El papel de Rusia en Eurasia: ¿pragmatismo o eurasianismo?

July 6, 2017 | Autor: Javier Morales | Categoría: Russian Foreign Policy, Eurasianism, Neo-Eurasianism
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EL PAPEL DE RUSIA EN EURASIA: ¿PRAGMATISMO O EURASIANISMO? Javier Morales Hernández Universidad Carlos III de Madrid [email protected] Resumen: Este trabajo tiene como objetivo responder a la pregunta de en qué medida la política exterior de la Rusia postsoviética puede considerarse “eurasianista”, o por el contrario —como es nuestra hipótesis— se ha guiado en la práctica por consideraciones menos doctrinarias y con mayores dosis de pragmatismo. Para ello, comenzaremos analizando las características del eurasianismo como corriente de pensamiento, desde sus orígenes en las primeras décadas del siglo XX hasta su nuevo auge tras la disolución de la URSS; comparándolas posteriormente con el pensamiento oficial sobre la política exterior rusa vigente en las presidencias de Yeltsin y Putin. Javier Morales Hernández es Doctor en Ciencias Políticas e investigador postdoctoral en la Universidad Carlos III de Madrid. Sus principales líneas de investigación son las relaciones internacionales, la seguridad internacional y la política exterior y de seguridad de Rusia. Ha realizado estancias de investigación en el Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú (MGIMO), el Carnegie Moscow Center y la Universidad de Birmingham.

Rusia, Eurasia, eurasianismo, política exterior.

Introducción El debate sobre la identidad nacional de Rusia y su papel en el sistema internacional a partir de 1991 ha tenido como principales referentes externos —tanto positivos como negativos— a dos áreas geográficas: Occidente, entendiendo como tal a los países miembros del bloque capitalista durante la Guerra Fría, y el espacio postsoviético, que comprende los quince Estados surgidos de la disolución de la URSS. Esto ha llevado a algunos analistas a presentar la formulación de la política exterior rusa como una rivalidad entre occidentalistas o atlantistas, partidarios de convertir a Rusia en una democracia con relaciones de cooperación con EE.UU. y la UE, y neoimperialistas o eurasianistas, quienes tratarían de mantener el espacio postsoviético bajo el control de Moscú, como su área tradicional de influencia. Pese a que gracias a su simplicidad conceptual esta clasificación sigue gozando de una

difusión muy amplia en la opinión pública y algunos medios de comunicación, consideramos que ya no representa con exactitud las tendencias existentes en la Rusia actual. Aparte de un evidente etnocentrismo —según el cual los dirigentes rusos que no traten de integrar a su país en nuestra comunidad de Estados occidentales han de ser, por fuerza, nostálgicos del imperio zarista / soviético—, se trata también de un marco erróneo para interpretar la política exterior de Moscú, al presentar las relaciones ruso-occidentales como un “juego de suma cero” y obviar la existencia de intereses comunes en determinadas áreas. Con este trabajo pretendemos responder a la pregunta de en qué medida la política exterior de la Rusia postsoviética puede considerarse “eurasianista”, o por el contrario —como es nuestra hipótesis— se ha guiado en la práctica por consideraciones menos doctrinarias y con mayores dosis de pragmatismo. Para ello, comenzaremos analizando las características del eurasianismo como corriente de pensamiento, desde sus orígenes en las primeras décadas del siglo XX hasta su nuevo auge tras la disolución de la URSS; comparándolas posteriormente con el pensamiento oficial sobre la política exterior rusa vigente en las presidencias de Yeltsin y Putin.

1. ¿Qué es el eurasianismo? 1.1. Orígenes históricos El eurasianismo es una corriente intelectual que surge a partir de 1920 entre los intelectuales rusos emigrados tras la revolución bolchevique; su iniciador es el príncipe Nikolai Trubetskoi, catedrático de Filología Eslava en la Universidad de Viena. El punto de partida de estas ideas se encuentra medio siglo antes, en el paneslavismo de Nikolai Danilievski, quien se basaba en su formación como zoólogo para dividir la humanidad en “tipos culturales” o civilizaciones independientes y autosuficientes, similares a las especies animales. Con esto se justificaba la especificidad de la “cultura eslava” y el rechazo de cualquier influencia de la “cultura europea”; considerando, en última instancia, a los eslavos como una civilización superior, que debía unificarse en un mismo imperio bajo el dominio del zar1. No

obstante,

el

eurasianismo

presenta

importantes

diferencias

respecto

del

paneslavismo. La primera y más evidente es que Rusia ya no se considera parte de una civilización eslava, sino de un espacio más amplio: Eurasia, que incorporaría 1

