“El ‘problema del servicio doméstico’ en la modernización argentina. Córdoba, 1910-1930”

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Descripción

El “problema del servicio doméstico” en la modernización argentina. Córdoba, 1910-1930 Fernando J. Remedi*

Introducción En el marco de una coyuntura internacional favorable y sobre el trasfondo del fin de las guerras civiles y la estabilización política e institucional, desde el último tercio del siglo XIX la Argentina experimentó una ola de crecimiento económico de características duraderas e inusitadas. El modelo dominante fue el primario exportador, basado en el constante desplazamiento de la frontera agrícola, la llegada masiva de inmigrantes extranjeros y el ingreso de grandes volúmenes de capitales foráneos. En líneas generales, dicho modelo de crecimiento hacia afuera se mantuvo hasta 1930 y explica las altas tasas de crecimiento económico del período, aunque éste evidenció una cierta desaceleración desde mediados de la década de 1910. En efecto, entre 1914 y 1929 el producto bruto de la Argentina creció a una tasa promedio anual de 3,5% frente al 6,3% de los 40 años anteriores al inicio de la Gran Guerra, mientras que las exportaciones lo hicieron a 3,9% anual frente al 5% previo al conflicto bélico.1 La desaceleración del continuado crecimiento en el período 1914-1930 fue consecuencia, sobre todo, de la expansión más lenta de la economía mundial en su conjunto pero también de algunos factores endógenos, en especial los límites alcanzados por la expansión horizontal de la actividad agropecuaria, que fue acompañada a lo largo de la década de 1920 por una gran volatilidad de los precios internacionales de los productos primarios exportables.2 En ese marco nacional, en la provincia de Córdoba, situada en el centro geográfico de la Argentina, el crecimiento agropecuario de su espacio pampeano desde la década de 1880 fue incesante, aunque con fluctuaciones en el corto plazo y una * Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti” (CEH), Unidad Asociada al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) - Universidad Nacional de Córdoba (UNC) - Universidad Católica de Córdoba (UCC). 1 Juan Manuel PALACIO, “La antesala de lo peor: La economía argentina entre 1914 y 1930”, Ricardo FALCÓN (dir.), Democracia, conflicto social y renovación de ideas (1916-1930), Nueva Historia Argentina, t. VI, Buenos Aires, Sudamericana, 2000, p. 104. 2



Ibid., pp. 117, 123-124.

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tendencia a la desaceleración desde mediados de la década de 1910 hasta fines de la de 1920. El sector agropecuario se convirtió en el motor del vigoroso y sostenido crecimiento económico de Córdoba entre fines del siglo XIX y 1930. La ganadería mestizada y la colonización agraria fueron dos componentes de la expansión agropecuaria basada en el capital extranjero y la inmigración internacional.3 La expansión económica fue acompañada de un notable incremento demográfico y un rápido y sostenido proceso de urbanización que afectó a las principales ciudades de la Argentina y se extendió, con ritmos y escalas diferenciadas, hacia el interior de aquellos distritos que -directa o indirectamente- se beneficiaron del modelo primario exportador. La notable expansión demográfica fue un estímulo decisivo del gran crecimiento urbano: Buenos Aires pasó de unos 187.000 habitantes en 1869 a casi 664.000 en 1895 y poco más de un millón y medio en 1914; Rosario creció de unos 23.000 habitantes a casi 92.000 y luego orilló los 222.000 en el mismo lapso; Córdoba pasó de unos 34.000 habitantes a unos 55.000 y 130.000 entre esos años. Como consecuencia de las transformaciones señaladas, en los espacios del país más afectados por ellas comenzó a emerger una estructura social dinámica, móvil, más diferenciada y de mayor complejidad que la tradicional propia del siglo XIX, caracterizada -no sólo en la Argentina sino en Latinoamérica- por una división bipolar entre la “gente decente” y la “gente del pueblo”.4 En este contexto se ubica el presente trabajo, que es sólo un paso en una línea de indagación de largo plazo dedicada al estudio de los grupos y las identidades sociales en Córdoba en el período 1870-1930 y que en lo inmediato se concentra en el mundo de los pobres. Se intenta reconstruir el impacto que las grandes transformaciones de la época tuvieron en los de abajo, su protagonismo y cómo actuaron en ese contexto de cambios rápidos y profundos en que se hallaban envueltos y desarrollaban su existencia, prestando especial atención al proceso complejo e intenso de modernización, a la veloz y significativa urbanización, a la creciente institucionalización estatal y al sostenido crecimiento económico, el incipiente desarrollo industrial y la expansión de los servicios. En el marco de estas consideraciones, este trabajo aborda el estudio de los trabajadores del servicio doméstico de la ciudad de Córdoba, un conjunto donde había una notable supremacía numérica de mujeres, que llegaba nada menos que al 97% de acuerdo con los datos del censo municipal de 1906.5 La elección de ese agrupamiento social responde a su relevancia cuantitativa en la sociedad cordobesa de entre siglos6 y a nuestro interés particular por el mundo de los pobres, ya que ese 3



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Un par de indicadores cuantitativos son suficientes para poner en evidencia las magnitudes de la transformación productiva acontecida en la provincia de Córdoba: el área cerealera creció de 234.395 hectáreas en 1888 a 3.983.655 en 1929-30, el stock ganadero pasó de 1.897.985 cabezas en 1877 a 6.476.603 en 1930 y el índice de su mestización del 17 al 70%. Véase: Beatriz MOREYRA, La producción agropecuaria cordobesa, 1880-1930 (Cambios, transformaciones y permanencias), Córdoba, Centro de Estudios Históricos, 1992, p. 5. Eduardo ZIMMERMANN, “La sociedad entre 1870 y 1914”, Nueva Historia de la Nación Argentina, t. 4, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia / Planeta, 2000, pp. 133, 140. Censo General de la Población, Edificación, Comercio, Industria, Ganadería y Agricultura de la ciudad de Córdoba. Levantado el 31 de Agosto y el 1° de Septiembre de 1906, Córdoba, 1910. Pese al reconocido subregistro que caracteriza al servicio doméstico en los relevamientos censales de población, estos últimos siguen siendo una vía confiable para establecer las

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sector socio-ocupacional se caracterizó históricamente porque sus integrantes eran pobres, en su mayoría mujeres y a menudo menores de edad e inmigrantes. Hasta hace poco tiempo, la atención de los historiadores sociales interesados en la Argentina en tránsito de modernización en el viraje del siglo XIX al XX se concentró primero en los obreros y luego en los trabajadores y los sectores populares, mientras que las mujeres comenzaron a emerger como sujetos de la historia recién desde fines de la década de 1980 e inicios de la siguiente, tendencia que se consolidó con posterioridad.7 Por otra parte, este interés por los/as trabajadores/as se dirigió de modo casi excluyente hacia las actividades productivas más íntimamente ligadas a la modernización en marcha, como la industria y algunos servicios -el transporte, las comunicaciones, el comercio-, a la vez que se descuidaron de manera notoria otros sectores, entre ellos el del servicio doméstico, que aún era una muy significativa fuente de empleo.8 Para la Córdoba de entre siglos, el servicio doméstico ha sido examinado, con cierto detenimiento, sólo en tres pequeños trabajos, dos de ellos derivaciones de indagaciones sobre otra problemática.9 Existe un trabajo específico sobre las trabajadoras del servicio doméstico, que contempla un análisis de la evolución cuantitativa de dicho sector -basado en la comparación de los censos de población entre 1895 y 1947- y una aproximación -bastante somera- a las condiciones de

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dimensiones, siquiera mínimas, del sector en cuestión. En este sentido, en la ciudad de Córdoba las personas ocupadas en el servicio doméstico pasaron de 6.994 a 8.979 entre 1895 y 1906, lo cual representaba el 13% y el 10% de la población total en esos años, respectivamente. Más significativa aún es la participación de dicho sector ocupacional en la población de la ciudad mayor de 14 años, que alcanzó a 21% en 1895 y cayó a 15% en 1906. Los cálculos fueron elaborados sobre la base de los datos provistos por María C. BOIXADÓS y Guillermo POCA, La población de la Ciudad de Córdoba según los datos censales de 1895, Córdoba, Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades (Universidad Nacional de Córdoba), 2005; Censo General de la Población, Edificación... cit. Fernando J. REMEDI, “Los grupos sociales en la historiografía social argentina de las décadas de 1980 y 1990. Un recorrido por las revistas de historia”, Beatriz MOREYRA y Silvia MALLO (comp.), Pensar y construir los grupos sociales: actores, prácticas y representaciones. Córdoba y Buenos Aires, siglos XVI-XX, La Plata: Centro de Estudios de Historia Americana Colonial (Universidad Nacional de La Plata), Córdoba: Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, 2009, pp. 83-84. Un balance de la producción historiográfica sobre la participación laboral de las mujeres en la ciudad de Buenos Aires entre fines del siglo XIX y primeras décadas del XX destaca los “importantes vacíos” reconocibles en el estudio de las actividades terciarias y la “falta de análisis interpretativos” del servicio doméstico, las profesiones sanitarias y los empleos administrativos y comerciales, mientras que recibieron cierta atención las tareas docentes y los empleos telefónicos. Véase: Graciela QUEIROLO, “Mujeres que trabajan: una revisión historiográfica del trabajo femenino en la ciudad de Buenos Aires (1890-1940)”, Nuevo Topo, Buenos Aires, núm. 3, 2006, p. 43. Miguel CANDIA y Francisco TITA, “Servicio doméstico, control social y circulación de menores en Córdoba durante la segunda mitad del siglo XIX”, Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, Córdoba, núm. 2-3, 2002-2003, pp. 307-319; Luiz Felipe VIEL MOREIRA, “Mecanismos de control social sobre sectores populares femeninos en la Córdoba de fines del siglo XIX”, Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, Córdoba, núm. 1, 2001, pp. 351-365.

