El proceso de transformación corporal de las personas transexuales en tanto que proceso asistencial (The process of corporal transformation of transsexual persons insofar as a care process)

July 24, 2017 | Autor: Jordi Mas Grau | Categoría: Sexuality, Gender and Sexuality, Theories of Gender and Transgender
Share Embed


Descripción

EL PROCESO DE TRANSFORMACIÓN CORPORAL DE LAS PERSONAS TRANSEXUALES EN TANTO QUE PROCESO ASISTENCIAL

Jordi Mas Grau Universidad de Barcelona (UB) [email protected]

1. Introducción. Los procesos de feminización como procesos asistenciales1 En el presente texto se analizarán los procesos de modificación corporal −o procesos de feminización− de las mujeres trans2 en Cataluña. Para ello, nos serviremos de algunos de los conceptos que conforman el andamiaje de la antropología médica y los adaptaremos a la realidad estudiada. Frente al reduccionismo biologicista del paradigma médico, se concebirá la transexualidad como un fenómeno subjetivo, cultural y social. De esta forma, la transexualidad aparecerá como un fenómeno complejo que adquiere significación en un contexto caracterizado por unos ideales y normas de género, expectativas corporales e identitarias, controles y sanciones sociales, relaciones jerarquizadas, tecnologías y discursos científicos y determinados sistemas de atención. Por “proceso asistencial” (Comelles, 1985, 1997 y 2000) entendemos el proceso de movilización social que se produce en toda sociedad ante una situación de necesidad, enfermedad o infortunio. Para enfrentarse a estas crisis, los grupos sociales (desde microgrupos a la sociedad en su conjunto) aplican criterios de clasificación diagnóstica, establecen procesos colectivos de toma de decisiones y utilizan los recursos terapéuticos disponibles. Todo proceso asistencial se inscribe en un “complejo asistencial”, a saber, el 1

Este texto está basado en el Informe Final de una investigación dirigida por Oscar Guasch y financiada por el Instituto de la Mujer-Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, que lleva por título “Representaciones y prácticas en el proceso de feminización de mujeres transexuales” (ref. 2011-0004-INV00124). También se han extraído datos de la investigación doctoral que estoy realizando sobre el proceso de patologización y medicalización de la transexualidad, llevada a cabo en el Departamento de Antropología Social de la Universidad de Barcelona. En ambas investigaciones se han utilizado tres técnicas cualitativas: entrevistas en profundidad, grupos de discusión y observación participante. 2 Utilizaremos el prefijo “trans” como categoría paraguas que engloba a la multitud de expresiones transgenéricas existentes en las sociedades occidentales. De este modo, entrarán en esta categoría tanto aquellas personas que desean modificar sus caracteres sexuales primarios y secundarios para adecuarlos a su identidad de género femenina (conocidas como “mujeres transexuales”), como aquellas que conservan deliberadamente sus genitales masculinos y algunos de sus caracteres sexuales secundarios y reivindican espacios de género alternativos al binomio hombre-mujer (y que entrarían en la órbita del transgenerismo).

1

marco de referencia en el cual los actores sociales piensan, representan simbólicamente, elaboran sus conocimientos y actúan. Los procesos asistenciales son algo más que el conjunto de especialistas e instituciones formales, pues en ellos podemos encontrar formas de atención (como el autocuidado, la ayuda mutua o la autoatención) que escapan al control y la gestión institucional: Siempre que haya un proceso asistencial encontraremos representaciones, prácticas y experiencias subjetivas, pero no siempre encontraremos los profesionales diferenciados o las instituciones específicas que podríamos esperar encontrar, sino un conjunto mucho más amplio de recursos e instancias que dependen de las características de la red social que se moviliza en el entorno de la situación particular de crisis (Comelles, 1997: 33).