Utechin, 1964: 86, 256.

elementos europeos y asiáticos, pero transformándolos, dando lugar a una síntesis distinta de ambos. La influencia europea como tal, así como los proyectos de europeizar Rusia como el de Pedro el Grande, son considerados abiertamente perniciosos, por lo que habría que desprenderse de ellos. Esta preocupación por reafirmar las diferencias respecto de Europa llevará a eurasianistas como Vsevolod Ivanov a enfatizar la influencia asiática en la cultura rusa2. Eurasia sería así, desde un punto de vista geográfico, un continente separado tanto de Europa como de Asia, que —según Trubetskoi— incluiría a los rusos junto con pueblos ugro-fineses y túrquicos del Volga, Siberia y Asia Central. Esto coincide con el territorio del antiguo Imperio Ruso, dejando fuera sus regiones más occidentales y “europeas”,

como

Finlandia,

el

Báltico

o

Polonia.

Más

tarde,

otros

teóricos

eurasianistas como Piotr Savitski identificarán aproximadamente Eurasia con las fronteras de la URSS. No obstante, al contrario que los paneslavistas, Trubetskoi rechaza una restauración del imperio zarista, ya que considera que la civilización eurasiática es multicultural, por lo que los rusos no pueden atribuirse el papel de nación dominante. De esta forma, el eurasianismo se distancia inicialmente del nacionalismo ruso extremo, ya que lo consideran en cierto modo como una forma de “separatismo” respecto a Eurasia3. La progresiva consolidación del régimen soviético hace que se produzca una convergencia entre algunos sectores del eurasianismo y la doctrina oficial. Pese al rechazo de la ideología marxista-leninista por parte de los eurasianistas, varios de ellos apoyan el establecimiento de un régimen totalitario, considerándolo como el más apropiado para las características culturales de Rusia. Más adelante, la recuperación del nacionalismo iniciado con Stalin, y especialmente presente en el mandato de Leonid Brezhnev, incrementaría el apoyo de estos intelectuales a la URSS. Otro de los factores para este acercamiento es el discurso oficial de propaganda sobre la fraternidad entre las naciones constituyentes de la Unión —a diferencia de la “superioridad eslava” de los paneslavistas—, que coincide con la visión de los eurasianistas acerca de una civilización eurasiática común. Esto da lugar a escisiones como los “eurasianistas de izquierdas” liderados por Piotr Suvchinski, quienes asumen abiertamente las tesis del régimen soviético4.

2 Bassin, 2001: 1-3; Utechin, 1964: 256; Shlapentokh, 1997: 134. 3 Utechin, 1964: 257; Bassin, 2001: 2-5; Shlapentokh, 1997: 131. 4 Utechin, 1964: 259-261; Shlapentokh, 1997: 131, 133-134, 136-142; Zapater, 2002: 102-105; Bassin, 2001: 4; Shlapentokh, 2005.

1.2. El eurasianismo tras el fin de la URSS A partir de 1991, las ideas eurasianistas experimentan un claro resurgimiento en la Rusia postsoviética, en paralelo a un renovado interés por el estudio de la geopolítica, para tratar de explicar el nuevo papel de Rusia y sus intereses nacionales como Estado independiente5. El punto de partida es la pérdida territorial que supone la independencia de las otras catorce repúblicas de la URSS, así como la disminución de la influencia rusa en Europa Central y Oriental, que deja a Moscú con los países de Asia Central o China como sus principales socios en su entorno inmediato 6. Esta “retirada” de Europa es traumática para la identidad nacional rusa, especialmente en el caso de Ucrania y Bielorrusia, las otras dos ex-repúblicas soviéticas eslavas, percibidas por Rusia como parte inseparable de su misma nación7. Las ideas eurasianistas se convierte así en un marco interpretativo para comprender la realidad internacional e identificar los intereses del país en el nuevo entorno. Sin embargo, este eurasianismo no constituye ya una doctrina homogénea, sino que es asumido

en

distinta

medida

por

occidentalistas,

nacionalistas

pragmáticos

y

ultranacionalistas8. Así, Tsygankov clasifica el pensamiento eurasianista postsoviético en

cuatro

grupos:

“geoeconomistas”,

“estabilizadores”,

“civilizacionistas”

y

“expansionistas”, que explicaremos a continuación9. En primer lugar, los “geoeconomistas” enfatizan las oportunidades económicas que ofrece para Rusia su posición entre Europa y Asia. El objetivo es el desarrollo económico del país, convirtiéndolo en una vía de comunicación entre ambos continentes, y rechazando la orientación exclusiva hacia uno de ellos. Según estos autores, existe un vínculo entre desarrollo e interdependencia económica, por un lado, y seguridad por el otro; la solución a los problemas de seguridad de Rusia pasaría por mantenerse como centro económico de Eurasia10. Los “estabilizadores” superan esta concepción meramente económica, al considerar que la misión fundamental de Rusia en el espacio eurasiático es también promover la estabilidad y la seguridad por medio de su influencia como potencia regional, fomentando la integración política y económica de Eurasia; aquí se incluirían las 5 Serra, 2005: 138; Tsygankov, 2003: 106; Berman, 2001. 6 Shlapentokh, 1997: 148; Smith, 2006: 41. 7 Kerr, 1995; Valdez, 1995: 89; Light, 1996: 36; Serra, 2005: 102-103 8 Kubicek, 2004: 5. 9 Tsygankov, 2003: 106. 10 Tsygankov, 2003: 107-108, 116.

iniciativas

en

el marco

de organizaciones como

la CEI.

Esto

no

implicaría

necesariamente un rechazo o una confrontación con Occidente, ya que esta influencia no se ejercería mediante la fuerza ni tratando de instaurar un control directo sobre los países de la región. Sin embargo, para ellos las cuestiones tradicionales de equilibrio de poder y seguridad militar aún conservan su importancia11. Por su parte, los “civilizacionistas” —representados por los comunistas— ven a Rusia como el núcleo de una civilización propia, incompatible con la occidental, y para la cual Occidente representa una amenaza. En consecuencia, defienden la recuperación del estatus de superpotencia, así como la restauración de la unión entre los países exsoviéticos en torno a la influencia política y el potencial militar rusos; para ellos las fronteras de la URSS eran las naturales de Rusia, mientras que las actuales se tratarían de una construcción artificial impuesta por Occidente. Los “civilizacionistas” se asemejan también a los eurasianistas clásicos en su idea de la influencia rusa en el espacio postsoviético no como una colonización directa, sino como un espacio o glacis de seguridad que permitiera el desarrollo autónomo de Rusia a salvo de las influencias occidentales, consideradas como extrañas a su tradición 12. En esto enlazan con la concepción soviética del Pacto de Varsovia como una barrera frente a Occidente. Sin embargo, son los “expansionistas” quienes se identifican más abiertamente con el eurasianismo tradicional. Su principal ideólogo, Alexander Dugin, crea una ideología política que se ha denominado neoeurasianismo, caracterizada por considerar la influencia occidental como una amenaza y definir a Rusia como un imperio en constante expansión territorial, basado en una civilización propia con unos valores superiores a los occidentales13. El neoeurasianismo conserva del eurasianismo clásico el rechazo tanto de la influencia política de Occidente como de su influencia como modelo cultural para Rusia; así, para autores como Alexander Panarin, la “civilización ortodoxa” eurasiática es una alternativa a la “globalización tecno-económica” liderada por Occidente14. Esta visión imperialista de Dugin está enraizada en las teorías geopolíticas de pensadores como Halford Mackinder, Alfred Thayer Mahan y Karl Haushofer, 11 12 13 14

Tsygankov, 2003: 108-109, 118-119. Tsygankov, 2003: 109-110, 121-122. Black, 2004: 124-125. Schmidt, 2005: 92.

concibiendo el espacio eurasiático —el Heartland de Mackinder— como centro de la competición mundial entre las potencias “terrestres”, como Rusia, y las “marítimas”, como EE.UU. Así, Washington o simplemente el “mundo Atlántico” aparecen como el principal enemigo, a diferencia del eurasianismo clásico, que identificaba a Occidente con la influencia cultural europea; en esto podemos encontrar una síntesis entre el pensamiento anterior y la doctrina soviética de la inevitabilidad del conflicto con el bloque capitalista. Europa es ahora percibida bien como un mero instrumento de EE.UU., bien como una víctima de la globalización atlántica que ve igualmente en peligro su propia identidad cultural. Esto abre para Dugin la posibilidad de una alianza ruso-europea, aunque manteniendo la independencia de ambas civilizaciones, que se plasmaría en un eje París-Berlín-Moscú para contrarrestar la influencia estadounidense15 La competición con el mundo Atlántico se plantea así como un juego de suma cero en el que Rusia debe luchar por el control total de Eurasia, formando un “Nuevo Imperio” que se extienda no sólo hasta las fronteras de la URSS, sino más allá, incluyendo parte de Europa, Asia y Oriente Medio (gráfico 1)16.

