El populismo en los tiempos del neoliberalismo. Relato de una transformación conceptual

June 15, 2017 | Autor: Octavio Moreno | Categoría: Populism, Neoliberalism, Populismo, Populismo Clásico, Populismo De Izquierda, Neoliberalismo
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Año 1. Vol. 1 2014

Revista hemisferios de Relaciones Internacionales e Investigación

El populismo en los tiempos del neoliberalismo: Relato de una transformación conceptual

Octavio Humberto Moreno Velador

Resumen En este trabajo se hace una revisión conceptual e histórica acerca de lo que se entendía antiguamente por populismo y lo que se entiende actualmente. Sostenemos que la visión actual ampliamente difundida que entiende al populismo como un peligro se sostiene sobre las premisas ideológicas del neoliberalismo y la democracia procedimental. De manera encontrada a estas visiones consideramos que en la actualidad los fenómenos que se intentan describir como populistas son fenómenos profundamente cercanos a lo democrático y que poseen también ecos de las manifestaciones históricas previas del populismo. El populismo en la actualidad sería un fenómeno que bajo la idea de pueblo tiende a volver a unir todo lo que el neoliberalismo desunió.

Abstract This paper presents a conceptual and historical perspective about what was formerly understood by populism and what is currently understood. The article argues that the current widespread view, that understands populism as a danger, stands on the ideological premises of neoliberalism and procedural democracy. In this sense, the phenomena described as populist are deeply near the democratic and also have echoes of previous historical manifestations of populism. Populism today would be a phenomenon that under the idea of people tend to reattach everything that the neoliberalism detach.



Doctorante en sociología. Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”. BUAP.

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Résumé Cet article présente un point de vue conceptuel et historique sur ce qui a été autrefois compris par le populisme et ce qui est actuellement compris. L'article affirme que l'opinion largement répandue en cours, qui comprend le populisme comme un danger, se dresse sur les prémisses idéologiques du néolibéralisme et de la démocratie procédurale. En ce sens, les phénomènes décrits comme populiste sont profondément près de la démocratique et aussi ont des échos de manifestations historiques précédentes du populisme. Le populisme aujourd'hui, serait un phénomène que sous l'idée de gens ont tendance à rattacher tout ce que le néolibéralisme détacher.

Introducción La definición conceptual mínima sobre lo que es el populismo es aquella que lo refiere como un discurso político que contiene aspectos como: la supremacía de la voluntad del pueblo, una relación directa entre pueblo y el gobierno, una relación antagónica automática entre pueblo y élite, un liderazgo que se asume como integrante del pueblo en relación antagónica con la élite (Salazar, 2007:246). Sin embargo, esta definición que podemos considerar de tipo minimalista, no alcanza para generar explicaciones suficientes ante la diversidad y amplitud de los fenómenos que han sido llamados populistas, especialmente en América Latina. Establecido de esta forma el populismo sería materia propia tanto de gobiernos autoritarios o fascistas, así como una práctica recurrente en las extendidas democracias procedimentales, haciéndolo por demás impreciso para orientar la reflexión 1. Por otro lado, sobre el uso del concepto hay también quién lo refiere como un “exceso de realidad”, es decir, “cuando la marea de los eventos supera casi por completo las capacidades intelectuales para comprender fenómenos aparentemente nuevos” (Cancino y Covarrubias, 2006:29).

1

En este sentido Durán ha descrito al populismo como poseedor de un “carácter aporético que impide asumirlo como una ideología”, condición vaga que hace impreciso su nivel ideológico. (Durán, 2007:94). De igual forma en América Latina el populismo ha servido para describir el tipo de ejercicio de gobierno dominado históricamente por fuerzas conservadoras como en el caso de Paraguay, en donde la práctica corporativa sirvió para mantener el poder oligárquico durante todo el siglo XX (Ortíz,2007).

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Debido a esta problemática es necesario reconocer que la referencia al populismo, principalmente en América Latina, contiene aspectos que no pueden reducirse a la descripción de la relación “liderazgo-masas” que domina buena parte de las referencias sobre el tema, o la perspectiva de limitar el estudio del populismo a su parte meramente discursiva2. Consideramos que para pensar el populismo se debe hacer un esfuerzo por entablar una mirada amplia del fenómeno, tanto de las condiciones concretas en las que emerge como de las distintas maneras en que se ha manifestado en América Latina.

Como señala Guillermo Olivera, el populismo puede ser estudiado a través de dos niveles de análisis: a) el populismo como condición histórica concreta, y b) el populismo como problema teórico. En la primera opción el populismo es comprendido a través de los procesos históricos concretos y en la segunda perspectiva se analiza a partir de sus atribuciones y elaboraciones teóricas (2005:53). Atendiendo a la primera propuesta de estudio, es posible decir que las principales experiencias populistas en Latinoamérica surgieron fundamentalmente debido a los cambios en la organización del capitalismo internacional, provocando reacomodos en la organización social, política y económica de muchos países. El resultado de esta circunstancia, tanto externa como interna, fue el surgimiento de grandes masas de población desplazadas del campo hacia la ciudad generando presiones para la organización política predominante en ese momento. Es en este contexto donde surgió el populismo, como un proyecto de estado impulsado tanto por sus liderazgos como por el gran agregado social que cobró importancia en la organización política nacional.

Entonces, para los casos latinoamericanos hablar de populismo también significa hablar de un tipo de estado que fungió como agente de organización económica y social. Y como una de sus partes esenciales enfocado a generar un tipo de política enfocada hacia el 2

La razón de la imposibilidad de concentrarse en los aspectos meramente discursivos viene de que esta no se puede desligar de las características y conformación de clases de una sociedad determinada. Las características político organizativas de los movimientos son tan importantes como sus discursos. El populismo no es solamente un estilo discursivo, sino un estilo de dirección y una dinámica de movilización popular (Mouzelis, 1978 citado por Parker, 2001).

