El poeta Calderón

June 24, 2017 | Autor: M. Paredes | Categoría: Literatura, Humanidades
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Descripción

La Cuaresma en la obra del poeta Calderón Dr. Melvin Javier Paredes Fusión de varios trabajos, el poemario del poeta jinotepino Leonel Calderón Noche de Gethsemaní, pasión de Cristo1 nos pone frente al martirio de la figura extraordinaria de la humanidad, Jesús el Cristo, el hombre-Dios que no tenía siquiera donde reposar la cabeza (Mateo 8. 20; Lucas 9. 58). Al poeta le impresionó profundamente la película de Mel Gibson. Es de suponer que personalmente antes ya había recorrido vías dolorosas que le entrenaron el alma lo suficiente para escribir estos hondísimos versos. Sus Gethsemanís personales le han servido para identificar el rostro auténtico de aquel que agonizó expiatoriamente en el huerto antes de la crucifixión. Para Calderón, Cristo es fundamentalmente aquel que hoy camina abatido por las calles de uestros pueblos martirizados, alejado aún de nosotros mismos, quienes decimos confesarle. El poeta cubano Julio Pino lo dice acertadamente: “Dios mismo está también exiliado del mundo. Y es Dios y no el hombre el que brega entre nosotros extrañamente desterrado” (p. 8). Percibo en estos versos cierta influencia del poeta Cardenal, pero antes, como no, del gran Rubén Darío, quien invita al Salvador a “tender su mano de luz sobre las fieras”, que reconoce a Cristo “por las calles flaco y enclenque”, y que advierte la sempiterna fraternidad de “los Judas con los Caínes”. La referencia a Cristo en Calderón subraya “la singular aproximación a la condición humana” (p. 7), con sus altos y bajos, triunfos y tragedias, un Cristo que el poeta ve fundamentalmente en la calle pasando infinidad de penurias con la gente: “-Hombre-Cristo que muere errabundo/ por las calles de las amarguras de estas patrias” (p. 59). En el poema Cuaresma (pp. 12-14), la soledad calurosa de la estación, presagia ya el drama del Redentor: “Es la época en que abundan los tamarindos/ y crecen los cornizuelos /como presagiando/ la corona de espinas en la frente adolorida del Señor” (p. 13). Los llanos están desolados. Tristes los pocos árboles, claman con sus ramas desnudas y resecas. Los pájaros vuelan lentos en el aire y los polvosos caminos están solitarios. Se oye triste al güis con el canto lejano de un gallo. Época del codiciado almíbar, del tamal pizque y los jocotes tronadores (pp. 12 y 13). Sólo quien ha vivido en Nicaragua durante los meses de marzo y abril, sabe lo que el poeta quiere transmitir más allá del énfasis climático y que hizo escribir a José T. Olivares –poeta modernista- a propósito del sol de Occidente: “Bochorno de sol tropical/ que revienta las cigarras”. 1

Leonel Calderón (2006): Noche de Gethsemaní, pasión de Cristo, Managua, Impresiones y Troqueles, 76 pp.

Podemos darnos una idea de la desolación, con estos versos del poema “La segunda tentación”: “Inhóspito lugar en donde sólo crecen reptiles y zarzales/ en donde la fecunda semilla no germina/ y no crecen altivas las húmedas espigas/ ni los dorados y hermosos racimos del trigal” (p. 15). El escenario reseco o desértico de la cuaresma, le sirve al poeta para invitar congéneres al cambio de vida. Estamos ante un poema de conversión. La llamada del poeta es un turning point (punto de viraje) en la existencia. El poeta es un profeta, quien recibe su legitimidad por vivir permanentemente en el desierto. Conoce el desierto tanto o mejor que un tuareg. Es tuareg, profeta y poeta, todo a la vez, y por eso llama a la conversión en el mundo de roca, arena y alimañas que le rodea. La Cuaresma es “tiempo de conversión, de retiro interior/ y de hacer alto en un recodo del camino;/ tiempo de meditar sobre lo pasajero de la vida/ y el tremendo sacrificio del Señor Jesucristo” (p. 13). Tiempo para acordarse “siquiera del hambre de los débiles” (p. 13). Es tiempo de conversión para los hartos, los ahítos de manjares, quienes detentan la balanza de la ley, que “los dictadores recuerden/ que el “poder” que tienen es nomás puro espejismo/ y que sus vidas son briznas en el viento;/ y los eternos adoradores del becerro/ los que reluciente oro y dinero/ tienen en abundancia extrema/ siquiera en estos días/ abran sus manos para saciar al pobre miserable” (pp. 13, 14). La Cuaresma aparte de calurosa, ya es prácticamente apocalíptica por la irresponsabilidad nuestra de todos los días. Ya “en estos últimos años/ en los campos de Nicaragua/ las cuaresmas son más tristes;/ [...] las tierras resecas se miran arrasadas/ todo está baldío por los miles de árboles talados/ (y llevados sin compasión al aserrío clandestino)/ los ríos están completamente secos,/ y una inmensa cruz, Señor/ pesa sobre las espaldas enflaquecidas de tu pueblo” (p. 14). Aquí hay guiño a T. S. Elliot y su poema “The wasted land”, a Joaquín Pasos con su “Canto de guerra de las cosas”, pero antes, al vidente Juan de Patmos: “Vi también a otro ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a los cuatro ángeles [...] diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles” (Apocalipsis 7. 2, 3). Es válido leer a Calderón porque creemos en la proximidad del Reino de Dios y en la urgencia de su anuncio. Lo material va y viene, se esfuma como tantas cosas en la vida, pero acercarse a Dios es lo más apetecible, como lo reconoce en términos marcadamente autobiográficos Asaf, el jefe de los cantores del templo: “en cuanto a mi, el acercarme a Dios es el bien;/ He puesto en Jehová el Señor mi esperanza” (Salmo 73: 28). Sus poemas confirman lo poderosa que es la religión en la psique y la conciencia colectiva latinoamericana. No me extraña que la lectura de estos poemas hagan hecho llorar a algunas personas. Son versos desnudos, crudos en sus líneas, propicios para quienes buscan reorientar sus vidas en el maremagnum actual de superficialidades, promesas electorales y oropeles.

El Dios del poeta Calderón es un compañero caminante por antonomasia: “contigo, Divino Salvador, estamos menos solos” (p. 21). El poeta es una especie de Juan el Bautista. Con la alforja llena de versos, llama a la penitencia y la conversión. La cita se da lugar en el desierto, en las calles donde Cristo recorre otra vez su vía dolorosa. El poeta va al frente de la comitiva, pregonando el tiempo nuevo. La cuaresma prepara esta posibilidad.

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