El problema de la identidad personal en el Arte: Cine, Literatura y Fotografía

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Descripción

UNIVERSIDAD PABLO DE OLAVIDE FACULTAD DE HUMANIDADES

Trabajo Fin de Grado Doble Grado en Traducción e Interpretación y Humanidades

El problema de la identidad personal en el Arte: Cine, Literatura y Fotografía

Clarines Valenciano Pérez Tutora: Marian Pérez Bernal

20/05/2016 Convocatoria de junio

De acuerdo con lo establecido en el Real Decreto 1027/2011, por el que se establece el Marco Español de Cualificaciones para la Educación Superior, el estudiante o la estudiante de grado debe demostrar a través del Trabajo de Fin de Grado el cumplimiento de una serie de descriptores: Como tutor/a de este Trabajo Fin de Grado marco con una X los descriptores se cumplen en este trabajo DESCRIPTORES

Marcar con una X si procede

Haber adquirido conocimientos avanzados y demostrado una comprensión de los aspectos teóricos y prácticos y del método de trabajo en el campo de estudio correspondiente, con una profundidad que llegue hasta la vanguardia del conocimiento Poder, mediante argumentos o procedimientos elaborados y sustentados por ellos mismos, aplicar sus conocimientos y capacidades de resolución de problemas en ámbitos laborales o profesionales y académicos o científicos que requieren el uso de ideas creativas e innovadoras. Tener la capacidad de recopilar e interpretar datos e informaciones sobre las que fundamentar las conclusiones a las que se llegue, incluyendo la reflexión sobre asuntos de índole social, científica o ética en el ámbito de estudio propio. Ser capaz de dar respuesta a situaciones complejas que requieran el desarrollo de soluciones nuevas, tanto en el ámbito académico como laboral y profesional. Saber comunicar a audiencias, especializadas o no, los conocimientos, métodos, ideas, problemas y soluciones en el ámbito de estudio. Ser capaz de organizar el proceso de aprendizaje de manera autónoma, tanto en ámbitos de desarrollo académico como laboral y profesional.

Visto bueno del Tutor/a

Fdo. D./Dª.___________________________________

Índice de contenidos 1.

Introducción ........................................................................................................................ 1 1.1. Objetivos .......................................................................................................................... 1 1.2. Metodología ..................................................................................................................... 2 1.3. Argumentación del tema elegido ..................................................................................... 3 1.4. Cuestiones a tratar ............................................................................................................ 3

2.

Aproximación al concepto de identidad .............................................................................. 5 2.1. Definiendo conceptos ...................................................................................................... 6 2.2. Factores que intervienen en la construcción de la identidad personal. ............................ 7

3.

El problema de la identidad en la historia de la Filosofía ................................................. 12 3.1. Descartes y el cogito ergo sum ...................................................................................... 12 3.2. Locke y Hume: un nuevo acercamiento a la identidad .................................................. 13 3.3. Kant y la identidad ......................................................................................................... 15 3.4. Socialismo: Karl Marx ................................................................................................... 16 3.5. Freud y el inconsciente .................................................................................................. 17 3.6. El existencialismo y la identidad ................................................................................... 18 3.7. Foucault ......................................................................................................................... 19 3.8. Ricoeur ........................................................................................................................... 20

4.

El problema de la identidad en la Literatura ..................................................................... 22 4.1. La vida es sueño: el amor como dador de identidad ...................................................... 23 4.2. La metamorfosis: pérdida de identidad .......................................................................... 24 4.3. El hombre duplicado ...................................................................................................... 26

5.

El problema de la identidad en el Cine ............................................................................. 29 5.1. Big Fish: identidad narrativa.......................................................................................... 30 5.2. El número 23: identidad y memoria .............................................................................. 32 5.3. La ola: configuración de la identidad personal a través de la acción social .................. 33

6.

El problema de la identidad en los autorretratos: pintura y fotografía .............................. 36 6.1. Los ‘selfportrait’. Una progresión de la identidad a través de los autorretratos ............ 37 6.1.1. Vincent Van Gogh (1853-1890) .............................................................................. 37 6.1.2. Frida Kahlo (1907-1954)......................................................................................... 39 6.2. Fotografía e identidad: el ser a través del espejo ........................................................... 43 6.2.1. Ana Casas Broda: la fotografía como reflejo del recuerdo ..................................... 45 6.2.2. Cindy Sherman: la fotografía como deconstrucción de la identidad ..................... 48

7.

Conclusión......................................................................................................................... 51

8.

Bibliografía consultada ..................................................................................................... 53

1. Introducción 1.1. Objetivos Uno de los objetivos que persigue el presente trabajo es realizar un acercamiento al problema de la identidad desde una serie de perspectivas que, por supuesto, no pretenden ser exhaustivas ni únicas, sino que más bien buscan hacer un recorrido por aquella parte de la historia de la Filosofía que centra su interés en el tema de la identidad, de la autoconciencia humana y de las fuentes de subjetividad del yo. El problema de la identidad personal ha sido un tema muy debatido y controvertido en la historia de la Filosofía universal. Diversos autores han investigado y ofrecido sus propuestas en torno a cuestiones como las que plantearemos en este trabajo. ¿Qué es la identidad? ¿Qué factores influyen decisivamente en la creación de nuestras identidades personales? ¿Quiénes somos nosotros? Sin embargo, no sólo intentaremos profundizar y conseguir entender el problema de la identidad personal en el ámbito filosófico, sino que, yendo un paso más allá, exploraremos esta cuestión en el campo de la psicología humana, analizando ejemplos de cómo los seres humanos edifican su personalidad, su identidad y en definitiva, su imagen ante el mundo. La aproximación al problema de la identidad en la Filosofía es una introducción al que se presenta como el objetivo principal de nuestro trabajo. Una vez planteados los diferentes problemas que surgieron y siguen surgiendo en torno a este tema, nos interesa observar cómo estas cuestiones que conciernen a la Filosofía se pueden ver a través de varios ámbitos artísticos como son la Literatura, el Cine o el Arte. Resulta interesante examinar cómo existe un indudable vínculo entre las inquietudes filosóficas planteadas hasta ahora en la historia de la Filosofía y las de aquellos escritores o artistas que, reflexionando sobre los problemas existenciales, plasman en sus obras las mayores preocupaciones sobre el ser humano, sobre sus formas de conocimiento y sobre su papel en el mundo. Por tanto, aunque este trabajo pertenezca en su naturaleza al ámbito de la Filosofía en el más estricto sentido, no será el núcleo central el análisis de la misma. No se pretende hacer un análisis detallado del problema de la identidad, ya que este se presenta como un tema muy amplio para ser abarcado en este trabajo, sino que, más bien, se intentará hacer una recopilación de las ideas más significativas aportadas en este campo para proceder más tarde a analizar el problema de la identidad en las artes y poder así examinar el significante papel que desempeña la Filosofía en las demás artes y, en concreto, comprobar el interés que despierta este tema en 1

el seno de la industria cinematográfica y literaria mediante la realización de obras artísticas que reflejan a la perfección la compleja dificultad que encierra este asunto. Veremos cómo la Filosofía se convierte automáticamente en materia novelable, en inspiración para artistas, en guiones que se reproducirán en las grandes pantallas. Se trata de aunar las diferentes ramas de las Humanidades en un solo trabajo y de observar el gran vínculo que todas ellas mantienen con la Filosofía. Las diferentes obras que analizaremos aportan un enfoque distinto del tema de la identidad. Todas ellas son obras conocidas que nos permiten hacer un recorrido en las artes desde el siglo XVII al XXI para observar cómo se ha abordado este interesante y a la vez complejo problema de la identidad humana. 1.2. Metodología A la hora de realizar un trabajo de investigación y de análisis a nivel académico superior, siempre es necesario desarrollar una labor previa de documentación y de lectura de bibliografía, ya no solo de aquella que esté estrechamente vinculada al tema en cuestión, sino de cualquier obra que pudiera ser de utilidad para la reflexión y posterior elaboración del trabajo. En primer lugar, para la redacción del presente trabajo, se ha realizado una visualización completa de todas las películas, una relectura de las obras literarias seleccionadas y se ha ido investigando sobre los trabajos fotográficos de varios artistas conocidos. Para la selección de todas las obras, la metodología seguida ha consistido en la comparación y análisis exhaustivo de todos los elementos filosóficos de cada una de ellas. Se ha tenido también en cuenta, no solo la exposición de los argumentos filosóficos en torno al tema de la identidad que presentan, sino la celebridad de sus autores, la diversidad de enfoques entre ambas y la adecuada longitud para el posterior análisis de todas ellas. A partir del proceso documental y bibliográfico sobre el que se sustentan las aportaciones teóricas del trabajo, se crea el marco práctico que se basa principalmente en el análisis de las obras y en la extracción, a partir de las mismas, del contenido filosófico. La interpretación de las obras para la elaboración de distintas hipótesis en torno al tema de la identidad se realiza mediante un análisis hermenéutico de las mismas. Será, por tanto, una tarea de extracción y reinterpretación de las ideas filosóficas de un texto. La metodología de trabajo seguida responde a un esquema tripartito que se compone de una primera fase documental, una segunda etapa de selección de obras y una tercera de redacción y revisión.

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Este trabajo ha sido tutorizado por la Dra. Marian Pérez Bernal, profesora del área de Filosofía del Departamento de Geografía, Historia y Filosofía de la Facultad de Humanidades de esta misma universidad. Gracias a su inmensa labor de orientación y asesoramiento, se ha llevado a cabo la elección final del tema que presentamos y se han solventado los principales problemas que surgieron a la hora de redactar este trabajo. 1.3. Argumentación del tema elegido La problemática de la identidad en el ámbito de la Filosofía y de la Psicología ha sido desde siempre un tema muy estudiado. Es, a su vez, una cuestión que despierta curiosidad e intriga en la mayoría de los seres humanos, ya que es una reflexión acerca de nuestra percepción, de nuestro cuerpo, de nuestra representación en el mundo. ¿Cómo nos vemos nosotros? ¿Cómo nos ven los demás? ¿Cómo puede una persona influir en la construcción identitaria de otra persona? ¿Qué factores influyen en la construcción de la propia identidad personal? Hoy día, este tema sigue de inmensa actualidad, especialmente en los estudios de género y sexualidad donde se están sucediendo una vertiginosa cantidad de investigaciones sobre la identidad sexual y la construcción social de roles de género. De esta manera, podemos comprobar cómo la cuestión de la identidad personal tiene numerosos enfoques y muy diversas problemáticas. Es un tema de reflexión, de renovación y de nuevas perspectivas. Como estudiante de Humanidades, siempre he tenido predilección por el estudio del pensamiento filosófico como base de todos los comportamientos humanos. La Antropología, la Sociología y, por supuesto, la Filosofía han estado presentes en toda mi formación académica. Este trabajo de fin de grado nació con la pretensión de aunar y englobar las artes, desde un punto de vista filosófico, para demostrar una vez más que la Filosofía es una de las bases del pensamiento y del comportamiento humano. La Filosofía es, en definitiva, el argumento, el objeto de estudio y, a su vez, el material de entretenimiento de numerosas artes. 1.4. Cuestiones a tratar El presente trabajo se divide en varias secciones. En primer lugar, se hará una breve introducción a los conceptos básicos que trataremos a lo largo del trabajo. Esto es necesario para que queden claras las definiciones que se utilizarán. También intentaremos explicar los factores que intervienen en la construcción de la identidad personal para así llegar a un mejor entendimiento del tema psicológico y filosófico que analizaremos ya más avanzado el trabajo. 3

En segundo lugar, haremos un recorrido a lo largo de la historia de la Filosofía para ver cómo se ha explicado y afrontado el problema de la identidad desde varias perspectivas. Recordamos que esto no pretende ser un análisis exhaustivo de la historia de la Filosofía, sino más bien un breve resumen para poder abarcar varias teorías. Se verán desde las teorías expuestas por corrientes completas, como son el racionalismo o el empirismo, hasta estudios de filósofos individuales como son Ricoeur o Foucault. La última parte del trabajo se centrará en hacer un análisis enfocado en el tema de la identidad presente en la Literatura, el Cine y la Fotografía. Las tres obras literarias analizadas son La metamorfosis, La vida es sueño y El hombre duplicado y las tres obras cinematográficas son Big Fish, El número 23 y La ola. En la parte final se terminará con una aproximación al problema de la identidad desde el punto de vista del arte pictórico. El Arte se constituirá como expresión y configuración de la identidad. Con el objetivo de comprobar esto, analizaremos autorretratos famosos como los de Van Gogh o Frida Kahlo y veremos el papel que desempeña la fotografía en la construcción de la identidad a través de la obra de varias fotógrafas hiperrealistas como Cindy Sherman o Ana Casas.

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2. Aproximación al concepto de identidad El ser humano necesita replantearse, muchas veces a lo largo de la vida, quién es realmente y cuáles son sus rasgos definitorios. Este proceso de cuestionamiento del “yo” forma parte del proceso de adquisición del sentimiento de identidad (Grinberg, 1993: 12). En la época actual, debido quizás a los numerosos cambios que se suceden tanto en el campo político, social, o económico, la identidad ha pasado a suscitar un gran interés para todos sin excepción. Existen varias formas de entender el concepto al que nos enfrentamos. Existen diferentes enfoques de este término: la identidad personal, de género y social, entre muchas otras. Aunque en este trabajo nos centraremos únicamente en la identidad personal, creemos necesario hacer una síntesis de las diferentes definiciones que encontraremos en el ámbito de la Psicología y Filosofía en cuanto al tema de la identidad. Normalmente, cuando se ha hablado de identidad personal, siempre se ha hecho referencia a los factores psicológicos y físicos que forman parte de un ser humano. Estos rasgos que lo diferencian del resto de seres que habitan a su alrededor constituyen su identidad personal. De esta manera, por lo general, se ha concebido la idea de identidad personal como el resultado directo de la oposición a las características de los otros. Todos los humanos comparten, al menos teóricamente, una identidad común, como seres de una misma nación, unidos por una ideología o un sentimiento de pertenencia a un grupo, etnia o clase social. Desde el momento que nacemos tenemos asignados un nombre, la pertenencia a una familia, a una nación, influenciados por una serie de creencias y actitudes morales o éticas. De esta manera, todos los seres que conviven en comunidad mantienen una identidad colectiva, y a su vez, como seres individuales, poseen una identidad que los diferencia del resto. La identidad se presenta, desde esta perspectiva, como la esencia de un individuo, lo que lo diferencia del resto de la comunidad. Veremos en esta sección introductoria al tema de la identidad diferentes conceptos que nos acercarán al complejo mundo de la psicología humana, de la autoconciencia y de la subjetividad del yo. Nos vamos a encontrar en este trabajo tanto con autores que defienden la identidad personal como una construcción de rasgos que nos diferencian del resto como con expertos que conciben la identidad personal como una continuidad psicológica, un conjunto de rasgos inmutables, una persistencia de la memoria y de nuestra autoconciencia, sin la que dejaríamos de reconocernos a nosotros mismos.