El concepto de “proceso asistencial” puede aplicarse al análisis de realidades de diversa índole, pero se ha usado sobre todo para investigar el modo en que las redes sociales responden ante las enfermedades. En este texto no se considerará en modo alguno la transexualidad como un trastorno o una enfermedad. Con todo, se ha creído oportuno entender los procesos de feminización como una forma genuina de proceso asistencial porque con ello podremos trascender la mirada biologicista de la medicina para poner el acento en los discursos, significados, mecanismos y prácticas que se generan socialmente para afrontar y gestionar el hecho de que una persona rechace el género que se le atribuyó al nacer. Se ha organizado el proceso de feminización de mujeres transexuales en cinco etapas sucesivas: 1) búsqueda de una categoría autorreferencial; 2) solicitud del estatuto de asistible; 3) prácticas de autoatención; 4) atención profesional; 5) fin del proceso asistencial o llegada al punto de destino. Estas etapas constituyen un modelo ideal que no se reproduce de manera estricta −ni tampoco lineal− en la realidad. Existen tantos procesos de feminización como mujeres trans. Aún así, consideramos que la elaboración de esta plantilla teórica nos permite ordenar la enorme diversidad de relatos, experiencias y estrategias, y dotarlas de cierta coherencia temporal.

2. La búsqueda de una categoría autorreferencial En las sociedades occidentales se activa un proceso de movilización social cuando una persona no cumple con uno de los postulados centrales de nuestro sistema de sexo/género: la correlación entre el sexo biológico y la identidad de género. Con frecuencia, las mujeres trans relatan experimentar esta desviación normativa desde la infancia. Muchas afirman que, siendo niñas, sintieron que les “pasaba algo”, que no existía una adecuación entre lo que querían ser y lo que los demás esperaban que fuesen, aunque todavía no tenían palabras para nombrar lo 2

que les sucedía. Hay que considerar que todos los relatos sobre la propia biografía se construyen tomando como referente el presente (De Miguel, 1996). Pero más allá de esta consideración, es un lugar común la insistencia de muchas mujeres transexuales en afirmar que ellas siempre han sido así. Es decir, nunca hubo un suceso que las convirtiera en lo que son. Si acaso, hubo algún acontecimiento que les permitió entender cómo eran en realidad y acercarse a su esencia verdadera que, por distintas razones, había estado velada: Desde que era pequeña me gustaba jugar con muñecas. Recuerdo que mi madre me decía que cuando tenía dos o tres añitos lloraba porque quería ponerme la ropa de mi hermana (...) Siempre me sentía afeminada, no me gustaba lo que hacían los chicos normalmente: el deporte, el juego de la pelota…nunca me han gustado. Siempre me ha interesado más lo de la mujer (Paola) 3.

Actualmente, con la mayor visibilidad social del fenómeno trans y el uso de las nuevas tecnologías, las más jóvenes suelen encontrar ellas mismas una etiqueta con la que autodefinirse. Pero otras veces deberán esperar a que otras personas, asociaciones o instituciones les hagan llegar los recursos necesarios para poder nombrar lo que les sucede y construir un relato coherente sobre ello. Las personas trans descubren las categorías “transexual”, “travesti” o “transgénero”. A partir de ahí, deben posicionarse ante una categoría identitaria que es anterior a ellas, lo que a menudo conlleva tener que reformular la propia biografía, adaptar el discurso y actuar en función de los significados y expectativas vinculados a dicha categoría. Es importante señalar que no todas las concepciones de lo trans tienen socialmente la misma fuerza y legitimidad. Y es que desde el estamento médico todavía se proyecta una imagen paradigmática de la mujer transexual que ejerce un enorme poder normalizador, e invisibiliza y desacredita otras expresiones transgenéricas. Se trata de ese hombre biológico que desde siempre se ha sentido mujer, ha adoptado −o quiere adoptar− los roles femeninos estereotípicos, es heterosexual y desea con todas sus fuerzas la operación de cambio de sexo al sentir una marcada aversión hacia sus genitales. Aquellas personas que se alejan de este ideal, como Ana, que se declara lesbiana y afirma no sentir rechazo hacia sus genitales, pueden tener dificultades para encontrar un concepto con el que identificarse. En estos casos, resulta de gran utilidad la tarea de colectivos que defienden la diversidad trans por encima de la visión homogeneizadora todavía presente en algunos sectores del estamento médico y en el imaginario de algunas mujeres transexuales: 3

Con el fin de preservar la identidad de las personas entrevistadas se han cambiado los nombres de pila, aunque se ha respetado el género de los mismos.

