, malgré les ébranlements de ces
années dernières, reste encore notre point d'appui le plus sûr et le plus
solide».[87]
En los ambientes católicos uruguayos, parecía existir mayor
conciencia del proceso que se recorría, si bien el mismo se consideraba aún
reversible. Al aprobar el proyecto de creación de una escuela agrícola
católica, el obispo Yéregui se refería a «la grande oeuvre que vous
projetez pour le bien spirituel des enfants et des jeunes gens de notre
pays, que la rage de l'impiété s'acharne par tout moyen de pervertir, au
préjudice de leurs âmes innocentes et en haine du Seigneur notre Dieu».[88]
Por su parte, los católicos uruguayos no cesaban de referirse a la
necesidad de detener «les progrès du mal» y de promover «les oeuvres de
propagande catholique et (…) tout ce qui intéresse le salut des âmes et la
gloire de Dieu».[89]

Reflexiones finales
Durante el siglo XIX, se había asistido en Francia a la
multiplicación de congregaciones católicas, así como al desarrollo de
políticas anticongregacionistas, interpretadas de modo disímil. Los
institutos que salieron hacia tierras de misión encontraron acogida y
refugio -además de barreras culturales y dificultades de adaptación-
también en América Latina. Entre los numerosos inmigrantes que llegaron,
desde mediados del siglo XIX, a las repúblicas del Río de la Plata, muchos
fueron religiosos viajeros.
En el caso estudiado, la instalación en Uruguay de la Sociedad de San
José, en vías de extinción en Francia, representó una oportunidad
inesperada y casi su única esperanza, al agravarse las circunstancias
adversas. Si bien, en octubre de 1891, Donat escribía "El Manga será quizá
nuestro asilo preparado por la Providencia"[90], ni el apoyo de la
jerarquía ni los socorros financieros recibidos bastaron para asegurar el
futuro de la obra uruguaya. Las dificultades de la congregación en Francia,
la muerte de Juan Dámaso Jackson en 1891, el reducido número de niños y la
escasez de recursos humanos debilitaron la obra. En su testamento, Juan
Jackson no olvidó a "los hermanos de San José establecidos en el Manga" y
les cedía el producto de la venta de un campo para la edificación de la
capilla del Manga. En diciembre de 1893, sus albaceas declaraban no haber
podido dar cumplimiento a la voluntad del difunto, "porque los dignos
sacerdotes a cuyo cargo estaba la dirección del establecimiento en el Manga
se han retirado para Europa".[91] En 1898, la obra sería encomendada a los
padres salesianos.[92]
En 1890, en el Manga, Pierre Donat se preguntaba: «Que sera-t-elle
dans dix ans, cette Œuvre de si grand avenir?»[93] Donat murió en 1895;
solo lo sobrevivieron dos sacerdotes de la Sociedad de San José, que
permanecieron al servicio de la rama femenina del instituto. En Uruguay,
las hermanas de San José mantuvieron una escuela para niñas en el
Manga[94], si bien «la grande ignorance religieuse des habitants»
desanimaba a las misioneras.[95] A comienzos de 1895, las hermanas se
trasladarían a la Argentina.
Las obras misioneras exigían, en palabras de Sol Serrano, "espíritu de
empresa, capacidad de gestión, discreción y sagacidad política"[96]. La
obra de los hermanos de San José careció de estas virtudes y fracasó.
En el contexto de las congregaciones francesas llegadas a Uruguay
desde 1856, la Sociedad de San José fue una excepción. Todas las demás
permanecieron en el país y en la región, y mantuvieron sus obras, con
suerte variada, en una sociedad de creciente laicismo. "L'esprit
d'entreprise et la vitalité"[97], que Elisabeth Dufourqc reivindica para
las obras misionales francesas en América Latina, faltaron en el caso que
estudiamos.
Con esta excepción, fueron muy significativos los aportes de los
institutos franceses, en relación con su presencia educadora, con la
presencia cultural francesa que representaron, y finalmente con su
presencia evangelizadora. Ellos constituyeron, junto con otras
congregaciones de origen diverso, un aporte decisivo para la creación de la
primera red de educación católica, que se afirmaría en el país, al
finalizar el siglo XIX, y que sería reconocida y apoyada, con el creciente
compromiso del laicado católico, desde los Congresos Católicos que fueron
convocados a partir de 1889.