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vida y de trabajo de las mujeres ocupadas en dicha actividad.10 Pese a sus notorias diferencias, todos esos trabajos comparten -en diversos grados- un decidido énfasis colocado sobre una economía de coerción de la mano de obra, en el despliegue de mecanismos de disciplinamiento y control sociales de los trabajadores domésticos por parte de sus patrones y, más en general, de los sectores dirigentes. Los trabajos aludidos coinciden, con matices, en una premisa puesta en cuestión en nuestra indagación que consiste en la consideración de los integrantes de ese segmento de los sectores populares como sujetos pasivos frente a las coacciones provenientes desde arriba. Por otra parte, hay que señalar que estas páginas son la continuación, como prolongación hacia adelante en el tiempo, de un par de trabajos previos de nuestra autoría sobre la misma problemática y siguiendo los mismos lineamientos conceptuales y metodológicos, pero referidos al período 1870-1910.11 Uno de los objetivos que preside esta línea de indagación es rescatar el protagonismo de las domésticas, recuperarlas como sujetos sociales activos, deslizándonos desde la categoría ocupacional hacia las trabajadoras, focalizando así la atención en sus acciones, prácticas, experiencias, relaciones y representaciones. Este trabajo es el resultado de la consulta -aún en curso- de una documentación histórica dispersa, diversa y de distintas condiciones de producción. Porque se aspira a acercarse a las experiencias de trabajo y de vida de quienes se desempeñaban en el servicio doméstico, se recurrió a fuentes como expedientes de la justicia del crimen, crónicas policiales, notas de opinión y algunas solicitadas y cartas de lectores aparecidas en la prensa. La combinación de datos provenientes de fuentes de diversos orígenes y condiciones de producción resulta un recurso especialmente fecundo para conjurar la invisibilidad que parece envolver a algunos sujetos sociales y a ciertas ocupaciones femeninas en el pasado.

El servicio doméstico en la modernización cordobesa Para la Córdoba de la época considerada, la categoría socio-ocupacional analizada era un universo heterogéneo, entre otras cosas, debido a la existencia de mecanismos de reclutamiento e inserción laboral que eran diversos y, así, remitían a diferentes configuraciones de domesticidad y distintas experiencias como trabajadoras en el servicio doméstico. En términos generales, las situaciones 10



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Patricia B. ROGGIO, Ser mujer y trabajadora doméstica: olvido y subordinación. Córdoba primera mitad del siglo XX, Jornadas Interdisciplinarias de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Católica de Córdoba, Córdoba, 2008. Mimeo. Fernando J. REMEDI, “Las trabajadoras del servicio doméstico en la modernización argentina de entre siglos. Córdoba (Argentina), 1870-1910”, Fernando J. REMEDI y Teresita RODRÍGUEZ MORALES (eds.), “Los grupos sociales en la modernización latinoamericana de entre siglos. Actores, escenarios y representaciones (Argentina, Chile y México, siglos XIX-XX)”, Córdoba: Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, Santiago: Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos (Universidad de Chile), 2011, pp. 49-70; Fernando J. REMEDI, “‘Esta descompostura general de la servidumbre’. Las trabajadoras del servicio doméstico en la modernización argentina. Córdoba, 1869-1906”, Secuencia. Revista de historia y ciencias sociales, México, núm. 84, septiembre-diciembre 2012, pp. 43-69.

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variaban desde la relación contractual, libremente establecida, entre el patrón y la trabajadora asalariada, pasando por la colocación forzada de menores por sus padres o tutores o la beneficencia en una familia como personal de servicio y también por la colocación forzosa dispuesta por el Estado a través de la justicia. En el marco de esta consideración general, se puede decir que el mayor problema que enfrentaba la demanda de domésticas en la ciudad entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX consistía en la fuerte inestabilidad de ellas en el empleo. Si bien numerosas trabajadoras permanecían en un hogar durante años, al parecer buena parte de ellas lo abandonaba poco después de haberse incorporado al empleo, tendencia preexistente a 1910 pero que fue agudizándose en el transcurso del período que se extiende desde ese año hasta 1930. El título “las sirvientas desaparecen” se convirtió en una presencia recurrente en la prensa local de la época y más aún lo hicieron las alusiones a la “desaparición” repentina de las domésticas de los hogares donde estaban prestando servicios, a menudo -como se verá más adelante- asociadas a las crónicas policiales sobre hurtos. Al parecer había un mercado sectorial que funcionaba con alta inestabilidad en el empleo, debido a la circulación y movilidad de las domésticas, que dejaban a su empleador para colocarse con otro, en muchas ocasiones esperanzadas con mejores condiciones de trabajo (cantidad, variedad de tareas, trato, etc.) y, dato no menor, mayores remuneraciones. Este tipo de comportamiento no parece haber sido privativo sólo de las trabajadoras del servicio doméstico, si nos atenemos a un comentario de Juan Bialet Massé, un meduloso investigador de las cuestiones sociales de entre siglos, deslizado en su conocido informe sobre el estado de las clases obreras en la Argentina en los albores de la década de 1900, donde señalaba: “En Córdoba [...] se hacen pocas huelgas al modo de otras partes pero se hace la huelga criolla; se marchan a otra parte sin despedirse, y cuando al obrero cordobés no le convienen las condiciones de trabajo, no las discute ni regatea; se retoba, pone cara de santo y suelta un: no me animo, que es concluyente y aplastador; [...] no me animo, quiere decir, no quiero, redondo. Tal es el fenómeno más resaltante que presenta el estado actual de las artes manuales en Córdoba.”12 Sin embargo, en el caso específico de las domésticas, su circulación y movilidad no parecen haber sido ajenas, entre otras cosas, a la escasa valoración social de que gozaba dicha ocupación en el período, muy en particular a la que de ella tenían quienes con frecuencia la desempeñaban. En los albores de la década de 1900, Nazario F. Sánchez, un reconocido abogado del foro local, promovió una causa judicial por el delito de calumnias e injurias en contra de Doña Josefa Setuain, considerando que no podía permitir que se dudara de su honorabilidad, añadiendo, “mucho menos cuando esto se ha hecho una persona de la mas humilde y baja condicion social; por una pobre sirvienta que ha servido de instrumento para que otros hagan su desahogo personal [...].”13 La apreciación que las mismas domésticas hacían de su ocupación no parece haber sido muy positiva o favorable, al menos si podemos dar por ciertas y ajustadas a la realidad las expresiones que un cronista de la época atribuía a la que 12



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Juan BIALET MASSÉ, Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República Argentina, t. 2, Córdoba, Alción, 2007, p. 207. [Buenos Aires, 1904] Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba (en adelante: AHPC), Crimen, Capital, 1904, 1ª. Nominación, leg. 7, exp. 6.