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2.1. Definiendo conceptos No pretendemos ser exhaustivos en el análisis de todos los conceptos, corrientes y problemas relacionados con la identidad porque eso rebasa con mucho la extensión de este trabajo. Nuestra idea, más bien, en este apartado, es lanzar algunos cables que nos resultan especialmente interesantes y que nos pueden ayudar a entender los problemas de los que nos vamos a ocupar a lo largo de este trabajo. En primer lugar, Laing define la identidad como aquello por lo que uno siente que es él mismo en un lugar y en un espacio determinado. Esto implica que la persona sea capaz de reconocerse también en una durabilidad espacio-temporal, es decir, que sea capaz de recordar su pasado y reconocerse en un posible futuro. El ser se identifica a sí mismo mediante su autoconciencia (Laing, 1981: 48). Por su parte, Erikson (1980:20) habla de la identidad como mismidad, es decir, como la capacidad que uno tiene de seguir siendo el mismo, a pesar del tiempo y de las circunstancias. La mismidad será, para muchos, un argumento importante de afirmación de la identidad. Será la esencia de cada individuo, lo más primitivo de él, lo innato, lo que perdura a través del tiempo y de todos los cambios que existen. Bajo este presupuesto, se entenderá mismidad como lo opuesto a ipseidad, concepto que sí permite el cambio (tanto físico como psíquico) en un individuo y permite también la continuidad de su identidad. Aun así hay que distinguir dos tipos de mismidad: la cualitativa y la numérica. Dos vasos pueden ser cualitativamente iguales pero no son numéricamente idénticos. Analicemos la siguiente frase: “Desde su accidente, ya no es la misma”. Implica que esta persona que es numéricamente idéntica (no hay otra como ella, no hay una duplicación suya) ha cambiado su carácter por determinadas circunstancias (Parfit, 2004: 94). Esto nos ayudará a comprender la dualidad que encierra el propio concepto. Podemos hablar, por tanto, de un cambio en la personalidad o en el físico de alguien, que alteraría su identidad cualitativa, pero no su identidad numérica. Esta distinción nos viene bien para comprender que la identidad no es un concepto fácil y superfluo, sino que, por lo contrario, encierra una serie de particularidades y excepciones que nos permiten analizar minuciosamente y entre líneas lo que se esconde detrás de todas estas definiciones e ideas. El concepto de identidad ya es estudiado por Victor Tausk en el ámbito del psicoanálisis. En su obra Sobre el origen del aparato de influencia en la esquizofrenia, Tausk estudia el proceso de adquisición de la identidad de un niño, concluyendo que el ser humano en su lucha 6

por la supervivencia se ve en la obligación de experimentarse a sí mismo. De esta manera, Tausk, como muchos de los autores del psicoanálisis, concibe el concepto de identidad como proceso de asimilación constante y de separación del otro. A su vez, también atribuye especial importancia a las etapas de maduración sexual, que ayudan al niño a determinar su identidad sexual y a la vez, personal (Grinberg, 1993: 18). Esto nos lleva a un tema muy novedoso en las investigaciones de género y sexualidad. ¿Qué es la identidad sexual? ¿Cuándo creamos esa identidad? El esquema corporal determina en muchos casos la identidad sexual del individuo. Sin embargo, el sexo que nos determina al nacer, y que, inevitablemente conforma nuestros primeros rasgos físicos, puede verse no correspondido con la identidad en crecimiento y con la identificación del ser que está autodefiniéndose. Aquí tenemos que tener presentes el papel tan decisivo que juega la sociedad en la construcción del género. El sexo de un individuo al nacer forma parte de su identidad inicial, que, podría cambiar si este así lo decidiera. Los rasgos físicos o sexuales de un individuo pueden no ser autoreconocidos por ese mismo sujeto y por tanto, no formar parte de lo que él considera “su identidad” (Erikson, 1980: 102,103). Ante este concepto de la identidad sexual y de género, realiza su crítica Judith Butler con su obra El género en disputa. Ella afirma que el género es algo construido socialmente, y que, por tanto, en sí es solo un concepto vacío. Desde el nacimiento, estamos condicionados a elegir un género, dependiendo de nuestro sexo. Ese forzamiento social por tener que encasillarse en un género u otro es lo que provoca la mayoría de los trastornos de crisis de identidad de género. Por último, es importante definir el concepto de identidad social que fue desarrollado por Tajfel en 1972, que hace referencia al conocimiento que tiene un individuo de pertenecer a un determinado grupo. Es necesario tener en cuenta el concepto de identidad social cuando hablamos de la configuración de la identidad personal pues el individuo, que vive en sociedad, está en continua interrelación con los demás integrantes del grupo. Esto le permite interiorizar comportamientos, actitudes, valores, e incluso creencias, que asimilará como propias (Tajfel & Turner: 1986, 7-24). 2.2. Factores que intervienen en la construcción de la identidad personal. ¿Qué hace que una persona sea siempre la misma? Una vez definidos estos conceptos y, adentrándonos un paso más en este interesante y complejo mundo de la identidad humana, en este apartado analizaremos los criterios en los que nos basamos para afirmar que una persona sea o no la misma a lo largo de su existencia. Estos 7

son los criterios que determinan la identidad personal y que ayudarán a sentar las bases de la teoría de la subjetividad y de la autoconciencia. Veremos dos criterios: los físicos o corporales y los psíquicos o cerebrales. Varios pensadores, como Derek Parfit, Sydney Shoemaker o Bernard Williams, debatirán acerca de la exactitud y veracidad de estos criterios, poniendo en duda las teorías de sus contemporáneos y rebatiendo ciertas hipótesis. Estos filósofos, en concreto Parfit, son propensos a realizar experimentos hipotéticos que le permitan poner en cuestión los criterios que se dieron por válidos. Es conocido el experimento del teletransportador de Parfit, del que hablaremos más adelante. En primer lugar, debemos tener en cuenta que el aspecto físico de una persona determina indudablemente su persona. Es la fachada que muestra ante los demás y, por tanto, es el primer criterio en el que nos fijamos para asegurar que una persona es única ya que tiene unas características físicas diferentes a las de otra persona. De esta misma manera, afirmamos que ese mismo sujeto es único, no solo por sus características físicas, sino porque, a pesar de sus cambios físicos en el tiempo, sigue manteniendo algunos rasgos (el color de ojos, la sonrisa, pecas o manchas en la piel) que lo siguen haciendo reconocible para el resto de la comunidad. Ante esto, Shoemaker propone un experimento, (Shoemaker, 1974: 23, 24, 25) para demostrar que el criterio físico no es un buen garante de identidad. El cerebro de un Sujeto A es trasplantado a la cabeza de un Sujeto B cuyo resultado es un Sujeto C con características físicas del B pero la personalidad, carácter, recuerdos y vivencias del A. Entonces, deberíamos preguntarnos: ¿es el Sujeto C un ser totalmente nuevo y diferente al A y al B? Podríamos considerar que el nuevo sujeto, al tener las características psíquicas del sujeto A, es en realidad este mismo, con otros rasgos físicos. A primera vista, no reconoceríamos al sujeto A, pero si habláramos con él y conviviéramos con él, aceptaríamos que era el sujeto A de siempre. De hecho, esto podría ocurrir en el hipotético caso de que alguien se sometiera a una intensa operación de cirugía estética que le transformara toda su cara y cuerpo. No dejaríamos de considerar a esa persona la misma que la que era antes de la operación. De esta misma manera, se podría producir un doble trasplante de cerebros. Un sujeto A podría dar la mitad de su cerebro a un sujeto B y a un sujeto C. En el caso de que esta operación tuviera éxito, que es poco probable, existirían dos sujetos que reclamarían ser la misma persona, pues recuerdan su identidad. Sin embargo, dos personas distintas no podrían compartir el mismo “yo”. 8

En resumen podríamos decir que, si bien es cierto que cuando pensamos en la identidad de un individuo tendemos a relacionarla inmediatamente con su cuerpo y sus rasgos físicos, el criterio físico no es el garante de la identidad personal, sino que es el cerebro el que porta toda la información identitaria. Como hemos visto, es la continuidad psicológica, tanto de memoria como de carácter y personalidad, la que nos hace seguir manteniendo nuestra identidad. En el caso de que perdiéramos nuestro cuerpo, seguiríamos siendo nosotros mismos. Podemos contar quiénes somos, quiénes éramos y quiénes queremos ser en el futuro. Conservamos nuestros rasgos de personalidad (timidez, tranquilidad, nerviosismo, amabilidad…) y eso es lo que hace que tanto nosotros como los demás reconozcan nuestro “yo”. La continuidad psicológica presupone que exista una autoconciencia del sujeto y que este se sitúe en un espacio y tiempo determinados. A su vez, esta continuidad psicológica se hace posible gracias a la persistencia de la memoria, sin la que no podríamos recordar nuestra identidad. Sabemos quiénes somos, nuestros gustos y aficiones, nuestra personalidad, porque cada día tenemos conciencia de nosotros mismos, y a la vez, recordamos nuestro pasado y nuestra historia. Esta teoría de la identidad como narración en el tiempo, como sucesión de hechos y de construcción de sucesos, será en el próximo capítulo explicada de la mano de la identidad narrativa de Ricoeur. De todas formas, si aceptáramos que la memoria es lo que nos permite crear nuestra identidad a través del tiempo, se estaría infringiendo la ley de la transitividad de la identidad de Thomas Reid (1975: 113,118). Según Reid, puede que un individuo no se acuerde de momentos puntuales de su vida o puede que su memoria borre episodios traumáticos de su vida. En este caso, si tuviéramos que tener en cuenta el criterio de la persistencia de la memoria, una persona que no recuerde sus primeros años de instituto no sería considerada la misma persona que cuando tenía 15 años. Por esto, el criterio memorístico tiene también sus ciertos límites. Ante esto, Butler arremeterá contra la continuidad psicológica, calificándola de circularidad viciosa. Recordemos que esta consideraba la memoria como garante de la identidad. Butler criticará este razonamiento y afirmará que la memoria no puede ser el criterio de identidad porque ya la memoria presupone a la identidad. Para ella, es la identidad, el ser la misma persona, lo que garantiza que se recuerde lo que se ha vivido. Por tanto, como bien explica Óscar Benito, profesor de Filosofía de la Universidad de Valencia, recordamos nuestras vivencias, nuestra trayectoria, nuestra identidad, porque somos siempre la misma persona. No somos la misma persona porque recordemos (Benito, 2006: 205). 9

Shoemaker vuelve a rebatir el concepto de Butler y para superar esta circularidad viciosa propondrá dos tipos de memoria: la ordinaria, en la que la persona que recuerda es la que ha realizado la acción y la cuasi-memoria, en la que el sujeto no tiene por qué haber sido el autor de los hechos que recuerda, sino que solo es consciente de ellos (Shoemaker, 1970: 269-272). Si aceptamos definitivamente que los criterios psicológicos son los que determinan la identidad personal, tendríamos también que admitir que, por ejemplo, en el caso de un individuo transexual, este seguiría siendo la misma persona después de su operación y cambio. Su aspecto físico ha cambiado, pero, en teoría, su continuidad psicológica (personalidad, carácter, memoria…) seguiría siendo la misma. Este tema, sin embargo, es bastante complejo, ya que habría que preguntarse hasta qué punto la identidad personal es puramente psicológica o también se ve influida (en el caso del carácter, la personalidad…) por la sociedad. Podrían existir casos en los que la persona afectada nunca haya reconocido su identidad sexual biológica de nacimiento y, por tanto, no considere que se produzca un cambio de identidad, sino que simplemente es su identidad personal la que adquiere tras la operación, rechazando la anterior. En cualquier caso, el tema de la transexualidad depende en gran medida de cada sujeto y de sus circunstancias. Veamos ahora el experimento del teletransportador de Derek Parfit. Supongamos que existe una máquina que es capaz de clonar todas las células de una persona, todos los estados físicos y psicológicos del individuo y recrearlos. La persona original sería destruida y se construiría otra exactamente idéntica, en la que el físico es celularmente igual y los rasgos psicológicos (continuidad psicológica) también. Según Parfit, podríamos considerar que las dos personas son idénticas, y que la identidad del segundo ser clonado es la misma. Parfit, con este argumento, pretendía demostrar que, si el experimento fuese factible, la identidad personal ya no dependería de criterios psicológicos, pues estos también podrían clonarse (Parfit, 2004: 13). Siguiendo esta línea, Bernard Williams propone un argumento contra la reduplicación, conocido como el caso de Guy Fawkes. Este experimento rebate el criterio de continuidad psicológica. Se presupone que en el siglo XXI nace un hombre que dice ser Guy Fawkes, un personaje histórico del siglo XVII. Este hombre tiene los mismos rasgos de la personalidad que Guy Fawkes, su mismo carácter, forma de actuar y, además, sabe cosas que solo las podría saber el mismísimo Guy Fawkes. Los defensores de la continuidad psicológica tendrían que aceptar que este tipo es el mismísimo Guy Fawkes encarnado. Si, además de este individuo, aparecieran otros dos más diciendo ser Guy Fawkes, con características psicológicas idénticas al original, entraríamos en el mismo caso que explicábamos líneas más arriba en el caso de los 10

dos cerebros. No puede haber tres personas que reclamen la misma identidad (Williams, 1956:237, 238). También podríamos cuestionar la validez del criterio de continuidad psicológica cuando se trata de personas que padecen enfermedades que afectan a la memoria, como es el caso del Alzheimer o el síndrome de Korsakoff, al que dedica Oliver Sack su obra El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Estas personas van perdiendo sus recuerdos y llegan a un punto en el que no son realmente conscientes de quiénes son. Por tanto, ¿hasta qué punto podríamos aceptar que la continuidad psicológica es un criterio válido para aceptar que una persona siga manteniendo su identidad? En el caso de estas personas (hablamos de personas con un nivel avanzado de la enfermedad), tendríamos que afirmar que, efectivamente, no tienen continuidad psicológica y no se reconocen a sí mismas. La pérdida de autoconciencia conlleva, directamente, a la pérdida de la identidad. Aun así, aunque estas personas no puedan reconocerse a sí mismas, siguen manteniendo su mismidad, son únicas numéricamente con respecto a los demás, siguen proyectando una imagen al resto de la comunidad y, en cierta manera, siguen interactuando con ellos. En este sentido, podríamos considerar que, a pesar de la pérdida de autoconciencia y de continuidad psicológica, estas personas son reconocidas por los otros. Como hemos visto, el concepto de identidad encierra infinitas posibilidades y particularidades. Todavía no se ha descubierto una teoría definitiva que defina los criterios exactos a tener en cuenta. Son diversas las aproximaciones e intentos significativos en el campo de la Psicología y la Filosofía. El tema es tan amplio, tan impredecible y tan misterioso como lo es la mente humana, llena de recovecos y de conflictos. Por tanto, sería imposible, a mi parecer, encontrar un concepto inequívoco y universal de identidad personal, al igual que es imposible definir bajo un solo concepto a las millones de personas que viven en el planeta.