3

Yo tenía cuestiones que no eran muy evidentes, no eran muy normativas. Por ejemplo, y hablando en plata, yo con mi pene no tengo, entre comillas, ningún problema (…) me he masturbado y he obtenido placer normalmente (…) Partiendo de los estándares fijados sobre lo que es ser transexual, era como un choque, y decías: “No cuadra. Hay unas cosas que sí, pero hay otras que no” (…) Investigué un poco, sobre todo por internet, y fue cuando encontré esas ideas tan radicales: “Una mujer ha de ser, y hacer, esto y esto”. Y claro, me hice como un bloqueo, porque era: “Cumplo con la mitad de este patrón, pero con la otra mitad, no”. Entonces fue cuando llegué a (una asociación LGTB de Barcelona) y tuve unas sesiones con (la psicóloga de la asociación), que me explicó que realmente hay un espectro muy grande de personas trans (Ana).

3. Solicitud del estatuto de asistible Cuando se dan las condiciones personales adecuadas, las mujeres trans solicitan el estatuto de asistible, es decir, comunican a su entorno y/o a una figura profesional que existe un problema y que quieren solucionarlo. Al realizar esta solicitud, la persona busca la protección, la comprensión y el cuidado de su entorno, pero también el acceso a los medios terapéuticos. Cuando las mujeres trans comunican a su entorno sus padeceres, raramente están dispuestas a renunciar al liderazgo de sus procesos de feminización ni a perder autonomía en la toma de decisiones que les afectan. Generalmente, comunican su condición tras estar bastante seguras de qué es lo que quieren y de cómo conseguirlo. Y eso sucede tanto entre las mujeres adultas (a quienes la experiencia ya les ha mostrado con qué recursos cuentan) como entre las más jóvenes (que tienen mucha más información y recursos a su alcance que las de mayor edad). Así pues, al comunicar al entorno inmediato que se es una mujer trans no se busca tanto la ayuda ni el asesoramiento, sino más bien la aceptación y el reconocimiento afectivo. En este sentido, este proceso es estructuralmente muy semejante al proceso de “salida del armario” por el que pasan las lesbianas y los gays. El otro modo mediante el cual las personas solicitan el estatuto de asistible es a través de los profesionales médicos. Como veremos, en este caso ya no se busca una cobertura afectiva mientras dura el proceso, sino el acceso a las prácticas terapéuticas institucionalizadas. El Estado español ha reconocido a la profesión médica, mediante un sistema de acreditaciones, la potestad de definir la realidad trans a través del diagnóstico. Y cuando una persona es definida por la profesión médica en tanto que necesitada de curas y cuidados, su construcción social en tanto que persona asistible se produce de manera inmediata. En el momento en que las mujeres transexuales entran en contacto con el circuito formal de atención han de ajustarse a una serie de requisitos para poder acceder a los tratamientos hormonal y quirúrgico, lo que hace que ésta sea la fase más heterónoma del proceso de modificación corporal.

4

4. Las prácticas de autoatención Dentro de la antropología de la salud, se entiende por “autoatención” (Menéndez, 1984 y 2005) a aquellas prácticas terapéuticas llevadas a cabo por la propia persona (con la posible ayuda del entorno y/o grupo de pares) y que no cuentan con la intervención de una figura profesional reconocida institucionalmente. La autoatención es una práctica estructural (presente en toda sociedad) y a menudo constituye el primer nivel de atención. En el caso de las mujeres trans, la autoatención implica diversas acciones sobre el cuerpo que se producen a lo largo de todo el proceso de modificación corporal. Incluso antes de solicitar al entorno el estatuto de asistible, estas mujeres ya ejecutan toda clase de estrategias (a menudo, siendo niñas) con el objetivo de expresar el género que sienten como propio, tales como vestirse y comportarse de manera femenina, implicarse en actividades definidas socialmente como propias de mujeres, dejarse melena, llevar las uñas largas, etc. De lo que se trata es de buscar espacios en los que expresar aquello que se desea ser, lo que frecuentemente implica situarse lejos de la mirada reprobatoria del entorno: (De pequeña) te pones los tacones de tu madre, a veces cuando ella no está, te pones la ropa de ella, te maquillas un poco, te miras tu cara y ves que es mucho más favorable para ti sentirte mujer (Liliana).