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caracterizaba como “una dama, vinculada íntimamente a nuestra alta sociedad”, que consultada sobre el servicio doméstico habría señalado: “La mayoría de las muchachas que se ocupan de sirvienta, [...] al tomar tal resolución, lo hacen en un caso extremo. [...] El nombre de ‘sirvienta’ las horroriza, pues les parece algo denigrante que no pueden tolerar.”14 Respecto a la misma cuestión, aunque con un valor mucho más general, en un artículo aparecido en 1919 en el semanario Caras y Caretas, editado en Buenos Aires, donde se consideraba al servicio doméstico en el contexto de los avances producidos por la industrialización y la modernización, su redactora, Ivonne, expresaba: “Y ahora está universalmente reconocido que el oficio de doméstica es el último que escoge la mujer. Adversión que se observó en Europa, para extenderse luego en América [...].”15 Todo lo anterior conduce a pensar que en muchos casos la incorporación al servicio doméstico debe haber sido un recurso de sobrevivencia temporal -de duración variable- que incluso podía alternar con el desarrollo de otras actividades remuneradas. Este parece ser el caso puntual de unas jóvenes mujeres, varias de ellas menores de edad, que rotaban sus actividades como sirvienta o lavandera, cigarrera e incluso prostituta, y en algunos momentos distribuían su tiempo entre dos de ellas. Una de esas mujeres, de 28 años, casada, lavandera y cigarrera, declaró respecto a Adela, de unos 14 años, que esta última decía “que andaba por entrar á una casa de prostitución pero que ya no lo haria por que un amigo suyo de sobrenombre ‘Hueso’ le habia dicho que mas bien entrara de sirvienta en cualquier parte.”16 La circulación y movilidad de las trabajadoras del servicio doméstico, constantes en el período, fueron estimuladas desde fines del siglo XIX por la expansión de las oportunidades laborales producida por la intensa modernización, la veloz urbanización y el vigoroso crecimiento económico. Estos procesos crearon mayores oportunidades de trabajo para los cordobeses no sólo en su provincia, sino también, y con anterioridad, en el litoral argentino, espacio impactado por la modernización y la expansión agroexportadora desde antes que Córdoba. Al despuntar la década de 1900, de cada 100 sirvientas existentes en la ciudad de Rosario, 33 procedían de Córdoba, y muchas otras se hallaban en Tucumán y Santa Fe.17 La atracción de Rosario provenía no sólo de la posibilidad efectiva de hallar trabajo por un salario, sino también de que éste era por lo común más alto que el vigente en Córdoba.18 Por otra parte, la expansión económica, la modernización y la urbanización favorecieron la emergencia de nuevas oportunidades laborales en la Córdoba de entre siglos, en los servicios, el comercio, el trabajo a domicilio (confección, calzado) y la industria. Siguiendo a Bialet Massé, en dicha ciudad al despertar la década de 1900, las fábricas colocaban a muchas mujeres, “que ganan poco y las aprovechan; pero siempre se

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El Pueblo, Río Cuarto, 1/11/1922 p. 3.

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Ivonne, “La mujer y la casa. La doméstica”, Caras y Caretas, Buenos Aires, 30/08/1919 p. 106.

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AHPC, Crimen, Capital, 1900, 2ª. Nominación, leg. 4, exp. 4. Juan BIALET MASSÉ, Informe... cit., t. 2, p. 208. Según Bialet Massé, en Rosario el servicio doméstico estaba “regularmente pagado” y fluctuaba entre 20 y 25 pesos mensuales para las sirvientas y 25 a 30 y 35 para las cocineras; en la ciudad de Córdoba esas trabajadoras ganaban 10, 12 y hasta 15 pesos y unas pocas 20, pese a que el servicio estaba allí “mejor pagado que en cualquier provincia del Interior.” Juan BIALET MASSÉ, Informe... cit., t. 2, p. 208.

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encuentran mejor pagadas que en el servicio.”19 La inestabilidad del servicio doméstico, resultante de la circulación y movilidad de quienes se empleaban en él, fue una permanencia del mercado de trabajo sectorial en el período y se acrecentó en su transcurso. A su vez, desde fines del siglo XIX se produjo una transformación fundamental, que se profundizó nítidamente con el progreso del período 1910-1930: la relación patrón-personal doméstico fue cambiando paulatinamente su naturaleza, derivando desde una relación marcada por el paternalismo y la autoridad-deferencia (amo/a-sirviente) hacia una relación contractual, de mercado, más capitalista (patrón/a-empleada doméstica), acorde a las transformaciones en marcha. A lo largo de este proceso de creciente mercantilización que afectó al servicio doméstico, quienes se ocupaban en él fueron dejando de ser sirvientes y deviniendo empleadas. Un primer indicio, muy sugerente, de los cambios en marcha consiste en que un reproche común de los patrones era que las domésticas, apenas ofrecían sus servicios, se mostraban especialmente ávidas por conocer cuánto percibirían como salario. En los inicios del período, en 1910, J. L., “un vecino” de la ciudad, en una nota dirigida al director de un diario local, cuyo tono dejaba traslucir una intensa sensación de asombro y un dejo de indignación, expresaba: “Cuando se presentan en una casa á solicitar empleo, su primera palabra es para preguntar cuanto les pagan.”20 Al parecer se trataba de un comportamiento algo novedoso en un contexto donde era una práctica establecida -de larga data pero persistente en el período consideradola colocación de menores con una familia donde éste prestaba servicios a menudo sin percibir salario. Hacia 1910, las sonoridades apenas audibles de las voces de las domésticas hablaban de su interés por el salario como algo lógico, natural. La respuesta a la aludida carta de J. L., suscripta por “varias sirvientas” y publicada como solicitada en la prensa, es un testimonio excepcional de los sin voz; en ella se señalaba: “Tambien es muy natural que huna cuando se ba á colocar tiene que preguntar cuanto pagan cual es aquel que ba á entrar á trabajar sin saber cuanto ba á ganar [...].”21 Para los patrones, esa pretendida impertinencia de preguntar ávidamente por el salario era parte de un comportamiento más general de las trabajadoras, que era juzgado como soberbio, altanero, desmedido, desmesurado, pretencioso y con otros calificativos por el estilo, como se evidencia con recurrencia en los artículos periodísticos, mucho más antes de 1910 y hasta mediados de este decenio. Los patrones parecen haber experimentado una sensación de amenaza a su control sobre el personal de servicio, a su acostumbrada autoridad, como contrapartida de una mayor libertad -no por ello incondicionada- de las domésticas. Para fines del período, un periódico de la ciudad cordobesa de Río Cuarto, en el sur provincial, apuntaba: “las sirvientas gozan de más libertad que antes; los patrones han de mostrarse menos exigentes, porque se ha impuesto la ley de las compensaciones, y si los dueños de casa mandan, también los sirvientes mandan a su manera; es decir, que ambos son esclavos mutuamente.”22 19 20



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Juan BIALET MASSÉ, Informe... cit., t. 2, p. 208. Los Principios, Córdoba, 2/09/1910 p. 4. Los Principios, 6/09/1910 p. 4. El Pueblo, 21/04/1927 p. 3.

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La crisis del paternalismo y la creciente mercantilización del servicio doméstico son perceptibles también en la práctica, cada vez más corriente, que tenían quienes se ocupaban en esa actividad de abandonar su trabajo en un hogar e ir a colocarse, casi inmediatamente, en otro. Este hecho puede estimarse como un indicio significativo de la ausencia (o creciente debilitamiento) de los vínculos afectivos y/o de fidelidad entre los patrones y el personal de servicio, parte de un creciente extrañamiento entre ambos. En este sentido parecen apuntar muchos de los casos donde la relación laboral duró muy poco tiempo, tanto es así que un testimonio de la época pondera como “tan largo tiempo” a un período de cinco meses de servicio de una joven sirvienta.23 Otros testimonios, de naturaleza más general, que apuntan a la situación del servicio doméstico en la época, dejan entrever con cierta nitidez la ausencia de vínculos afectivos y/o de fidelidad entre las partes, llegando a considerar a los sirvientes como extraños, incluso “enemigos”. Un artículo suscripto por Martha, titulado “La crisis de los sirvientes. Es una plaga universal. Se acabaron los buenos servidores”, es particularmente explícito sobre el punto señalado al iniciarse con la siguiente sentencia: “Los sirvientes se han convertido en nuestros enemigos, pasan como extranjeros en la casa, nos engañan y de todas maneras, trabajan apenas y desconfían de sus patrones.”24 Para la autora de la nota, esta situación era en parte responsabilidad de los mismos patrones, que se habían distanciado del personal de servicio, desentendiéndose de su suerte, sus vidas, asuntos y familias; para Martha, esto marcaba una clara diferencia con lo acontecido en el pasado, en la época de su abuela: “¿Creemos, en realidad, que únicamente son los sirvientes los culpables de los cambios de estas costumbres? Nuestras abuelas tenían buenos sirvientes porque ellas eran buenas dueñas de casa. Ellas se interesaban de sus criados, de su salud, de sus fatigas; se informaban de sus familias, obtenían su confianza é influían y afirmaban sus creencias religiosas. Esta simpatía de su señora no hacía perder á su servidor el respeto que le es debido á quien así sabe acordarle su confianza é introducirlo en su familia. Criado en la casa, trataba de merecer esta estima que se le ofrecía, y con sus buenos servicios y su probidad, con su desinterés y agradecimiento recompensaba el puesto que le daban y la participación de las afecciones del hogar. “¿En dónde encontramos hoy estos mutuos sentimientos? ¿En qué antigua familia encontramos el respeto debido al sirviente, como el debido á los amos? Encontramos, sí, algunos buenos sirvientes, pero estos en las casas de los buenos patrones.”25 En este contexto de transformaciones, y también como evidencia de ello, no faltaban quienes añoraban los tiempos idos, la “antigua” sirvienta o cocinera, cuya representación, quizás algo romántica, la presentaba como aquella que había pasado gran parte o toda su vida con la familia, considerada parte de ella, diligente, fiel, dócil, obediente, incluso afectuosa con sus patrones y sus hijos y de profundos sentimientos

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Los Principios, 26/06/1918 p. 6.