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3. El problema de la identidad en la historia de la Filosofía El tema de la identidad en la Filosofía se presenta como un tema muy abordado desde el “Conócete a ti mismo” del Oráculo de Delfos hasta nuestros días. Nos aproximamos a este asunto de diversos enfoques y perspectivas, en las que la identidad puede ser vista como una cuestión personal, narrativa, social… El “yo” ha sido y sigue siendo objeto de estudio del psicoanálisis, de la mano de Freud, Erikson y Lacan, desde el punto de vista de la narratividad de la mano de Ricoeur, de la sociología con Tajffel y, hoy día, por ejemplo, de la mano de los estudios de género con Judith Butler o Beatriz Preciado. En lo que respecta al ámbito filosófico, entre todas estas teorías e intentos de definición, el tema de la identidad sigue siendo una incógnita para muchos. Se discuten parámetros físicos y psicológicos que ayudan a constituir la identidad personal. Otros muchos, ponen en duda estos parámetros como es el de la continuidad psicológica, afirmando que estos no son un garante de la identidad y que pueden ser intercambiados entre varios individuos sin dificultad. En la historia de la Filosofía, podemos observar que el problema de la identidad ha sido analizado desde Sócrates o Heráclito (S.V a.C) y continúa hasta Ricoeur (S. XXI). Se han sucedido una gran cantidad de aproximaciones al problema de la subjetividad a partir de la Filosofía Moderna. En este apartado, hemos hecho una recopilación de las que consideramos las teorías más relevantes para nuestro trabajo en torno al tema de la subjetividad. Todas ellas diferentes y a la vez complementarias. Aportaciones que, sin duda alguna, han contribuido a entender mejor este complejo y profundo asunto de la identidad humana. 3.1. Descartes y el cogito ergo sum La Filosofía de la Modernidad se caracteriza por su incesante interés en el sujeto, la autoconsciencia del mismo y en la consecuente percepción de la identidad que se deriva de esto. Será Descartes quien, a pesar de dudar de todo, reafirme su existencia. El mundo sensible se le presenta incierto pero lo que realmente no puede dejar de existir es él mismo. En su Discurso del Método enuncia la que será conocida para la historia de la Filosofía como su frase más celebre: cogito ergo sum. En esta proposición se recoge la esencia de su pensamiento: el mundo percibido por los sentidos puede ser dudoso, pero lo que está seguro de que existe es su pensamiento y, consecuentemente, él mismo, el ser pensante. “Yo pienso, luego soy, era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla. Juzgué que podía recibirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la Filosofía que andaba buscando […] Conocí por ello que 12

yo era una sustancia cuya esencia y naturaleza toda es pensar” (Descartes, 2003 1637)): 42-43). Descartes vincula ciertamente al sujeto con una actividad consciente, con el pensamiento. Para él, la conciencia sobre uno mismo será el garante de la subjetividad del “yo”. De esta forma, el sujeto se convierte en el eje central de su filosofía. El “yo” cartesiano perdura en el tiempo tanto como así lo haga la mente. En definitiva, Descartes cree en la actividad mental como dadora de conciencia y, en consecuencia, de identidad. Por tanto, podríamos afirmar que, cuando se tiene autoconciencia de uno mismo gracias al pensamiento, se tiene una conciencia de identidad, de subjetividad. Descartes funda las bases de su filosofía sobre el sujeto y la identidad. El “yo” de Descartes era una sustancia idéntica en el tiempo, sin variaciones, que se constituía como una esencia. Esta visión de la identidad como mismidad será la que perdure hasta hoy día. La visión esencialista del sujeto, del ser, será más tarde criticada por la corriente existencialista que, con autores como Sartre o Beauvoir, propondrán una nueva subjetividad que defenderá el papel activo del sujeto y de sus vivencias existenciales en la construcción de su esencia, de su identidad. 3.2. Locke y Hume: un nuevo acercamiento a la identidad Separándose del racionalismo cartesiano, John Locke, uno de los mayores representantes del empirismo inglés, discutirá en su libro Ensayo sobre el entendimiento humano el concepto de identidad, al que considera una idea adquirida y, que lejos de ser una deducción lógica de nuestro pensamiento, es una consecuencia directa de nuestras percepciones del mundo. Locke atribuye la idea de identidad a la capacidad del ser humano de ubicar a un ser en un espacio y en un tiempo determinados. A esto hay que añadirle nuestra concepción de duración. Al ser consciente de que todo ser humano lleva una existencia que se prolonga en el tiempo, se crea así la idea de continuidad, es decir, de continuidad temporal, que asociamos directamente con la identidad (Locke, 2009 (1690): libro II: cap. 27, sin página). Además, al no poder concebir a ese mismo ser en dos lugares y en dos tiempos diferentes, se crea la noción de unicidad y de ahí se deriva la de identidad. De esta forma, Locke rechaza el esencialismo cartesiano de la sustancia pensante, proponiendo que el sujeto adquiere conceptos a medida que va recibiendo experiencia sensible. “Si la idea de identidad (por referirme tan sólo a este ejemplo) es una impresión innata y, por ello, una idea tan clara y obvia que la debemos conocer necesariamente desde la cuna, 13

quisiera yo que un niño de siete años me dijera que si un hombre es el mismo hombre cuando su cuerpo cambia” (Locke, 2009 (1690): libro I: cap.3, sin página). Para la doctrina empirista, el ser humano era un constante cambio y devenir. Se rechaza, así, la idea de esencia e identidad inmutable de la que hablaba Descartes. La identidad no está, por tanto, relacionada con el ser, pues este está en continua transformación, sino que se deriva más bien de nuestra forma de concebir las cosas y de las ideas que nos vamos creando –la idea de identidad y mismidad, por ejemplo – . La identidad, según Locke, no está determinada por criterios físicos o psicológicos, pues todos estos van cambiando con el sujeto. De ahí que el concepto de “continuidad psicológica” del que hablábamos en el capítulo anterior quede anulado por completo en la filosofía lockeana. No existe un ser idéntico, somos nosotros, los seres humanos, los que creemos que existe y creamos la idea de mismidad y continuidad, formando por tanto la idea de identidad. Una persona es la misma ante nuestros ojos porque nosotros mismos tenemos ese concepto en la mente. Locke, de esta manera, pone en cuestión el concepto metafísico de identidad. No existe algo como tal llamado identidad. “Ya que supongo que nadie tratará de hacer consistir la identidad de las personas en que el alma esté unida a un mismo número de partículas de materia, pues si esto fuera necesario para la identidad, sería imposible, en el fluir constante de las partículas de nuestro cuerpo, que ningún hombre pudiera ser la misma persona dos días o dos momentos seguidos” (Locke, 2009 (1690): libro II, cap.1, sin página). Sin embargo, más avanzada su obra, dedica un apartado a definir qué es para él la identidad personal. Locke acaba admitiendo la existencia de la conciencia de uno mismo, de una cierta conciencia de identidad. A pesar de que seamos seres cambiantes, nosotros mismos tenemos una idea sobre nuestra persona, sobre lo que somos, sobre nuestra identidad, sobre nuestra durabilidad. El propio autorreconocimiento será la fuente de nuestra subjetividad. Lo expresa él mismo en el siguiente párrafo: “Pues como el estar provisto de conciencia siempre va acompañado de pensamiento, y eso es lo que hace que cada uno sea lo que él llama sí mismo, y de ese modo se distingue a sí mismo de todas las demás cosas pensantes, en eso consiste únicamente la identidad personal, es decir, la identidad del ser racional” (Locke, 2009 (1690): libro II: cap.27, sin página). Hume, distanciándose de su contemporáneo John Locke, defiende la más estricta doctrina empirista para afirmar que son nuestras percepciones las que nos hacen crear una identidad propia. “Me atrevo a afirmar de los hombres que no son más que un enlace o colección de diferentes percepciones que se suceden las unas a las otras con una rapidez inconcebible 14

y que se hallan en un flujo y movimiento perpetuo. […] Cuando mis percepciones se suprimen por algún tiempo, como en el sueño profundo, no me doy cuenta de mí mismo y puede decirse verdaderamente que no existo” (Hume, 2004 (1739):191). Por consiguiente, la idea del “yo” no existe como tal para Hume. Como buen empirista, atribuía la existencia de las cosas a la impresión, de tal manera que todo aquello que no pudiese comprobarse mediante la experiencia sensible, no podía ser real. La idea del “yo” “no es una impresión, sino lo que suponemos que tiene referencia a varias impresiones o ideas” (Hume, 2004 (1739): 190). No existe tal idea del “yo” o de identidad, pues no podemos conocerla mediante una impresión que sea totalmente invariable en el tiempo. El razonamiento de Hume presenta una gran densidad filosófica. Se deduce de sus planteamientos que la idea de identidad no se encuentra en el “yo” como mantenía Descartes, sino que esta parte de una idea concebida y formada a partir de nuestras percepciones del mundo, presuponiéndose ante todo una durabilidad y permanencia en el tiempo. En definitiva, para Hume, la identidad es un concepto vacío, una ficción, que se deriva de erróneas percepciones y razonamientos mentales. No hay sustancia ni sujeto permanente en el tiempo. A través de la memoria y de la imaginación se crean una serie de ideas que relacionamos con conceptos como la durabilidad, la mismidad, la autenticidad y así finalmente se conforma en nuestra mente la falsa imagen de una sustancia idéntica, inmutable y única (Fuentes, 1989: 13,14). 3.3. Kant y la identidad Por su parte, Emmanuel Kant, intentó superar las limitaciones del empirismo y del cartesianismo más radical. Creó su idealismo trascendental mediante el cual afirmaba que el conocimiento no solo se basa en percepciones subjetivas sino que también existen unas categorías, formas e ideas ya innatas. Para Kant, la idea de identidad pertenece a la categoría de sustancia inmutable, permanente, durable. Es, en cierto modo, una idea innata como la idea de Dios, alma, mundo. Superando la doctrina empirista, declara que la conciencia es la base de cualquier actividad mental. Por tanto, no es una percepción de nuestros sentidos, sino que más bien es una “apercepción”, es decir, es lo que hace posible que tengamos percepciones. La conciencia, el “yo”, son los creadores del pensamiento, son el motor de la reflexión. Por tanto, preceden a cualquier percepción.

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“La conciencia de sí mismo (apercepción) es la representación simple del Yo, y si solo por ella fuera dado, todo lo múltiple en el sujeto, entonces la intuición interna sería intelectual” (Kant, 2003 (1781): 117). Para Kant, la identidad se encuentra en la propia conciencia del individuo. De aquí se deriva una cuestión moral y ética que hace al ser humano responsable de todos sus actos al apuntar que una persona siempre sigue siendo la misma a pesar de los años y de los cambios que se produzcan en ella, por el simple hecho de que ella misma tiene conciencia de su “yo” anterior y de su “yo” presente. La continuidad psicológica y memorística está presente en ella. Un ejemplo de esta continuidad identitaria se puede observar en el ámbito del derecho penal. Si un individuo es condenado a cuarenta años de cárcel, su identidad, a pesar de los cambios físicos y psicológicos, seguirá siendo la misma persona y, durante esos cuarenta años, seguirá siendo considerado por el resto de la sociedad y de la justicia como aquel prisionero que tuvo que cumplir condena y que aún la está cumpliendo. Esta concepción kantiana de la identidad y de la permanencia del sujeto es una de las bases del derecho y la jurisdicción universal. Todo sujeto es responsable de sus actos ya que es consciente de su propia identidad y de sus propias acciones. 3.4. Socialismo: Karl Marx Karl Marx toma otro camino para explicar el origen de la identidad del “yo”. Para dar respuesta a esta cuestión tan controvertida, Marx, junto con su contemporáneo Engels, se apoya en la noción de sujeto como producto de una determinada sociedad y una cadena de producción. De esta manera, el ser humano es fruto del materialismo histórico que propugna Marx y su concepción del mundo y de sí mismo está indudablemente influida por la sociedad que lo rodea y los medios de producción que lo condicionan. Por tanto, lo que creemos que es una conciencia individual, que cada ser humano tiene de sí mismo, no es más que fruto de una conciencia social, que está subyugada a las condiciones económicas que lo rodea. Según afirma Marx, “la conciencia es un producto social y lo va a seguir siendo mientras existan seres humanos” (Marx, 1974 (1846):31). Siguiendo este razonamiento, la identidad, como resultado directo de la autoconciencia, será también un producto social. Los individuos que viven en sociedad van construyendo su identidad, la imagen de sí mismos en oposición al resto de seres con los que comparten su vida. La identidad personal es, en definitiva, la que cada uno construye para poder identificarse con su clase social. Marx, conocido como uno de los críticos más feroces del capitalismo, admite que el ser humano está inevitablemente subyugado a la estructura social capitalista. Las clases dominantes 16

son las que establecen los valores a seguir. El resto del proletariado, es decir, la mayoría de los individuos de una sociedad, no tienen otra opción que construir su identidad siguiendo la doctrina que se les impone: el tener más, hace mejor hombre (Daros, 2006: 42-43). Aportando este razonamiento, Marx arremete contra la concepción esencialista e idealista de la identidad. Propone un modelo más realista de autoconciencia y de conformación identitaria. El individuo no es el propio creador original de su identidad, sino que la modela según los dictados sociales. 3.5. Freud y el inconsciente El psicoanálisis freudiano supone un hito fundamental en la concepción de la identidad hasta entonces elaborada. Investiga profundamente en las bases del “yo” y en los componentes de la subjetividad. Como buen filósofo de la sospecha, pone en cuestión el concepto metafísico del “yo” que los autores como Descartes o Kant daban por supuesto. Freud descubrirá que la subjetividad no es algo tan fácil de conocer, pues el “yo” tiene una parte oculta e inconsciente a la que el propio ser humano no puede acceder. De esta manera, Freud es muy escéptico sobre la autoconciencia como garante de identidad. Como resultado de un gran desconocimiento de nosotros mismos, no podemos asegurar que nuestra identidad, nuestros rasgos definitorios o nuestras particularidades sean realmente las que nosotros creemos que son porque, probablemente, en nuestro inconsciente, existen muchos rasgos de nuestra subjetividad que no hemos sido capaces de ver. No somos dueños ni de nuestra propia identidad (Revilla, 1996:45,46). Para Sigmund Freud, el “yo” es un mediador entre dos fuerzas opuestas: el “ello” y el “superyó”. Ambas forman parte del funcionamiento psíquico del cerebro y, consecuentemente, forman parte de la subjetividad de cada individuo. El “ello” es lo heredado, lo innato en cada individuo. Recuerda a la visión esencialista cartesiana o kantiana. El “yo” será el encargado de mediar entre las demandas de la realidad (superyó) y las del “ello”, ya que tanto unas como otras podrían destruirlo. Además, Freud planteará la génesis y la construcción de los primeros cimientos de la edificación que es la identidad personal de cada individuo. Él habla de identificación primera para referirse a las primeras etapa de crecimiento y autoconfirmación personal. El niño se identifica con los progenitores, los toma como ejemplo y aprende, mediante la relación con ellos, que es un ser diferente, propio. Con esto podemos ver el carácter social que tiene el tema de la identidad para Freud. El otro es esencial en la configuración de la personalidad del 17

individuo. La identidad se conforma, por tanto, de las pulsiones internas inconscientes como de las reglas morales y sociales impuestas por la sociedad y que controlamos a través de un balance entre el superyó y el ello. “Esto nos reconduce a la génesis del ideal del “yo”, pues tras este se esconde la identificación primera, y de mayor valencia, del individuo: la identificación con el padre” (Freud, 1923:35). 3.6. El existencialismo y la identidad “La libertad humana precede a la esencia del hombre y la hace posible; la esencia del ser humano está suspendida de su libertad. Lo que llamamos “libertad” no puede por tanto, ser distinguido del ser de la “realidad humana”. El hombre no “es” primero, para ser libre después, sino que no hay diferencia entre el “ser” del hombre y su ser libre” (Sartre, 2011 (1943): 30). El existencialismo se basa en la crítica al esencialismo, que presuponía en todo ser humano una entidad inmutable, una especie de alma o de características innatas que ya conforman, desde antes del nacimiento, la identidad del sujeto. En la crítica a este esencialismo, el existencialismo pondrá de relevancia la importancia del sujeto como constructor de su propia existencia, como acumulador de vivencias que, en definitiva, es lo que finalmente construye lo que conocemos como esencia o identidad. Desde esta perspectiva, podríamos considerar el autoconocimiento del sujeto como una tarea infinita, pues si proponemos que a medida que vivimos, vamos construyendo nuestra identidad, solo al final de nuestra existencia, podríamos afirmar que nos conocemos realmente nosotros mismos. Tal como explica en su obra El existencialismo es un humanismo: “El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe [autoconciencia], sino tal como él se quiere y cómo se concibe después de la existencia, cómo se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace” (Sartre, 2001 (1943): 16). De esta forma, Sartre hace recaer todo el peso existencial en el individuo, en sus decisiones y en sus acciones. Sartre, además, apuesta, como otros de sus contemporáneos, por la teoría del prójimo como ayuda en la construcción de la identidad personal. Él pone el ejemplo de los sentimientos, exactamente el de vergüenza. “Pero he aquí que de pronto levanto la cabeza: alguien estaba allí y me ha visto. Me doy cuenta de pronto de la total vulgaridad de mi gesto, y tengo vergüenza. Y el prójimo es el mediador indispensable entre yo y yo mismo: tengo vergüenza de mí tal como me aparezco al prójimo. Reconozco que soy como el prójimo me ve” (Sartre, (2011 (1943): 143). 18