Como recuerdan Romaní y Comelles (1990), la automedicación es la forma hegemónica que adopta la autoatención en nuestra sociedad. Es por ello que en el caso de las mujeres trans el núcleo duro de la autoatención es la automedicación mediante la administración autónoma de hormonas feminizantes y antiandrogénicas. Lógicamente, la autohormonación prevalece sobre el tratamiento hormonal supervisado médicamente en aquellos lugares en los que el Estado no atiende las necesidades del colectivo trans. El hecho de haber tenido que iniciar la modificación corporal en contextos estigmatizantes y totalmente ajenos a sus demandas y necesidades, como es el caso de la España franquista y de la Transición, explica el que muchas trans españolas se hayan autohormonado durante toda su vida sin acudir nunca al especialista. El fácil acceso a las hormonas, un contexto hostil caracterizado por la semiclandestinidad y la falta de información, y una visión mítica del tratamiento hormonal como una suerte de santo grial con el que conseguir el cuerpo deseado, son factores que determinan la toma excesiva de hormonas por parte de algunas trans: Todas nos poníamos parches (hormonales) por todos los sitios, nos pinchábamos no sé cuántas veces a la semana, tomábamos pastillas. Estábamos muy locas por conseguir el cuerpo perfecto, lo más femeninas, lo más mujeres. Era como una lucha a contra reloj (Marta).

5

Sin embargo, no todas ellas toman o han tomado más hormonas de las recomendadas médicamente, ya que algunas rebajan las dosis e incluso dejan de tomar hormonas temporalmente. Se trata de mujeres que quieren limitar los efectos feminizantes por varios motivos: algunas huyen de los estereotipos y persiguen tan solo una mínima transformación corporal; otras quieren obtener unos cambios que sean imperceptibles para un entorno que desconoce su realidad; y las hay que desean seguir utilizando su pene activamente durante las relaciones sexuales, ya sea con sus parejas o porque ejercen de trabajadoras sexuales.4 En este último caso, el compuesto a evitar es el acetato de ciproterona −comercializado generalmente bajo el nombre de Androcur−, un antiandrógeno que rebaja la libido y dificulta la erección y el orgasmo. Si para las mujeres transexuales que rechazan sus genitales los efectos del Androcur son bienvenidos porque neutralizan una virilidad concebida socialmente como algo activo (Marta comenta que, al tomarlo, “te pones más pasiva en el sexo”), para aquellas cuyo pene es fuente de placer, el Androcur es algo a evitar porque es, en palabras de Luna, “como una especie de castración”. A parte de los cambios físicos que acercan a las mujeres trans al cuerpo deseado, parece que las hormonas desencadenan una serie de cambios emocionales que son interpretados como un indicio de que se está obteniendo una forma de sentir que sintoniza con su verdadera identidad de género. Sin negar la posibilidad de cambios de humor producidos por el tratamiento hormonal, lo cierto es que si prestamos atención a las narraciones de algunas personas entrevistadas podemos intuir que la percepción de los posibles cambios emocionales derivados de las hormonas está condicionada por una visión estereotipada de la masculinidad y la feminidad que es preexistente al tratamiento. En este sentido, Jennifer afirma que “antes era muy agresiva y ahora soy muy mimosa, más femenina”. Andrea sostiene que “antes era una persona muy positiva; ahora, desde que tomo hormonas, tengo otro tipo de sentimientos, soy mucho más sensible”. En fin, el relato de Montse quizá sea el que más claramente refleja el influjo de los convencionalismos de género en la interpretación que se realiza de los cambios obtenidos con las hormonas: La terapia hormonal modifica tu forma de pensar. La percepción de las cosas cambia y también la conducta de la persona a la hora de resolver determinados conflictos. Por ejemplo, si ves a dos hombres que se pelean en la calle, antes hubiera intercedido en la pelea y les hubiera dicho que, si no paraban, las hostias se las metía yo. Ahora, desde una perspectiva femenina, lo vería como un acto lamentable pero no intervendría, sino que buscaría otros mecanismos para parar 4

