El Partido Posibilista y el liderazgo de Emilio Castelar (1874-1894), en Demetrio Castro (ed.), Líderes para el pueblo republicano. Liderazgo político en el republicanismo español del siglo XIX, UPNA, 2015.

May 23, 2017 | Autor: Jorge Vilches | Categoría: Democracia, Liderazgo, Liberalismo, Republicanismo, ELECCIONES POLITICAS, Conservadurismo político
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Descripción

Capítulo 4

La oratoria en las urnas: el Partido Posibilista y el liderazgo de Emilio Castelar (1874-1894) Jorge Vilches

Universidad Complutense de Madrid

Una de las peculiaridades del Partido Demócrata, nacido en 1849, fue su composición civil, lo que le diferenciaba de moderados y progresistas, partidos en los que resaltaban los militares en los puestos de dirección. El Demócrata era un partido de ideas, movido por una aspiración superior, la de implantar los derechos individuales, reconocidos y garantizados por el Estado. Los demócratas eran conscientes de su situación minoritaria, pero creían que el tiempo contaba a su favor. No era cuestión de imponerla por la fuerza, como hacían progresistas y moderados, sino de crear opinión favorable a la democracia a través de la propaganda y la acción política; aunque esto no les privó de participar en el proceso revolucionario entre 1865 y 18681. 1.  Sobre los demócratas durante el reinado de Isabel II, véase de los últimos veinte años los trabajos de D. Castro Alfín, «Unidos en la adversidad, unidos en la discordia: el Partido Demócrata, 1849-1868», N. Townson (ed.), El republicanismo en España (1830-1977), Madrid, Alianza Editorial, 1994, pp. 59-86; R. Miguel, La pasión revolucionaria: culturas políticas republicanas y movilización popular en la España del siglo  xix, Madrid, CEPC, 2007; y F. Peyrou, Tribunos del pueblo: demócratas y republicanos durante el reinado de Isabel II, Madrid, CEPC, 2008.

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Esto configuró un tipo especial de «jefe» de filas. Los líderes demócratas forjados durante el reinado isabelino tenían un modelo transformacional, propio del líder con una competencia intelectual reconocida que comunicaba sus ideas y ejercía una influencia sobre el entorno y sus seguidores para lograr grandes objetivos de cambio político y social2. El líder demócrata basaba su labor propagandística en la emoción –especialmente útil en un republicanismo con gran carga romántica– y en la razón –eficaz para anunciar el advenimiento de la democracia por unas vagas reglas del devenir histórico–. Esta actividad precisaba de habilidad con la palabra y la pluma para persuadir sobre la conveniencia de un modelo de sociedad alternativo, que transmitía una visión del mundo y un comportamiento ético. El líder demócrata debía prodigarse en los instrumentos de propaganda. Para esto debía reunir los atributos necesarios para la persuasión; es decir, que fuera un buen comunicador, y que su figura pública representara los altos ideales que pregonaba. En este sentido, la oratoria era una habilidad imprescindible. El líder demócrata se forjó en pleno auge de la oratoria en la educación superior; es decir, supieron cómo estructurar y comunicar un discurso político. La eficacia del orador dependía de la disposición lógica de la argumentación: de una consecución de ideas verosímiles para el auditorio. Además, se precisaba de procedimientos psicológicos generadores de sentimientos y emociones en el público. A esto había que añadir recursos estilísticos que hicieran atractivo el mensaje. Por último, era importante la capacidad teatral para escenificar la oración y la pronuntiatio3. Los demócratas tomaron la oratoria como un instrumento propagandístico contra la Monarquía, incluso la democrática de Amadeo de Saboya. No era menos imprescindible tener una buena pluma. La prensa de partido sirvió en el  xix para el debate, transmitir consignas, dar a conocer a personas y resoluciones, generar opinión pública, mantener la vida partidista

2. J. S. Nye, Las cualidades del líder, Barcelona, Paidós, 2011. El marco teórico de este texto sigue lo expuesto en el trabajo precedente de Antonio Robles en este libro. 3.  Resumen con eficacia estas condiciones S. Gil-Albarellos y M. Rodríguez Pequeño, «Un modelo de orador político en el siglo xix», en J. A. Hernández Guerrero et al., Política y oratoria. El lenguaje de los políticos. Actas del II Seminario Emilio Castelar, Cádiz, UCA, 2002, pp. 109-116.

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entre elecciones, y atraer a nuevas figuras que tenían el periodismo como complemento salarial o trampolín político. La prensa era ineludible para la proyección de la imagen del líder: permitía hacerse un nombre, ganar seguidores, forjar una relación con los dirigentes y, por tanto, favorecía la conquista de los cargos representativos. Aparecían así los «notables», aquellos que resultaban «perceptibles» en la comunidad, que buscaban la visibilidad para crear, mantener o aumentar su popularidad y, en consecuencia, la influencia que les convertía en líderes4. El propósito de este trabajo es seguir la formación de Emilio Castelar como líder transformacional, y analizar su estilo entre 1874 y 1894; es decir, el periodo de vida del partido que creó para la consecución de sus objetivos políticos: el Partido Posibilista.

La persuasión del orador Castelar estudió oratoria en la Escuela Normal de Filosofía de Madrid, donde se celebraban debates reglados sobre los temas de las asignaturas5. El estudio y la observación, pues acudía con frecuencia al Congreso de los diputados, le proporcionaron un conocimiento de la técnica de la oratoria. Nunca improvisó. Redactaba con cuidado y tiempo sus discursos, los memorizaba, incluso las largas citas, y los practicaba en reuniones y tertulias. Envolvía las ideas políticas o sociales en referencias religiosas, poéticas o mitológicas, junto a exaltaciones patrióticas y citas históricas para llamar a las emociones del público. El conjunto le hacía parecer un erudito ante un auditorio enganchado a la belleza de la oración más que a la razón de sus argumentos. Castelar usaba el lenguaje corporal, añadiendo esa dosis teatral necesaria para reforzar el mensaje, pronunciando con la musicalidad y el ritmo adecuados. 4.  A este respecto, véanse entre otros, D. Castro Alfín, Los males de la imprenta. Política y libertad de prensa en una sociedad dual, Madrid, CIS, 1998; y C. Almuiña, «La prensa política española, de portavoz a cuarto poder (1834-1874)», en J. A. Caballero López et al., Entre Olózaga y Sagasta: retórica, prensa y poder, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 2011, pp. 251-275. 5.  La biografía de Castelar ya la he tratado en Emilio Castelar. La patria y la república, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001.