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desarrollo de las industrias nacionales y la búsqueda de independencia ante el capital extranjero, además de preocupado socialmente en crear las condiciones institucionales suficientes para satisfacer las demandas populares más urgentes.

Para un autor como Octavio Ianni el populismo significó principalmente una lucha por reorientar los flujos de excedente económico, por reestructurar las instituciones políticas y crear nuevas condiciones de participación para las clases y grupos sociales emergentes en el mundo urbano. Esto en un contexto en el que, desde principios de los años treinta y hasta los años sesenta, la tendencia fue hacia la industrialización en varios países, como producto de las decisiones nacionalistas y antiimperialistas de los nuevos gobiernos, el establecimiento de burguesías nacionales asociadas a la producción industrial y el crecimiento de capitales asociados al crecimiento de mercados internos, o bien porque el capitalismo internacional, en particular el norteamericano, decidió ampliar sus fronteras (Ianni, 1975).

Organizado a través de movimientos, partidos y gobiernos, el populismo obtuvo también aspectos esenciales como sus técnicas de organización y su liderazgo, logrando reunir a los diferentes sectores sociales de un país bajo las banderas del nacionalismo y de devolver la soberanía del país al pueblo. A este respeto Ianni señala:

Para unos está en juego el ascenso económico y social; para otros la posibilidad de un capitalismo nacional, o más autónomo, para unos y otros, en escala variable, se trata de emancipar al país del latifundio y del imperialismo (Ianni, 1975:122).

El pacto político-social en los Estados populistas estuvo caracterizado por una compleja combinación nacionalista y anti oligárquica, basada en nuevas fracciones industriales surgidas al amparo de políticas proteccionistas. Los grupos sociales

que

propulsaron este pacto fueron: las clases populares formadas por indígenas, campesinos y mano de obra industrial, sectores medios formados ante el desarrollo de la industrialización

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económica y las élites burguesas pro-capital productivo nacional. Todos estos grupos que se encontraban en contraposición con los grupos oligárquicos y las élites asociadas a los capitales financieros internacionales. Precisamente este tipo de aspectos tan característicos de lo que fue el populismo en América Latina parecen resultar muy incómodos para muchos pensadores contemporáneos. Dada esta situación, es importante reconocer que la acepción tan negativa que hoy posee el populismo en una parte de la academia, y en general a nivel del sentido común, se basa en este tipo de aspectos que parecen tan amenazadores de acuerdo a los cánones del pensamiento neoliberal contemporáneo. En respuesta a esta postura, realizaremos una revisión de la forma como hoy es asumido el populismo, con la intención de entender cómo es que actualmente a muchas experiencias de cambios de gobierno en América Latina se les ve con desprecio y se les llama demostrativamente populistas. Nuestra intención es desvelar y comprender cómo y porqué se han establecido este tipo de señalamientos, siempre considerando como telón de fondo a una época dominada por la democracia de tipo procedimental3 y el neoliberalismo en América Latina.

Auge y colapso del populismo clásico Gracias a sus reformas políticas y económicas, el populismo logró un exitoso desarrollo económico nacional basado en un modelo de industrialización con sustitución de importaciones (ISI). El tipo de estado postulado por los populistas, abocado a la organización económica y social de las naciones latinoamericanas, trajo beneficios concretos durante un largo periodo que se extendió desde los años treinta hasta inicios de los años ochenta del siglo XX, gozando de números favorables hasta las décadas de los setenta y ochenta, logrando promedios superiores del 5% de crecimiento económico anual durante este último período (véase cuadro 1) (Cardoso y Helwege, 1992:60).

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Aquí por democracia procedimental nos referimos a aquella que se plantea como un método político, una forma de arreglo institucional que sirve para lo toma de decisiones en el gobierno. Orientada para buscar generar legitimidad para los grupos gobernantes y partiendo del supuesto de que el gobierno del pueblo sólo puede existir como definición (Figueroa y Moreno, 2008:24).

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CUADRO 1. Producto interno bruto per cápita y tasas de crecimiento de los países latinoamericanos (a). (Porcentajes y dólares de 1975) Porcentaje de la

PIB

Tasa de

crecimiento del PIB población total

per cápita

per cápita

(porcentaje anual) 1980

1950

1980

1950-1980

35.6

637

2 152

4.2

20.2

1 055

2 547

3.0

8.0

1 877

3 209

1.8

7.5

949

1 882

2.3

4.3

1 811

3 310

1.5

5.1

953

1 746

2.1

3.2

1 416

2 372

1.8

0.8

2 184

3 269

1.4

2.3

638

1 556

3.1

2.0

842

1 422

1.8

1.7

719

1 564

2.6

1981-1989

Brasil 0.0 México - 0.9 Argentina - 2.4 Colombia 1.4 Venezuela - 2.5 Perú - 2.5 Chile 1.0 Uruguay - 0.7 Ecuador - 0.1 Guatemala - 1.8 Rep. Dominicana

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0.2 Bolivia

1.6

762

1 114

1.3

1.3

612

899

1.3

0.9

885

1 753

2.4

0.6

819

2 170

3.3

0.5

928

2 157

2.9

0.7

683

1 324

2.3

1.0

680

1 031

1.4

1.6

363

439

0.7

- 2.7 El Salvador - 1.7 Paraguay 0.0 Costa Rica - 0.6 Panamá - 1.7 Nicaragua - 3.3 Honduras - 1.2 Haití - 1.9 América Latina (b)

2.7

- 0.8 FUENTE: Robert Summers y Alan Heston, “Improved International Comparisons of Real Product and its Composition: 1950-1908”, Review and Wealth, junio de 1984; y CEPAL, Preliminary Overview of the Latin American Economy: 1988. (Tomado de Cardoso y Helwege, 1992:60) (a) Países ordenados por el promedio de la participación en el PIB regional entre 1950 y 1985 (b) América Latina, excepto Cuba.

