El proceso histórico del concepto \"patrimonio cultural de la humanidad\"

July 15, 2017 | Autor: M. Torres Aguilar | Categoría: Patrimonio Cultural, Patrimonio
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Descripción

Aproximaciones al patrimonio cultural Perspectivas universitarias

MontEa E ditorial

Est. 2013, lEón, Guanajuato.

Aproximaciones al patrimonio cultural Perspectivas universitarias

Mtra. Carlota Laura Meneses Sánchez Dr. José de Jesús Cordero Domínguez Dr. Morelos Torres Aguilar DR. Alejandro Mercado Villalobos

MontEa E ditorial

Est. 2013, lEón, Guanajuato.

Título: Aproximaciones al patrimonio cultural. Subtítulo: Perspectivas universitarias. Primera Edición, enero 2015. ISBN: 978-607-96387-6-4 Diseño de forros: Elizabeth Robles. Maquetación y correcciones: Enrique Adrián Martínez López. © 2015, Mtra. Carlota Meneses Sánchez, Dr. José de Jesús Cordero, Dr. Mercado Villalobos, Dr. Morelos Torres Aguilar. Producido con el inanciamiento de la Universidad de Guanajuato. Diseñado e impreso en: MONTEA Editorial S.A. de C.V. Av. Guanajuato No. 1616 Col. Real Providencia, C.P. 37234 León, Guanajuato, México. Tel. 01 (477) 229 13 58 I.D. 62*194271*1 www.editorialmontea.com Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, vendida o transmitida mediante ningún sistema, medio o método electrónico o mecánico (fotocopiado, grabación o cualquier sistema de recuperación y almacenamiento de información), sin el permiso previo por escrito del editor. HECHO EN MÉXICO/PRINTED IN MEXICO, 2015.

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Índice

Introducción

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I. La tendencia de rescate y usufructo de los inmuebles significativos en el Centro Histórico de Guanajuato José de Jesús Cordero Domínguez

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II. La música como necesidad: notas sobre un proyecto en construcción Alejandro Mercado Villalobos

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III. Los espacios culturales como determinantes del patrimonio

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Mtra. Carlota Laura Meneses Sánchez

IV. El proceso histórico del concepto “patrimonio cultural de la humanidad” en un ámbito contemporáneo Morelos Torres Aguilar

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Introducción

Pueden producirse innumerables preguntas, y asimismo proporcionarse incontables respuestas acerca del signiicado, las dimensiones y la trascendencia social del patrimonio cultural, pues se trata de un campo de investigación relativamente reciente, y porque además las orientaciones teóricas, metodológicas y heurísticas que conlleva, constituyen un amplio universo en crecimiento constante. Desde su consolidación como concepto social y epistemológico, el patrimonio cultural se ha presentado necesariamente como una conluencia de distintas perspectivas disciplinarias, pues sólo mediante la interrelación que se produce entre ellas resulta posible explorar las distintas facetas que componen este campo de estudio. De este modo, los especialistas sobre el patrimonio cultural han construido sus instrumentos de investigación desde ámbitos diversos tales como el derecho, la antropología, la historia, el urbanismo, la etnología, la economía, el turismo, la política, la sociología, y diversos estudios en torno a las artes. En concordancia con tal postura interdisciplinar, en este libro se ofrecen, desde las perspectivas del urbanismo, la arquitectura, la música y la historia, cuatro aproximaciones orientadas hacia otros tantos grandes temas patrimoniales: los centros históricos, los espacios culturales, la cultura musical y el concepto mismo de la expresión patrimonio cultural.

10 Así, las investigaciones que componen esta obra profundizan en el complejo entramado del patrimonio cultural a partir de asuntos concretos, localizados en regiones y localidades especíicas, o bien a partir de objetos de estudio más generales, tales como los conceptos y las ideas. En el primer caso, José de Jesús Cordero analiza una tendencia notable del México actual, que tiene lugar en poblaciones con valor patrimonial, y en particular en la ciudad de Guanajuato, consistente en “rescatar inmuebles de valor patrimonial para cambiar su uso y partido arquitectónico”. Dicha tendencia, que proviene de la iniciativa privada y que posee un marcado carácter comercial, es acompañada por los planes y proyectos urbanísticos de las autoridades locales, que de acuerdo con Cordero consisten en “el empleo de recursos públicos para digniicar calles, plazas mobiliario urbano e iluminación de los inmuebles signiicativos para los habitantes y turistas con el propósito de dotar de la escenografía perfecta a la preservación del patrimonio arquitectónico, y a su usufructo”. De esta manera, la investigación de Cordero examina las consecuencias de la resigniicación de los inmuebles patrimoniales, con base en motivos comerciales, y se fundamenta en datos históricos, económicos, legales, urbanísticos, sociales, turísticos y políticos. En el análisis de este autor destaca la crítica a posturas adoptadas por ciertos sectores de la sociedad durante las primeras décadas del siglo XXI en la ciudad de Guanajuato, tales como la mercantilización y el consumismo, ya que ambas afectan el propósito de preservación del patrimonio cultural de esta localidad. Por su parte, el trabajo de Alejandro Mercado Villalobos analiza “las razones por las cuales la música se convierte en una necesidad colectiva”, y asimismo relexiona sobre la función social que ha tenido esta arte en ciertos períodos de la historia mexicana, en particular durante el siglo XIX y a comienzos del siglo XX. Para ello, el autor parte de la metodología característica de la investigación histórica, y destaca ciertos hechos y momentos de la historia en

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nuestro país en los cuales se fue consolidando la identidad cultural de una música propia de carácter nacional y popular. En particular, Mercado examina los actos públicos ligados al arte musical, tales como desiles, iestas cívicas y festejos, gracias a los cuales se consolidaron determinados lugares de las poblaciones como “espacios de festejo colectivo”, generalmente por ser centros de reunión social: “plazas mayores y menores, portales, kioscos, calles principales, jardines y hasta zonas arboladas, espacios en los que a su vez se acordaron por unanimidad colectiva, modos de diversión especíicos, como las audiciones y serenatas con músicas de viento, o conciertos al aire libre o en el espacio del teatro o algún patio de escuelas públicas, con orquesta típica; en este tipo de eventos solían incluirse piezas literarias, por lo que la música y la literatura signiicaron dos artes unidas en un solo escenario, lo cual fue común en el México de la segunda mitad del siglo XIX.” De acuerdo con Mercado, durante el siglo XIX “el festejo patrio favoreció la re-signiicación del espacio público, que tomó un nuevo sentido en el proceso de construcción de una identidad nacionalista, a la par de otro proceso que también pudo darse, relacionado con el fortalecimiento de los vínculos entre los distintos sectores sociales.” Podemos considerar asimismo que este hecho se consolidó también a lo largo del siglo pasado, sobre todo tras el período de la Revolución Mexicana, cuando el grupo político dirigente, derivado de ésta, requirió de la legitimación aportada por diversos procesos, símbolos y actos sociales, dentro de los cuales los procesos culturales cobraron una gran importancia. Por lo anterior, el trabajo de Carlota Meneses Sánchez se liga en cierto sentido con el de Alejandro Mercado, en cuanto a que en ambos se relexiona sobre el signiicado y la trascendencia que han tenido la construcción y el funcionamiento de los espacios culturales para la sociedad mexicana. En particular, en el trabajo de Meneses se propone, con base en autores como Švob-Đokić, Garretón, Delgado y Lindón, una deinición propia y especíica de “espacio cultural”: “Los espacios culturales son aquellos constructos de organización de signiicados, deinidos por determinadas cargas