Por tanto, el otro no solo me ha revelado lo que soy, no solo me ha mostrado los sentimientos que soy capaz de mostrar, sino que me ha constituido como un tipo de ser nuevo, que reacciona ante los ojos del otro. 3.7. Foucault La aportación de Michael Foucault al tema de la identidad se podría sintetizar en el planteamiento de la subjetividad que él mismo presenta, que tiene su origen en el “conócete a ti mismo” socrático y, a la vez, en el “cuídate a ti mismo”. De esta manera, preocuparse por uno mismo implica volver la mirada hacia lo más profundo del ser. Además, al explorarnos a nosotros mismos, reforzamos nuestro concepto de identidad y autoconciencia y vamos creando un cierto poder frente a los otros. Sin esta autoconciencia derivada del cuidado hacia nosotros mismos no podríamos ejercer poder en la sociedad, que según Foucault, es la base de toda relación humana (Foucault, 1987 (1982): 34, 35,36). Foucault va más allá afirmando que el cuidado de uno mismo es como una medicina para el alma. Ayuda al sujeto a mejorar gracias la autocrítica y lo hace cada vez más consciente de sus propias acciones. Sin embargo, tiene presente la influencia que los otros ejercen en la configuración de la subjetividad de un determinado individuo. La autoconciencia es el primer paso para crear una identidad personal, pero esta también se verá afectada por la interacción que mantengamos con nuestros semejantes. Aquí surge una de las cuestiones que planteábamos al comienzo de este trabajo. ¿Cómo influyen los demás en la construcción de nuestra identidad personal? Pues como afirma Foucault, el otro es un mediador en nuestra construcción identitaria. Enseña juicios morales, intercambia sentimientos y nuevas ideas con nosotros, nos da lecciones, decepciones y alegrías. Todo ello contribuye definitivamente en la construcción del “yo”. “El otro es indispensable en la práctica de uno mismo para que la forma que define esta práctica alcance efectivamente su objeto, es decir, el “yo”. […] Existen tres tipos de ejercicios, en relación al otro, indispensables para la formación del hombre joven: 1. El ejercicio del ejemplo: el ejemplo de los grandes hombres y de la tradición como modelo de comportamiento. 2. El ejercicio de la capacitación: transmisión de saberes, comportamientos y principios. 3. El ejercicio del desasosiego, de ponerse al descubierto: enseñanza socrática” (Foucault, 1987 (1982): 34, 35,36). En varias de las obras que analizaremos en el siguiente capítulo, veremos cómo el otro se posiciona como una figura indispensable en la configuración de la autoconciencia y de la identidad personal. Nos definimos, muchas veces, por oposición a lo que no somos, a lo que los 19

otros son. Por tanto, nuestra identidad, según Foucault, no es algo estático e inmutable, sino algo que va cambiando y modelándose en relación (de poder) con el entorno y la sociedad. 3.8. Ricoeur Paul Ricoeur se opone a las concepciones transcendentales y empíricas de la idea del “yo”. Deja a un lado el cogito cartesiano y el escepticismo del empirismo lockeano para situar a la figura del otro como punto de referencia de su teoría de la identidad personal. Hablará de la identidad narrativa en su libro Si mismo como otro, que se convertirá en la obra cumbre de toda su filosofía en torno a este tema de la identidad. Al igual que Foucault, Ricoeur concibe la identidad personal vinculada a la relación con los demás seres humanos, sin la que no podríamos construir nuestra identidad narrativa. Este concepto de identidad narrativa será la que defienda en toda su obra. Según Ricoeur, construimos nuestra identidad mediante una especie de narración de nuestras vidas. Cada persona ya ha configurado una historia que contar acerca de quién es, cuáles son sus objetivos en la vida, cuál es su nombre, cuál es su trayectoria. En definitiva, a medida que vamos viviendo, vamos construyendo esa historia que, al final de nuestra existencia, será una recopilación de momentos. Esa identidad personal es fruto de una identidad narrativa. Seremos más conscientes de nosotros mismos, de nuestro “yo”, a medida que tengamos más historia construida (Néspolo, 2007:2). Esta visión hermenéutica propia de Ricoeur deja entrever mucho del pensamiento existencialista al que hicimos alusión. Ricoeur llega a crear una nueva ontología del sujeto, una nueva forma de concebir la subjetividad y la conformación del “yo”. Sin embargo, la mayor novedad en la filosofia de Ricoeur es la diferenciación que realiza entre la mismidad y la ipseidad. Aunque a simple vista puedan parecer conceptos similares, la mismidad es, por utilizar ejemplos anteriores, la concepción del “yo” que tenía la filosofía cartesiana, es decir, un sujeto que es inmutable y que está ligado a la idea de durabilidad y temporalidad espacial. En contraposición a la mismidad, siguiendo a Sartre, Ricoeur propondrá el concepto de ipseidad, que se le antoja más verdadero. La ipseidad ya no requiere que la persona sea un sujeto inmutable sino que, basándose en la identidad narrativa, puede incluir el cambio en la composición de su existencia. El sujeto es entonces creador y a la vez espectador de su propia vida (Néspolo, 2007: 7). “El paso decisivo hacia una concepción narrativa de la identidad personal se realiza cuando pasamos de la acción al personaje. Es el personaje el que hace la acción en el 20

relato. Por tanto, también la categoría del personaje es una categoría narrativa y su función en el relato concierne a la misma inteligencia narrativa que la propia trama. Se trata, pues, de saber lo que la categoría narrativa del personaje aporta a la discusión de la identidad personal” (Ricoeur, 2006 (1996):142). Según todo esto, el ser humano solo puede conocerse a sí mismo cuando cuenta lo que hace y lo que le pasa. La ipseidad se sustenta en el relato de su vida. Es imposible negar, por tanto, que la filosofía de Ricoeur bebe directamente de la filosofía analítica de Strawson o Searle, de quien toma sus actos del habla. El lenguaje se convierte en la filosofía ricoeuriana el motor constructivo de la identidad (Arregui &Basombrío, 1999:27,28). Este metarrelato requiere siempre de una autointerpretación pues los sucesos que anotamos en nuestra narración son interpretaciones subjetivas que hacemos del mundo. Teniendo esto en cuenta, nuestra identidad es una mera interpretación de nuestra trayectoria que, lejos de ser la auténtica y real, está contaminada por nuestra subjetividad. Es por eso que la relación con el otro es imprescindible para escribir el relato y, sobre todo, para comprendernos mejor, pues como bien decía Foucault, los demás nos aportan nuevas perspectivas, nuevas formas de ver las cosas, e incluso pueden influir en la propia autointerpretación subjetiva de nuestra identidad personal.

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4. El problema de la identidad en la Literatura La Literatura siempre ha servido como un medio de expresión de nuevas ideas, sentimientos, críticas, y en definitiva, de diferentes perspectivas y opiniones sobre la realidad. Además, la Literatura ha estado en constante relación con la Filosofía como centro difusor de la misma. Desde la Antigüedad, podemos ver casos de escritores como Aristófanes, quien enfocaba sus comedias en la crítica filosófica del sistema político de la democracia ateniense, o el caso del mismísimo Platón, quien escribe diálogos muy interesantes tanto desde el punto de vista filosófico como desde el punto de vista literario. Si avanzamos más en el tiempo, encontraríamos a Baltasar Gracián, escritor del barroco que aunó la narrativa filosófica y la corriente conceptista, utilizando rasgos de la novela picaresca y la ficción novelesca. Este inspiró a filósofos posteriores como fue Arthur Schopenhauer, quien tomó parte de la filosofía moralista del escritor español (Bueno et. al, 2002: 11-16). De este modo, la Literatura y la Filosofía nacen y se enriquecen la una de la otra. Es, por tanto, evidente que la Literatura de la modernidad bebe, en mucho de los casos, de los planteamientos y problemas filosóficos que son el centro de debate de grandes círculos intelectuales. Al igual que ocurrirá con el Cine, la Literatura servirá de método de instrucción y aclaración de muchas de las ideas que se exponen en obras densamente filosóficas. Debido a los complicados razonamientos filosóficos, a veces resulta más fácil aprender Filosofía a través de una historia o de una película, con personajes y trama especialmente seleccionados con tal fin. Además, según Damien Cox, profesor de Filosofía de la universidad de Bond (Australia), si comparamos el Cine con la Literatura en su calidad de expresar ideas filosóficas, la Filosofía muchas veces se presenta mejor en la Literatura y en el Arte, porque estas tienen la habilidad de enganchar al lector y centrar su atención en pequeños detalles interesantes e importantes, mientras que en las películas se muestra todo más rápidamente, lo que provoca que a veces se distorsione la idea filosófica, generalizándola demasiado (Falzon, 2002:11). La identidad personal, como tema filosófico y psicológico, aparece en muchas obras literarias tanto a nivel nacional como internacional. Son muchos los autores que, interesados por esta cuestión antropológica tan enigmática, introducen en sus obras reflexiones o, incluso nuevas perspectivas sobre la pérdida, configuración o crisis identitaria. En este apartado analizaremos tres obras que creemos que muestran bastante bien el problema de la identidad, desde tres perspectivas distintas y desde tres problemáticas diferentes. Estas son La vida es sueño (1635), La metamorfosis (1915) y El hombre duplicado (2002). 22

4.1. La vida es sueño: el amor como dador de identidad La vida es sueño (1635) es una obra del siglo XVII escrita por Pedro Calderón de la Barca, autor del barroco español. Esta obra dramática encierra un gran contenido filosófico. Ha sido estudiada principalmente por su dicotomía entre realidad y ficción, que como ya sabemos, está presente también en muchos filósofos de la modernidad, en particular, por citar a alguno de ellos, en Descartes con su teoría del genio maligno. Si bien es cierto que toda la obra presenta un gran análisis de ontología filosófica, nosotros nos centraremos en estudiar el problema de la identidad reflejado en su personaje protagonista, Segismundo. Este, encerrado en una torre durante casi toda su vida, no tiene contacto con apenas ningún ser humano. Varias veces tiene contacto con la corte de palacio, pero, jugando con su percepción, todos confunden a Segismundo haciéndole mezclar la realidad y la ficción. Envuelto en este caos, el joven ya duda hasta de su propia identidad, hasta el punto de preguntarse si todo lo que está ocurriendo es un sueño y, por lo tanto, si él mismo es real. Segismundo pierde su autoconciencia por el no reconocimiento de los otros. Aludimos aquí a la identidad como producto de la interacción social. “El otro es indispensable en la práctica de uno mismo para que la forma que define esta práctica alcance efectivamente su objeto, es decir, el yo” (Foucault, 1987 (1982): 57,58). De esta manera, aparecerá Rosaura en la trama, como salvadora de Segismundo. Podemos decir que, en cierto modo, Rosaura es la luz que guía a Segismundo a lo largo de este camino tenebroso y confuso. Es ella la que aparece por primera vez en la torre para hacerle ver que vive en la oscuridad. Ella fue la primera que lo reconoció, la que reconoció su identidad, fue la primera que supo ver que en él yacía un ser. Rosaura aparece siempre para salvar a Segismundo de su confusión, para brindarle su ayuda en la búsqueda de su identidad, en definitiva, para sacarlo de la cueva metafórica en la que se encuentra confinado (Whitby, 1960: 17, 18,19). Podemos ver perfectamente cómo el amor por Rosaura rompe las barreras del sueño y la realidad cuando Segismundo pronuncia estos versos: (De la Barca, 1635 (1985):113) Solo a una mujer amaba; que fue verdad, creo yo, en que todo se acabó, y esto solo no se acaba. Es este amor lo que hace a Segismundo darse cuenta de que está vivo, de que es real. Es la fuerza del amor lo que, en un momento dado, lo hace sentirse vivo, activo y seguro de sí mismo. Segismundo, a lo largo de su transformación en la obra, va dominando sus impulsos. 23

Al principio era más fiera que hombre y es cuando cobra conciencia de su propia existencia y de que no todo es un sueño, cuando comienza a ser más humano y a comportarse siguiendo unas reglas morales. No se puede negar que Rosaura enternece a Segismundo y le hace sacar lo mejor de él mismo. La identidad rota del personaje se va recreando cuando él mismo comienza a tener autoconciencia. La complementareidad, según Laing, es necesaria para la identificación personal. Al igual que una madre no podría ser identificada como tal sin un hijo, o un amante sin una amada, la identidad requiere de otro, mediante cuya relación se realiza la identidad de cada sujeto. Laing entiende por complementareidad la función de las relaciones personales mediante la cual el otro satisface o complementa al “yo” (Laing, 1974: 78,79). El amor, como cualquier otro sentimiento, implica a un dador y a un receptor. Al recaer una acción sobre un sujeto, este adquiere cierta importancia, como destinatario que tiene la tarea de recibir. Ya toma un papel activo en la relación y esto, inevitablemente, confirma la presencia de una autoconciencia. 4.2. La metamorfosis: pérdida de identidad La metamorfosis (1915) de Franz Kafka es considerada hoy día como una de las obras maestras de la Literatura universal. Su autor, escritor checo, cuya personalidad ha sido definida varias veces como una oscilación continua entre neurosis obsesiva y un carácter introvertido y extraño, se ha convertido en uno de los más grandes escritores de todos los tiempos. Muy influido por Freud, según diversos estudiosos en el tema, Kafka aborda una gran cantidad de cuestiones filosóficas en sus novelas y en todas ellas refleja parte de sus preocupaciones existenciales como son la muerte, la soledad, la opresión social, la relación paterno-filial y, en este caso, el tema de la identidad (Feria, 2000:14,15). La obra kafkiana, según Teresa Aguilar (2009:2): “Nos brinda un excepcional ejemplo de los procesos de gestación de la modernidad como aquél paradigma idiosincrásico caracterizado por la ausencia de fundamentación de la razón. La identidad de ese sujeto que se dibuja en el panorama del siglo veinte es descrita por Kafka especialmente en sus relatos sobre animales, cuya temática gira en torno a la idea de una identidad rota, transformada y deshumanizada que repercute directamente en el cuerpo”. La metamorfosis comienza ya con una frase que nos anticipa mucho de la trama de la novela: “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana de un sueño inquieto, se encontró en la cama transformado en un enorme bicho”. Esta situación es obviamente extraordinaria, pues 24