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Se ganó la imagen de defensor de la democracia, con las características románticas del momento –emociones políticas, sacrificio personal, idealismo, universalismo–, predicando un modelo de sociedad y comportamiento ético identificables con su persona. De esta manera, poseía una capacidad de persuasión sobrada para reunir un grupo de seguidores, primero, y un partido después. Recargado y efectista, su modo de pronunciar discursos quedó como el «estilo castelarino»6. La figura de gran orador la consiguió desde el primer discurso que pronunció en una reunión política, el 22 de septiembre de 1854 en el Teatro Real. Los presentes le felicitaron durante media hora, y le siguieron hasta su casa. La prensa señaló su «talento, erudición, fuego, facilidad y corrección en el decir, timbre de voz simpático y sonoro», por lo que los periodistas allí reunidos «acordaron emplear todos sus esfuerzos para incluirle en una candidatura» a las Cortes constituyentes7. El progresista El Clamor Público indicó que el discurso tenía «al lado de excelentes conceptos, ideas vagas, aserciones inexactas y metáforas ampulosas»8. Y era cierto, Castelar sacrificó en gran parte de sus discursos el contenido a la belleza buscando la persuasión en el llamamiento a las emociones del auditorio. Los demócratas le acogieron rápidamente, y usaron su fama y aptitudes en la elaboración de discursos para la defensa de periodistas denunciados por el Fiscal de Imprenta. Pocos días después de su alocución en el Teatro de Oriente fue llamado para defender al periódico democrático El Tribuno, acusado por insertar una hoja volante de Sixto Cámara, revolucionario socia6.  La oratoria de Castelar ha sido estudiada recientemente por J. A. Hernández Guerrero «Emilio Castelar, orador», en J. A. Hernández Guerrero et al., Emilio Castelar y su época. Actas del I Seminario Emilio Castelar y su época. Ideología, retórica y poética, Cádiz, Universidad de Cádiz, 2001, pp. 65-87; M. C. García Tejera, «Algunas reflexiones sobre la recepción de los discursos de Emilio Castelar», en J. A. Hernández Guerrero et al., La recepción..., op. cit., pp. 311317; y por F. Chico, «La elocutio retórica en la construcción del discurso público de D. Emilio Castelar y Ripoll»; A. de Gracia Mainé, «Estrategias de la comunicación oral en el discurso político (el discurso de Emilio Castelar)»; I. Paraíso Almansa, «Persuasión y elogio. Castelar ante Zorrilla»; M. Rubio Martín, «Juegos intertextuales en un discurso de Emilio Castelar»; y M. C. Ruiz de la Cierva, «El funcionamiento de la antítesis en los discursos de Emilio Castelar», en J. A. Hernández Guerrero et al: Política y Oratoria..., op. cit., pp. 177-237.  7.  La Iberia, 27 de septiembre de 1854. 8.  El Clamor Público, 29 de septiembre de 1854.

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lista. El jurado absolvió al editor del diario9. Años después confesaba Castelar que en aquel discurso tuvo dos propósitos, «deslumbrar al Jurado, [y] mover su corazón al sentimiento, [por lo que] las imágenes son más y mucho más exageradas que en otros discursos»10. A estos siguió entre septiembre de 1854 y julio de 1856 la defensa de La Soberanía Nacional, El León Español y La Democracia, entre otros. Defendió también a La Discusión por el artículo «Despierta, Italia», haciendo un alegato por la unidad e independencia italianas. El discurso fue traducido a varios idiomas europeos, y Mazzini y Garibaldi le mandaron telegramas de felicitación. Aquellos juicios se hacían con público, que acudía a escuchar a Castelar, y los discursos eran glosados en la prensa. En realidad, como decía Castelar, eran actos políticos de crítica al régimen. La figura de gran orador de la democracia la culminó en el Congreso de los Diputados en 1869, aunque para entonces su capacidad de persuasión era bien conocida. De hecho, cuando el Partido Demócrata se decidió por el republicanismo federal entre octubre y noviembre de 1868, José María Orense, viendo a los suyos desorganizados y exaltados, dijo que el único que podía poner orden con su palabra era Castelar. Durante el Sexenio pronunció sus más famosos discursos –que se tradujeron a varios idiomas–. En esas alocuciones explicaba anhelos y proyectos, como la abolición de la esclavitud o libertad religiosa, clave para entender el prestigio internacional que cobró, que conformaban un modelo de sociedad. Los discursos de esa época están dirigidos a marcar su proyección pública, no a dirigir un partido. La persuasión a través de la oratoria no fue suficiente para Castelar durante el Sexenio para contener el ardor revolucionario de la mayoría de su partido. Las exhortaciones que hizo para moderar a los suyos no sirvieron. La oratoria de Castelar perdió la capacidad de persuasión, hasta el punto de que muchos republicanos le consideraron un traidor a partir de entonces. El liderazgo transformacional asentado en la oratoria era propicio para momentos de estabilidad política, pero inútil en tiempos de revolución11.

 9. La Iberia, 24 de octubre de 1854. 10. E. Castelar, Discursos políticos y literarios, Madrid, 1861, pp. 42-43. 11.  El papel de Castelar en esta etapa lo he tratado en «Castelar y la república posible. El republicanismo en el Sexenio revolucionario, 1868-1874», Revista de estudios políticos, nº 99, 1998, pp. 133-159.

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Esta debilidad hizo que Castelar no tuviera en 1873 más que un grupo de parlamentarios y periodistas, incapaces por sí mismos de sostener un Gobierno frente a grupos más organizados y con una estrategia de toma del poder mucho más clara. De aquella experiencia Castelar sacó que debía contar con su propio partido, en ideas, estructura y estrategia, que permitiera la consecución de sus objetivos transformacionales. En la Restauración usó la oratoria para anunciar la dirección política nacional, por la repercusión que siempre tenían sus discursos, y alimentar la lealtad de sus seguidores en continuos viajes por provincias para pronunciar conferencias. Al tiempo que el Partido Posibilista alcanzaba metas gracias a su alianza con el Liberal de Sagasta, las críticas comenzaron a caer sobre el estilo oratorio de Castelar. Criticar su oratoria era censurar su persona, lo que venía a ser una desautorización de sus planteamientos y actitudes; es decir, del posibilismo. Por eso la crítica más dura partió de tradicionalistas y de los otros republicanos12.

La letra manda Los prohombres del Partido Demócrata eran políticos literatos, o literatos políticos; es decir, o bien tenían el periodismo y el ensayo como segunda actividad, o se dedicaban a escribir con la pretensión de influir o participar en política. Al igual que la oratoria, esta faceta era ineludible para aspirar a la visualización como dirigente, a la construcción de un nombre, y a la conexión con los seguidores. De ahí que todos los partidos, grupos e incluso alguna personalidad tuvieran su propio órgano periodístico. Emilio Castelar escribió en el periódico El Tribuno a finales de 1854. Dejó el periódico porque éste se había mostrado conforme con el sentir monárquico de la mayoría de las Cortes. Juan Baustista Somogy, que había oído su discurso en el Teatro Real, le fichó como redactor de La Soberanía nacional en febrero de 1855. Esto le daba visibilidad entre los demócratas. Compartía la redacción con Orense, Ordax Avecilla, Sixto Cámara, y Pi y Margall. Lo abandonó por su sesgo socialista y revolucionario, y se pasó a La Discusión en

12.  Algunas críticas están recogidas por Mª C. Seoane, Oratoria y periodismo en el siglo xix, Madrid, Castalia, 1977, pp. 334-343.

