El primer socialismo vasco y las culturas territoriales de su entorno

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Descripción

El primer socialismo vasco y las culturas territoriales de su entorno Antonio Rivera341 El socialismo vasco fue un producto directo de la industrialización vivida después de la última de las guerras carlistas. Es por ello que encontró su área de desarrollo allá donde se iba produciendo la misma342. Comenzó en la comarca de Bilbao y de la Ría del Nervión, donde se concentraron las minas de hierro y las empresas siderometalúrgicas, que luego dieron lugar a una diversificación de sectores. Ése mismo fue el escenario del primer socialismo vasco, el que fundaran Perezagua, Carretero, Pascual, Merodio, Alonso, Orte, Beascoechea, Perujo, Varela, Zugazagoitia (padre), Torrijos, Solano y otros, cuando en 1886 constituyeron la primera Agrupación Socialista en Bilbao343. Más costoso fue abrirse camino en las otras provincias. En Guipúzcoa, el tipo de industrialización desconcentrada y diversificada no dio lugar a un gran espacio urbano que aglutinara gran cantidad de empresas y trabajadores. Como mucho, algunos lugares como Beasain, Rentería, Eibar, Irún, Azpeitia, Vergara, Pasajes o Tolosa, además de la capital, congregaron algunos cientos de obreros industriales o manufactureros, sin perder por ello el carácter sociocultural que hasta entonces habían tenido esas   [email protected]. Este artículo se beneficia de su inclusión en los trabajos del Grupo de Investigación («Autonomía e identidad en el País Vasco contemporáneo») reconocido por el Gobierno Vasco (IT-286-07) y por el Ministerio de Educación y Ciencia (HUM2004-04956/HIST). 342  Unamuno escribía en 1924: «... el Bilbao de las fábricas, el industrial, trajo con la plutocracia la agi­tación obrera, el socialismo proletario» (El Liberal, «Del Bilbao mercantil al industrial», 1 de enero de 1924). 343   El primer comité de la Agrupación de Bilbao, el constituido el 11 de julio de 1886, lo formaban Perezagua (fundidor), José Solano (zapatero), Miguel Lapresa, Federico Ferreirós (tipógrafo) y Leodegario Herboso (El Liberal, 4 de mayo de 1935). 341

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poblaciones. En Álava y Navarra, hasta los años sesenta del siglo xx, el cambio se limitó a intensificar el tono manufacturero más que industrial de sus respectivas capitales, especializadas a todos los efectos en atender las necesidades de sus respectivos hinterland. Inmigrantes sí, pero no de tan lejos La industrialización producida en Vizcaya y Guipúzcoa fue contradictoria en sus características y tuvo, en consecuencia, unos resultados harto diferentes en lo sociocultural. En el entorno de la Ría se produjo una intensiva inmigración, que en parte procedía de fuera del país. Podríamos hablar de tres tercios. El primero llegaría de la propia Vizcaya, y se trataría de obreros empleados en las minas y en las fábricas que sumaban hasta un 38,6% de todos los inmigrantes al inicio de la industrialización. Se trataría de una población de origen rural que a los efectos socioculturales sería expresiva de la situación del país. Un segundo tercio lo compondría la población procedente de un radio extraprovincial cercano, de manera que casi al completo se formaría con trabajadores de Burgos, Álava y Santander. El último sería el formado por los procedentes de siete provincias de la submeseta norte, de un radio largo (más de cien kilómetros): Rioja, Soria, Asturias, León, Palencia, Valladolid y también, y por delante de todas éstas, la vecina Guipúzcoa. El resto de provincias españolas aportó un 8,6% de inmigrantes al inicio de la industrialización vizcaína344. Pero fue ésta, precisamente, la que se convirtió desde el principio en el sector «más visible» y que más caracterizaría una Ría «invadida de emigrantes». La mayoría de la inmigración era  M. González Portilla (ed.), Los orígenes de una metrópoli industrial: la Ría de Bilbao, Bilbao 2001, vol. I, pp. 173 y ss. Los datos precisos son: de Vizcaya procedía el 38,6% de los inmigrantes llegados a esa provincia; 16,9% de Burgos, 7,1% de Álava y 6% de Santander; 3,9% de Guipúzcoa, 3,8% de Rioja, 4,4% de Soria, 3,5% de Asturias, 2,6% de León, 1,6% de Palencia y 1,3% de Valladolid. El resto de provincias españolas aportó un 8,6% de la emigración a Vizcaya. Los extranjeros eran el 1,7%, constituido básicamente por técnicos británicos, franceses o belgas. 344

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permanente y familiar, hasta en un 70%. Por el contrario, los menos, pero, se insiste, los más visibles, eran los varones jóvenes temporeros, que venían de lejos, hasta de Galicia (un 83% de los gallegos inmigrantes venían sin familia). Esta minoría de trabajadores era la que realmente protagonizaba las dificultades de integración por diversos motivos (familiares, culturales, idiomáticos, edad, expectativa vital, intención de permanencia, responsabilidad colectiva, vitalismo, aceptación de las normas, consideración del futuro…), y la que caracterizaría, como decimos, el rechazo a una inmigración que amenazaba con cambiar el entorno sociocultural de la zona. Son los «campesinos que dejan la siega a fines de julio» y que, procedentes de León, Galicia y hasta Portugal, volvían a su tierra en abril. La quintaesencia de la miseria de los mineros de La Arboleda, según narra el católico belga Jacques Valdour en su excursión de principios del siglo xx. O el colorista espectáculo de la diversión obrera, donde se mezclan jotas aragonesas, castañuelas, tambores vascos y hasta ritmos del norte de África345. A la circunstancia determinante de esa inmigración, no mayoritaria pero sí muy diferente en sus comportamientos socioculturales de los de la población de origen o de buena parte de los recién llegados, se le unía otra muy importante: los emigrantes se concentraron en un espacio territorial muy reducido. Cinco localidades del entorno de la Ría –Bilbao (ciudad), Baracaldo y Sestao (fábricas), y San Salvador del Valle y Abanto y Ciérvana (minas)– recibieron casi el 90% de la primera inmigración, entre los años 1877 y 1887. Los «barrios altos» de Bilbao (San Francisco-Las Cortes) se convirtieron en núcleos de inmigración masiva que, curiosamente, y por las circunstancias del crecimiento posterior de la villa, convivieron durante décadas con el arranque de la nueva ciudad burguesa, la de la Gran Vía y el Ensanche346.   J. Valdour, El obrero español. Experiencias vividas (el País Vasco), edición de F. Luengo, Bilbao 2000, pp. 60 y 90. 346  L. Castells y A. Rivera, «Una inmensa fábrica, una inmensa fonda, una inmensa sacristía. (El espacio urbano vasco en el paso de los siglos xix al xx)», en L. Castells (ed.), El rumor de lo cotidiano. Estudios sobre el País Vasco contemporáneo, Bilbao 1999, pp. 26-28. La zona de San Francisco-Las Cortes pasó de 1.800 habitantes 345

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Entonces, esa inmigración de difícil asiento, sumada a los contingentes generales, se constituía en la tripleta, junto a la industrialización y la urbanización, que amenazaba con trastocar el entorno sociocultural y, de manera muy específica, las anteriores pautas de conducta, que alcanzaban a lo social, a lo religioso y a la propia percepción del país. Entre esas costumbres en peligro o cambiantes estaba el uso social de las lenguas. En Vizcaya se hablaba castellano y vascuence. Éste llevaba retrocediendo todo el siglo xix, a consecuencia de factores múltiples: la destrucción de la sociedad tradicional campesina; la lenta urbanización producida antes incluso de la industrialización; un sistema escolar básicamente en castellano; la presencia cada vez más sólida del Estado español, con su administración y la articulación de unos intereses «nacionales»; el intercambio de población más constante que propiciaban los nuevos medios de transporte y la inmigración asociada a la industrialización; el triunfo de una sociedad burguesa y urbana que se venía expresando ya en castellano, que históricamente tuvo unas estrechas relaciones con Castilla y que ahora volvía a tenerlas con la administración estatal; y el desequilibrio de prestigios entre las dos lenguas, que en este momento operaba en perjuicio del vascuence, por mucho que contradictoriamente se estuviera viviendo una época de «renacimiento» de la cultura vasca347. en 1870 a 19.000 en 1900. Allí estaba la taberna de Facundo Perezagua, la Casa del Pueblo dominada a principios de los veinte por los comunistas y el centro director de la actividad del obrerismo de izquierdas. 347  La caricatura de los lugares y experiencias que hacían que los jóvenes vascos perdieran el vascuence y las costumbres morigeradas que, se supone, les caracterizaban incluía la escolarización en castellano y con maestros ajenos al país, el servicio militar y el conocimiento de otras realidades, y el servicio doméstico para ellas, desarrollado en ciudades peligrosas para su recta conducta. Los informes, por ejemplo, de la revista Idearium en mitad de la Segunda República son suficientemente expresivos. Al describir los «agentes que actúan por destruir la religión», el cura de Atáun (Guipúzcoa) escribe: «La proximidad de pueblos constituidos en focos algo contaminados en materia religiosa. El que las muchachas vayan a San Sebastián a prestar allí servicios de criada en ambiente religioso quizás muy mediano. El servicio militar. Las grandes facilidades de comunicación que hay hoy en día, lo que hace que la juventud muy inquieta, acuda con frecuencia a festejos y espectáculos no muy edificantes que no faltan en las grandes

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El resultado era el establecimiento del castellano como lengua dominante, oficial y de prestigio348. De otra parte, no es fácil saber el estado del euskera en la Vizcaya de la industrialización349. Bilbao seguiría siendo el lugar del país con más euskaldunes, pero el problema para el uso de la lengua resultaría de la densidad decreciente de éstos y de su minoridad respecto de lo que representaba el castellano. En los barrios de Baracaldo estaría el límite occidental del vascuence, de manera que Portugalete y Santurce lo habrían perdido ya en los años sesenta, según el mapa de Luciano Bonaparte de 1869, mientras que ese idioma y el castellano convivían inestablemente en otras localidades de la margen derecha de la Ría (Guecho, Begoña…) o en Abando, la anteiglesia a partir de la cual se desarrolla el Bilbao del siglo xx, el de la Gran Vía. Esta situación no era la de las localidades guipuzcoanas en proceso de industrialización o, simplemente, con alguna industria. La inmigración ajena al país no fue importante en esta provincia. En 1920 solo suponía el 20,4% de la población, donde destacaban los vecinos contingentes navarros. Por localidades, en Eibar, en 1903, solo el 4% de sus habitantes no ciudades. En Atáun apenas se lee la mala prensa». (A. Rivera y J. de la Fuente, Modernidad y religión en la sociedad vasca de los años treinta (Una experiencia de sociología cristiana: «Idearium»), Bilbao 2000, pp. 94 y 95) 348  Al cabo de los años, siguen siendo también muy interesantes y actuales las páginas que Javier Corcuera dedicó a esta cuestión en su Orígenes, ideología y organización del nacionalismo vasco, 1876-1904 (Madrid 1979, pp. 143-151). Este autor incide sobre todo en la importancia de la pérdida de prestigio social del euskera en beneficio del castellano. Su tesis se puede resumir en la frase de unos obreros eibarreses –similar a las que recogemos más adelante en el texto de este artículo– y que cita Arturo Campión en su discurso en los Juegos Florales de Irún de 1903: «Hablamos vascuence porque no sabemos español. Nosotros hablaríamos con muchísimo más gusto en este idioma, pero querer no es poder». 349  La ausencia de estudios a este respecto es sorprendente. Se pasa de los datos de Luciano Bonaparte a los de Caro Baroja, sin que puedan presentarse trabajos empíricos y científicos para contrarrestarlos o para cuantificar o para establecer los territorios sociolingüísticos. Los datos que aporta, por ejemplo, El libro blanco del euskera, editado por Euskaltzaindia en 1977, son expresión de esta insólita carencia (Bilbao 1977, pp. 290-296).