nunca podría ocurrir en la vida real. Vamos a analizar la transformación de Gregorio a insecto gigante en relación al tema de la identidad personal. La transformación que se produce en el protagonista es física, conservando su parte psicológica y mental. Ahora, podríamos aplicar los criterios de identidad personal que vimos en el apartado dos. En primer lugar, en esta transformación, es el criterio corporal el primero que se toma en consideración. Su familia deja de identificar a Gregorio como su hijo pues físicamente ha cambiado por completo. Es tan radical el cambio físico que la continuidad corporal se ha roto totalmente, no es reconocible. Ahora bien, los padres podrían haber reconocido a Gregorio en el caso en el que este pudiera haberles comunicado quien es – identidad mediante la narración – o simplemente si su carácter o comportamiento fueran parecidos, de alguna forma, al Gregorio humano. Desafortunadamente, Gregorio está limitado al comportamiento animal, no puede usar el lenguaje, no puede moverse apenas y lo único que su cuerpo le permite es desplazarse o hacer ruido de animal. Vemos aquí la importancia del lenguaje como construcción identitaria. Ya lo expuso Ricoeur en su identidad narrativa o también otros filósofos analíticos que defendían la enorme implicación del lenguaje en la vida del ser humano. Sin este, la identidad personal se vería reducida a la autoconciencia (Hernández, 2007: 280,281). La pérdida de la identidad de Gregorio empezó en el momento en el que dejó de interactuar con su familia, seguido de su encierro en el cuarto y, finalmente, del noreconocimiento por parte de su familia. Gregorio mantiene la esperanza de que su transformación sea temporal, pero a medida que va pasando el tiempo, se da cuenta que está confinado al olvido. De hecho, se puede ver perfectamente en la novela un momento crucial en el que la identidad del protagonista ya está deshaciéndose por completo. Esto ocurre cuando la madre y la hermana comienzan a retirarle todos los muebles y cuadros de la habitación, haciéndola parecer más una cueva de animal que un dormitorio humano. Gregorio se queja de esto, pues es el último resquicio que le queda de humanidad y se aferra al último cuadro que le queda, simbolizando este, el último aliento de esperanza. La madre, que está absolutamente convencida de que su hijo no es ese insecto que ocupa su cuarto, cree firmemente que Gregorio volverá, sea donde sea que esté. “¿Y es que acaso no parece que retirando los muebles le mostramos que perdemos toda la esperanza de mejoría y le abandonamos a su suerte sin consideración alguna? Yo creo que lo mejor sería que intentásemos conservar la habitación en el mismo estado en el que se encontraba para que, cuando regrese de nuevo con nosotros, se encuentre todo tal y como estaba” (Kafka, 2014 (1915):56).

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La hermana, persuadida por su propio razonamiento, hacer ver a los padres que ese insecto no puede ser Gregorio. En el libro se pregunta lo siguiente: “¿Cómo es posible que sea Gregorio? Si fuese él, hubiese comprendido hace tiempo que una convivencia entre personas y semejante animal no es posible y se hubiese marchado” (Kafka, 2014 (1915):54). Pero lo que la familia no sabe es que ese insecto tiene autoconciencia de sí mismo, conserva su continuidad psicológica y es consciente de ese cambio que ha sufrido, únicamente que no le da tanta importancia. Para él, sigue siendo el mismo. Es por eso que se produce un enfrentamiento moral, para el lector que sí considera a Gregorio el mismo de siempre, entre el comportamiento autoritario y agresivo de los padres, que anulan la identidad de su hijo y lo llevan a la muerte, y un Gregorio humillado, sumiso, y finalmente asesinado por su propia familia. La identidad personal aparece en esta novela como una pérdida del propio individuo, de la existencia del mismo. Al no ser reconocido por la comunidad y, a pesar de conservar siempre su autoconciencia, se va apagando hasta desaparecer por completo, sin que nadie lo note. A Gregorio nadie le habla, nadie le dirige su atención, por lo que en cierto modo, es cosificado. Como veíamos antes en La vida es sueño, la interacción y la complementareidad son imprescindibles para la puesta en marcha de la receptividad del sujeto. Gregorio ya no tenía a nadie que le hablase, nadie que lo quisiese y, en definitiva, nadie que lo ayudase a construirse a sí mismo. 4.3. El hombre duplicado Saramago profundiza, en esta novela distópica, sobre el tema de la duplicidad de la identidad. El hombre duplicado, escrita en 2002, presenta el problema de la identidad personal desde una perspectiva ya abordada en series, películas y otras obras literarias en la figura del Doppelgänger (acuñada en el S. XVIII), que no es más que el doble de una persona. Se trata de la duplicación de la identidad personal, de la posibilidad de existencia de dos seres idénticamente iguales en un mismo tiempo y espacio. “Jamás en la historia de la humanidad, esa que el profesor Tertuliano Máximo Alfonso tanto se esfuerza por enseñar bien a sus alumnos, se ha dado el caso de que existan dos personas iguales en el mismo lugar y el mismo tiempo. En épocas remotas se dieron otros casos de total semejanza física entre dos personas, ya sean hombres, ya sean mujeres, pero siempre las separaron decenas, centenas, millares de años y decenas, centenas, millares de kilómetros” (Saramago, 2002:41).

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Según Locke, esto sería imposible, ya que la noción de identidad se deriva de la de unicidad y esta a su vez se crea al no poder concebir a ese mismo ser en dos lugares y en dos tiempos diferentes. Por tanto, el hecho de que existieran dos personas idénticas rompería el concepto de identidad en su estricto sentido. Sin embargo, lo que sí sería posible es, teniendo en cuenta el concepto de mismidad que explicábamos en la sección introductoria, que las dos personas fueran cualitativamente iguales pero numéricamente únicas. De todas formas, la problemática de la identidad que se observa en el libro es, más bien, una cuestión relacionada con la apariencia física, más que con la continuidad psicológica. Los dos hombres son iguales físicamente, pero en lo que respecta a los criterios psicológicos, son dos personas totalmente diferentes. Tienen una identidad narrativa distinta, no comparten aficiones y, lo más importante de todo, la memoria de cada uno, que ya vimos que era un fuerte garante de la identidad, alberga recuerdos e identidades diferentes. “Lo que más me confunde, pensaba con esfuerzo, no es tanto el hecho de que sea una copia mía, un duplicado, podríamos decir, casos así no son infrecuentes, tenemos los gemelos […] lo que me confunde no es tanto eso como saber que hace cinco años fui igual al que él era en ese momento, hasta bigote usábamos, y todavía más la posibilidad, qué digo, la probabilidad de que cinco años después, es decir, hoy, ahora mismo, a esta hora de la madrugada, la igualdad se mantenga, como si un cambio en mí tuviese que ocasionar el mismo cambio en él, o, peor todavía, que uno no cambie porque el otro cambió, sino porque sea simultáneo el cambio, eso sí sería darse con la cabeza en la pared” (Saramago, 2002: 33-34). El enredo va mucho más allá. El protagonista comienza a obsesionarse con el ser duplicado y empieza a preguntarse una serie de cuestiones que transcienden la lógica identitaria. Si ese hombre era idéntico cualitativamente a él, esa similitud corporal podría durar toda la vida, por lo que alguno de ellos sería el original y el otro, el duplicado. También se preocupa por la posibilidad de que sus identidades estuvieran tan entrelazadas que, como si de un efecto mariposa se tratara, cualquier suceso en su vida provocara un efecto en la vida del otro, o viceversa. Sin embargo, esto podría deberse al trastorno psicológico y depresivo que sufre el protagonista y que lo lleva a reflexionar sobre situaciones casi inverosímiles. Esta situación de duplicidad lleva a uno de los personajes a convertirse en el original y a otro en el duplicado, originándose así una rivalidad entre ambos. Uno de los personajes le dice al otro: “La lógica identitaria que parece unirnos determinará que usted muera antes que yo, precisamente treinta y un minutos antes que yo, durante treinta y un minutos el duplicado ocupará el espacio del original, será original él mismo, Le deseo que viva bien esos treinta y un minutos de identidad personal, absoluta y exclusiva, porque a partir de ahora no va 27

a tener otros […] lo lamento, querido amigo, pero yo ya estaba aquí cuando usted nació, el duplicado es usted” (Saramago, 2002:282). De esta manera, el personaje principal se siente una copia irreal de su original, llevándolo esto a un estado de paranoia mental. La consecuencia más grave de esto se manifiesta en una progresiva pérdida de la identidad, cuando la persona, autodefiniéndose como duplicado, asume su papel defectuoso y comienza a desvalorizarse. La confusión reina en su vida y solo existirá como el reflejo de otra persona. Sin embargo, en realidad, siguiendo las teorías filosóficas, esto no debería presentar ningún problema, ya que el criterio psicológico sigue estando en pie. Son personas totalmente diferentes, que comparten una genética y un físico corporal. Esto se ve perfectamente en una serie dirigida por la cadena BBC, cuyo nombre es Orphan Black, que también trata el tema de la clonación de individuos. Los clones son físicamente iguales, como lo son los protagonistas de El hombre duplicado, pero tienen rasgos psicológicos y memoria totalmente diferentes. Ahora bien, si hablásemos de la duplicidad identitaria en la misma persona, la cosa cambia. Se relaciona normalmente este caso, en el ámbito psicológico, con un trastorno disociativo de la identidad. Una misma persona puede crear en sí mismo dos personalidades totalmente diferentes, con identidades narrativas diferenciadas y rasgos psicológicos tan distintos que nunca podríamos vincular a una misma persona. Este es el caso que presenta Dostoievski en El doble y, que mucho antes, estudió Stevenson en El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde. Por tanto, podemos ver que, en El hombre duplicado, Saramago hace referencia únicamente al criterio físico-corporal, dejando de lado los criterios psicológicos que, en definitiva, son los que, de manera más fiable, garantizan la identidad personal.

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5. El problema de la identidad en el Cine En los años XX se ha registrado un aumento incesante de obras cinematográficas cuya trama principal está basada en algún aspecto filosófico. Aunque es cierto que los problemas filosóficos siempre han sido los temas más recurrentes para los directores de cine, no podemos obviar el considerable y relativamente reciente interés que ha despertado la filosofía de la identidad en la industria cinematográfica (Falzon, 2002: 3-6). Las razones de esta utilización masiva del Cine como medio para expresar ideas y problemas filosóficos pueden radicar en dos factores importantes a tener en cuenta en el siglo XX: la creciente demanda de tecnología y, como consecuencia directa del primero, el consumo cada vez mayor de películas y medios audiovisuales. Es cierto que cada vez más profesores de Filosofía hacen uso de películas, documentales o medios visuales para explicar muchos de los razonamientos o problemáticas filosóficas que son difíciles de comprender para los alumnos. Además, para el público en general es más fácil a veces ver una película que leer un libro de intensos razonamientos filosóficos. El Cine se convierte, entonces, en una gran fuente de expresión filosófica. La Filosofía presenta un material denso, teorías que pueden no captarse de una primera vez e ideas que, siendo más bien abstractas, no llegan a penetrar en el entendimiento humano. Es esta dificultad de la Filosofía lo que la hace una buena candidata para explorar nuevas vías de difusión. Es una excelente manera de ilustrar y esclarecer. De hecho, algunos autores se han referido a las películas con gran carga filosófica como pura Filosofía en acción (Livingston & Platinga, 2009: 550-553). Sin embargo, el debate está abierto. Mientras que algunos críticos afirman que la película solo es un material pasivo que se limita a comunicar ideas, otros están convencidos de que la propia película está haciendo Filosofía, que es pura Filosofía ella misma. Aun así, cualquiera que sea la opinión que se tenga sobre el Cine y su relación con la Filosofía, lo que sin duda es la innegable es la influencia e importancia que ambos mantienen en nuestra sociedad (Falzon, 2002: 12). Entre todos los problemas filosóficos que se han plasmado en la gran pantalla, nosotros analizaremos en el presente trabajo el de la identidad personal. Se han sucedido grandes obras cinematográficas de considerable prestigio que tratan este tema. Algunas de ellas son Blade Runner (1982) de Ridley Scott, El show de Truman (1998) de Peter Weir o Memento (2000) de Cristopher Nolan. También en el ámbito de la identidad de género, por su reciente interés en la 29

psicología social, se han realizado películas como Tomboy (2011) de Céline Sciamma o La chica danesa (2015) de Tom Hooper. Ahora nos centraremos en comentar las tres obras elegidas para este trabajo: Bigfish (2004) de Tim Burton, El número 23 (2007) de Joel Schumacher y La ola (2008) dirigida por Dennis Gansel. A nuestro parecer, las tres son obras muy apropiadas para aproximarnos al tema de la identidad. En cada una de ellas se expresa este problema desde una perspectiva diferente, además de plantear distintas cuestiones relacionadas con la narratividad y la memoria como elementos esenciales en la configuración identitaria. 5.1. Big Fish: identidad narrativa Big Fish (2003) es considerada como una de las mejores películas del director norteamericano Tim Burton. Nominada a varios premios internacionales, se sitúa entre una de las grandes producciones de ficción de la industria cinematográfica americana. Ha recibido numerosas críticas y ha sido muy analizada e interpretada ya que su contenido filosófico hace reflexionar a todo el público. Sin embargo, la sinopsis y las críticas a la película no mencionan en ningún caso el problema filosófico de la identidad personal, que analizaremos nosotros. Se centran, sobre todo, en la relación paterno-filial que mantienen los protagonistas, Edward y Will, y en los elementos fantásticos que caracterizan a Burton. Big Fish se centra en la narración de vida que Edward (el padre) decide contar a su hijo, ya que se encuentra al borde de la muerte. Las historias que relata el padre son, efectivamente, su propia vida pasada. No obstante, Will no cree que su padre esté realmente contando toda la verdad, sino que efectivamente supone que este está inventando una vida más divertida de la que ciertamente tuvo. A parte de la entretenida y fantasiosa historia que cuenta la película, creemos que detrás de ella se esconde una de las grandes teorías del siglo XXI en torno al tema de la identidad. Esta es la de la identidad narrativa de Paul Ricoeur de la que hablábamos en el apartado dos del presente trabajo. En primer lugar, tenemos que pensar en la identidad como un conjunto de vivencias, que, al fin y al cabo, ayudan a formar la esencia de una persona. A la pregunta de: “¿Quién eres?”, normalmente solemos decir, en primer lugar el nombre, seguido de la procedencia, ocupación profesional y, si preguntásemos más, probablemente contaríamos nuestra vida. ¿Por qué ocurre 30

esto? Porque, en definitiva, el relato de nuestras vidas es el resumen de nuestra existencia, es una amalgama de logros, éxitos y fracasos que nos marcaron de una manera u otra. De esta forma, el protagonista de la historia recrea, justo antes de morir, su identidad. Al estilo de biografía, cuenta todos los sucesos que le marcaron en su vida y que hacen que sea quien es ahora. Su memoria, requisito indispensable para ubicarse en el tiempo y en el espacio y para tener así conciencia de sí mismo, le permite reconstruir su identidad. A medida que va contando todas las aventuras que vivió, va fundiéndose en esos relatos, fusionándose con ellos, pues, en realidad, forman parte de él, son su ser. En la película se ve perfectamente esto cuando el narrador dice: “Un hombre cuenta su historia tantas veces que ya se convierte en ella. Vive en él y de esta forma, se hace inmortal” (Big Fish, 2003, Tim Burton). 1 Sin embargo, lo interesante y particular de este caso es que el padre tiene una concepción de sí mismo muy distinta a la del hijo. Es por eso que se pone en cuestión la veracidad de los relatos del padre. Para Will, su padre miente y se inventa todos los relatos de su vida, como si intentara animar los últimos momentos de su muerte. Pero en realidad, el padre asegura una y otra vez que realmente pasó todo lo que él está contando. A nosotros no nos interesa verdaderamente la veracidad de estos relatos, sino más bien la diferencia entre el padre y el hijo por la identificación identitaria del padre. Todos sabemos que nuestra percepción de nosotros mismos está distorsionada y es muy subjetiva. La imagen que tenemos de nosotros mismos es diferente a la que el resto de la sociedad pueda percibir. Mientras que para Edward todo lo que cuenta es cierto, para Will solo muestra una cara inmadura y demente de su padre. Quizás Edward inventara todo, pero en ese caso, es él el que escribe su historia, el que recrea su identidad. Por tanto, seguirá siendo siempre él el creador de su vida, pese a las insistencias de su hijo. Hay veces que pueden ocurrir trastornos de personalidad, en los que la persona invente su propia identidad ficticia y se cree una vida paralela que no corresponda con la realidad. Podría ser este el caso de Edward, quien podría haberse inventado parte de su vida para hacerla más interesante. “La mayoría de las personas van a contarte una historia así de seguido. No es difícil hacerlo pero tampoco es interesante” (Big Fish, 2003, Tim Burton). Sin embargo, él sigue afirmando su identidad a través de los relatos, que aseguran ser verdaderos:

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Traducciones propias de inglés a español

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“Yo no he sido otra cosa que yo mismo desde el día que nací. Y si no puedes ver eso, no es mi culpa” (Big Fish, 2003, Tim Burton). Finalmente, Will acepta la narración que hace su padre de su vida. Acepta, por tanto, su identidad, aunque no esté de acuerdo en muchas cosas. Al final de la película habla de esta forma: “Cuando se trata de contar la vida de mi padre, es imposible separar la realidad de la ficción, al hombre del mito. Lo mejor que puedo hacer es contarla del modo en el que él me la contó. No siempre tiene sentido y la mayoría de las cosas nunca sucedieron, pero así es su historia” (Big Fish, 2003, Tim Burton). Hay otras películas como Boyhood: momentos de una vida (2014) que también abordan este mismo tema de la identidad narrativa. El particular interés que reside en esta película es que fue rodada a lo largo de doce años de vida real del protagonista. En ella se pueden seguir de cerca todos los momentos de su vida y cómo el personaje va creciendo e interaccionando con su entorno. Un ejemplo claro de identidad narrativa y constitución de su historia a escala real. 5.2. El número 23: identidad y memoria El número 23 (2007) es un thriller psicológico de una gran intensidad reflexiva. Aborda el tema de la continuidad psicológica y las consecuencias de una posible ruptura psicológica en el tema de la identidad personal. La película fue dirigida por Joel Schumacher y protagonizada por Jim Carrey. El personaje de la película, Walter Sparrow, comienza a leer un libro que le trae recuerdos familiares. Comienza a obsesionarse con el libro, de tal manera que incluso llega a pensar que va sobre él mismo porque todos los detalles le recuerdan a su infancia y a su vida. Luego empieza a obsesionarse con el número 23 porque el protagonista de la novela también está obsesionado con ese número. El personaje de su libro es un asesino, que mató a su novia cuando era joven y se suicidó. Walter Sparrow, a través de numerosas pistas, llega a comprender que es él mismo quien ha escrito ese libro y, por tanto, es un asesino. Comienza a recordar su pasado. Asesinó a su novia, tras entrar en un fuerte shock por la muerte de su madre y el suicidio de su padre (de donde le viene la obsesión por el número 23) y finalmente se intentó suicidar tirándose por la ventana. Sin embargo, el suicidio solo quedó en un intento. Sparrow sobrevivió, pero con secuelas irreversibles. Perdió totalmente la memoria, la identidad personal, por lo que los médicos le volvieron a dar otro nombre y otra identidad sobre la que construir. 32

De esta manera, Sparrow rompió su continuidad psicológica cuando cayó por la ventana. Al romperse esta, la identidad se desvaneció. Él ya no podía saber quién era, no tenía autoconciencia de su persona, su identidad narrativa había desaparecido. Sin embargo, ahora que sabemos que Sparrow recuerda su identidad anterior y reconoce su asesinato, ¿podríamos considerarlo la misma persona, con la misma identidad? Si aceptamos el criterio de continuidad psicológica y la teoría moral kantiana que explicamos en el apartado 3, la respuesta sería afirmativa. La persona, tras un periodo de discontinuidad y ruptura, ha vuelto a unir su pasado y su presente, aceptando los hechos que sucedieron en el pasado. El Sparrow de antes y el de ahora comparten rasgos psicológicos y, por supuesto, físicos. De esta manera, la identidad implica una responsabilidad moral. Al ser conscientes de nosotros mismos, aceptamos los errores que podamos cometer y, de este modo, aceptaríamos una posible penalización jurídica. En el caso de Sparrow, gracias a su memoria y al reconocimiento de sí mismo, admitió que fue él el asesino de la chica. Se hace responsable de sus propios actos. Antes, mientras no recordaba su pasado, quedó en total libertad, pues no reconocía su vinculación con el asesino. Vemos en este caso cómo la memoria es el eje central del mantenimiento de la identidad y cómo en el momento que esta falla, la identidad comienza a tambalearse. Esta pérdida de memoria también puede ocasionar un trastorno disociativo de la identidad, por lo que podríamos considerar que el protagonista, al perder su memoria, se autoreconoce como dos personas diferentes: la pasada asesina y la presente civilizada. Walter, además, a mitad de la película, expone su concepto de la identidad como sucesión de hechos, como una narración de sucesos que nos conforman y constituyen nuestro “yo”. “No existe el destino. Solo existen las decisiones. Algunas son fáciles de tomar, otras no tanto. Las que importan, en definitiva, son las que nos definen” (El número 23, 2007, Joel Schumacher). En la película podemos ver, en conclusión, una de las grandes interpretaciones filosóficas y psicológicas de la identidad personal: la identidad como continuidad psicológica. Sin memoria y, consecuentemente, sin narración, nuestra identidad se desvanece. 5.3. La ola: configuración de la identidad personal a través de la acción social La ola (2008), película dirigida por el alemán Dennis Gansel, refleja de manera muy ilustrativa el poder influyente de la sociedad y de los otros en la configuración de la identidad personal. Como ya bien explicaba Karl Marx, la identidad personal es la que cada uno construye 33

para poder identificarse con su clase social. La doctrina marxista contemplaba al ser humano en relación con la sociedad y como producto de la misma. De esta forma, los dictados sociales definen, en gran medida, las características y personalidad que conforman nuestra identidad. En la película La ola, encontramos un ejemplo de modelación social que guarda una estrecha relación con la teoría marxista de la identidad. También Foucault afirma que el otro es indispensable en la práctica de uno mismo. Paul Ricoeur y Sartre piensan de la misma forma, ya que consideran que la construcción identitaria está inextricablemente vinculada a la relación del sujeto con su entorno. La ola muestra el poder de un profesor para manipular a sus alumnos, modelando sus pensamientos, cambiando sus perspectivas y, en definitiva, haciéndoles participe de un propio régimen político autocrático que ellos mismos crearán. A través de una constante y perseverante actitud de liderazgo, el profesor de la película hace creer a sus alumnos que la autocracia, régimen político del III Reich alemán, es el mejor modelo a seguir. El lenguaje es, en este caso, el motor de cambio y de persuasión más poderoso que el profesor utiliza. Mediante estrategias lingüísticas y un dominio absoluto del lenguaje, consigue dominar a una clase entera. Vemos como el lenguaje es un aspecto importante a tener en cuenta a la hora de analizar la construcción de la identidad personal a través de la interacción con los otros. Ya Ricoeur expresó su interés por el lenguaje como instrumento de poder, también lo hizo Foucault cuando habló de las relaciones de poder y de la capacidad de manipulación del lenguaje en manos de los más poderosos y también lo ha hecho Judith Butler con su obra Lenguaje, poder e identidad (Butler, 2004 (1997)). Aunque es cierto que esta analiza el lenguaje en el ámbito de la sexualidad y teoría de género, su teoría se puede aplicar también, de forma más general, al caso que nos concierne. Ella analiza la capacidad performativa (en el sentido de causar efecto) del lenguaje y cómo este, consecuentemente, puede mediar las relaciones de poder e influir en la constitución de la subjetividad o identidad del individuo. Así, la creación de una ideología de masas o una sociedad de masas se presenta como algo bastante sencillo si se posee un control adecuado del lenguaje. Esto es lo que ocurre en la película. Se desindividualiza a cada componente del grupo para, finalmente, hacer que todos pertenezcan a una misma ideología. La identidad se ve manipulada, unificada y, en cierto modo, perdida. Además, según Taylor (1989: 44,45), hay un elemento clave en la identidad personal de cada individuo. Son las creencias morales y éticas las que conforman la base de las actuaciones, decisiones y, en definitiva, formas de vivir de cada persona. De hecho, cuando describimos 34

quiénes somos, solemos siempre incluir en nuestra historia narrativa identitaria, parte de nuestras inclinaciones morales o éticas, pues estas forman parte de nuestro yo más profundo. En la película, los adolescentes manipulados por el profesor anulan totalmente su personalidad, su moral y se ponen al servicio del autócrata, que será el que cree a esos nuevos individuos. También hay que tener en cuenta la vulnerabilidad de la etapa adolescente en lo que respecta a la manipulación por parte del profesor. Es justamente esta etapa una de las más delicadas en la consolidación de la personalidad del individuo. Los adolescentes suelen sufrir crisis identitarias que demuestran que su autoconciencia y seguridad identitaria no están del todo afianzadas (Erikson, 1980:110). Por supuesto, no podemos considerar a los adolescentes como nuevas personas si tenemos en cuenta el criterio memorístico, pues ellos continúan teniendo continuidad psicológica. Aquí hablamos de otro concepto de identidad personal, más enfocada desde la perspectiva social que desde la psicológica. Por último, un elemento imprescindible en la película que puede pasar desapercibido pero que mantiene una gran relación con el tema de la pérdida de la identidad es el régimen autocrático que el profesor inculca a sus alumnos. Hernández Reyes hace un estudio muy interesante sobre lo que él llama “el exterminio de la identidad” en los campos de concentración nazis que acaba comparando al caso de pérdida identitaria que tiene lugar en la novela kafkiana de La metamorfosis que analizamos en el punto cuatro del presente trabajo. Todo ello lo hace mediante una comparación del término “Ungeziefer” cuya traducción española es “bicho”. Kafka comienza su historia con esta palabra y los nazis la utilizarán para referirse a los judíos. Una clara e interesante coincidencia que, por supuesto, deja entrever una evidente connotación negativa del término alemán, utilizado en ambos casos de forma peyorativa (Hernández, 2007: 280-282). Hernández Reyes realiza un análisis del régimen nazi al que considera una forma de exterminación identitaria a cargo de los jefes más poderosos. Como se puede ver en la película, las autocracias van ensalzando la identidad social del grupo y borrando cualquier rasgo individual. En los campos nazis se produjo una anulación de la identidad personal, extinguiendo la autoconciencia de los propios presos, sometiéndolos a trabajos forzosos, hasta el extremo de quedar cosificados y reducidos a un mero código numérico, una simple fuerza de trabajo. Por tanto, la película que analizamos no solo ilustra la teoría de la identidad personal como interacción con el otro, sino que va más allá mostrando el carácter influyente de los regímenes autocráticos en la configuración de la dicha identidad personal. Un ejemplo de cómo el poder, el lenguaje y la manipulación pueden hacerse con el control de una persona y jugar con sus rasgos de identidad. 35

6. El problema de la identidad en los autorretratos: pintura y fotografía Desde su nacimiento a mediados de siglo XIX, la fotografía se ha convertido en una compañera esencial en nuestras vidas. De hecho, se estima que casi todos los hogares alrededor del mundo disponen de una cámara de fotos (Freund, 2001:8). Sus inicios fueron rompedores. El daguerrotipo en 1839 fue el primer intento fotográfico del que tenemos constancia, aunque ya tenemos pruebas de la importancia del Arte como representación de la realidad con movimientos pictóricos tales como el impresionismo o el realismo. El ser humano, en su intento de captar la esencia de las cosas, ha prestado desde siempre un especial interés en la plasmación del instante, en la reproducción de la realidad de la manera más fiel posible. Roland Barthes, en La cámara lúcida, afirma que la fotografía empezó históricamente como el arte de la persona, de su identidad, de lo que podríamos llamar la expresión del cuerpo (Barthes, 2009:93). La fotografía se presentó en el siglo XIX y, se sigue presentando hoy día, como un sistema de aproximación a la realidad. Es un instrumento mediante el que podemos documentar la vida cotidiana de los seres humanos o de los grandes acontecimientos que nos rodean. De este modo, la fotografía se convierte en un gran ojo que todo lo ve y todo lo plasma y, consecuentemente, en una memoria artificial para la humanidad, en una grabadora que nos permite recordar cada milésima de segundo de nuestras vidas (Sougez et al., 2007: 117-120). Además de esta aproximación a la fotografía como memoria, debemos acercarnos a ella desde el enfoque de la identidad. La fotografía o, más específicamente, los retratos de personas constituyen una valiosa fuente identitaria. Tanto es así que, desde hace mucho, la fotografía ha sido utilizada como documento de identidad en DNI o en el ámbito de lo judicial con el reconocimiento de posibles delincuentes (Sougez et al., 2007:158). El retrato fotográfico surgió, en primera instancia, como un instrumento de diversión para los burgueses, que veían en las fotografías sus propios rasgos corporales y físicos sobre los que comentaban. Desde aquel entonces, el autorretrato tanto fotográfico como pictórico ha ido evolucionando de la mano de los cambios sociales e históricos y ha ido empezando a constituirse como un medio de autoconstrucción y experimentación personal. Se comienza a jugar con los detalles corporales, se le da importancia ya no solo al físico, sino que se busca plasmar en la foto la penetración psicológica del individuo retratado, mediante sus rasgos más personales y definitorios: miradas, posturas, gestos e incluso objetos personales (Freund, 2001:28). 36

En este apartado, vamos a centrarnos principalmente en el estudio de la fotografía y la pintura como recurso identitario. Para ello, analizaremos, en primer lugar, el nacimiento y el uso del autorretrato en pintores conocidos como Van Gogh o Frida Kahlo. Veremos cómo sus vidas se van plasmando en sus autorretratos y cómo estos conforman, de manera evidente, su identidad narrativa. Luego, tomando estos precedentes del autorretrato como ejemplo, seguiremos analizando el papel de la fotografía en nuestras vidas, sobre todo en las obras fotográficas de autoras contemporáneas como son Cindy Sherman y Ana Casas. 6.1. Los ‘selfportrait’. Una progresión de la identidad a través de los autorretratos Han sido numerosos los artistas a lo largo de la historia que han optado por la técnica del autorretrato. A pesar del auge de la fotografía en el siglo XIX como medio de expresar la realidad, siguen conviviendo en armonía las obras pictóricas de diversos autores que conciben el retrato o, en este caso, el autorretrato, como una forma de expresar su más profunda esencia. En el catálogo de la exposición El espejo y la máscara: el retrato en el siglo de Picasso, promocionado por el museo Thyssen, Ana Moreno hace un interesante recorrido por el mundo del autorretrato, comparándolo con un espejo del propio ser. Desde Van Gogh, pasando por Rembrandt, Gauguin, Picasso, Shiele, Beckmann o Miró hasta llegar a Frida Kahlo, se pueden apreciar las obras de estos diferentes autores que, cada uno con la técnica particular propia de su movimiento, optan por el autorretrato como medio de expresión identitaria. Nosotros nos centraremos, en este caso, en Van Gogh y Frida Kahlo (Moreno, 2007). 6.1.1. Vincent Van Gogh (1853-1890)2 “Me gustaría hacer retratos que un siglo después puedan ser considerados por la gente del momento como apariciones. Por eso no pretendo hacerlo a través de un parecido fotográfico, sino a través de nuestras expresiones más apasionadas.” Vincent Van Gogh se vuelca a la observación de sí mismo. Quizás influido por la tradición pictórica del autorretrato, nuestro artista expresionista explora en sí mismo, en sus cambios emocionales existenciales y psicológicos y todo lo hace mediante la plasmación corporal de gestos, miradas y expresiones. El objetivo es reflejar en cada autorretrato algo que lo identifique con él mismo, con su propia esencia y, consecuentemente, con su propia identidad.