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marzo de 1856. El cambio era importante porque entraba en el círculo de Nicolás María Rivero, alma de dicho periódico y jefe del Partido Demócrata. En las páginas de La Discusión, Castelar terminó por crearse la imagen de prohombre de la democracia española. A su actividad periodística añadió el ensayo La fórmula del progreso (1858), una de las publicaciones más influyentes y controvertidas del final del reinado de Isabel II. La obra tuvo gran impacto. Le replicaron el moderado Ramón de Campoamor y el progresista Carlos Rubio, lo que fue un reconocimiento exterior de su influencia sobre el partido y la vida pública. La figura de literato político la completó prodigándose en los géneros de moda. Además de numerosos artículos sobre arte y literatura publicó en tono patriota La guerra de África (1859), en la que se exaltaban las victorias del ejército español en Marruecos repitiendo los tópicos nacionalistas. Del mismo modo, publicó varias novelas de estilo romántico: un drama histórico y patriótico titulado Don Alfonso X el sabio, rey de Castilla (1853); otra costumbrista y ligeramente autobiográfica, Ernesto (1855); y un drama social, Un hijo del pueblo, publicado por entregas en La Discusión a partir de noviembre de 1856. A esto sumó una de aire más político y reivindicativo, La redención del esclavo (1859). Era ya un personaje público prestigioso, y uno de los líderes del partido. Por eso, a finales de 1863 fundó su propio periódico para fortalecer su posición política. Se puso entonces de manifiesto la profundidad de la red de apoyos que se había granjeado, ya que logró recaudar dinero para sacar el proyecto adelante, consiguió dos socios, 4.000 suscriptores, y se llevó a unos cuantos redactores de La Discusión, entre ellos a Nicolás Salmerón, Rafael María de Labra y Roque Barcia. El 1 de enero de 1864 salió el primer número de La Democracia. Castelar utilizó el periódico para reforzar su imagen de líder transformacional. Los elementos estratégicos que desplegó en La Democracia, y que le distinguían de otros de su partido, eran la denuncia dura del régimen de Isabel  II, cuyo punto álgido fue el artículo «El rasgo», publicado el 25 de febrero de 1865, la separación de la tendencia socialista que representaba Pi y Margall, lo que generó un debate entre La Democracia y La Discusión, y el acercamiento a los progresistas puros de Salustiano de Olózaga13. La crítica a 13.  La evolución del ideario liberal progresista la he contado en «El pensamiento político del Partido Progresista (1834-1890)», Aportes: revista de historia contemporánea, nº 60,

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lo existente convirtió a La Democracia en el periódico más denunciado desde julio de 1864 a febrero de 1866, 28 veces, diez veces más que el segundo, el progresista La Iberia14. El artículo de fondo era para Castelar no sólo el medio para difundir el ideal democrático, darle un cuerpo doctrinal, u organizar la opinión en un partido, sino que sustituía o completaba el discurso parlamentario cuando la situación le impelía al silencio ya fuera por estar fuera del Congreso o por pura estrategia política15. Esto mismo hizo en la Restauración en El Globo o El Liberal. Eligió en ocasiones este último porque se trataba del órgano de expresión de los sagastinos, lo que le daba la cercanía necesaria a su partido de cara a la alianza estratégica que siempre buscó. Las ideas y las directrices las marcaba en un artículo o en una entrevista, como cuando se produjo la polémica entre posibilitas por la disolución del partido entre 1891 y 1893. Castelar escribió por motivos exclusivamente políticos hasta que fue al exilio en 1866, momento en el que la escritura se convirtió en su única fuente de ingresos. La obra La fórmula del progreso (1858), como quedó dicho, lo elevó a inspirador de la democracia, y la obra Recuerdos de Italia (1872) le convirtió en un escritor de bestsellers, incluso internacionales, y le abrió las puertas al negocio de la letra impresa. Su nombre se convirtió en una marca,

2006, pp. 21-34. Véase también M. C. Romeo Mateo, «La cultura política del progresismo: las utopías liberales, una herencia en discusión», Berceo, nº 139, 2000, pp. 9-30; idem, «Héroes y nación en el liberalismo progresista», en F. Gestal Tofé (coord.), Sagasta y el liberalismo progresista en España, Logroño, Cultural Rioja, 2002, pp. 34-49; idem, «La tradición progresista: historia revolucionaria, historia nacional», en M. Suárez Cortina (coord.), La redención del pueblo: la cultura progresista en la España liberal, Santander, Universidad de Cantabria, 2006, pp.  81-114; J.  L.  Ollero Vallés, «Las culturas políticas del progresismo español: Sagasta y los puros», en M.  Suárez Cortina (coord.), La redención del pueblo..., op. cit., pp. 239-270; J. L. Pan-Montojo, «El progresismo isabelino», en M. Suárez Cortina (coord.), La redención del pueblo..., op. cit., 2006, pp. 183-208; L. Garrido Muro, «El entierro de Argüelles», Historia y Política, 3, 2000-2001, pp.  121-145, y «Mitos y héroes progresistas», en C. Dardé (dir.), Sagasta y el liberalismo español, Madrid, Fundación ArgentariaBBVA, 2000, pp. 190-205. 14.  D. Castro Alfín, Los males..., op. cit., p. 153. 15.  La importancia de las Cortes en L. Arranz Notario y M. Cabrera, «El Parlamento en la Restauración», Hispania, 189, 1995, pp. 67-98; y M. Martorell y F. del Rey Reguillo, «El parlamentarismo liberal y sus impugnadores», Ayer, 63, 2006, pp. 23-52. 

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y todo lo que aparecía firmado por él se vendía; no sólo sus discursos, sino también estudios y ensayos de todo tipo, ya fuera de temática americanista, política o religiosa. En cambio, desdeñó la sistematización del posibilismo en un ensayo. Quizá esto era necesario en un partido que priorizaba el programa mínimo de reformas democráticas, condicionadas a la labor política cotidiana, frente a la aspiración formal y lejana de la República.

Republicanos de orden en medio del cantonalismo El origen del republicanismo de orden está en la Declaración de la prensa de 1870, impulsada por el diputado Julián Sánchez Ruano y el escritor Manuel de la Revilla, y a la que se sumaron periodistas y políticos de segunda fila. Las ideas de aquel manifiesto eran sencillas: la República no vendría de la violencia, sino de la política y del movimiento de la opinión; y el federalismo debía ser una mera descentralización administrativa ordenada por la ley, no a través de los pactos espontáneos defendidos por Pi y Margall. Los firmantes de la Declaración intentaron que el grupo parlamentario republicano se adhiriera al manifiesto, mostrando así la distancia que había entre los diputados y los federales de provincias. Incapaces de liderar ese debate, Castelar y Figueras, que mostraron su conformidad con las ideas expuestas, dejaron que los redactores del texto fueran los que intentaran mediar con los pactistas de Pi y Margall, lo que fue un abandono que les abocó al fracaso. Castelar, aun estando de acuerdo con la Declaración, prefirió mantener la ficción de la unidad republicana y confiar en el trabajo parlamentario16. Adoptó así la estrategia que denominó «benevolencia», consistente en apoyar a los radicales en su labor de gobierno y de oposición, y abstenerse de sus discursos parlamentarios para mostrar su moderación. El republicanismo durante la monarquía amadeísta se dividió en benévolos e intransigentes, siendo estos últimos los más numerosos y activos. Castelar desatendió a su partido al centrar su actividad en el acercamiento a los radicales para indisponerlos con el Partido Constitucional y el rey Amadeo, y conseguir con ello el con-

16.  P. J. Moreno Rodríguez, «La disgregación de los partidos», Almanaque de El Orden para 1875, Madrid, Quirós impresor, 1874, pp. 52-57.