12 simbólicas, a través de prácticas cotidianas ejecutadas por determinados actores sociales en un contexto de memoria colectiva”. Con base en esta deinición, la autora propone que “las diferentes prácticas en los espacios culturales son las que deinen las características de los propios espacios y sus actores sociales, con lo cual pueden éstos ser identiicados dentro de la ciudad histórica”. A partir entonces de acciones tan sencillas como caminar, como beber un café, como citarse a comer en determinado restaurant, como conversar en determinado lugar, se generan rutas, costumbres, hábitos y tradiciones que contribuyen a resigniicar determinados espacios citadinos, en los cuales se van generando paulatinamente redes de sociabilidad que enriquecen, desde el ámbito de la cultura, la vida social de determinada colectividad. El trabajo de Meneses muestra inalmente el estrecho vínculo existente entre el patrimonio cultural y la memoria colectiva, pues airma: “si la sociedad mantuviera la memoria colectiva de aquellas prácticas culturales desarrolladas en tiempos pasados, considero que no habría tanta destrucción del patrimonio”. Por último, el trabajo de Morelos Torres Aguilar pretende analizar, de manera sucinta, el proceso histórico mediante el cual fue siendo construido el concepto de “patrimonio cultural de la humanidad”, desde la antigüedad hasta el mundo actual. Para ello, el autor muestra de qué manera se fue transformando dicho concepto a través del tiempo, y cómo las distintas sociedades y las distintas épocas por las que han atravesado las colectividades humanas han aportado determinadas ideas para la consolidación de dicho concepto. Así, la aprobación de las convenciones para la protección del patrimonio cultural material e inmaterial por parte de la UNESCO, en 1972 y 2003, respectivamente, es vista como el resultado de un largo proceso de relexión de la humanidad, y en particular de sus sectores ilustrados, sobre el propio concepto, y sobre la trascendencia social que puede tener éste para el desarrollo, la conciencia y la esperanza de la humanidad en su conjunto.

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Torres concluye en la parte inal de su trabajo: “el concepto de patrimonio cultural constituye no sólo una oportunidad económica y un proyecto social –tal como ha sido percibido en programas de gobierno nacionales e internacionales-, sino una de las escasas vías para que los seres humanos sigan conservando, precisamente, su humana condición”. En suma, las cuatro diferentes propuestas que constituyen este libro, Aproximaciones al patrimonio cultural. Perspectivas universitarias, ofrecen visiones integradoras sobre este amplísimo campo de investigación, y tratan de impulsar, desde el ámbito universitario, la relexión acerca de la herencia cultural que las generaciones precedentes han legado a la sociedad contemporánea.

Morelos Torres Aguilar, diciembre de 2014

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El proceso histórico del concepto “patrimonio cultural de la humanidad” en un ámbito contemporáneo

Morelos Torres Aguilar

Introducción La idea sobre la existencia de un “patrimonio cultural” es antigua. Sin embargo, fue hasta la segunda mitad del siglo XX que diversos estados y organizaciones internacionales comenzaron a deinirla de manera precisa, y a mencionar formalmente la necesidad de preservar y proteger dicho patrimonio. En 1954, por ejemplo, se irmó en La Haya la Convención sobre la Protección de los Bienes Culturales en caso de conlicto armado; en 1959, a propósito de la construcción de la Presa de Asuán, se organizó una campaña internacional para salvar el conjunto arqueológico de Abú Simbel en Egipto; y a lo largo de los años 60 del siglo pasado, se organizaron diversas iniciativas para proteger y preservar tanto los paisajes naturales como los sitios históricos mundiales. Pero fue hasta 1972 que la humanidad en su conjunto, representada por la UNESCO, determinó darle a dicho concepto un fundamento plenamente legal, mediante la irma de la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural. A partir de ese momento y hasta la fecha, el

96 concepto de “patrimonio cultural de la humanidad” se ha ido enriqueciendo y profundizando, alimentado por los nuevos descubrimientos arqueológicos, arquitectónicos e históricos, por el trabajo de campo de diversos especialistas, tales como antropólogos y etnomusicólogos, y en general por la continua actividad de la investigación multidisciplinaria en la materia. Una consecuencia directa de este proceso ha sido el crecimiento de la lista de sitios considerados “patrimonio cultural de la humanidad”. Y de la misma manera, la UNESCO ha reconocido como patrimonio cultural no sólo las ciudades, las trazas urbanas, los centros históricos y las construcciones, sino “los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas… Que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural”, es decir las prácticas y tradiciones reconocidas en la “Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial”, de 2003. Como fruto de esta convención, ha sido publicada la “Lista del patrimonio cultural inmaterial”, la cual se compone de “elementos del patrimonio cultural inmaterial que los comunidades y los Estados Partes consideran que necesitan medidas de salvaguardia urgentes para asegurar su transmisión” (UNESCO, 2014: párr. 2). El capítulo analiza el proceso de construcción y modiicación del concepto de “patrimonio cultural”, a través de diversos períodos históricos, y en particular en el mundo contemporáneo, a la luz de los acuerdos logrados en las instituciones mundiales dedicadas a la cultura, y de los documentos generados por éstos.