Susana Monreal

Profesora y directora
Instituto de Historia
Universidad Católica del Uruguay

Avda. 8 de Octubre 2738
11600 - Montevideo - Uruguay
Tel: (598) 2487 2717 int. 456
[email protected]




Resumen
Desde mediados del siglo XIX numerosas congregaciones religiosas europeas
se instalaron en América Latina, impulsadas por el espíritu misionero, las
políticas de atracción de las Iglesias locales y, en algunos casos,
problemas en su sociedad de origen. En este contexto, este artículo estudia
la experiencia de la Sociedad de San José, fundación lionesa del P. Joseph
Rey, en Uruguay, más precisamente el proyecto de fundación de una escuela
agrícola, una alternativa salvadora para una congregación en crisis. La
concreción de esta obra motivó, en 1890, el traslado a Uruguay del superior
del instituto, Pierre Donat, quien redactó un diario de viaje titulado Mon
voyage à Montevideo. Del análisis de esta obra se desprenden
representaciones de Francia, de Uruguay y del proceso secularizador de las
últimas décadas del siglo XIX.

Résumé
Depuis la moitié du XIXème siècle, de nombreuses congrégations religieuses
européennes se sont installées en Amérique Latine, entraînées par le zèle
missionnaire, les politiques d'attraction des Eglises locales et, dans
certains cas, des problèmes dans leur société d'origine. Dans ce contexte,
cet article étudie l'expérience de la Société de Saint-Joseph, fondation
lyonnaise du P. Joseph Rey, en Uruguay, plus précisément le projet de
création d'une école agricole, une solution salvatrice pour une
congrégation en crise. La concrétion du projet motiva, en 1890, le voyage
en Uruguay de Pierre Donat, supérieur de l'institut, qui rédigea un journal
de voyage, Mon voyage à Montevideo. De l'analyse de cet ouvrage se dégagent
des représentations de France, de l'Uruguay et du processus de
sécularisation de la fin du XIXème siècle.

Summary
As of mid 19th century, many European congregations settled in Latin
America, driven by different reasons, such as missionary zeal, the policy
of local churches aimed at attracting them, and also the problems some of
them were facing in their place of origin. In this context, this article
examines the experience in Uruguay of the Society of Saint Joseph (founded
in Lyon, France, by Father Joseph Rey) more precisely in the proposed
creation of an agricultural school, which would result in the salvation of
a congregation in crisis. The concretion of this project determined in 1890
the trip to Uruguay of the Superior of the Institute, Father Pierre Donat.
Donat wrote a travel diary, Mon voyage à Montevideo, the analysis of which
allows to discover representations of France, Uruguay, and the process of
secularization of the late 19th century.

Zusammenfassung

Seit der Mitte des neunzehnten Jahrhunderts haben sich viele europäische
Ordensgemeinschaften in Lateinamerika angesiedelt. Sie waren von
missionarischem Eifer, durch die Anziehungskraft der Ortskirchen und, in
einigen Fällen, von Problemen in ihren Heimatländern getrieben. In diesem
Zusammenhang wird in diesem Artikel die auf Uruguay bezogene Erfahrung der
Gemeinschaft des Heiligen Joseph, einer in Lyon angesiedelten Gründung von
Pater Joseph Rey, untersucht. Es geht vor allem um das Projekt der Gründung
einer landwirtschaftlichen Schule, einer missionarischen Alternative für
eine in Krise geratene Kongregation. Die Umsetzung dieses Werkes
veranlasste im Jahr 1890 den Aufbruch des Generaloberen des Instituts,
Pierre Donat, nach Uruguay. Donat schrieb ein Reisetagebuch, Mon voyage à
Montevideo, dessen Analyse es ermöglicht, Darstellungen von Frankreich,
Uruguay und des Säkularisierungsprozesses des späten neunzehnten
Jahrhunderts zu entdecken.