Los lugares en los que las políticas desarrollistas impulsadas por algunos gobiernos caracterizados como populistas tuvieron mayores éxitos fueron: Chile, Argentina, Uruguay y Brasil. Países en los que las recomendaciones de la Comisión Económica de Naciones Unidas para América Latina (CEPAL), dirigida de 1950 a 1963 por Raúl Prebisch, fueron difundidas a través de asesores económicos formados principalmente en Chile (Klein, 2007:86). En este sentido, el orden de posguerra resultó un terreno favorable para el 9 Algunos Derechos Reservados © 2013-2014

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impulso de programas políticos y económicos de corte nacionalista, provocando la nacionalización de instalaciones industriales, compañías de transportes, instituciones financieras y algunas instalaciones mineras. En general se efectuó un cambio de equilibrio entre el sector privado y el sector público (Bulmer-Thomas, 1998:304). A nivel de política internacional, la presencia y el fortalecimiento de la Unión Soviética significó también un cambio en el orden político internacional, cambio que desembocaría en el establecimiento de la guerra fría con los Estados Unidos, pero que a nivel de los países latinoamericanos también significó también una importante esfera de influencia que alimentó a las diferentes fuerzas de izquierda en los países latinoamericanos.

Tras un largo periodo de éxito del modelo desarrollista latinoamericano, durante los primeros años de la década de los ochenta comenzó el colapso de estos proyectos políticos y económicos. En el esfuerzo por comprender las razones que los llevaron a su derrumbe, los aspectos meramente económicos no bastan para generar una explicación completa de este fenómeno. Por el contrario, su colapso se generó debido a una cantidad importante de aspectos que en conjunto determinaron el destino del desarrollismo latinoamericano. Entre la variedad de problemas que contribuyeron a ese resultado existieron tanto errores en el manejo de las estructuras económicas, como la distorsión en la organización política de las bases organizativas del propio proyecto.

Comenzando por los aspectos económicos, tal vez la principal razón del colapso del populismo fue su propia naturaleza reformista, dado que no logró desarrollar una base distinta de la estructura productiva preexistente. En términos de organización esta situación significó sumar el nuevo sector urbano industrial a la estructura económica nacional, dando por resultado que este nuevo sector presionara “adicionalmente sobre la capacidad de generación de excedentes financieros y sobre la elasticidad de la oferta de bienes-salario del sector agropecuario” (Vilas, 1994:66). Ante dicha situación, en la mayoría de los casos no se respondió adecuadamente mediante estímulos a la producción a través de la modernización industrial y una mayor y mejor generación de infraestructura. De igual forma, los planes de desarrollo económico desarrollistas no previeron adecuadamente

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ciertos problemas macroeconómicos ocasionados por la estrategia de desarrollo extensivo, como la inflación, desinversión y crisis en la balanza de pagos.

El origen de esta problemática fue principalmente el aumento general en el ingreso que a su vez ocasionó un crecimiento importante en la demanda de bienes y servicios. Situación ante la que no hubo una respuesta suficiente, ya fuera mediante la diversificación de la producción (principalmente para exportación) o el aumento a la inversión para incrementar la producción. En consecuencia, el crecimiento económico nacional se hizo insostenible y se abrió paso a una gran espiral inflacionaria (Vilas, 1994:69). En suma podríamos decir que:

el proteccionismo no elevó la productividad real para crear una base de grandes incrementos de los salarios urbanos. Ni las recaudaciones fiscales crecieron lo suficiente para financiar el subsidio del proceso de industrialización de parte del gobierno. Se sobreestimó la inelasticidad de la oferta en el sector agrícola y el de las exportaciones: no pasó mucho tiempo sin que los tipos de cambio sobrevaluados y los controles de precio provocaron el estancamiento en esos sectores. La alienación del capital extranjero agudizó los problemas (Cardoso y Helwege, 1992:62).

En estas circunstancias económicas tan complicadas, en muchos países se avivó la idea de que las desigualdades de ingreso no eran factibles de resolver mediante los recursos públicos, y la atención se concentró en los modelos económicos neoliberales impulsados por organismos económicos internacionales como el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Una situación que dio pie a la formación de una imagen sobre el populismo íntimamente relacionada a la debacle económica, así como a la corrupción política y el clientelismo político.

Los críticos de las políticas de estado impulsadas por los gobiernos populistas asumieron como el problema central de su propuesta a la intención de resolver los

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problemas de desigualdad mediante el uso de políticas macroeconómicas demasiado expansivas. Políticas que recurrirían al “financiamiento deficitario, a los controles garantizados y a descuidar los equilibrios económicos básicos”, llevando “casi inevitablemente a grandes crisis macroeconómicas que han acabado por lesionar a los segmentos más pobres de la sociedad” (Dornbusch y Edwards, 1992:9).

En consecuencia el pensamiento que impulsó al neoliberalismo económico conceptualizó al “populismo económico” como:

un enfoque de la economía que destaca el crecimiento y la redistribución del ingreso y menosprecia los riesgos de la inflación y el financiamiento deficitario, las restricciones externas y la reacción de los agentes económicos ante las política agresivas del mercado (Dornbusch y Edwards, 1992:17).

La disolución de la base organizativa populista La complicación de las condiciones económicas terminó por abrir paso a otra serie de problemas que resultarían definitivos en el desempeño y futuro del populismo en la zona. Como señala Carlos Vilas

el debilitamiento de las condiciones objetivas para el populismo conllevó, usualmente, un mayor énfasis en sus dimensiones subjetivas: estilos de liderazgo, agitación de elementos simbólicos, y propuestas explícitas de alianzas y concertaciones (1994:72-73).