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flicto institucional y la proclamación de la República. La «benevolencia» dejó a Castelar sin el recurso de la oratoria para persuadir a los republicanos, su grupo quedó inactivo, y el republicanismo cayó en manos de los intransigentes. Aunque el propósito se cumplió –la caída de la monarquía–, había abandonado el partido a su suerte, lo que hizo que tendiera de forma dramática hacia el cantonalismo violento17. Ese abandono provocó que en la República de 1873 sus atributos de líder fueran insuficientes para encauzar al partido a la legalidad. El republicanismo estaba dividido por ideas, estrategias y personalismos contrapuestos e irreconciliables. Los diputados republicanos de las constituyentes de 1873 pronto se dividieron en torno al federalismo y al contenido y gobierno de la República. La derecha republicana no formaba un grupo homogéneo: la distancia entre Salmerón y Castelar aumentó durante la presidencia del primero, empeñado en levantar una República laica y sólo con republicanos, alejada de cualquier entendimiento con los otros partidos. Castelar reunió un grupo parlamentario en las constituyentes de 1873 de unos cien diputados. Fue su mejor momento parlamentario, porque detrás de ese apoyo estaba el seguimiento a la República que Castelar significaba, una República democrática y de orden, conciliada con los grandes partidos liberales y apoyada en la mayoría de la opinión pública. Una vez que asumió la presidencia de la República nombró a sus hombres de confianza ministros y secretarios de Estado. Este periodo, entre septiembre de 1873 y enero de 1874, le sirvió para reunir una directiva y tener un grupo amplio de diputados que en la Restauración animaron al Partido Posibilista en provincias. El golpe de Estado que puso fin a su gobierno fue el momento fundacional del posibilismo porque, a su entender, mostró la única política posible para la democratización del país y la proclamación de una República sólida, y a ojos de los republicanos conservadores, el vínculo entre una persona y un proyecto político.

17.  Las dificultades de la monarquía democrática de Amadeo I y el papel de los progresistas y republicanos los he tratado en Progreso y libertad. El partido progresista en la revolución liberal española, Madrid, Alianza Editorial, 2001.  Véase también G.  de la Fuente Monge, «Monarquía y República en la España revolucionaria (1868-1873), en Á. Lario, Monarquía y república en la España contemporánea, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pp. 205-230.

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El origen del posibilismo El grupo de confianza de Castelar en las constituyentes de 1873 estuvo formado por Maisonnave, Abarzuza, Morayta, Carvajal, Almagro, Pedregal, Gil Berges, Moreno Rodríguez, Prefumo, Santiago Soler y Pla, y Oreiro. Ese grupo era consciente de que era hora de formar un partido propio, y así lo expuso Castelar en su discurso del 3 de enero de 1874: el republicanismo debía dividirse en dos agrupaciones, una progresiva y otra conservadora, la suya. La política de ese partido era la desarrollada por Castelar durante su presidencia y las iniciativas de su grupo en las constituyentes18. El seguimiento al líder era completo: indignación por el comportamiento de los cantonales y de Salmerón, a los que achacaron el desprestigio de la República, y desprecio a las «bayonetas» del general Pavía. Le siguieron en el retraimiento que se prolongó hasta abril, mantuvieron el discurso castelarino en La Discusión y El Orden, dirigido este último por uno de sus hombres de confianza, Moreno Rodríguez. En sus artículos de fondo defendían un republicanismo de orden y mantuvieron la esperanza de que el gobierno de Serrano afianzara la República convocando Cortes, lo que alimentó el castelarismo durante ese año. Hicieron un claro intento por desvincular la República de los cantonales, y acercarla a sus homólogos franceses y al conservadurismo liberal. Castelar publicó una carta en El Orden y La Discusión con fecha del 20 de abril en la que, saliendo del retraimiento, establecía los parámetros de su política y la del «partido republicano histórico»: la «República posible» debía ser el resultado de la conciliación de los grandes partidos liberales en un régimen de libertad, democracia y orden, no el producto de la violencia para la imposición de un régimen. Era el pragmatismo arrinconando la utopía. Los seguidores de Castelar se movilizaron a raíz de esta carta, al ver que el líder salía del retraimiento y que existía una posibilidad de regresar a la vida política en las nuevas Cortes que podían ser convocadas. La movilización de los círculos republicanos afectos a Castelar fue intensa. Las cartas de adhesión al líder se fueron publicando con calculado goteo en El Orden y La Discusión, 18. M. Morayta, Las constituyentes de la República española, prólogo de J. Vilches, Pamplona, Urgoiti, 2012, pp. 175-198.

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mostrando la identificación entre el líder y un modelo republicano, las virtudes del tribuno con las características de una República. Castelar eligió ese momento para contrarrestar la publicación del ensayo de Pi y Margall titulado La República de 1873, que venía a desbaratar el esfuerzo castelarino por desvincular el pactismo de la forma republicana. La división manifestada en las Cortes de 1873 llegó a su consecuencia entonces. Mientras Pi y Margall, Salmerón y Figueras intentaban una reorganización del federalismo, Castelar mostraba las diferencias con sus antiguos compañeros. En ese debate se buscó un concepto que definiera al grupo de Castelar. La insistencia de los castelarinos en hablar de la República posible frente a la utópica, hizo que La Época, La Iberia o La Correspondencia de España hablaran de «posibilistas» y «posibilismo» a comienzos de mayo de 1874. Este nombre se alternaba con el de «republicanos históricos», «republicanos de orden» y «republicanos conservadores». En las cartas de provincias publicadas en El Orden, los castelarinos solían referirse a sí mismos con la primera combinación porque fue la que utilizó su líder en la carta del 20 de abril. El ideario no estuvo muy trabajado, salvo unas cuantas generalidades. Quedó expuesto en cuatro documentos: el discurso de Castelar en las Cortes el 3 de enero de 1874 –reproducido luego en la prensa castelarina–, en los artículos «Nuestro pensamiento» y «Nuestra actitud» publicados en El Orden el 21 y 23 de enero, y en la citada carta de Castelar. Principios como democracia, libertad, orden y legalidad eran nombrados continuamente, al tiempo que sostenían un reformismo al «método sajón»: propaganda, elecciones y trabajo parlamentario para cambiar la legislación. Tan importante era esto como diferenciarse de los otros republicanos, a los que tildaban de «republicanos de última hora» o «recién llegados». Esto llevó a que los castelarinos reivindicaran como propia la historia del Partido Demócrata y se aplicaran el adjetivo de «históricos», lo que estaba vagamente vinculado con un pasado de exclusivo trabajo propagandístico y parlamentario. Castelar trabajó a partir de abril de 1874 con su grupo de confianza por si se convocaban elecciones para reunir Cortes, asunto que se fue diluyendo según avanzó el año. El propósito era consolidar la República, según decían, lo que condujo a no criticar al gobierno, especialmente al general Serrano, con el que Castelar nunca mantuvo una buena relación. No obstante, era preciso tener una organización propia y mantener a los seguidores activos, 134

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por lo que organizó un tour por Andalucía junto a ex diputados andaluces, como Carvajal, para pronunciar conferencias con las que mantener activos a los seguidores. El objetivo era formar su propio partido político despreciando a los federales y los violentos, que a su entender habían hecho imposible la República de 1873, y acogiendo a las fuerzas democráticas de orden. El ofrecimiento de Ruiz Zorrilla en agosto de 1874 a formar un partido común ni siquiera fue considerado por Castelar. Prefirió acercarse a dos jefes radicales, como Martos, amigo suyo pero con el que no hubo entendimiento, y Rivero, el histórico líder del Partido Demócrata, que accedió. El cuarto eje de la nueva organización era Topete, quien se desentendió al conocer el pronunciamiento del general Martínez Campos en diciembre de 1874.