-----------------------
[1] Elizabeth DUFOURCQ, Les aventurières de Dieu, Paris, 2009, p. 492. Ver
también : p. 449-450
[2] Sol SERRANO (ed.), Vírgenes viajeras. Diarios de religiosas francesas
en su ruta a Chile, 1837-1874, Santiago de Chile, 2000; Alexandrine DE LA
TAILLE, Educar a la francesa. Anna du Rousier y el impacto del Sagrado
Corazón en la mujer chilena (1806-1880), Santiago de Chile, 2012; Cynthia
Folquer, "Razones para un exilio. Los viajes de Fray Boisdron (1876-1924)
como camino interior", en Sandra FERNÁNDEZ, Patricio GELI y Margarita
PIERINI (dir.), Derroteros del viaje en la cultura: mito, historia y
discurso, Rosario, 2008, p. 205-219; Susana MONREAL, "Las propuestas
educativas francesas en Uruguay en el siglo XIX", Prisma, 20 (2005), p. 49-
98.
[3] Eric BARATAY, Le Père Joseph Rey, serviteur de l'enfance défavorisée.
Une expérience d'insertion au XIXème siècle, Paris, 1996; Eric BARATAY,
« Affaire de moeurs, conflits de pouvoir et anticléricalisme: la fin de la
congrégation des Frères de Saint-Joseph en 1888 », Revue d'histoire de
l'Église de France, 84 (1998), p. 299-322 ; Eric Baratay, Pour une
relecture de la correction des enfants au XIXe siècle: l'exemple de
l'institution du père Rey, en Bernard DELPAL y Olivier FAURE (dir.),
Religion et enfermements (XVIIe-XXe siècles), Rennes, 2005, p. 33-53;
Victor DEGORGUE, L'œuvre de l'Abbé Joseph Rey et la Société de Saint-
Joseph. La colonie agricole de Sacuny à Brignais (Rhône). 1884-1888, Saint-
Genis-Laval, 1994. Sur la Société après la mort de Joseph Rey: Bruno
CARLIER, Sauvageons des villes, sauvageons aux champs. Les prises en charge
des enfants délinquants et abandonnés dans la Loire (1850-1950), Saint-
Etienne, 2006, p. 180-277.
[4] Bernard Hours, Législation et exil congréganiste de l'Ancien Régime à
la République opportuniste, en Patrick CABANEL y Jean-Dominique DURAND
(dir.), Le Grand exil des congrégations religieuses françaises 1901-1914,
Lyon, 2005, p. 22; Sol SERRANO (ed.), Vírgenes viajeras… [ver n. 2], p. 23.
[5] Las obras francesas fueron: Orden de la Visitación de Nuestra Señora
(1856), Padres Betharramitas (1869), Hijas de la Caridad de San Vicente de
Paúl (1870), Hermanas Dominicas de Santa Catalina de Siena de Albi (1874),
Hermanas del Buen Pastor de Angers (1876), Padres Lazaristas (1880),
Sociedad de San José (1888), Hermanos de la Sagrada Familia de Bellay
(1889), Hermanas de San José, actualmente de Montgay, y Hermanas de San
José de Saint Jean de Maurienne (1890). Los institutos italianos: Hijas de
Maria Santísima del Huerto (1856), Padres Salesianos (1878), Hijas de María
Auxiliadora (1878), Padres Palotinos (1886), Hijas de Nuestra Señora de la
Misericordia (1889), Padres Capuchinos (1890) y Hermanas Terciarias
Capuchinas, actualmente de la Madre Rubatto (1892). Deben agregarse las
Hermanas de la Caridad Cristiana, Hijas de la Bienaventurada Virgen María
de la Inmaculada Concepción, llamadas Hermanas Alemanas (1884), las
Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento, fundación argentina (1890) y
la Compañía de Santa Teresa de Jesús, obra española (1891).
[6] Sobre la Sociedad de San José y su fundador, el P. Rey: Eric BARATAY,
Le Père Joseph Rey, serviteur de l'enfance défavorisée… [ver n.3]; Eric
BARATAY, « Affaire de mœurs … » [ver n.3]; Eric Baratay, Pour une relecture
de la correction des enfants au XIXe siècle… [ver n.3]; Victor DEGORGUE,
L'œuvre de l'Abbé Joseph Rey… [ver n.3]; Pierre ZIND, Une Société de Frères
Enseignants spécifiquement au service des refuges pénitentiaires ou
colonies agricoles au XIXe siècle (extrait), Paris, 1977; René GARRAUD,
Historie de la vie et des oeuvres du R. P. Joseph Rey, Cîteaux, 1891; J.