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Los Principios, 17/04/1912 p. 7. Destacado del autor. Los Principios, 17/04/1912 p. 7. Destacado del autor.

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religiosos. En varios artículos periodísticos del período se señalaba, a veces con un dejo de nostalgia, que habían pasado los tiempos “en que el personal de servicio era considerado como de familia [...] era fiel y cuidaba y atendía los intereses de sus ‘amos’ como si fueran propios”,26 o bien que “las costumbres actuales” habían “desterrado el lugar que ocupaba antes la sirvienta en la familia”, o que habían terminado con esa “especie de intimidad que existía” entre los domésticos y sus patrones,27 o que habían disminuido “los intercambios de cordialidad entre patrones y doméstica, con alteraciones de aquellas buenas y simpáticas disposiciones de ánimo.”28 Como un síntoma adicional de este extrañamiento entre ambos sujetos de la relación, incluso se llamaba la atención sobre la disposición espacial de las habitaciones de servicio dentro de los hogares de los patrones, que según el/la autor/a de la nota titulada “Asuntos domésticos” revelaba “el deseo de alejar de sí lo más posible la servidumbre [...] cada día se está más lejos de los sirvientes que se encuentran encerrados en el fondo de la casa [...].”29 Otro indicador del creciente proceso de mercantilización del servicio doméstico en la Córdoba de entre siglos parece ser el repertorio lingüístico utilizado para referirse a él, en concreto, a las mujeres que se desempeñaban en esa actividad. Si bien es perceptible un cierto grado de ambigüedad en dicho repertorio, lo cual es quizás en sí mismo un indicio de la transición en marcha, se observa un deslizamiento desde categorías como “criadas”, “sirvientes” o “servidumbre” hacia otras como “sirvientas” o “domésticas” y, en especial, “empleadas”, las cuales parecen ganar creciente predicamento, aunque sin desaparecer las primeras. Al respecto, es particularmente llamativo el aviso publicado en la prensa local por la Comisión de Damas de la Asociación de Propaganda Católica, en el cual se promovían sus escuelas dominicales destinadas -según se consigna en el título de dicho aviso- a “jóvenes empleadas en el servicio doméstico”, en vez de interpelarlas en tanto sirvientas, mucamas, domésticas o criadas.30 Las mismas jóvenes que desarrollaban tales actividades parecen haber mostrado cierto rechazo hacia algunas de esas categorías, como lo deja entrever el comentario de una dama de la alta sociedad de Río Cuarto que en 1922 expresaba: “El nombre de ‘sirvienta’ las horroriza, pues les parece algo denigrante que no pueden tolerar.”31 Unos cuantos años antes, a fines de la década de 1890, un artículo periodístico firmado por “Tía Pepa”, donde ella aludía a lo que calificaba como “descompostura general de la servidumbre”, concluía con las siguientes palabras: “Las sirvientas no son ya sirvientas, sino «empleadas». Cuando una sirvienta va á una casa a preguntar por otra, pregunta si allí está empleada la niña tal.”32 Al parecer, en la Córdoba del período, cada vez más a medida que éste avanzaba, las sirvientas y demás domésticas eran empleadas, trabajaban por un salario y, con mucha frecuencia, mudaban de patrones. La solicitada ya referida de 1910,

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Los Principios, 11/03/1913 p. 2. La palabra amos está entrecomillada en el original.

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Los Principios, 16/12/1917 p. 3. Ivonne, “La mujer y la casa...” cit. “Asuntos domésticos”, Los Principios, 16/12/1917 p. 3. Los Principios, 18/03/1917 p. 1. Destacado del autor. El Pueblo, 1/11/1922 p. 3. Los Principios, 19/09/1897 p. 5.

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suscripta por “varias sirvientas”, pone sobre la pista de que al menos un sector de ellas tenía cierta conciencia de las transformaciones en marcha. El contenido de la solicitada es una muestra del comportamiento más libre de las domésticas, por el cual decidían contratarse o dejar su empleo, y una evidencia de su percepción de las transformaciones en curso. Esto es claro cuando las domésticas se auto-representan como trabajadoras asalariadas, que vendían su fuerza de trabajo, no como sujetas a servidumbre: “así que las pobres sirbientas amas de sufrir con el rrigor del trabajo todavía tienen que sufrir los malos tratos y ultrajes de algunas patronas y eso es lo que más les duele cuando les disen que ya no es tiempo de la esclabitud porque ahora nosotros bendemos nuestro serbicio pero no nuestra perzona.”33 En la ciudad de Río Cuarto, en el sur de la provincia de Córdoba, parece haberse experimentado una situación semejante a la existente en la ciudad capital. En 1922, en el contexto de una cierta inquietud de las trabajadoras domésticas locales, alimentada por la implementación de una iniciativa policial de creación de un Registro de Sirvientas, ellas suscribieron -presuntamente- un “manifiesto de protesta” donde se establecía, entre otras cosas, que se cambiaría “la determinación de sirvientas, por el de Empleadas de Servicio Doméstico.”34 Al parecer, paulatinamente, la subordinación estaba dejando lugar a la negociación, si bien entre partes desiguales, entre los de arriba y los de abajo. Más allá de las manifestaciones quizás espectaculares y más bien extraordinarias, con mayor frecuencia las trabajadoras del servicio doméstico desplegaron, dentro de los constreñimientos que sobre ellas pesaban, prácticas defensivas encarnadas en gestos cotidianos de rebeldía y resistencia, entre ellos, la desobediencia de las órdenes, la “contestación”, la protesta, el insulto, la apropiación de los “vueltos” del mercado, la introducción de sustancias extrañas en la comida y, en los casos más extremos, el envenenamiento de las patronas35 y el abandono del trabajo, se tratara de mujeres libremente empleadas o colocadas por la fuerza. Respecto a esto último, es llamativa la frecuencia con que en la crónica policial aparecen alusiones a la fuga de menores colocadas coactivamente como domésticas o bien sobre su captura. Si bien las referencias a esas fugas ya las hemos detectado para el período que va de fines del siglo XIX hasta 1910, a golpe de vista -sin cuantificación mediante- ellas parecen tornarse más frecuentes desde ese momento. Por otra parte, para la década de 1920 se percibe lo que aparecería como una novedosa práctica social de esos menores -a veces apenas niños- colocados de manera forzosa -por la justicia o directamente por su familia- en el servicio doméstico y que huían de él. Dicha práctica consistía en acudir en persona, por iniciativa propia, a las mesas de redacción de los periódicos locales con el objeto de denunciar públicamente los malos tratos que -según sus dichos- les habían proporcionado sus patrones o guardadores, lo cual revela un papel más activo de esos pequeños trabajadores empleados, a la fuerza, en el servicio doméstico.36

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Los Principios, 6/09/1910 p. 4.



Los Principios, 2/02/1915 p. 4; La Voz del Interior, Córdoba, 22 y 23/08/1924 p. 10.

El Pueblo, 8/11/1922 p. 3. La crónica del mitin aparece en una columna que ofrece una mirada irónica, con sorna, de prácticas sociales y sucesos cotidianos, suscripta por “Paco Mirón”. Un par de casos en: La Voz del Interior, 28/06 y 25/11/1924 pp. 10 y 8 respectivamente.

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Esas denuncias coinciden con lo que podría concebirse, al menos como conjetura, como una emergente sensibilidad de al menos uno de los periódicos locales por lo que podemos denominar “el problema de los domésticos” -es decir, por la situación vivida por ellos en tanto sujetos, trabajadores-, más que por “el problema del servicio doméstico” -o sea, por el estado de esa actividad en el período-, cuestión que, de todos modos, no desaparece de las páginas de la prensa. Esa sensibilidad emergente se dirige muy en especial -aunque no exclusivamente- hacia los menores colocados por la fuerza en el servicio doméstico y es acompañada de una vigorosa crítica social hacia sus patrones y guardadores, estigmatizados como pudientes y poderosos que abusaban de su posición y explotaban y maltrataban a esos pequeños y jóvenes, víctimas ya de la pobreza material y/o moral de sus familias o del abandono o la orfandad.37 El “problema del servicio doméstico” La existencia de una demanda establemente insatisfecha de personal de servicio doméstico -consecuencia de la expansión demográfica, urbana y económica, pero sobre todo de la circulación y movilidad de quienes se ocupaban en esa actividadcontribuyó a ampliar los márgenes de libertad de acción y negociación de las domésticas frente a sus patrones. Esos mayores espacios de libertad y negociación fueron acompañados de un creciente extrañamiento entre patrones y trabajadoras del servicio doméstico, debido a su mayor mercantilización en el período. El personal de servicio fue convirtiéndose, a los ojos de los sectores acomodados, en un sujeto extraño y, por ende, peligroso, portador de amenazas al orden familiar y, más en general, social. Esta tendencia, ya perceptible hacia el viraje del siglo, se acentúa con intensidad en el período 1910-1930. Las domésticas devinieron en un otro que representaba una amenaza a la moral de los niños de los patrones -corrupción de costumbres, malos ejemplos- y a la privacidad familiar -chismes, ventilación de cuestiones íntimas-, pero en el período considerado sobre todo encarnaron, con fuerza creciente, un doble riesgo crucial: por un lado, un riesgo potencial para la salud, por la portación y difusión de enfermedades infecto-contagiosas, en especial la tuberculosis; por el otro, un riesgo patrimonial, sobre la propiedad, por robos, raterías y pillaje. Respecto a esto último, las trabajadoras del servicio doméstico encarnaron una amenaza en sí mismas, pero también lo fueron -cada vez más- por sus relaciones sociales -de noviazgo, pareja, amistad, trabajo, ocasionales- con otros sujetos populares, entre éstos, algunos delincuentes o, mucho más a menudo, sospechados de tales o que se movían en torno a la porosa frontera que separaba lo lícito de lo ilícito. De este modo, el servicio doméstico se convirtió en un verdadero “problema social”. En un artículo aparecido en el semanario Caras y Caretas en 1919, su autora, Ivonne, señalaba: “La cuestión de la doméstica fué considerada hace algunos años de poca importancia y perteneció al grupo de las pequeñas cosas fastidiosas de la vida, pero hoy asume el carácter de un problema social.”38 37