Los posibilistas: organización, propaganda y estrategia Castelar materializó su proyecto de partido entre las elecciones de 1876 y el discurso que pronunció en la localidad de Alcira en 1880, pieza clave del posibilismo. En este tiempo, Castelar consiguió consolidar un grupo de confianza y establecer una red de apoyo a nivel nacional que movilizaba en periodo electoral. Afianzó así los nombres, los distritos, la prensa afín y los círculos republicanos que funcionaban a modo de estructura de partido. Toda esta organización estaba volcada en el apoyo al proyecto republicano que se identificaba con Emilio Castelar. Por esto, durante esta etapa marcó los objetivos y la estrategia del posibilismo. En las elecciones de enero de 1876 la prensa trató a los castelarinos no como a un partido, sino como a «los amigos de Castelar», que se convirtió entonces en una expresión tan común como «posibilistas». Los «amigos» fueron variando en función de las posibilidades que tuvo de encasillarlos en los distritos electorales, o de su lealtad. Sus amigos eran entonces Maisonnave, Abarzuza, Moreno Rodríguez, Carvajal, Soler y Pla, Pascual y Casas, Prefumo, y Morayta. No obstante, era un grupo pequeño y sin fuerza. La debilidad de Castelar se mostró incluso en su primer manifiesto electoral, dirigido solamente a los electores de Barcelona y Valencia. Los posibilistas constituyeron «centros democráticos» en cuantas provincias pudieron, siendo los más numerosos los de Barcelona, Alicante –animado por Mai135

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«Gloria a Castelar», publicado en diciembre de 1872 en el semanario satírico La Campana de Gracia.

sonnave19–, Sevilla –por Rodríguez de la Borbolla–, y Huesca –por Manuel Camo–. Castelar se presentó en varias circunscripciones y salió elegido en el 5º distrito de Barcelona, donde se presentaron los hombres más importantes del posibilismo. Frente a Castelar no hubo candidato ministerial, aunque sí de la oposición constitucional. Obtuvo su escaño gracias a un acuerdo electoral

19.  R.  Gutiérrez Lloret, «Eleuterio Maisonnave (1840-1890) y el republicanismo de orden en el siglo xix», en R. Serrano García (coord.), Figuras de la Gloriosa. Aproximación biográfica al Sexenio Democrático, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2006, pp. 159-177.

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con los constitucionales, ya que Baró, el candidato de éstos, se retiró a cambio del apoyo posibilista en el primer distrito barcelonés20. El resto de posibilistas resultaron derrotados. La elección de Castelar fue suficiente triunfo para sus aspiraciones: conseguía la mejor tribuna para hacer propaganda, lograr visibilidad y liderar un partido y un proyecto utilizando el mejor instrumento que tenía para persuadir a sus seguidores: la oratoria. A partir de esa elección se dedicó a organizar el partido. El primer paso era reunir una red de notables locales. Así se lo decía a Dámaso Barrenengoa: «lo esencial para organizar el partido es saber las personas influyentes que están conformes con nuestras ideas. Lo demás no es por hoy de necesidad»21. Eran estos notables los encargados de mantener vivo el posibilismo local con los comités, que organizaban reuniones y conferencias, y la prensa, que seguía el método tradicional de exaltación del líder y proporcionaba las directrices. Con esa estructura, Castelar se encargaba de la negociación con el ministro de gobernación al tiempo que daba órdenes a los dirigentes locales para que orientaran su influencia, o pusieran o quitaran nombres. Para no indisponerse con los líderes locales y satisfacer sus ambiciones, Castelar permitía libertad de alianza en las elecciones municipales y provinciales; no así en las generales, donde debían obediencia a sus directrices22. Este sistema perduró durante toda la vida del Partido Posibilista. Tras la campaña de 1876, los periódicos liberales y posibilistas reprodujeron los estudiados discursos parlamentarios de Castelar; alguno de ellos, como La Campana de Gracia, sacó números extraordinarios y retratos del líder. La prensa posibilista adquirió toda su fuerza. El Globo dio un giro político dejando el aire literario que tenía y convirtiéndose en el órgano del partido en Madrid. Entre otros, el posibilismo en Barcelona contó con La Imprenta, La Gaceta de Cataluña y La Publicidad, en Alicante con El Graduador, en Huesca con el Diario de Huesca, y en Zaragoza con La Derecha, en los

20.  La Correspondencia de España, 31 de enero de 1876; La Época, 31 de enero de 1876. 21.  Emilio Castelar a Dámaso Barrenengoa, Madrid, 18 de marzo de 1877. Biblioteca Nacional. Sección Manuscritos, mss. 22504(99). 22.  Emilio Castelar a Adolfo Calzado, Madrid, 25 de enero de 1886, Correspondencia de Emilio Castelar, 1868-1898, Madrid, 1908, pp. 185-189.

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que se transmitían los planteamientos posibilistas y se reflejaba la vida local del partido. Esto permitió a Castelar dotar a su proyecto de una estructura a nivel nacional articulada en torno a círculos republicanos y cabeceras de periódicos. Esta situación le posibilitó entrar en el juego de las alianzas políticas y electorales, como en 1879. En una demostración ficticia de fuerza, Castelar consiguió reunir noventa antiguos parlamentarios para que suscribieran el manifiesto a los electores demócratas, publicado el 2 de febrero de 1879. El texto reflejaba el ideario castelarino sin variación23. Lo importante era la movilización, la constitución de comités electorales y la propaganda. En la prensa posibilista se notó el llamamiento, lo que aceleró la actividad de las direcciones locales del partido. El objetivo era «la democracia», lo que suponía una redefinición estratégica para evitar el término «republicano», que aún tenía connotaciones negativas por el recuerdo de 1873. Además, con esa denominación Castelar intentaba atribuirse la herencia del Partido Demócrata fundado en 1849, al que tildaba con las más altos parabienes de prudencia y actividad propagandística, equiparable, a su entender, a la trayectoria del republicanismo francés que entre 1870 y 1879 representaba Gambetta24. Morayta, hombre de su confianza, publicó entonces El libro del posibilismo (1879), que venía a ser la historia del Partido Demócrata vinculada al castelarismo. La democracia era básicamente el reconocimiento y garantía de los derechos individuales –sobre todo, el sufragio universal masculino–, la separación de la Iglesia y el Estado en todos los ámbitos –en concreto el educativo–, una reforma de los impuestos que liberara a las clases medias y bajas, y la formación democrática de las instituciones. Por otro lado, ese parangón con el Partido Demócrata era útil para incluir su política en la tradición partidista: propaganda para la educación democrática del pueblo, participación electoral y parlamentaria como alternativa preferible a la revolución, y alianza con partidos progresivos afines. De esta manera, los seguidores de Castelar se denominaron también «demócratas históricos» a partir de aquel año. La estrategia se completó con la alianza con los partidos afines; en concreto el constitucional de Sagasta y el democrático de Martos. Hubo quien 23.  El Globo, 2 de febrero de 1879. 24.  «Carta de Castelar», El Globo,5 9 de enero de 1879.