[Joseph-Abel] GUILLERMAIN, Le Révérend Père J. Rey fondateur de la Société
de Saint-Joseph. Notes biographiques, Cîteaux, 1885.
[7] LYON, ARCHIVES DES PETITES SOEURS DE SAINT-JOSEPH DE MONTGAY [=APSSJ],
Annales de Cîteaux 1881-1894, fº 181-195; R.P.D. [Pierre Donat], Mon voyage
à Montevideo. Cîteaux, 1892, p. 49.
[8] Peter ZIND, Les nouvelles congrégations de Frères Enseignants en
France, de 1800 à 1830, Saint-Genis-Laval, 1969, t. 1, p. 330.
[9] Joseph Rey (1798-1874) nació en Pouilly-les-Fleurs. En 1815 ingresó al
seminario menor de Verrières, pasando luego al de Argentière y al seminario
mayor de Saint-Irénée. Fue ordenado sacerdote a los 23 años, y en 1826 fue
designado párroco en Mizérieux. Entre 1829 y 1834, se desempeñó como
capellán de la congregación de las Hermanas de Jesús-María, en Fourvière.
Muy sensible a la gravedad de la "cuestión social", Rey fue encargado de la
atención de los jóvenes detenidos en las prisiones de Lyon, donde reclutó a
los primeros hermanos. En 1835 fundó la Sociedad de San José, que instaló
su primera obra en Oullins. En 1846 se organizó la colonia penitenciaria
agrícola del Císter. De fuerte carácter y salud endeble, el fundador murió
en el Císter a los 76 años.
[10] Pierre Donat (1825-1895) Nació en Vernaison, estudió en Largentière,
fue ordenado sacerdote en 1848 y en 1850 se integró a la congregación de
Joseph Rey. Superior del instituto desde 1876, fue sustituido por el padre
L. Bérerd, por decisión del obispo de Dijon. A partir de 1888, el P. Claude
Marie Coeur lo enfrentó desde la colonia de Saint-Genest-Lerpt. Donat murió
en el Císter en 1895. Los restos de los padres Rey y Donat se conservan y
veneran en la capilla de la casa madre de las Petites Soeurs de Saint-
Joseph de Montgay.
[11] Eric BARATAY, « Affaire de mœurs… » [ver n. 3], p. 302-303; Bruno
CARLIER, Sauvageons des villes … [ver n.3], p. 255-258.
[12] En 1892, el Consejo de Estado rechazó la apelación de la congregación
y la Sociedad de San José se vio obligada a vender las colonias. Bajo el
nombre de Petites Soeurs de Saint-Joseph de Montgay, la rama femenina de la
Sociedad se estableció muy cerca de Lyon y extendió su obra en América
Latina. Eric BARATAY, « Affaire de mœurs… » [ver n. 3], p. 301-302; 1846-
1946. Centenario de la fundación de la Congregación de las Hermanitas de
San José de Montgay- Lyon, Buenos Aires, 1946.
[13] R.P.D., Mon voyage… [ver n. 4], p. 172.
[14] Félix Buxareo y Reboledo (1833-1901) Hacendado, político y filántropo,
nació y murió en Montevideo.
Integró la Junta Económico-Administrativa de la ciudad, la Comisión
Nacional de Caridad y fue senador de la República. De su primer matrimonio
con María Josefa Oribe, tuvo un hijo varón, Félix. Viudo, en 1870 contrajo
matrimonio con Sofía Jackson Errazquin; no tuvieron hijos.
[15] R.P.D. [Pierre Donat], Mon voyage … [voir n. 4], p. 49; APSSJ,
Correspondencia del P. Pierre Donat, Carta de Donat a la comunidad del
Císter, Roma, 27 de noviembre 1878 ; Annales de Cîteaux 1881-1894, fº181.
En el diario de la comunidad, el 26 de noviembre de 1888, se lee: «M.
Bucharéo (sic) et Mme. Bucharéo sont venus nous visiter il y a 10 ans. Ils
auraient voulu emmener tout de suite du monde».
[16] En carta de 1878, tras el relato de su encuentro con Buxareo, Donat
comentaba irónicamente: «Je lui expliquai alors que - hélas! - nous n'en
étions pas encore à fonder des colonies à 20 lieues de tour, pas plus qu'à
bâtir des châteaux en Espagne». APSSJ, Correspondencia del P. Pierre Donat,
Carta de Donat a la comunidad de Cister, Roma, 27 noviembre 1878.
