El postotalitarismo en Venezuela

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El postotalitarismo en Venezuela  10 DE MAYO DE 2017 12:04 AM Rogelio Altez La democracia es una sola, y se ejerce mediante el voto directo, universal y secreto. Toda forma que no contemple este sistema no puede ser llamada de la misma manera, y no representa los derechos adquiridos por las sociedades y las naciones en sus luchas por la igualdad de derechos y participación. Con todo, estos logros son apenas recientes, pues fueron consolidados a lo largo del siglo XX y no precisamente de manera homogénea. En el camino hacia la democracia sangraron muchas sociedades, y algunas continúan haciéndolo. Cada momento del pasado en que los derechos fueron aplastados por las armas, la historia ha detenido su reloj para enjuiciar a los responsables. Tarde o temprano, así sucede. Los ejemplos característicos del autoritarismo que se ha impuesto a los derechos de los pueblos campean en la memoria colectiva de la humanidad. El estalinismo, el nacionalsocialismo, las dictaduras del Cono Sur, los fascismos en general, están ahí, recordando a todos que cada vida cuenta. A esto le hemos llamado totalitarismo, esa forma de poder aplastante que persigue perpetuarse desconociendo los derechos de la gente, el voto, la diferencia, el pensamiento crítico. Las vidas que se llevaron los totalitarismos se cuentan por millones. En América Latina hoy vemos autoritarismos que firman con la mano izquierda y visten de rojo, a diferencia de los totalitarismos de antaño, guardando una repugnante similitud con sus antagonistas pretéritos. Patrioteros, militaristas, levantados ante la amenaza extranjera, hablan de paz mientras masacran a sus opositores. Bailan sus éxitos al ritmo de la represión. Su perfil de fascistas es insoslayable. Venezuela es hoy un ejemplo decisivo en esta historia. Desde el momento en que se instauró la democracia en 1958, solo estuvo en peligro en 1992, con Hugo Chávez comandando dos intentos de golpes de Estado. Cuando Chávez toma el poder en 1999, por los votos y no las armas, se dedicó a transformarlo todo en nombre del pueblo. Pero en sus huesos anidaba la estructura del militar, la jerarquía del mando, la verticalidad de la obediencia, nunca la democracia. Y aunque se aferró al voto, jamás reconoció la diferencia de opinión, y arremetió contra toda forma de oposición y disidencia, con burdos ataques discursivos llenos de acusaciones maniqueas: derecha, oligarquía, imperialismo, capitalismo, y todo cuanto sonara a esos lugares comunes que la izquierda latinoamericana ha utilizado como su alter ego y su razón ideológica. El gobierno de Maduro es la más coherente prolongación de lo que Chávez inició, pero sin liderazgo y sin dinero. Tampoco posee la fuerza política del militar que, en una controvertida estrategia, demostró la decadencia de la izquierda continental al usar los viejos argumentos socialistas para darle forma a su discurso de milico. Esta mediocre prolongación de Chávez solo puede sostenerse con autoritarismo. Y lo que el predecesor fundó con su imagen, ahora resulta vital para prolongarse en el poder. El socialismo bolivariano escondió su autoritarismo detrás de muchas jornadas electorales. En una paradoja propia de sus maratónicas alocuciones, también se esconden tras el culto evangélico, esperpento de contradicciones que niega el ateísmo original de las izquierdas, mientras amasan un inmenso negocio con aquellos que explotan a los más ignorantes. Con ellos garantizó miles de votos y presencia en sus mítines. Hoy ya no pueden esconder nada. Arrinconados por la derrota política y sus propios desmanes, han salido a la confrontación con el pueblo. Aun en el desahucio, viven del apoyo que han comprado a otros gobiernos de la región y del silencio de la izquierda en el mundo. Todos quienes les apoyan son algo más que socios de sus petrodólares, son elementos conformadores de este nuevo intento de aplastar a la gente. Ahora solo les queda gritar las consignas de siempre y sacar las armas a la calle. Armas formales y milicias pagadas. Sus golpes de Estado son semanales y destruyen la democracia mientras la usan como escudo. Son la imagen decadente de una izquierda que en realidad nunca lo fue. Prepotentes con acreedores chinos, asesores cubanos y negocios rusos. Son el socialismo del siglo XXI, una especie tropical de “urfascismo”, a decir de Umberto Eco, que inventó a la derecha en Venezuela para inventarse a sí mismos. Se ahogan en antagonismos maniqueos y se enriquecen con la voracidad de un parásito. Son garrapatas, chupan sangre sin importar al animal que utilizan. Si esta es la izquierda, me decanto por la democracia. Acabado el tiempo de los totalitarismos, asistimos a la era del postotalitarismo, fase superior de la izquierda decadente latinoamericana. El silencio o la indiferencia de las izquierdas de cualquier parte del mundo ante esta aplanadora de los derechos que se llama socialismo bolivariano, solo nos enseña otras caras de la misma garrapata. La sangre que les alimenta ya no es la del pueblo venezolano, es de todos. Pero la historia les espera, y no los absolverá. Esto es responsabilidad de quienes lo ejecutan y de quienes lo respaldan, ya con la boca cerrada como con los bolsillos abiertos. Cada tanque que embiste contra una manifestación en Venezuela se lleva por delante años de luchas, nuestras, de todos. Cada mentira de este gobierno que no es cuestionada por temor a ser identificados con la derecha, solo da cuenta de cobardía o aprovechamiento. Todos quienes se han visto favorecidos en estos años, aquí o allá, tienen una responsabilidad histórica que lleva su nombre en cada muerto, en cada torturado, en el hambre, en los enfermos que caen por falta de medicamentos, en cada atraco perpetrado con las armas que se entregaron a colectivos y milicias. Toda esa izquierda decadente y parásita, al igual que sucedió con los totalitarismos del pasado, tiene una cita con la historia. Con su silencio, con su indiferencia, también conforman este postotalitarismo del siglo XXI, una forma regional y globalizada de constituirse en esa garrapata monstruosa. Una manera siniestra de aferrarse al poder y pisotear los logros de la propia lucha que les dio los argumentos que hoy esgrimen como un rosario de consignas.

Esta patraña perversa que aquí se dice socialismo se aleja de cualquier idea que respete las igualdades, pues el respeto por la igualdad comienza por respetar la diferencia. Tantos esfuerzos en la historia por alcanzar a elegir libremente a los gobiernos de preferencia, para acabar muriendo ante quienes defienden sus cuentas bancarias, el verdadero fondo ideológico de este poder. La democracia es una sola, y se ejerce mediante el voto directo, universal y secreto. Cualquier otra cosa es pasar por encima de los derechos históricamente adquiridos. En Venezuela, la democracia sangra en las calles mientras el gobierno anuncia orgulloso su superávit de bombas lacrimógenas, la propaganda más eficaz de un clientelismo que ya no funciona.

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