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reclamó la unión con otros republicanos, como José de Carvajal, al que siguió inicialmente Pedro Rodríguez de la Borbolla. La colaboración con los monárquicos, cerrada el 1 de marzo, consistió en el apoyo a la candidatura del que tuviera más posibilidades de salir elegido en la circunscripción. La salvedad fue Madrid, donde, a pesar de que decidieron inicialmente no colaborar, al final pactaron una candidatura. Castelar contó para este acuerdo con Abarzuza, que comenzó a ser su hombre de más confianza, y con Martín de Olías, director de El Globo, imprescindible órgano de propaganda. La Retrato de Emilio Castelar, publicado por el periódico identificación de la persona con el satírico El Motín, 1883. proyecto y el partido era completa. En un artículo de fondo de El Globo, y que luego se reprodujo en la prensa afín, así se decía: «La voz del señor Castelar difundió y popularizó lo que es ya nuestro dogma»25. La definición del partido ya estaba completa: líder, ideario, estructura, prensa, objetivos y estrategia. Así lo certificó Castelar en su discurso de Alcira, pronunciado el 2 de octubre de 1880. La democracia, dijo, no se establecería en España si los demócratas no mostraban respeto a la ley y al orden; sólo así se podrían reivindicar los derechos individuales y el sufragio universal. Rechazó la idea revolucionaria y la federal, y proclamó la necesidad de la conciliación y el carácter gubernamental. Terminó abogando la colaboración con fusionistas y demócratas de Martos para llevar la democracia a la Monarquía.

25.  El Globo, 18 de abril de 1879.

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Revolución versus fidelidad al líder Los fracasos de los pronunciamientos republicanos de 1883 y 1886 dieron fuerza y razón al posibilismo. Castelar censuró a los revolucionarios para atraer a los republicanos frustrados y convencer a los liberales monárquicos de la verdad de su reformismo. Las libertades constitucionales bastaban, en su opinión, para restaurar el sufragio universal, e impulsar los «necesarios progresos»; esto es, la práctica democrática como antesala de una demanda popular de República. Es más; en la contestación al discurso de la Corona de 1884, juró «ante Dios, ante mi país, ante la conciencia, ante la historia, no recoger el gobierno de los cuarteles». Esto cerraba el paso a los posibilistas en una República impuesta por la violencia26. Las elecciones de 1884 fueron una prueba de fidelidad al líder posibilista. El gobierno de Cánovas prohibió las reuniones en conmemoración de la República de 1873, y La Época y la prensa conservadora iniciaron una campaña contra Castelar y Manuel Camo, el jefe posibilista de Huesca, distrito por el que era diputado el líder del posibilismo. Los seguidores arroparon a Castelar, en un claro papel victimista, con cartas de adhesión de los jefes locales y de los comités de redacción de la prensa del partido, con la convocatoria de homenajes a su persona, y con envío de tarjetas y ramos de flores a su domicilio. Los periódicos posibilistas hablaron más que nunca de corrupción electoral; «habrá contra nosotros –se leía en El Globo–, vuelcos de puchero y resurrecciones de Lázaro». La represión gubernamental sirvió para que los posibilistas cerraran filas en torno a su líder, identificándose aún más con su imagen de representante de la política virtuosa. Luego, el resultado electoral fue un desastre: tan sólo salieron elegidos Castelar (Huesca), Gil Berges (Zaragoza) y Celleruelo (Oviedo). La muerte de Alfonso XII colocó al posibilismo en una situación complicada. Parecía que una Regencia débil permitiría la caída de la Monarquía

26. E.  Castelar, «La insurrección de Badajoz», Historia del año 1883, Madrid, 1884, pp. 333-338; «La opinión de Castelar sobre los últimos sucesos», El Globo, 10 de octubre de 1883. J. Vilches, «Castelar y la tradición revolucionaria republicana», en G. Sánchez Recio (coord.), Castelar y su tiempo, actas del congreso celebrado en Petrer, Petrer [Alicante], Ayuntamiento de Petrer, 2001, pp. 43-53. 

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y la formación de la República, y que todo pasaba por la unión de los republicanos. El debate en los comités posibilistas de provincias se saldó con divisiones. Castelar fue incapaz de mantener el ansia de muchos de sus seguidores que veían en la unión republicana un atajo. Por primera vez se puso en cuestión el proyecto castelarino. El acoso de los zorrillistas fue incesante. Se presentaban en las reuniones posibilistas haciendo llamamientos a la unión, y su prensa era capaz de crear mayores esperanzas inmediatas que la posibilista. Ruiz Zorrilla escribió al entorno de Castelar para que le convenciera de que entrara en la Unión Republicana. Pero Castelar se mantuvo firme en el «dichoso asunto de la coalición estrecha con los locos de Salmerón y de Pi»27. Intentó sortear las dificultades ofreciendo tardíamente un programa que pudiera servir de unión, a sabiendas de que federales y republicanos progresistas lo iban a rechazar28. Era un modo de mostrar las diferencias ideológicas entre los tres grandes grupos republicanos. Este fue el sentido del texto que publicó en El Globo el 23 de marzo: «no importa sumar los republicanos, que al fin constituyen, digan cuanto quieran los ilusos, una minoría en España; importa, sobre todo, persuadir a los más, sin cuyo concurso nuestra forma de sociedad y Estado no puede realizarse». A esto se sumó otra complicación para los posibilistas: la imposibilidad de pacto electoral con los liberales de Sagasta, que habían formado gobierno29. La junta directiva posibilista asumió que trabajaría en solitario para las elecciones, y presentó quince candidatos. La consecución del objetivo del Partido Posibilista ya había parecido posible en 1883, cuando el gobierno de la Izquierda Dinástica anunció que plantearía el sufragio universal. El posibilismo publicó un manifiesto asegurando que se mantendrían expectantes al restablecimiento de la «base política

27.  Carta de Emilio Castelar a Adolfo Calzado, Madrid, 15 de marzo de 1886, en Correspondencia..., op. cit., p. 193. 28.  Su propuesta era defender la República conservadora, la soberanía nacional, el sufragio universal, la libertad de cultos con Iglesia privilegiada y clero pagado por el Tesoro, el ejército con la pena de muerte, y diez años de República sin ninguna clase de reformas trascendentales. A. Pirala, España y la Regencia: anales de diez y seis años (1885-1902), Madrid, Lib. de Victoriano Suárez, 1904; I, pp. 60-65. 29.  C. Dardé, «Las elecciones de diputados de 1886», en La aceptación del adversario: política y políticos de la Restauración, 1875-1900, Madrid, Biblioteca Nueva, 2003, pp. 144-179.