El agotamiento de la estrategia de sustitución de importaciones y, en consecuencia, la escasez de recursos económicos, multiplicaron “el número de contendientes organizados y volubles –los migrantes rurales-urbanos, los campesinos, las mujeres, etc.- para la incorporación y la distribución”. La alianza de clases que había sido posible construir se desdibujó, debido a que los grupos privilegiados concluyeron que los costos de inclusión de las masas –inflación, transferencias de propiedad, etcétera- superaban a los costos de su

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exclusión; muchas élites optaron por expulsar a los elementos de la clase baja previamente incorporados a la hacinada arena política. Se deshicieron las coaliciones populistas entre industriales y trabajadores (Drake, 1992:52).

Tras el derrumbe de la coalición de clases lograda por el pacto nacionalista, los sectores de la economía privada asumieron que el keynesianismo económico había generado demasiadas pérdidas y comenzaron a apelar por un retorno del laissez-faire, el retorno a un capitalismo con menos trabas incluso que el anterior al New Deal norteamericano (Klein, 2007:87). Conforme el estado populista sufrió del debilitamiento de sus bases económicas objetivas, los problemas para la continuación de su proyecto se multiplicaron.

Si bien el éxito del populismo en buena medida se basó en la organización de la clase obrera y trabajadora en general a través de una amplia organización sindical adherida al estado en la mayoría de los casos, estos grupos terminaron siendo subordinados a las decisiones centralizadas en el estado. Este proceso se dio principalmente en la organización sindical, ya que este fue el aparato principal mediante el cual se acercó a las poblaciones al proyecto emplazado por el proyecto populista: “la legitimación de la protesta y la participación y el mejoramiento innegable de las condiciones de vida de las masas, tuvieron lugar en el marco de una creciente subordinación política e institucional de las organizaciones populares –sindicales ante todo- a los aparatos de Estado” (Vilas, 1994:81).

El predominio del estado sobre las bases sociales terminó por sepultar las posibilidades de continuar una lucha obrera con orientación hacia la integración y la colaboración ampliada, dejando como saldo la preeminencia de un “corporativismo”, y provocando la subordinación del movimiento obrero a la burocracia estatal y sindical centralizada.

En este análisis de las bases sociales del populismo es necesario reconocer que las características del populismo fueron propias de un momento de redefinición en los

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movimientos de la clase obrera y no representó un lugar óptimo para el desarrollo de movimientos como los anarcosindicalistas, socialistas y comunistas. Movimientos ensayados en diferentes momentos de la historia de los países latinoamericanos y que buscaban transformaciones radicales en la organización política y económica de sus países. Como lo expresa Ianni:

En esas condiciones, el proletariado acepta la coalición con otras fuerzas sociales y políticas, particularmente la burguesía nacional. Acepta el nacionalismo, el desarrollismo y la industrialización, en los términos propuestos por la burguesía industrial o sus ideólogos, como si fuesen objetivos de la nación, de todo el pueblo y de la clase obrera (Ianni, 1975:121).

Por tanto, en el populismo latinoamericano siempre existió una tensión de fondo en el desarrollo de sus proyectos: entre el carácter reformista de los gobiernos nacionales y la necesidad de impulsar un proyecto de transformación más profundo en las estructuras económicas capitalistas y de dominación estatal. Finalmente el saldo final en algunos de los casos, al verse incompleta la transformación económica y política y buscar un rompimiento total con las estructuras de dominación previas, fue la expansión del “poder Ejecutivo o (una) dictadura disfrazada o abierta” (Ianni, 1975:30). Aunado a esta situación, las burguesías nacionales pudieron mantener y refuncionalizar su poder, además de que las fuerzas de izquierda fueron limitadas mediante “cierta dosis de autoritarismo y violencia reaccionaria” (Ianni, 1975:130).

Los problemas que enfrentaron los gobiernos populistas en sus últimos días generaron la idea de asemejarlo como un fenómeno cercano o idéntico al bonapartismo y el cesarismo, sin embargo este parece contener condiciones muy propias que lo separan de dichas categorías. Por un lado el bonapartismo se define como un fenómeno de “personalización del poder” con presencia de elementos carismáticos que “concentran la legitimidad del poder del estado en la personalidad del jefe, que se presenta como representante del pueblo-nación”, formando un tipo de poder que se vuelve independiente

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de los poderes legislativos o la sociedad civil (Ancarani, 1981:174). Por otro lado, el cesarismo en su acepción contemporánea sirve para denotar un “régimen político caracterizado por un fuerte aparato estatal –por lo menos en comparación con el resto de la sociedad-, que logra gozar de una considerable autonomía frente a todas las fuerzas sociales (Ancarani, 1981:174).

Sin embargo, la comparación entre ambas categorías y la experiencia populista latinoamericana las demuestra como insuficientes para describir las condiciones de los fenómenos populistas latinoamericanos. Por el contrario, en contra de las tesis que reducen a estos fenómenos como centralizados en el jefe político o en el aparato gubernamental, parece claro que el populismo para establecerse siempre necesito de una fuerte coalición de clase, tanto con las bases proletarias como con las clases industriales nacionales para llevar adelante su proyecto político.

Si bien es cierto que en la mayoría de los casos el anquilosamiento corporativo jugó en el largo plazo en contra de la sobrevivencia de los regímenes, el predominio absoluto del líder sobre el entramado institucional nacional no fue un denominativo común. Acaso la presencia de los fuertes liderazgos carismáticos como los de Evita Perón o el mismo Coronel Perón, Cárdenas o Vargas en su momento, sirvieron para cubrir la necesidad de elementos simbólicos en la construcción de los proyectos nacionales, pero estos nunca pasaron a ser el fondo de las llamadas propuestas populistas.