Gráfico 1: El proyecto eurasianista de Dugin17

Los neoeurasianistas siguen también a los eurasianistas clásicos al no excluir de su proyecto de restauración imperial a los no eslavos, basándose en una supuesta 15 Shlapentokh, 2007: 144; Bassin, 2008: 290-291. 16 Tsygankov, 2003: 109, 123-125; Kubicek, 2004: 5; Berman, 2001; Light, 1996: 49; Taibo, 2006: 223; Zapater, 2002: 114, 118-120. 17 Mezhdunarodnoye Evraziyskoye Dvizheniye, 2002.

superioridad

étnica.

Por

el

contrario,

este

“Nuevo

Imperio”

tendría

carácter

multicultural, superando incluso las fronteras de Eurasia al unir a los eslavos con otros pueblos, como los musulmanes, en una alianza contra la influencia de Occidente. El factor político, y no el geográfico, es el que define para Dugin el espacio eurasiático; los principales aliados de Rusia frente a EE.UU. serían Alemania, en Europa; Irán, en Oriente Medio; y Japón, en Asia-Pacífico18. Así, el neoeurasianismo de Dugin supera los límites del eurasianismo tradicional para convertirse en una ideología mesiánica, en la que la civilización rusa y sus valores espirituales se convierten en modelo para toda la humanidad19. Este tono visionario queda patente en los escritos de este autor y los documentos de su partido, situándolos en una posición maximalista que sin duda ha contribuido a limitar su impacto en la opinión pública20. Por otra parte, hay que destacar que aunque en el partido creado por Dugin figuren líderes religiosos ortodoxos, musulmanes y judíos, esta ideología tiene sus orígenes en el resurgir del nacionalismo ruso más extremo en la última etapa de la URSS: tanto Dugin como otros dirigentes de su partido pertenecieron en los años ochenta al movimiento de ultraderecha Pamiat, de marcado carácter antisemita21.

2. Influencia del eurasianismo en la política exterior 2.1. La presidencia de Yeltsin (1991-1999) La política exterior realizada en los primeros años de la presidencia de Yeltsin, durante la etapa de Andrei Kozirev como ministro de Asuntos Exteriores, privilegia la relación con Occidente en detrimento de la influencia en el espacio eurasiático; continuando la orientación iniciada con Gorbachov, quien definió a Rusia como parte de la “casa común europea” y primó las relaciones bilaterales con EE.UU., en un intento de mantener su posición como una de las dos superpotencias. Este sector de las élites políticas, que Light denomina occidentalistas liberales, sufren duras críticas de los comunistas y ultranacionalistas, que argumentan que Rusia no es culturalmente parte de Occidente —en la línea del eurasianismo civilizacionista/expansionista— y debe resistirse a su influencia, ante todo a la estadounidense22. 18 Light, 1996; Kubicek, 2004: 5; Berman, 2001; Bassin, 2008: 286, 288; Shlapentokh, 2007: 154. 19 Morozova, 2009: 21-22; Schmidt, 2005: 94-95. 20 Véase la página web del Movimiento Eurasiático Internacional (Mezhdunarodnoye Evraziyskoye Dvizheniye), http://www.evrazia.info. 21 Black, 2004: 124-125; Kubicek, 2004: 4. 22 Light, 1996: 34.

