El papel del lenguaje en la Fenomenología

October 11, 2017 | Autor: E. Rodriguez | Categoría: Hegel, Filosofía
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Descripción

Efren ROdríguez
2

Universidad Nacional de Colombia
FCH – Departamento de filosofía
SFM Hegel
Profesor: Luis Eduardo Gama
Efren Yamid Rodríguez Gómez
El papel del lenguaje en la fenomenología.

"El yo que se expresa es escuchado."
Hegel, Fenomenología del espíritu

En el presente escrito se buscará dar cuenta del papel que juega el lenguaje en la fenomenología, esto teniendo en cuenta que implícita o explícitamente es un tema transversal en toda la obra. Es por ello que se intentará dar razón de la importancia que tiene el lenguaje en el transcurso de la construcción y el desarrollo del espíritu, y cuál es su aporte en la llegada al absoluto; así que se hará un seguimiento general, haciendo énfasis en los capítulos en los que Hegel resalta de forma más explícita su importancia (la cultura y la Gewissen).
Para lo anterior, es necesario aclarar que el espacio donde se genera el mundo social, es el lenguaje, porque es en el lenguaje donde se crean y se transfiguran los hechos sociales, y será por ello que podamos afirmar que el espíritu es lenguaje, porque la pertenencia más íntima e inmediata en algo es este. Esto se traduce en que, por tener una lengua común, se forma un pueblo, ya que el lenguaje es la relación de la conciencia consigo mismo, como con los demás.
Empezaré así por exponer teóricamente la formación del lenguaje, separándome en principio del desarrollo que se da en la obra, con el fin de entender la estructura en la que se presenta éste. Partiremos por afirmar que para Hegel, el lenguaje ocupa un lugar fundamental. Durante el transcurso de los distintos estadios que recorrió la conciencia, a ésta se le enfrentaba un algo al que se le denominaba "objeto", el cual era siempre concreto y sensible. A medida que la conciencia logra transformar dicho objeto, asignándole así una significación, implica que éste ahora tenga un contenido ideal y representativo. Esto tiene como consecuencia que dicho objeto -que era examinado o tratado por la conciencia natural, y que era percibido o tratado como externo y por ende totalmente distinto a él-, ahora pasa a asimilársele desde un tipo de subjetividad.
Aun así, esta subjetivación puede jugarse en dos modos: por un lado tal objeto puede tener un significado determinado singular, o bien puede ser también universal. Aún si fuese singular, sería necesaria solo una redefinición de dicho signo para que éste pueda transfigurarse en una significación universal. Entonces, es la relación del objeto representado con un determinado signo, formando una unidad, lo que hará que ese signo (dotado de significación) se convierta en lingüístico, formando así la palabra. Luego, el lenguaje, entendiéndolo como aquello que usamos para hacer un tipo de representación del objeto, es así la mediación entre la singularidad de su significado y la posibilidad de universalidad en la identidad del contenido del significado
Es por ello que gracias al lenguaje, la conciencia natural –el espíritu humano- logra trascender la barrera de lo singular y lo universal, porque éste (el lenguaje) supera la contraposición que mantiene la conciencia con el mundo, es decir, ese constante enfrentamiento de la conciencia con la realidad (como fue expuesto notoriamente en la conciencia, autoconciencia y la razón) para permitirle comprender que contiene en ella misma el mundo, dando paso al espíritu, debido a que, como lo dijimos anteriormente, el espíritu es lenguaje.
Pero miremos ahora un poco más el cómo se da la producción y comprensión del sentido en la comunicabilidad intersubjetiva. Recordemos que el lenguaje -en el transcurso de la fenomenología- es el contenido de la conciencia, y es aquello que le da existencia como un ser para sí y para otros, una autoconciencia que es capaz de comunicarse con otras autoconciencias, en otras palabras, es aquello que arma la estructura de la conciencia como un en sí, que en el espíritu, utiliza la "fuerza del hablar" como método que le permite reconocer a las otras autoconciencias y de paso, ser reconocida por las mismas, ya que el uso de la violencia (como en la dialéctica del amor y el esclavo) demostró que necesita de autoconciencias iguales a sí, y no sumisas, para poder ser reconocida; la forma en que tal reconocimiento es posible, es en el hablar, donde se comprende que hay un yo y un nosotros, que la conciencia es un ser social. En palabras de Hegel: "la fuerza del hablar como tal, es la que lleva a cabo lo que hay que llevar a cabo. Pues el lenguaje es el ser allí del puro sí mismo, como sí mismo; en él entra en la existencia la singularidad que es para sí de la autoconciencia como tal, de tal modo que es para otros." (Hegel, 300.) En conclusión, podemos decir que el lenguaje tiene una doble función: por una parte vimos cómo tiene la capacidad de integrar al sujeto con el objeto, y ahora vemos que además hace que el individuo tome una postura tanto con respecto a sí mismo, como con los demás o con el mundo.