El concepto de “patrimonio cultural” En principio, cabe señalar que existe un amplio volumen de trabajos que describen el proceso histórico mediante el cual fue construida la noción y explicitada la función del patrimonio cultural

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en determinados países, regiones y culturas. Gracias a ellos, podemos conocer semejanzas y diferencias, paralelismos e inluencias mutuas que se dieron en torno a dicha noción con el paso del tiempo. A la luz de estos trabajos, se puede considerar que el camino de los estudios regionales, nacionales o macrorregionales sobre la historia del patrimonio cultural ha sido una vía pertinente, mediante la utilización del método comparativo, para el conocimiento del proceso histórico global del mismo. En todo caso, serían deseables iniciativas aglutinantes, tanto de investigación como de divulgación, que congregaran en forma sistemática a la mayoría de dichos estudios, con el propósito de evitar que en la práctica académica, ocurrieran fenómenos tales como el relativismo, los anacronismos, el desconocimiento, y el aislamiento intelectual. Ahora bien, en cuanto a la elaboración de estudios más generales de carácter histórico sobre las transformaciones que ha sufrido el concepto de “patrimonio cultural” en el mundo a lo largo de los siglos, contamos con las investigaciones de Josué Llull, Antonio Ariño, Ignacio Casado e Italo Carlo Angle,1 entre otros, mientras que autores como Sabine Forero y Rosario Huerta han abordado también el asunto, aún desde su análisis de temas patrimoniales en localidades concretas. En particular, el trabajo de Josué Llull representa una relexión sucinta sobre la construcción histórica del concepto de patrimonio cultural, mediante la cual se ofrece una interpretación sobre la forma en que dicho concepto se ha ido modiicando con el paso del tiempo. Sin embargo, cabe señalar que sólo constituye un apunte, una de las primeras aproximaciones sobre el tema, ya que no existen aún trabajos suicientemente amplios, documentados y de amplio aliento, que examinen en forma profunda la historia del patrimonio cultural como un conjunto global de actividades 1 Angle considera que el patrimonio histórico-artístico es un concepto construido en 2.000 años de historia, que se ha ido ampliando y enriqueciendo a medida que digería y asumía nuevos contenidos, es decir, nuevos objetos de cultura y arte.

98 humanas, y como una red de relaciones de sociabilidad que implicó, en el siglo XX, acciones y posturas asumidas en innumerables foros internacionales que dieron origen a una serie de discusiones, de acuerdos e incluso de discrepancias entre diversos pueblos, estados y gobiernos del mundo. En su obra, Llull señala en un principio que el concepto de “patrimonio cultural” resulta un tanto engañoso, pues aunque aparentemente parece fácil conocer el signiicado del término, en realidad esto representa una tarea compleja. Para vencer dicha diicultad, el autor catalán propone que el patrimonio cultural sea deinido como “el conjunto de manifestaciones u objetos nacidos de la producción humana, que una sociedad ha recibido como herencia histórica, y que constituyen elementos signiicativos de su identidad como pueblo”, pues explica que “tales manifestaciones u objetos constituyen testimonios importantes del progreso de la civilización y ejercen una función modélica o referencial para toda la sociedad”. Llull engloba dentro de su deinición a los bienes culturales de carácter histórico y estético, pero también a “los de carácter archivístico, documental, bibliográico, material y etnográico, junto con las creaciones y aportaciones del momento presente y el denominado legado inmaterial” (Llull, 2005: 181). La mayoría de los autores coincide en que el concepto debe ser analizado desde una amplia perspectiva interdisciplinar, y por eso lo estudian desde la antropología, el derecho, la historia y la educación. Así, Olaia Fontal ofrece desde esta última disciplina cuatro claves sumamente útiles para comprender el concepto de patrimonio, que de acuerdo con esta autora, puede ser concebido como propiedad en herencia, como producto de una selección, como sedimento de la parcela cultural, o bien como conformador de identidad. En el primer caso, Fontal retoma la propuesta de Ballart, por la cual el legado cultural “-es decir, el patrimonio cultural que se hereda por transmisión humana- es una manera de mantener en contacto una generación con la siguiente”. En esta acepción,

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el patrimonio es entendido como “un complejo que puede ser captado, simbólicamente, a partir de procesos comunicativos” (Fontal, 2003: 31, 34). En cambio, el patrimonio también puede ser concebido como “selección”, pues si bien está integrado por un conjunto de bienes y valores procedentes de determinada cultura, cuando se le considera desde el punto de vista legal, o desde el ámbito de la historia; “no incluimos todos los bienes y valores culturales, sino una selección de ellos, dependiendo de unos criterios que varían según qué disciplinas, según qué contextos y según qué épocas”, y con ello se abre el espacio a la discusión sobre la “signiicatividad cultural”, sobre qué bienes merecen perdurar, y cuáles otros no (Fontal, 2003: 35). En cuanto al patrimonio enunciado como “sedimento de la parcela cultural”, esta categoría se desprende del hecho de considerar que el patrimonio es un “residuo que cada momento cultural [procedente de la selección descrita en el inciso anterior] ha ido depositando y que, en determinado momento, puede servir como indicio para reconstruir ese pasado cultural”. Para esta acepción, es importante considerar que el patrimonio no es sólo un conjunto de bienes, “sino también y muy importante, una agrupación de valores” (Fontal, 2003: 39). Por último, Fontal retoma la propuesta de Ortega, según la cual el patrimonio es entendido como “un instrumento de la identidad colectiva que subraya lo propio frente a lo ajeno, de un modo no necesariamente excluyente, sino empático”. De acuerdo con lo anterior, “gran parte de lo que somos no es tanto la consecuencia de los grandes acontecimientos, sino una historia menor, colectiva, de las actividades, los trabajos, las relaciones sociales o creencias de nuestra vida cotidiana y es todo aquello lo que deine nuestra herencia histórica y nuestra identidad colectiva presente” (Fontal, 2003: 39).

100 El concepto de patrimonio cultural como objeto histórico Desde el punto de vista de la historia, la noción de patrimonio tuvo, desde los orígenes del término, una estrecha vinculación con un sentido económico, de riqueza personal o familiar. Llull recuerda que las maneras de conseguir objetos considerados como “patrimonio” incluían “viajes de exploración, intercambios comerciales, relaciones diplomáticas” y sobre todo guerras, cuyos productos inales consistían en botines que consolidaban propiamente el patrimonio de los jefes políticos o militares (Llull, 2005: 182). De este modo, en sus orígenes, la noción de patrimonio estuvo estrechamente relacionada con la idea de posesión, e incluso con la costumbre de ostentar prestigio, poder y riqueza. Por eso los bienes patrimoniales en las grandes civilizaciones de Occidente, es decir los tesoros de los reyes y los jefes militares, consistían sobre todo en joyas, en telas lujosas o bien en objetos elaborados con metales como el oro y la plata, e incrustados de piedras preciosas. A pesar de este evidente predominio del signiicado económico y ornamental del término, desde la época de apogeo de las grandes civilizaciones de Oriente se entendía ya, de forma implícita, que el usual camino de la guerra implicaba para las naciones, los ejércitos y los gobiernos, una ominosa disyuntiva: vencer, y con ello conservar e incluso difundir la propia cultura, o ser derrotado, y con ello, renunciar a tener una cultura propia, ya que muchas veces los vencedores no se conformaban con apropiarse de las riquezas de los vencidos, sino que les imponían sus propias costumbres, su lengua y sus tradiciones. El patrimonio fue entendido así, en la época de las civilizaciones de China, Mesopotamia, Egipto o Grecia, como un tesoro propio, enriquecido con el botín logrado merced a las victorias militares. Los bienes que componían ese tesoro no eran