Algunas de las mujeres entrevistadas explican que, a diferencia de los países latinoamericanos, en España los clientes valoran obsesivamente el tamaño de su pene y su potencia para la erección.

6

la pelea como, por ejemplo, avisar a la policía (…) Buscaría la vía del diálogo y no la vía de la agresividad.

El papel del grupo de pares es central en los procesos de feminización, porque es en el marco de estas redes sociales donde se produce en buena medida la construcción de las subjetividades trans y se socializan las informaciones en torno a los recursos disponibles: médicos, cirugías, tipos y clases de hormonas, etc. En el nuevo contexto de la sociedad del conocimiento, el grupo de pares de las mujeres trans tiene tanto un alcance emocional local (sus amigos y amigas) como también un alcance informacional global (el conjunto de mujeres trans conectadas internacionalmente a través de la red). En bastantes casos, es a través de la red local (y emocional) y de la red global (e informacional) que se distribuye el conocimiento para la autoatención hormonal. En los foros de internet, los temas relacionados con las hormonas suscitan gran atención y generan múltiples controversias, mientras que el contacto directo con los pares permite a estas mujeres dejarse aconsejar por las más veteranas, las cuales actúan como auténticos expertos informales. Aunque la mayoría de las personas entrevistadas valoran positivamente el hecho de que la sanidad pública catalana ofrezca atención y asesoramiento sobre la terapia hormonal, también hay mujeres (la mayoría de las cuales inició el tratamiento hormonal antes de la existencia de ayuda institucional, por lo que han sido autodidactas buena parte de sus vidas) que consideran el tutelaje experto como una pérdida de autonomía en la construcción de sus cuerpos y subjetividades. Además, aseguran que la autohormonación no tiene que conllevar más riesgos ni ofrecer peores resultados que el tratamiento realizado bajo control médico. Eduardo Menéndez (1984) recuerda que la autoatención tiene entre sus características básicas la eficacia pragmática y una concepción basada en la experiencia. Por ello, no es de extrañar que existan voces que defienden la validez y legitimidad de los conocimientos obtenidos por las propias mujeres trans: Una hormonación guiada (médicamente) o una autohormonación van a ser la misma cosa si tú tienes una asesoría correcta. Es que el médico no te va a dar una cosa que no…Teniendo la asesoría, vas a hacer lo mismo. No tiene mucho misterio la cosa (Gema).

5. La atención profesional El circuito formal de asistencia a mujeres trans puede ser público o privado. En Cataluña existen diversas clínicas privadas de cirugía estética que realizan la cirugía de reasignación genital y otras cirugías de feminización (mamoplastia de aumento, feminización de los huesos faciales, rinoplastia, reducción de la nuez de Adán, etc.). La oferta pública de asistencia queda 7

