El providencialismo como teoría del acontecer histórico en San Agustín, Otto de Freising y Joaquin de Fiore

October 10, 2017 | Autor: Victoria Meneghetti | Categoría: Teologia, Filosofía, Storia E Teologia Medievale, historia de la Iglesia
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Descripción

El providencialismo como teoría del acontecer histórico en San Agustín, Otto de Freising y Joaquín de Fiore Victoria Meneghetti El providencialismo tiene tres elementos centrales y constitutivos. En primer lugar afirma que Dios se revela a los hombres en la historia; además todo lo que sucede, todo el acontecer está en virtud de un Plan predeterminado: el Plan de Salvación; por último el acaecer es la construcción progresiva cargada de sentido. Por tanto, el sentido de la historia es manifestado por el mismo concepto de Revelación y el sujeto de la historia es Dios. De este modo el cristianismo logró, a través de los primeros historiadores y utilizando como fuente principal a la Biblia, anclarse en la Historia. El tiempo histórico se encuentra entrelazado, unido indefectiblemente, con el tiempo de Dios en los hombres. Así, en torno a tres momentos esenciales, se define esta dimensión teleológica de la historia. La historia (humana - temporal) comienza con la Creación del mundo; tiene un momento culmen que es el Nacimiento de Cristo: la Encarnación. Es aquí precisamente dónde se historifica Dios y los dos planos se entrelazan en uno. Una vez que el Mesías hubo resucitado y confirmado en el Espíritu a los apóstoles y a la figura de su sucesor, Pedro, queda instaurada la Iglesia como institución de él representante. Todo esto se dirige hacia el tercer y último momento: la Parusía. El año cero del tiempo histórico se encuentra definido por el nacimiento de Jesús. De esta manera, de forma lineal y progresiva, con el acontecer histórico y el transcurso del tiempo, se lleva a cabo el Plan de Salvación. Así establece Concha Roldán que la historia toma la forma de teología de la historia que ocupará el lugar de la filosofía de la historia hasta que avance la secularización de la

misma. A partir de aquí, la historia escrita, partiendo de bases dadas por el cristianismo, reunirá las características de ser universal, providencial y apocalíptica.1 San Agustín puede considerarse el iniciador de lo anteriormente mencionado. Más allá de las polémicas desatadas en torno a si se trata de una filosofía de la historia, o una teología de la historia o de si es el iniciador de esta materia o no ha de establecerse que fue el primer filósofo de la historia cristiana que buscó dar un sentido a la historia.2 En De Civitate Dei puede apreciarse que para el Santo, la historia se apoya en dos supuestos clave. En primer lugar la idea de que el mundo es obra de Dios Creador y en segundo que el acontecer del mundo está regido por la divina providencia que planifica, conduce y gobierna el devenir de la humanidad.3 Así, a través la lucha dialéctica entre la ciudad del bien y la ciudad del mal4 el Obispo de Hipona entiende y explica el acontecer humano. Más allá de que puede analizarse como un conflicto que se lleva a cabo ad intra del corazón del hombre, que de hecho lo es, el cuerpo como materialización de lo invisible actúa en consecuencia de sus elecciones ad extra, es decir, en el mundo.5 El providencialismo puede verse entonces en Agustín como el transcurrir del tiempo dimensionado y direccionado al cumplimiento del Plan Divino dentro del espacio que es el mundo. El acontecer es la sucesión de acciones de los hombres que se enmarcan dentro de aquello. Así, el sentido profundo del acontecer para el Santo es únicamente perceptible desde la revelación y desde la fe que la acepta. Todo esto tiene un sentido: la experiencia

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ROLDÁN, Concha, Entre Casandra y Clío. Una Historia de la Filosofía de la historia, p.39. Ibíd. p.42. 3 Ibíd. pp.39-40. 4 Esta en sentido espiritual es Sión, que quiere decir especulación; porque especula y contempla el sumo bien del siglo futuro (…) Jerusalén (…) contraria a la ciudad del Demonio, a la cual dicen Babilonia, que significa confusión. (SAN AGUSTÍN, La ciudad de Dios, Libro XVII, cap.XVI, p. 289, v.2.). 2

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Todo esto es una respuesta material al libero arbitrio del que habla Agustín que es la base de todo proceder humano. Es aquello con lo que el Creador dota a sus criaturas que les permite volver a ÉL, pues consiste precisamente en ello: teniendo la capacidad de no hacerlo, elegir amar y volver a Dios. Esto se ve a lo largo de su Obra. Así se aprecia en el comienzo de sus Confesiones: “Nos has creado Señor para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti” (libro I, Cap. I, #1).