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guardados con un orden determinado, ni solían ser escogidos por su valor estético, sino por su importancia económica. Fue hasta el período helenístico, con los reyes de la dinastía Atálida de Pergamo, que los objetos del tesoro comenzaron a ser organizados “en virtud de su valor artístico intrínseco, por encima de los acostumbrados criterios utilitarios o económicos” (Llull, 2005: 183). De ahí surgió la noción de colección; la idea de organizar y presentar los objetos de acuerdo con su valor estético, dentro de la cual podemos entender la construcción de la Biblioteca de Pérgamo, cuyo tesoro estaba constituido por obras literarias, y predominantemente ilosóicas. Asimismo, con Atalo I surge por primera vez una orientación del patrimonio que ahora llamaríamos “arqueológica”, pues este monarca emprendió una campaña de búsqueda de los restos de la Grecia clásica. Más tarde, en la cultura romana fue acuñado el concepto de “buen gusto”, que ha acompañado de manera cercana a las manifestaciones y culturales desde entonces. Éste estaba relacionado con la copia del canon y con la posesión de objetos artísticos provenientes de la cultura griega, pues los romanos reconocían en ésta una civilización superior a la cual pretendían imitar en el orden estético. Winckelmann rememora al respecto la frase que alguien pronunció respecto a Homero: “El único camino que nos queda a nosotros para llegar a ser grandes… Es el de la imitación de los antiguos” (Winckelmann, 1999: 80). Al mismo tiempo, ya en la época de Roma se inició una costumbre que perdura hasta nuestros días: el tráico o adquisición y venta de objetos artísticos, en particular provenientes del ámbito griego; asimismo, se producían ya copias o imitaciones del modelo original. Por eso, Llull considera que en esa época el concepto de patrimonio poseía un signiicado pedagógico, pues enseñaba, a partir de un modelo antiguo o anterior como el griego, los cánones estéticos, es decir, representaba aquello que debía ser considerado como “bello”.

102 Pero los romanos aportaron también una iniciativa que resultaba natural como consecuencia del signiicado pedagógico del patrimonio: la exhibición pública de los objetos artísticos. Se tiene referencia de que Julio César o Asinio Pollión exhibieron sus propias posesiones, es decir su patrimonio, al público. Y Marco Agripa propuso que la riqueza contenida en los templos fuera mostrada a la gente. Más tarde, durante la Edad Media, el patrimonio de la Iglesia estuvo constituido, en buena medida, por objetos antiguos, que eran resguardados y también mostrados a los feligreses, por ejemplo en la liturgia o en las ceremonias. En particular, la iglesia se caracterizó no sólo por realizar un permanente acopio de obras de arte tales como esculturas, pinturas o diversos objetos de orfebrería, sino por la adquisición, la conservación y la exhibición de reliquias, las cuales tenían un valor eminentemente religioso. En el ámbito civil, los monarcas, las cortes y los nobles adquirieron la costumbre de acopiar aquellos bienes que les parecían atractivos o maravillosos. Schlosser recuerda, por ejemplo, la Cámara de Maravillas del rey Carlos V de Francia (Schlosser, 1988: 132). Por el valor económico que caracterizaba a tales bienes, estos recintos solían encontrarse resguardados en lugares inaccesibles de los castillos. Esta caracterización coleccionista del patrimonio fue desarrollada aún más durante el Renacimiento, época en la cual todos los reyes se preciaban de poseer no sólo vastos conjuntos de objetos artísticos, sino incluso a los propios creadores o productores de éstos, los artistas que formaban parte del patrimonio de las casas reales o de la nobleza, bajo la igura del mecenazgo. De esa época datan las notables cámaras de maravillas de Francesco I de Médici y de Vicente Juan de Lastanosa. Asimismo, durante este período se comenzaron a valorar de modo muy notable los monumentos, con lo cual la época se caracterizó por su capacidad de rememoración histórica (de hecho, recuerda Llull, la palabra monere, de la que procede el término

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monumento, signiica en latín precisamente “recordar”). Del mismo modo, se constituyeron tertulias de intelectuales, escritores y artistas que en el siglo XVII comenzaron a ser llamadas “academias”. Éstas fueron determinantes para la exaltación de los principios y valores de la cultura clásica grecolatina como aspiración en el campo de las artes, y asimismo, según Nikolaus Pevsner, cumplieron una función de protección, estudio, catalogación y divulgación de los monumentos grecolatinos. A esto se debe que la noción de “patrimonio” se limitara a los vestigios de la cultura clásica durante mucho tiempo, pues como sabemos, el Renacimiento ejerció una inluencia notable en el campo de las artes en los períodos posteriores. Federico García sitúa en el Manierismo el momento en que se reunieron las circunstancias que posibilitaron la fundación de los museos: [...] la formación del coleccionismo; el desarrollo de un mercado constituido por buscadores de piezas artísticas… el desarrollo de unos tratados que constituyen el soporte teórico para la clasiicación y valoración de las obras; y el establecimiento en grandes ediicios –suntuosos palaciosde estas colecciones, que todavía tenían un carácter privado y exclusivo. (García, 2000: 51)

Posteriormente, con el movimiento político, intelectual y cultural de la Ilustración, las élites se interesaron vivamente en la cultura y valoraron de manera destacada el patrimonio histórico. La importancia que se le dio en ese entonces a la cultura fue tan grande, que ésta fue aceptada como una forma de ascenso y de prestigio social. De acuerdo con Llull, durante la época de la Ilustración el museo dejó de ser un almacén de antigüedades y objetos curiosos, para dar paso a un propósito de divulgación. Coincide con ello García, pues airma que “la Revolución Francesa fue la que implantó el principio social que comportó el tránsito de las colecciones privadas a los museos públicos” (García, 2000: 52).

104 En particular, durante los años este movimiento social los tesoros de la Iglesia, la monarquía y la aristocracia, fueron entregados al Estado democrático, a consecuencia de lo cual el Louvre fue creado como el primer Museo Nacional de Europa, en 1793, como lo resalta Francisca Hernández: “las causas de su creación se deben al coleccionismo monárquico, a la labor cientíica de los hombres de la Ilustración y a la acción moralizadora de la revolución” (Hernández, 1994: 25). La visión de la Ilustración, y en particular de la Revolución Francesa, muestra un cambio en el concepto del patrimonio, pues éste dejó de ser considerado como un bien privado, y se convirtió en un bien público. Muchos objetos artísticos dejaron los recintos en los castillos y los palacios, y fueron nacionalizados para ponerlos al servicio de la colectividad. A partir de entonces, recuerda Llull, “los bienes culturales se consideraron elementos signiicativos del acervo cultural de la nación”, si bien los bienes culturales seguían siendo aún accesibles sólo para una minoría aristócrata y burguesa. La importancia que tuvo la Ilustración para la conformación moderna del concepto del patrimonio cultural fue decisiva, de acuerdo con autores como Ignacio Casado o Sabine Forero. Para Casado, la renovación de dicho concepto provino de dos grandes corrientes surgidas en esa época, el historicismo y el nacionalismo. La aportación de la primera de ellas consiste en su explicación del presente como el último eslabón de un largo proceso evolutivo, por lo que propone la existencia de una armonía entre las prácticas culturales y los modelos políticos, ideológicos y religiosos. Por su parte, el nacionalismo pretende reconstruir y fortalecer la historia de la nación, debido a que el estado liberal burgués constituye a ésta como “unidad indivisible, basada en la raza, la lengua y la misma historia”. Al buscar en la historia un sentimiento de unidad nacional, fundamentado en valores como “el sentimiento cristiano, el heroísmo, la libertad y el patriotismo”, se acude al patrimonio, que “viene a ser un instrumento más en esa búsqueda de identidad nacional”, y para el cual “los monumentos se constituyen en