concentrada en su práctica totalidad en la Unidad de Trastornos de la Identidad de Género (en adelante, UTIG) del Hospital Clínico, que es el centro de referencia de la sanidad pública catalana para la atención a la transexualidad. Aunque recientemente ha surgido un nuevo servicio público de atención que depende, al igual que la UTIG, del Institut Català de la Salut: Trànsit. Ambos servicios están en la ciudad de Barcelona. Parece ser que los Centros de Atención Primaria, que deberían constituir la puerta de entrada a los servicios especializados, todavía no están demasiado preparados ni sensibilizados para dar respuesta a las demandas de las personas trans. La UTIG de Cataluña se crea en el año 2008, tras la decisión del Gobierno catalán de costear algunas cirugías de reasignación sexual (mastectomía, histerectomía, faloplastia y vaginoplastia). La UTIG está formada por una psiquiatra y una psicóloga clínica, y está estrechamente vinculada a los servicios de endocrinología, cirugía plástica, ginecología y urología. Por su parte, Trànsit nace en octubre de 2012 coincidiendo con la campaña mundial por la despatologización de la transexualidad. Su objetivo básico es ofrecer a las personas trans atención ginecológica (p.ej. citologías o mamografías) y de promoción de la salud (p.ej. prevención y detección de enfermedades de transmisión sexual). Este tipo de atención no suele ofrecerse en la UTIG (que se centra casi exclusivamente en el proceso hormono-quirúrgico) ni en los centros de atención primaria (por el desconocimiento de la mayoría de los profesionales de las necesidades de estas personas). Como las profesionales de Trànsit han mostrado una sensibilidad especial ante la diversidad identitaria y corporal del mundo trans, el centro se ha convertido además en un lugar de referencia para todas aquellas personas que desean obtener asesoramiento y supervisión médica alternativos. Parece ser que Trànsit incorpora una perspectiva más flexible que la UTIG en torno a los procesos de feminización, lo que implica el diálogo y la negociación constante con las mujeres trans y una lectura más laxa de los estándares asistenciales. La mayoría de las usuarias de Trànsit son personas que no quieren dirigirse a la UTIG porque no desean someterse al tratamiento canónico, o que no han podido iniciar allí el proceso transexualizador al no haber obtenido el diagnóstico. Se trata de mujeres trans que quieren ajustar el tratamiento hormonal en función a sus posibilidades y deseos, o bien de hombres trans que no quieren que se les practique la mastectomía ni la histerectomía (en la UTIG se defiende la necesidad de estas cirugías). En fin, personas que, en su mayoría, no se ajustan al prototipo de la transexualidad que se tiene como referente en la UTIG, y que por tanto tendrían dificultades para obtener el diagnóstico necesario con el que poder iniciar el tratamiento. En Trànsit pretenden

8

reconocer la pluralidad de proyectos y trayectorias trans, lo que les lleva a adaptar los tratamientos hormonales a las demandas y necesidades expresadas por las mujeres. Como se ha dicho con anterioridad, las mujeres trans quieren tomar todas las decisiones relativas a sus procesos de feminización y no perder nunca el control sobre ellos. Se trata de una capacidad que ven reconocida en las prácticas de autoatención, pero cuestionada cuando entran en la UTIG. La necesidad de obtener el diagnóstico para acceder a los tratamientos jerarquiza la relación médico-paciente, otorgando al primero la potestad para acreditar la “verdadera” identidad de género del segundo. Eso es algo que algunas mujeres trans viven especialmente con disgusto. Lógicamente, quienes se muestran más críticas por tener que obtener un diagnóstico son las personas que se alejan de la imagen estereotípica de la mujer transexual. Los profesionales de la UTIG reconocen que aquellas personas que desde su más tierna infancia sienten un rechazo hacia sus caracteres sexuales y una preferencia por los juegos y pasatiempos asociados al género contrario, y que en el momento de la entrevista ya visten acorde con su identidad y muestran el deseo de someterse a las cirugías constituyen un «caso claro», por lo que pueden obtener el diagnóstico tras las dos visitas protocolarias. Por su parte, aquellas personas que no se ajustan a este ideal, esto es, que muestran una identidad ambigua, no han adoptado una apariencia estereotípica y no desean operarse los genitales, pueden ver cómo se demora el proceso diagnóstico durante varios meses. Cati, que hace gala de su androginia, cuenta incluso que desistió en su intento de obtener el diagnóstico tras meses de disputas con la UTIG por no ajustarse a ese ideal: Para (las profesionales de la UTIG) yo soy un monstruo. No me lo dijeron, pero me lo dejaron clarísimo. Extraje varias lecturas de esos encuentros: soy un monstruo y reivindico mi derecho a ser un monstruo. Reivindico mi derecho a jugar con coches y a fútbol desde que soy pequeña y a ser la más femenina del mundo (…) Quieren clichés; quieren personas que estén integradas en la sociedad y que no molesten; quieren mujeres con la patita quebrada y que sean amas de casa perfectas; quieren este tipo de mujer transexual. Todo lo que sale de esto, son monstruos.