La recuperación de argumentos geopolíticos para identificar los intereses de política exterior de Rusia no se trata solamente de un fenómeno de origen interno, enraizado en la tradición intelectual eurasianista. Por el contrario, responde también a una percepción de que EE.UU. trata de llenar el vacío de poder dejado por Moscú en Eurasia, consolidándose como la nueva potencia hegemónica

en una región

fundamental desde el punto de vista estratégico. A esto contribuyen factores como el libro del ex-consejero de Seguridad Nacional del presidente estadounidense Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, publicado en 1997; que recupera la teoría del Heartland de Mackinder para afirmar que “la primacía global de los Estados Unidos depende directamente de por cuánto tiempo y cuán efectivamente puedan mantener su preponderancia en el continente euroasiático”23. De esta forma, desaparecido el régimen soviético, los argumentos culturales o civilizacionales pasan a reemplazar al marxismo-leninismo como justificación del rechazo a EE.UU. y Europa Occidental en el debate social y político sobre el papel de Rusia en el mundo; siendo utilizados por la oposición parlamentaria para criticar cualquier cooperación del Kremlin con Occidente, con el fin de desprestigiar a Yeltsin. Por ejemplo, en un artículo de 1993, un académico ruso afirma que “sería muy equivocado, y de hecho peligroso, olvidar que la historia de Rusia, la historia de la formación de nuestra sociedad y nuestro Estado, difiere completamente de la de Europa occidental”24. Dentro del gobierno, uno de los principales partidarios de una cierta orientación eurasianista es Sergei Stankevich, asesor de Yeltsin en cuestiones de política exterior. Stankevich considera que en ese momento Moscú no puede aspirar a más que a ser tratado como un junior partner por Occidente; por tanto, deben reforzarse las relaciones con otras regiones más allá de EE.UU. y Europa. La “misión” de Rusia en el mundo sería así liderar el diálogo entre culturas, civilizaciones y Estados, actuando como puente entre Asia y Occidente, entre la Ortodoxia y el Islam; así como desempeñando un papel estabilizador en el espacio postsoviético. Esta posición mediadora destaca por su carácter instrumental: es decir, no parte de una supuesta especificidad de la civilización eurasiática, sino que se trata de un medio para reforzar la posición de Rusia frente a EE.UU.25 23 Brzezinski, 1998: 39, 47-48; Black, 2000: 11. 24 Sakwa, 2002: 364; cursiva en el original. 25 Light, 1996: 47-48; Rubinstein, 1997: 41.

Por otra parte, hay que destacar que las críticas a los occidentalistas liberales como Kozirev no implican necesariamente una actitud hostil hacia Occidente, a diferencia del eurasianismo clásico. Aunque estas críticas parten inicialmente de comunistas y ultranacionalistas, muchas de ellas proceden también de reformistas descontentos con lo que consideran debilidad de Yeltsin frente a Occidente, como el propio Stankevich. Esta posición nacionalista pragmática rechaza una restauración del sistema soviético, pero al mismo tiempo considera que no deben emularse sin matices los modelos occidentales, sino que deben adaptarse a las peculiaridades del país. En el ámbito internacional, esto se traduce en la necesidad de mantener un papel autónomo como gran potencia mediante una política exterior “multivectorial” —iniciada por Yevgeni Primakov—, manteniendo el equilibrio entre Occidente y las demás áreas geográficas, ante todo el espacio postsoviético26. No obstante, la versión más radical del eurasianismo continúa presente en el debate político de la mano de Dugin y sus seguidores. El propio Dugin ejerce como asesor para cuestiones internacionales de varios diputados y altos funcionarios, entre ellos el presidente de la Duma Gennadi Selezniov, del Partido Comunista; también se le considera influyente en las élites responsables de la política exterior y de seguridad, incluyendo el Estado Mayor de las fuerzas armadas. Sus obras —como Principios de Geopolítica, publicada en 1999— se convierten en la base de este nuevo pensamiento eurasianista, y son incluso utilizadas como libros de texto en las academias militares. Esta orientación es compartida en mayor o menor medida por otros dirigentes políticos, como el líder comunista Gennadi Ziuganov, quien incorpora elementos del eurasianismo a su propia ideología, elaborando una síntesis entre marxismo y nacionalismo ruso27. Sin embargo, estas ideas no se ven reflejadas en los niveles más altos de decisión, es decir, en los verdaderos responsables de la formulación de la política exterior. El propio Yeltsin se refiere al carácter eurasiático de Rusia en un sentido estrictamente geográfico, como país presente en Europa y Asia; no como una civilización separada28. En el mismo sentido, el ministro Kozirev considera a su país como un puente entre civilizaciones, más que como un modelo que preservar de toda influencia exterior:

26 Light, 1996: 34, 51-55; Sakwa, 2002: 355. 27 Berman, 2001; Brzezinski, 1998: 116-117; Kubicek, 2004: 6. 28 Yeltsin, 1998: 152.