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símbolos del espíritu del pueblo” (Casado, 2009: 2). Así, el movimiento patrimonialista característico del moderno estado liberal del siglo XIX se caracteriza por su interés en la restauración de los ediicios antiguos, pues se valora “el legado o herencia transmitido por las sociedades precedentes”. Este proceso restaurativo, característico del romanticismo como corriente artística e ideológica, se basa en lo que Llorenc Prats llama “fuentes de autoridad extraculturales, esenciales y por tanto inmutables”: la naturaleza, la historia y la inspiración creativa, es decir el genio (Prats, 1997: 27). Forero coincide con Casado. Primero destaca el papel pionero que jugó Francia en la conformación del concepto de patrimonio cultural, en especial en dos momentos “bien precisos y agitados de su historia: durante la revolución de 1789, y después de las jornadas de julio de 1830”, y luego considera el año de 1792 como el momento en que fue utilizada por vez primera “de manera pública la metáfora sucesoria para designar las posesiones materiales de un pueblo entero, y llamar la atención sobre su necesaria conservación por parte del Estado”. Forero encuentra dos causas de esta marcada tendencia: la multiplicación de los actos de vandalismo, por una parte, y el embargo de los bienes de la nobleza y el clero, por la otra (Forero, 2007: 274). La autora también pondera el valor del nacionalismo como parte primordial del nuevo signiicado del patrimonio cultural. Ahora bien, en la instauración del cargo de Inspector de monumentos históricos y del Comité de trabajos históricos en Francia, Forero considera que coinciden motivos políticos, cientíicos y estéticos, a partir de los cuales se coniere al vestigio arquitectónico “a la vez un valor cognoscitivo (es un documento histórico) y un valor estético o sensible (es un objeto conmovedor que atestigua el paso del tiempo” (Forero, 2007: 274). El ejemplo de Francia cundió tanto en Europa como en América, de modo que en ambos continentes fueron creadas oicinas y comisiones de inspección de monumentos históricos,

106 con el propósito de defender éstos últimos de los planes de renovación urbana que María Luisa Lourés asocia con el inicio y el desarrollo de la Revolución Industrial. En efecto, la impresionante renovación urbana llevada a cabo por Haussmann en París entre 1852 y 1870 dio origen a la postura crítica de los sectores ilustrados de la población, quienes entendieron que los centros históricos de las ciudades corrían peligro, debido a la apertura de nuevas calles, boulevares y avenidas (Lourés, 2001: 142). Debido a lo anterior, en la segunda mitad del siglo XIX, el concepto de “monumento histórico” fue modiicado para dar lugar al de “patrimonio cultural”, el cual comenzó a ser utilizado en forma defensiva para dar un fundamento a la propuesta de preservar y restaurar los ediicios, la traza urbana y los monumentos que constituían el patrimonio histórico de las ciudades y de sus habitantes.

El concepto de “patrimonio cultural” durante el siglo XX En el siglo XX, debido a diversas causas sociales, económicas y políticas, tales como las grandes y devastadoras guerras mundiales, la creciente interdependencia inanciera y comercial entre los estados, así como el avance de la democracia como sistema de gobierno en Europa, el concepto de patrimonio cultural abandonó las fronteras nacionales y se convirtió por primera vez en una idea de carácter universal o multilateral. Ya en la Carta de Atenas, sobre la Conservación de Monumentos de Arte e Historia, realizada como conclusión de la Conferencia Internacional de Atenas, en 1931, se percibe esta idea de que el patrimonio constituye un bien supranacional:2 2 Catorce años antes de la fundación de la ONU y quince antes de la creación de la UNESCO.

Aproximaciones al patrimonio cultural 107 La conferencia, convencida de que la conservación del patrimonio artístico y arqueológico de la humanidad, interesa a todos los Estados defensores de la civilización, desea que los Estados se presten recíprocamente una colaboración cada vez más extensa y concreta para favorecer la conservación de los monumentos artísticos e históricos… (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 133)

Aún cuando en ese entonces existían ya organizaciones intergubernamentales referidas a la cultura, tales como la Oicina Internacional de Museos y la Comisión Internacional de la Cooperación Intelectual, resultaba difícil conciliar el derecho patrimonial de la colectividad con el interés privado, y por ello la Carta maniiesta le necesidad de que los propietarios realicen algunos sacriicios en pro del interés general. De cualquier modo, sus acuerdos consistieron en pedir que todos los Estados publicaran un “inventario de los monumentos históricos nacionales, acompañado por fotografías y notas”, y se pedía que cada Estado creara un archivo para conservar los monumentos relativos a los propios documentos. El siguiente acuerdo importante que tuvo lugar en la materia entre las naciones del mundo tuvo que esperar veintitrés años: la Convención para la Protección de los Bienes Culturales en Caso de Conlicto Armado y su Reglamento, aprobada en La Haya en mayo de 1954. Aunque no se trata del primer documento en su tipo,3 su importancia radica en que establece una deinición muy extensa y descriptiva sobre el concepto de “bienes culturales”: Los bienes muebles o inmuebles, que tengan una gran importancia para el patrimonio cultural de los pueblos, tales como los monumentos de arquitectura, de arte o de historia, religiosos o seculares, los campos arqueológicos, 3 Documentos similares fueron acordados en las convenciones de la Haya, de 1899 y 1907, y en el Pacto de Washington de 1935.