Esto sólo se dará en el "espíritu", en tanto que en él se hace efectivo que una autoconciencia sea para otro igualmente autoconciencia, que se determinan de diferente manera. Allí hay una conciencia que se expresa, y por tanto se presenta frente a otra autoconciencia, también condicionada (Aunque no de la misma manera).
Esto lo podemos exponer más explícitamente en la primera estación del espíritu, en el espíritu verdadero, la eticidad griega. En esta se hace presente por primera vez el espíritu, comprendido como la relación entre autoconciencia y mundo, singularidad y universal, los cuales están metidos en una racionalidad y recibirá el nombre de "Eticidad", comprendida como la comunidad que se desdobla; en esta, el lado esencial del sujeto está en el pertenecer al pueblo, en recrear las tradiciones en las que se encuentra. Mientras que en la razón se tejía desde ella el tejido racional que abarca la realidad, en el espíritu hay primero el tejido de la realidad, un espacio de sentido que ya cobija todo. La razón es espíritu en cuanto lo que antes era un proyecto, ahora es realidad. En otras palabras, el individuo descubrió al fin que tiene mundo. En la Sittlichkeit la inmediatez se rompe en tanto el sujeto actúa, mostrando el singular del mundo y el universal de la acción, haciendo una división entre lo que Hegel denomina: ley humana y ley divina, que recaen en el hombre y la mujer (ley divina).
Pero como en todo estadio de la fenomenología, hay una crisis y una experiencia de la eticidad en la medida en que la acción individual entra en tensión con la acción ética. Es decir, la ley divina y la ley humana se encuentran en armonía en tanto se encargan de salvaguardar los desafueros, mientras que aún no se conciba una acción humana en tanto singular. Entonces, la conciencia ética es carácter en tanto hay una compenetración de la acción del individuo con su ley, una acción que no está mediada por justificaciones y que alinea al individuo con una de esas dos leyes. Es por la inmediatez de la decisión del sujeto que encuentra una realidad que se le contrapone, una ley que no reconoce, haciéndolo enfrentarse a la misma. Pero no nos interesa entrar en exceso de detalles, así que pasemos al momento del conflicto de esta figura, para que nos permita dar paso a la estación en que se trabaja más a profundidad el lenguaje: la cultura. El conflicto de la eticidad radica en que en las dinámicas de las leyes influyen factores naturales y contingentes (como el hecho de ser hombre o mujer), de tal manera que la eticidad griega es espíritu, pero es tan inmediata (no pensada ni reflexiva), está tan ligada aún a la naturaleza, que al pretender asimilar lo natural no lo elimina, y rompe desde adentro su eticidad. Se dará paso al derecho romano, donde ya no priman las diferencias naturales, y por ende, no se puede quedar (por circunstancias naturales) fuera de la universalidad, superando así las divisiones de las leyes griegas. Existe allí leyes maleables, porque pueden reformularse al no ser dependiente su contenido de la contingencia. Pero es esa multiplicidad de leyes es lo que trae el caos, y hará que todos le den el poder a un solo sujeto (el emperador) que es igualmente contingente y traerá la destrucción del imperio, por falta de substancialidad de su ley.
Si bien no se hace mención explícita del lenguaje en la eticidad griega, si vemos una tajante diferencia con la razón, en la medida en que aquí ya las autoconciencias "conviven" y comparten un lenguaje, una historia. Entonces, una vez que se ha comprendido cómo el espíritu y el lenguaje son necesarios, ya que son fenómenos que permiten la evolución social, se podrá entender la ruptura de la conciencia en el espíritu, que al entrar en conflicto se ve como un espíritu extrañado de sí, y el lenguaje será la mediación de tal extrañamiento, y por ende, será la mediación de la cultura, debido a que el lenguaje sólo surge como intermediario entre autoconciencias.