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de la revolución de setiembre», y una vez aprobado, propondrían la disolución y convocatoria de Cortes. Era política «evolucionista» para llegar a la República con la ley, la práctica democrática y la propaganda. De esta guisa, cuando el gobierno Sagasta anunció en las Cortes, el 10 de mayo de 1886, el planteamiento del sufragio universal y del juicio por jurados, la satisfacción de Castelar y de la dirección posibilista fue inmensa. Dos días antes, Castelar se reunió con sus diputados y senadores y acordó la benevolencia hacia el gobierno Sagasta. El posibilismo quiso mostrar la utilidad de su estrategia y objetivos. Así, tras un discurso de Salmerón en el Congreso, Castelar contestó con ironía que era hora de salir del «ciclo inmenso de una idealidad infinita»: había que ser práctico y practicar la «benevolencia» con el gobierno. De todos modos, los ánimos republicanos estaban muy alterados, y el republicanismo progresista y el federal ya urdían un pronunciamiento. El éxito relativo de la Unión Republicana mantuvo a los seguidores de Castelar en un dilema, entre el abandono y el acto de fe con los consejos del líder. La cuestión se zanjó con el fracaso (y esperpento) del pronunciamiento fallido del general Villacampa en septiembre de 1886. El gobierno Sagasta se comprometió a la presentación de proyectos de ley de sufragio universal, juicio por jurados y asociaciones. Castelar había asegurado a Sagasta que con la democracia se acabarían las insurrecciones y que los posibilistas engrosarían las filas de su partido. Los objetivos se fueron cumpliendo: Ley de asociaciones (1887), del jurado (1888) y del sufragio universal (1890). Castelar no participó en ninguno de los debates. Consideró que su arma de persuasión, la oratoria, no era necesaria; ya no se trataba de convencer a sus seguidores, ahora los hechos, a su entender, le daban la razón. Los electores posibilistas veían que su líder cumplía su proyecto, que su estrategia era útil. Además, el republicanismo no posibilista había sufrido cierto colapso con el fracaso del pronunciamiento de 1886 y la disolución del Partido Republicano Progresista, así como la limitación del federalismo al ámbito catalán30.

30.  A este respecto, véase C. Dardé, «La larga noche de la Restauración, 1875-1900» en N. Townson (ed.), El republicanismo en España (1830-1977), Madrid, Alianza, 1994, pp. 113135; M. Suárez Cortina, «Entre la barricada y el Parlamento: la cultura republicana en la Restauración», en M. Suárez Cortina (ed.), La cultura española en la Restauración. I Encuen-

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La renuncia a la oratoria parlamentaria como consecuencia de su estrategia «benevolente», la compensó con una mayor presencia en la prensa y en los comités posibilistas para mantener la lealtad de los seguidores. Publicó en El Globo y El Liberal en 1887 y 1888 en un tono directo y conciso alejado de su retórica habitual. Maisonnave –propietario de El Globo desde 1885– y Moreno Rodríguez –nuevo director– publicaron las entrevistas que Castelar concedía a medios extranjeros y artículos publicados en otras revistas. Esto lo completó con la habitual gira por España, pronunciando discursos en los comités provinciales y locales. Castelar se empeñaba en mostrar las reformas democráticas como victorias posibilistas, y que el haberlas hecho dentro de la Monarquía no suponía el dejar de ser republicano31. La labor de concienciación de sus seguidores fue entonces mayor que nunca, porque el cumplimiento del objetivo del partido –la democratización de la Monarquía– dependía de que los posibilistas de provincias no se unieran a los republicanos revolucionarios, y de que se pasaran mayoritariamente al Partido Liberal. A mediados de enero de 1891, Castelar publicó un manifiesto electoral a los posibilistas madrileños en el que daba libertad a los comités locales a pactar con liberales y republicanos en función de las circunstancias. En realidad, la orden la había dado ya en noviembre de 1890: «ahora podemos votar a los republicanos rojos» con dos condiciones: que aquellos no se sumaran a los conservadores, y que auxiliaran a los posibilistas32. Siguiendo las directrices del líder, en Zaragoza, Huesca y Lérida, y en otros lugares, los

tro de Historia de la Restauración, Santander, Sociedad Menéndez Pelayo, 1999, pp. 499-523; Á. Duartey y P. Gabriel, «¿Una sola cultura política y republicana ochocentista en España», Ayer, núm. 39, 2000, pp. 11-34; P. Gabriel, «Republicanismos y federalismo en la España del siglo xix. El federalismo catalán», Historia y Política, 6, 2001, pp. 31-55; y J. de Diego, Imaginar la República. La cultura política del republicanismo español, 1876-1908, Madrid, CEPC, 2008. 31.  E. Castelar, «Verdadero sentido de las reformas políticas», El Globo, 25 de mayo de 1887; y «El programa liberal español», El Globo, 18 de septiembre de 1888.  32.  Emilio Castelar a Dámaso Barrenengoa, Madrid, 10 de noviembre de 1890. Biblioteca Nacional, Sección manuscritos, mss. 22504 (135). Una comparación con sus homólogos europeos respecto al sufragio universal la he hecho en «Los republicanos españoles ante el sufragio universal (1890-1910). Un comparación con Italia, Portugal y Francia, en F. del Rey y M. García Sebastiani (coords.), Los desafíos de la libertad: transformación y crisis del liberalismo en Europa y América Latina, Madrid, Biblioteca Nueva, 2008, pp. 285-302.

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posibilistas pactaron con los liberales; y en Sevilla, Madrid y Valladolid, entre otros, habían hecho lo propio con las fracciones republicanas. Los posibilistas madrileños pactaron con los federales y los centralistas de Salmerón los seis nombres de la lista: Ángel Pulido y Federico Ortiz (posibilistas), Salmerón y Palanca (centralistas) y Pi y Margall y Nicolás Estévanez (federales). Los posibilistas de Barcelona pactaron con los zorrillistas y los federales, y presentaron en la misma lista a Castelar, Pi y Margall, y Ruiz Zorrilla. Castelar amoldó su discurso a la situación abandonando sus principios ideológicos por el simple interés electoral –«basta poseer un escrupulillo de táctica», dijo en aquel manifiesto de enero de 1891–. Castelar se veía pidiendo el voto para Pi y Margall, y acompañado en la misma lista por Ruiz Zorrilla. Las dificultades de Sagasta para formar gobierno a finales de 1892, le llevó a proponer a Castelar la entrada de dos de sus hombres en el Gabinete; en concreto, Abarzuza y Almagro. Convocadas las elecciones para marzo de 1893, Castelar volvió a cambiar la estrategia de su partido: ahora había que rechazar la Unión Republicana, y fiar todo a las maniobras del ministerio de la Gobernación. Los objetivos y la estrategia del Partido Posibilista desde su creación en 1879 no contemplaban la creación de una organización adaptada al sufragio universal, sino que seguían funcionando igual que durante el censitario. La gran preocupación de Castelar, entonces, no fue la movilización general de los suyos, sino el mantenimiento de los encasillados. El encasillamiento le funcionó, pero no en todas las circunscripciones. En Barcelona, por ejemplo, Castelar no consiguió convencer a sus seguidores de que votaran a Miguel Morayta. El resultado fue bueno: catorce diputados.