108 los grupos de construcciones que por su conjunto ofrezcan un gran interés histórico o artístico, las obras de arte, manuscritos, libros y otros objetos de interés histórico, artístico o arqueológico, así como las colecciones cientíicas y las colecciones importantes de libros, de archivos o de reproducción de los bienes antes deinidos […] (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 19)

La Convención también protegía ediicios tales como museos, bibliotecas y archivos, y asimismo los “centros monumentales” de las poblaciones, porque se consideraba que comprendían “un número considerable de bienes culturales”. Aunque fueron aprobadas diversos documentos multilaterales referentes a temas patrimoniales a lo largo de los años cincuenta y sesenta,4 tal vez uno de los acuerdos más relevantes de la época fue la llamada Carta de Venecia, o Carta Internacional para la Conservación y la Restauración de Monumentos y Sitios, de 1964. En ésta, se considera que: La noción de monumento histórico comprender la creación arquitectónica aislada, así como el conjunto urbano o rural que da testimonio de una civilización particular, de una evolución signiicativa, o de un acontecimiento histórico. Se reiere no sólo a las grandes creaciones, sino también a las obras modestas que han adquirido con el tiempo una signiicación cultural. (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 137) 4 Se trata de acuerdos sobre temas precisos, como por ejemplo la Recomendación que Deine los Principios Internacionales que deberán aplicarse a las Excavaciones Arqueológicas [Nueva Delhi, 1956], la Recomendación sobre los Medios más Eicaces para Hacer los Museos Accesibles a Todos [París, 1960], la Recomendación sobre la Protección de la Belleza y del Carácter de los Lugares y Paisajes [París, 1962], y la Recomendación sobre las Medidas Encaminadas a Prohibir e Impedir la Exportación, Importación y la Transferencia de Propiedad Ilícita de Bienes Culturales [París, 1964], entre otros.

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De este modo, los estados integrantes de la UNESCO destacan tanto el valor artístico como histórico del monumento, al considerar que éste cumple con una función social, y describen claramente los lineamientos aplicables de conservación y restauración, que de acuerdo con el documento deben ir acompañados de “la elaboración de una documentación precisa, en forma de informes analíticos y críticos, ilustrados con dibujos y fotografías”, la cual será depositada “en los archivos de un organismo público y puesta a disposición de los investigadores” (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 139). Tres años después de la irma de la Carta de Venecia, en 1967, los jefes de estado de América llegaron a un acuerdo al que llamaron escuetamente Normas de Quito, y el cual es importante porque en él se deine tanto la relación entre patrimonio y turismo, como el concepto de “puesta en valor”. Como se verá, este término resulta determinante para comprender la noción moderna de “patrimonio cultural”, entendido ya dentro de la esfera económica internacional, y como parte integrante de los planes de desarrollo de las naciones involucradas. En primer lugar, en la introducción del documento se habla de “la existencia de una situación de urgencia que reclama la cooperación interamericana”; pero además, se acepta “implícitamente que esos bienes del patrimonio cultural representan un valor económico y son susceptibles de erigirse en instrumentos del progreso”. En este mismo sentido, se menciona también “el acelerado proceso de empobrecimiento que vienen sufriendo la mayoría de los países latinoamericanos como consecuencia del estado de abandono e indefensión en que se encuentra su riqueza monumental y artística”. En el documento se precisa que “todo monumento nacional está implícitamente destinado a cumplir una función social”, y para hacer valer esta aseveración, se asegura que corresponde al Estado “hacer que la misma prevalezca y determinar […] la medida en que dicha función social es compatible con la propiedad privada y el interés

110 de los particulares (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 409). Sin embargo, el acuerdo es tan sombrío como realista, pues admite que “gran parte de este patrimonio se ha arruinado irremediablemente en el curso de las últimas décadas o se encuentra hoy en trance inminente de perderse”. Asimismo, se expone que: [...] gran número de ciudades de Iberoamérica que atesoraban en un ayer todavía cercano un rico patrimonio monumental, muestra evidente de su pretérita grandeza, templos, plazas, fuentes y callejas que en conjunto acentuaban su personalidad y atractivo, han sufrido tales mutilaciones y degradaciones en su peril arquitectónico, que lo hacen irreconocible. Todo ello en nombre de un malentendido y peor administrado progreso urbano. (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 410)

Y aún se aclara que “la razón fundamental de la destrucción… radica en la carencia de una política oicial capaz de imprimir eicacia práctica a las medidas proteccionistas vigentes y de promover la revalorización del patrimonio monumental en función del interés público y para beneicio económico de la Nación”. Otra de las causas que se señala para el deterioro patrimonial es el proceso de acelerado desarrollo de la región, cuyas características “alteran y aún deforman el paisaje, borrando las huellas y expresiones del pasado” (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 410). Ahora bien, en el documento se propone una solución conciliatoria para un problema tan agudo. Para ello, se indica que “la defensa y valoración del patrimonio monumental y artístico no contraviene… Una política de regulación urbanística cientíicamente desarrollada”. Y para apoyar esta tesis, se cita un párrafo del Informe Weiss, elaborado en 1963 por la Comisión Cultural y Cientíica del Consejo de Europa: “es posible equipar a un país sin desigurarlo; de preparar y servir al porvenir sin destruir el pasado. La elevación del nivel de vida debe limitarse a la

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realización de un bienestar material progresivo; debe ser asociado a la creación de un cuadro de vida digno del hombre” (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 411). Para fundamentar esta postura que pretende conciliar el progreso material y el patrimonio cultural, se expresa en el documento: “los monumentos de interés arqueológico, histórico y artístico constituyen también recursos económicos al igual que las riquezas naturales del país”. De lo que se trata entonces es de “procurar el mejor aprovechamiento de los recursos monumentales de que se disponga, como medio indirecto de favorecer el desarrollo económico del país” (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 412). En concordancia con los propósitos antedichos, se emplea el término “puesta en valor”: [...] poner en valor un bien histórico o artístico equivale a habitarlo en las condiciones objetivas y ambientales que, sin desvirtuar su naturaleza, resalten sus características y permitan su óptimo aprovechamiento. La puesta en valor debe entenderse que se realiza en función de un in trascendente […] contribuir al desarrollo económico de la región”. (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 412)

En síntesis, la puesta en valor del patrimonio monumental y artístico implica “una acción sistemática, eminentemente técnica dirigida a utilizar todos y cada uno de esos bienes conforme a su naturaleza, destacando y exaltando sus características y méritos hasta colocarlos en condiciones de cumplir la nueva función a que están destinados”. Parte de la importancia que tiene el concepto de “puesta en valor” reside en que el monumento o bien revalorado posee una zona de inluencia que es reconocida por el documento: “La puesta en valor de un monumento ejerce una beneiciosa acción que se releja

112 sobre el perímetro urbano en que éste se encuentra emplazado y aún desborda esa área inmediata, extendiendo sus efectos a zonas más distantes”. Por ello, “en la medida en que un monumento atrae la atención del visitante, aumentará la demanda de comerciantes interesados en instalar establecimientos apropiados a su sombra protectora”: sin embargo, también se precisa que dicho fomento a la iniciativa privada no debe desnaturalizar el lugar, y hacerlo perder “las inalidades primordiales que se persiguen” (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 413). Las Normas de Quito pretenden, entonces, conciliar el concepto de patrimonio cultural o monumental con el desarrollo económico de los países americanos por medio del instrumento del turismo cultural.