La llegada de la democracia procedimental y el nuevo reino del laissez-faire Durante el período en el que el modelo económico desarrollista, impulsado por algunos gobiernos populistas latinoamericanos, comenzó a derrumbarse, los ideólogos del neoliberalismo como Milton Friedman aprovecharon la oportunidad para zanjar las reglas del modelo económico internacional que se comenzaba a impulsar en el mundo 4. Este proyecto consideraba como sus aspectos fundamentales:

4

Como lo expresa Javier Santiso: “Efectivamente la velocidad, la amplitud y la profundidad de las transformaciones experimentadas por numerosas economías del continente no habrían sido posibles sin una

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a)

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el fin del estado regulador de la economía a través de terminar con

todas las reglamentaciones y regulaciones que pudieran afectar la acumulación de recursos y el laissez-faire, b)

el remate de todo activo económico que poseyera el estado en forma de

empresas paraestatales u organismos gubernamentales en favor de la iniciativa privada, y c)

un drástico recorte de los fondos asignados a los servicios sociales

como salud, vivienda y educación (Klein, 2007:88-89).

En términos generales, esta serie de reformas económicas y sociales, desregulación, privatización y recortes, significaron la pérdida de buena parte del terreno ganado durante largos años por los modelos nacional desarrollistas latinoamericanos. El tipo de estado que estaba siendo impulsando desde el interior por algunos grupos políticos y económicos, y desde el exterior mediante organismo internacionales y presiones políticas de gobiernos externos, tendía sobre todo a intentar reducir el estado a su mínima expresión administrativa y dejar la dinámica política y económica a una mera correlación de fuerzas entre poderosos y desprotegidos. La forma como este nuevo proyecto capitalista internacional fue implementado tuvo expresiones diferentes en los países latinoamericanos. Si bien en un país como México el cambio hacia la organización de corte neoliberal no implicó un golpe de Estado o un momento de abierta violencia social, en países como Argentina o Chile la violencia y la implantación de dictaduras militares fue la estrategia elegida para implantar las reformas (Klein, 2007).

Para las reformas neoliberales el objetivo siempre fue terminar con el estado interventor y regulador tanto de la política como de la economía, un tipo de estado característico del populismo latinoamericano cuyos proyectos de estado tuvieron en el centro ideas de soberanía nacional popular e independencia económica nacional. Ante la conjunción extraordinaria de factores, derivada tanto del rápido deterioro de coyunturas (lo que exigía un cambio de rumbo) como de la aparición de hábiles equipos de economistas…” (Santizo, 2001:222)

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situación de los estados anquilosados en la organización corporativa se impulsó el canon de la democracia de tipo procedimental y un orden económico basado en la desregulación y la privatización de las industrias nacionales. Dichos cambios en el sistema político y económico se plantearon a través de las llamadas “reformas estructurales”; reformas planteadas como un binomio al impulsar por un lado la creación de un conjunto de instituciones que posibilitaran transiciones políticas hacia una democracia de tipo procedimental, y por otro lado, el impulso a una serie de cambios en el ámbito económico que dejaran atrás los modelos intervencionistas de Estado y acercaran a las economías de la zona al capitalismo neoliberal.

En primera instancia, los cambios en el sistema político lograron impulsar algunos pactos políticos con los que se pudo desplazar a las dictaduras militares y gobiernos autoritarios de la zona, y posibilitaron el reconocimiento de derechos políticos y civiles para la implantación de un modelo de democracia basado en la competencia entre partidos políticos. Así, la democracia que se intentó construir se inspiró en el modelo de la democracia procedimental ideada por J. A. Schumpeter (1942) quien definía a la democracia como un método político. Es decir, un arreglo institucional para llegar a decisiones políticas –legislativas y administrativas- confiriendo a ciertos individuos el poder de decidir en todos los asuntos públicos.

Así presentada, la vida democrática se expresa principalmente como la lucha entre líderes políticos rivales, organizados en partidos, por el mandato para gobernar; alejándose de las aspiraciones de igualdad y mejora en las condiciones para el desarrollo humano. El rol del ciudadano democrático en este contexto se concentra únicamente en el derecho periódico a escoger y autorizar un gobierno para que actúe en su nombre. “Renunciar al gobierno por el pueblo y sustituirlo con el gobierno con la aprobación del pueblo” (Schumpeter, 1968:316).

Para este autor su descripción de la democracia estaba lejos de ser frívola o cínica, y más bien cumplía con reconocer que la política siempre servirá al conjunto de intereses que

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ocupan realmente al poder. Por esta razón su modelo de democracia se define como “elitismo competitivo”, es decir un sistema en el que:

Los partidos y las maquinarias políticas son simplemente la respuesta al hecho de que la masa electoral sólo es capaz de actuar de forma precipitada y unánime, y constituyen un intento de regular la competencia política de forma exactamente igual a las prácticas correspondientes

a una asociación de

comercio. (Schumpeter, 1968:316). Los “amantes de la democracia” debían desterrar la idea de que el pueblo podría tener opiniones concluyentes y racionales sobre todas las cuestiones políticas; más bien, estas sólo podrían realizarse a través de la representación política. El pueblo sólo podía ser “productor de los gobiernos”, parte de un mecanismo para seleccionar “los hombres capaces de tomar las decisiones” (Schumpeter, 1968:317).

Durante los años noventa el modelo de la democracia representativa moderna se basó en las ideas de un teórico político como J. A. Schumpeter, planteada como la nueva gran fórmula, en contra del pasado corporativo y demagógico populista, que lograría democratizar a los estados latinoamericanos. Dicho modelo se acompañó de un lenguaje técnico que plantó toda una forma de ver, entender y llevar a cabo la política; el predominio de la tecnocracia, contraparte necesaria del conjunto de reformas económicas del capitalismo neoliberal. Al respecto, Samuel P. Huntington consideró que un sistema político puede ser democrático siempre y cuando “la mayoría de los que toman las decisiones colectivas del poder sean seleccionados a través de limpias, honestas y periódicas elecciones en las que los candidatos compiten libremente por los votos y en las que virtualmente toda la población adulta tiende a derecho a votar” (Huntington, 1994:20). Así, para este autor la democracia se expresaría sucintamente como: “Elecciones, apertura, libertad y juego limpio son la esencia de la democracia, el inexcusable sine qua non” (Huntington, 1994:22).