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Ej. en: La Voz del Interior, 31/12/1919 p. 4, 29/07/1921 p. 4, 1/06/1924 p. 10, 22/06/1924 p. 10, 24/09/1924 p. 8. Ivonne, “La mujer y la casa...” cit.

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Parte de la amenaza encarnada en las domésticas residía en su conocimiento del mundo íntimo de la familia de los patrones y en su capacidad para difundir esa información dentro de sus ámbitos de sociabilidad, se tratara de sus encuentros con sus pares de las familias vecinas o con otros sujetos populares (el carnicero, el almacenero, el vigilante, el mayoral del tranvía, etc.), en espacios como el mercado diario, la puerta de calle, los “boliches” y almacenes, los bailes populares o lugares de encuentro ocasional. Entre las quejas recurrentes sobre lo que se estimaba como defectos del personal de servicio ocupaban un sitio permanente los chismes e informaciones circulados por las domésticas, exponiendo así públicamente fragmentos de la intimidad familiar de los patrones y allegados. Para los inicios de la década de 1900, Bialet Massé evocaba ese tipo de comportamiento de las sirvientas y “mujeres del pueblo” de la ciudad de Río Cuarto al comentar: “La chismografía entre ellas es tal que el que quiera saber la vida y milagros de cada casa, no tiene más que hacer que irse por la mañana al mercado y escuchar. Afortunadamente aquello no trasciende fuera del lugar; y si fuera verdad que al hablar de uno en su ausencia hace zumbar los oídos, las señoras de Río Cuarto (y de otros lugares) estarían sordas.”39 Parte de la información puesta en circulación, sin duda, concernía a las condiciones laborales -salario, habitación, comida, trato, tareas, etc.- existentes para las trabajadoras del servicio doméstico en distintos hogares de la ciudad, de modo que contribuía, por lo menos, a prevenir a las incautas de que fueran a emplearse con patronas poco deseables. En su carta al director de un diario local, el “vecino” que firmaba como J. L. expresaba en 1910: “á los pocos meses salen de la casa, naturalmente echando sapos y culebras contra los dueños, los que son -según ellasmezquinos que no dan de comer á los sirvientes, se quedan con los sueldos y los hacen trabajar como animales.”40 Esto solía acarrear dificultades a algunas señoras para conseguir personal, lo que las orillaba a buscar sirvientas colocadas coactivamente, por intervención judicial a través del defensor de menores. Las “varias sirvientas” que suscribían la ya aludida solicitada de 1910 llamaban la atención sobre esta cuestión: “ay algunas [patronas] que ya se an echo rreconocer y de manera que ya ni con su plata no encuentran quien les sirba así que ya no allan más rrecurso que sacar por el defensor ó ir á sacar serbicio del buen pastor, ese será más onrroso para ellas.”41 En el mismo sentido apuntaban en 1922 las trabajadoras del servicio doméstico de Río Cuarto cuando, como contrapartida de un registro de sirvientas, parecen haber planteado que la policía confeccionara “un registro de Patrones Tramposos y otro de Pichuleadores, es decir, de los que pichulean servicio doméstico gratis, usando como excusa la de aparecer como tutores, protectores o que depositan el sueldo en Caja de Ahorro.”42 Sin embargo, en este marco, en el período 1910-1930 adquieren una notoria mayor intensidad, respecto al momento inmediato anterior, dos cuestiones

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Juan BIALET MASSÉ, Informe... cit., t. 2, p. 548.

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Los Principios, 2/09/1910 p. 4. Los Principios, 6/09/1910 p. 4. El Pueblo, 8/11/1922 p. 3.

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puntuales relativas al servicio doméstico: por un lado, las desconfianzas y las dudas de los patrones -efectivos o potenciales- acerca de la honestidad y la moral de las trabajadoras del sector, por el otro, la presunta amenaza sanitaria materializada en ellas, que incluso en ocasiones solía vincularse también a la primera cuestión, vale decir, a la moralidad -puesta en duda- de esas jóvenes mujeres. Con el correr del período, se fueron fortaleciendo las dudas sobre la salud del personal doméstico y a visualizarse a sus integrantes como una amenaza sanitaria para la familia del patrón y, por extensión, para la sociedad en su conjunto, muy especialmente como vehículo de difusión y contagio de la tuberculosis.43 Esta patología infecto-contagiosa, auténtica “enfermedad social” estrechamente asociada a las deficientes condiciones de trabajo y de vida en general, tuvo una incidencia creciente y significativa en la población de la ciudad de Córdoba en las primeras décadas del siglo XX. En este sentido, las dudas y los temores no carecían totalmente de fundamento, porque las trabajadoras del servicio doméstico se hallaban entre los sectores populares más afectados por dicha enfermedad. De acuerdo con el meduloso estudio del doctor Gumersindo Sayago de la década de 1910 sobre la tuberculosis en Córdoba, sobre 1.000 tuberculosas atendidas en la Casa de Aislamiento de la ciudad, el 16% eran cocineras, 13,1% mucamas, 9,3% lavanderas y 19,5% modistas y costureras; de 473 tuberculosas asistidas en esa institución sanitaria, 138 -el 29%- se habían desempeñado en la ciudad como personal doméstico de diferentes familias.44 Así, uno de los argumentos centrales para reclamar en el período por la necesidad de reglamentar el servicio doméstico fue de naturaleza higiénico-sanitaria y apuntó a que las trabajadoras del sector tuvieran que dotarse de una libreta que acreditara su buena salud, renovable periódicamente, por lo menos una vez al año, como lo sostenía un artículo aparecido en 1926 en la académica Revista del Trabajo editada en Córdoba, en el cual además se aludía, como ejemplo a replicar, a lo ocurrido en esa materia en la provincia de Mendoza.45 Según dicho artículo, “esos modestos servidores” como las niñeras, las mucamas y las cocineras, por sus propias funciones eran “a veces agentes directos de contagio de muchas enfermedades trasmisibles y de graves consecuencias”; más precisamente: “La tuberculosis en sus distintas formas en primer término, después la lúes, la lepra, amén de otras menos frecuentes pero no menos graves, suelen ser los huéspedes ingratos introducidos en los hogares por el servicio doméstico en un buen número de casos y muchas veces con la más completa ignorancia de los mismos atacados.”46 Como ya se anunció, a veces la amenaza sanitaria se vinculaba, más o menos estrechamente, en sus orígenes, a una cuestión moral, en concreto, en palabras de la época, a la “corrupción de las costumbres”, vale decir, al supuesto comportamiento desordenado, libertino, hedonista, de las jóvenes mujeres que se empleaban como domésticas. Nada más explícito al respecto que un artículo de 1934 aparecido 43



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Los Principios, 1/01/1916 p. 2; El Pueblo, 26/07/1916 p. 3; Nuevos Rumbos, Villa Dolores, 3/04/1934 p. 1. Informe del doctor Gumersindo Sayago sobre la mortalidad tuberculosa en la provincia de Córdoba, La Voz del Interior, 7/09/1919 p. 5. “El Servicio Doméstico. Hace falta su reglamentación”, Revista del Trabajo, Córdoba, año I, abril 1926, núm. 4, pp. 21 y 23. Ibid., p. 23.