El concepto de patrimonio cultural en dos convenciones clave En los años setenta del siglo pasado, resultaba cada vez más necesaria la realización de un documento que sistematizara muchas de las coincidencias a las que se había llegado en el tema del patrimonio en diversas cartas culturales, declaraciones, recomendaciones, principios, normas, resoluciones, planes de acción, códigos, decisiones, compromisos y memoranda, sin tomar en cuenta diversos convenios bilaterales. Asimismo, experiencias como la de la salvación de los monumentos de Nubia, en particular el sitio arqueológico de Abu Simbel, en 1959, ante la construcción de la Presa de Asuán, advertían sobre los peligros que debía enfrentar el patrimonio cultural cuando su preservación entrase en conlicto con las necesidades sociales de toda una nación. Porque en ese, como en muchos otros casos de disyuntivas extremas, ¿qué decisión debía tomar un gobierno? ¿Salvar el patrimonio a costa del subdesarrollo

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de su población, o cumplir las metas económicas y sociales que ésta exigía, aún a costa de la existencia del propio patrimonio? Como se recordará, en el caso de la Presa de Asuán la comunidad internacional logró conjuntar enormes recursos inancieros, técnicos y humanos para salvar un conjunto de construcciones invaluables, por el hecho de pertenecer a la cultura egipcia del siglo XIII a. C., y debido a su buena conservación. La obra resultante, que consistió en reubicar en un lugar seguro las gigantescas construcciones y esculturas para evitar que fueran cubiertas por el agua de la presa, resultó tan titánica como exitosa. Sin embargo, en otro caso similar, ¿lograría movilizarse a tiempo la comunidad internacional para salvar alguna otra zona de monumentos? Como resultado de los acuerdos alcanzados en las décadas precedentes, la Conferencia General de la UNESCO, en su 17ª reunión celebrada en París entre octubre y noviembre de 1972, suscribió la Convención sobre la protección del patrimonio mundial, cultural y natural. En ésta, se establece por primera vez una deinición muy clara de lo que es considerado como patrimonio cultural. La deinición divide al patrimonio en tres áreas: monumentos, conjuntos y lugares. Los monumentos son: Obras arquitectónicas, de escultura o de pintura monumentales, elementos o estructuras de carácter arqueológico, inscripciones, cavernas y grupos de elementos, que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia… Los conjuntos consisten en: Grupos de construcciones, aisladas o reunidas, cuya arquitectura, unidad e integración en el paisaje les dé un

114 valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia… Finalmente, los lugares son entendidos como: Obras del hombre u obras conjuntas del hombre y la naturaleza así como las zonas, incluidos los lugares arqueológicos que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista histórico, estético, etnológico o antropológico […] (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 62)

La Convención de 1972 se basa en cuatro criterios, mediante los cuales podemos entender el concepto de patrimonio cultural que se postula. El primero de ellos es la urgencia con la que tienen que ser tomadas medidas de preservación del patrimonio cultural, pues se explica que tanto éste como el patrimonio natural: [...] están cada vez más amenazados de destrucción, no sólo por las causas tradicionales de deterioro, sino también por la evolución de la vida social y económica que las agrava con fenómenos de alteración o de destrucción aún más temibles […]

El segundo criterio mencionado es la globalización o mundialización del patrimonio, mediante el cual se apela a la solidaridad de las naciones y sus habitantes para salvar monumentos o conjuntos amenazados, aún cuando no pertenezcan al propio territorio: […] el deterioro o la desaparición de un bien del patrimonio cultural… constituye un empobrecimiento nefasto del patrimonio de todos los pueblos del mundo… las convenciones, recomendaciones y resoluciones

Aproximaciones al patrimonio cultural 115 internacionales existentes en favor de los bienes culturales y naturales, demuestran la importancia que tiene para todos los pueblos del mundo, la conservación de esos bienes únicos e irremplazables de cualquiera que sea el país a que pertenezcan… ciertos bienes del patrimonio cultural y natural presentan un interés excepcional que exige se conserven como elementos del patrimonio mundial de la humanidad entera […]

El tercer criterio consiste en una postura crítica, desde la cual se considera que la protección de ese patrimonio a escala nacional “es en muchos casos incompleto, dada la magnitud de los medios que requiere y la insuiciencia de los recursos económicos, cientíicos y técnicos del país en cuyo territorio se encuentra el bien que ha de ser protegido”. Por último, el cuarto criterio es de carácter operativo o instrumental, y dicta las líneas de acción que es necesario tomar en forma rápida para dar solución a los problemas antes descritos. Dichas líneas son cinco: a) la institución de una política general tendiente a “atribuir al patrimonio cultural y natural una función en la vida colectiva”, y por tanto, un lugar explícito en los programas de gobierno; b) la creación, en cada país, de “servicios de protección, conservación y revalorización del patrimonio cultural y natural, dotados de un personal adecuado”; c) el desarrollo, en cada país, de estudios y de investigación cientíica en la materia; d) la adopción de “medidas jurídicas, cientíicas, técnicas, administrativas y inancieras adecuadas, para identiicar, proteger, conservar, revalorizar y rehabilitar el patrimonio”; y e) “la creación o el desenvolvimiento de centros nacionales o regionales de formación en materia de protección, conservación y revalorización del patrimonio cultural” (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 61). A partir de lo anterior, podemos entender que el concepto de patrimonio cultural planteado en la Convención de 1972 es

116 de carácter funcional, pues retoma elementos de conceptos anteriores, y los articula para lograr el propósito de evitar el deterioro o la desaparición de monumentos, conjuntos y lugares. Dos nociones llaman la atención al interior del concepto de patrimonio cultural presente en la Convención de 1972: primero, que de acuerdo con una tradición defensiva empleada por los organismos culturales a lo largo del siglo XX, es un acuerdo reactivo, que pretende esencialmente “identiicar, proteger, conservar, revalorizar y rehabilitar el patrimonio”, en un entorno que se percibe como sumamente adverso. Y en segundo lugar, a lo largo del documento se menciona la noción de excepcionalidad, la cual se reiere a “bienes únicos e irremplazables”, a monumentos, conjuntos y lugares “que tengan un valor universal excepcional”. Esta noción que pondera lo excepcional, lo irrepetible, lo único, será muy importante no sólo para este documento, sino para la Convención de 2003, a la que nos referiremos enseguida. La Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, aprobada en París durante la 32ª reunión de la Conferencia General de la UNESCO en los meses de septiembre y octubre de 2003, es el resultado de una serie de reuniones multilaterales en las que se discutió ampliamente el tema en el último cuarto del siglo XX. Entre éstas podemos mencionar la Recomendación sobre la Salvaguardia de la Cultura Tradicional y Popular [París, 1989], el Documento de Nara sobre Autenticidad [Japón, 1994], la Carta del Patrimonio Vernáculo Construido [México, 1999], la Declaración de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural [UNESCO, 2001], la Declaración de Estambul [Estambul, 2002] y la Declaración de Budapest sobre la Universalidad [Budapest, 2002]. A su vez, los conceptos vertidos en la Convención de 2003 inluyeron en documentos posteriores, como la Declaración de México sobre la Diversidad Cultural y el Desarrollo [México, 2004], Un Compromiso de las Ciudades y los Gobiernos Locales para el Desarrollo Cultural [Barcelona, 2004], la Convención