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Las referencias biográficas, junto con las pictóricas, están disponibles en la página web del autor. http://www.van goghgallery.com/

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Obviamente, esta visión del artista sobre sí mismo es una mirada bastante subjetiva, ya que muestra al mundo su propia concepción identitaria. Van Gogh es conocido como un artista bastante atormentado. Según sus escritos biográficos, sufrió problemas psiquiátricos como fue la esquizofrenia y esto marcó indudablemente su producción artística. Su identidad psicológica más profunda se ve tintada de una fuerte animadversión hacia la vida, de fuertes idas y venidas emocionales y de un lúgubre carácter depresivo. Van Gogh llegó a pintar más de 30 autorretratos entre 1886 y 1889 y, gracias a ellos, es considerado hoy día como uno de los pintores de autorretratos más famosos de todos los tiempos (Charles, 2011: 7,8). Indudablemente, Van Gogh refleja en sus autorretratos gran parte de su personalidad y de sus rasgos de identidad. Veremos ahora algunos ejemplos pictóricos que iremos analizando junto con su biografía:

Ilustración 1. Autorretrato 1887

Ilustración 2. Autorretrato 1888

Ilustración 3. Autorretrato para Gauguin

La Ilustración 1 es uno de sus primeros autorretratos, realizado en 1887. En él vemos a un Van Gogh altivo, con una mirada penetrante y algo confusa, mirando al espectador por encima del hombro. La pincelada tortuosa que siempre usa Van Gogh dota a su pintura de un rasgo personal característico. Los colores son oscuros y fríos, la pincelada no está definida sino que son trazos de color inacabados. Esta frase de Van Gogh refleja a la perfección su carácter depresivo y apático que encaja en este retrato. “Las enfermedades con las que nosotros personas civilizadas trabajamos más a menudo

son la melancolía y el pesimismo.” En el segundo retrato, de 1888, seguimos observando la esencia del artista pero con rasgos diferentes a los del retrato anterior. Aquí la mirada se torna triste, pesimista, melancólica y 38

relajada, en comparación al cuadro anterior que era más agresiva. Parece una mirada perdida, quizás absorto en sus más remotos pensamientos o inquietudes. Se ve a un Van Gogh más tranquilo, mostrando su mayor pasión: la pintura. En 1888 hizo un autorretrato dedicado a su amigo Gauguin, con el que más tarde se enfrentaría. Sobre este retrato dijo lo siguiente: “La tercera ilustración esta semana es un autorretrato de mí mismo, casi en color, en tonos cenicientos en contra de un fondo de verde claro y pálido”. Él mismo ya lo dijo, parece enfermo. El fondo es claro y pálido. El carácter enérgico y

enfadado de la primera foto contrasta con el depresivo de la segunda y con el pálido y cadavérico de esta última. Van Gogh va acercándose a su muerte, que tendrá lugar dos años más tarde en 1890. Se puede apreciar perfectamente el rostro del artista cada vez más blanquecino, con los huesos marcados, próximos a una imagen cadavérica. En 1889 realizó este autorretrato, justo un año antes de su muerte. Aparece con la oreja cortada, fruto de un ataque de locura ocasionado por una discusión con su amigo Gauguin. Vemos a un Van Gogh cada vez más pálido, triste y mutilado. Tras pasar varios meses en un sanatorio mental, volvió a pintar los que se consideran los mejores cuadros de su producción. Atormentado por sus arranques de locura, se suicidó de un tiro y dejó una nota que rezaba: “por el bien de todo.” Ilustración 4. Autorretrato 1889

6.1.2. Frida Kahlo (1907-1954)3 “Me retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola y porque soy el motivo que mejor conozco” El autorretrato ha servido a muchas autoras como expresión en la búsqueda de la identidad. Esta autobiografía pictórica les ha permitido mostrar su cuerpo en primer plano y denunciar así la mirada masculina sobre sus cuerpos cosificados y maltratados. Por otra parte, les ha servido de modo expresión de emociones, experiencia y sentimientos, llegando a la identidad a través de la introspección.

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Kettenmann, A. (1999) Frida Kahlo: dolor y pasión. Colonia: Editorial Taschen. La biografía y los autorretratos han sido extraídos de esta fuente.

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En el caso de Frida Kahlo, los autorretratos que realizó la ayudaron a hacerse una idea de su propio ser, a crearse a sí misma, a experimentar con sus rasgos físicos y, por último, a encontrar su propia identidad. Los autorretratos de Frida son muy conocidos y en ellos se deja entrever el carácter de la autora, un carácter decidido, fuerte, seguro de sí mismo y, sobre todo, el de una Frida enérgica y con ganas de cambiar el mundo. En cada autorretrato de Frida Kahlo iremos explorando su identidad narrativa, porque, a través de sus pinturas, podemos reunir a la perfección todas las piezas que conforman su vida y mayores acontecimientos que la marcaron e influyeron decisivamente su carácter y su personalidad.

Ilustración 1. Autorretrato con traje de terciopelo

Ilustración 2. El tiempo vuela

Ilustración 3. Autorretrato con changuito

Su primer autorretrato (Ilustración 1) data de 1926. Se ve en él a una Frida joven, con piel pálida y con una mirada penetrante. Su expresión seria y agria muestra el carácter de la autora, quien tuvo una vida bastante dramática. Este autorretrato se realizó justo después de un accidente que la dejó en cama. En este momento empezó a realizar sus autorretratos. De hecho, Frida lleva una bata roja de terciopelo que usaba para estar en casa. El tiempo vuela (Ilustración 2) es el título de este autorretrato realizado en 1929. La expresión de Frida sigue siendo áspera, seria y recta. Sin embargo, en este retrato vemos a una Frida más sencilla, con atuendos más normales y no tan exuberantes como los del cuadro anterior. Los retratos de busto, además, siempre se complementan con símbolos. En este caso, vemos al fondo un reloj que representa la preocupación de Frida por el paso del tiempo y el avión en el centro de la composición, que claramente hace referencia al título del cuadro: el tiempo vuela. En 1945 realiza el Autorretrato con changuito (Ilustración 3) donde aparece con un semblante serio pero sosegado. Se pinta con un atuendo sencillo campesino indio, reflejando su 40

identificación con la población india. Frida Kahlo fue una defensora de la naturaleza, de los derechos indígenas y de la sencillez. Este traje fue su atuendo preferido, porque su origen proviene de una tradición matriarcal del suroeste de México. Este traje delata el dominio de la mujer en el ámbito económico y social por lo que posiblemente fue esta la razón por la que muchas intelectuales mexicanas de los años 20-30 eligieran este atuendo. De esta manera, vemos a una Frida luchadora, feminista, segura de sí misma, defensora de la naturaleza y de los derechos humanos. Estos son los verdaderos rasgos identitarios de la pintora. Además, vemos en el lado derecho a un pequeño mono, que representa el amor de Frida por los animales, a los que siempre consideró una gran compañía de vida frente a su soledad.

En 1932, Frida sufrió un aborto natural.

En

el

cuadro

se

refleja

perfectamente el estado de desolación en el que estuvo sumida la artista tras la pérdida del bebé. Podemos ver distintos símbolos del embarazo fracasado, de la infertilidad y de la muerte. El caracol que está encima de la cama simboliza la lentitud del embarazo. La cadera que está en el suelo hace Ilustración 4. La cama volando

referencia a la fractura de cadera de años

atrás que es la que hizo imposible su maternidad. La sensación de abandono y soledad que ofrece este autorretrato se ve acentuada aún más por el paisaje inhóspito que rodea a la artista ensangrentada.

Ilustración 5. Autorretrato con collar de espinas

Ilustración 6. El corazón

Ilustración 7. Las dos Fridas

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En 1940, tras la separación de su marido, Diego Rivera, Frida pinta el primer cuadro (Ilustración 5) en el que vemos a una mujer completamente desolada, con la mirada perdida, rostro serio pero triste y asfixiada por un collar de espinas que parece estrangularla. Los animales que la rodean son la única ayuda frente a la soledad a la que se enfrenta. Traicionada por su marido y por su hermana Cristina, Frida muestra en el autorretrato los sentimientos que siente en ese momento tan duro. Lo único que le queda es la flora y la fauna mexicana. La dureza de su rostro, que siempre podemos percibir en los autorretratos, contrasta, en este caso, con la debilidad de su alma y ánimo. Intenta mostrar una fachada dura, severa, pero en realidad su corazón está roto a pedazos, como podemos ver en el segundo retrato (Ilustración 6). El corazón de la artista aparece en el suelo de una playa. Su desesperación se refleja en la carencia de manos y su inmenso dolor en el gran tamaño de su cuerpo. En el tercer autorretrato (Ilustración 7), se representa una Frida con dos personalidades. Las dos aparecen con el corazón al descubierto. En la izquierda aparece una Frida con atuendos mexicanos, unida aún a su marido y en la derecha una Frida más europea, sangrando y con unas tijeras en las manos, con las que corta la arteria principal y produce un desangrado mortal. Con la separación, Frida perdió una parte de sí misma, tuvo una crisis de identidad, dejó de utilizar el vestido mexicano y comenzó a cambiar su personalidad.

Ilustración 8. Autorretrato con pelo cortado

Ilustración 9. La columna rota

Ilustración 10. Árbol de la esperanza mantente firme

Tras la separación, Frida Kahlo asumió un papel de independencia. En el Autorretrato con pelo cortado vemos a una Frida con aspecto de hombre. Se ha cortado el pelo y se ha deshecho de su traje femenino de mexicana que solía ponerse cuando estaba con Diego. Esta nueva imagen revela la nueva personalidad de Frida Kahlo. Ahora es una mujer extraordinaria, autónoma, confiada y sin necesidad de un hombre para vivir. 42

En la parte superior del cuadro, reza la siguiente frase, procedente de una canción popular mexicana: «Mira que si te quise, fue por el pelo, ahora que estás pelona, ya no te quiero». Para Frida, los atributos femeninos eran muy importantes porque, gracias a ellos, se sentía atraída y amada por Diego. Tras su separación, para romper totalmente con él y para deconstruir el estereotipo de mujer tradicional, se arma de valor y rebeldía e inicia este nuevo cambio radical. En la última etapa de su vida, Frida Kahlo sufrió de dolores severos de espalda que la imposibilitaban. En este autorretrato de La columna rota, vemos que su cuerpo está partido en dos por el dolor que sufre y que solo el corsé es la que la mantiene unida. El paisaje árido desquebrajado es también un claro símbolo de dolor y de agrietamiento. Sobre su rostro rígido corren lágrimas, que son el más evidente ejemplo del sufrimiento que padece la artista. El color blanco de la túnica recuerda al de un mártir como lo fue Cristo. En último autorretrato, titulado Árbol de la esperanza mantente firme, vemos a una doble Frida. La de la izquierda, rota de dolor, con cicatrices de la operación en la espada, esconde su rostro. En el otro lado, encontramos a una Frida fuerte, entera, que hace frente al dolor, portando el corsé en sus manos y con una bandera que reza: Árbol de la esperanza mantente firme. En el cuadro podemos ver el dualismo de su personalidad, de su ser, dividido en dos mitades: el día y la noche. El sol, según la mitología azteca, se alimenta de las almas torturadas y la luna, símbolo de la feminidad, representa a la Frida fuerte y esperanzada. Esta división de su persona es un rasgo característico de toda su existencia. Frida fue una mujer dividida entre el amor de su marido y la subyugación del amor y sus ganas imperantes de ser una mujer independiente y libre. Al mismo tiempo, siempre se debatía entre la felicidad más absoluta y la tristeza más solitaria. 6.2. Fotografía e identidad: el ser a través del espejo Como ya bien apuntó Susan Sonntag hace unos años en su gran obra Sobre la fotografía, el arte de fotografiar es el arte de conferir importancia a hechos que nos rodean. A la hora de fotografiar, ya sean momentos, personas o seres inertes, estamos centrando nuestra atención sobre un punto determinado. Mediante la fotografía coleccionamos el mundo y, más concretamente, el mundo que más nos impacta, el que más contribuye a construir nuestras vidas (Sonntag, 2005: 15, 49). Nos hemos vuelto adictos a la fotografía. Podríamos hablar de toda nuestra familia solo con un rápido vistazo un álbum de fotos. En las páginas de estos contenedores identitarios se vuelcan la mayoría de los recuerdos y momentos importantes de la vida de cualquier ser 43

humano. Llegados este punto, los álbumes y las fotografías nos sirven de ayuda o testimonio para responder a la pregunta de quiénes somos, qué hemos hecho en nuestras vidas, quiénes han participado en ellas o cuáles son, en definitiva, los rasgos identitarios que nos definen. Como bien dijo Roland Barthes (2009: 33-34), “la fotografía nos reproduce”. Sin embargo, esto no acaba aquí. La adicción del ser humano a volver contantemente la mirada en sí mismo llega hasta límites insospechados. Tanto es así que hoy día vivimos el creciente boom del autorretrato moderno, llamado comúnmente selfie. Jennifer Ouellette, escritora estadounidense, describe este fenómeno del selfie como una imperante necesidad que siempre ha tenido el ser humano por crear una imagen continua de sí mismo. De esta manera, mediante las fotografías, vamos reconstruyéndonos a nosotros mismos y vamos recibiendo aprobación externa, según la cual, Ouellete, afirma que no podríamos avanzar pues, como hemos visto a lo largo del trabajo, la interacción con los otros es un factor decisivo a la hora de construir la identidad personal. Sin un reconocimiento externo, perderíamos la noción de nosotros mismos. En una entrevista para la cadena británica BBC, Ouellete declara lo siguiente: "Tu página de facebook, por ejemplo, es totalmente una declaración de identidad, muestra cómo quieres ser percibido por los demás. Es, definitivamente, una forma de decir: Hola, aquí estoy, soy yo. Es una especie de espejo, sobre todo cuando la gente se hace fotos a sí mismas.” "Sin reconocimiento externo, incluso nuestra identidad se desvanecería. El ser es una construcción frágil de la mente" 4 La concepción de la identidad como narratividad y como continuidad psicológica y memorística, que ya veíamos en la pintura contemporánea con los autorretratos de Van Gogh y Frida Kahlo, también será la protagonista de la producción fotográfica de Ana Casas que analizaremos a continuación. Sin embargo, Cindy Sherman, fotógrafa estadounidense de la que también hablaremos en este apartado, apartándose un poco de lo ya visto, explora el tema de la identidad desde otro punto de vista muy interesante. Ella, como feminista, reclama en sus fotografías la identidad de la mujer en un mundo patriarcal, participando en todas sus fotografías como protagonista. Su aproximación a la identidad de género es muy acertada en los tiempos que corren, en los que la fotografía se convierte en una forma de deconstrucción e instrumento de poder mediante el que poder denunciar los estereotipos y clasificaciones identitarias de un sexo particular.