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era de origen vasco, frente a más del 60% de la población natural de la propia villa, y más del 30% de otros lugares del país. En Rentería, casi la mitad no había nacido en la localidad, pero su origen era o bien comarcal o, como mucho, provincial guipuzcoano o navarro, o de la limítrofe región vascofrancesa. En Vergara o Azcoitia los obreros eran en su mayoría locales, y en buena parte trabajadores mixtos, que vivían en el caserío y trabajaban en la factoría, alternando actividades y tiempos rurales y manufactureros. Beasain, en el corazón del Gohierri, sería la excepción, donde «La Fábrica Grande» –La Maquinista Guipuzcoana, luego Española de Construcciones Metálicas y hoy CAF, constructora de material móvil de ferrocarriles– llegó a emplear hasta la mitad de la población ocupada del lugar y comarca. Hasta un cuarenta por ciento de esos trabajadores eran ajenos al país, lo que se explica también porque la empresa regulaba empleo con contrataciones y expulsiones masivas de personal, coincidiendo con fluctuaciones de la demanda. Pero era la excepción, a la que justo se podían añadir la singularidad fronteriza de Irún y la capitalina de San Sebastián350. La consecuencia es que en Guipúzcoa no se produjo una alteración sustancial del paisaje sociocultural debido a la implantación de un proceso diversificado, desconcentrado, progresivo y localista de industrialización. Ni la cultura ni el idioma ni la correlación de fuerzas políticas se vieron trastocadas, al contrario de lo que pasó en Bilbao y la Ría351. Contra los iconos de la hegemonía Durante el largo ecuador del siglo xix, entre las dos guerras carlistas, y, a otro nivel y con no menos intensidad, después de la última 350  A. Rivera, Señas de identidad. Izquierda obrera y nación en el País Vasco (18801923), Madrid 2003, pp. 38-40. 351  Para la continuidad del espacio guipuzcoano, ver la obra de L. Castells, Modernización y dinámica política en la sociedad guipuzcoana de la Restauración, 18761915, Madrid 1987. Una cuestión importante en esta continuidad es también el tipo de empresa y empresario pequeño o mediano que predominó, más en contacto con sus trabajadores y más dado a manejarse en circuitos locales/regionales y a mantener las referencias socioculturales tradicionales de su comunidad.

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de éstas, en el final de la centuria, un conglomerado de gentes de las más diversas tendencias ideológicas fue creando un cuerpo general de pensamiento, un auténtico discurso hegemónico, que dibujó una imagen interna y externa del País Vasco. A ello contribuyeron las diversas familias del carlismo, los diferentes grupos del monarquismo reinante, los ubicuos liberales fueristas, los republicanos del país y, luego, los nacionalistas vascos. Era una manera de responder y de situarse en la nueva realidad del Estado liberal español, una forma de estar en la nueva España constitucional. Los instrumentos y agentes sociales fueron diversos, pero básicamente se pueden resumir en la política, la cultura y la Iglesia vascas. Todos ellos construyeron en ese tiempo la identidad vasca y crearon o dieron forma a sus iconos de referencia352. De todos los grupos sociales y políticos que actuaban en el País Vasco de finales del ochocientos, solo uno, el elemento obrero organizado, representado y dirigido por el Partido Socialista, se mostró contrario a esos iconos y partidario de cuestionar por completo la hegemonía social que escondían. Los socialistas identificaron esas señas de identidad como aquello que servía para desplazar socialmente a los trabajadores y subordinarlos en lo político y en lo económico. Eran las referencias comunes a los extremos derecho e izquierdo de la política vasca, y que solo dejaban fuera a las emergentes masas proletarias. Dos eran básicamente las expresiones de esa subordinación. La primera era política y se hizo manifiesta con el llamado «error Chavarri», cuando el organizador de los intereses políticos y económicos de la oligarquía minera e industrial movió todos los resortes para que los tres obreros socialistas (Carretero, Merodio y Pascual) que habían logrado votos para un asiento en el Ayuntamiento de Bilbao en 1897 no pudieran hacer efectiva su elección. Chavarri apeló a la diferencia entre el sufragio activo y el pasivo, pero su error consistió en soliviantar los ánimos de los trabajadores, en evidenciar su desplazamiento y postergación social, e incluso en propiciar una campaña de  La más reciente y acabada compilación de estos recursos, en C. Rubio Pobes, La identidad vasca en el siglo xix. Discurso y agentes sociales, Madrid 2003. 352

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propaganda de los socialistas que permitió a éstos extenderse por todas las provincias vasconavarras y, a nivel nacional, pasar a ser considerados en la inmediata realidad política española353. La segunda era económica y consistía en una utilización del autogobierno fiscal que propiciaban los Conciertos económicos vascos, de manera que esa misma oligarquía, desde su control de las Diputaciones, cargaba los impuestos sobre los trabajadores a través de los consumos, reduciendo la fiscalidad de los beneficios empresariales de la industria y de las plusvalías inmobiliarias urbanas y rurales. Los socialistas vascos emprendieron en 1906, con motivo de la negociación del nuevo Concierto, una campaña en Madrid donde trataron de confrontar las intenciones e intereses de todo el entramado hegemónico vasco, representado en las Diputaciones, con las suyas, trasladadas a través de unas «comisiones obreras». Los socialistas, de esta manera, todavía un partido muy radical y no legitimado en la sociedad vizcaína del tiempo, eran los únicos capaces de rechazar los sacrosantos Conciertos económicos –la preciada y sustanciosa reliquia que quedaba de las viejas provincias exentas–, si éstos, como ocurría, no beneficiaban también a los trabajadores354. Los iconos de la hegemonía servían también para estabilizar el país y para dar la impresión, hacia adentro y hacia fuera, de que originalmente éste se acercaba a una arcádica sociedad ideal y de que solo desde fuera se podía venir a alterar la bondad de la situación. Reaccionando frente a ello, los socialistas denostaron e hicieron chanza en su prensa de la mayor parte de los mismos. Empezaron por el icono principal, el árbol de Guernica, referencia de las libertades vascongadas, al que llamaban alcornoque, chopo o leño, que reunía masas de adoradores ebrios. Consideraban que los fueros eran una antigualla propia de un país agrícola y que no tenían casi posibilidad de ser recuperados para el presente de una sociedad industrial, compleja y moderna. Leyendas 353   J. P. Fusi Aizpúrua, Política obrera en el País Vasco (1880-1923), Madrid 1975, pp. 168-176. 354   «¡Autonomía para todos o abajo el concierto económico!», fue el leitmotiv de la campaña (A. Rivera, Señas de identidad, pp. 106-117).

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vizcaínas afianzadas en el ecuador del ochocientos, como la del «Jaun Zuria», eran denunciadas como farsas. La probidad de la administración de las diputaciones era cuestionada aireando casos de corrupción o de enchufismo. El «interés de Vizcaya» era asimilado al de los grandes capitanes de la industria, los Chavarri y compañía. La virgen de Begoña recibía el embate del anticlericalismo militante del socialismo vizcaíno y de sus proclamas en La Lucha de Clases, lo mismo la zafia de Valentín Hernández que la más depurada dirigida por Tomás Meabe. El ruralismo inherente a la defensa de la tradición vascongada era derribado con todo tipo de defensas del progreso que representaba la ciudad. El deporte rural, tenido por idiosincrásico de lo vasco y expresión de su carácter, era rechazado sin paliativos y sin distingos, desde la pelota, vista forzadamente como una excusa para lo que realmente interesaba, las apuestas, hasta el corte de troncos, llamado despectivamente «juegos de hachas». Las «fiestas eúskaras», juegos florales iniciados en el País Vasco francés en 1852 y replicados aquí en los años ochenta, expresiones de un renacimiento vasquista de contenidos a un tiempo culturales y sociopolíticos, donde se mezclaban el bertsolarismo con los concursos de ganado, eran descalificadas como «pirogtenia oral» (sic) e incluso propuestas al gobierno para su prohibición355. El nacionalismo aranista: opositor y competidor político El discurso hegemónico que había definido las señas de identidad vascas y dejado fuera a los socialistas y a los trabajadores había sido 355  Las Fiestas Eúskaras comenzaron en Guipúzcoa en 1879, auspiciadas por José Manterola y su revista Euskal-Erria, y pasaron a Marquina en 1883 y después a Durango (1886) y Guernica (1888). Reproducían el modelo vascofrancés puesto en marcha desde 1852 por D’Abbadie (I. Sarasola, Historia social de la literatura vasca, Madrid 1976 y L. Villasante, Historia de la literatura vasca, Burgos 1979). Desde La Lucha de Clases (7 de octubre de 1899) se pedía al gobierno «que prohibiese los juegos florales donde se ensalzan las costumbres de una región en detrimento de otras». Para todo el rechazo de los iconos vascos, ver A. Rivera, Señas de identidad, pp. 91-97.