[17] Augustin Dulong (1836-1919), sacerdote betharramita. Nacido cerca de
Lourdes y educado en Betharram, llegó a Buenos Aires, en 1860, donde
integró la comunidad del colegio de San José. En 1875 pasó a Montevideo
como superior de la comunidad. En 1897 retornó a Betharram. como consejero
general de la congregación, siendo trasladado finalmente a España, donde
murió.
[18] Auguste Etchécopar (1830-1897) sacerdote betharramita. Nació en Saint-
Palais, fue ordenado sacerdote en 1854 y, al año siguiente, ingresó al
instituto. Pasó la mayor parte de su vida en Betharram, como maestro de
novicios y secretario del P. Garicoits, secretario general de la
congregación, asistente general del P. Chirou, segundo superior general y,
finalmente, tercer superior general, desde 1874. Impulsó la obra misionera
visitando Argentina y Uruguay, entre 1891 y 1892.
[19] En 1882, Dulong escribió a Donat, insistiendo en el proyecto de la
escuela agrícola. La respuesta volvió a ser negativa. R.P.D. [Pierre
Donat], Mon voyage… [voir n. 4], p. 12.
[20] Juan Dámaso Jackson Errazquin (1833-1892), hijo del británico John
Jackson y de Clara Errazquin Larrañaga, nació en Montevideo y estudio con
los padres jesuitas en el Stonyhurst College (Inglaterra). Entre 1851 y
1858 realizó prácticas comerciales en Gran Bretaña y Estados Unidos. A su
regreso a Montevideo se dedicó a las empresas familiares. En 1861, se casó
con Petrona Cibils Buxareo; no tuvieron hijos. Fue empresario, estanciero y
banquero, y brindó amplio apoyo a numerosas obras católicas de educación y
beneficencia.
[21] Carta de Dulong a Donat, Montevideo, 6 setiembre 1888; carta de Dulong
a Donat, Montevideo, 15 setiembre 1888; carta de Inocencio-María Yéregui,
a Juan D. Jackson, Montevideo, 19 setiembre 1888, cit. en: R.P.D., Mon
voyage… [ver n. 4], p. 9-15. El original fue consultado en: MONTEVIDEO,
ARCHIVO DE LA CURIA ECLESIÁSTICA [=ACEM], Libro de Notas nº V, mayo 1884-
febrero 1889, fº335-337. La carta original está fechada el 17 de setiembre
de 1888.
[22] Gerardo CAETANO y Roger GEYMONAT, La secularización uruguaya (1859-
1919), Montevideo, 1997, p. 70-71.
[23] Sol SERRANO (ed.), Vírgenes viajeras… [ver n. 2], p. 27.
[24] El territorio de la actual República Oriental del Uruguay fue conocido
como "Banda oriental" -ubicada al este del río Uruguay- desde el siglo XVI
y pasó a denominarse "Provincia Oriental" en el período revolucionario. El
término "oriental" fue el primer gentilicio utilizado en la región y, aún
en la actualidad, "oriental" y "uruguayo" pueden ser usados como sinónimos.
[25] El 24 de agosto de 1877 fue aprobado el decreto-ley de Educación
Común, que estableció la educación primaria gratuita y obligatoria en todo
el país. Si bien el proyecto original promovía también la educación laica,
finalmente el artículo nº 18 estableció: "La enseñanza de la Religión
Católica es obligatoria en las Escuelas del estado exceptuándose a los
alumnos que profesen otras religiones y cuyos padres, tutores o encargados,
se opongan a que la reciban". José Pedro Varela (1845-1879), director de
Instrucción Pública, fue el promotor de la llamada "reforma escolar".
[26] Eduardo ACEVEDO, Anales históricos del Uruguay. Montevideo, 1934, t.
IV (1876-1894), p. 458.
[27] ACEM, Informe de la Visita ad limina de Mons. Inocencio Ma. Yéregui a
Roma, Montevideo, 5 julio 1888, fº16-24. En 1896, los colegios
congregacionales habían ascendido a 49. ACEM, Informe de la Visita ad
limina de Mons. Mariano Soler a Roma, Montevideo, 1896, fº26-35.