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en un periódico de Villa Dolores, en el oeste de la provincia de Córdoba, donde tras considerar a “la servidumbre” como un “problema doméstico y social”, inmediatamente después se señalaba: “Para encontrar una sirvienta, constituye un serio asunto: pues, la mayoría de las ‘fámulas’; por la vida de holgorio y libertinaje que llevan -con raras excepciones- adquieren enfermedades crónicas y contagiosas por lo cual son focos de infección peligroso.”47 En consecuencia, se aconsejaba a todas las familias exigir a las domésticas un certificado sanitario expedido por el consultorio médico municipal, dado que en este lugar había -según el periódico“una gran estrictéz por parte de los facultativos, no extendiéndose certificado de COMPLACENCIA.”48 La otra cuestión que adquiere gran relevancia y gana intensidad en el transcurso del período 1910-1930 remite a las desconfianzas y las dudas acerca de la honestidad del personal de servicio y el riesgo que ello suponía para los bienes de los patrones. Un artículo de la prensa sentenciaba en 1917: “ya no va siendo posible conseguir un regular servicio doméstico de cierta honestidad y mucho menos de confianza para los patrones.”49 En parte, esa amenaza encarnada en las domésticas, tal como la visualizaban sus patrones, provenía de las relaciones -reales o presuntas- que ellas mantenían con otros sujetos populares de una pretendida dudosa moralidad y honestidad, que rondarían la marginalidad y el delito. Entre ellos se hallaban, con presencia destacada y creciente en el período, los denominados alternativamente como “tenorios”, “afiladores”, “atrevidos”, “compadritos”; en suma, “la plaga de tenorios y atrevidos, que son en gran parte, la causa del mal servicio doméstico.”50 Desde el inicio mismo del período se multiplican los comentarios sobre la honestidad y moralidad del personal de servicio y de sus relaciones, siendo uno de los argumentos recurrentes para demandar al Estado una reglamentación de la actividad.51 Dichos comentarios, a su vez, tenían algún asidero en la realidad, dados los casos denunciados y descubiertos de delitos cometidos por trabajadoras domésticas -robos, raterías, hurtos-, a veces en complicidad con sus relaciones fuera de la casa (novios, concubinos, familiares) o dentro de ella (compañeras/os de trabajo).52 Las denuncias aparecidas en las crónicas policiales de la prensa sobre hurtos concretados en los hogares de sus patrones por trabajadoras del servicio doméstico se vuelven sumamente frecuentes desde los inicios mismos del período y marcan una nota distintiva -específica- del mismo respecto al que se extiende entre 1870 y 1910, que hemos examinado en trabajos anteriores sobre la temática.53 Un

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“La servidumbre”, Nuevos Rumbos, 3/04/1934 p. 1.

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Ibid.

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“El servicio doméstico y la policía”, Los Principios, 10/03/1917 p. 1. Ibid. Otros testimonios sobre la cuestión: Los Principios, 13/07/1910 p. 2, 15/07/1910 p. 5, 24/07/1910 p. 2; La Voz del Interior, 13/07/1922 p. 10. El Tribuno, Río Cuarto, 1/01/1897 p. 1; La Nación, Buenos Aires, 20/07/1906 p. 8; Los Principios, 2/09/1910 p. 4; El Pueblo, 18/08/1914; Juan BIALET MASSÉ, Informe... cit., t. 2, pp. 548-549. Algunos ejemplos, entre los tantos que pueden verse: Los Principios, 13/06/1911 p. 5, 23/06/1911 p. 5, 12/07/1912 p. 4, 21/01/1913 p. 4, 1/11/1913 p. 5, 19/12/1913 p. 4, 18/01/1914 p. 5, 19/12/1914 p. 5, 13/01/1916 pp. 5-6, 21/07/1916 p. 5, 25/07/1917 p. 6; La Voz del Interior, 22/04/1914 p. 5, 11/11/1916 p. 7, 17/09/1921 s.n.; El Pueblo, 26/11/1914. Fernando J. REMEDI, “Las trabajadoras del servicio doméstico...” cit.; Fernando J. REMEDI,

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detalle no menor que hemos detectado en ese tipo de hurtos del período 1910-1930 es que con cierta frecuencia fueron concretados por personas que hacía poco -a menudo muy poco- que habían sido empleadas en el servicio. Así, por ejemplo, se encuentran casos de domésticas tomadas hacía apenas una semana, cuatro días, dos días, el día anterior, el mismo día (¡!) del hurto denunciado.54 Además, dato bastante sugestivo, en muchos casos cuando los patrones realizaban la denuncia policial del hecho aparece con claridad que ignoraban el nombre y apellido auténtico de su exdoméstica, por lo común desaparecida tras el hurto, o bien puede conjeturarse que ella habría proporcionado nombres diferentes en los distintos hogares donde había estado ocupada.55 En algunas oportunidades, las víctimas de los hurtos de estas “domésticas de ocasión” fueron, no sus patrones, sino las demás trabajadoras del servicio de la casa.56 Todo lo señalado no sólo permite afianzar la idea de una circulación y movilidad crecientes de las domésticas en el período, sino que también da sustento adicional a nuestra hipótesis de un creciente extrañamiento entre los patrones y el servicio doméstico en la época considerada. Los mayores espacios de libertad y negociación, los gestos cotidianos de rebeldía y resistencia y el mayor extrañamiento alimentaron una creciente inquietud de los patrones respecto a su personal de servicio, devenido un sujeto extraño y peligroso, lo que se plasmó en quejas y manifestaciones de desagrado pero también en la persistente demanda -que atraviesa toda la época- de una intervención reguladora del Estado. Según las expresiones de uno de los patrones, era necesario “ayudar á las familias á defenderse de los avances de un gremio que cada día se hace más terrible.”57 Estado y sociedad civil frente al “problema del servicio doméstico” Por lo menos desde fines del siglo XIX, en la prensa local es recurrente la publicación de artículos y algunas cartas de particulares donde se aludía al “problema del servicio doméstico” y se apuntaba a la conveniencia -formulada como necesidadde que el Estado lo reglamentara, con un doble objetivo. Por un lado, fijar legalmente los derechos y las obligaciones de las partes contratantes, sirviendo de protección respecto a potenciales abusos recíprocos. Este objetivo prácticamente se desvanece en los artículos sobre esta cuestión en el período 1910-1930 y todo el espacio de la exigencia de regulación parece apuntar sólo a la otra finalidad, hasta entonces complementaria y ahora excluyente, en el sentido de propiciar una fiscalización más estricta y efectiva de la calidad moral del personal de servicio. Esta necesidad aparece como más acuciante debido a la circulación y movilidad crecientes de las domésticas y el consecuente extrañamiento entre ellas y los patrones, lo que tornaba

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“‘Esta descompostura general de la servidumbre...” cit. Ej.: Los Principios, 8/08/1914 p. 5, 22/04/1915 p. 6, 13/05/1915 p. 6, 27/05/1917 p. 4, 27/07/1917 p. 4, 20/04/1918 p. 7, 6/10/1918 p. 7, 12/02/1923 p. 8.

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Los Principios, 27/05/1917 p. 4, 27/07/1917 p. 6; La Voz del Interior, 12/02/1923 p. 8.

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Los Principios, 12/02/1923 p. 3, 5/10/1923 p. 4. Los Principios, 2/09/1910 p. 4.

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poco eficientes las prácticas de control acostumbradas, vale decir, las relaciones sociales previas existentes entre las partes o, en su caso, las “recomendaciones” de los empleadores anteriores, las cuales -por otra parte- no siempre eran efectivamente exigidas. En el fondo, se buscaba un mayor y más estricto control patronal sobre el personal doméstico, su trabajo y sus prácticas cotidianas. A su vez, a estos controles se le añadieron también, como parte de la demanda de regulación estatal, los ya señalados relativos a las condiciones sanitarias del personal de servicio. Una reglamentación de esas características era estimada por el periódico La Nación de Buenos Aires como una “garantía de seguridad doméstica”, porque permitiría “comprobar la probidad del personal dedicado á estas tareas familiares”, mientras que la tradicional “recomendación” era juzgada sólo como “un medio accidental y deficiente” sin “la formalidad ni la eficacia de la libreta, otorgada previos los justificativos pertinentes y las constancias de conducta de las diferentes casas que ha servido.”58 Dicha libreta, que implicaba la inscripción de las trabajadoras del servicio doméstico ante una autoridad administrativa o policial, era considerada por algunos periódicos de Córdoba como la base para un control más estricto y eficiente de ese sector de actividad.59 De alguna manera, en esta dirección apuntaron los registros de personal doméstico promovidos -con suerte diversa- por las autoridades policiales, en la ciudad de Córdoba en 1889 y en la de Río Cuarto en 1922. En el caso de la ciudad de Río Cuarto, el 27 de octubre de 1922, la máxima autoridad policial de esa jurisdicción impuso un edicto en virtud del cual todo el servicio doméstico de la localidad debía ser “inscripto y debidamente prontuariado en la Oficina de Investigaciones”, para lo cual todos los trabajadores del sector debían proporcionar detalles de filiación personal, fotografía y huella digital, con el objeto de extender un carnet habilitante siempre que el solicitante contara con buenos antecedentes y el médico de policía certificara su buena salud. Esta disposición alcanzaba tanto a aquellas personas que estaban buscando ocupación como también a las que se hallaban empleadas en ese momento; en este último caso, sus patrones eran los responsables de hacerlas inscribir en el registro.60 A pocos días del vencimiento del plazo para efectuar la inscripción, la disposición policial -según la prensa- estaba “obteniendo un éxito extraordinario”, pasaba de 200 el número de domésticas registradas que ya contaban con el correspondiente carnet y se hallaban en trámite otras 50 solicitudes.61 Carecemos de más información acerca de los resultados concretos de la implementación de ese “registro policial de sirvientas”. Sin embargo, sabemos, por un lado, que se prorrogó al menos una vez -por 15 días- el plazo estipulado para inscribirse en el registro,62 y por otro, que la iniciativa produjo cierta inquietud y malestar en las domésticas de la ciudad. Al parecer, unas cuantas de ellas resistieron el edicto policial y, como mínimo, plantearon a sus patrones su intención de abandonar el trabajo antes que registrarse. En este sentido, un periódico apuntaba: “Sabemos ya, que algunas sirvientas han manifestado a sus respectivos patrones, que

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La Nación, 20/07/1906 p. 8.