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construido y estaba siendo sostenido por todo tipo de sectores sociales y políticos, desde el carlismo más reaccionario al republicanismo más avanzado. El rechazo contra los trabajadores, en tanto que cuestionadores de lo existente, ya fuera la compartida imagen del país y sus referencias culturales, ya las bases del statu quo socioeconómico, se vestía de descalificación del llamado «flamenquismo» o, más concretamente, de las pautas de conducta de gentes que no se sometían a lo que se suponía era la sociedad vasca356. Esta confrontación podía ser la típica que se produce entre la condición del recién llegado, inestable, pobre y sin sujeciones, y la del nativo, por definición consolidada. Pero en términos ideológicos y políticos llegaba a más. Las construidas señas de identidad vascas remitían a valores tradicionalistas, religiosos y localistas, y por eso constituían justo la inversa de los basamentos del pensamiento socialista. Los obreros movilizados en la primera industrialización vasca podrían haberlo hecho de la mano de católicos sociales. No fue así, y lo hicieron de la de los socialistas marxistas, y para éstos los valores identificados con el país estaban en las antípodas de los suyos. Frente al localismo, un internacionalismo doctrinario; frente a la religión, un anticlericalismo muchas veces furibundo; frente al tradicionalismo, la común confianza de los socialismos en la idea de progreso. Además, se vuelve a insistir en que aquellos valores servían para desplazar a los socialistas políticamente y a los trabajadores socialmente, por lo que se fundían dos situaciones de oposición: la de orden ideológico y la de interés sociopolítico, de clase.   Francisco Gascue, republicano guipuzcoano, políticamente avanzado, participaba de esa cultura antiinmigrante. En el prólogo a La Bella Easo de Arturo Campión (1909), un integrista que acabó en las cercanías del nacionalismo, destacaba «el contraste entre el carácter dulce, tranquilo, parco en palabras, comedido y respetuoso del vasco verdadero, y por otra parte, la grosería de lenguaje, la procacidad de los gestos y de las tendencias a la camorra de esos obreros ambulantes». L. Castells (Modernización y dinámica política en la sociedad guipuzcoana de la Restauración, pp. 407 y 408 notas) refiere más ejemplos en este sentido de Gascue o de otro republicano progresista, José Orueta. Éstos y otros muchos eran los que achacaban los males del país al llamado «flamenquismo». 356

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Quien mejor vino a sintetizar este rechazo del trabajador y del inmigrante, y a hacerlo de una manera beligerante y coherentemente construida, fue el nacionalismo vasco de Sabino Arana. Desde su aparición definitiva en 1895, nacionalismo y socialismo vascos se constituyeron en opositores políticos natos, al punto que uno y otro fueron capaces con el tiempo de aglutinar los mutuos rechazos y constituirse en dos de las tres referencias sociales y políticas fundamentales de la sociedad vizcaína y luego vasca. Al mismo tiempo, los dos partidos fueron ampliando su territorio de manera paralela (aunque no en el mismo orden), de forma que desde Bilbao y la Ría fueron extendiéndose a las ciudades vascas, a las localidades más industrializadas y luego, aquí de manera diferenciada, al ámbito rural. Socialistas y nacionalistas eran así tanto opositores como competidores políticos, y acabaron resumiendo en cada uno de ellos una completa cosmovisión que, por eso, les hacía incompatibles. Este hecho tuvo una gran importancia y está en la base de la explicación de porqué en el País Vasco las cuestiones social y nacional han estado absolutamente disociadas y no han generado hasta muy tarde espacios sociales y/o políticos comunes o de encuentro357. Pero a los efectos de este texto, lo importante radica en que en un primer momento, y luego con una intención más estratégica, las referencias que venían a singularizar al País Vasco fueron rechazadas por los socialistas al confundirlas con el discurso partidario del nacionalismo bizkaitarra, que a su vez pasó a patrimonializar en exclusiva lo tenido por vasco358. El antinacionalismo de los socialistas vascos era, de una parte, expresión   Ésta es la tesis principal de mi trabajo Señas de identidad, del que proceden las ideas para este texto. 358  Al cabo de un siglo de esta confusión de términos en uno y otro campo político, el entonces Lehendakari Ardanza reflexionaba diciendo: «La tendencia a identificar lo nacionalista con lo vasco ha tenido el efecto perverso de que los no nacionalistas confundieran lo vasco con lo nacionalista, impidiéndoles su aceptación como algo propio. El sentido patrimonial del nacionalismo ha ejercido un efecto retardador del proceso de integración, si bien ha sido también utilizado por los reticentes como coartada para no sumarse a él» («Pacificación y Violencia» y «Euskadi en el Estado de las Autonomías», Conferencias pronunciadas en la Fundación Sabino Arana (Bilbao), Vitoria 1993, p. 32). 357

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de la inexistencia de espacios comunes entre lo social y lo nacional. Pero también fue la causa de que éstos no se plantearan hasta muy tarde una respuesta al problema nacional que señalaban sectores del país, encabezados por los nacionalistas. En tercer lugar, ello estuvo en la base de que los socialistas rechazaran un posible vasquismo, entendido como «identidad colectiva común». El vasquismo remitiría a un concepto prepolítico, soportado sobre todo en la sociedad civil más que en las instituciones o en la política, «una lealtad al país por parte de todos y cada uno de los ciudadanos y grupos vascos desde su peculiar ideología, convicción o posición política. (…) Una identificación con el país del cual se forma parte». De alguna manera, algo parecido a ese espacio común que suponía el catalanismo359. Pero quizás este rechazo que señalamos constituya por nuestra parte un análisis anacrónico, al establecerse desde la oportunidad del presente. En realidad, a finales del siglo xix, vasquismo (o vascongadismo) era lo que estaban haciendo los constructores del discurso de la hegemonía. Y eso, precisamente, era lo que venía a cuestionar en solitario un socialismo contrario a lo existente. El vasquismo no era un armónico espacio que legitimaba a todos y les permitía diferenciarse con arreglo a lo particular  La más moderna y acabada definición de «vasquismo» corresponde a Gurutz Jáuregui en su libro Entre la tragedia y la esperanza. Vasconia ante el nuevo milenio (Barcelona 1996, pp. 118-121). Jáuregui propone el concepto para el final del siglo xx, no en una dimensión histórica anterior. La experiencia histórica del catalanismo tampoco fue tan sencilla o tan distinta de la vasca: las difíciles relaciones del obrerismo organizado, de la CNT principalmente, con quienes usufructuaban políticamente ese concepto dieron lugar a desmarques notorios. La razón de la oposición de socialistas vascos y anarquistas catalanes, en el fondo, era la misma, como se concluirá en este artículo: anteponían valores de clase a los nacionales, rechazando durante mucho tiempo estos últimos si los entendían básicamente como «instrumentos del dominio de la burguesía». Así lo exponía Joan Peiró poco antes de ser fusilado: «No sé lo que yo tendré de sospechoso de anticatalanista, aunque me apresuro a señalar que jamás fui catalanista; y no lo fui por entender siempre que el catalanismo militante es un producto esencialmente burgués y reaccionario, aun aquel catalanismo audaz que se titula izquierdista». 359

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de su ideario político. Podía serlo para todos, pero no para los socialistas. Y ésta era para ellos una cuestión principal en los primeros años360. El rechazo contra los trabajadores inmigrantes361, establecido como argumento fundamental o más visible del bizkaitarrismo, provocó como reacción el rechazo de los obreros socialistas al nacionalismo vasco y, por extensión no reflexionada, a todo lo identificado como vasco por la cultura local dominante de ese tiempo. Las tres personas que más contribuyeron a argumentar el antinacionalismo de los socialistas vascos en el cambio de centuria fueron Felipe Carretero, Miguel de Unamuno y Tomás Meabe. Son importantes las tres personalidades. Carretero era euskaldún, y de niño sufrió, según confiesa, los rigores de un maestro obsesionado con que solo usara el castellano362. Unamuno vivió su niñez en un Bilbao progresivamente castellanohablante, y aprendió el vascuence en su juventud de una manera insuficiente, lo que no le impidió en 1888 disputar una plaza convocada por la Diputación vizcaína para impartir esa lengua en el Instituto, frente a Sabino Arana y a Resurrec  Buena muestra de ello es que el propio término «vasquismo» era rechazado por los socialistas como equivalente a nacionalismo vasco. Véase tres notas más abajo lo que decía Tomás Meabe: «Vasquismo, catalanismo, españolismo (…) me es antipático». Por su parte, el cenetista vitoriano Daniel Orille rechazaba el Frente Único en 1933 diciendo: «Ni somos católicos, ni vascos, ni comunistas, ni socialistas» (La Libertad (Vitoria), 9 de mayo). Para él, «vasco» era básicamente la condición política de los obreros nacionalistas de Solidaridad de Obreros Vascos. Él no se identificaba en el término. Igual que no lo hacía el líder socialista Emilio Beni, cuando hablaba de «la organización sindical de los vascos» para referirse a Solidaridad de Obreros Vascos. Para Beni, en términos políticos, «vasco» era bizkaitarra («Algunos aspectos del nacionalismo vasco», La Internacional (Madrid), 5, 15 de noviembre de 1919). 361  Trabajador, inmigrante y socialista llegaron a ser sinónimos en la publicística nacionalista. 362   «Yo soy de los que en Murélaga (Aulestia), allá por el año 1873, acudía a la escuela pública, y cuando llevábamos el anillo delator de haber hablado en la calle el vascuence, el maestro se encargaba de castigarnos con palmetazos» (Crítica del nacionalismo vasco o Historia compendiada de las causas de la decadencia y desaparición de las leyes forales vascas, segunda edición, Bilbao 1932, p. 50. Se desconoce con precisión el año de salida de la primera edición, pero 1913 puede ser el más adecuado a la realidad). 360

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ción María de Azkue, que fue quien la ganó363. Meabe, el fundador de las Juventudes Socialistas, nada dejó escrito o dicho en esa lengua, por lo que es seguro que no la conocía. Pero Meabe y otro personaje muy importante, también euskaldún, el doctor oñatiarra José Madinabeitia, pertenecieron al círculo íntimo de Sabino Arana, y los dos abandonaron el nacionalismo vasco precisamente por la ausencia de un discurso social en esa ideología y por el creciente rechazo a los trabajadores inmigrantes, a los llamados «maketos». Carretero fundamentaba su oposición al nacionalismo también en ese argumento, igual que lo hacía Unamuno, aunque de una manera más filosófica, integrando al nacionalismo en la fiebre de localismos que se oponían al progreso de la humanidad, o Meabe desde un discurso ético casi religioso364.