[28] La ley del 14 de julio de 1885 mantuvo cierto grado de libertad en los
estudios secundarios, pero eliminó la libertad de los estudios
universitarios, restableciendo el monopolio del Estado en ese ámbito.
Matías ALONSO CRIADO, Colección legislativa de la República Oriental del
Uruguay. Montevideo, 1886, p. 175-186.
[29] R.P.D., Mon voyage… [ver n. 4], p. 49.
[30] Carta de Dulong a Donat, Montevideo, 6 setiembre 1888, en R.P.D., Mon
voyage… [ver n. 4], p. 10.
[31] S. MONREAL "Iglesia Católica en el Uruguay. Bosquejo histórico y
análisis bibliográfico", XX Siglos, 46 (2000), p. 49-62.
[32] R.P.D., Mon voyage… [ver n. 4], p. 75, 178 y 68.
[33] Carta de Dulong a Donat, Montevideo, 6 setiembre 1888, en R.P.D., Mon
voyage… [ver n. 4], p. 10-11.
[34] Claude LANGLOIS, Catholicisme, religieuses et société. Le temps des
bonnes sœurs, Paris, 2011, p. 126.
[35] R.P.D., Mon voyage… [ver n. 4], p. 175.
[36] Ibidem, p. 78.
[37] Ibidem, p. 79.
[38] «Veuillez seulement faire le voyage en explorateur». Carta de Dulong a
Donat, 6 setiembre 1888, en R.P.D., Mon voyage… [ver n. 4], p. 10.
[39] El P. Robert [?] tenía cerca de 35 años, provenía de Saint-Pierre-de-
Boeuf, diócesis de Lyon, y había ingresado a la congregación siete u ocho
años antes. APSSJ, Annales de Cîteaux 1881-1894, fº181 y 181v.
[40] Ibidem, fº 183 v.
[41] Ibidem, fº184.
[42] Ibidem, fº186v.
[43] APSSJ, Annales de Cîteaux 1881-1894, fº 182-183; "Colegio de San José
del Manga. Programa del establecimiento", El Bien, Montevideo, 5 marzo
1893.
[44] La escuela se fundó en la chacra -granja- de la familia Jackson en la
zona del Manga. que debe su nombre al arroyo que la atraviesa. En 1799,
Manuel Errazquin y Pedro Berro, casados con Josefa y Juana Larrañaga,
compraron una chacra, en la zona del Manga. Hacia 1830, John Jackson,
esposo de Clara Errazquin Larrañaga y padre de Juan D. Jackson compró su
propia chacra, que sería heredada por sus hijos.
[45] APSSJ, Annales de Cîteaux 1881-1894, fº 191-196v. Los ocho hermanos
fundadores fueron : «F. Jean-Louis, né Albouy; F. Antonin, né Grèzes; F.
Dorothée, né Escoffier; F. Philomin, né Constant; F. Calixte, né Baylly; F.
Léopold, né Muller; F. Félix, né Charpentier; F. François, né Besson».
Ibidem, fº 193v.
[46] Ibidem, fº210-211. Las ocho hermanas fundadoras fueron: «Sr. Suzanne,
de Lyon; Sr. Sérapie, du diocèse de Movez; Srs. Clotilde et Éléonore, du
diocèse du Puy; Sr. Alexandrine et Sr. Olympe, du diocèse de Rodez; Sr.
Adrienne du diocèse de Lyon et Sr. Chantal de la Suisse». Ibidem, fº 211.
[47] Ibidem, fº211-215. Las cartas fueron despachadas en Burdeos, Lisboa,
Dakar y Río de Janeiro, hasta llegar a Montevideo. Donat residió en la
escuela del Manga, entre el 25 de octubre de 1890 y el 6 de enero de 1891,
y regresaría a Francia por la misma ruta.
[48] R.P.D., Mon voyage… [ver n. 4], p. II.
[49] R.P.D. [Pierre Donat], Mon voyage à Montevideo. Cîteaux (Côte-d`Or),
Imprimerie de l'Ecole Saint-Joseph, 1892, 231 p.
[50] En el Río de la Plata, solo se publicó el diario de viaje de los
padres betharramitas, escrito por Juan Magendie, SCJ, en 1856 (F.V.D.,
Órgano de los establecimientos de educación dirigidos por los RR PP del
Sagrado Corazón de Jesús, Año III, n° 28, junio 1923, n° 1-7; n° 29, julio
1923, n° 8-11; Años III y IV, n° 30-41, agosto 1923- julio 1924, n° 42-53).