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sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales [París, 2005], la Declaración de Tokyo sobre el Papel de los Sitios Sagrados Naturales y Paisajes Culturales en la Conservación de la Diversidad Biológica y Cultural [Tokyo, 2005], y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas [ONU, 2007]. El concepto de “patrimonio cultural” en la Convención de 2003 es sumamente amplio: Se entiende por “patrimonio cultural inmaterial” los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas – junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes– que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana. A los efectos de la presente Convención, se tendrá en cuenta únicamente el patrimonio cultural inmaterial que sea compatible con los instrumentos internacionales de derechos humanos existentes y con los imperativos de respeto mutuo entre comunidades, grupos e individuos y de desarrollo sostenible. (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 106)

Los elementos en que se basa este concepto son, entre otros, “la profunda interdependencia que existe entre el patrimonio cultural inmaterial y el patrimonio material cultural y natural”; los riesgos de deterioro, desaparición y destrucción del patrimonio cultural inmaterial, derivados de “los procesos de mundialización

118 y de transformación social”; el papel que desempeñan las comunidades, en especial los indígenas, en “la producción, la salvaguardia, el mantenimiento y la recreación del patrimonio cultural inmaterial”; la necesidad de “suscitar un mayor nivel de conciencia, especialmente entre los jóvenes, de la importancia del patrimonio cultural inmaterial y de su salvaguardia”; y la existencia previa de programas de la UNESCO relativos al patrimonio cultural inmaterial, tales como “la Proclamación de las obras maestras del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad” (Instituto Nacional de Cultura del Perú, 2007: 105). Sin embargo, el principal motivo para la formulación de la Convención de 2003 fue sin duda la inexistencia de “un instrumento multilateral de carácter vinculante destinado a salvaguardar el patrimonio cultural inmaterial”, sobre todo tras considerar “la inestimable función que cumple el patrimonio cultural inmaterial como factor de acercamiento, intercambio y entendimiento entre los seres humanos”. De esta manera se entiende el llamado a la comunidad internacional que se hace en el documento, a “contribuir, junto con los Estados Partes en la presente Convención, a salvaguardar ese patrimonio, con voluntad de cooperación y ayuda mutua”. Como se puede ver, la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de 2003 es, en cierto modo, complementaria de la Convención de 1972. En principio, cabe señalar que existe una diferencia fundamental entre ambas, pues en 1972 se requería que los bienes culturales a recaudo cumplieran con la condición de tener un “valor universal excepcional”, mientras que en 2003 se ponderan características locales o regionales, en lugar de universales, como el sentimiento de identidad y el reconocimiento comunitario de la existencia de un patrimonio cultural propio. Sin embargo, entre los criterios para aceptar la propuesta para integrar un bien cultural, o de una práctica cultural –según sea el caso- en las respectivas listas del Patrimonio Cultural

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Material o Inmaterial, encontramos al menos uno en el cual coinciden ambas áreas patrimoniales: la excepcionalidad. A partir de dicho criterio, sólo son integrados a dichas listas elementos culturales que muestren una condición única e irrepetible.

En conclusión El concepto de patrimonio cultural es, como todo concepto, un objeto histórico, y como tal, producto de un largo proceso de rupturas entre el pasado y el presente, con su consecuente universo de modiicaciones y continuidades. Los cambios que ha sufrido a lo largo de los siglos han dependido siempre de lo que Herder llamaba “el espíritu de la época”. Así, atravesó unas veces por períodos en los que la cultura era vista como un pálido relejo de los cánones clásicos; otras en que se convertía en posesión de los gobernantes o de la Iglesia; y más tarde, en que representaba el privilegio de las clases acomodadas. La Ilustración y el surgimiento de los estados liberales abrieron la puerta a una nueva noción sobre el patrimonio cultural, en donde éste se constituía en parte fundamental del “espíritu nacional”. Y posteriormente, el concepto signiicó un camino -que mucho tenía de estético- hacia la identidad de las comunidades y la apariencia de las poblaciones. Ya en el siglo XX, el patrimonio cultural representó un recordatorio de aquello que la humanidad no podía perder, aún en medio de la barbarie de la guerra. De ahí el afán defensivo con que el concepto se reviste hasta nuestros días, y que constituye una lucha permanente contra el olvido, contra la ignorancia, contra la indiferencia. Visto de este modo, el concepto de patrimonio cultural constituye no sólo una oportunidad económica y un proyecto social –tal como ha sido percibido en programas de gobierno nacionales e internacionales-, sino una de las escasas vías para que los seres humanos sigan conservando, precisamente, su humana condición.

120 Referencias: Angle, Italo Carlo (1982). Evolución del concepto de patrimonio cultural en Europa. En María Rosa Suárez-Inclán (Coord.), Actas de las I Jornadas de patrimonio histórico artístico (pp. 53-69). Vol. 1. España: Consejo General de Castilla y León. Casado Galván, Ignacio (2009). Breve historia del concepto de patrimonio histórico: del monumento al territorio. Contribuciones a las Ciencias Sociales, noviembre. 1-7. Recuperado de www.eumed.net/rev/cccss/06/icg.htm Fontal Merillas, Olaia (2003). La educación patrimonial. Teoría y práctica en el aula, el museo e internet. España: Ediciones Trea. Forero Mendoza, Sabine (2007). Fotografía y patrimonio. La Misión heliográica de 1851 y la consagración del monumento histórico en Francia. Ería, 73-74, 273-280. García Serrano, Federico (2000). El Museo Imaginado. Base de datos y museo virtual de la pintura española fuera de España. Madrid: Musima / Ministerio de Cultura. Hernández Hernández, Francisca (1994). Manual de Museología. Madrid: Editorial Síntesis. Instituto Nacional de Cultura del Perú (2007). Documentos Fundamentales para el Patrimonio Cultural. Textos internacionales para su recuperación, repatriación, conservación, protección y difusión, Lima: INCP. Lourés Seoane, María Luisa (2001). Del concepto de “monumento histórico” al de “patrimonio cultural”. Ciencias Sociales, 94, (IV), 141-150. Llull Peñalba, Josué (2005). Evolución del concepto y de la signiicación social del patrimonio cultural”. Arte, Individuo y Sociedad, 17, 175-204. Prats, Llorenc (1997). Antropología y patrimonio. Barcelona: Editorial Ariel.

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Aproximaciones al patrimonio cultural. Perspectivas universitarias. Primera edición, enero 2015. ISBN: 978-607-96387-6-4

Esta edición consta de 100 ejemplares.

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