 M. de Ugalde, Unamuno y el vascuence, Buenos Aires 1966, pp. 134 y ss. Sobre el conocimiento del euskera por parte de Unamuno, ver X. Kintana Urtiaga, «Unamuno y el euskara», Don Miguel de Unamuno en el Colegio Mayor, Bilbao 1999, pp. 42 y 43. Azkue sería luego, en 1919, hasta su muerte en 1951, el primer presidente de Euskaltzaindia, la Academia de la Lengua Vasca. Desde 1927 era también miembro de la Academia de la Lengua Española, en representación del euskera. La decisión de la Diputación vizcaína de establecer esta cátedra fue después muy criticada porque eran muy escasos los alumnos que se inscribieron en ella. 364  Carretero escribía: «Los socialistas hemos combatido en todo tiempo el nacionalismo de Arana por considerarlo inhumano, insolidario, pobre de concepción y de espíritu, fundado en un odio injusto hacia el resto de los españoles y por ser altamente incivilizador y reaccionario» (La Lucha de Clases, «Contestando», 21 de junio de 1902). Meabe decía: «Mi campaña no es sólo contra los bizkaitarras, sino contra toda la patriotería andante. Vasquismo, catalanismo, españolismo, cuanto tienda a dividir irracionalmente a los seres humanos, me es antipático» (La Lucha de Clases, «Réplica», 11 de abril de 1903). Sobre Meabe, ver J.P. Fusi, Política obrera en el País Vasco, pp. 223-227, 245-253. Para Unamuno, el nacionalismo era la expresión política de las elites tradicionalistas y reaccionarias, opuestas a los obreros pero también a los emergentes y modernos sectores empresariales industriales y mineros. Así vio la lucha electoral de 1898, cuando Arana fue elegido diputado provincial en lucha contra los candidatos de Chávarri: «Las siete calles contra el Ensanche. El pasado contra el presente. Los antiguos hidalgüelos contra los parvenues. Los viejos propietarios contra los modernos negociantes» (La Lucha de Clases, «La jornada del domingo», 17 de septiembre de 1898). 363

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El niño con el agua sucia La oposición política al bizkaitarrismo, producida tras el rechazo de unos iconos donde se escondía el desplazamiento de los trabajadores y de los socialistas, llevó en un primer momento a la descalificación de todo lo tenido por vasco. El vascuence era, en ese sentido, algo básico. El rechazo a esta lengua tenía que ver con dos motivos: el primero era reactivo, y respondía al hecho de que los nacionalistas, sobre todo, lo usufructuaban y lo manejaban como elemento de distinción frente al ajeno a la tierra, frente al «maketo». Arana, en una visión excluyente del país, prefería la desaparición del euskera al hecho de que los «maketos» lo hicieran suyo aprendiéndolo. El punto de partida racista era inapelable, y el idioma se subordinaba a ese argumento principal. Así, aunque no sea lo mismo, cuando el vascuence se establecía como exigencia para ocupar puestos en la administración local y provincial, los socialistas se enfurecían al interpretarlo como una nueva exclusión o diferenciación de derechos sin sentido. No eran muchas las ocasiones en que esto ocurría, ni eran los nacionalistas los únicos que desde las instituciones lo proponían –también lo hacían algunos carlistas y hasta republicanos– ni eran los socialistas o su base social los que más posibilidades tenían de entrar en la administración en Vizcaya, pero manejaban la denuncia de estos casos con pasión365. Era más importante y profundo el segundo motivo: los socialistas vascos, indistintamente si eran bilingües o solo castellanohablantes, tomaron por más avanzada y adecuada al progreso la lengua y la cultura castellanas o españolas, y remitieron al vascuence al dominio de 365  La coincidencia de elementos de toda ideología en esta tendencia antimaqueta llevó a Unamuno a escribir: «La peste del bizkaitarrismo está difundida aquí por toda la burguesía indígena» (La Lucha de Clases, 4 de julio de 1896). En el mismo periódico se decía el 20 de agosto: «La gente de aquí, llámese lo que se llame, republicano o carlista, tiene las ideas políticas como barniz que cubre su interior lleno de majaderías bizkaitarrescas». Unamuno, en un famoso artículo de El Heraldo de Madrid titulado «El Antimaquetismo» (18 de septiembre de 1899), decía: «El antimaquetismo manso tiene en Bilbao más raíces de lo que se cree».

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lo privado, en tanto que expresión de un idioma inadecuado para los tiempos modernos. Hay docenas de testimonios en ese sentido. Unamuno dio lugar a una gran bronca cuando se expresó en los primeros Juegos Florales de Bilbao un 29 de agosto de 1901, siendo ya rector de la universidad salmantina. Después de decir cosas como: «Eres un pueblo que te vas. Estorbas a la vida de la universal sociedad, debes irte, debes morir, transmitiendo la vida que te queda al pueblo que te sujeta y te invade»366, diferenciando la sociedad tradicional decadente de la nueva realidad que emergía pegada a la industrialización, el filósofo bilbaíno arremetió contra el vascuence y lo identificó como una lengua imposibilitada para la vida y la cultura modernas. El euskera, decía, al no ser ni latino ni indoeuropeo, no podía acceder a la terminología cultural greco-latina común al resto de lenguas europeas, ni tampoco crear sus propios términos por la vía de préstamos de los idiomas del entorno, ya que Unamuno descalificaba esas nuevas palabras como «terminachos»367. El problema no era entonces el entorno sociopolítico o las posibilidades de incrementar el uso social mediante una protección pública, sino que se trataba de una cuestión intrínseca al propio idioma. El euskera llevaba en sí mismo el destino de su desaparición en una sociedad moderna como iba conformándose la bilbaína, no tanto la vasca, de ese momento. «En el milenario eusquera no cabe el pensamiento moderno; Bilbao, hablando vascuence, es un contrasentido...», dijo en los Juegos Florales. Unamuno preveía un destino común para la sociedad tradicio366  Obsérvese que el primer Unamuno fuerista y vasquista que escribe su tesis doctoral en 1884, titulada «Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca» (editada en M. de Unamuno, La raza vasca y el vascuence. En torno a la lengua española, Madrid 1974), dice palabras similares a las de quince años después: «Hoy que el pueblo vasco empieza a entrar de lleno en el concierto general (…) todos los vascongados vemos la pronta asimilación de las costumbres y maneras de nuestro pueblo a muchas antes extrañas a él, el idioma se va desvaneciendo en su roce con el oficial, que simboliza una mayor cultura, y todo va pasando como pasa el flujo del agua en el océano y queda siempre vivo el mar (…). Es el pueblo vasco un pueblo que se va». La «pequeña» diferencia es que la consideración de la idea, con el paso del tiempo, es antitética en sus efectos. 367   X. Kintana Urtiaga, «Unamuno y el euskara», pp. 40-41.

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nal vasca y para su idioma, a la vez que instaba a resolver raudamente este tránsito, de manera que al país no se le escapara la oportunidad de incorporarse al progreso368. Curiosamente, justo la idea inversa de la que se articuló en esos mismos años para preservar el euskera como expresión del mundo que desaparecía. Una idea de la que se alimentó el «renacimiento euskaldun», desde ámbitos y personajes indistintamente carlistas o republicanos, y que cobró forma cultural mucho antes de que el nacionalismo le confiriera otra concreta de carácter político. En todo caso, expresiones militantes, resistencialistas y pesimistas sobre el futuro del país, unas veces en defensa paralela del catolicismo presuntamente amenazado, otras de los fueros abolidos, otras frente al retroceso del euskera como referencia superior del paisaje sociocultural en peligro, siempre de la sociedad tradicional en trance de extinción369. Pío Baroja, con algunas diferencias, apoyó la tesis principal del bilbaíno y, como era de esperar, Sabino Arana se pronunció en sentido contrario370. Pero, ¿qué dijeron los socialistas vascos? La declaración más contundente fue la de Gregorio Pagnón, uno de los primeros socialistas eibarreses, redactor del quincenal de esa villa, ¡Adelante!, quien con suma dificultad escribía en castellano sus artículos, denotando con ello 368   «Esa lengua que hablas, pueblo vasco, ese euskera desaparece contigo. No importa, porque, como tú, debe desaparecer; apresúrate a darle muerte y enterrarle con honra, y habla español». «Nuestra alma es más grande ya que su vestido secular; el vascuence nos viene ya estrecho; y como su material y tejido no se prestan a ensancharse, rompámosle». 369  Sobre la importancia de estos aspectos culturales, ver M. Aizpuru, «Vascófilos y bertsolaris, conformadores del nacionalismo vasco en el último tercio del siglo xix», Gerónimo de Ustariz, 16, (2000), pp. 59-72. 370   El escaso lamento de Baroja se condensaba en una nota de romanticismo etnográfico: «Al morir el vascuence sin honra alguna para la patria, sin favorecer en nada el desarrollo del pensamiento, desaparecerá un matiz pintoresco de la Península, una nota más, simpática y amable, de la vieja España que, siguiendo este camino, llegará a ser el país más uniforme y monótono del mundo». Esta posición implicaría para Baroja la existencia de dos tipos de vascos: los cultos, ajenos al idioma, y los campesinos, que deberían retener éste a los efectos de continuidad del folklore tradicional (X. Kintana, «Unamuno y el euskara», p. 42). La postura contraria de Arana se resume en su artículo «Los juegos florales de Bilbao» (Obras completas, Buenos Aires 1965, pp. 1.987-1.992).

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que su idioma cotidiano era el vascuence. Pagnón salió en aguerrida defensa de Unamuno y dio todo tipo de justificaciones a sus tesis. Unas justificaciones que, por su rotundidad y dureza, cuesta encontrar en la prensa socialista vizcaína, profundamente antinacionalista. Por el contrario, en Éibar no tenían que hacer ningún tipo de demostraciones: el nacionalismo no era su oponente porque el primer concejal de ese signo que conoció la villa armera fue en 1920, justo cuando consiguió la alcaldía el primer socialista371. Sin embargo, Pagnón comenzaba por responder al ataque que Unamuno había sufrido de parte de los nacionalistas, a los que comparaba con los «perros de las aldeas» y tildaba de «chifladura bizkaitarra», acusándoles de instrumentalizar en su favor un idioma que ni conocían372. Pagnón resumía su exposición en esta frase: la lengua vasca era un «dialecto o mejor dicho guirigai (sic)» reservado para una comunicación muy familiar, pero que no servía para espacios más amplios, para espacios públicos. Éste era parte de su alegato: «Porque la mayor parte de los vascongados sabemos que no hay razón fundamental para hacer alarde del vascuence por su modo de ser y por causas muy fáciles de justificarlas... (...) el vascuence es desastroso por su modo de ser tan desigual, pese a quien pese, y esto decimos porque sabemos que la verdad es amarga. Nada diríamos si antiguamente hubiese existido igual vascuence en Vizcaya como en Guipúzcoa, pero no, ni antes ni ahora, aunque no creemos tampoco que desaparecerá por completo,

371  Los hermanos Pagnón se contaban entre la docena de primeros significados socialistas eibarreses a comienzos del siglo xx. Procedían de Francia, de donde su padre había llegado huyendo de la represión de la Comuna parisina. «Emigrado de las tormentas del 71», escribe Toribio Echevarría al describir a éstos (Viaje por el país de los recuerdos, San Sebastián 1990, p. 26). Otro artículo suyo salió el 4 de enero de 1902 bajo el título de «La verdad del patriotismo», un texto antibelicista y, por ende, antinacionalista español. 372   ¡Adelante!, «Sobre las protestas de Unamuno», 21 de septiembre de 1901. «Son los bizkaitarras como los perros de las aldeas que ladran sin cesar a un hombre honrado e inteligente y dejan pasar inadvertido a otros mal llamados defensores de la patria chica (…) ladran a un sabio doctor que va a asistir en su casa a la familia que se halla enferma y que va a extender el remedio rompiendo las viejas rutinas (…) algo parecido ha sucedido en Bilbao con el señor Unamuno».