No tan obedientes en la disolución A principios de mayo de 1891, El Imparcial anunció que Castelar se iba de la política y ponía fin a su partido. La reacción de muchos de sus seguidores fue la incredulidad: Castelar seguiría al frente del posibilismo, y un par de sus parlamentarios entrarían en un gobierno liberal. En seguida se dio cuenta Castelar de que no se le había entendido. Y en una entrevista en La Época, aconsejó a sus seguidores «que se conformen con las instituciones vigentes y que ingresen en el partido liberal» actuando con una «disciplina sin ejemplo». Él no iba a hacerlo porque «no puedo dejar de ser lo que siempre he sido», 144

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un republicano de «historia y conciencia». Esto fue un quebranto para un republicanismo fundado en parte en el mantenimiento inquebrantable de los principios políticos, origen de la virtud cívica. Una parte de los posibilistas vio en la marcha del líder la imposibilidad de que se llegara a la República por la vía legal. Morayta asumió la defensa de un posibilismo sin Castelar, usando para ello las páginas del diario barcelonés La Publicidad 33. «Los posibilistas fueron, son y serán republicanos», escribió Morayta, aunque fueran «ministerialísimos». José de Carvajal abandonó definitivamente el proyecto castelarino y fundó su propio partido. Castelar se reunió con los «disidentes» para pedir disciplina, pero fue inútil. Los únicos que permanecieron fieles fueron los parlamentarios. El Globo abandonó a Castelar, y se convirtió en el portavoz de los escasos seguidores de Morayta, que comenzó a prodigarse en prensa diciendo que la «desaparición del partido posibilista coincide con la desaparición de Castelar de la escena política. Hoy día mi jefe soy yo: no reconozco otro»34. Desobedeciendo al antiguo líder, la Junta Republicana histórica de Madrid, presidida por Morayta, convocó una asamblea nacional posibilista para diciembre de 1893. La rebeldía contra la decisión de Castelar pareció amplia en provincias: respondieron al llamamiento de Morayta los comités de Albacete, Barcelona, Gerona, Logroño, Cádiz, Vitoria, La Coruña, Valencia, Salamanca, Orense, Murcia, Córdoba, Tarragona y Madrid35. Pero la asamblea, celebrada con intención el 11 de febrero de 1894, no tuvo el éxito que esperaba: apenas cien personas, con el apoyo de dieciséis periódicos, entre ellos los importantes El Globo y La Publicidad, y ninguna decisión de calado. La situación era complicada porque al tiempo que se repudiaba el último paso de Castelar, la estrategia y los principios seguían siendo los marcados antaño por el líder: evolucionismo y colaboración con los liberales para llegar a la República36. 33.  J. Vilches, «Prólogo» a M. Morayta, Las constituyentes de la República española, Pamplona, Urgoiti, 2012, pp. lxxv-lxxxii. 34.  El País, 7 de agosto de 1893. 35.  El País, 19 de diciembre de 1893. 36.  «El 11 de febrero. Los posibilistas», El Día, 12 de febrero de 1894; «Republicanos posibilistas», El País, 13 de febrero de 1894; «Los posibilistas», El Heraldo de Madrid, 25 de marzo de 1894; «Banquete posibilista», La Publicidad, 12 de febrero de 1894.

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Morayta y sus posibilistas no ofrecían nada nuevo –«Somos los que fuimos, y seremos lo que somos», se leía en la circular de la convocatoria de la asamblea–, pero sin el líder, sin Castelar, y en otra circunstancia para la Monarquía y la vida política y social del país. La Junta de Morayta convocó otra asamblea para abril de 1894. La deserción era gota a gota, especialmente por la percepción de que el tiempo del posibilismo había pasado. La asamblea dictó que no había necesidad de «hacer programa político alguno», lo que demostraba que sin Castelar no había nada. Decidieron presentarse a las elecciones municipales y provinciales de mayo de 1895 con el nombre de Partido Republicano Histórico. Los comités posibilistas se fueron disolviendo. Morayta publicó una serie de artículos en El Globo para evitar la desbandada, pero fue inútil. Unos siguieron la indicación de Castelar y marcharon con Abarzuza al Partido Liberal, y el resto se dividió entre los republicanos progresistas, los centralistas, los unionistas de Carvajal y los posibilistas de Morayta. El debate en cada localidad giró en torno a la obediencia a la decisión del líder. Rodríguez de la Borbolla, director del castelarismo sevillano, criticó a Morayta en el periódico El Posibilista, no por equivocarse política o ideológicamente, sino por haber desobedecido al líder del partido. Castelar intervino a petición del grupo de parlamentarios, con una carta que publicaron muchos periódicos. El tono era duro. Afirmaba que el partido había trabajado durante veinte años por la democracia y había logrado sus objetivos. Era hora de adherirse a los liberales monárquicos. Continuar aferrado al republicanismo, decía, era no haber aprendido «nada desde el año 73 hasta hoy». Había que dejarse de «tonterías» y no trabajar «por milagros, ni por quiromancias, ni por astrologías, ni por alquimias, ni mesianismos»37. Tras la publicación de esta carta, José Celleruelo certificó el paso al partido de Sagasta en un discurso en el Congreso, el 10 de abril de 1894. Morayta sólo acertó a contestar, en una carta en La Publicidad, que persistía en «ser tonto, o sea en creer en las tonterías que el Sr. Castelar me enseñó». El abandono del líder deshizo lo que quedaba de posibilismo, y Morayta y los suyos, ciertamente un grupúsculo, encaminaron sus pasos hacia la unión republicana. 37.  «La carta del Sr. Castelar», La Iberia, 10 de abril de 1894.

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Conclusión El modelo de liderazgo de Emilio Castelar fue transformacional. Mantuvo un fuerte compromiso con sus seguidores, ya que el partido y la estructura provincial que creó estaban al servicio de su persona y su proyecto. Conservó el contacto con los principales líderes locales a través de correspondencia personal –como Camo, Maisonnave y Rodríguez de la Borbolla–, y con sus seguidores mediante viajes a provincias para pronunciar discursos –su gran atractivo–, los artículos publicados en prensa –diversificaba la publicación para dar imagen de personaje influyente–, y sus numerosos libros. Enseguida se interesó por la creación de órganos de prensa, centrados en dar la interpretación posibilista de la política local y nacional, identificando al líder con su proyecto y un modo de comportamiento. Los seguidores aceptaron el doble lenguaje en la estrategia electoral de Castelar, consistente en permitir las alianzas provinciales y locales con los republicanos, pero negarlas para los comicios a Cortes. Esto también respondió a la necesidad de satisfacer los intereses de los notables locales. Castelar reunió un grupo de confianza en las Cortes del Sexenio, especialmente en las constituyentes de 1873. Los hizo ministros durante su República, y le acompañaron en gran medida durante su trayecto político en la Restauración. Cuidó siempre de la situación de ese grupo, y las negociaciones para conseguir acta de diputado o senador desde 1879 fueron encaminadas a lograr su presencia en las Cortes. En la disolución del Partido Posibilista se tuvo muy en cuenta la situación en la que quedaban los más fieles del círculo de confianza de Castelar, para que certificaran el paso al Partido Liberal de Sagasta consiguiendo un ministerio. Castelar construyó una idea de República que venía a ser un modelo de sociedad guiado por el sufragio universal masculino, los derechos individuales, el liberalismo económico, la reducción del gasto público, el orden burgués –lo que suponía una disposición ante la cuestión social favorable al asociacionismo obrero y a la negociación colectiva, y contraria al socialismo–, el laicismo –especialmente en lo referido a la educación–, y los típicos valores morales del republicanismo: el patriotismo liberal, la virtud cívica, y la moralidad pública y privada. Este modelo de sociedad se tradujo en una serie de objetivos prácticos que guiaron su actividad política, y que, una vez cumplidos en 1890, justificaron su desaparición tres años después. Los objetivos prácticos eran el sufragio 147

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universal, el juicio por jurados y el derecho de asociación, lo que venía a ser en su opinión la democratización de la Monarquía. El conflicto que surgió con la disolución del posibilismo se debió a que una parte del partido consideró que el logro de los objetivos prácticos era la antesala de la consecución del objetivo último, la República.

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