personal de la muerte de Cristo, de su resurrección y ascensión a los cielos dónde está sentado a la derecha de Dios Padre y desde dónde volverá revestido de Gloria a juzgar a vivos y a muertos y se dará “… la resurrección de nuestro cuerpo para siempre…”6, es decir, de los ciudadanos de la luz y la condena eterna de los ciudadanos de la tierra. De esta manera, dice Concha Roldán, la filosofía cede su sitio a la teología.7 Demetrio Jiménez OSA

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señala que dicho concepto de tiempo trae implícita una

conciencia de cambio. De este modo, el pasado que ya fue y el futuro que aún no llegó están en el presente como memoria y como esperanza, como éxtasis que dinamizan la realidad de un presente fugaz. Es precisamente esta transitoriedad la que hace al tiempo a lo más que acontecer (eventus) y posibilita considerar al fugitivo hoy abierto a lo que ha de venir (adventus). Expone además que Agustín interpreta la historia y dentro de ella el bien del hombre y de la sociedad a partir de una esperanza figurada e informada por la fe cristiana. El pasado de la promesa y el futuro de la consumación resuenan en el peregrinar del presente. Así a la luz de la revelación, este devenir histórico no es la sucesión de aconteceres, sino la temporalización de un proyecto eterno cuya ejecución Dios mismo modera contando con la libertad de los hombres. La eternidad se hace coextensiva a lo temporal: la historia la plasmación dinámica de lo eterno en la creaturalidad del tiempo.8 Por lo tanto para San Agustín, como dice Löwith, todo el acontecer histórico se hace progresivo, significativo e inteligible únicamente por la expectativa de un triunfo final de la Ciudad de Dios por sobre la Ciudad de los hombres que tendrá lugar en el plano metafísico, más allá del tiempo histórico.9 Otto de Freising por su parte en su Historia de las dos ciudades plasma mucho de lo anteriormente mencionado. Pero, mientras en San Agustín hay una lucha que implica coexistencia paralela de las dos ciudades, en Otto hay una reinterpretación del modelo.

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SAN AGUSTÍN, La ciudad de Dios, Libro XXII, cap. V, p. 703, v.2. ROLDÁN, Concha, Entre Casandra y Clío. Una Historia de la Filosofía de la historia, p.44. (*) Ordenado Sacerdote Agustino. 8 JIMÉNEZ, J. Demetrio OSA, Prólogo a La ciudad de Dios de San Agustín, Publicado en San Agustín, La Ciudad de Dios, Club de Lectores, Buenos Aires, 2007. (*) Tomado de cf. FLÓREZ, R., Las dos dimensiones del hombre agustiniano, Ediciones Religión y Cultura, Madrid, 1958, pp. 121-123. 9 LÖWITH, Karl. El sentido de la historia, p.194. 7

Así Concha Roldán establece que puede verse en la concepción de Freising un progresivo perfeccionamiento de una humanidad que progresa hacia una edad de oro futura.10 Esto implica que hay un tiempo, el contemporáneo a Otto, en el que ambas ciudades coexisten pero de manera distinta: una se encamina hacia un desarrollo progresivo en detrimento de otra que se retrae hasta que en el fin de la Historia desaparece. (*) De esta manera la acción de los distintos hombres a lo largo de la historia contribuye a un progreso colectivo de la Iglesia. El efecto de las acciones individuales es colectivo. En lo que refiere al acontecer preciso de los hechos históricos dice Benavídez que es mucho más preciso que San Agustín en la identificación que realiza respecto de las distintas épocas. Éstas en el santo africano no tenían más que un significado simbólico y si se quiere pragmático en tanto explicitaban el Plan. Este monje cisterciense afirma entonces que Dios puso en marcha la historia pero el avance de la humanidad necesitará de grandes períodos de tiempo antes de alcanzar la plenitud y perfección.11 Finalmente, el acontecer, en este autor providencialista, habrá de inaugurar en el futuro una edad de oro. Esta estará marcada por la felicidad y el refinamiento y la perfección de la civilización. Aunque el autor afirma no saber el momento de su advenimiento afirma que será un hecho antes de la destrucción del mundo.12 El acontecer histórico es entonces, para Otto von Freising, ese actuar individual de los hombres en la Historia que de manera colectiva contribuye al progreso colectivo de la Ciudad de Dios a través de la Iglesia. La perfección plena puede alcanzarse entonces en la tierra y no requiere el advenimiento segundo de Cristo, el Juicio y la Resurrección de todos los cuerpos; es un estado de desarrollo previo- humano temporal e histórico- a todo aquello.