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porque sencillamente, cada cual en sus propias tierras o partes del mundo donde hayan nacido, por su capricho o gusto, puede conservar lo suyo, así como también cualquier otro idioma, aparte de una oficial o igual para todo el mundo, como deseamos los socialistas, para que nos entendamos todos, aunque nos vayamos a Pekín o a Flandes. Porque Unamuno dijo que era impropio para un pueblo culto como Bilbao el vascuence, dijo a nuestro entender pura verdad. Porque el vascuence, hay que decir por lo alto, diferencia considerablemente no solo de una provincia a otra, sino que también de un pueblo a otro, aunque a lo mejor no se separen dos pueblos de dos kilómetros, que muchas veces siendo todos vascongados tenemos que hablar en castellano para poder entendernos, y esto, aunque a muchos les parezca algo extraordinario, es dolorosamente cierto. Y esto nadie nos podía negar por muy vascófilos que quieran ser; y ahora, siendo así, ¿no se puede considerar como dialecto o mejor dicho guirigai (sic), que precisamente no es otra cosa? (...) por eso se hace imposible una publicación en la lengua vascongada, que no sucede lo mismo con el catalán, que allí se publican periódicos, libros, etc. etc.»373.

Esta exposición de Pagnón solo puede destacarse por radical y contundente, pero no por novedosa. Antes y después, otros muchos e importantes socialistas escribieron lo mismo. En el caso de Pagnón, la singularidad radica en que su idioma de uso era el mismo que rechazaba, en una muestra palmaria de glotofagia374. Algo parecido se podría señalar de Felipe Carretero, castigado en su niñez por el maestro por hablar vascuence. El argumento era el mismo: la escasa disposición para la sociedad moderna y de progreso que tenía un idioma como el euskera   Ibídem. La primera noticia sobre el discurso de Unamuno salió en ¡Adelante! el 7 de septiembre, en la sección de noticias titulada «Picaduras quincenales». En ese apunte ya se señalaba la posición buscadamente centrada de los socialistas, entre un nacionalismo vasco antiespañol y un españolismo gubernamental que había dejado inerme al país. Una geometría política que explotaría Prieto después de 1918: «¡Ah! –decía el articulista de Unamuno–, pero si les arrimó buena paliza a los bizcaitarras, igualmente les arrimó a los que han hecho de España una nación muerta». 374  Sobre el concepto y la relación existente entre proyectos políticos y culturas dominantes y dominadas, ver el clásico de Louis-Jean Calvet, Lingüística y colonialismo. Breve tratado de glotofagia, Madrid 1981. 373

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en un momento en el que se encontraba dividido en dialectos, sin un modelo literario y usado casi en exclusividad por el elemento popular campesino, ajeno a la cultura escrita. Esto decía el dirigente socialista en su Crítica del nacionalismo vasco: «A mi juicio, creo que ganaría la Vizcaya –y lo mismo digo del resto de las Vascongadas– que aún usa el vascuence, y que, por fortuna, lo es una sola tercera parte de su vecindario, con que se dejara de hablarlo y perfeccionase más el conocimiento escaso que tiene del castellano o español. (…) Así, la cultura del pueblo vasco que habla hoy vascuence sería mucho mayor».

Y añadía: «En la parte de Vizcaya donde se habla éste hay más atraso y están sin asimilarse a ella importantes experimentos y progresos que se efectúan y aplican en otros lugares, relacionados con materias agropecuarias. Por otro lado, es indudable que allí donde aún persisten en que el erdera, el castellano, no haga prosélitos, en aquellos pueblos en que eso ocurre, allí es donde el cura es quien manda y a quien se obedece… Para eso, para perpetuar la ignorancia, es para lo que quieren los reaccionarios que se eternice el lenguaje vasco; no para otra cosa»375.

Esto último también lo había planteado Pagnón: el vascuence era la lengua de los curas de aldea, el vehículo transmisor de la ignorancia asociada al clericalismo. Un asunto que connota incluso la tensión entre culturas populares que se vivía en los territorios de la industrialización. La música y los instrumentos tradicionales, el baile al suelto y el chistu y el tamboril, compitieron con la «música forastera» a base de guitarras, enseguida bandas, y polkas, habaneras y, sobre todo, baile agarrao. Desde los años finales del siglo xix, era más clara la apropiación que unas clases populares en acelerada proletarización iban haciendo de las romerías y diversiones al aire libre, de las tradicionales o de otras que se reinventaban o actualizaban. En ese proceso, los componentes religiosos de la fiesta fueron viéndose anulados o subordinados a los profanos y   F. Carretero, Crítica del nacionalismo vasco, p. 50.

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lúdicos, en un mecanismo paralelo al de introducción de la charanga espontánea y, definitivamente, de la banda de música, institucionalizada por diversos ayuntamientos, empresas y entidades sociales recreativas, y con un componente obrero fundamental376. Como fuera que estas bandas tocaban «música forastera», valses, pasodobles, habaneras y polkas, a lo que sumaron enseguida piezas flamencas, muy del gusto de los nuevos trabajadores, y como fuera que todos aquellos ritmos se bailaban al agarrao, la defensa del baile vasco tradicional, al suelto, hecha por neocatólicos y tradicionalistas de toda guisa, volvía al punto de coincidencia del pensamiento hegemónico vasco construido por el neoforalismo: las virtudes católicas quedaban representadas por las formas del mundo tradicional vasco; defender lo vasco y defender las buenas y católicas costumbres era una misma cosa377. No es extraño entonces que la liberal Eibar se ufanara de tener los mejores bailes al agarrao de toda Guipúzcoa, aunque en sus celebraciones tampoco faltaba nunca el aurrescu o el zortzico. Era una nueva afirmación de su condición liberal y abierta frente al entorno tradicionalista que le rodeaba378. El baile, igual que el idioma, podía remitir a la tradición rechazada o a la modernidad anhelada. Otra idea del texto de Carretero era la clásica de que la lucha idiomática, igual que la de adscripciones nacionales, era un argumento que dividía a los pobres y a los pueblos para regocijo de los poderosos, que mantenían su poder gracias a esa estéril pugna379. Aun más, también 376   El socialista Amuátegui se hizo miembro de una banda de música popular, «La Marcial», para ejercer influencia sobre sus miembros y hacerles afines a sus ideas (A. Narbaiza, Akilino Amuategi, p. 32, 103 y 104; T. Echevarría, Viaje por el país de los recuerdos, pp. 231 y 232). En la primera de las referencias, ver sobre todo el artículo que le dedicó Luis Araquistain en La Voz de Guipúzcoa, 11 de febrero de 1911. 377  Sobre esta cuestión es de gran interés el capítulo de Rafael Ruzafa, «Las romerías en Vizcaya en la segunda mitad del siglo xix: contrastes y cambio social», en Vizcaínos rurales, vizcaínos industriales. Estudios de historia social contemporánea, Bilbao 2002, pp. 49-84. 378  A. Rivera y J. de la Fuente, Modernidad y religión, p. 183 379   «Los jaleadores del vascuence (...) hacen la injusta causa para que retrogradamos a los tiempos primitivos, a los tiempos del señorío de los pueblos, señores de horca y

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se aprecia en el comentario de Carretero la difícil relación del socialismo vasco con el elemento campesino del país. Los socialistas tardaron mucho en hacer un discurso agrario. Tardaron en España380 y tardaron más en el País Vasco. En los comienzos, solo Madinabeitia, Meabe y Carretero expresaron alguna inquietud por el tema, y en todos los casos se plantearon la necesidad de usar el vascuence para llegar a unos destinatarios que les resultaban hostiles y que, de hecho, nunca llegaron a incorporar a su base social. A tal punto fue la cosa que, por ejemplo, para los anarquistas, hasta los obreros mixtos que alternaban el caserío con la factoría en los valles guipuzcoanos o en Vizcaya estaban negados para entender la problemática social, y después de unos pocos intentos desesperaban de captarlos. Los socialistas vizcaínos litigaron con Arana por esta cuestión, pues achacaban a los obreros autóctonos una menor disposición a la reivindicación y la lucha social. Por su parte, los socialistas eibarreses, con el doctor Madinabeitia a la cabeza, preferían invertir la responsabilidad por ese hecho y se animaban mutuamente a «subir a las montañas y predicar vuestras doctrinas a los campesinos vascos, a cuchillo, en una palabra, del feudalismo». «Y eso del amor a la patria chica… –seguíaúnicamente pueden hacer esa defensa la gente rica que tiene la vida asegurada en estas tierras, y no los pobres trabajadores porque nosotros no tenemos seguro ni patria ni hogar» (¡Adelante!, «Sobre las protestas de Unamuno», 21 de septiembre de 1901). No es extraño, a partir de esos rechazos y de la percepción del euskera como un elemento de división, que se llegara a pedir, como se ha apuntado notas atrás, la prohibición de los Juegos Florales con este argumento: «Quisiéramos un Gobierno que prohibiese los juegos florales donde se ensalzan las costumbres de una región en detrimento de otras, que no permitiera la literatura regionalista y que acabara con todos los dialectos y todas las lenguas diferentes de la nacional, que son causas de que los hombres de un país se miren como enemigos y no como hermanos» (La Lucha de Clases, 7 de octubre de 1899). 380  P. Biglino, El socialismo español y la cuestión agraria, 1890-1936, Madrid 1986. Más recientemente tenemos el artículo de A. Herrera González de Molina, S. Cruz Artacho, F. Acosta Ramírez, F. Cobo Romero y M. L. González de Molina Navarro, «El socialismo español y la cuestión agraria (1879-1923): luces y sombras en el debate teórico y en la práctica sindical y política», Ayer 54, 2004, pp. 129-163.