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Entrevista disponible en: http://www.nbcnews.com/science/science-news/science-selfies-how-pictures-help-usclaim-our-identity-n45086. Traducción propia de inglés a español.

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6.2.1. Ana Casas Broda: la fotografía como reflejo del recuerdo5 Ana Casas es una fotógrafa reconocida a nivel mundial. Su producción fotográfica se centra principalmente en la captación de la esencia del ser humano. Casas realizó un gran trabajo de su vida cuando creó el proyecto titulado Álbum, donde recoge, en forma de fotos, toda la trayectoria personal de su familia, comenzando con su abuela y terminando con ella y sus hijos. Pensó que, plasmando todos los sucesos importantes de su vida, podría crear una especie de memoria inmutable y perecedera. Además, Casas retrató a la perfección, en este proyecto, la firmeza de los lazos personales con su abuela, a la que dedica el trabajo en su totalidad. A Ana Casas no le interesa el embellecimiento de las fotos sino que está totalmente decidida a sacar la veracidad de cada instante, la esencia de cada persona que fotografía. La fotografía se vuelve, en su obra, una parte material de las personas. El álbum será el recuerdo de su familia para la eternidad. Las fotografías se convierten así en la copia imperfecta de esos recuerdos que, en definitiva, construyen nuestra continuidad psicológica o, al menos, podemos decir que nos ayudan a mantenerla. Cuando pensamos en tirar una foto de algún familiar, siempre sentimos cierta nostalgia o tristeza porque parece que estamos tirando su recuerdo. Es, quizás, por este motivo por el que la fotografía se convierte en un aliado de la identidad personal, un complemento memorístico que retrata en gran medida los atributos físicos y psicológicos de una persona. En la obra de Ana Casas, podemos apreciar una auténtica construcción de sí misma a través de las fotografías. Mediante los autorretratos que se realiza a sí misma desde la juventud hasta la adultez, va explorándose, va notando los cambios que experimenta su cuerpo y, sobre todo, va tomando autoconciencia de sí misma. Esta autoconciencia que proporciona el autorretrato es una clave importante para conformar la identidad de un individuo. Como ya veíamos en los apartados anteriores dedicados al problema de la identidad en la Filosofía y la Psicología, la conciencia sobre uno mismo es el primer paso a dar a la hora de hablar de identidad personal. Primero, es necesario que el sujeto se reconozca y, en este proceso, pueden participar tanto los otros como nosotros mismos en nuestra mirada sobre el espejo. Esta teoría del espejo ya es analizada por Jacques Lacan, quien afirma que el ser humano, en su búsqueda de la identidad personal, necesita continuamente reafirmarse a sí mismo y ser conscientes de su

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Las fotografías y la biografía de Ana casas han sido extraídas de su página web oficial. Disponible en: http://www.anacasasbroda.com/

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corporeidad. En el momento en el que nos miramos al espejo y reconocemos nuestro yo, comenzamos a crear una identidad (Lacan, 2009 (1949): 99-105).

Ilustración 1. Cuadernos de dieta

Esta es una serie de fotografías en las que se retrata desnuda. Ella misma escribe lo siguiente sobre este autorretrato: “No distingo entre las fotos y mis recuerdos, ya no sé si los he construido a partir de las imágenes” “Creo que me reconstruí a partir de mis fotos. Por primera vez en mi vida me sentía ligera. Seguí haciendo dieta y anotando todo lo que comía. Pensaba que si mantenía el control no volvería a perderme” “Me tomaba fotos desnuda que pegaba en cuadernos de dieta y anotaba todo lo que comía. Creo que fue entonces cuando empecé a pensar que si me construía un cuerpo tendría una identidad.” Vemos cómo la imagen corporal y el criterio físico que muchos autores negaban, juegan un papel importante para esta fotógrafa. Los rasgos corporales definen, en primera instancia, la identidad de un individuo, su unicidad y mismidad con respecto a los otros. En el caso que examinamos, la fotografía de Ana Casas está plagada de esta preocupación por la continuidad corporal que define, según la autora, su identidad (Miranda: 2004,18). En segundo lugar, Casas realiza un impresionante trabajo en relación a la identidad y la memoria. Su abuela, a la que retrata en todo momento, padece Alzheimer y, por tanto, va 46

perdiendo sus recuerdos y su capacidad de autorreconocimiento. De esta forma, Casas decide dedicarle el álbum a su abuela, para que esta pueda seguir las trazas de su vida y volver a reconstruir sus recuerdos que son los que, a fin de cuentas, aseguran su continuidad psicológica.

Ilustración 3. Sin título Ilustración 2. Sin título

En estas dos fotografías podemos observar la intrínseca y profunda relación que mantienen ambas. La fotografía las unió y ahora, Ana Casas, como nieta, se siente en la obligación de ayudar a su abuela a contar su historia. Ella misma habla de estas fotografías de la siguiente manera: “En estos años Omama ha ido perdiendo la memoria como si dejara en mis manos el contar esta historia. Pasé muchas horas pensando cómo ordenar las historias para responder a los huecos en su memoria. La memoria todo lo condensa y ordena, y tantas cosas las había olvidado. Hoy comprendí que lo que escriba sobre mi presente tiene que ser igual, un diario.” Sobre esta misma relación de memoria e identidad escribe Luis Buñuel, quien sufrió también de cerca la pérdida de memoria de un ser cercano. “Durante los diez últimos años de su vida, mi madre fue perdiendo poco a poco la

memoria [...] Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque sea sólo a retazos, para darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida. Una vida sin memoria no sería vida, como una inteligencia sin posibilidad de expresarse no sería inteligencia. Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento. Sin ella no somos nada (...) La memoria, indispensable y portentosa, es también frágil y vulnerable. No está amenazada sólo por el olvido, su viejo enemigo, sino también por los falsos recuerdos que van invadiéndola día tras día” (Buñuel, 1996 (1982): 9,10).

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6.2.2. Cindy Sherman: la fotografía como deconstrucción de la identidad 6

Ilustración 1. Untitled #4582007-08

Ilustración 2. Untitled # 466-2008

Ilustración 3. Untitled # 465-2008

Ilustración 1. Untitled # 355-2000

Al contrario que los artistas anteriores, Cindy Sherman utiliza la fotografía para explorar las identidades colectivas de diferentes grupos sociales de la sociedad estadounidense de la década de los 70. Mostrándose como modelo de todas sus fotografías, Sherman adopta diferentes roles que le servirán de crítica social para desmontar los prejuicios y concepciones equivocadas que se tienen sobre estos grupos. Sherman es una reconocida fotógrafa americana de gran prestigio internacional. La obra de Sherman ha sido expuesta en los mejores museos del mundo, aunque el MoMa de Nueva York ha sido su principal anfitrión. La controversia de sus fotografías y la forma en la que Sherman denuncia la realidad y los cánones establecidos es lo que dota a su producción de tanta originalidad y celebridad. En el caso que nos concierne, Sherman expone una serie de fotografías sobre mujeres. El cuerpo sirve, en este caso, para deconstruir la imagen de la mujer como objeto de consumo de la sociedad capitalista americana. En las fotos se aprecian mujeres de distinta clase social, muy estereotipadas y presas de un rol social. Contra todo lo establecido, Sherman realiza una feroz crítica de la identidad de género, confirmando que el cuerpo y la identidad corporal son solo una fachada maleable y fluida con la que poder jugar. Esta no garantiza una identidad, sino que son las vivencias y experiencias humanas las que construyen al individuo. A su vez, esto nos recuerda mucho a la teoría 6

Obras escogidas del Museo de arte contemporáneo de Nueva York. Disponible en: http://www.moma.org/ interactives/exhibitions/2012/cindysherman/#/8

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existencialista, que afirma que la esencia es una construcción de la existencia, una acumulación de hechos. Por tanto, Sherman demuestra, una vez más, que el cuerpo de la mujer ha sido cosificado y utilizado como reclamo social. Siguiendo a Beauvoir, la mujer no nace, se hace y, por consiguiente, esta no responde a ninguna representación fija e inamovible, no cumple con unos requisitos específicos ni existe un concepto o esencia de mujer. La identidad femenina se ve deconstruida y puesta en tela de juicio por Cindy Sherman, al igual que hizo la filósofa francesa Simone de Beauvoir cuando manifestó que la esencia femenina era un invento del patriarcado para así justificar la subyugación de la mujer. No existe una esencia de mujer como tal sino que, como humana, es un ser en continua construcción. En sus palabras: “No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica de femenino. Únicamente la mediación de otro puede constituir a un individuo como un Otro” (De Beauvoir, 2011 (1949):271). Además, Sherman explora hasta qué punto nuestra identidad es un producto social o cultural. De la misma forma que construimos nuestra identidad a través de la interacción con el otro, la cultura, la economía y la sociedad nos condicionan indudablemente a la hora de crear nuestros propios valores y rasgos. Ya lo decía Marx en su análisis de la identidad, la cual era considerada un resultado del capitalismo extremo. Al igual que Marx no podía concebir al ser humano alejado de una historia y de unos lazos de producción, Sherman ataca este mismo pensamiento afirmando que se pueden deconstruir las identidades ya establecidas. El ser es examinado con lupa, clasificado, cuestionado y llevado hasta el extremo de la ridiculez. En una entrevista para el periódico inglés The Guardian, Sherman habla de esta manera sobre sus autorretratos: “Veo una foto de una persona e intento copiarla en mi cara. Creo que soy muy observadora. Observo a la gente por la calle y pienso en qué es lo que los constituye como persona, sus rasgos, a la misma vez que capto los pequeños matices de cada uno de ellos. Porque esa es realmente su esencia”.7 En las cuatro fotografías aparecen mujeres de distinta clase social. Unas señoras de clase alta, con joyas y peinados extravagantes; otras, de clase media-baja, con maquillaje exagerado, indumentaria poco formal, tatuajes, etc. Todas ellas son la misma persona en realidad: Cindy Sherman y, a la misma vez, cada una de ellas parece ser una persona distinta, con unos rasgos corporales marcados, procedencia social muy distante una de la otra y, en definitiva, identidades

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Entrevista disponible en el siguiente enlace: http://www.theguardian.com/artanddesign/2011/jan/15/cindysherman-interview

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dispares. Sin embargo, este es el juego que plantea Sherman. Las identidades son fáciles de manejar cuando se trata de los rasgos corporales. Como bien decía Shoemaker o Williams, el criterio de identidad corporal puede ser fácilmente rebatido. De nuevo, Sherman lo ratifica.

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7. Conclusiones Este trabajo se presentaba, en primera instancia, como una aproximación al concepto de identidad y a la problemática que se sitúa en torno a él. Habiendo analizado distintas corrientes filosóficas que estudian la subjetividad y la cuestión de la identidad, hemos podido establecer una base teórica para posteriormente aplicarla al análisis de las obras artísticas. Nuestro principal objetivo era demostrar que la Filosofía es una disciplina inextricablemente conectada a la vida, al Arte y, en definitiva, al ser humano. Las corrientes filosóficas y los problemas con los que estas tratan vuelven a ser tema de análisis de muchas películas, obras literarias e incluso pictóricas. Esto se ha podido comprobar mediante el estudio de obras artísticas que, de una manera u otra, reflejan diversas teorías de la identidad personal que filósofos y psicólogos también han examinado y estudiado. Como una preocupación existencial, la identidad personal ocupa parte de nuestras reflexiones. Existen criterios que parecen determinar los rasgos que constituyen la identidad de cada individuo. Aunque estos no están totalmente aceptados por toda la comunidad de expertos, hemos podido comprobar que el criterio psicológico parece ser el más acertado. Por tanto, podríamos afirmar que existe una estrecha relación entre pensamiento e identidad, entre memoria e identidad. Esta continuidad psicológica, que explicamos en el apartado de conceptos, es la que en cierto modo nos garantiza nuestra mismidad y autenticidad con respecto a los demás. La memoria constituye la mayor parte de nuestros recuerdos y será esta la que en gran medida determine lo que somos, en lo que nos hemos convertido. Además, el otro servirá de vital importancia en la construcción y en la búsqueda de dicha identidad. La interacción social es indispensable tanto para poder diferenciarnos de los otros y así crear una mismidad, como para, a la misma vez, aprender de la percepción y opinión que los demás tienen sobre nosotros. La identidad se construye, se edifica y, en ese proceso, la interacción social es indispensable. De esta manera, hemos podido comprobar que el problema de la identidad personal se puede analizar desde muy diferentes perspectivas. La identidad se puede perder en el caso de La metamorfosis o de El número 23, duplicarse en el caso de El hombre duplicado, cambiar o manipular en el caso de La ola, autoconstruirse a través de recuerdos en el caso de Big Fish o los autorretratos o ganarse en el caso de La vida es sueño. El tema de la identidad seguirá siendo siempre objeto de estudio, ya no solo en torno a la cuestión de la identidad personal sino en otros muchos ámbitos pues se están abriendo nuevas 51

líneas de investigación quizás más modernas como son los estudios sobre el tema de la identidad social, identidad de género o identidad racial. En torno a ellas, surge una gran amalgama de teorías que, al igual que ocurría con la identidad personal, persiguen aclarar y establecer unos criterios para determinar los factores que contribuyen a configurar dicha identidad. La actualidad de este tema reside en la problemática que presenta en torno a temas tan vigentes y controvertidos como son la transexualidad, discriminación, crisis de identidad en adolescentes, problemas de autoestima, trastornos psicológicos, etc. Todos ellos están directamente relacionados con problemas identitarios. En el caso de la transexualidad, se cuestiona la identidad de género, se rechaza la identidad sexual con la que el individuo nace. En este caso de la identidad de género hemos podido ver el análisis deconstructivo de Cindy Sherman que desmitifica el modelo establecido del género femenino. Por otro lado, las crisis de identidad que ocurren entre adolescentes o personas con baja autoestima están vinculadas a una manipulación de su identidad o a una fracturación de la misma. La identidad no se ve reforzada por la comunidad, por lo que estas personas van perdiendo autocredibilidad, esta identidad se va desvaneciendo. Por este motivo, se considera tan importante el refuerzo positivo a niños ya que, en definitiva, están en el camino de su construcción identitaria. En el caso del maltrato y violencia de género, también queda patente este tema de la identidad, que se ve manipulada e incluso fracturada por aquellos que son capaces de aniquilar el autorreconocimiento y la autoestima de la persona maltratada. Todas estas preocupaciones sobre la subjetividad del individuo se estudian en el campo de la psicología, psiquiatría y despiertan tal interés que trascienden hasta las grandes pantallas. El Arte es la expresión del ser humano. Este nunca sacia su sed de curiosidad, de mejora, de entendimiento. La Filosofía – el amor a la sabiduría – es el medio más adecuado para analizar estas cuestiones, para reflexionar sobre nosotros mismos y, de este modo, llegar a conocernos.

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