Algunos médicos tienen flexibilidad y habilidades para respetar la diversidad presente en los procesos de feminización de las mujeres trans. Pero también hay profesionales que reproducen los estereotipos sociales vigentes sobre el género y los aplican a sus expectativas sobre cómo debería ser la persona transexual “correcta”. Ante esta situación, muchas personas trans se adecuan estratégicamente a las expectativas médicas para conseguir sus propios fines. Es una especie de negociación silenciosa, ya que los médicos saben que las personas transexuales se esfuerzan en acercarse a lo que ellos piden. Aunque también es una cuestión

9

de poder, en la que la persona subalterna (la persona trans) recita aquello que se espera de ella para obtener el beneplácito y la autorización del grupo hegemónico (la profesión médica).

6. Fin del proceso asistencial o llegada a destino: la cirugía de reasignación genital Tradicionalmente, la cirugía de reasignación genital o, como suele conocerse, la operación de “cambio de sexo”, ha marcado real y simbólicamente el punto y final del proceso de feminización. En el imaginario médico y en el de algunas personas trans, el proceso de transexualización es concebido como una suerte de «rito de paso» tras el cual se obtiene una posición de normalidad en el sistema de sexo/género. En los años de la eclosión del tratamiento hormono-quirúrgico, la cirugía genital fue rodeada de un halo mítico, siendo presentada como algo más que un simple método para obtener una morfología femenina normalizada: era la forma definitiva de sentir y experimentar la feminidad. Al considerar el deseo de someterse a la cirugía genital como el principal rasgo definitorio y criterio diagnóstico de la transexualidad, los médicos no consideraban como “verdaderos transexuales” a aquellas personas que no querían operarse. Actualmente, la biomedicina ha aceptado el hecho de que haya personas trans que no sienten aversión alguna hacia sus genitales y que, por tanto, no desean la cirugía. Aunque ya hemos visto que, en estos casos, el proceso diagnóstico en la UTIG se demora bastante más que en aquellos en los que la persona muestra el deseo de pasar por el quirófano. Sea como fuere, el modo en que las mujeres trans piensan el género y, especialmente, los significados que atribuyen a su genitalidad, marcan su posicionamiento en torno a la posibilidad de operarse o no. El pene, como indicador de género masculino, se ve sometido a una miríada de relatos que refleja la enorme pluralidad y diversidad de las mujeres trans: no todas son iguales, ni todas viven del mismo modo su genitalidad. Lo que sí tienen en común es que deben posicionarse ante un relato que es anterior a ellas. Se trata de un relato cultural que insiste en pensar el género en términos de genitalidad. Para aquellas mujeres que se ajustan a los estándares establecidos, la cirugía es el ansiado final de un largo y difícil proceso hacia la “normalidad”. Consideran que dicha cirugía constituirá el paso definitivo para superar esa discordancia producida por no tener el cuerpo adecuado: “La operación va hacer que todo mi cuerpo esté en armonía conmigo misma” (Olga). Parece que la obtención de una neovagina les permitirá además experimentar plenamente eso que denominamos “feminidad”: “Queremos un coño porque queremos