En Chile, se han publicado los diarios de cuatro congregaciones femeninas:
Hermanas del Sagrado Corazón de Picpus, Sociedad del Sagrado Corazón,
Hermanas Vicentinas y Hermanas del Buen Pastor de Angers. Sol SERRANO
(ed.), Vírgenes viajeras… [ver n. 2].
[51] R.P.D., Mon voyage… [ver n. 4], p. 152=153.
[52] Ibidem, p. 7.
[53] Ibidem, p. 17-18, 21-22, 60-65, 104-109.
[54] Ibidem, p. 44.
[55] Ibidem, p. 142.
[56] Peter ZIND, Les nouvelles congrégations… [ver n. 5], p. 46.
[57] R.P.D., Mon voyage… [ver n. 4], p. 6-7.
[58] http://catholicapedia.net/Documents/cahier-saint-
charlemagne/documents/C271_Lacordaire_vocation-de-la-France_6p.pdf
(consulta: 25.3.2014)
[59] R.P.D., Mon voyage… [ver n. 4], p. 92.
[60] René RÉMOND, Religion et Société en Europe. La sécularisation aux XIXe
et XXe siècles. 1780-2000, Paris, 2001, p. 152.
[61] R.P.D., Mon voyage… [ver n. 4], p. 100.
[62] Ibidem, p. 50.
[63] Ibidem, p. 201.
[64] Ibidem, p. 209-210
[65] Ibidem, p. 105.
[66] Ibidem, p. 107.
[67] Ibidem, p. 134-136
[68] Ibidem, p. 206.
[69] Jean Magendie (1835-1925), sacerdote betharramita. Integró el primer
grupo de religiosos que viajó a Buenos Aires, en 1856, con el P. Diego
Barbé como superior. Magendie sucedió a Barbé como director del colegio San
José. Ocupó el cargo entre 1869 y 1896, y volvió a la dirección entre 1904
y 1910. Como superior de la congregación, fue responsable de la apertura de
las comunidades de Rosario de Santa Fe (1899), La Plata (1902) y Asunción
del Paraguay (1904).
[70] R.P.D., Mon voyage… [ver n. 4], p. 206.
[71] Ibidem, p. 49.
[72] Ibidem, p. 14.
[73] Carta de Dulong a Donat, 15 setiembre 1888, en R.P.D., Mon voyage…
[ver n. 4], p. 12-14.
[74] Peter ZIND, Les nouvelles congrégations… [ver n. 5], p. 77.
[75] R.P.D., Mon voyage… [ver n. 4], p. 77, 81, 110-114.
[76] Ibidem, p. 116-118.
[77] Ibidem, p. 12.
[78] Ibidem, p. 140-141.
[79] Ibidem, p. 8.
[80] Ibidem, p. 156.
[81] Ibidem, p. 9.
[82] No se conoce con exactitud el año de llegada de John Jackson (1787-
1859) al Río de la Plata. En 1819, ya vivía en Montevideo. Se dedicó al
comercio de cueros antes de comprar los campos de la sucesión García de
Zúñiga -propietaria de la antigua estancia jesuítica de Nuestra Señora de
los Desamparados- obligada a vender sus tierras, en 1825, amenazada por su
colaboración con el anterior dominio luso-brasileño. En 1831 Jackson se
casó con Clara Errazquin, sobrina del Pbro. Dámaso Antonio Larrañaga,
primer vicario apostólico de la Provincia Oriental. En el testamento de
Clara Errazquin de Jackson, fechado en 1876, figuran los siguientes bienes:
cuatro estancias que sumaban más de 100.000 hectáreas pobladas por más de
90.000 ovejas, una chacra en el Manga, una quinta en el Miguelete, dos
barracas, diecinueve casas, 120 acciones del Banco Comercial y cinco
acciones del teatro Solís. Ricardo GOLDARACENA, El libro de los linajes, t.
1, Montevideo, 1976, p. 125-126; José Pedro BARRÁN y Benjamín NAHUM,
Historia rural del Uruguay moderno. 1851-1885, Montevideo, 1967, p. 321;
José Pedro BARRÁN y Benjamín NAHUM, Historia rural del Uruguay moderno.