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esos naturales kaikus que por culpa nuestra están tan distanciados de nosotros»381.

Vascuence para obreros vascos Si había que subir a hablar con los verdaderos kaikus –los otros eran los que se vestían de tales por folklorismo nacionalista382–, había que hacerlo en vascuence. El sentido práctico de los socialistas era en ese punto absoluto. Como lo era la consideración de que allí donde socialmente se usaba esa lengua, ellos también lo hacían. El euskera podía utilizarse intencionadamente en un determinado tipo y destinatario de la propaganda. Carretero lo proponía en 1919, al considerar que si ya habían abierto brecha entre el proletariado urbano, les quedaba pendiente el de origen rural, el de los caseríos, «ayuno de rebeldía social», al que no quedaba otra que predicarles en vascuence383. Pero es que, además, ése 381  Sobre los anarquistas, Antonio Gaztelu, de Erandio (Vizcaya), se preguntaba por qué los aldeanos dejaban el campo y suplantaban «en toda lucha social a los obreros habituales» (Solidaridad Obrera, 5 de noviembre de 1920). Los cenetistas acabaron por pensar que existía una continuidad entre el anterior campesinado carlista y el actual nacionalista, y que en ambos casos resultaban refractarios a sus sindicatos. En 1899 Sabino Arana y La Lucha de Clases litigaron acerca de un artículo del primero («Los chinos en Euskeria», El Correo Vasco, 10 de septiembre) que reprochaba a los inmigrante la bajada de salarios. Los socialistas (16 de septiembre) respondieron que los que contribuían a ello eran los obreros autóctonos, particularmente los de las aldeas, cuya obediencia a los patrones estaba «rayana en el lacayismo». En La Lucha de Clases (6 de mayo de 1922), Madinabeitia se dirige a los socialistas eibarreses. 382  Con motivo de un acto nacionalista en Eibar, el corresponsal de La Lucha de Clases en la villa establecía la distinción entre esos kaikus artificiales y «los verdaderos kaikus que bajan de las montañas con gran parte del producto de su penoso trabajo para entregárselo al ‘amo’». «A éstos –seguía- sí les queremos entre nosotros. A los otros, a los que quieren ser kaikus sólo en las juergas y romerías, los que quieren parecer y no son, a esos no los queremos porque maldita la falta que hacen en el mundo» (7 de octubre de 1922). 383   «La redención económica de los vascos», La Internacional (Madrid), nº 8, 6 de diciembre de 1919. Carretero terminaba: «La dificultad de que nuestros oradores de

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era el idioma naturalmente utilizado por socialistas euskaldunes, como por ejemplo la mayoría de los eibarreses. Se vuelve a insistir en que, en los primeros años de la industrialización, más de un tercio de los trabajadores mineros y fabriles del entorno de Bilbao y de la Ría procedían de Vizcaya, por lo que reproducían el estado de uso que tenían las dos lenguas, castellano y vascuence. La comunicación habitual en los medios obreros se hace en castellano, tanto en Vizcaya como en Guipúzcoa. Así se escribe en La Lucha de Clases o en ¡Adelante!, en ese idioma se pronuncian los mítines y discursos o se grita en las huelgas o se negocia la solución de un conflicto. La excepción es el uso del euskera. Solo algún artículo aislado de José Guisasola en ¡Adelante!, algún poema o alguna crónica, algún texto en los años treinta en el periódico de los socialistas guipuzcoanos, La Voz del Trabajo384. Las memorias de militantes obreros en el País Vasco de esos años a duras penas reparan en diferencias culturales que no sean de folklore o aun gastronómicas; casi en ningún caso señalan el uso del vascuence entre los trabajadores, salvo que se trate de los obreros eibarreses385. Los socialistas se empleaban en euskera cuando se suponía que el receptor de la propaganda se manejaba en ese idioma. Así lo proponían los eibarreses en relación a los caseros. Las hojas volanderas de las excursiones de propaganda a San Sebastián o a Bermeo se hacían en ese idioma. En la ésta no dominen el ‘euskera’ puede ser obviada por nuestros decididos compañeros de Eibar». 384  No se conservan ejemplares de la primera época del La Voz del Trabajo, pero en los años treinta solo localizamos en euskera algún poema desde Eibar, alguna carta desde Hernani... Sin embargo, en las estadísticas oficiales de prensa de 1920 era el único periódico de información general y política guipuzcoano que aparecía como bilingüe (F. Luengo, «La prensa guipuzcoana en los años finales de la Restauración (1917-1923)», Historia Contemporánea 2, (1989), p. 245). 385  A título de ejemplo podemos citar las memorias y recuerdos de Ángel Pestaña (Lo que aprendí en la vida), Óscar Pérez Solís (Memorias de mi amigo Óscar Perea), Jacques Valdour (El obrero español. Experiencias vividas (el País Vasco)), Julián Gorkin (El revolucionario profesional) y otros. Solo Valdour dice en Eibar: «Mis compañeros de taller, todos vascos, solo hablan entre ellos en su idioma materno» (p. 103).

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misma zona minera se utilizaba en ocasiones el euskera para los mítines a los mineros386. En general, los obreros vascos vinculados a las diversas corrientes del socialismo, anarquistas o marxistas, luego los comunistas, se movían en una cultura castellana. No solo porque ésa era la cultura de los que habían emigrado al país sino, más importante, porque ésa era la más extendida en el propio país. Los obreros fueron un agente más de la aculturación castellana del País Vasco. Se organizaron en entidades obreras españolas, y establecieron en ese territorio su universo mental de acción387. Y no solo eso, sino que también fueron, con los asturianos, los proveedores de cuadros y dirigentes para las entidades políticas y sindicales del socialismo y del comunismo, con lo que la especificidad vasca se diluyó en el conjunto de España y se puso al servicio de un movimiento obrero español388. (Solo a partir de 1935, con la creación   Excursiones en las que se usa el euskera: «Excursión a San Sebastián», 30 de julio de 1904 (reparto de hojas en las estaciones del recorrido); «La excursión a Bermeo», 2 de junio de 1906 (Amuátegui habló en vascuence y Marugán, de Bermeo, «se lamenta de la desconsideración con que le tratan en el pueblo por el solo hecho de ser socialista»); «La excursión á Eibar», 13 de octubre de 1906 (Amuátegui habló en vascuence y Villarreal terminó con la famosa estrofa de Iparraguirre, «eman ta zabal zazu»); el 22 de mayo de 1897 se informa de un mitin en Puente Nuevo al que acuden mineros de las zonas cercanas a Bilbao y en el que el discurso en vascuence de Rey «fue muy aplaudido por los obreros vascongados». 387  No se ha estudiado de manera suficiente o, al menos, con esta perspectiva, la importancia que tiene en la conformación del Estado-nación español en el siglo xx la organización de entidades obreras españolas a partir de realidades locales o, en algunos pocos casos, catalanas o andaluzas, regionales. La lealtad y disciplina respecto de organizaciones centralizadas, la participación en huelgas y movimientos nacionales y no locales, las muestras de solidaridad entre obreros del territorio español, la información en los medios de prensa obrera de lo que ocurría en otros lugares de España…, todos ellos fueron mecanismos cotidianos de asunción «natural» de España como territorio nacional. 388   J.P. Fusi, en El País Vasco. Pluralismo y nacionalidad (Madrid 1984, p. 60), señala cómo «el movimiento obrero socialista vasco –y el comunista– funcionaría, como el movimiento laborista en Gales y Escocia, como una especie de vanguardia del movimiento socialista español, al que proporcionaría cuadros y líderes». La importancia de la penetración cultural de que era capaz el socialismo vizcaíno no pasó inadvertida 386

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del Partido Comunista de Euzkadi, hubo un intento de desplegar un obrerismo integrado en una organización española a partir de la especificidad vasca. Con todo, aunque tuvo algunos efectos diferenciados del socialismo o del anarquismo vascos, no dejó de ser muy instrumental y doctrinal, y sus resultados no se dejarían ver diferida e indirectamente hasta pasados treinta años). En Guipúzcoa, el tipo de industrialización no alteró la base sociocultural de la provincia. Donde los socialistas cobraron gran importancia –es el caso concreto de Eibar–, su trabajo y vida diaria discurrieron en vascuence. El socialismo eibarrés se manejaba en ese idioma. Sus dirigentes, como Aquilino Amuátegui, José Guisasola, Martín Erquiaga, José Tellería, Marcelino Bascaran y otros mitineaban en euskera389. No escribían en esa lengua en su quincenal porque, como se ha dicho ya, diferenciaban lo que era el uso cotidiano como vehículo de expresión propia de lo que apreciaban como lengua de cultura, consideración en la que no entraba su idioma materno. La especificidad eibarresa dentro del socialismo vasco fue clara en ese sentido. Para responder a los nacionalistas, se usaba su caso contraponiendo un uso del vascuence cotidiano y no forzado, el de los socialistas de la villa armera, frente a las artificiosidades de los bizkaitarras, en buena medida castellanohablantes390. Los eibarreses socialistas se empeñaron desde el principio en inundar su lengua de palabras que remitían a las virtudes públicas o a la jerga del movimiento obrero. Neologismos y barbarismos fueron introducidos para un opositor católico como el belga Valdour, que indicaba que los temporeros inmigrantes, al regresar a sus campos leoneses o gallegos, volvían con la semilla de las ideas y las reproducían (p. 86). 389  No solía hacerlo uno de los socialistas más importantes, Esteban Barrutia, el primer concejal socialista de un municipio guipuzcoano. Barrutia era maestro grabador, experto en el damasquinado, y al parecer no se consideraba adecuado a su categoría profesional que utilizara el tipo de euskera hablado en Eibar (T. Echevarría, Viaje por el país de los recuerdos, p. 45 y 46). 390   «Los socialistas vascongados, los que en San Sebastián, Eibar y otros puntos, expresan en vascuence los rudimentos de nuestras hermosas ideas, no se dedican, muy al revés de los llamados bizkaitarras, al insulto estéril y cobarde» (La Lucha de Clases, «Reflexiones», 14 de mayo de 1904).