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ROLDÁN, Concha, Entre Casandra y Clío. Una Historia de la Filosofía de la historia, p.45. (*) Hay pues tres etapas que atraviesan las ciudades y aunque las dos caminan juntas, su sentido es inverso: los antiguos, la creación en la que predomina la ciudad terrena; los tiempos inaugurados por Cristo en los que comienza progresivamente a ganar terreno la Ciudad de Dios (mientras la otra los pierde) y el fin de la historia que implica la derrota definitiva de la ciudad terrena. Manuel Benavídez, op. cit., p.137 y ss. 11 BENAVIDES, Manuel. Filosofía de la historia, p.137. 12 Ibíd. p.138.

La teología de la historia vivió un giro importante, dentro del cristianismo, hacia comienzos del siglo XIV con el abad franciscano Joaquín de Fiore y su Evangelio Eterno. Este término es utilizado por el autor en un sentido más amplio, que el de la interpretación clásica de la Iglesia. Con dicho nombre refiere a un (nuevo) esquema interpretativo espiritual del Antiguo y del Nuevo Testamento en el que establece que en la última etapa de la Historia, la Iglesia no será ya una jerarquía clerical convertida en mundana, sino una comunidad monástica, compuesta por sucesores de San Benito, que curará al mundo en desintegración.13 En el capítulo VI de su Filosofía de la historia, Benavídez14 refiriéndose al misterio de la Santísima Trinidad, y al análisis que de Ésta hace Joaquín de Fiore, establece lo siguiente: tres dispensaciones se producen en tres épocas distintas. En cada una de ellas se manifiesta una de las tres Personas que son en definitiva, los verdaderos sujetos históricos. La primera época, la antigua, fue aquella en la que se reveló el Padre a través de la Antigua Alianza. La humanidad se encuentra en un estadio de desarrollo de infancia. La Ley opera por imposición y el hombre actúa por temor al castigo. Dios Padre es quién guía y legisla el comportamiento de sus hijos. La segunda época es aquella en la que se revela la segunda persona, Cristo. Éste transforma la Ley antigua e inaugura un tiempo de comprensión de la esencia misma de los mandatos divinos que pasan a cumplirse por Amor. Este se manifiesta a través del Amor al prójimo. Gradualmente, este mensaje se propaga a la humanidad toda. De la lucha espiritual que se produce por el predominio de la Segunda Persona es que se da el advenimiento de la Tercera Persona: el Espíritu Santo. Aquí devendrá el fin como reino material, histórico y temporal visto como una verdadera edad de oro. Se trata de la culminación del proceso espiritual que comenzó con la creación del hombre. De esta manera el hombre realizará plenamente el potencial que late en su interior desde su creación.

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LÖWITH, Karl, El sentido de la historia, p. 164. Ibíd. p. 149.

Estas edades acumulativas se encuentran entonces orientadas hacia un fin, y más allá de que este es espiritual, implica una consecuencia material en la que el hombre, que nació perfecto, luego de crecer y madurar, vuelve a la Vida plena. Esta edad acaecerá dentro del tiempo histórico y se caracterizará por una libertad espiritual absoluta y una coexistencia –sin jerarquías- de comunidades monásticas, 15. De esta manera entonces, el acontecer histórico es la esperanza en de una inminente consumación del reino interpretada en clave . En ella la salvación no llegará al final de los tiempos sino dentro del tiempo mismo.16 De más no está aclarar el hecho de que, esta idea de un tiempo lineal y progresivo cuya praxis de realización humana se ancla en el tiempo histórico, es una de las principales fuentes de las que beberán las primeras ideas del milenarismo tradicional. Ciertamente la Iglesia católica y apostólica de Roma condenó como heréticas estas proposiciones. Tendrán gran influencia con el desarrollo del cristianismo.

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ROLDÁN, Concha, Entre Casandra y Clío. Una Historia de la Filosofía de la historia, p.46. BENAVIDES, Manuel. Filosofía de la historia, p.150.

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