Rusia es una gran […] potencia eurasiática en todos los aspectos —europea, asiática, siberiana y del Lejano Oriente—, una potencia que en su vida interna y política exterior rechaza la profecía pesimista de Rudyard Kipling de que Oriente y Occidente nunca se encontrarán29. Así, ambos coincidían con las posiciones del eurasianismo “geoeconomista” y “estabilizador”, sin la agresividad hacia Occidente que sí estaba presente en las ideas de otros partidos, más próximas al neoeurasianismo de Dugin. Por ejemplo, Dmitri Rogozin, presidente del Comité de Asuntos Exteriores de la Duma, coincidía con la variante “civilizacionista” al declarar en 1999: “Ha llegado el momento de volver a los valores tradicionales de la civilización rusa, que pueden ser la única base para una estrategia de renacimiento de Rusia”30. En el mismo sentido, el diputado Nikolai Rizhkov afirmaba ese mismo año, en el contexto de la guerra de Kosovo: Occidente nos está imponiendo la idea de que […] el sistema de valores occidental es el único verdaderamente humano y democrático […] la guerra en Yugoslavia ofrece un ejemplo de choque de civilizaciones […] Se ataca una nación que está lo más cerca posible de la civilización rusa […] Serbia es el puesto avanzado de nuestra civilización. Por eso el corazón de los Balcanes poblado por los eslavos del sur ha interesado durante siglos a Occidente, que ha intentado destruir ese puesto avanzado […] La aceptación indiscriminada de los valores ideológicos occidentales y su transplante al suelo ruso sin tener en cuenta la cultura rusa propia puede causar la destrucción de la civilización rusa31. De esta forma, el eurasianismo se convierte en un foco de atracción para todos aquellos políticos descontentos con el declive de la influencia internacional de Rusia, y como medio de reivindicar una política exterior más asertiva frente a EE.UU.32

2.2. La presidencia de Putin (2000-2008) En la etapa de Putin, el nuevo presidente resalta en repetidas ocasiones la importancia de los lazos históricos de su país con Europa, dando lugar a algunas interpretaciones que lo califican inicialmente como un líder proeuropeo. Sin embargo, otros le consideran un firme partidario de las ideas eurasianistas, basándose en unas 29 30 31 32

Smith, 2006b: 40. Fedorov, 2000: 18. Fedorov, 2000: 19. Kubicek, 2004: 8-9.

declaraciones en las que afirma que Rusia se ha considerado siempre un país eurasiático33. La articulación más clara de las ideas de Putin acerca de la existencia de una supuesta especificidad cultural es su definición en 1999 de unos “valores rusos” tradicionales e inherentes a su carácter nacional, que habrían sido asumidos antes que los valores universales, como los derechos y libertades individuales. Estos valores rusos fundamentales serían cuatro: patriotismo, Rusia como gran potencia (derzhavnost), poder estatal fuerte (gosudarvennichestvo) y solidaridad social34. Sin embargo, no se llegaba a plantear una alternativa incompatible con la cultura occidental —como sí hacían los eurasianistas radicales—, sino que se pretendía ante todo reforzar el orgullo por la grandeza histórica de Rusia, como soporte de su política de gran potencia en el exterior y de fortalecimiento del Estado en el interior. Estas ideas cristalizarían, ya en el segundo mandato de Putin, en la ideología de la “democracia soberana”, en la que se define la soberanía en un sentido negativo, como ausencia de cualquier interferencia de otros Estados. Con esto se trata de contrarrestar las críticas occidentales a las tendencias autoritarias en Rusia, presentando un argumento frente a una posible contestación social similar a la “Revolución Naranja” ucraniana, que pudiera poner en peligro la continuidad del régimen. Así, se afirma por ejemplo que el papel central que ha tenido históricamente el Estado en Rusia la separa de tradiciones liberales como las de EE.UU. o el Reino Unido.