10

sentirnos mujer al 100% (…) tener lo que tienen ellas y hacer una vida normal” (Jennifer). La operación es un momento ritual que marca el paso de un lugar a otro en la estructura social de género, y modifica la percepción identitaria y subjetiva que las mujeres transexuales tienen de sí mismas. Es por ello que muchas de estas mujeres tan solo aceptan que se las etiquete en tanto que “transexuales” mientras dura el proceso de transformación corporal. Tras la operación, habrán obtenido un nuevo estatus: “No me molesta que me llamen transexual porque actualmente soy una transexual, estoy cambiando mi cuerpo. Pero después de operarme sí que me molestará porque seré una mujer y tendré un coño y unos pechos como cualquier mujer (…) Yo no diré más: soy una transexual” (Lucía). Para estas mujeres, la vaginoplastia es un destino irrenunciable, ya que sus genitales masculinos son fuente de un marcado rechazo: Yo, cuando voy al lavabo, yo cojo, me bajo las bragas, me siento, y ni me la toco; cojo un poco de papel, hago así para ni tocármela, me subo las bragas y ni la quiero ni mirar, y no quiero saber nada de esa cosa que hay ahí (...) me sigue molestando, pero claro, es algo que vives con ello y te tienes que acostumbrar. Pero también hay momentos en los que coges, miras para abajo y dices: Te odio, ¿por qué estás ahí? (…) Pero bueno, que son cosas que pasan, pues de la genética o no sé que será (Marta).

Sin embargo, no todas las mujeres trans desean la operación porque consideran que sus genitales no son ningún impedimento para la construcción de su identidad y el buen desarrollo de su sexualidad. Incluso hay algunas para las cuales el pene es un rasgo identitario fundamental, lo que les lleva a situarse en un espacio de género alternativo al binomio hombre-mujer: “A mí no me molesta usar el pene, y tengo un pensamiento de que jamás me operaria porque: travesti es travesti, mujer es mujer, hombre es hombre. Una travesti sin polla no es una travesti” (Regina). Dentro de este grupo que rechaza la operación, existen discursos muy críticos contra aquellos que la presentan como el billete de entrada al reino de la feminidad. Es el caso de Gema, que además recomienda a las más jóvenes a “romper tabúes” y experimentar sexualmente con sus genitales: La ciencia nos ha vendido la operación como algo idílico, cuando no lo es. Siguen diciendo que seremos mujeres, que estaremos bien aceptadas. Eso de que la sociedad te va aceptar con una castración es una milonga, una tontería. Yo no estoy en contra de la operación, pero lo que recomiendo es un rodaje antes, un rodaje sexual. Hay que practicar sexo antes para darse cuenta de que la operación no es necesaria (Gema).

En definitiva, los significados que proyectan sobre sus genitales y la decisión de someterse, o no, a la cirugía de reasignación genital están determinados por su posicionamiento respecto a los postulados hegemónicos de nuestro sistema de sexo/género. 11

Dicho de otro modo, su visión de lo que ha de ser un hombre y una mujer depende en gran medida de si interiorizan o cuestionan el postulado según el cual ha de existir una correlación directa entre el género y la morfología genital de la persona: Yo respeto a las chicas trans que no se quieren operar (...) pero no lo entiendo, porque o eres un hombre o eres una mujer. A lo mejor soy un poco radical en esa forma de pensar, pero no sé, ver a una mujer muy femenina y con un pene entre las piernas y que se está follando a un hombre, yo no lo veo muy femenino. Lo veo como una cosa rara (Marta). Tengo una identidad femenina y un cuerpo que mezcla las dos cosas: híbrido, mujer con pene, llámalo como quieras. La transexualidad la tengo totalmente integrada (Gema).

7. Referencias bibliográficas Comelles, Josep Maria (1985) “Sociedad, salud y enfermedad. Los procesos asistenciales”, Jano, 655: 71-83.

− (1997) “De l’assistència i l’ajut mutu com a categories antropològiques”, Revista d’Etnologia de Catalunya, 11: 32-43.

− (2000) “De la ayuda mutua y de la asistencia como categorías antropológicas. Una revisión conceptual”, Trabajo Social y Salud, 35: 151-172.

Menéndez, Eduardo L. (1981) Poder, estratificación y salud. Análisis de las condiciones sociales y económicas de la enfermedad en Yucatán. México: Ediciones de la Casa Chata.

Miguel, Jesús de (1996) Autobiografías. Madrid : CIS, Cuadernos Metodológicos.

Romaní, O. y Comelles, J.M. (1990) “Les contradictions dans l'usage des psychotropes dans les sociétés contemporaines: Automédications et dépendance”, Psychotrophes, 6 : 45-62.

12

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.