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El Pueblo, 18/08/1914. El Pueblo, 4/11/1922 p. 5. El Pueblo, 30/11/1922 p. 3. El Pueblo, 30/11/1922 p. 3.

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antes de ir a la policía para que les saquen la fotografía ‘como a un vulgar criminal’, prefieren perder la colocación.”63 Pero los malestares, las reservas y las reticencias parecen haberse extendido también a algunas patronas, tanto que el cronista local se consideraba sumido en el desconcierto porque el edicto policial había despertado -según su (asombrada) opinión- “más las protestas que los elogios”. Sucede que algunas patronas consideraron como un “bochorno” para sus empleadas en servicio tener que concurrir a la policía “a hacerse prontuariar como un vulgar delincuente”, cuando ellas podían acreditar, por los años que las conocían, que eran honestas y de confianza; mientras tanto, otras patronas estimaron que los controles que suponía el edicto policial desalentarían a muchas mujeres que podrían aspirar a ocupar un lugar en el servicio doméstico, restringiendo así la oferta de trabajadoras para el sector, agravando de ese modo un problema ya persistente.64 Cabe señalar que, ya hacia fines de la década de 1880, la máxima autoridad policial de la ciudad de Córdoba había promovido un edicto de características semejantes al impuesto en Río Cuarto en 1922. De hecho, el jefe de policía de esta última ciudad consideraba que su propio edicto suponía la aplicación efectiva de una ley provincial sancionada en 1890, que según su entender seguía vigente, por la cual se había convertido en disposición legal el edicto de 1889.65 Estos argumentos hablan, por sí solos, de lo que parece ser la falta de vigencia efectiva de esa vieja disposición policial de la ciudad de Córdoba y, lo que es peor aún, de la ley provincial que lo tomó como base, al menos, en el transcurso del período considerado en este trabajo. Ya se hizo mención a la insistente demanda que atraviesa el período en el sentido de la implementación de un control estatal sobre el servicio doméstico, incluso un periódico local en 1921 hacía alusión a un “registro oficial de sirvientes” como una medida importante que no parecía haber preocupado nunca a la policía y pocos años después, en 1924, se preguntaba en el título de una nota: “Y aquel registro de Servicio Doméstico en qué quedó?”66 Las finalidades previstas para la reglamentación del servicio doméstico eran concebidas por la prensa, los patrones y aquellos funcionarios públicos que promovieron iniciativas en tal sentido, como beneficiosas también para las trabajadoras del sector, porque -entre otras cosas- sería una especie de resguardo 63



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El Pueblo, 4/11/1922 p. 3. El mismo periódico vuelve sobre esas “resistencias” en su edición del 30/11/1922 p. 3, donde señala que “no son pocas las sirvientas, mucamas, cocineras, etc. que se mantienen firmes en su negativa” y que comunicaron a sus patrones que están dispuestas a dejar el trabajo antes que sujetarse a la disposición policial. El Pueblo, 1/11/1922 p. 3. El Pueblo, 30/11/1922 p. 3. El jefe de policía de Río Cuarto dijo que la disposición no era su invención, sino el cumplimiento de una ley vigente; que la policía de la capital provincial había dictado un edicto (12/02/1889), cuya reglamentación era idéntica al suyo, y que el mismo había sido elevado a la legislatura por el gobernador Figueroa Alcorta como proyecto de ley 1208, sancionado como tal el 29/11/1890, y que seguía vigente. En efecto, a fines de 1890, la legislatura provincial había convertido en ley una serie de edictos policiales sobre diversas cuestiones. Entre ellos se encontraba el aludido del 12/02/1889, por el cual se establecía un “registro de servicio doméstico” y se fijaba una multa para todos aquellos patrones que admitieran “sirvientes sin previa anotación en los libros correspondientes.” Compilación de Leyes, Decretos y Demás Disposiciones de Carácter Público Dictada en la Provincia de Córdoba en el Año 1890, t. XVII, Córdoba, 1891, pp. 187-194, véase en especial pp. 190-191. La Voz del Interior, 5/07/1921 p. 4, 24/06/1924 p. 10.

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para las honestas frente a aquellas que habían convertido a la actividad en una modalidad delictiva, contribuyendo así a extender la sospecha y la desconfianza sobre todo el personal. Uno de los testimonios más claros es el del periódico porteño La Nación, para el cual la reglamentación “lejos de perjudicar y deprimir al servicio, le otorga[ba] un testimonio fidedigno para probar su aptitud y su moralidad, facilitando su colocación y también el mejor salario”; entonces, esto servía al mismo gremio, que había sido “rebajado á un oficio sospechoso, debido á los abusos y delitos cometidos por los que se sirven de él para realizar sus fechorías.”67 Las ventajas de contar con una especie de “certificado de buena conducta” expedido por autoridades públicas también eran señaladas por un periódico de Río Cuarto, para el cual las cocineras y las mucamas tendrían así en su poder “un elemento que les facilitaría obtener inmediatamente una buena colocación, en el caso de perder la que ahora tienen.”68 La reglamentación de esta naturaleza, más que regular el servicio doméstico, suponía la imposición de un contralor, policíaco, sobre las trabajadoras. La intervención estatal -con más precisión, policial- terminaba respondiendo claramente a la búsqueda de protección de los patrones frente a estos sujetos, cada vez más extraños, que trabajaban dentro de sus hogares. Los controles policiales vendrían a ocupar, crecientemente, el sitio que iban dejando libres las tradicionales formas de regulación del servicio doméstico, basadas en vínculos paternalistas, en el marco de los cuales eran cruciales cuestiones como la confianza y la fidelidad mutuas entre los patrones y las domésticas. Pero las reglamentaciones del servicio doméstico, que suponían esa intervención estatal-policial ya examinada, fueron sólo uno de los mecanismos con los cuales se pretendía responder a la creciente mercantilización del sector y a los peligros derivados del consecuente extrañamiento entre las trabajadoras y los patrones. Otro mecanismo puesto en marcha -en lo esencial, no exclusivamente- con el mismo objeto, pero en este caso diseñado y gestionado directamente por la sociedad civil, fueron las denominadas “escuelas de sirvientas” creadas en el período y sostenidas por distintas organizaciones benéficas y/o religiosas. Esas escuelas pueden concebirse como parte de un intento por contribuir a una “regeneración” del servicio doméstico, algo que Blanca, una patrona de la época, estimaba como “una de las grandes necesidades de nuestro país”. En este sentido, al cierre de su artículo, ella expresaba: “Sea pues, un deber para cada señora procurar convencer á sus sirvientas de la gran conveniencia de inscribirse en la Escuela Patronato, conseguido lo cual, á la vuelta de pocos años tendríamos regenerado nuestro servicio doméstico, cuyo deplorable estado tan preocupada tiene á nuestra sociedad.”69 En realidad, las “escuelas prácticas de sirvientas”, creadas y regenteadas por damas de la elite local, ya se habían instalado en la ciudad hacia fines del siglo XIX y apuntaban a capacitar a jóvenes carecientes de educación y, en muchos casos, de familia para incorporarse al mercado de trabajo sectorial, ganarse la vida por sí mismas, acercarlas a la religión y alejarlas de lo que las promotoras de la iniciativa concebían como “peligros sociales” (la prostitución, los vicios, la vagancia, el delito). Esas escuelas eran parte integrante de la beneficencia, ampliamente extendida 67

La Nación, 20/07/1906 p. 8.

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El Pueblo, 1/11/1922 p. 3.

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Los Principios, 23/04/1912 p. 7. Destacado del autor.