Sin

embargo,

se

rechaza

igualmente

la

posición

de

comunistas

y

ultranacionalistas en favor de recuperar un sistema de tipo soviético, ya que con ello no se reforzaría la influencia del país, sino que se incrementaría su aislamiento35. A pesar de esta reivindicación de un modelo propio de desarrollo para Rusia, alternativo a la democracia occidental, no puede afirmarse que la política exterior de esta etapa esté fundamentada en una visión del mundo estrictamente eurasianista. Pese a que la percepción de su país como una gran potencia hacía inevitable una rivalidad con EE.UU. por la influencia global, Putin no considera a “Occidente” como una amenaza en todos los ámbitos, incluso para la propia existencia de Rusia como nación. La posición oficial, en cambio, no está motivada tanto por concepciones teóricas como por intereses pragmáticos: el ejemplo más significativo es el apoyo a la 33 Berman, 2001; Lo, 2003: 102-103. 34 Putin, 1999: 227-228. 35 Smith, 2006a: 3.

invasión de Afganistán como respuesta a los atentados del 11-S, que supone el estacionamiento de tropas estadounidenses en el territorio eurasiático36 Del mismo modo, la incorporación efectiva de las repúblicas bálticas a la OTAN —que, desde un punto de vista geopolítico como el de Dugin, pretendería privar cada vez más a Rusia de su “espacio natural” de expansión imperial— es acogida con una oposición notablemente menor que la que cabría suponer teniendo en cuenta los debates de los años noventa, en los que comunistas y ultranacionalistas habían acusado a Yeltsin de debilidad ante la Alianza Atlántica. Esta resignación al hecho consumado de la ampliación no parte de una identificación con Occidente, como había sucedido en la etapa de Kozirev, sino de una apreciación realista de los recursos con los que cuenta Rusia para oponerse a ese proceso; así como de la percepción de amenazas más graves para la seguridad nacional que la OTAN o EE.UU., como el auge del terrorismo, que es necesario afrontar mediante la cooperación internacional. La “línea roja” en las relaciones ruso-occidentales no se encuentra así en la mera existencia de influencias foráneas en el espacio eurasiático. Se trata, por el contrario, de impedir que esa presencia occidental se tradujera en una limitación de la autonomía política de Rusia en el ámbito interno y de política exterior, cuya manifestación más extrema habría sido el impulso a una revolución ciudadana contra el Kremlin similar a la que había sucedido en Ucrania. Por tanto, la fecha clave en el enfriamiento de las relaciones con Occidente durante la presidencia de Putin no es la invasión de Afganistán —octubre de 2001—, ni la de Irak —marzo de 2003—, ni tampoco en el ingreso de Estonia, Letonia y Lituania en la OTAN —marzo de 2004—; sino el apoyo de EE.UU. y la UE a la “Revolución Naranja”, en noviembre de ese último año. A diferencia de las tesis neoeurasianistas, la posición estadounidense como única superpotencia no dio lugar a una reacción neoimperial de Rusia, sino que se mantuvieron iniciativas de cooperación con Occidente —con todas sus limitaciones— partiendo de una identificación de determinadas áreas de interés común, incluso aquellas tan sensibles como las relacionadas con la seguridad. Esto permitió, por ejemplo,

la

colaboración

e

intercambio

de

inteligencia

contra

el

terrorismo

internacional, así como la realización de actividades conjuntas en el marco del nuevo Consejo OTAN-Rusia, sin que se vieran obstaculizadas por el inicio de la Guerra de 36 Lo, 2003: 102-103.

Irak en 2003 o la ampliación de la Alianza Atlántica en 2004. El hecho de que se mantuvieran especiales relaciones de cooperación con Francia, Alemania o Irán, coincidiendo con las tesis de Dugin, no parece prueba suficiente de con ello se tratase de conseguir aliados para crear un “nuevo imperio” eurasiático en el marco del inevitable conflicto con EE.UU. Por el contrario, se enmarcan en la visión de un mundo multipolar enunciada en la “doctrina Primakov”, y en el intento de maximizar la influencia internacional rusa como gran potencia partiendo de unos recursos limitados. La identidad rusa como parte de Eurasia —no de Occidente, donde sería considerada una potencia de segundo orden, ni de una Europa identificada con la UE y los países aspirantes a ingresar en ella— se convertía así en la posición más equilibrada para preservar a Rusia como un actor relevante de las relaciones internacionales, permitiéndole establecer acuerdos puntuales con distintos actores que no limitasen su autonomía a largo plazo37. Así, el eurasianismo como ideología neoimperialista ha ido quedando relegado progresivamente a un papel secundario, siendo desplazado por el más moderado “nacionalismo oficial” de Rusia Unida. No obstante, aunque su popularidad entre la opinión pública sea más limitada, Dugin y sus seguidores continúan estando presentes en el debate sobre la política exterior, gracias a sus conexiones con figuras de relevancia política: por ejemplo, el ministro de Cultura Alexander Sokolov, el vicepresidente del Consejo de la Federación Alexander Torshin, el asesor presidencial Aslambek Aslajanov o incluso el presidente separatista de Osetia del Sur, Eduard Kokoiti. Al mismo tiempo, Dugin mantiene una relación estrecha con el responsable ideológico de Rusia Unida, Ivan Demidov, con el que ha trabajado en varios programas de televisión38. En consecuencia, la visión predominante en el Kremlin reclama para Rusia un papel influyente en el espacio postsoviético acorde con su condición de gran potencia, pero sin llegar a pretender una restauración imperial como la que propone Dugin. Moscú es consciente de la imposibilidad tanto de recuperar el dominio directo sobre su periferia, como de mantenerse aislado de cualquier influencia occidental en un contexto de globalización; este intento le situaría además en una posición de marginación con respecto a Europa y Asia, en lugar de aumentar su influencia39. De esta forma, 37 Berman, 2001; Lo, 2003: 17; Putin, 2004: 124. 38 Laruelle, 2008; Umland, 2008. 39 Kubicek, 2004: 7, 10; Morozova, 2009: 8-9.