Volvamos un poco para poder ser más específicos. Hegel inicia la Fenomenología con una conciencia entendida únicamente como "Certeza sensible", que solo busca aprehender y que no tiene ningún tipo de cálculo. Pero luego de demostrar la experiencia que ésta recorre, se hace alusión a la "naturaleza divina" del hablar, del comunicarse, con la que no cuenta la certeza sensible y por lo cual ésta no puede siquiera expresarse, porque es muda, carente de palabras, y si no puede expresarse ni comunicarse, no puede entrar en la filosofía; allí se ve la primera entrada del lenguaje como extrañamiento, como una falta de esencialidad.
En el mundo del espíritu extrañado de si: la cultura, el individuo venía de la concepción del derecho romano, es decir, se veía como un ser in-esencial, está extrañado de sí mismo, y por ello va a buscar su esencia, reconciliarse con la universalidad. Esta reconciliación se da en una renuncia a lo contingente, en una enajenación. El paso de lo romano a la cultura se explica de la siguiente manera: el individuo, en el mundo feudal, se quedaba en una abstracción que no definía su ser, no se reconocía en su propiedad; el lado universal era tomado solo en su forma, sin sustancia. El individuo es una persona más a la que se le atribuyen derecho y por ende no había espíritu como tal. Y vendrá así una experiencia que se da mediante la experiencia de otra autoconciencia, haciendo que se "forme" la conciencia natural. Entonces la conciencia se extraña en la relación a su "auto-concepto" inmediato, y tal enajenación sólo sucede en el lenguaje.
Ahora aquí en la cultura, lo universal no es una realidad constituida, la realidad solo se da en tanto el individuo se halle extraño de sí mismo, en tanto sea consciente de su enajenación. La cultura como proceso de formación del individuo, es un intento por individualizarse, donde el individuo trata de superar su extrañamiento. Tal extrañamiento es representado en pensamientos de lo bueno y lo malo. En el mundo medieval, por esto, se fueron estableciendo concepciones de lo bueno y lo malo, y también se da un orden institucionalizado en que se concebía como bueno el poder del estado y como malo la riqueza, demostrando Hegel que estas determinaciones son relativas. Hay entonces dos tipos de conciencia: la conciencia noble que se comporta positivamente ante ambos, reconocer el poder del estado y ve la riqueza como natural, y la conciencia vil, que no reconoce al estado, porque lo ve como opresor y la riqueza lo atormenta. La conciencia noble está en igualdad con la realidad; se subyuga al poder del estado y cree que por la formación puede ordenar el mundo social.
En el consejo se da su versión del ver universal y será el primer intento por realizar la configuración desde ella misma. Visto desde la experiencia del consejo, no se logra la materialización de un poder de gobierno (experiencia), aún no se configura un estado, porque lo que hay son puros juegos de puntos de vista. Es entonces cuando se ve el papel explícito del lenguaje. En él, lo importante no es tanto lo que se dice, sino el cómo se dice; ahora también es considerada la forma. Debido a que la realidad social se constituye básicamente a través del lenguaje, hay ahora una experiencia con el lenguaje, porque es el medio en el cual va a tener propiamente lugar el espíritu (Aparece un eslabón entre naturaleza y cultura). El lenguaje es un reflejo de sí mismo, puesto en evidencia ante los demás, y es este, el lenguaje, el que revela al individuo en su más pura esencia. Dar nombre propio al rey (como lo hacen los nobles) es crear al rey, y será esto lo que desemboca en el halago. El lenguaje es un fenómeno del nosotros, no tiene sentido si no hay quien escuche, ya que, en el solo hecho del lenguaje, ya hemos salido de nuestra particularidad y tenemos una conciencia universal. Luego vendrá la conciencia desgarrada, aquella que se da cuenta de la banalidad, el proceso de extrañamiento es vaciar y purgar para llegar a una conciencia sin contenido ni tradición.
De la anterior exposición acerca de la cultura se nos permite afirmar que en el extrañamiento el lenguaje produce enajenación, pero posteriormente será también el causante de la conciliación. Así mismo, el lenguaje permitirá conocer el mundo de la cultura, de la formación o del extrañamiento y cómo el lenguaje es la existencia del puro sí mismo que se sabe como tal.