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hasta dar lugar a lo que llamaban «Eibar’ko berbeta internazionala», una suerte de idioma abierto a todo tipo de incorporaciones que desde mucho antes de llegar el socialismo ya se estilaba en aquella villa391. Una vida en euskera no tenía que ver con una complicidad o una mejor comprensión de quienes, como los nacionalistas, habían hecho del idioma motivo de distinción e instrumento para la política. Los socialistas eibarreses no competían con los nacionalistas vascos; eran solo una referencia ideológica. En su antinacionalismo vasco, los eibarreses no fueron por detrás de los vizcaínos que sí disputaban políticamente un mismo espacio. Pero, a la vez, ello les permitió establecer una relación con el país más natural y en absoluto reactiva o defensiva. Los concejales eibarreses se ponían a la cabeza de su Ayuntamiento para reclamar todo tipo de «derechos históricos» vascos, o editaban panfletos en vascuence que decían «viva en Euzkadi y en todo el mundo la gente que vive con el sudor de su frente», provocando con ellos el desconcierto del obrerismo nacionalista392. De todos los eibarreses socialistas hay que destacar a Toribio Echevarría. Amuátegui se hizo famoso como orador en euskera, al punto de que pareciera falsamente que solo él lo hacía. Pero Echevarría elevó a categoría su condición euskaltzale. Escribió, además de la más detallada crónica de su Eibar primero liberal, luego republicana y finalmente socialista, una gran cantidad de textos en vascuence sobre todo tipo de temas (de viajes, filosóficos, etnográficos, metafísicos, de reflexión 391  Toribio Echevarría señala palabras anteriores de uso común procedentes del latín, el griego, el inglés, el francés o el castellano. Ese «euskera de los socialistas» no sería, pues, sino una versión más de un idioma local tradicionalmente proclive a préstamos. Sobre la creación de un léxico socialista en euskera eibarrés, ver T. Echevarría, pp. 30 y ss. 392  La hoja volandera fue comentada en El Obrero Vasco, órgano de Solidaridad de Obreros Vascos: «...pronto tendremos 49 clases de socialismo diferente en la península ibérica. Los de Madrid son internacionalistas y antiburgueses, los de Bilbao, en cambio, antivascos, y en Eibar gritan Gora Euzkadi» (J.I. Paul Arzak, Eibarko sozialismoa, San Sebastián 1978, p. 60). La interpretación que hacía de esto mismo el corresponsal eibarrés de La Lucha de Clases puede verse en el artículo «Crónicas eibarresas» del 7 de octubre de 1922.

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religiosa…), destacando un estudio general del léxico y verbo auxiliar del dialecto eibarrés que le sirvió para ser nombrado como Académico correspondiente de Euskaltzaindia, la Academia de la Lengua Vasca, cuando en los años sesenta se encontraba en el exilio venezolano393. Echevarría fue, junto con el doctor Madinabeitia, la excepción socialista en entidades que podían considerarse como ejemplo de «vasquismo», como Euskaltzaindia o la Sociedad de Estudios Vascos, por mucho que todavía fueran mayoría casi absoluta las personas pertenecientes a los sectores ideológicos más tradicionalistas. Con todo, la excepción señalada de uno y otro es indicativa del desapego socialista hacia ese tipo de entidades, incluso bien avanzado el segundo decenio del siglo xx394. No es extraño, entonces, que sean Madinabeitia y Echevarría, también, excepciones a la hora de anticiparse en dar una respuesta socialista a la cuestión nacional en el País Vasco395.

El euskera como instrumento de la política… socialista La relación de los socialistas vascos con lo que podríamos llamar «la cultura vasca» y, en particular y para concretar en lo que aquí interesa, con el vascuence, no fue ni única en el tiempo ni en el territorio. Hemos visto las diferencias profundas de vivencia y de criterio que existían sobre 393   El Lexicón del Euskera Dialectal de Eibar (Arrate’tikuen izketia) fue publicado en el volumen X-XI de la revista Euskera, editada en Bilbao y correspondiente a los años 1965-1966. 394   El lingüista Koldo Mitxelena señala esta circunstancia: «... en la Sociedad [de Estudios Vascos, fundada en 1918] está Joaquín Zugazagoitia [monárquico conservador] pero no Julián Zugazagoitia [socialista]. Está la derecha –incluida la Piña monárquica– pero no hay más que algún socialista independiente como el Dr. Madinabeitia. A excepción de los socialistas, se encuentran presentes todas las fuerzas políticas del país» (E. Ibarzábal, Koldo Mitxelena, San Sebastián 1977, p. 22). Por si quedara alguna duda, pueden leerse las crónicas del Congreso de Estudios Vascos de 1922 que hace Julián Zugazagoitia para La Lucha de Clases (16 y 23 de septiembre). Las titula significativamente: «Impresiones de un aldeano de Bilbao». 395  Para esta cuestión, ver Señas de identidad, pp. 148-161.

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esta cuestión entre los socialistas vizcaínos y guipuzcoanos; en concreto entre aquéllos y los eibarreses. Pero los cambios en el tiempo son también interesantes de destacar. La relación con las referencias culturales vascas fue en paralelo a la concepción que tenían del país y a la ubicación política de los socialistas en éste. Hemos visto la primera reacción de rechazo agresivo contra diferentes iconos representativos de lo definido o tenido por vasco. Se corresponde con una primera fase de la política socialista, cuando éstos son un grupo contrario a lo existente, no legitimado, minoritario y con poco que perder. Podríamos definirlo como «el tiempo de Perezagua». Esta fase terminó después de los fracasos de 1906: la huelga minera del verano y la ofensiva contra las desigualdades fiscales del Concierto económico. La hemos llamado «el canto del cisne de la política de aislamiento»396. Una etapa radicalmente distinta es la que materializó la campaña «República y Fueros» de 1912. Los socialistas vascos pasaron, gracias a la Conjunción con los republicanos de tres años antes, a escalar peldaños como formación política respetable. En Vizcaya, su peso político, social y sindical era ascendente, y pronto estarían en condiciones de sacar diputado a su líder por el distrito de Bilbao. Era el lenguaje de un partido en vías de integración, y eso alcanzaba también a cuestiones como la nacional, que no surgían directamente de su base social. Entonces, de la mano del reformista Melquíades Álvarez, del republicano Horacio Echevarrieta y de elementos liberales del nacionalismo vasco (Ulacia, Landeta, Guiard…), Prieto ensayó por vez primera –y el socialismo vizcaíno con él– una política de acercamiento y comprensión al «problema vasco». Todavía fue un paso tímido y sin resultados ni convicciones. Pero fue suficiente, por ejemplo, para que Prieto se planteara la cuestión. En ese marco, y en un acto celebrado en Eibar con motivo de la primera piedra de la nueva Casa del Pueblo, después de escuchar uno de los discursos en euskera de Aquilino Amuátegui, Prieto creyó ver  A. Rivera, Señas de identidad, pp. 111-122. La situación de crisis afectó a las afiliaciones tanto al sindicato como al partido. 396

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en esa cuestión la llave para entrar en la parte del país, el país tradicional y agrario, al que los socialistas tenían vedado el paso. «Con media docena de propagandistas que hablasen en vascuence –decía–, la región sería nuestra. Con media docena de republicanos que discursearan en vascuence, aquellos que aman la tradición republicana de este país vendrían a unirse con las legiones que tienen el compromiso de honor de derrocar el régimen vigente».

Como se ve, era la vieja cuestión de siempre: el euskera era solo una fórmula para entrar en la parte del país hostil al discurso socialista. Le respondió adecuadamente Francisco Gascue, el viejo republicano federal, «autonomista de izquierdas», como él decía: el asunto no tenía que ver tanto con el idioma en que se trasladaran las ideas como con el espíritu que animaba éstas. No era un problema de instrumento para entrar en una parte del país sino de asumir profundamente el espíritu de éste. Gascue lo resumió en un discurso improvisado: «Soy vascongado y republicano federal, y no tengo más que un cantar, que es el de mi país. No me bastan los derechos del hombre; necesito, además, que el pueblo donde vivo tenga autonomía. La República francesa no me satisface. Aspiro á una libertad como la de Suiza y como la que los ingleses van á dar a Irlanda. Todo buen vascongado debe tener ideas federativas»397.

Esta misma cuestión la suscitó Unamuno en dos misteriosas intervenciones en 1896 y 1906 que no tuvieron continuidad, y que se acomodan a su preocupación y concepción de cómo se relaciona lo espiritual con lo material. Unamuno, un vasco antinacionalista vasco de primera hora, que hasta el fin de sus días no bajó la guardia en una oposición que devenía de su pensamiento filosófico –esto es, que no era una opción política tanto como de coherencia intelectual: el nacionalismo interpretado como una rémora al avance de la humanidad–, se preguntaba en 1906 si  La jornada se puede seguir en El Liberal y en La Voz de Guipúzcoa, dos diarios liberales y republicanos de Bilbao y San Sebastián, respectivamente, el día 3 de junio de 1912. 397

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no «cabría traducir el Socialismo al espíritu vasco» y si no había sido un perjuicio el que los primeros apóstoles y propagandistas del movimiento no fueran del país y no conocieran «el espíritu de éste». Concluía: «no hay modo de hacer fructificar una doctrina, por universal que sea, sino ingertándola (sic) en sentimientos locales»398. Las reflexiones de Unamuno y de Prieto se dirigían a lo mismo, a propiciar el desarrollo del socialismo en los ámbitos tradicionales del país donde sí llegaban los nacionalistas pero no ellos. Prieto consideró que el procedimiento tenía que ver con la lengua vasca; Unamuno, en línea con Gascue, apuntaba a que ésa no era la cuestión, que el tema era aprehender el espíritu del lugar, hacerse parte del mismo. Unanumo y Gascue estaban proponiendo en términos vasquistas –lealtad al país desde la ideología, convicción o posición política de cada cual–; Prieto no. Que las preocupaciones de Prieto por la lengua o la cultura vascas no eran todavía sino instrumentales lo confirma la siguiente fase política, ya dirigida por él sin ningún competidor en sus filas. Entre 1917 y 1922, durante las discusiones en torno al movimiento de las diputaciones vasconavarras en pro de la reintegración foral (verano de 1917), o durante la campaña electoral que llevó a Prieto al Congreso (febrero de 1918), o durante los pronunciamientos de todo tipo en torno a la cuestión nacional, hubo tiempo para demostrarlo. Prieto atisbó desde un primer 398   «Socialismo y localismo», La Lucha de Clases, 28 de abril de 1906. El artículo de 1896 se publicó el 5 de diciembre, dentro de una serie titulada «Principio y fin», donde Unamuno trataba de la evolución histórica de las sociedades. Todavía a finales de 1908, Unamuno volvía sobre el tema en una conferencia pronunciada en el Círculo Socialista que La Lucha de Clases, en su crónica de la misma, tituló «Aspecto local del socialismo» (22 de septiembre). Allí descalificó «cierto simplicismo internacionalista doctrinal» que acercaba en este punto el socialismo al anarquismo y, reclamando la condición social del individuo y de las ideologías, recordaba que el movimiento socialista, también, obedecía «a impulsos nacionales y locales». Pero eso le llevaba a la conclusión de que, en Bilbao, el socialismo era, por determinación de la coyuntura, «anti-bizcaitarra, es decir, patriótico español». Esta cuestión se trató monográficamente en mi aportación a las «Terceras Jornadas Unamunianas» celebradas en Salamanca en 2005, bajo el título de «Desconcertantes proposiciones de Unamuno para con el socialismo vasco, 1894-1906».