autores como Trenin han llegado a considerar que el proyecto eurasianista está condenado al fracaso a largo plazo40.

Conclusiones Nuestra primera conclusión es que no puede establecerse una línea clara de continuidad entre el eurasianismo clásico y las teorías existentes en la actualidad. Aparte del hecho de que los primeros eurasianistas estuvieron —como hemos visto— más unidos por su rechazo a Europa que por una idea común de lo que significaba para Rusia su pertenencia a una “civilización eurasiática”, el resurgir de estas ideas a partir del final de la URSS se ve condicionado por la experiencia de la Guerra Fría, que se convierte en el prisma a través del cual se interpreta la nueva realidad internacional. Así, seguir considerando a EE.UU. como una amenaza existencial, radicalmente incompatible con la identidad cultural rusa, aparecía para estos sectores como la clave para identificar los intereses nacionales en el nuevo escenario a partir de 1991. Por otra parte, las carencias de Yeltsin como gobernante y su enfrentamiento con la oposición alentarán este debate en términos de juego de suma cero, en el que cualquier apertura a la colaboración con Occidente es percibida como debilidad frente a Washington. En segundo lugar, el propio término de “eurasianismo” ha sido aplicado de forma un tanto abusiva para designar un espectro muy amplio de posiciones ideológicas, que incluye desde los partidarios de una restauración imperial —como Dugin— hasta los nacionalistas pragmáticos que utilizan el concepto de Eurasia como símbolo de independencia frente a Occidente; o quienes simplemente consideran que, dada su posición geográfica, Rusia debe conservar un papel relevante como actor en el espacio postsoviético. Esta confusión puede llevarnos a afirmar que el acercamiento a Europa de los Estados que pertenecieron a la URSS y el mantenimiento por parte de dichos países de unas relaciones fluidas con Moscú son opciones mutuamente excluyentes, ya que lo que estaría en juego sería su soberanía respecto de su antigua metrópoli. Por otra parte, la hostilidad hacia Occidente por parte de los eurasianistas más radicales contribuye a esta “profecía autocumplida” de la incompatibilidad de intereses, al incrementar el aislamiento de su país del resto de la antigua URSS, en favor de otras grandes potencias como EE.UU. o China. Finalmente, consideramos que la influencia del eurasianismo más extremado en la 40 Trenin, 2002.

formulación de la política exterior ha sido sobrevalorada, aunque conserve su popularidad en determinados círculos, como los comunistas, los ultranacionalistas o las fuerzas armadas. La consolidación de la “vertical del poder” durante la etapa de Putin ha situado el centro de toma de decisiones en manos del presidente y su entorno inmediato, privando a los demás actores gubernamentales y a la oposición parlamentaria —donde es mayor la popularidad de estas ideas— del protagonismo del que gozaban anteriormente. De este modo, el nacionalismo oficial articulado por medio de Rusia Unida se encuentra ahora al servicio de los intereses del Kremlin, y no a la inversa; lo cual otorga a los dirigentes un amplio margen de autonomía para formular las políticas más adecuadas en cada momento, sin las limitaciones de una ideología maximalista como el neoeurasianismo de Dugin.

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