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En esta perspectiva propia de la reformulación estructural de finales de los años ochenta y noventa, priva la idea de la democracia de tipo procedimental, es decir, “…un sistema de resultados abiertos regulados o de incertidumbre organizada” (Przeworski, 1995:19). La organización de la participación política se plantea como responsabilidad de los partidos políticos quienes ejercen una función representativa estratificada entre “dirigentes y seguidores”, salvaguardándose de la abierta influencia popular las instituciones representativas están integradas, por definición, por personas individuales, no por las masas. En consecuencia, el rol del ciudadano queda relegado a un mero emisor del voto, donde “los individuos no actúan directamente en defensa de sus intereses, sino que la delegan” a través del voto, y la participación social de los agregados sociales queda reducida a meros evaluadores de políticos y programas de gobierno, ya que “el modo de organización colectiva en el seno de la instituciones democráticas así lo exige” (Przeworski, 1995:17).

La implantación de esta perspectiva sobre la democracia y la política en los países latinoamericanos aspiraba a enterrar un pasado que contó con la participación directa de los diferentes grupos de intereses, bajo la égida de pactos políticos nacionales con características multiclase. El argumento más común empleado para justificar las nuevas implantaciones fue un supuesto pasado latinoamericano que únicamente había servido de provecho para los líderes populistas, corruptos y demagogos. Y las reformas estructurales se plantearon como la plataforma que permitiría alejar a los países latinoamericanos de un pasado lleno de ignorancia y corrupción, de malos manejos administrativos y perversión política. Sin embargo, las reformas también aspiraron a enterrar el pasado de organizaciones nacionales populares, los logros de la clase obrera, y la búsqueda a través de la coalición interna desarrollista para acabar con la dependencia económica imperialista.

La implementación de estas reformas políticas representó una oportunidad para impulsar transformaciones en el ámbito económico, ya que, bajo el argumento de la necesidad de decisiones políticas individualizadas (por encima del consenso mayoritario),

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se consideró innecesario consultar mínimamente a la población de los países en los que se impulsó la nueva forma de dirigir la política económica nacional hacia el neoliberalismo.

Junto con el impulso a las reformas políticas, las reformas económicas se plantearon como objetivo “organizar una economía que asigne racionalmente los recursos y que haga posible la solvencia financiera del Estado” mediante “reformas orientadas hacia el mercado” (Prezworski, 1999:236). Como pasos principales en el logro de estos objetivos se planteó el “organizar nuevos mercados, desregular los precios, moderar las actuaciones monopolistas y reducir las barreras protectoras” a través de una reducción en el gasto público y la venta de activos públicos mediante la privatización (Prezworski, 1999:236). La liberalización del mercado y el adelgazamiento del Estado social, según los principios del programa neoliberal, provocarían una inmediata “reducción transitoria en el consumo agregado”, impactos con “un importante coste social” y evidentes costos políticos altos (Prezworski, 1999:236). La justificación de esta implantación era que finalmente el conjunto de reformas a largo plazo podría “crear motivación, generar condiciones de equilibrio, con la igualación de la oferta y la demanda en los mercados y satisfacer las exigencias de justicia social”5. En palabras de Adam Przewoski:

Un deterioro económico transitorio es inevitable, aunque los gobiernos que emprenden este tipo de reformas suelen ser reacios a reconocerlo. La inflación se dispara forzosamente cuando se desregulan los precios. La subutilización de capital y el desempleo laboral aumentan inevitablemente con la intensificación de la competencia. La transformación de toda la estructura económica provoca necesariamente una pérdida transitoria de eficiencia en la asignación de recursos. Las transformaciones de los recursos económicos resultan costosas” (Przeworski, 1995:238).

5

Baka, 1986 Citado por Przeworski, (1995:236)

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El planteamiento de las reformas consideraba la existencia de un inevitable impacto económico importante para amplios grupos sociales, además de la oposición de importantes fuerzas políticas, con el riesgo de que dicho modelo democrático se podría ver socavado o abandonado, terreno óptimo para el surgimiento de peligrosos nacionalismos o liderazgos populistas (Przeworski, 1995:240).

Fisonomía del estado neoliberal latinoamericano En este contexto de reformas políticas y económicas, algunos de los principios estructurales propios del estado liberal occidental como nación, democracia o ciudadanía, sufrieron un tremendo desgaste. Principios transformados en conceptos que fueron centrales a la construcción teórica y práctica del estado nación moderno y que terminaron por desustancializarse bajo el embate del mercado, asumido como el principal eje regulatorio de la vida política y social sobre el estado, y por ende, sobre la propia de vida de los sujetos y grupos sociales. Así, la implantación del neoliberalismo ha tenido fuertes impactos sobre el funcionamiento general del estado, modificando la forma en que ejerce su poder a través de nuevas formas de organización política y económica. Esta nueva forma de ejercer el poder político y el gobierno nacional ha puesto en el centro el predominio de la tecnocracia sobre la política, entendida como una forma racional de ejercicio de gobierno destinada a ser ejercida por “expertos” de la política. Al respecto, Nicolas Rose apunta:

Las reglas del liberalismo avanzado se basan en diversas formas sobre los expertos, conectados a diferentes tecnologías de regulación. Se busca desgubernamentalizar el estado y desestatizar las prácticas de gobierno, para delegar la autoridad substantiva de los aparatos políticos de organización política en los expertos, relocalizándolos en un mercado gobernado por la racionalidad de la competencia, y la demanda de consumo (2006:147).