1851-1885. Apéndice documental, Montevideo, 1967, p. 114-120.
[83] Ibidem, p. 79.
[84] Ibidem, p. 154.
[85] En Francia, el primer domingo de cada mes, en cada colonia se
entregaba los galones a los alumnos de buena conducta y buen rendimiento.
Además, se recompensaba a los pupilos con la concesión de grados: grados de
ayudantes, grados profesionales, grados militares y grados de música.
Finalmente se premiaba a los mejores con la entrega de libretas de ahorro.
Abbé René GARRAUD, Historie de la vie et des oeuvres du R. P. Joseph Rey,
Cîteaux, 1891, p. 201.
[86] En Uruguay, el proceso secularizador se inició oficialmente en 1861,
con el decreto de secularización de los cementerios. En 1879 se estableció
el Registro del Estado civil. En 1885 fueron promulgadas la ley de
matrimonio civil obligatorio y la llamada "ley de conventos" que otorgaba
al gobierno el derecho de inspección en las casas religiosas. En el área
educativa, en 1877 se había decretado la enseñanza primaria gratuita y
obligatoria, con formación católica excepto para los disidentes. La
enseñanza y la práctica religiosas fueron suprimidas de las escuelas
públicas en 1909. La primera ley de divorcio fue aprobada en 1907 y
ampliada en años posteriores. El proceso culminó en 1917 con la separación
de la Iglesia y del Estado, establecida en una nueva Constitución. No
faltaron algunas medidas pintorescas y negadoras de las raíces culturales,
como la secularización de los feriados religiosos, de 1919, que transformó
la Navidad en Día de la Familia y la Semana Santa en Semana de Turismo. Mª
Blanca PARIS DE ODDONE, Roque FARAONE y Juan Antonio ODDONE, Cronología
comparada de la historia del Uruguay (1830-1945), Montevideo, s. f.
[87] R.P.D., Mon voyage… [ver n. 4], p. 87.
[88] Ibidem, p. 14.
[89] Ibidem, p. 15.
[90] Carta de Donat a los religiosos de San José, 3 octubre 1891, en:
APSSJ, Recopilación de cartas del P. Pierre Donat. 1891-1894
(mecanografiado en español), p. 2.
[91] Uno de los albaceas declaraba que las conversaciones con el religioso
que quedaba "me han inspirado la plena convicción que no tiene personería
para representar la Sociedad, hecho que él mismo reconoce". Muerto Jackson,
se había creado, a pedido de Mons. Soler, una comisión que asumió la
representación legal de la escuela, para hacer efectivo el legado del
fallecido. ACEM, Carpeta I.4.55-Salesianos 1874-1914, Carta de Mariano
Soler a Sofía J. de Buxareo y Clara J. de Heber, Montevideo, 20 de
diciembre de 1893. MONTEVIDEO, ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN-Archivo
Judicial. Civil 3°. Año 1893. Testamentaria de Juan D. Jackson. Incidente
sobre ventas de campos, 22 de abril de 1893, Libro 6, fº 416; Nota de Juan
G. Ingouville e Hipólito Gallinal al Juez Letrado de lo Civil, 4 de
diciembre de 1893, fº52, 52 bis y 53.
[92] Ante la partida de los hermanos de San José, Soler ofreció la obra al
P. José Gamba, inspector salesiano y, en 1897, cuatro religiosos se
instalaron en el Manga. En 1915, la Escuela Agrícola Jackson, con nuevo
nombre, recibió a sus primeros internos; en 1995 egresaron los últimos
peritos agrónomos. Ignacio LAVENTURE SDB, Aportes de la congregación
salesiana a la educación en el Uruguay (1876-1915). Monografía inédita.
Montevideo, 2000, p. 29-30.
[93] R.P.D., Mon voyage… [ver n. 4], p. 174.
[94] MONTEVIDEO, ACEM, Informe de la Visita ad limina de Mons. Mariano
Soler a Roma, Montevideo, 1896, fº21.
[95] APSSJ, Journal de Cîteaux 2 - 1881-1894, fº 240 y 252.
[96] Sol SERRANO (ed.), Vírgenes viajeras… [ver n. 2], p. 45.
[97] Elizabeth DUFOURCQ, Les aventurières de Dieu… [ver n. 1], p. 450.
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