En este lenguaje de la cultura, la conciencia ve el lenguaje del noble, del poder del estado, y se constituye el lenguaje del halago desde un espíritu unilateral, para que se conciba en una especie de sometimiento, en el que la conciencia dé su yo al Estado y el poder real al yo. Es el lenguaje del desgarramiento, del darse la necesidad de superar el plano de la singularidad para concretar el espíritu de tal forma que se dé un sentido unitario y volver a la conciencia pura que se presenta como universalidad, el lenguaje propio del espíritu alienado.
De allí que podamos sostener que el papel del lenguaje en la Fenomenología cumple una doble cara: por una parte es el extrañamiento –como se mostró en el inicio de la obra con la certeza sensible-, pero por otra parte, es también la reconciliación de la conciencia con el mundo que le parecía extraño, ya que para darse tal reconciliación es necesaria la palabra y la comprensión del desgarramiento y la extrañeza del espíritu, así como es igualmente necesario el ser consiente del despliegue del lenguaje en la historia, y el estar inmersa en una tradición.
Podemos ver que a cada auto-comprensión de la conciencia, a cada estadio de su tránsito y reflexión, se corresponde un concepto del lenguaje; así, en el mundo griego, el lenguaje era la ley, como diría Josef Simon: ""Ley y mandato" sólo son posibles si un lenguaje está dado, el cual media las leyes o mandatos como tales. Tienen que estar presupuestas, como "dadas", las correspondientes estructuras asimétricas de las diferencias de conciencia a conciencia, para que el lenguaje de una conciencia pueda ser para la otra, de hecho, "ley y mandato"." (Simon, 1982). Pero, como propone Simon, si se piensa desde una realidad práctica, el lenguaje debería actuar como "consejo" (expuesto en la cultura) como un juego de puntos de vista, porque, a diferencia del mandato del estado, el consejo permite a la conciencia ser libre de seguirlo, y así puede comprender el mensaje desde su sí mismo, apropiándose de forma más íntima de él.
En la sección del espíritu cierto de sí mismo, más específicamente en la buena conciencia, en la Gewissen, vemos otra clara referencia al lenguaje. Allí se hablaba de una buena conciencia, cuyo deber puno no estaba en algo abstracto. Lo universal cae en saberse ella misma; es decir, la conciencia tiene la convicción de inmediato intuir lo que debe hacer en cada caso, y la inmediatez se da, pero no en igual forma que en el mundo Griego, sino que ahora la encuentra por su convicción. Es decir, hay dos conciencias, una conciencia actuante y una conciencia universal, a la que se le da el nombre de alma bella; esta última, al darse cuenta que al actuar se desfigura su convicción prefiere no actuar y quedarse en la pura contemplación, y será ésta la que juzgue a la conciencia que actúa. Esta alma bella, al no tener una perspectiva, insiste en ver solo lo malo de la conciencia actuante, falseando ella a su vez también la realidad, porque no hace valer al espíritu, y al emitir tales juicios es ella misma hipócrita. Al darse cuenta de ello, la conciencia actuante se confiesa, esperando que el alma bella lo perdone y lo reconozca, y que ella por su parte haga lo mismo.
Allí es donde el papel del lenguaje se hace más explícito, ya que la forma de darle realidad a la convicción es el lenguaje, y por ende, el reconocimiento solo puede darse en el lenguaje, un reconocimiento no de la acción sino de la convicción de ésta y de la conciencia que tiene dicha convicción. Es decir, el reconocimiento solo puede darse en el lenguaje, para expresar la convicción de la conciencia, y el juicio de la otra conciencia. Por ende, la realidad de la convicción está en expresarla.
Este espíritu del reconocimiento mutuo, de posiciones ajenas, no se puede comprender como un concebir la otredad en los puros conceptos del lenguaje, como condición asociativa universal, sino que se debe entender como un intuir mutuo de las posiciones en la singularidad, que no es comprensible en conceptos. Y será ese intuir mutuo lo que reciba el nombre de "espíritu absoluto", o en palabras de Hegel: "La palabra de la reconciliación es el espíritu que es allí que intuye el puro saber de sí mismo como esencia universal en su contrario, en el puro saber de sí como singularidad que es absolutamente en sí misma –un reconocimiento mutuo que es el espíritu absoluto." (Hegel, 391).