Es posible observar como este cambio en la forma de entender y ejercer la política apunta a la desestructuración del estado y la búsqueda del predominio del mercado sobre la

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completa organización política y social. Una estrategia política que desconoce a la “sociedad” como un conjunto de personas organizadas y plantea el control social a través de hipotéticas decisiones individuales planteadas a partir de la lógica de mercado.

Esta idea se encuentra claramente reflejada en palabras de la primer ministra británica, Margaret Tatcher, enunciadas el 31 de Octubre de 1987 a “Women´s Own Magazine”:

Creo que hemos pasado por un período donde mucha gente se ha acostumbrado a pensar que si tengo un problema, es trabajo del gobierno lidiar con él. “Tengo un problema, obtendré una subvención.” “Estoy sin techo, el gobierno debe albergarme. Ellos están proyectando sus propios problemas en la sociedad. Y, tú sabes, no hay tal cosa como la sociedad. Existen hombres y mujeres como individuos, y hay familias. Ningún gobierno puede hacer nada sino es por medio de la gente, la gente debe ver por sí mismas primero. Es nuestro deber cuidar de nosotros mismos, y sólo entonces, podemos mirar por el vecino. La gente piensa demasiado en lo que el gobierno les debe, sin tener en cuenta sus propias obligaciones. No hay tal cosa como el deber del gobierno si antes la gente no ha cumplido con sus propias obligaciones."6

La libertad (en su acepción individualista y competitiva propia del régimen neoliberal) se convierte en el primer obstáculo para conformar una sociedad como conjunto, más bien, la sociedad se convierte en un comunidad de individuos construidos como “objetos de opciones y aspiraciones para la auto-actualización y autorrealización” (Rose, 2006:147). Así, las técnicas de gobierno terminan por crear “una distancia entre las decisiones de las instituciones políticas formales y otros actores sociales, actores concebidos de acuerdo a las nuevas formas individuales de responsabilidad, autonomía y

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(http://briandeer.com/social/thatcher-society.htm) (cursivas mías) (traducción libre).

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decisión, y que busca actuar sobre ellos adaptando y utilizando su libertad” (Rose, 2006:155).

Así, visto en contraste con el canon ideológico del neoliberalismo el llamado “populismo” representa una amenaza en tanto hace la reivindicación de un sujeto político que se forma en el conjunto social a través de la idea de “pueblo”. Idea que atenta contra la idea de un sujeto individual y que se mueve conforme a cálculos meramente racionales, incapaz de asumir una idea del “nosotros” social. Así, la idea de un “pueblo” movilizado que busca generar cambios en las estructuras de poder en un estado representa una crisis en la hegemonía cultural en tanto las propias vías previstas para la persistencia de la hegemonía y su proyecto político se ve rebasado por la acción popular organizada en torno a proyectos sociales y políticos diferentes.

Un síntoma de esta situación ha sido la desustancialización de principios como la soberanía, la democracia y la ciudadanía de acuerdo a cómo fueron planteadas desde la teoría clásica liberal. Para esta la soberanía “reside en el estado, o en las instituciones empoderadas por el estado, para ejercer el poder soberano a través de instituciones supranacionales y con el estado-nación definido por su territorio y el control sobre su población” (Hansen y Stepputat, 2005:2). Sin embargo, las condiciones actuales han reconfigurado estas nociones haciéndolas difíciles de entender bajo su acepción clásica, por ello es necesario pensar su situación en el mundo actual. En este sentido, Hansen y Stepputat plantean que en el momento actual “la soberanía del estado tiene su inspiración en la búsqueda de crearse a sí mismo en la cara de lo internamente fragmentado, distribuido de forma desigual y con configuraciones impredecibles de autoridad política que ejerce más o menos la violencia legítima en un territorio“. El germen para la realización de estas ideas estaría en la forma como se plantea “el derecho a gobernar” (Hansen y Steputtat, 2005:3).

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Así, la soberanía en los estados contemporáneos estaría construida en la premisa de un individuo que posee el poder interiorizado a través de la idea del hombre “razonable” en “su razón, su autocontrol, y su propiedad” (Hansen y Steputtat, 2005:8). Sin embargo, el proyecto de hegemonía propio del neoliberalismo basado en la idea de individuo racional se encuentra en franco declive en tanto la experiencia más reciente en la zona índica la presencia de un conjunto de nuevos actores sociales basados en reivindicaciones que van más allá de la idea de individuo y asumen posturas que rescatan ideas colectivas de participación y organización política-social.

De igual forma, el sistema neoliberal han vuelto imposible la sustentación de sus preceptos más básicos, implicando que la ciudadanía y la formación de la soberanía a través de los individuos organizados en sociedad se ha vuelto impedida por las propias presiones que el régimen impone a las personas. Un teórico como T. H. Marshall (1998), planteaba que la democracia no podía existir sin derechos sociales, civiles y políticos, ya que el sistema capitalista en sí estaba basado en la injusticia y volvía imposible el sueño de la igualdad de la ciudadanía. La ciudadanía sin un fundamento material concreto no podría realizarse, sin un mínimo de condiciones benéficas para el individuo la legitimidad era imposible de lograr. De acuerdo con esto, la crisis hegemónica del neoliberalismo estaría en que como sistema no ha podido lograr la justificación de su propia existencia, y por el contrario, los requisitos mínimos para su supervivencia han quedado en entredicho. Esta situación ha quedado de manifiesto a través de la creación de ciudadanías y soberanías fragmentadas, determinadas a través de las diferencias de “raza, clase y status” y una distinción entre la población como “inferior” o “rude” (Hansen, Stepputat: 2005:20).

La vuelta del populismo Es en este contexto de transformación en los postulados básicos de la política en donde el populismo empezó a ser asumido como un peligro. Perspectiva generada en buena medida por los procesos de cambio político actuales en los que existe el impulso a reivindicar un sentido de lo social por encima del interés económico, del cuestionamiento de la legitimidad del mero ejercicio procedimental, del rescate del sentido de lo nacional-popular

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como referente en una nueva forma de construcción del poder político y la soberanía popular.