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momento que el españolismo cultural y reactivo que reposaba en las bases socialistas y liberal-republicanas de su distrito electoral podía ser convertido en españolismo político frente al nacionalismo vasco e incluso frente al monarquismo, al que se acusaría de no fundir patria con libertades, como venía a hacer él. En consecuencia, las consideraciones anteriores hacia la lengua vasca, por mucho que fueran instrumentales, dieron paso de nuevo a su descalificación, en el marco, aspecto éste esencial, de la disputa contra un nacionalismo bizkaitarra en imparable ascenso y con el que se volvía a identificar en exclusiva todo lo vasco. La prensa socialista y republicana de Vizcaya volvió a descalificaciones del euskera como solo se habían leído en los tiempos más aguerridos de Valentín Hernández en La Lucha de Clases. Prieto no se mezcló ni manchó con esas afirmaciones. Éstas quedaron para periodistas o publicistas del entorno. Así, Tomás Mendive escribía «... todos sabemos que en Bilbao nadie habla el vascuence, el vascuence verdadero, porque ya está bien olvidado, y las generaciones nuevas no sienten la necesidad de aprenderlo, porque ninguna utilidad, ninguna enseñanza les reportaría. ¿Qué obras maestras se han escrito en vascuence? ¿Qué obras de filosofía, de literatura, de poesía existen? ¿Qué matices del pensamiento humano han sido reflejados por medio de esta lengua? No hay nada: es un idioma vacío, sin ideas y sin espíritu. Puede, sí, pedirse con él los aperos de labranza; puede azuzarse a la pareja de bueyes; puede pedirse pan y agua; en fin, puede con el vascuence vivirse una vida primitiva, de choza y aprisco, una vida tan sencilla y tan natural, que más parece lengua para uso de irracionales. (...) Pero esto del vascuence es una de tantas farsas del nacionalismo. Quieren fundamentar en la lengua la diferencia de raza; más es lo cierto, que en castellano hacen sus negocios y en castellano viven»399.

  El Liberal, «El vascuence de ‘Kiskilla’», 30 de julio de 1917. Más comentarios sobre el vascuence en ese periódico, el 6 de mayo, 30 de junio, 16 de julio y 2 de septiembre. En 1918 tuvo lugar el primer congreso de la Sociedad de Estudios Vascos, que también habló mucho sobre el euskera. Ver El Liberal, 16 de septiembre de 1918. La Voz de Guipúzcoa se ocupó con mayor interés de este comicio. En sus páginas nos permite ver dos posiciones sobre la temática que nos ocupa: el crítico Mariano Salaverría («Mejor dos que uno», «Un ‘batzoki’ en pleno Congreso» y «Las derivaciones», 6, 11 399

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Pero, contradictoriamente, para el doctor Madinabeitia o para Toribio Echevarría, que en 1918 pronunciaron o escribieron por vez primera sendas propuestas socialistas vascas acerca del problema nacional en su país, la lengua era junto con la etnia, las instituciones tradicionales o las costumbres un acreditativo de la condición de nación del País Vasco400. Eso sí, de nuevo, la cultura española se afirmaba como superior a la vasca. Así lo dijo Madinabeitia: la cultura de los territorios vascos es la castellana, «porque nosotros éramos un pueblo primitivo». Más rotundo y preciso fue Echevarría, euskaldún y euskaltzale: «No tenemos otra cultura que la hispana, y la vasca, si se da algún día, tiene que ser una hija espiritual de aquélla». El clavo lo remachó hablando del euskera: los vascos hablan castellano, lengua vulgar de medio país y culta de todo él, «pues el vascuence no responde a las complejidades y a los múltiples conceptos intelectuales de la vida moderna». El euskera, entonces, era fundamento de la nacionalidad vasca que defendían estos dos socialistas, pero seguía sin ser lengua de cultura y debía subordinarse por eso a la española. En consecuencia, en los proyectos que elaboraron las Sociedades Obreras guipuzcoanas o los mismos Madinabeitia y Echevarría, aunque hablaban de una fórmula federal de resonancias «pimargalianas», donde el denominado Estado Vasco formaría parte de un Estado federal español, a pesar de lo rotundo de la formulación, la cuestión idiomática no resultaba citada en ningún caso. Aun más, todos los proyectos de este año 1918 reservaban la cuestión de la enseñanza, que en algún caso y 13 de septiembre de 1918) y el partidario Juan de Easo (Juan Usabiaga, republicano lerrouxista, diputado por Guipúzcoa en 1931 y ministro en 1935) («Tema perenne», 9 de septiembre de 1918). En 1922, el Congreso de Guernica de esa entidad, ya dedicado a la lengua vasca, recibió duros comentarios críticos en El Liberal y en buena parte de la prensa vasca (I. Estornés, La construcción de una nacionalidad vasca. El autonomismo de Eusko Ikaskuntza (1918-1931), San Sebastián 1990, pp. 157-159). 400  Las tesis de Madinabeitia están recogidas en El Liberal, 7 y 12 de noviembre de 1918, y en Euzkadi, 20 de diciembre de 1918. Las de Echevarría las publicó en forma de folleto la Casa del Pueblo de Eibar, también en 1918 y bajo el título de La Liga de Naciones y el problema vasco. El texto está reproducido en el apéndice documental de Señas de identidad.

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se refería explícitamente a la «cultura hispana», al Estado federal y no al vasco401. (Éste es un asunto muy importante que aquí no podemos tratar: para los socialistas, su apuesta por la autonomía territorial en el caso vasco estaba lastrada por el temor a un futuro gobierno de mayorías nacionalista y carlista, lo que les llevaba a reservar dos derechos fundamentales, como eran las garantías individuales de ciudadanía y el desarrollo de la enseñanza, para que quedaran bajo jurisdicción específica del Estado español). Por su parte, tampoco la cuestión de las lenguas fue un asunto central en el debate sobre la cuestión nacional producido por vez primera en el XI Congreso socialista de noviembre-diciembre de 1918. Solo una referencia, a mitad de camino entre la retórica y el doctrinarismo, a cargo de quien llevó la voz cantante en este punto: Julián Besteiro. Éste afirmó: «Tampoco, en cuanto al idioma, entendemos nosotros que se debe imponer a ninguna región el uso obligado de una lengua oficial determinada, por muy prestigiosa que ésta sea: que cada pueblo pueda hablar en aquel idioma que mejor exprese sus sentimientos y sus necesidades, sin imposiciones del Poder central, que por lo violentas resultan odiosas, y sin que podamos sentir el temor de que la cultura universal pierda en intensidad al difundirse entre los pueblos»402.

Era la primera vez en que el prestigioso idioma español no se enfrentaba en su uso a los idiomas locales y en que éstos no aparecían como obstáculo para el desarrollo de un universalismo de progreso. Pero al asunto no pasó de esa afirmación, sin consecuencia alguna a corto plazo. En el Congreso socialista o para los avanzados guipuzcoanos, lo principal del debate era la política, quién podría gobernar esos futuros  Así lo solicitó el Ayuntamiento de Eibar en 1917 y así lo recoge y reproduce Echevarría en La Liga de Naciones. También se indicaba así en la «Respuesta de las Federaciones y Sociedades Obreras de Guipúzcoa a la Comisión de Fueros de la Diputación, 23 de diciembre de 1918», lo que puede llevar a pensar que la pluma de Toribio Echevarría estaba detrás también de ese documento. Ver el texto en el apéndice documental de Señas de identidad. 402   El Socialista, 1 de diciembre de 1918. 401

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Estados autonómicos o federales, o cómo quedarían los derechos fundamentales, pero en ningún caso la cuestión de las lenguas. Por muy buena disposición que se pusiera en los derechos de uso de todos los idiomas, eso no era lo que preocupaba a los socialistas, ése no era el primer valor a preservar. Era una cuestión de elección, y ellos elegían otras cosas. En resumen Como ocurría con la política en general, los socialistas, vascos y españoles, eligieron siempre referencias de clase o democráticas, y obviaron o subordinaron a éstas otras de corte territorial. Por eso los problemas de las lenguas eran accesorios, después de dejar bien sentada la primacía de la española. La cultura nacional de los trabajadores movilizados en el País Vasco, socialistas, anarquistas o luego comunistas, fue la española. Y el castellano fue su idioma de relación informal y de comunicación formal, salvo en el caso de algunas zonas de Guipúzcoa o de los socialistas eibarreses, que tenían el vascuence como lengua de uso cotidiano. En todos los casos, incluidos estos últimos, se tuvo a la lengua y cultura españolas como más adaptadas al progreso social y a una relación en el conjunto del país, negándose en paralelo las posibilidades del vascuence como lengua de cultura. El euskera, en ese sentido, no retrocedió solo por el efecto de la inmigración masiva en zonas como la Ría de Bilbao. Éste fue un factor más que vino a reforzar una situación previa, donde el idioma perdía prestigio tanto entre las clases dominantes como entre la mayor parte del proletariado y, sobre todo, entre aquél capaz de producir y extender ideología. Para estos últimos, encabezados por los socialistas, en la medida en que rechazaron la imagen construida del país por el uso paralelo que hacían de ella quienes les subordinaban política, social y económicamente, pasaron a hacer lo propio con casi todos los iconos de semántica vasca. El idioma fue uno de los más importantes. Después, con la irrupción y desarrollo de los nacionalistas, el problema se agudizó. Los bizkaitarras llevaron a cabo una política patrimonialista de lo vasco, de manera que los socialistas no tomaron por propias, más bien 285

lo contrario, las expresiones del país. El vascuence, en ese punto, vino a asociarse definitivamente a los sectores más tradicionales, retardatarios y reaccionarios, por lo que apareció como nueva antítesis de lo que pretendían las facciones progresistas del movimiento obrero.

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