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y creciente durante el período, que tenía un claro fin moralizador por medio del trabajo y su promoción entre las mujeres pobres. Sin embargo, pese a su preexistencia al período considerado en este trabajo, este tipo de iniciativa parece adquirir un nuevo -y sugestivo- impulso en la ciudad de Córdoba hacia la década de 1910, justo en el momento en que arreciaban los comentarios, las quejas y los reclamos por la situación del servicio doméstico local. En este clima resulta particularmente llamativo que en la década de 1910 se ponen en marcha en la ciudad varias nuevas escuelas de sirvientas.70 Estas escuelas, entonces, parecen haber sido parte de una respuesta a la “descompostura” del servicio doméstico en el período, ya que con ellas se buscaba colaborar en la solución de ese problema en su dimensión laboral y, sobre todo, moral. Para ello, en esas escuelas, que funcionaban dos horas en las tardes los días domingo, las domésticas asistentes recibían, por un lado, una serie de conocimientos que contribuían a formarlas y capacitarlas para el ejercicio de su ocupación, y por el otro, clases de religión y de moral, a cargo de sacerdotes, que apuntaban a desarrollarlas como personas de bien, de moral, de virtud, de piedad y de religión. Esta segunda función, por cierto, estaba íntimamente entramada también con la primera, porque se confiaba en la capacidad del trabajo y el conocimiento para promover la moral y la virtud. En este punto son contundentes las palabras del R. P. Font S.J., director de la Asociación de la Propaganda Católica, en su alocución en el acto de clausura de las clases de las escuelas por él patrocinadas, cuando recomendaba “la continuación en el camino emprendido para desterrar la ignorancia y fomentar la virtud por medio de la ilustración y el trabajo.”71 Así, el aviso de propaganda de las escuelas dominicales de sirvientas gestionadas y sostenidas por la Asociación de la Propaganda Católica convocaba a las “señoras dueñas de casa” a que enviaran a su personal femenino a dichas instituciones, si es que deseaban contar con “un servicio doméstico adornado del grado de instrucción y moralidad que requiere vuestro hogar, y que del suyo no han podido heredar”; con esa finalidad, se brindarían clases de moral, instrucción, cocina y corte y confección.72 La presidenta de dicha Asociación consideraba que las dos escuelas de sirvientas que gestionaba la entidad tenían como finalidad el “mejoramiento de sus costumbres y á la vez la necesaria instruccion de que en su mayoría carecen [...].”73 Según el informe de 1916 del Inspector de Escuelas, en las dos destinadas al servicio doméstico patrocinadas por la asociación aludida, se enseñaba lectura, escritura, caligrafía, aritmética, economía doméstica, corte y confección y moral; en uno de los establecimientos había 50 sirvientas matriculadas y una asistencia promedio de 24 y en la otra 80 y 30 respectivamente.74 La Escuela abierta en 1910, auspiciada por las damas de la Asociación Apostolado de la Oración, de la Iglesia del Carmen, tenía la misma misión que las demás de su 70

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Además de aquellas a las cuales se alude a continuación, dentro del período nos consta la fundación en 1916 de la Escuela Dominical de San José de Calasanz, destinada a sirvientas y niñas pobres. Véase: Los Principios, 28/11/1916 p. 3.

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Los Principios, 2/12/1915 p. 4.

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Los Principios, 18/03/1917 p. 1.

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Archivo Histórico de la Municipalidad de Córdoba (en adelante: AHMC), Documentos, 1917, fs. 209r.-210v. Ibid.

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Fernando J. Remedi

tipo, porque pretendía “moralizar, educar, e instruir en sus deberes y en sus oficios a las jóvenes sirvientas de nuestras familias”;75 en este marco, su director, el Rvdo. Superior de los Carmelitas descalzos, estaba encargado de “la instrucción moral y religiosa de las muchachas afiliadas, por medio de conferencias sobre sus deberes religiosos y domésticos.”76 Como se exponía en una Memoria de la Escuela Patronato, en ella se llevaba adelante “el programa” que debía desarrollar “una institución de esta índole: formar en las alumnas un espíritu de piedad y enseñarles lo que es más importante en la vida: religión, instrucción primaria, labores y economía doméstica.”77 A modo de cierre Como se señaló en las páginas precedentes, retomando en parte lo considerado en otros trabajos ya aludidos de nuestra autoría,78 en sintonía con el proceso de modernización en curso en la Córdoba de entre siglos se estaba produciendo una creciente mercantilización del servicio doméstico, el deslizamiento desde unas relaciones marcadas por el paternalismo, la subordinación y la autoridad-deferencia hacia relaciones más contractuales y de negociación. En este sentido, el vínculo entre los patrones y el servicio doméstico adquiría cada vez más los rasgos de una estricta relación económica, antes que los de una relación social; dicho de otro modo, la relación económica (de explotación) entre ambos grupos tendía a desvelarse, ganaba mayor visibilidad, se exhibía de un modo más transparente, más descarnado, perdiendo algo de la envoltura tradicionalmente provista por el ropaje del paternalismo. Esto fue acompañado de un creciente extrañamiento entre ambas partes, en virtud del cual las domésticas fueron representadas, cada vez más, como un sujeto extraño y peligroso, en varios sentidos, portador de amenazas al orden familiar y, más en general, social. Esto era parte central del considerado “problema del servicio doméstico”, donde las personas que se desempeñaban en él fueron visualizadas como la encarnación, en el período 1910-1930, en concreto de dos peligros que se cernían sobre las familias y, por ende, sobre la sociedad en su conjunto: un riesgo, por un lado, para los bienes y las pertenencias de los patrones, y por el otro, para su salud. En efecto, la creciente lejanía entre los patrones y las domésticas, producto de su mayor mercantilización y extrañamiento entre ambas partes, en el período considerado alimentó las desconfianzas y las dudas acerca de la honestidad y la moral de dichas trabajadoras y también tendió a convertirlas en una amenaza sanitaria; por otra parte, esta cuestión a menudo era vinculada -explícita o implícitamente, con mayor o menor intensidad- a la moralidad de esas jóvenes mujeres, que era cubierta por un manto de sospechas y suspicacias. En este contexto, frente a la creciente debilidad de las tradicionales y acostumbradas modalidades de control sobre el servicio doméstico, que parecían

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Los Principios, 2/12/1914 p. 4.

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Los Principios, 23/04/1912 p. 7. Los Principios, 2/12/1914 p. 4. Fernando J. REMEDI, “Las trabajadoras del servicio doméstico...” cit.; Fernando J. REMEDI, “‘Esta descompostura general de la servidumbre...” cit.

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no funcionar ya tan eficientemente como antes, los patrones demandaron un contralor externo, estatal-policial, a modo de instrumento de protección de sus intereses, corporizado en especial en los denominados “registros” de sirvientas o del servicio doméstico. A la vez, algunos sectores de la sociedad civil respondieron a lo que se consideraba como el “problema del servicio doméstico” con la instalación de escuelas dominicales para las trabajadoras que se desempeñaban en él, con el propósito enunciado de “regenerar” a dichas mujeres, desde el punto de vista laboral y, mucho más aún, moral. Quizás como un síntoma adicional del proceso de creciente mercantilización de ese sector ocupacional en el período, esas mujeres fueron interpeladas, en algunos casos (ya hicimos alusión oportunamente a las ambigüedades léxicas), como “jóvenes empleadas en el servicio doméstico”, más que como sirvientas o mucamas (menos aún criadas), y parece que era necesario que sus patronas hicieran un esfuerzo para persuadirlas de la utilidad de acudir a dichos establecimientos de enseñanza, tal como parece desprenderse de las expresiones ya citadas de una de ellas, Blanca, cuando en los primeros años del decenio de 1910 estimaba como “un deber para cada señora procurar convencer á sus sirvientas de la gran conveniencia de inscribirse en la Escuela Patronato [...].”79 Sin embargo, pese a su significación, no hay que exagerar la intensidad de las transformaciones en curso en el servicio doméstico en el período, porque aún en sus postrimerías una parte de las mujeres ocupadas en esa actividad estaban allí forzosamente, en virtud de colocaciones promovidas por el Estado provincial, la beneficencia o la familia.80 Esto era el resultado de la persistencia, todavía, de una serie de prácticas sociales -formales e informales- de prolongada eficacia, previas a la modernización en curso, que incluso en algunos casos hundían sus raíces en los tiempos de la colonia, y que en todos ellos incidían sobre las vidas y los destinos de numerosos menores -sobre todo mujeres- que devenían personal de servicio doméstico, por la fuerza y a menudo por escasa o ninguna paga. Parafraseando a un periódico local, ellas eran, aún en el período considerado, “las menores esclavas”, “tratadas poco menos que como animales”.81

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Los Principios, 23/04/1912 p. 7. Destacado del autor.



La Voz del Interior, 31/12/1919 p. 4 y 29/07/1921 p. 4 respectivamente.

De allí que una cuestión que parece significativa para indagar en el futuro consiste en examinar cómo se relacionaban (si lo hacían) ambos circuitos de incorporación al servicio doméstico, el mercantilizado y el forzoso.

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