En la mayoría de estos movimientos la presencia de grupos sociales populares es el impulso que ha marcado su auge y su fuerza, todos en busca de reivindicar lo mejor de su pasado nacional y de encontrar en este una inspiración para un nuevo proyecto nacional en contra del predominio de las pequeñas élites económicas y de la economía capitalista globalizada. Estas condiciones fundamentan la crisis de la hegemonía del estado neoliberal, es decir, la ruptura de “el reconocimiento (…) de la legitimidad de una dominación dada dentro de la ideología compartida por una comunidad imaginada o real” (Gilly, 2006:26)

Las condiciones actuales de la economía internacional han llevado a una situación en el que existe un espacio de discriminación entre quienes se mueven en los márgenes internacionales de circuitos de capital y aquellos excluidos que ocupan las posiciones más bajas de la producción. El estado por un lado se ha fortalecido para apoyar a los movimientos económicos que tienden a insertarse en la lógica del capital internacional y ha debilitado los apoyos a aquellas franjas que se mantienen alejadas de este desarrollo. Aihwa Ong ha llamado a este fenómeno como “soberanías graduadas,” es decir:

los efectos del manejo flexible de la soberanía, donde los gobiernos se ajustan políticamente al espacio de acuerdo a los dictados del capital global, dando a las corporaciones un poder indirecto sobre las condiciones políticas de los ciudadanos en zonas articuladas de forma distinta a la producción global y los circuitos financieros (Ong, 2006:78).

Igualmente la ciudadanía se comporta de manera graduada, es decir, que el estado emplea diversas formas de poder de acuerdo a la posición económica y social del sujeto que lo sufre.

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Dentro de este entramado de resignificaciones, el populismo también ha sufrido una reinterpretación, aunado a que en sí mismo este resulta un término polisémico, definido e interpretado de acuerdo a la posición de aquel quien lo enuncia. Como lo expresa Laclau, “el populismo nunca es definido en sí mismo, sino en contraposición a un paradigma” (Laclau, 1986:179). De acuerdo a esta tendencia, el pensamiento neoliberal ha apuntado sus baterías hacia esta categoría, y aquellos movimientos asociados a él, de acuerdo a los paradigmas de libre mercado y democracia procedimental, creando la mala fama y demérito que el populismo hoy posee para muchos intelectuales.

Un aspecto central del populismo es su ligazón a la idea de pueblo, es decir una “articulación de las interpelaciones popular-democráticas”, planteadas como “presentación de las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético antagónico respecto a la ideología dominante” (Laclau: 1971:201-202)7. De acuerdo con esta tendencia, actualmente a los llamados proyectos populistas se les acusa de identificar a la población de un país como algo homogéneo bajo la idea de “pueblo”. Sin embargo, dicha noción de “pueblo” cumple con unir lo que el proyecto neoliberal acabó por separar, por intentar reunir detrás de un proyecto social a la mayor parte de las franjas sociales que han quedado en calidad de “sacrificables” para el neoliberalismo. Formas políticas que retan la conceptualización de la política como un asunto estrictamente ejercido entre y por sujetos individuales y que reviven la idea de un grupo de sujetos nombrados como un “nosotros”: “una comunidad en torno a una disputa particular que pone en evidencia la ausencia de la comunidad” (Arditi, 2007: 137).

Conclusiones. Los populistas hoy son calificados abiertamente como irresponsables al intentar sobreponer la seguridad y los servicios sociales como deberes del estado, señalados como irracionales al ejercer el presupuesto público para solventar las urgencias sociales, fuentes indudables de deudas y corrupción. Dichos calificativos se deben en buena medida a que la mayoría de

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Cursivas del autor.

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dichos proyectos han señalado la responsabilidad del modelo neoliberal en las crisis económicas y sociales de la mayor parte de los países en la zona y propuesto el fin de la soberanías o ciudadanías fragmentadas a través del replanteamiento del poder y la dominación en el estado.

En este sentido, es importante observar cuáles son las principales diferencias y similitudes entre lo que se ha llamado tradicionalmente “populismo” en América Latina, y como ahora se entiende. La primera diferencia es que el populismo actualmente se asume como una forma que va en contra del manejo racional de la política y la economía, acusación que fundamentalmente se basa en su crítica al adelgazamiento del estado y la postulación de los servicios sociales y derechos políticos como aspectos centrales de la política nacional.

De igual forma, el populismo se presenta como un riesgo para los estados modulados de acuerdo al predominio neoliberal, dado que es una propuesta que articula los reclamos y las necesidades de los olvidados en su proceso de instauración y que interpela a aquellos que apuestan a un cambio en su organización. Tal vez es por esta razón que en este contexto cualquier movimiento social que posea un liderazgo personal o un líder moral y apele a los principios de autonomía nacional, y a un estado preocupado por la seguridad social, se le descalifique bajo el mote de populista.

Es en este contexto que el populismo se ha vuelto nuevamente un término común dentro del análisis y el comentario político en Latinoamérica, una palabra que despierta tanto rechazo como simpatía, síntoma de que el fenómeno o denominativo “populismo” o “populista” no es algo desagradable o rechazable en sí mismo.

De igual forma, el populismo ha sido juzgado desde la perspectiva de la democracia procedimental. Perspectiva desde la cual se ha visto como el gran monstruo que amenaza con acabar con los logros de la racionalidad política y la competencia política. Un fantasma que parece encarnar todos los miedos y pendientes de la democracia procedimental,

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alimentado por los rezagos y los resultados de desigualdad y pobreza en toda la región. Una aparición casi mitológica que amaga con aparecer y volver el mundo pies arriba.

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