Otra forma de verlo es la que propone Eugenio Trías, donde dice: ""la verdadera unificación, el amor propiamente dicho, se da solo entre seres vivientes que igualan en poder y que, en consecuencia, son enteramente vivientes uno para el otro, sin que tengan aspectos recíprocamente muertos." Sustituyendo vivientes por sujetos espirituales autoconscientes, sustituyendo así mismo amor por saber absoluto, encontraríamos el mismo nivel de experiencia que en la Fenomenología corresponde a la figura en que concluye el espíritu, en que éste alcanza el saber absoluto (la figura del "lenguaje del perdón")." (Trías, 1981. 23).

A modo de conclusión podemos decir que la Fenomenología tiene la pretensión de ser la identificación de la conciencia y de su pensamiento a través del lenguaje, lo que le permitirá abrir campo a la lógica. El lenguaje, a pesar de hacer señalamientos y enunciaciones, no implica necesariamente una comprensión. Es por ello necesario establecer el momento de intersubjetividad. Así que como se dijo en la introducción, la sociedad se da por el lenguaje y así mismo la sociedad hace que el lenguaje (y el espíritu) crezca y se eleve a lo más alto, ya que en el lenguaje está la capacidad de dotar de sentido. El lenguaje es común, propiedad de la sociedad, del pueblo, que le permite apropiarse del sentido de su historia, apropiarse del saber del concepto extendido en el tiempo, la experiencia del saber absoluto desde la experiencia de la conciencia natural, y dicho lenguaje, es así mismo, propio de lo humano, y al convertir algo en lenguaje, nos apropiamos de ello, lo volvemos cultura y lo comprendemos, y por ende, el buscar el significado del lenguaje, es buscar el significado de la humanidad, lo cual requiere un ejercicio interpretativo y un dotar de significación.



Bibliografía

HEGEL, G.W.F (1966). Fenomenología del Espíritu. Trad. de Wenceslao Roces y Ricardo Guerra. Fondo de Cultura Económica. México D.F.
Simon, J. (1982). El problema del lenguaje en Hegel. Traducción de Agud, Ana. España: Taurus.
Trías, E. (1981). El lenguaje del perdón: un ensayo sobre Hegel. España: Anagrama.





EL PAPEL DEL LENGUAJE EN LA FENOMENOLOGÍA DEL ESPÍRITU

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